VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del...

28
VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA MARIA MICAELA Hablar de la caridad en la vida espiritual de Santa Micaela del San- tísimo Sacramento, no puede ser un tópico, ni siquiera en el sentido en que pueda serlo hablar de esta virtud en la vida de cualquier santo. La caridad, ya lo sabemos, es cristianamente entendida, la que da ser último sobrenatural a todas las demás virtudes. Por eso, puede decirse que es en la caridad en la que se resume, finalmente, toda la vida cristiana y su perfección. En todo santo, por lo mismo, la caridad tiene que alcanzar las más altas cimas. En todos tiene que brillar con los resplandores más vivos. Cuando decimos, pues, que en Santa Micaela la virtud de la caridad viene a signar por modo especialísimo su vida espiritual, tenemos que intentar decir algo que le convenga a ella de modo muy singular y propio. Tratar de definir esto es lo que nos incumbe ahora a nosotros. Son, por de pronto, varias cosas las que hay que destacar a este pro- pósito. La principal, a mi juicio, ésta: en Santa Micaela, la caridad no es sólo, como en cualquier santo, vida interior-con todo lo que esta vida interior tiene siempre de irradiación hacia afuera-, sino misión; una misión, por cierto, bien singular y en la cual tuvo que andar, bajo la mo- ción del Espíritu, sendas no trilladas. La caridad no sólo difundida por estas sendas no trilladas, sino crecida en ellas y desde ellas, por la vivida presencia de Cristo Sacramentado, es seguramente lo que caracteriza, a mi juicio, la espiritualidad de la santa. En cualquier apóstol, o en cual- quier alma santa entregada al servicio del prójimo, la caridad, virtud es- pecialmente santificadora, se convierte en misión. Se trata, pues, de la peculiar misión de la santa, desde la cual su caridad y su espiritualidad, por lo tanto, alcanza su propio perfil.

Transcript of VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del...

Page 1: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA MARIA MICAELA

Hablar de la caridad en la vida espiritual de Santa Micaela del San­tísimo Sacramento, no puede ser un tópico, ni siquiera en el sentido en que pueda serlo hablar de esta virtud en la vida de cualquier santo. La caridad, ya lo sabemos, es cristianamente entendida, la que da ser último sobrenatural a todas las demás virtudes. Por eso, puede decirse que es en la caridad en la que se resume, finalmente, toda la vida cristiana y su perfección. En todo santo, por lo mismo, la caridad tiene que alcanzar las más altas cimas. En todos tiene que brillar con los resplandores más vivos.

Cuando decimos, pues, que en Santa Micaela la virtud de la caridad viene a signar por modo especialísimo su vida espiritual, tenemos que intentar decir algo que le convenga a ella de modo muy singular y propio. Tratar de definir esto es lo que nos incumbe ahora a nosotros.

Son, por de pronto, varias cosas las que hay que destacar a este pro­pósito. La principal, a mi juicio, ésta: en Santa Micaela, la caridad no es sólo, como en cualquier santo, vida interior-con todo lo que esta vida interior tiene siempre de irradiación hacia afuera-, sino misión; una misión, por cierto, bien singular y en la cual tuvo que andar, bajo la mo­ción del Espíritu, sendas no trilladas. La caridad no sólo difundida por estas sendas no trilladas, sino crecida en ellas y desde ellas, por la vivida presencia de Cristo Sacramentado, es seguramente lo que caracteriza, a mi juicio, la espiritualidad de la santa. En cualquier apóstol, o en cual­quier alma santa entregada al servicio del prójimo, la caridad, virtud es­pecialmente santificadora, se convierte en misión. Se trata, pues, de la peculiar misión de la santa, desde la cual su caridad y su espiritualidad, por lo tanto, alcanza su propio perfil.

Page 2: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

VISIÓN TEOLÓGICA DE LA CARIDAD 489

Es impOrtante, a mi parecer, subrayar de un modo muy formal que entre gracia y misión, o gracia y vocación, existe no sólo una estrecha unidad, sino una fundamental identificación. Como, tal vez, esto no siem­pre se haya tenido en cuenta suficientemente, creo que resaltar la no po­sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu­lar valor.

Quizá se ha propendido demasiado a mirar la gracia, en tanto que exis­tente en el hombre, desde un lado excesivamente individual. Según esto, ella pertenecería ante todo, y casi únicamente, a un ámbito· de santifica­ción de la persona. De esta persona en concreto. Lo demás derivaría de aquí, y sería como una consecuencia. No se negaría, ello parece, la di­mensión y proyección comunitarias que son propias de la gracia irrenun­ciablemente. Aunque también aquÍ habría que decir que, al menos en otros tiempos, el aspecto positivo de esta dimensión comunitaria tampoco habría sido subrayado con la debida energía. De todos modos, no es esta dimensión comunitaria de la gracia, esencial a ella y urgente, por lo mis­mo, en todo cristiano, la que pretendo acentuar ahora. Quiero referirme propiamente a aquella especial misión o vocación con que Dios ha agra­ciado a cada hombre o a cada cristiano para que ocupe en la Iglesia en orden a su edificación un puesto intransferible. La gracia, que es siempre gracia de Dios, vida divina comunicada en Cristo y por Cristo, es, al mismo tiempo, insoslayablemente, gracia que viene por la Iglesia. Y es, por ello, gracia que, vivida por el cristiano, tiene que revertir a la Iglesia. A la entera Iglesia. Al ámbito interiOr y al ámbito exterior de la misma. Gracia operante, en tanto que vivida, en todo el horizonte de la Iglesia desde el cual nos viene a nosotros. Sería poco lúcido, teológicamente ha­blando, concebir la vocación como extrañada de esta esfera viva de la gracia, santificadora, como algo tangencial. En todo caso, como un plus o como una añadidura de la misma.

Cuando se piensa en los santos, cuando se sumerge uno un poco en el misterio tan profundo y en la belleza tan incitante de sus vidas, no puede menos de asombrarse de la cada vez más penetrante y crecida uni­dad en ellas de gracia y misión. Este es, por ejemplo, el caso destacadísimo de Santa Micaela, según se echa de ver, sobre todo, en las etapas avan­zadas de su vida espiritual, de sus etapas místicas, especialmente. En las cuales, desde muy temprano, la unidad de gracia vivida, de misión reali­zada, y hasta de fenómenos místicos, se ofrecen en una unidad tan íntima y en una armonía tan equilibrada y perfecta, que todo parece venir, y así es de hecho, de un mismo principio inmediato, de un mismo e idéntico hontanar. En ella, vida y misión, desde un cierto momento señalable, apa­recen las dos y en perfecta unidad inequívocamente místicas.

Pienso que sea poco teológico, por ser tan escasamente bíblico, con­templar la gracia como una realidad pesadamente «objetiva», es decir, como un «algo» que se nos da, como una «cantidad» determinada de par­ticipación en la naturaleza misma de Dios que, luego, el Espíritu Santo va empujando, con nuestra propia cooperación, hacia un normal desarro-

22

Page 3: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

490 A. A. ORTEGA CMF

no en nosotros. Si hay algo verdaderamente «personab> es la gracia san­tificadora. Personal, por supuesto, por parte de Dios, quien nos comunica tripersonalmente su propia vida. Y si nosotros correspondemos, nos la está comunicando siempre, cada vez con mayor profundidad, cada vez con más delicado acusamiento o manifestación de ese perfil o escorzo personal que tienen siempre e ineludiblemente las comunicaciones sobrenaturales de Dios. La Madre Sacramento supo bastante de estas comunicaciones trinitarias en las etapas ya un poco alzadas y, sobre todo, en las más en­cumbradas de su vida.

Pero personal también por parte del hombre, ya que la gracia-no puede ser de otra manera-se nos comunica en lo más vivo de nuestra realidad personal. En ese tú a tú, condescendiente de parte de Dios y de humilde disponibilidad de parte del hombre, en que el misterio de la Palabra dicha en el Amor pasa al hombre y le traspasa todo entero para que él pueda también responder en el amor, en el Espíritu, con la Palabra con que se nombra al Padre. Dios, por lo tanto, se nos da a nosotros en una intercomunicación de diálogo para el cual El mismo pone el funda­mento y nos otorga las posibilidades. Desde un principio, Dios se nos da en esta comunicación personal de su vida, en la cual va siempre expre­sada por la Palabra en el Amor, su voluntad acerca de nosotros. La gracia, que es comunicación trinitaria del conocimiento y del amor divinos, es gracia personal y única para cada uno de nosotros. En ella Dios actúa su querer respecto de nosotros y nos lo va haciendo conocer, desde dentro, misteriosa y suficientemente. Este conocimiento está sometido a progreso. También a esclarecimiento exterior por el ministerio de la Iglesia. En esa misma gracia se halla la invitación y la posibilización de nuestra respues­ta. Y en este juego de hablar y responder eficazmente se encierra todo el secreto y la belleza impresionante de ese drama tan singular que es la vida de la gracia, de la gracia total para cada uno de los hombres. De ello puede ser ejemplo bien flagrante Santa Micaela del Santísimo Sa­cramento.

EL AMOR DE SANTA MICAELA AL SANTISIMO SACRAMENTO

Si alguna cosa hay bien segura en la vida de Santa Micaela, es su amor extremadísimo a Jesús Sacramentado. En realidad, hay que decir que toda su vida sobrenatural está centrada en El. Con cuánta finura y profundidad teológica, lo indicaremos luego. Fue tan encendido este amor; que quiso tomar el apellido religioso del Smo. Sacramento. Para que se le recordara

Page 4: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

VISIÓN TEOLÓGICA DE LA CARIDAD 491

siempre. Es un detalle de enamorada. Relatando en su Autobiografía cómo, por causas bien injustas, quisieron una vez retirar de la capilla de su Cole­gio al Smo. Sacramento, escribe: «Como me tocaba a lo que yo más amo en el mundo, el Santísimo-mi pasión dominante le llamaba yo entonces, y hoy puedo decir es mi delirio, mi locura, pues por El lo sufro todo y con gozo grande de mi alma-, me defendí con una fuerza y elocuencia ajena de mí...» (1).

Creo convendrá tratar aquí, antes de pasar adelante, un punto que, tal vez, pudiera desorientar algo en la interpretación de su vida espiritual. Se ha insistido, a lo que parece, en la Índole bastante apasionada de su tempe­ramento, en su condición proclive al amor. Investigar, desde un punto de vista psicológico, si ello es, o no, verdad, o al menos en qué medida, no constituye por ahora mi problema. Es posible-no obstante algunos textos que se refieren a unas relaciones humanas, por lo demás, tan inocentes, tan inmaturas, a pesar de la edad ya entonces alcanzada; y, por supuesto, tan extrañamente fugaces, después de una duración como alrededor de tres años-, que hubiera que matizar mucho las cosas. El «apasionamiento» de la santa, su viveza de carácter, su «genio» tan rápido, tan pronto-puede ser que tan explosivo-es harto complicado y habría que distinguir en él varios y muy delicados ingredientes.

