Violencia y Cultura

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Universidad del Claustro de Sor Juana Colegio de Humanidades Carrera: Filosofía Seminario de titulación “Cultura o violencia” Responsable académico: Enrique Martín Santamaría Módulo I Ochoa Guerrero Ana Laura Relación entre cultura y violencia desde los conceptos de identidad y lenguaje Introducción Una de las características que ha garantizado el desarrollo de la especie humana es su condición social. La relación con otros individuos ha sido parte fundamental para la supervivencia y la evolución de la cultura; sin embargo, este entramado de relaciones viene también con dificultades. Podemos observar que, a medida que aumentan los individuos y se complejizan igual que las sociedades, es cada vez más difícil una convivencia armónica y surgen otras características de la especie de naturaleza más problemática; una de las más notables es la violencia. A partir de las observaciones anteriores surgen varias preguntas sobre la relación que hay entre violencia y cultura. Con el presente trabajo, trataremos de resolver si el acto 1

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Universidad del Claustro de Sor JuanaColegio de Humanidades

Carrera: FilosofíaSeminario de titulación “Cultura o violencia”

Responsable académico: Enrique Martín SantamaríaMódulo I

Ochoa Guerrero Ana Laura

Relación entre cultura y violencia desde los conceptos de identidad y lenguaje

Introducción

Una de las características que ha garantizado el desarrollo de la especie humana es su condición

social. La relación con otros individuos ha sido parte fundamental para la supervivencia y la

evolución de la cultura; sin embargo, este entramado de relaciones viene también con

dificultades. Podemos observar que, a medida que aumentan los individuos y se complejizan

igual que las sociedades, es cada vez más difícil una convivencia armónica y surgen otras

características de la especie de naturaleza más problemática; una de las más notables es la

violencia.

A partir de las observaciones anteriores surgen varias preguntas sobre la relación que

hay entre violencia y cultura. Con el presente trabajo, trataremos de resolver si el acto violento

es cultural o instintivo, determinar si puede hablarse de una cultura de la violencia y denotar en

dónde subyace el conflicto entre individuos. Para lo anterior, se echará mano, principalmente,

de las investigaciones de Gilberto Giménez, quien profundiza sobre la relación entre cultura e

identidad y el papel que estas nociones juegan en los conflictos entre individuos a través del

lenguaje; de igual modo, se revisarán las reflexiones de Elsa Blair para analizar la relación de

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identidad y cultura con los procesos de violencia, quien en sus trabajos sobre la masacre en

Colombia urge a establecer la noción de antropología de la violencia1.

Relación entre identidad, lenguaje y cultura

El concepto de cultura ha sido abordado ampliamente desde diversas disciplinas y corrientes de

pensamiento. Aunque éste puede tomar diversas acepciones y ser estudiado desde diversos

enfoques, para esta investigación, consideramos pertinente emplear el concepto de cultura

como pautas de sentido o de significado. De acuerdo con la delimitación conceptual realizada

por Giménez: “la cultura es la organización social del sentido, interiorizado en forma

relativamente estable por los sujetos en forma de esquemas o de representaciones

compartidas, y objetivado en formas simbólicas, todo ello en contextos históricamente

específicos y socialmente estructurados”2. A partir de esta definición podemos hablar de la

cultura como algo que se manifiesta a través del lenguaje y que se construye de diferentes

maneras a partir de todas las posibles significaciones; en otras palabras, la cultura es vista como

mundos de sentido3 sujetos a diversos procesos de estructuración y significación, por ello,

pueden existir diferentes culturas y oponerse entre ellas. Estos sistemas de signos, según

Giménez, son los llamados “indicios de identidad”4.

En cuanto al concepto de identidad, el mismo autor señala que es inseparable de la idea

de cultura, ya que se trata de un elemento primordial en el tejido social, mismo que demanda 1 cfr. Blair, Elsa, “Mucha sangre y poco sentido”, Boletín de Antropología, Colombia, Año XVIII, núm. 35, julio de 2004, p. 177.2 Giménez, Gilberto, “Culturas e Identidades”, Revista Mexicana de Sociología, vol. 66, número especial (Oct. 2004), p. 80.3 cfr. Giménez, Gilberto, op. cit., p. 87.4 Ibídem, p. 88.

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percibir la identidad de los individuos y el sentido de su acción; del mismo modo, señala que la

identidad se desarrolla a partir de la cultura a la que se pertenece5. A partir de lo anterior,

podemos señalar también la importancia del lenguaje al momento de asumir una identidad y el

rol determinante que éste tiene en el actuar del sujeto que se enfrenta al mundo.

