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ESPIRITUALIDAD MARIANA, PERCEPCIÓN, INCIDENCIA Y PERSPECTIVAS POSCONCILIARES Juan Esquerda Bifet (Sumario) Presentación 1: La invitación de Juan Pablo II sobre la “espiritualidad mariana”, su recepción y su relación con el concilio 2: ¿Una nueva perspectiva? Cuestiones por afrontar y temas por elaborar 3: En relación con la percepción de la maternidad espiritual de María *** Presentación: El tema de la “espiritualidad mariana” ha tenido una evolución muy desigual. Anteriormente al concilio Vaticano II, como también durante la elaboración de los textos conciliares y en años inmediatamente posteriores, se identificaba prácticamente con el tema de la “devoción” y “culto”. 1 Hay que reconocer que la expresión “espiritualidad” ha tenido y sigue teniendo una evolución continua, también debido a la falta de precisión en las explicaciones. Esto ha ocurrido no solamente en el área mariológica, sino 1 Por ser muchas las publicaciones, ya antes de la encíclica Redemptoris Mater, nos remitimos especialmente a trabajos en colaboración y elencos bibliográficos (donde el lector podrá encontrar datos suficientes): María en la espiritualidad de la Iglesia: Estudios Marianos 36 (1972); Fundamentos teológicos de la piedad mariana: Estudios Marianos 48 (1983). Elencos bibliogràaficos: S. DE FIORES, Spiritualità (mariana), en: Maria, Novissimo Dizionario, Bologna, EDB, 2006, vol.2, pp.1573-1574 (bibliografía); J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad Mariana. María en el corazón de la Iglesia (Valencia, EDICEP, 2009) 287-290 (bibliografía general); ver la selección bibliográfica de cada capítulo, especialmente pp.99-104; T. GOFFI, Espiritualidad, en: Nuevo Diccionario de Mariología (Madrid, Paulinas, 1988) pp.678-679 (bibliografía). 1

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ESPIRITUALIDAD MARIANA, PERCEPCIÓN, INCIDENCIA Y PERSPECTIVAS POSCONCILIARES

Juan Esquerda Bifet(Sumario)Presentación1: La invitación de Juan Pablo II sobre la “espiritualidad mariana”, su recepción y su relación con el concilio2: ¿Una nueva perspectiva? Cuestiones por afrontar y temas por elaborar3: En relación con la percepción de la maternidad espiritual de María

***Presentación:

El tema de la “espiritualidad mariana” ha tenido una evolución muy desigual. Anteriormente al concilio Vaticano II, como también durante la elaboración de los textos conciliares y en años inmediatamente posteriores, se identificaba prácticamente con el tema de la “devoción” y “culto”.1

Hay que reconocer que la expresión “espiritualidad” ha tenido y sigue teniendo una evolución continua, también debido a la falta de precisión en las explicaciones. Esto ha ocurrido no solamente en el área mariológica, sino también en general (en la “espiritualidad cristiana”) y, de modo especial, en la “espiritualidad misionera”.

Actualmente, el tema de la “espiritualidad”, con incidencia en el área mariológica, tiende a afrontar un problema de mayor amplitud, como es el de la relación entre razón y fe, cultura moderna (o postmoderna) y revelación cristiana. El tema parece salir de sus cauces naturales.2

Una cuestión previa consiste en plantearse si es “constructivo” científicamente el hecho de condicionar la mariología (y, consiguientemente, la espiritualidad mariana) a temas cuyo campo de investigación parece estar en otra sede teológica.

De todos modos, antes de afrontar nuestro tema (es decir, la percepción, la incidencia y las perspectivas posconciliares de la espiritualidad mariana), conviene recordar unas datos básicos que parecen ya de pacífica adquisición en la teología y espiritualidad.

1 Por ser muchas las publicaciones, ya antes de la encíclica Redemptoris Mater, nos remitimos especialmente a trabajos en colaboración y elencos bibliográficos (donde el lector podrá encontrar datos suficientes): María en la espiritualidad de la Iglesia: Estudios Marianos 36 (1972); Fundamentos teológicos de la piedad mariana: Estudios Marianos 48 (1983). Elencos bibliogràaficos: S. DE FIORES, Spiritualità (mariana), en: Maria, Novissimo Dizionario, Bologna, EDB, 2006, vol.2, pp.1573-1574 (bibliografía); J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad Mariana. María en el corazón de la Iglesia (Valencia, EDICEP, 2009) 287-290 (bibliografía general); ver la selección bibliográfica de cada capítulo, especialmente pp.99-104; T. GOFFI, Espiritualidad, en: Nuevo Diccionario de Mariología (Madrid, Paulinas, 1988) pp.678-679 (bibliografía).

2 Ver esta perspectiva en: R. ZAS FRIZ DE COL, Spiritualità, en: Mariologia, Dizzionari San Paolo (San Paolo 2009) 1146-1162.

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Prescindiendo de explicaciones más teóricas y de opiniones especializadas, la palabra “espiritualidad” corresponde a una realidad cristiana, a modo de “vida” o “camino”, bajo la guía del Espíritu Santo: “Si vivimos según el espíritu, caminemos también según el espíritu” (Gal 5,25). Se refiere, pues, a los contenidos paulinos de “vivir en Cristo” (cfr. Col 3,3; Gal 2,20), en una dinámica vivencial y trinitaria: vivir en el Espíritu, por Cristo, al Padre (cfr. Efes 2,18).3

Nos encontramos, pues, en una perspectiva o dimensión multiforme: teológica, cristológica, pneumatológica (por tanto trinitaria) y también eclesiológica, vivencial, pastoral y antropológica . Tratándose del tema mariano, la dimensión eclesiológica es connatural. De hecho, cuando San Pablo habla de la “plenitud de los tiempos”, que ha llegado con la venida del “Hijo” de Dios, nacido de “la mujer”, no deja de aludir inmediatamente a su propia acción pastoral-espiritual en la Iglesia “madre”, como acción guiada por el Espíritu Santo (cfr. Gal 4,4-7.19.26).4

Efectivamente, la filiación divina participada, como vida en Cristo (dimensión cristológica), que equivale a ser “hijos en el Hijo” (Ef 1,5; GS 22), tiene una dimensión “mariana” y “eclesial” (cfr. Gal 4,4-7.19.26) que explicita y hace más patente la dimensión cristológica y pneumatológica.

Todavía hoy, la expresión “espiritualidad”, encuentra cierta dificultad en el momento de recibir carta de ciudadanía teológica. Se acepta ya fácilmente la palabra, pero el significado puede oscilar hasta el punto de casi identificarse con el modo de actuar en el plano psicológico, antropológico o sociológico.5

El concilio ha usado la expresión en el área de la evangelización, como sinónimo de virtudes o santidad, concretamente como exigencia de vida misionera: “Espiritualidad misionera” (AG 29). Pero la aplicación teológica del término como tema específico de la misionología académica, no encontró aplicación concreta hasta los años setenta.6

3 “Las almas portadoras del Espíritu Santo se vuelven plenamente espirituales y transmiten la gracia a los demás” (San Basilio Magno, Sobre el Espíritu Santo, cap.9, n.23: PG 32,110).

4 “El apóstol se presenta personalmente como instrumento para “formar a Cristo” en cada creyente (Gal 4,19). Esta actitud paulina es actitud “espiritual” (bajo la acción del Espíritu), interrelacional (con María, con los creyentes, con la Iglesia), a modo de “maternidad” apostólica y misionera. En este contexto habla de la Iglesia (“la Jerusalén de arriba”) como “madre” (Gal 4,26)” (cita de: Espiritualidad mariana, María en el corazón de la Iglesia, o.c., presentación, p.11).

5 Así se habla de “espiritualidad” como estilo pastoral de inserción en las realidades, aunque no se pierde del todo el sentido propio de la espiritualidad. Ver: AA.VV., Espiritualidad de la liberación: Misiones Extranjeras (1994) n.139, 5-111; S. VALADEZ FUENTES, Espiritualidad pastoral (Bogotá, Paulinas, 2005).

6 En 1974, la Congregación para la Evangelización de los Pueblos instituyó la cátedra de Espiritualidad Misionera en la Facultad de Misionología de la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma. Simultáneamente creaba el Centro Internacional de Animación Misionera. Ver uno de los primeros estudios sistemáticos sobre el tema: Espiritualidad misionera (Madrid, BAC, 1978).

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La invitación de Juan Pablo II a profundizar el tema específico de la “espiritualidad mariana” (ver más adelante el apartado n.1) tiene lugar con ocasión de Año Mariano (1987-1988), por medio de su encíclica “Redemptoris Mater (n.48). La “espiritualidad mariana” es equivalente a “vida de fe” en dimensión mariana (cfr. Lc 1,45), puesto que María es “modelo de fe vivida” (Tertio Millennio Adveniente, n. 43, año 1994) y "la realización más pura de la fe" (Catecismo de la Iglesia Católica, n.149, año 1992).

