Vivir el morir. E. Kübler Ross su concepción de la muerte

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Vivir el morir. E. Kübler m Ross y su concepción de la muerte JESÚS M. GARCÍA RoJO (Madrid) «Cuando llega el fin del hombre, se revela su historia» (Ecl 11,28). Cuando nos disponemos a redactar estas páginas, la trágica muerte de las tres niñas valencianas, desenterradas cerca de la presa de Tous, acapara la atención de los medios informativos. Entretanto, los mismos medios nos han tenido al corriente de las muertes que, día a día, se producen en la antigua Yugoslavia o en la India, en Colombia o en cualquier país africano. Siempre fue noticia la muerte. Con todo, las guerras que no cesan, los atentados terroristas, los accidentes de tráfico, el hambre, el sida han hecho de ella un tema de la máxima actualidad en nuestros días. Bien es verdad que lo que hoy llama la atención no es que la gente muera (demasiado vulgar para ser noticia), sino cómo y en qué circuns- tancias muere. Es la muerte-espectáculo, utilizada y vendida como objeto de mercancía. El interrogante que tal modo de proceder plantea, podría formularse así: ¿qué mensaje dejan tras de sí las continuas noticias sobre la muerte? Por la repercusión que la noticia tuvo en la prensa, brevemente queremos referirnos a tres casos concretos: el de la joven alemana Marion, el de la italiana Carla Levati y el del inglés Tony Bland. La primera sufrió un accidente de tráfico que le ocasionó la muer- te. El suceso dio lugar a una viva polémica al comprobar que estaba embarazada de varias semanas. Todos los esfuerzos por REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 52 (1993), 13-36

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Vivir el morir. E. Küblerm Ross y su concepción de la muerte

JESÚS M. GARCÍA RoJO (Madrid)

«Cuando llega el fin del hombre, se revela su historia» (Ecl 11,28).

Cuando nos disponemos a redactar estas páginas, la trágica muerte de las tres niñas valencianas, desenterradas cerca de la presa de Tous, acapara la atención de los medios informativos. Entretanto, los mismos medios nos han tenido al corriente de las muertes que, día a día, se producen en la antigua Yugoslavia o en la India, en Colombia o en cualquier país africano. Siempre fue noticia la muerte. Con todo, las guerras que no cesan, los atentados terroristas, los accidentes de tráfico, el hambre, el sida han hecho de ella un tema de la máxima actualidad en nuestros días. Bien es verdad que lo que hoy llama la atención no es que la gente muera (demasiado vulgar para ser noticia), sino cómo y en qué circuns­tancias muere. Es la muerte-espectáculo, utilizada y vendida como objeto de mercancía. El interrogante que tal modo de proceder plantea, podría formularse así: ¿qué mensaje dejan tras de sí las continuas noticias sobre la muerte?

Por la repercusión que la noticia tuvo en la prensa, brevemente queremos referirnos a tres casos concretos: el de la joven alemana Marion, el de la italiana Carla Levati y el del inglés Tony Bland. La primera sufrió un accidente de tráfico que le ocasionó la muer­te. El suceso dio lugar a una viva polémica al comprobar que estaba embarazada de varias semanas. Todos los esfuerzos por

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salvar al feto resultaron inútiles, por lo que al final los médicos desconectaron la máquina que artificialmente mantenía con vida a la madre. Madre era Carla Levati, quien, a sabiendas de su cáncer de útero, asumió las consecuencias de un nuevo embarazo, recha­zando el aborto que podría haberle salvado la vida. Tampoco aquí faltó la polémica. Por último, Tony Bland era un joven de veintiún años que a consecuencia de los disturbios ocurridos en un campo de fútbol el año 1989 se encontraba en «persistente estado vege­tativo». Por lo visto, más de mil pacientes se encuentran en una situación parecida. Si traemos a colación el caso de Tony es por­que el pasado mes de noviembre el Tribunal Supremo de Inglaterra dio su autorización para que fuera desentubado. Una decisión dis­cutida que, sin embargo, los padres acogieron con alegría. «Quiero -son palabras del padre de Tony- lo mejor para mi hijo, y lo mejor es que le retiren los tubos que le alimentan, y que se le permita morir con dignidad» 1.

MORIR DIGNAMENTE

El derecho a una muerte digna es el argumento por todos esgrimido, si bien cada cual lo entiende de distinta manera. Así, por ejemplo, amparándose en ese derecho, el doctor Kevorkian ha suministrado varias veces monóxido de carbono a enfermos termi­nales, lo que les ha provocado la muerte. Lo curioso del caso es que mientras el gobernador del Estado de Michigan (USA) firmaba un decreto con objeto de poner fin a las prácticas del mencionado doctor, estaba en curso la celebración de un plebiscito en el Estado de California para votar la propuesta 161, con otro nombre «Acta para una muerte con dignidad». Por tan sólo tres puntos de dife­rencia la propuesta no salió aprobada. Pero quienes se declararon a favor apoyaron su postura en el hecho de que algunos médicos, como el doctor Kevorkian, ayudaban a los enfermos a morir con dignidad. Una muerte digna defendían también quienes rechazaron la propuesta. Un claro ejemplo en el que las mismas palabras eran

1 «ABe», 20-11-1992, p. 82.

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objeto de interpretaciones distintas y hasta contrapuestas. Lo decía John Cummis, obispo de Oakland: la propuesta de morir con dig­nidad es presentada de forma humanitaria, pero es el derecho a matar a otro cuando el dolor se hace insufrible. Entonces, «la lógica del sentimiento conjugada con la lógica de la técnica activa un proceso de deshumanización rápida» 2. Proceso que se conoce con el nombre de eutanasia activa o asesinato por compasión.

La Iglesia católica, a través de sus instancias supremas, una y otra vez ha rechazado la eutanasia por considerar que «nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante» 3. Fiel a este principio, el 15 de abril de 1986, la Comisión Episcopal española para la doctrina de la fe hacía pública una nota en la que, entre otras cosas, decía: «La aceptación legal de la eutanasia cons­tituiría un gravísimo riesgo contra un valor básico y fundante del orden social que el legislador tiene que proteger, el respeto a la vida humana» 4. Lo posible se ha hecho realidad. El 9 de febrero de 1993, a la espera del trámite formal del Senado y de la firma real, Holanda se ha convertido en el primer país de Occidente que ha aprobado por ley la eutanasia. Una decisión que ha avivado la polémica, poniendo de manifiesto que estamos asistiendo a una nueva sensibilidad ante la muerte 5.

