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1 INTUICIONES DE SAN JUAN DE ÁVILA PARA UNA TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD DEL SACERDOTE MINISTRO EN EL PRESBITERIO DE LA IGLESIA PARTICULAR (Juan Esquerda Bifet) Sumario: Introducción 1. La actualidad del estilo de “Vida Apostólica” en el Presbiterio de la Iglesia particular 2 . Los Apóstoles y la “Vida Apostólica” en el Maestro Ávila 3 . Los componentes de la “Vida Apostólica” en las intuiciones del Maestro Ávila. Aplicaciones actuales e itinerario de la “Vida Apostólica” en el Presbiterio de la Iglesia particular Líneas conclusivas *** INTRODUCCIÓN El título de la presente conferencia puede parecer fuera de contexto, puesto que se intenta relacionar la doctrina de San Juan de Ávila (del siglo XVI) con un tema de nuestros días: “teología y espiritualidad del sacerdote ministro en el Presbiterio de la Iglesia particular”. He intentado afrontar esta dificultad con la palabra “intuiciones”, que también puede tener el inconveniente de que estas “intuiciones” sean las nuestras y no las del Maestro.

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INTUICIONES DE SAN JUAN DE ÁVILA PARA UNA TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD DEL SACERDOTE MINISTRO EN EL PRESBITERIO DE LA IGLESIA PARTICULAR(Juan Esquerda Bifet)

Sumario:

Introducción1. La actualidad del estilo de “Vida Apostólica” en el Presbiterio de la Iglesia particular2 . Los Apóstoles y la “Vida Apostólica” en el Maestro Ávila3 . Los componentes de la “Vida Apostólica” en las intuiciones del Maestro Ávila. Aplicaciones actuales e itinerario de la “Vida Apostólica” en el Presbiterio de la Iglesia particularLíneas conclusivas

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INTRODUCCIÓN

El título de la presente conferencia puede parecer fuera de contexto, puesto que se intenta relacionar la doctrina de San Juan de Ávila (del siglo XVI) con un tema de nuestros días: “teología y espiritualidad del sacerdote ministro en el Presbiterio de la Iglesia particular”.

He intentado afrontar esta dificultad con la palabra “intuiciones”, que también puede tener el inconveniente de que estas “intuiciones” sean las nuestras y no las del Maestro.

Pero, en el fondo de nuestro tema hay una base común, que ya es una herencia y una historia de gracia, más allá de cada época histórica. No se trata de una terminología o de una idea, sino de la llamada “Vida Apostólica” o, en latín, “apostolica vivendi forma”. Es un tema que hinca sus raíces en la Iglesia primitiva (basta recordar el discurso de San Pablo en Mileto, sus cartas apostólicas o también la primera carta de San Pedro) y que se mantiene en todo su vigor. Concretamente se trata de cómo ha de ser la vida de los Apóstoles y de sus sucesores en las Iglesias particulares de todos los tiempos. Estamos en la armonía de la fe y de la revelación.

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Se han hecho ya muy buenos estudios sobre la teología y espiritualidad sacerdotal según los documentos conciliares y postconciliares de nuestra época. Pero queda siempre la pregunta sobre si se ha puesto en práctica la llamada del Buen Pastor a vivir y amar como él y como ha querido él que vivieran sus Apóstoles: “apacentar el rebaño” es dar la vida con el mismo amor de Cristo Sacerdote y Víctima. Quererle “representar”, sin el deseo de vivir con él y en él, es un absurdo teológico y un contrasentido pastoral.

De la “Vida Apostólica” (o de vida ministerial de los Apóstoles) se participa ya por medio de la imposición de las manos en el sacramento del Orden, celebrado también en comunión con los sucesores de los Apóstoles, y especialmente con el sucesor de Pedro. Pero sería un contrasentido, llegar a esta participación sacramental sin participar del mismo estilo de vida evangélica de los Apóstoles.

Nuestro estudio presenta primero la actualidad de este tema acuciante, que es la clave de toda teología y espiritualidad sobre el sacerdote ministro. Se trata, pues, de la “Vida Apostólica” o según el estilo de vida de los Apóstoles, aplicada al sacerdote ministro como miembro del Presbiterio de la Iglesia particular. Afrontamos el tema en el “hoy” de la Iglesia, que es un momento de gracias peculiares recibidas del Espíritu Santo.

El tema, en su contenido esencial, se encuentra en San Juan de Ávila, especialmente cuando (en sus directrices para la reforma de la Iglesia o para la reforma personal) presenta la vida de los Apóstoles, a la que están llamados todos los Obispos, quienes, a su vez, tienen la primera responsabilidad en la formación y en la ordenación de sus presbíteros. En este tema, me atrevería a decir que el Maestro es mucho más explícito y contundente que nuestra teología y espiritualidad actual.

Si el Maestro Ávila presenta con claridad y amplitud la doctrina sobre la imitación de los Apóstoles (de quienes los ministros ordenados somos sucesores en diverso grado), al tratar de las aplicaciones concretas (en la propia Iglesia particular, Presbiterio, con el propio Obispo), podemos hablar de “intuiciones” suyas, en el sentido de que en su época todavía no se había desarrollado la teología sobre estos temas concretos. Él “intuye” a modo de una “contemplación” profética, como de quien mira a la Iglesia con la mirada de amor de Cristo Sacerdote y Buen Pastor.

El paso que intento dar (en el apartado final del presente estudio) es el de apelar a la doctrina y actuación del Maestro, como incentivo para aplicar los

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contenidos conciliares y postconciliares sobre el Presbiterio de la Iglesia particular , que me parecen ser todavía casi asignatura pendiente de nuestro postconcilio. A mi entender, también algunas decisiones de Trento sobre este tema, quedaron sin aplicación adecuada.1

Hay muchos retos actuales que, según parece, han llegado a un “impasse” o, al menos, a una actitud de “cansancio” que resta entusiasmo a la evangelización: las vocaciones sacerdotes (impulso, número, selección, formación, perseverancia), la comunión eclesial de los diversos carismas en las Iglesias particulares, la misión universal como exigencia intrínseca de cada Iglesia particular (en relación estrecha con quien “preside la caridad universal”), las exigencias de la nuevas situaciones pastorales (pastoral ordinaria, pastoral “ad gentes”, pastoral de nueva evangelización), la falta de comunión en la familia cristiana, etc. Pero estos mismos retos dejan entender una situación positiva muy peculiar: nunca como hoy hemos tenido tantas oportunidades de presentar el Evangelio. Y las gracias del Espíritu Santo a la Iglesia de hoy siguen siendo también abundantes.

Estos problemas o retos, que acabo de señalar y que han tenido algunas consecuencias negativas que todos conocemos, no tienen solución por medio de “parches” y de “tapagujeros”. Todos necesitamos ver el grupo de los sucesores de los Apóstoles, que viven con alegría el seguimiento radical evangélico, en comunión fraterna, para una misión que no tiene condicionamientos ni fronteras. La pastoral vocacional necesita ver el “verdadero gozo pascual” (PO 11) en quienes ya han sido llamados.

Soy consciente que esta problemática, que propiamente es la de todas las épocas históricas (y no sólo de la nuestra), no se arregla inmediatamente con un discurso o con un congreso, ni tampoco sólo con estudios teológicos. Las directrices eclesiales de hoy, a las que aludiré en mi estudio (especialmente por las indicaciones de los últimos pontífices y en concreto del Papa Francisco), para su puesta en práctica, suponen la disponibilidad de convertirse en granito de trigo sembrado en el surco, sin arribismos ni éxitos inmediatos. Se necesitan largos años de formación integral en todos los niveles, especialmente en los 1 Al hablar de la renovación sacerdotal querida por Trento, dice J. Ratzinger: “Por desgracia, este aspecto tan importante del trabajo de Trento desapareció casi por entero del campo de visión de la posterior teología de la escuela. Hay que añadir tristemente que sólo muy poco a poco se pusieron por obra sus ideales. Seguía siendo muy fuerte el peso de las costumbres y de las instituciones” (J. RATZINGER, Predicadores de la Palabra y servidores de vuestra alegría. Teología y Espiritualidad del Sacramento del Orden, Madrid, BAC, 2014, p.74).

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Seminarios (Noviciados, grupos apostólicos), con particular atención al campo del discernimiento del Espíritu por medio de los Ejercicios, de la formación integral (a todos los niveles) y de la dirección o del consejo espiritual perseverante. El fruto no es inmediato ni siempre es abundante. La obra no es nuestra, sino del Señor que quiere necesitar de nuestra colaboración.

El Papa Benedicto XVI, citando la homilía de Pablo VI durante la canonización del Santo Maestro, decía: “Fue «un espíritu clarividente y ardiente, que a la denuncia de los males, a la sugerencia de remedios canónicos, ha añadido una escuela de intensa espiritualidad» (Pablo VI). La enseñanza central del Apóstol de Andalucía es el misterio de Cristo, Sacerdote y Buen Pastor, vivido en sintonía con los sentimientos del Señor, a imitación de san Pablo (cfr. Fil 2,5)”.2

La expresión del Papa Pablo VI (glosada por Benedicto XVI), que acabamos de citar (“escuela de intensa espiritualidad”), se refiere especialmente a su escuela o a su entorno sacerdotal de discípulos, que tiene como punto de referencia a “Cristo Sacerdote y Buen Pastor… a imitación de san Pablo”.

La situación sacerdotal de la época en torno a Trento no era muy halagüeña, come puede verse reflejada en los Memoriales del Maestro para ese concilio, así como en las Advertencias para el Sínodo de Toledo (con vistas a la aplicación del concilio tridentino). En el fondo, son situaciones parecidas en todas las épocas históricas. Cuando falla la “Vida Apostólica” en los Presbiterios, se producen excreciones que varían según las épocas, pero todas ellas reflejan el mismo defecto de no centrar el propio corazón en Cristo Buen Pastor. Un “corazón dividido” (Os 10,2; cfr. 1Cor 1, 13) no es buen augurio de comunión eclesial.

Algunos defectos actuales, de nuestras comunidades eclesiales y de la sociedad en general, se desvanecerían si apareciera más claramente la “comunión” querida y pedida por Jesús para sus Apóstoles y sucesores. Tanto la “comunión” en la familia cristiana, como la “comunión” en una sociedad llamada a compartir en gratuidad, necesitan ver especialmente en los ministros ordenados el signo claro y eficaz del modo de amar del Señor: “Que sean consumados en la unidad… para que el mundo crea que tú me has enviado y que les has amado como a mí” (Jn 17,23). Los carismas en la Iglesia se postulan mutuamente.

2 Benedicto XVI, Discurso a la comunidad del Pontificio Colegio Español de Roma (Sala Clementina, jueves 10 mayo 2012). Cita de Pablo VI: Homilía durante la canonización de san Juan de Ávila, 31 mayo 1970.

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La “comunión” de la Iglesia, como reflejo de la comunión trinitaria (cfr. LG 5), se construye en el corazón, en las familias, en las comunidades eclesiales… Esta construcción armónica de la comunión tiene necesidad (y derecho) de constatar la comunión “sacramental” entre los “Apóstoles”.

Las familias cristianas vivirán mejor y redescubrirán el significado de la unidad familiar, si la “familia sacerdotal” del Presbiterio vive la comunión pedida por Cristo en la última Cena. El despertar y la fidelidad generosa de las vocaciones sacerdotes (y también de las vocaciones a la vida consagrada y al laicado comprometido), dependerá de las familias unidas y, consecuentemente, de la “comunión” sacerdotal en el Presbiterio, como “familia sacerdotal” y “fraternidad sacramental” (PO 8; PDV 74).

La fraternidad sacerdotal se concreta en una amistad auténtica que sea ayuda para la relación personal con Cristo, el seguimiento evangélico al estilo de los Apóstoles y la misión del Buen Pastor en todas sus dimensiones.

Cuando afrontamos hoy la situación del clero que pertenece al Presbiterio (y que hoy solemos llamar, con cierta inexactitud, “diocesano y secular”), no debemos olvidar que San Juan de Ávila, sacerdote diocesano, precisamente por su interés en practicar la “Vida Apostólica”, fue apreciado por los fundadores y grandes autores de su época y de épocas posteriores. Su aportación para la reforma sacerdotal, incidió en la reforma de todas las demás vocaciones, laicales y de vida consagrada.

Si he de ser sincero, en este campo en el que vengo sirviendo durante largos años, no acabo de entender por qué teniendo una doctrina tan clara en los documentos conciliares y postconciliares, todavía no llega a ser doctrina asimilada vivencial y gozosamente en los centros de formación inicial y permanente. En algunos de estos centros formativos, los candidatos conocen los carismas que el Espíritu Santo ha sembrado en la Iglesia de nuestra época o de épocas anteriores. Pero se podría hacer una prueba: preguntar si conocen y viven la especificidad de la espiritualidad sacerdotal en el Presbiterio de la propia diócesis y con su propio obispo; tal vez la respuesta se reduciría a una duda o a una expresión de extrañeza y a algunas afirmaciones vagas…

La relación entre el sacerdocio ministerial y la vida consagrada, así como la relación de esta última con la Iglesia particular (cfr. documento Inter relationes), no se puede arreglar haciendo un andamio nuevo o trazando unas estructuras nuevas. Si se presta atención al hilo conductor del seguimiento

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radical de Cristo en comunión eclesial (tanto en el Presbiterio como en la vida consagrada), muchos problemas caen por su peso porque no tienen consistencia. Quien sigue a Cristo pobre, sabe compartir gratuitamente con los hermanos.