No estará de más recordar que el estudio de la teología (por tanto, también de la mariología) se afronta desde diversas perspectivas: científico-sapiencial (buscar, fundamentar y ordenar el significado profundo de los términos), kerigmático-pastoral (anunciar el misterio de Cristo y celebrarlo en la comunidad), "vivencial" (estilo de vida evangélica o vida "espiritual").7

Los estudios sobre la “espiritualidad mariana”, antes e inmediatamente después del concilio, se han concretado en el campo de la “devoción” y “culto”, con una cierta ampliación. Pero tal vez ha faltado profundizar la función activa y materna de María en el itinerario concreto de la vida espiritual, como itinerario de respuesta a la fe y a la vocación específica, experiencia de contemplación, compromiso de santidad o perfección, vida de comunión o fraternidad eclesial, disponibilidad para la misión o evangelización. En este itinerario, María está presente y activa como modelo, discípula, madre, intercesora, como itinerario que implica a toda la Iglesia y a toda la humanidad en marcha hacia el encuentro definitivo con Dios.8

También cabe constatar que, después de un primer momento de cierta “euforia” por la invitación de Juan Pablo II (1987-1988), no han abundado los estudios sobre el tema de la “espiritualidad mariana” ni las cátedras de especialización.9

Intento, pues, con mi estudio, aportar un resumen de los contenidos de la investigación actual sobre la “espiritualidad mariana” en su percepción e incidencia postconciliar,

7 La teologia oggi: Prospettive e criteri (Commissione Teologica Internazionale, 2012): “Oggetto della teologia è il Dio vivente, e la vita del teologo è necessariamente segnata dallo sforzo costante di conoscere il Dio vivente. Il teologo non può escludere la propria vita dall’impegno di comprendere la realtà intera in riferimento a Dio… La teologia è quindi caratterizzata da una spiritualità distintiva, i cui elementi integranti sono: amore per la verità, disponibilità alla conversione del cuore e della mente, uno sforzo verso la santità, e un impegno verso la missione e la comunione ecclesiale” (n.93). “La teologia deve quindi prestare attenzione a ciò che lo Spirito sta dicendo alle Chiese attraverso «la scienza dei santi». La teologia comporta uno sforzo verso la santità e una consapevolezza sempre più profonda della trascendenza del Mistero di Dio” (n.99).

8 En este sentido, se puede llamar: "Maestra de vida espiritual" (MC 21), “perfecta discípula de Cristo” (MC 35), "pedagoga del evangelio" (Puebla 29), educadora de la fe de la Iglesia, “primera discípula” (Aparecida 25). La Iglesia, con ella y como ella, tiende a “meditar la Palabra en su corazón” (Lc 2,19.51) y “ponerla en práctica” (Lc 8,21).

9 Hay que agradecer algunas síntesis actuales, realizadas ya en el siglo XXI: S. DE FIORES, Maria, en: Novissimo Dizionario, o.c., vol.2, pp.1532-1584; R. ZAS FRIZ DE COL, Spiritualità, en: Mariologia, o.c., pp.1146-1162.

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señalando, al mismo tiempo, unas posibles perspectivas de corrección o de perfeccionamiento para el futuro.

1. La invitación de Juan Pablo II sobre la “espiritualidad mariana”, su recepción y su relación con el concilio

La encíclica mariana de Juan Pablo II, Redemptoris Mater (25 marzo 1987), tiene unas características peculiares que se enmarcan dentro de los contenidos marianos de la constitución Lumen Gentium del concilio Vaticano II.

De hecho, en toda la encíclica sobresale un aspecto relacional, el de la “presencia” de María en la Iglesia, como presencia ”activa “y “materna”. La vivencia de los fieles respecto a esta presencia de María en el misterio de Cristo y de la Iglesia, es vivencia de fe, que es equivalente a la espiritualidad mariana.

Recordamos algunas de las afirmaciones más destacadas de la encíclica sobre la “presencia” de María, como elemento catalizador de la vivencia de la fe en Cristo.

Esta presencia mariana es “presencia activa y ejemplar en la vida de la Iglesia” (n. 1) y también “presencia singular de la Madre de Cristo en la historia” (n. 3). Corresponde a su realidad de Madre, puesto que “en la Iglesia sigue siendo una presencia materna” (n. 24).

No es presencia de adorno pasivo, sino que corresponde al hecho de acompañar a la Iglesia en su realidad peregrinante. Es, pues, “su presencia especial en la peregrinación de la Iglesia como nuevo Pueblo de Dios en la tierra” (n. 27). Tampoco es presencia estática ni encerrada solamente en la vida eclesial, sino que “está presente en la misión y en la obra de la Iglesia que introduce en el mundo el Reino de su Hijo” (n. 28).

Cuando los creyentes viven esta realidad mariana, la concretan en una actitud relacional con ella, que conduce necesariamente a la imitación de su vida de fe. Efectivamente, el “Pueblo de Dios… busca el encuentro con la Madre de Dios para hallar, en el ámbito de la materna presencia de «la que ha creído», la consolidación de la propia fe” (n. 28).

Naturalmente que esta presencia real de María, que es presencia activa y materna, se concreta como inserción en el misterio y la historia de salvación: “La Virgen es una presencia permanente en toda la extensión del misterio salvífico” (n. 31). La fe sencilla del Pueblo de Dios, en sus expresiones de piedad popular (como puede ser en los santuarios y en los iconos), “advierte la presencia y la protección de la Madre de Dios” (n. 33).

La encíclica mariana de Juan Pablo II, como es sabido, gira en torno a la “mediación” de María, siempre dependiente y subordinada a la mediación peculiar de Cristo. Por esta razón, “esta función (mediadora) constituye una dimensión real de su presencia en el misterio salvífico de Cristo y de la Iglesia” (n. 38).10

10 El tema de la “presencia” de María en la Iglesia se ha ido estudiando con cierta amplitud. Deseo recordar una afirmación de Juan Pablo II, que viene ser una aplicación de sus afirmaciones anteriores: "María está presente, con la Iglesia y como Madre de la Iglesia, en cada una de nuestras celebraciones eucarísticas” (enc. Ecclesia de Eucharistia, n.57, año 2003). Me remito especialmente a elencos bibliográficos sobre la presencia de María: S. DE FIORES, Presenza, en: Maria, nuovissimo dizionario, o.c., vol.2, pp.1365-1400: J.

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No se trata sólo del tema de María como “presente” o formando parte de las explicaciones sobre el misterio de Cristo y de la Iglesia, sino de la misma persona de María presente en el caminar eclesial; presencia que es captada y vivida por los creyentes como expresión de su fe en Cristo.

De hecho, esta realidad mariana (su “presencia”) se encuentra al final de la Lumen Gentium, cuando se describe a María como quien “antecede con su luz al Pueblo de Dios peregrinante como signo de esperanza y de consuelo hasta que llegue el día del Señor” (LG 68).

Y es también una presencia que expresa el modo de obrar verdaderamente materno y de forma permanente, como “influjo salvífico” (LG 60). En efecto, “esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la Anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la Cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos” (LG 62).

La invitación del Papa a poner en práctica la “espiritualidad mariana” (RMa 48) indica, pues, la vivencia de la fe, a imitación de María y con la ayuda de su presencia materna, que es una concretización de su mediación peculiar.

La invitación se enmarca en la urgencia de poner en práctica el concilio, no sólo por la aceptación de los contenidos de la fe, sino también y especialmente por la vivencia de la misma fe:

“Ahora, siguiendo la línea del Concilio Vaticano II, deseo poner de relieve la especial presencia de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de su Iglesia. Esta es, en efecto, una dimensión fundamental que brota de la mariología del Concilio… Se trata aquí no sólo de la doctrina de fe, sino también de la vida de fe y, por tanto, de la auténtica «espiritualidad mariana», considerada a la luz de la Tradición y, de modo especial, de la espiritualidad a la que nos exhorta el concilio. Además, la espiritualidad mariana, a la par de la devoción correspondiente, encuentra una fuente riquísima en la experiencia histórica de las personas y de las diversas comunidades cristianas, que viven entre los distintos pueblos y naciones de la tierra" (RMa 48).11

ESQUERDA BIFET, Espiritualidad mariana, María en el corazón de la Iglesia, o.c., 43-44; A.PIZZARELLI, Presencia, en: Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid, Paulinas 1988, p. 1647 (bibliografía). En Juan Pablo II, el tema de la “presencia” queda insertado en el de María como “memoria” (actualización); estudio el tema en: Los santuarios marianos: "memoria" celebrativa de la Iglesia: Estudios Marianos 63 (1997) 219-253; también en : De cultu mariano saeculo XX (Roma, PAMI, 1999) vol. IV, 319-354.

11 El Papa cita a San Luís María Grginion de Monfort y cita en la nota su Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, y luego añade: “Junto a este Santo se puede colocar también la figura de S. Alfonso María de Ligorio, cuyo segundo contenario de su muerte se conmemora este año: cf. entre sus obras, Las glorias de María” (nota 143). El tema es de actualidad para el Año de la Fe, como renovación de la vivencia cristiana de la fe en su faceta mariana.

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La espiritualidad o vivencia cristiana de la Iglesia es, por su misma naturaleza, espiritualidad mariana, porque “María está en el corazón de la Iglesia” (RMa 27), como “la mujer vestida de sol” (Apoc 12,1), icono de la misma Iglesia. La Santísima Virgen, al mismo tiempo, ilumina el camino eclesial hacia el encuentro definitivo con Cristo (cfr. LG 68).

La invitación de Juan Pablo II tiene, pues, la connotación de aplicar la doctrina conciliar de modo más coherente, como vivencia de la fe. En su visita a la Facultad Teológica del "Marianum" (Roma, 1988), invitó a no desconectar la espiritualidad mariana de la espiritualidad cristiana: "En el campo de la espiritualidad, que hoy suscita un amplio interés, los estudiosos de la mariología deberán mostrar la necesidad de una inserción armónica de la «dimensión mariana» en la única espiritualidad cristiana, porque ella enraíza en la voluntad de Cristo" (Alocución 10 diciembre 1988).

La amplia recepción que ha tenido la encíclica mariana de Juan Pablo II, también y especialmente en el tema de la “espiritualidad mariana”, indica claramente una receptividad generalizada respecto a los contenidos marianos del concilio, que son, especialmente en nuestro caso, un estimulante a abrir nuevos caminos mariológicos en armonía con el itinerario ya realizado anteriormente.

