Villa unión

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En El Bajío, entre 1531 y 1577 fue fundada Villa Unión Su nombre original Villa de la Purísima Concepción La existencia de un presidio hizo que se llamara Presidio de Mazatlán Juan Lizárraga Tisnado NOROESTE-Mazatlán, martes 16 de junio de 1987. Villa Unión es un rincón inolvidable de la geografía sinaloense, pleno de ensueño y de belleza, de cielo claro y diáfano que vive arrullado por el cauce y el sonido del río Presidio, confortado por el don de este serpenteante sustento natural que arroja sus aguas en el cercano y enorme Océano Pacífico. De esta tierra, de su enorme riqueza histórica, de su suelo, de sus hombres, de sus tradiciones, de sus fértiles campos agrícolas y pesqueros, de su arte y cultura, de sus ruinas, tratarán los reportajes que iniciamos hoy por gracia y obra de Ramón Núñez Lizárraga y con trabajo realizado a este respecto en la sindicatura, la segunda en importancia del municipio de Mazatlán, integrada por once comisarías en las que viven más de 33 mil personas, de acuerdo al censo de 1983. Villa Unión, nombre impuesto por un grupo masónico, se compone de las siguientes comisarías: Walamo, San Francisquito, El Pozole, La Urraca, Vainillo,

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Reportajes, crónicas y entrevistas elaborados por Juan Lizárraga Tisnado para NOROESTE-Mazatlán en los 80's, sobre algunos hechos pasados de Villa Unión, Sinaloa.

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En El Bajío, entre 1531 y 1577

fue fundada Villa Unión Su nombre original Villa de la Purísima Concepción

La existencia de un presidio hizo que se llamara Presidio de

Mazatlán

Juan Lizárraga Tisnado

NOROESTE-Mazatlán, martes 16 de junio de 1987.

Villa Unión es un

rincón inolvidable de la

geografía sinaloense, pleno

de ensueño y de belleza, de

cielo claro y diáfano que vive

arrullado por el cauce y el

sonido del río Presidio,

confortado por el don de este

serpenteante sustento

natural que arroja sus aguas

en el cercano y enorme

Océano Pacífico.

De esta tierra, de su

enorme riqueza histórica, de

su suelo, de sus hombres, de

sus tradiciones, de sus

fértiles campos agrícolas y

pesqueros, de su arte y

cultura, de sus ruinas,

tratarán los reportajes que

iniciamos hoy por gracia y

obra de Ramón Núñez

Lizárraga y con trabajo

realizado a este respecto en

la sindicatura, la segunda en importancia del municipio de Mazatlán, integrada por

once comisarías en las que viven más de 33 mil personas, de acuerdo al censo de

1983.

Villa Unión, nombre impuesto por un grupo masónico, se compone de las

siguientes comisarías: Walamo, San Francisquito, El Pozole, La Urraca, Vainillo,

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La Tuna, Lomas de Monterrey, La Amapa, Aguaje de Costilla, Caleritas, Barrón.

Doce con la central, Villa Unión.

EL PRESIDIO DE LA PURÍSIMA CONCEPCIÓN DE MAZATLÁN

A Villa Unión se le conoció como el Presidio de Mazatlán en algún tiempo,

cuando su nombre real era Villa de la Purísima Concepción, más la existencia de

un presidio en el lugar cercano al puerto, propició esta confusión. Aclárese: Por

presidio se entiende el resguardo y no una prisión. Ero mero sitio de avance para

protegerse de los indígenas bárbaros que abundaban por la región.

El pueblo había sido gobernado por milicianos pardos rústicos e indios

cocoyamas, de quienes se dicen eran depravados y bárbaros y ello motivó estos

sitios de avance o presidios en la periferia de los reinos conquistados. También

abundaban los contrabandistas.

Pero de acuerdo con las referencias históricas, Villa Unión se estima fue

fundado entre 1531 y 1577, primero en El Bajío, el que debido a las inundaciones,

fue trasladado al lugar que actualmente ocupa.

TRUEQUE RELIGIOSO

Lo que hoy es Mazatlán eran entonces unas islas que servían de torres y

atalayas naturales para vigilar las costas de la provincia. De esta manera, Villa

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Unión fue el primero que tomó el nombre de Mazatlán, cuando se llamó Presidio

de la Purísima Concepción de Mazatlán.

Al surgir las primeras casas en el puerto, su nombre fue San Juan Bautista

de Mazatlán. Aquí hay algo curioso: los santos están cambiados. El patrón de Villa

Unión es San Juan Bautista y la virgen patrona de Mazatlán es la Inmaculada

Concepción.

La fundación de Villa Unión se acredita a Hernando de Bazán, gobernador

de la Nueva Vizcaya, quien premió a Martín Hernández por su defensa de las

islas, autorizándolo para que habitara el valle ubicado entre el río Presidio y el

Cerro Zacanta. Funda así El Bajío.

Además de ser subastado por las inundaciones, este pueblo de El Bajío era

víctima de los indígenas de Tepuxta, quienes quemaban casas y asesinaron a los

capitanes Fernando de Arejo y Juan López de la Purísima Concepción de

Mazatlán.

Ese nombre tuvo el pueblo hasta el 11 de septiembre de 1828, pues por

decreto expedido por la Legislatura, por gestiones de la Logia Masónica del lugar,

se le puso Villa Unión.

La pérdida de títulos y otros documentos deja un ancho paréntesis en la

historia de Villa Unión, sin embargo, se conocen algunos hechos históricos.

El 10 de diciembre de 1859, cincuenta sublevados robaron en la villa y

armaron un gran desorden al grito de “¡religión y fueros!”.

El 10 de marzo de 1866, una columna de 400 franceses y 600 traidores fueron

atacados por los republicanos en un combate inolvidable que buscaba evitar la

unión de las tropas francesas que procedían de Tepic con las existentes en

Mazatlán. Aquí fue herido Jorge García Granados, al igual que Miguel

Peregrina. Los muertos abundaron en los dos bandos.

El 9 de enero de 1868, el pueblo fue tomado por el general Jesús Tolentino al

pronunciarse en contra el gobierno de Domingo Rubí.

El 18 de abril de 1868, Donato Guerra, al frente de la vanguardia del Ejército

de Occidente, derrota a los sublevados contra el gobierno de Domingo Rubí.

El 22 de febrero de 1915, Ramón F. Iturbe derrota a mil villistas después de

tres horas de combate.

Escenario de muchos de los combates señalados, fueron los callejones de la

fábrica de hilados que existió en el lugar y de la cual trataremos en el próximo

reportaje.

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¡Buenos días, primavera!

Benito Juárez, el benemérito de las Américas

Batalla en Villa Unión

Juan Lizárraga Tisnado

NOROESTE-Mazatlán, lunes 21 de marzo de 1988.

Es primavera. El planeta

cumple con su movimiento de

traslación a la vez que gira en

torno de su eje. Contra la

convulsión social, la naturaleza

sigue su curso y se inicia el

equinoccio de primavera que

divide a la noche y el día en partes

iguales y va acortando la noche

durante noventa y tres días, del 21

de marzo al 21 de junio.

Primavera es. Nuestro

hemisferio comienza a entrar en

calor y la frescura de la noche se

acorta para convertirse en luz del

día; en forma lenta, la vegetación

empieza a cubrirse con un ropaje

verde y coronará su hermoso

vestido con un colorido florecer y

sobre la gama de colores de las

flores, todos los seres de la

naturaleza se llenarán de contento

entre el alegre aleteo de los

pájaros.

Volverán las golondrinas,

las gaviotas a la mar. Se

entreabrirán las flores para ofrecer su perfume y su miel a la abeja de vibrante

revolar.

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Todavía, la naturaleza se impone. Y fue en el dulce tiempo de la primavera, en

1806,un 21 de marzo, día de amanecer, de despertar, cuando en San Pablo

Guelatao, Oaxaca, se abrieron las puertas de la vida a un indígena partícipe del

parto espléndido y doloroso de la República Mexicana: don Benito Juárez, el

Benemérito de las Américas.

Quiso el destino que un infortunio mandara al indito pastor a estudiar en la

ciudad, pues había perdido una de sus ovejas, y para escapar a la reprimenda

emprendió la huida. Nadie pensaría que aquel indígena sobresaldría a su miseria,

a la discriminación, a las intrigas políticas, para convertirse en un abogado ejemplo

de honradez, gobernador de Oaxaca y presidente de México en una etapa clave,

de nacimiento y constitución de la república, además de enfrentar la invasión del

imperio francés.

En 1858 llegó esta nobleza indígena a la presidencia de México y debía ser

el presidente trashumante durante siete periodos, hasta que lo sorprendió la

muerte el 18 de julio de 1872.

LA PRIMAVERA DE 1866 EN VILLA UNIÓN

Sesenta años después del nacimiento de Juárez, desde el sur de Sinaloa,

de Villa Unión, los partes militares dirigidos al gobierno que presidía, ubicaban:

“Paso del Norte o donde se halle”.

Eran los tiempos de la intervención.

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La de 1866 fue una primavera triste, luctuosa, para los sinaloenses del sur,

aunque plena de honra. Del 19 al 21 de marzo de este año, las fuerzas liberales

tuvieron un cruento combate en los callejones de Villa Unión.

Los liberales cargaron con 71 muertes y 76 heridos, sin embargo,

obtuvieron una ventaja estratégica, ya que evitaron que unieran sus fuerzas las

tropas del indio Manuel Lozada (fieles a Maximiliano) con las francesas

acuarteladas en lo que se conocía como Palos Prietos en Mazatlán, para unidas

batir a los republicanos en todo el estado. El intento de los imperialistas se vio

frustrado gracias a la valentía de los liberales.

A las 11 de la mañana del 19 de marzo, 400 franceses desprendidos de

Mazatlán llegaron a Villa Unión y tomaron posiciones para resistir a las fuerzas de

Ramón Corona. Iban además 600 mexicanos traidores. Pretendían reunirse con

las fuerzas del indio Manuel Lozada que en número de 2 mil hombres habían

ocupado Acaponeta el 15 de marzo.

Las fuerzas imperialistas ocuparon Villa Unión sin disparar ningún tiro, pero

de este lado del río Presidio, las fuerzas de Ramón Corona estaban decididas a

disputarse y de inmediato se inició el combate.

Hasta el oscurecer del 19 de marzo hubo cruentos enfrentamientos los que

continuaron el 20 y 21 de marzo hasta las siete de la noche.

Los franceses ya no tenían resistencia y rompieron el cerco de los liberales

para abandonar al crecido número de cadáveres en putrefacción que amenazaban

convertirse en un foco mortífero. Huyeron por la playa, protegidos por buques de

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guerra, rumbo a Mazatlán. Dejaron algunos

muertos en su huida, así como parque y

provisiones.