2 COMISIÓN FAMILIAR DEL EPISCOPADO FRANCÉS, «Vida y muerte por encar­go», en Ecclesia 2201 (1984) 14.

3 SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, «Declaración sobre la eutanasia», en Ecclesia 1990 (1980) 29.

4 COMISIÓN EPISCOPAL PARA LA DOCTRINA DE LA FE, «Nota sobre eutanasia», en Ecclesia 2265/66 (1986) 54. El Concilio Vaticano II incluye a la eutanasia entre las prácticas que degradan a la civilización humana y son contrarias al Creador (cfr. GS 27). Más duro, si cabe, es el juicio que hace el Catecismo de la Iglesia Católica (1992), al afirmar que «constituye un homicidio gra­vemente contrario a la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador» (n. 2277). Cfr. también CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, La eutanasia. Cien cuestiones y respuestas sobre la defensa de la vida hu­mana y la actitud de los católicos, Madrid, 1993.

5 En el VII simposio que sobre el tema «Nacer y morir hoy en Europa» tuvieron los obispos europeos en el mes de octubre de 1989 quedó claro que las ciencias han cambiado de forma radical el significado del nacimiento y de la muerte. Nuevos modelos de interpretación han traído consigo nuevos modelos de comportamiento [cfr. GIORDANI, S., «Nascere e morire», en Nuove Dimensioni 1 (1990) 29-40].

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Del cambio de actitud ante la muerte dan cuenta muchos au­tores, sin que entre ellos falten algunos que detrás de la petición de la eutanasia ven una demanda de afecto. La falta de afecto y calor humano, en efecto, contrastan a menudo con el asombroso despliegue técnico con que se rodea al enfermo en su fase termi­nal. Ahora bien, de muy poco sirve todo eso si no ayuda al hombre a asumir la muerte como parte de su destino, lo que, por desgracia, en un elevado número de casos, es una triste realidad. Nuestra sociedad hace todo lo posible por marginar y arrinconar la muerte; y ya que no puede negarla se sitúa de espaldas a ella. «La cultura actual -decía el cardenal Tarancón en una de sus cartas- tiene la imagen de la pescadilla que se muerde la cola. Idealiza la vida cerrando los ojos a la realidad. Y la realidad, tozuda, le obliga a contradecirse, porque su planteamiento no cuadra con la manera de realizarse la vida del hombre sobre la tierra» 6.

Parece que la muerte sólo fuera relevante para los muertos. Es la muerte de los otros, se suele decir o pensar al tener noticias de accidentes o catástrofes mortales. Entretanto, cada cual vive como si la muerte no fuera con él.

La muerte ha dejado de ser un fenómeno normal y corriente de la vida para convertirse en un tabú. Y porque es un tabú no se sabe reaccionar correctamente ante ella. Carecemos de un ars moriendi. Así lo reconocían los participantes en las XVII jornadas de pastoral sanitaria, quienes concluían sus reflexiones convenci­dos de que hoy se muere mal. «Detectamos una escasa o nula preparación de muchos enfermos, incluso creyentes, para afrontar el morir» 7. Con anterioridad, la Conferencia Episcopal española, al hablar de la eutanasia y debida asistencia a los moribundos, se había propuesto desdramatizar el tabú del morir y de la muer-

6 TARANCÓN, E., «Cultura de la muerte», en Vida Nueva 1868 (1992) 9. «Hoy existe una tendencia frenética, socialmente sancionada, a soslayar la muerte a cualquier precio» (CONDRAU, G., Agonía y asistencia a los moribun­dos, en VARIOS, Fe cristiana y sociedad moderna (n. 10), Madrid, 1989, 125.

7 «La muerte es un tabú», en Ecclesia 2604 (1992) 34. Cfr. CALLANAN, M.­KELLEY, P., Atenciones finales, Barcelona, 1993; FLECHA ANDRÉS, J. R., «Eu­tanasia y muerte digna. Propuestas legales y juicios éticos», en Revista Espa­ñola de Derecho Canónico 124 (1988) 155-208; GAFO, J. (dir.), La eutanasia y el arte de morir, Madrid, 1990.

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te 8. Para ello, lo primero es hablar del tema abiertamente y sin rodeos. El morir es un test para el paciente, pero lo es asimismo para cuantos lo rodean. De todos depende que, al final, la suya haya sido una muerte humanamente digna. Difícilmente lo será si se olvida que el paciente necesita algo más que sofisticadas te­rapias médicas. Necesita sobre todo comprender el sentido de su muerte, inseparable del sentido de su vida. Esta, para el cristiano, es un don. «y la muerte no es sin más el término de la vida, sino el camino hacia una vida definitiva junto a Dios» 9.

Una persona que como pocas está contribuyendo a romper el tabú de la muerte es Elisabeth Kübler-Ross. Su ya larga trayectoria de trabajo con enfermos moribundos, merecedora de público reco­nocimiento por parte de varias Universidades, es la fuente princi­pal de donde ha sacado el material necesario para elaborar su peculiar concepción de la muerte. Dada la gran difusión de sus escritos, nos ha parecido de interés prestarle, siquiera, un poco de atención. He ahí la razón de estas páginas, en las que la reflexión sobre la muerte, negación suprema de la vida y antibaluarte de toda esperanza, es reflexión sobre el futuro humano.

Los ENFERMOS, NUESTROS MAESTROS

Han transcurrido bastantes años desde que E. Kübler-Ross decidiera consagrar sus energías al cuidado de los enfermos mo­ribundos. Una decisión que tuvo mucho que ver con la visita al campo de concentración de Meidanek. En aquel lugar espantoso, testigo mudo de atrocidades y muertes sin número, nuestra autora no pudo sustraerse a la siguiente pregunta: ¿qué podemos hacer para que no surjan nuevos Hitlers? Y, por sorpresa, la respuesta le vino de parte de una niña judía que había perdido a toda su fami­lia. En vez de alimentar su interior con sentimientos de odio y de venganza, esta niña «había permanecido allí para ayudar a los demás a superar sus propios temores, su propia destructivi-

8 Cfr. «Sobre la eutanasia y la asistencia a bien morir», en Ecclesia 2444 (1989) 14-16.

9 COMISIÓN EPISCOPAL PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Nota sobre la eutana­sia ... , 55.

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dad» 10. Una lección que E. Kübler-Ross terminaría de asimilar trabajando a su lado en los puestos de socorro. Fue entonces, precisamente, cuando comprendió que todos llevamos dentro un Hitler en potencia, pero también una Madre Teresa de Calcuta. Es la doble posibilidad que la existencia ofrece a todo hombre, y que en el lenguaje ético-religioso se conoce como hacer el bien o el mal, seguir el camino de la sabiduría o el de la necedad.

