Vida y Muerte,Medina y Filosofia

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Vida y muerte, medicina y filosofía SOBRE LA NECESIDAD DE LA FILOSOFIA Yo soy un simple escritor, pero con los años he aprendido que en la base de todo conocimiento tiene que haber un fundamento filosófico. Si no, se corre el riego de cometer grandes errores. Yo estudié física, aunque luego abandonara la carrera. Y bien, la más grande revolución de esa ciencia fue la que se hizo en nuestro siglo mediante las investigaciones de Einstein, que no fueron con aparatos sino con lápiz y papel, por decirlo así, y mediante la meditación de los fundamentos mismos de la ciencia física. No con metros y relojes, sino pensando en qué cosa es exactamente un metro y un reloj. Para decirlo en términos más pretenciosos, su investigación fue epistemológica, es decir filosófica. Que esa investigación haya traído portentosas consecuencias prácticas) sin ir más lejos, la energía atómica? es una prueba espectacular de la conveniencia de una meditación filosófica a cierta altura del desarrollo científico. Pues de suponerse obvio en que la facultad de medicina solo debe enseñarse a curar enfermos, y parece una académica exageración hablar de la necesidad de estudios filosóficos, cuando lo que importa es el tracoma, la diabetes o la tuberculosis. ¿Qué más lejos de platón que un leproso que llega a un consultorio? Si, a primera vista para el hombre sensato, el buen sentido aconseja en tales casos revisar al enfermo, darle una medicación especifica y dejarse de charlatanismo. Palabra que acudía (y aun acude) a la mente de muchos médicos cuando se hace el planteo que estoy 1

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uno de los mejores ensayos de Ernesto Sabato, hombre de ciencia que postula en este apartado una critica al positivismo imperante y pone en cuestion diversos dilemas de la ciencia y de la humanidad.quiero aclarar que no es el ensayo entero.. sino solo un capitulo de lo que parecio mas interesante de la obra transcribido por mi, sepan disculpar si hay algun error de ortografia, espero que les sea util saludos

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Vida y muerte, medicina y filosofía

SOBRE LA NECESIDAD DE LA FILOSOFIA

Yo soy un simple escritor, pero con los años he aprendido que en la base de todo conocimiento tiene que haber un fundamento filosófico. Si no, se corre el riego de cometer grandes errores. Yo estudié física, aunque luego abandonara la carrera. Y bien, la más grande revolución de esa ciencia fue la que se hizo en nuestro siglo mediante las investigaciones de Einstein, que no fueron con aparatos sino con lápiz y papel, por decirlo así, y mediante la meditación de los fundamentos mismos de la ciencia física. No con metros y relojes, sino pensando en qué cosa es exactamente un metro y un reloj.Para decirlo en términos más pretenciosos, su investigación fue epistemológica, es decir filosófica.Que esa investigación haya traído portentosas consecuencias prácticas) sin ir más lejos, la energía atómica? es una prueba espectacular de la conveniencia de una meditación filosófica a cierta altura del desarrollo científico.Pues de suponerse obvio en que la facultad de medicina solo debe enseñarse a curar enfermos, y parece una académica exageración hablar de la necesidad de estudios filosóficos, cuando lo que importa es el tracoma, la diabetes o la tuberculosis. ¿Qué más lejos de platón que un leproso que llega a un consultorio? Si, a primera vista para el hombre sensato, el buen sentido aconseja en tales casos revisar al enfermo, darle una medicación especifica y dejarse de charlatanismo. Palabra que acudía (y aun acude) a la mente de muchos médicos cuando se hace el planteo que estoy haciendo. Esto es la consecuencia del pensamiento positivista, traído por las ciencias aplicadas, y que tanto daño hijo en la universidad y en el espíritu de la gente. En el colegio nacional de La Plata sufrimos un profesor de psicología que durante las tres cuartas partes del curso enseñaba anatomía y fisiología del celebro y en el último cuarto “deducía” de esos estudios el comportamiento psicológico. Fue esta arrogancia cientificista la que echo las bases de la moderna enseñanza y la que todavía sufrimos sus malas consecuencias.