Los muertos fueron abundantes,

mucho más numerosos en las filas

patrióticas, pero la victoria fue para ellos,

pues evitaron el encuentro entre las tropas

francesas de Mazatlán y las del indio

Lozada situadas en Acaponeta. Un segundo

intento lo hubo el primero de abril, por

Concordia, el cual fructificó, pero ya era

demasiado tarde, pues Napoleón

decidió privar del apoyo de sus armas a

Maximiliano y los invasores empezaban

a abandonar Sinaloa.

Mucha sangre costó a los

sinaloenses sureños, a los mazatlecos,

este hecho que sin embargo apresuró el

fracaso de la aventura europea.

Murieron Juan Miramontes, conocido

como el As de la Guerrilla, valeroso

guerrillero que hostigaba a los franceses en Mazatlán con incursiones que hacía

hasta el centro de la ciudad en acciones temerarias; entre los 71 muertos también

se contaron Romualdo Tirado, Tiburcio Zazueta, Francisco Tortolero, Gumersindo

Nájera.

El gobierno de la República premió a los jefes y oficiales más destacados

de las Brigadas Unidas que comandaba Ramón Corona por su actuación en este

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combate: Siviano Dávalos, Jorge G. Granados, Francisco Tolentino, Donato

Guerra, Miguel Peregrina.

El panorama se fue haciendo favorable para los patriotas mexicanos y

dejaron como último reducto para los invasores el Cerro de la Campana, en

Querétaro, donde Maximiliano entregó su espada precisamente a Ramón Corona,

después del sitio establecido del 10 de marzo hasta el 15 de mayo, fueron

juzgados y fusilados en el mismo Cerro de la Campana el 19 de julio de 1867.

Juárez fue inflexible. Ordenó la ejecución.

Su inflexibilidad y seriedad daban a Juárez una imagen de hombre duro e

inhumano, más su frescura y sencillez están de manifiesto en las cartas y en su

relación con su esposa Margarita.

Terminado su viacrucis, establecido como presidente, Juárez salía del

Palacio Nacional en la ciudad de México, tomaba su capa española, y cubierto

medio rostro entrelazaba su brazo al de Margarita envuelta en su chal y se

lanzaban juntos a disfrutar, con toda humildad, de la estrellas, lo que aún era

posible hasta su muerte en la plaza de la que nuestros ancestros bautizaron como

Tenochtitlán.

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Ramón Núñez Lizárraga, incansable promotor

de espectáculos populares en Villa Unión

Bobby Capó, Ramón Márquez, Acerina y su danzonera, Pérez

Prado, Mayté Gaos, algunos de los grandes artistas que actuaron

en los 50’s y 60’s merced a las promociones de Ramón Núñez

Juan Lizárraga Tisnado

NOROESTE-Mazatlán, jueves 11 de junio de 1987.

Villa Unión vivió su época de oro de 1950 a 1960.

La ganadería y la agricultura, la pesca, estaban en auge y los espectáculos

artísticos y taurinos de altura internacional se daban a la orden del día en esa

sindicatura de Mazatlán que pide ya convertirse en municipio.

Ramón Núñez Lizárraga fue testigo y partícipe de esta época, la que

trataremos de revivir en los siguientes reportajes, al igual que los hechos históricos

de tan importante sindicatura en las luchas que crearon el país en que ahora

vivimos.

En justo reconocimiento por los datos que nos ha proporcionado, a la labor

que ha realizado por su pueblo y a su vida plena de anécdotas, iniciamos estos

reportajes con una semblanza de la vida de Ramón Núñez Lizárraga.

Como introducción a la charla con Ramón Núñez, en su domicilio, por la

calle Coronel Medina de la colonia Sánchez Celis, disfrutamos de una exquisita

comida preparada por su esposa Manuela Osuna,

familiar de Joe Conde.

Don Ramón nació en El Pozole, separado de

Villa Unión sólo por el río Presidio, en enero de 1920.

Su padre, Nicolás Núñez, era

originario de El Walamo y

su madre, Aurelia

Lizárraga, de El Verde.

Sus estudios de primaria

los realizó en Villa Unión y

recuerda con cariño a

Delfina Juárez, su maestra

de primeras letras y a

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Marina Soto, de sexto año. Parte de la secundaria la estudió en el Colegio El

Pacífico de Mazatlán.

Desde muy temprana juventud se dedicó a ayudar a su padre en las albores

de la ganadería y del campo pero hubo de emigrar, a los 18 años de edad, pues

era pequeño propietario y el movimiento agrarista no le brindaba seguridad, por lo

que se trasladó a Sonora donde radicó por unos cinco años.

No encontró en Sonora los nuevos horizontes que buscaba y llega a Los

Mochis, donde administró un rancho, luego a Guasave y a Guamúchil hasta que

en 1946 regresa a Villa Unión donde se dedicó al comercio, a la ferretería y fungió

como presidente de festejos de la Sociedad Mutualista Sixto Osuna. Instaló un

centro de baile, un restaurant y un hotel.

UNA GRAN PROMOTOR DEL ESPECTÁCULO

Por estas fechas, Ramón Núñez se convirtió en un trotamundo y en un

embajador de Villa Unión, pues con hechos supo poner en alto el nombre de su

pueblo y el de Sinaloa.

Su relación con artistas de talla nacional se debió a su paisano Tirso Rivera

—recién fallecido, chelista de la Orquesta Típica, originario de El Pozole—,

cuando lo visitó en una ocasión en la ciudad de México.

Tirso Rivera, dirigente nacional de los músicos, invitó a Ramón Núñez en la

XEW en el que se presentaba Ramón Márquez con su orquesta:

—¿No te animas a llevarlos a Villa Unión? —le preguntó Tirso, y al ver

decidido a Ramón le comentó que él le ayudaría a que le cobraran barato y se

hizo el contrato.

“Estás loco”, “eso cuesta mucho”, le decían sus compañeros colaboradores

de Villa Unión, entre ellos Reynaldo Machado, Panchito Rodríguez, Homobono

Rodríguez y Roberto Osuna, pero con la idea de que querer es poder, hizo el baile

con la orquesta de Ramón Márquez y con la variedad de la cubana Barbarita

Gómez.

“Fue un baile fantástico, con un ambiente extraordinario. El primer baile de

categoría que le dio importancia a la vida social de Villa Unión”, comentó gustoso

Ramón. El baile se transmitió a control remoto por la KETK y tuvo como maestro

de ceremonia al entonces excelente locutor Roberto Díaz de León.

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Fue un éxito. Hubo “ojalateros”, aquellos que con el ojalá en la boca,

movidos por la envidia, quieren que todo salga mal, más nada hizo claudicar la

preocupación por el servicio y progreso que ya caracterizaba a Ramón Núñez.

Regresa a México y conoce a grandes directores de orquestas, como

Chucho Rodríguez y Juan García Medeles, el artista panameño Tony Moro, el

puertorriqueño autor de “Piel Canela” Bobby Capó. Visitó los mejores centros

nocturnos de México, donde le tomaron confianza y se convirtió en representante

y promotor de varias orquestas y así lo mismo organizaba un baile en

Guadalajara, San Luis Potosí y Torreón, que en Mazatlán, Guamúchil, Los Mochis

y Topolobampo. Su habilidad para organizar estos eventos, que se volvió

prodigiosa, y su calidad humana lo convirtieron en campeón de la amistad.

Se le veía en México por Villafontana, el Casino Libanés, el Tam Room del

Hotel Reforma, el María Isabel, El Colmenar. Recuerda especialmente al paisano

Chilo Morán, quien entonces tocaba en un conjunto de jazz en El Diplomático y lo

invitó a un maratón de baile donde tocaron las mejores orquestas de la época,

muchas de las cuales vendrían a Villa Unión.

No pudo traer a Pedro Infante, a quien conocía cuando acompañaba a

Gabriel Millán. “Y a mí ¿cuando me llevas?”, le preguntó Pedro Infante. Dicen que

hay buenos talabarteros en Villa Unión. Pedro sabía ya de la fama talabartera de

los Bernal y quería una buena silla. “Eso yo te lo regalo”, le dijo Ramón y vendría a

Villa Unión luego de cubrir una gira por Centroamérica, más a poco de su regreso

ocurrió el accidente.

Agustín Lara no pudo venir tampoco, pero sí su orquesta, con la que hizo

una gira de tres días. Pérez Prado, Acerina y su danzonera fueron también amigos

de Ramón Núñez. Representó a la Orquesta Cubana de Arturo Núñez y a la de

Ismael Díaz.

Además de más de quince orquestas famosas que trajo a Villa Unión,

presentaba a las grandes de la región, como la de los hermanos López, la de

Ramón López Alvarado, la de Cruz Lizárraga y artistas de la talla de Baby Bell,

Mayté Gaos, la orquesta de los Hermanos Millán de Escuinapa, el cantante José

Ledezma.

Acerina y su danzonera se presentó el 27 de junio de 1966. No hay cuento.

Ramón Guarda los carteles (pasa a la página 10-a).

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Ramón Núñez, de promotor de espectáculos a

torero, farmacéutico, además de historiador Planea publicar un libro sobre la historia de Villa Unión

De su amistad con Julio Lemmen Meyer se hizo farmacéutico

Juan Lizárraga Tisnado

NOROESTE-Mazatlán, viernes 12 de junio de 1987.

Además de incansable promotor de espectáculos y campeón en el arte de

cultivar amistades, Ramón Núñez Lizárraga se dedicó en otros tiempos a la fiesta

brava, fue hombre de empresa, se desempeñó en el área farmacéutica donde se

hizo de conocimientos médicos, ha participado en política sin ocupar puestos

gubernamentales, es carnavalero de corazón, dibuja en sus ratos libres y se

dedica a labores sociales, además de hurgar en la historia de Villa Unión, del que

piensa publica un libro. Aquella época de oro de Villa Unión de los cincuenta a los

sesentas, alegre y musical, fue precedida de la euforia que produce la corrida de

toros que alcanzaba más lucimiento en las fiestas de San Juan y se hicieron más

periódicas en la Hacienda Los Ángeles, ya desaparecida, donde se construyó una

plaza. La Hacienda se ubicaba entre El Pozole y La Urraca.

Los grandes del toreo de la época se presentaban ahí y eran admirados por

los campesinos y los pudientes de la región, ya que había localidad para todos.

Ahí, Ramón Núñez fue peón de los matadores y por dos ocasiones vistió el traje

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de luces pero… los toros lo

empezaron a golpear y optó por

abandonar tan temeraria profesión, de

la que guarda recuerdos en el pecho y

en el pie izquierdo.

DE PROMOTOR A FARMACÉUTICO

Entre los viajes a México y sus fiestas

en Villa Unión, Ramón Núñez decidió

radicar en Mazatlán desde 1963

donde se dedicó al comercio

ambulante y tuvo la fortuna de contar

con excelentes amistades que le

ayudaron en lo que podían. Uno fue

Gabriel R. Osuna y otro el doctor Julio

Lemmen Meyer.

