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DANIEL E. LARRIQUETA

LA ARGENTINA

RENEGADA

EDITORIAL SUDAMERICANABUENOS AIRES

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PRIMERA EDICIÓNJunio de 1992

SEGUNDA EDICIÓNAbril de 1997

IMPRESO EN LA ARGENTINA

Queda hecho el depósitoque previene la ley 11.723.

© 1992, Editorial Sudamericana S.A.Humberto I 531, Buenos Aires.

ISBN 950-07-0593-1

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Prólogo

"Se olvida demasiado que todo auténtico decir no sólo dice algo,sino que lo dice alguien a alguien". Esta sentencia de Ortega sabe almejor diseño de un prólogo.

Los decires de este libro son americanos, pero están dirigidos alos argentinos. Los he escrito sintiéndome las tripas, sostenido porla esperanza de encontrar los grandes ejes de nuestra identidad, queson las nervaduras de la vida social y política, los mandantesolvidados de la confusión argentina. Trato de contestar algunaspreguntas que he juntado en la mezcla de pensar y hacer que varesultando mi vida. Creyendo que con esas respuestas el hacer delfuturo será más eficaz. Por eso, no me extrañaría que estos decirespuedan parecer demasiado reflexivos para un militante y demasia-do apasionados para un investigador. Mala suerte.

En la década de los setenta, José Luís Romero se interrogaba:"Los argentinos somos gente preocupada por nosotros mismos. (...)¿Hemos creado —o estamos en vías de crear— una cultura con unsigno propio, diferenciado, inconfundible? O dicho de otro modo,¿existe una cultura argentina con un estilo singular e inequívoco,que prometa la continuidad de ciertos signos y la acumulación decreaciones sucesivas que alcancen un día madurez y profundidad?"Algunos pasos por delante de los militantes políticos. Romero ya seestaba haciendo una pregunta más esencial que la de explicar elpresente, estaba explorando la identidad, el "ser nacional", "quemuchos buscan como si estuviera objetivado fuera de nosotros,eterno e inmutable, cuando es sólo en nosotros mismos donde sehalla, histórico y cambiante".

La diáspora de "los años de plomo" me depositó en París. Y en-tre los contactos políticos y la actividad docente me sentí exigido dedar una explicación inteligible sobre la tragedia argentina. Aquelestímulo y el contagio del pensamiento historicista francés meayudaron a imaginar un modo diferente de explorar la historiaargentina. La diferencia consistió, sencillamente, en levantar laesclusa de la Independencia, para miramos como una historia deQuinientos años, un todo que se va formando, creciendo, desgarran-do. Una gestación que reconoce puntos culminantes, pero no ruptu-ras: desde la fundación española no hemos padecido conquistas.

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particiones?, invasiones triunfantes ni revoluciones culturales. Elpunto culminante por antonomasia, la Independencia, es una re-volución política hecha por españoles de ambos mundos en el mar-co de una crisis que recorrió todos los dominios de Fernando VII, enEuropa y América.Se trata, pues, de una Argentina de quinientos años y cuyosrasgos fundamentales pueden haberse gestado, muy probablemen-te, antes de la Independencia. Y que deberían encontrarse, transfi-gurados y enriquecidos pero perceptibles, en la estructura y ladinámica de la Argentina presente. Para el descifrado, hay que visi-tar la Argentina de la "monarquía universal" de Felipe II, del reinoportugués de Felipe III. del dominio inglés del Atlántico, del Brasilexpansivo del marqués de Pombal y dé la iniciativa imperial de Car-los III. Y advertir que cada uno de estos proyectos aportó genesnuevos, diferentes y hasta contrapuestos a la creación de la Naciónque luego seremos.

Así se descubren los rasgos de dos civilizaciones diferentes queconstituyen las bases de la identidad argentina. Una de estascivilizaciones es la herencia de la "monarquía universal" que florece,se arraiga y se abroquela en el Pacífico y las regiones andinas deAmérica. La otra es la herencia de Utrecht, europea, multipolar,borbónica y liberal; por antonomasia, la civilización del Atlántico. LaArgentina es hija de las dos y el único país americano que las contie-ne por partes casi iguales. El carácter fundante de ambas, supermanencia en el tiempo y la ausencia de rupturas culturales hastalas inmigraciones masivas de fines del siglo XIX, las han convertidoen la matriz de la Argentina. Con el agregado del aporte inmigratorio—proyectado y realizado sólo por la "civilización del Atlántico"—forman el magma del país de hoy y definen toda nuestra cultura,incluyendo en ella, por cierto, a la vida política. Ésta es mi tesiscentral, que espero desarrollar en una trilogía cuyo primer eslabónes el presente libro.

Pude explicar esa tesis a Raymond Aron en 1978. Aron meescuchó con un interés que me ha servido de estímulo durante añosy terminó haciéndome una pregunta que espero poder contestar másadelante, porque la llevo clavada en la cabeza como una espina:"Comprendo que la Argentina sea el resultado de culturas diferentesy aun contrapuestas, pero no es la única nación con esas caracterís-ticas, y lo que no me ha explicado es por qué no pueden resolver esasdiferencias sin matarse los unos a los otros".

El primer esbozo se plasmó en un artículo escrito desde Parísa principios de 1979. En aquellos difíciles tiempos publicar en laArgentina era una hazaña; no sólo padecíamos la censura delgobierno y la autocensura de los editores sino que la sociedad,desertizada y trémula, se había quedado sin ámbitos de reflexión.Con su habitual generosidad, y gracias a la mediación de CarlosFloria, los editores de Criterio me abrieron sus puertas y el trabajo se

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publicó en marzo de aquel año con el título "Para otra visión de laArgentina".

Poco tiempo después Antonio Tróccoli me hizo saber quehabiendo leído el artículo con provecho, se lo acercaba con susrecomendaciones al entonces presidente de la UCR, Ricardo Balbín.En una de mis siguientes visitas a Buenos Aires, la gestión deTróccoli fructificó en una charla semiclandestina en el InstitutoMayo, pequeño y heroico seminario de reflexión radical. Expuse misideas ante una decena de dirigentes, sin imaginar que uno de ellosllegaría a ser Presidente de la Nación tres años después. Cuando enpleno fragor del gobierno, trabajando yo de subsecretario general dela Presidencia, intervine alguna vez en conversaciones sobre el"tercer movimiento histórico", Raúl Alfonsin me recordó con natura-lidad cómplice "la tesis de las dos Argentinas".

Empecé a escribir este libro con la estratagema intelectual demirar a la Argentina como parte de la patria indiana, como sí senta-do en Lima y despojado de los preconceptos de la Independenciabuscara el hilo causal que va de Isabel la Católica hasta el país dehoy. Confieso que ha sido un viaje fascinante, como si volviese avisitar un paisaje que fue siempre recorrido con el sol de frente y queun día, inesperadamente, se lo transita con el sol de atrás.

El hallazgo de esta primera Argentina, la "Argentina renegada",me ha llenado de alegría. Me ha devuelto una memoria de siglos, unamorrocotuda identidad indiana que fue flor esplendorosa cuando la"monarquía universal" gobernaba al mundo desde Madrid. Y me haligado a la hermandad hispanoamericana —hispana y antiespaño-la— sin necesidad de esfuerzos retóricos de ocasión. En Lima, enCuzco, en Potosí, en Sucre, están los genes de la Argentina que hoysomos, como están los del Perú, de Bolivia, de Chile o del Paraguay.Comprender que la identidad argentina tiene raíces de muchossiglos y que se extienden por la mayor parte del Nuevo Mundopermite mirar el presente sin el complejo de fragilidad que suele tenernuestro pensamiento político. Cualquier cambio —para bien o paramal— sucederá con menos facilidad de lo que solemos creer, porqueel tejido de la identidad es más denso de lo que suponemos. Ésta será,tal vez, una de las contribuciones políticas de este libro.

Escribo este prólogo en las vísperas del quinto centenariodel viaje de Colón, extrañado de que el cumpleaños de laComunidad Hispana se haya convertido en causa de inculpacio-nes y desdenes.

No he de entrar en el debate sobre la conducta moral de losfundadores, tarea delicada y que se volverá anacrónica en cuanto sedesconozcan las reglas morales de la época, lo que está sucediendo.Pero no puedo pasar por alto que estas disputas empañan asuntosprioritarios, como la necesidad de comprender en qué medida la

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cultura de los fundadores ha llegado hasta nuestros días. Como si eldebate sobre la moral de nuestros padres fuese más importante queel reconocimiento de la paternidad misma.

En todo este trabajo he procurado sortear los juicios de valor ydetenerme en subrayar cuáles instituciones y costumbres de con-quistadores y conquistados —"buenas" y "malas"— están en la basede la cultura hispanoamericana de hoy. Para lograr esto, la "leyendanegra" y la "leyenda rosa" de la Conquista deben ser siempreevitadas, porque son callejones sin salida que más parecen respon-der a los intereses políticos de un europeo del siglo XVII que a laurgencia de identidad de los americanos del presente.

Debo un agradecimiento especial a dos pensadores y sus libros.que no están mencionados en el texto porque han sido más interlo-cutores que fuentes. Son ellos el historiador y filósofo portugués Jo-sé Fernandes Fafe por sus meditaciones en Naçao: Fim ou Metamor-fose? y la historiadora argentina Hebe Clementi por su riquísimo Lafrontera en América. En París, Alain Rouquié me ofreció todo su respaldo para quedispusiera de las facilidades del Institut des Hautes Études del'Amérique Latine. Cuando en 1981 me instalé por algunos meses enNueva York, el profesor Nicolás Sánchez Albornoz apadrinó miproyecto y puso a mi disposición los enormes recursos de la NewYork University.

Durante todo el trayecto de armar y escribir este libro hecontado con el diálogo cotidiano, la crítica y el aliento de RicardoLesser y Martha Mercader. Además, Lesser me allegó muchosmateriales y enfoques personales y fue el mentor de las solucionesmetodológicas, y Mercader custodió la claridad de las ideas y de laexposición.

Concluido el primer borrador, lo confié para una lectura generala María Sáenz Quesada y Pablo Giussani. buscando en ellos laautoridad de un historiador y un politólogo. La inesperada muerte deGiussani me dejó sin el amigo y sin el consejero; entonces LuisStuhlman aceptó realizar la tarea. Sáenz Quesada y Stuhlman medevolvieron los originales con minuciosos y completísimos comenta-rios, de aquellos que alegran la profesión de pensar.

Ahora, aquí estamos.

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La reina del nuevo mundo

Tres grandes reinados gobernaron a España durante cientoveinte años en períodos casi iguales de cuarenta cada uno: Fernandode Aragón e Isabel de Castilla (1474-1516), Carlos I de España y Vde Alemania (1517-1556) y Felipe II (1556-1598). La longitud deestos gobiernos y la longevidad de estos reyes eran excepcionalespara la época; Fernando murió a los 64 años, Carlos a los 57 y Felipea los 72. Y que estos tres reinados se sucediesen casi sin solución decontinuidad ni conflicto dinástico, constituye un hecho sin paran-gón.Pero tales virtudes de la cantidad empalidecen ante el fulgor delo cualitativo. Inteligentes, cultivados, tenaces, infatigables trabaja-dores y dotados de un penetrante sentido de su protagonismohistórico, los Reyes Católicos. Carlos y Felipe le dieron a Españaciento veinte años de gobierno de una excepcional jerarquía. A lacabeza de una sociedad que se acercaba a la plenitud de su vigorintelectual, político y militar, transformaron a España en lo que hoyllamaríamos, "superpotencia".

Y en este largo siglo de esplendor universal, España descubrió,exploró, conquistó y construyó los reinos españoles del NuevoMundo. Al principio, la gesta americana no fue sino un trazo más dela explosión española en el mundo; sólo dos siglos después deldescubrimiento, España comprendería que había engendrado enAmérica hijos gigantescos. Pero no menos importante es reconocer"que en ese principio y durante más de un siglo, lo que desembarcabaen el Nuevo Mundo no era la extensión de cualquier nación europea,sino de la mayor de ellas, la cabeza de Occidente.

Isabel de Castilla heredó un reino que aun antes de la conquistade Granada constituía ya una de las mayores unidades nacionalesde Europa, sólo aventajada en tamaño, unidad y vigor por Francia.Y en el momento del casamiento pudo optar entre el heredero de laCorona de Portugal y el heredero de Aragón. La unión de Castilla yPortugal habría formado una España puramente atlántica y deespaldas al corazón de Europa. En cambio, al decidirse el casamientocon Fernando de Aragón se definió una España con un brazo tendi-do hacia el Mediterráneo y el otro al Atlántico: comprometida con lomás turbulento de la política europea —pero también con todos sus

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recursos— y encargada por la Historia de trasladar la fragua deOccidente desde el Mediterráneo al Atlántico. De resultas de esecasamiento, los soldados españoles se encontrarían, un siglo despues, luchando simultáneamente contra los turcos en el Mediterrá-neo Oriental y contra los indios araucanos en el Sur de Chile.

Castilla miraba hacia el Sur y hacia el Atlántico. Nacida y crecida en permanente competencia con los reinos moros de lapenínsula —competencia que no siempre fue guerra— cuando éstosquedaron reducidos al pequeño protectorado granadino, los caste-llanos empezaron a mirar al África por sobre los hombros deGibraltar. Hacía siete siglos que caminaban hacia el Sur y no seríafácil detenerlos. Cuando conquistaron las Canarias, la marcha ha-cia el Sur se convirtió en una vocación atlántica. Pero en lo esencial.Castilla era el gran reino ibérico, ocupando las dos terceras partes delos territorios y la población peninsulares. En ella estaban reunidosbajo una sola corona algunos de los recursos humanos, materialesy militares más importantes del mundo mediterráneo.

Aragón era un reino pequeño que ocupaba el triángulo nordestede la Península Ibérica, con una población cinco veces menor que lade Castilla. Pero uno de los catetos correspondía a la fronterapirenaica con Francia y por allí tenia Aragón una inserción inevitableen la política europea, casi como un gozne entre Castilla y FranciaEl otro cateto del triángulo correspondía a la extensa costa medite-rránea que. tendida desde el Rosellón hasta Andalucía, transforma-ba a la fachada española sobre el "Mare Nostrum" en una fachadaaragonesa. Aragón era un reino europeo y mediterráneo y de ambascalidades los aragoneses habían hecho virtud. Fernando el Católicoempujó estas calidades hasta convertirlas en destino y, a su muertela Corona de Aragón tenía en Italia y el resto del Mediterráneoposesiones mucho más extensas e importantes que su matrizibérica.

La alianza de las dos Coronas en los Reyes Católicos redefinióla relación de fuerzas y compromisos en toda la Europa del Sur. Elcompetidor natural de Castilla quedaría siendo Portugal, rasgoperdurable de la política interna e internacional de España hastabien entrado el siglo XIX. El competidor europeo de Aragón seríaFrancia, conflicto que España conservará por lo menos hasta la pazde los Pirineos (1659). Pero los dos reinos tendrán un enemigocomún. Asentados en Granada como una potencial amenaza contrala unidad de Castilla y atacando el poder aragonés en todo elMediterráneo, los moros y sus protectores turcos serán el enemigonacional de España. Aragoneses y castellanos unirán fuerzas contrael poderío musulmán dentro y fuera de sus dominios. Y por estecamino España encontrará un primer trazo fuerte de identidadnacional en la identidad religiosa. Vale la pena recordarlo. Los reyesHabsburgo —o "Austrias"— no lo olvidaron nunca.

Isabel de Castilla fue la reina del Atlántico y Fernando de Aragón

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el rey del Mediterráneo. A la muerte de los Reyes Católicos, Españaconstituía ya un imperio vastamente desplegado en el sentido de losparalelos. Las victorias españolas en Italia habían puesto la fronteraoriental de la monarquía en el Adriático. Y los continuos progresosde la exploración americana plantaban el pendón real en "Castilla deOro", el antiguo nombre del istmo que Balboa atravesó para descu-brir el Pacífico, al que bautizó Mar del Sur. España se extendía deNápoles a Panamá.

Pero la simetría de los dos largos brazos españoles es solamenteformal. En la realidad, el brazo aragonés que penetraba profunda-mente en el Mediterráneo era esencialmente político, mientras queel brazo castellano que cruzaba el Atlántico era fundacional o. si seprefiere, cultural, en el sentido lato del término. Y esta diferencia, queal principio podía parecer imperceptible, adquirió, al paso de lossiglos, una importancia decisiva; la España universal no arraigaríaen las tormentas políticas del Mediterráneo sino en la fundacióncultural, americana. Desde el presente, estos resultados dispares de la siembraespañola son de fácil comprensión. Aunque los reyes de Aragónpusieron todo su empeño en la política mediterránea, y el mismoFernando ha pasado a la historia de Europa como un monarcadotado de excepcionales dones diplomáticos, el mundo de la expan-sión aragonesa estaba poblado de estructuras culturales, económi-cas y políticas preexistentes, modernas y con fuerte personalidad.España dejó su marca en Génova. Cerdeña, Sicilia o la Italia del Sur.pero agregada a otros valores culturales de antigua data. La activí-sima política mediterránea de Fernando, Carlos y Felipe II concurrióa formar la cultura mediterránea con tanta fuerza como para queFernand Braudel haya elegido el reinado de este último para trazarsu colosal fresco sobre el mundo mediterráneo. Pero España no hizoel mundo mediterráneo, porque no era aquél un espacio virgen osemivirgen, ni aislado de los infinitos entrecruzamientos culturalesy políticos de Occidente; al contrario, era su centro.

En cambio, la expansión castellana hacía el Oeste se internó entierras y poblaciones inmensas que vivían al margen de la vitalidadideológica y técnica de Europa y como arrinconadas en una lejaníageográfica que las mantendría fuera del trajín mundial durantevarios siglos todavía. Con las debidas licencias, puede decirse queEspaña hizo el Nuevo Mundo y así. la diferencia imperceptible delprincipio se convirtió en torrente que arrastró a toda la civilizaciónespañola hacia la inmensidad del Mar del Sur.

Pero la España fundadora, aunque volcó en América prioritaria-mente la cultura, las instituciones y las ideas de Castilla, no fue sólouna España castellana, sino que trasladó también al Nuevo Mundolas consecuencias de su política y sus conflictos europeos. Y esto, en

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dos sentidos principales que es conveniente dejar establecidos ahoramismo, aunque sus inmensos contenidos sean explicados másadelante. En primer lugar, los reyes españoles, hasta el final de ladinastía Habsburgo en 1700, gobernaron para todo su imperio.esencialmente europeo, adoptando decisiones que incluyeron a losreinos americanos aunque no les estuviesen destinadas. Y en el otrosentido, porque las posesiones europeas de España concentraron losesfuerzos de las otras potencias en una competencia puramenteeuropea, preservando a América, durante dos siglos de los cambiosen el poder mundial.

A su muerte. Fernando el Católico estaba convencido de quedejaba la monarquía española en el mayor esplendor "en setecientosaños"2. Era, pues, inevitable que su herencia fuese un motivo deinterés mayor para todas las potencias. El juego sucesorio pasaba.naturalmente, por los casamientos y así no tiene nada de extraño quela hija y heredera de los Reyes Católicos —luego de la muerte de otrospríncipes— estuviese casada con Felipe de Habsburgo, heredero a suvez de la Borgoña, Flandesy los Países Bajos e hijo del emperador deAlemania. Juana de España, reina de Castilla y Aragón (y Navarra.incorporada en 1512) y heredera del imperio casi horizontal desdeNápoles a Panamá, se unía a un heredero del Norte, complicado enotra área turbulenta de la política europea. El imperio de losparalelos se iba a extender en el sentido de los meridianos.

Juana la Loca y Felipe el Hermoso (Felipe I para las cuentasdinásticas españolas) no han entrado en la Historia más que por susdesdichas. Ya antes de morir en 1504, Isabel de Castilla sabía quesu hija era insana y dispuso que la herencia castellana pasara a sunieto, el archiduque Carlos de Gante, un niño de cuatro años,encargando la regencia a su marido, Fernando de Aragón. A pesar deestas disposiciones, Felipe el Hermoso alcanzó a reinar como reyconsorte algunos meses hasta su inesperada muerte. La reina Juanano recuperó la razón y arrastró una larguísima vida (hasta 1555)protegida por el cariño filial del poderoso Carlos. A la muerte deFernando de Aragón, Carlos ciñó las coronas españolas como CarlosI y dos años después lograría hacerse elegir emperador de Alemaniacon el nombre de Carlos V, su apodo universal.

El destino europeo de España era forzoso. Pero no su transfor-mación en regente de los asuntos mundiales. Los Reyes Católicos nola supusieron, pero acaso la temieron, porque hasta el último alientoFernando de Aragón procuró que la corona española pasara a lacabeza de su nieto menor. Fernando, y que el nieto mayor, Carlos,heredara sólo las posesiones de los Habsburgo. Acaso imaginó quede ese modo España seguiría su destino Mediterráneo-Atlántico, sintropezar en la compleja política alemana. Pero esta voluntad, contoda su carga de prudencia, contrariaba las leyes dinásticas y loscompromisos políticos. Así fue que. finalmente, de los dos nietos delos Reyes Católicos, fue Carlos el destinado a heredar todo el poder.

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Fernando de Aragón había querido un rey de España antes que unrey universal. No fue posible.

Cuando el 17 de septiembre de 1517, el joven Carlos de Gante,nacido y criado en Flandes, que no hablaba español ni se interesabapor los asuntos de España desembarcó en Asturias, era toda Europala que llegaba con él. De tanto crecer, España tenía ahora un reyextranjero.

La explosiva hipertrofia del brazo europeo de España ocultó alentendimiento de la época el valor de la saga fundacional que ibacreciendo en el Atlántico con "celeridad pasmosa", según el decir deDominguez Ortiz. No se ignoraban los progresos, a pesar de que parala perspicaz autoridad castellana eran secretos de Estado celosa-mente guardados. Pero ni aun los más avisados parecían compren-der, en aquella Europa apretada y rica, que los inmensos horizontesdel Nuevo Mundo iban a cambiar el rumbo de la Historia. AméricoVespucio. que tuvo la loca suerte de dar su nombre al continente porser el más optimista de los primeros cronistas indianos, le dice en sucarta de 1504 a Lorenzo de Medici. señor de Florencia, al presentarlesus experiencias en el Nuevo Mundo: "Aun cuando Vuestra Magni-ficencia esté ahora continuamente ocupado en los negocios públicos,alguna hora de descanso os tomaréis para consumir un poco detiempo en estas cosas útiles o entretenidas, como el hinojo que seacostumbra poner sobre las viandas sabrosas para disponerlas auna mejor digestión"3.