Se puede afirmar que, a partir de la encíclica mariana de Juan Pablo II, comienza a asentarse explícitamente la distinción entre “espiritualidad” y “devoción-culto”. Nos encontramos, pues, con un proceso que es, simultáneamente, continuidad y avance respecto al concilio, invitación a abrir nuevos caminos de modo armónico con la revelación y la fe.12

Los estudios que hemos citado hacen notar el relativo vacío de la “espiritualidad” en los tratados de “mariología”, señalando que es un fenómeno habitual en los estudios teológicos, que se han centrado más en los contenidos dogmáticos y han relativizado (al menos, por omisión) el valor de la vivencia de la fe.

Pero esos mismos estudios demuestran que la reflexión teológico-mariológica no había olvidado este aspecto, sino que prácticamente lo identificaba con la “devoción” y “culto”. El hecho de una acogida tan calurosa y generalizada de la invitación de Juan

12 Por ser extensísima la bibliografía sobre el tema, después de la encíclica Redemptoris Mater, nos remitimos a estudios en colaboración y elencos bibliográficos: La spiritualità mariana della Chiesa alla luce dell'enciclica "Redemptoris Mater" (Roma, Teresianum, 1988); La spiritualità mariana: legitimità, natura, articolazione (Roma, Marianum, 1994); Maria di Nazaret. Itinerario del lieto annuncio (Roma, Ediz. Monfortiane, 1998; La spiritualità mariana: legitimità, natura, articolazione (Roma, Pont. Facoltá Teologica "Marianum" 1004; Simposium 3-6 novembre 1992); Marian spirituality and the interreligious dialogue (Dayton OH, Marian Library, 1996) (The Mariological Society of America). Citaremos algunos studios particulars en las notas siguientes. Elencos bibliográficos: S. DE FIORES, Spiritualità (mariana), en: Maria, Novissimo Dizionario, o.c., pp.1573-1574 (bibliografía); J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad Mariana. María en el corazón de la Iglesia , o.c., 287-290 (bibliografía general); ver la selección bibliográfica de cada capítulo, especialmente pp.99-104. Citaremos algunos otros estudios en las notas posteriores.

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Pablo II, indica que los estudiosos se han sentido interpelados en algo que intuían y que no siempre sabían expresar. 13

Se ha clarificado el significado de la “espiritualidad”, también con su connotación “cristiana” y con su especificidad de “mariana”. Ha sido un trabajo intelectual lento, que ha comprometido la labor de muchos especialistas.14

Es importante la aportación que ha tenido lugar para nuestro tema, siguiendo las diversas “dimensiones” sobre la espiritualidad mariana: trinitaria, cristológica, pneumatológica, eclesiológica, antropológica, etc. Pero esta aportación válida parece identificarse con temas anteriores: María en el misterio trinitario, en el misterio de Cristo, etc.15

Durante el 9º Simposio Internacional Mariológico, celebrado los días 3-6 se noviembre de 1992, en la Facultad Teológica del Marianum de Roma, dedicado explícitamente a la “Espiritualidad Mariana”, se han ido analizando los diversos aspectos: legitimidad, naturaleza, articulación. Después de la síntesis sobre la actualidad, se han afrontaron diversos puntos de vista y aportaciones posteriores a la invitación de Juan Pablo II.16

La misma existencia cristiana equivale a una especial relación con la presencia de María en cuanto Madre, que ha acompañado toda la vida de Cristo y ahora acompaña toda la

13 Ha sido providencial la creación de “cátedras” o, por lo menos, de cursos especiales a nivel académico, congresos específicos y publicaciones en colaboración (como ya hemos citado). En la Facultad Teológica del Marianum: curso especializado sobre la “Espiritualidad Mariana”. En la Facultad de Misionología de la Pontificia Universidad Urbaniana, cursos opcionales sobre el tema de la espiritualidad mariana en relación con la misión eclesial y vocaciones específicas.

14 Ver resumen de las opiniones actuales y fundamentación histórica, en: A. AMATO, Il problema della “spiritualità mariana” … en: Spiritualità mariana: legitimità, natura, articolazione, o.c., 7-39; ver especialmente las aportaciones de Urs von Balthasar (pp.8-18), la fundamentación histórica (pp.18-22) y la reflexión postconciliar (pp.22-39, con bibliografía actual).

15 Ver en A.AMATO, o.c., pp.28-34, y especialmente en un estudio posterior y amplio de S. DE FIORES, Maria, en: Novissimo Dizionario, o.c., vol.2, pp.1532-1584. Este gran mariólogo (fallecido en 2012) analiza las dimensiones de la espiritualidad cristiana y mariana (trinitaria, cristológica, pneumatológica, teológica, eclesiológica), concretando el tema propiamente dicho con estos términos más precisos: “In Maria troviamo un compendio personale e vivente della vita spirituale nei suoi aspetti più caratteristici. Ella è l’icona della salvezza e della perfezione cristiana. In lei, donna dell’alleanza, comprendiamo che la spiritualità consiste nel vivere l’evento dialogico, come risposta fedele all’opera di Dio” (p.1555).

16 Texto publicado en 1994: La spiritualità mariana: legitimità, natura, articolazione, o.c.. Ha sido un trabajo en colaboración, complementario y, en cierto modo, continuación de otro trabajo anterior: La spiritualità mariana della Chiesa alla luce dell'enciclica "Redemptoris Mater" (Roma, Teresianum, 1988).

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vida de la Iglesia y de cada creyente en particular. Es un aspecto particular de la espiritualidad cristiana que no ofusca la espiritualidad cristiana en cuanto tal.17

El tema puede también concretarse en la espiritualidad personal de María, sus sentimientos, sus aspiraciones, su educación, “en resumen, su personalidad de mujer hebrea del primer siglo, llamada a ser Mare del Mesías”.18

La doctrina mariana contenida en los Santos Padres (una historia de siete siglos) podría resumirse en el tema de María como “Madre del Misterio”, es decir, Madre del Verbo Encarnado. La espiritualidad (devoción) mariana sería como “la comprensión de María en el misterio de Cristo y de la Iglesia”, que “no ha terminado y se abre siempre a nuevas perspectivas”.19

La espiritualidad mariana se inspira en la liturgia. En esta fuente encontramos un testimonio del lugar que corresponde a María en nuestra vida espiritual. Allí se encuentra “la analogía de la fe y la convergencia de los misterios”, que el Señor revela a los pequeños.20

La invitación de Juan Pablo II en la Redemptoris Mater ayuda a recordar las bases que ya sentó Pablo VI en la exhortación apostólica Marialis cultus n.57. Se trata de entrar en sintonía con los “sentimientos de Cristo” (Fil 2,5), a imitación de María y con su ayuda: “La múltiple misión de María hacia el pueblo de Dios es una realidad sobrenatural operante y fecunda en el organismo eclesial. Y alegra el considerar los singulares aspectos de dicha misión y ver cómo ellos se orientan, cada uno con su eficacia propia, hacia el mismo fin: reproducir en los hijos los rasgos espirituales del Hijo primogénito” (MC 57). Esta orientación cristológica, pneumatológica y mariológica se traduce en crecimiento en la vida espiritual cristiana como santidad, con sus connotaciones antropológicas. Hay un “influjo materno de María en el crecimiento espiritual”, que acompaña las diversas “etapas del crecimiento” en todos sus aspectos.21

17 Cf. CH.A. BERNARD, Dalla presenza di Maria alla spiritualità mariana, en: Spiritualità mariana: legitimità, natura, articolazione, o.c., 41-58. “Spiritualità abbastanza profonda per introdurre nel cuore stesso del Mistero cristiano” (p.58).

18 A. SERRA, Bibbia e spiritualità mariana. Alcuni principii ed applicazioni, en: Spiritualità mariana: legitimità, natura, articolazione, o.c., p.59. Es un estudio minucioso de los textos bíblicos marianos (con su resonancia patrística e histórica), acentuando la actitud de fe de la “sierva Del Señor”. María es obra del Espíritu Santo, quien “ha trazado las líneas espirituales de la Virgen de Nazaret” (p.113).

19 D. FERNÁNDEZ, La Madre del misterio. Espiritualidad mariana en la época patrística, en: Spiritualità mariana: legitimità, natura, articolazione,o.c,, p.166.

20 J. CORBON, La liturgie, source et témoin de la spiritualité mariale, en: Spiritualità mariana: legitimità, natura, articolazione, o.c., pp.182-183.

21 J. CASTELLANO CERVERA, Una existencia renovada en Cristo. Aspectos antropológicos de la "espiritualidad mariana", en: Spiritualità mariana: legitimità, natura, articolazione, o.c., 187-188. El autor, aunque se remite a De Fiores, ha estudiado el tema ampliamente: Le grandi linee della spiritualità mariana della Chiesa alla luce dell'enclica

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Los estudiosos que han profundizado en nuestro tema, presentan también figuras a modo de testimonios vivos, pero también realidades marianas en algunos movimientos eclesiales actuales. No deja de anotarse la relación de nuestro tema con la consagración a María.22

2. ¿Una nueva perspectiva? Cuestiones por afrontar y temas por elaborar

Como hemos podido apreciar en las reflexiones anteriores, el tema de la espiritualidad mariana se enfrenta a campos abiertos a nuevas investigaciones. Resulta un verdadero desafío poder encontrar el recto modo de afrontarlos, aprovechando una herencia recibida (de la historia pasada) y teniendo en cuenta la actualidad. Dentro de lo posible, hay que tender a la integración armónica de todos los puntos de vista. La presencia y la acción materna de María en el proceso de la vida cristiana es una realidad, más allá de nuestras exposiciones teóricas e incluso más allá de nuestras preferencia teológicas.

En cualquier tratado de teología se cuestiona hoy el modo de exponer los contenidos teológicos (y los contenidos de la fe), teniendo en cuenta la mentalidad y el lenguaje actuales, que parecen tender hacia un secularismo radical o también hacia un relativismo generalizado. La mariología (y consiguientemente la espiritualidad mariana) tendría el cometido de expresar los contenidos de la fe actualizados en la cultura actual, presentado a María como modelo de esta fe.23

La “espiritualidad mariana” consistiría en la imitación de la fe de María en Jesús resucitado, tal como se refleja en los textos evangélicos, pero aplicada a la vida de cada día, en nuestra época.

