Walden la vida en los bosques Desobediencia - Libros de … civil.pdf · casas de los granjeros y...

111

Transcript of Walden la vida en los bosques Desobediencia - Libros de … civil.pdf · casas de los granjeros y...

Waldenla vida en los bosques

Desobedienciacivil

David HenryThoreau

Ediciones Perdidas

Ediciones Perdidas

Libros de arena A.C.

Camino de los Espejos 51

04131 - Retamar - Almería

950207423

www.librosdearena.es

– 5 –

INTRODUCCIÓN

Estaba dotado de un sentido riguroso de la probidad.Era muy exigente consigo mismo en lo tocante a supropia independencia de criterio, y consideraba quetodos los demás seres humanos debían cumplir en igualmedida con esa obligación. No tuvo una profesión fija,aunque practicó varias; se rehusaba a renunciar a sugran ambición de conocimiento y de acción a cambiode un oficio estrecho o limitado; su vocación eramucho más amplia: pretendía ejercer el arte de sabervivir. "Fui a los bosques porque quería vivir delibera-damente —escribe—, enfrentar sólo los hechos esen-ciales de la vida, y ver si no podía aprender lo que ellatenía que enseñar, no sea que cuando estuviera pormorir descubriera que no había vivido."No se casó, vivió solo, nunca fue a la iglesia, no votó,se negó a pagarle al Estado un tributo que a su juicioera injusto, por más que le costara la cárcel. Aunqueera un naturalista, jamás recurrió a las armas ni a lastrampas del cazador.

Introducción

– 6 –

La buena ropa, los modales gentiles, la decoración dela casa, las charlas intelectuales y galantes de los salones,no le incumbían; creía que todas esas sofisticacioneseran obstáculos para una buena, humana conversación;le gustaba hablar con los indios, que en materia deNaturaleza eran los únicos que podían tratar con él deigual a igual. Tenía una aversión rayana con el desdénpor los gustos, maneras y aficiones europeos, y enespecial por los ingleses. Era auténticamente un habi-tante del Nuevo Mundo, al que creía superior. Por esodijo Ralph Waldo Emerson: "No existió ningúnnorteamericano más auténtico que Thoreau".Los hombres se imitaban unos a otros, estaban hechossobre la base de un molde minúsculo. ¿Por qué nopodía cada uno apartarse lo suficiente de la sociedadhasta ser un individuo realmente autónomo? "Si unhombre no marcha a igual paso que sus compañeros,puede que eso se deba a que escucha un tambordiferente. Que camine al ritmo de la música que oye,aunque sea lenta y remota." Pero no trató de vivirfuera del mundo, sino de toda atadura inconvenientedel mundo. Quizás haya sido ese hombre raro yenvidiable que ha logrado ser completa y absolutamen-te él mismo.Prefería ser rico por frugalidad, por escasez de apeten-cias: "La riqueza de un hombre se mide por la cantidadde cosas de las que puede privarse". Y quiso abastecer-se a sí mismo. En sus viajes, sólo iba por la carreteraprincipal para sortear un territorio que no le interesabarecorrer en esos momentos; evitaba escrupulosamente

Henry David Thoreau

– 7 –

las tabernas y prefería caminar decenas de kilómetrosa subirse a algún carruaje; le gustaba alojarse en lascasas de los granjeros y los pescadores, que eran másbaratas y rústicas pero también más afines a él, pues allíencontraba los hombres con quienes simpatizaba y losdatos que él buscaba sobre el entorno natural.Quería ahorrar "tiempo": tiempo para leer, tiempopara los lenguajes no escritos (los ruidos del campo ydel bosque), tiempo para caminar solo, tiempo para laamistosa conversación, tiempo para conocer el cosmos."Jamás ningún hombre ha valorado tanto el ocio comoThoreau", afirma el crítico Oscar Cargill.Lo impacientaban las limitaciones de nuestro trilladopensamiento consuetudinario y tenía un instintopolémico y beligerante. De un vistazo comprendía laesencia de cualquier asunto que se tratase y veía lasdeficiencias e indigencias intelectuales de sus interlocu-tores; nada parecía ocultarse a su mirada penetrante.Esta condición de su carácter lo volvía poco sociabley lo privó de tener muchos amigos; pero quienesaceptaban sus intransigentes desplantes tenían en él alcompañero más puro, el amigo más honesto, ajeno atoda hipocresía. Era la sinceridad misma. La convic-ción con que los profetas defendían las normas éticasse habría robustecido al ver a un ejemplar humano devida tan santa. Ermitaño y estoico, estaba emperohambriento de cordialidad humana y se entregabaapasionado a entretener a los jóvenes con intermina-bles anécdotas sobre sus viajes por tierras y ríos pocoexplorados.

Introducción

– 8 –

Fue, en forma innata, el vocero y el actor de la verdaden todos los terrenos, sin que le importara, cuandocorrespondía declararla, la oposición de los demás.Tampoco le importaba hacer el ridículo, como dehecho ocurría con los que lo enfrentaban en cuestionesen las que él tenía un parecer discrepante, que a lalarga demostraba ser el correcto. "En cada página deWalden —dice su biógrafo Henry Seidel Canby— sepercibe la presencia inconfundible de una personali-dad, de un hombre semejante a una roca por la solidezgranítica de sus principios, a un roble por su reciedum-bre inconmovible, a una flor silvestre por su sensibili-dad y a un halcón por los vuelos de su imaginación."Quienes lo conocieron admiraron la maravillosaarmonía existente entre su mente y su cuerpo. Sabíaencontrar su camino en la oscuridad nocturna delbosque, guiándose más por los pies que por los ojos.Sabía calcular con precisión de comerciante, con sóloverlo, el tamaño de un árbol, el peso de un ternero oel de un cerdo. De una caja en la que había decenas delápices podía tomar sin mirar y sin equivocarse, rápida-mente, una docena por vez. Era buen corredor, nada-dor, patinador, botero, y probablemente muy pocosde sus conciudadanos podían caminar más que él, ycon más provecho, durante una jornada a campotraviesa. "Caminar con él era un placer y un privile-gio", dijo Emerson.Su poder de observación era tal que parecía insinuarla existencia de sentidos parapsíquicos. Veía como sia través de un microscopio, oía como si a través de

Henry David Thoreau

– 9 –

altoparlantes, y su memoria era el registro fotográficode todo lo que había visto y oído. Pero a la vez sabíamejor que nadie que no es el hecho lo que importa,el dato empírico, sino la impresión o el efecto queejerce ese hecho en la mente. Y todos los hechosnaturales le interesaban por igual. Su profunda percep-ción intuía las semejanzas existentes en la Naturaleza,que vistas por el científico dan origen a sus leyes. "Noconozco otro genio que tan rápidamente sepa inferiruna ley universal de un hecho único", agregó Emer-son. En nada se parecía a algunos pedantes eruditos delos departamentos académicos. Su ojo estaba abierto ala belleza, su oído a la música, y su mente acogía todoslos hechos como acontecimientos gloriosos que mos-traban el orden musical y la plástica belleza de laTotalidad. Su espíritu agudamente sensible se habíarendido a la Naturaleza, de dos maneras: a las múltiplesimpresiones que su belleza causa en los sentidos y a lasconjeturas trascendentes que la comunión con ellasugiere. Esta convivencia religiosa con el mundonatural fue lo que más lo aproximó a Emerson y loque lo convierte en un antecesor y un par de Whit-man.La otra herramienta con la que conquistaba los obs-táculos del mundo natural era la paciencia. Sabíasentarse inmóvil por horas, como parte de la roca a laque estaba subido, para esperar el regreso del ave, elreptil, el pez al que su presencia había espantadotemporariamente; y cuando ellos volvían, no sóloreanudaban sin suspicacias sus hábitos corrientes sino

Introducción

– 10 –

que, movidos por la curiosidad, se acercaban a obser-varlo a él, fijo en su contemplación extática. Lasvíboras se le enroscaban en la pierna, los peces saltabana sus manos para que los sacara del agua, tiraba de lacola de la marmota escondida en su cueva y protegíaa los zorros de los cazadores. Emerson lo llamaba "eldios Pan".En él se aunaban la valoración de lo espiritual con unconcepto de la animalidad que la moderna civilizacióndegradó luego. "Encontré entonces en mí —y aunahora lo hallo— un instinto que me llevaba hacia unavida más alta o espiritual, según suele decirse, como lotiene la mayoría de los hombres, y otro instinto queme llevaba hacia un nivel primitivo y salvaje; y guardorespeto por ambos."Amó tanto a la Naturaleza, se sentía tan feliz en susolitaria comunión con ella, que recelaba de las ciuda-des y de la triste e implacable destrucción que susrefinamientos y artificios operaban con la morada delhombre. Sospechaba ¡ya a mediados del siglo pasado!que el hacha y la dinamita terminarían con los bosques.Concord era apenas una aldea de menos de cinco milhabitantes, en Massachusetts, Nueva Inglaterra, cuandoHenry David Thoreau (1817-1862) decidió establecer-se en el bosque, junto a la laguna llamada Walden,construir su pequeña cabaña y vivir apartado del tratosocial durante un tiempo. La experiencia le llevó algomás de dos años, entre 1845 y 1847. De sus apuntessurgió esta obra que es mezcla de diario íntimo deaventurero, apunte de naturalista y borrador de filóso-

Henry David Thoreau

– 11 –

fo. Rústica, rugosa y heterogénea como los troncosque usó para su vivienda, Walden, o la vida en losbosques, publicada en 1854, fue una de las dos grandesobras de Thoreau (la otra fue Desobediencia civil) ybastó para cimentarle un lugar fundador en la literaturanorteamericana del siglo XIX.El bosque en el que se instaló junto a la laguna nodistaba más de un par de kilómetros de la aldea, yaunque no todos podríamos vivir solos y hacer nuestracabaña en un lugar así, lo cierto es que el gesto deThoreau no puede considerarse épico ni heroico. Sinembargo, su breve apartamiento de la sociedad "nor-mal" lo sobrevivió, y hoy sigue comentándose, tradu-ciéndose e influyendo en hombres de talla más heroica,como sucedió en su momento con Gandhi y conLuther King. Haciendo honor al nombre del únicogrupo de intelectuales con el que Thoreau mantuvocontacto prolongado —el del trascendentalismo nor-teamericano de la primera mitad del siglo XIX—, elacto que llevó a cabo fue, por su perduración y susrepercusiones, el más trascendental de esa escuela.¿Cómo se explica esta eficacia de un individuo aisladoy de su decisión, en apariencia trivial, de vivir untiempo separado de los demás? Thoreau tuvo a su lado un genio que lo comprendió,estimuló y patrocinó (Emerson), el grupo de susamigos trascendentalistas que eran sus interlocutoresválidos y los receptores directos de su mensaje, y unanación en sazón para escucharlo, reproducirlo y poten-ciarlo: los pujantes Estados Unidos de entonces, no

Introducción

– 12 –

imperialistas todavía, símbolo de la independencia y lacreatividad del Nuevo Mundo y de un nuevo experi-mento social auspicioso para la humanidad.Un lenguaje íntimo —el del corazón del solitario—,un lenguaje privado —el del grupo que lo rodea y loapoya— y un lenguaje público —el de una sociedadatenta al cambio, esperándolo— confluyen para hacerde Walden, o la vida en los bosques mucho más que lacrónica minuciosa de un naturalista sobre su entornovegetal y animal, o el registro por momentos fastidiosodel acontecer cotidiano (gastos, actividades, vecinos)propio de un libro de memorias. Thoreau sabía que élera un ser único y que contar su vida diaria no era unmenester doméstico. Sabía también que los demáshombres y mujeres no eran menos únicos, y su obraes un manifiesto entusiasta para instarlos a que sedieran cuenta de ello. "Mírame —parece decirnos—,esto que yo hice no lo hice por ser Henry DavidThoreau, sino por ser un miembro de la especiehumana. Tú puedes. Este es el cuaderno de bitácorade mi experimento. Tómalo corno una guía útil." Lo definitivo, lo inigualable de Thoreau es que con élnace en el mundo un nuevo tipo de hombre culto, apunto tal que la propia palabra "cultura" cambia conél de sentido. ¡Fuera las hipocresías y mojigaterías dela vida! ¡Fuera las frases de moda, la etiqueta, la elegan-cia, la falsa cortesía! ¡Fuera todo aquello que en nom-bre del qué dirán nos tergiversa y distorsiona!‘Visto desde la cumbre de nuestra decadencia —dijode él Henry Miller—, casi nos parece un antiguo

Henry David Thoreau

romano. La palabra virtud recobra su significadocuando se la asocia a su nombre...’ Abriendo los ojos,descubrió que la vida proporciona todo lo necesariopara la paz y la felicidad del hombre; solamente hacefalta usar lo que tenemos al alcance de la mano.El poema de la creación es perenne, había dichoThoreau, pero pocos son los oídos que lo escuchan.

Leandro Wolfson

WALDEN

LA VIDA EN LOS BOSQUES

– 17 –

Cuando escribí las páginas que siguen, o másbien la mayoría de ellas, vivía solo en los bosques, auna milla de distancia de cualquier vecino, en una casaque yo mismo había construido, a orillas de la lagunade Walden en Concord (Massachusetts), y me ganabala vida únicamente con el trabajo de mis manos. Enella viví dos años y dos meses. Ahora soy de nuevo unmorador en la vida civilizada.No habría impuesto tanto mis cosas a la cortesía de mislectores si no hubiera sido por las muy concretaspreguntas que muchos conciudadanos me hicieron conrelación a mi modo de vivir.Me han preguntado qué tenía yo como alimento, si nome sentía solo, si no tenía miedo, y cosas parecidas.Pediré perdón a aquellos lectores no particularmenteinteresados en mí si en este libro me propongo contes-tar algunas de estas preguntas. En la mayoría de loslibros, el yo o primera persona es omitido; en este seráconservado; esa es la principal diferencia con respectoal egotismo. Generalmente no recordamos que, des-pués de todo, es siempre la primera persona la quehabla. No hablaría tanto sobre mí mismo si hubieraalguien a quien conociera tan bien como a mi persona.

Walden, la vida en los bosques

– 18 –

Desgraciadamente, estoy limitado a este tema por laestrechez de mi experiencia. (...)He viajado bastante por Concord; y en todas partes, entiendas, oficinas y campos, los habitantes me hanparecido estar haciendo penitencia en mil formasextraordinarias. Los doce trabajos de Hércules eraninsignificantes comparados con los que mis vecinos sehan empeñado en realizar; porque aquellos eransolamente doce y tenían un fin, pero yo nunca hepodido ver que estos hombres hayan matado o captu-rado algún monstruo o terminado una labor. Notienen un amigo como yo que queme la raíz de lacabeza de la hidra con un hierro candente, sino quetan pronto como una cabeza es aplastada, dos mássurgen.Pero los hombres trabajan bajo la influencia de un er-ror. La parte mejor del hombre muy pronto es aradapara abono de la tierra. Por un aparente destino co-múnmente llamado necesidad, los hombres se dedican,según cuenta un viejo libro, a acumular tesoros que lapolilla y la herrumbre echarán a perder y que losladrones entrarán a robar. Esta es la vida de un tonto,como comprenderán los hombres cuando lleguen alfinal de ella, si no lo hacen antes.Hasta en este país relativamente libre, la mayoría de loshombres, por mera ignorancia y error, están tan preo-cupados con los artificiales cuidados e innecesariostrabajos rudos de la vida, que no pueden cobrar susmejores frutos. Sus dedos, de tanto trabajar, son dema-siado torpes, y tiemblan demasiado. Realmente el

Henry David Thoreau

– 19 –

jornalero no tiene tiempo libre para vivir con verdade-ra integridad todos los días; no le es permitido mante-ner las relaciones más viriles con los hombres, porquesu trabajo sería despreciado en el mercado.No tiene tiempo de ser otra cosa que una máquina.¿Cómo va a recordar bien su ignorancia —segúnrequiere su crecimiento— quien tiene que usar susconocimientos tan a menudo? Algunas veces, debería-mos alimentarlo y vestirlo gratuitamente y abastecerlocon nuestros licores antes de juzgarlo. Las mejorescualidades de nuestra naturaleza, al igual que la lozaníade las frutas, solamente pueden ser conservadas por lasmanipulaciones más delicadas. Sin embargo, ni unosa otros, ni a nosotros mismos, nos tratamos con esadulzura. (...)La mayoría de los hombres vive una vida de tranquiladesesperación. Lo que llamamos resignación no es másque una confirmación de la desesperación. De laciudad desesperada pasamos al campo desesperado, ytenemos que consolarnos con la magnificencia de losvisones y ratas almizcleras. Hasta detrás de los llamadosjuegos y diversiones de la humanidad se encuentra unadesesperación estereotípica, aunque inconsciente. Nohay diversión en ellos, porque esta viene sólo despuésdel trabajo. Pero no hacer cosas desesperadas es unacaracterística de la sabiduría.Cuando consideramos cuál es la principal finalidad delos hombres —para hacer uso de las palabras delcatecismo— y sus principales necesidades y medios devida, pareciera que hubieran elegido deliberadamente

Walden, la vida en los bosques

– 20 –

esta forma de vivir porque la prefieren a cualquier otra;sin embargo, ellos piensan honradamente que no esposible elección alguna. Pero las naturalezas activas ysaludables recuerdan que el sol ascendió con claridad.Nunca es demasiado tarde para renunciar a nuestrosprejuicios. No se puede creer firmemente, sin pruebas,en alguna forma de pensar o de hacer, por antigua quesea. Lo que hoy todo el mundo repite y acepta comoverdadero, puede convertirse en mentira mañana, unamera opinión de humo que algunos creyeron fueranube que daría agua fertilizadora para los campos.Tratad de hacer aquello que la gente antigua afirma serimposible de realizar, y demostrad que sí podéis. Loshechos antiguos pertenecen a las generaciones antiguas,y los nuevos, a la nueva generación. (...)Hace unos treinta años que vivo en este planeta ytodavía estoy por oír la primera sílaba de los serios ovaliosos consejos de mis mayores, pues no me handicho nada, o quizá no puedan decirme nada, deutilidad. Aquí está la vida, un experimento, la mayorparte del cual no ha sido realizado todavía por mí; perono me beneficia en absoluto que otros lo hayan reali-zado. Si poseo alguna experiencia que considero devalor, puedo asegurar que mis mentores no me dijeronuna palabra acerca de ella. (...)Sin duda alguna, el tedio y el fastidio que presumible-mente han agotado la variedad y las alegrías de la vidason tan viejos como Adán. Pero las capacidades delhombre no han sido medidas todavía, y se ha ensayado