Si todos hubieran pensado como Vespucio —o los cortesanosflamencos de Carlos V— no habría existido la "celeridad pasmosa" dela expansión americana. Alguien vio más lejos: Isabel de Castilla.

La Reina Católica es la madre del Nuevo Mundo y aunqueFernando de Aragón la acompañó siempre en sus decisiones, esjusticia reconocer que la España atlántica fue su obra y que laleyenda de esta mujer extraordinaria no tiene nada que envidiarle ala seca verdad histórica. En los escasos doce años que corren desdeel primer viaje de Colón hasta la muerte de la reina, en 1504, ellaempuja el largo brazo atlántico con todo el vigor de Castilla y lainteligencia de percibir que era protagonista de una revolución.

La mejor prueba de esta percepción son las diferencias entre elprimero y el segundo de los viajes del Descubridor. Cristóbal Colónrealizó su primera entrada en el Atlántico con recursos mínimos,como un verdadero explorador sólo encargado de traer noticias deterritorios o reinos desconocidos. No lleva ningún instrumento dePoder, como no fuesen los jurídicos, y estos mismos eran dudosospor la permanente disputa con el rey de Portugal sobre los derechosde exploración y dominio hacia el Sur y el Oeste. Capitaneaba tresnaves minúsculas y noventa hombres.

Pero cuando Colón regresa y rinde a los reyes el informe de suviaje y del estado en que se encuentran los territorios visitados, la

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Corona de Castilla se embarca con él en la segunda expedición, quetiene dos características propias: se trata de una gran flota de 17navíos —alrededor de la cuarta parte de toda la Marina española—con 1.200 tripulantes, la mayoría de estos tripulantes son colonoscon todos los pertrechos, simientes y animales necesarios. Castillaha decidido fundar una colonia española en las nuevas tierras y sevuelca hacia ella con todos los recursos disponibles. En aqueltiempo, y contando sólo con la información del primer viaje, tamañaexpedición debe haber parecido una desmesura. Isabel de Castillaempezaba la historia americana con la desmesura que sería sumarca, la única posible a la talla del Nuevo Mundo.

Desmesura y fundación. En este segundo viaje y en los poste-riores de Colón como en los "viajes menores" de Ojeda, Juan de la Cosa. Américo Vespucio, Yáñez Pinzón y otros se trataba de explorar, investigar, relevar, fundar pueblos y puertos, establecer la agricul-tura y la ganadería, catequizar y organizar el Estado según el modelo castellano eran viajes de conquista y ni siquiera en los choquesposteriores con los imperios azteca e inca, Castilla destinaría fuerzas militares a la faena americana. En la misma época, la entrada delbrazo aragonés en el Mediterráneo tendría un sentido diferente. En1495, Fernando despachó a Calabria una fuerza de intervenciónmilitar a las órdenes de Gonzalo Fernández de Córdoba, el "GranCapitán", y los ejércitos españoles derrotarían a los franceses en lascélebres batallas de Ceriñola y Garellano, consolidando el dominioaragonés de Nápoles en 1503.

La reina de Castilla colonizaba, el rey de Aragón conquistaba.Una mujer crea al mismo paso que un hombre guerrea. Isabel, lareina americana, sembraba la simiente de Castilla hasta el confín delmundo conocido. Fernando, el rey conquistador, comprometía lasangre española en el interminable forcejeo de Europa. Las dos erantareas imperativas de la época. Pero sólo una de ellas traspondría lasépocas por venir.

Si algunos historiadores pueden aún entretenerse cultivando laparadoja de que la pequeña expedición afortunada de un soñadornavegante —pero buen navegante, según hoy se admite sin reser-vas— haya producido el más enorme fruto de todos los tiempos, loque sucedió enseguida ya no deja lugar a la fantasía. Apenasregresado Colón a España, los Reyes Católicos reaccionaron comolos monarcas de una gran potencia frente a un acontecimientoextraordinario.

Los mejores recursos internos y externos fueron puestos alservicio del Descubrimiento con una presteza ejemplar. Los reyesencomendaron a Juan Rodríguez de Fonseca la tarea de organizar elsegundo viaje de Colón. Fonseca era una figura principal: capellánde la reina, arcediano de Sevilla y, sobre todo, miembro del Consejode Castilla, el cuerpo más poderoso inmediatamente debajo de laautoridad real. Fonseca tenía autoridad delegada y energía personal

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suficientes para movilizar todos los recursos de la Corona de Castillay en sólo cinco meses logró formar la imponente expedición coloni-zadora del segundo viaje.

Simultáneamente, los reyes se dirigieron al papa Alejandro VI.español de nacimiento, aliado a los Reyes Católicos y deudor defavores terrenales, para obtener una legitimación de sus títulosjurídicos sobre los territorios descubiertos según la doctrina y lausanza de la época. Esta gestión culminaría en la bula "Inter caetera"que otorgaba a la reina de Castilla los derechos sobre todo lodescubierto o por descubrir a partir de una línea Norte-Sur tendidacien leguas al Oeste de las islas Azores y de Cabo Verde.

Pero la gestión legitimadora ante el Papa no paralizó la embes-tida castellana. Ni los reyes, ni Fonseca, ni Colón esperaron labendición pontifical —aunque estaban seguros de obtenerla— y elAlmirante se hizo a la vela del segundo viaje sin que la decisión papalse hubiese producido. Esta mezcla audaz de legitimismo y política delos hechos consumados es la mejor prueba del empuje avasalladorde la Castilla descubridora. Isabel rogaba a Roma con una mano yhacía la geografía con la otra. Semejante desenfado era posibleporque la política aragonesa en Italia garantizaba la solidaridadpanal. Castilla avanzaba en el Atlántico porque Aragón le cuidaba lasespaldas en Europa. Esta combinación que aparece aquí porprimera vez, será una de las leyes políticas capitales del futuro delNuevo Mundo.

Para Isabel de Castilla había empezado otra etapa de su vida.Cuando murió su medio hermano. Enrique IV, en 1474, esta mujerde 23 años que ya se había casado con Fernando de Aragón sinesperar el permiso real, dio un golpe dinástico y se proclamó reina deCastilla: Tuvo que luchar cinco años, con Fernando como jefe de susejércitos, hasta derrotar al otro pretendiente, el rey de Portugal,aliado a la mayoría de la nobleza castellana.

Consolidado su poder en Castilla y sentado Fernando en elTrono de Aragón —luego de la muerte de Juan II en 1479— la reinareinició la lucha contra los moros y comenzó el asedio a Granada en1481. Aragón estaba a su lado y Fernando comandaba en una guerrade más de diez años que habría de transformar, modernizar ygalvanizar las tropas y las técnicas militares españolas poniéndolasa la cabeza de Europa durante ciento cincuenta años. Isabel enpersona, en la plenitud de su madurez y pujanza, aclamada por lastropas victoriosas, se presentó a las puertas de Granada y recibió larendición de Boabdil junto a Fernando el 2 de enero de 1492.

La infanta revolucionaria de 1474 y la reina guerrera de 1491,es en el verano de 1493, la fundadora del Nuevo Mundo. Fonseca essu privado y Colón su favorito y ella vigila y apoya continuamente lostrabajos preparatorios de la colonización. Ha puesto en la tarea doshombres excepcionales, cuya visión, energía y ambiciones marcaránel rumbo de América, aunque sus disputas ocasionales sirvan paraalimentar la "petite histoire".

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Pero Isabel y Fernando son. ya entonces, mucho más quehacedores de efemérides. Después de asegurarse las respectivascoronas han trabajado sin pausa en transformar sus reinos anarqui-zados y decadentes en organizaciones modernas. Reformas políticasy administrativas, reformas en el poder de la nobleza, reformas en laIglesia y reformas fiscales, agrícolas y financieras. Mejor funciona-miento y ampliación de las cortes, reforma del Consejo de Castilla yaumento del poder real en los municipios a través de los corregidores.Alianzas continuas y cambiantes con la burguesía y la nobleza paraconsolidar la autoridad real y terminar con las soberanías nobilia-rias. La reforma de la Iglesia se hizo de la mano del futuro cardenalCisneros y en ella se incluye la creación del Tribunal de la Inquisiciónen 1481 para terminar con los crímenes por motivos religiosos. Y lasgrandes reformas económicas que hablan por un solo testimonio:entre 1474 y el final del siglo, los ingresos de la Corona de Castillaaumentaron treinta veces.

Cuando los reyes inician la conquista de Granada, deberánhacer frente a otras dos cuestiones de fondo. Después de tres añosde derrotas continuas Fernando emprende las reformas militaresque cambiarán el curso de la guerra contra el último reino moro ytransformarán a España en gran potencia militar. Y en el curso deesta misma guerra y en las condiciones de la rendición de Boabdil sepondrá a prueba la tolerancia religiosa y la capacidad de la monar-quía para gobernar sobre culturas disímiles.

Toda esta formidable capacidad política y administrativa estaráreunida en los preparativos de 1493 y se embarcará en las 17 navesde la expedición. Un gobierno, un estilo y una cultura: la máquinaimperial española puesta a punto en veinte años de reinado sinpausas. Sólo con esta percepción se puede comprender la eficacia deaquél año y la seguridad, imperio y sencillez de que harán gala Isabely Fernando para tratar novísimas cuestiones que aportarán losdescubrimientos.

Cristóbal Colón sabía de todo esto. Y por si la posteridad tuviesedudas sobre la fuente de su gloria, llamó La Española a la gran tierradescubierta y La Isabela a su primera capital.

Instalado en La Isabela. Colón se enfrentó a su destino parado-jal: mientras se tejía la fama que cruzaría los siglos, él renegaba consus fracasos. Y buscando una solución apeló al expediente de la tratade esclavos, cuyos pormenores había aprendido de los portuguesessegún las prácticas de la época. El almirante estaba seguro, además,de que la solución sería del mayor gusto de los reyes, mucho másperjudicados que él por el fiasco económico de la gran expedición. Yen efecto, a la llegada a Sevilla de nuestros antepasados americanosen calidad de esclavos, los reyes dieron algunas indicaciones para sumejor venta, legitimando la decisión del Descubridor. Era el 12 deabril de 1495.

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Pero como dice Germán Arciniegas, "Algo pasó en el mundo—¿providencial?— entre el 12 y el 16 de abril de 1495. Estas dosfechas son los extremos de una revolución en secreto que acabaríapor darle vuelco al pensamiento occidental"4. El día 16 los reyesvolvieron sobre sus pasos ordenando suspender las ventas mientrasestudiaban el fondo del asunto. Y el 20 de junio Isabel y Fernandofirmaron una real cédula ordenando que los indios fuesen puestosen libertad y llevados de regreso a sus países de origen, Los Reyes Católicos declaraban libres a los hombres del Nuevo Mundo.

Como Arciniegas lo subraya, "Puede decirse que más notableque el descubrimiento de América es el descubrimiento de que elamericano es un hombre libre, o destinado a serlo"5. Los reyes de-cidían no trasladar a las nuevas tierras una de las instituciones másantiguas, sólidas, legitimadas y expandidas de Occidente y daban asía los nativos del Nuevo Mundo jerarquía de vasallos libres de lacorona de Castilla.

Esta revolución de conciencia de los reyes fue tan profundacomo veloz.

Profunda, porque los esclavos pululaban en Europa, especial-mente en el mundo ibérico como fruto de las conquistas portuguesasen África y las victorias aragonesas y castellanas sobre moros yturcos. La esclavitud era frecuente en la misma corte castellanacomo lo prueba la partida de la infanta doña Juana, un año después,para casarse en Bruselas con Felipe el Hermoso; un nutrido grupode esclavas, probablemente moras, marcadas en la cara, acompaña-ban a la futura Juana la Loca en su viaje nupcial y quedarían a suservicio en la corte borgoñona. Era impensable una "conquista" sinesclavos como botín y contrario al lucro de las expediciones. Ladecisión liberadora de los Reyes Católicos iba, pues, contra lascostumbres y sus propios intereses materiales.

Y fue una revolución veloz, porque medida la profundidad delcambio, sorprende que se haya podido prediseñar en cuatro días ydefinir en sólo dos meses de consultas políticas, jurídicas y teologíacas. Esta celeridad habla claramente sobre las miras mayores que losreyes tenían para su política en el Nuevo Mundo pero también sobrela impronta isabelina de la decisión. Más tarde, muerta ya la reinade Castilla, Femando de Aragón, como regente del reino, iba acontinuar la filosofía fundadora, pero sin la claridad luciente de estaprimera afirmación.Desde la perspectiva americana, estos episodios merecen otralectura. La real cédula del 20 de junio de 1495 muestra a la Coronade Castilla definiendo una política específicamente pensada para elNuevo Mundo, no sólo independiente sino hasta contrapuesta a laPolítica peninsular y a la mediterránea. Hay en ella una fuerzafundacional capaz de alterar instituciones mayores de OccidentePara servir al destino americano. Y esto es Castilla. Y esto es Isabel.La audacia fundacional morirá con la reina, pero las grandes líneas

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que ella traza no serán borradas por sus sucesores, ni aun enasuntos tan revolucionarios e incómodos como éste de la libertad de los hombres americanos. Isabel funda para siempre.Para los americanos de hoy, aquella decisión es de una impor- tancia pocas veces comprendida. La filosofía de la real cédula tuvoluego una vida conflictiva a lo largo de décadas de forcejeos paraproteger a los indígenas de tratos inhumanos o injustos en los reinosamericanos mismos. La libertad decretada por los reyes no fue taneficaz como la justicia que los americanos de hoy desearíamos paranuestros antepasados. Y muchos hombres distinguidos se alzaroncontra los excesos, desde fray Antonio de Montesinos y fray Barto-lomé de las Casas.Pero si los Reyes Católicos hubiesen transportado al NuevoMundo la institución esclavista europea, tal como lo hicieron todoslos otros monarcas. la situación de los indios habría sido peorDramáticamente peor: los indios podrían haber sido transportadosa cualquier lugar del mundo para ser vendidos como esclavos. EnMéxico y en el Perú esperaban a los conquistadores poblacionesdóciles y laboriosas con gran exceso demográfico y un lucrativotráfico esclavista pudo haberse montado sobre tales reservas humanas. Así procedían los portugueses, sin ir más lejos.Y así estaba procediendo el mismo Colón, que creía fundar ungran movimiento comercial para su provecho y el de la Corona, aldisponer la libertad y el retomo de los cautivos, los Reyes Católicosfundaron una filosofía. y en lo inmediato salvaron a los americanosde ser capturados, desarraigados, trasportados a cualquier parte yvendidos como esclavos. A pesar de los padecimientos y las injusti-cias relativos a la época, los americanos permanecieron en sustierras, con sus familias, en sus pueblos, en sus comarcas. Y conellos sus culturas, sus tradiciones y buena parte de sus institucio-nes, nutriente fundamental de la América de. nuestros días. ¡Nadamenos!

El torbellino fundacional arrastraba todo. Castilla negoció conPortugal los alcances de la bula papal "Inter caetera" para evitar unconflicto y cedió inocentemente 270 leguas más de territorio hacia elOeste, sin imaginarse que daba el lugar necesario a la fundación delBrasil en el entonces desconocido extremo nordeste de América delSur. El tratado de Tordesillas fue firmado en 1494.

Y en uso de las autorizaciones reales, Cristóbal Colón facultó asu hermano Bartolomé a que dispusiese el traslado de la insalubrecapital americana. En 1497, La Isabela se había transformado en laciudad de Santo Domingo, la más antigua de América, "fechura demis manos" según se jactaría años después don Fernando de Aragón,ya viudo.

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Empiezan para Colón los años aciagos. Derrotado por la adver-sidad económica, enérgico en el mar pero débil en el gobierno de las

colonias, inexperto en sus funciones virreinales, es reemplazado enel gobierno por Francisco de Bobadilla en 1499. Bobadilla lo maltra-ta, los reyes lo desagravian en cuanto llega prisionero a España. Perosus trabajos gigantescos y los informes de Bobadilla deciden a losreyes a dar un nuevo y extraordinario impulso a la expansiónoccidental.

En 1501. Isabel y Fernando designan a don Nicolás de Ovando,caballero jefe de la orden de Alcántara, como gobernador de LaEspañola y todas sus crecientes dependencias. Y ponen bajo sumando una flota de treinta barcos con 2.500 tripulantes, el doble quela gran expedición de 1494. Otra vez han elegido a un hombreexcepcional que bien puede ser considerado el primer gran gober-nante americano. Ovando hará de La Española un sólido retoño dela sociedad, la organización y la cultura castellanas. Con él empiezael florecimiento del Nuevo Mundo.

Los navíos de Ovando son por entonces los mejores. Lleva abordo una ciudad entera, doblando en almas la población queBuenos Aires tendrá más de un siglo después, durante los memora-bles gobiernos de Hemandarias. Y su ciudad flotante contiene todolo necesario en gente, especialidades e instrumentos para fundaruna gobernación definitiva. Isabel y Fernando vuelcan todos losrecursos de España hacia las lejanas Indias.

Podemos imaginar a la reina, declinante ya de su vejez prema-tura, trabajado el cuerpo por las fatigas de un reinado sin par,soñando en su palacio de Valladolid cómo suelta amarras la inmensaflota.

Y podemos imaginar al gobernador Nicolás de Ovando, en elpuente de mando de la nave capitana, luego de dejar las Canarias pormares casi desconocidos hacia tierras casi desconocidas, contem-plar con una envidiable plenitud cómo navegan sus treinta barcos,al tope el pendón de Castilla, por aguas que sólo diez años antes noexistían para el mundo civilizado.

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La ciudad flotante

La ciudad flotante de Nicolás de Ovando era el trasplante deEspaña en el Nuevo Mundo. Sus 2.500 viajeros se iban a sumar a los300 colonos sobrevivientes de las expediciones de Colón y deltraslado de la capital de La Isabela a Santo Domingo. A continuaciónel gobierno eficacísimo de Ovando consolidaría la colonia definitivacon toda su organización, sus instituciones, sus intereses y susideas. Empezaba la España de indias, hija pero no réplica de laEspaña de Europa.Como para todo trasplante exitoso, se habían elegido los másaptos retoños de la sociedad donante; y la selección natural desechólos elementos humanos más estables y conservadores, que formanla masa mayor y el factor de equilibrio en las sociedades asentadas.Era la España soñadora, ambiciosa, creativa y audaz la que navega-ba." Y para ser todo eso, los hombres de la ciudad Dotante resultaríantambién levantiscos, desbordantes, contestatarios, autónomos einsumisos. Ya se había visto con Colón. Y se vería después deOvando.

Desde el origen, pues, no serian iguales las dos Españas. Acontinuación, implantadas en realidades geográficas muy distintas,enfrentadas a desafíos y enemigos incomparables y separadas porun océano, los dos brazos de la Comunidad Hispana verán aumentarsus diferencias al paso de las construcciones y los fracasos de cadauna. Diferentes en el origen y diferentes en el vivir, terminarán teniendo destinos diferentes cuyas semillas fundadoras tambiénestán en la ciudad flotante de Ovando. Se trata, sin duda, de lamisma Hispanidad, pero serán dos Españas.

Esta paradoja dialéctica de la unidad en la diversidad es elgalimatías mayor de la historia política de la Comunidad Hispana.Los reyes de España y su clase dirigente realizarán un verdaderoprodigio de equilibrio para mantener la unidad del inmenso imperiodurante nada menos que tres siglos. Y con más o menos astuciaaplicarán ora el criterio de diversidad iniciado por Isabel de Castilla

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en la real cédula sobre la esclavitud de los indios, ora el de autoridadimplícito en el nombramiento del enérgico Nicolás de Ovando. Ydigamos desde ya, que la mala comprensión de estas contradiccionesinevitables ha llevado a muchos historiadores y políticos de laAmérica independiente a confundir el rechazo de la autoridad deEspaña con el rechazo de la Hispanidad, haciendo más incompren-sible nuestro presente.

Los españoles de 1502 eran súbditos de los Reyes Católicos,pero tenían de la autoridad real una visión muy distante de la imagendel monarca absoluto. Tanto en Aragón como en Castilla, la Coronaestaba apoyada en una compleja red de compromisos y garantíasrecíprocas que asemejaban el rey de entonces a un mandatario denuestros días. Desde sus orígenes las familias reinantes habíantenido legitimidad popular y cada nuevo soberano debía ser recono-cido y jurado por las cortes como condición de su desempeño. Entodos los casos estas juras quedaban sujetas a que el nuevo reyjurase, a su vez, respetar los fueros y los derechos de los súbditos.Se trataba de un verdadero contrato.

En la cúspide de estos compromisos estaba la nobleza, todavíaentonces de fuerte militancia guerrera, con mando efectivo sobregrandes feudos y al frente de milicias que constituían fuerzasindispensables a la defensa del reino y su paz interior. Pero en estesistema piramidal, el rey tomaba su legitimidad del acuerdo de susvasallos, como lo muestra la jura de los aragoneses que Arciniegasreproduce del pensador venezolano de la Independencia Miguel JoséSanz: "Nosotros y cada uno de nosotros, que vale tanto como vos, yque juntos podemos más que vos, os juramos obediencia si cumplísnuestras leyes y guardáis nuestros privilegios y si no, no"6.

En la práctica, el cumplimiento del contrato por parte del rey,era vigilado por las ciudades y las cortes, regularmente convocadasen tiempo de los Reyes Católicos. Cuando muere Isabel, Femandodebe ceder el Gobierno de Castilla a su hija Juana, a pesar de suinsania, porque las ciudades castellanas se niegan a obedecerle porser aragonés. Y aun después de muerto el rey católico, el heredero,Carlos, deberá jurar gobernar en compañía de su madre loca paraque las ciudades castellanas acepten su legitimidad.