Para ahondar en esta fe “mariana”, según esta opinión, habría que tener en cuenta la evolución intelectual desde el iluminismo del siglo XVIII hasta nuestros días. Ha sido una lucha no principalmente entre la sociedad civil y la Iglesia, sino entre la razón y la fe, llegando a la situación actual de secularización y de relativismo, al margen de la fe,

"Redemptoris Mater", en: La spiritualità mariana della Chiesa, o.c., 173-195, etc. Se acentúa la “vida en Cristo”, en su base bíblica y antropológica, con referencia obligada a la maternidad “espiritual” de María. “La espiritualidad mariana se puede definir con la categoría de «comunión», en Cristo y en el Espíritu, co la Virgen María en el camino cristiano” (Una existencia renovada … p.216).

22 Ver los restantes trabajos (comunicaciones) del simposio internacional de 1992, publicados en La spiritualità mariana: legitimità, natura, articolazione (Roma, Marianum, 1994): B. Petra (testimonios de Oriente), G. Bruni (testimonios en las iglesias de la reforma), M. Gilles (imagen de María en la iglesia de lengua hebrea actual), J. Esquerda Bifet (dimensiones de la espiritualidad mariana), S. Favale (movimientos laicales modernos), S. De Fiores (consagración), F. Courth (actitudes concretas).23 Tengo en cuenta especialmente este estudio de síntesis actual: R. ZAS FRIZ DE COL, Spiritualità, en: Mariologia, o.c., pp.1146-1162. Pero intento también matizarlo con las aportaciones de De Fiores y de otros estudiosos que, en parte, ya hemos visto en el apartado anterior.

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buscando lo útil y eficaz más allá de la verdad y de los valores. A esta realidad se respondería adecuadamente con la fe imitada de María.

La devoción y culto mariano, tal como se han explicado (y vivido), habrían sido una labor paralela a la sociedad, pero sin insertarse en ella. El concilio Vaticano II ofrecería la base para adoptar un nuevo “paradigma”: la fe de María en Cristo resucitado, fe insertada en la realidad histórica.

Con este nuevo paradigma habría que profundizar en el testimonio de la fe de María según los evangelios, para superar también el riesgo de una interpretación religiosa personal basada en el propio esquema mental.

En María, tal como aparece en la revelación, aflora su experiencia, su vida escondida y cotidiana, su maternidad virginal, una cierta autonomía armonizada con su dependencia u obediencia, madurez personal y confianza, actitud de pobreza, toma de conciencia ante el misterio de Cristo (Hijo de Dios, muerto y resucitado).24

En la valoraciàon de esta realidad mariológica, tal vez algo reductiva, anterior al concilio o inmediatamente posterior, se alude también a la exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi (Pablo VI, 1975), que invitaría a afrontar los contenidos de la fe (con vistas a la evangelización), adoptando un “cambio de paradigma”. Se propone, entonces, como consecuencia, una “espiritualidad mariana” que corresponda a una época post-cristiana y post-moderna. El sentido de la vida y de la muerte (que constituye la problemática cultural de hoy) se encuentra a la luz de la fe de María en la resurrección de Cristo.25

Lo que el Espíritu Santo realizó en María (por su fe viva), lo realiza análogamente en cada creyente. Por esto, la acción del Espíritu Santo en cada creyente es mariana. María es, para el creyente, testigo de la obra del Espíritu Santo, en Cristo, en ella misma, en la vida cotidiana de todo cristiano. La espiritualidad mariana llevaría a la “cotidianidad”, a partir del amor de ella a Cristo.26

24 En esta valoración histórica (de Zas Friz de Col) sobre la devoción mariana (desde el siglo XVII), se agradece la exhortación apostólica Marialis cultus (Pablo VI, 1975), por sus características de renovación y su abanico de “dimensiones”; se cita esta afirmación: “La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano” (MC 56). Pero se olvida la frase siguiente del mismo número de MC, que resaltaría más el valor permanente de la devoción : “La veneración que la Iglesia ha dado a la Madre del Señor en todo tiempo y lugar - desde la bendición de Isabel (cfr. Lc. 1, 42-45) hasta las expresiones de alabanza y súplica de nuestro tiempo - constituye un sólido testimonio de su lex orandi y una invitación a reavivar en las conciencias su lex credendi. Y viceversa: la lex credendi de la Iglesia requiere que por todas partes florezca lozana su lex orandi en relación con la Madre de Cristo” (MC 56).

25 La actitud de María se describe como: “Adesione di fede alla testimonianza della sua vita in quanto risposta a una chiamata e a una risposta divina personale, ma che è universalmente rivolta a tutti i fedeli, nella quale ella ha portato a pienezza la sua personale vocazione di figlia di Dio, nell’umile obbedienza alla volontà divina che la volle madre-vergine di Dio” (ZAS, o.c., p.1155).

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Imitar la fe de María es un aspecto esencial de la “espiritualidad mariana”. El concilio había señalado como punto de referencia la fe, esperanza, caridad y obediencia de María (cfr. LG 61). Esta fe viva debe encuadrarse en las circunstancias históricas y culturales de cada época. No es necesario criticar el pasado para proponer un “nuevo” paradigma. La cuestión consiste en si la presentación de la fe cristiana (en el marco de la espiritualidad mariana) ha de centrarse en la problemática actual que cuestiona a todos los tratados de teología y no sólo a la mariología.

La síntesis actual de la espiritualidad mariana, tal como la presentan ya algunos autores que hemos citado en el primer capítulo (Amato, Bernard, Castellano, De Fiores, etc.), tiene en cuenta esta problemática “cultural” actual de relación entre razón y fe, pero se abre a horizontes más amplios, aprovechando los esfuerzos realizados en la historia eclesial anterior.

El problema permanente de la “espiritualidad” cristiana (general de todo cristiano y específica de cada vocación, con vistas a la misión, espiritualidad “mariana” en particular, etc.) estriba en la actitud vivencial de personas y comunidades, y se concreta en relación y encuentro con Cristo concreto (nacido de María y presente en la Iglesia y en el mundo).

La “espiritualidad” indica, pues, un encuentro y una respuesta personal y viva, de mente y corazón, tomando la inspiración del evangelio y de la tradición eclesial.

En la actualidad, esta espiritualidad es una actitud básica, reclamada por la misma mentalidad cultural, la cual está necesitada de signos y testimonios. El cristiano “vive” su vida en Cristo, según el Espíritu Santo (“espiritualidad”). En toda época, también en la nuestra, el creyente se encontrará con el desafío de tener que armonizar la apertura al mundo (sociología, cultura) y la dependencia de la revelación. En ningún momento se puede renunciar a la dimensión vivencial y radical del evangelio. La persona humana debe hacerse disponible al proyecto de Dios, revelado por Cristo.

Ahora bien, la relación personal y comunitaria con Cristo implica necesariamente la relación con María, su Madre y nuestra. El concilio Vaticano II invita a la Iglesia a aceptar (vivir, experimentar) la maternidad de María (cfr. LG 62). La espiritualidad eclesial es mariana. La fe de María precede la fe de la Iglesia: “La Iglesia, cuanto más es propiamente Iglesia, tanto más es inmaculada, cristiforme, mariana”.27

26 El autor citado llega a esta conclusión: “Bisogna rischiare nuove formulazioni e nuove vie per esprimere la devozione verso colei che ha generato la ragione della speranza cristiana e insegna ai fedeli a vivere da risorti in una cultura di morte” (o.c., p. 1161). Esta explicación de la espiritualidad mariana, que intenta ser una síntesis de los estudios actuales sobre el tema, se inspira, en parte, en el enfoque de De Fiores: Maria sintesi di valori, storia culturale della mariología (San Paolo 2005); ver especialmente el epílogo (“balance”), pp.539-548. Pero De Fiores ha publicado posteriormente una síntesis del tema con mayor amplitud de miras: Maria, Novissimo Dizionario, o.c., vol.2, pp.1532-1584 (del que aprovecharemos a continuación sus contenidos).

27 H.U. von BALTHASAR, Sponsa Verbi, Brescia, 1969, p.175.

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Resulta un hecho positivo y constructivo el redescubrimiento de María por parte de grupos eclesiales actuales. Juan Pablo II, en este contexto de actualidad, ha relanzado la “espiritualidad mariana” (cfr. RMa 48). Es una “espiritualidad” que debe basarse en los contenidos de la revelación sobre la presencia de María según los textos neotestamentarios y la fe de la Iglesia. Efectivamente, la Iglesia ha ido viviendo históricamente esta realidad de fe de modo progresivo, bajo la acción del Espíritu Santo.

La fisonomía “espiritual” de María aflora en su “sí”, en su “Magníficat” (como “pobre” y “sierva”), en su realidad figurativa de “Hija de Sión”, también como discípula y peregrina de la fe. La “acogida” por parte del discípulo amado (cfr. Jn 19,27) había sido preanunciada en la profecía mariana: “Todas las generaciones me llamarán bienaventurada”. “En María encontramos un compendio personal y viviente de la vida espiritual en sus aspectos más característicos. Ella es el icono de la salvación y de la perfección cristiana”.28

Esta respuesta y vivencia de la fe, a imitación de María, se encuadra en las diversas dimensiones de la espiritualidad cristiana y, por tanto, mariana: dimensión trinitaria, cristológica, pneumatológica, teológica, eclesiológica. Son las dimensiones que ya habían señalado algunos los autores.

La presencia de María en el itinerario espiritual cristiano es una realidad de gracia. Vivir esta realidad indica madurez espiritual e incluso una especie de “unificación mística” con Dios (por Cristo, en el Espíritu, en armonía con el cosmos), que supone experiencia, unificación, transformación.29

La espiritualidad mariana está llamada a presentar los contenidos de la mariología (por ejemplo, los títulos marianos), en su realidad de “función vivencial”, además de su función científica y pastoral misionera.