Hay muchos sacerdotes (obispos y presbíteros) que, durante la historia, han vivido esta realidad de la “Vida Apostólica”, sin conocer con precisión la teología actual sobre la misma. La lista que se podría elaborar sería muy larga. Quiero hacer mención de una figura muy nuestra que convendría estudiar más: el Beato Marcelo Spínola (1835-1906), obispo de Coria, Málaga y finalmente arzobispo y cardenal de Sevilla. Este insigne pastor no tendía una formación teológica especializada. Siendo obispo de Málaga, asistió a la beatificación de Juan de Ávila (Roma, 15 abril 1894). Impresiona, durante todo su pontificado, su dedicación a la formación de los sacerdotes y su acompañamiento posterior, mucho antes de los documentos actuales sobre el sacerdocio.3

A veces me he preguntado por qué los documentos tan profundos sobre la renovación sacerdotal (Menti nostrae, de Pío XII, 1950; Sacerdotii nostri primordia, de Juan XXIII, 1959), no se aplicaron en su momento histórico, para poder impedir o superar de algún modo la crisis sacerdotal posterior.

He leído con mucho interés el volumen XII de las obras completas de Joseph Ratzinger (donde se recopilan los escritos antes de ser Papa Benedicto XVI). Citaré en mi estudio (apartado primero) algunas afirmaciones suyas sobre la espiritualidad sacerdotal como imitación de la vida de los Apóstoles. Mi impresión general después de la lectura de este amplio volumen, la resumo así: el gozo de ser sacerdote brota de la amistad e intimidad con Cristo, de su seguimiento, de la dedicación humilde al servicio… Las inexactitudes sobre la identidad sacerdotal, que han surgido e estos últimos años, nacen de elaborar una teoría - por parte de tendencias diversas - sobre el sacerdocio, que no corresponde a la realidad sacramental. Joseph Ratzinger aclara ideas y ofrece motivaciones para redescubrir la alegría del seguimiento al estilo de los Apóstoles.4

En San Juan de Ávila, como veremos en el decurso del presente estudio, la vida al estilo de los Apóstoles se concreta especialmente en la “pobreza” evangélica

3 La exhortación apostólica sacerdotal de San Pïo X, Haerent Animo, es del año 1908.

4 Joseph RATZINGER, Opera Omnia, vol.XII: Predicadores de la Palabra y servidores de vuestra alegría, o.c.

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(que supone desprendimiento de todos los valores sin anteponerlos a Cristo): honores, cargos, preferencias, motivaciones, voluntad, afecto, tiempo, etc. Es la “pobreza” auténtica que deja entrever la “trascendencia” de Dios Amor e invita a una actitud de entrega total. Encontramos la insistencia en el Papa Francisco cuando invita a vivir la unción sacerdotal para comunicarla a los demás, en un contexto de “Iglesia pobre y de los pobres”.5

A la sociedad actual la seguimos invitando a ser más solidaria, adoptando incluso actitudes de compartir generosamente y de gratuidad por parte de quienes controlan las fuentes de riqueza (cfr. encíclica Caritas in Veritate). Sería imposible que nuestra sociedad respondiera a esta llamada, si no viera en la Iglesia en general y, concretamente, en nuestros Presbiterios de la Iglesia particular, la pobreza evangélica de compartir con gratuidad.6

La aportación de San Juan de Ávila a nuestra realidad sacerdotal puede ser decisiva para la aplicación de la doctrina conciliar y postconciliar, si se consigue que su figura y su doctrina incida en los formandos y en los relativamente formados, tanto o más que si se tratara de un iniciador de un carisma peculiar.

Las vocaciones surgen cuando “hay vida, fervor, ganas de llevar a Cristo a los demás” (Papa Francisco, Evangelii Gaudium, n.107). “Hace falta sobre todo tener la valentía de proponer a los jóvenes la radicalidad del seguimiento de

5 El Papa Francisco, en el prólogo al libro del Cardenal Müller (Povera per i poveri. La missione della Chiesa), afirma: “L’uomo, avendo perso la speranza in un orizzonte trascendente, ha perso anche il gusto della gratuità, il gusto di fare il bene per la semplice bellezza di farlo (cfr. Lc 6, 33 ss.) … Questa è la luce positiva con cui anche il Vangelo ci invita a guardare alla povertà. Proprio questa luce ci aiuta dunque a comprendere perché Gesù trasforma questa condizione in una autentica «beatitudine»: «Beati voi poveri!» (Lc 6,20).

6 “El desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios en oración, cristianos conscientes de que el amor lleno de verdad, caritas in veritate, del que procede el auténtico desarrollo, no es el resultado de nuestro esfuerzo sino un don. Por ello, también en los momentos más difíciles y complejos, además de actuar con sensatez, hemos de volvernos ante todo a su amor. El desarrollo conlleva atención a la vida espiritual, tener en cuenta seriamente la experiencia de fe en Dios, de fraternidad espiritual en Cristo, de confianza en la Providencia y en la Misericordia divina, de amor y perdón, de renuncia a uno mismo, de acogida del prójimo, de justicia y de paz. Todo esto es indispensable para transformar los «corazones de piedra» en «corazones de carne» (Ez 36,26)” (Caritas in veritate, n.79).

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Cristo, mostrando su atractivo” (Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, n.25).

1. LA ACTUALIDAD DEL ESTILO DE “VIDA APOSTÓLICA” EN EL PRESBITERIO DE LA IGLESIA PARTICULAR

En la Iglesia primitiva (como puede constatarse en los documentos de los primeros concilios) era relativamente frecuente la alusión al estilo de vida de los Apóstoles, especialmente respecto a la vida clerical, pero también respecto a la práctica cristiana de la comunidad eclesial.7

Respecto a nuestro tema, es muy aleccionador recordar el inicio histórico de las primeras estructuras de la vida que hoy llamamos “vida consagrada”. La vírgenes se consagraban al Señor para imitar la vida de los Apóstoles. En cuanto al “monaquismo”, el caso de San Antonio (“Abad”) es significativo y nos lo aporta su obispo San Atanasio de Alejandría: “Un día en que se dirigía, según costumbre, a la iglesia, iba pensando en su interior cómo los Apóstoles lo habían dejado todo para seguir al Salvador … Imbuido en estos pensamientos, entró en la iglesia, y dio la casualidad de que en aquel momento estaban leyendo aquellas palabras del Señor en el Evangelio: «Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes…luego vente conmigo»… Salió de la Iglesia e hizo donación a los aldeanos de las posesiones heredadas de sus padres… Todos los habitantes del lugar… al ver su conducta, lo llamaban amigo de Dios, y todos lo amaban como a un hermano”.8

Los primeros escritos sobre la vida sacerdotal (o clerical) hacen referencia continua a la vida de los Apóstoles, como imitación de la vida del Buen Pastor.

Así puede constatarse en los Libros sobre el sacerdocio de San Juan Crisóstomo y en la Regla Pastoral de San Gregorio Magno. Las líneas de esta vida

sacerdotal o clerical se inspiran en la afirmación de San Pedro en nombre de todos los demás: “Lo hemos dejando todo y te hemos seguido” (Mt 19,27). Se

7 Ver algunos datos históricos sacados de los primeros concilios, en: A.M. STICKLER, Il celibato ecclesiastico, la sua storia e i suoi fondamenti teologici (Lib. Edit. Vaticana 1994) parte II. La referencia a la Iglesia primitiva la han hecho con frecuencia los santos y también (con aplicaciones opuestas) los hersiarcas; el problema consiste el modo de urgir la vida evangélica en comunión eclesial y, por tanto, con un recto discernimiento del Espíritu Santo.

8 Vida de san Antonio, escrita por san Atanasio obispo, cap.2-4 (PG 26, 842-846).

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trata de un “seguimiento”, que se concreta en compartir la misma vida del Buen Pastor.9

El trasfondo es siempre la figura de Cristo Buen Pastor que “da la vida” (cfr. Jn 10). La aplicación concreta se inspira también en el discurso de Pablo en Mileto, cuando se dirige a los “presbíteros” de Éfeso, y en la primera carta de San Pedro cuando habla de los “pastores” en relación con el “pastor principal”.

Pablo: “Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio hijo” (Hech 20,28), “Yo de nadie codicié plata, oro o vestidos … Mayor felicidad hay en dar que en recibir!” (Hech 20,33.35).

Pedro: “Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no forzados, sino voluntariamente, según Dios; no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey. Y cuando aparezca el Pastor principal, recibiréis la corona de gloria que no se marchita” (1Pe 4,2-4).

Es conocida la enseñanza de San Ignacio de Antioquía, cuando presenta a los presbíteros (y obispos) en relación con los Apóstoles, a quienes suceden o representan: “Reverencien… a los presbíteros como al senado de Dios y como a la asamblea de los Apóstoles”.10

Quienes han sido llamados (como los Apóstoles y sus sucesores) a apacentar como Cristo (para presidir espiritualmente a la comunidad), están también llamados al “seguimiento evangélico de Cristo”, con el fin de guiar (preceder y acompañar) el rebaño, sin cegarle con el polvo levantado con los pies. Cuando los pastores buscan su propio interés, pierden el nombre de “pastores” y se convierten en mercenarios. “Cuando el pastor pone los sentidos en los cuidados terrenos, el polvo levantado por el viento de la tentación ciega los ojos de la iglesia”.11

9 Regla Pastoral de San Gregorio Magno, especialmente parte I y II. Ver también la Apología por su fuga de San Gregorio Nacianceno (año 363). Sobre San Juan Crisóstomo: Libros sobre el sacerdocio, lib. 3,7 y 16.

10 Carta a los Tralianos, III, 1.

11 San Gregorio Magno, Regla Pastoral, parte II, cap.VII.

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En tiempo de San Agustín, la “Vida Apostólica” era la pauta que seguían obispos como San Ambrosio, San Eusebio de Vercelli, San Paolino de Nola, etc. Todavía en la edad media, algunas agrupaciones de clérigos (como en el caso de los “canónigos” que se inspiraban en los “cánones” de la Iglesia) seguían las pautas heredadas de San Agustín.12

Es un hecho muy aleccionador el inicio de la “vida religiosa” para los sacerdotes, en tiempo de San Francisco de Asís y de Santo Domingo (a los que alude frecuentemente San Juan de Ávila). Cuando se trata de sacerdotes, se supone que, teóricamente, vivían ya la vida evangélica en su propio Presbiterio. Así lo vivió Santo Domingo de Guzmán (antes de dar origen a los “Hermanos Predicadores”). En efecto, su obispo o presidente del Capítulo (de Burgo de Osma), Diego de Acebes, había organizado su Presbiterio para vivir según los “cánones” (“canónigos”), inspirándose (como otros obispos) en la llamada “Regla de San Agustín”. De este modo practicaban la “Vida Apostólica”. Santo Domingo, ya iniciada la experiencia de la predicación en el sur de Francia y muerto el obispo, organizaría a los “Hermanos Predicadores” según el estilo de la “Vida Apostólica”, añadiendo los votos y la peculiaridad de su apostolado: “contemplata aliis atradere”.

Pero más que un resumen histórico, nos interesa constatar, aunque sea brevemente, cómo esta “Vida Apostólica” sigue siendo un referente principal en el magisterio de hoy sobre el ministerio y la vida de los sacerdotes.

Es muy indicativo el hecho de la Misa Crismal celebrada por el Papa Francisco (años 2013 y 2014), cuando insta a vivir la vida sacerdotal a partir de la institución del sacerdocio en el última Cena. La llamada es tanto para los obispos como para los presbíteros, que, en aquel momento de la última Cena, se concretaban en los Apóstoles. Salvando la diferencia de grado (entre obispos y presbíteros), existe la unidad “sacramental” entre ellos, que debe expresarse no sólo por el servicio ministerial, sino también en la vida evangélica de los Apóstoles.

La insistencia del Papa Francisco sobre la disponibilidad evangélica del sacerdote ministro está en armonía con el estilo de vida de los Apóstoles y de 12 Sobre la vida sacerdotal en el Presbiterio de San Agustín, según su biógrafo San Posidio, ver: Vita Augustini, 11: PL 32-42. En el Presbiterio de San Ambrosio: Epist. 63,66: PL 16, 1207. Ver también otros Presbiterios: San Eusebio de Vercelli (Eusebii Vercellensis episcopi quae supersunt: CC, IX, 1975, 103-110); San Paulino de Nola (Vita Paulini, 18, 1-2).

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sus sucesores: “En el Hoy del Jueves Santo, en el que Cristo nos amó hasta el extremo (cf. Jn 13, 1), hacemos memoria del día feliz de la Institución del sacerdocio y del de nuestra propia ordenación sacerdotal. El Señor nos ha ungido en Cristo con óleo de alegría … La alegría del sacerdote está en íntima relación con el santo pueblo fiel de Dios porque se trata de una alegría eminentemente misionera. La unción es para ungir al santo pueblo fiel de Dios: para bautizar y confirmar, para curar y consagrar, para bendecir, para consolar y evangelizar … «Alegría custodiada» por el rebaño y custodiada también por tres hermanas que la rodean, la cuidan, la defienden: la hermana pobreza, la hermana fidelidad y la hermana obediencia”.13

El concilio Vaticano II, siguiendo la pauta del magisterio anterior, especialmente de la encíclica de Juan XXIII sobre el santo Cura de Ars (Sacerdotii nostri primordia), insta a una práctica radical de la “caridad pastoral”, expresada en las tres virtudes del seguimiento evangélico (cfr. PO 12-17).