La confusión con que a veces se presentan las cosas a la conciencia puede dar lugar a situaciones de duda y desconcierto. Situaciones que es preciso clarificar, a fin de poder optar en la dirección correcta. En su caso concreto, E. Kübler-Ross nos hace saber que no fueron los hombres de estudio y de negocios quienes más le ayudaron, sino los enfermos. La enfermedad había sido la ocasión para que pacientes y familiares evaluasen a fondo sus vidas. Abandonadas sus ocupaciones diarias, podían mirarse tran­quilamente a sí mismos. «Habían comenzado a llegar al fondo de aquellas cuestiones que solemos postergar hasta que una crisis nos obliga a juntar el valor necesario para mirar las cosas de manera quizá dolorosa, pero reveladora» 11.

Después de haber visitado un campo de concentración es muy difícil seguir siendo la misma persona. Esa, al menos, es la opinión de E. Kübler-Ross, quien, tras un corto período de praxis médica en Suiza, su país natal, se traslada a Estados Unidos, donde desarrolla­rá una meritoria labor con los enfermos: primero en el Manhattan State Hospital, después un poco por todas partes. En el trato que mantuvo con ellos pronto se dio cuenta de algo muy importante. Y fue esto: a cambio de la ayuda que nosotros podamos prestarles, ellos se convierten en nuestros maestros. Sin palabras, muchas ve­ces, nos enseñan que nada de cuanto ocurre es pura casualidad y, sobre todo, que el sufrimiento genera crecimiento. «Sufrir es como forjar el hierro candente, es la ocasión que se nos da para crecer y la única razón de nuestra existencia» 12. A pesar del mal que nos

10 E. KÜBLER-Ross, Vivir hasta despedirnos, Barcelona (= Vivir ... ), 1991, 18.

11 [bid., 19. 12 E. KÜBLER-Ross, La muerte: un amanecer, Barcelona (=La muerte ... ),

1992, 48.

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destruye, siempre cabe la posibilidad de reaccionar con sentimien­tos de paz. «El trabajo de nuestra vida ha consistido en enseñar a los pacientes a mirar una enfermedad incurable no como una fuerza negativa y destructiva, sino como uno de los problemas de la vida que enriquecerá su crecimiento interior» 13.

Tradicionalmente el sufrimiento ha sido visto como una maldi­ción o castigo. Distanciándose de esta concepción, E. Kübler-Ross considera el sufrimiento como un regalo, ya que nos ayuda a ver las cosas de otra manera. «Nada tiene un solo aspecto. Aunque alguien esté gravemente enfermo, aunque sufra y no tenga a nadie a quien confiarse, aunque la muerte venga a buscarlo a la mitad de la vida y no haya comenzado a vivir de veras, aún así es preciso que mire el lado opuesto de la medalla» 14. Y el lado opuesto de la medalla nos descubre que todos estamos aquí por algo: para cumplir una misión. Y cuando cumplimos esa misión, entonces vivimos en paz; entonces descubrimos la belleza que antes no veíamos; entonces nos damos cuenta de que lo único que cuenta es el amor. «Ningún moribundo os pedirá una inyección si lo cuidáis con amor y si le ayudáis a arreglar sus problemas pendientes» 15.

En nuestra sociedad avanzada se considera cosa de mal gusto hablar sobre la muerte. Dos razones, cuando menos, pueden adu­cirse para explicar este comportamiento: Por un lado, la resistencia a admitir que la muerte forma parte intrínseca de la vida; por otro, las guerras, el número cada vez mayor de crímenes y asesinatos con frecuencia han dado lugar a un planteamiento demasiado frí­volo del tema. «Quizá tengamos que volver al ser humano indivi­dual y comenzar desde el principio; afrontar este acontecimiento trágico, pero inevitable, que es la muerte, con menos irracionali­dad y con menos miedo» 16. ¡Cuánto mejor sería que la gente

13 Vivir ... , 12. 14 La muerte ... , 52. 15 ¡bid., 36. «Si vivís bien no tenéis por qué preocuparos sobre la muerte,

aunque sólo os quede un día de vida» (ibid., 41-42). De todos es conocido que existen sinfonías incompletas que son auténticas joyas musicales. Vida inacabada no es la que no alcanza setenta u ochenta años, sino la que dejó de hacer lo que tenía que hacer.

16 E. KÜBLER-Ross, Sobre la muerte y los moribundos, Barcelona, 1975, 29-30.

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hablara de la muerte con la misma naturalidad que habla de al­guien que está esperando un niño! Esto, sin embargo, rara vez acontece. Sabedora de ello, el año 1965, E. Kübler-Ross ponía en marcha un seminario interdisciplinar sobre la muerte y los mori­bundos. Pese al rechazo inicial, el resultado final fue positivo. «En vez de sociedades de congelación -comenta E. Kübler-Ross­deberíamos crear sociedades que se ocuparan de la cuestión de la muerte, que fomentaran el diálogo sobre este tema y ayudaran a la gente a vivir con menos miedo hasta la muerte» 17.

EXPERIENCIA LIBERADORA DE LA MUERTE

Según E. Kübler-Ross, para una gran mayoría de gente, el en­cuentro con la muerte es algo terrorífico que da lugar a todo tipo de miedos y fantasías o, mejor, son dichos miedos y fantasías los que impiden afrontar con serenidad la realidad de la muerte. Miedos y fantasías que inciden negativamente también en la vida. Su larga experiencia con enfermos moribundos así se lo ha hecho ver. Por eso, con toda intención, en la presentación de uno de sus libros sobre la muerte, escribe: «Espero que este libro ayude a vivir con más plenitud y a apreciar más la vida» 18. Lo mismo podría haber dicho del resto de sus libros. En todos ellos sólo busca una cosa: llegar a valorar más la vida y los misterios recónditos del ser huma­no. Ni lo uno ni lo otro es posible si no se tiene en cuenta para nada la realidad de la muerte o se la falsea. Su estudio es tanto más necesario y apremiante cuanto que, según E. Kübler-Ross, es clave o puerta de comprensión de la naturaleza humana. «La integración de la idea de la muerte en el pensamiento de los hombres, les per­mite erigir sus vidas de acuerdo con propuestas más conscientes» 19.

17 ¡bid., 335-336. Cfr. IDEM, «La agonía como acontecimiento humano psicológico», en Concilium 94 (1974) 44-48.

18 E. KÜBLER-Ross, Los niños y la muerte, Barcelona (= Los niños ... ), 1992, 7.

19 La muerte ... , 14. «La muerte es la gran transición. Es la puerta de comprensión de la naturaleza humana ( ... ) Muestra las claves del porqué y el dónde, y la finalidad última de la vida con todos sus sufrimientos y toda su belleza» (Los niños ... , 11).

