VIDAS IMAGINARIAS SCHWOBfragmento
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V I D A S
I M A G I N A R I A S
Marcel Schwob
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Alain el Gentil: Soldado
Sirvi al rey Carlos VII desde la edad de doce aos, como arquero, despus de que gente de
guerra se lo llevara consigo del llano pas de Normanda. Y se lo llevaron de esta manera.
Mientras se incendiaba las granjas, se desollaba las piernas de los labradores a cuchillazos y se
volteaba a las muchachas en catres de tijera, desvencijados, el pequeo Alain se haba
acurrucado en una vieja pipa de vino desfondada a la entrada del lagar. La gente de guerra
volc la pipa y encontr un muchachito. Se lo llevaron con slo su camisa y su atrevido brial.
El capitn hizo que le dieran un pequeo jubn de cuero y un viejo capuchn que provena de
la batalla de Saint Jacques. Perrin Godin le ense a tirar con el arco y a clavar con limpieza su
saeta en el blanco. Pas de Bordeaux a Angoulme y del Poitou a Bourges, vio Saint Pourcan,
donde estaba el rey, franque los lindes de Lorraine, visit a Toul, volvi a Picardie, entr en
Flandes, atraves Saint Quentin, dobl hacia Normandie, y durante veintitrs aos recorri
Francia en compaa armada, tiempo en el cual conoci al ingls Jehan Poule-Cras, por quien
supo cul era la manera de jurar por Godon, a Chiquerello el Lombardo, quien le ense a
curar el fuego de San Antonio y a la joven Ydre de Laon, de quien aprendi cmo deba bajarse
las bragas.
En Ponteau de Mer su compaero Bernard d'Anglades lo persuadi de que se pusieran
fuera de la ordenanza real, asegurndole que los dos se daran la gran vida embaucando a los
crdulos con los dados trucados que llaman "cargados". Lo hicieron, sin desprenderse de sus
arreos militares, y fingan que jugaban, en la linde del cementerio, junto a los muros, en un
tamboril robado. Un mal sargento del juez eclesistico, Pierre Empongnart, hizo que le
ensearan las sutilezas de su juego y les dijo que no tardaran en ser prendidos, pero que
entonces deban jurar con osada que eran clrigos, para escapar as de la gente del rey y
reclamar la justicia de la Iglesia, y para ello, raparse la coronilla y deshacerse con prontitud, en
caso de necesidad, de sus gorgueras hechas jirones y sus mangas de color. El mismo los
tonsur con las tijeras consagradas y les hizo mascullar los siete Salmos y el versculoDominus
pars. Despus, cada uno tir por su lado, Bernard con Bietrix la Clavire y Alain con Lorenete
la Chandelire.
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Como Lorenete quera una sobrevesta de pao verde, Alain acech la taberna del Cheval
Blanc en Lisieux, donde haban bebido un jarro de vino. Volvi a la noche por el jardn, hizo un
agujero en el muro con su jabalina, entr en la sala donde encontr siete escudillas de estao,
un capuchn rojo y una sortija de oro. Jaquet le Grand, ropavejero de Lisieux, se las cambi
muy bien por una sobrevesta como la que deseaba Lorenete.
En Bayeux, Lorenete se aloj en una pequea casa pintada donde se deca que estaban los
baos de las mujeres, y la patrona de los baos no pudo menos que rer cuando Alain el Gentil
fue a buscarla para llevrsela. Lo condujo hasta la puerta empuando una vela y con una gran
piedra en la otra mano, en tanto le preguntaba si no tena ganas de que se la pasara por el
hocico para hacerle ver lo rica que era. Alain huy y en su huida volc la vela y arranc del
dedo a la buena mujer lo que le pareci una sortija preciosa; pero slo era de cobre dorado, con
una gran piedra rosada de fantasa.
Despus Alain anduvo errante y en Maubusson encontr, en la hostera del Papegaut, a
Karandas, su compaero de armas, quien estaba comiendo mondongo con otro hombre
llamado Jehan Petit.
Karandas llevaba an su corcesca y Jehan le Petit tena una bolsa con sus agujetas colgada
de su cinturn. La hebilla del cinturn era de plata fina. Despus de haber bebido, acordaron
los tres ir a Senlis por el bosque. Se pusieron en camino a la tarde y cuando estuvieron en la
espesura de la floresta, sin luz, Alain el Gentil fue quedndose atrs. Jehan le Petit caminaba
adelante. Y en la obscuridad Alain le clav con fuerza su jabalina entre los hombros, mientras
que Karandas le hunda su corcesca en la cabeza. Cay de bruces y Alain, a horcajadas en l, le
cort la garganta con su daga, de lado a lado. Despus le rellenaron el pescuezo con hojas
secas, para que no hubiese un charco de sangre en el camino. La luna apareci en un claro.