Se tendría que dar más cabida a las figuras históricas (santos, escritores espirituales, teólogos) y a las instituciones eclesiales que han intentado “vivir” más hondamente el tema mariano. La espiritualidad mariana podría ser, pues, una teología más “narrativa”. De hecho, estas figuras e instituciones se han centrado en "tener los sentimientos de Cristo Jesús" (Fil 2,5), viviendo "con María y como María" (RMi 92).

Teniendo en cuenta la “presencia” de María en todo el caminar eclesial (en personas y comunidades), la “espiritualidad mariana” consistiría en presentar y ayudar a vivir esta presencia “activa y materna” (cfr. RMa 1, y 24), a modo de “influjo salvífico” (LG 60), que es, al mismo tiempo, materno y ejemplar. ¿Cómo influye María en el proceso “espiritual” de la perfección o santidad, de la contemplación, de la vocación, de la vida fraterna, de la misión?

28 S. De FIORES, Spiritualità (mariana), o.c., p.1555. La afirmación está en el contexto de que “la espiritualidad consiste en el vivir el evento dialógico, como respuesta fiel a la obra de Dios” (ibídem).

29 De Fiores, como resumen conclusivo, invita a la “mariología” a abrirse a la dimensión espiritual, aceptando el atractivo de la presencia de María según la vida del Espíritu; ofrece, al final, una síntesis de bibliografía actual (elenco y notas) sobre el tema (pp.1571-1574).

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La espiritualidad mariana tendría aplicación más concreta en las vocaciones cristianas específicas, por ser ella “la criatura que más ha vivido la plena verdad de la vocación, porque nadie como Ella ha respondido con un amor tan grande al amor inmenso de Dios" (Pastores dabo vobis n.36). En el itinerario de toda vocación cristiana, ella “coopera con amor materno" a la "generación y educación" de los fieles cristianos (LG 63). Es un proceso vocacional de discernimiento y fidelidad, que tiene tres momentos especiales: en el inicio de la llamada (Caná: Jn 2,1-12), en los momentos de difícil perseverancia (cruz: Jn 19,25-27) y en los momentos de renovación (Cenáculo de Pentecostés: Hech 1,14ss).30

3. En relación con la percepción de la maternidad espiritual de María

En cada uno de los momentos de la vida espiritual cristiana, el creyente está llamado a una relación personal con María, a modo de “afecto filial” (LG 53), “entrega filial” (RMa 45), “relación filial” (RMa 46) y “comunión de vida” (RMa 45, nota 130). Las aplicaciones concretas de conocer, amar, imitar, celebrar a María, pedir su intercesión (que constituyen las notas básicas de la devoción mariana), se ampliarían por medio de una relación filial más estrecha y habitual con ella, tendiendo siempre hacia el objetivo de la configuración con Cristo (cfr. Gal 4,19).

De hecho, la doctrina conciliar invita a la Iglesia a poner en práctica una “imitación” y “contemplación” de María, con vistas a entrar “más a fondo en el soberano misterio de la Encarnación” y asemejarse “cada vez más a su Esposo" (LG 65). Es la “actitud filial” respecto a María (LG 53), que pone de manifiesto y actualiza la realidad de su maternidad “espiritual”.

El "influjo salvífico" (LG 60) de la maternidad “espiritual” de María y la "piedad filial" de la Iglesia (LG 53), se postulan mutuamente en todo el camino “espiritual” de: vocación (cristiana y específica), contemplación, perfección, comunión y misión. A la mariología tradicional (tan meritoria) le ha faltado desarrollar más a fondo cada una de estas etapas de vida espiritual mariana.

La realidad materna de María, como presencia activa, como modelo e intercesora, se aplica a todo el proceso de la vida cristiana. Esta aplicación concreta presupone el significado específico de la “espiritualidad mariana”, en el contexto de sus diversas dimensiones: kerigmnática y salvífica, trinitaria, cristológica, pneumatológica, eclesiológica, litúrgica, antropológica, pastoral misionera.

La “espiritualidad mariana” es, pues, la aceptación vivencial comprometida (por parte de cada creyente y de toda la Iglesia) de la “maternidad espiritual” de María, en todos sus aspectos de ejemplaridad, presencia y acción salvífica, y también en todos los campos de

30 El proceso es personal y comunitario (eclesial), aunque pueden existir acentos de un carisma particular. Por parte de María, en todo el proceso hay: presencia, afecto, modelo, ayuda como mediación materna. Por parte del creyente o de la comunidad eclesial: toma de conciencia, afecto, imitación, petición. La comunicación que aporté en el Simposio Internacional mariológico (Roma, 1992), describiendo las diversas etapas del itinerario “espiritual”, la he ampliado posteriormente como manual específico: Espiritualidad Mariana. María en el corazón de la Iglesia (Valencia, EDICEP, 2009).

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incidencia: fe, vocación, contemplación, perfección, comunión, misión. Se concreta en la actitud de relación, imitación, amor, dependencia filial, vida de “comunión” familiar.

Por parte de María, es una “nueva maternidad según el Espíritu” (RMa 21), que se realiza en diversas etapas (Encarnación, cruz, Pentecostés, vida de la Iglesia). Por parte de los creyentes y de toda la Iglesia, se puede concretar en una relación filial a modo de “comunión de vida” (RMa 45). Esta interrelación “espiritual” hace posible que la maternidad de María se actualice y realice, “como nueva continuación en la Iglesia y a través de la Iglesia” (RMa 24).31

Para nuestro tema, es, pues, importante estudiar cómo se ha recibido la doctrina conciliar sobre “maternidad espiritual” de María, precisamente porque este tema está íntimamente relacionado con la recepción postconciliar de la “espiritualidad”, que, especialmente desde Juan Pablo II, llamamos ya explícitamente “espiritualidad mariana”.

El texto conciliar más significativo sobre la “maternidad” (espiritual) de María es el número 61 de la Lumen Gentium, que se concreta en una fuerte invitación a dejar entrar a María como “Madre” en la propia vida de fe. “Predestinada” en el contexto del “designio” salvífico de Dios, ella “cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia” (LG 61).

El texto conciliar sobre la maternidad de María respecto a los creyentes no dice “espiritual”, sino “Madre en el orden de la gracia”. Será la encíclica Redemptoris Mater n.44, la que usará el término “espiritual”, como término equivalente a “orden de la gracia”, puesto que se trata de vida “sobrenatural” o vida según el Espíritu” (cfr. Gal 5,5).32

No es sólo el número 61 de la Lumen Gentium que habla de la maternidad (“espiritual”) de María (cfr. LG nn.55-56, 58, 60-61, 63, 65, 67, 69). Es la Iglesia misma que “la venera como madre amantísima”, porque es “madre de los miembros” de Cristo, al haber “cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles” (LG 53). Esta “cooperación” en la obra salvífica (por haber dicho que “sí”) la hace “madre de los vivientes” (LG 56).

El hecho de haberse “condolido” con su Hijo y haber “consentido con corazón de madre a su sacrificio”, está íntimamente ligado a su nueva realidad materna: “fue dada como

31 La catequesis de Benedicto XVI en la audiencia del 14 marzo 2012, es un resumen magistral de la actitud materna de María y de su fe viva: “María siguió con discreción todo el camino de su Hijo durante la vida pública hasta el pie de la cruz, y ahora sigue también, con una oración silenciosa, el camino de la Iglesia… María, precisamente por la actitud interior de escucha, es capaz de leer su propia historia, reconociendo con humildad que es el Señor quien actúa… en un clima de escucha y de oración, ella está presente… Madre de Dios y Madre de la Iglesia, María ejerce esta maternidad hasta el fin de la historia”.

32 Pablo VI, en Marialis Cultus n.28 (citando LG 63) había hablado de “regeneración y formación de todos los fieles”, a la que “coopera con amor de madre”. El contexto es de “vida por el Espíritu”.

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madre al discípulo por el mismo Cristo” (LG 58). Su “función maternal” se concreta en un “influjo salvífico” y se fundamenta la “mediación” participada de Cristo, de la cual “depende totalmente” (LG 60).

Es, pues, “nuestra madre en el orden de la gracia” (LG 61) y “esta maternidad perdura sin cesar en la economía de la gracia… hasta la consumación perfecta de los elegidos” (LG 62). Ella “cuida con su amor materno de los hermanos de su Hijo”; por esto, la Iglesia recomienda a los fieles que se apoyen “en esta protección maternal” y así “se unan más íntimamente al Mediador y Salvador” (LG 62). La “clave” de lectura de su maternidad virginal la constituye su “consentimiento” a los planes salvíficos de Dios (cfr. LG 56,58,62).

Esta maternidad spiritual de María no se ciñe a los creyentes por separado, sino que se refiere también a la Iglesia en cuanto tal, puesto que “coopera con amor de madre” en todo el proceso de “la regeneración y formación” de los miembros de la Iglesia (LG 63). En este sentido es también “figura (tipo) de la Iglesia… que con razón también es llamada madre y virgen” (LG 63).33

El concilio, al señalar la práctica de la devoción y culto (LG nn.67-69), resume esta actitud “devocional” o “cultual”, invitando a adoptar un “amor filial” (LG 67). Las actitudes devocionales (de oración e imitación) tienen el matiz de acudir a quien es “Madre de Dios y madre de los hombres” (LG 69).

La mariología ha estudiado la maternidad “espiritual” de María siguiendo las mismas pautas que traza la Lumen Gentium en el capítulo VIII: fundamentación bíblica, patrística, magisterial, teológica, testimonio de los santos, etc. Esta fundamentación ha hecho patente la función materna de María y la correspondiente relación filial por parte de los fieles. Faltaría releer estas mismas fuentes para ampliar la perspectiva hacia la actuación materna (y ejemplar) de María en todo el proceso de la vida espiritual, así como en la correspondiente respuesta relacional por parte de los fieles, en el itinerario de la fe, contemplación, vocación, perfección, comunión, misión.