El doctor Lemmen Meyer era en

1966 presidente de la Cámara

Farmacéutica de Mazatlán, la que el 6

de mayo de ese año realizó una

asamblea en el Círculo Social Benito Juárez, ubicado por Constitución y Carnaval,

con el objetivo de analizar los problemas por los que atravesaba la Cámara.

Julio Lemmen Meyer tomó la palabra, una vez agotado el orden del día,

para señalar que debido a la infinidad de problemas administrativos que tenía en

la cámara era necesario nombrar a una persona que fungiera como gerente de la

misma.

Ramón Núñez asistió invitado por el doctor Lemmen Meyer y fue el doctor

Claudio Ortega, propietario de la farmacia París, quien lo propuso para el cargo

por ser hombre honesto, emprendedor, entusiasta, de carácter respetuoso,

comunicativo y de fácil relación con todas las personas.

En forma extraordinaria, en la misma reunión, fue nombrado gerente por

todos los boticarios presentes.

Administró la cámara gracias a la ayuda de varios propietarios y doctores,

estudió medicina por su cuenta al grado de que la cámara daba cursos a los

responsables de farmacias.

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El puso la suya, la cual no hace mucho cerró y ahí tomó bastante

experiencia en la curación de enfermedades crónicas, hemorroides, sinusitis,

enfermedades venéreas, pulmonares, reumas, etcétera.

Este cargo le permitió conocer a gente importante de la medicina y varias

partes del país a donde asistía como convencionista representando a Mazatlán y

poniendo siempre en alto a su Villa Unión.

ARTISTA, POLÍTICO Y CARNAVALERO

El hombre de empresa, el promotor de espectáculos no deja que el tiempo

pase en vano y los aprovecha segundo a segundo, sin descuidar a su familia. Así

se abre un paréntesis para dibujar a lápiz. Dibuja principalmente jeroglíficos,

idolillos encontrados en la región, arte autóctono y murales.

Dibujar es su principal pasatiempo y diversión para el descanso, cuando

quiere olvidarse de las tareas obligatorias.

Pero no le dedica bastante tiempo a este entretenimiento. Si las fiestas del

carnaval se acercan, siempre está puesto para actuar, como en el pasado en que

estuvo en el comité de Yolanda Ramos. Es mazatleco, pues sus solares

pertenecen a este municipio y tiene que ser carnavalero.

En época electoral, su casa es el punto desde el cual los candidatos de

todos los partidos políticos reconocen a la colonia Sánchez Celis, aunque él ha

estado durante muchos años con el PRI. A las personas las trata sin ver su

ideología ni el color de sus banderas y así aun después del proceso electoral, es

visitado por gente de izquierda, de derecha y del centro.

Como promotor de espectáculos no ganó mucho dinero y en ocasiones en

que lo obtuvo, realizó labores sociales en diferentes poblados, aunque sus

negocios particulares le han permitido una posición económica holgada.

Ahora está al frente de su familia. Vive aún de la industria farmacéutica,

pero tiene tiempo para hurgar en la historia de Villa Unión del cual tiene planeado

hacer un libro. Los reportajes que publicaremos sobre esta sindicatura de

Mazatlán se harán gracias a los datos que nos proporcionó Ramón Núñez.

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De la fábrica de hilados, otrora pujante

empresa de Villa Unión, sólo quedan ruinas

Mala administración y peticiones desmedidas de

los trabajadores obligaron al cierre de esta fábrica

creada por un alemán de apellido Estífenes

Juan Lizárraga Tisnado

NOROESTE-Mazatlán, jueves 18 de junio de 1987.

Con

todo el proceso de la ciencia, la humanidad no ha podido retornar materialmente al

pasado para conocerlo y las ruinas han sido y son la máquina del tiempo que nos

permite conocer el pasado prehistórico e inmediato.

Y un túnel del tiempo son las derruidas ruinas ubicadas en Villa Unión,

camino a El Walamo, ante cuya presencia nos trasladamos a un mundo, si no muy

lejano en el calendario, sí en la forma actual de vida, tiempos que nunca volverán.

A otros tiempos nos llevan estas ruinas. Al progreso de la región cuando

junto con la fábrica de hilados trabajaban los ingenios azucareros de El Roble, El

Guayabo y el Pie de Cochi en El Walamo, seguidores todos del mismo derrotero:

mala administración y peticiones desmedidas de los trabajadores obligaron al

cierre de sus puertas y a que terminara el humo de sus chimeneas.

Más atrás nos llevan estas ruinas que se edificaron en una fecha perdida en

el olvido a instancias de un alemán de apellido Estífenes que le agregó su nombre

al de la “Fábrica de Hilados y Tejidos y Estambres”. Estífenes, cansado y viejo,

buscó venta a la fábrica. Un inglés de apellido Ripper, amante de la naturaleza,

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previsor, se enamoró a primera vista del río Presidio, pero más que todo de la

calidad de las tierras de su alrededor y compró la fábrica a la cual le hizo varias

modificaciones. La tragedia enlutó a Ripper: un hijo suyo llegado de Europa,

cuando se le enseñaba el funcionamiento de la fábrica, enredó su corbata en una

polea y el joven murió asfixiado al momento.

DE SUCESOR EN SUCESOR, HASTA LOS CORVERA

Grandemente desanimado, Ripper

pensó en cerrar o vender la empresa. Se

dirigió a Mazatlán y la propuso a Casa

Melchers Sucesores, poderosa firma de

alemanes que la compró.

La lógica sugiere que la Casa

Melchers vendió la empresa a Celedonio

Corvera, español que amplió la fábrica y le

hizo grandes modificaciones: instaló un

motor de 300 caballos de fuerza. Luis

Herrera era el motorista y su padre Gonzalo

el hojalatero.

En 1929, el técnico inglés Robert

Terrien cambió la potencia de vapor al

instalar el motor de energía eléctrica y la

fábrica se llamó después “Hilados y Tejidos,

S.A.”. Poco antes, su razón social fue

“Compañía Corvera, S.A.”.

DE LOS OFICIOS Y LOS SUELDOS

Tres turnos se laboraban en la época de esplendor de la fábrica. Eran

cientos los obreros que trabajaban, incluso las tierras de su alrededor, en las que

se sembraban grandes tomateras, alfalfa, chile, garbanzo, caña de azúcar; había

una huerta enorme, de árboles frutales. Se sembraban un promedio de 300

hectáreas. Había cerca de 80vacas de muy buena clase y un promedio de 600

hectáreas de monte virgen de donde se extraían maderas de gran calidad.

Entre a las ruinas y se imaginará a todos los trabajadores, a los de

confianza en la gerencia, a Luis Fuentevilla, Jesús Tostado Guerrero, Rafael

Veitia, Martín Espinoza, Enrique Santos, José Lavalle y Juan Robledo.

Al entrar imaginará al portero Canuto Sánchez. En el área agrícola al

director del campo, don Abelardo Abizarán, concuño de Celedonio Corvera en su

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carruaje de cuatro ruedas jalados por sus mulas de primera “La Empanada” y “La

India” con porte de caballos percherones; sentirá la presencia de su ayudante Julio

Villaseñor, del caporal Eduwiges Escandón, del jefe de la mulada Carlos Ulloa, a

Jesús Peinado, a Juan Peña.

Y allí en la fábrica, presurosos sobre los telares especializados, a Juan

Burgueño, Mono Guerrero, Francisco Camacho y sus ayudantes; a Ramona

Fregoso y su hermana Yoya, a Francisca Zamudio, a la Jito Inda, a juanita

Venegas, a “La Cuadrada”, a las hermanos Ortega, Doro García, El Negro García,

Miguel García y Juan y Chano Aguiar, Ramón Sosa, Heleodoro y Jesús García,

Natividad Alcaraz, Ramón Castañeda y cientos más, vecinos de la región los

obreros y los de confianza principalmente españoles.

Los sueldos eran onerosos. Echemos un vistazo a la nómina de 1942: Félix

Lillo Tejón, quien era jefe de personal, recibía una paga diaria de 4 pesos con 50

centavos; José Peinado, Pedro Xibillé, 5 pesos, y Evodio Sánchez 3 pesos. Era el

personal de confianza, así es que ya imaginará el sueldo de los trabajadores que

difícilmente llegaba a 20 pesos semanales.

EL SINDICATO: AMBICIÓN, LUCHA Y MUERTE

A los costados de la fábrica, hacia la derecha, la residencia de los Corvera,

elegantísima, con sus balcones coloniales y su casino, testigo de innumerables

banquetes a donde acudía lo más rancio de la sociedad mazatleca y mexicana; a

la izquierda, la de los trabajadores de confianza y en el centro los telares.

En el pueblo, frente a la fábrica, las modestas pero cómodas casas de los

obreros.

En 1935, la fábrica adoptó el nombre de “Fábrica de Hilados y Tejidos de

Algodón Unión”, de gran fama por la manta y la mezclilla que elaboraba.

Los trabajadores ya estaban sindicalizados. En 1923, el primer sindicato lo

encabezaron Rigoberto Ibarra, Esteban Serrano, Roberto Calderón, Trinidad

Fregoso y Marcelino Rocha. El sindicato era de lucha y enfrentó de principio los

malos tratos del gerente Luis Fuentevilla a los trabajadores y del entonces capataz

Leopoldo Amutio, a quienes acusaban de déspotas, de despedir sin causa

justificada, de golpear a los que reclamaban. Se hace la primera huelga de 12

días, una gran ofensa para los empresarios quienes tuvieron todo el apoyo de

Plutarco Elías Calles, presidente de la República, para terminar con el movimiento.

La llama de la lucha se encendió de nuevo en 1932, cuando el sindicato lo

encabezaron Miguel Betancourt, Doroteo García, Alejandro García, Leocadio

Hernández, Laura Ramos y Gabriel Rodríguez.

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Otra vez la fuerza pública, ahora con a Judicial del Estado. Despiden a los

dirigentes e integra la empresa un sindicato blanco.

En 1935, los obreros encabezados por Antonio Vizcarra tomaron por asalto

el edificio. Había una efervescencia de lucha obrera y campesina en el país. La

toma fue producto de un trabajo secreto, pues los trabajadores celebraban juntas

en la casa de Leonardo Avilés, muerto antes de la toma por los terratenientes,

pues apoyaba la lucha por la tierra que se daba en el sur de Sinaloa. Al

movimiento se adherían campesinos de otros pueblos por el reparto de la tierra

ante lo cual los terratenientes crearon el grupo de choque conocido como “Los del

Monte”.

Las autoridades actuaban con mutismo, hasta que se decidió por participar

después de la muerte del gobernador Rodolfo T. Loaiza en la celebración de un

carnaval mazatleco.

Hubo muchos crímenes. Perdieron la vida Andrés Zamudio, Cristóbal

Lizárraga, Luis Osuna, Jesús C. López, Felipe Madero, Juan Jiménez y otros.