En realidad, tenía temperamento para ser santa y era de un singular equilibrio en todo, con una fuerza anímica sorprendente, y un señorío y una gracia que le daban siempre, sin mengua de la fuerza, mesura y ele­gancia auténticamente aristocráticas. Pero yo quiero dar crédito al diag­nóstico y pensar que, de verdad, la santa era un temperamento ardoroso, de una afectividad llameante, particularmente propensa a arrebatos amo­rosos. Lo que quiero decir, en el caso, es que el factor psicológico no puede ser valorado con exceso en la vida espiritual. Por muy verdadera que sea la afirmación de que la gracia no destruye a la naturaleza, sino que la perfecciona, es mucho más verdadero todavía que la gracia a lo que tien­de es a transformar la naturaleza, es decir, a elevarla, sobre todo, en el plano de la operación, a nivel sobrenatural. Y, naturalmente, a obrar des­de aquí y más allá del propio nivel humano. Es menester desprendernos de ciertos «humanismos», un poco baratos, teológicamente injustificables. Es decir, de esos humanismos-demasiado <<llominalistas»-que intentan afirmar, ante todo, la naturaleza. Sobre la cual-y esto es justo-, pero siempre condicionada por ella, lo cual ya no es tan exacto, se quiere tejer la vida de la gracia. En primer lugar, el valor de la afirmación, según la cual, la gracia no destruye, sino que perfecciona la naturaleza, afecta prin­cipalmente a estratos más hondos, ontológicos-y a ellos queda referida primordialmente-de la naturaleza humana.

La gracia-y con ella y por ella, la elevación a orden sobrenatural­«potencia» todos los valores fundamentales de la realidad creada. En cam­bio, y por eso mismo, va poco a poco superando las naturales estructuras. Trasladando el modo «propio» de obrar al modo de obrar «divino». Con

(1) A 279-280.

Page 5: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

492 A. A. ORTEGA CMF

ello quiere decirse que también todo 10 que atañe al puro plano de 10 psicológico. Permanece aquello, más radical, que toca a la estricta indivi­dualidad y singularidad de la persona; aquello que, irrevocablemente, está en la médula de la autenticidad y de la intransferible peculiaridad de la persona o si se quiere del yo humano.

La psicología, mirada desde este bien, afecta, ante todo, a la «psyhjé». Pero San Pablo ha contrapuesto 10 psíquico a 10 pneumático. La psicología, por ello, en la vida espiritual-y, naturalmente, en la dirección de las al­mas-tiene valor principalmente, y digo principalmente, porque no se ex­cluye del todo en esta vida, en las etapas ascéticas; quiero decir, en aque­llas etapas en las cuales la iniciativa humana, todavía imperante, supone que es aún corto el vuelo y escaso el predominio divino de la gracia. Mien­tras el elemento humano señorea eJl la vida espiritual-signo claro de eta­pas imperfectas-al factor psicológico le queda todavía un holgado ámbito de actuación. A medida que la gracia, bajo la moción especialísima del Espíritu, va actuando el motor o va hinchiendo con brisa suave y poderosa las velas, la «psicología» tiene menos o poco que hacer. Es cosa bien sa­bida que a las almas, levantadas ya a cotas de altura, en su vida de per­fección, el director espiritual puede ayudarlas poco, como no sea-y, en la coyuntura, es bastante-dándolas certidumbre. Aquí es el Espíritu sólo, o casi sólo, el que obra. ¿Qué «genio y figura hasta la sepultura»? Es cierto, pero ya aquel genio y figura-del cual, y mirado desde donde nosotros lo hemos mirado, nada se ha perdido sino que todo ha sido t1'ansfigu1'ado-ac­túa no desde un módulo que cualquier método psicométrico podría medir, sino desde otro plano que trasciende todo cálculo u observación psico­lógica y toda medida.

Pensemos, además, hasta qué punto espíritu es libertad. Pensemos, so­bre todo, según 10 enseña San Pablo, hasta qué punto es libertad el Espí­ritu del Señor. Pensemos, por otra parte, hasta qué punto todo 10 que es temperamental se halla por debajo de este nivel del espíritu libre. Todo lo pasional-y aun simplemente temperamental-aunque empuje en dirección del bien, quita libertad. La libertad es pura transparencia. Cuando esta libertad se cumple en un orden divino se hace tan pura transparencia en la luz intelectual del amor, que no puede existir la más mínima opacidad que la refracte o la interfiera.

He aquí por qué hemos dicho que no debe sobrevalorarse con exceso la psicología en la vida de los santos, sobre todo, cuando son ya santos.

Sin embargo, es indispensable señalar que, aunque en 10 más íntimo y esencial de la caridad o en general, del desenvolvimiento de la gracia san­tificadora, el temperamento tenga poco que hacer, según 10 que llevamos dicho, no dejará de tenerlo sin duda, como repercusión, en esa traducción que tiene siempre e inevitablemente la experiencia interior, mística; in­cluso en las naturales estructuras humanas y, por lo tanto en la expresión de la misma. Se comprende por qué en los santos exista tan rica variedad de matices en el modo de percibir, desde su estricta dimensión humana, sus experiencias más interiores y sobrenaturales y en el modo de describirlas.

T ! !

! I

Page 6: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

VISIÓN TEOLÓGICA DE LA CARIDAD 493

Me parece, reanudando el hilo, que el amor de Santa Micaela a Jesús Sacramentado es la entera clave para entender o para adentrarnos en la inteligencia de su vida espiritual y de su misión, de la cual hemos dicho que no puede ser separada de aquélla, sino que constituye con la misma la más estrecha unidad. He aquí un texto de sus apuntes de «Ejercicios y Retiros»: «Ni ser santa, ni visiones, ni raptos que se leen en la vida de los santos, no me animan a mí ni a sufrir ni a trabajar. Me mueve, primero el deseo que tengo impreso en mi corazón de amar a Dios, no tanto por su Pasión, como por haberse quedado con nosotms toda la vida en el Sa­CTamento; ¡esto me saca a mí de quicio o de juicio! Todas las glorias del mundo ni sus alabanzas me mueven a mí paTa nada! El desagraviar al Señor, el de salvar almas que se lleva el enemigo, el darle culto, ya que se ha quedado con nosotros, y sufre tanto en este Sacramento. En desagra­viarle yo misma de mis pecados pasados y de los presentes, de tibiezas en la comunión, malas confesiones por no notar mis faltas y cometer un sinnúmero de faltas diarias, esto sí me duele y mueve a sacrificar mil vidas que tuviera. Lo que me han de dar a mí no me ocupa. Lo que le han de dar al Señor, eso sí, y darle yo cuanto pueda por mi parte. Eso es mi anhelo en esta vida» (2).

La s;.nta, como se ve, ha sido bien explícita en este texto tan luminoso, sobre el cual acaso tendremos que volver más de una vez para resaltar los diversos aspectos de la motivación de su santidad y de su acción apos­tólica. Por de pronto, esta confesión: «el deseo que tengo impreso en mi corazón de amar a Dios, no tanto por su Pasión, como por haberse que­dado con nosotros toda la vida, en el Sacramento; ¡esto me saca de qui­cio!». Esta es la gran motivación de la santidad en el cumplimiento de su vocación en Santa Micaela. Estas expresiones ponderativas de su amor por Jesús Sacramentado, no sólo son frecuentes en ella, sino casi su modo de expresarse habitual. ¡Cuántas veces en sus cartas, y aun en su Autobio­grafía, las encontramos! Estas u otras equivalentes: «quita el juicio», «se pierde el juicio»; «de Jesús Sacramentado no se puede hablar a sangre fría». Lo dice también hablando del misterio de la Sma. Trinidad.

Lo importante es que en Jesús Sacramentado, ya desde los comienzos, haya visto no sólo el centro de su vida espiritual cristiana, sino el de su vocación. Decir esto no es querer afirmar, ni mucho menos, que ya, desde los albores de su infancia, o de su adolescencia, tuviera conciencia clara de todo esto. Basta, y ello me parece innegable, que su vida, o los sucesos más significativos de ella-desde muy temprano-estuvieran signados ya de este carácter que la sellará después toda entera y para siempre. Dios tiene su pensamiento en Cristo acerca de cada alma, antes de la creación del mundo, nos enseña San Pablo en el principio de su carta a los Efesios. Pero, por lo que a El toca, este pensamiento se realiza desde el principio. Se realiza, sobre todo, en las almas de su predilección que son los santos. ¿Será mucho suponer que fuera así también en Santa Micaela? Hay, en la vida de ésta, no obstante ciertas apariencias, según expondremos luego,

(2) ER 150-151. El primer subrayado es nuestro.

Page 7: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

494 A. A. ORTEGA CMF

co:no un hilo de continuidad, que no se rompe, en una acción divina espe­cialmente anticipada. Y, también, en la correspondencia de la santa. La explicitud exterior en el modo de conducirse de ésta pudo no tener siempre aquélla lógica que ciertas exigencias «objetivas» podrían reclamar. Lo que no faltó nunca, este es mi parecer, fue la secreta corriente de agua soterra­ña que una fidelidad, acaso no bastante iluminada, pero suficientemente generosa, hacía fluir de su ingenuo e inocente corazón.

Juzgo significativo que en el primer encuentro sacramental con Jesús, es decir, en su primera comunión-y ello a petición suya propia-Jesús se le viniera en compañía de los pobres. Según consta en el proceso de beatificación, en esta coyuntura la acompañaron algunas niñas pobres a las cuales caritativamente vistió su madre (3). En realidad este acto viene a ser como el paradigma de su vida: Jesús Sacramentado y los pobres. Los pobres vendrán, después, a ser más especialmente ciertas almas particular­mente necesitadas. Pero en Jesús Sacramentado lo encontrará ella todo: a Dios y a los hombres. ¡Cuánta profundidad teológica, qué poderoso per­fume revelador de esencia cristiana se descubre en esta fundamental acti­tud de la vida de Santa Micaelal

Mi tarea no puede ser relatar los hechos, o describir los rasgos, innu­merables, en que, a lo largo de su vida, patentiza su devoción y su amor entrañabilísimo a Jesús Sacramentado. Me interesa más dar una interpre­tación de ellos, adivinar, desde el punto de vista de la teología de la espi­ritualidad, su sentido. Por lo demás, es manifiesto que este amor que llegó a ser, andando el tiempo, como la esencia misma de su vida, ni siquiera en los años que pudieran parecer, espiritualmente, más grises o menos fer­vorosos de ella, dejó de actuar relevantemente en su alma. Ella misma nos cuenta aquellas visitas largas, de hasta dos y tres horas, procurando congraciarse al aya, regalándola, para que no se cansara: «Tenía gran devo­ción al Santísimo y me iba a alguna iglesia para hacerle compañía, con mi aya, o a las Cuarenta Horas, y solía estarme dos y tres horas que se me pasaba muy pronto el tiempo y regalaba al aya para que no se quejara, que por lo común le gustaba a ella ir conmigo: aunque tenía mucho lujo, no me gustaba ni ocuparme yo de ello en tiendas, ni en explicaciones de modas ... » (4). Bien recientes todavía las gracias especialísimas que recibió del Señor el año 1847, cuando comenzó a comulgar, primero, tres veces a la semana; después, diariamente, con todo lo que esto significaba en aque­llos días-yen aquel país-donde un jansenismo ya retrasado, pero todavía actuante pesaba demasiado a veces. Eran los días de su segundo viaje a Francia acompañando a sus hermanos y de su estancia en París, donde tuvo que mortificarse tanto, pero donde el Señor se le comunicó de una manera verdaderamente extraordinaria. Las iniciativas para promover el culto a Jesús Sacrl,lmentado surgen continuamente. Su desprendimiento para promover este culto, sufragando gastos, regalando joyas, llega al he-

(3) PAM f. 319. Declaración de D. Juan Garcia Rodríguez. (4) A 6.