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Preocuparse de la muerte no sólo no es una evaslOn ante la vida, sino la mejor forma de esclarecer su finalidad. «Los que aprenden a conocer la muerte, más que a temerla y luchar contra ella, se convierten en nuestros maestros sobre la vida» 20. Y ella, doctora en medicina, afirma sin empacho que los moribundos han sido sus mejores maestros. «Estar a la cabecera de la cama de los moribundos es un regalo; y morir no es necesariamente un asunto triste y terrible» 21. Si sabemos transmitir a los demás lo que hemos aprendido de los moribundos, este mundo pronto podría convertir­se en un paraíso. Y lo que ella, personalmente, desea transmitir a los demás suena así: la muerte, culminación de la vida, es una experiencia liberadora, la más liberadora de todas. Esa fue también la lección que Mal Warshaw, fotógrafo, aprendió de los enfermos moribundos. «Las personas que fotografié -escribe- cobraron un lugar muy importante en mi vida; fueron mis maestros. Aprendí a examinarme a mí mismo de una manera que hasta entonces había evitado; fue doloroso, claro, pero extrañamente benéfico. Descubrí que en la medida en que me permitía encarar el hecho de morir, abrazaba más plenamente la vida» 22.

Pese a que cada día mueren hombres por todas partes, nuestra sociedad no ha realizado un esfuerzo significativo para llegar a una definición actualizada y universal de la muerte. 0, en el supuesto de que lo haya hecho, no es conocido, como en su día fue conocido que había triunfado enviando el hombre a la luna. Por ello, «mis estu­diantes y yo misma decidimos un buen día intentar buscar una definición actualizada y universal de la muerte» 23. El resultado alcanzado fue que la muerte no es el final. Y porque no es el final no hay nada que temer. La muerte es, más bien, un radiante comien­zo, un amanecer. «La experiencia de la muerte es casi idéntica a la del nacimiento. Es un nacimiento a otra existencia que puede ser probada de manera muy sencilla» 24. Utilizando una imagen, explica que la muerte es un proceso similar al de la mariposa cuando aban-

20 Los niños ... , 12. 21 La muerte ... , 38. 22 Vivir ... , 9. 23 La muerte ... , 75. 24 [bid., 22.

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dona el capullo de seda. Según esto, morir es cambiar de casa. Cambio con el que el hombre siempre sale ganando. Cuando el capullo de seda se deteriora se libera la mariposa. Y una mariposa libre siempre es algo fantástico. Pues bien, esa mariposa libre es el alma cuando abandona el cuerpo. Al final de una carta dirigida a los padres que han perdido a su hijo, escribe: «Para terminar esta carta quiero decir que nuestra investigación sobre la muerte y la vida después de la muerte confirma, fuera de toda duda, que los que hacen la transición (los que ya no están con nosotros), están más vivos, más rodeados de amor incondicional y belleza de lo que podéis imaginar. No están realmente muertos» 25.

Según E. Kübler-Ross, nuestra vida terrenal sólo representa una pequeña parte de nuestra existencia. Esta no se termina cuando desaparece el cuerpo, sino que se proyecta más allá de la muerte. Con ser tan importante para la humanidad, este tipo de conoci­miento sólo se alcanza por la vía de la espiritualidad. Abriéndose a la espiritualidad, el hombre tiene acceso a revelaciones superio­res difícil, por no decir imposible, de controlar científicamente. Pero ¡son tantas las cosas que escapan al control de la ciencia! El buen sentido común nos invita a romper el estrecho cerco de verdades que pretende imponernos la ciencia. A este respecto, E. Kübler-Ross aconseja a los sabios que sean humildes. «Debe­mos aceptar con humildad que haya millones de cosas que no entendemos todavía, pero esto no quiere decir que sólo por el hecho de no comprenderlas no existan o no sean realidades» 26.

Hay que aplaudir los avances de la ciencia, sin olvidar sus límites. Y uno de esos límites es la muerte. En opinión de E. Kübler-Ross, la ciencia es incapaz de explicar de forma satis­factoria qué es la muerte y cuál su significado.

En los cursos dictados a estudiantes de medicina, nuestra au­tora notó que, por regla general, el personal sanitario aceptaba de

25 Los niños ... , 65. El incipiente amanecer de la conciencia se produce a veces al comprender que «un barco que se pierde en el horizonte no desapa­rece, sino que sólo está temporalmente fuera de nuestra vista» (ibid., 259).

26 La muerte ... , 26. Las experiencias extracorporales, propias y ajenas, le "han ayudado a saber, más que a creer, que todo lo que está más allá de nuestra comprensión científica son verdades y realidades abiertas a cada uno de nosotros» (ibM., 105).

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muy mala gana enfermos terminales en sus pabellones. Y al no quedar más remedio, todavía se buscaban mil excusas para desha­cerse cuanto antes de ellos. El hecho fue objeto de un seminario en la Universidad de Chicago en el que los participantes tuvieron la oportunidad de ver sus miedos y asuntos no resueltos proyecta­dos inconscientemente sobre sus pacientes. Estos últimos sufrían las consecuencias de que quienes los trataban no hubieran resuelto aún sus asuntos. E. Kübler-Ross tenía la esperanza de que tales personas lograrían exteriorizar sus miedos y angustias, «liberándo­se así de todo lo negativo y abriéndose, por tanto, a las necesida­des y mensajes de los pacientes moribundos y de las suyas pro­pias» 27. Y la primera gran necesidad que ha de ser tenida en cuenta es la capacidad de amar que todo hombre, sano o enfermo, esconde dentro de sÍ. La puesta en práctica de dicha capacidad es lo único que da sentido a la vida y a la muerte.

Mientras el enfermo responde satisfactoriamente a las expec­tativas del médico, todo suele ir bien. Pero ¿qué hacer cuando los recursos de la medicina se muestran insuficientes? Entonces, con­testa E. Kübler-Ross sin titubeos, hay que hacer lo que en ningún momento se debió dejar de hacer: estar con el enfermo que, ahora como antes, es una persona.

Incapaces de evitar lo inevitable, no pocas veces los médicos tratan de disimular u ocultar la verdad al paciente, sin comprender que para entonces éste está más preocupado por la calidad de vida que por la cantidad. Por eso, precisamente, se hace más urgente estar cerca del enfermo ayudándole a bien morir o, lo que es lo mismo, comprometiéndose con la vida hasta el último momento. Tal compromiso presentará aspectos distintos según los casos y situaciones. Como medida práctica, manifiesta E. Kübler-Ross, «les enseñamos a transformar el espacio postrero de sus hijos o padres moribundos en un verdadero espacio vital, utilizando pre­ferentemente la habitación central de la casa en lugar de un dor­mitorio» 28.

En Europa y Norteamérica más del cincuenta por ciento de la

27 Vivir ... , 20. 28 [bid., 21. «Queríamos que estos pacientes vivieran hasta el último ins­

tante, y no que se los desterrase en un dormitorio aislado» (ibid., 21).