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Claro, la misión del médico es curar a enfermos. Pero, ¿Qué es un enfermo? Un enfermo es un hombre.Pero cuando preguntamos “que es un hombre “empiezan las dificultades, que llegan a ser vertiginosamente filosófica. Este es un tema que no podemos examinar en los estrechos límites de una simple conversación, pero bastara decir que a lo que la filosofía contemporánea llama “hombre” no es a un conjunto de análisis de orina, hepatogramas, radiografías, cifras de presión y de acido úrico y en general a ese conjunto de papeles y números que el enfermo recoge al final de un largo periplo en una de esas monstruosas clínicas que sobre todo padecen los países más desarrollados, como los Estados Unidos o Rusia. Pues a medida que más ha desarrollado la civilización técnica, sus características esenciales (análisis, cuantificación, computación, abstracción, mecanización) mas el ser humano se va reduciendo (y el verbo es el justo, el siniestramente exacto) a un conjunto de fichas, números y curvas. En una de esas abstractas clínicas el enfermo entra por una puerta, recibe un numero (el primero) le van haciendo análisis y lo van sometiendo al examen de aparatos cada vez más sofisticados, y cuando sale por la otra puerta se pretende curarlo mediante ese conjunto de cantidades y abstracciones, olvidando que el hombre es un ser concreto y cualitativo, por encima (o por debajo) de todo. Es decir que lo que es licito para un silicato o una computadora, para el hombre es un disparate filosófico tan grande que nos debería hacer reír, si no nos inclinara más bien a la angustia y a la desesperación. 1

1 Fragmento de una conversación mantenida por Ernesto Sábato con redactores de la revista “Medicina Intensiva”. Fue publicada en dicho órgano; Buenos Aires, noviembre de 1978.

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CUANTIFICACION Y ABSTRACCION

Los tiempos Modernos fueron promovidos por dos potencias dinámicas y amorales: la razón y el capital, ambos originados en las mercantiles ciudades italianas que comienzan a desarrollarse después de las primeras cruzadas. En tales condiciones, el hombre ansioso de poder - animal instrumentificum- se lanzo a la conquista del universo. Pero esa conquista se logro a costa de una creciente abstracción.Desde la palanca hasta el logaritmo, desde el lingote de oro hasta la letra de cambio, la historia de ese dominio fue también la historia de sucesivas y cada vez mas vastas abstracciones: una técnica es tanto más poderosa cuando mas realidad abarca, o sea cuanto más general; pero como la generalización implica perdida de lo particular, el resultado es la perdida de lo concreto, porque lo concreto es lo particular. Así la concentración capitalista e industria llevo, al menos en las regiones más avanzadas, a un hombre desposeído de atributos individuales, a una especie de sr intercambiable, como la pieza de n aparato fabricado en serie, del mismo modo que la aritmética se generalizo en algebra.De esta forma la modernidad llevo a cabo una tremenda paradoja, pues el hombre logro la conquista del mundo materia a costa de su propia cosificación. Empujado por los objetos, títere de la misma circunstancia que había contribuido a crear, dejo de ser libre y concreto para convertirse en determinado y abstracto como sus instrumentos. En esa caída del ser, el hombre gano el mundo, pero se perdió así mismo.El creciente proceso de abstracción, por obra de la matemática, fue también el creciente proceso de cuantificación; que si es tolerable, y quizá inevitable, para el mundo de los objetos, es destructivo para la realidad cualitativa: el arte, los sentimientos, las emociones, los valores morales, el hombre y su espíritu. Cuantificación y abstracción fueron a la vez la causa y la consecuencia de este universo técnico y tecnolátrico. Y la raíz de la grave crisis de nuestro tiempo.El mundo cruje y amenaza con derrumbarse. Guerras que unen a la tradicional ferocidad, la inhumana mecanización, dictaduras totalitarias de derecha y de izquierda, enajenación del hombre, destrucción catastrófica de la naturaleza, neurosis colectiva e histeria generalizada, nihilismo sádico del terrorismo de ambos signos, drogas, perversión sexual, nos han abierto los ojos (o deberían abrirlos) para advertir la magnitud y la profundidad de la crisis total de hombre. Que no es una crisis de estructuras económicas, como algunos creen, sino una total revisión de una tabla de valores. Con el advenimiento de la sociedad técnica, el hombre y la naturaleza fueron desacralizados. Pero el ser humano es incapaz de sobrevivir en un universo que ya no tiene el antiguo y sabio anclaje en los supremos valores espirituales que tuvieron siempre las comunidades haya habido leprosos, pero no necesitaban psicoanalistas.Asistimos, pues, al derrumbe de un universo producido por una ciencia tan ajena a los valores metafísicos como un triangulo o una bomba atómica, y vivimos ahora a la deriva en un proceloso y desconocido océano en tinieblas. Iluministas y progresistas fueron los paradójicos causantes de este caos.La naturaleza es apenas materia para ser explotada, y el universo se está vagando con la catástrofe ecológica, que tanto tiene que ver con la salud física y espiritual del hombre. Y en cuanto al cuerpo del hombre, por pertenecer a la naturaleza, termina por ser considerado como un objeto mas, aumentando así su soledad, porque las cosas no se comunican.El país donde más perfecta es la comunicación electrónica es también el país donde la soledad de los seres humanos es más angustiosa. Y es ilusorio que haya teléfonos para contestar a suicidas: dos objetos no pueden entrar en comunión, y menos por intermedio de otro objeto.

