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VIENTOS DE CAMBIOLA IGLESIAANTE LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS

F. Javier Vitoria

INTRODUCCIÓN ..................................................................................................................

1. EL CONCEPTO «SIGNOS DE LOS TIEMPOS» .............................................................1.1. El uso ................................................................................................................1.2. El significado .................................................................................................1.3. Los signos del Reinado de Dios

en «las experiencias de contraste» ................................................1.4. Los pobres y el discenimiento

de los signos de los tiempos ............................................................

2. CUATRO SIGNOS ACTUALES DEL REINADO DE DIOS .............................................2.1. Las desigualdades del mundo ..................................................................2.2. La emancipación de las mujeres .............................................................2.3. El pluralismo cultural .................................................................................2.4. La cultura democrática ...............................................................................2.5. Punto final ........................................................................................................

NOTAS ..................................................................................................................................

CUESTIONES PARA LA REFLEXIÓN .................................................................................

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INTERNET: www.cristianismeijusticia.net • Dibujo de la portada: Roger Torres • Impreso enpapel y cartulina ecológicos • Edita CRISTIANISME I JUSTÍCIA • Roger de Llúria, 13 -08010 Barcelona • Teléfono: 93 317 23 38 • Fax: 93 317 10 94 • [email protected] •Imprime: Edicions Rondas, S.L. • ISSN: 0214-6509 • ISBN: 84-9730-287-7 • Depósito legal:B-4.228-2011 • Febrero 2012La Fundació Lluís Espinal le comunica que sus datos estan registrados en un fichero de nombre BDGACIJ, titu-laridad de la Fundació Lluís Espinal. Solo se utilizan para la gestión del servicio que le ofrecemos, y para mante-nerle informado de nuestras actividades. Puede ejercer los derechos de acceso, rectificación, cancelación y opo-sición dirigiéndose por escrito a: c/ Roger de Llúria 13, 08010 Barcelona.

F. Javier Vitoria, es sacerdote de la diócesis de Bilbao. Profesor jubilado de la Facultad deTeología de Deusto. Profesor invitado en la UCA de El Salvador. Miembro del consejo de direc-ción de la revista Iglesia Viva. Ha publicado con esta colección: Irak ¿guerra preventiva?(Cuaderno nº 117); Cristianismo beligerante con la injusticia. Manifiesto a los 20 años de CJ(Cuaderno nº 100); Un orden económico justo (Cuaderno nº 87). Es miembro del equipo deCristianisme i Justícia.

A los quemados,a los hartos,

a los cansados o simplemente aburridospor los modos de proceder de la Iglesia institucional.

Con la ilusión de que la esperanza, suscitada por el Vaticano II,pueda renacer pronto

desde las cenizas de su derrota.

INTRODUCCIÓN

«El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dóndeviene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu» (Jn 3,8). Conestas palabras Jesús de Nazaret invita a Nicodemo a escuchar la vozdel Espíritu de Dios. Es su conditio sine que non para nacer de nuevoy entrar en el Reino de Dios (cf. Jn 3,3.5). Una invitación semejante desu Señor llega hasta la Iglesia del siglo XXI en estos tiempos tan exten-sos de encrucijadas y tan aturdidos en las crisis. Pero con una particu-laridad. El Soplo del Espíritu no es un viento poderoso que «arrancamatojos y limpia los caminos de siglos de destrozos» contra la justiciay la libertad, como hemos cantado tantas veces gracias a la inspiraciónde José Antonio Labordeta. Tampoco parece que sea verdad que «lasemilla de los nuevos tiempos llega con los vendavales», como canta-ba Carlos Cano en memoria de aquel gigante de la solidaridad con lospobres y testigo del Evangelio que fue Diamantino García. El Soplo delDios del Reino y de Jesús de Nazaret tiene más bien la intensidad so-nora del susurro de aquella brisa suave, que el profeta Elías escuchóen el monte Horeb (cf. 1Re 19,9-12). Si hacemos caso a Dolores Alei-xandre, la Iglesia va a necesitar escuchar «la voz de un silencio tenue»1

en una época y en un espacio agitados por aires huracanados de todotipo. Tarea nada sencilla en medio de tanto barullo ensordecedor. Y sinembargo de una importancia vital para ella.

Con sensibilidad evangélica y una sabiduría que recuerda a la de losparapentistas, la Iglesia ha de saber identificar la voz del «Viento deDios», averiguar dónde sopla y en qué dirección para dejarse moverpor él, y no por “otros aires”, aunque soplen desde la curia vaticana.Y si alguien se siente molesto por esta alusión a la curia, le invito arecordar una lección de la historia reciente de la Iglesia: el concilioVaticano II, bajo la dirección del Espíritu Santo, salió adelante con laoposición de los poderes fácticos de la curia vaticana y tras rechazaralgunos de los esquemas iniciales que los curiales habían preparadopara el debate y la aprobación conciliar. El Soplo de Dios es el único

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«Es propio de todo el Pueblo de Dios, pero principalmente delos pastores y de los teólogos, auscultar, discernir e interpretar,con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestrotiempo y valorarlas a la luz de la palabra divina, a fin de que laVerdad revelada pueda ser mejor percibida, mejor entendida yexpresada en forma más adecuada» [GS 44a]

aire capaz convertir el actual desmoronamiento de la institución ecle-sial en el vuelo de la sacramentalidad salvífica para la humanidad [cf.LG 1] y de impulsar a la Iglesia nuevamente rumbo a los espacios delReino para acogerlo y servirlo. Este cuaderno está escrito con la inten-ción de compartir con los compañeros y las compañeras de mesa deJesús esta convicción: vientos de renovación recorren la Iglesia impul-sados por la Voz de Dios.

El Soplo de Dios viene envuelto en los vientos recios de cambio quehoy recorren nuestro mundo. Unas veces chocando, otras sorteando,pero siempre pugnando con otras corrientes poderosísimas que pre-tenden sofocarlos para perpetuar “el desorden establecido” en el quevivimos. En este crucial contexto histórico el anuncio del Reino de Diosno podrá ser anunciado si no va acompañado «del testimonio de la po-tencia del Espíritu Santo, presente en la acción de la comunidad cris-tiana al servicio de sus hermanos y hermanas, en los puntos donde sejuegan éstos su existencia y su porvenir» (Pablo VI, Octogesima Adve-niens 51). Entendemos los signos de los tiempos como los ecos delSoplido susurrante de Dios y subrayamos la importancia de su indaga-ción y discernimiento para que una Iglesia, renacida de nuevo, puedadar testimonio de la potencia del Espíritu, cumpliendo hoy con su mi-sión de anunciar e instaurar el Reino de Dios, siendo ella misma «en latierra el germen y el principio de ese reino» [LG 5].

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1.1. El usoPablo VI también utilizará la nocióncomo clave de la renovación de la Igle-sia:

«Esto no significa que pretendamoscreer que la perfección consista en lainmovilidad de las formas, de quela Iglesia se ha revestido a lo largode los siglos; ni tampoco en que sehaga refractaria a la adopción de for-mas hoy comunes y aceptables delas costumbres y de la índole de nues-tro tiempo. La palabra, hoy ya fa-mosa, de nuestro venerable Prede-

cesor Juan XXIII, de feliz memoria,la palabra aggiornamento, Nos latendremos siempre presente comonorma y programa; lo hemos confir-mado como criterio directivo delConcilio Ecuménico, y lo recordare-mos como un estímulo para la siem-pre renaciente vitalidad de la Iglesia,para su siempre vigilante capacidadde estudiar los signos de los tiemposy para su siempre joven agilidad de“probar... todo y de apropiarse lo quees bueno” (1Tes 5,21); y ello, siem-pre y en todas partes.» [EcclesiamSuam 19]

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1. EL CONCEPTO «SIGNOS DE LOS TIEMPOS»

El uso del concepto «signo de los tiempos» es muy reciente en la Igle-sia. Sólo tiene cincuenta años. El 25 de diciembre de 1961, Juan XXIIIlo introdujo en el lenguaje del magisterio, por primera vez y en un contex-to histórico crucial para la Iglesia, mediante la Constitución HumanaeSalutis que convocaba el concilio Vaticano II. «Siguiendo la recomen-dación de Jesús, cuando nos exhorta a distinguir claramente los sig-nos... de los tiempos (Mt 16,3), –escribe el Papa Roncalli– Nos cree-mos vislumbrar, en medio de tantas tinieblas, no pocos indicios que noshacen concebir tiempos mejores para la Iglesia y la humanidad.»2

Finalmente el Concilio Vaticano II,no sin protagonizar un fuerte debate enel aula conciliar,3 la consagrará definiti-vamente para la vida eclesial.4 La Cons-titución Pastoral sobre la Iglesia en elmundo actual postulará la indagación de«los signos de los tiempos», como tareapropia de todo el Pueblo de Dios, conuna trascendental triple finalidad: a) res-ponder a los interrogantes de cada gene-ración;5 b) percibir la presencia y losplanes de Dios en la historia;6 y c) hacerinteligible al hombre de hoy la verdadrevelada.7

Conviene detenerse y reflexionar so-bre un par de afirmaciones del Concilioque hoy corren el peligro de olvidarse eincluso negarse en la práctica.

1.1.1. Auscultar, discernir e interpretarlos signos de los tiemposEl Vaticano II afirma taxativamente quees una tarea propia de «todo el Pueblode Dios», auscultar, discernir e interpre-tar los signos de los tiempos, aunque lesreconozca a los obispos y a los teólogosun papel principal en esa tarea [cf. GS44a]. Indirectamente el Concilio está re-cordando que el discernimiento eclesialde la voluntad de Dios (qué es lo buenopara su Reino que Dios reclama de «to-do el Pueblo de Dios» en unas circuns-tancias históricas determinadas) es unaexigencia intrínseca del seguimiento deJesús, que nadie en la Iglesia debe olvi-dar, impedir o negar.

Consecuentemente hay que calificarde impropias de la tradición conciliar al-gunas de las afirmaciones del Código deDerecho Canónico acerca de los conse-jos de pastoral diocesanos. De acuerdo

con la eclesiología de comunión delVaticano II, el consejo de pastoral de-biera ser el órgano principal de expre-sión de la comunión y la corresponsa-bilidad de esa Iglesia local o diócesis.Ningún otro organismo diocesano re-presenta a «todo el Pueblo deDios»me-jor que él. Consecuentemente parecelógico que sea el lugar eclesial prefe-rente donde esa porción del Pueblo deDios es convocada para de manera co-rresponsable auscultar, discernir e inter-pretar los signos de los tiempos con elfin de anunciar e instaurar el Reino deDios en aquel territorio, siendo él mis-mo su germen y su principio [cf. LG 5].