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población muere en los hospitales. Saber dónde hubieran preferido morir esas personas es una cuestión no siempre fácil de contestar, ya que muchas de ellas dieron la callada por respuesta. No obstan­te, interpretando la voluntad del enfermo, muchas familias son partidarias de retirar a los seres queridos de los hospitales y sana­torios «a fin de que puedan morir allí donde están más a gusto, es decir, en sus hogares, en su propio entorno familiar, rodeados de parientes y amigos. Al morir en sus casas no sólo se están ayudan­do a sí mismos, sino también a que un crío, un compañero, un hermano comprendan que la muerte no es una pesadilla, si no hacemos que lo sea» 29.

Con su lenguaje simbólico, las fotos realizadas a moribundos demuestran no sólo que morir es una parte importante de la vida, sino, además, que «este proceso es como una piedra noble que ha de ser pulida para convertirse en joya» 30. La muerte del pequeño Derek, sin dejar de ser una experiencia dolorosa para sus padres, influyó positivamente en ellos: «nos ayudó a fortalecernos en la religión y como pareja, a apreciar más la vida y a desear ayudar a otras personas con niños moribundos» 31. Morir siempre es un reto al que hay que prepararse lo mejor posible, habida cuenta de que prepararse a bien morir es disponerse a bien vivir. El siguiente dato es muy revelador. «Los niños -afirma E. Kübler-Ross- a quienes se les ha permitido asistir con la familia a la muerte de un abuelo o un pariente, acostumbran a estar mejor preparados en el caso de que el día de mañana el padre, la madre o un hermano padezcan una enfermedad terminal» 32.

VIVIR HASTA DESPEDIRNOS

Hay médicos que son capaces de prolongar la vida de sus pacientes, pero son incapaces de infundirles el coraje necesario para vivir con dignidad los últimos momentos. Habrá que estudiar

29 ¡bid., 22-23. 30 ¡bid., 12. 31 Los niños ... , 246. 32 ¡bid., 101.

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cada caso concreto para ver si realmente vale la pena prolongar a toda costa la vida, lo que no pocas veces se traduce en vegetar de forma inhumana. No está en las manos del hombre evitar lo inevi­table, pero sí darle una plenitud de sentido. Por eso, «a medida que somos capaces de darnos cuenta de que nuestra forma física no es la persona, sino el cascarón, nos costará menos dejarlos marchar y nos sentiremos menos culpables por no prolongar una vida a toda costa como obligación moral» 33. Al enfermo le ayudamos a morir cuando le ayudamos a vivir, esto es, cuando quitadas las máscaras o disfraces que nos envolvían nos vemos confrontados por la fini­tud. Entonces, a pesar de la inicial o acaso permanente rebeldía, se pone de manifiesto la verdad que somos. «Cuando somos capa­ces de superar el miedo, la vergüenza, la culpa, la negatividad, entonces despierta en nosotros un espíritu mucho más libre y crea­tivo» 34. E. Kübler-Ross afirma haber sido testigo de esta expe­riencia en incontables casos, de algunos de los cuales nos ha de­jado constancia por escrito.

A finales de febrero de 1977, E. Kübler-Ross entró en contacto con Jamie, una niña de cinco años a quien se diagnosticó un tumor cerebral, y con su madre Linda. A través de unos dibujos espon­táneos, E. Kübler-Ross comprobó que mientras la pequeña careCÍa de miedos, la madre estaba atenazada por ellos. Se resistía a creer que tendría que hacer frente al horrible trance de perder a su querida niña. Rabia, impotencia, desesperación: son palabras que describen bien su estado de ánimo. El dolor paraiizante de la madre contrastaba con la cautivadora paz de la hija; hasta que por fin «se convenció de que si Jamie tenía valor para afrontar su propia transición en paz y equilibrio, ella también sería capaz de movilizar la fuerza necesaria para lograrlo» 35. Y, efectivamente, poco a poco, el rostro y la vida entera de Linda, comenzó a irradiar paz y tranquilidad como nunca antes. Por fin, «lo negativo había

33 ¡bid., 77. 34 Vivir ... , 30. Al enterarse de que tenía cáncer, Jack (de setenta y un años)

comenzó a construir casas de muñecas. «Su actividad, al igual que la de Louise o la de Beth, se desarrolló cuando empezó a vivir una vida plena, algo que sólo es posible en un ambiente afectuoso y humano, pero no en un hosfsital estéril y deshumanizado» (ibid., 120).

5 ¡bid., 53.

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sido desplazado por la satisfacción de la tarea acabada» 36. La propia interesada da fe de ello en un escrito, del que transcribimos algunos párrafos:

«En cierto modo, mi vida comenzó realmente un poco antes de enterarme de que mi hija tenía un tumor cerebral. Hasta entonces mi vida fue, como suele decirse, normal: estudié, me casé, di clases ... Antes de que se diagnosticara el tumor a Jamie empecé a sentir que necesita algo más ( ... )

En cuanto supe de su enfermedad comenzó para mí la etapa más profunda y emocionalmente intensa de mi vida. Todo lo que me había sucedido antes pertenecía a otra vida ( ... ) Sabía que, a pesar de mi desconsuelo, tenía que hacer que cada momento fuese único y precioso para ella ( ... )

Una de las cosas que hacía tan difícil el imaginarme la vida sin J ami e era el hecho de no creer en ningún tipo de vida después de la muerte ( ... ) Intentaba no pensar en ello, y desde luego jamás hablaba de ello ( ... )

Entré a formar parte de un grupo de familiares de pacien­tes con cáncer. Con la ayuda que ellos me prestaron pude enfrentarme a los sentimientos y miedos que por lo general pretendía ignorar. Por último, la doctora Kübler-Ross consi­guió no sólo que aceptara la muerte inevitable de Jamie, sino que cambiara mi propia concepción de la misma ( ... )

Añoro muchísimo a Jamie, pero el dolor sufrido me ha hecho crecer y comprender. Ya no temo a la muerte porque cuando Jamie murió en mis brazos no había en ella miedo alguno. Ya no creo que la muerte sea el fin» 37.

Aceptar la muerte puede resultar una tarea sumamente ardua, pero, a la postre, es sumamente gratificante. Louise era una enfer­ma de cáncer que, al igual que Linda, comenzó a vivir una vida más plena cuando se agravó su enfermedad. Tuvo el coraje de enfrentarse a su situación, difícil 'por muchos motivos. Hubo mo-

36 ¡bid., 65. 37 ¡bid., 66-71.

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mentas en que le fallaron las fuerzas, y protestó. Pero, finalmente, fue capaz de lograr la armonía y aceptar con dignidad sus últimos días. Ella fue la única persona con cáncer que participó en los talleres sobre la vida y la muerte organizados por E. Kübler-Ross. Después de esto y de la lectura de algunos libros, «ante mí se abrió un nuevo mundo de pensamiento sobre la vida y la muerte, y profundicé en ellos como nunca antes lo había hecho» 38.