Identidad: individualidad y otredad

Extendiéndonos un poco más en el tema de la construcción de identidad, hay que señalar que,

tratándose de un sistema y no de una unidad, la importancia que tiene la otredad es

significativa. Tal como lo señala Giménez: “la identidad tiene que ver con la idea que tenemos

acerca de quiénes somos y quiénes son los otros, es decir, con la representación que tenemos

de nosotros mismos en relación con los demás. Implica, por lo tanto, hacer comparaciones

entre las gentes para encontrar semejanzas y diferencias entre las mismas”. De esta idea, se

sigue que para la construcción de la identidad del individuo es necesario tanto un proceso de

autorreflexión como uno de reconocimiento del otro. A partir de aquí se presenta una

disyuntiva que puede manifestarse en dos resultados: hay identificación cuando el individuo se

reconoce en el otro y por el otro o no se identifica y se remarca la diferencia. Del resultado de

esta separación depende la aparición del acto violento, pues la identidad apunta al individuo y a

su conservación, mientras que la diferencia, en algunos casos –como analizaremos más

adelante- puede generar procesos de dominación con tendencia a la supresión de lo diferente.

Manifestación de la violencia5 Ibídem, p. 78.

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Dentro del juego permanente entre identidad y cultura, y a su vez, el desarrollo de esta dupla en

el plano del lenguaje, relacionaremos también el concepto de violencia con este último. De

entrada, la violencia puede parecer un actuar burdo, derivado de los instintos más primitivos,

difícilmente relacionada con la capacidad de raciocinio; sin embargo hay que considerar que en

ocasiones, ésta alcanza niveles muy profundos de significación cuando se le emplea como

lenguaje figurativo. Además, hay que considerar que la violencia no suele manifestarse por sí

misma, es un modo de acción que se ejerce, se exterioriza y va dirigida hacia algo.

Si bien, generalmente, la violencia se entiende como aquella acción desarrollada en el

plano material y con tendencia a dominar, no se puede pasar por alto que a esta acción subyace

toda una red de significados dados culturalmente. Por lo anterior, nuestro concepto de violencia

tendrá el matiz que Pierre Bourdieu ha impreso al describirla como aquella que

...se ejerce esencialmente a través de los caminos puramente simbólicos de la comunicación y del conocimiento o, más exactamente, del desconocimiento, del reconocimiento, o, en último término, del sentimiento. Esta relación social extraordinariamente común ofrece por tanto una ocasión privilegiada de entender la lógica de la dominación ejercida en nombre de un principio simbólico conocido y admitido tanto por el dominador como por el dominado, un idioma, un estilo de vida y, más habitualmente, una característica distintiva, emblema o estigma, cuya mayor eficacia simbólica es la característica corporal6.

De acuerdo a esta definición, podemos relacionar la aparición de la violencia desde los ya

mencionados mundos de sentido, cuando el individuo o la esfera con la que se identifica, no se

reconoce con otros a partir de su nicho cultural. Es desde el reconocimiento –o

desconocimiento- donde, en palabras de Giménez: “nuestra identidad es definida por otros, en

particular por aquellos que se arrogan el poder de otorgar reconocimientos ‘legítimos’ desde

6 Bourdieu, Pierre, La dominación masculina, Trad. Joaquín Jordá, Anagrama, Barcelona, 1998, pp. 11-12.

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una posición dominante”7. Aquí se suscita, siguiendo al mismo autor, una “lucha por el

reconocimiento” entre las identidades internamente definidas y las identidades externamente

imputadas.

Ya sean identidades colectivas o individuales –en cuya distinción no podemos extendernos-

frente a una otredad no reconocida, habrá grandes posibilidades de que se presente tensión y

conflicto como mecanismo defensivo y, por lo tanto, se trate de dominar violentamente. Así, en

muchos conflictos sociales puede subyacer un conflicto de identidad en donde trata de

destacarse una sola en lugar de reconocerlas a todas.8 En otras palabras, una identidad

unidimensionalizada generará irremediablemente violencia; quien imponga dicha dimensión

estará ejerciendo violencia, quien reaccione a dicha imposición, lo hará de manera violenta. La

identidad en estos conflictos, según Giménez, es vista como un valor supremo y añade que:

…todos los demás ‘bienes’, como la dignidad, los derechos y los beneficios materiales reclamados, deben considerarse como derivados de la misma. Una característica de este tipo de conflictos es la exclusión, en principio, de toda negociación. En efecto, la identidad no es negociable por definición, y esto explica el carácter muchas veces intransigente y violento de la lucha9.

Así, entendemos que en cada sociedad puede darse una tendencia a la fragmentación

identitaria de sus individuos y colectivos, de modo tal que puede aparecer una lucha por

sobreponerse a cualquier tipo de amenaza de supresión por parte de la otredad. Lo anterior se

entiende sólo como una latencia y no como algo necesario.

