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1 MARÍA LA CREYENTE, FIGURA DE LA IGLESIA CREYENTE, EN SAN JUAN DE ÁVILA J. Esquerda Bifet Presentación 1: La fe en los escritos del santo Maestro 2: Contenidos de la fe en los sermones marianos de San Juan de Ávila, 3: La fe vivida por María como modelo de la fe de la Iglesia Líneas conclusivas *** Presentación La Santísima Virgen, en los escritos de San Juan de Ávila, sobresale como modelo de fe vivida. En los escritos mariológicos, aparecen todos los contenidos de la fe cristiana, frecuentemente en relación con la fe de María. La fe de María, como fidelidad a la Palabra de Dios, está relacionada con su maternidad, como modelo de la fidelidad y maternidad de todo cristiano: “Así como Dios entró en el vientre de María haciéndose hombre, porque ella creyó la palabra que le fue dicha, así venga Dios en el ánima por la palabra de la fe. Abraham fue justificado por la fe, y los que tienen fe son verdaderos hijos de Abraham" (Carta 150; cfr. Gen 1,3-16). 1 1 Podemos encontrar en esta doctrina mariana del Maestro Ávila, los contenidos de la fe de todos los tiempos, de la que María es siempre figura y modelo: “Ella es la figura de la Iglesia a la escucha de la Palabra de Dios, que en ella se hace carne. María es también símbolo de la apertura a Dios y a los demás; escucha activa, que interioriza, asimila, y en la que la Palabra se convierte en forma de

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MARÍA LA CREYENTE, FIGURA DE LA IGLESIA CREYENTE, EN SAN JUAN DE ÁVILA

J. Esquerda Bifet

Presentación1: La fe en los escritos del santo Maestro2: Contenidos de la fe en los sermones marianos de San Juan de Ávila, 3: La fe vivida por María como modelo de la fe de la IglesiaLíneas conclusivas

***

Presentación

La Santísima Virgen, en los escritos de San Juan de Ávila, sobresale como modelo de fe vivida. En los escritos mariológicos, aparecen todos los contenidos de la fe cristiana, frecuentemente en relación con la fe de María.

La fe de María, como fidelidad a la Palabra de Dios, está relacionada con su maternidad, como modelo de la fidelidad y maternidad de todo cristiano: “Así como Dios entró en el vientre de María haciéndose hombre, porque ella creyó la palabra que le fue dicha, así venga Dios en el ánima por la palabra de la fe. Abraham fue justificado por la fe, y los que tienen fe son verdaderos hijos de Abraham" (Carta 150; cfr. Gen 1,3-16).1

Es providencial el hecho de que el Maestro Ávila haya sido declarado Doctor de la Iglesia al iniciar el Año de la Fe. El Papa Benedicto XVI, en la Carta Apostólica San Juan de Ávila, sacerdote diocesano, proclamado Doctor de la Iglesia universal (7 octubre 2012), presenta al Maestro como “un «predicador evangélico», anclado siempre en la Sagrada Escritura, apasionado por la verdad y referente cualificado para la «Nueva Evangelización»”. El tema de la fe de María es un tema de referencia importante en los escritos del santo Doctor.

Analizamos primeramente y de modo sintético, los contenidos esenciales de la fe según el santo (apartado 1). Esta fe cristiana aflora con toda su 1 Podemos encontrar en esta doctrina mariana del Maestro Ávila, los contenidos de la fe de todos los tiempos, de la que María es siempre figura y modelo: “Ella es la figura de la Iglesia a la escucha de la Palabra de Dios, que en ella se hace carne. María es también símbolo de la apertura a Dios y a los demás; escucha activa, que interioriza, asimila, y en la que la Palabra se convierte en forma de vida” (Benedicto XVI, Verbum Domini, n. 27). “Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada” (ibídem, n.28).

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integridad en los sermones avilistas dedicados a la Santísima Virgen (apartado 2). Concluimos con un resumen sobre las características de la fe en María, como figura y modelo de la fe de la Iglesia (apartado 3).

1: La fe en los escritos del santo Maestro

La exposición de la fe cristiana en los escritos del Maestro Ávila, presenta las características de adhesión al amor de Dios manifestado en el Misterio de Cristo. Es una llamada al encuentro con Cristo y a la santidad cristiana, semejante a los contenidos de Porta Fidei (de Benedicto XVI, para el Año de la Fe) y de la encíclica Lumen Fidei (del Papa Francisco).2

En esta perspectiva de fe, San Juan de Ávila podría calificarse de Doctor de la evangelización, puesto que presenta la fe para profesarla, celebrarla, vivirla, orarla y anunciarla, con unos parámetros que se adaptan a nuestro momento de “Nueva Evangelización”.

Para invitar a creer de modo vivencial y comprometido, va describiendo los misterios cristianos de la Trinidad (Dios Amor), de Cristo Verbo Encarnado y Redentor, de la Eucaristía, etc. Los contenidos marianos están en este contexto cristológico de encuentro y desposorio con Cristo.3

La vida de fe discurre por un itinerario de esperanza y de fidelidad “virginal”: "La fe sin error es parte de virginidad, y una esperanza firme que Dios te ha de salvar y que te ama" (Sermón 6). La fe es la "estrella" que nos guía en el camino hacia el encuentro con "Dios escondido" (Carta 43).

Este camino es hacia las bodas o encuentro definitivo con Cristo esposo. Por esto, la fe va unida a la caridad: "Por la fe con caridad, dice que mora

2 “Desde el comienzo de mi ministerio como Sucesor de Pedro, he recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo” (Porta Fidei, n.2). “La característica propia de la luz de la fe es la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre … La fe nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida” (Lumen Fidei, n.4).

3 Ver: F.J. DIAZ ORITE, San Juan de Ávila. Experiencia de fe (Cuenca, Editorial Dulcinea, 2013); M. NICOLAU, La virtud de la fe en las obras del Bto. Ávila: Manresa 17 (1945) 239-242. Ver escritos del Maestro: San Juan de Ávila, obras completas (Madrid, BAC, 2002).

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Cristo en nosotros. La fe es la que le aposenta, la que le da el señorío, la que con él nos liga; y ella misma es las arras, los dones y los collares que da Cristo a la esposa con quien se casa" (comentario a Gálatas, n.52).

El Audi Filia describe este camino de desposorio como vida de fe. La fe es "el principio de la vida espiritual", que es don de Dios y fruto también de nuestra escucha de la Palabra de Dios: "Estas palabras, devota esposa de Jesucristo, dice... Dios a la Iglesia cristiana, amonestándole lo que debe hacer para que el gran Rey Jesucristo la ame, de lo cual a ella se le siguen todos los bienes" (cap.1).

Se acepta la revelación de Dios (Audi Filia, cap. 38), que va más allá de la razón (cap. 32). Dios es la verdad infinita que no engaña (cap. 42). En la doctrina y milagros de Cristo, encontramos la garantía para creer en los misterios divinos, que constituyen la felicidad del corazón humano (cap. 33-38). Hay que dar gracias a Dios por haber recibido la fe (cap. 44).

Es un don de Dios, que respeta y hace posible la libertad del hombre (Audi Filia, cap. 43ss). "Él pone este don en nosotros, y después de haberle puesto, él lo fortalece, para que confiemos en él... Este don pone Dios en sus grandes amigos y en aquellos que saben aprovecharse de él como fue en Abraham" (comentario a Gálatas, n.28).

Por estar relacionada con el amor, "la fe ensancha el corazón a creer que aquello que nos parece tan sobre nuestro juicio, aquello tan sobre nuestro merecimiento y medida, aquello es Dios y propio rastro y señal de El" (Carta 133). "Nuestra fe cree cosas que aunque no sean contra razón, no se pueden alcanzar por razón" (Audi Filia, cap. 32). "Así como sólo Dios por su Iglesia declara lo que se ha de creer, así Él solo puede dar fuerzas para lo creer" (ibídem, cap. 43).