La efervescencia sindical continuó y fue minando la buena marcha de la

empresa. La muerte de Celedonio Corvera fue el tiro de gracia, pues sus hijos no

la supieron administrar y a las 5 de la mañana de octubre de 1957 cerró para

siempre sus puertas.

Ramón Castañeda, Pablo Osuna y Ricardo Hernández, a nombre del

comité local ejecutivo del Sindicato de Trabajadores de la Industria Textil y

Similares de la República Mexicana, signaba una carta enviada al comité nacional

en la que dan a conocer el cierre y piden ayuda moral y económica para los

obreros, entonces rebajados a sólo 280.

Pedían a los dirigentes nacionales que solicitaran la intervención del

gobernador, que presionaran a la Junta Federal de México, de la Secretaría del

Trabajo, para que fallaran a favor de los trabajadores para que no cerrara sus

puertas definitivamente y la ayuda económica.

Nunca se abrieron de nuevo las puertas y actualmente las tierras y las

ruinas pertenecen a un banco de Guadalajara, pues con ellas se cobró un

embargo.

La actividad laboral y económica decayó desde entonces en Villa Unión,

que espera el resurgimiento, al que ve lejos, a los veinte años de haber cerrado

sus puestas la Fábrica de Hilados.

Page 19: Villa unión

LA ORQUESTA TÍPICA QUE SOÑÓ TIRSO RIVERA IBARRA Por Juan Lizárraga

NOROESTE-Mazatlán, 3 de diciembre de 1982

Perdón. Porque es en vida cuando se debe reconocer la facultad artística y la elocuencia que eleva al hombre sobre sus semejantes, aun cuando se regrese a la sórdida tranquilidad de la vejez sin ningún adorno, se pide aquí, perdón.

Y es que Tirso Rivera Ibarra murió esperando de nosotros el último reconocimiento a su vida.

Nos esperó en El Pozole —donde vivió sus últimos días antes de fallecer el 25 de noviembre en el hospital del Seguro Social de Mazatlán— para que lo entrevistáremos. Se nos fue antes.

No habrá divagaciones metafísicas sobre la muerte. Expondremos “la vida” de Tirso Rivera, como nos la platica su mejor amigo Ramón Núñez, quien estuvo con él hasta los últimos instantes. (Ya el artista excelso forma parte de la música universal junto a los grandes del arte clásico. Para qué especular que se fue al cielo para armonizar con el respetable y lánguido sonido de su cello los cantos celestiales de los ángeles).

Nació en Villa Unión el 7 de agosto de 1919. A corta edad, se fue con sus padres, Tirso Rivera Velador y Catalina Ibarra, a vivir en Mazatlán, donde estudió primaria en la escuela Morelos, “La Duquesa”. Lo acompañaban sus hermanos Alicia y Olga.

Su papá trabajaba en la orquesta Gallardo, de Manuel Gallardo, donde luego, desde muy pequeño, ocuparía una plaza Tirso, quien terminaría la secundaria y luego la preparatoria en la escuela que dirigía el ingeniero Manuel Bonilla (Pro Cultura Regional (1936-1938).

La familia se fue a radicar a México y mientras su papá era miembro de la Orquesta Típica de Miguel Lerdo de Tejada, Tirso estudiaba en el Conservatorio.

MÚSICO. Tirso Rivera, segundo de derecha a izquierda, aparece tocando el instrumento de su preferencia, el cello.

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Posteriormente, también ingresó a la Orquesta Típica, donde destacó como solista tocando el cello.

Después fue miembro de la Orquesta Sinfónica de México, que dirigía entonces Carlos Chávez. Sin descuidar sus estudios, hizo gira por Europa, dando conciertos en el Vaticano, en Bruselas, Francia, etcétera.

También conoció América del Sur. Sus múltiples visitas a Cuba le permitieron conocer a Fidel Castro y siempre tuvo en su ideal la defensa del trabajador, por ello fue electo secretario general del Sindicato Nacional de Músicos de la República Mexicana.

Tuvo una intensa actividad política. Fue candidato a diputado del PRI por el XIV Distrito. Después dejó la secretaría sindical y se incorporó a la Orquesta Sinfónica de Guadalajara.

Enfermó: una oclusión intestinal le dañó la columna vertebral y se le engarrotaron los brazos. Ante el coraje de sus múltiples amigos, vendió su cello y se vino a radicar en El Pozole, en su casa de campo, donde reside su familia, lugar que nunca dejó de visitar, pues en todo el sur de Sinaloa era (es) ampliamente conocido.

CHARROS Y CHINACOS, SÍMBOLOS INSURGENTES

En su “retiro” campestre, Tirso Rivera escribió una carta que nunca envió, primero a la esposa de José López Portillo y luego a la de Miguel de la Madrid, porque llevaba dentro de sí el delirante anhelo de formar una orquesta; elaboró un anteproyecto en el que propone nombre, finalidad, uniforme y hasta forma de transportación de lo que sería su orquesta.

Hacía una pequeña autobiografía en la que notificaba lo dicho: que nació en Villa Unión, que en el Conservatorio tuvo como maestros a Julián Carrillo, Manuel M. Ponce, Silvestre Revueltas, Pablo Moncayo y Carlos Chávez; que ingresó a la Orquesta Típica que dirigía Miguel Lerdo de Tejada y que triunfó en un concurso convocado por la Sinfónica de México que dirigía entonces Carlos Chávez, ingresó a ella y fue luego miembro de la Sinfónica Nacional del INBA; que visitó Norteamérica, Canadá, El Caribe, Sudamérica y Europa Occidental.

“Nuestros campesinos, nuestros obreros y sus hijos deben ser nutridos espiritualmente para que el día de mañana sean mejores mexicanos”, decía y de ahí extraía la necesidad de formar esta orquesta para dar a conocer la música mexicana en los ejidos, en los ingenios, en las escuelas rurales, en las plazas

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públicas, en los centros agropecuarios, en los orfanatorios, en los reclusorios, en… donde se sienta palpitar el corazón del México auténtico.

El objetivo era “desterrar el lamentable perjuicio que ha venido ocasionando la ‘música moderna”. Él quería “poner nuestro granito de arena para hacer llegar a la familia campesina algo de nuestra cultura musical”.

Cuántas alabanzas hace a la Orquesta Típica, y con justeza, porque a través de ella la música mexicana, nuestro folklore musical fue y es conocido mundialmente.

Re3cuerda en este anteproyecto aquel discurso del licenciado Luciano Rubí, jefe de la Oficina de Acción Cívica de México durante el gobierno de Cárdenas, en Valparaíso, Chile:

México tiene el inmenso orgullo de que en su música vibra todo el romanticismo de la raza azteca, sus episodios de la vida misma del pueblo mexicano que con gusto dedicamos al pueblo hermano de esta República de Chile, del que somos deudores de gratitud, cariño y respeto, que hablan y viven como nosotros. Creemos que América debe ser, más que ninguna otra, tierra de hermandad y ayuda mutua”.

La Orquesta Típica Presidencial se convirtió en la no menos famosa Orquesta Típica de Policía.

Orquestas hay muchas, pero no una como la propuesta por Tirso Rivera, una que “cree una vida artística permanente para que todos aquellos hombres con talento e inspiración sigan enriqueciendo con sus obras maravillosas nuestro acervo estético, ya que muchas de ellas han pasado a formar parte de la cultura universal”.

El anteproyecto sigue en pie, la orquesta llevaría el nombre de Miguel Lerdo de Tejada y sus miembros llevarían uniformes de charros y de chinacos, símbolos de México, no de machismo, sino de los insurgentes, de los que se lanzaron a expulsar a los invasores.

La orquesta estaría integrada por aproximadamente 200 artistas, entre los que se incluye un grupo coral, un trío popular, un grupo de baile y un conjunto jarocho. Eso pedía y pide aún cuando esté muerto, con el lema “un pueblo que baila, canta y ríe, es un pueblo feliz”.

NO HIZO RIQUEZA POR UN VICIO

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“Conoció mucho mundo”, nos dice Ramón Núñez. Ganó mucho dinero, pero no acumuló riqueza porque siempre tuvo el vicio de regalar en las navidades. Cuando fue líder sindical, no quería que ningún hijo de músico se quedara sin recibir regalo y llenaba almacenes con juguetes que luego repartiría.

“Era sencillo, platicador, mujeriego (tuvo dieciocho hijos). En Sinaloa se le quería entrañablemente y correspondía a este cariño. El Sinaloense (tocado por la Banda de Cruz Lizárraga), El Sauce y la Palma y Los Caballos que Corrieron, lo alborozaban.

Le recuerdan sus amigos de El Pozole y de Villa Unión: Jesús Tirado, Manuel Chávez, Jesús Zazueta, Herlinda Ortiz, Rafael Arroyo, la familia Núñez, Marcelo y Juan Gamboa; en Mazatlán: Cruz Lizárraga, Gabriel R. Osuna, Esperanza viuda de Avilés, Ramón Núñez, Manuela Osuna, etcétera.

En sus últimos días se le veía por Mazatlán, por Villa Unión, cargado por un bordón, platicando con sus viejos amigos, con su lúcida mentalidad a la que no hizo mella ni el alcohol ni los años.

No pudimos entrevistarlo en vida para darle un último aliento.

Perdón.

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Alumno de grandes maestros, amigo de Cuba, amigo de Fidel…

Humanista y revolucionario, Tirso Rivera, genio Musical sinaloense, murió solo y olvidado en 1982

Por Juan Lizárraga T. NOROESTE-Mazatlán, 22 de junio de 1987

Solo y olvidado murió en El Pozole

de Villa Unión, a las 10 de la noche

del 25 de noviembre de 1982, don

Tirso Rivera Ibarra, hombre de

ideas revolucionarias, de firme

espíritu humanista, pleno de amor

por los humildes y de gran genio

musical, el que le permitió recorrer

el mundo, fundamentalmente con

la Orquesta Típica de México.

Sencillo, se le veía ir y venir de su

pueblo a Villa Unión, hasta que la

muerte le dio cita en la clínica del

Seguro Social, donde permaneció

tres meses encamado. Sus amigos

y compañeros de arte de la

localidad estuvieron en sus

funerales: Ramón Núñez Lizárraga,

Cruz Lizárraga, José Ángel Espinoza

“Ferrusquilla” y familiares, el

periodista Mario Martini Rivera

entre ellos.

El 28 de noviembre de 1919 vio

Tirso Rivera Ibarra las primeras

luces bajo el arrullo del río

Presidio. Procedía de una familia de músicos, pues su padre Tirso Rivera Velador

era violinista, al igual que su tío Adolfo, gran flautista, y su tío Nicolás que

ejecutaba el violín.

Page 24: Villa unión

Su padre, quien se matrimonió con Carolina Ibarra, nativa de El Walamo,

tocaba en un quinteto en la plaza y bailes de Villa Unión y fue solista de la Orquesta

Mérida.