Pero todo esto estaba, además, contenido y regulado en unaprolija y frondosa legislación escrita, motivo de interés y dedicaciónpara los reyes de Castilla a partir de la codificación fundadora deAlfonso el Sabio (1221-1284). Ya Isabel tenia el hábito de establecersus órdenes minuciosamente por escrito, porque se entendía que laautoridad real no tenía imperio sin tales procederes, que llegarán alparoxismo en tiempos de Felipe II. Este cuerpo escrito consolidabala autoridad del monarca pero también protegía los derechos de lossúbditos que podían atacar una decisión real con conocimientoexacto de los textos legales.

Por añadidura, Isabel de Castilla acarreaba defectos de legitimi-

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dad desde el golpe dinástico de 1474. Reinará construyendo suautoridad sobre la eficacia de su gobierno y una lealtad de la naciónque deberá renovarse caso por caso. No podrá hacer apelación fácila la herencia de sus mayores o a las doctrinas de su padre o abuelo,como en cambio usarán con frecuencia Carlos V, Felipe II y loscontinuadores. Era una reina fuerte, pero podía ser discutida, másaun en aquella España a medias vertebrada, en que miles de noblesy oficiales se reclamaban de haber agregado algún palmo al territoriodel dominio real. Un buen puñado de aquellos oficiales estaban enla expedición de Ovando.

Se necesita poco más para comprender el carácter consensualy la relativa inconsistencia del poder de los reyes. Colón mismo y susdescendientes nos lo dan en la dureza de las exigencias que elDescubridor impone a la monarquía en las Capitulaciones de SantaFe y en los violentos y prolongados pleitos con que sus herederosdesafían la autoridad de Fernando regente y de Carlos, rey de Españay temido emperador de medio mundo.

Estos reyes políticos, que habían ya reinado un cuarto de sigloaprendiendo a combinar los medios con los fines para obtener elmejor resultado en cada emprendimiento. no sólo pusieron cantidadde recursos en la empresa del Nuevo Mundo, sino especialmentecalidad.

Ovando y sus principales lugartenientes eran hombres defrontera. Pertenecían a órdenes militares y religiosas nacidas en lalucha contra los moros y habían estado ellos mismos involucradosen la última etapa de la expansión castellana en la península.Poseían los atributos del hombre de frontera, la fe religiosa y lamística evangelizadora del cristiano combatiente, la seguridad y elorgullo de una sociedad triunfante, la ideología de que la victoria daderechos, para arriba y para abajo y el derecho al botín como nobleresarcimiento de los esfuerzos.

Como hombres de frontera tenían poco temor a lo desconocidoy el hábito de tornar decisiones propias y seguir avanzando cuandoya se ha debilitado o aun perdido el nexo de autoridad con elmandatario inmediato o con el rey lejano. Éste es el perfil de todoslos grandes exploradores y conquistadores del Nuevo Mundo, lacondición necesaria de la fantástica aventura de la nueva Hispani-dad. La historia de América está llena de estos protagonistas, que seadelantan a veces cientos o miles de kilómetros de la fronteraconocida, que se pierden en junglas, costas y montañas y que siguenavanzando, fundando y peleando en nombre de un rey que nisiquiera saben si continúa vivo. Y este mismo rasgo de carácter y decultura los llevará a desconocer la autoridad local de un gobernadory aun rebelarse contra órdenes reales que consideran injustas, operjudiciales para el propio interés de la Corona.

Es la estrella de la frontera lo que lleva Hernán Cortés en lafrente cuando en 1519 desembarca en las costas de México, funda

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Veracruz, se hace designar Capitán General por el municipio que élmismo forma y emprende por sí la conquista del imperio azteca, enabierta rebelión contra la autoridad del gobernador de Cuba que lohabía comisionado.

La fe religiosa y la mística evangelizadora serán el soporteideológico de la conquista. La facilidad con que estos hombresexponen su vida, el ardor conque combaten y la entereza moral deque hacen gala en las interminables "entradas" por tierras descono-cidas —y sospechosas de albergar toda clase de demonios y acciden-tes geográficos descomunales— sólo se entiende a la luz de estacultura de "guerra santa". Cierto es que procuraban y obtenían aveces grandes recompensas materiales y honoríficas, pero éstas novalen un ardite al lado del miedo a lo desconocido, los sufrimientosfísicos y la fecundidad de la muerte.

En 1536, realizada ya la conquista del Perú. Manco Inca,hermano del ejecutado Atahualpa, encabezó una gran sublevacióny sitió a Cuzco con un ejército calculado en 50.000 hombres. La viejacapital era defendida por unos 200 españoles entre los que seencontraban Gonzalo y Juan Pizarro. hermanos del Conquistador.El sitio duró ocho meses y siguiendo las crónicas de HernandoPizarro y el inca Garcilaso, el historiador boliviano Gonzalo Romerocuenta así el final: "La lluvia permanente de piedras y flechas matóa más de treinta españoles y el resto tenia —en realidad todos—diversas heridas... Los hispanos daban a su supervivencia uncarácter milagroso. Veían todos a Santiago y la Virgen protegiéndoloso matando enemigos. Su fe religiosa se convirtió en uno de sus másimportantes sostenes sicológicos... La batalla, en la que el denuedode ambas partes pugnaba por la derrota del enemigo, terminó enfavor de los peninsulares. En esta lucha murió Juan Pizarro de unapedrada en la cabeza".

Esta verdadera superioridad ideológica de los españoles frentea las naciones indias había crecido a lo largo de los siete siglos deconvivencia armada y puja militar contra los moros y tuvo unaconfirmación restallante con la toma de Granada, en los pródromosdel descubrimiento. La rendición de Boabdil provocó un estallido dejúbilo en toda Europa y el Papa decidió conceder por este logro aIsabel y Fernando, el derecho de llamarse Reyes Católicos.

La fuerza ideológica se completaba con la superioridad técnica. En todos los campos del conocimiento los reinos españoles, dispo-nían de los mejores recursos de la época: en lo que era propio de loscapitanes de Indias, lo militar, la excelencia española se transforma-ba ya en la superioridad que culminaría en los famosos "tercios". Lasegunda etapa de la guerra de diez años contra Granada habíaconducido a una reorganización completa de los recursos militaresque ya hemos mencionado, pero que ahora conviene esbozar.

Según José Luis Comellas, "La guerra de Granada reportótambién otra consecuencia de incalculable importancia: la consa-

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gración de un ejército de corte moderno, la regularización de loscuadros y los mandos, el empleo de nuevas armas y nuevos sistemastácticos, reportaron un avance que hoy se considera decisivo en lahistoria de la guerra"7. Por su parte, Domínguez Ortiz pinta uncuadro de las operaciones bélicas que muestra una capacidad deorganización y de mando que no conoceremos en América hasta másde tres siglos después, ya en plena Independencia"... se pruebadocumentalmente la presencia en los años finales de masas decombatientes muy superiores a cuanto antes se había visto, hasta50.000 infantes y 10.000 caballos, según las estimaciones deLadero... Otra novedad la constituyó el empleo, por primera vez. dela artillería en gran cantidad, como unidad combatiente autónoma:centenares de piezas que tuvieron un papel decisivo en esta guerra.Tanto el empleo de ejércitos numerosos como de material poliorcéticoplantearon problemas de abastecimiento que parecían insolubles...".8Todos los viajeros de la ciudad flotante de Ovando conocíanestas hazañas que asombraron a la Cristiandad y muchos de entreellos habían intervenido directamente en su factura. No podíanmenos que sentirse orgullosos de su potencia y confiados en lasuperioridad técnica de sus recursos organizativos y guerreros.Tenían, pues, la seguridad y el orgullo de una sociedad triunfante.

Sin considerar estos elementos ideológicos y materiales, lafuerza interior de los conquistadores resulta incomprensible. No sepuede entender a Balboa, a Solís, a Cortés o a Magallanes-Elcano; ymenos aun aquella escena mitológica de Cajamarca. cuando Fran-cisco Pizarro. acompañado por 180 españoles capturan al IncaAtahualpa y matan a sus principales dignatarios a la vista de unejército indio de 40.000 hombres!

Con estas fuerzas interiores, los viajeros de Ovando transpor-taban al Nuevo Mundo una concepción neta sobre los derechos de lavictoria. Desde el comienzo de la Reconquista a lo largo de siete siglosde guerra, la vida militar española, especialmente la castellana,consolidó un derecho de la conquista que era ya parte principal dela cultura política. El guerrero victorioso adquiría privilegios frentea la Corona y derechos de disposición sobre la vida, la libertad y losbienes de los vencidos, el botín.

A comienzos del siglo XVI, todo guerrero español. luchase dondeluchare, estaba seguro de que su victoria seria acompañada por laconfirmación automática de sus derechos para arriba y para abajo.Los expedicionarios al Nuevo Mundo llevaban en su corazón estecódigo de siete siglos y lo aplicarían en América aun contra lavoluntad real, transmitiéndolo a sus descendientes durante muchí-simas generaciones, acaso hasta las degollinas de las guerras civilesque asolaron a todos los países de la América independiente del sigloXIX.

¿Cómo podía esta Corona relativamente débil descansar en lalealtad de conquistadores relativamente fuertes y autónomos? Si en

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el diseño inicial la procura de una gran calidad de viajeros esapropiada a la desmesura de la tarea, parece inevitable que con elafianzamiento de las nuevas colonias surgiesen desbordes e indisci-plinas que afectasen seriamente la autoridad real.

Todo eso sucedió. Desde la gobernación punitiva de Franciscode Bobadilla —que trata de poner orden en el desquicio administra-tivo del Descubridor y lo envía a España encadenado— en adelante,los reyes de España enfrentarán infinitos conflictos de autoridad enel Nuevo Mundo. Algunos son célebres, como la generalizada supo-sición de que Hernán Cortés pensó en fundar una dinastía propia enNueva España, lo que condujo a Carlos V a crear el Virreinato encabeza de su hombre de confianza. Antonio de Mendoza. O lainmensa y sangrienta sublevación de los encomenderos en el Perúcomo respuesta a las Leyes Nuevas y que dio lugar a una prolongadaguerra civil hasta que se repuso la autoridad real, aunque no sinforzar la mano de Carlos V, que debió reconsiderar su política.

Pero detrás de la crónica de estos sucesos, que podría formaruna verdadera "Historia de las resistencias americanas a la autori-dad real", subyace el hecho medular: desde el principio y por elprincipio, la autoridad americana será un compromiso entre lavoluntad de la Corona y los intereses y derechos de los españoles delNuevo Mundo. Este es un rasgo mayor de nuestra fundación, quecrecerá con el tiempo.

Los Reyes Católicos no ignoraban estas debilidades. Paradomeñarlas, contaban con dos instrumentos fuertes, típicos ydiferenciados respecto de la España europea: la nueva Iglesia y lanueva administración.

Cuarenta años antes de Lutero, Isabel había iniciado la reformade la Iglesia española, con el sostén y la autoridad de su confesor, elfuturo cardenal Cisneros. ¿rimado de España y dos veces regente delreino. Casi todos los vicios que Lutero señalaría después en la Iglesiade Roma fueron erradicados en Castilla y en Aragón por la acciónconjunta de los reyes y el austero y legendario cardenal. Para loshistoriadores españoles, ésta es una razón principal del poco arraigo¿que la reforma luterana encontró en el mundo hispano.

Esta Iglesia reformada, rejuvenecida y reconstruida en susvalores misionales fue la que acompañó a los reyes en la toma deGranada, la conquista de las Canarias y la empresa del NuevoMundo. También en materia religiosa, España era la cabeza deOccidente.

Pero desde el primer momento, los reyes supieron asociar almérito moral de su reforma, el acrecentamiento de su poder político.Fundados en el mismo derecho de conquista que reconocían a susservidores. Isabel y Femando obtuvieron en Granada y en Canariasuna delegación expresa y amplísima de la autoridad papal en todo lo

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concerniente a la administración de la Iglesia y sus bienes. Laextensión de la Iglesia a las nuevas tierras conquistadas al infiel, eraun mérito de España, no de Roma. Los reyes pidieron y obtuvieronel reconocimiento de este mérito. El Papa se reservó la autoridad encuestiones de fe y delegó en los reyes la autoridad administrativa dela Iglesia en las nuevas tierras. Había nacido el Patronato.

Los reyes de Castilla y Aragón eran los únicos monarcasinvestidos de poder de administración de la Iglesia, aunque limitadoa Granada y Canarias. El Patronato no existía en los reinos antiguos.En Castilla y en Aragón, la Iglesia estaba antes que España; enGranada y Canarias, España estaba primero.

Las dos reformas revolucionarias viajaban con Ovando, lanueva Iglesia española y el nuevo poder de los reyes sobre la Iglesia.Y a pesar de la resistencia de los papas a legitimar esta extensión delPatronato granadino y canario al Nuevo Mundo, el poder de los reyespudo más. En 1501, la bula "Eximiae devotionis" facultó a losmonarcas a percibir los diezmos eclesiásticos por sí y en 1508 elsagaz y triunfante Femando de Aragón, regente de Castilla, obtuvola bula "Universalis ecclesiae regimini", que reconocía el derecho dePatronato a perpetuidad "en todos los territorios de Ultramar queposeyeran o pudieran adquirir en el futuro". El Patronato real de lasIndias echaba a andar.

Los reyes de España ejercieron el Patronato de Indias sinlimitaciones. Ni siquiera el derecho de inspeccionar las diócesisamericanas les fue reconocido a los papas por el muy creyente FelipeII. A los reyes del Nuevo Mundo les había nacido un nuevo brazo depoder; la Iglesia era una parte del Estado.

Y éste es un rasgo exclusivo del mundo americano. Sólo en elsiglo XVIII los reyes de España obtendrán facultades parecidas deadministración eclesiástica en sus dominios europeos. En el NuevoMundo, el Estado nacía asociado con la Iglesia, ambos bajo laautoridad real; reforzándose e Influyéndose mutuamente, constru-yendo y codiciando la vida americana hasta la Independencia, yaun después.

Los reyes del Nuevo Mundo gobernaron su Iglesia con losmismos criterios de excelencia y modernidad que fue su sino. Laorganizaron minuciosamente y la dotaron de los mejores recursoshumanos de la época.

La osatura de la Iglesia americana queda retratada en elConcordato de Burgos (1512) en cuanto se refiere ala percepción yredonación de los diezmos, impuestos que pagaban todos los pro-ductos de Indias, con excepción de los metales preciosos, con destinoal mantenimiento de la Iglesia. La Corona delegó en los obispos, aperpetuidad, el cobro y distribución de estos fondos, según un prolijoordenamiento que reservaba al Rey la novena parte. El historiadoringlés J. H. Parry. con la mirada profunda que lo caracteriza,concluye: "Por medio de esta importantísima disposición el Rey dio

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a la Iglesia de las Indias una renta permanente; apoyó el cobro deaquella rentaron el peso de la autoridad real y aseguró que el dinerose gastaría por hombres a quienes él nombraba y de acuerdo con lasnormas que el aprobaba"9.

El poder así delegado en los obispos del Nuevo Mundo lostransformaba en funcionarios reales de primera magnitud. Por elmismo motivo, los reyes pondrían especial y directo interés en elegira los mitrados de entre los hombres más capaces y leales. A su vez.los obispos americanos quedaban estrechamente ligados al monarcay lo estarían no sólo en los temas administrativos, sino también, porextensión, en dos asuntos de su propia incumbencia, la ética de lascostumbres y la ética política. Finalmente, estos obispos poderososy ligados a la intimidad de la Corona gozarían en el Nuevo Mundo deun prestigio sólo sobrepasado por la autoridad del virrey. Esta es laIglesia de América; rica, dominante y habituada a intervenir en losasuntos de Estado por derecho propio. Ya en la gran expedición de Cristóbal Colón, en 1493, seembarcó un grupo de religiosos elegidos directamente por los reyes,nombrados por la Cancillería real y sostenidos por la real hacienda.Sería siempre así. Aun el menos americano de los reyes. Carlos V, seaplicaría personalmente a elegir los predicadores del Nuevo Mundo.De su mano saldrían los nombramientos de fray Luis de León, frayAlonso de Veracruz y fray Juan de Zumárraga. primer obispo deMéxico, gran humanista e introductor de la imprenta en Indias.

La fuerza de estos nombramientos y del empeño de los nombra-dos llevaba la impronta del poder imperial y de la rejuvenecida Iglesiaespañola. Y la saga fundadora la puede resumir Parry diciendo; "Lalista de nombres y hazañas es impresionante. Los hombres quedirigían la conquista espiritual de las Indias no eran simples frailes:eran hombres escogidos, osados radicales religiosos que representa-ban tanto la austeridad como el fermento intelectual de la reforma dela Iglesia en España: muchos de ellos tenían una preparación y unaexperiencia muy elevadas para la tarea con que se enfrentaban.Eran, además, un ejército espiritual cuyos comandantes estabanmuy cerca del trono; el apoyo real les daba, en su exagerada:humildad, una autoridad señorial. Su misión se planeó con ladisciplina y la detallada atención de una campaña militar"10.

Esta alta calidad moral de los primeros religiosos, que se uníaa su eficacia administrativa y su lealtad a la Corona, sustentaría la otra función eminente que tendrían en la sociedad americana: dictary vigilar la ética de las costumbres y la ética política. Y aunque loscontrastes y los abandonos de la vida en el Nuevo Mundo desviaronla conducta de muchos, especialmente entre el clero secular, en su conjunto la Iglesia americana nació y anduvo muchos años por elcamino de la grandeza moral.

Lo misional era la razón de ser de la saga del Nuevo Mundo. Setrataba de construir una sociedad perfecta, mucho más perfecta que

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la impura del Viejo Mundo, con un sistema de costumbres calcadode los mandatos religiosos y con sueños de perfección social y políticaque entonces estaban en la esperanza de Europa. Buen testimoniode ello es la minuciosidad con que fray Juan de Zumárraga lee yanota la Utopía de Tomás Moro. Y los emprendimientos "utopistas"que los religiosos intentan en el mundo americano, desde losiniciales días de México hasta las grandes construcciones de laCompañía de Jesús, culminantes en las forestas guaraníes, en laprimera mitad del siglo XVIII.

Así es que los obispos procurarán regular la vida pública y privada, con el vigor de su doble autoridad religiosa y temporal y unrespaldo de la monarquía que se hará francamente autoritario bajoel autócrata Felipe II. En esta línea, el acontecimiento más memora-ble tuvo lugar el día de Navidad de 1511, cuando fray Antonio deMontesinos pronunció desde el pulpito de la iglesia de SantoDomingo, en presencia del virrey don Diego Colón, el sermóndenunciando el mal trato de los indios. Se trataba de la ética de lascostumbres y de la ética política y puso en marcha un brillantísimocapítulo de la defensa de los derechos humanos cuyo continuador ycúspide seria Iray Bartolomé de las Casas.

Con esta Iglesia poderosa e inteligente, pero subordinada, elpoder real construía un largo brazo para controlar los desbordes delos conquistadores y sus desobediencias a la autoridad civil. Loshombres de frontera, levantiscos ante gobernadores y virreyes, mastemerosos de Dios, pondrían sus conciencias entre las manos de losobispos de esta nueva Iglesia, de grandes calidades morales, perosabedores de sus deberes para con la monarquía.

No debe verse todo esto con los ojos de la hipocresía. Lasubordinación de la Iglesia americana a la autoridad de los reyesestaba legitimada por el compromiso de la Corona con la inmensaobra misional. Todo atentado a la autoridad real era. por lo tanto, unaperturbación en el logro del fin común, sustento último del Patro-nato.Lo que no podían imaginar el rey Fernando y el papa Julio en1508, ni los esforzados continuadores de las décadas siguientes, esque esta estrecha amalgama entre la Iglesia y el Estado habría desobrevivir para siempre, cuando ya estuviese muy lejos el finmisional que le dio origen.

Los pueblos americanos heredaríamos una Iglesia íntimamentemezclada con los asuntos políticos, habituada a tutelar las costum-bres públicas y privadas y convencidas de la intangibilidad de susderechos. Y esta Iglesia no era una copia de la España europea, sinouna creación propia del Nuevo Mundo que los Reyes Católicosimaginaron con el mismo criterio de diversidad que salvo a los indiosde la esclavitud. Por sus virtudes, por su modernidad y por suempuje, nuestra Iglesia era tributaria de lo mejor de la Hispanidadcomún. Por su condición de brazo religioso del gobierno, era unasiembra propia de la España americana.

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Desde las Capitulaciones de Santa Fe. la explotación del NuevoMundo está concebida como una empresa privada, cuyo sociomayoritario es la reina de Castilla, que cede la minoría a CristóbalColón y sus descendientes. Cuanto se descubra y funde serápropiedad patrimonial de la Corona, excepto la cesión de derechosque los reyes hagan en cada caso para impulsar las tareas, o enreconocimiento de servicios. Éste es el principio maestro del gobier-no, la legislación y la economía de las Indias. De aquí derivan lospleitos que Colón y sus descendientes entablarán contra el sociomayoritario y de aquí también los contratos de adelantamiento quelos reyes firman con descubridores y colonizadores, como nuestroprecursor Pedro de Mendoza.

Para el gobierno de esta propiedad privada y la aplicación de lasleyes de Castilla en los asuntos públicos, la autoridad de la Coronadescansa en la cabeza del gobernador. Nicolás de Ovando trae en susatribuciones una mezcla todopoderosa de autoridad pública y priva-da. La historia del Estado indiano nace con este perfil absolutista yuna confusión del patrimonio público con el patrimonio privado delpríncipe, más fuerte que en Europa y que promete tener larga ytortuosa vida en América.

Hasta la llegada de Bobadilla en 1499. el gobierno de LaEspañola en todos sus aspectos está confiado al socio minoritario, elDescubridor. Desde esa fecha el socio mayor se hace cargo de todala autoridad y la delega en los gobernadores. Ovando reúne en supersona las funciones ejecutivas, legislativas y judiciales más las deadministración privada de los bienes de la Corona, El gobernador esel freno a los desbordes de los autónomos y levantiscos conquista-dores y ejerce por sí todas las funciones civiles y militares.