Alain cort la hebilla del cinturn y desanud las agujetas de la bolsa, en la cual haba diecisis
monedas de oro y treinta y seis cobres. Guard las monedas, arroj la bolsa con los cobres a
Karandas, por el trabajo, con la jabalina en alto. All se separaron el uno del otro, en medio del
claro, Kararidas jurando por la sangre de Dios.
Alain el Gentil no se atrevi a tocar Senlis y volvi dando rodeos a la ciudad de Run.
Cuando despertaba, ya pasada la noche, al pie de un seto florido, se vio rodeado por gente de a
caballo que le at las manos y lo condujo a la prisin. Cerca de la portezuela se escabull por
detrs de la grupa de un caballo y corri a la iglesia de Saint Patrice, donde se instal junto al
altar mayor. Los sargentos no pudieron pasar del atrio. Alain, ya inmune, recorri con libertad
la nave y el coro, vio hermosos clices de rico metal y vinajeras buenas para fundir. Y la noche
siguiente, tuvo como compaeros a Denisot y Marignon, rateros como l. Marignon tena una
oreja cortada. Lo nico que saban era comer. Envidiaban a las lauchitas que andaban por ah y
que anidaban entre las losas y engordaban royendo mendrugos de pan sagrado. A la tercera
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noche debieron salir, mordidos por el hambre. La gente de Justicia los apres y Alain, quien
vociferaba que era clrigo, haba olvidado arrancarse sus mangas verdes.
En seguida pidi ir al retrete, descosi su jubn y hundi las mangas entre la basura; pero
los hombres de la prisin advirtieron al preboste. Vino un barbero para afeitar por completo la
cabeza de Alain el Gentil para borrarle la tonsura. Los jueces rieron del pobre latn de sus
salmos. En vano jur que un obispo lo haba confirmado con una palmada cuando tena diez
aos; no pudo llegar al final de los padrenuestros. Se le hizo dar tormento como a lego,
primero en el potro pequeo, luego en el grande. Al fuego de las cocinas de la prisin confes
sus crmenes, con los miembros descalabrados por los tirones de las cuerdas y con la garganta
deshecha. El lugarteniente del preboste pronunci la sentencia en ese mismo lugar. Fue atado a
la carreta, arrastrado hasta la horca y colgado. Su cuerpo se tost al sol. El verdugo se qued
con el jubn, con sus mangas descosidas y con un hermoso capuchn de pao fino, con forro
de marta, que haba robado en una buena hostera.
FIN
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Crates: Cnico
Naci en Tebas, fue discpulo de Digenes y adems conoci a Alejandro. Su padre, Ascondas,
era rico y le dej doscientos talentos. Un da en que fue a ver una tragedia de Eurpides se
sinti inspirado ante la aparicin de Telefo, rey de Misia, vestido de harapos y con una cesta en
la mano.
Se levant en medio del teatro y en voz alta anunci que distribuira los doscientos talentos
de su herencia a quien los quisiera, y que en adelante le bastaran las ropas de Telefo. Los
tebanos se echaron a rer y se agolparon frente a su casa. Sin embargo, Crates se rea ms que
ellos. Arroj su dinero y sus muebles por las ventanas, tom un manto de tela, unas alforjas y
se fue. Lleg a Atenas y anduvo al azar por las calles, y a ratos descansaba apoyado en las
murallas, entre los excrementos. Practic todo lo que aconsejaba Digenes. El tonel le pareci
superfluo. Crates opinaba que el hombre no es un caracol ni un paguro. Se qued
completamente desnudo entre las basuras y recoga cortezas de pan, aceitunas podridas y
espinas de pescado para llenar sus alforjas. Deca que sus alforjas eran una ciudad vasta y
opulenta donde no haba parsitos ni cortesanas, y que produca en cantidades suficientes,
tomillo, ajo, higos y pan, que satisfacan a su rey. As Crates llevaba su patria a cuestas, que lo
alimentaba.
No se inmiscua en los asuntos pblicos, ni siquiera para burlarse, y tampoco le daba por
insultar a los reyes.