La familia de Tirso Rivera se trasladó a Mazatlán para que hijo, prodigioso,

continuara sus estudios de primaria y tuvo como maestros a los profesores de

apellido Rolón y Garibay, así como a Isabel Alcántar, en la escuela Morelos.

Desde pequeño dio muestra de sus inquietudes musicales y empezó a tocar

en la orquesta de Manuel Gallardo, junto con su padre. La orquesta visitaba

frecuentemente la ciudad de México y en una ocasión el maestro Miguel Lerdo de

Tejada, director de la Orquesta Típica, se sorprendió del virtuosismo del novel

chelista por lo que advirtió a su padre que sería un gran músico y le ofreció una

plaza en la Orquesta Típica y una casa en México para que se fuera a radicar toda la

familia. Sus padres y sus hermanas Alicia y Olga se fueron a México para vivir en el

interior 3 del número 26 de la calle República de Costa Rica.

ALUMNO DE GRANDES MAESTROS

El heroico Castillo de Chapultepec sirvió de marco para la primera

presentación de Tirso, quien inmediatamente ingresó a estudiar en el

Conservatorio bajo la dirección de Manuel M. Ponce, Ruvalcaba y Amengol, así

como Manuel Esperón y José Sabre Marroquín, de quienes fue un extraordinario

alumno.

Tenía 19 años cuando fue contratado por Carlos Chávez, director de la

Sinfónica de la ciudad de México, por recomendación de Manuel M. Ponce.

Se inician así los viajes interminables. En una gira por Centro y Sudamérica

sufrió un accidente. Al salir del restaurant “Viña del Mar”, en Santiago de Chile,

sufrió una caída y se propinó un fuerte golpe en la cabeza que lo mandó al hospital,

más, por fortuna, se recuperó pronto y continuó en la gira.

MÚSICO Y LÍDER, AMIGO DE CUBA

En la Sinfónica y luego en la Orquesta Típica, Tirso Rivera pudo viajar por

todo el mundo y al llegar a México no dejaba de visitar a su pueblo, El Pozole, de

Villa Unión.

Participó en conciertos en el Vaticano, en Bruselas y en un país africano, así

como en varios países de Europa. “Vaya ironía de la madre patria” decía de España,

uno de los pocos países que nunca visitó en sus giras por Europa.

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Tuvo muchos reconocimientos y conoció grandes personalidades, como el

emperador de Abisinia, Heile Selasie, quien lo condecoró con la medalla al mérito.

Deleitó a presidentes y reyes.

En México se le hizo un homenaje en el restaurant Sanborn’s, donde conoció

al maestro Juan José Osorio, quien lo introdujo en la lucha sindical.

“Si es usted un buen chelista, también puede ser un buen secretario general

del Sindicato de los Músicos”, le dijo Osorio y lo presentó con el líder Fidel

Velázquez.

Ocupó varias carteras hasta llegar a la secretaría general, más descuidó su

trabajo sindical por apoyar a los grupos de izquierda que luchaban en Cuba con

Fidel Castro a la cabeza. Castro fue amigo personal de Tirso, pues de él recibió

muchos donativos para su causa.

Su vocación socialista y el descuido del sindicato le trajeron serios

problemas, pues sus “representados” tomaron por asalto las oficinas del sindicato

cuando Tirso se encontraba fuera de la ciudad. Superó este momento, más

finalmente terminó con su trabajo sindical.

Adicto a hacer regalos, las envidias lo hicieron de enemigos gratuitos que no

aprobaban el que este hombre caritativo ayudara a los trabajadores necesitados o

hiciera bailes de beneficio social.

En Cuba triunfaron los rebeldes, con los que estuvo hasta el día del triunfo y

regresó a Mazatlán y Villa Unión,

donde se dedicó, en compañía de

Ramón Núñez, a organizar bailes y

espectáculos.

Envejeció y el olvido y la

soledad lo fueron venciendo hasta

que el 25 de noviembre de 1982 se

fue para siempre en la misma

región que lo vio nacer junto al río

Presidio.

GENIO MUSICAL. Tirso Rivera, oriundo de El Pozole, pueblo cercano a Villa Unión, fue un genio de la música.

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Estampas de nuestra historia (35) SIXTO OSUNA Juan Lizárraga Tisnado

NOROESTE-Mazatlán, 28 de marzo de 1984. El 28 de marzo de 1871, nació Sixto Osuna en Villa Unión. Una escuela

primaria y la mutualista lo recuerdan al adoptar su nombre, más su obra, dispersa en periódicos y revistas, no ha gozado del honor de mantenerse en el conocimiento del pueblo.

Dícese de Sixto Osuna que desde muy temprana edad manifestó sus aficiones literarias. Es muy difícil encontrar rastros de su vida en su natal Villa Unión.

Vivió en este puerto, donde fue director de “El Correo de la Tarde”. Ahí están sus trabajos literarios, aunque no tuvo trascendencia nacional, Sixto Osuna convivió con y fue amigo de Enrique González Martínez, poeta post-modernista de renombre.

El siguiente es uno de sus poemas:

LA TARDE ES APACIBLE

La tarde es apacible como un canto pastoril que a los rústicos halaga; el sol es ascua de oro que se apaga entre mares profusos de amaranto

Negro tachón de pájaros tardíos sobre el azul de ráfagas inquietas. En el confín imponen las siluetas montes, titanios y árboles umbríos.

Sonar de campanitas argentinas entre el verdor risueño del boscaje trémolo de las aguas cantarinas en el campo arenisco del paisaje.

La tarde va cegando sus fulgores como alguna versátil dogaresca que entre lirios y cánticos de amores entornara sus ojos de turquesa.

Es el ambiente límpido y sonoro aromado por flores enervantes, y en el zafir de fuegos tremolantes brotan los astros como abejas de oro

(1919) Sixto Osuna murió el 29 de abril de 1923.

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Villa Unión, convertido en zona de desastre,

fue anfitrión de grandes de la tauromaquia

Ejemplar muestra de altruismo en beneficio de los moradores y de

los pueblos del río Presidio

La Hacienda “Los Ángeles”: alberca, huertos, caballerizas y gran

ruedo, hoy sólo ruinas

Juan Lizárraga Tisnado

NOROESTE-Mazatlán, lunes 27 de junio de 1987.

Como un agradecimiento, a los 40 años,

Villa Unión se convirtió en anfitrión de los

grandes de la tauromaquia nacional. En

1986, los toreros dieron muestra de ejemplar

altruismo al participar en la ciudad de

México en una fiesta brava que un grupo de

señoritas organizó en beneficio de los

moradores de los pueblos ubicados en las

orillas del río Presidio que con sus

inundaciones obligó a que se declarara la

región zona de desastre.

Hubo bastantes víctimas y en un

gesto de solidaridad se inició un programa

de corridas de toros en toda la geografía

nacional para auxiliar a los damnificados.

Fueron principalmente distinguidas señoritas

sinaloenses las organizadoras de esta

corrida en la que el torero mexicano dio su

mano a sus hermanos sinaloenses en su

momento de desgracia.

Villa Unión, cuarenta años después,

vivía en un esplendor gracias a la pesca, la agricultura, la ganadería y la fábrica de

hilados y los espectáculos se sucedían uno a otro. Entre estos espectáculos

destacaba la corrida de toros. En el centro del pueblo había una plaza y entre La

Urraca y El Pozole se instaló otro ruedo en lo que hoy son las ruinas de la

hacienda Los Ángeles.

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LAS CORRIDAS DEL DÍA DE SAN JUAN

Especiales eran las fiestas del Día de San Juan en Villa Unión en los años

treinta: la crisis no era tan cruel, el dinero alcanzaba y sobraban clientes para los

tahúres, polleros, los juegos mecánicos, la ruleta, el volantín de Don Porfirio. Era

el momento de lucir los buenos caballos, de admirarse con el globo que en la

mañana y en la tarde soltaba el mudo en la plaza.

Desde las dos de la mañana se anunciaba la fiesta con tres bombillos que

rompían la tranquilidad de la noche y después los creyentes acudían a la iglesia a

darle el baño al santo patrono.

Era el día de San Juan y Juan se llamaba, y se apellidaba Tirado, el

organizador de la corrida de toros, junto con su hermano Fermín, prominentes

ganaderos y agricultores de la región que agasajaban en grande a los toreros.

Se recuerda la corrida del 24 de junio de 1938. Plenos de bravura salieron

los toros del Palmito de la Virgen, de buena estampa, que lidiaron en un mano a

mano Roberto Cantú “Gaonita” y Roberto Gutiérrez “El Ojito”, quienes llevaron

como banderilleros a Antonio Escudero “Martincito”, a Rosalío Mejía “Badajitos”,

Eulalio Mendoza “Pinocho” y José Espejel “El Temerario”.

La fiesta se coronaba con los bailes nocturnos, esa cuestión en un cobertizo

para danzar al son de la banda de Juan Gómez y en el Club Dalia con la orquesta

Mérida; había demás un baile público donde no faltaba el vistoso castillo y el toro

de pólvora lidiado por la “Rosona” de El Guayabo y “El Relingo” de Aguacaliente.

Pueblo y toreros convivían, pues Villa Unión era, como hoy, un pueblo

hospitalario que no escatimó recursos para atender a los grandes toreros, además

de los mencionados, son los siguientes, de una lista que nos proporcionó Ramón

Núñez Lizárraga.

Luis Barajas, Naranjito Pacorro, Pancho Maravilla, Juan Silveti, Joselito

Méndez, Chicuelín, Antonio Barrera, Carlos González, Rubén Salazar, El

Terremoto, El Ojitos, y locales como El Robleño, Tino Millán, Irán Rojas, Cipriano

Lira y Francisco Gándara. Otros toreros: Alberto Balderas, Chucho Solórzano,

David Liceaga, Paco Gorreas, Luciano Contreras, Paco Ortiz y Ricardo Torres.

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LA HACIENDA “LOS ÁNGELES”

Allá, al otro lado del puente del pueblo de Villa Unión, camino de El Pozole, antes

de llegar a La Urraca, estaba la Hacienda Los Ángeles, de los hermanos Montero,

ricos de cuna y muy aficionados a la fiesta brava.

Alberca, caballerizas de animales pura sangre, gallos de pelea, los mejores

automóviles de la época, troques para transporte del ganado y las pasturas que

también degustaban los caballitos ponys y un ruedo, hacían singular a la

hacienda, ahora en ruinas.

En especial, don Severo se desvivía por la corrida de toros y su situación

económica desahogada le permitió construir el ruedo y traer ganado de lidia de

Querétaro, Querétaro.