No parece, por tanto, de recibo nique la constitución del consejo de pas-toral dependa del arbitrio del obispo yno sea algo normativo en la vida de lasIglesias locales, como ocurre con la delconsejo del presbiterio, que sí lo es(c. 495); ni que el voto del consejo seameramente consultivo y no deliberativo(cf. CIC 511;514). El mismo despotis-mo y la misma calidad del voto se vuel-ven a repetir con ocasión de los conse-jos de pastoral parroquiales (cf. c. 536).

Ante la imagen canónicade una Iglesia piramidal,no hay control jurídicodel ejercicio de su poder

Estamos ante la imagen canónica deuna Iglesia piramidal, muy alejada de laconciliar. La jerarquía en sus distintosniveles –desde el más elevado (el obis-

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po) hasta el más bajo (encargado de laparroquia)– está en condiciones de ha-cer y deshacer a su antojo. Nada se loimpide. Por una razón bien sencilla: noexisten controles jurídicos del ejerciciode su poder. La Iglesia se convierte asíen un campo abonado para los desma-nes de los ottavianis de turno, que «ha-berlos, hailos».

Los defensores de semejante desati-no suelen parapetarse tras la afirmaciónde que la Iglesia no es una democraciapara a continuación largar una serie de ra-zonamientos seudoteológicos. Cada díaque pasa este discursome parecemás te-dioso, más extraño para la sensibilidadde los hombres y mujeres de hoy, másinconsistente su justificación teológicay menos evangélicos los intereses desdelos que se elabora y mantiene. La faltade entidad de los consejos de pastoraldebilita la comunión en la Iglesia, pues,como dice la Nota explicativa previa dela Lumen Gentium, el sentido de la co-munión «no es el de un afecto inde-finido, sino el de una realidad orgánica,que exige una forma jurídica y que, a lavez, está animada por la caridad».

Mi larga experiencia como conse-jerome dice que el decaimiento y la pér-dida progresiva de vitalidad de los con-sejos de pastoral tienen su origen en unacerteza que de manera creciente se vaabriendo paso entre susmiembros ame-dida que van trascurriendo las sesiones:son convocados por el obispo para untrámite sin entidad real para la vida dela diócesis. Lo realmente importante lodeciden en otro lugar los mandamasesde siempre. Mucha gente buena y capazse aburre, se cansa y abandona porque yano cree que el consejo sirva para algo.

1.1.2. «El principio de vida»de la IglesiaRecientemente González Faus ha recor-dado que el Vaticano II enseñó que«la verdadera Iglesia de Cristo “sub-siste” en la Iglesia católica, pero no seidentifica con ella [LG 8]», y que «esaenseñanza es precisamente, y significa-tivamente, la que con más afán pre-tenden desmontar los que no aceptan elVaticano II»8. Hoy quizás urja recordaruna enseñanza complementaria delConcilio, que igualmente se pretendedejar de lado: la Iglesia católica-romanano es el Reino de Dios, sino solamentesu anunciadora, su servidora, su germeny su principio [cf. LG 5]. Como ha que-dado dichomás arriba, nada de esto seráposible sin escuchar al Espíritu que es«el principio de vida o alma» de laIglesia [cf. LG 7g; 4] y sin escrutar lossignos de los tiempos. Pero nuevamentedebo insistir con el Concilio en algo quese pretende ocultar: el Espíritu es el al-ma del Cuerpo de Cristo que lo consti-tuye el Pueblo de Dios y a quienes tie-nen autoridad en la Iglesia les «competeante todo no sofocar el Espíritu, sinoprobarlo todo y retener lo que es bueno(cf. 1Tes 5,12 y 19-21)» [LG 12].

La imagen pública de la Iglesia cató-lica contradice y oculta esta enseñanzaconciliar. Quien la contemple desde fue-ra no será capaz de sospechar esas pala-bras del Concilio. Más bien parece queel Espíritu sólo es «principio de vida»para la jerarquía y, si se me apura, sólopara el Papa. Todo aquello que quedefuera de las consignas oficiales es repri-mido o prohibido por los jerarcas, sin in-tentar probarlo todo para quedarse conlo bueno. El riesgo de sofocar el Espíri-

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tu es creciente en la Iglesia católica-romana. Se ha renunciado al diálogo co-mo únicomedio evangélico de buscar laverdad y de crear comunión y se ha op-tado por la imposición con “el rodillo”del poder y de la amenaza, que nada tie-ne que ver con Jesús (cf. Lc 22,24-27).Las cuestiones debatidas en el interiorde la Iglesia (p.e., la moral de la vida, elpapel de la mujer, la elección y designa-ción de obispos, la democratización delas estructuras eclesiales, la figura his-tórica de los presbíteros, el modelo deevangelización y de presencia públicade la Iglesia, etc.) pretenden zanjarsepor la fuerza de un poder despótico y larenuncia al ejercicio de la autoridadevangélica de la verdad. Con la imposi-ción y el despotismo como procedimien-tos no hay condiciones para el discerni-miento de los signos de los tiempos, quepedía Jesús (cf. Mt 16,3). El riesgo deconfundir espíritus ajenos a Jesús conseñales del Reino de Dios es altísimo.

Existe un alto riesgode confundir espíritus ajenosa Jesús con señales del Reino

Quienes así actúan lo pueden hacer–¡qué duda cabe!– con muy buena vo-luntad como Pedro reprimiendo a Jesúsen el camino de Cesárea de Filipo (cf.Mc 8,27-33); o cegados por interesesde dominación religiosa como quienesacusaron a Jesús de echar demonios conel poder de Beelzebul (cf.Mt 12,22-28).El resultado final siempre es el mismo:quiebran la caña cascada y apagan la

mecha humeante en contra del Espíritudel Siervo (cf. Mt 12,20). Cuando seactúa de semejante manera, siemprese desobedece al Señor.Ymás aún, si setraspasa su prohibición expresa de«arrancar la cizaña» (cf. Mt 13,29)9. Enestas circunstancias no quedamás reme-dio que disentir para reformar la Iglesia.10

1.1.3. Dimensión pneumáticay carismática de la eclesiologíaEstoy convencido de que este modo deproceder se debe a un miedo polifacéti-co que atenaza a la Iglesia oficial. Y noolvidemos que, según el NT, lo contra-rio a la fe es el miedo. Víctor Codina enun libro dedicado al Espíritu ha inven-tariado los miedos eclesiales en dieci-séis apartados.11 El denominador comúnde todos esos agentes que dan tantomie-do es que su mera presencia cuestionael poder y los privilegios de los servi-dores del aparato eclesiástico. Éstos, co-mo los fariseos y los saduceos de la épo-ca de Jesús, les reclaman una señal delcielo –que muy probablemente confun-den con «la Gloria de Bernini» parapoder confiar en ellos (cf. Mt 16,1-3).Pero las señales de la novedad del Reinoy de su Espíritu que Dios nos ofreceson siempre “terrenas” o humanas, puesen caso contrario no serían para noso-tros; necesariamente ambiguas, puesdesvelan y ocultan, al mismo tiempo,la presencia de Dios en la historia; con-trovertidas, pues no son las que los sereshumanos naturalmente esperamos; y fi-nalmente impuras, pues invariablemen-te están manchadas por el barro de lahistoria humana.

La institución eclesial necesita recu-perar prácticamente la fe en la acción vi-

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vificadora, animadora y orientadora delEspíritu en todo el Pueblo de Dios. Enuna palabra, la dimensión pneumática ycarismática de la eclesiología. «El pun-to de partida de la doctrina de la Iglesiaha de ser la doctrina del Espíritu Santoy de sus dones.» Así escribía J. Ratzin-ger hace cuarenta y tres años, saliendoal paso del riesgo de una eclesiologíaelaborada exclusivamente a partir de lahumanidad de Cristo. Y añadía:

«Cristo sigue presente mediante elEspíritu Santo con su apertura, am-plitud y libertad que no excluye enmodo alguno la forma institucional,pero que sí limita sus pretensiones yque no la equipara con las institu-ciones mundanas.»12

Los síntomas de la negación prácti-ca de la dimensión pneumática de laIglesia son la unilateralidad en la tomade decisiones, el silenciamiento de losdiscrepantes, la represión de toda nove-dad, la prohibición del ensayo en la ac-ción pastoral y evangelizadora, el aco-tamiento de los espacios de libertad, etc.Todos ellos son indicadores de unaIglesia institucional sin límites en suspretensiones y que se equipara en sufuncionamiento con las institucionesmundanas de cuño autocrático.

En fidelidad a su dimensión pneu-mática la Iglesia católica necesita ur-gentemente establecer, en todos sus es-tamentos, medios verdaderos y eficacesde indagación y discernimiento comu-nitario de los signos de los tiempos, queabran en ella el camino de una reformaque, en cuanto institución terrena yhumana, necesita constantemente (cf.UR 6).

1.2. El significadoDesde el Vaticano II hasta hoy la expre-sión «signos de los tiempos» se ha con-vertido tendencialmente en una de lascategorías fundamentales de la teologíaemergente postconciliar, para definirparticularmente las relaciones de la Igle-sia y del mundo. Sin embargo no siem-pre se utiliza con el mismo significado.

Generalmente se consideran signosde los tiempos a aquellos fenómenossociales y culturales que, como conse-cuencia de su generalización y gran fre-cuencia, caracterizan una época deter-minada y expresan las necesidades y lasaspiraciones de la humanidad. Son fe-nómenos impactantes que dan señalesde formas de existencia humana másjustas y más dignas. Su significatividadno está sobreañadida desde fuera porquienes los leen como tales, sino encar-nada en la realidad histórica. La tipici-dad, los indicios de tiemposmejores queseñalan, el consenso colectivo que des-piertan y su irreversibilidad constituyenalgunos criterios para identificarlos.13

Los signos del tiempocaracterizan una época,expresan las necesidades

y las aspiracionesde la humanidad

Éste es el significado más habitualque la noción tiene en los textos delVaticano II. Sobre todo en la Gaudiumet Spes. Hasta el momento conciliar laIglesia había permanecido enfrentada

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con la modernidad. Insensible e inmu-table ante los cambios experimentadosen el mundo, vivía encerrada en sí mis-ma para no contaminarse y no caer en latentación del cambio. La cuestión de lossignos de la época tuvo dos efectos muysaludables para la Iglesia:

1) Se percibió como una llamada deatención y, si se me apura, como unaseñal de alarma.Algo no marchaba bienen la Iglesia. Los cambios del mundomoderno eran una demanda implícita decambios en la Iglesia.