Aceptar la muerte, en modo alguno significa renunciar a la vida. Más bien significa todo lo contrario: vivir la vida al máximo de sus posibilidades, sin soñar imposibles, pero sin dejar de hacer aquello que se puede hacer; significa vivir sin apresuramientos de última hora, pero sin conformismos esclerotizantes. Significa to­marse la vida tan en serio como acaso nunca antes, con lo cual la temida despedida, que es la muerte, puede transformarse en una bienvenida. «Para mí -confiesa la madre de un niño de siete años que murió de leucemia- fue un privilegio compartir con mi hijo su viaje y haber sido elegida su madre. Me enseñó cosas maravi­llosas, sobre todo lo extraordinaria que es la vida y la felicidad del amor incondicional» 39.

Una de las conclusiones que E. Kübler-Ross ha sacado de su trabajo con los enfermos es que todos, sin excepción, agradecen que se les ayude a morir dignamente. Hay que reconocer, no obstante, que la posible ayuda que se les podría prestar queda bloqueada cuando, a toda costa, los familiares se empeñan en trasladarlos al hospital. Al hospital hay que llevarlos sólo mientras pueden recibir un tratamiento adecuado. Cuando, por las razones que sea, ese tratamiento ya no surte efecto positivo alguno es aconsejable devolverlos a casa. Si muchos no se atreven a dar ese paso es porque sus propios miedos y ansiedades se lo impiden. Una pena, ya que al imponer al paciente nuestros esquemas y necesi­dades se le priva del calor del hogar, tan necesario para la reali­zación de una muerte digna. El arte de bien morir exige un trato exquisito para con el enfermo, quien, por más destrozado que

38 ¡bid., 103. 39 Los niños ... , 291. La reacción de un padre de familia que ha perdido a

una niña de seis años es muy parecida. En lugar de hundirse o rebelarse, se limita a decir que «el amor puede con todo» (ibid., 120).

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parezca, es un ser humano hasta el último momento, digno, por tanto, de nuestro mayor respeto y apoyo.

Convencida de esto y, por otra parte, consciente de la imposi­bilidad de que muchas familias puedan encargarse, como es debi­do, de la atención de los enfermos moribundos, E. Kübler-Ross ha impulsado la creación de hospicios, cuyo objetivo fundamental es ofrecer al enfermo toda la ayuda que necesita. «En Estados Unidos hay poquísimas clínicas, si es que hay alguna, que se dediquen a crear programas para ayudar a la gente a vivir hasta el día de su muerte o que intenten potenciar sus capacidades para compartir, dar y ser creativos» 40. El Sto Rose's Home de Pall River (Mas­sachusetts), dirigido por las Hermanas Dominicas, es una honrosa excepción. Su funcionamiento indujo a E. Kübler-Ross a la crea­ción del Shanti Nilaya, un centro de crecimiento y salud, inaugu­rado el año 1977 en California. Participando en diferentes talleres, las personas que allí acuden tienen la posibilidad de liberarse de los sentimientos negativos que bloquean el amor y el servicio incondicional al prójimo. «Nuestra esperanza es que Shanti Nilaya sea un lugar de paz para aquellos que buscan respuestas sobre el sentido y significado de la vida y de la muerte, del sufrimiento y del dolor, no sólo del cuerpo físico, sino de la persona en su conjunto» 41.

Esperar que la muerte solucione los problemas de la vida es una postura que no conduce a nada. Es preciso enfrentarse a la realidad tal cual es, a fin de poder vaciar nuestros depósitos de actitudes negativas y vivir en paz. El miedo tan atroz a la muerte que ha dominado a pueblos enteros, demasiadas veces ha resultado ser miedo a la vida. Teniendo esto en cuenta, en Shanti Nilaya se enseña que «amar significa vivir sin ansiedad ni miedo al futuro. Amar significa no asustarse nunca de las tormentas de la vida» 42.

Los que tengan la dicha de ser educados en un clima de amor «no comprenderán por qué existía este miedo atroz a la muerte que,

40 Vivir ... , 133-134. 41 ¡bid., 146. Shanti Nilaya significa «casa final de la paz». Paz que no

encontraremos si tenemos miedo a la vida. «Vivir hasta la muerte» es el lema o consigna de los talleres que allí se organizan.

42 ¡bid., 149.

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durante tanto tiempo, ha enmascarado en realidad el miedo a la vida» 43.

VIDA DESPUÉS DE LA VIDA

Después de haber trabajado durante muchos años con enfermos moribundos, E. Kübler-Ross tenía la impresión de no haber en­contrado la respuesta a la que, probablemente, es la pregunta más importante de todas: la que se refiere al significado de la vida y de la muerte. No una, sino muchas veces, ha dejado dicho que la muerte no existe o, si se prefiere, que es sólo paso y transición. Ahora bien, si la muerte no existe, ¿qué hay después de la vida?; si la muerte es tan sólo paso y transición, ¿hacia dónde nos lleva?

Desde hace tiempo, E. Kübler-Ross ha venido estudiando expe­riencias en el umbral de la muerte, que por diversos motivos sólo ahora da a conocer en toda su amplitud. Son, según explica, expe­riencias no identificables con nada que proceda del mundo de las creencias, ya que son el resultado de investigaciones científicas. «Hemos estudiado -declara- veinte mil casos, a través del mundo entero, de personas que habían sido declaradas clínicamente muer­tas y que fueron llamadas de nuevo a la vida» 44. La conclusión es que se trata de un fenómeno maravilloso. Tan maravilloso que algu­nas personas dieron muestras de disgusto al recobrar la conciencia.

El primer caso de una experiencia en el umbral de la muerte que conoció E. Kübler-Ross fue el de la señora Schwarz. Ingresa­da gravemente en el hospital local de Indiana, vio cómo se desli­zaba tranquilamente fuera de su cuerpo. Desde allí pudo contem­plar cuanto sucedía en la habitación. A quienes, inquietos, se esforzaban en su reanimación quería decirles que se encontraba bien. Todos sus esfuerzos fueron en vano; hasta que por fin perdió la conciencia. Pasaron cuarenta y cinco minutos antes de que diera señales de vida. En el año y medio que todavía vivió después tuvo ocasión de contar su experiencia a E. Kübler-Ross. «No necesito decir aquí -confiesa esta última- que este caso representó para

43 [bid., 139. 44 La muerte ... , 22.

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mí algo nuevo, puesto que yo no había oído hablar nunca de tal experiencia de muerte aparente, aunque era doctora en medicina desde hacía tiempo» 45. Algo parecido les ocurrió a sus estudiantes, quienes, extrañados, esperaban que tal experiencia fuera clasifica­da como alucinación o desintegración de la conciencia.

