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introducción El título de este libro, Vivir sin empleo, responde a lo siguien- te: por un lado, el término «vivir» en su sentido más amplio y en la acepción de obtener los medios para una subsistencia normal y una vida digna, sin más adjetivos; y por otro, «em- pleo» como aquella función que desempeñamos en la eco- nomía formal para, a través de un salario, poder obtener esos medios que nos permitan subsistir. Pero ¿qué sucede actualmente? Que no todos podemos tener un empleo, o éste puede ser tan precario que la subsis- tencia se convierte entonces en una ardua tarea para lograr vivir dignamente. Así pues, el propósito que me anima es plantear que es necesaria, y con urgencia, otra economía. Porque es perfec- tamente posible vivir sin empleo y sin subsidios, sin necesi- dad de la caridad y trabajando, puesto que empleo y trabajo son cosas distintas y, en este sentido, se dan el uno sin el otro; como sucede, por ejemplo, con el trabajo doméstico, que nunca fue considerado empleo pero que supone un fac- tor muy importante de cualquier economía, desde la de nuestro propio hogar hasta la nacional. Todas las experiencias de las que hablaré, junto con sus autores y actores anónimos, en este pequeño libro —como bancos de tiempo, trueque y monedas sociales, entre otras 001-248 Vivir sin empleo.indd 17 11/03/2010 12:21:22

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introducción

El título de este libro, Vivir sin empleo, responde a lo siguien-te: por un lado, el término «vivir» en su sentido más amplio y en la acepción de obtener los medios para una subsistencia normal y una vida digna, sin más adjetivos; y por otro, «em-pleo» como aquella función que desempeñamos en la eco-nomía formal para, a través de un salario, poder obtener esos medios que nos permitan subsistir.

Pero ¿qué sucede actualmente? Que no todos podemos tener un empleo, o éste puede ser tan precario que la subsis-tencia se convierte entonces en una ardua tarea para lograr vivir dignamente.

Así pues, el propósito que me anima es plantear que es necesaria, y con urgencia, otra economía. Porque es perfec-tamente posible vivir sin empleo y sin subsidios, sin necesi-dad de la caridad y trabajando, puesto que empleo y trabajo son cosas distintas y, en este sentido, se dan el uno sin el otro; como sucede, por ejemplo, con el trabajo doméstico, que nunca fue considerado empleo pero que supone un fac-tor muy importante de cualquier economía, desde la de nuestro propio hogar hasta la nacional.

Todas las experiencias de las que hablaré, junto con sus autores y actores anónimos, en este pequeño libro —como bancos de tiempo, trueque y monedas sociales, entre otras

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muchas— son el germen y principio de una nueva econo-mía que, como en muchas otras circunstancias, han sido tra-tadas casi siempre como marginales, demasiado heterodoxas e incluso ilegales o delictivas por aquellas instancias que sim-plemente no quieren compartir lo que por derecho es de todos.

Desde estas primeras líneas invito al lector interesado y curioso a adentrarse en cada una de estas experiencias y comprobar que sí pueden construirse nuevos modelos eco-nómicos y sociales sin necesidad de revoluciones, prohibi-ciones ni exclusión alguna, sin necesidad de monopolios que excluyan a determinados individuos o sectores de la po-blación y los dividan en ricos y pobres. Aclaro además desde ahora mismo que éste no es un libro antisistema, sino todo lo contrario, ya que pretende crear vasos comunicantes en-tre las dos economías —la que ya existe y la que estamos creando ahora—, para que la vida sea una cuestión de op-ciones y no de imposiciones.

La crisis económica actual parece, por otra parte, que tiene que afectar obligatoriamente a un elevado número de personas, pero estamos convencidos —y es nuestra apues-ta— que no es preciso continuar con falacias de desigualda-des y diferencias mientras este planeta y los seres que lo ha-bitan sean ricos en capacidades, recursos, imaginación e intención por hacer de este mundo el mejor de los cielos que queramos, el mejor de los planetas posibles que poda-mos imaginar.