Grandes corridas se organizaron bajo el cuidado de Antonio Escudero

“Martinico”, quien trajo a muchos de los toreros antes mencionados, y a charros

famosos como Alejandro de la Torre, Antonio Becerril. Unidos los Montero con los

Tirado, agasajaban a los toreros en la Hacienda y en Villa Unión. En ocasiones se

repartía barbacoa a los asistentes, entre los que además de los pueblerinos de la

región se incluía a gente reconocida como Fermín Tirado, Rodolfo Osuna, Juan

Osuna, Bautista Peinado, Martín Peinado, Beto Benítez, hermanos Raygoza,

hermanos Jumilla; de Mazatlán Amado Guzmán, Ceferino Conde, los Urquijo, el

doctor Armenta, Raúl Cárdenas, Felipe Gil; de La Urraca, Marcelo Velázquez,

Cástulo Gamboa, Ramón Fajardo, Tomás Quintero y muchos más.

Aquí toreó María Cobián “La Sirenita”, mujer de mucha afición entre los

ruedos, precursora, junto con Conchita Citrón, de este arte.

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En Los Ángeles todo era gratuito. Los Montero tenían suficiente dinero para

gastar en diversiones para el pueblo, un pueblo que a pesar del progreso, resentía

cada día más la desigualdad social y empezó a luchar contra el hacendado.

Empezaron las expropiaciones y durante la lucha agraria de los cuarenta

terminó el esplendor de la hacienda, que se quedó con unas 6 de las decenas de

hectáreas que la rodeaban. Una huerta de mangos rodea ahora los muros que tal

vez nunca se reconstruirán. Pero ahí están, como testigo de aquel tiempo de

esplendor.

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La Hulama, el deporte pasado (II Parte)

Por Juan Lizárraga T.

NOROESTE-Mazatlán, 25 de mayo de 1981.

En Villa Unión persiste

agónicamente un deporte

prehispánico. Los indígenas

realizaban confrontaciones

importantes en el ámbito deportivo

de antes de la conquista: la hulama.

Heraclio Bernal Tirado, quien

practica ese deporte y pugna ahora

porque no desaparezca, contó que

la hulama se jugaba a nivel nacional

y particularmente en el sur era tan

atractiva como lo es hoy la corrida

de toros, por ejemplo.

Hasta 1945 (el béisbol y e

fútbol tuvieron entonces una fuerza

arrollador) la hulama se practicaba

entre equipos de Concordia, El

Bajío, El Habal, El Chilillo, La

Palma, El Quelite, La Sábila, Puerta

de Canoas, El Potrero y Villa Unión,

sobre todo en los días festivos.

Recuerda Heraclio Bernal

que el 20 de enero de 1900 hubo un

juego espectacular entre serranos y costeños; que en 1915 en El Habal, se

escogieron a los mejores jugadores e hicieron una contienda entre los de uno y

otro lado del Río Presidio; ganaron el encuentro, organizado por Juan Carrasco,

los jugadores que vivían en los pueblos del lado de Mazatlán; en 1930, Germán

Tirado formó un equipo magnífico en La Palma y un 24 de junio, “Día de San

Juan”, el patrono de Villa Unión, se celebró en este último sitio un encuentro que

quedó empatado por incompetencia de los veedores.

Veedores, así se les llama a los jueces de este deporte que se juega con

una bola de 4 kilos de peso hecha de hule sólido sacado de la leche de un árbol

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llamado guayule. La falta de esta bola es lo que ha propiciado en gran medida la

extinción casi total de la hulama. En la región hay sólo cuatro hules o pelotas: dos

en Los Naranjos, una en El Chilillo y otra en El Habal.

El equipo se integra con seis jugadores y al campo de juego, de 50 metros

de largo por cuatro de ancho, se le denomina taste y está dividido por una raya

llamada analco, en la cual se instalan los veedores; el traje de juego se llama

fajado y está hecho de gamuza, de piel de venado, una faja de mezclilla de 3

metros y medio y un cuero ancho utilizado como cinto, llamado chimale. Al jugador

se le denomina tahure.

A fines del siglo pasado, el campo en el sur del municipio de Mazatlán

contaba con importantes industrias y con un movimiento sindical fuerte que ni el

capital ni el gobierno podían tolerar.

Sí, lo que fue la fábrica de hilados en Villa Unión desapareció por las

demandas desmedidas de los obreros, aunque, de hecho es más preciso decir

que se trasladó hacia Guadalajara.

Fue la fábrica de hilados fundada a fines del siglo pasado por el español

Celedonio Corvera y se llamó en principio “C. Corvera y Compañía. En ella se

registraron cruentas batallas entre los franceses y los antiinvasores.

Juan Burgueño cuenta que laboraban en ella como 300 personas en dos

turnos. Uno de esos trabajadores fue él mismo. “Paró en 1957 por incosteabilidad:

los líderes exigían mucho. Venía uno de México llamado Bañuelos a agitar y aquí

lo hacía Jesús Gutiérrez, al que lo mataron””, dijo acerca de los sindicalistas

pertenecientes a la Confederación de Obreros Mexicanos.

A la muerte de Celedonio, su hijo Bernardo Corvera tomó las riendas de la

fábrica y le cambió de nombre, se llamó “Textiles de Sinaloa”. Bernardo y sus

hermanos se corrompieron con el dinero y lo malgastaron en parrandas. El nuevo

dueño de la fábrica trajo a artistas, coros, para que actuaran exclusivamente para

él.

Los obreros tenían muchas y buenas prestaciones, pero querían más. El

capital estaba unido entre sí y con el gobierno y en un emplazamiento de huelga

por solicitud de más prestaciones. La Secretaría del Trabajo no accedió a las

peticiones y la industria tronó. Ahora, las ruinas y los terrenos de los Corvera se

encuentran hipotecados. La fábrica funciona en Guadalajara.

El pueblo se estancó con la muerte de esa industria y los habitantes

volvieron los ojos hacia la agricultura, como Juan Burgueño, quien en compañía

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de su hermano ha llevado de nuevo el progreso no sólo a Villa Unión, sino a toda

la región, con la siembra del chile.

Gracias a la siembre del mexicanísimo producto, en la región cada año

surgen nuevos ricos.

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Villa Unión: un Valenzuela

yaqui que llegó en 1918 Por Juan Lizárraga T.

NOROESTE-Mazatlán, 29? de mayo de 1981.

Durante la época porfirista, en Sonora eran constantes los alzamientos de

los indios yaquis y mayos. Se cuenta que en Bacatete asaltaban los indios alzados

a los viajeros procedentes del norte y para menguar su rebeldía, el gobierno y el

capital se dedicaron a matar a los revoltosos y a trasladar a otros sitios a los no

contaminados por la inquietud revolucionaria.

En uno de estos trances, más de 20 familias yaquis de La Hacienda de

Tupahui fueron extraídas y algunas de ellas se quedaron en Villa Unión. Así llegó

en 1918 un indio de 13 años llamado Pascual Yumea Valenzuela, ahora con edad

de 76 años, quien nos platicó que se quedó en este lugar gracias a que su patrón

Alberto Astecerán era concuño del propietario de la fábrica de hilados de Villa

Unión, Celedonio Corvera.

Empezó a trabajar en esa fábrica tan pronto fue apeado del tren, como

arrimador de leña a las calderas y luego en las bombas.

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Ahí pudo ver cómo la fábrica desaparecía, por malos manejos del hijo de

Celedonio, Bernardo Corvera, porque no se modernizaba técnicamente y sobre

todo por las demandas desmedidas del sindicato.

Pascual Yumea Valenzuela (Yumea significa en yaqui “cansado” y en tanto

que no pertenece a los mayos, su apellido Valenzuela no ha de tener ninguna

relación con el del beisbolista famoso) se convirtió a través del tiempo en testigo

de Jehová y cada fin de semana se le ve pregonando su doctrina por las calles de

Villa Unión.

“LA SINALOENSE” CON SUS TACONAZOS

Las vías de acceso a Villa Unión eran por barco o por ferrocarril, pues hasta

1940 no había carretera. El Camino Real era sólo una brecha y para llegar de

Rosario a Mazatlán se hacían seis horas. Era una odisea hacer este viaje, nos

explica el doctor Héctor Jiménez, pero había postas para descansar y comer,

además de altos y frondosos árboles. Como nadie ni nada retenía el agua del río

Presidio, el corte del camino era inevitable y el traspaso se hacía en grandes

chalanes. 25 centavos debían pagar los viajeros para hacer el transbordamiento.

En 1922 llegó de Jalisco un señor apellidado López y se dedicó al

provechoso negocio de promover en servicio canoas, lanchas, para atravesar el

río. Lo mismo hizo una familia apellidada Arellano y el safari se hacía más

agradable, sobre todo porque el camino fue asfaltado en 1940, pues los

norteamericanos, precavidos que son, adecuaron las vías de transporte en México

por aquello de que los hiciera huir durante la II Guerra Mundial.

Los canoeros aumentaron, a nivel familiar. Ya era muchos los López, los

Arellano, los González y que de pronto les instalan el puente en 1954 y se

quedaron momentáneamente sin trabajo, pero luego se dedicaron a la pesca en la

cual no tenían más que la experiencia del manejo de las lanchas.

Integraron así una de las que fue de las primeras cooperativas de México,

la “Pescadores Unidos de Villa Unión”. La Casa Pando les facilitó 550 pesos para

avío y empezaron a trabajar.

Fueron tres años de labores rudimentarias que combinaban con el trabajo

industrial en la fábrica de hilados o en los ingenios de El Roble y de El Walamo,

sólo que de acuerdo con la ley cooperativa les estaba prohibido trabajar como

asalariados y las autoridades les cancelaron el registro.

Todo parecía perdido cuando un individuo que tenía experiencia en la

pesca, porque trabajó en una industria procesadora de la cabecera de ca dio

asesoría para que formaran otra cooperativa. Así nació “La Sinaloense”, hace

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veintidós años, por los consejos y la asesoría de Rafael Pompeyo Zamora, el

“experimentado”.

Faltaba dinero y alguien muy allegado a Pompeyo Zamora lo facilitó, a

condición de que le empeñaran el registro de la cooperativa. Así, con las

ganancias que obtenían de la misma cooperativa, les hacía préstamos a los

pescadores, además de que a través de una pesquera de su propiedad compraba

el producto capturado y nunca entregó remanentes.

Tenía a los pescadores —detalla el doctor Jiménez— como simples

asalariados y sin ninguna prestación y pagaba a cinco dores se han ido

organizando. Enrique González López “El Focas” y Manuel Aureliano, por

protestar, fueron expulsados de la directiva en una asamblea amañada, más todo

se revirtió hacia Manuel López “El Burro” y a Ángel López, gente de Julio

Berdegué y tras un proceso de lucha, la directiva ha quedado en manos de los

primeros, sin embargo, los pescadores que han seguido a “los burros” se niegan a

ingresar de nuevo a la cooperativa.

Divorcios, pleitos familiares de a montón, han surgido en torno a “La

Sinaloense”, integrada por los López, los Arellano y los González, entremezclados

entre sí y que han quedado en ambos bandos.

Page 37: Villa unión

Matías Lara, revolucionario que nació

con el siglo, vive ahora en un asilo Por Juan Lizárraga T.