2) Se aceptó como una indicaciónpara el reconocimiento favorable de losvalores de la modernidad (p.e., demo-cracia, derechos humanos, desarrolloeconómico, transformaciones socialessocialdemócratas, racionalidad científi-ca, etc.), y como un impulso para unamejor adaptación eclesial a las socieda-des modernas.14 Implícitamente la cues-tión de los signos de los tiempos se con-virtió en un antídoto contra el miedo a«los vientos de cambio», que siempreconduce indefectiblemente a sofocar elEspíritu.

Pero hay otro uso de la noción queme parece más decisivo para la vida dela Iglesia. De acuerdo con el significa-do de Mt 16,1-3, la expresión «signosde los tiempos» debería reservarse paralos signos del Reinado de Dios. Coin-cido con Luis González-Carvajal, cuan-do afirma que los signos de los tiempos«no son, por tanto, signos de los tiem-pos actuales, sino signos de los últimostiempos. En consecuencia, no todos losrasgos característicos de una época son“signos de los tiempos”, sino únicamen-te aquellos en los que se manifiesta lasalvación»15.

1.2.1. El discernimientoEn consecuencia, en el discernimientode los signos de los tiempos, la Iglesiabusca «saber qué hacer en el momentoactual para que se realicen los tiemposanunciados por Jesús»16. El Pueblo deDios indaga y discierne los signos de lostiempos para saber cómo va esta histo-ria respecto del Reinado de Dios queJesús anunció e hizo presente. Es decir,para vislumbrar cuál es el estado dela justicia y el derecho en el mundo(cf. Jer 23,5;33,15; Is 11,4-5); para eva-luar si hay buenas noticias para los po-bres en esta tierra (cf. Lc 4,16-19); paraverificar si en el siglo XXI Dios derribaa los poderosos de sus tronos y exalta alos humildes, si a los hambrientos col-ma de bienes y despide a los ricos conlas manos vacías (cf. Lc 1,51-53); paracomprobar si la fraternidad humanamarcha según lo previsto por el Dios delReino, «Padre/ Cabeza de la familia delmundo»17.

Lamística de ojos abiertos, de la quetanto hemos hablado en los últimosaños, necesita el alimento del discerni-miento de los signos de los tiempos pormedio del Evangelio. Sin embargo he-mos de reconocer que con frecuencia enla Iglesia y las comunidades eclesialesdamos la impresión de estar en la hi-guera, pero no en la de Zaqueo (cf. Lc19,1-10), y el Señor pasa por delantesin verlo. La ingente tarea de respondera «los perennes interrogantes de la hu-manidad sobre el sentido de la vida pre-sente y futura y sobre la mutua relaciónentre ambas» [cf. GS 4 y 11], reclamauna Iglesia experta en las señales indi-cadoras de la vigencia del Reino deDios

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entre nosotros hasta convertirlas en su-yas propias. El ejercicio del discerni-miento conciliar de los signos de lostiempos “abrió los ojos” a la Iglesia quepasó de condenar al mundo modernoa bendecirlo. Este cambio de prácticaeclesial me evoca la historia de Balaánque, contratado por el rey moabita paramaldecir a Israel, terminó bendiciéndo-lo, no sin antes haberse visto obligadopor Dios a «bajarse de la burra» (cf. Nm22-24)18.

La capacidad para detectarseñales del Reino

en medio de las ambigüedadesdebe empapar la vida eclesial

de abajo arriba

La capacidad para detectar señalesdel Reino en medio de las ambigüeda-des de nuestro presente debe empapar lavida eclesial de abajo arriba. La Iglesiano es el recinto donde el Espíritu se ma-nifiesta de manera exclusiva y donde enconsecuencia es administrado burocrá-ticamente. La Iglesia de «los signos» escomo un “radar” que descubre y señalaaquellas realidades de nuestro mundodonde el Espíritu de Reino se está ma-nifestando, muchas veces sin que suspropios protagonistas sean muy cons-cientes de ello. Los comportamientoseclesiales no debieran volver a reflejaruna eclesiología de “la ciudadela amu-rallada”, protegida del mundo y enfren-tada con él. Sino irradiar una eclesio-logía del “dedo que señala” el paso de

Dios por la historia, ya que, como re-cordó el Vaticano II, su Reino ya estápresente parcialmente entre nosotros[cf. GS 39].

1.2.2. El Reinado de DiosDe ningún modo pretendo confundir elReinado actual deDios en el mundo consu meta universal. Sería unilateral con-templar el Reinado de Dios únicamenteen su consumación escatológica. De lamisma manera, es erróneo identificar elReinado de Dios con sus anticipacioneshistóricas. El Reinado de Dios actúa enla historia de manera oculta y conflic-tiva. Sus anticipaciones son la inma-nencia del Reinado escatológico deDios y el Reinado venidero es la tras-cendencia de esas anticipaciones queson objeto de fe y experiencia. Estacomprensión prohíbe tanto situar elReinado de Dios en un más allá que notenga relación con la vida terrestre co-mo identificarlo con una situación de-terminada de la historia. Sin la contrafi-gura transcendente del Reinado de Diossus anticipaciones pierden su punto deorientación. Sin las anticipaciones in-manentes del Reinado su futuro tras-cendente se convertiría en una mera ilu-sión “utopista”. Por eso la Iglesia en suservicio al Reinado de Dios debe poneren práctica la obediencia a la voluntadde Dios, que transforma el mundo, y laoración por la venida del Reino. Así lohacemos cada vez que oramos con el«Padre nuestro»19. Y así lo hicieron losprimeros cristianos cuando suplicabancon la petición ¡maranatha! la segundavenida del Señor para que interrumpie-ra su sufrimiento.20

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1.3. Los signos del Reinadode Dios en «las experienciasde contraste»Esta concepción cualitativa o kairológi-ca del tiempo no debe significar que laindagacióny el discernimientode los sig-nos de los tiempos hayan de realizarseexclusivamente en las cualidades positi-vas de cada época. Semejante compor-tamiento sería un gravísimo error, frutode una concepción fundamentalista de«los vientos de cambio» y optimista delprogreso, tan denostada por W. Benja-min o por J. B.Metz. La Iglesia necesitaaprender a descifrar lo que en la negati-vidad de nuestro mundo hay de signo(en peligro o negado, [aparentemente]vencido o crucificado) del Reinado deDios. Para desvelarlo y defenderlo. Se-mejante ejercicio viene demandado porla sabiduría de la cruz.

Jesús de Nazaret es el Signo Primor-dial del Reino, que hace inteligibles alos ojos de la fe los signos de Dios. Peroel Signo de los signos fue en su tiemposigno de contradicción (cf. Lc 2,34)y tuvo a la gente dividida (cf. Jn 7,43).No soportaron ni que señalara lo que elDios del Reino no quería –una religiónencubridora de la injusticia (cf.Mt 9,10-13)– ni que se enfrentara con los demo-nios en nombre del Reinado de Dios(cf. Mc 1,24;5,7). Lo eliminaron en unacruz. Tras su resurrección la figura hu-mana del Signo Primordial será parasiempre el Cristo crucificado, fuerza ysabiduría de Dios (cf. 1Cor 1,18-25).

Esa sabiduría invita constantementea la Iglesia a indagar y discernir signosde los últimos tiempos en esas expe-riencias humanas que se han llamado«experiencias de contraste» y que seña-

lan lo queDios no quiere21 o lo diabólicode nuestro mundo que se opone al Rei-nado deDios. La luz del Crucificado de-senmascara lo que las fuerzas dominan-tes de nuestromundo niegan o escondende la realidad, recurriendo a discursos“sensatos y razonables” para justificary consolidar su dominio. Desvela lo querealmente está ocurriendo en el mundopero queda oculto por deseo de los po-derosos.

El discernimientode los signos de los tiempos

es una tarea peligrosay al mismo tiempo salvadora

para la Iglesia

Precisamente esta sabiduría de lacruz impide que el discernimiento de lossignos de los tiempos sea una tarea ino-cua para la Iglesia, convirtiéndola en pe-ligrosa y al mismo tiempo en salvadorapara ella. Según la sentencia del extra-canónico Evangelio de Tomás (Logion82), Jesús dice: «Quien esté cerca demí,está cerca del fuego; quien esté lejos demí, está lejos del Reino». El peligro y laamenaza constituyen, recuerda J. B.Metz, la situación básica de la Iglesia enel mundo:

«Allí donde el cristianismo está ca-da vez más arraigado y se hace másllevadero; allí donde resulta más fá-cil de vivir y se convierte para mu-chos en una sublimación simbólicade lo que, de todas formas, ocurre yde lo que, en esa medida, determina

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el mundo, allí su futuro mesiánicoes débil. Por el contrario allí donderesulta difícil de soportar y se mues-tra rebelde; allí, por tanto, dondepromete más peligro que seguridad,más desarraigo que protección, allíse encuentra a todas luces más pró-ximo a aquel que parece haber di-cho: “Quien esté cerca de mí, estácerca del fuego; quien esté lejos demí, está lejos del Reino.”»22

1.3.1. Anticipaciones históricasdel Reino de DiosLa sabiduría crucificada de las señalesdel Reino no evita el sentimiento de per-plejidad que tantas veces causa la cons-tatación de la aparente inevitabilidad delo que ocurre y la persistencia de lasinjusticias estructurales, que tantísimasvíctimas humanas y destrozos ecológi-cos produce. Pero otorga su energía di-vina para la superación de ese estado deánimo en cuanto que descubre las posi-bilidades viables de un futuro todavíainédito, que cada momento históricoencierra para el futuro de la humanidad.

Esta sabiduría identifica señales devida del Crucificado en los “corredoresde la muerte” de nuestro mundo, y ca-pacita para el descubrimiento mayor:en las grietas de este sistema de muertehay signos de vida; en este inmensomarlleno náufragos hay gentes que se las in-genian y se organizan para navegar; enpleno ojo del huracán ya se avistan“islas de esperanza” hacia donde dirigirel rumbo; en el interior del cautiveriosurgen “zonas liberadas”; en medio dela apatía generalizada hay todavía ca-pacidad de indignación ciudadana; en

nuestras sociedades de siervos se inven-tan redes de libertad; en las barriadas dela periferia de la cultura satisfecha sepromueven prácticas alternativas para laaldea global... Todas estas realidadesson anticipaciones históricas del ReinodeDios. Toparse con ellas facilita seguiren la brecha sin echar la toalla o que-marse. Ese encuentro renueva energías.Justamente permite seguir apostando,ya en el presente, por un futuro que tie-ne toda la fragilidad de lo que aún noexiste y de lo que no es demostrable nimanipulable. Ese encuentro nos permi-te seguir esperando la llegada de unReinado de Dios que siempre se retra-sa; nos impulsa a negarnos a dejar a na-die por imposible; a aguardar con unaconfianza terca y activa de que en unomismo y en los otros sigue actuando lasemilla del Reinado de Dios.