Henry David Thoreau

– 21 –

tan poco, que no podemos juzgarlas por algunosprecedentes. (...)¡Las estrellas son los vértices de maravillosos triángulos!¡Qué seres tan diferentes y distantes contemplansimultáneamente desde las numerosas mansiones deluniverso la misma estrella! La naturaleza y la vidahumana son tan distintas como nuestras variadas cons-tituciones. ¿Quién dirá cuál es la perspectiva que lavida ofrece a otros? ¿Podría ocurrirnos un milagromayor que el de que podamos mirar a través de losojos de otros? Deberíamos vivir por una hora en todaslas edades del mundo; no: en todos los mundos de lasedades. ¡Historia, Poesía, Mitología! La lectura de lasexperiencias de otra persona no sería jamás tan asom-brosa ni didáctica como esta. (...)Estamos obligados a vivir concienzuda y sinceramente,reverenciando nuestra vida y negando la posibilidad deun cambio. Decimos que este es el único camino; perohay tantos caminos como radios pueden trazarse desdeun centro. Cualquier cambio es un milagro digno deser contemplado; pero es también un milagro queocurre a cada instante. Confucio dijo: Saber quesabemos lo que sabemos y que ignoramos lo que nosabemos es el mejor conocimiento. Preveo que cuandoun hombre haya convertido un hecho de la imagina-ción en un hecho de su entendimiento, todos loshombres a la larga establecerán sus vidas sobre esa base.Por lo necesario para la vida, me refiero a todo aquelloque obtiene el hombre por su propio esfuerzo y quedesde el principio o después de largo uso se ha conver-

Walden, la vida en los bosques

– 22 –

tido en algo tan importante para la vida humana, quemuy pocos, si algunos, por salvajismo, pobreza ofilosofía, se atreven a vivir sin ello. Para muchas personas lo necesario para la vida sereduce al alimento. Para el bisonte en la llanura consis-te en unas pocas pulgadas de apetitoso pasto con aguapara beber, siempre que no busque el refugio de laselva o la sombra de la montaña. Ningún animal de lacreación necesita más que alimento y refugio. Lonecesario para la vida del hombre que vive en esteclima puede ser clasificado con exactitud bajo estostítulos: alimento, refugio, ropa y combustible. Porquehasta que no nos hayamos provisto de estos, no podre-mos considerar con libertad y posibilidad de éxito losproblemas de la vida. El hombre no sólo ha inventadocasas, sino también ropa y ha cocinado el alimento; ydesde el descubrimiento casual del fuego, y su usoconsecuente, un lujo al principio, surgió la necesidadactual de sentarse cerca de él. Nos es dado observar a perros y gatos que adquierenesa misma segunda naturaleza. Con casa y alimentoapropiados, conservamos legítimamente nuestro calorinterno, pero cuando estos o el combustible están enexceso, es decir, cuando el calor externo es mayor queel interno, ¿acaso no se puede afirmar que ha empeza-do la cocción? El naturalista Darwin dice, refiriéndosea los habitantes de la Tierra del Fuego, que mientrassu cuadrilla de hombres bien vestidos estaba sentadacerca del fuego, sin sentir ningún calor, estos salvajesdesnudos, situados algo más lejos, le causaron sorpresa,

Henry David Thoreau

– 23 –

pues goteaban de sudor mientras soportaban semejantecalcinación. También nos han dicho que mientras queel aborigen de Australia anda desnudo sin consecuenciaalguna, el europeo tiembla de frío entre sus ropas. ¿Nosería posible combinar la robustez de estos salvajes conla intelectualidad del hombre civilizado? (...)La mayor parte de los lujos, o las llamadas comodida-des de la vida, no son solamente innecesarios, sinotambién impedimentos para la elevación de la humani-dad. En lo que se refiere a los lujos y comodidades dela vida, diré que los más sabios siempre han vividovidas más simples y pobres que las vidas de los mismospobres.Nadie puede ser un observador sabio e imparcial de laraza humana si no se encuentra en la ventajosa posi-ción de lo que deberíamos llamar pobreza voluntaria.El fruto de una vida lujosa es el lujo, ya sea en agricul-tura, comercio, literatura o arte. Hoy en día tenemosprofesores de filosofía, pero no filósofos. Sin embargo,enseñarla es admirable porque en un tiempo tambiénlo fue vivirla. Ser un filósofo no consiste en tenerpensamientos sutiles meramente, ni en fundar unaescuela, sino en amar la sabiduría tanto como paravivirla de acuerdo con sus dictados, para llevar unavida de simplicidad, independencia, magnanimidad yconfianza. Consiste en resolver no sólo teóricamentealgunos problemas de la vida, sino también práctica-mente. (...)¿Cuál es la naturaleza del lujo que anula y destruye alas naciones? ¿Acaso tenemos la seguridad de que no

Walden, la vida en los bosques

– 24 –

exista en nuestra propia vida? El filósofo está pordelante de su época aun en la forma externa de su vida.No es alimentado, albergado, vestido o calentadocomo sus contemporáneos. ¿Cómo puede un hombreser un filósofo sin mantener su calor vital por métodosmejores que los del resto de los hombres?Una vez que el hombre es calentado ¿qué más desea?Seguramente no quiere más de ese entibiamiento, sinoalimento mejor y más rico, mayores y más espléndidascasas, ropas abundantes y de mejor calidad, fuegos máscontinuos y de más rendimiento en calor; y otras cosasparecidas. Cuando un hombre ha obtenido todo lonombrado anteriormente, existe otra alternativa apartede la de adquirir cosas superfluas, la de arriesgarse enla vida, ahora que han comenzado sus vacaciones deltrabajo humilde. Pareciera que la tierra es apropiadapara la semilla, porque esta ha mandado su radículahacia abajo y ahora puede mandar el tallo hacia arribacon entera confianza. ¿Cuál es la razón por la cual elhombre se ha arraigado a la tierra, sino para poderelevarse hacia los cielos en la misma proporción?Porque las plantas más nobles son valoradas por el frutoque llevan al fin al aire y a la luz lejos del suelo, y estasno son tratadas como las plantas comestibles máshumildes, que a pesar de ser bienales, son cultivadassolamente hasta que han perfeccionado su raíz, y amenudo son cortadas en la punta con esta intención,en forma tal que la mayoría de la gente no las recono-cería en su época floreciente.

Henry David Thoreau

– 25 –

Mi intención no es prescribir reglas a los hombres denaturaleza fuerte y valiente, que cuidarán de sus pro-pios asuntos tanto en el cielo como en el infierno, yquizá edificarán con más magnificencia y gastarán eldinero más profusamente que los más ricos, sin llegarjamás a empobrecerse, ignorando cómo viven (si enrealidad hay personas así, como se las ha soñado); ni aaquellos que encuentran coraje e inspiración precisa-mente en el estado presente de las cosas y lo acariciancon la afición y el entusiasmo de los enamorados (y encierto modo me incluyo entre estos), tampoco leshablo a aquellos que tienen un buen empleo en cual-quier circunstancia y que saben si este empleo esbueno o no. Les hablo principalmente a la gran canti-dad de hombres que están disconformes, y que sequejan ociosamente de la dureza de sus destinos, o delos tiempos en que viven, siendo que tienen la posibi-lidad de mejorarlos. Algunas personas se quejan deotras, porque (según dicen enérgica e inconsolable-mente) estas cumplen con su deber. También tengopresentes a los ricos en apariencia, pero que en realidadpertenecen a una clase terriblemente empobrecida, quehan acumulado basura y no saben cómo usarla odeshacerse de ella; en esta forma han fraguado suspropias prisiones de plata u oro.Si me atreviera a contar de qué manera deseaba pasarmi vida años atrás, sorprendería mucho a los lectoresque la ignoran. Sólo voy a indicar algunas de lasempresas que he acariciado. En cualquier época y encualquier hora del día o de la noche, siempre he estado

Walden, la vida en los bosques

– 26 –

ansioso por mejorar la oportunidad que se me presen-tara y también por documentarla; por pararme sobreel encuentro de dos eternidades, el pasado y el futuro,que es precisamente el momento presente: por acataresa regla. Me perdonarán sin duda algunos pasajes nomuy claros, porque en mi oficio hay más secretos queen los de la mayoría de los hombres; pero estos secre-tos no son guardados intencionalmente por mí, sinoque son inseparables de su naturaleza. Sería un placerpara mí contar todo lo que sé acerca de ellos y noverme obligado a escribir en mi puerta PROHIBIDALA ENTRADA.Poder anticiparse no sólo a la salida del sol y la aurora,sino también, si fuera posible, ¡a la misma naturaleza!¡Cuántas mañanas, en verano y en invierno, antes deque ningún vecino hubiera comenzado a preocuparsepor sus tareas, yo ya estaba trabajando! Sin duda,muchos de mis conciudadanos me han encontrado ala vuelta de esta actividad: los chacareros que se enca-minaban hacia Boston, en el alba, o los leñadores quese dirigían al trabajo. Es verdad que nunca ayudématerialmente a la salida del sol, pero el solo hecho deestar presente era de suma importancia para mí.¡Ah! ¡Cuántos días de otoño y de invierno pasé en lasafueras de la villa, tratando de oír lo que había en elviento, de escucharlo y manifestarlo prontamente! Casinaufragó en ello todo mi capital y perdí mi propiarespiración en la empresa. Si hubiera ello concernidoa alguno de los partidos políticos, pueden estar segurosde que habría aparecido en el periódico entre las

Henry David Thoreau

– 27 –

noticias más importantes. Otras veces miraba desde elobservatorio de algún árbol o roca, para poder telegra-fiar la noticia de la llegada de alguien, o esperaba alatardecer sobre la cima de una colina que el cielo secayera y yo pudiera apoderarme de algo, aunque nuncame apoderé de mucho, y eso, al igual que el maná, sedisolvía en el sol.Durante un largo tiempo fui cronista de un diario cuyacirculación no era muy grande, y el editor hasta ahorano ha encontrado propicias para ser publicadas lamayoría de mis colaboraciones, y como ocurre gene-ralmente a los escritores, sólo obtuve dolores a cambiode mis esfuerzos. De todas formas, en este caso misesfuerzos fueron su propia recompensa.Durante muchos años fui inspector (nombrado por mímismo) de tormentas de lluvia y nieve, y cumplífielmente con mi deber; inspector, no de los caminosreales, sino de los senderos del bosque y de los quecruzaban los terrenos, a los que mantenía abiertos yviables en todas las épocas del año; las pisadas delpúblico han dejado en ellos un testimonio de suutilidad.He cuidado el ganado salvaje de la villa que, saltandolos cercos, da mucho trabajo al pastor fiel; y he vigila-do los pocos frecuentados escondrijos y rincones de lasgranjas, a pesar de no saber siempre si Jonás o Salomóntrabajaban ese día en un campo determinado; esa noera mi tarea. He regado la roja gayuba, la cereza de losarenales y el almez, el pino colorado y el fresno negro,

Walden, la vida en los bosques

– 28 –

la vid blanca y la violeta amarilla, que en caso contrariopodrían haberse marchitado en épocas de sequía.Para abreviar, diré que así seguí durante un largotiempo ocupándome de mi trabajo escrupulosamente,y no lo digo con jactancia, hasta que fue evidente quemis conciudadanos no me admitirían en la lista de losfuncionarios del pueblo, ni me ofrecerían un puestocon un sueldo moderado. La vida que los hombreselogian y consideran venturosa no es más que de unaclase. ¿Por qué debemos exagerar el valor de una claseen perjuicio de otras?Viendo que mis conciudadanos no iban a ofrecermeninguna sala en el juzgado, ni ningún curato o modode ganarme la vida, sino que tendría que valerme pormí mismo, me volví más exclusivamente que nuncahacia los bosques, donde era mejor conocido. Decidíentrar en actividad enseguida, sin esperar a adquirir elcapital que debe reunirse, sino haciendo uso de losreducidos medios de que yo disponía. Al dirigirme ala laguna Walden, no era mi intención vivir allí barata-mente ni con lujos, sino despachar algunos negociosprivados, con el menor número de obstáculos; elverme impedido de llevarlos cabo, por falta de unpoco de sentido común, de espíritu emprendedor y detalento comercial, me parecía no sólo triste sino tonto.(...)Todas las mañanas eran una cariñosa invitación parahacer mi vida con igual sencillez, y puedo decir conigual inocencia, que la misma Naturaleza. He sido unadorador de la aurora, tan sincero como los griegos.

Henry David Thoreau

– 29 –

Me levantaba temprano y me bañaba en la laguna: eraun ejercicio religioso y una de las mejores cosas quehacía. Dicen que en la bañera del rey Tching-Thangestaban esculpidos caracteres que decían: "Renuévatecompletamente todos los días; hazlo de nuevo y denuevo y siempre de nuevo." Puedo comprenderlo. Lamañana nos trae otra vez las épocas heroicas. Meafectaba tanto el desmayado zumbido de un mosquitodando su vuelta invisible e inimaginable por mihabitación en la temprana aurora, cuando yo estabasentado con la puerta y ventanas abiertas, como pudie-ra hacerlo por cualquier trompeta que alguna vezcantó la fama. Era el réquiem de Homero; eran laIlíada y la Odisea en el aire, cantando sus propias irasy deambulaciones. Había algo de cósmico en ello; unanuncio permanente del eterno vigor y fertilidad delmundo.El hombre que no cree que cada día contiene una horamás temprana, más sagrada y rosada que la que él ya haprofanado, ha desesperado de la vida, y está avanzandopor un camino descendente y oscuro. Luego de unparo parcial de su vida sensitiva, el alma de un hombre,o más bien sus órganos, se fortalecen cada día, y suGenio de nuevo ensaya si puede hacer otra vida noble.Debiera decir que todos los sucesos memorablesocurren durante la mañana y en una atmósfera matuti-na.Debemos aprender a volvernos a despertar, y a mante-nernos despiertos, no con ayuda mecánica, sino pormedio de una infinita espera de la aurora, que no nos

Walden, la vida en los bosques

– 30 –

abandone en nuestro sueño más profundo. No sé deun hecho que anime más que la incuestionable capaci-dad del hombre para elevar su vida gracias a un esfuer-zo consciente. Es algo poder pintar un cuadro, oesculpir una estatua, y de esa forma hacer bellos unospocos objetos, pero mucho más glorioso es esculpir ypintar la atmósfera a través de la cual miramos, cosaque podemos realizar moralmente. La más elevada delas artes consiste en alterar la calidad del día. Todohombre tiene como tarea hacer su vida digna, hasta ensus menores detalles, de la contemplación de su horamás elevada y crítica. Si rechazáramos o agotáramosuna información tan mezquina como la que recibimos,los oráculos nos informarían claramente acerca decómo podría hacerse esto. (...)Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente,enfrentar sólo los hechos esenciales de la vida, y ver sipodía aprender lo que ella tenía que enseñar, no seaque cuando estuviera por morir descubriera que nohabía vivido. No quería vivir lo que no fuera la vida;¡es tan hermoso el vivir!; tampoco quise practicar laresignación, a no ser que fuera absolutamente necesa-ria. Quise vivir profundamente y extraer toda lamédula de la vida, vivir en forma tan dura y espartanacomo para derrotar todo lo que no fuera vida, cortaruna amplia ringlera al ras del suelo, llevar la vida a unrincón y reducirla a sus menores elementos, y si fueramezquina, obtener toda su genuina mezquindad y dara conocer su mezquindad al mundo, o si fuera sublime,saberlo por propia experiencia y poder dar un verdade-

Henry David Thoreau

– 31 –

ro resumen de ello en mi próxima salida. Porque meparece que la mayoría de los hombres se hallan en unaextraña incertidumbre acerca de si la vida es del diabloo de Dios, y han deducido apresuradamente que laprincipal finalidad del hombre aquí es "glorificar aDios" y gozar de él en la eternidad.Sin embargo, vivimos mezquinamente, como lashormigas, aunque la fábula nos cuenta que hace mu-cho fuimos transformados en hombres; luchamos congrullas como los pigmeos; es un error sobre otro error,remiendo sobre remiendo, y nuestra mejor virtudtiene, para esta ocasión, una miseria superflua y evita-ble. Nuestra vida está desmenuzada por los detalles.Un hombre honrado pocas veces necesita contar másque sus diez dedos, o, en casos extremos, puede añadirlos otros diez de los pies y comprar a bulto el resto.¡Sencillez, sencillez, sencillez! Que tus asuntos sean doso tres y no cien o mil; en lugar de un millón, cuentamedia docena y lleva sus cuentas sobre la uña de tupulgar. En medio de este mar picado de la vida civili-zada, son tales las nubes y tormentas y arenas movedi-zas y mil otras cosas a las que hay que atender, que unhombre tiene que vivir haciendo cálculos si no quierenaufragar e ir al fondo y no llegar a puerto alguno, ysin duda ha de ser un gran calculador el que triunfe.¡Simplificar, simplificar! En lugar de tres comidas pordía, no comas más que una si es preciso; cinco platosen lugar de cien; y reduce todas las demás cosas en esaproporción. Nuestra vida es como una ConfederaciónGermánica, compuesta de pequeños estados, con sus