Desaprob la broma de Digenes. Digenes un da haba gritado: "Hombres, acrquense!",
y los que se haban acercado los golpe con su bastn y les dijo: "Llam a hombres, no a
excrementos". Crates se mostr tierno con la gente. Nada lo preocupaba. Se haba
acostumbrado a las llagas. Lo nico que lamentaba era no tener un cuerpo lo suficientemente
flexible como para podrselas lamer, como hacen los perros. Deploraba tambin la necesidad
de ingerir alimentos slidos y beber agua. Pensaba que el hombre deba bastarse a s mismo,
sin ninguna ayuda exterior. Al menos no iba en busca de agua para lavarse. Si la mugre lo
incomodaba, se contentaba con frotarse contra las murallas pues haba observado que no de
otro modo proceden los asnos. Poco hablaba de los dioses: no le importaban. Qu ms le daba
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que hubiera o que no hubiera dioses si saba que no podan hacerle nada. En todo caso, les
reprochaba que hubieran hecho deliberadamente desdichado al hombre al ponerle la cara en
direccin al cielo y privarlo de la facultad que poseen la mayor parte de los animales, que
andan a cuatro patas. Ya que los dioses han decidido que para vivir hay que comer, pensaba
Crates, tenan que poner la cara del hombre mirando al suelo, que es donde crecen las races:
nadie poda subsistir de aire o de estrellas.
La vida no fue generosa con l. A fuerza de exponer sus ojos al polvo acre del tica,
contrajo legaas. Una enfermedad desconocida de la piel lo cubri de tumores. Se rasc con sus
uas, que no cortaba nunca, y observ que sacaba un doble provecho, puesto que al mismo
tiempo que las usaba senta alivio. Sus largos cabellos llegaron a parecerse a un fieltro tupido,
y se las arregl de modo que lo protegieran de la lluvia y el sol.
Cuando Alejandro fue a verlo, no le dirigi palabras mordaces sino que lo consider uno
ms entre los espectadores, sin hacer ninguna diferencia entre el rey y la muchedumbre. Crates
careca de opinin sobre los poderosos. Le importaban tan poco como los dioses. Slo los
hombres lo preocupaban, y la forma de pasar la vida con la mayor sencillez posible. Las
censuras de Digenes le causaban risa, lo mismo que sus pretensiones de reformar las
costumbres.
Crates se consideraba muy por encima de tan vulgares preocupaciones. Transformaba la
mxima inscrita en el frontn del templo de Dlfos, y deca: "Vive t mismo". La idea de
cualquier conocimiento le pareca absurda. Slo estudiaba las relaciones de su cuerpo con lo
que ste necesitaba, tratando de reducirlas al mximo. Digenes morda como los perros, pero
Crates viva como los perros.
Tuvo un discpulo llamado Metrocles. Era un rico joven de Maronea. Su hermana
Hiparquia, bella y joven, se enamor de Crates. Hay testimonios de que se sinti atrada por l
y de que fue a buscarlo. Parece imposible, pero es cierto. No le repugnaba ni la suciedad del
cnico, ni su absoluta pobreza, ni el horror de su vida pblica. Crates le previno que viva como
los perros, por las calles, y que buscaba huesos en los montones de basura. Le advirti que
nada de su vida en comn sera ocultado y que la poseera pblicamente cuando tuviera ganas,
como lo hacen los perros con las perras. A Hiparquia no le extra. Sus padres trataron de
retenerla: ella amenaz con matarse. Entonces abandon el pueblo de Maronea, desnuda, con
los cabellos sueltos, cubierta slo con un antiguo lienzo, y vivi con Crates, vestida como l. Se
dice que tuvieron un hijo, Pasicles; pero no hay nada seguro al respecto.
Parece que esta Hiparquia fue buena y compasiva con los pobres. Acariciaba a los
enfermos; lama sin la menor repugnancia las heridas sangrantes de los que sufran,
convencida de que eran para ella lo que las ovejas son para las ovejas. Si haca fro, Crates e
Hiparquia se acurrucaban con los pobres y trataban de trasmitirles el calor de sus cuerpos. No
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sentan ninguna preferencia por los que se acercaban a ellos. Les bastaba con que fueran
hombres.
Eso es todo lo que nos ha llegado de la mujer de Crates; no sabemos cundo ni cmo
muri. Su hermano Metrocles admiraba a Crates, y lo imit. Pero no viva tranquilo. Continuas
flatulencias, que no poda retener, perturbaban su salud. Se desesper y decidi morir. Crates
se enter de su desgracia y quiso consolarlo. Comi una buena porcin de altramuces y se fue
a ver a Metrocles. Le pregunt si era la vergenza de su enfermedad lo que tanto lo afliga.