Por último, hay que subrayar que tenemos que estar agradecidos de que esta crisis financiera haya sucedido antes de cualquier otra crisis provocada por el calentamiento glo-bal, porque nos va a permitir construir un nuevo sistema eco-nómico respetuoso con el medio ambiente. De ningún modo

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sería aconsejable crecer ilimitadamente a costa del planeta e hipotecando, de paso, la vida de las generaciones futuras.

la economía familiar y las crisis

A pesar de que estamos inmersos en un modelo económico que, en teoría, proporciona oportunidades para todos y que admite a su vez, como natural y consustancial al sistema, la posibilidad de períodos críticos de enfriamiento y de crisis, todos reconocemos la importancia que tienen en las épocas de penuria las redes de apoyo familiar para sustentar a todos aquellos cuya situación sea muy precaria a consecuencia de la crisis. Sin embargo, fenómenos como la inmigración han dejado a numerosas personas sin ese último apoyo familiar o tabla de salvación, tanto por lejanía como porque esas mis-mas familias padecen en sus países de origen unas condicio-nes de crisis económicas casi crónicas. Esta red de salvamen-to es en realidad el preludio de esa «segunda economía» que pretendemos potenciar con este libro, para ayudar sobre todo a las personas que, o bien no tienen esa red de parientes cerca, o bien esos supuestos recursos familiares próximos son prácticamente inexistentes, fruto de la misma crisis.

La existencia de manera creciente en nuestra sociedad de familias monoparentales y de parejas con apenas uno o dos hijos hace que estas redes de salvamento sean cada vez más livianas, sin considerar a las personas que están solas sin otro apoyo posible que los vecinos y amigos, y que en tristes oca-siones fallecen en absoluta soledad en sus hogares sin que nadie se percate de ello. Ése es otro de los objetivos del li-bro: crear redes de ayuda para que nadie pueda sentirse de- samparado o abandonado por los demás, que ningún indivi-

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duo se sienta solo, en suma; así como promover de nuevo comunidades fuertes y consistentes. También, e insisto en ello, para que nadie tenga que desplazarse de sus países de origen, lejos de sus familias, para poder vivir dignamente.

el valor de la segunda economía

Como ya hemos mencionado, hay personas que comparten ambos mundos, como las amas de casa trabajadoras, que consiguen recursos económicos para la unidad familiar y además se ocupan de los componentes «no rentables» de nuestra sociedad: niños, ancianos, discapacitados. Los más vulnerables viven gracias a los recursos generados por la pro-pia familia, y si carecen de ella o ésta no cuenta con algún miembro que lleve un jornal a casa se ven obligados a de-pender por completo de la ayuda asistencial de instituciones privadas y públicas para poder subsistir.

Las mujeres están pagando un alto precio por la moder-nidad; pagan la factura con jornadas muy largas, y además parece que la sociedad las obliga a ello, es decir, se trata de una situación en la mayoría de las veces impuesta, no volun-taria. Por otra parte, es importante resaltar que las mujeres mayores son en este momento el cuarto pilar de la economía española. Ellas están haciendo posible cierto bienestar en la población, porque cuidan a sus maridos, a los hijos que no están bien y a los nietos. Los jóvenes, por el contrario, so-portan muy poca carga de trabajo doméstico y no asumen como propio el cuidado de las generaciones de edad avanza-da y muy dependientes.

Sin embargo, este trabajo no figura jamás en los medido-res de riqueza de ningún país, si bien ha habido investigacio-

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nes y estudios sobre esta economía que lo han contabilizado cercano al 55% del producto interior bruto en la Comuni-dad de Madrid* o han dado como cifra el 60% del PIB es-pañol. En la conferencia de Naciones Unidas celebrada en Pekín en 1995 se propuso la modificación de los sistemas contables tradicionales añadiendo a la contabilidad nacional una cuenta complementaria o satélite sobre el trabajo no remunerado, al objeto no sólo de cuantificar el valor real de esta economía, sino también de prever las consecuencias de su paulatina desaparición y así arbitrar medidas antes de que sea tarde.

En su esfuerzo constante de eficiencia y de cataloga-ción, nuestra primera economía —la oficial— nos distingue básicamente entre individuos productivos y no productivos (eufemismo que bien podría traducirse como rentables y no rentables). Dicho más claramente si cabe, para dicha eco-nomía están los que trabajan y los que no. Además, se atre-ve a catalogar a algunos colectivos como «vulnerables», lo que redunda económicamente en búsqueda de soluciones, subvenciones, dinero, justificaciones, ministerios, más di-nero...