NOROESTE-Mazatlán, 29 de agosto de 1981.

Matías Lara López, con “pata de palo”,

casi ciego, a sus 81 años de edad, tiene una

memoria precisa y es un conversador de esos

que ya no hay: un lugar, un acontecimiento,

una persona, los describe con abundancia de

matices, sin contradicciones.

¿De dónde esas retórica? De la vida.

Ayer, alegre en el Asilo de Ancianos,

pues festejaba su día, el día de los viejos del

mundo, platicó algo de su historia, algo,

porque es una novela su vida.

(Como el viejo de la canción de Alberto

Cortés, él nació con el siglo. Durante su

infancia y su adolescencia vivió en el campo,

en Bellavista, Nayarit. Trabajó en una fábrica

de hilados y después sacando producto de

una calera en burro. No tuvo escuela. Su

primer día de clases no lo tuvo porque hizo “la

pinta”, al siguiente desertó

porque lo tumbaron de la

banca los compañeros y se

enojó.

De pronto, a los quince

años se vio envuelto en el

Ejército y ahí tuvo muchas

batallas contra los villistas.

Hay que escucharlo

cuando platica cada episodio,

cada anécdota de su vida

militar cuando recibía una paga de un peso con cincuenta centavos; sus combates

contra las fuerzas de Villa, cuando desertó y se unió a los que fueron sus

enemigos. Es una novela, les digo. Mariano Azuela le agregaría muchos capítulos

más a su novela “Los de abajo” si lo conociera.

Page 38: Villa unión

Pero mejor, óigalo. Él lo dice, cuando perdió su pie, cuando perdió la vista,

antes de entrar al asilo, se angustiaba ante la soledad. Sí, a él le encanta platicar.

Entonces, se unió a Villa, cuando las cosas no estaban a su favor y anduvo

prácticamente prófugo hasta que Obregón derrotó a Venustiano Carranza.

En 1922 dejó las armas y se vino a Mazatlán, y vivió un tiempo en Villa

Unión. Ahí trabajó en la fábrica de hilados de los Corvera, pero lo despidieron

porque era agitador sindical.

En Villa Unión trabajó después, por 13 años, en una cantina.

En 1940 se vino a trabajar a Mazatlán, como velador, pues estaba enfermo

de una pierna; una vieja herida de un balazo que no se atendió nunca, propició

que le cortaran su pierna derecha.

Pero si Matías es famoso en Mazatlán se debe a que también vendía

cachitos de lotería.

Un día, en el centro de la ciudad, sintió mareos y fue poco a poco perdiendo

la vista. Hoy sólo ve siluetas, muy difusas.

Inútilmente gastó dinero tratando de curarse. Fue entonces cuando ingresó

al Asilo de Ancianos de Mazatlán, donde ya tiene 9 años.

Memoria prodigiosa, magnífico conversador, es don María Lara López, el

hombre que nació con el siglo.

Page 39: Villa unión

El río Presidio, un oasis entre el calor y la rutina

Por Juan Lizárraga T. NOROESTE-Mazatlán, lunes 24 de agosto de 1981.

La naturaleza, con su ropaje, invita a estar en contacto con ella. La rutina de

la ciudad se vuelve más desquiciante en estas fechas, en este mes, a causa del

calor y no hay nada más ideal como atender el llamado de la naturaleza que nos

espera con los brazos abiertos con su atmósfera saludable y bella.

Puede ser la sierra, puede ser una presa, puede ser bajo la frondosidad de

un árbol, cualquier parte, con tal de que haya sombra, agua, sol, respiro espiritual.

No hay que ir tan lejos. El río Presidio, a pesar de su agua achocolatada,

llena este requisito a lo largo de su cauce y con espaciales en sus asomos a los

diferentes poblados de los cuales destaca Villa Unión.

Cada sábado, cada domingo, cada cuando hay tiempo, la margen del río

junto a Villa Unión se llena de gente de la misma sindicatura y de esta ciudad. El

lugar está cercano, los sauces prestan alegres sus sombras y el puente embellece

con el paisaje.

Allí, en una carpa construida ex profeso, un conjunto musical hace, con sus

notas, más amena la estadía.

El río Presidio y cualquier sitio campirano, es mejor mil veces que

permanecer en la ciudad cuando no se trabaja o cuando no se tiene qué hacer.

Sáquele provecho al calor. Vaya de día de campo con su familia.

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“Se nace de la nada, para luego volver a ella”, cuentan 2 ancianitos de El Pozole

Por Juan Lizárraga Tisnado NOROESTE-Mazatlán, 27 de marzo de 1982.

Los rayos del sol no han devaluado su calor y caen impunemente sobre las casas, sobre los árboles, sobre el polvo del camino que recorren los rancheros, “vaqueros travoltianos”, con sus patas zambas enfundadas en botas de tacón hundido, pantalón de mezclilla, camisa de color subido y desabrochada hasta el pecho y el pelo desbordándoseles por el sombrero.

Es el mediodía en el Camino Real. Los niños vienen de la escuela de Villa Unión a El Pozole.

—Chemito está allá sentado, en su parcela y junto al río, en la sombra de un árbol —dicen los chiquillos, y ahí estaba el hombre de 89 años de edad, de espíritu jovial, echando la platicada.

Ya en El Pozole, estaba su primo, don Timo, de 101 años, pelando mazorcas, luchando contra la invalidez de sus pies, matando el tedio, la tristeza que no ha podido arrancar durante toda su vida.

Chemo y Timo son dos ancianidades distintas, han vuelto ambos a la niñez después de un largo recorrido por la vida dura; son muy sensibles, ríen y lloran fácilmente, sus bocas están desdentadas, pero tienen una lucidez impropia de gente de su edad.

Platiquemos de ellos, por edades.

Anselmo Carreón recuerda cuando entregaron las tierras. Ellos estaban integrados en un sindicato de campesinos y a ellos se unieron 12 de La Urraca y 5 de Villa Unión. Los de La Urraca no podían recibir tierras porque su dueño, Enrique Tellería, las había fraccionado; al hacer permuta en sus nombres, es decir, al poner a los solicitantes de La Urraca como de El Pozole, éstos pudieron obtener dichas tierras.

Él no quiso ir a la revolución, no. Confiesa que tuvo miedo. “Parecía que los muchachos iban a una fiesta”, dice, pero no le entró al fandango, aunque reconoce que los latifundistas eran dueños absolutos de la riqueza.

No era más que un simple peón, un pobre peón, recuerda, y sólo en ese momento se opacó su sonrisa casi permanente.

“¡Qué no sufriría yo que quedé huérfano a los 5 años”, dice y platica que a los trabajadores les pagaban a 62 centavos el día y era bien pagado aquí, porque en Guadalajara y en Nayarit les pagaban sólo 50 centavos de jornal. ¡Ah! En El Guayabo, trabajando la melcocha de la caña, le pagaban menos, pero le daban la comida. Se sentaban todos los trabajadores a la mesa. Dos hombres fuertes se

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inclinaban ante el molcajete, palmeando la masa para hacer las tortillas y luego se las servían para acompañarlas con frijoles, sus eternos alimentos.

Entonces, su voz se amelcochó e hizo un gesto como si la probara. Sí, entre el trabajo, metían la cahuallana a la miel y ¡sssippp!, la engullían a grandes sorbos.

El trabajo era de sol a sol.

Hubiera sido similar la vida de su primo Timoteo Alcaraz, Timo, quien el 26 de agosto cumple 102 años, si no hubiera ido engañado. Le dijeron que lo llevaban a donde había trabajo y lo enrolaron en las filas revolucionarias de Juan Carrasco.

Quesque iban a trabajar y un revolucionario lo llevó a tumbar el maíz de un cacique de Montiel, donde pizcaron 2 mil sacos para entregárselos a un general afín al revolucionario sinaloense de El Potrero.

Y se vio envuelto en “la bola”. Si se salía, quedaba como un indefenso “comevacas” de Carrasco. Y así participó en el sitio a Mazatlán por los revolucionarios. Fueron tres días de balacera, del 6 al 9 de agosto de 1913.

Participó en varios enfrentamientos, en uno de los cuales recibió un balazo en el pie izquierdo.

Después volvió a su lugar de origen, El Pozole, nombrado así porque las casas del poblado estaban amontonadas, como el maíz en el alimento mexicano.

Don Timo y don Chemo afirman con seguridad que Villa Unión es más antiguo que Mazatlán y El Pozole que Villa Unión, platican con certeza su historia.

Don Chemo y don Timo tienen mucho que decir de la vida dura en sus muchos años de existencia.

Chemo y Timo temen. Ya don Timo vendió cuatro hectáreas de su parcela para atenderse. Está inválido de sus pies y aunque los médicos que lo han atendido envidian la salud de su organismo, él se queja de fuertes dolores en el estómago.

Parece que la vida es un círculo vicioso: se nace de la nada, el cuerpo y el pensamiento se desarrollan y después viene una declinación, se vuelve a la niñez y se llega otra vez a la nada, a la oscuridad del alma.

Son éstos los temores de Chemo y Timo: su vuelta a la nada.

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Invadieron 150 familias un predio de los Watson en

Walamo; estudiantes que los apoyaban, detenidos Juan Lizárraga Tisnado

NOROESTE-Mazatlán, 29 de julio de 1983.

Los paracaidistas afirman estar dispuestos al

diálogo Cerca de 150 familias,

presumiblemente de El

Walamo, se posesionaron ayer

en la mañana de la mitad de

40 hectáreas propiedad de la

familia Watson. Señalaron los

posesionarios que cerca de 30

estudiantes que los apoyarían

fueron golpeados y detenidos

por agentes de la Policía

Judicial del Estado.

NOROESTE-Mazatlán

hizo acto de presencia en la

invasión que se encontraba

custodiada por elementos de la Policía Municipal pertrechados con el equipo

antimotín y con armas de grueso calibre.

La invasión se llevó a cabo en un terreno de 40 hectáreas sembradas de

mango. Aproximadamente la mitad de la cosecha se había levantado y fue ahí

donde se invadió, mientras que el resto era custodiado por la policía.

Los invasores dijeron que realmente son pocos los ejidatarios que se

encuentran en la invasión, pero que el pueblo tiene como 5 mil habitantes y las

casas no llegan a quinientos, por lo que argumentaron ser gente de El Walamo los

invasores del terreno.

Afirmaron que esas tierras, casi dentro del poblado, las han pedido por la

vía legal, incluso solicitaron al presidente municipal de Mazatlán, José H. Rico,

una entrevista en la que estuvieran los hermanos Watson pero éstos no acudieron.

Dijeron que no quieren violencia, que están dispuestos al diálogo, que se

esperó a quela fruta se cosechara para invadir, incluso que informaron a los

Watson de ello y pusieron como prueba el hecho de que estudiantes de Culiacán

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que venían a darles apoyo, fueron obstaculizados por policías en aquella ciudad, y

en Villa Unión pasó lo mismo con estudiantes de Mazatlán.