Metrocles confes que no poda soportar su desgracia. Entonces Crates, hinchado por los
altramuces, solt unos cuantos gases en presencia de su discpulo y le afirm que la naturaleza
someta a todos los hombres al mismo mal. Luego le reproch que hubiese sentido vergenza
de los dems y le propuso su propio ejemplo. Solt despus unos cuantos gases ms, tom a
Metrocles de la mano y se lo llev.
Ambos anduvieron mucho tiempo juntos por las calles de Atenas, sin duda con Hiparquia.
Hablaban muy poco entre ellos. No tenan vergenza de nada. An cuando revolvan en los
mismos montones de basuras, los perros parecan respetarlos. Cabe pensar que si los hubiera
acuciado el hambre, se habran acometido unos a otros a dentelladas. Pero los bigrafos no
refieren nada por el estilo. Sabemos que Crates muri viejo, que termin por quedarse en un
mismo sitio, recostado bajo el cobertizo de un almacn del Pireo donde los marineros
guardaban fardos, que dej de vagar en busca de algo que roer, que ya ni siquiera quiso
extender el brazo y que un da lo encontraron consumido por el hambre.
FIN
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El capitn Kidd: Pirata
No hay acuerdo acerca de por qu razn se le puso a este pirata el nombre del cabrito (Kidd).
El acta por la cual Guillermo III, rey de Inglaterra, lo invisti del mando de la galera La
Aventura, en 1695, comienza por estas palabras: "A nuestro leal y bienamado Capitn William
Kidd, comandante, etc. Salve". Pero es seguro que ya entonces era un nombre de guerra. Unos
dicen que acostumbraba, elegante y refinado como era, calzar siempre, tanto en combate como
en maniobra, delicados guantes de cabritilla con vueltas de encaje de Flandes; otros aseguran
que durante sus peores matanzas exclamaba: "Yo que soy suave y bueno como un cabrito
recin nacido"; otros aun, pretenden que meta el oro y las alhajas en sacos muy flexibles,
hechos de cuero de cabra joven, y que se le ocurri usarlos el da que saque un navo cargado
de azogue con el cual llen mil bolsones de cuero que todava estn enterrados en el flanco de
una pequea colina en las islas Barbados. Basta con saber que su pabelln de seda negra
llevaba bordados una cabeza de muerto y una cabeza de cabrito, lo mismo que llevaba grabado
en su sello. Los que buscan los muchos tesoros que ocult en las costas de los continentes de
Asia y de Amrica, llevan delante de ellos un pequeo cabrito negro que debe gemir en el
lugar donde el capitn enterr su botn; pero ninguno ha logrado nada. El mismo Barbanegra,
quien haba sido aleccionado por un antiguo marinero de Kidd, Gabriel Loff, slo encontr en
las dunas sobre las cuales se levanta hoy Fort Providence, gotas dispersas de azogue que
rezumaban de la arena. Y todas sus excavaciones son intiles, porque el capitn Kidd declar
que sus escondites seran eternamente ignorados debido al "hombre del balde sangriento".
Kidd, en efecto, fue acosado por ese hombre durante toda su vida, y los tesoros de Kidd son
acosados y defendidos por aqul desde que ste muri. Lord Bellamont, gobernador de las
Barbados, irritado por el enorme botn cobrado por los piratas en las Indias Occidentales,
equip la galera La Aventura y obtuvo del rey, para el capitn Kidd, la comisin del mando.
Haca mucho tiempo que Kidd senta celos del famoso Ireland, que saqueaba todos los
convoyes. Le prometi a lord Bellamont que tomara su chalupa y que lo traera con sus
compaeros para hacerlos ejecutar. La Aventura llevaba treinta caones y ciento cincuenta
hombres. En primer trmino Kidd toc Madeira y se aprovision de vino; despus Bonavist,
para cargar sal; por fin Saint Lago, donde complet el aprovisionamiento. Y de ah se hizo a la
mar hacia la entrada del Mar Rojo donde, en el Golfo Prsico, hay un lugar en una pequea isla
que se llama la Clef de Bab.