"La Palabra de Dios no puede faltar, sino que es verdadera... Más vale creer que ver" (Sermón 41). Se asiente a las verdades divinas por la autoridad de Dios que se manifiesta. "Cree la fe lo que no ve, y adora con firmeza lo que a la razón es escondido" (Audi Filia, cap. 31).

La armonía entre la fe y la razón no significa confusión. "Esta fe no está arrimada a razones ni motivos... Mas la fe que Dios infunde está arrimada a la Verdad divinal y hace creer con mayor firmeza que si lo viese con sus propios ojos... porque ni puede el entendimiento alcanzar con su propia razón a tener claridad de las cosas de la fe, ni la fe es tener evidencia, porque no sería fe ni habría merecimiento" (Audi Filia, cap. 43). Es "honra

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de Dios, del cual, mientras cosas más altas creemos y que sobrepujan a nuestra razón, más le honramos y más nos le sometemos" (Carta 150).

La fe ilumina el camino de la vida, infundiendo un sentido de trascendencia: "Cuando un alma, con el amor de Dios, que es vida de la fe, desprecia lo próspero y adverso del mundo, y cree y confía en Dios, al cual no ve, no hay por donde el demonio le entre" (Audi Filia, cap. 29). "Creyendo firme con el entendimiento que todo el poder es de Dios, y confortados con el capacete de la esperanza, y ofrecidos a Dios con el amor, tomando de buena gana lo que El nos enviare, venga por donde viniere, haremos burla de nuestro enemigo, y adoraremos al Señor" (ibídem, cap. 30).

La fe es "perla preciosa, sin la cual cuanto uno más tiene, más pobre está", y es la "disposición para dársenos el Espíritu Santo" (Carta 150). Los cristianos somos invitados a imitar la fe de Abraham (cfr. comentario a Gálatas, n.28) y especialmente la fe de María: "Si Abraham se dice padre de creyentes, más razón hay para que la Virgen se llame madre de fe" (Sermón 5/2; cfr. Carta 150).

2: Contenidos de la fe en los sermones marianos de Juan de Ávila

Los sermones marianos del Maestro Ávila, se han presentado, a veces, como un tratado mariológico, el “libro de María”. En realidad, se trata de los sermones nn. 60 al 72 (“sermones de Nuestra Señora”), que abarcan prácticamente todos los temas de mariología. Pero hay que recordar también que la doctrina mariana aflora espontáneamente en todos sus escritos.4

4 San Juan de Ávila, obras completas, o.c., vol.III. Ver estudios de síntesis sobre la mariología del Maestro: J. ESQUERDA BIFET, Síntesis mariológica de los escritos de Juan de Ávila: Ephemerides Mariologicae 11 (1961) 169-191; Idem, La doctrina mariológica del Maestro san Juan de Avila: Marianum 62 (2001) 91-114; D. FERNÁNDEZ, Culto y devoción popular a María en la obra de San Juan de Ávila: Ephemerides Mariologicae 31 (1981) 79-99; A.P. GONZÁLEZ GUTIÉRREZ, La actuación de María en la Iglesia de Cristo según San Juan de Ávila: Scripta de Maria 9 (Pamplona 1987) 109-147; A. MOLINA PRIETO, Presencia de María en el epistolario del Santo Maestro Juan de Ávila: Estudios Marianos 36 (1972), 281-304; Idem, Los tres sermones asuncionistas de San Juan de Ávila, en: Virgo Liber Verbi (Roma, Marianum, 1991) 281-309; J.I. RUIZ ALDAZ, La teología de los sermones de San Juan de Ávila: Scripta de Maria (2012) 275-311. Puede servir de complemento mi estudio: El tratado de la Inmaculada de Diego Pérez de Valdivia (discípulo del Juan de Ávila) (Madrid, Pont. Univ. Comillas, Tesis Doctoral, 1964).

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Los sermones marianos del Maestro corresponden a las fiestas marianas del año litúrgico (en el siglo XVI): Natividad (nn.60-62), Presentación de Nuestra Señora (n.63), Purificación de Nuestra Señora (n.64), Anunciación (n.65, dos redacciones), Visitación (n.66), Soledad (n.67), Virgen de las Nieves (Santa María Mayor, n.68), Asunción (nn.69-72).

El sermón 60 es el primero sobre la Natividad de María (“el alba es María, medianera entre la noche y el sol”). Invita a conocer el Misterio de Cristo conociendo mejor a su Madre: “¡Gran pregunta!: ¿quién es Jesucristo? … Porque conoceros a vos es conocer nuestro Redentor y nuestro remedio; y conocerla a ella es conocer el camino para gozar de vos y de vuestra redención” (Sermón 60, n.2)

Conocer esta “obra nueva” realizada por Dios, “hasta hoy vista en nadie”, “produce alegría” por el hecho de ver la santidad de la Madre de Dios ya desde su nacimiento (ibídem, n.5),

Esta realidad de gracia en María, “le viene… de Jesucristo nuestro Señor, que es sol de justicia” (ibídem, n.6). Ella como mujer vestida del sol (Apo 12,1) es “sol que procede del sol” (ibídem, n.7).

La fiesta mariana es una invitación a imitar sus virtudes (ibídem, n.8). Como “fiel abogada y piadosa madre”, ella invita a despertarse y dejarse alumbrar por Cristo (nn-19-20; cfr. Efes 5,14). Se imita a la Virgen que “creció de luz en luz” (ibídem, n.27). Esta imitación de las virtudes de María, se concreta en “imitar a Jesucristo nuestro Señor en su vida y en su muerte” (ibídem, n.30).

Este gozo de celebrar la natividad de María, afianza nuestra fe en la misericordia de Dios que se nos manifiesta por medio de ella: “¡Oh Niña para siempre bendita, la más cercana a Dios humanado de cuantas hay en el cielo y en la tierra! Él es cabeza, y la cosa más cercana a Él es el cuello… sois enfermera del hospital de la misericordia de Dios, donde los llagados se curan… creemos que os dotó Dios de tanta misericordia, que vuestra limpieza y pureza no se desdeña ni alanza de sí a los pecadores llagados … conformándoos con vuestro Hijo bendito, que no vino a llamar justos, sino a pecadores a penitencia (cfr. Mt 9,13)” (ibídem, n.32).

El segundo sermón sobre la Natividad de María (sermón 61) desarrolla la imagen de la “aurora” (“como la mañana, tres propiedades tiene la Virgen”). Toma también como punto de partida el despuntar de la “aurora” según el libro de los Cantares (cfr. Cant 6,9).

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Todo gira en torno a Cristo, que es el sol, el rocío y la luz, puesto que María es “madre del sol”, “madre del rocío”, “enemiga de las tinieblas”. Efectivamente, ella “fue mensajera de aquel luciente sol que fue el nacimiento del sol de justicia, Jesucristo nuestro Redentor. No solamente fue mensajera; mas aun madre por parecer en todo al alba, que se dice ser madre del sol” (ibídem, n.6).

La “aurora” del nacimiento de María anuncia el “día… de la Encarnación de Dios”. “Pues para tal día como este de la encarnación de Dios, tal mañana se requiere como la bienaventurada Virgen. Que si aquel día es día de salud, ella es alba saludable; si día de misericordia, ella es madre de misericordia; si día de gracia, ella es madre de gracia” (ibídem, n.6).