Por la tarde, los invasores continuaron en el lugar, custodiados por policías.

Para que se libere a sus compañeros, estudiantes

detuvieron varios camiones

Para demandar la liberación de aproximadamente 24 estudiantes de

Ciencias del Mar y de otras escuelas de la Universidad Autónoma de Sinaloa,

elementos de la “Casa Estudiante Mártires 7 de abril”, detuvieron poco más de 20

unidades de transporte urbano, los que depositaron en los alrededores de ese

albergue estudiantil y tras un enfrentamiento a “pedradas” con elementos de la

Policía Judicial del Estado y Municipal, los camiones fueron recuperados. Esto

sucedió al filo de las 20 horas de ayer.

Los estudiantes fueron aprehendidos por los elementos policiacos la

mañana de ayer, cuando se dirigían al ejido El Walamo para respaldar a las

familias que se posesionaron de unas 20 hectáreas propiedad de la familia

Watson.

Al enterarse de la detención, los miembros de la casa del estudiante

“Mártires 7 de Abril” procedieron, al filo de las 11 horas, a detener camiones

urbanos, demandando la liberación de los 24 jóvenes.

Al caer la tarde, ya con el apoyo de elementos policiacos de la capital del

estado (judiciales y municipales) comandados por el capitán Emilio Arriaga Valero,

la fuerza pública se dirigió a la Casa del Estudiante “Mártires 7 de Abril” con el

objetivo de recuperar las unidades secuestradas.

Para ese entonces, los estudiantes ya se habían pertrechado en las partes

altas del inmueble y se enfrentaron “a pedradas” con los agentes policiacos,

quienes iban armados con toletes, gases antimotines y algunos con pistolas cortas

y largas en la cintura. En este enfrentamiento resultaron heridos, al parecer, dos

agentes policiacos y un estudiante que convalece actualmente en la sala de

emergencias de la clínica del Instituto.

Es lamentable que años de trabajo los destruyan por

intereses políticos: Watson

“Es muy triste que años y años de trabajo lo destruyan un grupo de

personas con intereses políticos. Ni siquiera son ejidatarios. Son tres o cuatro

gentes de fuera que están apoyados por los estudiantes”.

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Así concluía Eduardo Watson la entrevista cuando fue informado que sus

terrenos de El Walamo habían sido invadidos.

“¿Cuáles estudiantes”?, le preguntó por teléfono el inspector de policía

Mariano Lizárraga, a sabiendas de que unos habían sido detenidos en Culiacán y

los otros en Villa Unión.

La nota de la invasión, léala aparte. Aquí vea la entrevista con el mayor de

los hermanos Watson, Eduardo, entrevista que terminó justamente cuando se

recibió la noticia de la invasión de sus terrenos.

EL CÓNSUL Y JUAN CARRASCO

El porfiriato no entraba aún en la decadencia cuando llegó a Mazatlán,

como cónsul de Inglaterra, Jorge Watson, acompañado de su esposa Jessica

Louth. Corría el año de 1890. Se hospedaron en principio en el mejor hotel de la

ciudad, el Bilmar. Luego comprarían la Hacienda de Barrón, donde cobrarían

merecida fama.

La zona era próspera. Muchas casas de Mazatlán se construyeron con

sólidos ladrillos que llevan el sello de la familia Watson.

La familia Watson hizo progresar las tierras de ese pueblo, pero también

acrecentaron sus propiedades al comprar 2 mil 400 hectáreas.

Juan Carrasco, con toda su justicia revolucionaria, no afectó esas

propiedades y a principios de siglos tuvo en Barrón una reunión consular. Estaban

ahí los representantes de varios países del mundo, Jorge Watson entre ellos.

En 1937, Jorge Watson hijo, quien se casó con Clementina Pérez, orgullosa

campesina de Barrón, vio afectadas esas tierras. Mil 400 se les quitaron para la

dotación del ejido, el que se amplió en 1947, para lo cual los Watson concedieron

600 hectáreas más.

Así, las propiedades se redujeron en 400 hectáreas. En vista de esto,

Clementina Pérez, ahora viuda de Watson, madre de seis hijos, todos varones,

obtuvo un certificado de inaceptabilidad y procedió a vender las tierras hasta que

la propiedad se redujo a 120 hectáreas que debían repartirse entre los seis

hermanos.

PRIMERO BARRÓN

Eduardo, Jorge, Jaime, Raúl, Roberto y Óscar, son de mayor a menor edad,

los nietos del cónsul, propietarios de las 120 hectáreas de Barrón, quienes

también tienen propiedades agrícolas en El Walamo.

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Ejidatarios de Barrón desmontaron, allá por 1972, unas tierras propiedad

del complejo turístico Más-Sur. La Secretaría de Gobierno del Gobierno del Estado

les hizo que desistieran de tal invasión y acudieron a los terrenos de los Watson.

Aquí empezó el conflicto.

En dieciséis ocasiones los ejidatarios tumbaron los cercos de los Watson,

que ya sólo el físico tenían de extranjeros, y en dieciséis ocasiones, los Watson,

con terquedad irlandesa, los levantaron.

Eduardo, el mayor de la familia, explica que nunca habían tenido fricciones

con los ejidatarios. Al contrario: se les ayudó en todo lo que se pudo y legalmente

y de hecho, los hicieron desistir de sus propósitos.

En Barrón, el problema está terminado.

AHORA EN WALAMO

En 1971, cinco hermanos Watson compraron 190 hectáreas, las cuales se

han ido reduciendo porque las han vendido a personas del mismo pueblo. Incluso,

Eduardo donó tierra para la secundaria del poblado.

Entre ventas y donaciones, la propiedad se redujo a 42 hectáreas, las

cuales se encuentran actualmente sembradas de mango, que está por

cosecharse.

Hoy tienen también certificado de inaceptabilidad. Eduardo Watson, sereno,

mostró documentos que avalan cuanto aquí se ha dicho.

Lo entrevistamos en sus oficinas de Mazatlán, en Transportes Refrigerados

de Michoacán. Vive en la colonia Ferrocarrilera de esta ciudad.

Eduardo, además de a la agricultura, se ha dedicado a conductor de

tráileres y lleva en su haber 2 millones de kilómetros recorridos en México durante

10 años; Jorge, también propietarios de tierras, es actualmente conductor de un

tráiler; Jaime es agricultor, como Raúl; Roberto tiene algunos tráileres pipas y su

huerta de mangos, y Óscar también tiene su tráiler.

Eduardo se lamenta de que se le trate como un cacique, le duelen las

pintas estudiantiles, ya que es ampliamente conocido por la sociedad mazatleca.

Es militante del PRI y afirma que siempre ha ayudado a los ejidatarios de El

Walamo, por lo que sostiene que la invasión de sus tierras es un crimen con fondo

político, ya que son tres o cuatro gentes de fuera quienes han promovido la

invasión y no los ejidatarios.

Un amigo suyo que terció durante la entrevista, dijo que ese es el pago que

se les da ahora a los amigos. “Parece que es un delito ser rico”, dijo.

Page 47: Villa unión

Las tres Urracas están de luto Por Juan Lizárraga T.

NOROESTE-Mazatlán, 7 de septiembre de 1981.

Los caminos rurales, con su verdor

otoñal, que dejó la primavera, invitan a

caminar por ellos. Ayer, en el camino de lo

que ya casi es La Urraca, hacia lo que ya

casi deja de ser La Urraca, apareció de

improviso una camioneta que llevaba en su

caja un ataúd. La seguían como veinte

personas, amigos, familiares del difunto, todos del pueblo.

Liborio Macías, el comisario, presidía la peregrinación luctuosa que terminó

en el panteón de Villa Unión. Ahí quedaron los restos de Luis Morales, un niño de

14 años que murió electrocutado. Junto al pueblo hay una granja avícola, en la

granja una pila y junto a la pila alambres de alta tensión. Es el teatro de los

sucesos.

Iba en compañía de un tío a la granja. Él se bañó. El tío lo previno de los

alambres que pasan a pocos centímetros de la tina. Nadie sabe cómo sucedió. De

súbito, su nuca estaba pegada a los cables y cuando desconectaron el Smith,

situado a más de 200 metros, había dejado de existir.

Hemos hablado de dos pueblos llamados La Urraca, pero hay que decir que

son tres: uno está junto al río Presidio, cuyas constantes crecientes, sobre todo en

la época de lluvias, hizo que algunos de sus pobladores emigraran hace como

diez años a espaldas del Cerro de los Patos, situado a un lado de la carretera a

Cofradía. Justo frente a ese camino, está el tercer pueblo.

Los ejidatarios de La Urraca tienen ahora tres pueblos y tres casas, lo que

da lugar a que los pueblos se vean deshabitados y más ayer cuando todos se

fueron al entierro del desafortunado niño.

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Román Gárrate fue uno de los pocos que no acudieron a darle sepultura al

fallecido y fue él quien nos platicó la historia de La Urraca.

PRIMERO FUE EL RÍO PRESIDIO

Como muchos otros pueblos, La Urraca se construyó a un lado del río

Presidio. Como Chicuras, como El Guayabo, este pueblo veía con pesar cómo sus

tierras eran consumidas por el agua embravecida y que sus vidas y propiedades

peligraban en cada temporada de lluvias.

Hace poco más de diez años, se trasladaron al Cerro de los Patos y

tomando como punto de referencia la carretera, se pusieron a sus espaldas, como

unos quince. Construyeron la escuela, la iglesia, introdujeron el agua potable y la

electricidad. Atrás del cerro también está la granja. El cacaraqueo de los pollos se

escucha, es un susurro escandaloso.

Así fue como La Urraca se convirtió en dos, para lo cual el ejido “Habilito”,

que tiene más de mil hectáreas, les donó el terreno.

LUEGO FUE EL AEROPUERTO

Si por un lado les dieron, por el otro les quitaron: el aeropuerto de Mazatlán

se construyó en terrenos pertenecientes al ejido de La Urraca y expropió 327

hectáreas de 600 que eran en total.

Hubo indemnización. Se les entregaron seis millones de pesos, tres de los

cuales se utilizaron en la compra de dos tractores y de una camioneta, ociosos

siempre los primeros y la segunda toda destartalada ahora.

Con el resto, se construyó el tercer pueblo de La Urraca. Hace como un

año, sin terminar del todo, se hizo la entrega oficial de las casas, pero son pocos

los que las habitan. Son 41 viviendas para igual número de ejidatarios.

¿Por qué no las han ocupado?

Porque apenas introducen la energía eléctrica, apenas introducirán el agua

potable y porque como campesinos están impuestos a vivir en casas amplias y

éstas se parecen a las casas de barriada que hace el INFONAVIT para los

trabajadores.

Esta es la historia de las tres Urracas, siempre solas, más ayer que todo el

pueblo se fue a Villa Unión en cuyo panteón quedó el cuerpo electrocutado de Luis

Morales.