La “caridad pastoral” es la pauta para ejercer los ministerios “en el espíritu de Cristo” (PO 13). Si el bautizado está llamado a la santidad como “perfección de la caridad” (LG 40), el sacerdote ministro está llamada a la “caridad pastoral”, es decir, a amar siguiendo el ejemplo del Buen Pastor y según el estilo de vida de los Apóstoles. Es el modo de amar de Jesús: “da la vida” (Jn 10,11), dándose a sí mismo (pobreza) y según el designio o voluntad del Padre (obediencia).

Tanto en la tradición eclesial, como en la vida de los santos sacerdotes en el decurso de la historia, así como en las enseñanzas actuales de la Iglesia, el amor de “apacentar” por parte del sacerdote, tiene que ser como “seguimiento

13 Sigue la explicación de las tres virtudes del seguimiento evangélico: “La alegría sacerdotal es una alegría que se hermana a la pobreza. El sacerdote es pobre en alegría meramente humana ¡ha renunciado a tanto! Y como es pobre, él, que da tantas cosas a los demás, la alegría tiene que pedírsela al Señor y al pueblo fiel de Dios. No se la tiene que procurar a sí mismo … La alegría sacerdotal es una alegría que se hermana a la fidelidad … en el sentido de renovada fidelidad a la única Esposa, a la Iglesia. Aquí es clave la fecundidad. Los hijos espirituales que el Señor le da a cada sacerdote … son esa «Esposa» a la que le alegra tratar como predilecta y única amada y serle renovadamente fiel. La alegría sacerdotal es una alegría que se hermana a la obediencia. Obediencia a la Iglesia en la Jerarquía … también la obediencia a la Iglesia en el servicio: disponibilidad y prontitud para servir a todos, siempre y de la mejor manera, a imagen de «Nuestra Señora de la prontitud» (cf. Lc 1,39: meta spoudes), que acude a servir a su prima y está atenta a la cocina de Caná, donde falta el vino” (Homilía Misa Crismal, Jueves Santo, 17 de abril de 2014).

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evangélico”, en “comunión” fraterna (“fraternidad sacramental”) del Presbiterio (o de una comunidad peculiar) y para una disponibilidad misionera total. Esta realidad es exigida por ser partícipes de la sucesión apostólica

Se concreta en las tres virtudes evangélicas de la Vida Apostólica (cfr. PO 15-17). Y se pide la vivencia de la “comunión” en el Presbiterio como “fraternidad sacramental” exigida por el sacramento del Orden (cfr. PO 8; LG 28). Es también “sacramental” porque expresa la realidad de la Iglesia “sacramento”, como “comunión”, signo eficaz de Cristo.

Esta realidad sacerdotal necesita un proceso lento de formación: “La formación permanente ayuda al sacerdote, en la Iglesia «comunión», a madurar la conciencia de que su ministerio está radicalmente ordenado a congregar a la familia de Dios como fraternidad animada por la caridad y a llevarla al Padre por medio de Cristo en el Espíritu Santo … El Presbiterio en su verdad plena es un mysterium: es una realidad sobrenatural, porque tiene su raíz en el sacramento del Orden. Es su fuente, su origen; es el «lugar» de su nacimiento y de su crecimiento” (PDV 74; cita LG 28, PO 7-8).14

El Presbiterio es una “familia sacerdotal” (ChD 28), una “verdadera familia” (PDV 74). “La fisonomía del Presbiterio es, por tanto, la de una verdadera familia, cuyos vínculos no provienen de carne y sangre, sino de la gracia del Orden: una gracia que asume y eleva las relaciones humanas, psicológicas, afectivas, amistosas y espirituales entre los sacerdotes; una gracia que se extiende, penetra, se revela y se concreta en las formas más variadas de ayuda mutua, no sólo espirituales, sino también materiales” (PDV 74).

No ha habido nunca una renovación de la Iglesia, sin un testimonio claro del seguimiento evangélico por parte de los “ministros”: San Juan Crisóstomo, San Agustín, San Juan de Ribera, San Juan de Ávila, San Ignacio de Loyola, San

14 La fraternidad sacerdotal en el Presbiterio es una exigencia del sacramento del Orden: “En virtud de la común ordenación sagrada y de la común misión, los presbíteros todos se unen entre sí en íntima fraternidad, que debe manifestarse en espontánea y gustosa ayuda mutua, tanto espiritual como material, tanto pastoral como personal, en las reuniones, en la comunión de vida de trabajo y de caridad” (LG 28). “Los presbíteros, constituidos por la Ordenación en el Orden del Presbiterado, están unidos todos entre sí por la íntima fraternidad sacramental y forman un presbiterio especial en la diócesis a cuyo servicio se consagran bajo el Obispo propio” (PO 8; cfr. PDV 17, 31-32, 74-80; CIC, can.245; Directorio (nuevo) 14, 34 (en el primer Directorio, nn.25-28).

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Vicente de Paúl, San Juan Eudes (con toda la escuela sacerdotal francesa), San Francisco de Sales, Santo Toribio de Mogrovejo (Lima), Bartolomé Holzhauser (centro Europa), Santo Cura de Ars, San Juan Bosco, San José Cafasso, etc.

Juan Pablo II ha instado en esta perspectiva evangélica, partiendo de las directrices conciliares: “El texto del Concilio (cfr. PO 12) va más allá, señalando algunos elementos necesarios para definir el contenido de la «especificidad» de la vida espiritual de los presbíteros. Son éstos elementos que se refieren a la «consagración» propia de los presbíteros, que los configura con Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia; los configura con la «misión» o ministerio típico de los mismos presbíteros, la cual los capacita y compromete para ser «instrumentos vivos de Cristo Sacerdote eterno» y para actuar «personificando a Cristo mismo»; los configura en su «vida» entera, llamada a manifestar y testimoniar de manera original el «radicalismo evangélico»” (PDV 20).15

Es importante notar cómo Pastores dabo vobis ha sintetizado esta realidad de la Vida Apostólica usando las expresiones de “radicalismo evangélico” (PDV 20; también en nn. 26, 27,72). En las expresiones magisteriales se salva la distinción entre la práctica permanente de los llamados “consejos evangélicos” (exigencia de la Vida Apostólica) y el “profesión” especial de estos mismos “consejos” por parte de la vida consagrada.

Después de afirmar el “radicalismo evangélico” de la vida sacerdotal, Pastores dabo vobis añade: “Expresión privilegiada del radicalismo son los varios consejos evangélicos que Jesús propone en el Sermón de la Montaña (cfr. Mt 5-7), y entre ellos los consejos, íntimamente relacionados entre sí, de obediencia, castidad y pobreza: el sacerdote está llamado a vivirlos según el estilo, es más, según las finalidades y el significado original que nacen de la identidad propia del presbítero y la expresan" (PDV 27).

Se trata de vivir “aquella «vida según el Espíritu» y para aquel «radicalismo evangélico» al que está llamado todo sacerdote” (PDV 72). Es decir, “vivir en el seguimiento de Cristo como los Apóstoles” (PDV 42).

15 La consagración sacerdotal es exigencia de caridad pastoral y la posibilita: "Gracias a esta consagración obrada por el Espíritu Santo en la efusión sacramental del Orden, la vida espiritual del sacerdote queda caracterizada, plasmada y definida por aquellas actitudes y comportamientos que son propios de Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia, y que se compendian en su caridad pastoral" (PDV 21).

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Esta realidad vivencial y testimonial forma parte de la realidad de ser “signo sacramental de Cristo”: “Los apóstoles y sus sucesores, revestidos de una autoridad que reciben de Cristo, Cabeza y Pastor, han sido puestos -con su ministerio- al frente de la Iglesia, como prolongación visible y signo sacramental de Cristo” (PDV 16).

Esta perspectiva no disminuye en nada la importancia de la “vida consagrada” ni tampoco obnubila la llamada de todo cristiano a la máxima santidad, que consiste en la “perfección de la caridad” (LG 40).

Al radicalismo evangélico, según el estilo de vida de los Apóstoles, la “vida consagrada” añade votos (o compromisos semejantes), inspirándose en un carisma fundacional o en una historia e institución. El radicalismo es el mismo, pero vivido con matices y exigencias diferentes.

Solamente en este contexto de compartir “esponsalmente” la misma vida de Cristo, puede entenderse uno de los consejos evangélicos (el de la castidad evangélica), que incluye necesariamente ser también signo de Cristo casto, pobre y obediente. La Iglesia “esposa” (toda la comunidad eclesial) tiene derecho de encontrar en los sacerdotes ministros esta realidad evangélica: “En virtud de su configuración con Cristo, Cabeza y Pastor, se encuentra en esta situación esponsal ante la comunidad. «En cuanto representa a Cristo, Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, el sacerdote está no sólo en la Iglesia, sino también al frente de la Iglesia». Por tanto, está llamado a revivir en su vida espiritual el amor de Cristo Esposo con la Iglesia esposa. Su vida debe estar iluminada y orientada también por este rasgo esponsal, que le pide ser testigo del amor de Cristo como Esposo y, por eso, ser capaz de amar a la gente con un corazón nuevo, grande y puro, con auténtica renuncia de sí mismo, con entrega total, continua y fiel, y a la vez con una especie de «celo» divino (cf. 2 Cor 11, 2), con una ternura que incluso asume matices del cariño materno, capaz de hacerse cargo de los «dolores de parto» hasta que «Cristo no sea formado» en los fieles (cf. Gál 4, 19)” (PDV 22).

Se ha hablado mucho (y se seguirá hablando) sobre la “identidad” del sacerdote ministro. Si se trata sólo de ideas, para encontrar un base de referencia, entonces la reflexión (que es válida) sigue un camino siempre abierto a nuevas reflexiones o incluso nueva terminología. Pero las realidades cristianas no pueden dejarse sólo a los vientos pluriformes de la reflexión de una escuela teológica (por válida que sea). Nuestra realidad es la de ser “signo” y “memoria” del buen Pastor, ya presente en la comunidad especialmente por medio de la Eucaristía: “Es el

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«signo» y el «memorial» vivo de su presencia permanente y de su acción entre nosotros y para nosotros. El presbítero encuentra la plena verdad de su identidad en ser una derivación, una participación específica y una continuación del mismo Cristo, sumo y eterno sacerdote de la nueva y eterna Alianza: es una imagen viva y transparente de Cristo sacerdote” (PDV 12).

Desde el inicio de la Iglesia (como ya hemos dicho), se ha dado una forma de vida que hoy llamamos “vida consagrada”. Se trata de las “vírgenes”, los “monjes” y más tarde los “religiosos” y diversos instituciones (según sus diversas denominaciones). La exhortación postsinodal de Juan Pablo II sobre la vida consagrada (Vita consecrata) explica que toda forma de vida consagrada es una imitación de la “apostolica vivendi forma”, a la que ya están llamados los Apóstoles y sus sucesores. “Los que actualmente siguen a Jesús abandonándolo todo por El, imitan a los Apóstoles que, respondiendo a su invitación, renunciaron a todo lo demás. Por esta razón tradicionalmente se suele hablar de la vida religiosa como apostolica vivendi forma” (VC 93).

Si se aceptan estas reflexiones, resulta lógico el aprecio que tuvieron de san Juan de Ávila los Obispos (que tendían a renovar su clero), los santos y los fundadores religiosos de su época y de épocas posteriores hasta hoy. El Maestro vivía y enseñaba, sin recortes, el estilo de vida de los Apóstoles especialmente en cuanto al seguimiento evangélico radical. Consecuentemente, era un referente espontáneo en momentos de renovación eclesial y de la misma vida sacerdotal y consagrada. Su prudencia le llevaba a buscar medios educativos para ir consiguiendo esta realidad.

Quiero concretar estos datos sobre el seguimiento evangélico por parte de los sucesores de los Apóstoles, con unas observaciones que tomo de los estudios de J. Ratzinger, publicados recientemente en su “opera omnia”.16

Al sintetizar la “naturaleza del sacerdocio “, se hace hincapié en el seguimiento evangélico por parte de quienes (obispo y presbíteros) se enraízan en la sucesión apostólica. No se trata principalmente de una exigencia ética, sino de una relación íntima con el mismo Cristo: “Cuando preguntamos por el centro del Nuevo Testamento nos encontramos con Cristo mismo. Lo nuevo en aquél no son propiamente nuevas ideas, lo nuevo es la persona. Dios se hace hombre y

16 J. RATZINGER, Opera Omnia, vol.XII: Predicadores de la Palabra y servidores de vuestra alegría, o.c.

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atrae hacia a sí a los hombres” (p.7).17

No consiste sólo en un estilo de vida, sino que también indica la naturaleza el ministerio, que es idéntico al de los Apóstoles:

“Presbíteros y epíscopos … “se circunscriben como el ministerio unitario de la sucesión apostólica. Se verifica que el Espíritu Santo instituye en este ministerio. No es delegación de la comunidad… Hay que tener en cuenta una segunda y más esencial identificación: el ministerio de presbítero y epíscopos es, de acuerdo con su esencia espiritual, idéntico al de Apóstol” (p.14).