La santidad de María, recién nacida, a la luz de la futura encarnación del Verbo, es preludio de su virginidad: “En hacerse hombre no hubo mano de hombre, sino todo fue del Espíritu Santo y vuestro. Sois, pues, Señora, con mucha razón alba, porque sois mensajera y madre del sol” (ibídem, n.7).

El tema de la virginidad se presenta en María como “Madre del rocío”: “Parecéis, Señora, más a la alba, porque así como al alba cae el rocío en los campos … Y esto, no quitándoos a vos la verdura de la virginidad, que, aunque fue vuestro fruto, no os quitó la flor. Que en vos sola el fruto es flor, y la flor fruto (cfr. Eclo 24,23), sicut scriptum est: Flores mei fructus, et: Ego flos campi (Cant 2,1). Luego flor y fruto es en vos uno” (ibídem, n.8).

Por medio de María nos llega la salvación de Cristo Redentor: “¡Oh bendita Virgen!, que por vos se dijo, que por vos y en vos nos envió el Padre Eterno a su bendito Hijo y nos lo envía cada día para justificación nuestra. Por vos y en vos, que sois mañana, nos bendice Dios” (ibídem, n.9)

Ella es la Madre de la luz, es decir, del mismo Jesús, luz del mundo. Ella “es alba”, como anunciadora de la luz, “ella quiere nuestra amistad” y “en ser luz (alba), es enemiga de las tinieblas de los pecados” (ibídem, n.13). Somos “sus hijos y ella es nuestra Madre” (ibídem, n.14).

El tercer sermón sobre la Natividad de María (n.62), está también centrado en el misterio de Cristo: “Esto es honra, ser del linaje espiritual de Jesucristo”. En este sermón se habla más explícitamente sobre la fe. Glosando el texto del evangelio de San Mateo sobre la genealogía de Jesús, el Maestro Ávila indica la motivación: “¿Para qué mandáis contar vuestro linaje? Para dos cosas: la una, para la edificación de la fe; y la segunda,

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para las costumbres. Para la fe, porque estaba profetizado que había de venir el Mesías de la tribu de Judá casa de David” (ibídem, n.4).

Al recordar a Abraham, se quiere presentar, siguiendo a San Pablo, a quien es “Padre de los creyentes” (cfr. Rom 4,8; Gén 17,4). De ahí la importancia fundamental de la fe: “Comedle, pues, en cuanto creyente. ¿Qué quiere decir el primero ser Abraham? Que si estáis fuera de aqueste linaje espiritual de Jesucristo, la primera piedra que habéis de poner, el primer fundamento es la fe; que habéis de creer, habéis de cerrar los ojos a lo que Dios os dijere, sea poco, sea mucho. Bástaos decirlo Dios para pensar que sin falta será así lo que El prometiere” (ibídem, n.10).

Se describe luego cómo era la fe de Abraham, con una actitud de confianza y fidelidad a la Palabra de Dios: “Estaba muy confiado, tenía grandísima fe en Dios … el fuerte Abraham creyó sin dudar. No miró: «Soy viejo»; ni: «Mi mujer estéril, ¿cómo ha de ser esto?». No paró en nada de eso, no - Pues ¿qué hizo? Creyó luego a la palabra de Dios (Gén 15,6) y confió firmísimamente que no habría falta en lo que Dios le dijese” (ibídem, n.13).

Por esta confianza y fidelidad, Abraham tuvo una “fe viva” (ibídem, n.16). Imitar esa fe confiada y fiel, supone pertenecer al “linaje de Cristo” (ibídem, n.29). En este momento, el Maestro presenta con insistencia (según su costumbre) el amor de Cristo que ha dado la vida por nosotros. La fe ayuda a considerar el “precio de su Pasión”, “todo lo que pasó por ti” (ibídem, n.31).

Por la fe, se aprende que poseemos a Cristo en nosotros: “Si estáis en la fe de Jesucristo; ¿cómo, no conocéis que está Jesucristo en vosotros? (cfr. 2 Cor 13,5). Bien está el ánima que esto conoce. ¡Qué rica, qué dichosa es, qué contenta, qué bienaventurada! … conociendo que tiene dentro de sí Aquel que, tiniéndolo a El, nada falta, y faltando El, no hay cosa que satisfaga, no hay cosa que harte” (ibídem, n.36).

Las pruebas que permite Dios (como en el caso de Abraham) son una especie de “ausencia” que, por la fe confiada, se convierte en una nueva “presencia” (ibídem, n.39).

Así, pues, María en su Natividad es para nosotros “muro” de apoyo y defensa de nuestra fe: “Buena sois para muro, Señora … buena es para muro, para defensa nuestra. Parió un hijo para nuestro bien y remedio, tan lindo, tan rico, tan grande Señor. Así como supo regalar al hijo natural, envolverlo y darle leche, así sabrá criar los adoptivos; ella nos regalará, dará leche; ella nos socorrerá en nuestras necesidades. Buena es para muro,

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para amparo y remedio nuestro” (ibídem, n.46). El sermón n. 63 tiene lugar en la fiesta de la Presentación de la Virgen Niña (“¡Quién viera a esta Niña luchar con Dios!”). Como todos los demás sermones marianos, este sermón está centrado en el Misterio de Cristo, Verbo encarnado y redentor. La Virgen, desde niña, es preparada por el Espíritu Santo para ser digna Madre de Dios y Madre nuestra. Ella nos ayuda a vivir nuestra fe en Cristo, Hijo de Dios.

La Virgen Niña entra en el templo, “porque ha de venir día en que ha de recibir en sus entrañas a Dios… ha de ser madre de Él” (ibídem, n.3). En la celebración de esta fiesta, se recuerda que Cristo es la Verdad: “Esta Señora es la que engendró una Verdad que destruyó todas las herejías y una luz que alumbró todas las tinieblas” (ibídem, n.1).

Nuestra fe en este misterio tiene el matiz de confianza en la misericordia divina: “¿No creeré yo, Señora, que te apiadarás de los pecadores, que te crió Dios para ellos?” (ibídem, n.16).

María expresaba su fe en las promesas mesiánicas, pidiendo la pronta venida del Mesías: “Rogaba la Virgen al Señor que enviase a su Hijo para ser sierva de la que fuese su Madre” (ibídem, n.15). A estas oraciones de María, responde Dios alabando su fe: “Mujer, grande es tu fe; hágase como tú quieres (Mt 15,28)” (ibídem, n.18).

Nuestra fe en Cristo, Hijo de Dios hecho hombre en las entrañas de María, queda reforzada al recibirla a ella como nuestra Madre: “Danos Dios a su Madre por madre; agradezcámoselo” (ibídem, n.31).

La invitación de María durante las bodas de Caná es una predicación para suscitar la acogida de la Palabra de Dios en nosotros: “Todo lo que os dijere mi Hijo hacedlo (Jn 2,5). ¡Qué breve sermón, mas muy compendioso! Aquí predicó tanto como Esaías, San Pablo y San Lucas, y todos los apóstoles y profetas” (ibídem, n.32). En este contexto se encuentra la famosa afirmación sobre la verdadera devoción mariana: “Que quererla bien y no imitarla, poco aprovecha. Imitémosla en la humildad y en las demás virtudes” (ibídem).

El sermón de la purificación (sermón n.64) o presentación del niño Jesús en el templo, tiene el significado de la oblación sacrificial de Cristo (“día de ofrecer a Dios mucho”).

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La fe cristiana reconoce a Cristo como el templo definitivo, del que forma parte María: “Hoy fue presentado al templo el Señor del templo, y por manos de otro más verdadero templo, que fue la Virgen; y pues en ella lo recibimos y por ella, roguémosle que, mediante sus oraciones, ahora lo recibamos” (ibídem, n.1).