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EL UNIVERSO DETERMINISTA

El éxito de la concepción mecanico-matematica de la naturaleza llevo a su generalización. Ya Leonardo quiso reemplazar los seres vivos por mecanismos.Después vinieron los intentos de Descartes, el auge de los autómatas y el proyecto de localizar el alma en alguna glándula. De una manera o de otra, el determinismo mecánico se extendió desde su ámbito apropiado hasta el territorio del alma, descartando el libre albedrio, la libertad y la voluntad no eran más que simples ilusiones, debidas a nuestra ignorancia sobre las infinitas causas que rigen el movimiento del Reloj Universal.A lo largo de los siglos XVIII y XIX se propago, finalmente, como una verdadera superstición, la superstición de la ciencia. Era inevitable. Se había convertido en la nueva magia, y el hombre de la calle creyó tanto más en ella cuanto menos la comprendía. Y así se produjo la curiosa paradoja de que los hombres que mas defienden la ciencia son los que menos la conocen. Al fin y al cabo, los primeros que en el siglo XX comenzaron a dudar de ella fueron los físicos y matemáticos más avanzados, y bastaría comparar la cautela de físicos como Edington con la tranquilidad de ciertos médicos que usan toda clase de enigmáticos rayos.

CUERPO, ALMA, ESPIRITU, COSMOS

La medicina siempre tuvo debajo un fundamento filosófico, aunque no fuese claro y manifiesto. La medicina que surgió del vasto movimiento científico que comienza en el Renacimiento se basaba en una filosofía materialista y atomista. Cuando yo era chico, abundaban los médicos que mandaban de vuelta a su casa enfermos porque “solo” tenían problemas nerviosos, como si se tratase de menospreciables fantasmas. Ahora ya sabemos que una inmensa proporción de enfermedades tienen su origen en el desequilibrio de los sistemas nerviosos, y bastaría poner el ejemplo casi escolar de la ulcera.Antes se partía de una concepción materialista del hombre: un conjunto de huesos, músculos, glándulas, venas y arterias. Hoy sabemos – como lo supieron en la antigüedad hombres de gran intuición acerca de la unidad corporal y espiritual de la criatura humana- que el alma y hasta el espíritu tienen decisiva importancia en ese delicado equilibrio que se llama salud. Y digo “hasta el espíritu” porque en ese equilibrio inciden no solo los factores psíquicos, sino también las angustias que provienen de un examen de conciencia sobre la suerte de una nación o de la entera civilización actual.De modo que deberían re-examinarse los fundamentos filosóficos que hay debajo del arte de curar.Si son estrictamente materialistas, nos equivocaremos como médicos. Si admitimos que junto al cuerpo, y en estrecha interacción con él, hay un alma, ya estaremos más cerca de la verdad y, por lo tanto, de la posibilidad de curar. Pero si admitimos que el hombre es además un espíritu, regido por una escala de valores, por preocupaciones estéticas, éticas gnoseológicas y metafísicas, y si admitimos que esos tres estratos están en constante inter-relación, como una compleja y dinámica estructura, entonces sí, podemos estar seguros de poseer una base cierta para el análisis de una enfermedad y para su eventual, curación.Por otra parte, esta unidad superior es irreductible a divisiones mecánicas y artificiales. Si ya es equivocado pretender separar los órganos entre sí (error que proviene de la prestigiosa tendencia atomista de la física y la química), infinitamente más irrealista es la separación del cuerpo, del alma y del espíritu. Y como vivir es con-vivir, no solo en el plano de los sentimientos sino en el supremo plano de los valores; y como además el vivir es una sutilísima interdinámica con el cosmos, debemos concluir que no puede