Walden, la vida en los bosques

– 32 –

límites siempre fluctuantes, en forma tal que ni unalemán puede decirnos cuáles son sus propios límitesen un momento dado. La misma nación, con todas susllamadas mejoras internas —que, por otro lado, sontodas externas y superficiales— es como un estableci-miento pesado e hipertrofiado, colmado de mueblesy atrapado por sus propias trampas, arruinado por ellujo y los gastos sin cuidado, por falta de cálculo y deun objetivo digno como el millón de hogares que hayen el país; la única cura para ello es una economíaestricta, una vida sencilla, más que espartana, y laelevación de los designios. La nación vive demasiadorápidamente. Los hombres piensan que es esencial quesu nación tenga comercio y exporte hielo y hable portelégrafo y viaje a treinta millas por hora, aunque ellosmismos no lo hagan; pero nadie sabe si debemos vivircomo babuinos o como hombres. Si no obtenemos losdurmientes, ni forjamos los carriles, ni dedicamos a laobra días y noches, sino que vamos chafallando nues-tras vidas para mejorarlos, ¿quién construirá los ferro-carriles? Y si no se construyen los ferrocarriles, ¿cómollegaremos a tiempo al cielo? Pero si nos quedamos encasa y atendemos nuestros negocios, ¿quién querráferrocarriles? No montamos en el ferrocarril; él semonta sobre nosotros. ¿Has pensado alguna vez quéson esos durmientes sobre los que descansa el ferroca-rril? Cada uno de ellos es un hombre, un irlandés o unyanqui. Los rieles se asientan sobre ellos y están cubier-tos de arena y los vagones se les deslizan encima. Teaseguro: son sólidos durmientes. Y cada tantos años un

Henry David Thoreau

– 33 –

nuevo lote de durmientes es colocado y se pasa porencima de ellos; de tal forma que si algunos tienen elplacer de montar sobre rieles, otros tienen la desgraciade ser montados. Y cuando los trenes corren sobre unhombre que está paseando en su sueño, un durmientesupernumerario en posición errónea, y lo despiertan,de repente detienen los vagones y gritan como si setratara de algo excepcional. Estoy contento de saberque cada cinco millas se emplea una cuadrilla dehombres para mantener a la misma altura los durmien-tes en sus lechos, porque es un signo de que puedenlevantarse de nuevo alguna vez.¿Por qué debemos vivir con semejante apresuramientoy desperdicio de la vida? Estamos decididos a morir dehambre antes de tener hambre. Los hombres dicen queuna puntada a tiempo evita nueve, y así dan hoy milpuntadas para evitar nueve en el futuro. En cuanto altrabajo, no tenemos ninguno de importancia. Padece-mos el baile de San Vito, y nos es imposible tenerquietas nuestras cabezas. Llegaría yo a decir que si dieraunos tirones a la cuerda de la campana de la parroquia,como si se tratara de un incendio, dudo que hubieraun hombre en su chacra de Concord, que a pesar delpeso de sus asuntos, que le sirvió de excusa tantas vecesesta mañana, ni un chico, ni una mujer, me atrevo adecir, que no abandonara todo y siguiera ese tañido,no solamente por salvar la propiedad de las llamas,sino, confesemos la verdad, mucho más por verla arder(ya que tenía que quemarse, y ya que nosotros, sabedlobien, no la incendiamos), o para ver cómo se apaga el

Walden, la vida en los bosques

– 34 –

incendio y dar una mano, y si ello se puede hacer confacilidad, aunque se tratara de la misma parroquia. Esraro el hombre que habiendo dormido una siesta demedia hora luego de la comida, no pregunte al levan-tarse: " ¿Qué hay de nuevo?", como si el resto de lahumanidad se hubiera convertido en su guardián.Algunos indican que se les despierte cada media hora,sin otro fin, a no dudar; y luego, como recompensa,cuentan lo que han soñado. Después del sueño de unanoche, las noticias son tan indispensables como eldesayuno. "Por favor, decidme de algo nuevo que lehaya ocurrido a algún hombre, en cualquier parte delglobo", y lee y se agita mientras toma el café, pues enel río Wachito le sacaron los ojos a un hombre; sinsoñar que él mismo vive en la impenetrable oscuridadde la cueva de este mundo, y no tiene más que elrudimento de un solo ojo. (...)Vergüenzas y desilusiones son tomadas como lasverdades más sólidas, siendo que lo fabuloso es larealidad. Si los hombres observaran sola y firmementelas realidades, y no permitieran que se los engañe, lavida, comparándola con las cosas que conocemos, seríasemejante a un cuento de hadas y a Las mil y unanoches. Si respetáramos sólo lo que es inevitable y tienederecho a existir, la música y la poesía resonarían porlas calles. Cuando estamos sin prisa y somos prudentes,percibimos que sólo las cosas grandes y dignas tienenuna existencia permanente y absoluta; que los temorci-llos y los placeres despreciables no son sino la sombrade la realidad. Esto es siempre regocijante y sublime.

Henry David Thoreau

– 35 –

Los hombres cierran los ojos, dormitan y consientenen ser engañados por las apariencias; así establecen yconfirman su vida diaria de rutina y costumbre encualquier parte, la que, además, está edificada sobrebases puramente ilusorias. Los niños, que juegan a lavida, discriminan mejor su verdadera ley y sus relacio-nes, con más claridad que los hombres que no logranvivirla dignamente pero que se creen más sabios porsu experiencia, es decir, por sus fracasos. (...)En la eternidad hay realmente algo verdadero y subli-me, pero todos esos tiempos y lugares y ocasionesexisten ahora y aquí. El mismo Dios culmina en elmomento presente, y nunca, en el lapso de todas lasedades, será más divino. Y podemos percibir todo loque es sublime y noble tan sólo por la perpetuainspiración e instilación de la realidad que nos rodea.El universo responde a nuestras concepciones, constan-te y obedientemente; ya sea que viajemos con rapidezo lentitud, el camino está abierto para nosotros. Por lotanto, dediquemos nuestra vida a concebirlo. El poetao el artista no han tenido nunca un designio tan belloy noble que al menos alguien de su posteridad nopudiera cumplirlo.Empleemos un día tan premeditadamente como lohace la naturaleza, y no seamos arrojados del caminopor todas las cáscaras de nuez y alas de mosquito quecaigan en los carriles. Levantémonos temprano, desa-yunemos gentilmente y sin perturbaciones; que lacompañía venga y vaya, que las campanas tañan, quelos niños alboroten, sigamos determinados a hacer de

Walden, la vida en los bosques

– 36 –

ello un día. ¿Por qué habríamos de someternos y seguircon la corriente? (...)Si uno se enfrenta cara a cara con un hecho verá brillarel sol en sus dos superficies, como si fuera un alfanje,y sentirá su suave filo dividiéndole por el corazón y lamédula, y así usted concluirá felizmente su mortalcarrera. Sea ella vida o muerte, sólo anhelamos larealidad. Si estamos muriéndonos realmente, queoigamos el estertor en nuestra garganta y sintamos fríoen las extremidades. Si estamos vivos, ocupémonos denuestros asuntos.El tiempo sólo es el río en el que voy a pescar. Beboen él; pero mientras bebo, veo el lecho arenoso ydescubro cuán superficial es. Su fina corriente sedesliza a lo lejos, pero la eternidad permanece. Yobebería más profundamente; pescaría en el cielo, cuyosuelo está tachonado de estrellas. No puedo contar unasola. No sé siquiera la primera letra del alfabeto.Siempre he deplorado no ser tan sabio como lo era eldía en que nací. La inteligencia es un hendedor;discierne y se abre su camino, en el secreto de lascosas. No deseo estar con mis manos más ocupadas delo necesario. Mi cabeza es manos y pies. Siento con-centradas en ella mis mejores facultades. Mi instintome dice que mi cabeza es un órgano cavador, comolos hocicos y garras anteriores de algunos animales, ycon ella yo minaría y horadaría mi camino a través deestas colinas. Creo que la vena más rica se halla poralgún sitio en estos alrededores; así lo juzgo por mi

Henry David Thoreau

– 37 –

varita de zahorí y los finos vapores que se elevan, yaquí comenzaré a cavar.Con un poco más de meditación en la elección de susfines, todos los hombres serían quizá esencialmenteobservadores y estudiosos, porque, sin lugar a dudas,su naturaleza y destino son igualmente interesantespara todos ellos. Acumulando propiedad para nosotroso nuestra posteridad, fundando una familia o unahacienda, o hasta adquiriendo fama, somos mortales;pero cuando tratamos con la verdad, somos inmortalesy no debemos temer ningún cambio o accidente.Mi residencia era más adecuada que una universidad,no sólo para la reflexión, sino para la lectura seria, yaunque me hallaba más allá del alcance de la bibliotecaambulante, estaba más que nunca dentro de la influen-cia de esos libros que circulan por el mundo, cuyasfrases fueron primeramente escritas en cortezas deárboles, y que ahora no son sino copiadas, de tiempoen tiempo, en papel de hilo.Los libros son la riqueza atesorada del mundo y laadecuada herencia de generaciones y naciones. Loslibros más viejos y mejores están natural y debidamenteen los estantes de cada casa de campo. Ellos no tienenuna causa propia por la cual abogar, pero mientrasiluminen y sustenten al lector, el sentido común deeste no los rechazará. Sus autores son la aristocracianatural e irresistible de cualquier sociedad y ejercen enla humanidad una influencia mayor que las de los reyeso emperadores. Cuando un ignorante y quizás despre-ciativo comerciante ha obtenido con riesgo y trabajo

Walden, la vida en los bosques

– 38 –

su anhelada independencia y tiempo libre, y es admiti-do en los círculos de la riqueza y la moda, al final sevuelve invariablemente hacia aquellos aun más eleva-dos pero inaccesibles círculos de la inteligencia y elgenio, y se torna sensible a las imperfecciones de sucultura y a la vanidad e insuficiencia de sus riquezas;pero más adelante prueba su sensatez por los esfuerzosque realiza asegurando para sus hijos esa cultura inte-lectual cuya falta siente él tan agudamente; y de esaforma se convierte en el fundador de una familia.Las obras de los grandes poetas nunca han sido leídaspor el género humano, porque sólo los grandes poetaspueden leerlas. Han sido leídas únicamente como lamultitud lee las estrellas, no en forma astronómica,sino a lo sumo astrológica. La mayoría de los hombreshan aprendido a leer para su mezquina conveniencia,como han aprendido a escribir números para llevarcuentas y no ser engañados en el comercio; pero de lalectura, como un ejercicio noble e intelectual, poco onada conocen. Sin embargo, solamente eso es leer enun alto sentido, no aquel canturrear lujoso que ador-mece las más nobles facultades. Para leer, tenemos queestar en plena agudeza mental y debemos dedicarlenuestras horas más alertas y despiertas.Pero mientras estemos confinados a los libros, aun losmás selectos y clásicos, y leamos solamente las lenguasescritas locales (que no son por su parte sino dialectosprovinciales), correremos peligro de olvidar el lenguajeque hablan sin metáfora todas las cosas y sucesos y quees el único abundante y el echado.

Henry David Thoreau

– 39 –

Se publica mucho, pero se graba poco en la memoria.Los rayos que se difunden a través de la persiana no serecordarán largo tiempo cuando la persiana desaparez-ca. Ningún método ni disciplina puede reemplazar lanecesidad de estar siempre alerta. ¿Qué son un cursode historia o filosofía o poesía, por muy selecto quefueren, o la mejor sociedad o el hábito más admirable,comparados con la disciplina de mirar siempre lo queha de ser visto? ¿Serás tú un lector, un estudiosomeramente, o un profeta? Lee tu destino, mira lo queante ti se halla y camina hacia el futuro.El primer verano no leí libros; escardé las alubias. No,a menudo hice algo mejor que eso. Hubo épocas enlas que no pude permitirme sacrificar la flor del mo-mento presente por ningún trabajo, sea mental omanual. Me gusta contar con un amplio margen parami vida. A veces, en una mañana de verano, habiendotomado mi acostumbrado baño, me sentaba en misoleado umbral, desde que salía el sol hasta el medio-día, transportado a un sueño en medio de los pinos ynogales americanos y zumaques, en soledad y tranqui-lidad no alteradas, mientras las aves cantaban alrededoro revoloteaban sin ruido a través de la casa, hasta querecordaba la marcha del tiempo por el sol que dabasobre mi ventana occidental, o el ruido del carro dealgún viajero en la distante carretera. En esos lapsos, yocrecía como el maíz en la noche y eran mucho mejo-res que cualquier obra manual. No eran tiempossustraídos de mi vida, sino ratos muy superiores a losque me permitía corrientemente. Comprendí lo que

Walden, la vida en los bosques

– 40 –

los orientales entienden por contemplación y abando-no del trabajo. En su mayor parte no me daba cuentade que pasaban las horas. El día avanzaba como paraalumbrar alguna tarea mía; era la mañana, y he aquíque ahora es el atardecer y nada memorable he hecho.En lugar de cantar como las aves, sonreía silenciosa-mente a mi incesante buena fortuna. Como el gorrióntiene su gorjeo, asentado en el nogal sobre mi puerta,así tenía yo mi risa o trino sofocado que podía aqueloír y que procedía de mi nido. Mis días no eran díasde la semana, que llevaran la estampa de paganasdeidades, ni estaban divididos en horas, o agitados porel tictac de un reloj; yo vivía como los indios Puri, dequienes se dice que tenían solamente una palabra paraayer, hoy y mañana, y expresaban el particular signifi-cado de ayer señalando hacia atrás, de mañana apun-tando hacia adelante y de hoy indicando lo que teníansobre la cabeza. Esto sería para mis conciudadanos unapereza extraña, no hay duda; pero si las aves y floresme han refinado con su ejemplo, no seré hallado enfalta. Un hombre debe encontrar sus ocasiones en símismo, es verdad. El día natural es muy tranquilo ydifícilmente le reprochará su indolencia.Tuve al menos esta ventaja en mi modo de vivir sobreaquellos que para divertirse están obligados a mirarafuera, hacia la sociedad y el teatro, pues mi vidamisma llegó a ser mi diversión y nunca cesó de sernovedosa. Era un drama de muchas escenas y sinninguna conclusión. Si estuviéramos siempre ganándo-nos la vida y regulando nuestra vida de acuerdo con la

Henry David Thoreau

– 41 –

última y mejor forma de vivir que hemos aprendido,nunca nos acosaría el tedio. Sigue a tu genio bien decerca y no dejará este de mostrarte un panorama nuevocada hora. La tarea doméstica era un agradable pasa-tiempo. (...)Mi casa se halla en la falda de una colina, contigua alborde del gran bosque, en medio de un soto de pino-teas y nogales americanos, y a media docena de varasde la laguna, a la que conduce, colina abajo, un estre-cho sendero.Mientras me siento en la ventana esta tarde estival, losgavilanes giran alrededor de mi descampado; la veloci-dad de las palomas salvajes volando de a dos o de a tresfrente a mí, o paseándose inquietas sobre las ramas delpino blanco que está detrás de mi casa, confiere su vozal aire; un halcón marino se sumerge en la brillantesuperficie del lago y saca un pez; un visón se deslizaante mi puerta y se apodera de una rana junto a lacosta; el junco está inclinándose bajo el peso de lospajaritos que revolotean de aquí para allá; y durante laúltima media hora, he oído el traqueteo del tren,muriendo por momentos para dejarse oír de nuevo, aligual que el redoble de la perdiz, llevando viajeros deBoston hacia el campo.El ferrocarril de Fitchburg toca la laguna en un puntosituado a unas cien varas al sur de donde vivo. Sueloir al pueblo a lo largo de su terraplén, y estoy comounido a la sociedad por este eslabón. El silbido de lalocomotora penetra en mi bosque en invierno yverano, sonando como el grito de un halcón que se

Walden, la vida en los bosques

– 42 –

dirigiera hacia el patio de algún chacarero, informán-dome de que muchos inquietos comerciantes de laciudad han entrado en el perímetro del pueblo, oemprendedores hacendados lo han hecho por la parteopuesta. Al llegar bajo un mismo horizonte, gritan susavisos al otro para que le deje libre el camino, quealgunas veces se escuchan a través de los círculos dedos villas. ¡Campo, aquí vienen tus comestibles! ¡Heaquí vuestras raciones, campesinos! No existe unhombre con la suficiente independencia en su chacracomo para poder decir que no.¡Si todo fuera como parece y los hombres hicieran alos elementos servidores suyos, pero con nobles fines!¡Si la nube de vapor que cuelga sobre la locomotorafuera la respiración de hechos heroicos, o tan benéficacomo la que flota sobre los campos del labrador,entonces los elementos y la naturaleza entera acompa-ñarían alegremente a los hombres en sus andanzas yserían su escolta!Observo el paso de los vagones a la mañana con elmismo sentimiento con que observo levantarse al sol,que es apenas más regular. Su huella de nubes exten-diéndose mucho hacia atrás y elevándose más y máshacia el cielo, mientras los vagones van a Boston,oculta al sol durante un minuto y deja en sombras micampo distante; este es un tren celestial junto al cualel pequeño tren de vagones que abraza la tierra no esmás que la púa de una lanza. (...)Este es un atardecer delicioso, cuando todo el cuerpoes un solo sentido y absorbe deleite por todos los