La fe de Simeón en las esperanzas mesiánicas hizo que el santo anciano recibiera en sus manos al Salvador, como figura lo que sucede en nosotros: “Si en el deseo de este santo te ocupases o con él vinieses con espíritu al templo, la Virgen te daría su Hijo en los brazos como a éste; y pues es tan dadivosa, pidámosle a su Hijo, que dárnoslo ha” (ibídem, n.7).

La oblación sacrificial de Cristo Redentor fue por manos de María su Madre. Los sentimientos de María, descritos por el Maestro Ávila, indican la fe viva de María, que es modelo de la fe de todo cristiano y especialmente del sacerdote ministro: “¡Quién viera aquel relicario de Dios y con cuánta humildad lo ofrece! … «Señor; este Niño os ofrezco; vuestro es, pues de vos es eternalmente engendrado; y mío, porque por vos, para remedio de los pecadores, me fue dado, ¡a vos sea la gloria! Vuestro es, yo os lo ofrezco». La mejor ofrenda que nunca se ha ofrecido, y más agradable a los ojos del Padre, fue lo que la Virgen ofreció hoy… «Padre, yo os ofrezco a vuestro Hijo». Padres sacerdotes, aprended de la Virgen cómo habéis de ofrecer al Padre su Hijo” (ibídem, n.21). “¡Oh cuánto debemos a la Virgen! … Ofrézcoos, Padre, este Niño para que padezca por los hombres” (ibídem, n.22).

El sermón 65 es sobre la Anunciación a María o Encarnación del Verbo. Tiene dos versiones (65/1 y 65/2). En este sermón se explica el misterio de la Encarnación: “Hoy se hizo Dios hombre por los hombres” (ibídem, n.1). Es el “día del remedio del mundo… día de redención… día de desposorios” (ibídem, n.2).

Resalta la fe de María, como apertura del corazón: “¡Bienaventurada doncella! No fue liviana, como Eva, en el creer alzaría sus ojos y su corazón a Dios” (ibídem, n.6). La pregunta de María al ángel (“¿cómo será esto, que no conozco varón?), indica su “amor a la virginidad”. “No es palabra de incredulidad. Mirad que tanto es el amor que tiene la Virgen a su limpieza, que no trueca su virginidad por ser madre del Hijo de Dios. No dice si será o no, que no lo duda, mas dice: «Enseñadme cómo será; que yo he propuesto y determinado de no conocer varón»” (ibídem, n.9).

Se explica la Encarnación en el sentido de que el Verbo “no tomó persona, sino nuestra naturaleza”. Y se describe “la Santísima Trinidad”, que

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“espera” el consentimiento de María (ibídem, n.10). Cuando María dio su asentimiento, “en aquel momento entró el Verbo divino en sus entrañas y quedó hecha la mayor obra que se hizo ni hará para siempre jamás” (ibídem, n.11).

La fe cristiana en el misterio de la Encarnación es más allá de la fuerza de la razón, sin contradecirla. Para creer se necesita humildad, glosando la actitud de Moisés ante la zarza ardiendo, dice: “Descálzate; no traigas tu seso, no tu razón, no tu fuerza, no tu saber; quítalo, que no vale nada; otro espíritu es menester, otra fuerza, otro entendimiento; descálzate; no eres nada, no vales nada” (ibídem, n.13).

Hay que descalzarse como Moisés para descubrir la virginidad de María (simbolizada por la zarza incombustible) como signo de la divinidad de Jesús. Sólo la fe puede entrar en este misterio: “está Dios en ella y no se quema, preñada está y doncella… Quitad. allá vuestras razones y naturaleza … quitad allá el saber y entender de carne …. Pidamos a nuestro Señor gracia para que sepamos recibir y gozar y entender algo de este misterio” (ibídem, n.15).

El Maestro invita a creer: “No te llegues con corazón y ojos mundanos, no con corazón profano y deshonesto; desnuda tu razón, llégate con pies descalzos, desconfiado de ti, desarrimado de ti, arrimado y pidiendo socorro a Dios … el mismo Dios que está en ella: Yo soy el Dios de Abraham… el nombre del Hijo de la Virgen y de Dios, Emmanuel (Mt 1,23; Is 7,14)” (ibídem, n,16).

Nuestro santo Doctor va describiendo los contenidos de la fe en la Encarnación del Verbo para nuestra salvación (cfr. ibídem, nn.17-19). Se trata de un desposorio o “casamiento por amores”: “Hácese hombre y no deja de ser Dios; dos naturalezas y una persona, de manera que se diga Dios es Hombre, y el Hombre es Dios, y lo que se dice del uno se diga del otro, y que se comuniquen los bienes del Verbo al hombre, y los trabajos del hombre al Verbo. Casados están”. Todo es obra de su amor al hombre. “Para que sepas que si Dios te llama, si Dios te justifica, si Dios te ha de salvar no ha de ser por merecimientos tuyos” (ibídem, n.19).

Ante la dificultad de admitir por la fe este misterio, hay que apoyarse en Cristo, que quiere compartir con nosotros las gracias recibidas. “Cómo creeré que hará esto conmigo? Mira a Cristo, que le es dado que sea Dios por sola la gracia” (ibídem, n.19).

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La Encarnación del Verbo “fue casamiento por amores”, porque “quísonos bien el Padre, que tal casamiento y Hijo nos dio… (cfr. Jn 3,16). Quísonos bien el Padre, quísonos bien el Hijo, que tal consintió; quísonos bien el Espíritu Santo, que tal ordenó” (ibídem, n.22). La muerte redentora de Jesús tiene sentido de desposorio por amor. Sólo así se explica la pasión del Señor (ibídem).

Para creer auténticamente en este misterio hay que creer en el amor de Dios: “Este negocio es todo de amor. No pidas igualdad, no te metas en ese trabajo, no pidas razón de amor; es amor. ¿Habrá ojos para ver esto, que, por el grande amor que nos tuvo, se bajó y se encerró en el vientre de la Virgen, determinado de pagar y padecer y morir por los hombres, y pagar todas sus deudas, aunque a Él le cueste la vida?” (ibídem, n.23).

El misterio de la Encarnación redentora es obra de amor, que capacita al hombre para creer amando: “Este amor prevaleció tanto en Dios, que lo tenéis hoy Dios y hombre… Pues tanto pudo el amor en Dios, que sale de sí, y que pudiese padecer, pues razón es ya que pierdas tú tu sosiego por el prójimo porque él lo tenga… pues este amor venció a Cristo a morir por ti … Cásase con el hombre, olvidase de su grandeza, disimula su divinidad. Aprende, aprende, cristiano. ¡Dios hombre por amores! Razón es que, como la Virgen dice: Ecce ancilla Domini (Lc 1,38), así como Cristo dice: He aquí tu siervo, así tú digas: … «no se haga mi voluntad, sino la vuestra» (Mt 26,39)” (ibídem, n.26).

Esta fe cristiana se concreta en que Dios se hizo hombre “para que se hagan los hombres Dios por participación” (ibídem, n.30).

En la segunda redacción del sermón n.65, se describe la fe como escucha amorosa de la Palabra de Dios, tomando la comparación del “zarcillo” en la oreja derecha (regalo de Eliezer a Rebeca) y retomando el tema del “Audi Filia”: “El zarcillo significa la fe y las ajorcas, esperanza y caridad, porque en estos brazos se abraza Dios. … y un zarcillo solo para la oreja derecha; que no ha de haber más que una oreja. Oye, hija, y ve – dice David – e inclina tu oreja… Creer a Dios. Creyó la Virgen a Dios, tuvo muy gran fe, y ansí le dijo Santa Elisabet: Beata quae credidisti… (Lc 1.45)”. (Sermón 65/2, n.11).