Page 8: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

VISIÓN TEOLÓGICA DE LA CARIDAD 495

roÍsmo en ocasiones. Su comunión diaria tantas veces amenazada, es con harta frecuencia milagrosamente sostenida. París, Boulogn&sur-mer, Bru­selas, son los escenarios de esta vida eucarística, de esta lucha por mante­nerla y de un diálogo casi continuo de amor entre Jesús Hostia y Micaela. En este mismo año de 1847, Jesús hace con ella un pacto de no faltarle jamás en la comunión: «Como Dios no deja nada sin premio, estando en la oración un día que nos preparábamos para los baños que mandaron a mi cuñada, de Spa, me lamentaba yo con el Señor de que algún día me sucedería no poderlo recibir en la comunión, ni visitarlo, etc. Y comprendí que el Señor me decía:' 'Tú no me faltes, que yo no te faltaré jamás'. Esto fue el año 1847, en julio creo, y hoy que estamos en 1865, ni un día dejé de hallar al Señor, siendo necesario muchas veces que el Señor hiciera milagros para que esto se cumpliera» (5). Más adelante insiste sobre lo mismo y explica: «Me quedó tal certeza de este pacto y oferta del Señor que no dudé un momento de la solemnidad de este pacto con Dios y que le hallaría en la comunión, lo que en lo humano me parecía a mí un im­posible, ya porque los confesores tienen sobre esto varias opiniones y mi obligación de obedecerles, como el no faltar yo en cosa grave lo que miré como un imposible» (6).

Luego, la vida entera de la santa no es más que un ardor continuo en este fuego de amor a Jesús Sacramentado. El cual va creciendo en ella cons­tantemente con el crecimiento ya sin pausa de su santidad y de la entrega decidida a su vocación. La familiaridad de Jesús Sacramentado con la santa y de ésta con Jesús Sacramentado es una de las notas más sorprendentes y, al mismo tiempo, más simpáticas de esta vida singular. Uno se queda con­movido considerando cómo no sólo en grandes ocasiones, sino en circuns­tancias casi banales y hasta en detalles verdaderamente menudos, Jesús Sacramentado habla con la santa, le advierte de peligros, la socorre en ne­cesidades y le hace ver y leer en los demás todo aquello que importa para su propia vida o para el buen desenvolvimiento de su fundación. De den­tro afuera, su vida eucarística, su comunicación con el Señor se va de­rramando tan espontánea, tan naturalmente, que no parece sino que todo se sucede en una atmósfera única, sin tránsito brusco de uno a otro orden, sin distancias. En varias ocasiones de necesidad material urgente tiene el atrevimiento santamente infantil de acercarse al sagrario y llamar a la puerta para decírselo al Señor. Después de haber narrado en su Autobio­grafía una de estas llamadas concluye: «No sólo fue esta vez la que llamé a la puerta del sagrario, sino que en otra ocasión tenía yo necesidad de pagar cuentas y no tenía dinero y llamé afligida a la puerta del Sagrario: 'Señor, en prueba [de que] es tuya la Obra, mándame dinero'. Y llegó una limosna que cubría la necesidad, y esto se ha repetido en mil maneras dis­tintas que no recuerdo» (7).

(5) A 107, (6) A 126. (7) A 374-377.

Page 9: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

496 A. A. ORTEGA CMF

JESUS SACRAMENTADO, CENTRO DE TODA LA VIDA CRISTIANA

Cuenta la santa que, estando en oración, le acaeció algunas veces ver salir del sagrario, el copón destapado, adorando ella así al Señor, del cual sentía percibir «unas explicaciones y afectos muy variados y particulares. Unas, comprender allí el misterio de la Sma. Trinidad, los de la Pasión del Señor; y lo explicaba entonces, bajo aquella impresión, de un modo que me decía el P. Carasa: i Qué sagacidad tiene V. para hallar en el Sagrario todo lo que quiere V. meditar a fin de no salir de él! 'Y era bien cierto, pues siempre entro en él para hacer mi oración más cerca del Se­ñor y aunque esté lejos y de camino, parece que tiran de mi corazón al ver una torre de una iglesia» (8).

Estas palabras expresan una gran sabiduría cristiana. En realidad, nos están dando la clave y la medida, no sólo de la contemplación de la santa y de su vida de unión con Dios, sino la clave y la medida de toda autén­tica vida cristiana. No es precisamente sagacidad lo que la santa pone de manifiesto aquí, sino una sobrenatural intuición de lo que el misterio de la Eucaristía representa en la Iglesia. Por ello el amor al Smo. Sacramento llevado a cimas de perfección constituye para toda alma santa como el núcleo esencial de su vida.

Si en algunos, como en Sta. Micaela, por ejemplo, ha llegado a revestir caracteres peculiarísimos, ello puede obedecer a muchas causas no siem­pre fáciles de explicar. Está, por de pronto y como razón suprema-en la cual humilde y luminosamente puede refugiarse nuestra ignorancia-la voluntad de Dios que se da a cada uno como quiere y según sus fines. Sin que tengamos la pretensión de esclarecer el porqué de este modo de comu­nicarse de Dios a la santa, acaso nos sea lícito apuntar alguna congruencia. Una, tal vez, pudiera fundarse en la manera de ser de Sta. Micaela. Tem­peramentos como el suyo, tan inclinados a la acción y de tan desbordante energía, han menester más que otros de un cierto apoyo en los sentidos; necesitan como una certidumbre exterior, como de una tangibilidad cor­poral. Los sacramentos, sobre todo el de la eucaristía, nos dan esa exterior certidumbre. En el himno de Santo Tomás, tan conocido, se nos dice que los sentidos aquí se engañan, que sólo la fe nos da seguridad. Y ello es bien cierto. Pero la fe, cuando es verdaderamente viva, y sobre todo en ciertos estadios de la vida mística, se desborda por todo el ser del hombre; se desborda también por sus sentidos, y hay, de arriba abajo, como una efusión

(8) A 386.

Page 10: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

VISIÓN TEOLÓGICA DE LA CARIDAD 497

del conocer divino participado con que también los sentidos quedan como ungidos y alumbrados.

Otra congruencia pudiera hallarse quizá en la misión que Dios asignó a la santa y a la obra de redención que había de fundar. En ninguna parte como aquí el Amor llama al Amor. En ninguna parte el amor se purifica tanto y se eleva. Aquí está el amor salvando y recreando al amor. Por-o que Cristo se quedó en la eucaristía para entregársenos, no sólo con amor divino, sino con amor humano; con estilo divino, pero con estilo también delicadamente humano. Aquí el amor de Cristo habla un lenguaje que sien­do sobrenatural, es el de la costumbre de los hombres. Por eso, pueden en­tenderlo tan fácilmente los hombres. Aquí los que han vivido el amor de los sentidos, pueden darle, para curarle, su cebo espiritual al sentido.

No es teológicamente difícil entender cómo sea Jesús Sacramentado el centro de la vida cristiana, y cómo, sobrenaturalmente, pueda dársenas a nosotros todo en El desde El. Cristo es el don del Padre a los hombres. En Cristo, que es según la expresión paulina (9) plenitud del Padre, éste se ha volcado, dándose sin reservas. Aquí la medida de la donación del Padre no es más que la medida de la capacidad de recepción del mismo Cristo, como hombre.

Pero Cristo se ha dado también a los hombres sin reserva alguna. A los hombres como comunidad, como Iglesia. Y en la Iglesia a cada hombre según una particular medida de donación. También según expresión pau­lina la Iglesia es plenitud de Cristo. Cristo en su Iglesia se ha dado todo entero. Cuando S. Juan ha escrito: «Dios ha amado tanto al mundo que le ha dado su Hijo ú~ico ... » (10), nos ha revelado la gran maravilla del amor de Dios a nosotros. Y esta maravilla ha consistido en darnos a su Hijo; pero con un realismo tan asombrosamente verdadero, que en El nosotros lleguemos de verdad a ser hijos de Dios. Porque en una cierta medida El se ha hecho nosotros. Para esto vino al mundo el Hijo: para difundir y extender hasta nosotros su divina filiación.

No es esta la ocasión para demorarnos en consideraciones teológicas. Pero tengo la preocupación de que, si al menos no se dice lo suficiente, la espiritualidad de Sta. Micaela no quede convenientemente explicada. Di­gámoslo del modo más sintético que nos sea posible. El Hijo de Dios se hizo hombre, pero en forma de siervo. Esto es esencial. Con «carne» como la nuestra. Con «carne semejante a la carne de pecado». Era menester que fuera así según el plan divino de redención perfectísima. La filiación divina se nos comunica en el Misterio. Y el Misterio es la unión tan íntima de Cristo con los hombres, que pueda fluir, y fluya, desde El hasta nosotros, por hondos y claros caminos de ontología y transcendente continuidad, esa gracia inaudita. Los fundamentos de esta continuidad venían dados en la Encarnación. Pero esos caminos no eran todavía andaderos porque lo im­pedía la condición «carnab>, condición peca <;lora del hombre. Esta condición

(9) Col 1, 19. CID) Jn 3, 16; 1 Jn 4, 9.

l !

Page 11: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

498 A. A. ORTEGA CMF

era el muro que separaba a los hombres, espiritualmente, de Cristo y de Dios. Porque el Padre lo quiso, Cristo aceptó, sin el pecado, la condición «carnab> del hombre. Pero, aunque sin pecado, quiso-por eso era su con­dición «carnab>-aceptar no sólo la responsabilidad por el pecado, sino el lastre del pecado; ser, en cuanto hombre, y vivir en la atmósfera del pe­cado, o de las consecuencias de él, tener «carne». San Pablo lo ha dicho mucho mejor y con sorprendente energía: «Dios le hizo (a Cristo) pecado por nosotros, para que nosotros llegásemos a ser justicia de Dios en Eb> (11). Cristo se hizo así perfectamente solidario con el hombre. Pero también Cristo, a causa de su «carne» quedaba a distancia del Padre. Cristo quiso hacerse así viajero hacia el Padre (12): voy al Padre. El viaje de Cristo, su caminar al Padre, era su sacrificio (de toda su vida), morir a la «carne» haciéndola «sacra» (13). El sacrificio de Jesús culminó en la cruz. La acep­tación de este sacrificio por el Padre, fue su resurrección, es decir, su en­tera «sacralización» como hombre:' la total invasión, glorificadora de su carne, por su auténtica realidad de Hijo de Dios. Pero ahora, a través de su carne ya glorificada, y vivificante, puede pasar a nosotros por mediación de la Iglesia, por la acción del Espíritu. La carne de Cristo es ahora el lu­gar de paso, la pascua, de su filiación divina hasta nosotros. La carne de Cristo es el gran sacramento y el principio de toda razón sacramental en la Iglesia.