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Fue all donde el capitn Kidd reuni a sus compaeros y les hizo izar el pabelln negro
con la cabeza de muerto. Juraron todos, sobre el hacha, obediencia absoluta al reglamento de
los piratas. Cada hombre tena derecho a votar e igual opcin para provisiones frescas y licores
fuertes. Los juegos de naipes y de dados estaban prohibidos. Las luces y candelas deban estar
apagadas a las ocho de la noche. Si un hombre quera beber despus de esa hora, beba en el
puente, en la oscuridad, a cielo abierto. La compaa no reciba mujeres ni muchachos. Aquel
que los introdujera disfrazados sera castigado con la muerte. Los caones, las pistolas y los
machetes deban mantenerse bien cuidados y relucientes. Las querellas se ventilaran en tierra,
con sable o con pistola. El capitn y el segundo tendran derecho a dos partes; el maestre, el
contramaestre y el caonero, a una y media; los otros oficiales a una y un cuarto. Reposo para
los msicos el da del Sabbat.
El primer navo que encontraron era holands, al mando del Schipper Mitchel. Kidd iz el
pabelln y le dio caza. El navo mostr enseguida los colores franceses, entonces el pirata lo
interpel en francs. El Schipper llevaba un francs a bordo, el que respondi. Kidd le
pregunt si tena un pasaporte. El francs dijo que s. "Y bien, por Dos -respondi Kidd-, en
virtud de su pasaporte lo apreso como capitn de este navo". Y en seguida lo hizo colgar de la
verga. Despus hizo que viniesen los holandeses uno por uno. Los interrog y, haciendo como
que no entenda nada de flamenco, orden para cada prisionero: "Francs; la tabla!". Se fij
una tabla hacia afuera de la borda. Todos los holandeses corrieron por ella, desnudos, delante
de la punta del machete del contramaestre y saltaron al mar.
En ese momento, el caonero del capitn Kidd, Moor, alz la voz:
-Capitn, por qu mata a esos hombres? -grit.
Moor estaba ebrio. El capitn se volvi, tom un balde y le dio con l en la cabeza. Moor
cay con el crneo partido. El capitn Kidd hizo que lavaran el balde, pues haban quedado
cabellos pegados con sangre coagulada. Ningn hombre de la tripulacin quiso volver a usarlo
para mojar el lampazo. Dejaron el balde atado a la borda.
Desde ese da el capitn Kidd fue acosado por el hombre del balde. Cuando apres al navo
moro Queda, tripulado por hindes y armenios, con diez mil libras de oro, al hacer el reparto
del botn el hombre del balde sangriento estaba sentado en los ducados. Kidd lo vio claramente
y ech un juramento. Baj a su cabina y vaci una taza de bomb. Luego, ya de vuelta en el
puente, hizo arrojar el viejo balde al mar. En el abordaje del rico buque mercante Moceo no
encontraron con qu medir las partes de oro en polvo del capitn. "Un balde lleno", dijo una
voz a espaldas de KM. Este cort el aire con su machete y enjug sus labios, que echaban
espuma. Despus hizo colgar a los armenios. Los hombres de la tripulacin parecan no haber
entendido nada. Cuando Kidd atac al Hirondelle, se acost en su litera despus del reparto.
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Cuando despert se sinti empapado de sudor y llam a un marinero para pedirle con qu
lavarse. El hombre le llev agua en una cubeta de estao. Kidd lo mir fijamente y aull:
-Es as como se comporta un caballero de fortuna? Miserable! Me traes un balde lleno de
sangre!
El marinero huy. Kidd lo hizo desembarcar y lo dej "cimarrn", con un fusil, una botella
de plvora y una botella de agua. No tuvo otra razn para enterrar su botn en diferentes
lugares solitarios, en las arenas, que la conviccin de que todas las noches el caonero
asesinado iba a vaciar el paol del oro con su balde para arrojar las riquezas al mar.
Kidd se dej prender a la altura de Nueva York. Lord Bellamont lo envi a Londres. Fue
condenado a la horca. Lo colgaron en el muelle de la Excution, con su casaca roja y sus
guantes. En el momento en que el verdugo le calaba hasta los ojos el gorro negro, el capitn
Kidd se debati y grit:
-Me cago en Diez! Yo saba muy bien que me metera su balde en la cabeza!
El cadver ennegrecido permaneci enganchado en las cadenas por ms de veinte aos.