Los documentos magisteriales posteriores al concilio Vaticano II dejan en claro una amplia recepción del tema de la maternidad espiritual de María. Pero tanto en el concilio (como acabamos de ver) como en los textos magisteriales posteriores, se puede observar una ampliación del campo de la “espiritualidad”, indicando unas pistas para su estudio y puesta en práctica.

Ya no se trata solamente de justificar el tema de la “maternidad espiritual” (con sus fuentes escriturísticas, patrísticas, etc.), sino también de concretar el alcance del título en la perspectiva de la espiritualidad cristiana.

33 En este contexto enlaza perfectamente la realidad de la maternidad ministerial de la Iglesia, porque “también ella es hecho Madre por la palabra de Dios fielmente recibida; en efecto, por la predicación y el bautismo engendra para la vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios” (LG 64). Al imitar a su excelso modelo, “también en su obra apostólica, con razón, la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles” (LG 65; texto citado literalmente, aunque sin referencia, en RMi 92).

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El magisterio postconciliar está en continuidad también con magisterio de los Papas del siglo XX antes del concilio. Se alude ampliamente a la maternidad espiritual de María, como algo espontáneo y haciendo resaltar la dimensión eclesial.34

En Pablo VI, gracias a su exhortación Marialis Cultus (1974), encontramos un salto de calidad, casi como un nuevo “parámetro” o “paradigma”. Quedan asumidos los contenidos mariológicos de la Lumen Gentium en su capítulo VIII, encuadrándolos en el marco de la celebración litúrgica, como actualización y vivencia (espiritualidad) del misterio pascual. La maternidad de María queda, pues, encuadrada en el contexto de la celebración del misterio pascual, sin olvidar los aspectos devocionales de la piedad personal y popular.

La celebración del bautismo es, para la Iglesia, una imitación y actualización del seno de María: “La Iglesia prolonga en el sacramento del bautismo la Maternidad virginal de María… el Espíritu Santo (cf. Lc. 1, 35), que hizo que María diese a luz al Salvador, hace también que el agua regenere al creyente" (MC 19).35

María es “Maestra de vida spiritual” para todo cristiano, también en la celebración del culto divino: “Ejemplo para toda la Iglesia en el ejercicio del culto divino, María es también, evidentemente, maestra de vida espiritual para cada uno de los cristianos” (MC 21).36

Citando Lumen Gentium, la exhortación de Pablo VI, concreta la acción materna de María en los creyentes, "a cuya generación y educación ella colabora con materno amor" (LG 63; MC 28).37

El tono de esta espiritualidad, como acción del Espíritu, es simultáneamente eclesial y mariano, en el sentido de inserción en la realidad: “la acción de la Iglesia en el mundo es como una prolongación de la solicitud de María: en efecto, el amor operante de María la Virgen… encuentra su continuidad en el ansia materna de la Iglesia porque todos los hombres lleguen a la verdad… De este modo el amor a la Iglesia se traducir  en amor a María y viceversa” (MC 28).

34 A continuación, nos fijamos brevemente en los siguientes documentos magisteriales: exhortación apostólica Marialis Cultus, 1974, de Pablo VI. Documentos de Juan Pablo II: encíclicas Dives in Misericordia (1980) Redemptoris Mater (1987), Ecclesia de Eucharistia (2003); Catechismo Chiesa Catolica” (1992). De Benedicto XVI: encíclicasDeus Caritas est (2005), “Spe Salvi” (2007); exhortaciones apostólicas Sacramentum Caritatis (2007), Verbum Domini (2010), etc.

35 Cita a San León Magno, In Nativitate Domini, Tractatus XXV, 5: CCL 138, p.123.

36 Cita a San Jerónimo cuando invita a adoptar en el culto la actitud mariana del Magníficat: Expositio Evangelii secundum Lucam, II, 26: CSEL 32, IV, p.55; S. Ch. 45, pp.83-84.

37 Cita a San Jerónimo cuando invita a adoptar en el culto la actitud mariana del Magníficat: Expositio Evangelii secundum Lucam, II, 26: CSEL 32, IV, p.55; S. Ch. 45, pp.83-84.

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La maternidad de María respecto a los fieles es personal y también se encuadra en el conjunto de la “comunión” y familia eclesial, por ser “Madre de Cristo y de los cristianos” (MC 29 y 32).

Respecto a Juan Pablo II, se puede afirmar que, especialmente por medio de la encíclica Redemptoris Mater (1987), ha relanzado el tema propiamente dicho de la “espiritualidad mariana”. Aunque ya su encíclica Dives in Misercordia (1980) y posteriormente su encíclica Ecclesia de Eucharistia (2003) marcan esta línea “espiritual”.

En la encíclica sobre la misericordia, al describir el aspecto relacional de María respecto a sus hijos, cita el concilio: “cuida con su amor materno de los hermanos de su Hijo” (LG 62). Entonces presenta a María como “Madre de la misericordia”, cuyo “amor misericordioso… no cesa de revelarse en la historia de la Iglesia y de la humanidad” (DM 9). Por parte de María, se señala “el tacto singular de su corazón materno”; por parte de los fieles, se indica de “aceptar más fácilmente el amor misericordioso de parte de una madre” (ibídem). Este aspecto relacional es consecuencia del misterio de la Encarnación.

Ya hemos indicado en el capítulo primero que la invitación de Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris Mater, sobre la “espiritualidad mariana”, está en el contexto de profundizar los contenidos marianos del concilio: “siguiendo la línea del Concilio Vaticano II, deseo poner de relieve la especial presencia de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de su Iglesia” (RMa 48). Esta “presencia” reclama la atención sobre el aspecto relacional de María y con María, especialmente por medio de la vivencia de la fe: “Se trata aquí no sólo de la doctrina de fe, sino también de la vida de fe y, por tanto, de la auténtica «espiritualidad mariana», considerada a la luz de la Tradición y, de modo especial, de la espiritualidad a la que nos exhorta el concilio” (ibídem).

Esta invitación (de RMa 48) está relacionada estrechamente con la vivencia de la “maternidad” de María, que es “nueva maternidad según el Espíritu” (RMa 23). Glosando el texto conciliar de LG 61, recuerda que su maternidad ha tenido un itinerario respecto a la vida de su Hijo y que, como “maternidad en la economía salvífica de la gracia”, encuentra su “momento culminante” en la cruz, cuando ella es indicada como “Madre de Cristo y Madre de los hombres” (RMa 23; LG 54)

El ejercicio de la maternidad espiritual de María se concreta especialmente en su intercesión. Es “mediación materna… subordinada a aquél que es el único Mediador” (RMa 41). Es, pues, una “maternidad espiritual, nacida de lo profundo del misterio pascual del Redentor del mundo. Es una maternidad en el orden de la gracia, porque implora el don del Espíritu Santo que suscita los nuevos hijos de Dios, redimidos mediante el sacrificio de Cristo: aquel Espíritu que, junto con la Iglesia, María ha recibido también el día de Pentecostés” (RMa 44).

Es una función materna que continúa en la Iglesia y por medio de la Iglesia: “Las palabras que Jesús pronuncia desde lo alto de la Cruz significan que la maternidad de su madre encuentra una nueva continuación en la Iglesia y a través de la Iglesia” (RMa 24). La Iglesia imita la maternidad “espiritual” de María y la actualiza ministerialmente (RMa 44; cfr. LG 64).

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Esta “espiritualidad” se concreta en “relación”: “Es esencial a la maternidad la referencia a la persona. La maternidad determina siempre una relación única e irrepetible entre dos personas” (RMa 45). Es un “testamento” que indica “plenamente el motivo de la dimensión mariana de la vida de los discípulos de Cristo; no sólo de Juan, que en aquel instante se encontraba a los pies de la Cruz en compañía de la Madre de su Maestro, sino de todo discípulo de Cristo, de todo cristiano. El Redentor confía su madre al discípulo y, al mismo tiempo, se la da como madre. La maternidad de María, que se convierte en herencia del hombre, es un don: un don que Cristo mismo hace personalmente a cada hombre” (RMa 45).

La “espiritualidad mariana” se centra en la persona de Cristo su Hijo: “No sólo tiene su comienzo en Cristo, sino que se puede decir que definitivamente se orienta hacia él” (RMa 46)

Es interesante la aplicación que hace Juan Pablo II en su encíclica sobre la Eucaristía, Ecclesia de Eucharistia” (2003), cuando invita a vivirla “en la escuela de María”. Por ser “memorial” del misterio pascual de Cristo, “no falta lo que Cristo ha realizado también con su Madre para beneficio nuestro… Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don... Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas” (cap. VI, n.57).

El magisterio mariano de Benedicto XVI es muy significativo. Suele dar unas síntesis sapienciales o, al menos, algunas frases breves de contenido muy denso. Nuestro tema se encuentra al hablar del amor materno de María y de la relación de los creyentes con ella.38

Es importante el acento que pone en la actitud interior de María como Madre de “una nueva familia”, que persevera junto a Cristo y que hace posible la fidelidad de los discípulos: “Lo vemos en la humildad con que acepta ser como olvidada en el período de la vida pública de Jesús, sabiendo que el Hijo tiene que fundar ahora una nueva familia y que la hora de la Madre llegará solamente en el momento de la cruz, que será la verdadera hora de Jesús (cfr. Jn 2, 4; 13, 1). Entonces, cuando los discípulos hayan huido, ella permanecerá al pie de la cruz (cfr. Jn 19, 25-27); más tarde, en el momento de Pentecostés, serán ellos los que se agrupen en torno a ella en espera del Espíritu Santo (cfr. Hch 1, 14)” (Deus Caritas est n.41).