Pero estas inmensas atribuciones deberán ser aplicadas en unambiente inquieto, a meses de viaje de Sevilla y sin el auxilio defuerzas militares que las respalden. A pesar de las brillantes condi-ciones de Ovando, él mismo deberá acompasar su energía a unsistema de compromisos con los hombres de su ciudad flotante.

Los pobladores llegados con Colón y los que acompañan aOvando traen las tradiciones de la representación popular enCastilla, todavía muy viva en la época, y agregan sus propios"derechos de conquistadores para aspirar a un sistema colegiado de,gobierno, sobre todo por la tradición de fueros que corresponden alas ciudades. Las ciudades indianas también tendrán su gobiernomunicipal.

Ya en la primitiva Isabela. Colón había tenido el privilegio denombrar alcaldes y proponer al Rey los candidatos a regidores.Cuando la Corona anula las prerrogativas del Descubridor, transfie-re sus derechos de gran elector a los propios colonos de La Española.Así, desde 1507. los españoles del Nuevo Mundo tienen un derecho

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de elección que reaparece luego de haberse ya extinguido en Castillamisma. El municipio americano, nucleado alrededor del Cabildo,será más democrático, más fuerte y más autónomo que el de lasciudades europeas. Otra siembra que hará largo camino. Esta generosidad democrática de los reyes-propietarios no eragraciosa. Al comienzo, el municipio americano no reduce la autori-dad del gobernador, sino que le suma una suerte de autoridadcolectiva para encuadrar los impulsos feudales y autarquizantes delos conquistadores. El municipio lo asiste en aplicación de la ley, loque no era poca cosa para un gobernador geográficamente aislado ydesprovisto de fuerza militar. E inaugura un sistema de participa-ción en la cosa pública que los reyes posteriores resistirán yamenguarán todo lo posible, pero que terminará semillando en los días de la Independencia.

Si el gobierno de la cosa pública queda en manos del gobernadory el municipio, el gobierno de las conciencias quedará enseguidaasignado al obispo. Tan temprano como en 1504. los Reyes Católicosobtienen del papa Julio II la erección de las tres primeras diócesisamericanas. Los obispos, nombrados por el Rey. se sentarán a la verade los gobernadores, no estarán sometidos a la periodicidad del cargocivil (de tres a ocho años para gobernadores y virreyes, aunque connumerosas excepciones) y gozarán de ingresos apenas inferiores alos de aquéllos.

Eficaces y minuciosos administradores como eran, los ReyesCatólicos no dejaron la cuestión patrimonial solamente confiada alcelo de los gobernadores. Todos los viajes de Colón y la ciudadflotante de Ovando eran fortísimas inversiones de capital de laCorona y así es que desde la partida, los agentes financierosembarcaron en las expediciones. Tesoreros y factores nombrados porla Real Hacienda acompañaron a Colón y fueron miembros forzososde la ciudad de Ovando. Estaban encargados de vigilar la buenainversión de los dineros reales y la correcta percepción de las rentasque justificarían el negocio.

Si Isabel la Católica había hecho una formidable modificaciónen las finanzas de Castilla, no seria menos cuidadosa y disciplinadaen las finanzas del Nuevo Mundo que, por añadidura, correspondíana su patrimonio personal. No sólo se percibirían con rigor las rentasy participaciones de la Corona sino que también se procuraríainventar nuevas formas de ingresos patrimoniales a medida que laempresa americana se desarrollase.

La mayor de todas las invenciones será el monopolio comercial.Así lo explica Guillermo Céspedes del Castillo"... los Reyes Católicosorganizaron sus primeros dominios americanos como un negocioexclusivo de la Corona y su asociado Cristóbal Colón. La inviabilidaddel sistema quedó pronto demostrada, y a partir de 1495 se fue

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autorizando a los súbditos castellanos para comerciar de una u otraforma con América. Sin embargo, la idea de monopolio comercialresultó tan grata a la Corona que prácticamente la continuaríaaplicando en la medida que le fue posible"11.Para realizar los negocios comerciales de la Corona y vigilar laaplicación de los derechos de monopolio, apenas partido Ovando, lareina dispone la creación de la Casa de Contratación en Sevilla,cabecera jurídica, marítima y religiosa del Nuevo Mundo. Acababa denacer el monopolio comercial, con su inevitable secuela de unaideología de economía cerrada y autosuficiente. otra herencia mayordel pensamiento americano a través de los siglos.

Con la llegada de Ovando en 1502, la fundación de la Casa deContratación en 1503. la creación de los obispados en 1504 y elestablecimiento del municipio electivo en 1507. la nueva administra-ción queda firme. Pero todavía faltará otra institución vital, acaso lamayor de todas, que nacerá después de la partida del gran goberna-dor: la Audiencia.En su prolija ingeniería, la ciudad de Ovando tenía una vigamaestra en la figura del gobernador mismo. No sólo asumía lospoderes reales expresamente delegados, sino todo el poder residual,el imperio de la monarquía sobre todos los asuntos nuevos o nosometidos a la legislación. Y la velocidad extraordinaria de la marchacivilizadora daba a luz nuevos problemas casi día por día. Oraasuntos de gobierno sobre materias desconocidas hasta la víspera,ora conflictos judiciales cuya resolución haría derecho para siempre.Además de eficaz e inteligente, el gobernador debía ser de unaindudable lealtad a la política del Rey. Lo fue Ovando. Lo fue menosDiego Colón, hijo del Descubridor, duque de Veragua y almirante dela Mar Océano, su sucesor.Diego asume el gobierno en 1509. Reunía en su persona lacondición de heredero de los derechos de su padre, socio minoritariode la empresa americana, con la autoridad delegada por Fernando deAragón, regente de Castilla. Y Diego Colón inicia el gobierno con todosu orgullo dinástico y un empuje casi feudal. Un gobernador que nosólo gobernaba por delegación.

Dos años después, la Corona decide crear la audiencia de SantoDomingo, la primera de América. Y cuando en 1527 el victoriosoHernán Cortés, instalado en la capital imperial de México, crececomo una sombra de gloria sobre el poder de Castilla Carlos V decidecrear la Audiencia de Nueva España. Por eso puede decir GeorgesBaudot: Así, la Audiencia fue concebida en la América españolacomo un instrumento de gobierno y de control nombrado por elConsejo de Indias para equilibrar los poderes personales de indivi-dualidades demasiado fuertes, conquistadores o virreyes"12. No envano se llamará a los oidores, "el partido del Rey".

Las audiencias americanas —que seguirán el paso de la con-quista hasta cubrir toda la tierra española— serán, como dice Parry,

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tribunales de apelación y consejos de gabinete", una complicadamezcla de órgano judicial y órgano ejecutivo, que intervendrá, segúnlo dice la Recopilación de Leyes de Indias, en "cosas de gobierno" ycosas de justicia". Dicho llanamente, administran justicia, supervi-san la aplicación de toda la legislación indiana y vigilan la conductade los gobernantes en todos los niveles. Cuando hay acefalía de lagobernación o del virreynato respectivo, las audiencias asumirán elgobierno total. Eran la nueva retaguardia del poder imperial.

Para hacerlas inexpugnables, los reyes trabajaron minuciosa-mente en la selección de sus miembros, "oidores", la fijación ymantenimiento de elevados sueldos y la reglamentación de sus vidaspúblicas y privadas para que no se contaminaran con los intereses,costumbres y malandanzas indianos. Al decidir que los oidoresserían letrados provenientes de las mejores universidades peninsu-lares, con antecedentes de servicio público intachables y sin otrafuente de poder que el propio nombramiento real, la Corona creabaun verdadero estamento burocrático en todo lo ajeno a la magia y elempuje de la gesta colonizadora.

Las audiencias se convirtieron en el freno de la loca carreraamericana. En un mundo en que estaba legislado todo lo atinente ala vida humana, fuese público o privado, controlar la aplicación dela ley era controlar todo. Y con el paciente crecimiento del reglamen-tarismo absolutista de Carlos y Felipe, el poder de las audienciascrecerá sin pausa, enfriando los impulsos creadores de la conquista,domesticando a los conquistadores y sus orgullosos descendientes,dividiendo a la sociedad indiana para que mejor reinara el rey lejanoen el goce de la "pax" española.

Así. con la creación de la Audiencia de Santo Domingo en 1511.la nueva administración está completa. Tiene el empuje de losgobernadores-conquistadores, la válvula popular del municipio, elcontrol ideológico y social de los obispos, el control monopólico de lostesoreros reales y el freno de los oidores. Es una obra maestra, queresistirá por tres abigarrados siglos los asaltos de la rebeldíaespañola, la diversidad indiana y la codicia de las otras potenciaseuropeas.

La ciudad flotante desembarcó en la diminuta aldea de SantoDomingo. Con sus instituciones, sus sueños y sus destinos. Tam-bién con las conductas, las técnicas y la organización de la vida quetraía de la matriz castellana.

Ciudad a flote y ciudad en tierra. Los viajeros no se esparciríanpor el ancho espacio dominicano; se nuclearían en una ciudadincluso desde el ángulo legal. Los castellanos habían tenido la ciudady la ciudad fortificada como el núcleo del avance y la consolidaciónde la frontera contra el moro, y ciudades serán también los asientoshumanos en el Nuevo Mundo. Es un rasgo de la Cultura, "unimperativo de la defensa, una condición de eficacia y un estilo.

La ciudad americana tratará de nacer moderna y será un

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testimonio irrefutable de la superioridad tecnológica de España. Conuna traza nueva, rectilínea, alrededor de un centro administrativo,religioso y comercial y desprovista de fortificaciones que la encorse-ten. Las manzanas cuadradas, la plaza con el mercado, el cabildo, lacasa del gobernador y la iglesia y las calles lineales que se pierden enel paisaje agreste de los contornos, es el modelo de Ovando. Será laciudad del Nuevo Mundo, repetida prolijamente miles de veces entodos los climas y topografías; un modelo urbano único, inexistenteen la España europea y esparcido* en América en tal profusión quepodría hablar por sí solo de la formidable unidad cultural de nuestraHispanidad.

La nueva ciudad venia a trabajar, porque todos sus miembrosbuscaban en la peligrosa aventura del trasplante al mundo descono-cido, "mejorar de situación". Habría trabajo en conquistar, dominary mandar, trabajo en organizar la faena indígena, trabajo en catequi-zar, trabajo en construir la ciudad y su equipamiento material,trabajo en organizar el abastecimiento de los productos esenciales ytrabajo en remitir a España rentas que justificasen las enormesinversiones reales.

Los viajeros traían de Sevilla nuevos lotes de semillas y anima-les y útiles de labranza para organizar la producción de alimentos ybienes esenciales. Los castellanos no eran agricultores y esta labor se procurará sistematizar en base al trabajo indígena, poco prove-choso en el caso de las tribus seminómadas de La Española. Peroeran ganaderos y pronto habrá abundancia de carne y grandesrebaños de hacienda cimarrona. Y eran artesanos. En los añossiguientes, la artesanía española transplantada hará de Santo;Domingo la primera ciudad industrial de América. Son artesanos deLa Española y luego de Cuba, quienes fabricarán muchas de lasnaves utilizadas en la exploración y la conquista de tierra firme. Connaves indianas navegará Cortés a la conquista de México.

Pero la organización de la agricultura y de la paciente recolec-ción de metales preciosos, escasos en La Española, abría el caminoal fundamento económico de la empresa del Nuevo Mundo. Los reyesy los conquistadores sabían y aprendieron que los mejores recursosnaturales no tienen valor alguno si no hay mano de obra paramovilizarlos. Desde Colón, desde Ovando y durante toda la etapafundadora, la colonización española se asentará donde encuentrefuerza indígena disponible. Allí donde esta fuerza indígena seacalificada, la España de Indias florecerá hasta la maravilla.

Desde los primeros días. Colón inició en La Isabela los "repar-timientos" de indios entre sus lugartenientes, para que los hiciesentrabajar al servicio de la empresa que compartía con los reyes. Unaño después de su llegada, el gobernador Ovando recibe nuevasinstrucciones de Isabel y Fernando, con minuciosas disposiciones

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sobre el trabajo de los indios, sus deberes y derechos. Ovandoreinicia entonces, con los nuevos recaudos, los repartimientos. Asínació la "encomienda", institución axial de la economía y el poder enlas Indias de Carlos y Felipe.

La sociedad flotante acunaba a la futura sociedad indiana. Sunúcleo esencial sería la familia, concebida o mejor aun, sentidasegún el modelo castellano que Domínguez Ortiz describe descarna-damente: "En la base tenemos la familia, dotada de una autoridadpropia y concentrada en manos del padre, del esposo y que no es muyinferior a la del temible 'paterfamilias' romano. Salvo el derecho devida o muerte, el padre los tiene todos respecto de su prole. Los hijostenían medios de escape; las hijas estaban totalmente a su arbitrio;el padre decidía si habían de casarse y con quién, o si habían deencerrarse en un monasterio. Respecto a su mujer, aun era mayor,si cabe, su autoridad, puesto que en caso de que le diera muerte lajusticia prefería cerrar los ojos, a menos que la familia de la víctimafuera muy poderosa. No hay que dramatizar suponiendo que estoshechos eran tan frecuentes en la vida real como en la escena. Deordinario, la familia española era una pequeña república unida porel cariño y el respeto mutuo. Pero también se dieron en ella terriblesabusos de poder, y s«. los reyes apenas intervinieron en este terrenofue. probablemente, porque la autoridad familiar no tenía alcancepolítico"13.

Con el tiempo, la familia indiana adquiriría otros rasgos,acrecida en su tamaño por la presencia de siervos indios y esclavosnegros y aliviada en su rigidez castellana por el mestizaje, lamudanza de fortuna y el permanente desafío del inmenso escenarioamericano. Pero sobrevivirá para siempre el imperio del paterfami-lias, que en los casos de los futuros encomenderos y hacendados severá reforzado por el poder económico y territorial y los honores dela nueva aristocracia. De apoco, la familia castellana cambiará el grisoriginal por la policromía del clan indiano; una policromía nosiempre bella porque el mestizaje dará hijos bastardos, muchasveces maltratados. Después, en los años de la Independencia y laanarquía, el clan indiano será una célula protectora y dinámica y lospaterfamilias se hallarán a la cabeza de pequeñas repúblicas desangre; desde allí podrán ascender hasta el caudillismo y el gobierno.

La organización de la economía y de la familia era el tejido so-cial para los sueños de "ir a valer más" que movían a los grandesviajeros. "Codicia de riqueza y motivaciones religiosas" forman esossueños. "Pero quizás el rasgo más típico y acusado del conquistadorsea su ambición de fama y nobleza", dice Céspedes del Castillo ycuenta: "Bernal Días insiste en la muy memorable fama que merecenlos soldados de Hernán Cortés, dignos de contarse 'entre los nombra-dos que ha habido en el mundo'. Gomara dice que Núñez de Balboadeseaba 'cobrar muy gran renombre', y fue vencedor en todas susbatallas contra los indios 'que no hizo tal ningún romano"14.

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Venían "a valer más". Por eso no venían quienes ya estaban enla cúspide de la pirámide social, la gran nobleza peninsular. Perovenían lodos los otros, siempre y cuando tuvieran el empuje, lasagallas y la juventud necesarios para creer que el futuro es mejor queel presente. Y ese "valer más" era económico, pero es más aun moraly social. En la España del 1500 la nobleza era más importante, quela fortuna, los viajeros lo sabían.

También lo sabían los reyes, que a lo largo de toda la conquistaestán más propensos a pagar con dinero que con honores y menosaun con los poderes señoriales que habían distribuido con relativagenerosidad en la saga de la reconquista contra los moros, inclusoen la novísima Granada. Así. el premio mayor que España otorgabadesde siempre a sus conquistadores y generales victoriosos les serianegado a los indianos. "Tan lejos de España, el noble acabaría poramar a su tierra de adopción y su patrimonio más que a su patria deorigen, y en vez de mantener en paz las Indias terminaría por alzarsecon ellas"15.

No habría nobles indianos para alzarse con las Indias. Perodesde la misma ciudad de Ovando nacería una aristocracia criollaresentida por la aírenla de ingratitud que se le infligía. Acaso por esola independencia americana seria, tres siglos después, forzosamenteplebeya.

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Residuos de Imperio

El Tratado de Tordesillas fue un logro diplomático para España,aunque resultó una derrota geográfica, pero esto lo ignoraban loscoetáneos. Apenas firmado, los Reyes Católicos lo entendieron notanto como una partición del mundo posible, sino como una línea delargada para la interminable carrera hacia Occidente, un Occidentelegal y definitivamente español. La mirada castellana, ya acostum-brada a las grandes distancias, se levantaría aun más, perdiéndoseen las brumas del Poniente. Isabel, Colón y el papa Alejandro lehabían dado a España el mandato de marchar hacia el Oeste y la granestampida duraría un siglo.

La posta mayor del camino hacia Occidente seria ahora LaEspañola, esa pequeña España del Nuevo Mundo arraigada, engran-decida y gobernada por Nicolás de Ovando. Desde el desembarco dela ciudad flotante, ya nada emprendería España sin pasar por LaEspañola. Y casi de inmediato, la siembra de Hispanidad americanase haría íntegramente con semillas del Nuevo Mundo. Los sucesivosconquistadores del nuevo imperio serían lugartenientes de Nicolásde Ovando, y lugartenientes de sus lugartenientes. Por cierto, con lasmarcas culturales de la ciudad desembarcada.

Muerta la reina de Castilla en 1504. el poder de Fernando sedebilitó por la pretensión de Felipe el Hermoso de gobernar enCastilla como consorte de Juana la Loca. Pero la súbita desaparicióndel joven príncipe en 1506, el agravamiento de la insania de Juanay el éxito de la política italiana del propio Femando como rey deAragón, consolidaron definitivamente su regencia de Castilla queduraría hasta su muerte, en 1516.

No bien restablecido en su imperio sobre todas las Españas.Fernando retomó la política de expansión hacia Occidente. Su pasomayor fue convocar en 1508. en Burgos, a una Junta de Navegantes,reuniendo toda la inteligencia en asuntos de ultramar con el propó-sito de analizar sistemáticamente la situación de los descubrimien-tos y trazar un plan maestro de operaciones futuras.

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Aquella gran asamblea de notables ya sabía que Colón habíadescubierto nuevas tierras, probablemente un archipiélago, deextensión desconocida y que se interponía como una barrera en laanhelada marcha hacia Occidente. La Junta aconsejó al Rey dospolíticas simultáneas: tratar de encontrar el paso entre las presuntasislas para seguir el soñado viaje rumbo al Asia y explorar las tierrasdescubiertas que eran, en si mismas, por lo menos, un reino tangrande como Castilla. En Burgos, la mirada castellana volvió alevantarse hacia el Poniente.

"El gigantesco proyecto —dice José Luis Comellas— comenza-ría a realizarse ya en tiempos del Rey Católico (expediciones deVicente Yáñez Pinzón, Juan Díaz de Solís, Ojeda y Nicuesa) pero noculminaría sino en los primeros años de su sucesor Carlos I. con laepopeya de Magallanes-Elcano y las grandes conquistas america-nas"16. Segura de su poder y de su genio, la Castilla de la Gran Reinahabía decidido transformar a La Española en el centro de unaformidable explosión civilizatoria.

"La expansión castellana se verificó en estos primeros años conceleridad pasmosa. Puerto Rico fue conquistada por Ponce de Leónen 1508. Jamaica en 1509 por Esquivel. Cuba en 1510 por DiegoVelázquez de Cuéllar. En este mismo año Enciso y Núñez de Balboasalen de La Española y se establecen en la zona del istmo de Panamá,que Balboa será el primero en atravesar. El descubrimiento del Mardel Sur (1513) descartaba definitivamente la idea colombina yplanteaba el acceso al Pacífico"17.

Buscando este acceso marchó Ponce de León hacia el norte ydescubrió la Florida, y el más eminente navegante español, el pilotódon Juan Díaz de Solís hacia el sur, —según indicaciones del precursor Américo Vespucio— desembarcando por primera vez entierras del futuro Virreinato del Río de la Plata, donde murió.

El paso estaba más allá de la muerte de Solís y valía menos quetodos los descubrimientos. Lo dice bien Parry: "En el mismo año enque Cortés desembarcaba en México. Magallanes zarpaba en el viajaque iba a revelar tanto la verdadera ruta occidental hacia el Estácomo la espantosa extensión del Pacífico. El viaje de Magallanesreveló también que los españoles habían perdido la carrera; pero enAmérica Central tuvieron una recompensa de otra clase: aunque noconsiguieron encontrar un estrecho, fundaron un gran imperio"18.!El viaje de Magallanes-Elcano llevó a los hombres a los límitesdel planeta. Por su terrible costo en sufrimientos y vidas humanas,también reveló que los hombres habían llegado al límite de susposibilidades.En enero de 1516, mientras Juan Díaz de Solís exploraba elgran río que bautizó "Mar Dulce", se extinguía la vida de Femandoel Católico, monarca de una Comunidad Hispana más grande que elmás grande imperio de cualquier edad pasada. Por fatalidad dinás-tica, le dejaba a España un rey extranjero, más extranjero aun parael Nuevo Mundo.

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Pero América estaba fundada. La pequeña hispanidad europeahabía dado nacimiento a una hija descomunal cuyas verdaderasdimensiones estaban en la carta de exploración y en los títulos deconquista de Ponce de León hacia el Norte. Juan Díaz de Solís por elSur y Núñez de Balboa hacia el Oeste; miles y miles de leguas entodas las direcciones.