FIN
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El zueco
El bosque del Gvre est cruzado por doce grandes senderos. La vspera de Todos los
Santos, el sol rayaba an las hojas verdes con una barra sangre y oro, cuando una nia
vagabunda apareci por la ruta principal del este. Llevaba un pauelo rojo a la cabeza atado
bajo el mentn, una camisa de pao gris con botones de cobre, una falda deshilachada, un
par de pequeas pantorrillas doradas, redondas como bolillos, que se introducan en zuecos
guarnecidos de hierro. Cuando lleg a la gran encrucijada, al no saber hacia dnde ir, se
sent cerca de la seal kilomtrica y se puso a llorar. Y llor durante tanto rato que la noche
cay mientras las lgrimas corran entre sus dedos. Las ortigas dejaban inclinarse sus
racimos de granos verdes. Los grandes cardos cerraban sus flores violetas, la carretera gris a
lo lejos reforzaba su color grisceo bajo la niebla. De repente, dos garras y un fino hocico se
subieron a un hombro de la pequea; y despus un cuerpo aterciopelado por completo,
seguido de una cola en penacho, anid entre sus brazos e introdujo su nariz en la manga
corta de pao. Entonces la nia se levant, y se introdujo bajo los rboles, bajo los arcos que
formaban las ramas entrelazadas con breas picadas de endrinas de donde surgan de
improviso avellanos y ablanedos dirigidos hacia el cielo. Y, al fondo de una de aquellas
bvedas negras, vio dos llamas muy rojas. El pelo de la ardilla se eriz; algo rechin los
dientes, y la ardilla salt al suelo. Pero la nia haba corrido tanto por los caminos que ya no
tena miedo, y avanz hacia la luz.
Un ser extraordinario, con los ojos encendidos y la boca de un violeta oscuro, se hallaba
agazapado bajo un matorral; sobre su cabeza se erguan dos cuernos puntiagudos y all
mordisqueaba las avellanas que coga constantemente con su larga cola. Abra las avellanas
con los cuernos, les quitaba las cscaras con sus manos secas y peludas, cuyas palmas eran
rosas y rechinaba los dientes cuando se las coma. Al ver a la nia, dej de roer y se qued
mirndola, guiando constantemente los ojos.
-Quin eres? -dijo ella
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-No ves que soy el diablo? -contest el animal levantndose.
-No, seor diablo, -grit la nia-. Oh... oh... no me haga dao! No me hagas dao, seor
diablo. Yo no te conozco sabes? Nunca he odo hablar de ti. Eres malo?
El diablo se ech a rer. Acerc su garra puntiaguda hacia la nia y le lanz a la ardilla
sus avellanas. Cuando se rea, los manojos de pelos que crecan en sus fosas nasales y en sus
orejas bailaban sobre su cara.
-S bienvenida, nia -dijo el diablo-. Me gustan las personas sencillas. Creo que eres
una buena chica, pero no te sabes an el catecismo. Cuando seas mayor tal vez te enseen
que yo me llevo a los hombres, pero vers claramente que eso no es cierto. Slo vendrs
conmigo si quieres.
-Pero, yo no quiero -dijo la nia-. Eres malo; en tu casa todo debe estar negro. Yo, como
puedes ver, deambulo a la luz del sol por la carretera; recojo flores y, a veces, cuando pasan
damas o caballeros, me las compran por diez cntimos. Y por la noche, a veces, hay buenas
mujeres que me permiten dormir sobre su heno. Esta noche no he podido comer porque
estamos en el bosque.
Y el diablo dijo:
-Escucha, pequea, no tengas miedo. Voy a ayudarte. Ponte de nuevo el zueco que se te
ha cado.
Y mientras deca esto, el diablo coga una avellana con su cola, y la ardilla cascaba otra.
La pequea introdujo su pie mojado dentro del zueco y, de repente, se encontr en la
carretera principal bajo un sol naciente que formaba bandas rojas y violetas por oriente, en
el aire fresco de la maana, con la bruma flotando an por encima de los prados. Ya no
haba ni bosque, ni ardilla, ni diablo. Un carretero borracho que pasaba en aquel instante al
galope conduciendo un grupo de becerros que mugan bajo una lona mojada, le azot las
piernas con el ltigo a modo de saludo. Las abejarucos de cabeza azul piaban en los setos de
majuelo cuajados de flores blancas. La pequea, bastante sorprendida, se puso de nuevo a
andar. Durmi bajo una coscoja en un rincn del campo y al da siguiente prosigui su
camino. Andando, andando, lleg hasta las landas pedregosas baadas por un aire salado. Y
ms lejos encontr cuadrados de tierra, cubiertos de agua salina, con montones de sal que
amarilleaban ante el cruce de las calzadas. Andarros y nevatillas picoteaban el estircol en
la carretera. Grandes bandadas de cuervos se abatan sobre los campos, con roncos
graznidos.