Espacios de manifestación de la violencia

7 Giménez, Gilberto, op. cit., p. 90.8 cfr. Ibídem, p. 94.9 Ibídem, p. 96.

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Ya que es necesario un sustrato para que acontezca la mencionada lucha por el reconocimiento,

a continuación destacaremos en dónde ocurre el acto violento, para ello, señalaremos que la

violencia puede acontecer en dos tipos de espacios: El primero de ellos es el espacio lingüístico,

el segundo es el espacio material.

Hemos venido hablando del ejercicio de la violencia a partir de lo simbólico. La lucha por la

identidad, antes mencionada, se manifiesta en el lenguaje como lo que Michel Foucault ha

llamado heterotopías y contraespacios, lugares construidos a partir de una cultura determinada

en donde el sujeto se coloca según su relación con el otro. En este punto no nos extenderemos

mucho dado que hemos venido desarrollando la argumentación de acuerdo a esta noción; sin

embargo, sí señalaremos brevemente cómo hay una clara relación entre los conceptos de este

autor y aquellos presentados con Giménez sobre la identidad.

Al igual que la construcción de diferentes culturas, las heterotopías se pueden formar de

acuerdo a cómo ciertas sociedades las condicionan a partir de su propio mundo de sentido.

Respecto a esta idea, Foucault sugiere que, incluso, “se podrían clasificar las sociedades, por

ejemplo, según las heterotopías que prefieren, según las heterotopías que constituyen”10. Es

decir, que estos espacios de significado se organizan partiendo de cómo cada sociedad identifica

a sus individuos y a sus colectivos y en el grado de tolerancia o dominación que pretende ejercer

sobre ellos apelando a una “normalidad”. Del mismo modo que la cultura está sujeta a procesos

de estructuración, las heterotopías están sujetas al curso de la historia y a cómo, a través de

esta, las sociedades las van conformando, reestructurando o eliminando11. Como consecuencia,

10 Foucault, Michel, El cuerpo utópico. Las heterotopías, Trad. Víctor Goldstein, Nueva Visión, Buenos Aires, 2010, p. 22.11 cfr. Foucault, Michel, op. cit., pp. 23-25.

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cuando hay una fuerte tensión y surge la mencionada lucha por el reconocimiento, se crean los

contraespacios: “lugares que se oponen a todos los otros, que están destinados de algún modo

a borrarlos, a neutralizarlos o purificarlos”12. En la construcción cultural de la identidad, estamos

de acuerdo con Foucault en que, aunque en una vasta variedad, las heterotopías y los

contraespacios son una constante en toda sociedad y que son la traducción simbólica que surge

según la relación o la diferencia que los sujetos adoptan frente al otro.

Respecto al espacio material, no hay otro lugar más relacionado con la expresión de la

violencia que el cuerpo. Es aquí donde analizaremos las manifestaciones de la violencia desde el

análisis que Elsa Blair hace sobre la masacre. Para esta autora, la lucha de identidades, en el

caso de la masacre a poblaciones en Colombia, se sirve de una lógica de eliminación: “por medio

del terror, el desplazamiento de poblaciones tiene proporciones incalculables y este

desplazamiento es, a todas luces, una manera de ‘eliminar’ comunidades enteras de su entorno,

sus relaciones y su tejido social”13. Este ejemplo de Blair puede relacionarse con lo descrito

líneas arriba por Giménez: un colectivo de individuos que responden a la misma identidad se

enfrenta a otro y lucha para imponer su dominio y su identidad como valor supremo.

Cabe señalar que el cuerpo tiene la particularidad de fungir, incluso simultáneamente,

como espacio y como instrumento, pues a pesar de que se produce dolor al cuerpo de la víctima

para violentarla materialmente, también éste se emplea para violentar de manera simbólica a

otros, para enviar mensajes. Materialmente es el lugar, simbólicamente es la herramienta.

Respecto a esta cuestión, Blair se basa en los trabajos Borel y Loux para afirmar que:

12 Ibídem, p. 20.13 Blair, Elsa, op. cit., pp. 173-174.

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Una sociedad se dice en lo que hace del cuerpo y a los cuerpos. Las funciones y los usos que le son conferidos, las técnicas, reglamentaciones, saberes, que le conciernen, son tratados como formas en las cuales descifrar las visiones del hombre y del mundo (…) El cuerpo, es, pues, en todas las culturas, vehículo de representación, signo y significante (…) Él es sólo aquello que los hombres lo hacen significar14.