El encargo de Jesús sigue siendo siempre actual en la historia de la Iglesia: “La palabra del Crucificado al discípulo —a Juan y, por medio de él, a todos los discípulos de Jesús: « Ahí tienes a tu madre » (Jn 19, 27)— se hace de nuevo verdadera en cada generación” (Deus Caritas est n.42)

María es modelo de cómo acoger a Cristo en la Eucaristía: “Madre de Dios y Madre nuestra… María es aquélla que acoge la Palabra que se hizo carne en ella y que enmudece en el silencio de la muerte... María de Nazaret, icono de la Iglesia naciente, es 38 Aprovecho especialmente: Enciclica Deus Caritas est (2005), exhortación apostólica Sacramentum Caritatis (2007), encíclica Spe Salvi (2007), exhortación apostólica Verbum Domini (2010), carta apostólica Porta Fidei (2011).

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el modelo de cómo cada uno de nosotros está llamado a recibir el don que Jesús hace de sí mismo en la Eucaristía” (Sacramentum Caritatis n.33).

Su maternidad espiritual sigue siendo una realidad en la vida de los creyentes y en la Iglesia: “Desde la cruz recibiste una nueva misión. A partir de la cruz te convertiste en madre de una manera nueva: madre de todos los que quieren creer en tu Hijo Jesús y seguirlo. La espada del dolor traspasó tu corazón… junto a la cruz, según las palabras de Jesús mismo, te convertiste en madre de los creyentes… . La alegría de la resurrección ha conmovido tu corazón y te ha unido de modo nuevo a los discípulos, destinados a convertirse en familia de Jesús mediante la fe… Por eso tú permaneces con los discípulos como madre suya, como Madre de la esperanza. Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino” (Spe Salvi n.50)

María se hace Madre por el hecho de escuchar o recibir la Palabra (el Verbo) en su corazón y en su seno: “María es dichosa porque tiene fe, porque ha creído, y en esta fe ha acogido en el propio seno al Verbo de Dios para entregarlo al mundo” (ibídem, n.124).

En la carta apostólica Porta Fidei, Benedicto XVI hace un resumen de la fe de María, como modelo de la fe de la Iglesia: “Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cfr. Lc 1, 38). En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cfr. Lc 1, 46-55). Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cfr. Lc 2, 6-7). Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cfr. Mt 2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cfr. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cfr. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cfr. Hch 1, 14; 2, 1-4)… También nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia” (n.13)

A veces, en las catequesis de las audiencias generales, Benedicto XVI ha aludido a la maternidad espiritual de María, indicando su función materna vivencial, como “memoria viva” de la presencia de Jesús Resucitado, para compartir con la Iglesia el don recibido del Espíritu Santo: “Presencia orante de la Virgen en el grupo de los discípulos que serán la primera Iglesia naciente… La presencia de la Madre de Dios con los Once, después de la Ascensión, no es, por tanto, una simple anotación histórica de algo que sucedió en el pasado, sino que asume un significado de gran valor, porque con ellos comparte lo más precioso que tiene: la memoria viva de Jesús, en la oración; comparte esta misión de Jesús: conservar la memoria de Jesús y así conservar su presencia… Ella, que ya lo había recibido para engendrar al Verbo encarnado, comparte con toda la Iglesia la espera del mismo don, para que en el corazón de todo creyente «se forme Cristo» (cf. Gal 4, 19). Si no hay Iglesia sin Pentecostés, tampoco hay Pentecostés sin la Madre de Jesús, porque ella vivió de un modo único lo que la Iglesia experimenta cada día bajo la acción del Espíritu Santo… No se puede hablar de Iglesia si no está presente María, la Madre del Señor… Venerar a la Madre de Jesús en la Iglesia significa, por consiguiente, aprender de ella a ser comunidad que ora… Madre

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de Dios y Madre de la Iglesia, María ejerce esta maternidad hasta el fin de la historia. Encomendémosle a ella todas las fases de paso de nuestra existencia personal y eclesial, entre ellas la de nuestro tránsito final. María nos enseña la necesidad de la oración y nos indica que sólo con un vínculo constante, íntimo, lleno de amor con su Hijo podemos salir de «nuestra casa», de nosotros mismos, con valentía, para llegar hasta los confines del mundo y anunciar por doquier al Señor Jesús, Salvador del mundo”.39

El magisterio postconciliar ha recogido ampliamente el tema de la “espiritualidad mariana”, implícita o explícitamente en el tema de la “maternidad espiritual” de María. Ella es Madre porque colabora en nuestra regeneración como partícipes de la vida en Cristo y según el Espíritu Santo (vida “espiritual”). La actitud materna de María, en la transmisión de esta vida “espiritual”, se dirige a todos los creyentes como formando parte de la “comunión” eclesial.

Esta maternidad, en cuanto que es actitud interior (“corazón materno y misericordioso”) es participación del amor misericordioso de Cristo. María sale al encuentro de todos sus hijos con este amor materno. Su maternidad es fruto de la redención de Cristo y don del mismo a su Iglesia, a modo de testamento y herencia permanente. Es maternidad que se actualiza especialmente en la celebración eucarística, como memoria y actualización del misterio redentor.

María es la Madre de la nueva familia de Jesús. Percibe nuestra necesidades con corazón materno. Es Madre espiritual como “discípula” que escucha la Palabra. Y es maternidad que se prolonga en la Iglesia y mediante la Iglesia.

La Iglesia aprende de María esta maternidad espiritual y la actualiza ministerialmente. La fuente bautismal (y analógicamente la predicación de la Palabra y la celebración sacramental) es como el seno de la Virgen Madre, donde el Espíritu Santo hace posible la nueva concepción de Jesús, para hacerlo vida propia y para transmitirlo al mundo.

Los estudios teológicos postconciliares sobre el tema de la “espiritualidad mariana” (que hemos resumido en los capítulos 1 y 2) también han observado que el tema se puede concretar en del de la “maternidad espiritual”, como aplicación concreta por parte de María (su función materna) y por parte de los creyentes (actitud filial). El tema entraría, pues, en la dinámica interrelacional y vivencial, que es propia de la “espiritualidad”.40

39 Benedicto XVI, Alocución en la Audiencia General, 14 marzo 2012. En las alocuciones alude, a veces a los sentimientos maternos de María: “Cuando los cristianos se dirigen a María en todos los tiempos y lugares, se dejan guiar por la certeza espontánea de que Jesús no puede rechazar las peticiones que le presenta su Madre; y se apoyan en la confianza inquebrantable de que María es también Madre nuestra; una Madre que ha experimentado el sufrimiento más grande de todos, que se da cuenta, juntamente con nosotros, de todas nuestras dificultades y piensa de modo materno cómo superarlas” (Etzelsbach, 23 septiembre 2011; texto semejante a Dives in Misericordia n.9).

40 Los estudios sobre la maternidad espiritual de María se han centrado más en la demostración del tema (argumentos bíblicos, patrísticos, magisteriales, etc.). Ver algunos estudios desde el inicio del concilio y en años posteriores, en trabajos en colaboración: La maternité spirituelle de Marie, Paris, Lethielleux 1962. También en elencos bibliográficos : D.G. CANDIDO, Madre dei discepoli: Mariologia (San Paolo, 2009)

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En los manuales postconciliares de mariología se presenta la maternidad espiritual de María ofreciendo los datos esenciales de la tradición. 41

Tanto los artículos especializados sobre el tema (maternidad espiritual), como los manuales, no dejan de resaltar los aspectos principales, aprovechando también las discusiones que tuvieron lugar durante la elaboración del texto definitivo.42

Propiamente los llamados “privilegios” marianos (especialmente su maternidad divina) corresponden a su condición de instrumento de la gracia, a la luz y en dependencia de la Encarnación del Verbo y de la redención. María es siempre cercana a nosotros como Madre.

Su maternidad se concreta en un “influjo salvífico” (LG 60), como instrumento para nuestra regeneración espiritual, “en el orden de la gracia” (LG 61). Tiene siempre sentido eclesial de “comunión”, puesto que somos hermanos de Cristo y miembros de su Cuerpo Místico. La “plenitud de gracia” de María forma parte de su maternidad, puesto que Cristo nos la ha dado tal como es. Así es Madre de Cristo Salvador. Su “consentimiento” en la Anunciación es hacia el proyecto de Dios tal como es en Cristo y en su Iglesia.

Toda la vida de María, como Madre virginal, pertenece a Cristo según el proyecto salvífico de Dios hacia toda la humanidad. María ha sido predestinada para esa maternidad hacia Cristo y su Iglesia. Es asociada, colaboradora, instrumento de la vida sobrenatural que procede de Cristo nacido de María y presente en la Iglesia.43

764-773 ( bibliografñia: p.733) ; J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad mariana. María en el corazón de la Iglesia, o.c., (bibliografía: pp.135-136); Idem, La maternidad espiritual de Maria en el capitulo VIII de la constitución sobre la Iglesia del Vaticano II: Ephem. Mariologicae 16 (1966) 95-138; T.F. OSANNA, S. CIPRIANI, Madre nuestra, en: Nuevo Diccionario de Mariología (Madrid, Paulinas, 1988) 1200-1212 (bibliografía, p.212).

41 Por ejemplo: C. POZO, María en la obra de la salvación (Madrid, BAC,1974) 236-238. Resume las opiniones sobre el texto bíblico de Jn 19,25-27; sin olvidar el sentido familiar del encargo de Jesús, se subraya el significado salvífico: el “discípulo” representa a todos los demás discípulos de Cristo; el encargo de Jesús está en el contexto de la “hora” como en Caná; María colabora con Cristo en la obra salvífica. La edición posterior de A. ROYO MARÍN, La Virgen María. Teología y espiritualidad mariana (Madrid, BAC 1997), amplía en la tercera parte la vivencia ejemplar de María: Desarrollo progresivo de la gracia, virtudes, dones y frutos del Espíritu Santo, bienaventuranzas.