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hablarse de salud ni de enfermedad si no estamos alertas para juzgar ese inestable equilibrio que existe en la vasta estructura física, psíquica, espiritual y cósmica.Se me podrá argüir que este gigantesco planteo no puede ser tenido en cuenta cada vez que alguien se presenta en el consultorio con diarrea. Y yo me atrevo a responder que sí, que hay que tenerla presente, aunque sea (sobre todo) para poder simplificar cada caso concreto. Al fin de cuentas es más probable que una diarrea sea producida por el pavor de un conflicto personal que por no sé qué microbios de esos que están en boga. Microbio que existían en el cuerpo de ese enfermo antes del conflicto sin que le trajesen los inconvenientes intestinales.

VIRUS, BASILOS Y COMPAÑÍA

El concepto totalizador y estructural debería también aplicarse contra esa tendencia separatista o divisionista que caracteriza buena parte de la medicina actual. Después de gigantescos esfuerzos de laboratorio se logra individualizar al virus X que produce la enfermedad Tal, y entonces todo consiste en liquidar al virus X. Así salieron infinidad de medicamentos, muchos de los cuales, como la penicilina, aparecieron poco menos que como panaceas.Este criterio divisionista, que es un subproducto de la concepción científica clásica, olvida que también el cosmos es una unidad, con un sutil pero riguroso equilibrio. Y que la liquidación del virus X seguramente hará prosperar el por el momento ignoto virus Y que es detenido por el virus X, como la especie de los gatos detiene a la especie de los ratones. Así, el promocionado descubrimiento de X y su clamorosa liquidación es seguida, a los pocos segundos, por la proliferación del virus Y, de naturaleza desconocida y que nos produce la gripe de Hong Kong o de Barcelona o de Banfield.Como yo soy un oscurantista, nunca permití que mis médicos le dieran penicilina para un resfrió a los chicos. Ahí están, muy bien de salud. Que una droga de esta naturaleza se diese para un caso de vida o muerte, para una meningitis o cosa parecida, bueno, de acuerdo. Pero para un simple resfrió o para una angina de garganta... Así nos ha ido con esta inflación y des-inflación de drogas. Muchas de las cuales, por otra parte, han traído más males que beneficios. Baste pensar en las atrocidades que un día se revelaran sobre las píldoras contra el embarazo.No es necesario ser medico ni biólogo para imaginar las tremendas consecuencias que puede tener para una mujer la detención de un proceso que compromete su ser entero.Esta propensión a dividir la realidad indivisible, a convertir en comportamientos cerrados regiones que son desnaturalizadas en el momento mismo de ser incomunicadas, esta propensión a resolver químicamente problemas parciales, esta forma de desencadenar el desbarajuste general de la realidad a base de ilusorios arreglos separados, ¿A dónde ha de llevarnos? Quien sabe las imprevisibles consecuencias que para la raza humana tendrán la quimioterapia, la supresión sin mas de bacilos, la destrucción d los ritmos cósmicos, la violación de equilibrio universal, la contaminación de los ríos y los mares. Las flamantes “enfermedades de la civilización” son apenas anuncios de lo por venir, síntomas precoces del desequilibrio que la técnica y la sociedad tecnológica ya han producido entre el hombre y su medio. Si pequeños cambios mesológicos provocaron la desaparición de especies enteras, si los grandes reptiles no pudieron sobrevivir a las transformaciones que ocurrieron al final del periodo mesozoico, puede muy bien suceder que la especie humana sea incapaz de soportar los catastróficos cambios que el hombre ha producido en el mundo de hoy. Pues estos cambios son tan terribles, tan profundos y tan vertiginosos que aquellos que provocaron el fin de los reptiles nos parecen insignificantes. El hombre no ha tenido tiempo para adaptarse a las bruscas y potentes transformaciones que su técnica