Con lo anterior, tendemos el puente entre la instrumentalización del cuerpo de acuerdo con el

mundo de sentido de cada cultura. Pero además de convertirlo en mera herramienta, Blair nos

menciona que también puede producirse violencia por violencia, ejercida por capricho y sin un

fin determinado. Aquí ya no se puede hablar de lucha por reconocimiento, sino de simple

exceso, en donde no basta la simple eliminación y surge un carácter festivo y de total olvido del

contexto que los ha orillado al conflicto. Respecto a la aparición del exceso, la autora nos

menciona lo siguiente:

En la masacre el propósito es la destrucción total, aunque de entrada no tiene ningún propósito más allá de ella misma: es la violencia en estado puro, nada más. Una acción como la masacre apunta a la destrucción total. Ella es la teatralización del exceso (…) Pasa con frecuencia que los ejecutantes no se acuerden siquiera de las intenciones que los han llevado a la acción. El exceso colectivo corta los propósitos políticos y sociales. Es la violencia misma, la que determina el acontecimiento15.

Sin embargo, con este último caso no nos es posible generalizar, ya que este tipo de prácticas de

exceso son el resultado de procesos específicos en ciertas sociedades. Aunque no puede

hablarse del exceso como una característica inherente a las sociedades -como sí puede hacerse

sobre la adopción de una identidad- vale la pena mencionar que este exceso sí suele ir de la

mano con políticas de terror que sirven a propósitos de dominación. En este aspecto, el mismo

Foucault ejemplifica cómo el exceso en los castigos sí tiene una finalidad más allá de la 14 Ibídem, p. 178.15 Ibídem, p. 168.

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purgación del delito: marcar los cuerpos para que exhiban posteriormente la manifestación del

poder. Más allá de lo anterior, la producción del suplicio está sometida a una serie de reglas que

legitiman a la entidad dominante16.

Conclusiones

A partir de lo expuesto anteriormente, queda claro el apremio por replantear si hay o no una

relación directa entre cultura y violencia. Sería ingenuo pretender que esta cuestión puede

resolverse de manera tajante en el presente ensayo; pues, de acuerdo con Blair, desde la

antropología hay nuevas conceptualizaciones sobre cultura, mismas que requieren nuevos

conceptos de violencia, así como hay nuevas categorías analíticas para abordar el estudio de los

fenómenos sociales17. Sin embargo, a partir de lo desarrollado, podemos inclinarnos a pensar

que, aunque no puede determinarse tajantemente si hay una relación causal entre cultura y

violencia, queda claro que ambas tienen una relación estrecha cuando se analizan desde los

conceptos de lenguaje e identidad.

Retomando nuestras preguntas iniciales sobre si puede hablarse de una cultura de la

violencia y sobre la naturaleza del acto violento, aun cuando hay una infinidad de significaciones

que subyacen éste, tampoco podemos afirmar con total certeza que todo acto violento es dado

por la cultura ni que el encuentro con la otredad siempre generará desconocimiento y tensión.

El resultado violento, como hemos aprendido, dependerá de la configuración particular de cada

sociedad y las condiciones y posibilidades que su propio mundo de sentido ofrezca a sus

16 cfr. Foucault, Michel, Vigilar y Castigar, Siglo XXI, México, 2009, pp. 41-49.17 cfr. Blair, Elsa, “La violencia frente a los nuevos lugares y/o los otros de la nueva cultura”, Nueva Antropología, México, Vol. XX, num. 65, mayo-agosto, 2005, pp. 13-14.

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integrantes; así que no podemos hablar de que en toda sociedad se producirá ineludiblemente

una escisión a partir de la cual una entidad individual o colectiva se enfrentará a la otredad de

manera violenta.

Por último, si bien no nos ha sido posible abarcar por completo el papel que juega la

violencia en las sociedades, sí nos es posible adoptar una postura frente a los conflictos que

pueden surgir en éstas. En este marco de coexistencia, es importante mantener una actitud

crítica frente a aquello que nos es diferente; así como cada entidad individual o colectiva tiene

el derecho de expresarse según su identidad, tiene también la responsabilidad ineludible de

respetar la existencia de la otredad. Es vital que, en la formación de los integrantes de cada

sociedad, no se pase por alto hacerlos conscientes de su quehacer cotidiano como una tarea

sujeta a permanente reflexión y adecuación según las continuas transformaciones del entorno.

BibliografíaBlair, Elsa, “Mucha sangre y poco sentido”, Boletín de Antropología, Colombia, Año XVIII, núm.

35, julio de 2004, pp. 165-184._________, “La violencia frente a los nuevos lugares y/o los otros de la nueva cultura”, Nueva

Antropología, México, Vol. XX, num. 65, mayo-agosto, 2005, pp. 13-28.Giménez, Gilberto, “Culturas e Identidades”, Revista Mexicana de Sociología, vol. 66, número

especial (Oct. 2004), pp. 77-99.Bourdieu, Pierre, La dominación masculina, Trad. Joaquín Jordá, Anagrama, Barcelona, 1998.Foucault, Michel, El cuerpo utópico. Las heterotopías, Trad. Víctor Goldstein, Nueva Visión,

Buenos Aires, 2010._________, Vigilar y Castigar, Trad. Siglo XXI, México, 2009

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