Los ministerios de apacentar y enseñar son auténticos cuando se desempeñan según la enseñanza de los Apóstoles:

“La potestad fundada cristológicamente, de la reconciliación, del pastoreo y de la doctrina, se transmite inalterada a los sucesores, pero ellos son sucesores, en el recto sentido, sólo si y porque «perseveran en la doctrina de los Apóstoles» (Hech 2,42)” (p.15).

No se trata, pues, de inventar los ministerios al margen de la voluntad de Cristo, sino anclarse en la “novedad” del mismo Cristo. Son ministerios que, en su ejercicio y en su estilo, no derivan de suposiciones o teorías, sino del mismo Cristo:

“El principio ministerial apostólico de la Iglesia es tan nuevo como lo es Cristo; participa de la novedad de Cristo y procede de ella” (p.17).

Este tema de los ministerios y del estilo apostólico no se pueden captar, sino es en íntima relación personal con Cristo. No es principalmente una experiencia de tipo psicológico, sino una gracia del mismo Cristo:

“Lo esencial y fundamental para el servicio sacerdotal es, de acuerdo con todo esto, una profunda vinculación personal con Cristo. En esto radica todo … El sacerdote tiene que ser una persona que conozca a Jesús, desde

17 Conviene recordar la afirmación que se encuentra en el inicio de su primera encíclica: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus Caritas est, n.1).

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dentro, que se haya encontrado con él y que haya aprendido a amarlo” (p.18).

Ahora bien, sólo a partir de esta intimidad con Cristo, profundamente amado, se capta la línea de servicio o “ministerio”, que es fuente de gozo. Presbyterorum Ordinis dice “verdadero gozo pascual” (PO 11) como fuente de vocaciones:

“Pero, quien ha descubierto interiormente a Cristo, quien lo conoce de primera mano, descubre que sólo esa relación da sentido a todo lo demás y hace también hermoso lo difícil. Sólo esa alegría en Cristo puede también proporcionar alegría en el servicio ministerial y hacerlo fructificar” (p.19).

Cristo no es abstracto, sino concreto y “real”, presente en su Iglesia. Sin amor “comunional” por la Iglesia, no se entendería el sacerdocio ministerial ni sus exigencias:

“Como Cristo nunca está solo, sino que ha venido para unir el mundo a su Cuerpo, se añade como segundo elemento el amor a la Iglesia: no buscamos un Cristo ideado por nosotros mismos, sólo en la comunidad real de la Iglesia nos encontramos con el Cristo real” (p.19).18

Y en este tema de la “comunión” eclesial, como amor a Cristo presente en el “aquí y ahora” de la Iglesia particular (siempre en la comunión de la Iglesia universal), es donde hay que recordar las enseñanzas actuales sobre la vivencia del sacerdocio ministerial en la comunión de la propia Iglesia particular y en el propio Presbiterio presidido por el Obispo. Éste es el ambiente (“sitz im Leben”) normal de la vivencia del seguimiento evangélico al estilo de los Apóstoles. “Las demás instituciones eclesiales … se integren gustosamente en la pastoral orgánica de la Iglesia particular. Esta integración evitará que se queden sólo con una parte del Evangelio y de la Iglesia, o que se conviertan en nómadas sin raíces” (Evangelii Gaudium, n.29).19

18 Es interesante recordar que el Papa Benedicto XVI presentaba a las figuras históricas en sus catequesis, poniendo de relieve su relación íntima con Cristo.

19 Esta importancia de la Iglesia particular se convierte en urgencia de “conversión misionera” (Evangelii Gaudium, n.30). El carisma del obispo es imprescindible: “El obispo siempre debe fomentar la comunión misionera en su Iglesia diocesana siguiendo el ideal de las primeras comunidades cristianas, donde los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4,32)” (Evangelii Gaudium, n.31).

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Ya hemos resumido anteriormente esta realidad “comunional” en el Presbiterio diocesano, como esencia de la espiritualidad sacerdotal. Sin la vivencia de esta comunión, de la que son responsables conjuntamente el Obispo y sus presbítero, no sería posible el resurgir de las vocaciones y la puesta en práctica de la espiritualidad sacerdotal del clero diocesano.

Por esto resulta providencial la insistencia de la exhortación Evangelii Gaudium en la comunión eclesial, a todos los niveles, con vistas a la puesta en práctica de la nueva evangelización.

La Iglesia es “comunión” por su misma naturaleza, como reflejo de la comunión trinitaria (cfr. LG 4). De ahí la insistencia de actualizar esta comunión en la “sinodalidad” de las Iglesias en referencia al sucesor de Pedro y a la Iglesia de Roma que “preside la caridad universal” (San Ignacio de Antioquía). En este sentido, se necesita una verdadera “conversión” de parte de todos.20

Cabe, pues, hablar de una conversión de la Iglesia particular y del Presbiterio que está a su servicio: “Cada Iglesia particular, porción de la Iglesia católica bajo la guía de su obispo, también está llamada a la conversión misionera. Ella es el sujeto primario de la evangelización” (Evangelii Gaudium, n.30).

Los carismas particulares (también los que se refieren al sacerdocio ministerial) “no son un patrimonio cerrado, entregado a un grupo para que lo custodie; más bien son regalos del Espíritu integrados en el cuerpo eclesial, atraídos hacia el centro que es Cristo, desde donde se encauzan en un impulso evangelizador. Un signo claro de la autenticidad de un carisma es su eclesialidad, su capacidad para integrarse armónicamente en la vida del santo Pueblo fiel de Dios para el bien de todos… En la medida en que un carisma dirija mejor su mirada al corazón del Evangelio, más eclesial será su ejercicio. En la comunión, aunque duela, es donde un carisma se vuelve auténtica y misteriosamente fecundo. Si vive este desafío, la Iglesia puede ser un modelo para la paz en el mundo” (Evangelii Gaudiumn, n.130).

El sacerdocio ministerial, en su concretización del Presbiterio presidido por el

20 La exhortación apostólica lo aplica a la “conversión del papado” como “comunión” renovada: “Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo pensar en una conversión del papado… También el papado y las estructuras centrales de la Iglesia universal necesitan escuchar el llamado a una conversión pastoral” (Evangelii Gaudium, n.32).

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Obispo, es custodio de esta historia de gracia, que es, al mismo tiempo, herencia apostólica. Se necesita, en el proceso de formación sacerdotal, acentuar el amor a la Iglesia particular (en la comunión universal), como esencia de la espiritualidad del sacerdote diocesano.21

Ahora bien, esto comporta hacerse consciente y vivir la realidad “comunional” del Presbiterio como realidad de gracia, “fraternidad sacramental” exigida por el sacramento del Orden. Lo que en la exhortación apostólica se pide para los fieles, tiene aplicación especial para los sacerdotes ministros: “A los cristianos de todas las comunidades del mundo, quiero pediros especialmente un testimonio de comunión fraterna que se vuelva atractivo y resplandeciente… Es lo que con tantos deseos pedía Jesús al Padre: «Que sean uno en nosotros… para que el mundo crea» (Jn 17,21)” (Evangelii Gaudium, n.99).

Si toda comunidad cristiana está llamada a ser “escuela de comunión” (Novo Millennio ineunte, n. 43), esta realidad compete de modo especial a la Iglesia particular y a su Presbiterio. La “comunión” entre los sacerdotes del Presbiterio se debe concretar en ayuda mutua especialmente en el itinerario de configurarse con Cristo Sacerdote y Buen Pastor. Concretaremos más el tema posteriormente.

Decía Juan Pablo II: “Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades” (Novo Millennio ineunte n.43).

En la figura de San Juan de Ávila, como veremos luego, encontramos un referente de esta comunión. Permaneciendo como sacerdote diocesano y precisamente por ello (como servidor de todos los carismas) fue apreciado, por los grandes fundadores y renovadores de su época.

Siempre pueden quedar prejuicios cuando se subraya un aspecto (especialmente si ha sido casi olvidado durante siglos). Por esto, hay que recordar que el amor y la pertenencia a la Iglesia particular incluyen esencialmente el amor a la Iglesia universal y al sucesor de Pedro; consiguientemente, la vocación de sacerdote

21 Cfr PDV n.16 (“ordenado para la Iglesia universal) y nn.31-33 (“pertenencia y dedicación a la Iglesia particular”).

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diocesano es una vocación que tiene como objetivo fomentar (no precisamente dirigir) todas las otras vocaciones y carismas, en el marco de la comunión eclesial.

Concretamente, esta comunión eclesial vivida en el Presbiterio, al servicio de la Iglesia particular, reclama formadores cautivados por estos contenidos evangélicos y dedicados plenamente a la formación. Al mismo tiempo, la respuesta de los formandos debe empezar ya desde el período de la formación inicial. Es lo que El Papa Benedicto XVI pedía a los seminaristas y sacerdotes al final del año sacerdotal dedicado al Cura de Ars: “Asumid como una necesidad actual, junto al calor de la fraternidad, la actitud firme de un hermano que ayuda a otro hermano a permanecer en pie” (Homilía durante la celebración de las vísperas, Fátima, 12 mayo 2010).22

El Papa Francisco insta a la vivencia de la fraternidad ya desde el Seminario: “La vida del seminario, o sea, la vida comunitaria, es muy importante. Es muy importante porque existe la fraternidad entre los hermanos, que caminan hacia el sacerdocio; pero también existen los problemas... Y vienen también las cosas buenas: las amistades, el intercambio de ideas, y esto es lo importante de la vida comunitaria” (Reunión con rectores y estudiantes de los colegios y residencias sacerdotales de Roma, 12 mayo 2014).

2. LOS APÓSTOLES Y LA “VIDA APOSTÓLICA” EN EL MAESTRO ÁVILA

Es muy frecuente la referencia a los Apóstoles y más concretamente al estilo de vida de los Apóstoles, en San Juan de Ávila. No solamente presenta el sacerdocio ministerial (obispos y presbíteros) en la comunión apostólica por medio de la imposición de manos (para garantizar la existencia del sacramento), sino que especialmente hace referencia a esta realidad de gracia para llamar a la

22 El Papa Benedicto recordaría posteriormente estas directrices: “He subrayado varias veces que el seminario es una etapa muy valiosa de la vida, en la que el candidato al sacerdocio hace experiencia de ser «un discípulo de Jesús». Para este tiempo destinado a la formación … se requiere también la disponibilidad a vivir juntos, a amar la «vida de familia» y la dimensión comunitaria que anticipan la «fraternidad sacramental» que debe caracterizar a todo presbiterio diocesano (cf. Presbyterorum ordinis, 8) y que recordé también en mi reciente Carta a los seminaristas: «no se llega a ser sacerdote solo. Hace falta la “comunidad de discípulos”, el grupo de los que quieren servir a la Iglesia de todos»” (Benedicto XVI, Discurso 7 febrero 2011, Plenaria Congregación para la Educación Católica).

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renovación sacerdotal como seguimiento evangélico en fraternidad.

En el conjunto de documentos del Maestro Ávila, cuando habla de la renovación eclesial y sacerdotal, aparece la figura del obispo en estrecha relación con la del presbítero. La pauta “apostólica” la traza el obispo, puesto que es el referente principal de la vida “apostólica”.

Es toda la Iglesia la que se siente interpelada por la vida de los Apóstoles, ya desde cuando ellos estaban reunidos con la Madre de Jesús esperando la venida del Espíritu Santo: "Así, hermanos, es muy gran razón que estemos nosotros, pues somos una cosa con ellos, una Iglesia y una misión en Jesucristo" (Sermón 27, n.4).

El estilo de vida del “apóstol” es el que se refleja en San Pablo, quien no buscaba su propio interés, sino los intereses del Señor: "Decir, pues, el Apóstol que no vivía para sí, es decir, que no buscaba sus intereses ni su gloria, sino los intereses, la gloria y la honra de Dios: que conforme a la voluntad de Dios era gobernada su vida" (Comentario a Gálatas, n. 25; explica Gal 2,19).

Los “Apóstoles” continúan la misma misión de Cristo, como colaboradores suyos, a través de todas las épocas históricas: “Y porque hubiese más voces que predicasen y más médicos que curasen las ánimas, aunque Él solo lo podía hacer, quiso tomar ayudadores para tener ocasión de les galardonar sus trabajos y de hacer bien a los otros por medio de aquestos ayudadores" (Sermón 81, n.4).

La sucesión apostólica a través de los tiempos garantiza la autenticidad de la Iglesia. Por el hecho de estar "los santos Apóstoles alumbrados por el Espíritu Santo" (Tratado sobre el sacerdocio, n. 17), era necesario que "como un apóstol moría, dejaba otro para que entendiese en lo que él" (Plática 9, n.5).