El sermón 66 describe la Visitación de la Virgen (“dichosa persona a quien María visita”). Después de recordar que por el asentimiento de María “encarnó Dios en ella, y por sus palabras vino Dios a nosotros” (ibídem, n.3), describe la humildad de María como contrapunto de todas las herejías (ibídem, nn.10-11). Así se nos invita a imitar la humildad de María como

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garantía de su fe. Es la fe de María, alabada por Isabel (n.13; cfr. Lc 1,45). El Maestro llega a esta conclusión: “¡Oh si supiésemos qué bienes tiene quien a la Virgen tiene! Desearíamos y procuraríamos traerla a nuestra casa, para ser más y más benditos de Dios. Y aquel tiene a la Virgen, que tiene a su Hijo o lo quiere tener; el que está en gracia le tiene” (ibídem, n.17).

A la “soledad de María, se dedica el sermón n.67 (“¿a quién te compararé, Hija de Sión?”). Los contenidos se refieren a la redención obrada por Jesucristo con la asociación de María: “Se cuece a Jesucristo en las lágrimas de su Madre” (ibídem, n.9).

Se compara la fe de Abraham (por su disponibilidad en inmolar a su hijo) con la fe muy superior de María. Para ella, Jesús era su esperanza y su todo. “¿A quién te compararé? A Abraham mandóle Dios que subiese al monte y sacrificase a su hijo, pero después contentóse Dios con sola su obediencia de corazón … mas la Virgen nuestra Señora no así. Al monte Calvario subió con su hijo; mas no le trujo a la vuelta consigo, que allá le dejó” (ibídem, n.14).

Al describir el nombre de María como “mar” a donde llegan todas las aguas, afirma: “Como cuando al principio del mundo crió la luz, así veréis hacer fuego de nuevo, y como allá manda, llegar todas las aguas a un lugar, y llamóle mar, así acá alléguense todas las virtudes que están repartidas por muchos en un lugar, toda la santidad, toda la castidad, toda la fe y la esperanza y la caridad júntense en esta Virgen bendita muy más perfectamente que en otra persona ninguna , y júntense también todos los dolores, las angustias, la tristeza y lágrimas el día de hoy en esta Virgen, y llámese María” (ibídem, n.15).

La cooperación de María a la redención es por medo de su fe, que la constituye en Nueva Eva: “Por donde se perdió el mundo, por ahí se ha de tornar a cobrar. Hombre y mujer le han de tornar a cobrar … Adán y Eva perdieron el mundo; Cristo y María lo han cobrado” (ibídem, n.15).

El sermón n.68 está dedicado a la Virgen de las Nieves, 5 de agosto, o de la dedicación de la Basílica de Santa María Mayor, dedicada a la Madre de Dios (“no es razón que la bienaventurada Madre de Dios esté sola en el rogar”). En esta celebración se afianza la fe de la Iglesia en la perfecta divinidad y perfecta humanidad de Jesucristo.

Al dirigirse en oración a María, el Maestro afirma: “Una mujer eres y flaca, mas figura tienes de mucha gente y muy esforzada; porque por ti es

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representada la Iglesia, congregada de diversidad de gentes en una fe y en un baptismo, que con determinado corazón confiesa ser bienaventurada la sacratísima Virgen María y haber concebido y dado leche al verdadero Hijo de Dios; y si lo trajo en su vientre y le dio leche, verdadera madre suya es y verdadero hombre es El … Es Dios y hijo de la Virgen María; mas no es dos hijos, sino uno, y por eso ella es madre del que es Dios y hombre … ¿Queréis honrar a la Virgen? Llamadla Madre de Dios humanado” (ibídem, n.6). La fe de María es modelo de quienes “oyeren la palabra de Dios y la guardaren” (ibídem, n.7; cfr. Lc 11,28).

La explicación en torno a este texto evangélico de San Lucas, gira en torno a la fe de María como figura y modelo de la fe de la Iglesia: “Toda criatura se desengañe, que, pues parentesco tan cercano como es ser madre y tener hijo tan alto, como es Dios humanado, no hasta para hacer a una mujer bienaventurada, menos bastarán otros linajes ni otras cosas, si no viniere parentesco espiritual con Cristo, que consiste en fe verdadera y obediencia a los mandamientos de Dios y de su Iglesia” (ibídem, n.9).

La fe, de que es modelo María, se refiere a la Encarnación y Redención. Cristo nos redimió con su “sacratísima carne”, “que fue carne de la Virgen, pues que ella se la dio y la mantuvo” (ibídem, n.10). La Virgen nos dio a Dios humando. Nosotros hemos recibido “la vida por el fruto de su vientre, que es Jesucristo” (ibídem, n.15).

El Maestro exalta, pues, con entusiasmo la fe de María: “¡Oh bienaventurada mujer, que sentiste quién era Cristo en sí y para ti! ¡Bienaventurada mujer, que creíste ser Jesucristo redentor y gozaste ele su redención! Nosotros, por nuestros pecados, contentámonos con creer con una fe muerta lo que tú creíste, y muchos de nosotros no gozamos de lo que tú gozaste. Tú creíste y amaste; oíste la palabra de Dios y guardástela” (n.13). Es la fe para que ella “ayudase al segundo Adán, Cristo, a restaurar lo que el primer hombre y mujer echaron a perder” (ibídem, n.21).

Los sermones 69-72 están dedicados a la Asunción de María. Se describe a María viviendo de la fe concretada en una esperanza gozosa y dolorosa y en una caridad de unión total con Cristo su Hijo y con la Iglesia peregrina de todos los tiempos.

El sermón 69 (“reinarás sobre todas las cosas que desea tu ánima”) describe los deseos ardientes de María, amalgamados en la esperanza y el amor. Son los deseos de su Corazón, a modo de “altar”, que “ardía en honra de Dios”. Por esto, “después que lo ha engrandecido con todas sus fuerzas, y fuerzas dadas por el Espíritu Santo, cree de Él que, en comparación de lo que

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merece ser alabado , preciado y amado, es nada o poco lo que ella le sirve y le engrandece” (ibídem, n.16).

Estos deseos del corazón equivalen a la búsqueda de la faz de Dios. A ella la imitan quienes “buscan la faz de Él y olvidados de su proprio interés, quieren ser todos enteros para Dios más que para sí” (ibídem, n.22).

Atraída por el amor de Dios, que se manifiesta en la creación y en la obra redentora, María experimentaba el martirio de quien busca a Dios cuando parece que se ausenta. Es “el tiempo y el lugar en que Dios martiriza a los suyos con el amor” (ibídem, n.32). Este martirio termina con la Asunción o glorificación de su cuerpo y de su alma en Cristo resucitado, el Verbo divino, quien de ella “tomó carne humana” (ibídem, n.38).

La imitación de María se concreta en la fidelidad a las palabras del Señor, según su misma invitación en Caná: “Y ella misma nos dice: Bienaventurados los que guardan mis caminos (Prov 8,32). Y si la amamos, imitémosla; si por Madre la tenemos, obedezcámosla. Y lo que nos manda es que hagamos todo aquello que su Hijo bendito nos manda (cf Jn 2,5). Porque el camino por donde ella ganó lo que tiene, la obediencia de Dios fue” (ibídem, n.43).

El sermón n.70, también sobre la Asunción, insiste en su deseo esperanzado y doloroso, fruto de su amor y modelo de nuestra fe de peregrinos (“vase la Virgen llena de gloria, ¿nos gozaremos con ella? ¿lloraremos?”).

Cuando ella vivió este destierro, esperando el encuentro definitivo con Cristo, experimentó el dolor de la ausencia de la persona amada. El Maestro llama “penoso martirio” al “martirio que esta Virgen sagrada pasó todo el tiempo que vivió en este destierro” (ibídem, n.8).