Henry David Thoreau

– 43 –

poros. Voy y vengo con una extraña libertad por laNaturaleza, siendo parte de ella misma. Mientrascamino a lo largo de la costa pedregosa de la laguna,en mangas de camisa (a pesar de que el día es frío,nublado y ventoso), no veo nada especial que meatraiga: todos los elementos me son extraordinariamen-te afines. Las ranas simulan anunciar la noche y lasnotas de los chotacabras son transportadas sobre lasuperficie del agua con el viento ondulante. Mi empa-tía con las agitadas hojas de los alisos y de los álamoscasi me corta la respiración, pero al igual que la laguna,mi serenidad se riza pero no se perturba. Estas peque-ñas olas, levantadas por el viento crepuscular, están tanlejos de la tormenta como la tersa superficie reflectora.Aunque ahora está oscuro, el viento sopla y ruge aúnen el bosque, las olas siguen chocando y algunosanimales arrullan al resto con sus cantos.Generalmente existe espacio suficiente a nuestroderredor. Nuestro horizonte no se halla nunca juntoa la mano. El espeso bosque no está frente a nuestrapuerta, tampoco la laguna, sino que siempre hay unespacio libre, familiar y gastado por nosotros, apropia-do y cercado en alguna forma y reclamado a la Natura-leza. ¿Cuál es la razón por la que tengo este vastoespacio habilitado para mi albedrío, este circuito dealgunas millas cuadradas de bosque no transitadas, queha sido dejado para mi privacidad por el resto de loshombres? Mi vecino más cerca no se halla a una millade aquí y ninguna casa es visible desde lugar alguno,como no fuera desde la cima de la colina a media milla

Walden, la vida en los bosques

– 44 –

de distancia de mi hogar. Mi horizonte está limitadopor bosques que son sólo para mí: de un lado, veo alo lejos el ferrocarril en el sitio que toca la laguna, ydel otro lado el cerco que bordea el camino del bos-que. Pero en su mayor parte, el lugar donde vivo estan solitario como las praderas. Es tan Asia o Áfricacomo Nueva Inglaterra. Es como si tuviera mi propiosol, mis propias luna y estrellas, y un pequeño mundoentero para mí. De noche, nunca un viajero pasó pormi casa o golpeó mi puerta, como si yo fuera el prime-ro o el último de los hombres, excepto en la primave-ra, cuando con largos intervalos solían venir algunospobladores de la aldea a pescar fanecas. Creo que loshombres están aún un poco temerosos de la oscuridad,aunque todas las brujas fueron colgadas y se las sustitu-yó por la cristiandad y las velas. Sin embargo, experi-menté algunas veces que la sociedad más dulce ytierna, la más inocente y alentadora, puede hallarse encualquier objeto natural, y esto es válido hasta para elpobre misántropo y para el hombre más melancólico.(...)Nunca me he sentido solo, ni tampoco deprimido porforma alguna de soledad, salvo una vez, y esto fue unaspocas semanas después de haber venido a los bosques,cuando por una hora dudé de si la próxima vecindaddel hombre no sería esencial para una vida serena ysaludable. El estar solo era entonces poco placenteropara mí, pero al mismo tiempo me daba cuenta de queestaba pasando por una ligera dolencia en mi modo depensar y parecía prever que había de mejorarme. En

Henry David Thoreau

– 45 –

medio de una lluvia suave, mientras prevalecían estospensamientos, noté de pronto la existencia de unasociedad dulce y benéfica en la Naturaleza, en elgolpear acompasado de las gotas y en cada sonido yvista alrededor de mi casa; una amistad infinita eindescriptible, como si se tratara de toda una atmósferaque me mantenía, una amistad que convirtió eninsignificantes todas las ventajas imaginarias de lavecindad humana; y no he pensado en ella desdeentonces. Cada pequeña aguja de los pinos se dilataba,henchida de simpatía, y me ofrecía su amistad. Me dicuenta muy claramente de la presencia de algo relacio-nado conmigo hasta en los parajes y escenas quesolemos llamar salvajes y tristes, y también de que mipariente más próximo y el más humano no era unapersona, ni un habitante de la villa; y pensé que apartir de entonces ningún lugar me sería extraño. (...)Con frecuencia solían decirme: "Me atrevo a pensarque usted se siente solo por allí y que desea estar máscerca de la gente, especialmente en los días y nochesde lluvia y nieve." Suelo tener deseos de contestar aesas gentes: "Este planeta entero donde vivimos no esmás que un punto en el espacio. ¿A qué distanciacreen ustedes que viven los dos habitantes más lejanosde aquella estrella, el ancho de cuyo disco no puedeser apreciado por nuestros instrumentos? ¿Por quéhabría de sentirme solo? ¿No está nuestro planeta enla Vía Láctea?". No me parece que esa pregunta queme han formulado sea la más importante. ¿Qué clasede espacio es el que separa a un hombre de sus seme-

Walden, la vida en los bosques

– 46 –

jantes y le hace sentirse solitario? He descubierto queningún movimiento de las piernas puede aproximar ados mentes. ¿Cerca de qué queremos vivir nosotros,principalmente? Seguro que no ha de ser de muchoshombres, de la estación de tren, del depósito, la oficinade correos, el bar, la capilla, el edificio de la escuela,el almacén, los barrios residenciales o los del bajofondo, donde los hombres se congregan en su mayorparte, sino de la fuente perenne de nuestra vida, dondesegún nuestra experiencia hemos comprobado queemana aquella, como el sauce quiere estar cerca delagua y envía sus ramas en esa dirección. Este sitiovariará de acuerdo con las distintas naturalezas, pero allíel hombre sabio cavará su sótano. (...)Somos la materia de un experimento que no deja detener interés para mí. ¿Acaso no nos podemos arreglarpor un corto lapso sin la sociedad de nuestras chismo-grafías, teniendo a nuestros propios pensamientos paraque nos alegren? Confucio dice en verdad: "La virtudno queda como un huérfano abandonado; debe nece-sariamente tener vecinos."Con el pensamiento podemos estar junto a nosotrosmismos, en un sentido sano. Por un esfuerzo conscien-te de la mente, podemos estar separados de las accionesy de sus consecuencias; y todas las cosas, tanto lasbuenas como las malas, pasan por nosotros como untorrente. No estamos completamente involucrados enla Naturaleza. Puedo ser el madero arrastrado por lacorriente o Indra mirándolo desde el cielo. Puedo serafectado por una función de teatro, o, por el contrario,

Henry David Thoreau

– 47 –

puedo no ser afectado por un suceso real que pareceestar mucho más relacionado conmigo. Me conozcosólo como una entidad humana; como la escena, porasí decirlo, de mis pensamientos y afectos, y me hagocargo de una cierta duplicación, por la cual puedosituarme tan lejos de mí mismo como de cualquier otrapersona. A pesar de mi intensa experiencia, soy cons-ciente de la presencia y crítica de una parte mía, quees como si no fuera una parte de mí, sino un especta-dor que no comparte experiencia alguna, sino quetoma nota de todas; y eso no es más mi persona de loque lo eres tú. Cuando la comedia, quizá la tragedia,de la vida se ha acabado, el espectador sigue su camino.En lo que a él respecta fue una especie de ficción, tansólo un trabajo de la imaginación. Esta duplicidadpuede convertirnos fácilmente algunas veces en malosvecinos y amigos.Encuentro saludable el hallarme solo la mayor parte deltiempo. Estar en compañía, aunque sea la mejor, seconvierte pronto en fuente de cansancio y disipación.Me encanta estar solo. Nunca encontré una compañíatan compañera como la soledad. Casi siempre solemosestar más solos cuando estamos entre los hombres quecuando nos quedamos en nuestras habitaciones. Unhombre que piensa o trabaja está siempre solo, en-cuéntrese donde se encuentre. La soledad no se midepor las millas espaciales que separan a un hombre desus semejantes.Generalmente, la sociedad es demasiado barata. Nosencontramos a intervalos demasiado cortos, sin haber

Walden, la vida en los bosques

– 48 –

tenido tiempo de adquirir ningún valor nuevo el unopara el otro. Nos encontramos tres veces al día en lascomidas y nos damos unos a otros un nuevo bocadode ese queso rancio que somos. Hemos tenido queponernos de acuerdo sobre una cierta cantidad dereglas llamadas de etiqueta y cortesía para hacer tolera-ble esta frecuente reunión y que no necesitemos llegara una guerra declarada. Nos reunimos en el correo oen el mercado o junto al fuego todas las noches;vivimos muy apretados y cada uno se interpone en elcamino de los demás y tropezamos los unos con losotros; pienso que así perdemos algo de respeto mutuo.Ciertamente, una menor frecuencia bastaría para todaslas comunicaciones importantes y cordiales. Pensemosen las muchachas que trabajan en un taller: nunca estánsolas, difícilmente en sus ensueños. Sería mejor si nohubiera más que un habitante por milla cuadrada,como donde yo vivo. El valor de un hombre no estáen su piel, para que nosotros se la toquemos.He oído de un hombre perdido en los bosques ymuriendo de hambre y fatiga al pie de un árbol, cuyasoledad se aliviaba gracias a las grotescas visiones conlas que, debido a su debilidad corporal, lo rodeaba suenferma imaginación y que él creía reales. Tambiéndotados de salud y de todas nuestras fuerzas físicas ymentales podemos ser estimulados continuamente poruna sociedad semejante, pero más normal y natural, yllegar a saber que nunca estamos solos. (...)La indescriptible inocencia y beneficencia de la natura-leza del sol, del viento y la lluvia, del verano y el

Henry David Thoreau

– 49 –

invierno, ¡qué salud, qué alegría proporcionan siem-pre! Y tal simpatía tienen ellos siempre por nuestraraza, que toda la Naturaleza se dolería y disminuiría elbrillo del sol y los vientos suspirarían humanamente ylas nubes lloverían lágrimas y los bosques se despojaríande sus hojas y se pondrían de luto en medio del estío,si algún hombre se quejara alguna vez por una causajusta. ¿No tendré inteligencia con la Tierra? ¿Acaso nosoy en parte hojas y vegetal? ¿Cuál es la píldora quenos conservará serenos y contentos? No la de mibisabuelo ni la del tuyo, sino las vegetales y botánicasmedicinas universales de la Naturaleza, nuestra bisa-buela, con las cuales esta se ha conservado siemprejoven, ha sobrevivido en su día a tantos longevos yalimentado su salud con su marchita fertilidad. Enlugar de esas redomas de curanderos, con sus mixturasextraídas del río Aqueronte y del Mar Muerto, quesalen de sus largas carretas semejantes a goletas negrasque a veces nos parecen fabricadas para llevar frascos,mi panacea sería recibir una corriente de puro airematutino. ¡Aire de la mañana! Si los hombres no bebende él en el manantial del día, ¿por qué entonces debe-mos embotellar algo de ese aire y venderlo en loscomercios en beneficio de aquellos que han perdidosu billete de suscripción al tiempo matutino en estemundo? (...)Creo que amo la sociedad tanto como la mayoría delas personas y estoy suficientemente preparado paraprenderme, al igual que una sanguijuela, a cualquierhombre pletórico que halle en mi camino. Natural-

Walden, la vida en los bosques

– 50 –

mente, no soy un ermitaño, y podría aguantar sentadoal más duro parroquiano de un bar, si mis asuntos mellevaran allí.En mí casa tenía tres sillas: una para la soledad, dos parala amistad, tres para la sociedad. Cuando inesperada-mente venía un gran número de visitantes, sólo estabala tercera silla para todos ellos, pero por lo generaleconomizaban espacio quedándose de pie.Sorprende saber a cuántos grandes hombres y mujerespuede contener una pequeña casa. He tenido bajo mitecho, en forma simultánea, a veinticinco o treintaalmas juntas con sus cuerpos y, sin embargo, a menudonos hemos separado sin darnos cuenta de que habíamosestado cerca los unos de los otros. Muchas de nuestrascasas, tanto públicas como privadas, con sus habitacio-nes casi innumerables, sus enormes salas y sus sótanospara el almacenamiento de vinos y otras municionesde paz, me parecen extravagantemente grandes enrelación con sus habitantes. (...)A veces un poco harto de la sociedad y la conversaciónhumanas, y gastados ya todos mis amigos de la aldea,vagaba hacia el Oeste más allá de mi morada habitual,paseando por partes menos frecuentadas del municipio,por bosques frescos y praderas recientes, o mientras seocultaba el sol, hacía mi cena de grosellas y frambuesasen la colina de Fair Haven y amontonaba una reservapara varios días. Los frutos no entregan su verdaderafragancia ante quien los compra ni ante quien losrecoge para el mercado. Sólo hay un medio de conse-guir ese aroma, pero pocos emprenden esa vía. Si se

Henry David Thoreau

– 51 –

quiere conocer el sabor de las grosellas, hay que pre-guntárselo al resero o la perdiz. Es un vulgar errorsuponer que uno ha gustado unas grosellas que nuncarecogió por sí mismo.El paisaje de Walden es de escala humilde, y aunquemuy hermoso, no da sensación de grandeza ni puedeinteresar mucho a quien no lo ha frecuentado largotiempo o vivido en su ribera; pero esta laguna es tannotable por su profundidad y pureza que merece unadescripción especial. Es un pozo verde, claro y profun-do, de media milla de longitud, y de una milla y trescuartos de circunferencia, y de alrededor de sesenta ydos acres de superficie; un manantial perpetuo entrepinares y robledales, sin ninguna entrada o salida deotros elementos, exceptuando las nubes y la evapora-ción. Las colinas circundantes se levantan abruptamen-te del agua hasta cuarenta u ochenta pies. Esos oterosestán cubiertos de bosques en su totalidad. Todasnuestras aguas de Concord se reducen finalmente a doscolores: uno visto desde la distancia y el otro, máspreciso, desde cerca. El primero depende más de la luze imita al cielo. Con una atmósfera clara, durante elverano, esas aguas parecen azules a pequeña distancia,especialmente si se mueven, y a gran distancia todasparecen iguales. En tiempos tempestuosos, las aguasson a veces de color pizarra oscura.Las lagunas White y Walden son grandes cristales enla faz de la Tierra, Lagos de Luz. Si estuvieran siempreheladas y fueran lo bastante chicas para poder serempuñadas, serían probablemente transportadas por

Walden, la vida en los bosques

– 52 –

esclavos a fin de adornar, como piedras preciosas, lasfrentes de los emperadores; pero como son líquidas yextensas, y están sujetas por una eternidad a nosotrosy a nuestros herederos, no las apreciamos y corremos,en cambio, tras el diamante de Koinoor. Son demasia-do virginales para tener un valor en el mercado; nocontienen dinero alguno. ¡Cuánto más bellas son ellasque nuestras vidas, cuánto más transparentes quenuestros caracteres! ¡Jamás hemos aprendido de ellasbajeza alguna! ¡Cuánto más bellas que el lodazal situa-do ante la puerta del campesino, en el que nadan suspatos! Aquí llegan los patos salvajes. La Naturaleza notiene un habitante humano que la aprecie.Las aves, con sus melodías y su plumaje, armonizancon las flores; ¿pero qué muchacho, qué doncellaconcursa con la riquísima y salvaje belleza de la Natu-raleza? Las más de las veces esta florece solitaria, lejosde las ciudades en las que esos jóvenes residen. ¡Habladdel cielo, vosotros que deshonráis a la Tierra! (...)Cuando volvía al hogar a través del bosque con misarta de pescado, arrastrando mi caña y siendo ya deltodo oscuro, vi en una ojeada rápida una marmota quepasó furtivamente por mi sendero y sentí una emociónextraña de salvaje delicia, y tuve la fuerte tentación decapturarla y devorarla cruda; no porque yo tuvierahambre en aquel entonces, sino por aquel salvajismoque la marmota representaba. (...) Los sucesos másferoces habían llegado a serme sumamente familiares.Encontré entonces en mí —y aun ahora lo hallo— uninstinto que me llevaba hacia una vida más alta o

Henry David Thoreau

– 53 –

espiritual, según suele decirse, como lo tiene la mayo-ría de los hombres, y otro instinto que me llevabahacia un nivel primitivo y salvaje; y guardo respeto porambos. Reverencio lo salvaje tanto como lo bueno. Laaventura silvestre de la pesca me apetecía. A veces meplace ocupar un lugar firme en la vida y emplear midía como lo hacen los animales. Quizá mi muy estre-cha relación con la Naturaleza la deba yo a esa ocupa-ción y a la caza, que practiqué de muy joven. (...)Toda nuestra vida es de una moral sorprendente. Entrela virtud y el vicio jamás hay un instante de tregua. Laúnica inversión que nunca quiebra es la bondad. Loque nos conmueve en la música del arpa que vibra portodo el orbe es que insista en esto. El arpa es el agenteviajero de la Compañía de Seguros del Universo, querecomienda sus leyes, y no tenemos que pagar otraprima que nuestra pequeña bondad. Aunque, al fin, lajuventud crece indiferente, las leyes del orbe no sonindiferentes, sino que se encuentran siempre del ladode lo más sensible. Escuchen para los reproches a todoslos céfiros, porque seguramente contendrán alguno, yquien no lo oiga es infortunado. No podemos rasgaruna cuerda o golpear una tecla sin que nos traspase lamoral fascinante. Muchos ruidos cansadores, si uno sealeja de ellos un buen trecho, se oyen como música,lo que constituye una soberbia y dulce sátira de lamezquindad de nuestras vidas.Somos conscientes de que hay un animal en nosotroscuyo despertar está en razón directa al letargo de losuperior de nuestra naturaleza. Aquel es reptil y sen-

Walden, la vida en los bosques

– 54 –

sual, y quizá no lo podemos expulsar completamente;es como los gusanos que están instalados en nuestrocuerpo, aunque estemos vivos y sanos. Es posible quepodamos alejarnos de ese animal, pero jamás podremoscambiar su naturaleza. Temo que él mismo puedagozar de cierta salud que le es propia; temo que noso-tros podamos estar bien, pero no puros. Hace unosdías levanté del suelo el maxilar inferior de un puerco,provisto de colmillos blancos y robustos, lo que sugeríauna salud y una fuerza animales diferentes de las igualescalidades del espíritu. Ese animal triunfaba por méto-dos que no eran la templanza y la pureza. Decía Men-cio que los humanos diferimos de los brutos en algopoco estimado; el rebaño común lo pierde pronto; loshombres superiores lo conservan con cuidado. Sihubiéramos alcanzado la pureza, ¿quién sabe qué clasede vida habría resultado? Si yo conociera un hombretan sabio que pudiera enseñarme la pureza, iría abuscarle inmediatamente. El Veda declara que elgobierno de nuestras pasiones y de los sentidos exter-nos corporales, así como las buenas acciones, sonindispensables para el acercamiento de la mente a Dios.Pero el espíritu puede, con el tiempo, embeber ygobernar todos los miembros y funciones del cuerpoy convertir en pureza y devoción aquello que por laforma es la sensualidad más grosera.Todo hombre edifica, según un estilo puramentepropio, un templo que se llama su cuerpo para el Diosa quien adora, y no puede escaparse de ello poniéndo-se a martillear el mármol. Todos somos escultores y