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y su sociedad han creado a su alrededor, y no es arriesgado afirmar que buena parte de las enfermedades actuales sean los medios de que se está valiendo el cosmos para eliminar esta orgullosa especie. El hombre es el primer animal que ha creado su propio medio; pero, irónicamente, el primero que de esta manera se está destruyendo así mismo. Vista así, la mecanización es la más vasta, espectacular y siniestra tentativa de exterminio de la raza humana.

UN SER PARA LA MUERTE

Ustedes hacen terapia intensiva, y como pocos, están en contacto cotidiano y tremendo con el más misterioso hecho de la existencia: el de la muerte.Pero, tal vez convenga saber qué es exactamente o al menos aproximadamente o presumiblemente ese enigma ¿es la simple muerte fisiológica? ¿Cómo comportarse con ese ser que se debate ante gran abismo sin proponerse previamente la calidad de ese fenómeno? ¿Conviene que un hombre muera con la sola compañía de electrómetros, tensiómetros y electrocardiógrafos? ¿Es lícito, y hasta inteligente desde el punto de vista terapéutico, separarlo de manera mecánica de los rostros que más ama, y para los cuales quieren vivir? Aquí, de nuevo, pero ahora de manera más patética y espectacular, nos tropezamos con una concepción mecánica y cuantitativa de la existencia, que, paradójicamente, puede estar atentando contra la vida misma.Los tiempos modernos se edificaron sobre la ciencia, y como ya lo vio el genio de Aristóteles, no hay ciencia sino de lo general. Lo que inevitable y temiblemente fue convirtiendo el mundo real de los seres humanos en un monstruoso universo de abstracciones, logaritmos, geodésicas, espectrogramas, encefalogramas, tensores y ecuaciones diferenciales. Todo controlado, si es posible, por computadoras.¿Qué tiene de asombroso que con esta mentalidad se haya desvalorizado el cuerpo humano, si es lo más concreto que tiene el hombre? Si los platónicos lo excluyeron por motivos religiosos y metafísicos, la ciencia lo hizo por motivos heladamente gnoseológicos. Y así, por la convergencia de estas dos maneras de considerar la realidad, se llego a aquella entelequia que era el hombre para los iluministas, ajeno a la tierra y a la sangre, a la sociedad misma y sus vicisitudes. Un hombre tan abstracto que desde ese momento hubo que nombrarlo con H mayúscula. Y tan extraño a las reales angustias y esperanzas del ser de carne y hueso que en su nombre se pudo guillotinar a algunos centenares de miles de hombres con h minúscula. Y se ha seguido torturando y matando en las cárceles soviéticas.Nietzsche se pregunto si la ciencia debía dominar sobre la vida o la vida sobre la ciencia. Y en la correcta respuesta a este interrogatorio sintetizo la revolución antropocéntrica de nuestro tiempo: el centro no sea ya más la cosa, ni ese sujeto abstracto sino la persona concreta, con una nueva conciencia del cuerpo que la sustente. Este vitalismo es superado e integrado en la fenomenología existencial, porque sin renunciar a la integridad del ser humano, se lo coloca al hombre por encima del mero biologismo. Lo que es posible por el cuerpo y únicamente por él; porque es el cuerpo quien lo individualiza, otorga ese lugar concreto en la realidad, y le da una perspectiva. Es el yo concreto encarnado en un cuerpo. Es ese cuerpo además, quien lo convierte al hombre en un “ser para la muerte”, restituyéndole su autentica condición trágica.Así, ni puro materialismo, que convierte a los fenómenos anímicos y espirituales en mera ilusiones o epifenómenos ni “espíritu puro”, según el cual se olvida la condición biológica del hombre, es el papel básico del cuerpo. Pienso que en esta perspectiva debería indagarse el papel del médico frente al enfermo y, en particular, ante el solemne momento de la muerte.Aquí, en este momento, es cuando las virtudes y los defectos de la medicina tecnológica parecen aislar un hecho que no es por su esencia aislable, esa inclinación a especializar las tareas y la propensión materialista que en este caso se muestra en su máxima exponencia. Comprendo muy bien las ventajas que tiene en un diagnostico un aparato de rayos X: no estoy en contra de los aparatos en la medicina sino contra su