Es el camino de la fe oscura o de la noche de la fe, producida por el amor, que se traduce en un “martirio”: “Oh Virgen gloriosa, que de una misma fuente os nace lo dulce y amargo, lo que os hace a Dios agradable y lo que os martiriza! El amor, y grandísimo amor, que sobrepuja todo conocimiento, que a Dios tuvisteis, éste os hace alta, y agradable, y bienaventurada en su acatamiento; y este mismo a la medida de su grandeza, os atormenta como gran sayón” (ibídem, n.9),

Se trata de la “amargura de la ausencia” del Hijo amado (ibídem, n.10). Es “herida que da salud”, producida por la contemplación del misterio divino: “¿Quién contará los misterios del amor que entre Dios y la Virgen pasaban,

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hiriendo El a ella con la contemplación de su hermosura y de su bondad, y ella a El con amarlo y pensar en El con grandísima fidelidad?” (ibídem, n.14). Ella estaba siempre “aparejada a padecer el martirio de amor” (ibídem, n.21). El Maestro Ávila glosa los textos de los Cantares (la esposa que busca al esposo) y de los salmos (el deseo de ver el rostro de Dios).

En estos deseos de su Corazón, la Virgen “era movida por el Espíritu Santo”, y “su intento era obedecer y agradar a Dios en todas las cosas” (ibídem, n.25).

En este mismo sermón sobre la Asunción (Sermón 70), se describe lo que podríamos llamar la presencia activa de María en el Cenáculo y en la Iglesia primitiva (ver nn.34-61). La fe de María era modelo y guía de la fe de la Iglesia y también de quienes se convertían a la fe. Es el tema que desarrollamos posteriormente en el apartado 3.

El sermón n.71, también sobre la Asunción (“escogió la mejor parte”), resume de forma más sintética los contenidos de los sermones anteriores, acentuando los sentimientos de la interioridad o del Corazón de María. Su virginidad y maternidad verdadera eran un signo de la divinidad y verdadera humanidad de su Hijo. Así se expresó su fe y cooperó a la obra redentora: “dio a Dios carne humana, que fue el medio con que salvó y rescató al mundo de su miserable cautiverio, y asistió a la redención que se hizo en la cruz con cuerpo y con ánima, ayudando a ella, como la primera mujer insistió al padre Adán a echar a perder al mundo universo, despintando lo que Dios hizo” (ibídem, n.27). De este modo, ayudó “con obras y con su intercesión a que los infieles conozcan a Dios, y los cristianos le amen y sirvan” (ibídem).5

3: La fe vivida por María como modelo de la fe de la Iglesia

Se puede constatar que la doctrina mariológica del Maestro Ávila abarca prácticamente todos los temas de la fe cristiana. Los títulos marianos (Inmaculada, siempre Virgen, Madre de Dios y nuestra, Medianera, 5 Del sermón n.72, también sobre la Asunción (“¿qué deseáis, Señora?”), sólo se conserva un pequeño fragmento, con conceptos ya conocidos. En cambio, el sermón n.75, sobre San José (“¿por qué desposada la Virgen con San José?”) repite el influjo de María en la fe de la comunidad eclesial primitiva: “Entonces, como cosa ya sabida y manifiesta, ella declaró a los apóstoles, especialmente al evangelista San Lucas, muchas particularidades de la santa encarnación y otros muchos misterios que ella sabía; y aun esto no lo osara ella decir, por su gran humildad, si no fuera particularmente mandada e inspirada por Espíritu Santo” (Sermón 75, n.29).

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Asunta, etc.) son expresión del misterio de Cristo en sus diversos aspectos. Por esto decía: "Cuando yo veo una imagen (de la Virgen) con su Niño en los brazos, pienso que he visto todas las cosas" (Sermón 4, n.26). “Conoceros a vos es conocer nuestro Redentor y nuestro remedio; y conocerla a ella es conocer el camino para gozar de vos y de vuestra redención” (Sermón 60, n.2)

Su doctrina mariana tiene la característica de vivencia por parte de María, modelo de la fe de la Iglesia. Por esto, habla frecuentemente del “corazón” de María, es decir de sus vivencias más hondas como Madre de Jesucristo y Madre nuestra (cfr. Sermón 65 y 67).La maternidad virginal de María expresa la realidad de Cristo verdadero Dios y verdadero hombre: "Es Dios y hijo de la Virgen María, mas no es dos hijos, sino uno, y por eso ella es madre del que es Dios y hombre... ¿Queréis honrar a la Virgen? Llamadla Madre de Dios humanado" (Sermón 68, n.6). "Dio al Verbo de Dios el ser hombre, engendrándole de su purísima sangre, siendo hecha verdadera y natural Madre de Él" (Tratado sobre el sacerdocio, n.2).

María vive las gracias recibidas como instrumento materno para nuestra configuración en Cristo: “Tengo hijos en el mundo, la salvación de los cuales deseo con muy amoroso y maternal corazón... no he perdido la compasión de ellos... Este cuidado tendré hasta que el mundo se acabe" (Sermón 69, n.39).

La devoción o espiritualidad mariana es cristocéntrica: “Y si la amamos, imitémosla; si por Madre la tenemos, obedezcámosla. Y lo que nos manda es que hagamos todo aquello que su Hijo bendito nos manda (cf Jn 2,5)” (ibídem, n.43).

Siguiendo el análisis de los sermones marianos, se llega a poder delinear la fe de María, en relación con la fe de la Iglesia, como figura, modelo y ayuda de la misma fe. La fe descrita por el Maestro se concreta en la Encarnación (Jesús, Dios y hombre) y redención. El tema mariano describe a quien (María) es instrumento de esta realidad salvífica, como Madre de Dios, Medianera, asociada a Cristo Redentor. Las verdades sobre María expresan el misterio de Cristo y se centran en él.

La fe apunta siempre a la primera fuente: la Trinidad de Dios Amor (cfr. Sermón 65, nn.22-23). En la Anunciación, María toma conciencia de este misterio, puesto que concibe por obra del Espíritu Santo a quien es Hijo del Altísimo.

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La fe profesada, celebrada y vivida por la Iglesia, tiene lugar de modo especial en las fiestas marianas tal como se describen en los sermones avilistas sobre cada una de ellas. La doctrina sobre María lleva siempre al gozo de creer en Jesús, en una dimensión de fidelidad a su doctrina, escuchando su Palabra en el corazón (cfr. Sermón 68) y de entrega y relación o adhesión a su persona. La imitación de las virtudes de María equivale a la imitación de Cristo para participan en su misma vida.

Una fe íntegra es una fe “virgen”. Así lo describe San Juan de Ávila al hablar de la “virginidad” de la fe. "La fe sin error es parte de virginidad, y una esperanza firme que Dios te ha de salvar y que te ama" (Sermón 6). Esta fe “virgen” es fuente de fecundidad eclesial, como lo fue en María. “Luego flor y fruto es en vos uno” (Sermón 61, n.8).

Con ocasión de celebrar la Natividad de María y refiriéndose al texto evangélico de Mateo sobre la genealogía de Cristo, compara la fe de María con la fe de Abraham. Se trata de tomar conciencia de “ser del linaje espiritual de Jesucristo”, “para la edificación de la fe”, “porque estaba profetizado que había de venir el Mesías de la tribu de Judá casa de David” (Sermón 62, n.4). Abraham es “Padre de los creyentes” (cfr. Rom 4,8; Gén 17,4). Por tanto, “si estáis fuera de aqueste linaje espiritual de Jesucristo, la primera piedra que habéis de poner, el primer fundamento es la fe; que habéis de creer, habéis de cerrar los ojos a lo que Dios os dijere, sea poco, sea mucho. Bástaos decirlo Dios para pensar que sin falta será así lo que El prometiere” (ibídem, n.10).