La Constitución dogmática acerca de la Iglesia, del Concilio Vatica­no JI dice: «Todas las veces que se celebra en el altar el sacrificio de la Cruz en el cual Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado (1 COl' 5, 7), se ejercita la obra de nuestra redención» (14).

En la celebración del sacrificio eucarístico, se representa, se reactua­liza el sacrificio entero de la Cruz. Al decir esto, queremos significar, que en la Cruz toda la entera vida de Cristo, es decir, Cristo, con todo lo que en aquella cima de su vida, había llegado a ser, quedaba inmolado. Tam­bién queremos decir que en ese sacrificio, perteneciéndole esencialmente como un momento integrante de él, esta:ba la resurrección y glorificación. Así en la eucaristía es el Cristo inmolado, pero ya transcendido en gloria, el que se hace presente. La carne no aprovecha; aprovecha el espíritu; el espíritu es el que vivifica (15). No el cuerpo carnal, sino el espiritualizado, el pneumático, por donde se nos abre a nosotros el camino real hacia Dios. Donde, por la comunión con el Hijo, se establece nuestra sociedad koinonía, con el Padre-hijos en el Hijo-en el Amor operante del Espíritu Santo.

Ahora se puede advertir que no era precisamente «sagacidad» lo que mostraba Santa Micaela cuando lo encontraba todo en el Smo. Sacramen­to, sin querer nunca salir de El. ¿Para qué? He aquí una nota verdadera­mente maravillosa de su espiritualidad, de sello el más auténticamente cris-

(11) 2 Cor 5, 21. (12) Jn 16, 10, 17. (13) Jn 17, 10. (14) Cap. 1 n 3. (15) Jn 6, 63.

1 I I

I

Page 12: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

VISIÓN TEOLÓGICA DE LA CARIDAD 499

tiano. Se comprende que así se le desbordase, sin remedio, toda la impo­nente crecida de su amor y que en este Sacramento de la humana y amo­rosa condescendencia de Cristo, osase tratarle no sólo tan confiada, sino tan confianzudamente. Por lo demás, donde hay amor, no puede haber irre­verencia.

SANTA MICAELA DEL SANTISIMO SACRAMENTO y LOS POBRES

La palabra pobre, aquÍ y ahora, tienen un sentido general. Procura­mos, luego, concretarlo un poco y darle alguna mayor precisión. Si hay alguno en quien tengan cumplimiento las palabras de Santa Catalina: «No­sotros concebimos las virtudes en el amor de Dios, y las damos a luz en el amor del prójimo, me parece que es Santa Micaela. Pero yo prefiero in­sistir en lo que decíamos ya al principio; o al menos, recordarlo, es a saber: que la gracia que Dios concede a cada alma, abraza a esta toda entera; su vida personal-individual y su misión. La misma gracia en que se edifica la santidad personal, es la misma que aquella en que se cumple la propia misión o vocación. Por eso, en las almas de vocación activa o con misión de apostolado, la propia santidad no se labra sino en el esfuerzo tenaz, en la entrega sin pausa, por la realización de la propia misión. Las palabras tan conocidas de San Juan de la Cruz (16) pienso que, aunque tengan un va­lor permanente, es pos1ble que, como «advertencia», estén más bien dichas para almas específicamente contemplativas. Hay, cierto, un peligro de dis­persión en la acción; pero cuando ésta pertenece a la vocación propia, nunca puede por sí misma constituir un obstáculo. Tenía razón el P. Carasa cuando advertía a Micaela de este peligro. Dentro de una justa doctrina espiritual, bien acorde con la teología, la amonesta, alguna vez, que debe cuidar antes de su vida interior, no sea que la acción apostólica o de ca­ridad, la deje vacía: «Recelo sobremanera que el enemigo le presente a V. tantas cositas, que la precise a no atender a sí misma, que es lo principal y sin lo cual nada valdría». «Dice San Bernardo que el que se dedica a mu­chas cosas, aunque sean buenas, pierde la piedad» (17).

El consejo es evidente, que tiene, bien entendido, validez universal, aun­que no igualmente para todas las personas. En sujetos no ya sólo de tem­peramento activo, sino, lo que ahora importa más, de vocación activa-aca­so Dios suele armonizar lo natural y lo sobrenatural en las vocaciones-la gracia sólo puede alcanzar perfecto desarrollo, en cuanto se ejercita, o se

(16) C. 29, anoto 3. (17) Carta n." 14 del 26 noviembre 1848. Cf. TOFFOLI p. 206.

:] I

Page 13: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

500 A. A. ORTEGA CMF

proyecta, en la acción. La acción, que brota de la gracia, llega también, por ello a ser mística en los santos. Hay una fórmula que se ha hecho cé­lebre, pero puede tener un sentido no del todo perfecto: «Gontemplativus in actione». Yo diría, si al «contemplar» se le buscase una radicalidad ma­yor y, acaso, última, que la fórmula era más exacta y más precisamente teo­lógica, expresada de este modo: «in contemplando activa», o tal vez me­jor: «in contemplatione agens». Y esto es 10 que, a mi juicio, fue Santa Micaela en su vida espiritual, toda ella realizada desde la virtud de la cari­dad. Naturalmente, no sería muy docto pretender que esta fórmula, válida para todo el decurso de su vida, se cumpliera del mismo modo en todas las etapas de ella. Parece claro que la vida sobrenatural comience, y continúe, desarrollándose en nosotros, paralelamente a nuestra vida natural y en dependencia de ella. Nuestras naturales estructuras nos ponen en una de­terminada situación respecto del mundo de las cosas y de las personas. A este orden normal humano se ciñe, no de grado, sino sufriendo violencia en su exigente dinamicidad, la gracia. En la medida en que ésta va cre­ciendo en el hombre, vase haciendo también más señora del hombre. Va superando las naturales estructuras de éste: va, por 10 tanto, transformando el modo y el estilo, y el nivel de su relación con el mundo y con los demás hombres. Si en un principio la gracia se plegaba hacia el hombre y se su­jetaba al estilo normal de obrar de éste, después, por el contrario, será al estilo de obrar de la gracia al que se plegará la actividad del hombre. He aquí lo que acaecio en Santa Micaela por lo que atañe a la caridad. Si com­paramos los años adolescentes o juveniles de Madrid o Guadalajara, con los años ya más maduros, o maduros del todo, de Madrid, París o Bruselas. Y, sobre todo, con los años cenitales, de su actuación apostólica ya defi­nitiva, cuando su personal santidad y la realización de su misión alcanzan las cotas más luminosas, veremos sin dificultad cómo ha ido creciendo en ella. gradualmente, la vivencia de la caridad con el prójimo como una vi­vencia de identificación de éste con Cristo. Primero, ha vivido el amor de Cristo intencionalmente proyectado hacia los pobres. Después ya, sin pro­yección intencional alguna, ha vivido unificadamente el amor a los pobres presentes e identificados con Cristo, es decir, desde el mismo Cristo.

Resaltar esto, en el caso de la santa, lo juzgo interesante, porque es desde aquÍ desde donde se advierte cómo en ella, vida interior y acción apostólica, todo es igualmente santidad alzada a actualización mística.

Yo no sé si las palabras antes dichas con que he querido señalar dos ma­neras de la caridad de Santa Micaela a los pobres o a los hombres en ge­neral, no se hallarán necesitadas de alguna explicación. Lo que con ellas he intentado decir pertenece, según lo entiendo, a la normal evolución de la vida sobrenatural. Digamos, si nos es permitido, que han sido el tono ascético y el tono místico del proceso de la santidad los que han quedado así subrayados. «Vivir el amor de Cristo intencionalmente proyectado hacia los pobres», y «vivir unificadamente sin proyección intencional, el amor a los pobres, presentes e identificados con Cristo», son dos fórmulas en este sentido nada equivalentes. La sustancia, es decir, la caridad sobrenatural, es

Page 14: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

VISIÓN TEOLÓGICA DE LA CARIDAD 501

la misma. Esta viene siempre del Señor. Es el Espíritu Santo quien la di­funde en nuestros corazones. Pero la vivencia de ella y su modo de obrar depende del grado de sobrenatural transformación del sujeto en quien re­side.

«Vivir el amor de Cristo, intencionalmente proyectado hacia los po­bres» es disociarlos todavía, a Cristo y a los pobres, en la propia vivencia. Es mirarlos en la distancia al uno respecto de los otros. Es ver primero a Cristo, y luego, desde El, un poco sesgadamente, a los pobres. Como toda­vía el alma no ha sido aupada a ser enteramente en Cristo, y desde Cristo la intención sobrenaturalizante que va desde el amor a Cristo al amor a los pobres, demasiado guiada aún por la iniciativa humana, está todavía sujeta a intención objetivadora. Lo humano conserva excesiva vigencia.

«Vivir unificadamente, sin proyección intencional, el amor a los pobres, presentes e identificados con Cristo», quiere ser la expresión de la vivencia completamete sobrenatural del amor. Cuando ha llegado el alma, por la cabal transformación, a situarse plenamente en Cristo, entonces los po­bres, los hombres, son vividos en la misma vivencia sobrenatural en que se vive a Cristo. Entonces, la identificación real-sobrenatural de Cristo con los pobres, se hace también, vencida toda posible disociación, activa y actual identificación en la vivencia de la caridad. Esto es propiamente vivir o amar a los pobres en Cristo. No ya con la intención, que trata de salvar las distancias, todavía existentes en lo imperfecto, sino con la perfecta unificación en la alcanzada unidad de vida a causa de la entera transfor­mación del sujeto que ama el Señor.