¿Por qué no podemos remunerar a nuestros jóvenes, a nuestros niños, a nuestros mayores, a nuestras amas de casa, a nuestros reclusos, a nuestros discapacitados, cuando éstos pueden hacer tantas cosas por los demás? ¿Son verdadera-mente inútiles como nos pretenden hacer creer? ¿Con qué o cómo podemos pagarles el tiempo que invierten o han in-

* Datos del estudio dirigido por M.ª Ángeles Duran Heras, «La cuenta satélite del trabajo no remunerado en la Comunidad de Madrid», Dirección General de la Mujer, Consejería de Empleo y Mujer, Comu-nidad de Madrid, 2006.

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vertido toda su vida en trabajar y preocuparse por los demás? ¿La propia educación de los niños no es ya un esfuerzo para ellos? Simplemente con poder ofrecerles una pensión digna por su trabajo sería suficiente, pero esos recursos deben ser sobre todo movilizados y rentabilizados, es decir, debemos darle su justo valor en nuestra sociedad.

Por tanto, ésta es nuestra primera conclusión: todos po-demos, todos valemos.

dos sistemas, dos economías

Coexistirían entonces, y una vez tengamos éxito en nuestros propósitos, dos sistemas económicos, uno de carácter mo-netario sustentado por empresas e instituciones públicas y particularmente por trabajadores, patrones y funcionarios, inflacionista, fluctuante y especulativo basado en las leyes de la oferta y la demanda, en ciclos económicos de crecimiento y decrecimiento; y un segundo sistema paraeconómico fun-damentado en la ayuda mutua y la colaboración de las fami-lias, el vecindario, el movimiento asociativo y la sociedad civil en general, y constituido en particular por amas de casa, gente mayor, niños, adolescentes, vecinos y voluntarios, aso-ciaciones y cooperativas, constante, siempre presente y de carácter altruista, basado en la ley del apoyo mutuo y la co-rresponsabilidad.

Ambos sistemas —el formal y el informal, por así decir-lo— ya coexisten y se interrelacionan, pero el primero de ellos incide muy directamente en el segundo, de manera que en situaciones de crisis o precariedad laboral —crisis que, por otra parte, son cíclicas y que incluso definen al sistema, como ya hemos comentado— provoca que esta otra economía, la

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que hemos denominado informal, se dispare de manera na-tural en sus dos vertientes, la comunitaria y la individual, aunque determinados mecanismos de la economía regulada u oficial acaben minando cada vez más la efectividad de la no regulada y pongan en entredicho el ciclo natural entre los dos sistemas. La incorporación de la mujer al mundo la-boral ha supuesto, aparte de beneficios indudables para su liberación e igualdad en todos los ámbitos de su desarrollo, que la estructura tradicional de hogar se descomponga en ocasiones en nuevas unidades familiares más frágiles: familias monoparentales, separados/as y divorciados/as, matrimo-nios con uno o dos hijos como máximo, etc. Estas unidades, además, están separadas entre sí por modelos de convivencia de aislamiento, ocio y cultura privados, así como de un con-sumismo desaforado, por medio de un marketing dañino e irresponsable que considera a los individuos exclusivamente como consumidores y sujetos económicos.

No obstante, en nuestras sociedades occidentales nos enfrentamos además con una clase media cada vez más em-pobrecida y con un alto endeudamiento e inseguridad frente al empleo,* ajena a los espacios comunitarios clásicos de la solidaridad propios del mundo que abandonaron cuando dejaron el campo para trasladarse a la ciudad, un mundo en el que la solidaridad era cultura y tradición. Aislada en un piso de ciudad, la clase media está fragmentada entre los que más tienen y los que dependen de la solidaridad del Estado

* La clase media de los países pobres es el grupo humano que más rápido está creciendo, y se espera que en los próximos doce años 1.800 millones de personas engrosen las filas de esta cada vez más numerosa clase social; el problema para ellos vendrá presumiblemente más tarde, además de la insostenibilidad de poder mantener una capacidad de con-sumo tan elevada.

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para sobrevivir porque no lograron incorporarse al modelo de vida que la televisión y los medios de comunicación les vendieron en su día. Si pudiéramos, al final de este camino, oficializar este segundo modelo económico, lograríamos no sólo fortalecer y dar poder a esa clase media, sino también fomentaríamos que una tercera humanidad se integrara na-turalmente en un modelo mixto de economía, donde todos podrían trabajar y ser útiles para sí mismos y sus sociedades.