Henry David Thoreau

– 55 –

pintores, y los materiales que empleamos son nuestrapropia carne, sangre y huesos. Cualquier noblezacomienza enseguida a refinar los rasgos del hombre,cualquier bajeza o sensualidad empieza a embrutecer-los. (...)Uno de los atractivos que me trajo a vivir en el bosqueera que iba a disponer de ocios y ocasiones para vervenir la primavera. Por fin, el hielo de la laguna co-mienza a alveolarse y mi tacón penetra en él cuandocamino. Nieblas, lluvias y soles más calientes vanfundiendo poco a poco la nieve; los días se han hechosensiblemente más largos; y veo que llegaré al fin delinvierno sin añadir más a mi montón de leña, pues yano son necesarios los fuegos abundantes. Estoy alertapara los primeros signos primaverales, para oír la notacasual de algún ave que llega o el chirrido de la ardillaestriada, pues su almacén debe de estar ya casi vacío,o para ver a la marmota que se aventura fuera de suscuarteles invernales. (...)Me pareció así que el declive de esta colina ilustrabael principio de todos los actos de la Naturaleza. ElHacedor de esta tierra no patentó sino una hoja deárbol. ¿Habrá un Champollion que nos descifre estejeroglífico de manera que por fin podamos empezar aver una hoja nueva? Para mí este fenómeno es másestimulante que la lozanía y fertilidad de las viñas. Escierto que en su carácter hay algo de excrementicio yque no tienen fin los montones de hígados, pulmonese intestinos, como si el orbe presentara hacia fuera ellado equivocado; pero esto indica, por lo menos, que

Walden, la vida en los bosques

– 56 –

la Naturaleza tiene entrañas y así, de nuevo, que esmadre de la humanidad. Esto es la escarcha que seretira del suelo; esta es la primavera. Precede a laprimavera verde y floreciente, de igual manera que lamitología se anticipa a la poesía. Nada conozco quelimpie mejor los flatos e indigestiones del invierno.Ello me convence de que la Tierra aún se encuentraen pañales y que extiende a todas partes sus dedosinfantiles. De las sienes más valientes nacen rizosnuevos. Nada inorgánico existe. Esos montones foliá-ceos que se hallan a lo largo del talud, como las esco-rias de un horno, muestran que la Naturaleza se hallainteriormente en pleno ejercicio. La Tierra no esmeramente un fragmento de historia muerta, colocadaestrato sobre estrato como las hojas de un libro, paraque la estudien sobre todo geólogos y anticuarios, sinoque es poesía viviente al igual que las hojas de unárbol, que preceden a las flores y a los frutos; no es unaTierra fósil, sino una Tierra viva; toda vida animal yvegetal, comparada con la gran vida central de laTierra, es meramente parasitaria. Sus angustias levanta-rán a nuestros restos de sus tumbas. Puede alguienfundir sus metales y verterlos en los más hermososmoldes: nunca me excitarán tanto como las formas enque se vuelca esta Tierra derretida. Y no sólo la Tierra,sino también las instituciones que sobre ella asientan,son tan plásticas como el barro arcilloso en manos delceramista.En la proximidad de la primavera, las ardillas coloradasllegaban desde abajo de mi casa, por parejas, directa-

Henry David Thoreau

– 57 –

mente hasta mis pies, mientras yo estaba sentadoleyendo o escribiendo, y lanzaban los sonidos másextraños que jamás he oído: cloqueos y gorjeos ygorgoteos y piruetas vocales; y cuando yo pateaba, ellastrinaban aún más alto, como desafiando a la humani-dad para que las detuviese, como si hubieran perdidotodo temor y respeto en su loca jarana... Eran comple-tamente sordas a mis argumentos o no lograban darsecuenta de su fuerza y caían en una irresistible melodíade invectivas.¡El primer gorrión de la primavera! ¡El año comienzacon una esperanza más joven que la que nunca hubo!Los débiles trinos plateados que se oyen en los camposhúmedos y parcialmente desnudos procedentes delazulejo, del gorrión cantor y del malvís, parecía comosi los últimos copos del invierno tintinearan al caer.¿Qué son en un tiempo como este las historias ycronologías, las tradiciones y todas las revelacionesescritas? Los arroyos cantan villancicos y gozos a laprimavera. El gavilán, volando cerca de la pradera,busca ya la primera vida que despierta en el légamo. Elsonido de la caída de la nieve en fusión se oye en todaslas cañadas y el hielo se disuelve deprisa en las lagunas.El pasto flamea sobre las laderas como un fuego vernal,corno si la tierra mandara fuera un calor interno quesaludara al sol que vuelve; el color de esa llama no esamarillo, sino verde: el símbolo de la perpetua juven-tud, la brizna de hierba, semejante a una cinta verde,se extiende desde el césped hasta el verano, interrum-pida sin embargo por la escarcha, pero brotando de

Walden, la vida en los bosques

– 58 –

nuevo enseguida, levantando su lanza del heno delpasado año con la fresca vida de abajo. Crece tanfirmemente como la fuente mana del suelo.Es casi idéntico al manantial, pues en los días estivalesen que tanto se desarrollan, cuando los ramblizos estánsecos, las briznas de hierba son sus canales, y año trasaño los rebaños beben de esta perenne y verde co-rriente y el segador extrae de ella sus víveres de invier-no cuando están en sazón. Así, nuestra vida humanano muere sino que se hunde, hasta sus raíces, y brotade nuevo su verde brizna hacia la eternidad.La vida de nuestra aldea se estancaría de no ser por losbosques y prados sin explorar que la circundan. Nece-sitamos el tónico de la rusticidad, a veces caminar pormarjales donde acechan el alcaraván y la sora y oír elzumbido de la agachadiza, oír el susurro de la enea enla que solamente labra su nido algún ave más salvaje ysolitaria y el visón se arrastra con su abdomen muycercano a la tierra. A la par que estamos empeñados enexplorar y aprender todas las cosas, requerimos quetodas ellas sean misteriosas e inexplorables, que la tierray el mar sean infinitamente salvajes, no inspeccionadosni sondeados por nosotros, por ser insondables. Jamásnos hartamos de la Naturaleza. Debemos refrescarnoscon la visión de ese vigor inagotable, de caracteresvastos y titánicos, la costa marítima con sus desechosde naufragios, las selvas con sus árboles tanto vivoscomo yertos, la nube del trueno y el diluvio que duratres semanas y origina inundaciones. Necesitamos verque nuestros propios límites han sido sobrepasados y

Henry David Thoreau

– 59 –

alguna criatura viviente paciendo con libertad dondejamás apacentaríamos nosotros.Nos agrada ver el buitre alimentándose de la carroñaque nos molesta y desazona, y obteniendo salud yvigor de tal comida. En el sendero que a mi casa sedirigía, se encontraba un jamelgo muerto que a vecesme obligaba a salir de mi camino (sobre todo denoche, cuando el aire se ponía pesado), pero ello fuecompensado por la seguridad que me proporcionó delvoraz apetito y la inviolable salud de la Naturaleza. Megusta ver que la Naturaleza esté tan plena de vidacomo para permitirse que miles de criaturas seansacrificadas y sufrir que se devoren las unas a las otras;que tiernas organizaciones puedan ser tranquilamenteeliminadas de la existencia, aplastadas como pulpa,como los renacuajos son zampados por las garzas, o lastortugas y sapos reventados en el camino. ¡Y que aveces ello haya hecho llover carne y sangre!Con la exposición a los accidentes, debemos ver cuánligera cuenta se lleva por ellos. La impresión que todoeso produce a un sabio es que existe una inocenciauniversal. A fin de cuentas el veneno no es venenoso,ni las heridas son fatales. La compasión es un terrenomuy difícil de sostener. Debe ser expeditiva y susalegatos no toleran volverse estereotipados.A principios de mayo, los robles, nogales americanos,arces y otros árboles que estaban brotando entre laspinedas que rodean a la laguna proporcionaban alpaisaje un brillo semejante al del sol, especialmente enlos días nublados, como si el sol estuviera quebrando

Walden, la vida en los bosques

– 60 –

las brumas y brillando suavemente en las laderas aquíy allá. Y así las estaciones van rodando hacia el estíocomo si uno paseara entre hierbales cada vez más altos.(...)Abandoné el bosque por una razón tan potente comoaquella que me llevó a él. Me pareció que quizá teníaya varias vidas más que cumplir y que no podía dedicarmás tiempo a esa clase de vida. Es notable cuán fácil einsensiblemente reincidimos en un camino particulary lo convertimos en un sendero trillado. Aún no habíavivido yo allá una semana y mis pies ya habían marca-do una senda entre la puerta de la casa y la orilla de lalaguna; y aunque ya hacia cinco o seis años que no larecorría, todavía se la distinguía perfectamente bien.Sospecho que otros la habrán usado también y contri-buido así a mantenerla abierta. La superficie de la tierraes blanda y en ella se imprimen las pisadas humanas; ylo mismo sucede con los caminitos que recorre lamente. ¡Cuán estropeadas y polvorientas deben deestar, pues, las grandes carreteras del mundo y cuánprofundas las huellas que dejan en ellas la tradición yel conformismo! No quiero tomar pasaje de camarote,sino más bien ir delante del mástil, sobre la cubierta delmundo, porque desde allí podré divisar mejor la luzlunar entre las montañas. Ya no deseo viajar abajo.Con mi experimento aprendí al menos que si unoavanza confiado en la dirección de sus ensueños yacomete la vida que se ha imaginado para sí, hallará unéxito inesperado en sus horas comunes. Dejará atrásalgunas cosas, cruzará una invisible frontera; unas leves

Henry David Thoreau

– 61 –

nuevas, universales y más liberales, principiarán a regirpor sí mismas dentro y alrededor de él; o las viejasleyes se expandirán y serán interpretadas en beneficiosuyo en un sentido más generoso, y vivirá con elpermiso de seres pertenecientes a un orden más eleva-do. En la proporción en que haga más sencilla su vida,le parecerán menos complicadas las leyes del universoy la soledad no será soledad, ni la pobreza será pobreza,ni la debilidad será debilidad. Si uno ha construidocastillos en el aire, su tarea no se perderá; porque ahíestán bien edificados. Que tan sólo ponga ahora loscimientos bajo esos castillos. (...)¿Por qué hemos de tener una prisa tan grande entriunfar, y en empresas tan desesperadas? Si un hombreno marcha a igual paso que sus compañeros, puede queeso se deba a que escuche un tambor diferente. Quecamine al ritmo de la música que oye, aunque sea lentay remota. No importa que madure con la rapidez delmanzano o del roble. ¿Cambiará él su primavera enestío? Si todavía no existe la coyuntura de las cosaspara las que fuimos creados, ¿con qué realidad lasreemplazaríamos? No debemos encallar en una realidadhueca. ¿Construiremos con trabajo un cielo de vidrioazul sobre nosotros, para que cuando esté hecho nosafanemos en contemplar, más lejos y arriba, el verda-dero cielo etéreo, como si no existiera el anterior?Por menguada que sea tu vida, enfréntala y vívela; nola esquives, ni le apliques rudos apelativos. Ella no estan mala como tú. Parecerá más pobre cuanto más ricoseas tú. Aun en el paraíso hallará faltas el crítico. Ama

Walden, la vida en los bosques

– 62 –

tu vida por pobre que sea. Puedes tener horas agrada-bles, emocionantes y gloriosas hasta en un asilo. El solponiente se refleja en las ventanas de un hospicio conigual brillo que en la mansión del hombre opulento;en la primavera, la nieve se funde ante su puerta tanpronto como en otras partes. Un alma reposada puedevivir ahí tan contenta y tener pensamientos tan alegrescomo en un palacio. Con frecuencia me parece que lospobres de la villa viven una vida más independienteque cualquier otra persona. Quizá son sencillamentelo bastante grandes para recibir sin desconfianza.Cultiva la pobreza como una hierba de jardín, comola salvia.No te intereses mucho en conseguir cosas nuevas, yasean vestidos o amigos. Da vuelta los viejos vestidos;vuelve a los viejos amigos. Las cosas no varían, noso-tros sí. Vende tus ropas y conserva tus pensamientos.Dios verá que no te haga falta la sociedad. Si yo estu-viera confinado en el rincón de una buhardilla de porvida, igual que una araña, el mundo sería para míexactamente tan grande como antes, mientras mantu-viera mis pensamientos conmigo. Dijo el filósofo: Sepuede capturar al general de un ejército de tres divisio-nes y desbandarlo, pero no se le pueden quitar suspensamientos ni siquiera al hombre más abyecto yvulgar. No busques tan ansiosamente desarrollarte, nisometerte a muchos influjos; todo eso es disipación. Lahumildad, como la oscuridad, revela las luces del cielo.Las sombras de la pobreza y de la miseria se acumulana nuestro alrededor y ¡qué maravilla!, la creación se

Henry David Thoreau

– 63 –

ensancha ante nuestros ojos. Recordemos a menudoque si se nos confiriera la riqueza de Creso, nuestrosobjetivos deberían ser los mismos, y nuestros mediosidénticos en esencia. Si además, la pobreza restringe tuactuación, si, por ejemplo, no puedes comprar librosni periódicos, te limitarás a las experiencias de mayorsignificación y más vitales; ello te obligará a ocupartedel material que rinde más azúcar y más almidón. Lavida más dulce es la que está más próxima a los huesos.No podrás ser una persona frívola. Nada pierde elhombre en un nivel inferior por su grandeza en unnivel superior. Con riqueza superflua no se puedecomprar sino cosas superfluas. No hace falta dineropara cosa alguna necesaria para el alma. (...)Antes que el amor, el dinero y la reputación, denmela verdad. Me senté a una mesa en la que había sabro-sos manjares y vino abundante y cuidadosa atención,pero donde faltaban la sinceridad y la verdad; y meescapé con hambre de aquel ágape poco hospitalario.La hospitalidad era tan glacial como el hielo. Mepareció que no hacía falta allí hielo alguno para conge-lar a los comensales. Me hablaron de lo añejo del vinoy de la fama de la bodega; pero pensé en un vino másviejo y más nuevo, más puro, y en una cosecha másgloriosa, que ellos no habían conseguido ni podíanadquirir. Para mí, nada valen la clase, la casa, el jardíny la diversión. Fui a visitar al rey, pero hizo que loesperara en el salón y se condujo como un hombreincapaz de hospitalidad alguna. En mi aldea había unhombre que vivía en el hueco de un árbol. Sus moda-

Walden, la vida en los bosques

– 64 –

les eran verdaderamente regios. Mejor hubiera hechoyo en haber ido a visitarlo a él. ¿Hasta cuándo nossentaremos en nuestros portales, practicando vanas yrancias virtudes que cualquier trabajo convertiría enimpertinentes? (...)¡Qué jóvenes somos como filósofos y experimentado-res! No existe uno solo entre mis lectores que hayavivido ya una completa vida humana. Puede que nosean estos sino los meses de primavera en la vida de laraza. No conocemos sino una pequeña cortecilla delglobo en que vivimos. La mayoría de las personas nohan ahondado seis pies por debajo de su superficie nibrincado otros tantos hacia arriba. No sabemos dóndenos encontramos. Además, permanecemos dormidoscompletamente más de la mitad de nuestro tiempo. Sinembargo, nos consideramos sabios y tenemos, sobre lasuperficie, un orden establecido. ¡Es verdad, somospensadores profundos, espíritus ambiciosos! Cuandome planto cerca del insecto que se arrastra en mediode los piñones, en el suelo del pinar, tratando deesconderse a mi mirada, y me pregunto por qué elinsecto acariciaría esos humildes pensamientos yocultaría su cabeza de mi presencia cuando quizápodría ser yo su benefactor y proporcionar algunainformación consoladora a su raza, me acuerdo delGran Bienhechor y de la Inteligencia que me observaa mí, el insecto humano.Hay un flujo incesante de innovación en el mundo,pero toleramos una opacidad increíble. Bastará conque mencione la clase de sermones que aún se escu-

Henry David Thoreau

– 65 –

chan en los países más ilustrados. Existen palabrascomo alegría y tristeza, pero sólo son el estribillo de unsalmo cantado con tonillo nasal, mientras seguimoscreyendo en lo ordinario y lo mezquino. Creemos queno podemos cambiar sino de indumentaria. (...)En nosotros la vida es como el agua de un río. Esteaño puede haber una crecida como jamás haya conoci-do el hombre, e inundar las abrasadas tierras altas;puede ser el año memorable en que todas nuestrasrazas almizcleras perezcan ahogadas. Donde habitamosno siempre fue terreno seco. Veo muy tierra adentrolas orillas que antiguamente lavaba la corriente, antesde que la ciencia comenzara a registrar sus crecidas.Todo el mundo ha oído el cuento que ha circuladopor Nueva Inglaterra, de un escarabajo fuerte y belloque salió de la seca tabla de una vieja mesa de manzanoque había estado en la cocina de una granja durantesesenta años, primero en Connecticut y luego enMassachusetts; procedía de un huevo depositado en elmanzano cuando este vivía, muchos años antes, comose comprobó al contar las capas anuales de la maderaque rodeaba al huevo. Se lo sintió roer hacia afueradurante varias semanas, incubado probablemente porel calor de un samovar. ¿Quién, oyendo esto, no sientefortalecida su fe en la resurrección y en la inmortali-dad? Quizás alguna bella vida alada asome inesperada-mente en medio del mueble más trivial, manoseadopor unos y otros en la sociedad, para disfrutar, al fin,de su perfecta vida estival; su huevo habría sido ente-rrado durante siglos bajo muchas capas concéntricas de

Walden, la vida en los bosques

– 66 –

madera, en la seca y muerta vida de la sociedad, depo-sitado en primer lugar en el alburno del árbol vivo yverde, que se convertiría poco a poco en algo seme-jante a una tumba bien curada; quizá la asombradafamilia del hombre, cuando se sentaba en derredor dela alegre mesa, le haya oído abrirse paso hacia afuera,royendo durante años.La luz que enceguece nuestros ojos es oscuridad paranosotros. Sólo alborea el día para el cual estamosdespiertos. Hay aún muchos días por amanecer. El solno es sino una estrella de la mañana.