1.4. Los pobres y el discernimientode los signos de los tiemposLuís González-Carvajal propone trescriterios hermenéuticos para el procesode discernimiento del presunto signo delos tiempos: el análisis sociológico, elanálisis teológico y la indagación de sucapacidad significativa en nuestro uni-verso espiritual o, al menos, para aque-llos hombres y mujeres que no aprisio-nan la verdad con la injusticia (Cf. Rom1,18)23.

1.4.1. Análisis sociológicoLa teoría del conocimiento nos ha en-señado que no existen lecturas neutraleso inocentes de la realidad. Tampoco, delos signos de los tiempos. Todo es según

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el color del cristal con que se mira, di-ce el aforismo castellano. Todo es segúnel dolor con que se mira, rectificará conmucha razón Mario Benedetti. Todasnuestras miradas van precedidas de unalente de contacto llamada precompren-sión, “fabricada” con materiales diver-sos: nuestros intereses vitales y grupales(sin interés no hay posibilidad alguna deconocimiento), nuestro bagaje culturale ideológico, nuestra situación social eincluso nuestra propia psicología.

No existen lecturasneutrales o inocentes

de los signos de los tiempos

La clave del éxito de la mirada con-siste en conseguir que esta inevitableprecomprensión no se convierta en pre-juicio que domestique nuestra la lectura.Y para este fin resulta imprescindibletomar conciencia de la posible existen-cia de presupuestos no concienciadosque nos pueden volver ciegos, que co-lamos el mosquito y nos tragamos elcamello (cf. Mt 23,24). Pero además,siempre se mira la realidad desde algúnlugar territorial o social. En este sentidose puede afirmar que no hay una mira-da ideal extraterritorial desde la que ob-servamos lo que ocurre a nuestro alre-dedor. No hay, por tanto, mirada sincondicionamientos. La actual crisis eco-nómica no se contempla de la mismamanera desdeAlemania que desde Gre-cia; al Ibex 35 no se le presta la mismaatención desde el edificio de la Bolsade Madrid que desde los tugurios de la

Cañada Real; una sentencia judicial dedesahucio no se reconoce de la mismaforma en la oficina bancaria que en lavivienda embargada.

1.4.2. Análisis teológicoTodo este tipo de condicionamientosafectan al discernimiento de los signosde los tiempos. Seguramente la miradadel Vaticano II sobre el mundo moder-no y su búsqueda de los signos de lostiempos estuvo condicionada por unagran empatía consciente hacia la mo-dernidad, pero además y de manera másinconsciente por el eurocentrismo, lamentalidad burguesa y la visión demo-cristiana de la realidad. La historia pos-terior muestra claramente cómo la re-cepción del concilio se ha realizado–para alentar o sofocar el espíritu con-ciliar– desde otros condicionamientos.En este sentido escribía hace unos añosGustavo Gutiérrez:

«La recepción [del concilio] suponeuna cierta alteridad, que en este ca-so se da entre el contexto históricode la iglesia en América Latina y elmundo europeo, desde el cual partela mirada universal del Concilio [...]No es posible olvidar, sin embargo,que esa recepción tiene una clara ynecesaria mediación. Ella pasa porla aceptación de la exigencia conci-liar de estar atentos a los signos delos tiempos. En el caso de la iglesialatinoamericana, eso supone mirarcara a cara la inhumana situación dela pobreza y opresión en que vive lainmensa mayoría del pueblo de estecontinente y ser sensible a su aspira-ción de liberación. Pero esto no po-

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drá ser hecho verdaderamente si esasrealidades no son confrontadas conel mensaje del Reino de Dios.»24

1.4.3. Indagación¿Recomienda el Evangelio alguna pers-pectiva para la indagación y el discerni-miento de los signos de los tiempos?Meparece que indirectamente sí. Segúnconstató el mismo Jesús histórico (cf.Mt 11,25), la situación de los pobresofrece una perspectiva privilegiada pa-ra la percepción y discernimiento de lossignos del Reino. Cornie expresó estedato evangélico con la fórmula «el pri-vilegio hermenéutico de la personas yde los pueblos oprimidos», que ha sidotachada de ambigua25. Seguramente noes posible resolver teóricamente el con-tencioso que plantea la crítica de la fór-mula. Pero sería muy importante alcan-zar, al menos, el siguiente consenso: lahermenéutica de los pobres es “privile-

giada”, aunque no sea «exclusiva, por-que es la que más necesidad tiene de es-cuchar la Iglesia».

Desde este asentimiento es relativa-mente fácil deducir este otro: la Iglesiade hoy precisa inexcusablemente elegirla situación de las víctimas generadaspor la globalización capitalista para elejercicio del discernimiento de los sig-nos de los tiempos. En ese lugar se le“abrirán los ojos” y encontrará un acce-so inmejorable a la revelación de las se-ñales del Reinado de Dios. Todas ellaspreludian vientos de cambio, que atra-viesan fronteras religiosas y culturalesbuscando que otro mundo sea posible yno sólo necesario; que “la aldea global”alcance en todas sus barriadas un esta-dio superior de desarrollo humano inte-gral, un despliegue global de la justicia,de la libertad, de la fraternidad y de lapaz; que los seres humanos seamos deotra manera, viviendo a un nivel máshumano.

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2.1. Las desigualdadesdel mundo«La crisis económica que golpea nues-tros países después de tiempos de creci-miento y bienestar pueden volvernosmás ciegos de lo que ya estábamos.»Con estas palabras Rafael Díaz-Salazarinicia un pequeño libro sobre las desi-gualdades internacionales.27 Su alusióna nuestra ceguera crónica y su grito–¡justicia ya!– confirman mi vieja con-vicción de que la pobreza del mundo es

el signo mayor de Reinado crucificadode Dios. Nada comparable con la desi-gualdad estructural y obscena de nues-tro mundo ponemás en evidencia que elReinado de Dios no marcha de ningunamanera según lo previsto.28 Nada, ni si-quiera el relativismo moral, por muchoempeño que se ponga en denunciarlo atiempo y a destiempo. Nada semejante,lo diré con palabras de Jaime Gil deBiedma, al «dolor de tantos seres inju-riados, rechazados, retrocedidos al últi-

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2. CUATRO SIGNOS ACTUALES DEL REINADO DE DIOS

A la luz poderosa que, proveniente de los pobres, ilumina las tinieblasde nuestro mundo,26 me permito proponer cuatro signos actuales de losnuevos tiempos inaugurados por Jesús de Nazaret: las desigualdadesdel mundo, la emancipación de las mujeres, el pluralismo cultural y lademocracia. Seguramente no son los únicos. Hay otros. Sin duda. Perolos propuestos me parecen los que la Iglesia tiene hoy más necesidadde atender y obedecer. Cada uno de ellos es una oportunidad pararenacer del Espíritu, que se le presenta a todo el Pueblo de Dios y nosolamente a la jerarquía de la Iglesia, aunque ésta obviamente estémás urgida en su responsabilidad por el Soplo de Dios que contienenlos vientos de cambio.

mo escalón, pobres bestias que avanzanderrengándose por un camino hostil, sinsaber dónde van y quién les manda,sintiendo a cada paso detrás suyo eseahogado resuello y en la nuca ese vahocaliente que es el vértigo del instinto, elmiedo a la estampida, animal adelante,hacia delante, levantándose para caeraún, para rendirse al fin, de bruces y en-tregar el alma porque ya no pueden máscon ella». Nada, como la brutal injusti-cia de nuestro mundo, certifica mejor laconclusión del poeta barcelonés: «Asíes el mundo y así los hombres.»

Para todo el pueblo de Dios esa des-comunal ecumene de dolor debiera ser,por contraste, signo de la permanenteanonadación histórica del misterio dela piedad de Dios (cf. 1Tim 3,16). Y lospastores y los teólogos debiéramoscontribuir a su discernimiento. En esacomunidad de sufrientes se prolongaprivilegiadamente para la Iglesia la co-municación silenciada del Dios/Amorque desciende hasta nosotros. En esamultitud de seres humanos, puestos co-mo un cristo, se activa la memoria y laactualización históricas del aconteci-miento del Calvario. En los «conmove-dores llantos inaudibles de los que nadaesperan ya de nadie...» la Iglesia puedeidentificar ecos de los gemidos y los do-lores de parto de la nueva creación na-cida de la matriz divina del Espíritu (cf.Rom 8,14-27).

«Ese inmenso depósito de sufri-miento humano» es metáfora vivientede Jesús crucificado y, al mismo tiem-po, signo del misterio de la impiedad yde la injusticia de los hombres (cf. Rom1,18). Señala exactamente aquello quelos poderosos del mundo, es decir, la

patronal, los banqueros, los directivosde los bancos centrales y los políticosque comparten con ellos la ideología ne-oliberal, tratan de ocultar a toda costa:el ídolo de muerte que el capitalismo hagenerado.

2.1.1. El Capitalismo:«realidad fundamental»La advertencia de Juan Pablo II sobre elpeligro de caer en «una idolatría delmercado» cayó en saco roto hace vein-te años. Otros intereses y preocupacio-nes eclesiásticas pusieron sordina a es-tas palabras proféticas del Papa. Ahoraha llegado el momento de hablar alto ysin tapujos del capitalismo como una delas máximas referencias religiosas de lacultura occidental de nuestro tiempo. Lacrisis económica que padecemos hapuesto de manifiesto, por si todavía ha-bía alguna duda, que el verdadero abso-luto de nuestro mundo globalizado es elCapital. El poder de unión y relación deldinero ha sustituido funcionalmente alde la religión. La «realidad fundamen-tal» que lo determina todo ya no esDios,sino el capitalismo.Mammón ha vueltoen versión capitalista y hoy más quenunca es el antagonista por antonoma-sia del Dios cristiano (cf. Mt 6,24).