Posteriormente se ha demostrado que la experiencia de la se­ñora Schwarz no es un caso aislado. Otros muchos, de caracterís­ticas similares, han sido divulgados en libros e incluso periódicos. En todo el mundo se han llegado a registrar más de veinticinco mil, habiendo podido constatar que no se limitan a un determinado medio social ni tienen tampoco que ver con religión alguna en exclusiva. Por el contrario, tienen carácter universal y se localizan tanto en niños como en mayores, en hombres como en mujeres. En todos ellos hay un denominador común, en el que, con ligerísimas variaciones, se distinguen tres momentos:

1.0 La separación de nuestro yo inmortal de nuestra casa tem­poral, o sea, del cuerpo físico. El cuerpo que ahora se percibe ya no es el cuerpo físico, sino el etérico, ajeno al dolor y a la enfer­medad. A la destrucción del capullo de seda sigue la liberación de la mariposa.

2. 0 Con el nacimiento de la mariposa pasamos al segundo mo­mento o etapa, el de la energía psíquica. «Desde el momento en que sois una mariposa libre, es decir, desde que vuestra alma abandona el cuerpo, advertiréis enseguida que estáis dotados de capacidad para ver todo lo que ocurre en el lugar de la muerte, en la habitación del enfermo, en el lugar del accidente o allí donde hayáis dejado vuestro cuerpo» 46. Aparece una nueva conciencia o percepción. La conciencia de que nadie muere solo. Niños y adultos hablan de la presencia de seres espirituales, ordinariamente seres queridos falle­cidos, que se convierten en compañeros y guías de viaje 47.

45 [bid., 79. 46 [bid., 25. 47 «Lo que la Iglesia enseña a los niños pequeños sobre su ángel guardián

está basado en estos hechos, ya que está probado que cada ser viene acom­pañado por seres espirituales desde su nacimiento hasta su muerte» (ibid., 30).

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Ante quienes dudan o rechazan estas cosas, E. Kübler-Ross hace valer su experiencia junto a la cabecera de enfermos mori­bundos. «Esto nos ha sido confirmado siempre, así que ya no dudamos nunca de este hecho. Notad bien que hago esta afirma­ción como hecho científico» 48. Si es un hecho científico, como asegura nuestra autora, ¿cómo es posible que algunos lo rechacen en nombre de la ciencia? Y la explicación, también según nuestra autora, es bastante sencilla: se ridiculizan y se niegan estas cosas «porque nos molestan y no cuadran con nuestros preceptos ni con nuestras ideas científicas o religiosas» 49. El caso del hombre que cambió su vida después del breve encuentro con su familia falle­cida en accidente, es algo que nada tiene que ver con las películas de ciencia-ficción. El mismo, subido a un estrado, relató su expe­riencia a un grupo de personas que asistía en Santa Bárbara a un curso sobre vida después de la vida 50.

3.° Después de haber sido acogido por los seres espirituales, «se toma conciencia de que la muerte no es más que un pasaje hacia otra forma de vida» 51. Pasaje que, en sintonía con los pro­pios factores culturales, tiene la forma de túnel, río, pórtico, montaña ... Esto, sin embargo, es lo de menos. Lo verdaderamente importante es el encuentro con la luz, que tiene lugar al final del pasaje. Una experiencia maravillosa e inolvidable. «En presencia de esta luz, que la mayoría de los iniciados de nuestra cultura occidental llama Cristo, Dios, Amor o simplemente Luz, estamos envueltos en un amor total e incondicional de comprensión y de compasión» 52.

Esta luz, que no puede ser creada ni manipulada por el hombre, «tiene su origen en la fuente de la energía espiritual» 53, donde

48 ¡bid., 55. «Se debería desconfiar de mi conducta científica e inclusive degradarme, si yo publicase sólo con el ánimo de complacer a la opinión general. Puedo decir con toda claridad que mis propósitos no son los de convencer o convertir a la gente. Considero que mi trabajo consiste por excelencia en salvaguardar los resultados logrados en la investigación, entre­gándolos al conocimiento de los demás» (ibid., 13).

49 ¡bid., 94. 50 Cfr. ibid., 94-98. 51 ¡bid., 32. 52 ¡bid., 102. 53 ¡bid., 102.

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todo es asombrosa claridad. Gracias a ella vemos toda nuestra vida. Cada cual se convierte en juez de sí mismo, sin necesidad de que nadie lo condene. Quien durante su vida haya practicado el amor saldrá airoso de la prueba o examen final. Ahora nos damos cuenta de que si hubiéramos crecido en el amor incondicional, tal como nos enseñaron los maestros espirituales, nada tendríamos que temer. El amor incondicional es capaz de transformar esa piedra tosca que somos al nacer en un precioso diamante.

En presencia de la luz espiritual se ilumina lo que antes estaba oscuro. «Nos separamos del cuerpo etérico y volvemos a tomar·la forma que teníamos antes de nacer sobre la tierra, entre nuestras vidas, y la que tendremos en la eternidad, cuando nos unamos a la Fuente, es decir, a Dios, después de haber cumplido nuestro destino» 54. Según esto, después de la muerte volveremos al estado que teníamos antes de nuestro nacimiento (!): el de nuestra entidad interior, que representa nuestro yo espiritual. La paz admirable que irradiaban los rostros de los fallecidos no dejaba dudas al respecto. «Cuando los miraba en su lecho de muerte -manifiesta E. Kübler-Ross- tenía la impresión de que se habían quitado el abrigo de invierno, como cuando llega la primavera, ya que no les hacía falta nada más» 55.

Pese a que todos los días y a todas horas mueren hombres, antes muy pocos estaban interesados en saber lo que hay después de la muerte. Afortunadamente, de un tiempo a esta parte se percibe un cambio de actitud. «Se trata de una toma de conciencia, de la com­prensión de que existe algo mucho más grande que nosotros que ha creado el universo y la vida (oo.) En el momento del nacimiento cada uno de nosotros ha recibido la chispa divina que procede de la fuen­te divina. Esto quiere decir que llevamos una parte de este origen y gracias a ello nos sabemos inmortales» 56.