DESOBEDIENCIA CIVIL

– 69 –

Creo de todo corazón en el lema "El mejorgobierno es el que tiene que gobernar menos", y megustaría verlo hacerse efectivo más rápida y sistemática-mente. Bien llevado, finalmente resulta en algo en loque también creo: "El mejor gobierno es el que notiene que gobernar en absoluto". Y cuando los pueblosestén preparados para ello, ése será el tipo de gobiernoque tengan. En el mejor de los casos, el gobierno noes más que una conveniencia, pero en su mayoría losgobiernos son inconvenientes y todos han resultadoserlo en algún momento. Las objeciones que se hanhecho a la existencia de un ejército permanente, queson varias y de peso, y que merecen mantenerse,pueden también por fin esgrimirse en contra delgobierno. El ejército permanente es sólo el brazo delgobierno establecido. El gobierno en sí, que es única-mente el modo escogido por el pueblo para ejecutarsu voluntad, está igualmente sujeto al abuso y lacorrupción antes de que el pueblo pueda actuar através suyo. Somos testigos de la actual guerra conMéjico, obra de unos pocos individuos comparativa-mente, que utilizan como herramienta al gobiernoactual; en principio, el pueblo no habría aprobado esta

Desobediencia civil

– 70 –

medida. El gobierno de los Estados Unidos ¿qué essino una tradición, bien reciente por cierto, que luchapor proyectarse intacta hacia la posteridad, pero per-diendo a cada instante algo de su integridad? No tienela vitalidad y fuerza de un solo hombre: porque unsolo hombre puede doblegarlo a su antojo. Es unaespecie de fusil de madera para el mismo pueblo, perono es por ello menos necesario para ese pueblo, queigualmente requiere de algún aparato complicado quesatisfaga su propia idea de gobierno. Los gobiernosdemuestran, entonces, cuán exitoso es imponérsele alos hombres y aún, hacerse ellos mismos sus propiasimposiciones para su beneficio. Es excelente, tenemosque aceptarlo. Sin embargo, este gobierno nuncaadelantó una empresa, excepto por la algarabía con laque sacó el cuerpo. No mantiene al país libre. No dejaal Oeste establecido. No educa. El carácter inherenteal pueblo americano es el responsable de todo lo quese ha logrado, y hubiera hecho mucho más si el go-bierno no le hubiera puesto zancadilla, como haocurrido tantas veces. Porque el gobierno es unaestratagema por la cual los hombres intentan dejarse enpaz los unos a los otros y llega al máximo de conve-niencia cuando los gobernados son dejados en paz. Si el mercado y el comercio no estuvieran hechos decaucho, jamás lograrían salvar los obstáculos que loslegisladores les atraviesan en forma sistemática. Y siuno fuera a juzgar a esos señores sólo por el efecto desus acciones, y no en parte por sus intenciones, mere-

Henry David Thoreau

– 71 –

cerían ser castigados como a los malhechores queatraviesan troncos sobre los rieles del ferrocarril. Pero, para hablar en forma práctica y como ciudadano,a diferencia de aquellos que se llaman "antigobiernis-tas", yo pido, no como "antigobiernista" sino comociudadano, y de inmediato, un mejor gobierno. Per-mítasele a cada individuo dar a conocer el tipo degobierno que lo impulsaría a respetarlo y eso ya seríaun paso ganado para obtener ese respeto. Después detodo, la razón práctica por la cual, una vez que elpoder está en manos del pueblo, se le permite a unamayoría, y por un período largo de tiempo, regir, noes porque esa mayoría esté tal vez en lo correcto, niporque le parezca justo a la minoría, sino porquefísicamente son los más fuertes. Pero un gobierno enel que la mayoría rige en todos los casos no se puedebasar en la justicia, aún en cuanto ésta es entendida porlos hombres. ¿No puede haber un gobierno en el quelas mayorías no decidan de manera virtual lo correctoy lo incorrecto –sino a conciencia?,¿en el que lasmayorías decidan sólo los problemas para los cuales laregulación de la conveniencia sea aplicable? ¿Tiene elciudadano en algún momento, o en últimas, queentregarle su conciencia al legislador? ¿Para qué enton-ces la conciencia individual? Creo que antes quesúbditos tenemos que ser hombres. No es deseablecultivar respeto por la ley más de por lo que es correc-to. La única obligación a la que tengo derecho deasumir es a la de hacer siempre lo que creo correcto.Se dice muchas veces, y es cierto, que una corporación

Desobediencia civil

– 72 –

no tiene conciencia; pero una corporación de personasconscientes es una corporación con conciencia. La leynunca hizo al hombre un ápice más justo, y a causa delrespeto por ella, aún el hombre bien dispuesto seconvierte a diario en el agente de la injusticia. Resulta-do corriente y natural de un indebido respeto por laley es el ver filas de soldados, coronel, capitán, sargen-to, polvoreros, etc., marchando en formación admira-ble sobre colinas y cañadas rumbo a la guerra, contrasu voluntad, contra su sentido común y sus concien-cias, lo que hace la marcha más ardua y produce unpálpito en el corazón. No les cabe duda de que la tareapor cumplir es infame; todos están inclinados hacia lapaz. Pero, ¿qué son? ¿Son hombres acaso? ¿O peque-ños fuertes y polvorines al servicio de algún inescrupu-loso que detenta el poder? Visiten un patio de laArmada y observen un marino, el hombre que elgobierno americano puede hacer, o mejor en lo quelo puede convertir con sus artes nigrománticas –unamera sombra y reminiscencia de humanidad, undesarraigado puesto de lado y firmes, y, se diría, ente-rrado ya bajo las armas con acompañamiento fúnebre...aunque puede ser que

"No se oyó ni un tambor,

ni la salva de adiós escuchamos,

cuando el cuerpo del héroe y su honor

en la tumba en silencio enterramos".

Henry David Thoreau

– 73 –

La masa de hombres sirve pues al Estado, no comohombres sino como máquinas, con sus cuerpos. Sonel ejército erguido, la milicia, los carceleros, los algua-ciles, posse comitatus, etc. En la mayoría de los casosno hay ningún ejercicio libre en su juicio o en susentido moral; ellos mismos se ponen a voluntad alnivel de la madera, la tierra, las piedras; y los hombresde madera pueden tal vez ser diseñados para que sirvanbien a un propósito. Tales hombres no merecen másrespeto que el hombre de paja o un bulto de tierra.Valen lo mismo que los caballos y los perros. Aunqueaún en esta condición, por lo general son estimadoscomo buenos ciudadanos. Otros –como la mayoría delos legisladores, los políticos, abogados, clérigos yoficinistas– sirven al Estado con la cabeza, y como raravez hacen distinciones morales, están dispuestos, sinproponérselo, a ponerle una vela a Dios y otra alDiablo. Unos pocos, como héroes, patriotas, mártires,reformadores en el gran sentido, y hombres– sirven alEstado a conciencia, y en general le oponen resisten-cia. Casi siempre son tratados como enemigos. Elhombre sabio será útil sólo como hombre, y no acep-tará ser "arcilla" o "abrir un hueco para escapar delviento", sino que dejará ese oficio a sus cenizas.

"Soy nacido muy alto para ser convertido en propiedad,

para ser segundo en el control

o útil servidor e instrumento

de ningún Estado soberano del mundo".

Desobediencia civil

– 74 –

El que se entrega por completo a sus congéneres lesparece a ellos inútil y egoísta; pero aquel que se lesentrega parcialmente es considerado benefactor yfilántropo. ¿Cómo le conviene a una persona comportarse frenteal gobierno americano de hoy? Le respondo que nopuede, sin caer en desgracia, ser asociado con éste. Yono puedo, ni por un instante, reconocer una organiza-ción política que como gobierno mío es tambiéngobierno de los esclavos. Todos los hombres recono-cen el derecho a la revolución; es decir, el derecho anegarse a la obediencia y poner resistencia al gobiernocuando éste es tirano o su ineficiencia es mayor einsoportable. Pero muchos dicen que ese no es el casoahora. Pero era el caso, creo, en la Revolución de1775. Si alguien viene a decirme que aquel era un malgobierno porque gravaba ciertas mercancías extranjerasque llegaban a sus puertos, seguramente no haría yomucho caso del asunto, puesto que me basto sin ellas.Toda máquina produce una fricción, y ésta probable-mente no es suficiente para contrarrestar el mal. Entodo caso, es un gran mal hacer gran bulla al respecto.Pero cuando la fricción se apodera de la máquina y laopresión y el robo se organizan, les digo, no manten-gamos tal máquina por más tiempo. En otras palabras,cuando una sexta parte de la población de una naciónque ha tomado como propio ser el refugio de lalibertad está esclavizada, y todo un país está injusta-mente subyugado y conquistado por un ejércitoextranjero y sujeto a la ley militar, no creo que sea

Henry David Thoreau

– 75 –

demasiado pronto para que los honestos se rebelen yhagan revolución. Lo que hace más urgente estaobligación es que el país así dominado no es el nuestroy lo único que nos queda es el ejército invasor. Paley, conocida autoridad con muchos otros en asun-tos morales, en su capítulo sobre "Obligación a laobediencia al Gobierno Civil", resuelve toda obliga-ción moral a la conveniencia y continúa diciendo que"en cuanto el interés de toda la sociedad lo requiera,es decir, en cuanto al gobierno establecido no se puedaoponer resistencia o cambiar sin inconveniencia públi-ca, es la voluntad de Dios... que el gobierno estableci-do sea obedecido... y no más. Al admitir este princi-pio, la justicia de cada caso específico de resistencia sereduce al computo de la cantidad de peligro y afrenta,por un lado, y a la probabilidad y costo de remediarlo,por el otro". De esto, dice, cada persona juzgará porsí misma. Pero parece que Paley nunca contemplóaquellos casos en los que la ley de conveniencia no esaplicable, en los que un pueblo, tanto como un indivi-duo, debe ejercer justicia, cueste lo que cueste. Siinjustamente le he arrebatado una tabla a un hombreque se está ahogando, debo devolvérsela aunque yo meahogue. Esto, según Paley, no sería conveniente. Peroaquel que salve su vida en tal forma, la perderá. Estepueblo tiene que dejar de tener esclavos y de hacerlela guerra a Méjico, aunque le cueste su propia existen-cia como pueblo.

Desobediencia civil

– 76 –

¿En sus prácticas, las naciones están de acuerdo conPaley, pero cree alguien que Massachusetts está hacien-do lo correcto en la crisis actual?

"Una puta por Estado, recamado de plata,

que le lleven la cola, pero que deja la huella de su alma en

la mugre".

En la práctica, quienes se oponen a una reforma enMassachusetts no son cien políticos del Sur, sino cienmil comerciantes y granjeros del Norte, quienes estánmás interesados en el comercio y la agricultura que enla humanidad, y no están preparados para hacer justiciaa los esclavos y a Méjico, cueste lo que cueste. Yo nolucho con adversarios lejanos, sino en contra de quie-nes, aquí mismo en casa, cooperan y licitan por los queestán lejos, y sin los cuales estos últimos serían inofen-sivos. Estamos acostumbrados a decir que las masas noestán preparadas; pero las mejoras son lentas, porquelos pocos no son ni materialmente más sabios ni mejo-res que los muchos. No es tan importante que muchossean tan buenos como usted, como que haya algunabondad absoluta en alguna parte, porque ella será lalevadura para todo el conjunto. Hay miles de personasque se oponen a la esclavitud y la guerra, pero sinembargo no hacen nada para terminarlas; hay quienes,considerándose hijos de Washington y Franklin, se

sientan con las manos en los bolsillos, y dicen que nosaben qué hacer, y no hacen nada; hay quienes antepo-nen el asunto del libre comercio al de la libertad y leen

Henry David Thoreau

– 77 –

muy calmados las cotizaciones junto con los últimosinformes sobre Méjico, después de la cena, y hasta sequedan dormidos sobre ellos. ¿Cuál es la cotizaciónpara un hombre honesto y patriota hoy? Ellos se lopreguntan, tienen remordimientos y hasta redactan unmemorial, pero no hacen nada con convicción yefecto. Esperan, muy bien dispuestos, a que otros lepongan remedio al mal, para que ya no les remuerda.Cuando mucho, depositan un voto barato, con undébil patrocinio y deseo de feliz viaje a lo correcto, encuanto a ellos respecta. Hay novecientos noventa ynueve patronos de la virtud por un hombre virtuoso.Pero es más fácil negociar con el dueño real de algunacosa que con su guardián temporal. Toda votación esun tipo de juego como las damas o el backgammon,con un ligero tinte moral, un jueguito entre lo correc-to y lo incorrecto con preguntas morales, acompañado,naturalmente, de apuestas. El carácter de los votantesno entra en juego. Deposito mi voto, por si acaso,pues lo creo correcto, pero no estoy comprometido enforma vital con que esa corrección prevalezca. Se lodejo a la mayoría. La obligación de mi voto, por lotanto, nunca excede la conveniencia. Aún votar porlo correcto no es hacer nada por ello. Es simplementeexpresar bien débilmente ante los demás un deseo deque eso (lo correcto) prevalezca. El hombre sabio nodeja el bien a la merced del chance, ni desea queprevalezca por el poder de la mayoría. Hay poca virtuden la acción de las masas. Cuando la mayoría finalmen-te vote por la abolición de la esclavitud, será porque

Desobediencia civil

– 78 –

ya es indiferente a ella, o por que queda poca esclavi-tud para ser abolida con su voto. Entonces ellos mis-mos serán los únicos esclavos. Sólo acelera con su votola abolición de la esclavitud quien afirma por medio deél su propia libertad. Me entero de una convención a reunirse en Baltimore,o en alguna otra parte, para escoger un candidato a laPresidencia, convención formada principalmente poreditores y políticos de profesión; pero me pregunto,¿qué representa para una persona independiente,inteligente y respetable la decisión que allí se tome?¿No tenemos, sin embargo, la ventaja de la sabiduríay la honestidad? ¿No contamos con algunos votosindependientes? ¿No hay muchas personas en este paísque no asisten a convenciones? Pero no: encuentroque el llamado hombre respetable ha sido arrastrado desu posición, y se desespera de su país, cuando su paístiene más razones para desesperarse de él. En el acto,adopta a uno de los candidatos seleccionados, como elúnico disponible, probando que él mismo está disponi-ble para cualquier propósito del demagogo. Su voto notiene más valor que el de cualquier extranjero sinprincipios o nacional a sueldo, que haya sido compra-do. ¡Loa al hombre que es hombre!, o, como dice unvecino "es hueso difícil de roer". Nuestras estadísticasestán erradas: la población es presentada exagerada-mente grande. ¿Cuántos habitantes hay por millacuadrada en este país? Escasamente uno. ¿Es que losEstados Unidos no ofrecen aliciente para que las gentesse establezcan aquí? El norteamericano ha degenerado

Henry David Thoreau

– 79 –

en el Tipo Simpático –conocido por el desarrollo desu órgano de sociabilidad, por la falta manifiesta deintelecto y por una seguridad desenfadada, cuya prime-ra y más importante preocupación al llegar a estemundo, es ver que los hospicios estén en buenascondiciones, y antes de que haya estrenado su atuendoviril, empieza a recolectar fondos para sostener a lasviudas y huérfanos que puedan aparecer, y quien, enúltimas, se aventura a vivir solo de la ayuda de laMutual de Seguros, que le ha prometido enterrarlodecentemente. De hecho, no es obligación de un individuo dedicarsea la erradicación del mal, aún del más enorme; bienpuede tener otras inquietudes que lo ocupen. Pero essu obligación al menos lavarse las manos de ese mal, ysi no le dedica mayor pensamiento, tampoco debedarle su apoyo en la práctica. Si yo me dedico a otrasempresas y contemplaciones, debo ante todo ver queno las emprenda montado sobre los hombros de otro.Debo desmontarme primero para que él pueda adelan-tar sus contemplaciones también. Vean qué graninconsistencia se tolera. Les he oído decir a algunos demis paisanos: "Me gustaría que me ordenaran ir aayudar a extinguir una insurrección de esclavos o amarchar a Méjico, ya vería si voy". Y, sin embargo,cada uno de ellos ha contribuido, directamente con suobediencia, e indirectamente con su dinero, suminis-trando un sustituto. El soldado que rehúsa servir enuna guerra injusta es aplaudido por aquellos que norehúsan sostener al gobierno injusto que hace la gue-