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Una tarde hall sentado al margen del camino a un mendigo harapiento, con la frente
vendada por un trapo viejo, el cuello surcado por cuerdas rgidas y retorcidas y los prpados
vueltos. Cuando la vio llegar, se levant y le impidi el paso con sus brazos extendidos. Ella
dio un grito; sus gruesos zuecos resbalaron por la pasarela del arroyo que cortaba la ruta: la
cada y el pnico hicieron que se desmayara. El agua, susurrando, le baaba el cabello; las
araas rojas se deslizaban entre las hojas de los nenfares para mirarla; las ranas verdes
agachadas la contemplaban tragando aire. Sin embargo, el mendigo se rasc con lentitud el
pecho bajo su ennegrecida camisa y continu su camino arrastrando una pierna. Poco a poco
el sonido de la escudilla golpeando en su bastn se desvaneci por completo.
La pequea se despert bajo el intenso sol. Estaba dolorida y no poda mover el brazo
derecho. Sentada sobre la pasarela, trataba de sobreponerse al aturdimiento. Luego, a lo
lejos, se oyeron los cascabeles de un caballo; y poco despus el rodar de un vehculo.
Protegindose los ojos del sol con la mano logr divisar una toca blanca que destacaba entre
dos blusas azules. El charabn avanzaba con rapidez; delante trotaba un pequeo caballo
bretn con cabestro adornado de cascabeles y dos plumeros colocados sobre las anteojeras.
Cuando lleg a la altura de la chica, sta tendi el brazo izquierdo suplicante. Una mujer
grit:
-Vaya! parece un chica que necesita ayuda. Detn el caballo, Jean, voy a ver qu le pasa.
Sujtalo bien para que no se mueva y pueda bajarme. So! So! Vamos pues! Vamos a ver
qu le ocurre.
Pero cuando se acerc, la chiquilla haba vuelto al pas de los sueos. El sol le haba
daado demasiado los ojos, el blanco resplandor de la carretera y el dolor sordo que le
produca el brazo daado le haban estrangulado el corazn dentro del pecho.
-Parece que est a punto de morir, -susurr la campesina- Pobre chiquilla! O es algo
retrasada o ha sido mordida por un cocodrilo o por un sourd; esos animales, que recorren los
caminos de noche, son bien dainos. Sujeta bien el carro, Jean, que no se mueva. Ven a
echarme una mano, Mathurin, para subirla.
El charabn la fue traqueteando; el pequeo caballo sigui trotando con sus dos
plumeros que se sacudan cada vez que una mosca le haca cosquillas en la testera; la mujer
de la cofia blanca, situada entre las dos blusas azules, se volva de vez en cuando hacia la
chiquilla, que segua muy plida. Llegaron por fin a una casa de pescador, cubierta de
blago; su propietario era uno de los pescadores ms acomodados de la comarca, pues tena
con qu vivir y poda enviar su pescado al mercado en el fondo de la carreta.
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All concluy el viaje de la pequea, pues a partir de entonces permaneci en la casa de
aquellos pescadores. Las dos blusas azules eran las de Jean y Mathurin; la mujer de la cofia
blanca, la seora Math; el marido el marinero que pescaba en una chalupa. Retuvieron a la
chica pensando que poda ser til para llevar la casa. Como los chicos y chicas de los
marineros, fue educada a base de golpes. Los maltratos y los pescozones cayeron sobre ella
con asiduidad. Y cuando se hizo mayor, a fuerza de arreglar las redes, manipular los cubos
de agua sucia, conducir el vertedor, limpiar las algas, lavar los chubasqueros, introducir los
brazos en el agua grasienta y en el agua salada, sus manos se le pusieron rojas y agrietadas,
las muecas arrugadas como el cuello de un lagarto, los pies endurecidos y llenos de callos
por haber pasado mil veces sobre las pstulas del varec y las ristras de mejillones violetas
que araan la piel con el filo cortante de sus conchas. De la chiquilla de antao slo
quedaban dos ojos como brasas y una tez morena; con las mejillas marchitas, las pantorrillas
torcidas, la espalda encorvada por las pesadas cestas de sardinas, lleg a convertirse en una
bracera destinada al matrimonio. Fue prometida a Jean, y antes de que los comentarios del
pueblo publicaran los esponsales, Jean tom un vale a cuenta sobre el matrimonio. Se
casaron: el hombre se fue a pescar a la trana y a beber al regreso jarras de sidra y vasos de
ron.