Los biógrafos del santo Maestro han dejado constancia de esta su preocupación por una formación evangélica y de vida apostólica de los futuros sacerdotes: “que los mozos comenzasen a industriarse en costumbres eclesiásticas, pues se criaban para ministros de Dios, para enseñar su palabra y predicar al pueblo el camino de la virtud, y que habían de tener desde sus tiernos años embebido en sus entrañas el espíritu evangélico, porque mal puede uno ser maestro en el arte que nunca fue discípulo".23

23 L. Muñoz, Vida, lib.1º, cap.20.

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Primero hay que contextualizar algunas afirmaciones concretas en el documentos respectivos, para intentar luego entrever las consecuencias de renovación sacerdotal. Las afirmaciones se encuentran en los dos Memoriales para el concilio de Trento, en las Advertencias para el concilio de Toledo, en las cartas dirigidas a eclesiásticos, en las pláticas a sacerdotes, en el sermón 81 (fiesta de evangelistas), en el tratado sobre el sacerdocio y en el Audi Filia.

El primer memorial para el concilio de Trento tiene como título “la reformación del estado eclesiástico”. Es el texto que llevó a Trento el arzobispo de Granada, Don Pedro Guerrero, en 1551, para la segunda convocatoria del concilio. Con muchos detalles que describen la situación clerical (y eclesial) de aquella época, se analiza paso a paso la reforma del estado eclesiástico, reforma que se considera indispensable para la reforma general de toda la Iglesia:

"Y éste es el punto principal del negocio y que toca en lo interior de él; sin lo cual todo trabajo que se tome cerca de la reformación será de muy poco provecho, porque será, o cerca de cosas exteriores, o, no habiendo virtud para cumplir las interiores, no dura la dicha reformación por no tener fundamento" (Memorial I, n.5).

De todos es conocida la realidad eclesial y clerical de aquella época, llena de luces y también de sombras: “No hay quien ignore cuán malos, cuán ignorantes y desordenados estemos los eclesiásticos” (n.3). Incluso alude a que ya se han iniciado algunas reformas en las catedrales, pero que entre “la muchedumbre de clérigos”, sólo unos pocos (“uno o dos, no de los principales”) han respondido (ibídem).

La referencia al obispo, como clave para la reforma sacerdotal, es insistente. Es como si intuyera que siendo el obispo quien impone las manos para el sacramento del Orden, le toca a él la primera responsabilidad de renovar a sus presbíteros, iniciando por una buena selección y formación. La relación familiar entre obispos y presbíteros se origina en la realidad de gracia del sacramento del Orden. No basta con redactar nuevas normas:

“Si quiere, pues, el sacro concilio que se cumplan sus buenas leyes y las pasadas, tome trabajo, aunque sea grande, para hacer que los eclesiásticos sean tales, que more en ellos la gracia de la virtud de Jesucristo; lo cual alcanzado, fácilmente cumplirán lo mandado; y aun harán más por amor que la Ley manda por fuerza. Mas aquí es el trabajo y la hora del parto y donde yo temo nuestros pecados y la tibieza de los mayores; que como

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hacer buenos hombres es negocio de gran trabajo, y los mayores, o no tienen ciencia para guiar esta danza, o caridad para sufrir cosa tan prolija y molesta a sus personas y haciendas, conténtanse con decir a sus inferiores: «Sed buenos; y, si no, pagármelo heis »; y no entienden en ayudarles a serlo. Porque el mandar es cosa fácil y sin caridad se puede hacer; mas el llevar a cuestas flaquezas ajenas con perseverante corazón de las remediar e hacer fuerte al que era flaco, pide riqueza de caridad” (Memorial I, n.5)

La familia sacerdotal de cada Iglesia particular se construye con la caridad paterna, fraterna o filial, por parte de todos:

"Y pues prelados con clérigos son como padres con hijos y no señores con esclavos, prevéanse el Papa los demás en criar a los clérigos como a hijos, con aquel cuidado que pide una dignidad tan alta como han de recibir; y entonces tendrán mucha gloria en tener hijos sabios y mucho gozo y descanso en tener hijos buenos, y gozarse ha toda la Iglesia con buenos ministros" (Memorial I, n.5).

Insiste en que la renovación de la Iglesia no se hará sin el fundamento de la renovación de los ministros ordenados. El concilio tridentino tenía, pues, esta intención e intentaba llevarla a cabo:

"Ya consta que lo que este santo concilio pretende es el bien y la reformación de la Iglesia. Y para este fin, también consta que el remedio es la reformación de los ministros de ella... Pues sea ésta la conclusión: que se dé orden y manera para educarlos que sean tales; y que es menester tomar el negocio de más atrás, y tener por cosa muy cierta que, si quiere la Iglesia tener buenos ministros, que conviene hacellos; y, si quiere tener gozo de buenos médicos de las almas, ha de tener a su cargo de criar tales y tomar el trabajo de ello; y, si no, no alcanzará lo que desea" (Memorial I, n.9).

Se remite a la tradición eclesial ya expresada en el concilio IV de Toledo en el año 633, presidido por San Isidoro de Sevilla. Por esto pide la institución de los Seminarios en cada Iglesia particular:

"Esto que dice el concilio parece que se debe practicar de la manera siguiente: que en cada obispado se haga un colegio, o más según la cualidad de los pueblos principales que en él hubiere, en los cuales sean

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educados, primero que ordenados, los que hubieren de ser sacerdotes" (Memorial I, n.12; cfr. concilio IV de Toledo, can.24; Mansi, 10,626).

En este contexto de selección y formación de candidatos, es donde el Maestro Ávila hace referencia más explícita a los Apóstoles y a la tradición apostólica de la Iglesia primitiva:

“Y si también atendiésemos al uso de los apóstoles, que era buscar ellos entre los cristianos el hombre de más señalada vida y fama, y a éste llamaban para la Iglesia, sin reparar r en el oficio que tuviese, aunque fuese muy extraño del sacerdocio, ni tener respeto a otra cualquier cosa, sino que fuese el más religioso y cuerdo del pueblo” (Memorial I, n.16).

El concilio debe indicar que la principal responsabilidad en la selección y formación de los presbíteros, recae en los Obispos, por ser ellos quienes van a imponer las manos; en esta acción espiritual del Obispo, nadie le puede suplir, aunque se suponen colaboradores estrechamente unidos a él:

"Los que hubieren de ser elegidos para estos colegios sean de los mejores que hubiere en todo el pueblo, haciendo inquisición de ello muy de raíz el obispo y los que el concilio le señalare por acompañados. Y de esta manera vendrán llamados y no injeridos, y entrarán por la puerta de obediencia y llamamiento de Dios" (Memorial I, n.17).

El segundo Memorial para el concilio de Trento tiene como título “causas y remedios de las herejías”. Es del año 1561, para tercera convocatoria del concilio. No es objetivo de nuestro estudio entrar en este tema tan importante y tan amplio. Sencillamente entresaco la importancia de la renovación sacerdotal con vistas a la renovación eclesial general. El Maestro, después de señalar las consecuencias funestas de una predicación superficial, insta a formar verdaderos predicadores según el modelo de la predicación del Señor y de los Apóstoles.

“Tenga respecto, por reverencia de Dios, a la santidad de este lugar del púlpito y mírese con muchos ojos quién sube en él, porque es grande lástima ver cuán indignamente [se] ejercita el oficio que el mismo Señor por su persona y después sus santos apóstoles ejercitaron. Téngase también miramiento en qué curas y confesores se eligen, pues los yerros de éstos son muy perniciosos, y por ser secretos, muy mucho más. Déseles regla e instrucción de lo que deben saber y hacer, pues, por nuestros pecados, todo está ciego y sin lumbre; y adviértase que para

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haber personas cuales conviene, así de obispos como de los que les han de ayudar, se ha de tomar el agua de lejos, y se han de criar desde principio con tal educación, que se pueda esperar que habrá otros eclesiásticos que los que en tiempos pasados ha habido. Búsquense personas en las cuales probablemente se crea que mora la gracia del espíritu y que tengan afición a ser eclesiásticos, y déseles educación conveniente, y alcanzarse ha lo que se pretende. Y de otra manera será lo que ha sido” (Memorial II, n.43).24

La decisión de Trento sobre los Seminarios refleja algunas indicaciones de San Juan de Ávila, especialmente por confiar el encargo al mismo obispo en relación con la catedral renovada:

"Establece el santo Concilio que todas las catedrales, metropolitanas e Iglesias mayores, tengan obligación de mantener y educar religiosamente, e instruir en la disciplina eclesiástica, según las posibilidades y extensión de las diócesis, cierto número de jóvenes de la misma ciudad y diócesis, o, a no haberlos en ésta, de la misma provincia, en una colegio situado cerca de las mismas Iglesia, o en otro lugar oportuno, a elección del obispo... Cuide el obispo que asistan todos los días al sacrificio de la Misa, que confiesen a los menos una vez al mes, que reciban, a juicio del confesor, el Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, y que sirvan en la catedral y en otras Iglesias del pueblo los días festivos. El obispo... arreglará, según el Espíritu Santo le iluminare, todo lo dicho, y todo cuanto sea oportuno y necesario, velando en sus frecuentes visitas de que siempre se guarde"...25

La celebración del concilio provincial o sínodo de Toledo (1565-1566) tenía como objetivo aplicar los contenidos del concilio de Trento. Lo presidió Don Cristóbal Rojas de Sandoval, obispo de Córdoba (por ausencia del arzobispo de Toledo, Bartolomé de Carranza). El Maestro Ávila, en sus Advertencias insta a la

24 En este mismo Memorial II, el Maestro recuerda que el cuidado de los Seminarios recae principalmente sobre los obispos, puesto que "son obligados a dar a sus ovejas pastores que las sepan apacentar" (Memorial II, n.71). Esto presupone que el obispo se ha decidido a vivir la “Vida Apostólica” (“apostolica vivendi forma”), para poderla plasmar en su Presbiterio.

25 De Seminariis clericorum, 15 de julio de 1563, Ses.23, can.18 de reforma: Concilium Tridentinum, IX, 628-630. Cabe recordar que fueron los santos (Papas, obispos y presbíteros) quienes hicieron realidad este deseo del concilio: San Juan de Ávila, San Pío V, San Carlos Borromeo (quien instituyó seis Seminarios en Italia), San Gregorio Barbarigo (Italia), San Juan de Ribera (Valencia), Santo Toribio de Mogrovejo (Lima), etc.

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reforma pastoral y espiritual especialmente de los obispos y sacerdotes, indicando también los diversos campos de reforma (atendiendo con preferencia a los pobres). Las decisiones de este concilio provincial (en las que influyeron las sugerencias del Maestro) tuvieron su repercusión también en otros sínodos de España y del Nuevo Mundo.26

En las Advertencias I, describe a los ministros ordenados (obispos y presbíteros) como "retrato de la escuela y colegio apostólico, y no de señores mundanos" (Advertencias I, n. 4). Es la línea que había seguido Trento y en la que se apoya el mismo Maestro para urgir a la reforma sacerdotal: “Y, finalmente, con ser un dibujo de los apóstoles, a quien suceden; tal, que por la vida obispal todos saquen por rastro cuáles fueron los antiguos apóstoles, y no tales que no haya cosa que más los haga desconocer que mirar a sus sucesores” (Advertencias I, n.10).

Al llamar la atención sobre la vida de pobreza, como fidelidad a la misma vida de Cristo y de sus Apóstoles, “cuyos ellos son sucesores”, el Maestro describe las exageraciones de la época:

“Conviene, pues, que los obispos no tengan camas de seda por ninguna vía, y pluguiera a Dios tuvieran espíritu para tenerlas de sarmientos y desnudas tablas, que mayor majestad cobraran acerca de sus ovejas y en más fueran tenidos que si las tuviesen de brocados de tres altos. No traigan ropas de seda, y pluguiera a Dios tuvieran espíritu para las traer remendadas, y dentro muy ásperos cilicios, que más fueran reverenciados y aun temidos sus remiendos que sus sedas. No tengan tapicerías de seda ni de Flandes; conténtense con tener en su aposento o salas retratos e imágines que tengan que mirar y de que se edificar los que fueren a sus casas. No tengan vajilla de plata, que no dice esto con mesa de gente pobre, cual ha de ser la episcopal. No tengan maestresalas, veedores y otros oficiales que los obispos han hurtado a la mundana profanidad, que esto no es imitar a Cristo, ni a Pedro, ni a los apóstoles, cuyos ellos son sucesores; mas a Constantino, César y Alejandro. No tengan criados que

26 En una carta al obispo de Córdoba, el Maestro Ávila se queja de la prisa que han tenido en el sínodo, cuando se requería mayor atención a la reforma: "Ahora he oído decir que ese santo concilio se acaba presto, y he temido no sea causa de ello el poco gusto que se toma de entender en los negocios de Dios y el mucho de ir a descansar a sus casas: porque, estando las cosas tan fuera de sus quicios como por nuestros pecados están y habiendo tan mucho tiempo que en remedio de ellas no se ha entendido, no sé cómo en tiempo tan breve se pueden hacer muchas cosas y dificultosas" (Carta 215).

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los acompañen profanamente vestidos, como pajes con mulos, cual se usan; sedas, gorras; no criados con barbas, espadas y semejantes cosas seculares” (Advertencias I, n.8)

Podría parecer exagerada esta exigencia de pobreza evangélica, pero el Maestro pone el acento en la posibilidad de vivir el evangelio con la ayuda del Espíritu Santo: "Porque el mismo Dios, que pide que sean sus ministros tales y derramó su sangre por tenerlos, ha puesto su Espíritu divino en muchos para poder serlo; y el parecer que no los hay es porque no los buscan los prelados, ministros del Señor, cuyo es este cuidado" (Advertencias I, n.39).27

El documento que calificamos de segundas Advertencias para el concilio de Toledo, propiamente consiste en la parte final de las Advertencias, con anotaciones jurídicas para aplicar las decisiones de Trento. Tiene las características de acentuar el cuidado de los pobres y de los trabajadores del campo. 28

Las Advertencias II, al instar a la aplicación del decreto tridentino sobre los Seminarios (ses.23, cap.18 de refor.), dice: "Son menester en la Iglesia más número de sacerdotes que es el número de beneficios y de los que se ordenan a título de patrimonio" (n. 10).