Es maravilloso advertir en Santa Micaela la acción del Espíritu Santo, guiándola ya desde los principios por los caminos más auténticos de la vida cristiana, de la más pura esencia de la vida cristiana. Desde su in­fancia, el amor a los pobres fue una señal en ella. Un amor sobrenatural, sin duda, pues, de otro lado, como confiesa ingenuamente, sentía una re­pugnancia grande hacia ellos; más que por ser pobres, explica, por su as­pecto escasamente limpio y descuidado (18). Sin conocerlo, de seguro, po­nía en práctica el famoso consejo de S. Juan de la Cruz a su dirigida María de la Encarnación: «y adonde no hay amor, ponga amor y sacará amor» (19). Acerca de la sobrenaturalidad de este amor por que ella se movía, aún en los tiempos en que su santidad no había alcanzado grandes alturas, hay un hermoso testimonio en una carta escrita desde París. Con­testa a una carta de Bernarda. Acaso ésta le había dicho que no gastase su dinero con los pobres franceses, habiendo tantos pobres en España: «Los pobres en todas partes son pobres y no sé dónde has leído que los del país de uno deben ser los preferidos. Tu moral es nueva para mí y no la acepto» (20). En realidad, la vida de Santa Micaela fue-y sólo desde aquí puede entenderse-una vida de consagración a Dios en el amor a los po-

(18) Cf. A 2. (19) Carta 22, Obras Completas. BAC, 1322. (20) 13 octubre 1847: CS 1 p. 68.

Page 15: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

502 A. A. ORTEGA CMF

bres. En seguida vamos a explicar, siquiera sea muy brevemente, el sentido bíblico de esta palabra: pobre.

De Cristo Nuestro Señor, hemos hablado antes como del lugar de en­cuentro de los hombres con Dios. Y hemos visto cómo en Cristo Sacramen­tado lo encontraba todo Micaela. Será menester que digamos igualmente que Cristo Sacramentado sea también el lugar de nuestro encuentro con los hombres: de un nuevo encuentro sobrenatural con los hombres. ¿Hasta qué punto, así en el Antiguo como en' el Nuevo Testamento, se nos ha di­cho que amemos a Dios en nuestro prójimo, al menos en términos for­males? Dejemos a los escrituristas sutilizar sobre este tema. Si de Dios no se halla dicho, al menos en términos formales, sí está dicho de Jesús en uno de los textos más expresivos e impresionantes. Es el evangelio de S. Ma­teo (21). Aquí Cristo explícitamente se identifica a Sí mismo con los pobres.

En realidad, los pobres se identifican también con los hombres. En un sentido profundamente teológico, todos los hombres son pobres. Por ello, podríamos decir con razón que los hombres-y los pobres de una manera especial-vienen a ser como el sacramento de Cristo.

El problema de la pobreza, desde el punto de vista bíblico y teológico, es harto complicado. En estos últimos tiempos ha recibido una profunda y viva actualización. Nosotros, por lo que atañe a la espiritualidad de Santa Micaela-más concretamente, por lo que toca al proceso, o evolución, en ella, de la virtud de la caridad-, deberemos puntualizar, aunque muy so­meramente, algunos aspectos necesarios. En la Sda. Biblia, tanto del A. como del N. Testamento, el problema de la pobreza-y de la riqueza, en tanto que, recíprocamente se contraponen-no es, ni mucho menos, un pro­blema de justicia social. Aunque este aspecto no pueda tampoco ser ex­cluido, pertenece, sin embargo, a derivaciones ulteriores y más secundarias. El problema, ante todo, es de significación religiosa profunda y toca a las raíces últimas de la esencia religiosa cristiana. Aquí también nos encon­tramos con símbolos. Pobres, en primer lugar, no son sólo ni principalmente los desproveídos de bienes materiales. Pobres son todos aquellos, que, de cualquier manera, están sujetos a desgracia, a laceria física o moral. Pobres son, y estos más que nadie, los pecadores, los faltos de Dios. Pero son po­bres, y por ello bienaventurados, los pobres de espíritu (22) que han acep­tado, afectiva y acaso efectivamente, con voto, incluso, de ella, la pobreza como necesaria disponibilidad para entrar en el reino. Como despegue de todo lo terreno para su lanzamiento a lo divino. Lo son de manera primor­dial aquellos que saben y aceptan gustosamente su (<liada» en todos los ór­denes, pero en el sobrenatural señaladísimamente. Sobre todo, cuando se piensa hasta qué punto no sólo la criatura, en cuanto tal, sino, particularísi­mamente, la criatura en tanto que afectada del pecado, como quiera que ello sea, se encuentra menesterosa y distante de la vida divina. Estos son los confiados solamente en Dios, los abandonados a El, los que, en la «po­breza» y la «humanidad», han instaurado una vida de «infancia espirituab> en el propio desvalimiento, pero en la seguridad inquebrantable del amor

(21,) 25, 34-45. (22) Mt 5, 3.

Page 16: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

VISIÓN TEOLÓGICA DE LA CARIDAD 503

divino, rico y generoso. Eran los «pobres de Jahvé» y son ahora «los pobres de Cristo». Todos los pobres de Jahvé, cuyos ejemplos pueden hallarse, o no, consignados en el Antiguo Testamento, alcanzan su culminación en la Virgen Sma., la Pobre del Señor, la Madre de Jesús, tal como Ella lo canta en su Magnificat. En Ella todo se alza, a una nueva altura, en «hu­mildad», todo queda purificado en la «pobreza», para recibir el infinito don de Dios, el Verbo hecho carne.

En la Biblia ha ido muy lentamente desvelándose la plural y compli­cada significación de esta palabra «pobreza», en relación con la también lenta y pausada revelación del Misterio a que, en última instancia, se re­fiere. Porque el Misterio de Cristo, que es todo el misterio de la economía salvadora, está fundamentado en la «pobreza» y «humildad» (23). Jesús se hizo el gran Pobre, siendo el infinitamente rico (24). Y la pobreza de Cristo no fue sólo en el orden material, sino incluso en el orden sobrenatu­ral. Nos lo ha dicho, entre otros, S. Pablo. Se despojó de su «gloria», quiso ser «viador», aceptó vivir en «carne», tomar un «cuerpo semejante a la car­ne de pecado». Quiso, con la Resurrección, después de su humillación su­prema, recibir del Padre la «consumación», es decir, la plenificación en su realidad humana de la comunicación a ella de su Filiación divina. Ahora bien, si Cristo ha contraído toda nuestra miseria humana, menos el peca­do (25), ha sido para asemej arse a nosotros, y poder así, unido con nosotros, quemar en su sacrificio, con la suya, nuestra propia miseria. Porque El, que, desde un principio, ha asumido a Sí a todos los hombres, ha muerto, como dice Pío XI, como Cabeza de todo el género humano; es decir, hemos muer­to con El todos los hombres (26).

Si con la muerte del Señor, que más que muerte física, fue muerte mís­tica, es decir, muerte a su aceptada condición «carnal», quedó abierto, se­gún queda dicho, el camino hacia el Padre, también quedó abierto, de par en par el camino hacia los hermanos. La hermandad de los hombres entre sí tiene su fundamento en Cristo y sólo en El que nos ha comunicado a todos su filiación divina. La realización de esta fraternidad sobrenatural única­mente con el desaparecimiento de lo «carnal» humano se ha hecho po­sible (27). Por eso, Cristo Jesús, en la eucaristía, es no sólo el especialísimo lugar de encuentro y de unión de los hombres con Dios, sino también de los hombres entre sí.

Desde un principio, como vimos, Santa Micaela juntó eucaristía y amor a los pobres. Pero hay en su Autobiografía un pasaje donde sin teologías, en ella innecesarias, pero con auténtico instinto sobrenatural, viene a expresar en este punto un ideal programático. Hizo en alguna ocasión una visita a las Salesas Reales, cuyo género de vida no le gustó para ella. En este pasaje lo relata y escribe: «Además ¡no ver el Smo. ni el sagrariol Me pa­recía imposible vivir sin El. Luego, enseñar señoritas y que le paguen a

(23) Flp 2, 5-7 . . (24) 2 COI' 8, 9.

(25) Heb. 4, 15. (26) 2 GOl' 5, 14. (27) Gál 3, 27.

Page 17: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

504 A. A. ORTEGA CMF

uno; no, nada quiero que el mundo me pague. ¡Dios! y enseñar pobres de caridad, y más que nada salvar almas que amen y adoren al Santísimo» (28).

Desde su amor al Smo. Sacramento y en la medida en que éste fue haciéndose más intenso, e iluminado, el amor a los pobres y a los hombres en general, fue lográndose en perfección con sentido cada vez más so­brenaturalizado. No sería difícil seguir el curso de esta sobrenaturaliza­ción y de esta perfección de la caridad de la santa, pero yo no puedo, dada la condición de este trabajo, demorarme en ello.

La santa comienza ejercitando su amor de caridad para con los hom­bres de un modo, como es natural, bastante implícito, si se quiere, bastante instintivo. La ejercita con los de su casa: su madre, sus hermanos, su servi­dumbre, etc. Y de qué modo tan admirable, aun en aquellos años en que la aspiración a la santidad no había hecho todavía demasiada presa en ella. Queremos fijarnos en cierto aspecto de su caridad, el que le fue más peculiar, sin duda, pero convendría no olvidar que ella la ejercitó, de otro modo no sería verdadera caridad cristiana, con toda clase de persona. ¡Y con qué heroísmo! Es casi seguro que hasta el año 1844-después de su primer viaje a París-no se le revela de una manera suficiente, no digo ya su decisiva vocación apostólica, pero ni siquiera el celo verd~dero de la salvación de las almas. Fue con ocasión de una visita al Hospital de S. Juan de Dios, adonde una amiga que el P. Carasa le había recomendado la llevó con exquisita discreción. Es aquí dQ11de se encontró un caso im­presionante para ella, ya que en su inocencia ni siquiera podía sospechar la existencia de semejantes desventuras. «Yo no conocía este estableci­miento, ni aún sabía hubiera esta clase de mujeres en el mundo, pues ella no me dijo más sino que no sabían la Religión, ni se confesaban y eran muy pobres, lo que me llegaba a mí al corazó» (29).

De aquí arrancó, sin duda, su extraordinaria compasión y su celo apos­tólico por esta clase de almas, llegando a amarlas tanto como a sí misma, dándolo todo por ellas: su bienestar, su hacienda, su honra, su vida, todo. Existe una carta saladísima dirigida a D. Manuel Dronda, amigo y bien­hechor y administrador, a lo que parece, del Colegio de Zaragoza. Este buen señor debía ser bastante meticuloso y quería que la Santa Madre se diera cuenta de todos modos de lo mucho que le costaban las chicas allí acogidas. Con extraordinaria confianza y con un humor bien castizamente madrileño, le contesta: «¡Qué chinche es V., hombre! ¡Dale con que sepa yo lo que me cuesta cada mujer! Yo sé lo que le costó a Jesucristo, y a este precio tan caro, todo es para mí barato». Y continúa: «Porque ha de sa­ber V. que yo no perdono gasto por salvar un alma. Atienda V., bendito de Dios, lo que escribo: un alma» (30). Así era en verdad. Los ejemplos están ahí a cada paso en su Autobiografía yen los documentos del Proceso de su canonización. Consignarlos no puede ser ahora mi tarea.

Lo admirable es que, desde el sagrario, le venían no sólo las fuerzas de una caridad inagotable para darse a aquellas almas que eran como la

(28) A 223. (29) A 11. (30) 4 noviembre 1861. es III p. 153-155.