Estaban exploradas, conquistadas y pobladas las grandesAntillas y el pendón real de Castilla ondeaba sobre las costas deVenezuela, Colombia y ambos mares del istmo de Panamá, triunfal-mente bautizado "Castilla de Oro". Los reinos de Indias eran ya másgrandes que todos los dominios europeos de las coronas de Castillay Aragón.Miles de españoles vivían en el Nuevo Mundo y no ya en fortineso factorías del estilo portugués —y que luego generalizarían holan-deses y británicos— sino en pueblos edificados con creciente profu-sión de piedra y enmarañados con la tierra americana en los flecosde las callejas que se pierden por el campo. Crecía una economíacompleta, con su industria, su ganadería, su enclenque agriculturay su quimérica explotación mineral. Pero aquí estaban, para siempre.Y también estaba montado y arraigado el sistema de gobiernopropio de las Indias. Ése, que gobernaba por y para el Rey, pero queen previsión de las distancias, las confusiones y las diferencias, poseía los recursos de excepción necesarios para afrontar cualquiereventualidad. Dentro de la ley castellana, la autoridad del Rey no-tenía limites en el espacio, pero la realidad americana le impondríalímites en el tiempo. Al principio con timidez y humildad, luego congestos casi convencionales, cabildos, audiencias y virreyes dispon-drán una y otra vez la suspensión de las decisiones reales a la esperade una revocación o una confirmación expresa. Apoyado en laexcepcionalidad del origen y la distancia, el Nuevo Mundo crearíauna verdadera jurisprudencia de la limitación temporal a la auto-ridad del monarca, acaso una de las grandes invenciones indianas.Y en igual proporción la aplicarían al revés como derecho de hacer—siguiendo la tradición del hombre de frontera y adoptando dispo-siciones, muchas veces trascendentales— con el solo recaudo desolicitar la posterior confirmación del monarca.

Fernando dejaba también diseñada en todos sus trazos maes-tros la política general para las Indias. El plan de navegación yconquista aprobado por la Junta de Navegantes de Burgos en 1508sería el programa geopolítico del joven rey Carlos para la HispanidadAmericana en aquellos primeros años en que vivía enajenado con susueño germano imperial. Y las Leyes de Burgos, aprobadas en 1512por el rey Femando siguiendo el consejo de una junta de notablesreunida al efecto, legislaba sobre el estatuto jurídico, el sistema de

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trabajo y el trato que correspondía a los indios. Las Leyes de Burgos,fruto de la denuncia de fray Antonio de Montesinos en aquel sermónnavideño de 1511. ante el virrey Diego Colón, confirmaban la libertadde los americanos, pero intentaban forzarlos al trabajo con garantíasde buen trato. Serían hombres libres, pero no podrían vivir al margende la sociedad capitalista que había desembarcado con Ovando.Empezaba una larga batalla económica, filosófica y política en la queCarlos V tendría una participación mayor.

Finalmente, los Reyes Católicos dejaban a su imperial nieto unaestructura en Castilla capaz de gobernarlas Indias con un respetablegrado de eficacia y autonomía respecto de las ocupaciones delmonarca. La Casa de Contratación, creada en 1503, funcionaba enSevilla como una moderna corporación de fomento de la economíareal en Indias. Prestaba todo el apoyo técnico para la navegación ytuvo en el cargo de Piloto Mayor a navegantes tan preclaros comoVespucio, Juan de la Cosa y Solis. Controlaba y administraba elcumplimiento de los contratos privados que firmaban con la Coronalos permisionarios y adelantados de todo tipo y vigilaba, fomentabay exprimía el monopolio comercial, encaminando celosamente losfondos hacia las arcas reales. La autoridad política de los nuevosreinos descansaba en el todopoderoso y ajetreado Consejo de Casti-lla. Pero allí, luego de su feliz intervención en avituallar la expediciónde Colón de 1493. fue afirmando su dominio y predominio, el yaentonces obispo de Burgos, Rodríguez de Fonseca. Durante lostreinta años que corren hasta su muerte (1524), excepto un cortolapso de disfavor durante la regencia del cardenal Cisneros, Fonsecagobernará las Indias; con su gula y con su mundanidad, perotambién con su dedicación y su astucia. Sobre la estructura, loshombres y las ideas que él había sedimentado en tres décadas delabor. Carlos creó definitivamente el Consejo de Indias, como ungabinete y tribunal supremo, par e independiente del de Castilla, elmismo año 1524.

Carlos desembarcó en España mirando para atrás. No creía enlas epopeyas civilizatorias sino en las intrigas dinásticas. No aspira-ba a conquistar ni dirigir nuevos imperios, era un nostálgico del viejoimperio carolingio, ya cadáver. No le importará nada el Occidente.sino el Oriente. Se rodeará de la vieja clase dirigente, de las viejasideas y de las viejas guerras. El retrato que de él nos ha dejado elTiziano, lo dice todo.

Pero la mejor prognosis de la relumbrante tragedia que le esperaa España bajo su reinado pertenece a su abuelo, Fernando deAragón. "El rey Fernando, dice Salvador de Madariaga. estaba tanseguro de que su nieto flamenco no vendría en estos reinos, niestaría de asiento en ellos a los regir y gobernar como era menestery estando, como estaba, fuera de ellos en la tutela de personas no

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naturales, que mirarían antes a su propio interés que no al delpríncipe (excelente profecía), que, por testamento hecho en Burgos,había legado los reinos españoles a su nieto, el infante don Fernan-do"19. Ya sabemos que el visionario rey católico no pudo sostener sulegado y en sus finales se avino a la primacía de Carlos "con lágrimasen los ojos".

Carlos reunió en su mano un inmenso poder, entre la herenciade sus cuatro abuelos y el título imperial que compró con los dinerosde C astilla y los Países Bajos, y casi todos los historiadores españolestuercen la pluma tratando de convertirlo en un rey español paravestirse con sus galas. Es intelectualmente tentador apropiarse deeste autócrata sin patria como si la España de los Reyes Católicosnecesitase alguna apariencia de su grandeza que fuese indiscutiblea los ojos de los europeos. Algo así como "la España de Carlos V y suImperio Universal". Pero nos consuela la lucidez de un Salvador deMadariaga: "En torno de él, como compañías de soldados bieninstruidos, giran los destinos de numerosos pueblos y el de Europaentera. Estos vastos movimientos, no todos dentro de su campo devisión intelectual, aunque algunos le afectan hondamente, explicansu fracaso y aun la grandeza trágica de su fracaso"20.

Para nosotros, indianos, los devaneos de grandeza de loshistoriadores españoles no tienen interés. En busca de fijar un puntode partida útil a la perspectiva de la formación de nuestra Américadurante su largo reinado, nos basta la opinión desinteresada delseñero Fernand Braudel: "Después de la elección de 1519 [alImperio], la política de Carlos V se desgaja del suelo, se infla, sevuelve desmesurada, se pierde en los sueños de una MonarquíaUniversal..." "En 1519 Carlos de Gante se convierte en Carlos V, notendrá tiempo para llegar a ser, en realidad Carlos de España. Sólolo será, de un modo bastante curioso, hacia el final de su vida, porrazones sentimentales y de salud. No; España no fue el granpersonaje de la historia de Carlos V, aunque contribuyera poderosa-mente a su grandeza"21.

Si desde la perspectiva de nuestro siglo, cuando el continenteamericano representa más de la mitad de Occidente, los dominios deCarlos V pueden parecerse al "imperio universal" que encandila a susapologistas, en la mente del monarca su imperio fue únicamenteeuropeo. Carlos confundió Europa con el mundo; no había heredadola penetrante mirada de sus abuelos españoles, especialmenteIsabel. Le interesó la política mediterránea de su abuelo aragonés yla brumosa incertidumbre de las fronteras germanas que heredó desu padre. No reinó en Indias; ni siquiera comprendió la posibilidadhipotética de que la historia estuviese creciendo hacia el Poniente.

Así el destino americano se desentiende de los entresijos de lapolítica europea del Emperador, pero no de sus objetivos y susrecursos. Tales objetivos, dinásticos y confesionales, y la continuaPenuria de recursos que llevará a la ruina la economía española,

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salpicarán a nuestros antepasados indianos con desdén y una crueldad.Carlos trabajaba para su casa. Tenia de la política una visión

familiar y prefirió a los de su sangre y a los de su entorno paragobernar, decidir y aconsejar. Y aunque con el paso del tiempo elfantasioso monarca tuviese que aceptar la realidad de la altacalificación de la clase dirigente castellana para la administracióndel Estado, Carlos siempre desconfió del parecer español. A fortiorinada representarían para el Emperador los trabajos y los juicios delos españoles de Indias, como lo aprendió en carne propia elmismísimo Hernán Cortés.

Pero, además, en la visión de su destino político, la sagacivilizadora fundada por sus abuelos en el Nuevo Mundo resultaríaincomprensible para el príncipe flamenco. Hernán Cortés y Francis-co Pizarro, que conquistaron reinos más grandes que toda Europa.recibieron del Emperador un trato subalterno, incomparable con lasconsideraciones, honores, beneficios y privilegios que los ReyesCatólicos otorgaron a Cristóbal Colón y sus descendientes por logrosmucho menores. Un español que servía en Europa a la política deCarlos V podía esperarlo todo; quien le servia en el Nuevo Mundodebía conformarse con un gesto. Las Indias no entraban en laobsesión dinástica.

Mientras procuraba consolidar el poder de su familia sobre 1ostronos europeos, en interminables y arrevesadas guerras contraFrancisco I de Francia y el Sultán de Turquía, Carlos daba carnaduraa su empeño con la ideología del cristianismo, convertido en religiónde Estado. Lo confesional daba osatura moral a sus campañasmilitares, procuraba crear lealtades confiables en una Europa dealianzas volátiles e iba consolidando la divinidad del poder absoluto.Carlos ascendió al imperio con un solo enemigo confesional, el Islam.pero al siguiente paso ya estaba Lutero encendiendo en la mismaAlemania la llama del cisma cristiano; sólo dos años había sidoCarlos emperador de una cristiandad unificada. El resto de sureinado lo pasaría retrocediendo ante el incendio protestante, hastasu derrota final.

Como dice Madariaga, "Carlos V tomaba su religión en serio yla consideraba como la misma alma de su política"22. Fue honrado ylúcido en su política religiosa, intentando al mismo tiempo preservarla unidad cristiana y realizar las reformas que garantizaran esaunidad desde adentro. La intolerancia conservadora de Roma y laintolerancia renovadora de Lutero esterilizaron su empeño. Pero estamisma concepción de un cristianismo moderno y austero, fruto desu "erasmismo liberal" e hijo de las reformas que en España habíanprotagonizado sus abuelos y el cardenal Cisneros, le dio fuerza ycontenido a la política misional en las Indias.

Si no comprendió el protagonismo histórico del Nuevo Mundo.Carlos no dudó en cambio, del derecho indiano a gozar de losbeneficios de la nueva religión y hasta es posible que lo haya visto

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como un mundo ideal para su modelo de cristianismo. Lo atestiguansu dedicación personal a seleccionar los misioneros de México yparticularmente al primer obispo, fray Juan de Zumárraga. quiendebió dejar el claustro y trasladarse al Nuevo Mundo por ordenespecial del Emperador.

Toda su política de excelencia religiosa marcará el alma ameri-cana. Es legendaria la escena en que Hernán Cortés ya victorioso,rodeado de todos sus caballeros y a la vista de los indígenas que loconsideraban todopoderoso, sale a recibir a los doce misionerosfranciscanos y cae de rodillas ante los ascéticos viajeros. La calidadde la Iglesia que el Emperador construye en Indias aumentará suprestigio, su poder y su influencia, Y el espíritu progresista de estosfrailes les dará una función de cogobiemo que se agiganta al lado delas indecisiones imperiales en la organización de la administracióncivil. Cuando el primer virrey llega a México hace ya ocho años quela capital de Nueva España tiene obispo...

Pero lo más conmovedor y categórico y la prueba más dura parael cristianismo imperial será el inmenso eco que alcanzará lacampaña humanitaria de fray Bartolomé de las Casas. Leal ysinceramente Carlos V se hace el deber de escuchar la defensa de losderechos de los indígenas, en un debate que cubrirá casi todo sureinado y pone en conflicto los intereses económicos de un reyarruinado con sus principios cristianos. La nueva Iglesia americanadel Emperador habla por Las Casas en contra de los interesespatrimoniales de la Corona; y Carlos escucha.

Los objetivos dinásticos y confesionales de la política imperialen Europa exigirán la movilización de inmensos recursos. Hoy nadieescribe la historia de Carlos de Gante sin hablar de sus banquerosy más dramática es la historia financiera de su reinado a medida quese acerca a la culminación, porque las descomunales deudas impe-riales van formando bola de nieve con el caminar del tiempo, que traenuevos gastos y mayores intereses. Al final, Felipe II heredará labancarrota.

Los Países Bajos y Castilla realizaron los mayores esfuerzos y ladesproporción de las exigencias imperiales dejó en ellos un reguerode resentimientos y rebeldías. Y esto, a pesar de la lealtad espontá-nea que estos reinos sentían respecto del monarca cercano.

Los apuros de las arcas reales también golpearon a Indias, perode un modo diferente. No había aquí mercados organizados, estruc-turas institucionales ni flujos de ahorro privado y público capaces desustentar los empréstitos al modo europeo. En Indias se trata deinvertir más o menos fondos reales y de recoger los frutos con mayoro menor rigor y urgencia. Es un juego de presiones, pero que tendráefectos fundamentales.

La encrucijada de esta cuestión está en la diferencia de opinio-nes que sustentarán Carlos V y Hernán Cortés alrededor de lasrecompensas merecidas por los conquistadores. Empeñado en pro-

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teger a los indios de una explotación excesiva. Cortés imagino que enlugar de los repartimientos ya tradicionales, el Emperador podíadisponer gratificaciones pecuniarias para los conquistadores, la"manutención", con afectación de los fondos reales que las mismasIndias generaban. La solución de Cortés era financieramente inacep-table para Carlos. De este modo, el Emperador cristianísimo terminóconfirmando la política de dureza con los indígenas por razoneseconómicas mientras prestaba su oído a las denuncias de Las Casas.Una contradicción que no puede haber escapado a sus escrúpulosmorales, aunque terminó resolviéndola en favor de las finanzas, esdecir, en contra del Nuevo Mundo.

Así. si algo define en su conjunto la política imperial para lasIndias es este carácter residual. Carlos se desentiende del gobiernodel Nuevo Mundo porque no puede medirlo ni potenciarlo en supolítica dinástica, se interesa por lo misional como una parte de supolítica confesional en Europa y maltrata al nuevo patriciado indianoy a los propios indígenas como una necesidad de sus apremiosfinancieros en el Viejo Mundo.

De este modo, la política indiana de Carlos V no tiene unidad.está formada por los flecos de su política europea y resulta unaacumulación de contradicciones, contramarchas y tanteos. ¡Con-traste terrible con el enfoque fundacional de Isabel y Femando! Ydoloroso ha de haber sido para los descendientes de la ciudad flotante que ahora integraban un inmenso imperio, pero en calidad!de partícula.

Como residuo, América recibió del gobierno de Carlos V tresconsecuencias fundamentales: la anarquía y la confusión en losasuntos públicos, la formación de una economía vasalla y cerrada ylos prolegómenos de un aislamiento cultural autocrático. A cambiode todo eso, la ausencia de la iniciativa real creadora asentó elderecho de iniciativa de la aristocracia indiana y conquistadora.henchida de empuje, autonomismo y desdén por la política de laCorona.

Desde nuestra perspectiva indiana, los cuarenta años delreinado de Carlos V están definidos por este doble movimiento:mientras la Corona aplica su política residual, los descendientes dela ciudad de Ovando multiplican sus iniciativas en el sentidofundacional que les es propio. La fuerza civilizadora de Castilla haquedado en manos de los indianos —con el apoyo de importantessectores de las clases dirigentes castellanas— y el rey y sus conse-jeros tratan de encauzar y restringir la explosión americana, metién-dola dentro de los estrechos carriles de la política imperial de cara alpasado.

Entre 1519 y 1527 Hernán Cortés conquista México —que noen vano llamará Nueva España— con hombres de la ciudad de

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Ovando, con naves indianas y con la filosofía indiana de la fundación. Y cuando ha concluido su colosal faena. con toda naturalidad sedirige a Carlos V y le propone proclamarse Emperador de NuevaEspaña, con mayores títulos y derechos que los del acariciadoimperio alemán. La respuesta es la creación de la Audiencia deMéxico, destinada a recortar las funciones del Conquistador y cuyosintegrantes serán seleccionados con tan poco cuidado que se conver-tirá pronto en una fuente de corrupciones y abusos.

Entre tanto Cortés se dirige a Toledo, radiante de triunfosmitológicos, a presentarse ante Carlos V y reclamar su recompensa.Salvador de Madariaga describe la entrevista: "El hombre que CarlosV tenía delante aquel día en Toledo era pues un verdadero monarcanatural. ¿Lo sabia el Emperador? ¿Había leído las cartas que elconquistador le había escrito, obras maestras de estilo y de sabiduríapolítica? El monarca hereditario escuchó al monarca natural, perono le concedió la encomienda de Santiago a que aspiraba, dejándoloen mero caballero, y tampoco lo hizo duque, dejándolo en marqués,bien que él prefería llamarse Hernán Cortés, a secas; pero lo peor fueque el conquistador de México no lograra ser su primer virrey. Tan-ta amargura le causó el desengaño que pensó en rechazarlo todo, yel propio Emperador tuvo que tomar sobre sí el convencerle deaceptar lo que se le daba. He apuntado mal —le explicó no sin ciertagracia—. Otra vez daré en el blanco de vuestros méritos'. Cortés cayógravemente enfermo..."23

Los desatinos imperiales en el gobierno de Nueva España semultiplicaron hasta la tragedia en el Perú. Francisco Pizarro. quehabía sido lugarteniente de Balboa y estaba afincado en el NuevoMundo como encomendero, obtuvo las capitulaciones reales necesa-rias para iniciar con sus cuatro hermanastros y un puñado devoluntarios la conquista del Perú en 1530. El derrumbe del ImperioInca entre la sorprendente jornada de Cajamarca en 1532 y lacaptura de Cuzco en 1533 determinó la llegada masiva de nuevosconquistadores y colonos provenientes de La Española y Castilla deOro que empujaron los límites de las conquistas hasta la desembo-cadura del Amazonas y el frío sur de Chile. Pizarro rompió una vallaque miles de españoles cruzaron en los años inmediatos posteriores.

La marginalidad de la política imperial para las Indias transfor-mó al inmenso reino del Perú en un caldero y los nuevos conquista-dores —insumisos a un Pizarro menos habilidoso que Cortés—encendieron conflictos por todas partes. La impericia de las decisio-nes reales desató la primera guerra entre Almagro y los Pizarro. Y lamezquindad real para reconocer los méritos y pagos debidos a losconquistadores, desató la tragedia de 1543.

Apurado como siempre por sus desórdenes económicos yperturbado tal vez por la prédica indigenista de Las Casas, Carlos Vdispuso la supresión lisa y llana de las encomiendas en el Perú, demodo que las únicas recompensas otorgadas a sus capitanes queda-

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ban anuladas y revertían a propiedad de la mendicante Corona.Quince años después de los consejos de Cortés. Carlos V se negabaen el Perú a tomar ninguno de los dos caminos posibles: repartirriqueza o repartir indios.

Los indianos dijeron no. Después de una década de conquistas,sufrimientos, riesgos y muertes en el Perú, no podían aceptar que ellejano y desdeñoso monarca dispusiese, por un solo gesto de suimperial mano, negarles su participación prometida en el inmensologro.

Para hacer cumplir su orden. Carlos nombró al primer virrey delPerú, "un hombre ordenancista y poco inteligente", al decir de Parry,don Blasco Núñez de Vela. Para resistir la orden, los millares deespañoles que ya vivían en el nuevo reino se agruparon alrededor deGonzalo Pizarro, heredero natural del finado conquistador. Losindianos derrotaron al virrey y lo ejecutaron, sin que les temblara elpulso ante el representante personal del "monarca universal", aprincipios de 1546.

Las dos Españas habían llegado al punto más alto de su mutuodesdén. El Perú estaba a un paso de convertirse en un reinoindependiente. Y Carlos V cedió. Envió al sacerdote Pedro de la Gaseaa pacificar el Perú y devolvió las cuestionadas encomiendas. LosPizarro fueron peor pagados que Cortés —Gonzalo y sus lugartenien-tes fueron ejecutados en 1548 y Hernando fue preso de por vida— yel reino fabuloso del Perú quedó convertido en un charco de sangreespañola, de las dos Españas.Incapaz de escuchar a Cortés y de gobernar al Perú, Carlos seriaaun más desdeñoso frente a los problemas de la frontera, aquellaslejanísimas marcas que se perdían entre las selvas paraguayas y losAndes de paisaje pirenaico. Pero aquí la política residual fue funda-dora sin proponérselo. Para borrar de un solo trazo las incomodida-des que pudiesen llegar de los confines, en 1537 autorizó a lospobladores del Río de la Plata a nombrar gobernador por decisión propia en caso de acefalía y luego confirmó el nombramiento de donPedro de Valdivia como gobernador de Chile hecho por una junta denotables de Santiago, ciudad por él mismo fundada en 1541. ElCabildo de Asunción usaría muchas veces de tal prerrogativa, no sólopara nombrar sino para deponer gobernadores y Valdivia sería unaréplica austral de autonomismo mexicano de Cortés. La lenidadimperial sembraba libertades involuntarias en las tierras que pocoimportaban al tesoro real; creaba los "libres del Sur"...

A diez mil kilómetros de las fundaciones indianas y con supropia corte fuera de España, el Emperador continuaba lo que Larrazllama "una política de fines desmesurados, de estimación hiperbó-lica de las posibilidades nacionales, de posposición total de loeconómico y de grandes errores en este campo..."

Mucho antes de la aparición masiva de los metales indianos—especialmente la plata de Potosí, cuyas minas fueron descu-

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biertas en 1545 y demoraron más de una década en alcanzar surégimen productivo normal— la economía española estaba envene-nada por la inflación. No eran los metales indianos, Que Carlos Vdevoró en su "política de fines desmesurados" como quien se comeuna uva, lo que empujaba la "carestía" española que apareció conímpetu revolucionario entre 1548 y 1558. Los metales llegados aEspaña hasta 1548, vistosos y míticos, eran una parte fundamentalde la riqueza americana y habrían podido calmar los reclamosindianos de recompensa debida. Pero representaban una partículapequeñísima de los gastos imperiales en Europa. Lo que podría haberhecho la paz de las Indias se perdía anónimamente en la máquinaguerrera del "monarca universal". Así era imposible que los metalesindianos generasen la inflación de 1548, fruto exclusivo de losdesequilibrios estructurales que Carlos V había introducido en laeconomía española.