Desobediencia civil

– 80 –

rra; es aplaudido por aquellos cuyos actos y autoridadese gobierno no tiene en cuenta ni valora en nada.Como si el Estado estuviera tan arrepentido quecontratara a uno para que lo azotara mientras peca,pero no para dejar de pecar. Así, bajo el rótulo delOrden y Gobierno Civil se nos hace a todos rendirhomenaje y sostener nuestra propia maldad. Despuésdel primer sonrojo de pecado se pasa a la indiferenciay de lo inmoral se llega a lo amoral, lo que resultanecesario para esa vida que nos hemos forjado. El errormás amplio y permanente necesita de la más desintere-sada virtud para sostenerse. Los nobles son quienes máscomúnmente incurren en el ligero reproche que se lehace a la virtud del patriotismo. Aquellos, quienes a lavez que desaprueban el carácter y las medidas de ungobierno, le entregan su respaldo, son sin duda sus másconscientes soportes y con frecuencia el obstáculo másserio a la reforma. Algunos le están pidiendo al Estado disolver la Uniónpara desconocer las solicitudes del Presidente. ¿Por quéno la disuelven ellos mismos –la unión entre ellos y elEstado– y se niegan a pagar su cuota al Tesoro? ¿Noestán ellos en la misma relación con el Estado que éstecon la Unión? ¿Y no son las mismas razones que hanimpedido al Estado oponerse a la Unión las que lesimpiden a ellos oponerse al Estado? ¿Cómo puede unapersona estar satisfecha con sólo mantener una opinióny al mismo tiempo disfrutarlo? ¿Hay alguna satisfacciónen ello, si su opinión es la de que está siendo agravia-do? Si a usted lo engañan así sea en un solo dólar,

Henry David Thoreau

– 81 –

usted no queda satisfecho con saber que lo engañaron,con decirlo, ni aún con pedir que se le restituya lo quele pertenece; sino que usted se empeña de maneraefectiva en recuperar la suma completa y en ver queno se le vuelva a engañar jamás. La acción por princi-pio, la percepción y el desarrollo de lo correcto,cambian las cosas y las relaciones; es algo esencialmenterevolucionario y no concuerda con nada de lo que fue.No solo dividió Estados e Iglesias, divide a las familias;¡ay!, divide al individuo, separando en él lo diabólicode lo divino. Existen leyes injustas: ¿debemos estar contentos decumplirlas, trabajar para enmendarlas, y obedecerlashasta cuando lo hayamos logrado, o debemos incum-plirlas desde el principio? Las personas, bajo un gobier-no como el actual, creen por lo general que debenesperar hasta haber convencido a la mayoría paracambiarlas. Creen que si oponen resistencia, el reme-dio sería peor que la enfermedad. Pero es culpa delgobierno que el remedio sea peor que la enfermedad.Es él quien lo hace peor. ¿Por qué no está más aptopara prever y hacer una reforma? ¿Por qué no valoraa su minoría sabia? ¿Por qué grita y se resiste antes deser herido? ¿Por qué no estimula a sus ciudadanos aque analicen sus faltas y lo hagan mejor de lo que él loharía con ellos? ¿Por qué siempre crucifica a Cristo,excomulga a Copérnico y a Lutero y declara rebeldesa Washington y a Franklin? ¿Uno pensaría que unanegación deliberada y práctica de su autoridad fue laúnica ofensa jamás contemplada por su gobierno, o si

Desobediencia civil

– 82 –

no, por qué no ha asignado un castigo definitivo,proporcionado y apropiado? Si un hombre que notiene propiedad se niega sólo una vez a rentar nuevechelines al Estado, es puesto en prisión por un términoilimitado por ley que yo conozca, y confinado a ladiscreción de aquellos que lo pusieron allí; pero si leroba noventa veces nueve chelines al Estado, es prontopuesto de nuevo en libertad. Si la injusticia es parte de la fricción necesaria de lamáquina del gobierno, vaya y venga, tal vez la fricciónse suavice –ciertamente la máquina se desgasta. Si lainjusticia tiene un resorte, una polea, un cable, unamanivela exclusivamente para sí, quizá usted puedaconsiderar si el remedio no es peor que la enfermedad;pero si es de tal naturaleza que le exige a usted ser elagente de injusticia para otro, entonces yo le digo,incumpla la ley. Deje que su vida sea la contra fricciónque pare la máquina. Lo que tengo que hacer es ver,de cualquier forma, que yo no me presto al mal quecondeno. En cuanto a adoptar las maneras que elEstado ha entregado para remediar el mal, yo no sénada de tales maneras. Toman mucho tiempo, y la vidase habrá acabado para entonces. Tengo otras cosas quehacer. Yo vine a este mundo no propiamente a con-vertirlo en un buen sitio para vivir, sino a vivir en él,ya sea bueno o malo. Una persona no tiene quehacerlo todo, sino algo; y puesto que no puede hacerlotodo, no es necesario que ande haciendo peticiones algobernador o al legislador más de lo que ellos me lastienen que hacer a mí. ¿Y si ellos no oyen mi petición,

Henry David Thoreau

– 83 –

qué tengo que hacer? En este caso el Estado no tienerespuesta: su propia Constitución es el mal. Esto puedeparecer fuerte, terco y no conciliatorio, pero es tratarcon la mayor amabilidad y consideración al únicoespíritu que puede agradecerlo o merecerlo. Así quetodo es cambio para mejorar, como el nacimiento y lamuerte, que convulsionan el cuerpo. No dudo enafirmar que aquellos que se llaman abolicionistasdeberían retirar inmediatamente su apoyo personal yeconómico al gobierno de Massachusetts, y no esperara constituir una mayoría de uno que les otorgue elderecho de prevalecer. Creo que es suficiente contener a Dios de su lado, sin esperar a ese otro uno. Másaún, cualquier hombre más correcto que sus vecinosconstituye de por sí una mayoría de uno. Yo me entrevisto con el gobierno americano, o surepresentante, el gobierno del Estado, directamente,cara a cara, una vez al año –nada más– en la personade su recaudador de impuestos; esta es la única formaen la que una persona de mi posición puede encon-trarse con ese Estado. Y entonces él dice bien claro:Reconózcame; y la manera más sencilla, la más efecti-va, en el actual curso de los hechos, la manera indis-pensable de tratar con él en su cara, de expresarle unosu poca satisfacción y poco amor por él es negarlo. Mivecino civil, el recaudador, es el hombre de carne yhueso con quien tengo que tratar –porque, después detodo, es con hombres y no con papeles con quienes yopeleo, y él ha escogido voluntariamente ser un agentedel gobierno. ¿Cómo hará para saber bien lo que él es

Desobediencia civil

– 84 –

y lo que tiene que hacer como funcionario del gobier-no, o como hombre, cuando se vea obligado a consi-derar si a mí –su vecino, a quien respeta como buenvecino- me trata como tal, o como a un loco quealtera la paz, e igualmente resolver cómo puede sobre-ponerse a esa obstrucción a la buena voluntad, sin quelo asalten pensamientos más rudos y contundentes, osin adoptar un vocabulario acorde con su acción? Yosí lo sé muy bien: si mil, o cien o diez hombres –aquienes puedo nombrar– si sólo diez hombres hones-tos –si un hombre HONESTO, en este Estado deMassachusetts, dejara de tener esclavos, realmente seretirara de esa sociedad y fuera encerrado por ello enla cárcel del Condado, eso sería la abolición de laesclavitud en América. Porque lo que importa no esqué tan pequeño pueda ser el comienzo: lo que sehace una vez bien, se hace para siempre. Pero preferi-mos hablar de ello: a lo que digamos, reducimosnuestra misión. La reforma cuenta con muchos infor-mes periodísticos a su servicio, pero ni con un solohombre. Si mi estimado vecino, el embajador del Estado, quededicará sus días a tratar el asunto de los derechoshumanos en la Cámara del Consejo, en vez de seramenazado con las prisiones de Carolina, fuera asentarse como prisionero de Massachusetts, ese Estadoque está tan ansioso por endilgarle el pecado de laesclavitud a su hermana, aunque hasta el momentosolo se ha basado en un acto de inhospitalidad para

Henry David Thoreau

– 85 –

pelear con ella, no desestimaría considerar el tema enla legislatura del próximo invierno. Bajo un gobierno que encarcela injustamente, elverdadero lugar para un hombre justo está en la cárcel.El lugar apropiado hoy, el único sitio que Massachu-setts ha provisto para sus espíritus más libres y menosdesalentados está en sus prisiones: está en ser encerra-dos y excluidos del Estado por acción de éste, así comoellos mismos se han puesto fuera de él, movidos porsus propios principios. Es allí donde los deben encon-trar el esclavo fugitivo, el prisionero mejicano puestoen libertad bajo palabra y el indio que vino a interce-der por las faltas imputadas a su raza. Es allí, en esesuelo separado, pero más libre y honorable, donde elEstado coloca a los que no están con él, sino en sucontra, donde el hombre libre puede habitar conhonor. Si alguien piensa que su influjo se pierde allí,y que su voz ya no llega al oído del Estado, que élmismo no es visto como el enemigo dentro de susmuros, no sabe qué tanto la verdad es más fuerte queel error, ni qué tanto puede elocuente y efectivamentecombatir la injusticia quien la ha experimentado en supropia persona. Deposite su voto completo, no sólouna tira de papel, sino todo su influjo. Una minoría esimpotente, ni siquiera es una minoría, mientras seamolde a las mayorías; pero se vuelve insosteniblecuando obstaculiza con todo su peso. Si la alternativaes mantener a todos los justos presos o renunciar a laesclavitud y la guerra, el Estado no dudará en escoger.Si mil ciudadanos no pagaran sus impuestos este año,

Desobediencia civil

– 86 –

esa no sería una medida violenta y sangrienta, como sílo sería pagarlos, habilitando al Estado para que ejerzaviolencia y derrame sangre inocente. Esta es, de hecho,la definición de una revolución pacífica, si es que talrevolución es posible. Si el recaudador, o cualquierotro funcionario –como ya ha sucedido– me pregunta:"¿y entonces qué hago?", mi respuesta es: "si usted deverdad quiere hacer algo, renuncie al puesto". Cuandoel súbdito se ha negado a someterse y el funcionariorenuncia a su cargo, la revolución se ha logrado. ¿Y nohay también derramamiento de sangre cuando se hierela conciencia? Por esta sangre brotan la hombría y lainmortalidad de un ser humano y esa sangre fluye haciauna muerte eterna. Veo esa sangre fluyendo ahora. Hasta ahora, he considerado el encarcelamiento deltransgresor más que la confiscación de sus bienes–aunque ambos sirven el mismo propósito– porqueaquellos que se sostienen en la corrección más pura, yen consecuencia son más peligrosos para el Estadocorrupto, generalmente no han dedicado muchotiempo a acumular propiedades. A ellos, el Estadocomparativamente les presta poco servicio, y unpequeño impuesto es costumbre que parezca exorbi-tante, particularmente si se les obliga a pagarlo contrabajo de sus propias manos. Si hubiese alguien queviviera completamente sin el uso del dinero, el Estadomismo dudaría en exigírselo. Pero el rico –sin hacercomparaciones odiosas– está siempre vendido a lainstitución que lo hace rico. En estricto sentido, a másdinero menos virtud, porque el dinero se interpone

Henry David Thoreau

– 87 –

entre la persona y sus objetivos y los obtiene para él;ciertamente, no fue gran virtud obtenerlo. El dineropone de lado muchas preguntas que de otra manera lapersona se vería obligada a responder, mientras que lanueva pregunta es difícil pero superflua: ¡cómo gastar-lo! Así, le han quitado a la persona su piso moral. Lasoportunidades de vivir se disminuyen en proporciónal aumento de los llamados "medios de subsistencia".Lo mejor que una persona puede hacer por su culturacuando es rica, es realizar los esquemas que se propusocuando era pobre. Cristo respondía a los súbditos deHerodes según su condición. "Mostradme vuestrodinero del tributo", les decía, y uno sacó un centavodel bolsillo, "si usáis dinero acuñado con la imagen delCésar, y que él ha hecho corriente y valioso, es decir,sois un hombre del Estado y disfrutáis a gusto de lasventajas del gobierno del César, entonces retribuid conalgo de lo que le pertenece cuando él os lo pide. Dadal César lo que es del César y a Dios lo que es deDios", y no los dejaba más sabios en cuanto cuál erapara cuál, porque ellos no querían saber. Cuando yo converso con el más libre de mis vecinos,me doy cuenta de que cualquier cosa que mi interlo-cutor diga sobre la magnitud y seriedad de un asunto,lo mismo que su preocupación por la tranquilidadpública, me la presenta sujeta a la protección delGobierno vigente y más bien se espanta de las conse-cuencias que la desobediencia les pueda acarrear a supropiedad y a sus familias. Por mi parte, no quiero nipensar que alguna vez dependa de la protección del

Desobediencia civil

– 88 –

Estado. Pero si yo niego la autoridad del Estado cuan-do éste me presenta la cuenta de los impuestos, prontose llevarán y gastarán mis propiedades y me acosarána mí y a mis hijos indefinidamente. Esto es doloroso.Esto hace imposible a la persona vivir honestamentey al tiempo con comodidad en lo que a exterioridadesrespecta. No vale la pena acumular propiedades que deseguro se volverán a ir. Hay que alquilar o invadircualquier predio, cultivar una pequeña cosecha ycomérsela pronto. Hay que vivir dentro de sí mismoy depender de uno mismo, siempre arremangado ylisto a arrancar, sin tener muchos asuntos pendientes.Un hombre puede volverse rico en Turquía, si es entodo aspecto un buen súbdito del gobierno turco.Confucio dijo: "Si un Estado es gobernado por losprincipios de la razón, la pobreza y la miseria sonobjeto de vergüenza; si el Estado no es gobernado porlos principios de la razón, la riqueza y los honores sonobjeto de vergüenza". No: hasta cuando se me extien-da la protección de Massachusetts hasta un puerto enel Sur, donde mi libertad esté en peligro, o hastacuando me dedique a aumentar mi patrimonio aquícon industriosidad pacífica, me puedo dar el lujo derehusar la sumisión a Massachusetts, y a su derechosobre mi propiedad y mi vida. En todo caso, me salemás barato sufrir el castigo por desobediencia al Estadoque obedecer. Me sentiría que yo mismo valdríamenos. Hace unos años, el Estado me llamó a favor de laIglesia y me conminó a pagar una suma para el mante-

Henry David Thoreau

– 89 –

nimiento de un clérigo, cuyos sermones mi padreescuchaba, pero yo no. "Pague", se me dijo, "o seráencerrado en la cárcel". Yo me negué a pagar. Desa-graciadamente, otra persona consideró apropiadohacerlo por mí. Yo no entendía por qué el maestro deescuela tenía que pagar impuesto para sostener al cura,y no el cura para sostener al maestro, así yo no fueramaestro del Estado, sino que me sostenía por suscrip-ción propia. Yo no veía por qué el Liceo no podíapresentar su cuenta de impuestos y hacer que el Estadorespaldara su petición lo mismo que la de la Iglesia. Sinembargo, a petición de los Concejales, fui condescen-diente como para hacer la siguiente declaración porescrito: "Sírvanse enterarse de que yo, Henry Thoreau,no deseo ser considerado miembro de ninguna socie-dad a la cual yo mismo no me haya unido". El Estado,habiéndose enterado de que yo no quería ser conside-rado miembro de esa iglesia, nunca me ha vuelto ahacer tal exigencia, aunque decía que tenía que aco-gerse a su presunción en ese momento. Si hubiesesabido los nombres, me habría retirado de todas lassociedades a las que nunca me inscribí, pero no supedónde encontrar la lista completa. Hace seis años que no pago el impuesto de empadro-namiento. Me apresaron una vez por eso, por unanoche. Y mientras meditaba sobre el grosor de losmuros de piedra, de dos o tres pies de ancho, de lapuerta de madera y hierro de un pie de espesor, y delas rejas de hierro por las que se colaba la luz, no pudeevitar aterrarme de la tontería de aquella institución

Desobediencia civil

– 90 –

que me trataba como si yo no fuera más sino carne,sangre y huesos que encerrar. Concluí finalmente queésta era la mayor utilidad que el Estado podía sacar demí y que nunca pensó en beneficiarse de algunamanera con mis servicios. Pensé que si había un murode piedra entre mis conciudadanos y yo, había unomucho más difícil de trepar o atravesar antes de queellos pudieran llegar a ser tan libres como yo. Nuncame sentí encerrado, y los muros semejaban un grandesperdicio de piedra y argamasa. Sentí que yo era elúnico de mis conciudadanos que había pagado elimpuesto. Ciertamente no sabían cómo tratarme; perose comportaban como tipos maleducados. En cadaamenaza y en cada lisonja se pifiaban, porque creíanque lo que yo más quería era estar del otro lado delmuro. Yo no podía sino sonreír de ver con qué labo-riosidad cerraban la puerta a mis meditaciones, lo quelos dejaba de nuevo sin oposición ni obstáculo, y esasmeditaciones eran realmente lo único peligroso queallí había. Como no me podían atrapar, resolvieroncastigar mi cuerpo, como niños, que si no puedenllegar a la persona a la que tienen tirria, le maltratan elperro. Observé que el Estado era ingenioso sólo amedias, que era tímido. Como una viuda en medio desu platería, y que no diferenciaba sus amigos de susenemigos, y así perdí lo que me quedaba de respetopor él y le tuve lástima. El Estado, pues, nunca confronta a conciencia la razónde una persona, intelectual o moralmente, sino sólo sucuerpo, sus sentidos. No está equipado con un ingenio

Henry David Thoreau

– 91 –

superior o una honestidad superior, sino con fuerzasuperior. Yo no nací para ser forzado. Respiro a mimanera. Ya veremos quien es el más fuerte. ¿Quéfuerza tiene una multitud? Sólo me pueden forzar losque obedecen una ley más alta que yo. Quierenforzarme a que me vuelva como ellos. No escucho aquienes han sido forzados por las masas a vivir así o asá.¿Qué vida es ésa? Cuando un gobierno me dice, "labolsa o la vida", por qué tengo que correr a darle miplata? Pueden estar en apuros y no saber qué hacer: losiento mucho. Ellos verán qué hacen. Que hagancomo yo. No vale la pena lloriquear por eso. Yo nosoy responsable de que la maquinaria de la sociedadfuncione. No soy hijo del ingeniero. Sólo veo quecuando una bellota y una castaña caen juntas, la una nose queda inerte para hacerle campo a la otra, ambasobedecen sus propias leyes y germinan y crecen yflorecen lo mejor que pueden, hasta que una, quizás,eclipsa y destruye a la otra. Si una planta no puedevivir de acuerdo a la naturaleza, se muere; lo mismoel hombre. La noche en la prisión fue novedosa e interesante.Cuando entré, los prisioneros, en mangas de camisa,gozaban de una charla y del aire de la noche. Pero elcarcelero dijo: "Vamos muchachos, es hora de ence-rrarlos", entonces se dispersaron, y oí el ruido de suspasos de regreso a la vacuidad de sus compartimentos.El carcelero me presentó a mi compañero como "untipo de primera y un hombre inteligente". Cuandocerraron la puerta, me indicó dónde colgar mi sombre-

Desobediencia civil

– 92 –

ro y me contó cómo arreglaba sus asuntos allí. Loscuartos eran blanqueados una vez al mes, y éste, almenos, era el más blanco; el amoblado de forma muysencilla y seguramente el más pulcro del pueblo.Naturalmente quería saber de dónde venía yo, qué mehabía traído. Cuando le hube contado, yo también lepregunté por qué estaba allí, bajo la presunción de queera un hombre honesto, y claro que lo era. "Bien",dijo, "me acusan de quemar un granero, pero nuncalo hice". Por lo que pude descubrir, él probablementese había acostado borracho, fumando pipa, y el granerose incendió. Gozaba de la reputación de ser inteligen-te; había estado allí cerca de tres meses esperando eljuicio, y tendría que esperar otro tanto, pero estabadomesticado y contento, puesto que recibía alimenta-ción gratis y se consideraba bien tratado. Él miraba poruna ventana y yo por la otra. Observé que si uno sequedaba allí por largo tiempo su actividad central sereducía a mirar por la ventana. Pronto leí todas lashuellas que allí quedaban y examiné por donde sehabían escapado los antiguos prisioneros, donde habíansegueteado una reja y oí la historia de varios inquilinosde aquella celda; descubrí que aún allí había historiasy habladurías que nunca circulaban más allá de losmuros de la prisión. Seguramente ésta es la única casadel pueblo donde se escriben versos, que luego seimprimen en hojas que no se publican. Pude ver unalarga lista de jóvenes que habían intentado escapar,quienes se vengaron cantando sus versos.