La crisis económica ha puestode manifiesto que el verdadero

absoluto es el Capital

Si la Iglesia del siglo XXI hace suyoeste signo del Reinado de Dios, los dis-

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cursos sobre la necesidad de una eco-nomía al servicio de las personas, comohan hecho recientemente los obisposvascos en una impecable pastoral colec-tiva, no le serán suficientes. Tampoco lebastará con exigir «una nueva y másprofunda reflexión sobre el sentido de laeconomía y de sus fines, además de unahonda revisión con amplitud de mirasdel modelo de desarrollo, para corregirsus disfunciones y desviaciones», comohace Benedicto XVI en su encíclicaCaritas in veritate [32]. Para cumplircon su vocación de «germen y principiodel Reino de Dios» la Iglesia necesitaforzosamente mirar hacia su interior. ElPueblo de Dios precisa defender o puri-ficar su fe en el Dios del Reino ante elriesgo que corre de ofrecer al “empera-dor” divinizado, sin resistencia y bajonuevos ropajes, el sacrificio prescrito.29El signo de las desigualdades humanassitúa a la Iglesia ante la tarea de rastrearla idolatría en sus propias filas e institu-ciones, pues desde hace mucho tambiénella está sometida al poder del dinero yen su seno habita una apostasía encu-bierta. No tiene otra forma de comenzara deshacerse de sus complicidades en labarbarie de la pobreza del mundo.

El discernimiento del signo de lasdesigualdades del mundo sugiere la vi-sión del capitalismo de mercado comola versión actualizada del cuarto reinoimperial del libro de Daniel. El capita-lismo actual no se “antropomorfiza”, si-no se “zoomorfiza” como una bestia te-rrible, espantosa y muy fuerte, que conenormes dientes de hierro come, trituray pisotea las sobras con sus pezuñas(cf. 7,7). Pero, al mismo tiempo, recuer-da a la Iglesia la llamada a ser «germen

y principio» del quinto reino de la visióndel profeta, un reino «antropomorfiza-do» como «hijo de hombre» que proce-de de Dios (7,13-14), y cuyo «estilo degobierno» busca un programa mundialde justicia global.30

El signo de las desigualdadesobliga a la Iglesia a mirar

hacia su interior

Si el Pueblo de Dios hace suyo estesigno, sus miembros se sentirán invita-dos a “antropomorfizar” más y más suestilo de vida alejándose de los estilos“zoomorfizados” patrocinados por elcapitalismo. Así nos contemplan: «Loscristianos quieren transformar nuestrosrespetables hogares musulmanes enmercados. [...] Quieren que compremosesos venenosos productos suyos que notienen propósito real, para que nos con-virtamos en una nación de rumiantes. Lagente se pasa el día metiéndose porque-ría en la boca en vez de rezar a Alá.»31

2.1.2. Igualdad y fraternidad universalUna igualdad y una fraternidad univer-sal sin consecuencias para losmiembrosde las iglesias ricas es literalmente unaestafa para las expectativas de las vícti-mas de las desigualdades del mundo. Elmero sentimiento favorable a la libera-ción de las situaciones endiabladas de laexclusión y de la marginación no es su-ficiente. También los gerasenos fueronpartidarios de que Jesús librara al ende-moniado de su espíritu inmundo, pues

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ya nadie podía tenerlo atado ni siquieracon cadenas. Su error fue creer que lavictoria sobre el demonio no iba a tenerconsecuencias para ellos. Cuando com-probaron que habían recuperado un ve-cino, pero se habían quedado sin suspuercos, le rogaron a Jesús que se lar-gara del país (cf. Mc 5,1-20). Algunavez con unos granitos de ironía he apos-trofado: y es que, ya se sabe, los cerdoscomo nuestra calidad de vida no tienendesperdicio. El sentimiento no basta.Necesitamos estilos intempestivos devida austera y solidaria que propicienuna civilización alternativa, fraterna,igualitaria y libre.Y el cristianismo pro-porciona energía y sabiduría para inten-tarlo y esperanza en lograrlo.32

Además el signo de la desigualdadremite a una actuación alternativa en elmercado. Hay muchas cosas que losmiembros del Pueblo de Dios podemoshacer –y de hecho estamos haciendo–para propiciar cambios en el ámbito dela economía: defender la existencia dealternativas para salir de la crisis,33 pro-mocionar el comercio justo, discriminara las empresas que trafican con las per-sonas para abaratar costos, fomentar em-presas de economía social, posibilitar laresponsabilidad social corporativa de lasempresas, promover bancas éticas, etc.

Pero quisiera insistir en algo que hedefendido en otras ocasiones. El Soplode Dios busca hoy expertos de la econo-mía que, sin miedo a los descensos pro-fesionales, se dejen mover y dirigir porsu fuerza a la búsqueda de alternativasal modelo económico actual. Deberíantenerlo muy en cuenta las BusinessSchool que tanto proliferan últimamen-te en las instituciones universitarias ca-

tólicas. En la medida en que hagan suyoeste signo, es decir, lo conviertan en san-gre de su sangre y carne de su carne,descubrirán que la existencia de depar-tamentos de ética bien dotados no va sersuficiente para garantizar el serviciode la institución universitaria al Reino deDios. A no ser que se asuma institucio-nalmente que «no hay ética porque se-pamos qué es el “bien”, sino porque he-mos vivido y hemos sido testigos de laexperiencia del mal. No hay ética por-que uno cumpla con su “deber”, sinoporque nuestra respuesta ha sido ade-cuada, aunque nunca pueda ser suficien-temente adecuada. No hay ética porqueseamos “dignos”, porque tengamos dig-nidad, porque seamos personas, sinoporque somos sensibles a lo indigno, ala indignidad, a los excluidos de la con-dición humana, a los infrahumanos, alos que no son personas»34.

2.1.3. Gestos simbólicosFinalmente el signo de la desigualdades una invitación a la realización degestos simbólicos que den que pensary generen visiones de otro futuro. Prác-ticas que evoquen la devolución delmer-cado a Dios y su no pertenencia al Ca-pital. De manera semejante a cómo lapescamilagrosa de Jesús (cf. Jn 21,1-11)pretendió significar la devolución dellago a Dios, al proclamar que el mar deTiberiades no era de Roma sino de Dios,y el lago no era de Antipas sino de Je-sús.35

Para cerrar este punto propondré ungesto simbólico que me ha sugerido unanoticia de prensa. La monja Nora Nashse ha convertido en los últimos años en

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la visitante más chocante de los despa-chos de grandes corporaciones. Los di-rectivos de Goldman Sachs, BritishPetroleum y Lockheed Martin, entreotros, se han visto obligados a escucharsus suaves pero implacables reproches.Ella y sus hermanas franciscanas hanoptado, para abrirse camino hasta las al-tas instancias, por el activismo acciona-rial, una práctica que consiste en adqui-rir participaciones de empresas paraintervenir en sus juntas de accionistas.De esta manera se tiene la posibilidadde hablar cara a cara con aquellos quetoman las decisiones contra las que sequiere protestar. Es un tipo de protestaque practican en Estados Unidos losdiversos colectivos del movimientoOccupy Wall Street. Y que también haadquirido notoriedad en España pormedio de organizaciones que han alza-do la voz en juntas de accionistas debancos y han lanzado campañas comola llamada «BBVAsin armas», que con-dena las inversiones del banco en arma-mento.36

Los gestosde activismo accionarial

deberían generalizarse entrelas autoridades

de la Iglesia católica

Me encantaría que este gesto de acti-vismo accionarial se generalizara entrelas autoridades de la Iglesia católica.Como paso previo cada institución(diócesis, orden religiosa, organización

católica, etc.) debería hacer pública suparticipación accionarial en las empre-sas que cotizan en el mercado bursátil.Una vez que las cuentas del Pueblo deDios se han dejado claras, el máximoresponsable de cada institución eclesial(el Papa, el obispo, el superior provin-cial o general, etc.) se convertiría en unactivista en las juntas de accionistas,recordando en ellas, por ejemplo, algu-nos de los criterios éticos de la doctrinasocial de la Iglesia. No me cabe la me-nor duda de los efectos beneficiosos queeste activismo, tan evocador del de Je-sús en el templo de Jerusalem, tendríapara los pobres del mundo. Ellos se me-recen que tengamos la ilusión de queeste gesto simbólico se realice y multi-plique, aunque no nos hagamos ilusio-nes de que vaya a ser así.

2.2. La emancipaciónde las mujeres

La larga lucha de las mujeres por suemancipación es otro importante signode los tiempos que la Iglesia debe hacersuyo. Las mujeres han sido secular-mente víctimas del patriarcado. Un sis-tema cultural de dominación en el que,como escribe Manuel Castells:

«El hombre se reservó el poder, laproducción y la guerra, y la mujertuvo que asumir todo lo demás. Deesa división histórica del trabajo sur-gieron dos culturas, una dominante,otra dominada, que se convirtieronen esencias a través de los mitos delo masculino y de lo femenino, has-ta parecernos lo natural. Claro quehubo constantes rebeliones, tanto

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individuales, como colectivas. Por-que la organización de la sociedadno determina enteramente lo quepiensa y hace la gente. Pero el esta-do, en cualquiera de sus formas, in-cluida la iglesia como parte de él, seencargó de dejar las cosas en su sitio.[...] Eso es el patriarcado. De ahí ve-nimos todos, nuestros prejuicios ynuestra forma de ser. Y así se hanhecho las mujeres como cultura co-lectiva y como personalidad indi-vidual.»37

2.2.1. El orden patriarcalApesar de que la vida de las mujeres hacambiado más en los últimos cien añosque en los tres mil anteriores, el ordenpatriarcal sigue cubriendo con su alar-gada sombra la historia que construi-mos. Para corroborar esta afirmación nosbasta con la constatación empírica deque las mujeres son las más empobreci-das del mundo: el 67% de los pobres delmundo son mujeres. Pero además con-viene no olvidar que en la mayor partedel mundo las mujeres salen perdiendopor ser mujeres: se las discrimina no so-lamente en el acceso a los puestos dedecisión económica y política, sinotambién a los bienes básicos como laalimentación, la educación y la salud; yasimismo una de cada tres mujeres esmaltratada física y/o sexualmente en elmundo.38

El signo de la emancipación de lasmujeres pone de manifiesto por con-traste que el orden patriarcal es quizásla más vieja figura histórica del anti-rreino de Dios. Y nos precisa que lasmujeres son mayormente las “vicarias”

de Cristo en nuestro mundo, puesto quemayoritariamente los «conmovedoresllantos inaudibles de los que nada espe-ran ya de nadie...» son suyos.