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idolización. Comprendo muy bien que si a un hombre se le ha parado el corazón lo aconsejable de pronto es un impulso eléctrico, más que mostrarle al enfermo la cara de su hijo más querido. Lo que me parece repudiable es el aislamiento mecánico y bárbaro que he visto practicar en muchos casos; un aislamiento de estas características que supone inválidos los otros atributos de la existencia, los valores emocionales y sentimentales, el contexto familiar, etc. Pienso que en nada como en esto la medicina debería ser prudente y conservadora (en el buen sentido de la palabra), debería admitir que la muerte sigue siendo un gigantesco misterio a la vez físico, psíquico y espiritual; y que una cosa es la muerte meramente fisiológica y otra lo que podría llamarse desaparición definitiva del alma y del espíritu. Es muy probable, es casi seguro, que si en estas ocasiones no practicamos la “docta ignorantia” corremos el riego de cometer gravísimas equivocaciones por presuntuosidad intelectual. Y aun sin entrar en el movedizo terreno de una existencia después de la muerte física, no sabemos qué vertiginosa realidad puede haber en los segundos que precede a la muerte física. Sabemos si, que el tiempo existencial nada tiene que ver con el tiempo de los relojes, y que un minuto en los últimos momentos de un condenado a muerte puede equivaler a decenas de años en el calendaros, como ha podido conocerse por el testimonio de condenados cuya pena fue conmutada en el último momento. Pero aun puede ser infinitamente más complejo, cuantitativa y cualitativamente, el segundo mismo que precede a la muerte de un enfermo. ¿Qué sabemos sobre esa experiencia? La vida es una preparación para la muerte, pero los segundos que la preceden pueden ser de esencial importancia para ese recibimiento del acto supremo. ¿Es aconsejable encerrar al hombre en un hermético recinto, entre aparatos, para recibir ese hecho inexorable pero natural, enigmático pero seguramente grandioso?¿Sabemos qué clase de vínculo profundo y acaso trascendente se establece en los instantes que preceden a la muerte entre el hombre que va a dejar para siempre su existencia terrenal y los seres que más ha querido? La muerte convierte a la vida en destino, ya que hasta el último momento de la vida el hombre es un ser libre, y no tenemos derecho a aherrojarlo miserablemente entre electrómetros, por el solo hecho de que el no puede defenderse.

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LA ENFERMEDAD A LA LUZ DE OTRAS CULTURAS

Así como creo que el estudiante debería estudiar que es el hombre en el sentido filosófico del vocablo antes de ponerse a cortar tejidos y sobre todo antes de dar píldoras y suprimir órganos, del mismo modo se me ocurre que en la facultad debería haber cursos en que se estudiara a fondo el concepto de enfermedad y de salud en otras culturas, y particularmente en la viejas y sabias culturas orientales. Pienso por ejemplo en el yoga, filosofía del hombre que se opone al concepto occidental, técnico y racionalista. Técnicas que permiten el manejo de fenómenos corporales que entre nosotros no obedecen a la voluntad. La arrogancia de una cultura que tuvo éxitos espectaculares en el dominio de la naturaleza inerte nos ha vuelto insensibles a las milenarias sabidurías de otras culturas, que no tuvieron desarrollo técnico no por que fueran incapaces, sino porque sus presupuestos éticos y metafísicos lo menospreciaban.La colosal crisis de occidente (que por su fuerza planetaria está arrastrando a pueblos orientales como los japoneses) nos ofrece la oportunidad y hasta nos obliga perentoriamente a buscar una síntesis de culturas contrapuestas, que acaso sean preciosas para la re-humanización de este hombre deshumanizado por la tecnología. Max Scheler señala tres clases de saber: el que desarrollo la india, que es un saber de salvación. El que culmino en China y en Grecia, que es un saber culto; y el saber técnico, que se desenvolvió en Occidente. Habría que encontrar una síntesis que evite los excesos a los que cada uno de ellos condujo.