Se trataba de seleccionar y formar a la mayoría de los candidatos al sacerdocio que no tenían opción por medio de un beneficio eclesiástico o por tener su propio patrimonio. Encontramos en este documento la clave de la reforma sacerdotal según San Juan de Ávila: "Si excluimos esta gente de la dignidad sacerdotal, excluimos a los que han de ser mejores sacerdotes, porque los mejores son aquellos que, dejadas todas las cosas, contentos con letras y virtud, buscan esta dignidad para servir a Cristo imitando a Él y a sus Apóstoles" (Advertencias II, n.10).

27 El Maestro llega a esta conclusión: "Que jamás ordenen de sacerdote a quien no estuviere suficientemente instruido para ser buen cura" (Toledo I, n.46). El Decreto tridentino de reforma (15 julio 1564, citado más arriba) había establecido que los ministros ordenados había recibido la misión «de conocer bien a sus ovejas, ofrecer sacrificio por ellas, apacentarlas mediante la predicación de la palabra de Dios, la administración de los sacramentos y el ejemplo de las buenas obras; deben preocuparse como un padre, por los pobres y pos otras personas necesitadas y desempeñar todas las restantes tareas de un pastor».

28 El documento que tiene como título "De la veneración que se debe a los concilios", es el discurso de apertura, pronunciado por el obispo de Córdoba, preparado por el Maestro Ávila.

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Además de los Memoriales y de las Advertencias, donde se trazan las líneas básicas para la puesta en práctica de la formación sacerdotal al estilo de los Apóstoles, tenemos indicaciones parecidas en el epistolario, pláticas, sermones, tratado sobre el sacerdocio y una pequeña alusión en el Audi Filia.

Es importante la carta dirigida al P. Diego Laínez, Prepósito General de la Compañía de Jesús, donde recuerda que la intención de San Ignacio en el momento de la fundación era la de imitar a los Apóstoles. De ahí podemos deducir la sintonía del Maestro con el santo fundador:

“A este fin conduce que también deseo que hubiese en la Compañía letrados eminentes, y que no se contentasen con, en oyendo un curso de teología, cortar el hilo de las letras, porque la necesidad de los tiempos y lo que de esta santa Compañía se espera no es cosa vulgar. Y, si no me engaño, el intento del fundador de ella, que está en gloria, fue tener gente imitadora de apóstoles y que no excediese en mucho el número de ellos, pues en ellos se vio cuánta obra del Señor hacen pocos y llenos de su santo espíritu” (Carta 191, Montilla, 27 marzo 1559).

En la carta 244, dirigida a Don Pedro Guerrero, con vistas al concilio provincial de Toledo, indica que la institución del Seminario es “lo principal”, y que en ellos ha de haber “el buen orden”, “rectores espirituales”, “buen fundamento y doctrina”: "Lo principal que deseo se trate es el buen orden del Seminario, eligiendo a gente de virtud y poniéndoles rectores espirituales o que tengan algo de ello; porque juntándose buen fundamento y doctrina, no faltará nada" (Carta 244).

En las pláticas con fondo sacerdotal, el Maestro concreta más la importancia de inspirarse en la vida de los Apóstoles e indica aplicaciones concretas. Es muy conocida la explicación que ofrece, en la primera plática, sobre la unión en el Presbiterio presidido por el Obispo:

“Con deseo de nuestra enmienda, nos envía prelado que, por la misericordia de Dios, tiene celo de nos ayudar a ser lo que debemos. No trae gana de enriquecerse, no de señorearse en la clerecía, como dice San Pedro (cfr. 1Pe 5,3), mas de apacentarnos en buena doctrina y ejemplo y ayudarnos en todo lo que pudiere, así para el mantenimiento corporal, que es lo menos, como para que seamos sabios y santos, los más sabios y santos del pueblo, como San Isidoro dice que debemos ser. A los prelados

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manda San Pedro que hagan estas cosas con la clerecía, y a la clerecía manda que sea humilde y obediente a su prelado. Y, si cabeza y miembros nos juntamos a una en Dios, seremos tan poderosos, que venceremos al demonio en nosotros y libraremos al pueblo de sus pecados, porque (...) hizo Dios tan poderoso al estado eclesiástico, que, si es el que debe, influye en el pueblo toda virtud, como el cielo influye en la tierra” (Plática 1ª, n.13).

En la plática sexta, después de explicar el por qué de la variedad de ministros ordenados (y de diversos carismas), hace alusión al modo de vivir de los Apóstoles, lamentado que se estaba muy lejos de esta vida en la época del Maestro: “Lo primero, los capitanes, que son los apóstoles y discípulos, muy de otra manera vivieron que ahora se vive. San Jerónimo dice que el prelado sucede en lugar de apóstol, y el sacerdote en lugar de discípulo, y que quien su oficio, ha de tomar su vida . Pues pasad adelante y mirad los concilios. Yo no quiero tratar las cosas groseras y que los ciegos las ven” (Plática 5, n.6).

La plática séptima describe la figura de Cristo Buen Pastor y el testimonio de los Apóstoles y discípulos, como punto de referencia:

“¡Oh eclesiásticos, si os miraseis en el fuego de vuestro pastor principal, Cristo, en aquellos que os precedieron, apóstoles y discípulos, obispos mártires y pontífices santos!, etc. Mirad si dejaron de asistir al coro por un poco de congoja. Semper nos qui vivimus, in mortem tradimur (cf. 2 Cor 4,11), etc. Ibant gaudentes, etc. Digni habiti sunt (cf. Hch 5,41). Mirad qué hace el amor de Dios” (Plática 7, n.6).

Para el Maestro Ávila, el “punctum dolens” de toda esta cuestión es la pobreza evangélica que debe reflejarse en toda la Iglesia y especialmente en quienes está llamados a vivir como los Apóstoles. El tema de la pobreza sintetiza todas las exigencias derivadas de la caridad pastoral. Es el tema de la plática octava (“en qué deben emplear los clérigos las rentas eclesiásticas”). El Maestro conocía bien las disposiciones conciliares de los siglos anteriores. No se trataba de una especie de deseo piadoso, como invitando a ser un poco mejor, sino que se trataba de renunciar a los bienes (que pertenecen a los pobres). Otra forma de vida clerical no está de acuerdo a la tradición de la Iglesia. En este punto discrepaba de su maestro Soto. Copiamos el inicio de esta plática, remitiéndonos a su texto completo. Después de citar el texto evangélico “Dignus est operarius mercede sua” (Lc 10,7; Mt l0,10), afirma:

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“En esto se fundan las rentas eclesiásticas: en mantener al obrero, y no enriquecerlo; y si no es obrero, ya veis en qué estado estará; y si se enriquece, también. Imaginad que va un obrero de éstos con este texto del Evangelio a entender en el bien de las almas de un lugar, y pide por él que le mantengan; y, dándole mantenimiento, dijese que no quería sino pavos y gallinas y vestidos de seda, etc.: mirad si tendría razón. De ahí podréis ver y colegir, si lo tomase con mano armada; ¿no le obligaríais a restitución de todo lo que excediese a su congrua sustentación?” … (n.1).

“Secunda ratio: lus positivum de tomar diezmos y primicias se funda en el Evangelio. Luego, si el Evangelio les da que se mantenga, todo lo que a esto sobra se ha de restituir en obras pías; por el ius positivum no lo puede tomar para dárselo a clérigos que lo empleen en vicios… … tampoco acertó Soto en decir que, cuando los santos llaman ladrones a los clérigos que gastan mal sus rentas, era por encarecimiento, porque ya los santos en otra parte (declarando las autoridades del Evangelio, y San Pablo, como se ha dicho arriba) habían declarado que el derecho divino mandaba mantener a los eclesiásticos y no enriquecer, donde fundaban el decir después que eran ladrones si se enriquecían, etc. (n.2)

El sermón 81 tiene como título “fiesta de evangelistas” y explica con expresiones sencillas y populares, cómo el Señor eligió a doce Apóstoles y envió a los 72 discípulos. Aprovechando esta fiesta, explica al pueblo cómo los ministros están relacionados estrechamente con los Apóstoles. Los “curas” son, pues, “coadjutores” de los obispos, y éstos están llamados a formarlos como pastores. Con estas expresiones quiere resaltar que los ministros actuales continúan la misión recibida por los Apóstoles y colaboradores:

“Y porque hubiese más voces que predicasen y más médicos que curasen las ánimas, aunque El solo lo podía hacer, quiso tomar ayudadores para tener ocasión de les galardonar sus trabajos y de hacer bien a los otros por medio de aquestos ayudadores. Y así escogió doce apóstoles, a los cuales envió a predicar, como cuenta San Mateo en el capítulo 10 … mas eligió otros setenta y dos que ayudasen a los doce, y enviólos, como dice el santo evangelio, a predicar a las ciudades y pueblos, donde El después había de ir (Lc 10,1), para que estuviesen aparejados con aquella doctrina para recibir la que les diese El” (Sermón 81, n.4).

A los Obispos atañe, pues, el encargo de buscar y formar a sus colaboradores, que servirán siempre al rebaño con el celo pastoral:

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“¡Oh dichosas ovejas que en tiempo de tal Pastor fueron vivas, y dichosas lo serán las que cayeren en manos del prelado que imitare este celo! … ¡Oh, dichosos pastores que participaren algo de aquesta hambre y sed de salvación de ánimas que tuvo el Señor, porque, según la necesidad de remedio que tienen, si no hay este gran celo y cuidado, no se podrá hacer aquello que para esto conviene!” (Sermón 81, n.5)

"El prelado es obligado a, si tales oficiales no hay, hacerlos él, dándoles aparejo para estudio, y ayudar para ello a los que no tienen; y con doctrina y buenos ejemplos hacerlos tales que sean modelos, a cuya forma se edifiquen las ánimas; porque para esto el prelado es prelado y para esto principalmente le es dada la renta; porque el fin de él ha de ser la edificación de las ánimas, y no hay mejor medio para esto que hacer gente tal que sea para ello" (Sermón 81, n.6).

En el Tratado sobre el Sacerdocio, da un pequeño resumen de la doctrina de los Santos Padres sobre el sacerdocio, citando especialmente San Juan Crisóstomo, San Ambrosio, San Agustín, San Jerónimo y San Gregorio Magno. El Maestro Ávila se lamenta de que no se pone en práctica del concilio tridentino, que pedía formar bien a los ministros ordenados:

“Al santo concilio de Trento se dio noticia de aqueste mal; y para algún remedio de él mandó que ninguno fuese ordenado de misa si primero no supiese administrar bien los sacramentos de la Iglesia, y principalmente el de la penitencia … Mas esto tan santamente decretado, como cosa en que intervino el Espíritu Santo, no lo guardan los prelados; y debe ser porque, en los más de los lugares, no hay quien lea casos de conciencia; y, porque no les cueste algunos dineros el poner quien los lea, ordenan a quien no los sabe, y de estos tales salen los confesores y curas” (Tratado sobre el Sacerdocio, n.43; cfr. n.44).

En el Audi Filia se hace una breve alusión a la predicación actual por parte de los ministros, como una continuación de la predicación apostólica: “Cristo… fue predicado por los apóstoles en el mundo, y ahora lo es, acrecentándose cada día la predicación del nombre de Cristo a tierras más lejos para que así sea luz" (Audi Filia, cap.111).

3. LOS COMPONENTES DE LA “VIDA APOSTÓLICA” EN LAS

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INTUICIONES DEL MAESTRO ÁVILA. APLICACIONES ACTUALES E ITINERARIO EN EL PRESBITERIO DE LA IGLESIA PARTICULAR

Uno de los puntos esenciales de la “Vida Apostólica” es el de la relación íntima con Cristo. El hecho de “haber estado” con él “desde el principio” (Jn 15,26), no es sólo un conocimiento teórico, sino especialmente una convivencia y amistad que tiende a vivir con él en sintonía de sentimientos y de actitudes definitivas. La elección de San Matías en el Cenáculo, tiene estas mismas características de “convivencia” con el Señor y, al mismo tiempo, de “testigo de la resurrección” (Hech 1, 21-22).

En los escritos del Maestro Ávila, el tema sacerdotal está profundamente marcado por la interioridad o amores de Cristo Sacerdote. Es su amor profundo al Padre, en el Espíritu Santo, concretado en su amor esponsal y oblativo a su Iglesia, que da sentido a su vida de entrega. Por esto, el Maestro se remite a este amor profundo de Cristo como fuente del celo apostólico de los sacerdotes ministros.