Pero, en el caso de Marìa, ella es “muro” o punto de apoyo de nuestra fe, ejerciendo sobre nosotros su maternidad espiritual: “Buena es para muro, para defensa nuestra. Parió un hijo para nuestro bien y remedio, tan lindo, tan rico, tan grande Señor. Así como supo regalar al hijo natural, envolverlo y darle leche, así sabrá criar los adoptivos; ella nos regalará, dará leche; ella nos socorrerá en nuestras necesidades. Buena es para muro, para amparo y remedio nuestro”(Sermón 62, n.46).

También en el sermón 67 se compara la fe de María con la fe de Abraham, pero allí es por la inmolación del hijo: “¿A quién te compararé? A Abraham mandóle Dios que subiese al monte y sacrificase a su hijo, pero después contentóse Dios con sola su obediencia de corazón … mas la Virgen nuestra Señora no así. Al monte Calvario subió con su hijo; mas no le trujo a la vuelta consigo, que allá le dejó” (ibídem, n.14). La fe de María es superior a la fe Abraham, no sólo por la inmolación real de su hijo, sino especialmente porque Jesús era su esperanza y su todo (cfr. ibídem, n.14).

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La fe de María se presenta como “martirio de amor”, equivalente a la “noche de la fe”. San Juan de Ávila describe esta noche y martirio de la fe en el sermón 67, sobre la soledad de María (“¿a quién te compararé, Hija de Sión?”), cuando la oblación del Señor se une a la de su Madre: “se cuece a Jesucristo en las lágrimas de su Madre” (ibídem, n.9).6

La “noche de la fe” se compara a un “martirio de amor”. Es el tema que sobresale en el sermón 70 sobre la Asunción: “Oh Virgen gloriosa, que de una misma fuente os nace lo dulce y amargo, lo que os hace a Dios agradable y lo que os martiriza! El amor, y grandísimo amor, que sobrepuja todo conocimiento, que a Dios tuvisteis, éste os hace alta, y agradable, y bienaventurada en su acatamiento; y este mismo a la medida de su grandeza, os atormenta como gran sayón” (Sermón 70, n.9),

El “martirio de amor” (Sermón 70, n.21) equivale al camino de la contemplación, donde se experimenta la “amargura de la ausencia” del Hijo amado (ibídem, n.10). “¿Quién contará los misterios del amor que entre Dios y la Virgen pasaban, hiriendo El a ella con la contemplación de su hermosura y de su bondad, y ella a El con amarlo y pensar en El con grandísima fidelidad?” (ibídem, n.14).

La fe de María, presente en la comunidad eclesial primitiva, antes de su Asunción, es vivida como “martirio”, “para provecho de los futuros creyentes”; ella estaba “enferma de amor”.

Esta descripción sobre el martirio de amor por la ausencia del amado y por el deseo de visión y de encuentro, era un modelo y una gran ayuda para la fe de la Iglesia primitiva, durante los años antes de la Asunción. Aquí encontramos una descripción de la presencia activa y materna de María como icono de la fe de la Iglesia naciente.7

6 Juan Pablo II, en la encíclica Redemptoris Mater, describe esta “noche de la fe” en María: “La Madre de aquel hijo, por consiguiente, recordando cuanto le ha sido dicho en la anunciación y en los acontecimientos sucesivos, lleva consigo la radical " novedad " de la fe: el inicio de la Nueva Alianza. Esto es el comienzo del Evangelio, o sea de la buena y agradable nueva. No es difícil, pues, notar en este inicio una particular fatiga del corazón, unida a una especie de " noche de la fe " -usando una expresión de San Juan de la Cruz-, como un " velo " a través del cual hay que acercarse al Invisible y vivir en intimidad con el misterio” (RMa 17; cfr. San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, lib.II, cap.3,4-6)

7 Es el tema que desarrolló Benedicto XVI: “La presencia de la Madre de Dios con los Once, después de la Ascensión, no es, por tanto, una simple anotación histórica de algo que sucedió en el pasado, sino que asume un significado de gran valor, porque con ellos comparte lo más precioso que tiene: la memoria viva de Jesús, en la oración; comparte esta misión de Jesús: conservar la memoria de Jesús y así conservar su presencia” (Benedicto XVI, Audiencia 14 marzo 2012). Ver texto de Porta Fidei, n.13.

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El Maestro describe la comunidad eclesial primitiva que aprende de María a conocer a Cristo y a vivir de la fe: “Confortados con la habla, fe y oración de esta benditísima Virgen, con la eficacia que sus palabras tenían para con los hombres y sus oraciones con Dios, [se la] ponía a ellos para esperar y recibir el socorro del cielo y con su oración se lo alcanzaba y traía” (Sermón 70, n.34).

La relación de la comunidad eclesial primitiva, tal como la describe el Maestro Ávila, es una relación filial, no sólo por parte de la comunidad de los primeros discípulos, sino también y especialmente por parte de los recién convertidos. Es como el inicio espontáneo y lógico de lo que hoy llamaríamos devoción o espiritualidad mariana. La fe les llevaba a agradecer al “árbol” (María) el fruto recibido (Cristo redentor): “¿Quién contará el deseo que daba a los que se convertían a la fe de Jesucristo bendito, de ver a la Madre del Hijo, que era su Redentor y su Dios? Adoraban, alababan al Hijo, gozaban de sus trabajos y redención; y como gente agradecida deseaban ver y agradecer el árbol que tal fruto dio, y echábanle mil cuentos de bendiciones” (Sermón 70, n.35).

La presencia activa de María en la comunidad de los creyentes era la de una madre que acompaña, alentando y enseñando: “¿Quién dirá de cuán buena gana. cuán llenos de confianza y devoción iban a ella, así por deseo de verla como por ser enseñados en sus dudas, confortados en sus trabajos y aprovechados en todo lo que convenía a sus ánimas? … y después de su muerte, de los que habían de ir a ver a su Madre sagrada y gozar de su doctrina y de los apóstoles … y después venían a ver la casa del Dios de Jacob, que era la Virgen sagrada, templo santo de Jesucristo, para ser enseñados de los caminos de los mandamientos de Dios y las sendas de sus consejos; que para lo uno y lo otro y para todas cuantas necesidades traían les daba suficiente consejo y remedio la prudentísima y santísima Madre” (ibídem, n.36).

Ella, pues, acompañaba a los nuevos creyentes para que comprendieran el amor de Cristo que murió por ellos: “¿Con qué ojos miraba la Virgen bendita aquella gente convertida a la fe de su Hijo, que a ella venía, pues había amado tan de corazón la salvación de sus ánimas y gracia del Señor, que por el santo baptismo habían recibido, que, porque ellos tuviesen el bien que tenían y viviesen en gracia delante de los ojos de Dios, ella ofreció a la muerte ele cruz a su Hijo unigénito? Y por eso sus entrañas santísimas se henchían de consolación viendo que el fruto de la Pasión de su benditísimo Hijo no salía en balde, pues por el mérito de ella tanta gente se convertía a El. Y parecíale que acoger y regalar, enseñar y esforzar a los

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que a ella venían, era recoger la sangre de su Hijo bendito, que delante los ojos de ella se había derramado por ellos” (ibídem, n.37).