El movimientode liberación de las mujeres

trae consigovientos de cambio

Las historias emancipatorias de lasmujeres son relatos de resistencia ytransformación de ese poder inhumanoque infrahumaniza la condición de lasmujeres y deshumaniza la condición delos varones. Sus conquistas son señalesde sus victorias parciales sobre «el po-der de lo inhumano»; anticipacioneshistóricas de la irrupción del Reinadode Dios de manera semejante a como lofue la actividad liberadora y antidemo-níaca de Jesús de Nazaret o la victoriade Cristo resucitado sobre todos los po-deres cósmicos de dominación, anun-ciada por la predicación paulina (cf. Ef1,20-22)39.

El movimiento de liberación de lasmujeres trae consigo vientos de cambioy provoca experiencias «del aliento delEspíritu» en la Iglesia para que nazcade nuevo como «germen y principio delReino». No le va a resultar nada fácil re-conocer este signo del Reino, que irra-dia desde los márgenes de la tradicióndominante androcéntrica y patriarcalque empapa a la institución eclesial. Ha-cerlo suyo le exige conversión, cambiode prácticas y de mentalidad.

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2.2.2. El patriarcado eclesialEl patriarcado eclesial es una de las másconsistentes formas de esa estructura dedominación cultural, pues se entiende así mismo como divinamente estableci-do. Los varones del gobierno eclesial di-cen que su poder ha sido delegado porDios y que lo ejercen por mandato divi-no. Además hasta tiempos muy recien-tes las mujeres han sido tenidas en laIglesia como inferiores a los varonesmental, moral y físicamente, creadas só-lo parcialmente a imagen de Dios, e in-cluso como símbolo envilecido del mal.Y en contraste con todo ello han sidodespersonalizadas como un ideal ro-mántico y asexuado, cuya plenitud radi-ca especialmente en la maternidad.Todavía hoy las mujeres ocupan un es-pacio marginal en la vida oficial dela Iglesia católica, están excluidas de laplena participación en el sistema sacra-mental, de los centros eclesiales dondese toman las más importantes decisio-nes, se establecen leyes y se elaboransímbolos, de los roles de liderazgo pú-blico eclesial. Es decir, las mujeres es-tán mayoritaria y necesariamente en laIglesia, pero con un valor limitado.40La situación me parece insostenible.En las actuales condiciones habremosde reconocer, al menos, que la Iglesia selo pone muy difícil a las mujeres paraque la contemplen como «germen yprincipio del Reino».

Muchas veces he pensado que laIglesia hizo mucho más por la aboliciónde la esclavitud el día que nombró pres-bítero a un esclavo que cuando reco-noció como palabra de Dios la carta aFilemón en la que Pablo le ruega que re-ciba al esclavo Onésimo como a un her-

mano querido. Aquel gesto simbólicono terminó con la esclavitud en el mun-do, pero generó la visión de que otromundo de libertad universalizada eraposible. Hoy el signo de la emancipa-ción de las mujeres reclama de la Iglesiainstitución una práctica simbólica seme-jante, que reconozca el potencial eman-cipador que la causa feminista tiene pa-ra toda la humanidad, y genere la visiónde que es posible otro mundo en el quela causa feminista se haya universaliza-do de facto.41

2.2.3. Una revision importantey urgenteEsta nueva práctica eclesial sólo seráposible, si va precedida de la revisióndel androcentrismo inoculado en la tra-dición católica. Con este fin el diálogocon las aportaciones críticas y positivasde la teología feminista resulta impres-cindible. Encerrarse a cal y canto trasuna lectura fundamentalista de la doc-trina eclesiástica solamente conseguiráretrasar algunos cambios que la Iglesiacatólica necesariamente debe realizar, siquiere actualizar su vocación sacramen-tal [cf. LG 1]. Las autoridades eclesiás-ticas pueden aprender de su propia his-toria con las mujeres. No en vano hanrevisado y rechazado la propuesta deTomás de Aquino sobre la naturalezadefectuosa de la mujer (cf. STI, q.92,a.1, ad.1). O ¿me equivoco?

Señalo tres espacios teológicos, cu-ya revisión me parece más importante yurgente:

1) Un lenguaje sobre Dios que usaexclusiva, literal y patriarcalmente tér-minos masculinos.42

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2) Una teología de la cruz, que haservido para reforzar el sistema de so-metimiento sufrido por las mujeres.43

3) Una utilización de imágenes ale-góricas y simbólicas de laEscritura comonormativas y arquetípicas de la esenciade la feminidad y la masculinidad, queoculta el rostro de las mujeres de carney hueso, su existencia cotidiana y la he-rida lacerante de su discriminación.44

Los vientos de cambio embeben elSoplo de Dios que empuja a la jerarquíaa ir más allá de la actual construccióneclesiástica del ser mujer, que de ningu-na manera es capaz de dar cuerpo en lahistoria al flujo de liberación y justiciaque el Reinado de Dios ha introducidoen ella.

2.3. El pluralismo cultural

Una de las muchas paradojas que carac-teriza a nuestro mundo es que la cre-ciente globalización va acompañada denuevas diferenciaciones culturales y re-ligiosas. Cosmopolitismo y particulari-dad no son realidades opuestas, sinocomplementarias. Nos encontramos enuna época de diferencias entrelazadas.Las diversas culturas presentes en nues-tro mundo no solamente coexisten unasjunto a otras, sino que además mantie-nen entre sí relaciones dinámicas que,como nos recuerda un informe de laUNESCO, necesitamos y debemosaprender a orientar no hacia una con-frontación, sino hacia una coexistenciafecunda y una armonía intercultural.45

Este desiderátum hoy se encuentramuy amenazado. Occidente promuevetan pertinaz como avasalladoramente el

modelo cultural norteamericano por to-do elmundo. ElNorte rico pretende uni-versalizar con una inaudita incontinen-cia su modelo cultural. El encanto y lariqueza de la diversidad van cediendoante la fulminante ofensiva de la estan-darización, la homogeneización y launiformización. «Todo el mundo perci-be a su alrededor que la coartada de lamodernidad sirve para que todo se do-blegue al nivel de una estéril uniformi-dad. De un extremo al otro del planetase impone un estilo de vida parecido,expandido por los medias y prescritomachaconamente por la cultura de ma-sas. De la Paz a Uagadugú, de Kioto aSan Petersburgo, de Orán aAmsterdam,las mismas películas, las mismas seriestelevisadas, las mismas informaciones,las mismas canciones, los mismos esló-ganes publicitarios, los mismos objetos,la misma ropa, los mismos coches, elmismo urbanismo, la misma arquitectu-ra, el mismo tipo de apartamentos, confrecuencia amueblados y decorados deforma idéntica...»46. Esta clase de uni-versalización cultural se ha ganado elcalificativo de “cocacolonización”.47

Urge orientarlas relaciones interculturales

hacia una coexistencia fecunday armónica

La interculturalidad como proyectosociopolítico en el que de manera inten-cionada y planificada se conjuguen: a)el respeto por y la asunción de la diver-sidad cultural preexistente; b) la recrea-

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ción de todas y cada una de las culturaspresentes; y c) la emergencia de unanueva síntesis, no ha abandonado toda-vía el estado de los ensayos teóricos delaboratorio o de la reclamación de dere-chos pendientes. Sin embargo resultacada día más urgente y necesario cami-nar en esa dirección.

2.3.1. Identidad culturalCada vez con mayor frecuencia Occi-dente recibe la negativa de las otras cul-turas a identificar modernización conoccidentalización. Una y otra vez lerecuerdan que su pretensión de univer-salizar su cultura es falsa porque des-precia el hecho de la diversidad cultu-ral; inmoral porque oculta en su interiorla pretensión de un poder imperialista;y peligrosa porque mantiene de manerafundamentalista el carácter innegociablede su visión de valores como el progre-so, la tecnología, la democracia y, sobretodo, el mercado económico mundial.La oposición a esta violencia culturalestá dando lugar a una recomposicióndel mundo en el que particularmente laconciencia de etnicidad juntamente conla conciencia femenina son sus sujetosmás activos. Una ola de indigenismo yde resurgimiento de las culturas no oc-cidentales recorre nuestro planeta. Perocon ella las banderas y otros símbolosde identidad cultural (como las cruces,las medias lunas, los modos de cubrirsela cabeza, las religiones, etc.) han reco-brado una inusitada importancia. Perso-nas individuales y grupos humanos des-cubren identidades nuevas o viejas, queestán dispuestos a defender incluso has-ta el extremo de hacer guerras contraenemigos nuevos o viejos. Es creciente

el riesgo del «choque de civilizaciones»(S. P. Huntington) o de «choques entreculturas» (F. Fernández Buey), cuyasdimensiones pueden llegar a ser muyconsiderables.

Desde la marginalidad de las cultu-ras amenazadas, el pluralismo culturalse percibe como un signo del Reinadode Dios, como una oportunidad históri-ca (como un kairós) para la actualiza-ción en el siglo XXI de la inversión de lalógica de Babel acontecida en Pente-costés (cf. Act. 2,1-11). Un proyecto dearmonía intercultural para nuestro mun-do está siendo reclamado y posibilitadopor la emergencia del Espíritu de Diosen todas las culturas.

La autoridad eclesialdebe reubicarse en el mundocomo una Iglesia universalculturalmente policéntrica

Si hace suyo este signo de los tiem-pos, la autoridad eclesial deberá afron-tar un cambio gigantesco en la propiaconfiguración histórica de la Iglesia.Habrá de transitar por nuevas rutas cul-turales, dejar de ser una Iglesia de cultu-ra excesivamente monocéntrica y euro-céntrica y reubicarse en el mundo comouna Iglesia universal culturalmente po-licéntrica (J. B. Metz).

2.3.2. Una Iglesia de culturaexcesivamente monocéntricaEl cristianismo sigue inculturado exclu-sivamente en la cultura occidental. El

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destino universal del Evangelio se en-cuentra seriamente comprometido des-de hacía siglos, como consecuencia desu (des-)encuentro con las culturas ame-rindias, asiáticas y africanas. La tareamisional, reiniciada en el siglo XVI, fueincapaz de percibir o asumir conse-cuentemente la distinción entre fe y cul-tura. Los resultados finales fueron unaevangelización confundida con occi-dentalización, una fe (propuesta o im-puesta) indivisiblemente unida a unacultura ajena y yuxtapuesta a la propia,y, lo que es mucho más grave, innume-rables víctimas humanas y destrozosculturales como consecuencia de seme-jante desatino. Cinco siglos más tarde laCuria romana sigue otorgando un ca-rácter absoluto a la interpretación occi-dental/romana del cristianismo, queprovoca la impermeabilidad de las otrasculturas al Evangelio. Este comporta-miento cierra las puertas de esas cultu-ras “minorizadas” a Cristo, mientrasparadójicamente se las ruega con tonospatéticos que las abran. En el siglo XXIen la Iglesia se sigue reproduciendo elconflicto judaizante de la circuncisión:hoy ya no se necesita ser judío para sercatólico, pero es imprescindible ser cul-turalmente occidental y europeo. Lapresión del poder central romano repri-me hasta la asfixia las legítimas preten-siones de inculturación del Evangelio delas Iglesias locales periféricas. Hasta elpunto de que todavía es más exacto ha-blar de Iglesias europeas en África, enAsia o en Altiplano andino que de Igle-sias africanas, asiáticas o andinas. Lascausas que originaron la penosa historiade DeNobili y Ricci siguen vivas. Si lasIglesias de la periferia no son capaces de

superar este control opresivo, la incul-turación de la fe48 en las culturas no oc-cidentales se hará inviable.