El amor de Cristo al Padre, al contemplar las gracias recibidas en el momento de su Encarnación, repercute en nosotros, puesto que “la gracia que Él recibió, no sólo la recibió para sí, sino también para ti” (Tratado del Amor de Dios, n.2). Por esto, “el amor de Cristo no nace de la perfección que hay en nosotros, sino de lo que El tiene, que es mirar en el Eterno Padre… considerar la grandeza inestimable de las gracias que por la Santísima Trinidad fue concedida a aquella santísima humanidad de Cristo en el instante de su concepción (cfr. Col 2,3.9)… como a Cabeza de toda la Iglesia” (ibídem, n.4).

Sería un contrasentido entrar en el sacerdocio ministerial sin haber experimentado el fuego de la caridad del Buen Pastor, es decir, del amor de Cristo Sacerdote. La carencia de esta caridad es el origen de grandes defectos en la vida ministerial, que se concretan en la búsqueda de los propios intereses (a veces, con la falsa etiqueta de “gloria de Dios”). En cambio, al sentirse amado por Cristo, el sacerdote quiere responder a este amor: “viendo nosotros tan grandes señales de amor que de fuera mostraste, conociésemos el gran fuego de él para con nosotros que en tu pecho ardía; y, siendo amados, te amásemos” (Tratado del Sacerdocio, n.25).

“Se deja prender con cadenas de amor de nuestras indignas manos, ni ternemos corazón, ni lengua, ni ojos, ni manos, ni pecho, ni cuerpo para le ofender, porque nos veremos todos enteros consagrados al Señor con el

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trato o tocamiento del mismo Seño” (Plática 1, n.4). “Pídale una poquita de aquella encendida caridad para que el ministro sea conforme con el Señor. Luego suplique a nuestra Señora, por el gozo que hubo en la Encarnación, que le alcance gracia para bien recibir y tratar al Señor que Ella recibió en sus entrañas” (Carta 8, a un sacerdote).29

Como es sabido, el Maestro instaba a realizar un examen previo para la ordenación, basado principalmente en el tema de la caridad y de la oración.30

La misma predicación del Maestro (y la predicación que aconseja a sus discípulos), siempre fundamentada en la Escritura, Santos Padres y textos litúrgicos, no tendría sentido si no fuera fruto de la contemplación como relación íntima con Dio y con el mismo Cristo. “Los que predican reformación de Iglesia, por predicación e imitación de Cristo crucificado lo han de hacer y pretender” (Plática 4, n.2).

"Restan los predicadores de la palabra de Dios, el cual oficio está muy olvidado del estado eclesiástico, y no sin gran daño de la cristiandad. Porque como éste sea el medio para engendrar y criar hijos espirituales, faltando éste, ¿qué bien puede haber sino el que vemos, que, en las tierras do falta la palabra de Dios, apenas hay rastro de cristiandad?" (Trento I, n.14).

La formación para el sacerdocio (y también le continuación después de la ordenación), está marcada por el amor a Cristo. Sin este amor, no se captaría el significado de las exigencias de santidad y de entrega. La reforma del clero (y de la Iglesia en general), tal como se describe en los textos del Maestro, resultaría ininteligible e incluso fundamentalista y exagerada, si no se partiera del amor profundo de Cristo transmitido a sus Apóstoles. "Si de veras nos quemase las entrañas el celo de la casa de Dios... ¡Cómo tendrá paciencia en ver las esposas de Cristo enajenadas de Él y atadas con nudo de amor tan falso!" (Carta 208).

29 “Todos enteros hemos de ser encendidos en el fuego del amor de Dios, como el holocausto” (Plática 2, n.4).

30 "Cuando los quieren ordenar, examínanlos si saben cantar y leer, si tienen buen patrimonio; pues ya, si saben unas pocas de cánones y tienen buen patrimonio, ¡sus!, ordenar. ¿En qué examinará Dios? En la caridad para con todos y en la oración" (Sermón 10).

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Las exigencias de vida sacerdotal evangélica, en aquella época (siglo XVI) y en la nuestra, no se captarían sino a partir de la resolución de “dejarlo todo” para “seguirle” (Mt 19,27), es decir por su amor o “por su nombre” (Mt 19,29).

"En cruz murió el Señor por las ánimas; hacienda, honra, fama y a su propia Madre dejó por cumplir con ellas; y así quien no mortificare sus intereses, honra, regalo, afecto de parientes, y no tomare la mortificación de la cruz, aunque tenga buenos deseos concebidos en su corazón, bien podrán llegar los hijos al parto, mas no habrá fuerza para los parir (cfr. Is 37,3)" (Sermón 81).

Podemos ya sintetizar los componentes de la “Vida Apostólica”, como clave de la espiritualidad sacerdotal, según las intuiciones del Maestro Ávila. El seguimiento evangélico de los Apóstoles incluye relación de profunda amistad con Cristo, desprendimiento de todo para no anteponer nada a su amor, vivencia de la fraternidad con los demás vocacionados, entrega incondicional a la caridad apostólica, cuidado especial de los pobres, comunión eclesial con el propio obispo y concretada en al amor filial a la Iglesia. En el Maestro, este cuidado pastoral se concretaba especialmente en la predicación, en el acompañamiento espiritual, en el campo de la educación y en el amor fraterno con los demás sacerdotes.

Su insistencia en la pobreza evangélica (que hemos descrito más arriba) es debida al hecho de ser la característica del estilo de vida de los Apóstoles. De hecho, la expresión de Pedro en plural, “lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mt 19,27), queda traducida por el mismo Jesús indicando que este “todo” se refiere a personas, posesiones, afecto, pero siempre por su “nombre”, es decir, por amor a él (Mt 19,29).

Es un tema de suma importancia para el Maestro Ávila, la atención y dedicación que el obispo tiene que tener respecto a sus sacerdotes. No se trata sólo de selección y formación en general, sino especialmente de formar a quienes, con él, están llamados a vivir según el estilo de los Apóstoles.31

31 Esta actuación del carisma episcopal respecto a los sacerdotes, para “ayudarles” a ser mejores, “pide riqueza de caridad” (Memorial I, n.5). Se trata de “criar a los clérigos como a hijos” para que se goce “toda la Iglesia con buenos ministros" (ibídem). La “reformación de la Iglesia” no sería posible sin “reformación de los ministros”, que es tarea peculiar de los obipos (Memorial I, nn.9 y 17).

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Fueron muchos los obispos que, con ocasión del concilio de Trento o incluso habiendo participado en el concilio, tomaron muy a pechos la renovación de la vida sacerdotal, como exigencia del propio carisma episcopal. Más arriba hemos aludido a algunos, incluso como relacionados, de algún modo, con el Maestro Ávila: San Carlos Borromeo, San Juan de Ribera, Bartolomé de los Mártires (Braga), etc.

Los discípulos del Maestro Ávila colaboraron en esta renovación, dejando una cierta huella de “escuela sacerdotal”. Estos discípulos colaboraron también en la creación y formación de Seminarios y Colegios.32

Las disposiciones de Trento sobre la vida sacerdotal, con cierto influjo del Maestro, se fueron aplicando en España gracias a los concilios provinciales, como el de Toledo, con la aportación especial del Maestro Ávila. Ya hemos visto más arriba algunos datos.

Los biógrafos de San Juan de Ávila ponen de relieve su influjo, aportando testimonios concretos para España y también fuera. Luís Muñoz, ofrece algunos testimonios. Al referirse a Santo Tomás de Villanueva (1488-1555), arzobispo de Valencia (1544-1555), dice: "El santo fray Tomás de Villanueva, gloria de la religión de San Agustín..., decía y afirmaba, que desde los apóstoles acá, no sabía quién hubiese hecho más fruto que el venerable Maestro Juan de Ávila; este testimonio del santo fray Tomás publicaba un religioso descalzo, varón de santa vida".33

Uno de los retos actuales más acuciantes para el Presbiterio es la elaboración o realización de un proyecto de vida apostólica en el Presbiterio. No se trata de 32 Dice Fr. Luís de Granada: "Hízose también aquí (en Granada) un Colegio de clérigos recogidos para servicio del arzobispo... Y pudiera referir aquí las personas insignes que fueron tocadas de Nuestro Señor, que después fueron doctores en Teología y muy útiles a la Iglesia con su ejemplo y doctrina" (Vida, 3ª parte, cap.4, p.2; ver también la biografía de Muñoz: (Vida, lib. 2, cap. 1). El Maestro cuidó especialmente a los discípulos que colaboraban en la Universidad de Baeza, pero de todos ellos se puede decir que “procuró con grandes ansias y trabajó mucho para que todos fuesen perfectos sacerdotes. Hacíales muy de ordinario pláticas" (L. Muñoz, Vida, lib. 3, cap. 20). Fue muy fuerte la influencia de estos Colegios, Seminario y Universidad de Baeza en la vida cristiana y sacerdotal de la época. Ver L.Muñoz, Vida, lib.1, cap.20. Cfr. J. ESQUERDA BIFET, Escuela sacerdotal española del s. XV: Juan de Ávila (Roma, Instituto Español de Historia Eclesiástica, 1969); B. JIMÉNEZ DUQUE, El Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1988) cap.VII (la escuela sacerdotal).

33 L. Muñoz, Vida, lib.3º, cap.26 (ver los cap..26-27).

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nuevos cánones ni de nuevas obligaciones, sino una realidad vital, que es historia de gracia y que necesita unos medios concretos de fraternidad sacerdotal.

El “proyecto de vida” en el Presbiterio, pedido de modo explícito y urgente por Juan Pablo II (PDV 79), es el termómetro para conocer la vitalidad del Presbiterio en una Iglesia particular y para prever el futuro de las vocaciones sacerdotales y de la perseverancia sacerdotal.34

Un proyecto de vida fraterna en el Presbiterio supone una preparación previa durante la formación inicial. En el contexto de la vida sacerdotal, este proyecto tienen que abarcar todos los aspectos de la formación (PDV n.79: contenidos o ideario, objetivos, medios, etapas, etc.), de suerte que pueda afirmarse que es un “itinerario formativo para el sacerdocio y con el estilo de vida de los sacerdotes” (PDV n.3). Por consiguiente, que sea capaz de “sostener, de una manera real y eficaz, el ministerio y vida espiritual de los sacerdotes” (ibídem).

La formación para esta fraternidad exigida por el sacramento del Orden y que por esto se llama “fraternidad sacramental”, es una acción del Espíritu Santo que tuvo un momento determinante para toda la vida en la ordenación sacerdotal. Es exigencia del sacramento del Orden es decir, “en virtud de la ordenación sagrada” (LG 28). Por esto es “fraternidad sacramental” (PO 8)

El ministro (Obispo) que impuso las manos, como gesto eclesial y sacramental heredado de los Apóstoles, pero que enraíza en la consagración sacerdotal de Cristo, está involucrado de modo permanente en la formación de los ordenados y nadie le puede suplir. Pero este ministro, que desde los tiempos apostólico llamamos “Obispo”, es decir, quien cuida amorosamente y preside un Presbiterio que es, con él, una “fraternidad sacramental”.

En este contexto de comunión se vive auténticamente la paternidad, amistad y hermandad del Obispo en la “familia sacerdotal” del Presbiterio (cfr. ChD 15; Pastores Gregis nn.13 e 47).35

34 Sobre este proyecto de vida, propongo soluciones prácticas en: Ideario, objetivos y medios para un proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio: Sacrum Ministerium 2 (1995) 175-186.

35 He resumido los contenidos de documentos conciliares y postconciliares sobre la función del carisma episcopal en relación con su presbíteros, en: El ministerio episcopal de construir en comunión eclesial el propio presbiterio diocesano: Burgense 49/2 (2008) 359-396.

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Una de las mejores síntesis del Papa Benedicto XVI sobre la relación entre obispos y presbíteros, me parecer ser la siguiente:

“Queridos Hermanos en el Episcopado, os invito a seguir solícitos para ayudar a vuestros sacerdotes a vivir en íntima unión con Cristo. Su vida espiritual es el fundamento de su vida apostólica. Exhortadles con dulzura a la oración cotidiana y a la celebración digna de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y la Reconciliación, como lo hacía San Francisco de Sales con sus sacerdotes. Todo sacerdote debe poder sentirse dichoso de servir a la Iglesia. A ejemplo del cura de Ars, hijo de vuestra tierra y patrono de todos los párrocos del mundo, no dejéis de reiterar que un hombre no puede hacer nada más grande que dar a los fieles el cuerpo y la sangre de Cristo, y perdonar los pecados. Tratad de estar atentos a su formación humana, intelectual y espiritual, y a sus recursos para vivir. Pese a la carga de vuestras gravosas ocupaciones, intentad encontraros con ellos regularmente, sabiéndolos acoger como hermanos y amigos (cf. Lumen gentium, 28; Christus Dominus, 16). Los sacerdotes necesitan vuestro afecto, vuestro aliento y solicitud. Estad a su lado y tened una atención especial con los que están en dificultad, los enfermos o de edad avanzada (cf. Christus Dominus, 16). No olvidéis que, como dice el Concilio Vaticano II usando una espléndida expresión de san Ignacio de Antioquía a los Magnesios, son «la corona espiritual del Obispo» (Lumen gentium, 41)”.36

Quizá nos ha faltado una teología sacramental más cristológica y eclesiológica. Porque cada sacramento es un encuentro peculiar con Cristo y una configuración peculiar con él. Quienes están insertados en esta realidad sacramental, están llamados a una “intima fraternidad” exigida por el mismo sacramento, que debe concretarse en todos los niveles: humano, espiritual, espiritual y pastoral (cfr. LG 28 en relación con “Pastores dabo vobis”).