María cuidaba de la Iglesia como “hacienda de sus entrañas” y como “pastora” que no buscaba su propio interés, sino que “amaba tanto a sus ovejas” hasta dar la vida de su Hijo la propia: “Porque lo que su esposo y Hijo Jesucristo había ganado en el monte Calvario derramando su sangre, ella lo guardaba y cuidaba y procuraba de acrecentar como hacienda de sus entrañas, por cuyo bien tales y tantas prendas tenía metidas. ¡Dichosas ovejas que tal pastora tenían y tal pasto recibían por medio de ella! Pastora, no jornalera que buscase su propio interese, pues que amaba tanto a las ovejas (cf Jn 10,12), que, después de haber dado por la vida de ellas la vida de su amantísimo Hijo, diera de muy buena gana su vida propia, si necesidad de ella tuvieran” (ibídem, n.38).8

La función materna de María se concretaba en enseñar el camino de la fe en Cristo, recordando sus enseñanzas: “Este, pues, era el ejercicio de la Santísima Virgen después de subido al cielo su Hijo y Señor: enseñar a los del pueblo y también a sus maestros, aunque fuesen los apóstoles, los cuales aprendieron de ella muchas cosas que ignoraban, y los santos evangelistas escribieron cosas que de ella supieron” (ibídem, n.39).9

Después de describir la acción materna de María en la fe de los primeros creyentes, el Maestro actualiza esta realidad de gracia en la comunidad eclesial de hoy y de todas las épocas, como quienes creemos sin haber visto: “Ya que nosotros no lo vimos, lo creemos y entramos en el número de los que dijo el Señor: ¡Bienaventurados los que no me vieron y creyeron! (cfr. Jn 20,29). Despabilemos bien nuestros ojos y aprovechémonos de la lumbre de la fe que Dios nos ha dado; y si no nos hallamos presentes a tanto bien con los cuerpos, hallémonos presentes con el espíritu, trayendo a la memoria aquellos dichosos tiempos en que la Virgen, como un resplandeciente sol, alumbraba y calentaba la tierra …

8 Propone el ejemplo de María como modelo de atención pastoral: “¡Oh qué ejemplo para los que tienen cargo de ánimas! Del cual pueden aprender la saludable ciencia del regimiento de ánimas, la paciencia para sufrir los trabajos que en apacentarlas se ofrecen. Y no sólo será su maestra que los enseñe, mas, si fuere con devoción de ellos llamada, les alcanzará fuerzas y lumbre para hacer bien el oficio” (ibídem, n.38).

9 Ver en la nota 7 las afirmaciones parecidas del Papa Benedicto XVI sobre esta presencia “docente” de María en la Iglesia primitiva. El Maestro Ávila añade a la enseñanza, la celebración eucarística y la participación de María en ella “con agradecimiento y amor”, como fundamento de “la caridad de los prójimos” y de “la compasión a Jesucristo, su hijo y su Dios” (Sermón 70, n.42).

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pues es notorio que ha habido muchos en la Iglesia que, no viendo a Jesucristo nuestro Señor en la carne, ni oyendo sus sermones, ni viendo sus milagros, se dieron tan buen recaudo, que mediante la fe y el amor se aprovecharon más de Él y fueron más santos que muchos de los que gozaron de su corporal presencia” (ibídem, n.44).

La fe de la Iglesia de todos tiempos, es decir, “de aquellos que habían de nacer mientras el mundo durase”, que somos nosotros, “por ventura nos será mayor provecho que si entonces gozáremos de su presencia” (ibídem, n.45).

La Virgen, hasta el día de la Asunción y en unión con la Iglesia, vivió siempre con la actitud permanente de asentir a la encarnación redentora. Es la actitud que expresaría al llegar el momento de pasar al más allá: “Cuando encarnó en ella el Hijo de Dios, lo que respondió fue: He aquí la sierva del Señor; sea hecho en mí según tu palabra (Lc 1,38). Y esto diría también al pie de la cruz; y esto mismo respondería ahora a San Gabriel, y con hacimiento de gracias diría: Desatado has, Señor, mis cadenas: a ti sacrificaré sacrificio de alabanza (Sal 115,16-17)” (ibídem, n.59)

La despedida de María en el día de su tránsito y Asunción, se concretaba en aconsejar que “se esperasen un poco y perseverasen en la fe y buena vida que habían comenzado, y que presto irían ellos donde ella iba, y estarían todos juntos sin se apartar para siempre jamás” (ibídem, n.61)

Líneas conclusivas

La fe que San Juan de Ávila describe es la fe vivida en el corazón, como oblación unida a la oblación de Cristo al Padre. La Iglesia aprende e imita esta fe en sintonía con el Corazón o interioridad de María. La Madre de Jesús es modelo, discípula, Maestra, ayuda materna en el itinerario de la fe cristiana, profesada, celebrada, vivida, orada.

Los sermones marianos del Maestro son un amplio abanico de los contenidos de la fe en su dimensión cristológica y, por par tanto, trinitaria y pneumatológica: Cristo, Verbo Encarnado, Hijo enviado por el Padre bajo la acción del Espíritu Santo, es verdadero Dios, verdadero hombre, Redentor. Al celebrar las fiestas marianas, se celebra todo el misterio de Cristo vivido con María y como ella; celebramos el amor de Dios que, por medio de la Madre de Jesús, se ha derramado en nuestros corazones y en la historia humana.

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Al explicar el misterio de la Encarnación, se describe a “la Santísima Trinidad”, que “espera” el consentimiento de María (Sermón 65, n.10). “En aquel momento entró el Verbo divino en sus entrañas y quedó hecha la mayor obra que se hizo ni hará para siempre jamás” (ibídem, n.11).El “sí” de María es adhesión a los “desposorios” del Verbo con la humanidad (ibídem, n.2). Ella es la nueva Eva. Por esto, la pregunta de María, aludiendo a su virginidad, “no es palabra de incredulidad” (ibídem, n.9), sino de saber el “cómo” se hará la concepción, dispuesta siempre a la voluntad de Dios.

La fe de María se compara a la de Abraham y, al mismo tiempo, la supera, porque ella verdaderamente ofreció a su hijo como víctima, que era toda su razón de ser y su todo (cfr. Sermón 67, n.14).Hay otras dos características de la fe de María, según el Maestro Ávila. Ella pasó la noche de la fe, por un “martirio de amor”, mientras vivía anclada en el deseo del encuentro definitivo con Cristo. Al mismo tiempo, ella era el punto de referencia de la fe de la Iglesia primitiva, también respecto a los nuevos creyentes que se convertía al Señor (cfr. Sermón 70, nn.34-61).

El Papa Benedicto XVI, después de resumir la fe de María en todos sus momentos (anunciación, visitación, nacimiento de Jesús, etc.), dice: “Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cfr. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cfr. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cfr. Hech 1, 14; 2, 1-4)” (Porta Fidei, n.13). María es figura de la Iglesia creyente (Audiencia, 19 diciembre 2012).10

10 Ideas parecidas se encuentran en el Papa Francisco, quien en su encíclica Lumen Fidei, hace un resumen de la fe de María, comentando el texto de Lc 1,45 (“bienaventurada la que ha creído”): “La Madre del Señor es icono perfecto de la fe, como dice santa Isabel: « Bienaventurada la que ha creído » (Lc 1,45)… En su vida, María ha realizado la peregrinación de la fe, siguiendo a su Hijo” (n.58). “María lo acompañará hasta la cruz (cfr. Jn 19,25), desde donde su maternidad se extenderá a todos los discípulos de su Hijo (cfr. Jn 19,26-27). También estará presente en el Cenáculo, después de la resurrección y de la ascensión, para implorar el don del Espíritu con los apóstoles (cfr. Hech 1,14) … En el centro de la fe se encuentra la confesión de Jesús, Hijo de Dios, nacido de mujer, que nos introduce, mediante el don del Espíritu santo, en la filiación adoptiva (cfr. Gal 4,4-6)” (n.59).