42 Recojo el “iter” de las diversas redacciones del texto conciliar, acentuando la línea de la “espiritualidad”, en: La maternidad espiritual de Maria en el capitulo VIII de la constitución sobre la Iglesia del Vaticano II, o.c.

43 La proclamación de María como “Madre de la Iglesia”, está en armonía con los contenidos del capítulo octavo de la Lumen Gentium: cfr. Pablo VI, Alocución 21 noviembre 1964: AAS 56 (1964) 1007-1018 (“Madre de todo el Pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores”).

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Esta maternidad espiritual de María manifiesta el Misterio de Cristo en su dimensión de amor y de relación interpersonal. Con este amor materno, ella intercede, protege, acompaña en el caminar eclesial. Siempre es instrumento salvífico para bien de toda la Iglesia.

La maternidad espiritual de María, según los estudios mariológicos postconciliares, se prolonga y continúa en toda la historia de la Iglesia como un don que Cristo hace a su comunidad de creyentes. El “discípulo amado” es transmisor de un don recibido de Cristo para toda su Iglesia.44

El titulo bíblico de “mujer”, que Cristo da a su Madre (en Caná y en el Calvario) es un modo de reconocer en María la “nueva Eva”, “Madre de todos los vivientes”, como fruto del sacrificio de Cristo.45

Si se califica su maternidad de “espiritual”, es porque se refiere a la vida nueva de la gracia (vida “sobrenatural”).46

En María, siempre Virgen, la maternidad es su razón de ser durante toda su existencia: acoger y comunicar a Cristo que es “vida”.47

Es Madre de todos y de cada uno de modo particular, con vistas a colaborar en el proceso de santidad y salvación. Es una maternidad de esperanza (cfr. Spe Salvi 50).

En esta perspectiva materna, la virginidad indica su pertenencia total al Misterio de Cristo, que ella desempeña con todo su corazón y con toda su existencia. La respuesta

44 “María es un don hecho por Cristo a su Iglesia, no como un ornamento, aunque sea hermosísimo, sino como una presencia activa y permanente, precisamente en su función de maternidad universalizada, puesta al servicio de todos los creyentes” (S. CIPRIANI, o.c., p.1203). “Incluso después de tu muerte eres capaz de ofrecer a los hombres la vida” (Germán de Costantinopla, In Dormitionem B. Mariae Virginis: PG 98, 349).

45 “La persona del discípulo amado exige que se le interprete como tipo de todos los que , judíos o gentiles, lleguen a la fe en Cristo, o se reúnen en un solo rebaño” (S. CIPRIANI, o.c., p.1203). “El Nuevo Testamento proporciona indicaciones más que suficientes para atribuir a María una maternidad espiritual efectiva en relación a todos lo que actual o potencialmente pertenecen al «cuerpo de Cristo», que es la Iglesia” (ibídem, p.1204).

46 “Es un acto generativo de vida, aunque se trata de vida sobrenatural; está ligada a la maternidad de María respecto a Cristo, que comprende no solamente la vida física, sino la participación en toda la vida y misión de Jesús” (T.F. OSANNA, o.c., p.1207). “Viéndola en esta luz, la maternidad continúa en el tiempo y llega a la eternidad” (ibídem, p.1208).

47 “No es sólo madre con su inteligencia, con sus palabras o con los actos que realiza, sino con todo lo que es, con todo lo que tiene. María es madre nuestra, pero en su maternidad nos da su plenitud de gracia, su dignidad y grandeza de Madre de Dios, su particular relación con el Padre y con el Espíritu Santo” (ibídem, p.1208).

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de quienes somos sus hijos indica la necesidad de colaborar. Su amor exige y hace posible el amor de los creyentes. Es un amor que ayuda a ver en cada ser humano un hijo suyo y nuestro hermano. A María se la conoce de verdad cuando se la ama, haciendo que la comunidad donde se vive, sea una fraternidad de quienes se consideran hijos de María.

La actitud de la Iglesia de todos los tiempos ha sido de relación filial. Guiada por el Espíritu Santo, la Iglesia ha vivido una relación con María en un proceso de crecimiento armónico en la fe, que “ahonda sus raíces en el dato bíblico” y se ha desarrollado hasta nuestros días.48

De este modo, Dios muestra su amor con ternura de madre (cfr. Is 49,15) por medio de la maternidad espiritual de María y de la Iglesia. La naturaleza misionera de la Iglesia es de maternidad, a imitación de la maternidad de María (cfr. 1Tes 2,7; Gal 4,4.16.26).

Líneas conclusivas

La recepción de la “espiritualidad mariana” después del concilio Vaticano II se ha desarrollado a modo de reflexión vivencial o “narrativa”, sin perder su estructura científica y sistemática. Ha pesado mucho en la reflexión actual postconciliar, la realidad de fe vivida por los santos de todas las épocas y celebrada en los momentos litúrgicos. “La teología no es solamente ciencia, sino también sabiduría… La búsqueda de la sabiduría anima indudablemente a la misma teología la pone en estrecha relación con la experiencia espiritual y con la sabiduría de los santos” .49

El magisterio y la teología postconciliar demuestran una gran receptividad sobre la “espiritualidad mariana”, especialmente sobre la “maternidad espiritual” de María y, después de la invitación de Juan Pablo II en su encíclica Redemptoris Mater (1977), a partir de la “espiritualidad mariana” en cuanto tal.

Hay que constatar, no obstante, que, después de un entusiasmo algo generalizado (sobre la “maternidad espiritual” y sobre la “espiritualidad mariana”), el tema “espiritual” afronta dos retos: 1º) Si la “espiritualidad mariana” debe centrarse en la “fe” (de María y de los fieles) como respuesta a la tensión actual entre fe y razón; 2º) Si la esa misma “espiritualidad mariana” debe ser una profundización de las diversas dimensiones de la mariología (dimensión trinitaria, cristológica, pneumatológica, eclesiológica, espiritual, pastoral-misionera, antropológico-psicológica, estética, sociológico-cultural, etc.).

He intentado asumir esta realidad que se desprende de estudios y de retos postconciliares sobre la “espiritualidad mariana”, buscando integración y armonía. Basándome también en la aportación de algunos estudiosos sobre la “maternidad espiritual” de María, he intentando armonizar ambos temas en una sola dirección, aunque con diversas perspectivas: la “espiritualidad mariana” es, por parte de María, su vivencia materna con todas sus implicaciones; por parte de los creyentes y de toda la

48 D.G. CANDIDO, o.c., p.765.

49 (Commissione Teologica Internazionale) La teologia oggi: Prospettive e criteri (Città del Vaticano 2012) n.86.

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comunidad eclesial, es la vivencia de una actitud relacional que tiene que ser filial y relacional.

No se puede soslayar, pues, la “fe vivida” como respuesta a la tensión actual entre fe y razón. María es “modelo de fe vivida” (Tertio Millennio Adveniente n.43; cfr. Lc 1,45), "la realización más pura de la fe" (CEC 149). Tampoco puede reducirse la “espiritualidad mariana” a los actos tradicionales de “devoción” (conocerla, amarla, imitarla, celebrarla, pedir su intercesión), sino que estos mismos actos “devocionales” (y también en su marco litúrgico) tienen que enriquecerse con la riqueza de “dimensiones” que hemos señalado antes.

Concretando en el terreno práctico y asumiendo estas indicaciones fruto de los estudios que hemos resumido, podría desarrollarse la “espiritualidad mariana”, como “vida según el Espíritu”, con la guía de su “nueva maternidad según el Espíritu”, a modo de itinerario enriquecedor (de fe, vocación, contemplación, perfección, comunión o fraternidad y misión), donde María está presente de modo activo y materno (Madre, intercesora, modelo, discípula… ).50

No se pueden soslayar los “sentimientos” de Cristo (cfr. Fil 2,5), como invitación a profundizar en la fe, de la que María es modelo y “memoria”. Si se vive la realidad de la presencia de Cristo (en su Eucaristía, Palabra, sacramentos, comunidad, etc.), es normal que el creyente capte que es el mismo Señor Resucitado quien comunica estos “sentimientos” a modo de relación personal. No basta con aceptar unas ideas abstractas.

La misma vivencia de los santos y fe sencilla de los creyentes, manifestada en lo que llamamos “piedad popular” (que debe catequizarse y purificarse), indica unas pistas válidas para detectar la presencia activa del Señor Resucitado en medio de su pueblo.

Con esta perspectiva de espiritualidad mariana se llegaría más fácilmente a “mirar” a la Iglesia con los ojos de Jesús, y a amarla prefigurada en María, llamada a ser santa y madre fecunda como ella.

La “maternidad espiritual” de María, vivida como relación filial, se traduce, bajo la acción del Espíritu Santo, en un proceso de contemplación, perfección, comunión y misión.

Vivir la filiación spiritual respecto a María, se traduce en el compromiso de avanzar por el itinerario de fe vivida, de vocación cristiana y específica, de contemplación, de perfección o santidad, de comunión fraterna y de misión, guiados por la presencia (activa y materna), la intercesión y el ejemplo, de María, Maestro y discípula.

50 El campo es muy amplio y polifacético, y se necesita estudiar las figuras de los santos y autores espirituales que han vivido o explicado este itinerario. Presento un esbozo de este itinerario, a modo de campos abiertos a futuras investigaciones que aprovechen la “memoria” del pasado para afrontar los retos del futuro: Espiritualidad Mariana. María en el corazón de la Iglesia (Valencia, EDICEP, 2009). Los textos de las “Misas de la Santísima Virgen” son una fuente muy abundante de espiritualidad mariana: Messe della beata Vergine Maria (cfr. Lib. Edit. Vaticana).

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