Page 18: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

VISIÓN TEOLÓGICA DE LA CARIDAD 505

pupila de sus ojos, sino la luz para el gobierno sapientÍsimo que ejercitó acerca de ellas. Su diálogo, en este aspecto, con Jesús Sacramentado era tan habitual y tan sencillo, tan encantadoramente espontáneo, así en oca­siones ordinarias, como en coyunturas de excepcional y peligrosa gravedad, que denota, sin género de duda, cómo su vida estaba enteramente centrada en la eucaristía y desde aquí se proyectaba en todos los sentidos, tanto hacia Dios como hacia los hombres.

En su tercer viaje a Francia, después de las fechas memorables de 1847, el desarrollo de la vida espiritual de Santa Micaela fue maravillosamente rápido. Desde su trato lleno de caridad con los pobres-particularmente con las muchachas desgraciadas-vivido en el misterio de Jesús Sacramen­tado, ella misma fue comprendiendo poco a poco el valor santificador de la pobreza. Contra el ambiente en que tenía que desenvolverse, contra su propia condición y costumbre -de aristócrata rica y de aristócrata de aquellos tiempos-, fue dándose cuenta, por la acción del Espíritu en ella, de que no bastaba servir a los pobres, sino que era imprescindible hacerse pobre ella misma. En Francia-parece ser hizo voto de pobreza, aunque todavía limitado, obligándose a dar a los pobres la mitad de sus bienes (31). ¡ Cómo le costó este desprendimiento, sobre todo de aquellas joyas ama­das, algunas por motivos familiares, pero siempre porque todavía tenía apegado el corazón a ellas! Lo que acaso le costó más fue desprenderse de su condición social. La conciencia, según los prejuicios de la época, de ser una «señora», la acompañó hasta muy tarde. Sin embargo, Jesús, el Gran Pobre, desde el sagrario, donde ahora está glorioso, pero donde se halla irrevocablemente presente-la pobreza hizo posible su glorificacion-, le fue haciendo comprender la necesidad de la pobreza para que pudiera florecer y dar frutos la caridad. No puede haber amor sobrenatural a Dios y a los hombres sin pobreza.

Una vez, entre tantos avatares y angustiosas situaciones en que hubo de haberse a causa de la necesidad de su amado Colegio de Madrid, tuvo que ir a casa de un comerciante a satisfacer el pago indebido de una cuenta injustamente exigida. Escribe: « ... y me llevan a un gabinete amarillo y oro, todo igual a mi casa donde vivía yo al dejar mi Colegio. ¡Qué con­traste!, me decía yo a mí misma. Levanté mi corazón a Dios y sentí cierta dulzura en haberlo dejado todo por un Dios que tanto amo yo» (32). En realidad, la gradual perfección de la caridad, la fue empujando a hacer todos los votos que hizo y a hacerse finalmente religiosa. La vida de Santa Micaela, bajo este aspecto, pudiera ser una lección-experimental, por su­puesto, y para estos tiempos de confusionismo acerca de la teología de la vida religiosa, no escasamente útil-de cómo las almas que se entregan de veras a la santidad, según el llamamiento del Señor, lo hacen siempre o en la concreta realidad de la vida religiosa, o por lo menos, dentro de una línea bien marcada de aproximación a ella, por la aceptación o abra-

(31) Cf. A 125. (32) A 410. Es por el afl.o 1852.

23

Page 19: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

506 A. A. ORTEGA CMF

zamiento de su espíritu. Es evidente que la suprema donación en el amor sólo se logra asÍ.

Leyendo las cartas de la santa, o su Autobiografía, o sus Apuntes de Ejercicios y Retiros, puede columbrarse qué grado tan altO' de perfección alcanzó su caridad. «Es un martirio para mi alma, escribía, no saber qué hacer a este Dios mío y no poder ni saber qué hacer para amarle!» (33). Las cartas a Hermana Caridad, al obispo D. Fernando Blanco, a S. Anto­nio M: Claret, o cuando de él habla, son como un desahogo de aquel hervidero de caridad que era su corazón.

En los últimos años la purificación místiCa había llegado en ella a aquel ápice de transparencia humana que hace posible, según la doctrina de S. Juan de la Cruz, devolverle a Dios el alma en la misma medida, sin men­gua, el amor que por Elle es infundido.

No puedo extenderme en este punto, que sería tan sabroso, pero al hilo de algunos pensamientos de S. Juan de la Cruz, es imprescindible apuntar, al menos, algunas sugerencias. El Santo Doctor ha escrito: «De aquí co­nocerá el alma si de veras ama a Dios puramente: si le ama, no tendrá para sí cosa propia, ni para mirar su gusto y provecho, sino para honra y gloria de Dios» (34). La santa escribió también: «Lo que me han de dar a mí no me ocupa. Lo que le han de dar al Señor, eso sí, y darle yo cuanto pueda por mi parte. Eso es mi anhelo en esta vida» (35).

Pero S. Juan de la Cruz ha expresado con sorprendente audacia el pen­samiento a que antes aludimos. Dejemos a un lado ciertas premiosidades a que razones de orden externo le pudieran obligar. No es nuestro el parar ahora en estas cosas. Ha dicho, pues: «El amante no puede estar satisfecho si no siente que ama cuanto es amado» (36). El santo Doctor pone un poco de sordina a esta expresión y quiere dar a entender que se refiere, sobre todo, a la otra vida. Pero él sabe muy bien, y lo dice, que también puede tener su cumplimiento en ésta. «Porque aunque allí no está perdida la voluntad del alma, está tan fuertemente unida con la fortaleza de la vo­luntad de Dios, con que de El es amada, que le ama tan fuerte y perfec­tamente como de El es amada». Esto en cuanto a la otra vida. Sin em­bargo añade: «Lo cual, aun en la transformación perfecta de este estado matrimonial a que en esta vida el alma llega, en que está toda revertida en gracia, en alguna manera ama tanto por el Espíritu Santo, que le es dado en la tal transformación». Hasta llegar a esto no está el alma contenta, ni en la otra vida lo estaría, si, como dice Santo Tomás, no sintiese que ama a Dios tanto cuanto de El es amada. y como queda dicho, en este estado de matrimonio espiritual, de que vamos hablando, en esta sazón, aunque no haya aquella perfección de amor glorioso, hay, empero, un vivo viso e imagen de aquella perfección que totalmente es «inefable».

Pienso que esta fue en su última etapa la alcanzada perfección en la caridad de Santa Micaela. Demostrarlo es, según creo, bastante fácil.

(33) 27 mayo 1860: CS II p. 189. (34) Canto 9, 5. (35) ER 151. (36) Canto 38, 3.

T

Page 20: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

VISIÓN TEOLÓGICA DE LA CARIDAD 507

San Juan de la Cruz, repitiendo al evangelista S. Juan (37), ha consig­nado también como señal de perfección en el amor, la superación de todo temor. San Juan de la Cruz (38) lo aplica especialmente al temor de la muerte. Es cierto que aquí esta superación del temor por el amor es donde tiene su principal lugar. La muerte es algo decisivo. Pero no puede temer el alma perfecta en el amor a este aparecimiento de Dios que es lo que viene a ser en último término la muerte. Dios es el gran Amigo. Es mani­fiesto que la santa no tenía miedo de la muerte que ella deseaba y bus­caba. Pero hay un aspecto simpático y singularmente característico por lo que atañe a esta «exclusión» del temor en la espiritualidad de Santa Mi­caela. Ella no podía comprender que se le tuviera miedo a Dios. Se lo dice al obispo Blanco tan combatido de escrúpulos y temores: «¿Temer a Dios? ¿V. le teme? Habla V. para mí en turco. No lo comprendo» (39). Por con­traposición de lo que le pasa a ella, dice alguna vez a este Sr. obispo que su Dios es «el Dios de los temores».

En la carta en que estampa esta frase, y en unos párrafos maravillosos, la santa muestra bien cómo se cumple en ella otra señal que San Juan de la Cruz pone para conocer cuándo ha llegado a perfección el amor: «El amor nunca llega a estar perfecto hasta que emparejan tan en uno los aman­tes, que se transfiguran el uno en el otro» (40). Escribe la santa: «¡Qué risa me da a mí siempre que llaman al Señor «Dios de paz». Bien dicen que cada uno habla de la feria, etc. Lo digo porque mi Dios, el mío, no hablo del de V. de temores, del mío, que es amigo de la guerra. Exclama V.: ¡Je­súsl ¡Qué mujer, lo que dicel ¡Sí, Señor! Déjemelo V. probar. Es un pla­cer ver cómo luchamos los dos. El, celoso, se me queja, se esconde, me da pena, y le busco y rebusco, y aunque sé que le he de hallar, si se tarda en venir El, me enfado yo, y con mi pena se viene El a mí, más rico que antes, me regala y me contenta, a perder el juicio yo. Y si le digo: 'mira, Señor, no he de temer contigo nada ni nadie, y no he de amar más que a Ti solo', El pierde el juicio, y tiene V. otra nueva contienda armada entre los dos. Prediquen Vds. luego 'el Dios de paz', que a mí me hace la guerra de amor divino» (41).

El doctor místico ha escrito igualmente: El amor «que Dios da a los ya perfectos, está... adobado con las virtudes que ya el alma tiene gana­das; el cuaL.. tal esfuerzo y embriaguez pone en el alma en las visitas que Dios le hace, que con grande eficacia y fuerza le hace evitar a Dios aque· llas emisiones o enviamientos de alabar, amar y reverenciar, etc ... » (42). « ... El alma que está flaca en el amor lo está también para las virtudes he­roicas» (43). Ahora bien, de ese embriagamiento de amor de la santa, y de esas emisiones, no es menester hablar después de lo que hemos visto a través de sus textos que podrían multiplicarse sin fin. De los actos heroicos

(37) Jn. 4, 18. (38) Canto H, 10. (39) 29 agosto 1860: CS II p. 256. (40) Canto 11, 12. (41) 27 agosto 1860: CS II p. 252-253. (42) Canto 25, 7. (43) Canto 11, 13.

Page 21: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

508 A. A. ORTEGA CMF

de caridad-a veces, hasta el escalofrío-podríamos citar innumerables. Los más importantes, a lo que puedo pensar, no son los que ejercitó con pobres y enfermos, aunque algunos hay de una calidad verdaderamente asombrosa, sino los que cumplió perdonando injurias gravísimas y calum­nias degradantes reiteradamente vertidas por las mismas personas a quie­nes también con reiterada y sublime generosidad, perdonó.