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¿ESPECIALISTAS O GENERALISTAS?

La enorme complejidad de los conocimientos hemos adquirido desde Aristóteles hasta hoy y que al parecer hace ilusorios el “uomo universale” del Renacimiento, ha conducido a algo que a la vez es inevitable y catastrófico: el especialista. Un físico que se ocupa de espectrogramas que puede ignorar vastas regiones de la física, lo mismo que un químico inorgánico con respecto a la química orgánica. Esto ha sido inevitable, pero incurramos en esa corriente falacia de tomar lo inevitable como magnifico. Aun en el mismo terreno, la especialización condujo a una especie de nueva barbarie, y debemos recordar que la más grande revolución de la física la hizo un hombre que fue capaz de tomar en consideración los problemas más generales de la materia en relación con el tiempo y el espacio; Einstein no era un especialista: era un “generalista”.Con mayor razón esto es válido para aquellos territorios más complejos de la realidad biológica y psicofísica, donde el todo precede a las partes, tal como también vislumbro Aristóteles. El atomismo de la física no funciona y en estas complejas realidades, y debe ser remplazado por un organicismo que da prevalencia a la totalidad sobre las parcialidades. Que se requiera los servicios de un especialista en corazón, como se requiere el informe de un encefalografía, es inevitable y, en condiciones bien delimitadas por el generalista, de enorme utilidad; pero que se invierta el planteo y se dé preeminencia al dato de especialista, pertenece ya a la falla esencial y filosófica de una medicina positivista. Una persona es mucho más que un conjunto de números, de presentaciones, cantidades de glucosa, radiografías y eritrosedimentaciones: es un ser complejo, una delicadísima unidad de materia y espíritu donde todo influye sobre todo, y en el que es inútil, cuando no pernicioso, el informe especializado que no integre el armónico y dificilísimo examen de la estructura.Dice ilustremente Schopenhauer que hay épocas en que el progreso es reaccionario y la reacción es progresista. Volver atrás, en momentos de crisis es lo más adecuado para retomar las banderas de un genuino progreso. En momentos en que el auge de la especialización y de la cuantificación mediante aparatos parece para muchos el colmo de la maravilla, no es difícil demostrar que constituye uno de los más agudos peligros que enfrenta la medicina contemporánea. Y reclamar al generalista,¿No es un poco retomar la vieja tradición de aquel clínico de otro tiempo? ¿De aquel hombre que tenía una especie de cualidad rabdomántica para detectar una enfermedad a veces con la sola forma de caminar de un paciente? ¿de aquel hombre que conocía al enfermo por su nombre y apellido, que estaba al tanto de sus problemas familiares y de sus angustias pecuniarias, de sus manías y amistades, de sus pasiones y esperanzas, de sus ideas políticas y religiosas? ¿De aquel hombre que sin mirar un aparato sabia a priori que a Don Rafael Schiaffino lo que le hacía falta no era vigilar su acido úrico sino, simple pero genialmente, irse por un tiempo al campo y dejar de ver a la suegra?Muchachos, ya les dije que soy apenas un escritor y, por cierto, no soy un medico, lo que no significa que no sepa nada de medicina, pues se de ella (y por motivos muy similares) lo que un ladrón consuetudinario puede saber de la organización policial. He padecido ulcera, reumatismo, gota, colitis, anginas de garganta, bronquitis. ¿Qué mas, para hablar un poco del asunto? Y, sobre todo, no se enojen: son opiniones revulsivas, con el solo animo de inclinarlos al análisis y discusión de problemas que a veces parecen ya resueltos.

Ernesto Sábato

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