Si el Nuevo Mundo no tuvo nada que ver con la crisis de 1548—o acaso contribuyó a aliviarla— recibió en cambio los coletazos delas decisiones imperiales. Reaccionando con lo que hoy llamaríamos"pragmatismo", Carlos prohibió la exportación de los artículos deEspaña que escaseaban, especialmente textiles y cueros y fomentóla importación de los extranjeros por sendas "pragmáticas" de 1552.

Así inició a escala de todos los reinos de España e Indias unapolítica de economía cerrada que castraba el empuje industrial ycomercial de la Hispanidad. Y sentaba el principio político y doctri-nario de que es posible sustraer la propia bonanza a la acción delmercado mundial.

Los historiadores españoles no se engañan sobre el significadode esta política. Juan Regla Cita a Clemencín: "Año verdaderamenteominoso, funeral y mortuorio de la industria, de los oficios y delcomercio castellanos". Pero es menos frecuente que adviertan queaquí empieza una suerte de "impermeabilización" cultural y religiosaque dispone Felipe II. Convencidos de la superioridad mundial de susdominios, padre e hijo reaccionan ante las dificultades extremas conel mismo reflejo de enclaustramiento. Y van construyendo unverdadero muro de la Hispanidad que aunque imaginado para losreinos europeos, abarcará residualmente a las Indias, cada vez conmás severidad a medida que la España de los Habsburgo seadormezca de glorias y pobreza.

En los finales de su largo reinado, Carlos recibió el fruto de todossus desatinos. Alemania sublevada, la cristiandad profundamentedividida, los turcos ocupando Hungría y los riquísimos reinos deFlandes y Castilla virtualmente arruinados formaban uña realidadamarga.

Pero hubo un chispazo en medio de esta bruma. Concluidas lasguerras del Perú. Carlos recibió en 1551 la remesa de los tesorosretenidos en Indias, formando la más fuerte contribución americanade su reinado. Todavía volcó todo a su política alemana. José Luis

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Comellas sostiene que Carlos comprendió la inutilidad de estapolítica o el aire de cambio: "Pero al mismo tiempo que se daba cuentade esta situación, el Emperador descubrió América'. Parece queestos dos descubrimientos son casi simultáneos, y nos explican lanueva orientación de su política hacia el Atlántico. La idea de imperiopotencia se mantenía, pero ya no tomando como base el viejo imperioalemán, sino levantándolo como un puente gigantesco sobre elAtlántico".

Si Comellas está en lo cierto, esto sería la victoria póstuma deCortés, y una irrupción incontenible de la nueva modernidad indianaen la mentalidad medieval del Emperador.

De todos modos, a nosotros, indianos, no nos hace falta esta"conversión" tardía de Carlos V para comprender que en 1555-1556.cuando el Emperador abdica en favor de Felipe II, le deja en Europalas ruinas de la política de la casa de Habsburgo y en el Nuevo Mundoun inmenso imperio construido por los descendientes de la ciudadde Ovando, entre los residuos de la política imperial.

Lo sabían los indianos, que ya formaban la segunda Hispani-dad, cada vez más volcada hacia el Océano Pacífico, agrandada hastalos confines americanos, desorganizada y turbulenta, hija de unaobra misional extraordinaria y rodeada de un muro económico eideológico que crecía. Y lo sabia el mismísimo Felipe, que eligió serllamado, el primero, "Hispaniarum et Indiarum Rex".

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Los vencidos

Nada más tentador que escribir la historia de los vencidos.Conmueve, seduce y amplía los horizontes de la ficción mucho másallá de lo que cualquier investigador puede proponerse al hablar delos vencedores. No es de extrañar, pues, que la historia de losvencidos en el Nuevo Mundo haya convocado a brillantísimasplumas, bajo el patronazgo del precursor Garcilazo Inca.

Pero hay algo más. El prestigio de la España europea y sustrabajos universales ha sido el blanco preferido de una larguísimaguerra intelectual y política iniciada por los pensadores de laspotencias enemigas y culminada luego por los grupos intelectualesde la América independiente. Las razones de unos y otros son fácilesde adivinar y los objetivos diferentes. Pero el resultado de conjuntoes que durante los últimos trescientos años hacer antiespañolismoha sido una moda provechosa en el pensamiento mundial.

La furia antiespañola más certera vino de Francia. Acosadosgeográficamente por la casa de Habsburgo, los Valois y los Borbonesimpulsaron y apoyaron toda expresión ideológica que desvalorizaraa España. Y un modo naturalmente ingenioso de desacreditar losempeños españoles seria presentar con la mayor coloración y brillolos méritos de los vencidos. Los franceses inventarían la leyenda delBuen Salvaje cuya factura atribuye Germán Arciniegas a La Boetiey a Montaigne eligiendo al año 1550 como la fecha probable deinvención. De allí en adelante, el rico e influyente mundo de las letrasfrancesas se dedicaría a desprestigiar los trabajos y el gobierno de laEspaña americana peraltando las virtudes de las civilizacionesprecolombinas.

El entusiasmo francés por los aztecas y los incas —que no hatenido mengua a lo largo de cuatrocientos años— abrió el camino aotros investigadores y a la mística antiespañola de nuestras guerrasde Independencia. Deludo ello se ha formado una masa compactade investigaciones, suposiciones, mitos y ditirambos capaz de con-fundir al más listo. Pero el tema es inevitable, pues no se puedeensayar una explicación de nuestras esencias sin tener presente que

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la vigorosa fecundación española del Nuevo Mundo se hizo sobre lamatriz ideológica, cultural y social de los pueblos vencidos.

Predomina hoy una visión bipolar del mundo precolombino queve a los actuales México y Perú como los centros de irradiación delpoder nativo con categorías y características comparables. La deci-sión de Carlos V de crear dos grandes virreynatos sobre el mundoazteca y el imperio inca, respectivamente —y que perdurarían sinfraccionamiento por doscientos años—ha reforzado la visión moder-na de dos grandes civilizaciones precolombinas equivalentes. Peromiradas las cosas desde América, esta simplificación confundemucho más de lo que ayuda. Los historiadores modernos, aunquetodavía impotentes ante el mito popular de los dos imperios, soncuidadosos en señalar las diferencias enormes que separan a lamatriz que hallaron los hombres de Cortés en las tierras de Méxicode la que descubrieron los Pizarro en las mesetas del Gran Perúvirreynal.

La homogeneidad de cada una de las dos culturas determinó lasposibilidades que tendrían los españoles de internarse en los conflic-tos de los nuevos mundos utilizando las fricciones y diferenciaslocales para concretar y consolidar la conquista. El modo de laimplantación política del nuevo poder dependió de la homogeneidaddel poder preexistente. A su vez la solidez de ambas culturasdeterminaría la profundidad y la velocidad de la hispanizaciónposterior y, en sentido contrario, la permanencia de las formasculturales precolombinas en el tiempo y en el espacio de la Hispani-dad.

Cuando Hernán Cortés desembarcó en Veracruz en 1519, laciudad de Tenochtitlán estaba en el esplendor de su poder, que desdeel valle de México se tendía hasta el norte de la actual Guatemala ysé hacia sentir en las costas del Golfo de México. Moctezuma era eljefe de guerra de la tribu de los tenochcas cuyo poder militar habíacrecido continuamente durante los dos siglos precedentes.

El mundo azteca era, en verdad, un sistema de ciudades-estadorelacionadas entre sí por un juego de alianzas, enfrentamientos ydominaciones estrictamente militares. A la llegada de Cortés, laciudad de Moctezuma dominaba todo el valle de México por la fuerza,imponiendo a los pueblos un régimen de duro sometimiento que seexpresaba en tributos y extendiendo a toda la región un avasalla-miento sin lealtades. La argamasa política de esta sociedad era lafuerza y el vasallo recibía del dominador una suerte de "dejar vivir".

En este mundo azteca en permanente mudanza y convulsión,donde la legitimidad de la conquista y la dominación estaba en eléxito final, cualquier fuerza suficientemente temible podría modifi-car todo el esquema de alianzas con poco o nulo cuestionamientoideológico. Esta dramática inconsistencia interna fue el secreto quedescubrió Cortés apenas desembarcado en las costas mexicanas.Dos años después Cortés dominaba sin resistencias todo el

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valle de México y en 1529, habiendo completado la ocupación de todoel mundo azteca y los territorios de Guatemala y Honduras, empren-dió el ya relatado viaje a España para recibir los honores de manosdel Emperador. La conquista de México había sido difícil y riesgosapor la calidad de los guerreros aztecas pero rápida y profunda por laendeblez ideológica y política del mundo precolombino.

Los modos aztecas condicionaron los modos de la conquista.Pero también debe señalarse que la España europea y la Españaindiana de 1519 tenían una frescura, un empuje y un sentidofundacional que se instalaron en México con toda su fuerza. Una yotra realidad se encontrarían en un empeño capaz de producir unfruto único: una sociedad de entrecruzamientos, de mutua fertiliza-ción y que marcharía rápidamente a conformar una nación mestiza.La labilidad de la malla social azteca y el vigor del sentido fundacionalespañol harían un maridaje rápido y denso. Por todo eso. el reino deNueva España que estaba naciendo sería para siempre un casoespecial dentro del inmenso imperio español y un vástago privilegia-do de la nueva Hispanidad americana.

Cuando Carlos V gozaba de las piruetas de los acróbatas indiosque Cortés le presentó en su viaje de 1529. festejando así el fin de laconquista de México y toda la América Central. Francisco Pizarrorecién empezaba a tramitar sus títulos reales para la conquista delPerú, y el incario vivía su esplendor y sus conflictos ajeno porcompleto a los tiempos y aceleraciones de la historia de Occidente.Podemos imaginarlo a Carlos complacido y colmado por las noticiasque le traía el novísimo marqués del Valle de Oaxaca y cada vez máspreocupado por la ciénaga de su política alemana. Y al mundoindiano de la ciudad de Ovando empeñado en una interminablesangría hacia la colonización de México y la construcción delinmenso y populoso reino de la Nueva España. Para marchar haciael lejano Sur y los brumosos reinos de las montañas sólo quedabanalgunos aventureros desheredados.

A Pizarro lo esperaba un verdadero imperio. Los incas eran unadinastía imperial, rodeada de una nobleza fuerte, instruida y here-ditaria, gobernando un Estado que cumplía muchas de las funcionesde un Estado moderno con una concepción contractual del poder queno habría repugnado a un liberal europeo. Más importante aún, elcolosal imperio inca tenía una sólida unidad ideológica que la liturgiareligiosa consolidaba año a año y comarca por comarca a medida quese extendía el dominio territorial.

Steve J. Stern describe las técnicas de conquista incaica de laestratégica región de Huamanga, unos ochenta años antes de lallegada de Pizarro con un detalle que sirve para ilustrar sobre laidoneidad política y administrativa del Imperio: "Poblaron Huanta,Angaraes y el Río Pampas con una serie de asentamientos de etniasforáneas, entre ellas algunos grupos de 'incas por privilegio'. Algunasde las colonias mitmaq asentadas para establecer la hegemonía

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imperial recibieron privilegios especiales, como el acceso a lospreciados campos de coca, para aumentar su lealtad y su prestigio.Además de intensificar las rivalidades étnicas y la fragmentaciónpreexistentes en esas zonas, los incas establecieron centros decontrol político y administrativo en Quinua y Huamanguilla. Al sur,en Vilcashuamamán, establecieron el cuartel general del poderíomilitar, económico y religioso del Estado. Allí construyeron... unenorme palacio y templo en los que guardar coca, lana, carne secay otras mercancías"24. Una ciudad de más de diez mil personas, másgrande que la Santa Fe que, por la misma época, construían Isabely Femando frente a Granada para asediar al último rey moro.

Con estos recursos asombrosos, los incas habían completado,a comienzos del siglo XVI, la formación de un sólido dominio desdeQuito a Chile y cuya frontera sudeste era. de hecho, las sierras deCórdoba. Cierto es que los pueblos sometidos al Cuzco tenían haciael poder imperial sentimientos antiguos y diversos, según la fuerzade sus culturas anteriores. Pero ese mosaico gigantesco no parecehaber tenido más tendencias centrífugas que las que podía padecerel cuerpo de cualquier reino europeo de la época.

Los conquistadores españoles conocieron y trataron de aprove-char los resentimientos internos y fomentaron los odios todavíaencendidos de la guerra civil entre los hermanos imperiales. Huáscary Atahualpa. Pero Pizarro mismo no se engañó sobre la fragilidad desu empresa y apenas asesinado Atahualpa mandó a coronar a otrohermano, Tupac Hualpa. con la esperanza de abarcar la complejidaddel Imperio mediante un inca subordinado al poder español. En elPerú, Carlos V habría de compartir su majestad con un príncipeindígena, tal era la desmesura de los nuevos reinos.

¿Se imaginaba el conquistador que en su táctica de los dosreinados se escondía una tragedia de cuatro décadas y un símbolode cuatro siglos?

El Inca subordinado murió envenenado a los pocos meses de suencumbramiento. Pizarro eligió entonces a otro hermano, el jovenManco, preservado de la guerra entre sus hermanos gracias a sujuventud, pero más vigoroso, inteligente y altivo de lo que parecía ensus dieciocho años. Entre 1533 y 1536 Manco Inca "reinó" a lasombra del poder español, sujeto y maltratado, hasta que valiéndosede una estratagema que habla de su aprendizaje —ofreció a losespañoles ir a la búsqueda de nuevo oro— escapó.

Manco huyó a Yucay, ordenó la movilización general, levantó enpocas semanas un ejército de cincuenta mil hombres, incorporandolas técnicas bélicas de los españoles —inclusive la pólvora— montóél mismo a caballo como cualquier monarca europeo y puso sitio alCuzco. A tres años de la muerte de Atahualpa, el incario lanzaba sugran contraofensiva.

Desde ese momento, el Perú tenía dos legitimidades. Carlos V. sus virreyes gobernadores y adelantados gobernarían sobre el Perú

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español, de a poco "indiano-español". Manco Inca, sus parientes ysus generales intentarían gobernar sobre el Perú indígena. El Perúquedaba partido en dos. La táctica de Pizarro se había vueltosímbolo.

Manco sitió Cuzco con la perseverancia y poca fortuna que leconocemos. Tras un año de asedio infructuoso, impotente ante lalocura fundadora de los españoles, levantó el sitio y empezó aretirarse hacia los valles secretos, negociando con Almagro, batidoluego por éste, perseguido por Pizarro. arrastrando consigo laesperanza y la frustración de un destino quebrado.

La retirada del Inca se detuvo en Vilcabamba. En las proximi-dades de Machu Picchu. sobre las tierras sagradas del Urubamba,Manco fundó la nueva capital imperial, Vítcos. Cuzco ya no era elcentro del mundo. El Perú indiano tenía dos capitales, Limay Vítcos,las dos nacidas luego de la conquista, las dos incapaces de retenerel pasado. Habría una capital de los vencedores y una capital de losvencidos. Como habría dos Perús.

El Perú de los vencidos tendría una ideología definida porManco mismo, recogida por su hijo natural y futuro Inca, Titu Cusi,según nos cuenta Nathan Wachtel: "Se trataba de una políticaconsciente de rechazo del cristianismo y de reacción hacia el pasado.En su 'Relación', Titu Cusi pone en boca de su padre un discurso quedefine la ideología del Estado neoinca. Manco exhorta a los indios aque renieguen de la falsa religión que los españoles intentan impo-nerles; el Dios cristiano es sólo una tela pintada, que no habla; alcontrario, las huacas hacen oír su voz a sus fieles, el Sol y la Lunason dioses cuya existencia es visible. En el caso de que fuesenobligados por la violencia a asistir a las ceremonias cristianas, losindios deben aparentar sumisión, pero permanecer secretamentefieles a los dioses tradicionales. Así se define la actitud que adoptaránlos indios durante siglos"25.

El reino de Vilcabamba subsistió hasta 1572. En Vitcos estabael legítimo Inca, las momias de sus antepasados y la imagen áureadel Dios Sol que fue retirada del Cuzco por Manco en persona. Lacorte imperial recuperó su liturgia y su esplendor. Y hay pocos modosde explicar la sobrevida de este gobierno paralelo frente al crecientepoder español y a lo largo de tantos años. Dos calidades cardinaleshan de haber acompañado a la legitimidad incaica: la minuciosaorganización imperial, cuyos hilos debían seguir en manos de losleales al Inca y la solidez de la alianza ideológica y política entre lafamilia Inca y los pueblos.

Manco Inca murió en 1545 y fue sucedido por un niño de diezaños, Sayri Tupac. hijo suyo, cuyos tutores iniciaron una largatradición de negociaciones con las autoridades españolas. Sayrimurió en 1560 sin haber llegado a un entendimiento con los

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españoles, aunque había aceptado el bautismo. Un hijo natural deManco. Titu Cusí, entró a reinar entonces en la corte de Vitcos. Conél retoma el incario, por última vez, su vuelo imperial.

Al quinto año del reinado de Titu Cusi, el 16 de abril de 1565,el Cabildo de Cuzco recibe noticias ciertas sobre el inminenteestallido de una sublevación general, promovida desde Vitcos y queparece cubrir todos los intersticios del virreynato del Perú. Pero esmás que una sublevación; se trata de un renacimiento.

Desde el comienzo del mismo reinado de Titu Cusi —y acasodesde antes— un gran movimiento de restauración religiosa estárecorriendo el mundo indígena. Se trata del Taqui Ongoy —enferme-dad del baile— que anuncia el renacimiento de los dioses antiguos,su regreso para ayudar a los indios a luchar contra los españoles yla expulsión de los intrusos para restaurar una época de felicidad. ElTaqui Ongoy. pacífico, profundo y extremadamente popular cubriótodo el Perú indígena con una facilidad sintomática y sobrevivió a losacontecimientos políticos y militares que enseguida se desencadena-ron.

No hay certeza sobre los orígenes de esta ofensiva ideológicarestauradora, pero no hay duda de su estrecha relación con lasublevación política. Dice Wachtel: "Cristóbal de Molina sospechaque en el origen de la 'herejía' estaban los hechiceros de Vilcabamba.Otros documentos confirman esta hipótesis, aunque la matizan. Elvisitador encargado de reprimir la 'idolatría'. Cristóbal Albornoz,también acusa al Inca rebelde de haber provocado el movimientocomo un medio de reconquista".

Desparramada la ofensiva ideológico-religiosa en un extenso ejeLima-Cuzco-La Paz, Titu Cusi desencadenó la sublevación. Al pare-cer, sus mensajeros secretos caminaron todo el imperio, desde Quitohasta Chile y los jefes españoles encargados de la represión encon-traron depósitos secretos de armas en lugares diversos y distantes,con acopio de miles de lanzas y otros artefactos. Pero la estrategia delInca incorporaba un elemento que habla por sí solo de la extensiónde su autoridad clandestina: ataques simultáneos en las fronteras acargo de los araucanos en Chile y los diaguitas en Tucumán.

El incendio abarcaba, pues, a todo el novísimo reino de Perú,inclusive la totalidad de las comarcas y ciudades fundadas entoncesen el actual territorio argentino: Mendoza. San Juan y la decanaSantiago del Estero, capital de la extensa gobernación del Tucumán.Diaguitas y Juríes".

La imperial mano de Titu Cusi entra hondamente en territorioargentino. Los ataques de los diaguitas son tan eficaces que ponencerco a Santiago del Estero, último baluarte de la Conquista,amagando arrasarla. Y en esta situación límite el virrey del Perú,conde de Nieva, convoca nuevamente al servicio al levantisco Fran-cisco de Aguirre. fundador de la ciudad y célebre soldado, comoúltima esperanza para contener el derrumbe de la marca tucumana.

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Aguirre tenia 64 años y vivía retirado en su hacienda de Coquimbo.Esta ultima gran batalla entre los dos Perú era por la vida.

Los españoles contuvieron la hemorragia en todas partes yfinalmente buscaron la negociación con el Inca rebelde. Para ello seconfió la misión a Juan de Matienzo. también un hombre del sur.oidor de aquella Audiencia de Charcas que, dos siglos después, seriala base para la fundación del Virreinato del Río de la Plata.

En aquella entrevista y en las conversaciones posteriores,pareció quedar claro que el Inca no buscaba la restauración total delimperio, sino la división en dos reinos, uno español, el otro indígena.El sino de los dos Perús habíase convertido en una política conscien-te. Y estaba también incorporado a las ideas de los vencidos entérminos muy precisos. El mismo Cristóbal Molina, citado porWachtel. describe así la ideología final del Taqui Ongoy: "Creyeronque dios nuestro señor, avia hecho a los españoles y a Castilla y a losanímales y mantenimientos de Castilla; empero, que las guacasavian hecho a los yndios. y a esta tierra y a los mantenimientos quede antes tenían los yndios"26. Dos países, dos reyes, dos dioses,..

La restauración fracasó y Titu Cusí quedó encerrado en Vilca-bamba, negociando cansinamente con el gobierno español, mientrasla rebelión religiosa se asentaba silenciosamente en las almas demillones de indígenas, a salvo de las persecuciones oficiales.

Pero Felipe II y sus consejeros no se engañaron sobre lagravedad de los sucesos. El enérgico Francisco de Toledo fuenombrado nuevo virrey, con encargo de reorganizar el reino ysometer a los rebeldes. Había llegado el "supremo organizador delPerú"

Titu Cusí murió en 1571. dejando la dignidad imperial enmanos de Tupac Amarú, hijo legítimo de Manco Inca. En 1572.cuarenta años después de la sorpresa de Cajamarca, el virrey Toledoordenó una ofensiva final contra Vitcos. Tupac Amarú fue apresado,encadenado y finalmente degollado en la plaza del Cuzco, ante unainmensa muchedumbre horrorizada.

Los dos Perú tenían ahora un solo rey. Pero la doble legitimidady la permanente acción ideológica del reino neoinca habían duradocuatro décadas, el tiempo de dos generaciones. Y es seguro que unaespesa capa de resentimientos y resistencias se había asentado enel espíritu y en la tradición familiar de los vencidos. ConcluyeWatchel: "Ahora bien, desde el comienzo de su revuelta. Manco Incaindica el sentido de esta fidelidad, precisamente la resistencia alespañol. Resistencia pasiva, por cierto, con la fuerza de la inercia,pero es una fuerza querida y cultivada, una inercia defendidaferozmente. La tradición es aquí el medio del rechazo, un rechazosilencioso, obstinado, renovado en cada generación..."