Pongo aquí solamente un caso de heroicidad en el trato con los enfer­mos, anotando-son tantos estos casos y la exquisita virtud demostrada­que esto era ya casi connatural en ella. Nos lo cuenta la santa: «Había una mujer cuajada de lepra de medio cuerpo arriba, que pedía le hicieran la cama. Nadie se determinaba y yo, al fin, me resolví, figurándome que era el Señor representado por aquella infeliz, cubierta con una coraza de costras hediondas. Yo le haré a V. la cama. Hace más de un mes que no se hizo, Hermanita-me dijo-, yo la echaré a V. los brazos al cuello y así me coge V. por debajo del cuerpo. Metí mis manos en aquella balsa de materias, y fue tanto el esfuerzo que hube de hacer, que me desollé las manos. Cerré mis ojos, pues su pecho daba a mi boca! Le hice la cama ... Pero ¡qué gozo sentí después! pues se imprimió fuertemente en mi corazón que era el Señor el que había cogido en brazos y rebosaba de gozo» (44). La santa contrajo la lepra, curada luego milagrosamente. Acaso no sea inútil advertir que este episodio pertenece toclavía a fechas bastante pró­ximas a lo que se ha llamado su «conversión». Los años posteriores de su vida están tan esmaltados de estos actos heroicos de caridad-su vida habi­tual era un acto continuo y heroico de caridad-que es del todo innecesario insistir en ello.

Por lo que atañe al perdón de los enemigos-al amor entrañable hacia ellos-, su vida es también un constante testimonio.

Solía decirse entre las personas de su trato familiar, que era mejor ser enemigo que amigo de Santa Micaela (45). Tal era el amor que les mos­traba y los beneficios que les prodigaba.

En su Autobiografía escribe: «Aunque en realidad, no me cuesta per­donar a mis enemigos, antes creo que me gozo en ello, la abracé, perdoné tan de corazón, que ni una palabra la dije que le recordara su ingrati­tU(D> (46). Se refiere a una joven a quien la santa colmó de favores, distin­guiéndola con singular predilección y por quien, sin embargo, fue traicio­nada con una reiteración y una gravedad verdaderamente penosas. De esta misma persona que tuvo por sus veleidades y conducta irreflexiva un final de humillante abandono, escribe en otro lugar: «Estando a la muerte con un cáncer, en una buhardilla, la fui a curar, socorrer y perdonar las ca­lumnias» (47).

De aquel comerciante, de quien anteriormente hablamos, que le exigió un pago indebido injuriándola soezmente, dice también: «Me pidió perdón y le perdoné sin violencia, antes el no perdonar sería para mí lo más difí-

(44) A 465-466. (45) Cf. PIV f. 485 v y 605 Y. (46) A 240. (47) A 357.

Page 22: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

VISIÓN TEOLÓGICA DE LA CARIDAD 509

cib> (48). Pero lo que en este aspecto puede decirse que colma todas las medidas del amor y perdón cristiano a los enemigos fue lo que hizo con aquellas religiosas extranjeras que, por algún tiempo, estuvieron al frente de su Colegio de Madrid. Relatar toda esta historia que ocupa muchísimas páginas de su Autobiografía, sería deprimente. Tampoco yo tengo espacio para ello. De la superiora de quien dependían las religiosas del Colegio, dice Santa Micaela: «No me costó perdonarlas, que fue gran consuelo, tan­tas calumnias y perjuicios causados por ella. Le dije que yo lo había su­frido por Dios» (49). Y hay que añadir que la conducta de dicha supe­riora fue increíble, y no ya sólo por lo que atañe a Madre Sacramento; sin embargo, el modo de portarse de la santa frisa en la más radiante subli­midad. Abandonada de todos, la recogió la misma santa y se la llevó a su casa. «No sólo me la traje, sino que queriendo imitar en algo a los san­tos, ofrecí no separarla jamás de mi lado y vivir con ella como [con] un amigo que jamás me hubiera ofendido, sin que se notara en mí ni queja ni el menor resentimiento, ni una mirada siquiera. Lo cumplí en tres o cuatro años que la tuve en casa» (50). Todos éstos datos que dan la mejor medida, según la norma de San Juan de la Cruz, para ver hasta qué punto había subido su perfección en la caridad, pertenecen todavía a la fecha de 1851.

OBSERVACIONES FINALES

Este trabajo, dentro de su limitación de espacio, que obliga a tratar las cosas un poco a salto de mata, ha pretendido, más que demostrar la exis­tencia en Santa Micaela de la virtud de la caridad en grado perfectísimo, enmarcar teológicamente esta virtud en la vida de la santa, de un modo particular, como característica especialísima suya y, naturalmente, dentro del contexto general de la vida cristiana.

Me será lícito ahora, como apéndice, pero como apéndice que quiere ser esclarecedor, añadir algunas observaciones sobre el signo espiritual de sus años juveniles, ° ya maduros, y en orden a la mejor inteligencia de la época de su ya decisiva santidad. Bien puede ser que yo me equivoque, pero pienso que, aunque las fechas de los ejercicios espirituales de abril de 1847, y la gracia singular del día de Pentecostés del mismo año, señalen en la vida de la santa jalones esenciales, no se pueden mirar sino en con­tinuidad con los años anteriores de su vida. Con apariencias que pudie-

(48) A 412. (49) A 260-261. (50) A 266.

Page 23: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

510 A. A. ORTEGA CMF

ran despistar un poco, los años que precedieron a estas gracias especiales, no fueron inútiles ni ociosos. Fueron, sin duda, una auténtica preparación para las mismas. La vida de la santa en sus etapas más juveniles, estaba llena de preocupación religiosa, y de una verdadera aspiración a la virtud, con un ejercicio de ésta que no pued~ ser juzgado en modo alguno, como vulgar. La correspondencia de la santa en estos años, al mismo tiempo que puede inducir a error, en contra de la auténtica realidad de la intensidad de su vida cristiana y hasta ascética, nos deja fácilmente entrever no pocos rayos de luz con que queda iluminada, más que suficientemente, la soli­dez-afianzada día a día en el sacrificio y en la entrega-de su santidad incipiente y en marcha.

La espontaneidad alegre y, al parecer, un poco despreocupada, de su vida; su gusto por ciertos entretenimientos y bagatelas, su afición no muy mortificada a ciertos lujos y comodidades, hay que mirarlos no sólo desde la situación social en que se desenvuelve su vida, sino acaso también, y posiblemente de un modo principal, desde el desconocimiento en que se hallaba, falta de una conveniente dirección espiritual, de ciertos matices de la cristiana perfección. El P. Carasa, sólo después de los Ejercicios Espiri­tuales de 1847, se encargará de la dirección de su alma. Por otra parte, el hecho de que en sus cartas de esa época, solamente aparezca su compor­tamiento exterior, puede dar lugar a pensar que el interior se hallaba exento de riqueza espiritual.

La santa era un alma raramente inocente. Sobre esto, a mi juicio, no cabe discusión. En toda esa aparente mundanidad, bien compensada por tantas pruebas del Señor-enfermedad suya y de su madre, asuntos no siempre placenteros de la familia, situación económica no muy boyante, a veces, de la casa-es difícil ver nada que, en realidad, fuera formalmente pecaminoso, bien que no fuese ejemplarmente perfecto. Pero ocultando, desde luego, una abnegación extraordinaria. Pensemos por lo demás, que el Señor no le había hecho ver aún cuál había de ser su vocación. Ella pudo pensar-lo pensó de hecho-que estuviera destinada al matrimonio (51). Sin embargo, en una carta a D. Cirilo Bahía, y ello es bastante sintomático, le escribe: «No quiero lujos en mi cuarto. Que tenga yo los cristales de co­razón puro y claros; que los del cuarto poco importan, aunque sean ma­los» (52). Con esto concuerda el testimonio que nos da la misma santa en su Autobiografía: «Tenía gran devoción al Smo. y me iba a alguna iglesia para hacerle compañía con mi aya, o a las Cuarenta Horas, y solía estarme dos y tres horas, que se me pasaba muy pronto el tiempo y regalaba el aya para que no se quejara, que, por lo común le gustaba a ella ir conmigo; aunque tenía mucho lujo, no me gustaba ni ocupat'me yo de ello en tiendas, ni en explicaciones de modas ... » (53).

Es una pena que la santa no haya sido, en su Autobiografía, algo más explícita acerca de su vida espiritual en aquellos años de su juventud. Sin quererlo, no obstante, nos ha proporcionado en sus cartas datos bien pre-

(51) Cf. A 162. (52) 26 julio 1838: CA 1 n. 19. (53) A 6. El subrayado es nuestro.

Page 24: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

VISIÓN TEOLÓGICA DE LA CARIDAD 511

ciosos. Y concretamente en lo que atañe al peculiar estilo de santidad que será el suyo de por vida. En medio de la solicitud continua por tantas pe­queñas cosas, muchas de ellas tan femeniles, en las cuales es bien posible, y no se afirma esto sin fundamento, que latiera más que el afán de satisfacer propios caprichos, o sencillamente, gustos normales de mujer, la delicadeza en el cuidado de dar contento a los demás; en medio de esa solicitud con­tinua, digo, se advierte la constante y abnegada entrega, a veces con dolor, pero siempre con extraña generosidad, a los otros.

Es, por ejemplo, conmovedor, ver cómo cede, aunque le cuesta, sus ha­bitaciones a su hermano Diego, ante la insinuación de su madre, cuando pensó aquél reintegrarse a casa. Las cartas a su hermana «Lola» y a su cuñado son un continuo ejercicio de caridad. Cuando se sabe· porque nos lo dice ella misma y, a través de las cartas se trasluce sobradamente, cómo se comportó el cuñado con su mujer y aun con toda la familia de ésta, no puede menos de suscitar admiración el extremo de cariño y aun de mimo fraterno con que le trataba continuamente (54). Estoy seguro que le quería y que no fingía nada cuando le hablaba con tanta insistencia de su afecto hacia él, pero estoy convencido que tal cariño tenía una gran dosis de sobrenaturalidad y estaba ordenado, ante todo, a mantener la paz y unión de la familia. N o creo que pueda dudarse, sino que todo esto le costaba a ella especiales sacrificios. No se puede achacar todo, ni siquiera la mayor parte de esta particular conducta al temperamento de la santa. Este mismo temperamento la hubiera llevado a reaccionar de modo bien contrario. La santa ejerce también su apostolado. No se olvida de dar dis­cretamente consejos espirituales: a su hermana, a su cuñado, á su secre­tario.

De esta virtud de la santa en este tiempo-que yo me resisto a creer que fuera común y, mucho menos, vulgar-hay en sus cartas de la época algún testimonio nada despreciable. En una de ellas dirigida a su hermana, le dice que la gente la tiene por santa (55). Lo cual da a entender que, por lo menos, veían en ella algo especial que no advertían en los otros aun sien­do buenos. Este testimonio está refrendado por su propia madre. Depone Sor Cecilia: La Madre de Micaela solía decir: No sé qué designios tendrá la Providencia de Dios sobre Miquelina (asÍ la llamaba), o para qué la tendrá destinada, que nunca la veo cometer ni un pecado venial; siempre está empleada en obras piadosas, ya para con Dios ya para con el pró­jimo (56).