Reconoce E. Kübler-Ross que nunca faltarán escépticos e in­cluso adversarios que impugnarán todo esto, argumentando que es «la proyección de un deseo» o, más sencillo todavía, «resultado de la falta de oxígeno». De ninguna manera puede aceptar E. Kübler-

54 Ibid., 103. 55 Ibid., 76. 56 Ibid., 71-72.

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Ross esta explicación. Y no la puede aceptar, primero, porque la mitad de los casos de experiencias en el umbral de la muerte son consecuencia de accidentes inesperados y, segundo, porque en este estado de muerte aparente los ciegos dejan de serlo 57. Del hecho de que la tesis de la proyección del deseo pueda haberse demos­trado cierta en algunos casos particulares no puede deducirse su universalidad. Contra tal manera de proceder se rebela E. Kübler­Ross, asegurando que dispone de centenares de testimonios en los que las personas tienen conciencia de haber abandonado el cuerpo y, como consecuencia, haber perdido el miedo a la muerte. Pero no sólo eso. «Nuestras investigaciones en este campo -añade­han sido confirmadas por experiencias científicas realizadas en colaboración con Robert Monroe, autor del libro Journeys out of body» 58. Experiencias confirmadas y corroboradas también por otros sabios. «Actualmente muchos sabios e investigadores vuel­ven a tener en cuenta sus métodos y los encuentran realizables y opinan favorablemente» 59. A todo lo cual hay que sumar la expe­riencia extracorporal de la autora producida en el curso de una investigación científica y de la que da cuenta detallada en sus libros. Una vez leída, cada cual es libre de opinar como mejor le parezca. Ella, por su parte, termina diciendo: «La experiencia que acabo de relataros cambió mi vida de una manera que no sabría explicar» 60.

CONCLUSIÓN

De ser una experiencia traumática, la muerte se ha convertido para muchas personas en una realidad humana cargada de signifi­cado. Esto es mérito indiscutible de E. Kübler-Ross. Ella ha con­seguido llenar de ilusión los últimos momentos de vida de muchos enfermos. En este sentido su obra es el testimonio de un amor incondicional, capaz de vencer el tabú de la muerte.

57 Cfr. ibid., 84-85. 58 ¡bid., 89. 59 ¡bid., 89. 60 ¡bid., 115.

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Muertes tranquilas o repentinas, trágicas o dulces, lo decisivo es nuestra actitud ante la vida. Prepararse a morir equivale a apren­der a vivir. Es en la vida, asumida cada día de forma responsable, donde se pone de manifiesto el verdadero sentido de la muerte.

Dicho esto, no queremos terminar este trabajo sin antes hacer un par de observaciones:

1." El discurso de E. Kübler-Ross, con sus inevitables limi­taciones, podría aceptarse si se mantuviera siempre en el mismo plano. Lo que manifiestamente no ocurre. Con asombrosa facilidad se pasa del plano de la muerte aparente al plano de la muerte real. Como ella misma se encarga de recordar, sus investigaciones estan basadas en experiencias con personas sólo clínicamente muertas; personas que estuvieron al borde de la muerte, pero que no tras­pasaron la frontera. En el sentido más riguroso del término, estas personas no murieron. En consecuencia, aplicar el resultado de tales investigaciones a lo que realmente entendemos por muerte no deja de ser una extrapolación. Por más elementos que una y otra tengan en común, hay algo que las diferencia radicalmente. Pasar por alto esa diferencia da lugar a una constante transgresión de planos y genera no pocos equívocos, entre ellos el que se refiere a la vida después de la vida. Nadie que haya muerto realmente nos ha contado lo que hay más allá de la muerte. Haber permanecido cientos de horas a la cabecera de los enfermos moribundos no autoriza a nadie a hacer una descripción detallada de cada una de las partes del desenlace final y, menos todavía, de lo que le sigue. Con esto no se niega una vida después de la vida. Lo que se niega es su demostración científica.

2: Es bueno que, además de la filosofía y de la teología, otras ciencias o saberes se ocupen del tema de la muerte. Por lo que respecta a E. Kübler-Ross no queda muy claro desde qué presupuestos ha elaborado su reflexión. Desde luego no desde los que podría proporcionarle la fe religiosa. Tampoco desde la filo­sofía. Se podría pensar que desde la ciencia, lo cual ella misma desmiente en varias ocasiones. Ha sido el contacto directo con los enfermos lo que ha despertado en ella ese interés grande por la muerte y todo lo que la rodea.

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Antes que un tema de discusión filosófica o científica, la muerte es para E. Kübler-Ross una cuestión vital que trata de explicar apoyándose en puntuales «experiencias de muerte». Si tal modo de proceder, en principio, es correcto, entraña, sin embargo, el peligro de no señalar convenientemente que la muerte es una experiencia humana universal, que trasciende todo intento de so­lución. Los más espectaculares avances de la ciencia no han logra­do desvelar el misterio de la muerte; tampoco lo han logrado ni lograrán los impresionantes testimonios de personas «muertas». Las modernas propuestas de solución, como las antiguas, terminan por no satisfacer plenamente. Más allá de lo empírico y verifica­ble, de lo sencillo y bien razonado, el hombre barrunta algo capaz de abrirle a un sentido desconocido: eso, inquietante y fascinante es el mysterium mortis. La banalización o trivialización de la muerte es consecuencia de su eliminación.

3." Hay que reconocer que el miedo a la muerte ha generado comportamientos enfermizos o cuasi enfermizos. Ahora bien, ¿es posible desterrarlo por completo? E. Kübler-Ross sostiene que el miedo a la muerte no es una emoción natural, sino desfigurada. Es preciso reconocer que, a tenor de sus propias palabras, no parece que Pablo de Tarso, Ignacio de Antioquía, Teresa de Jesús, Fran­cisco de Asís, Martín de Tours y otros tuvieran miedo a la muerte. Pero, ¿puede decirse lo mismo del común de los humanos? Si es posible vivir sin pensar en la muerte, lo cierto es que, por regla general, ella ha sido la gran ocasión para desarrollar una vida auténticamente humana. El miedo a la muerte se convierte enton­ces en punto referencial y acicate. Esto nos lleva a decir que el miedo a la muerte es esencial al hombre. En el número 83 del Ritual de la unción y de la pastoral de enfermos se lee: «Mientras el moribundo es consciente, la Iglesia ora con él y por él, para ayudarle a vencer la angustia natural de la muerte».

Del miedo a la muerte también tuvo experiencia Jesús. Sumido en la oración, insistentemente suplicaba al Padre que apartara aquella hora. Y «sudaba espesas gotas de sangre» (Lc 22,44). Metido de lleno en la naturaleza humana, no se le ahorra el trance amargo de la muerte; mas muriendo, él ha destruido su poder. Ese «enigma máximo de la vida humana» (GS 18), que es la muerte,

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se ilumina gracias a la fe en Cristo Jesús. ASÍ, haciendo suyas las palabras de la liturgia, el cristiano canta: «porque la vida de los que en Ti creemos, Señor, no termina, se transforma» (Prefacio 1 Difuntos).

No es posible que la muerte tenga la última palabra. El cristiano cree firmemente que al final la vida se impondrá a la muerte. Con lo cual, nuestro futuro, incierto bajo muchos aspectos, no podrá ser engullido por la muerte. Será un futuro de vida nueva que vamos preparando ya desde ahora con las herramientas del amor. Los que aman pasan de la muerte a la vida (cfr. 1Jn 3,14-16).

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