El Perú de los Incas no era el mundo azteca. Ofreció a losinvasores una bien diferente resistencia y el inmediato y profundoentrecruzamiento de México no se dio en el Sur, Lo que no fue posible

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enseguida de la muerte de Atahualpa se haría cada vez más difícil amedida que los indígenas, conducidos por Manco inca y sus suceso-res, construyeran una doctrina y una praxis de la resistencia.

Por añadidura, el empuje español no fue igual que el de México.La política alemana de Carlos V había diezmado el vigor fundacionalde Castilla y el empuje colonizador se debilitaba. El Emperador, quetanto celo puso en la catequización de México era un hombreperturbado y ausente cuando le tocó el turno al Perú. Dice Parry:"Perú no recibió un grupo escogido de hombres celosos comparablescon los Doce. El pueblo quechua no fue eficazmente evangelizadohasta mediados del siglo XVII". Sería demasiado tarde... El México y el Perú precolombinos eran incomparables. Y resultarían muy diferentes después las esencias culturales y socialesde los reinos españoles. Nueva España en el Norte y Nueva Castillaen el Sur, con sus gajos Nueva Granada. Chile y el Río de la Plata. Yaunque todos nos llamamos hoy hispanoamericanos y formamosciertamente parte de la gran comunidad hispana, bueno es tenerpresente que, desde el primer momento, somos hispanoamericanosdiferentes. Mestiza la sociedad mexicana, buscando sus esenciascon espíritu integrador; escindida la sociedad sudamericana, des-granada en naciones que cargan con la doble legitimidad de losinicios.

Conquista y escisión; así nace la hispanidad andina, desdeQuito a las sierras de Córdoba. Y al nacer escindida, esta nuevacivilización va a enfrentar dificultades suplementarias para trasva-sar a la multitudinaria sociedad indígena, las ideas, las creencias, losmodos y los hábitos de la cultura española. Al producirse la escisión, el mundo indígena se abroquelará no sólo en sus ideas religiosas ysu propia legitimidad política, sino también en su conceptualizaciónbásica de la vida, las relaciones sociales, la educación y los modos deproducción. Nuestros antepasados aymarás, quichuas o diaguitasenarbolarán "un rechazo silencioso, obstinado, renovado en cadageneración" también frente los cambios españoles en los aspectos noreligiosos ni políticos de la vida cotidiana.

Esta dislocación de partida, otorga a la matriz indígena peruanauna función protagónica en la definición de la hispanidad sudame-ricana como acaso no se dio en México ni en otros reinos. En todocaso, resulta ahora evidente que sin comprender los rasgos básicosde la cultura indígena en el territorio andino, no se puede explorarla historia de nuestra hispanidad ni las cargas esenciales de lasnaciones sudamericanas de nuestros días.

Esa carga de herencias incaicas debe reducirse, en el marco denuestro interés, a cuatro asuntos: la ética del poder político, elfuncionamiento de la jerarquía política, la organización de la econo-mía y el concepto del trabajo. En los cuatro habrá choque, interin-

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fluencia y permanencia dentro del mundo de la nueva Hispanidadindiana.

Tomo de Wachtel la idea de que la sociedad estaba organizadaen base a dos principios básicos: reciprocidad y redistribución. Y lamayoría de los tratadistas posteriores a Wachtel han seguido su líneasosteniendo sin fallas que estos principios cimentan toda la estruc-tura económica de la sociedad inca. Teóricamente, el concepto dereciprocidad se aplica a las relaciones entre individuos o grupossimétricos, donde los deberes económicos de ""unos implican losdeberes de otros, en un intercambio mutuo de dones y contradones.El concepto de redistribución, en cambio, supone una jerarquía; poruna parte, se aplica a grupos, y por otra, a un centro coordinador; lavida económica es definida aquí por un doble movimiento, centrípetoy centrifugo: agrupación en el centro de los productos y posteriordifusión de aquellos aportados por los grupos".

Aunque la estructura expuesta está referida a la organizacióneconómica, es seguro que expresa de un modo bastante acabado elconcepto global del poder y las relaciones sociales en una sociedaddonde la escasez era una constante dramática. En otras palabras,luchando contra la esterilidad de las montañas y la creciente presióndemográfica, los Incas llegaron a una prolija organización de laeconomía que es acaso su obra cultural más perfecta; puede puescolegirse que los principios de la organización económica expresa-ban de modo acabado los principios políticos más generales.

En efecto, el principio de la reciprocidad aparece en cuestionestan alejadas de la economía como el trato que el Inca, de naturalezadivina, tenía con los dioses, sus pares. Stern recoge esta bellahistoria huarochiri sobre el Inca Topa Yupanqui que reinó con granímpetu entre 1471 y 1493: Topa Yupanqui. tras grandes combates,no logró derrotar a uno de sus enemigos. Se preguntó por qué habíahonrado a tantas huacas [dioses hogareños) con oro. plata, paños ycomida y convocó a las huacas a una reunión en la plaza de Cuzco.Allí el Inca trató de que se le recompensara por sus generosidades yservicios anteriores a los dioses y pidió formalmente la ayuda de lashuacas en una guerra que ya había consumido millares de vidas. Alno oír más que silencio, añadió una amenaza de quemar todas lasposesiones de las huacas a las que había servido hasta entonces sino lo ayudaban. Por fin Macahuisa respondió con el juramento de ira donde quisiera Topa Yupanqui. Para consumar su alianza Maca-huisa envió unas lluvias torrenciales en una campaña que acabó pordestruir a la oposición".

Este concepto de la reciprocidad se extendía a todos losaspectos de la vida, como una verdadera ideología básica; imponíaun principio de equilibrio tanto en las relaciones entre pares —in-dividuos y comunidades— como entre distintas jerarquías. Siemprehay don y contradon, siempre que se da algo, se espera recibir encambio y de este modo se entendió también la relación con los

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superiores. Por lo pronto el Inca, en la cúspide del poder, era el dueñode todas las tierras, por conquista, que las otorgaba en usufructo asus vasallos a cambio del tributo: se trataba de una relacióncontractual, donde el tributo era una parte del contrato.

Puede así advertirse que la visión del bien común o del interésgeneral —fundamento de la acción pública— era mucho menosabstracto en la sociedad incaica que en las sociedades europeas dela época. El bien común se podía medir solamente por la calidad delas contraprestaciones que el dirigente, fuese el lejano Inca o el máspequeño de los kurakas locales, ofrecía a cambio del tributo, laobediencia, el respeto y las donaciones materiales. Esta ética delpoder político, contractual e inmediatista ¿puede haber sobrevividohasta nuestros días en los modos de ser del caudillismo, delclientelismo político en América andina?.

El principio de redistribución daba funcionalidad al poderpolítico y terminaba estructurando a todo el Imperio como unacomunidad administrada por el Inca y la nobleza gobernante. DiceWachtel: "El Inca, hijo del Sol. transmite también a sus sujetos unaprotección divina, asegura el orden de la sociedad y ofrece favores yrecompensas. En especial, la generosidad del Inca asegura el man-tenimiento de los campesinos viejos y enfermos, incapaces para eltrabajo. En tiempos de hambre, redistribuye a las comunidades lasreservas de sus graneros. Los campesinos tienen así el sentimientode participar en el consumo de los productos que entregan a títulode tributo". Como puede verse, el principio de redistribución refuerzala visión contractual del interés general aunque otorga al gobernanteuna calidad de previsor que se asemeja a la del gobernante moderno.Es evidente que la economía incaica tenía una sensibilidad social queel mundo andino perdió después y para siempre.

El funcionamiento de la jerarquía política se hacía en forma decírculos concéntricos a partir del Inca para terminar descansando enuna célula indestructible: los kurakas. Eran éstos los jefes de laspequeñas comunidades, desde el tamaño familiar hasta núcleosmayores y parecen haber existido como células de poder antes de laexpansión del poder incaico.

Establecido el Imperio, los kurakas continuaron siendo losdepositarios de la reciprocidad entre las comunidades que se pres-taban asistencia mutua para los grandes trabajos, pero tambiéncomenzaron a ser los responsables de la redistribución ascendentey descendente, verdaderos agentes imperiales.

Estos jefes locales —caciques— constituirían la más extensared del poder político en el Perú del Incario. Pero la fuerza de sulegitimidad y la importancia de sus funciones los convirtieron engoznes irremplazables una vez establecido el poder español. Y asícomo en el pasado los kurakas organizaban las prestaciones detrabajo intercomunitarias, para el Dios Sol y para el Inca, en el

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mundo virreynal continuaron siendo las llaves indispensables para

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organizar el laboreo de las minas, los trabajos de obras públicas y elfuncionamiento cotidiano de la sociedad indígena colonial.

Esta institución precolombina fue rápidamente apareada conlas encomiendas españolas, de modo que la escisión de la sociedadse produjo en la escala local. El encomendero fue el personaje nuevo,depositario del nuevo poder político que emanaba de Lima y deMadrid, pero el kuraka conservó su legitimidad desde abajo, comoexpresión de la vida política indiana en la América andina. Laencomienda durará un siglo después de la Conquista, los kurakassobreviven todavía y tienen peso significativo en la vida políticaandina...

De la economía incaica nos interesan dos rasgos peculiares yrelacionados: la ausencia de moneda y el modo de acumulación delexcedente. Que debamos ocuparnos en forma conjunta, de estos dosrasgos, es en sí mismo un hecho inusual, pues hay pocos anteceden-tes históricos de una economía a tan gran escala y con un sistemade ahorro tan rendidor que se haya construido sin moneda y hastasin sucedáneos primitivos de la moneda.

Desde el punto de vista conceptual, no es extraño que en estasociedad poco habituada a las abstracciones y que tiene del biencomún una visión inmediatista haya faltado la moneda, creaciónabstracta por antonomasia. Pero en el enorme tamaño y con elconsiderable refinamiento de la economía inca, la ausencia demoneda representó un freno fuerte para las transacciones y loscambios. De allí, tal vez, el perfeccionamiento del sistema contableimperial, por medio de los kipus, donde una suerte de moneda decuenta suplía las funciones de contralor de la moneda faltante.

La marcha fue posible gracias a la universalidad de ciertosproductos, de modo que el excedente que seria recogido por el Incaa través de los tributos se podía manifestar por mercancías concretasy tan aceptadas que el propio Inca podía después utilizarlas con otrodestino. En este juego, los textiles ocuparon el lugar primordial. Enun mundo de clima riguroso y cambiante según la altitud y donde laenergía disponible era casi con exclusividad la humana, es evidenteque los productos textiles han tenido un altísimo valor de uso;además, eran fáciles de transportar y almacenar y podían recibir elenriquecimiento artístico de que hace gala la bellísima artesaníatextil inca.

Esta antigua tradición y este valor de riqueza y de cambio queacumulan los textiles fundarían, después, el vigor de la industriatextil del Tucumán, fuente de la riqueza —junto con la ganaderíamular— de la primera Argentina. Esta herencia tucumana de latradición inca se extinguiría recién en el siglo XIX, ante el empuje delhilado inglés...

Pero la ausencia de moneda es un hecho cultural mayor. Elindio entregaba el bien de su producción a cambio de otro bienigualmente concreto y visible, excepto en el caso del tributo cuya

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contrapartida no era concreta aunque sí conocida. El valor de su bienera entonces un concepto sin dimensión espacial, pues sólo existíapara el otro que con él trocaba, y sin otra dimensión temporal que laduración del bien intercambiado. Este hombre no podía imaginarque se pudiera entregar su bien a cambio de una moneda sin valorde uso concreto, que conservase su valor en cualquier lugar y parafuturas transacciones inimaginables en el momento de la "venta".Faltaba pues toda la cultura de acumulación que ya había fundadoen Europa al moderno capitalismo; el indio no conocía el concepto deriqueza.

Desde aquí se comprende mejor la visión indígena del trabajo.Se trabajaba para satisfacer las necesidades básicas y el esfuerzo sedetenía cuando se había llegado a ese límite; se trabajaba paraproducir bienes que serían trocados por otros bienes; el trabajo nopodía venderse pero sí trocarse por otro trabajo. No tenía sentidotrabajar por encima de las necesidades; la venta de trabajo eraimposible, porque al faltarla moneda no existía el concepto de salario.

En este mundo de finos equilibrios irrumpió la modernidadespañola como una tromba devastadora. Ignorantes de la acumula-ción, los indios empezaron creyendo que los españoles se alimenta-ban de plata y oro. Ajenos a la moneda y su consecuencia, el crédito,los indios aceptaban los bienes que les "vendían" a crédito losespañoles sin comprender que deberían pagar más adelante, reci-biendo por ello fuertes castigos que obligó a la Audiencia a protegersu buena fe. Acostumbrados a considerar el trabajo un hábito nomercantil, los indios se negaron a trabajar para terceros, a trabajarpor dinero y a trabajar por encima de sus necesidades.

El impacto sufrido por nuestros antepasados indígenas fueterrible. Y ha sido, es y será, motivo de estudios de todo tipo porqueno hay otro caso de un choque de civilizaciones tan abrupto, entremundos tan diferentes que englobase a tantos millones de sereshumanos. La historia de la Conquista es la crónica de una colisiónde mundos como no hay igual en la historia humana. Por eso mismoel empuje español, para consolidarse, tuvo que terminar contenien-do y digiriendo los nodulos culturales del incario.

Legitimidad escindida, concepto inmediatista y contractual delinterés general, poder político y social del kuraka, negación de lariqueza, rechazo al consumo innecesario, descalificación del trabajoasalariado; ésta es la matriz cultural de los vencidos del Gran Perúque recibió a la fecundación española. Y sus mandatos han quedadoen las esencias sudamericanas.

La inmensa fuerza de las sociedades vencidas, su resistenciaviolentísima en México y tenacísima en el Perú y la multitudinariapresencia de sus hombres y mujeres en el pueblo de la nuevasociedad indiana, impuso a los vencedores otra marca cultural: la

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ideología y los modos de la "conquista". En otras palabras, si lacultura de los vencidos entró en el "Nuevo Mundo" tomada de lamano con la cultura de los vencedores, aún falta un elemento paradefinir la indianidad resultante. Ese elemento es la adaptaciónobligatoria de los españoles a la función de dominar y dirigir unasociedad conquistada.

Los españoles del siglo XVI tenían todos los recursos espiritua-les, sociales y materiales para la conquista, como ya lo habíanmostrado en Granada, en Italia y en la secular pulseada contra losturcos. Pero a diferencia de lo que sucedía en Europa. Américaimpuso a los viajeros y sus descendientes la necesidad de vivirpermanentemente en actitud de conquista. Deberían construir unasociedad de la conquista, un modo de pensar, de gobernar y desobrevivir, que no es herencia española ni indígena, sino fruto del choque entre los dos mundos. Como en todo conflicto humano, losvencidos también imponían, con su resistencia, un cambio definitivoen el modo de ser de los vencedores.

Esta sociedad de la conquista sería más belicosa, más arbitra-ria. más vertical y más intolerante que su modelo español. Y viviría"con el Jesús en la boca", procurando imponer al mundo indígena lasnuevas reglas, sofocando alzamientos, sitiada por el resentimientosordo y despectivo de los vencidos, siempre mayoritarios.

Es probable que en esta realidad indiana esté la fuente dedesinteligencias entre la Corona y sus mandatarios del NuevoMundo, entre el sentido humanitario de muchísimas decisionesreales y su defectuosa aplicación en Indias. El Rey legislaba pensan-do en sociedades apaciguadas, mediante normas que sus delegadosdebían aplicar, en cambio, a sociedades bifrontes: vasallos y apaci-guados los europeos, vencidos y sometidos los indígenas.

Es seguro que las necesidades de la realidad se combinaron conla precedente tradición de los derechos de conquista, que loscastellanos en particular arrastraban desde su larga lucha contra losmoros, aquellos derechos para arriba y para abajo que ya hemosmencionado Lo cierto es que tradiciones y necesidades instalaron ennuestras tierras una legitimación del ejercicio violento del poder quehizo más rígida a la nueva sociedad y más injustos a sus procederes.

Con el tiempo, lo que fue necesidad se hizo costumbre. Laresistencia activa de los vencidos cedió el paso a la mutua adaptacióno a una resistencia recoleta que es aún perceptible en los pueblosandinos, pero la clase dirigente de la sociedad indiana procuróconservar, en su provecho, el estado de alerta de los primeros días.Insensiblemente, los vencidos habían contribuido a estimular en losvencedores la propensión al autoritarismo que muchos autoresconsideran, no sin razón, un desarrollo muy nuestro de la herenciaespañola.

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Así se cierra el arco entre la sociedad de conquista y la tradiciónautoritaria. Al principio, la desmesura de la conquista ha de haber

hecho forzosa esa conducta. Pero cuando pasen uno o dos siglos devida indiana, tales justificaciones no tendrán sentido y la persisten-cia en la ideología y el modo conquistador no harán sino acentuar elresentimiento de los vencidos y esclerosar la sociedad colonial todaentera, hasta desembocar en la violencia y la anarquía de los tiemposde la Independencia. Para entonces, la situación inequitativa de losvencidos será tan evidente que el Congreso de Tucumán, condelegados de todas las provincias del Virreynato del Río de la Plata,considerará pertinente restablecer la monarquía incaica, como unareparación moral por los excesos de tres siglos.

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Hispaniarum et Indiarum Rex

El 25 de octubre de 1555 Felipe, príncipe de España, arrodilladoante su padre, el rey-emperador, recibió el legado de las coronashereditarias. Un millar de testigos ilustrísimos llegados de todaEuropa a esta Bruselas, capital de la casa de Habsburgo, dieron fe.Empezaba un reinado de cuarenta y tres años destinado a cambiarla historia universal y a desatar interminables controversias sobresus calidades, que todavía nos envuelven, a cuatro siglos de distan-cia. Pero empezaba como un reinado del Norte, tributario de ladispersión vertical que los Habsburgo del abuelo Felipe el Hermosointrodujeron en la prometedora horizontalidad española de los ReyesCatólicos.

Enseguida, el abdicante Carlos inició los preparativos para suúltimo viaje en procura de ir "a sepultarse en España". La parábolade su vida, empezada en Flandes y terminada en Yuste. de Norte aSur, acaso era el mandato secreto que legaba a Felipe II.

Iniciado desde joven en los trabajos regios, el hijo no podríaignorar que los empeños del padre no estaban consolidados y que elsentido general de la política imperial no podría ser modificado sinode a poco y con la inercia del éxito. Cualesquiera fuesen suspreferencias personales, Felipe debería mantener su capital enBruselas y gobernar como un protector de Europa. Por añadidura,su condición de rey consorte de Inglaterra aumentaba el valorestratégico de la residencia en Flandes.

Los enemigos de su padre no le dieron tregua. Felipe se empeñóen la guerra contra Francia —aliada del Papado— en la inestablefrontera flamenca. En San Quintín y Gravelinas los francesessufrieron derrotas decisivas, dando al rey de España dos caminosposibles, el de la conquista y el de la paz. Felipe prefirió la paz por tresrazones: la alocada política de Carlos V obligó a decretar la bancarro-ta de la Hacienda Real en 1557; la reina de Inglaterra, María Tudor,su esposa, murió en 1558, privándolo de un apoyo político y militarsustancial; Felipe tenía de su padre la visión de una misión superiorcomo guardián de la cristiandad y arbitro del equilibrio general.

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El rey de España se reconcilió con el Papa sellando un enten-dimiento que duraría treinta años y que tendría un peso mayor en laestrecha alianza política y moral del catolicismo con la monarquíaespañola. Y firmó en Cateau-Cambrésis una paz con Enrique II. reyde Francia, que seria igualmente duradera y de enormes consecuen-cias políticas y territoriales: se estabilizaba la frontera flamenca,quedaban consolidados los derechos españoles sobre los reinositalianos y se creaba el Estado-tapón de ¿aboya para garantizar lapaz entre Francia y las posesiones italianas.

Recién entonces Felipe pudo considerar terminados los traba-jos de su herencia. Había apagado todos los incendios de Carlos V.Y podía empezar su reinado, la travesía de su destino personal. Enese momento, cuando tuvo la voluntad libre para elegir el rumbo,sintió el peso verdadero de su enorme Imperio, con todas sus rea-lidades.

Y las Indias entraban en la realidad por la puerta dramática delas finanzas. Braudel cuenta que en la primavera de 1557, el año dela bancarrota y mediando la intervención de Carlos V. ya retirado enYuste. el gobierno mandó secuestrar la plata, propiedad de particu-lares que traía la ilota de Indias, para enviar socorro al rey Felipe. Másextraordinario aun es que en el otoño de ese mismo año, nosatisfechos con la eficacia del trámite anterior "se considerará másprudente despachar al encuentro de la flota de las Indias a laescuadra de Álvaro de Bazán. la cual, habiendo llegado a Sanlúcarel 7 de septiembre se hizo cargo del numerario y lo transportó aSantander, de donde fue expedido directamente a los Países Bajos".Ya no se trataba de esperar la ilota, sino incluso de ir en su busca,tal era su importancia frente a la poquedad de los recursos imperia-les. Felipe, acosado por las guerras y las deudas en su capitalflamenca, debía tener un alto concepto de estos socorros indianos yun vehemente deseo de asegurarlos, ordenarlos y aumentarlos.

Las Indias ubérrimas sólo podían asegurarse desde Castilla ylos mismos reinos ibéricos, carnadura del poder político, militar yfinanciero de la Corona, necesitaban un gobierno directo y más eficazque el de la hermana del Rey que aseguraba la regencia. Llegaba eltiempo del Sur. Así lo dice Comellas: "Desaparecidos María Tudor yEnrique II. neutralizada Alemania, vencida Francia y sometida a unalarga regencia, el planteamiento de la situación europea cobraba uncariz perfectamente claro. Nadie podría disputar a Felipe II lahegemonía. El monarca regresó a España, centro natural y lógico detodos sus dominios. 'Ya Europa descansa sobre la paz que le hanprocurado mis armas', declara ante las Cortes de Toledo, al tiempoque anuncia su propósito de fijar su residencia en los reinosespañoles".