El itinerario de esta fraternidad sacramental se va concretando en la formación inicial y permanente. Cuando el Presbiterio camina en esta dirección, que es la de convertirse en un signo sacramental del Buen Pastor, entonces se actualiza un signo eclesial eficaz de santificación y de evangelización. No es posible el itinerario de la santificación sacerdotal ni el itinerario de la evangelización, sin el signo sacramental de la fraternidad en el Presbiterio.

36 Benedicto XVI, Discurso 14 septiembre 2008 (viaje 12-15 septiembre), París (Francia)

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Una “nueva evangelización” se ha ido realizando en cada época eclesial. La nuestra es la que nos toca vivir, como un momento de gracia. Afrontar hoy la evangelización, tal como la describe Evangelii Gaudium (o anteriormente, el concilio, Evangelii Nuntiandi o Redemptoris Missio) presupone construir el Presbiterio como “Vida Apostólica”.

Ser sensibles a estas realidades de gracia (que incluyen las realidades sociológicas, pero que las trascienden), no se consigue con adquirir sólo nociones teológicas, sino con dejarse sorprender por “los sentimientos de Cristo” (Fil 2,5), especialmente cuando (también incluyendo a sus Apóstoles, “los suyos”), Jesús oró al Padre diciendo: “santifícalos en la verdad … yo me inmolo por ellos… que sean uno … para que el mundo crea que tú me has enviado y que los has amado como a mí” (Jn 17,17-23).37

Estamos tratando una realidad de gracia, una acción especial del Espíritu Santo relacionada con la ordenación sacerdotal. Estamos “ungidos” por el Espíritu, que nos hace partícipes de la unción de Cristo por medio de la imposición de manos del Obispo (con su Presbiterio). Quienes han participado en esta unción, están llamados a hacerla realidad en la fraternidad sacramental del Presbiterio. Es el mejor modo de hace que la “unción” sacerdotal no derive al campo de los privilegios, sino que sirva para construir toda la comunidad eclesial como pueblo ungido por el Espíritu Santo. La comunidad de la Iglesia particular quedará “ungida”, en la medida en que los “ungidos” por el sacramento del Orden vivan la unción en “íntima fraternidad”.38

LÍNEAS CONCLUSIVAS

37 Muchas veces y en diversos lugares he constatado este problema: existe en todas partes una gran sensibilidad e incluso receptividad hacia esta realidad sacerdotal; pero se necesitan sacerdotes que capten como parte integrante de su carisma los sentimientos sacerdotales de Cristo: “yo me inmolo por ellos” (Jn 17,19). Sin la vivencia de estos sentimientos de Cristo, asumidos con más fuerza que un carisma fundacional, no veo posible la construcción de la fraternidad del Presbiterio.

38 El origen de las inexactitudes teológicas sobre el sacerdocio ministerial, hay que buscarlo también en la falta de amistad con Cristo y en la carencia del seguimiento evangélico como los Apóstoles. Ver más arriba algunas afirmaciones de J. Ratzinger, Predicadores de la Palabra y servidores de vuestra alegría, o.c.

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En este campo de compromiso para la santidad y ministerio sacerdotal, San Juan de Ávila es un referente extraordinario, especialmente cuando apela a la imitación del estilo de vida de los Apóstoles como sintonía con los amores del Buen Pastor. Tal vez, en el terreno de la especulación teológica, encontraremos menos afirmaciones; pero en la realidad vivencial, descubrimos con gozo esperanzado la verdadera fuente: vivir en sintonía con los amores de Cristo Sacerdote y, consiguientemente, comprometerse en construir la “Vida Apostólica” con los demás sacerdotales de la Iglesia particular y universal.39

Para construir la fraternidad sacerdotal en el Presbiterio se necesita la toma de conciencia responsable de las realidades de gracia, realidades que van más allá de nuestras especulaciones teológicas: configuración sacramental con Cristo, relación de amistad con él, seguimiento evangélico, fraternidad, misión, Obispo, Presbiterio, Iglesia particular. Se trata de los elementos básicos de la espiritualidad específica del sacerdote. Todas estas realidades de gracia delinean la fisonomía del sacerdote diocesano secular, especialmente en su dependencia pastoral y espiritual del carisma del propio obispo.

La identidad del sacerdote diocesano secular se refiere a su ser, obrar y vivencia. Las características que derivan del sacramento del Orden son las de ser signo personal, comunitario y sacramental del Buen Pastor. La “fraternidad sacramental” incluye la pertenencia esponsal a la Iglesia particular, la pertenencia sacramental al Presbiterio presidido por el Obispo y la disponibilidad misionera en la Iglesia particular responsable de la misión universal. El “verdadero gozo pascual” (PO 11) emana de la fidelidad a la vocación, como encuentro de amistad con Cristo presente en medio de los hermanos. Es el gozo que capacita para el seguimiento evangélico y para la disponibilidad misionera.

39 Propuse ya en publicaciones anteriores, algunas sugerencias para realizar esta fraternidad en el terreno práctico y también en el itinerario formativo, siempre con referencia al Maestro Ávila: San Juan de Ávila, auténtico evangelizador y reformador, en: San Juan de Ávila, formador de formadores (Madrid, EDICE, 2013) 47-77 (XLI Encuentro de Rectores y Formadores de Seminarios Mayores, España); Itinerario formativo sacerdotal según San Juan de Ávila, en: Relicarios de Dios (Córdoba, Fundación San Eulogio, 2014) 51-95. En estas publicaciones expuse estos temas concretos: Amistad íntima con Cristo, seguimiento evangélico al estilo de los Apóstoles, el Presbiterio como realidad de comunión y vida fraterna, relación con el carisma del Obispo, disponibilidad misionera local y universal, santidad y espiritualidad específica del sacerdote diocesano (en relación con la caridad pastoral), proyecto de vida en el Presbiterio, itinerario de la formación inicial y peramente.

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Esta realidad contemplativa, comunitaria y misionera, constituye la espiritualidad específica del sacerdote.

En las experiencias de vida fraterna se busca principalmente la ayuda y colaboración para vivir la vocación sacerdotal con generosidad. Entonces se experimenta el “verdadero gozo pascual”, vivido en la fe de saberse amados por Cristo, de dejarse sorprender por su amistad, de compartir su misma vida evangélica y su misma misión.

El sacerdote diocesano, en cuanto tal, no tiene la profesión de los consejos evangélicos, pero sí está llamado a su práctica permanente por el hecho de participar en la sucesión apostólica. Por esto, la fraternidad es una ayuda indispensable para vivir las exigencias evangélicas sin descuento.

La ayuda fraterna de los sacerdotes es con vistas a vivir la caridad pastoral, es decir, a ejercer los ministerios “en el espíritu de Cristo” (PO 13). La obediencia, pobreza y castidad evangélicas se viven como exigencias de la caridad pastoral, es decir, de ser signo sacramental de cómo ama el Buen Pastor.40

Esta característica del seguimiento evangélico en los sacerdotes no tiene la connotación de un carisma fundacional (de un fundador), sino el matiz de “vivir en el seguimiento de Cristo como los apóstoles” (PDV n.42).

La misma llamada del Señor a vivir como Él y con Él, tiene esta connotación personal (que es irreemplazable) y comunitaria. El “sígueme” (Mt 9,9; 19,22) es también “seguidme” (Mt 4, 19), cuya respuesta, como afirma San Pedro en nombre de todos, es también en plural: “Te hemos seguido” (Mt 19,27). La vida apostólica vivida en fraternidad es, por su misma naturaleza, una ayuda para vivir la relación con Cristo, su amistad, su misma vida y su misma misión.

La dimensión de esta vida fraterna entre los sucesores de los Apóstoles, tiene una dimensión intrínsecamente trinitaria, como se puede apreciar en la oración sacerdotal: “que sean uno, como tú en mi y yo en ti … yo les he dado la gloria que tú me diste” (Jn 17,21-22).

40 PO 15-17; PDV 27-30. Juan Pablo II, en Pastores dabo vobis habla claramente de “radicalismo evangélico” (PDV 20, 26-27, 72), come práctica (no profesión) de los consejos evangélicos y como concretización de la Apostolica vivendi forma.

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La dimensión pastoral de la fraternidad se muestra en la expresión “apacentar”, que en San Pablo y en San Pedro suponen una vivencia del amor del Buen Pastor (apacentar es amar hasta dar la vida), gracias a la ayuda fraterna de los copresbíteros o del Presbiterio, incluido el obispo que lo preside.41

La misma práctica de la pobreza evangélica, que es esencial para quien ha sido constituido en signo personal y sacramental del Buen Pastor, sería muy difícil sin la connotación de “coinonía” apostólica. San Pablo recuerda esta exigencia en el contexto del “Presbiterio” de Éfeso (Hech 20,33: “No he ambicionado ni plata ni oro”). San Pedro, antes de realizar la curación del paralítico, le invita a mirar a los dos Apóstoles (Hech 3,4.6: “Míranos… no tengo ni plata ni oro”). Esta vivencia del seguimiento evangélico en fraternidad, es garantía que se obra en nombre del Señor (Hech 3,6: “En nombre de Jesucristo, el Nazareno, camina”).

Es un hecho reconocido en toda la historia eclesial: la falta de pobreza evangélica (unida a la falta de humildad y caridad) ha sido siempre la causa principal de las divisiones en las comunidades eclesiales y también entre ellas.

La amistad sacerdotal, desde su vivencia en el período de formación inicial, tiene como base la amistad con Cristo. Si no se comparte esta amistad con el Señor, es prácticamente imposible compartir de verdad la vida sacerdotal. La fraternidad sacerdotal, si no ayudara a sentirse amados por Cristo y a quererle amar y hacerle amar, no sería auténtica fraternidad. No basta con ayudarse en el campo humano, intelectual y de práctica pastoral. Uno se siente alentado al seguimiento radical de Cristo, cuando comparta la amistad de Cristo con los demás hermanos.

Esta relación de amistad sacerdotal o de espíritu familiar (que puede expresarse también con términos de fraternidad y filiación cuando se trata del Obispo), forma parte de la “estructura apostólica de la Iglesia” (PDV n.16).

La fuente de esta fraternidad sacerdotal es siempre la amistad con Cristo. De hecho, el diálogo con los Apóstoles en la última cena, pone en relación la amistad con Cristo y el amor mutuo: “Vosotros sois mis amigos … amaros como yo os he amado” (Jn 15,14.17).

41 Ver discurso a los presbíteros de Éfeso (Hech 20,17-38), primera carta a Timoteo (1Tim 3,13; 5,17) y primera carta de San Pedro (1Pe 5,1-5).

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Es importante notar que cuando el Código invita a los futuros sacerdotes a prepararse para vivir la vida fraterna en el Presbiterio, sugiere estos elementos básicos: “Se debe formar a los alumnos de modo que, llenos de amor a la Iglesia de Cristo, estén unidos con caridad humilde y filial al Romano Pontífice, sucesor de Pedro, se adhieran al propio Obispo como fieles cooperadores y trabajen juntamente con sus hermanos; mediante la vida en común en el seminario y los vínculos de amistad y compenetración con los demás, deben prepararse para una unión fraterna con el Presbiterio diocesano, del cual serán miembros para el servicio de la Iglesia” (can.245,2).

La experiencia positiva de vida fraterna en estos último años, tanto en el período de formación inicial, como en el de formación permanente, ha tenido lugar por medio grupos o equipos de amistad, donde los componentes se animan mutuamente a una “revisión de vida” que lleva a mayor fidelidad al Espíritu Santo: a partir de la Palabra compartida, de una predicación preparada en común, de un discernimiento de los acontecimientos a la luz de la fe, de una lectura en común del magisterio o de los escritos de santos, etc.

El fruto de esta vida fraterna se podrá constatar en la disponibilidad misionera en relación con la responsabilidad misionera del propio Obispo y de la propia Iglesia particular: “El ministerio ordenado tiene una radical «forma comunitaria» y puede ser ejercido sólo como «una tarea colectiva» … El ministerio de los presbíteros es, ante todo, comunión y colaboración responsable y necesaria con el ministerio del Obispo, en su solicitud por la Iglesia universal y por cada una de las Iglesias particulares, al servicio de las cuales constituyen con el Obispo un único presbiterio” (Pastores dabo vobis, n.17; cfr. Lumen Gentium, n.28; Presbyterorum Ordinis, n.10).

La comunión fraterna es misionera, como signo eficaz de evangelización. Vivida en el Presbiterio, confiere mayor eficacia a los ministerios y ayuda a descubrir y a vivir la presencia de Cristo Resucitado en medio de los hermanos (cfr. Mt, 18,20; Jn 13,35ss; 17,21-23; Hech 1,14; 2,42-47; 4,32-34). “La intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión «esencialmente se configura como comunión misionera»” (Evangelii Gaudium, n.23; es cita de Christi Fideles Laici, n.32).

La presencia de María en el Cenáculo nos recuerda su realidad de “figura” (icono, tipo) de la Iglesia naciente, donde los Apóstoles y los primeros discípulos “Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en

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compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hech 1,14).

La figura de María, cuando los Apóstoles oran en sintonía con la Madre de Jesús (cfr. Hech 1,14), recuerda que ella es “Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio” (PO 18).