Es un hecho que en los mercados laborales europeos —y quizá con más fuerza en nuestro país— se están generando subclases y categorías dentro de las propias clases trabajado-ras: por una parte, los asalariados con contratos fijos y dere-chos laborales y sociales adquiridos, y por otra, una cada vez mayor masa de trabajadores a tiempo parcial y contratos temporales y precarios que, debido a sus escasos ingresos, se denominan popularmente mileuristas.* La presión de mer-cados externos laborales mucho más flexibles y baratos que los nuestros (propios de las nuevas clases medias en los países emergentes) es tan fuerte que puede provocar que los tra-bajadores con contrato fijo se conviertan en una especie de «hiperclase» dentro de la masa laboral de la clase media, y una excepción en un marasmo de empleo precario y sin de-rechos. Así las cosas, es inevitable que la clase media de los países occidentales —al contrario que la de los países emer-gentes— tienda a desaparecer en detrimento de una crecien-te masa de mileuristas. Si no se hace algo para remediarlo, los mileuristas no tardarán en convertirse en un inmenso co-

* El mileurismo es un término inventando por la estudiante Caro-lina Alguacil en una carta que se publicó en la sección de Cartas al Di-rector de El País en agosto de 2005 en la que se quejaba de su situación laboral.

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lectivo de marginación y de desesperanza, como consecuen-cia del abaratamiento del despido y la pérdida paulatina de las prestaciones sociales adquiridas por el esfuerzo de nues-tros padres y abuelos.

Actualmente se estima que el número de mileuristas debe rondar los doce millones de personas en nuestro país, y no se ciñen a la figura del universitario recién licenciado que necesita trabajar en cualquier cosa para configurar su currí-culo y luego poder acceder a mejores empleos, sino que cada vez se extiende más a parados de larga duración, obre-ros cualificados, mayores de cuarenta y cinco años, inmi-grantes e incluso prejubilados.

Por lo que respecta a los que han caído de la clase media a una clase inferior —es decir, sin recursos—, ya tienen has-ta su propia denominación: son los llamados «pobres lim-pios», cuyo perfil según Cáritas corresponde a un padre de familia, varón, en paro, de cuarenta años, con hipoteca, que vive al día y que ha agotado las prestaciones sociales.

Otro dato preocupante es el siguiente: el número de fa-milias en las que ningún miembro trabaja y, por tanto, no disponen de una fuente estable y permanente de ingresos ya superaba el millón en el primer trimestre del año 2009 en nuestro país, y esto significa que ni siquiera las redes familia-res podrán soportar esta situación. El único reducto que les queda a nuestros jóvenes es la esperanza de poder opositar y obtener un puesto como funcionario, por lo que el Estado se convertirá en último término en el principal empresario y mantenedor de la cada vez más exigua clase media. En este sentido es revelador que el funcionariado sea el único sector que ha crecido en este período de crisis que vivimos.

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la economía informal

Mientras tanto y fruto de la crisis, los desempleados no tie-nen más remedio que desenvolverse como sea en la llamada economía informal, que en muchos países está perseguida pero que en otros se tolera porque supone un porcentaje importante de su ya exiguo producto interior bruto. Taxis-tas, vendedores ambulantes de mil y un artículos en impro-visados tenderetes o en los semáforos, vendedores de comi-da rápida cocinada en plena calle, transportistas improvisados, limpiadores y cuidadores de personas mayores sin nómina fija ni estable de hogares todavía pudientes, etc., luchan para poder ganar cada día lo mínimo indispensable para ellos y sus familias, que a veces se ven obligadas a sacar de la escue- la a sus hijos para que éstos colaboren trabajando también precariamente en cualquier cosa. Y no hay que olvidar a los que vinieron del campo hace años, expulsados por una agri-cultura intensiva que especulaba con el suelo y con nuevos cultivos para latifundistas que compraron sus tierras porque ellos ya no las podían mantener. En ocasiones, estos despla-zados se vieron obligados a instalarse en barrios de chabolas —construidas ilegalmente pero toleradas— y algunos han acabado incluso rebuscando en la basura de los ricos para conseguir algún producto que vender y poder llevarse así algo a la boca.