2.3.3. Una Iglesia universalculturalmente policéntricaSi hace suyo el signo de la diversidadcultural, la Iglesia renacerá en un nuevoPentecostés como «germen y principiodel Reino» para nuestro mundo. Su pro-pio pluralismo cultural mostrará que elEvangelio no solamente puede llegar aexpresarse con los elementos propios delas más diversas culturas, sino que, co-mo recordó Pedro Arrupe, posee un di-namismo capaz de convertirlo en prin-cipio inspirador, normativo y unificante,que transforma y recrea las culturas,dando lugar a una nueva creación.

Es necesario reconocerel pluralismo cultural comosigno del Reinado de Dios

El Soplo de Dios la empuja en ladirección de una apropiación de la di-versidad cultural, que la ponga más efi-cazmente al servicio de una culturamundial de la fraternidad. Así la Iglesiacontribuirá, más decisivamente que contoda su doctrina social, a alumbrar for-mas culturales de «seguir diciendo lohumano» (J. Muguerza) en la conviven-cia, impregnadas con los talantes de lafraternidad, del reconocimiento de losderechos del otro, y del respeto y po-tenciación de la diversidad cultural. Larealización del viejo mito de la ciuda-

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danía universal, cuya construcción se haconvertido hoy en una cuestión de su-pervivencia para toda la humanidad, pa-rece hacer más urgente el reconoci-miento del pluralismo cultural comosigno del Reinado de Dios.

2.4. La cultura democráticaLa crisis económicamundial está dejan-do meridianamente clara la gran ame-naza que se cierne sobre la democracia.El sistema democrático está en peligro,en creciente riesgo de desvanecerse porel impacto del mercado. Golpe a golpela dictadura del capitalismo lo va des-truyendo, mientras promueve un fascis-mo social que criminaliza a los pobresy a los indignados del 15M. Todos losdías nos desayunamos con la noticia deque las autoridades políticas europeasactúan por “obediencia debida...” a losmercaderes.

En plena incertidumbre se abre pasola certeza de la necesidad del cambio.Como U. Beck declaraba recientementeen la prensa, «la crisis financiera mun-dial es el Chernóbil de los neoliberales,de todos los que creen que el mercado loarregla todo. Ha de haber algo más, unavisión de la democracia distinta, que nose ve en los debates de los partidos, nootras instituciones, sino procedimientospara que la gente participe más...»49.

El sistema democrático nunca ha si-do reconocido por la Iglesia institucio-nal como un signo del Reinado de Dios,a pesar de haber sido un colosal progre-so humanizador. Evidentemente estácontaminado desde su origen, pero nomás que el antiguo régimen del gobier-no autocrático de los reyes. A duras pe-

nas la institución eclesial lo ha acepta-do como una realidad fáctica con la quehay cargar y en la que hay que negociarcotas de poder con sus representantes.

Hoy más que nunca es urgente quela jerarquía perciba la democracia comoun signo del Reino de Dios, lo haga su-yo, y reconozca su cultura de la igual-dad, de la libertad y de los derechos hu-manos como anticipación parcial de lautopía del Reinado de Dios en la histo-ria. Obviamente, si asume el signo de lademocracia, como formade vida y talan-te eclesial, la Iglesia entrará necesaria-mente en procesos de cambio y transfor-mación de su figura histórica actual, queen gran medida es hoy reflejo del anti-guo régimen autocrático. Pero este cam-bio constituirá su mejor servicio a lasdemocracias actuales.

Asumir la democracia comoun signo del Reino de Dios

facilitaría que la Iglesia entre enun proceso de cambio

y transformación

Nuestras democracias demediadasestán demandando realidades simbóli-cas que las ayuden a trascender y supe-rar sus objetivos pragmáticos y romosde utopía solidaria. Una realidad sim-bólica es aquélla que tiene la capacidadde provocar el anhelo y el deseo de larealidad significada, y de convocar a loshombres en el esfuerzo común por cons-truirla y vivirla. Lo simbólico da unqué-pensar (P. Ricoeur), pero también

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provoca un qué-hacer. La jerarquíaeclesiástica no debiera contentarse conrealizar llamadas a la regeneración mo-ral de las democracias reales. Su condi-ción de «germen y principio del Reino»emplaza a la Iglesia con la necesidad deque la democratización de sus estructu-ras y mecanismos de gestión haga pre-sente y visible su condición de misteriode comunión a los ojos de los ciudada-nos europeos de hoy.Un progreso en esadirección supondrá una mayor conden-sación de su potencial simbólico, y con-secuentemente una mejor oportunidadde convertirse en referente utópico deun proyecto político de democracia in-tegral, que supere las deficiencias delmodelo participativo de nuestras demo-cracias occidentales y capitalistas.

El Soplo de Dios que promueve es-te cambio de dirección de la Iglesia ca-tólica es la misma brisa suave que so-porta y alimenta la democracia. Así loha visto G. Zagrebelsky:

«No es casual la propensión haciaformas autocráticas de gobierno [...]propia de todas la concepciones po-líticas basadas en la verdad y en lalucha contra el error. Así ha sido pa-ra el catolicismo. Sólo en la segun-da mitad del siglo XX se ha abiertoun difícil debate que ha llevado alConcilio Vaticano II a optar prefe-rentemente por la democracia comoel régimen más acorde con la igualdignidad de todos los seres huma-nos, de igual filiación divina [...]. Eldios que es compatible con la de-mocracia –que puede incluso ser susoporte y alimento– no es el dios quedivide, que habla para ordenar y

condenar; no es la potencia que rei-na en el mundo. Es más bien el diosque espléndidamente se le aparece alprofeta Elías en el monte Oreb (1 Re19,11-13), en un diálogo lleno derespeto y libertad: “Entonces Yahvépasó y hubo un huracán tan violen-to que hendía las montañas y que-braba las rocas ante Yahvé; pero enel huracán no estabaYahvé. Despuésdel huracán, un terremoto; pero en elterremoto no estabaYahvé. Despuésdel terremoto, fuego; pero en el fue-go no estaba Yahvé. Después delfuego, el susurro de una brisa suave[...] Al oírlo Elías, se tapó el rostrocon el manto” en señal de respeto.No se marchó, lanza en ristre, ba-jando la celada. También porque a lavoz que los hombres reciben delSeñor de estemodo discreto, se ajus-ta lo que dice el salmista: “Dios hahablado una vez; dos veces, lo he oí-do” (Sal 62,12), lo que significa laduda, el apuro de no haber entendi-do bien, que constituye la condiciónexistencial de quien vive en la fe(que sólo quien cree en algo puededudar). Frente a ello, la pretensióndel hombre –cualquiera que sea suposición en la sociedad de los cre-yentes– de ostentar una verdad, sus-tituyendo la palabra susurrada porDios por la suya, puede parecer in-cluso blasfema. Y la obediencia pa-siva que se presta a aquélla puedeparecer incluso idolatría.»50

2.5. Punto finalLa crisis de comunicación con la socie-dad que padece la Iglesia la ha situado

en un punto crítico que algunos consi-deran de “no-retorno”. Ni sospecharpermanentemente de la novedad, niguarecerse numantinamente en el pasa-do ante los “vientos” de cambio, jamásdebieran ser las consignas eclesialespara salir de semejante atolladero. Éseno es el clima para la siembra del Evan-gelio de Dios en el mundo.Los signos de los tiempos son, ante

ella y para ella, llamadas del Espíritu a

abrir nuevos caminos al Reinado deDios. Su lectura y discernimiento seránexpresión acabada de su fidelidad aAquel que viene por medio del Espíritude Dios. Constituirán una forma excelsade mantener abierto permanentementeel diálogo de los hombres con las lla-madas de Dios, pues en ese discer-nimiento la Iglesia se mantiene en diá-logo, al mismo tiempo, con los hom-bres y con Dios.

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1. Cf. Dolores ALEIXANDRE, «De Elías a Juan de laCruz. Un itinerario de silencio», en RevistaCatalana de Teología, XXV (2000), pág. 191-201.

2. Concilio Vaticano II, Constituciones, Decretos yDeclaraciones, Madrid, BAC, 1968, pág. 9.

3. Cf. M. D. CHENU, Los signos de la época enAA., La Iglesia en el mundo actual. Constitu-ción «Gaudium et Spes». Comentarios al Es-quema XIII, Bilbao, DDB, 1968, pág. 95-102.

4. Cf. además de los textos aquí transcritos PO 9b;UR 4a; AA 14c.

5. «Para cumplir esta misión es deber permanentede la Iglesia escrutar a fondo los signos de laépoca e interpretarlos a la luz del Evangelio,de forma que, acomodándose a cada genera-ción, pueda la Iglesia responder a los perennesinterrogantes de la humanidad sobre el sentidode la vida presente y de la vida futura y sobrela mutua relación de ambas. Es necesario porello conocer y comprender el mundo en quevivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y elsesgo dramático que con frecuencia le caracte-riza.» (GS 4)

6. «El Pueblo de Dios, movido por la fe, que le im-pulsa a creer que quien lo conduce es el Espí-ritu del Señor, que llena el universo, procuradiscernir en los acontecimientos, exigencias ydeseos, de los cuales participa juntamente consus contemporáneos, los signos verdaderos dela presencia o de los planes de Dios. La fe to-do lo ilumina con nueva luz y manifiesta elplan divino sobre la entera vocación del hom-bre. Por ello orienta la mente hacia solucionesplenamente humanas.» (GS 11)

7. «Es propio de todo el Pueblo de Dios, pero prin-cipalmente de los pastores y de los teólogos,auscultar, discernir e interpretar, con la ayudadel Espíritu Santo, las múltiples voces denuestro tiempo y valorarlas a la luz de la pala-bra divina, a fin de que la Verdad reveladapueda ser mejor percibida, mejor entendida yexpresada en forma más adecuada.» (GS 44a)

8. Cf. «La Iglesia católica-romana no es la verda-dera Iglesia de Cristo», Revista Latinoameri-cana de Teología 83, mayo-agosto 2011, pág.255-265.