Henry David Thoreau

– 93 –

Yo le sonsaqué a mi compañero todo lo que pude,movido por el temor de no volver a verlo; luego meindicó cuál era mi cama y me dejó apagar la vela. Tendido allí por una noche fue como viajar a un paísremoto que nunca había esperado visitar. Me parecióque no había escuchado antes el llamado de las campa-nas del reloj del pueblo ni el sonido nocturno de laaldea, puesto que dormíamos con las ventanas abiertas,que daban a la parte interna de las rejas. Fue ver mipueblo natal a la luz del Medioevo y nuestro Concordconvertido en un Rin, que pasaba con sus caballos ycastillos. Oí las voces de antiguos burgueses por lascalles. Fui el espectador y oyente involuntario de todolo dicho y hecho en la posada vecina: una nueva yextraña experiencia. Fue una visión más cercana de mipueblo. Me metí dentro. Nunca antes había visto susinstituciones. Ésta es una de sus instituciones caracterís-ticas porque éste es un Condado. Empecé a compren-der lo que son sus habitantes. Por la mañana, nos pasaron el desayuno por un huecode la puerta por donde cabían jarros de lata y unacuchara metálica. Cuando vinieron por los platos, fuitan bisoño como para devolver el pan que habíadejado, pero mi camarada lo agarró y dijo que debíareservarlo para el almuerzo o la comida. Pronto lodejaron salir a segar heno en un campo vecino, adonde iba todos los días sin regresar hasta el medio día;así que me dijo adiós y que dudaba de que me volvieraa ver.

Desobediencia civil

– 94 –

Cuando salí de prisión –porque alguien se atravesó ypagó el impuesto– no percibí que hubiera habidograndes cambios en el exterior, como los que encuen-tra el que entra joven y sale viejo; y sin embargo, uncambio se presentó ante mis ojos –el pueblo, el Estado,el país eran más grandes de lo que el mero tiempopodía afectarlos. Vi más claro el Estado en el que vivía.Vi hasta qué punto se podía tener como buenos ami-gos y vecinos a las personas entre quienes había vivido.Su amistad era ante todo para los buenos tiempos. Vique básicamente no se proponían hacer el bien, queeran de otra raza distinta a la mía por sus prejuicios ysupersticiones. Como los chinos y los malayos, que ensus sacrificios por la humanidad no se arriesgan nisiquiera en sus propiedades. Vi que, después de todo,no eran tan nobles, sino que trataban al ladrón comoéste los había tratado, y confiaban que por ciertocumplimiento externo y algunas oraciones, y porseguir una senda particularmente derecha e inútilsalvarían sus almas. Puede que esto sea juzgarlos untanto duro, pero muchos de ellos ni siquiera sonconscientes de que en su pueblo exista una institucióncomo la cárcel. Una antigua costumbre del pueblo, cuando el deudorpobre salía de la cárcel, era ir a saludarlo, mirándolopor entre los dedos, que representaban los barrotes dela cárcel; "¿Cómo le va?". Mis vecinos no me dieronese saludo; sólo me miraban y luego se miraban, comosi yo hubiera vuelto de un largo viaje. A mí me toma-ron prisionero mientras iba donde el zapatero a reco-

Henry David Thoreau

– 95 –

ger un zapato remontado. Cuando me soltaron por lamañana procedí a terminar el mandado y después deponerme el zapato me uní a un grupo de recogedoresde arándano, que se mostraron impacientes por poner-se bajo mi conducción. El caballo pronto fue biencargado y en media hora estuvimos en medio de uncampo de arándanos en lo alto de una colina, a dosmillas de distancia, y el Estado ya no se veía por ningu-na parte. Esta es la historia completa de "Mis Prisiones". Nunca me he negado a pagar el impuesto de roda-miento, porque quiero ser tan buen vecino como malsúbdito, y en cuanto a subvencionar escuelas, aquíestoy dando mi contribución para educar a mis compa-triotas. No es por un punto en especial de la cuenta deimpuestos que me niego a pagarla. Simplemente deseorehusar la sumisión al Estado, retirarme y permanecerretirado de manera efectiva. No me interesa seguirlela pista a mi dólar, si puedo, hasta que ese dólar lecompre un rifle a un hombre para que le dispare a otro–el dólar es inocente– pero sí me interesa seguirle lapista a los efectos de mi sumisión. De hecho, le declaro la guerra al Estado, a mi manera,aunque lo utilice y me aproveche de él en cuantopueda, como es usual en tales casos. Si otros, por simpatía con el Estado, pagan el impuestoque a mí me piden, hacen lo mismo que cuandopagaron el suyo, es decir, apoyan la injusticia más delo que el Estado les exige. Si pagan el impuesto poruna solidaridad equivocada con la persona a la que se

Desobediencia civil

– 96 –

le ha cobrado, para salvarle sus propiedades o evitarleque termine en la cárcel, es porque no han medidocon inteligencia hasta dónde dejan interferir sus senti-mientos personales con el bien público. Esta es mi posición en el momento. Pero uno nopuede estar demasiado a la defensiva en este caso, nosea que sus acciones se parcialicen por la obstinacióno la demasiada preocupación por la opinión de losdemás. Hay que dejar a cada cual hacer sólo lo que lepertenece a él y a su momento. A vece me digo, bueno, esta gente es bien intenciona-da, sólo son ignorantes, obrarían mejor si supierancómo: ¿Por qué poner a los vecinos en la dificultad detratarlo a uno en una forma en que no están inclinadosa hacerlo? Pero recapacito: esa no es razón para que yoactúe como ellos o permita que otros sufran un dolormayor y diferente. Y luego, vuelvo y me digo, cuandomillones de hombres, sin agresividad, sin mala inten-ción, sin sentimientos personales de ningún tipo, pidensolo unas monedas, sin la posibilidad, tal es su manerade ser, de retractarse o alterar su exigencia, y sin laposibilidad, por parte de quien recibe la petición, deapelar a otros millones de personas, ¿por qué exponer-se a esta fuerza bruta sobrecogedora? No nos opone-mos al frío y al hambre, a los vientos y a las olas contanta obstinación. Nos entregamos sumisos a milnecesidades similares. Usted no pone las manos alfuego. Pero también en la medida en que yo no veoesto como una fuerza bruta total sino como una fuerzahumana en parte, y considero que yo tengo que ver

Henry David Thoreau

– 97 –

con esos millones como lo tengo con millones dehombres, y no como brutos o cosas inanimadas, veoque esa apelación es posible, en primer lugar y deforma instantánea, de ellos a su Creador y, en segundolugar, de ellos a sí mismos. Pero si deliberadamentepongo las manos al fuego, no hay apelación al fuego,ni al Creador del fuego, y sólo yo tengo que culparmepor ello. Si pudiera convencerme de que tengo algúnderecho a estar satisfecho con los hombres como son,y tratarlos de acuerdo a eso, y no según mis expectati-vas y exigencias de lo que ellos y yo debemos ser,entonces, como un musulmán y fatalista, trabajaría porconformarme con las cosas tal y como están, y condecir que eso es la voluntad de Dios. Y, sobre todo,está la diferencia entre oponerse a esto o a una fuerzabruta y natural, y es que yo puedo oponerme a estocon algún efecto, pero no puedo esperar como Orfeocambiar la naturaleza de las rocas, los árboles o lasbestias. No deseo pelear con ningún hombre o nación. Noquiero pararme en pelos, hacer diferencias sutiles, ocreerme mejor que los demás. Hasta busco, podríadecir, casi una excusa para ajustarme a las leyes de latierra. Estoy más que listo para amoldarme a ellas.Ciertamente tengo razones para catalogarme de estemodo; y cada año, cuando el recaudador llega, estoydispuesto a revisar las actas y la posición de los gobier-nos nacional y federal, y el espíritu de la gente paraaceptar el conformismo.

Desobediencia civil

– 98 –

"Tenemos que querer a nuestro país como a nuestros

padres.

Debemos respetar los efectos y enseñar al alma

asuntos de conciencia y religión,

y no el deseo de dominio o beneficio".

Creo que el Estado pronto podrá quitarme esta cargade encima y entonces ya no seré mejor patriota quemis conciudadanos. Vista desde un mirador más bajo,la Constitución, con todas sus faltas, es muy buena; laley y las Cortes muy respetables; aún este Estado y estegobierno americano son, en muchos aspectos admira-bles; y hay algunas cosas, que tantos otros han descrito,por las que agradecer; pero analizadas desde unaperspectiva superior y aún desde la más alta, ¿quiéndice lo que son o que vale la pena considerarlas osiquiera pensarlas? Con todo, el gobierno no me preocupa mucho, ypienso en él lo menos que puedo. No es mucho eltiempo que vivo bajo el gobierno, aún en este mundo.Si un hombre piensa libremente, sueña, imaginalibremente, nunca estará por mucho tiempo de acuer-do con lo que no es como con lo que es, así que nopuede ser interrumpido por gobernantes o reformado-res obtusos. Sé que muchas personas no piensan como yo, peroaquellos cuyas vidas, por obra de su profesión, estándedicadas al estudio de materias afines no me satisfacencasi en nada. Estadistas y legisladores, que están siem-pre de acuerdo dentro de la institución, nunca la ven

Henry David Thoreau

– 99 –

clara y desnuda. Hablan de la sociedad en movimiento,pero no tienen lugar de descanso sin ella. Pueden serhombres de cierta experiencia y discernimiento, y sinduda han inventado sistemas ingeniosos y útiles, queles agradecemos, pero todo su ingenio y utilidad reposaen límites estrechos. Olvidan que el mundo no estágobernado por los programas y la ventaja personal.Webster nunca se le enfrenta al gobierno, así que nopuede hablar de él con autoridad. Sus palabras sonsabiduría para aquellos legisladores que no contemplanreformas esenciales en el gobierno actual; pero para lospensadores y para aquellos que legislan para todotiempo, Webster no acierta una. Conozco a aquelloscuya serena y sabia especulación sobre este temapronto les hará ver la estrechez del pensamiento y elpupilaje de Webster. Con todo, comparado con los ordinarios alcances demuchos reformadores, y la aún más ordinaria sabiduríay elocuencia de los políticos en general, las de Websterson las casi únicas palabras razonables y valiosas, y leagradecemos al Cielo por él. Comparativamente, essiempre fuerte, original y sobre todo, práctico. Sinembargo, su cualidad no es la sabiduría sino la pruden-cia. La verdad de los abogados no es la Verdad, sino laconsistencia o una conveniencia consistente. La Ver-dad está siempre en armonía consigo misma y no estáinteresada en revelar la justicia que pueda concordarcon el mal obrar. Webster merece ser llamado, comolo ha sido, el Defensor de la Constitución. No se lepueden dar otros golpes distintos a los defensivos. No

Desobediencia civil

– 100 –

es un líder sino un seguidor. Sus líderes son los hom-bres de 1787. "Yo nunca he hecho un esfuerzo", dice,"y nunca propongo hacer un esfuerzo, nunca heapoyado un esfuerzo y no tengo intención de apoyarlopara interferir el acuerdo inicial por el cual los diversosestados formaron la Unión", y respecto de la aproba-ción que la Constitución otorgó a la esclavitud: "Pues-to que era parte del paquete inicial... déjenla ahí”. Apesar de su agudeza y capacidad, Webster es incapazde aislar un hecho de sus meras relaciones políticas, yverlo como se le presenta al intelecto –por ejemplo,qué incumbe a un hombre hacer aquí en América hoyrespecto de la esclavitud– sino que se aventura, o esllevado a dar una respuesta desesperada a lo siguiente,pretendiendo hablar de forma absoluta y como indivi-duo particular –de lo cual ¿qué nuevo y singular sepuede sacar a favor de la obligación social? "La forma",dice, “como los gobiernos de los Estados donde existela esclavitud la regulen, está a su propia consideración,bajo la responsabilidad de sus constituyentes, según lasleyes generales de la propiedad, humanidad y justiciay según Dios. Las asociaciones formadas en otra parte,salidas de sentimientos humanitarios, o por cualquierotra causa, no tienen nada que ver con ello. Nuncahan recibido motivación de parte mía, y nunca latendrán." (Estos apartes han sido insertados, puesto quela conferencia fue leída. H.D.T.) Aquellos que no conocen una fuente más pura deverdad, que no han buscado el manantial más arriba,se apoyan, y lo hacen sabiamente, en la Biblia y en la

Henry David Thoreau

– 101 –

Constitución, y beben de ellas con reverencia y huma-nidad; pero aquellos que observan de donde esa verdadvierte gota a gota a este lago o a aquel estanque seamarran los calzones y siguen su peregrinaje hacia elnacedero. No ha aparecido en América el genio legislador. Sonraros en la historia del mundo. Hay oradores, políticos,y hombres elocuentes por miles; pero aún no haabierto la boca el que tiene que formular las preguntasmás molestas. Nos gusta la elocuencia en sí misma y nopor la verdad que contenga o por cualquier actoheroico que inspire. Nuestros legisladores no hanaprendido todavía el valor comparativo del librecambio y la libertad, la unión y la rectitud hacia lanación. No tienen genio ni talento para hacerse pre-guntas humildes sobre impuestos y finanzas, comercio,manufactura y agricultura. Si se nos dejara sólo a laingeniosa oratoria de nuestros legisladores del Congre-so para guiarnos, sin la corrección de la experiencianiveladora y las quejas efectivas del pueblo, Américano podría mantener su rango entre las naciones. Milochocientos años, aunque quizás yo no tenga derechoa decirlo, lleva escrito el Nuevo Testamento; y sinembargo, dónde está el legislador que tiene la sabiduríay el talento práctico para valerse de la luz que aquelirradia sobre la ciencia de la legislación. La autoridad del gobierno –porque yo gustosamenteobedeceré a aquellos que pueden actuar mejor que yo,y en muchas cosas hasta a aquellos que ni saben nipueden actuar tan bien– es una autoridad impura:

Desobediencia civil

porque para ser estrictamente justa tiene que seraprobada por el gobernado. No puede tener derechoabsoluto sobre mi persona y propiedad sino en cuantoyo se lo conceda. El paso de la monarquía absoluta auna limitada, de la monarquía limitada a la democracia,es el progreso hacia el verdadero respeto al individuo.Hasta el filósofo chino fue lo suficientemente sabiopara ver en el individuo la base del imperio. ¿Es lademocracia que conocemos la última mejora posiblede gobierno? ¿No es posible adelantar un paso en elreconocimiento y la organización de los derechos delhombre? Jamás existirá un Estado realmente libre eiluminado hasta cuando ese Estado reconozca al indivi-duo como un poder más alto e independiente, del cualse deriva su propio poder y autoridad y lo trate deacuerdo a ello. Me complace imaginar un Estado quefinalmente pueda darse el lujo de ser justo con todos,y que trate al individuo con respecto; más aún, que nollegue a pensar que es inconsistente con su propiatranquilidad si unos cuantos viven separados de él, nomezclándose con él, sin abrazarlo, pero cumpliendocon su obligación de vecinos y compañeros. UnEstado que produjera este fruto y lo entregase tanpronto estuviese maduro abriría el camino para otroEstado, aún más perfecto y glorioso, que yo he soñadotambién, pero que aún no he visto por ninguna parte.

ÍNDICE

Introducción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

Walden, la vida en los bosques. . . . . . . . . . . . . 15

Desobediencia civil. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69

Este

libro

ha sido

impreso en

papel ecológico TCF

y encuadernado en el

TALLER DE LIBROS DE A RENA,

Retamar - Almería,

abril de de 2009.