A propósito de esto, dice la santa: «Murió [su madre] sin que yo la hubiera dado jamás un disgusto, ni la menor desobediencia» (57). Y al principio de la misma Autobiografía nos hace la siguiente confesión, des­pués de haber puntualizado sus defectos e inclinaciones cuando era niña: « ... de mayorcita, cambié completamente con la educación y amor a la

(54) Cf. A 9. (55) 28 marzo 1840: CA 1 n. 46. (56) POS f. 3309-3310. (57) A 9.

Page 25: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

512 A. A. ORTEOA CMF

Virgen Santísima y al Señor en la Cruz, que lloraba al verlo clavado en la Cruz» (58).

Me importaba decir todo esto porque quería dejar sentado que la vida de Santa Micaela, antes de las dos fechas ya sabidas, fue una vida de ascética preparación para estas etapas en las cuales, de una manera ya clara, aparece su vida mística. Hay dos escollos que conviene evitar: a) el de creer que los santos lo sean ya desde el principio-cosa imposible, pues­to que la gracia, siguiendo la exigencia de la naturaleza, tiene que recorrer, aun en las almas privilegiadas, un camino de perfección-; y b) el de pen­sar que a las almas con defectos, y aun con defectos notables, no les sea posible hallarse en la línea de la santidad, y que, por supuesto, no puedan con tales defectos ser levantados por Dios a vida mística o estar ya inicia­dos en ella.

Pienso que San Juan de la Cruz no sea de este parecer, como puede verse entre otros pasajes, en el comienzo de su Noche oscura del sentido. Teniendo en cuenta sobre todo, que la noche oscura del sentido no es, en realidad, el comienzo de la vida mística, sino una etapa de purificación de las almas que, por algún tiempo, han sido ya iniciadas en ella. Yo me atrevería a insinuar, incluso, que algunos atisbos de actuación mística no falten en la santa, ni siquiera en ese tiempo en que ella todavía no del todo iluminada, ni del todo entregada a Dios-tal vez por no estar aún enteramente llamada-anda todavía, sin darse mucha cuenta, enredada en tantas pequeñas aficiones más o menos mundanas. En Santa Micaela se manifiesta una especial acción de Dios, aun en esta coyuntura de su vida. En realidad, si Dios la tenía destinada a tan grande santidad y a tan singular misión apostólica, ello era particularmente congruo. Por las cir­cunstancias de su vida pudo tener-tuvo-en este aspecto y en esta sazón bién escasas ayudas humanas. Sin esta especial actuación de Dios en el desarrollo de su vida espiritual, podría haberse malogrado.

Ahora bien, lo que parece estar fuera de duda es que las fechas del año 1847, más que señalar una «conversiófi», sin que esto bien entendido pueda justamente descartarse, lo que principalmente representan-al me­nos, la segunda fecha, por lo demás, tan cercana a la primera-es el paso de la vida ascética a la vida declaradamente mística en la santa. Los Ejer­cicios espirituales verificados en abril, son, bajo la acción verdaderamente extraordinaria de la gracia, como la plena madurez de la etapa ascética, 0, si se quiere, la culminación de ésta, advirtiendo, por lo demás, que una línea perfectamente divisoria, si suponemos, como yo supongo que la mís­tica es en su correspondiente nivel, ni más ni menos que el normal desarro­llo, bajo la acción del Espíritu, de la gracia santificadora, es imposible de señalar entre estas dos etapas.

La descripción que Santa Micaela nos hace de la gracia que el Señor le concedió en París, en la iglesia de S. Felipe du Roule el día de Pente­costés del año 1847, no creo que deje lugar a dudas: «En la función de iglesia, en la parroquia, el día del Espíritu Santo, sentí un trastorno muy

(58) A 2.

Page 26: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

VISIÓN TEOLÓGICA DE LA CARIDAD 513

grande y una luz interior que obró en mí efectos muy marcados ... Sentí un cambio de inclinaciones y una fuerza superior para vencerme en todo; pre­sencia de Dios continua, sin estudio ni violencia, un ansia que me devo­raba de hacer oración, de modo que la hacía cinco y siete horas al día y siempre me hallaba muy fervorosa en ella y fuera de ella, que me pro­ducía gran dolor de mis pecados. Muy frecuentemente los lloraba amarga­mente, sin saber después en nueve años lo que era sequedad o tibieza. Todos estos efectos los adquirí este día del Espíritu Santo, en un punto, sin darme cuenta yo misma de lo que me pasaba. No sé qué sentí, pero no se me ha borrado del alma jamás la impresión que sentí este día, que es para mí uno de los más señalados» (59). En seguida apunta los deseos extraordinarios de hacer penitencia y cómo se entregó a ella con una sed casi insaciable (60).

Este carácter místico, o esta etapa mística, de la vida espiritual de la santa, que ahora queda tan particularmente sellada, es la que va haciéndo­se, con el crecimiento o desarrollo de la gracia, cada vez más patente. Vida de acción y vida interior en este estadio místico, que llegará hasta las cumbres más cimeras, irán ya siempre indisolublemente unidas como originadas de una misma fuente: la gracia personal de la santa, desple­gada cada vez más enteramente bajo la acción y la guía del Espíritu. Ya lo dijimos al principio: gracia interior de santificación y gracia exterior -llamémosla así-de apostolado, son exactamente lo mismo. Ahora bien, en el caso de Madre Sacramento, esto alcanzará su verificación muy pecu­liarmente en el ejercicio interior y exterior de la caridad. Es lo que hemos tratado de subrayar anteriormente.

A vista de los documentos, yo me resisto a creer en ningún salto brusco en la vida espiritual de Santa Micaela. Se advierte, a lo que creo, una línea profunda de continuidad en toda ella. Y pienso que será bien difícil contrarrestar esta afirmación. Progresos tan rápidos en la virtud y en el apostolado, y en tiempo tan sorprendentemente breve como sería el que va de estas fechas memorables al de su vida y apostolado inmediatamente anterior, no son normales en la vida de los santos. Ni existieron en realidad en la Madre Sacramento. Tenemos que ver en ella, sin duda, una mayor normalidad, lo cual está dentro de la costumbre del hacer divino en las almas. Y dentro también, si se quiere, de esas amorosas excepciones de que, a las veces, usa Dios. O de esos «golpes de fuerza» con que, al fin, una inteligencia todavía algo ensombrecida se esclarece, o una voluntad algo vacilante se entrega.

La misma Santa Madre parece testimoniamos esta <<normalidad»: « ... diré con toda ingenuidad algo de mi vida y costumbres para que se vea no empecé de pronto ni con un milagro fuera del orden común y natu­ral, ni de repente; antes bien, fue paso a paso, y de un modo sencillo, sin que hubiera en mi vida nada tampoco que mereciera distinción» (61).

(59) A 26-27. (60) cr. s. JUAN DEl LA CRUZ. Noche Oscura, lib. I, c. 1, n. 3. (61) A 1.

Page 27: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

514 A. A. ORTEGA CMF

Todo lo cqal permite suponer que, entre la nueva etapa marcada por estas fechas y la anterior a las mismas, existe una continuidad de vida sobrenatural y de proceso santificador, no obstante los baches más o me­nos hondos que implican los defectos consabidos y aún aquel famoso año que, por las calendas de 1846, pasó en París y que ella misma juzgó parti­cularmente «perdido». Si el P. Carasa la apremió tanto, no pudo ser sino porque vio en ella un alma de selección que no acababa de darse a Dios por entero, según parecía exigirlo lo que el Señor iba mostrando en ella. A un alma de virtud corriente no se le pueden exigir ciertas cosas. Desde luego, Santa Micaela no era, antes de 1847, un alma de virtud corriente, sino un alma bastante adelantada en la vida espiritual. Para estas fechas había realizado ya obras de apostolado bien arduas y costosas y había ejer­citado en ellas una abnegación verdaderamente ejemplar, con un olvido de sí que contrastaba con la conducta de otras personas caritativas y de­votas a quienes ella se asoció, y en comparación con las cuales-ellas así lo juzgaron-pudo, tal vez, aparecer algo frívola. Pero está bien claro que no era así. También está bien claro que toda su actuación apostolica bro­taba de un impulso interior de caridad muy poderoso, porque ella no hacía las cosas por motivos que no fueran sobrenaturales. Actos tan "simpáticos como aquel de rifar su caballo para pagar gastos de su obra apostólica, de su Colegio de recogidas-del cual entonces no era ella la única respon­sable-revelan, por todo lo que en él va implicado, no sólo una natural generosidad o nobleza de corazón, sino un caudal de virtud y de amor sobrenatural tan crecido, que pudo ser bastante para incitarla a una acción que, en la coyuntura, resultaba para ella casi heroica. .

Por lo demás, la santa confiesa que en aquel género de vida qúe lle­vaba, y en el cual el P. Carasa veía justamente grandes peligros, en razón, sin duda, de la vocación de santidad que adivinaba en ella,o se la hacía adivinar el Señor, ella no acertaba a ver nada malo. «Veía para mí-el P. Carasa-grandes peligros, que yo misma no conocía, ni me parecía mal en verdad» (62).

Desde ahora, desde la gracia del día de Pentecostés, acompañada de una determinada fenomenología, la vida espiritual de la santa aparece como manifiestamente mística. Y es desde aquí desde donde hay que con­siderar todas sus cosas. Los fenómenos místicos en la vida de la santa son frecuentes y varios. Sin embargo, se muestran generalmente de tal forma, que casi no vienen a ser sino como una connatural irradiación de su vida interior sobrenatural. Hay, pues, también entre vida mística real y fenome­nología mística, en la santa, como una adecuación tan perfecta y un como equilibrio tan justo, que parece, a pesar de lo extraordinario, comportar siempre un sello de connaturalidad maravillosa. Esto, que puede afirmarse de toda su vida espiritual en general, con repercusiones, incluso, en esa dimensión más ordinaria y casi banal de la vida-si no fuera porque en los santos todo queda enmarcado y, acaso mejor, incorporado al orden sobre­natural-hay que afirmarlo, sobre todo, en lo que tocaba a su misión. A

(62) A 19.

Page 28: VISION TEOLOGICA DE LA CARIDAD EN LA VIDA DE SANTA … · sible disociación, en la vida del cristiano, de estas dos cosas, tenga particu lar valor. Quizá se ha propendido demasiado

VISIÓN TEOLÓGICA DE LA CARIDAD 515

propósito de una casa que alquiló para su Colegio en los primeros tiem­pos de éste y acerca de la cual le dio ciertas seguridades el Señor, dice ella: «Como de la oración sacaba yo todas mis cosas y avisos ... » (63). Pero esto era normal en su relación con Dios nuestro Señor. Pudieran acumu­larse sin término los datos. He aquí una faceta de la vida mística de la santa que convendría también resaltar. Mas para lo que yo intentaba, creo haber dicho lo suficiente. Me interesaba matizar, sobre todo, la vida espi­ritual de los años más jóvenes de Santa Micaela.

(63) Of. A 204-205.

AUGUSTO ANDRÉS ORTEGA CMF Roma-Salamanca