9. Cf. J. I. GONZÁLEZ FAUS, La autoridad de la ver-dad. Momentos oscuros del magisterio eclesiás-tico, Barcelona, Herder 1996, pág. 189-223.

10. Cf. J. PEREA, «Disentir para reformar la Iglesia»,Iglesia Viva, 245 2011/1, pág. 61-100.

11. Cf. Víctor CODINA, Creo en el Espíritu Santo.Pneumatología narrativa, Santander, Sal Te-rrae 1994, pág. 155-159.

12. RATZINGER, Introducción al cristianismo, Sala-manca, Sígueme, 1969, pág.293-294.

13. Cf. V. R. AZCUY, «El Espíritu y los signos delos tiempos. Legado, vigencia y porvenir deun discernimiento teológico», Concilium 342(septiembre 2011), pág. 603.

14. Cf. J. COMBLIN, «Los signos de los tiempos»,Concilium 312 (septiembre 2005), pág. 530

15. Luis GONZÁLEZ-CARVAJAL. Los signos de lostiempos. El Reino de Dios está entre nosotros...Santander, Sal Terrae, 1987, pág. 231.

16. J. COMBLIN, o.cit., pág. 532.17. La fórmula «Padre/Cabeza de la familia del

mundo» es de J. D. CROSSAN, Cuando oréis,decid: «Padre nuestro...» Santander, Sal Te-rrae, 2011, pág. 43-69.

18. En Nm 24,4.16 se sugiere la mística de ojosabiertos. El texto litúrgico del lunes de la ter-cera semana de Adviento traduce los versícu-los de esta manera: «oráculo del que escuchapalabras de Dios, que contempla visiones delPoderoso, en éxtasis, con los ojos abiertos.»

19. Cf. Ibid., pág. 93-117.20. Cf. J. MOLTMANN, La Iglesia, fuerza del Espíri-

tu, Salamanca, Sígueme, 1978, pág. 232-233.21. Cf. J. L. SEGUNDO, «Revelación, fe, signos de

los tiempos», Revista Latinoamericana 14,Mayo-Agosto 1988, pág. 139.

22. J. B. METZ, Memoria passionis. Una evocaciónprovocadora en una sociedad pluralista, San-tander, Sal Terrae, 2007, pág. 146.

NOTAS

23. Cf. o. cit., pág. 57-101; 232-234.24. «La recepción del Vaticano II en Latinoaméri-

ca. El lugar teológico ‘la iglesia y los pobres’»en G. ALBERIGO-J. P. JOSSUA (eds.), La recep-ción del Vaticano II, Madrid, Cristiandad,1987, pág. 213-214.

25. Cf. D. TRACY, Pluralidad y ambigüedad. Her-menéutica, religión, esperanza, Madrid, Trotta,1997, pág.156, n. 56.

26. Cf. Jon SOBRINO, Jesucristo Liberador. Lecturahistórico-teológica de Jesús de Nazaret, Ma-drid, Trotta, 1991, pág. 330.

27. Cf. R. DÍAZ-SALAZAR, Desigualdades interna-cionales. ¡Justicia ya!, Barcelona, Icaria, 2011.La cita en pág. 5.

28. Por razones de edición del cuaderno omitodatos cuantitativos de las desigualdades nacio-nales e internacionales, que se pueden encon-trar con mucha facilidad.

29. Cf. T. RUSTER, El Dios falsificado. Una nuevateología desde la ruptura entre cristianismoy religión, Salamanca, Sígueme, 2011, pág.13-14.

30. Cf. CROSSAN, o. cit. pág. 93-98.31. F. MERNISSI, Sueños en el umbral. Memoria de

una niña del harén, Barcelona, Muchnik,1997, pág. 217.

32. Cf. F. J. VITORIA , «Al servicio de la fraternidadhumana. Profecía y sabiduría de la tradiciónde Jesús de Nazaret», Iglesia Viva 244 (octu-bre-diciembre 2010), pág. 83-100.

33. Cf. A. COMÍN I OLIVERES-L. GERVASONI I VILA

(Coords.), Democràcia econòmica. Vers unaalternativa al capitalisme, Barcelona, Catalu-nya segle XXI, 2009; B. BASTIDA, Crisis, ¿unfinal por escribir? Causas, consecuencias ysalida a una crisis de sistema, Barcelona,Cristianisme i Justícia, Cuaderno 173; V. NA-VARRO, J. TORRES LÓPEZ y A. GARZÓN ESPINO-SA, Hay alternativas, Madrid, SequiturATTAC, 2011.

34. J.C. MÈLICH, Ética de la compasión, Barcelo-na, Herder, 2010, pág. 222.

35. Cf. J. D. CROSSAN, o.cit., pág. 143-168.36. Promovida por SETEM, Justícia i Pau y

Observatori del deute en la globalització(www.bbvasinarmas.org)

37. M. CASTELLS - M. SUBIRATS, Mujeres y hom-bres: ¿Un amor imposible?, Madrid, AlianzaEditorial, 2007, pág. 16-17.

38. Cf. L. RAMÓN, Mujeres de cuidado. Justicia,cuidado y transformación, Barcelona, Cristia-nisme i Justícia, Cuaderno 176, pág. 21-23.

39. Cf. J. I. GONZÁLEZ FAUS, Otro mundo es posi-ble... desde Jesús, Santander, Sal Terrae, 2010,pág. 137-186.

40. Cf., E. A. JOHNSON, La que es. El misterio dede Dios en el discurso teológico feminista,Barcelona, Herder, 1992, pág. 42-50.

41. Pueden encontrarse unas interesantes pautasacerca de la universalización de la causa femi-nista en L. RAMÓN, o.cit., pág. 18-19.

42. Cf. E. A. JOHNSON, o.cit., pág. 56-59.43. Cf. E. SCHÜSSLER FIORENZA, Cristología femi-

nista crítica. Jesús, Hijo de Miriam, Profetade la Sabiduría, Madrid, Trotta, 2000, pág.141-182.

44. Cf. L. RAMÓN, Queremos el pan y las rosas.Emancipación de las mujeres y cristianismo,Madrid, HOAC, 2011, pág. 150-151.

45. Cf. UNESCO, Nuestra diversidad creativa. In-forme de la Comisión Mundial de Cultura yDesarrollo, Madrid, Fundación Santa Ma-ría/SM, 1997, pág. 9.

46. I. RAMONET,Un mundo sin rumbo. Crisis de finde siglo, Madrid, Debate, 1997, pág. 63.

47. Cf. A. PIERIS, ¿Universalidad del cristianis-mo? en Cristianisme i Justícia, Universalidadde Cristo. Universalidad del pobre. Aporta-ción al diálogo interreligioso, Santander, SalTerrae, 1995, pág. 162.

48. Cf. A. TORRES QUEIRUGA, «Inculturación» enC. FLORISTÁN-J.J. TAMAYO, (eds.), Conceptosfundamentales de Pastoral, Madrid, Cristian-dad, 1983 y en Id. Conceptos fundamentalesdel cristianismo, Madrid, Trotta, 1993, pág.471-480 y 611- 619 respectivamente; P. Suess,Inculturación, en I. ELLACURÍA-J. SOBRINO,(eds.), Mysterium Liberationis. Conceptosfundamentales de la Teología de la LiberaciónII, Madrid, Trotta, 1990, pág. 377-422.

49. Cf. El Correo, 1/12/2011, pág.38.50. Cf. G. ZAGREBELSKY, Contra la ética de la ver-

dad, Madrid, Trotta, 2010, pág. 138-139.

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CUESTIONES PARA LA REFLEXIÓN

1. El autor dedica el Cuaderno a una serie de personas. ¿Te situas en algúngrupo de los que enumera? ¿Cuáles son tus esperanzas y tus sueños?

2. ¿Qué vientos de cambio te parece que corren por la Iglesia en estos díasde encrucijadas y aturdimiento? ¿Es posible averiguar dónde sopla el Espírituy en qué dirección, para dejarnos mover por él, y no por “otros aires”, aunquesoplen desde la curia vaticana?

3. ¿Qué te parece que ayudaría a la Iglesia a detectar señales del Reino enmedio de las ambigüedades de nuestro presente? ¿Cuándo la Iglesia es“radar” que descubre y señala el paso de Dios por la historia y cuándo se con-vierte en “ciudadela amurallada” protegida del mundo y enfrentada con él?

4. El autor propone cuatro signos de los nuevos tiempos inaugurados porJesús de Nazaret: las desigualdades del mundo, la emancipación de las muje-res, el pluralismo cultural y la democracia.

Ha llegado el momento de hablar alto y sin tapujos del capitalismo como una de las máximasreferencias religiosas de la cultura occidental de nuestro tiempo. La crisis económica quepadecemos ha puesto de manifiesto, por si todavía había alguna duda, que el verdaderoabsoluto de nuestro mundo globalizado es el Capital. La «realidad fundamental» que lodetermina todo ya no es Dios, sino el capitalismo. Mammón ha vuelto en versión capitalistay hoy más que nunca es el antagonista por antonomasia del Dios cristiano (cf. Mt 6, 24).

¿Crees que necesitamos estilos intempestivos de vida austera y solidaria quepropicien una civilización alternativa, fraterna, igualitaria y libre? ¿Proporcionael cristianismo energía y sabiduría para intentarlo y esperanza en lograrlo?

¿Que te parece que es necesario reformar en la Iglesia para que haya mayorigualdad entre el hombre y la mujer?

¿Dónde tendría que poner el acento en lo referente al pluralismo cultural?

¿Qué estructuras deberían ser transformadas para hacer visibles una culturade la democracia?

5. Si eres de los esperanzados, al final de la lectura te sentirás reforzado por:

El soplo de Dios viene envuelto en los vientos recios de cambio que hoy recorren nuestromundo. Unas veces chocando, otras sorteando, pero siempre pugnando con otras corrien-tes poderosísimas que pretende sofocarlos para perpetuar “el desorden establecido” en elque vivimos.

Y te sentirás llamado a discernir signos de los últimos tiempos en esas expe-riencias humanas que se han llamado «experiencias de contraste» y queseñalan lo que Dios no quiere porque se opone al Reinado de Dios.

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