Esta economía informal no tiene ningún tipo de protec-ción social, por lo que las redes familiares se convierten en vitales para poder subsistir. Además, la posibilidad de acce-der al mercado formal es tremendamente complicada, pues muchos sectores productivos y comerciales ya están copados por la globalización y por precios con los que no es difícil sino imposible competir. En este sentido, es paradigmática

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la situación que viven algunos trabajadores despedidos en un momento dado y que se incorporan de nuevo a las mismas empresas pero desde la economía informal, es decir, con una incertidumbre todavía mayor de futuro y de expectativas. Se trata de la práctica del outsourcing: no sólo te despido sino que además te daré trabajo a mi conveniencia, al precio que yo quiera y cuando yo quiera, y en negro, por supuesto.

crisis actual, crisis de un sistema

Por mucho que no se quiera admitir, la crisis financiera que sufrimos es en realidad sólo un aspecto —el más visible y que más aparece en los medios de comunicación— de una verdadera crisis sistémica que requiere de soluciones valien-tes, imaginativas e integradoras. No se puede abordar sim-plemente insuflando recursos económicos en algunas áreas del sistema, impulsando la producción en sectores clásicos de la economía y endeudando el erario público hasta límites insostenibles, sino con un cambio de paradigma que tenga en cuenta fundamentalmente la sostenibilidad humana y ambiental y la soberanía personal de cada individuo. Los pri-meros pasos consisten en afrontar problemas como el cam-bio climático y la pobreza, garantizando que todas las personas que respiran el aire común de la Tierra puedan ha-cer real su derecho a disfrutar de una vida digna y plena.

¿Qué es exactamente lo que está ocurriendo en nuestros días? No estamos padeciendo una crisis sino un conjunto de ellas: crisis ecológica (energética, climática, pérdida de la biodiversidad), crisis social (individual y colectiva, aumento de las desigualdades entre las naciones y en el seno de las mismas), crisis cultural (inversión de valores, pérdida de re-

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ferentes y de las identidades)... a las que ahora se ha sumado la crisis financiera y económica. Todas ellas no son crisis ais-ladas, ya que se trata más bien del resultado de un problema estructural, sistémico, cuyo origen se encuentra en la des-mesura, en la búsqueda obsesiva del «cada vez más» y el cre-cimiento sin límites. No sólo no hay respeto por los ciclos naturales del planeta, también se mira para otro lado en todo lo que atañe a los más desfavorecidos de un sistema que dis-crimina, desune, separa y maltrata a los más débiles.

En este estado de cosas han surgido numerosos paradig-mas nuevos de teóricos de la economía y otras ciencias hu-manas que invitan a reconsiderar los principios éticos que se esconden tras nuestro actual modelo económico. Uno de estos paradigmas es el del decrecimiento,* filosofía vitalista e ideología cuasi militante basada en la realidad de la finitud del planeta Tierra y en su incapacidad de poder soportar un crecimiento ilimitado del modelo económico actual, que supone una explotación continua y creciente de los escasos recursos de que disponemos. Sus creadores y defensores ar-gumentan que, más que un concepto teórico, el decreci-miento es un eslogan político que pretende romper con la adicción del productivismo y del crecimiento ilimitado que sólo enriquece a unos pocos mientras se dilapida el futuro del planeta. En suma, propugnan que el crecimiento infinito es imposible en un mundo finito.

Curiosamente, el movimiento del decrecimiento com-parte el mismo espíritu de los que abogan por la simplicidad voluntaria o downshifting, una tendencia nacida en el seno de

* Recomiendo sobre este tema una lectura atenta del libro de esta misma editorial Menos es más, de Nicolas Ridoux, en consonancia con los contenidos que estamos exponiendo.

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círculos acomodados y puesta en práctica por individuos que han decidido vivir una vida más sencilla, con menor gasto y consumo.

En este movimiento que empezamos ahora tú y yo, querido lector, invitándote a continuar con la lectura de este libro, y a «saborear» todas las experiencias e iniciativas que vas a ir descubriendo capítulo a capítulo —muchas de ellas desconocidas pero no por ello poco efectivas y actua-les—, si te enamoraras de alguna de ellas o de lo que inspi-ra esta pequeña obra, te ruego que colabores activamente con nuevas propuestas, sugerencias y trabajo, mucho tra-bajo (sin empleo, eso sí), en el blog que hemos creado: http://www.vivirsinempleo.org.

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