No era agraciado pues tena una cara huesuda y un tup de cabellos amarillos entre dos
orejas puntiagudas. Pero tena los puos fuertes: tras cada da de borrachera, Jeanne
apareca cubierta de moratones. Pari una ristra de chiquillos que aparecan agarrados a sus
faldas cuando, en el dintel de la casa, raspaba la marmita de las papillas. Tambin stos
fueron educados como los chicos y chicas de los marineros: a golpes. Los das transcurran
montonos, lavando a los nios, arreglando redes, acostando al padre cuando volva
borracho y, a veces, en algunas buenas tardes, jugando al tres-siete con las vecinas mientras
la lluvia golpeaba los cristales y el viento abata las ramillas de la chimenea.
Luego el hombre desapareci en el mar; Jeanne lo llor en la iglesia. Pas mucho tiempo
con la cara triste y los ojos rojos. Los hijos crecieron y se fueron uno por aqu, otro por all.
Finalmente, se qued sola, vieja, cojitranca, encogida, temblorosa y viviendo del poco
dinero que le enviaba uno de los hijos que era gaviero. Y un da, al llegar la aurora, los rayos
grises que entraron a travs de los cristales ahumados iluminaron una apagada chimenea y
una vieja moribunda. Las rodillas puntiagudas levantaban sus harapos, mientras daba las
ltimas bocanadas.
Al tiempo que una de esas bocanadas cantaba en su garganta, se oy tocar a maitines y
sus ojos se oscurecieron de repente: sinti que se haca de noche; vio que se hallaba en el
bosque del Gvre; que acababa de ponerse su zueco; que el diablo coga una avellana con su
cola y la ardilla roa otra. Grit sorprendida al verse de pequea, con su pauelo rojo, su
camisa gris y su falda desgarrada, y con angustia exclam:
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15
-Oh! Eres el diablo y vienes a llevarme! -gimi santigundose.
-Has hecho bastantes progresos y eres libre de venir conmigo o no -dijo el diablo.
-Cmo?! -dijo- No soy una pecadora y vas a quemarme?
-No -dijo el diablo-, puedes vivir o venirte conmigo.
-Pero, Satans si estoy muerta!
-No -repiti el diablo-. Es cierto que te he hecho vivir toda tu vida, pero slo durante el
instante que empleaste en volver a poner tu zueco. Ahora puedes elegir entre esa vida o el
nuevo viaje que te ofrezco.
Entonces la chiquilla se tap los ojos con una mano y se puso a reflexionar. Record sus
penas y fatigas, su vida triste y gris; se sinti sin fuerzas para volver a empezar.
-Esta bien! -le dijo al diablo- te acompao.
El diablo lanz un surtidor de vapor blanco con su boca violeta, hundi sus garras en la
falda de la pequea y, abriendo unas grandes alas negras de murcilago, subi con rapidez
por encima de los rboles del bosque. Haces de fuego rojo como cohetes surgieron de sus
cuernos, del extremo de sus alas y de las puntas de sus pies; la pequea iba colgando inerte,
como un pjaro herido. Pero, de repente, sonaron las doce campanadas de la iglesia de Blain,
y de todos los campos oscuros subieron formas blancas, mujeres y hombres, de alas
transparentes, que volaban con suavidad por los aires. Eran los santos y santas cuya fiesta
acababa de empezar; el cielo plido estaba repleto de ellos, que resplandecan de forma
extraa. Los santos tenan en torno a la cabeza un aureola de oro; las lgrimas de los santos y
las gotas de sangre que haban vertido se haban convertido en diamantes y rubes que
salpicaban sus ropajes difanos. Y santa Magdalena deshizo sobre la pequea sus cabellos
rubios; el diablo se encogi y cay hacia la tierra como una araa al extremo de su hilo; la
santa cogi a la nia en sus blancos brazos y dijo:
-Para Dios, tu vida de un segundo tiene el mismo valor que la de decenas de aos; no
tiene en cuenta el tiempo, pero valora el sufrimiento: ven a festejar con nosotros la fiesta de
Todos los Santos.
Y los harapos de la nia cayeron; uno tras otro tambin cayeron los zuecos al vaco de la
noche, y dos alas deslumbrantes surgieron de sus hombros. Y vol, entre santa Mara y santa
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Magdalena, hacia un astro bermejo y desconocido donde se encuentran las islas de los
Bienaventurados. All es donde un segador misterioso acude cada noche, con la luna por
guadaa, y entre las praderas de gamonitas siega estrellas rutilantes que luego siembra en la
noche.
FIN