La primera decisión del nuevo Rey, cuando se hubo desemba-razado de los impedimentos gigantescos que le dejó su padre, fuetrasladarse a España, reemplazar a Bruselas por Madrid como

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capital permanente de sus reinos y adoptar un título que si dice pocoa los distraídos historiadores españoles, es un verdadero estandartepara nosotros: "Hispaniarum et Indiarum Rex". Rey de España... yde las Indias."Felipe II se coloca así, deliberadamente y durante todosu reinado, al margen de Europa. Impone a su política una aritméticaa contrapelo de las distancias: puede demostrarse, en efecto, concifras a la vista, que las noticias llegaban antes a Bruselas que aMadrid, ya partiesen de Milán, dé Nápoles o de Venecia, sin hablarde Alemania, de Inglaterra o de Francia. ¡Y cuántas otras consecuen-cias podríamos señalar! España se convierte verdaderamente en elpotente y exclusivo corazón de donde parte, más o menos lento yenérgico, el impulso vital de su política. En lo sucesivo, el Rey veráy juzgará todos los acontecimientos desde España; su política seelaborará en el clima moral de España, y los intereses españoles,aumentados por la cercanía y los hombres de España, gravitaránconstantemente en torno a él", precisa Braudel27.

Cuarenta y tres años después de la muerte de Femando elCatólico, el rey de España volvía a instalarse en el centro del imperiohorizontal. Conservaba sus nuevas potestades en Flandes, suscompromisos dinásticos con el destino de Europa Central, goberna-da por Fernando, el hermano menor de Carlos V, y un cierto derechode vigilancia sobre la entera Europa, por el rango eminente de aquellaEspaña superpotencia. Pero nuestro Felipe venia a ser el categóricorey de España que describe Braudel. O algo más. el Rey de laHispanidad.

Los trabajos de Carlos hacia el Levante y la explosión de losindianos hacia el Poniente habían hispanizado el mundo hasta lasdos fronteras infranqueables: el poderío turco en Oriente y la"espantosa extensión del Pacífico" en Occidente. Instalado en Ma-drid, nueva capital universal, el Rey aplicará su vida a organizar elImperio, aunque sin dejar de empujar con sendas manos el muropolítico turco y el muro geográfico ponentino.

Recibía, indelebles a pesar del medio siglo transcurrido, losmandatos de Fernando de Aragón y de Isabel de Castilla, guerrearhacia el Levante y construir hacia el Poniente. Y la descuajeringadapero opulenta herencia de su padre, una mezcla de mito y poder quelo hacía el hombre más poderoso de la Tierra, temido y desobedecidoen toda Europa, capaz de asestar golpes terribles punto por punto,pero desprovisto de un aparato estatal y una concepción política quele permitieran gobernar en la paz. Carlos V le dejaba un imperio dela guerra. Felipe procurará construir un imperio de la paz.

Los treinta y nueve años que corren desde su regreso a Españahasta su muerte, en 1598, muestran a un rey que encara, simultá-neamente, dos desafíos: la política exterior de la potencia dominantey la construcción interna de un Estado moderno a la talla del imperiomás grande nunca conocido. En cada día de su reinado, Felipeproducirá actos destinados a ambos objetivos. Es, en cada momento

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de su vida, un rey de adentro y un rey de afuera. Y es en esto, quedefine su calidad de estadista insigne, donde se da la mano con susbisabuelos, en especial la gran reina del Nuevo Mundo, y en lo quese diferencia de su padre, que tuvo más mentalidad de cruzado quede gobernante.

Y Felipe reinó para las Indias. Recibimos los coletazos de supolítica internacional tal como había sucedido antes, pero losaportes financieros indianos adquirieron un significado protagónicotanto en sustentar las guerras como en dotar de recursos a laconstrucción del aparato estatal. Foresto y por el empeño propio delmonarca en gobernar con eficacia todos sus dominios, las cuestionesindianas serán materia mayor de su obrar. El Estado moderno deFelipe II es también la fundación del Estado indiano, que lo sobrevi-virá intacto hasta el final de los Habsburgo de España, en 1700. Másaun. el Estado filipino, en sus ejes mayores, permanecerá en lasIndias hasta las grandes reformas de Carlos III. el Borbón revolucio-nario que reina entre 1758 y 1788 y todavía conservará su fachadafundacional en los reinos antiguos, como México y Perú, en los díasde la Independencia.

La paz de Cateau-Cambrésis y la reconciliación con el Papamodificaron los equilibrios en dos asuntos fundamentales: la unidaddel mundo católico para enfrentar la "herejía" protestante y la unidadde la cristiandad para combatir a los turcos, los "infieles". Éstosserian los dos empeños inmediatos de Felipe II en lo internacional./" Al clausurar los conflictos de la herencia de Carlos V, Felipecerró también la ambivalencia de su padre en el campo religioso. Élno era emperador de Alemania, campo principal de la batallaencarnizada entre luteranos y papistas y no estaba, así. obligado atransar, mediar o conciliar entre las distintas facciones cristianas.Los reinos de Felipe eran masivamente católicos ya que sólo en losPaíses Bajos había un brote importante de protestantismo: Españay las Indias eran católicos modernos, Italia era católica decadentepero con pocas fisuras.

Esta realidad política de su imperio va a permitir al Rey profesarun catolicismo militante y sin concesiones, alineando su política degobierno con su conciencia. Pero no se debe olvidar en ningúnmomento que Felipe es un católico español, orgulloso del modernis-mo y la santidad de la Iglesia nacional, lo que le permitirá combatircon igual legitimidad tanto a la "herejía" protestante como a la Iglesiano reformada de Italia: "El Rey los define como amigos de soltura ylibertad' y compara su 'disolución' con los 'santos principios de losreligiosos españoles*".

Conocedor de esta realidad política, podrá sentirse campeón delcatolicismo, permitiéndose lenguajes y gestos que reforzarán suautoridad moral y política sin mayor albur, con jactancias como la

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carta que envía a su embajador en Roma, Requeséns: "Podréiscertificar a S. S. que antes que sufrir la menor quiebra del mundo enlo de la religión y del servicio de Dios, perderé todos mis estados y cienvidas que tuviese, porque yo ni pienso ni quiero ser señor de hereges”.Su Majestad no arriesgaba perder gran cosa...

La carcoma de la infiltración protestante que había dividido aAlemania y ya empujaba a Francia a la terrible guerra civil de todala segunda mitad del siglo era una amenaza política para la frágilunidad del imperio español. Así puede comprenderse que la unidadreligiosa fuese enseguida un eje del gobierno de Felipe. Y estadefinición se reforzará frente a la desbordante actividad turca, conecos entre la fuerte población mora de la misma España. El Reydecidió ponerle a su imperio una llave ideológica inviolable. Laintransigencia religiosa se convirtió en una razón de Estado.

Empieza "la impermeabilización" de España, de todas lasEspañas. Para Roland Mousnier el hito de la nueva política es lapragmática de 1559 por la cual el Rey prohíbe a los españolesefectuar estudios en universidades extranjeras. Coetáneamente, seactualiza y amplía el índice de Libros Prohibidos, que era indepen-diente del Index romano. La lista de 1559 incluía las principalesobras de Erasmo, otrora autor predilecto del difunto Carlos V. Y laInquisición, constituida en uno de los Consejos del reino, adquierepreeminencia y furor.

La nueva política, funcional para soldar el Imperio lo eratambién para las ideas y emociones de la época y su mismaflexibilidad denuncia su adaptación a cada realidad; será guerreraen los Países Bajos, intolerante en España, permeable en Italia y laxaen Indias. Más que imponer un estilo, el Rey elige uno posible, fiel almodo dúctil de reinar que será la marca de los Habsburgo. Comomucho se ha dicho sobre la presunta intolerancia personal de FelipeII, me parece pertinente confirmar mi posición contraria con algunaspalabras de Braudel. "La España con que se encuentra Felipe II hapasado ya a la Contrarreforma, a la represión brutal, sin que ello seaobra personal del Rey. sino obra del tiempo, de su tiempo, de latrabazón de los acontecimientos de un extremo a otro de la cristian-dad, del auge de Ginebra y del de Roma, vastos flujos espirituales quearrástrala al propio Felipe II. pero que éste no crea".

Aunque con mayor suavidad, la impermeabilización afectará alas Indias. Las prohibiciones se cumplirán con modorra y seránfrecuentemente violadas por el contrabando. El tribunal de la SantaInquisición será creado en Lima en 1570 y en México en 1571, perosus actividades serán de muy distinta eficacia que en España, máspropensos a vender su indulgencia que a castigar paganos; el mismoRey había recomendado esta prudencia excluyendo expresamente alos indígenas del alcance de su autoridad. Las necesidades europeasde la política imperial llegaban al Nuevo Mundo, pero mayormentecomo nuevos campos para la hipocresía de la ley incumplible. Pero

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esta realidad no evitará a nuestros antepasados el vivir en un climade sospechas, alimentado por las venganzas personales e impropiopara el progresó de las ideas. Prohibir es un gesto que quedaráincorporado a nuestros hábitos culturales.

La política de excelencia religiosa será también para construir.Y en esta construcción las Indias tendrán un lugar eminente. LaIglesia misional de los primeros años de la Conquista dejará paso auna organización más asentada, próxima a los problemas políticosy extraordinariamente reforzada en recursos humanos; en ellaperderían peso las órdenes en provecho del clero secular. Era lapuesta a punto de una verdadera "Iglesia de Imperio". A su ladoaparecerían, igualmente, las nuevas órdenes, especialmente laCompañía de Jesús, cuya instalación en Indias fue autorizada por elrey en 1566.

El perfeccionamiento de la Iglesia americana contiene unepisodio que muestra simultáneamente la importancia que lasIndias tenían en la visión del monarca y su jerarquía de reinosequivalentes a los de Europa: en 1560, Felipe solicita al Papa lacreación de dos patriarcados, la más alta y autónoma de lasjerarquías eclesiásticas, uno con sede en Lima y el otro en México.Roma rechazará el pedido, temerosa de ver crecer en los reinos delPoniente una Iglesia ingobernable y, acaso, independiente.

Con todo este ideal de excelencia, Felipe rescató el mandato desu padre de purificar la Iglesia de Roma, promoviendo la terminacióndel hesitante Concilio de Trento. Logró que los trabajos de la granreforma católica culminaran en 1563. Dos años después fue elegidoPapa el dominico y Gran Inquisidor Miguel Ghislieri, Pío V. que comodice Paul Johnson, "creó la nueva atmósfera puritana, que implicóla expulsión de las prostitutas de Roma, la imposición de un atuendoclerical riguroso y los castigos brutales en los casos de simonía. Elcambio fue generalmente percibido: 'Los hombres de Roma hanmejorado mucho', escribió el embajador veneciano Tiépolo, o por lomenos es lo que aparenta'". Y empezó una época de catolicismocultivado y riguroso cuya expresión más significativa puede ser elflorecimiento de la Compañía de Jesús, que tanta historia desgrana-rá en nuestras Indias.

Alcanzadas la unidad y modernización del mundo católico,Felipe tenía también los triunfos para enfrentar al enemigo históricode España, el Islam. Su presencia no era banal. La gran flota turcaasolaba casi todos los veranos los puertos y las costas cristianos delMediterráneo y la importante población islámica de Castilla y Aragóncontinuaba aún inasimilada. La chispa se encendió en Granada,como una sublevación religiosa que pronto adquirió ribetes decatástrofe, mostrando un flanco frágil de España que podía seratacado desde fuera. Enseguida el fuego se extendió a Túnez, un

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protectorado español que fue ocupado por los turcos. Casi simultá-neamente, los turcos atacaron la población cristiana de Chipre,dependencia de Venecia. Todo esto había sucedido entre la Navidadde 1568 y mediados de 1570. El Mediterráneo estaba en llamas.

Felipe actuó con celeridad. Apoyado en una alianza con el Papay la República de Venecia preparó una contraofensiva con losmejores recursos de la Cristiandad. Encomendó primero a su mediohermano, hijo natural de Carlos V, don Juan de Austria, el someti-miento de los rebeldes granadinos y luego confió a este príncipe, conel acuerdo de sus aliados, la conducción de una gigantesca flota proaal Levante. Por la potencia de los recursos reunidos, el genio políticoy militar de don Juan de Austria y el azar de la guerra, la flotacristiana descalabró a la armada turca en el Golfo de Lepanto, el 7de octubre de 1571. en medio de un mar de sangre de las sesenta milvíctimas del combate.

Aquel día. los dos bisnietos de Femando el Católico, el rey Felipey el príncipe bastardo Juan de Austria, perfeccionaron el sueñoaragonés de un Mediterráneo vasallo. Pero el gigantismo de laHispanidad de 1571 impedía que este sueño fuese un destino. Lafuerza española hacia el Occidente era ya tan arrolladura que loséxitos en el Oriente sólo podían ser parte de la inmensa faena,incapaces de cambiar el rumbo. Es más, en su desplazamiento haciael Oeste. España estaba arrastrando a toda Europa; ya no se podíavolver atrás.

Lepanto sirvió para trazar de nuevo el limite antiquísimo entreel Imperio Romano de Oriente, que será tierra turca por casi tressiglos y el Imperio de Occidente que quedará confiado a España. Así,Turquía giró sobre sus talones para alejarse hacia el Este, en lasprofundidades del Asia, y Felipe volvió los ojos a sus eternosproblemas en los Países Bajos y a la grandiosa aventura que loesperaba en el Atlántico y más allá.

Diez años después del célebre combate, el Sultán de Turquía yel Rey de España y de las Indias establecen una tregua que el tiempohará definitiva. La tregua fue, no cabe duda, algo más que un hábilexpediente de la política española... El movimiento bascular que, enestos años de difíciles y oscuras discusiones, desplaza brutalmentelas guerras fuera del ámbito mediterráneo, es doble: empuja de unaparte a España hacia Portugal y hacia el Atlántico, a una aventuramarítima más gigantesca todavía que las del campo cerrado delMediterráneo...

¿Hasta dónde se empujaba España en su aventura del Oeste?Más allá de lo que podemos imaginar en nuestros días. Se cumplíacon exceso la profecía de Hernán Pérez de Oliva, que dijo ya en 1524-"Antes ocupábamos el fin del Mundo, y ahora estamos en el medio,con mudanza de fortuna cual nunca otra se vio". Si una de las manos

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de Felipe había hecho recular el muro político turco la otra se hundíasin temblores en el muro geográfico ponentino. Ocupadas totalmentelas Indias, la Hispanidad se había lanzado con todo su ímpetu contrala "espantosa*' extensión del Pacífico.Felipe y la Hispanidad indiana levantaron la mirada. Desde lascostas mexicanas del reino de Nueva España, en el "Mar del Sur",partieron, una tras otra, las expediciones de García Jofré de Loaisa.Álvaro de Saavedra y Ruy López de Villalobos, siempre rumbo alOeste. El rey y los virreyes de Nueva España pensaban en lasFilipinas y algo más. ¡Cumbre de la embestida imperial española!...El rey proyectaba la conquista del Japón.El 20 de noviembre de 1564 Miguel López de Legazpi partió delas costas de México al frente de la expedición más importante quese hubiese destinado al Asia. Luego de cinco meses de navegar porla vastedad del Pacífico llegó a Filipinas e inició la colonizacióndefinitiva de esta España del extremo Occidente. En 1571 fundóManila que para evitar las protestas jurisdiccionales portuguesasseria siempre una dependencia de México, cuyo virrey se convertíaasí en administrador del océano más grande del mundo.

La Hispanidad indiana había llegado al Asia y el Pacífico sehabía convertido en un mar español. Digamos mejor, en el másespañol de todos los mares, pues nunca, ni el Mediterráneo ni elAtlántico estarán abrazados por la cultura española como lo estaráel Pacífico, cuyas costas americanas serán un solo bloque dehispanidad, sin fallas hasta bien entrado el siglo XVI. y que tendráen sus costas asiáticas una presencia misional, militar y comercialde primera magnitud. Con la creación en 1583 de la Audiencia deManila la Justicia del Rey de España cubrirá todo el Pacífico. Enseguida se establecerá un servicio de tráfico regular entre Manila yAcapulco, el célebre "galeón de la China" que hasta los lejanos díasde la Independencia americana cruzará año a año el gran mar. Elcomercio indiano a través de este mar interior tendrá no pocainfluencia en las costumbres americanas, aportando manufacturaasiática, especialmente las sedas que inundan las cortes virreynalesde México y Lima. Y el valor del tráfico será considerable; DomínguezOrtiz calcula en un millón de pesos de exportación de plata ameri-cana al promediar el siglo XVII, tanto como lo que sale de contraban-do por la válvula del Río de la Plata.

Y también por esta larguísima vía se transportarán los viajeros.Entre Sevilla y Manila el viaje de ida y vuelta durará tres años y sólollegarán con vida tres de cada cuatro embarcados. Las órdenes de losvirreyes de México demorarán meses en hacer el viaje y las del rey deEspaña, años. "De esta forma tan precaria se realizó por primera vezla unidad planetaria", concluye Domínguez Ortiz.

El Mar del Sur, el mar español, el mar interior de las Indias, serápara la doctrina geopolítica española "mar cerrado". En él no habráfuerzas militares ni flota de guerra, salvo las instaladas en Filipinas

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para impedir, precisamente, que las otras potencias entren al marcerrado por el Asia. España no otorgará asentamientos ni derechoscomerciales a otras potencias europeas sobre las costas y puertos delPacífico a diferencia de lo que hará sobre el Atlántico.

Convertido en rey del Pacífico, Felipe dejará su improntadefinitiva en el destino americano. En verdad, la Hispanidad indianaflorecerá con esplendor y una inquebrantable seguridad exterior enlas castas del mar cerrado. El esplendor y la seguridad se transfor-marán un día no lejano en un magnífico aislamiento, formando untodo culturalmente homogéneo y políticamente lejano, parecido perono idéntico a la España europea y, sobre todo, poco sensible a loscambios que sobrevendrán en Europa y empaparán todo el mundoatlántico. Por eso prefiero hablar de una "Civilización del Pacífico"para denominar a esta Hispanidad indiana, heredera directa y casiinmutable de los tiempos de Felipe II.

En aquel año de 1571. Juan de Austria triunfó en Lepanto yLegazpi fundó Manila. El Imperio horizontal de los Reyes Católicosya no se extendía de Nápoles a Panamá, sino de Grecia a las Filipinas.Y la gran potencia española había asegurado su predominio cabal endos grandes mares del mundo: el Mediterráneo y el Pacifico.La extensión del eje horizontal era fabulosa y sus extremos,sólidos. Pero entre ambos se erguía la turbulenta política delAtlántico. Felipe II lo sabía A la muerte de María Tudor. en 1558,Inglaterra se dio otra reina, una gran reina, Isabel, hábil, indepedien-te y antipapista como su padre. Enrique VIH. A lo largo de su extensoreinado (1558-1603). por el imperio de la geografía y las orientacio-nes premeditadas de su política. Isabel de Inglaterra replanteará losequilibrios en el Atlántico.

El antipapismo de la nueva reina sumaba un fuerte elementoideológico a los conflictos en el Norte. Los católicos flamencos,vasallos de Felipe, quedaban aislados entre la marea protestantealemana, las guerras de religión que ensangrentaban a Francia y lafuria anticatólica de la reina inglesa. Los conflictos de religión searticularon prontamente con los intereses económicos y políticos dela próspera burguesía comercial de los Países Bajos y los diferentespríncipes del Norte. En cada llamarada del permanente incendioflamenco, las nuevas alianzas antiespañolas se fueron consolidan-do.

Con su juicio desapasionado, dice Braudel: "Felipe estabafirmemente decidido a emplear en el Norte la remozada fuerza delImperio hispánico —cuyo auge hemos visto ya en el campo medite-rráneo— y el aflujo de dinero que transportaban las flotas deAmérica. Intransigencia, incomprensión: no cabe duda, y el porvenirse encargará de demostrarlo. Era perder el tiempo, una políticacontra la Naturaleza, un esfuerzo malgastado, la obstinación de

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reglamentar rígidamente la circulación en esta encrucijada deEuropa, en esta plaza pública; una tontería, querer encerrar en simismo un país que vivía ya del mundo entero y que era, además,imprescindible para la vida de Europa, la cual presiona sus puertasy. llegado el caso, las echará abajo".

Ni los rebeldes de los Países Bajos, ni la reina Isabel, ni ladesgarrada Francia podían derrotar al gran Rey. Pero el empecina-miento de Felipe en hacer respetar su primacía y su compromisocomo defensor de la fe eran capaces de transformar al Norte en unaciénaga donde se hundiesen inmensos recursos de la Hispanidad. Sial final del conflicto todos los contendientes quedasen en pie, aunqueexhaustos, Felipe habría sido derrotado, pues un nuevo polo depoder, independiente de la tutoría española, tendría asegurada supresencia. Así fue.

La plata de las Indias, lo mejor de los tercios españoles y lastropas de Italia y los más ilustres príncipes y generales de la cortetomaron el camino de Flandes. Primero fue el duque de Alba, dereconocida pericia militar y escaso sentido político, quien entró en losPaíses Bajos a sangre y fuego, asegurando un imperio de la fuerzaque mucho costó y poco duraría, como sucede siempre con estasfórmulas gubernativas. Tras su dimisión, en 1573. y el interregno deLuis de Requesens. Felipe destinó al más eminente príncipe de sucasa, Juan de Austria, el hacedor de Lepanto. Don Juan repitió enFlandes su inteligente combinación de pericia guerrera y sentidopolítico, iniciando una obra restauradora que quedó inconclusa porsu muerte inesperada, en 1578, a los 33 años. Conviene subrayarque en su diseño estratégico ya donjuán imaginó que la solucióndefinitiva del desequilibrio flamenco pasaba por la invasión a Ingla-terra, que luego de veinte años de gobierno isabelino se habíaconvertido en fogonera incansable y eficaz de la sublevación holan-desa. Muerto su hermano, el Rey convocó a su sobrino, AlejandroFarnesio. distinguido también en Lepanto y a quien ya sus contem-poráneos consideraban el mejor general de Europa.

Durante los diez años siguientes Farnesio —caso único de nielode un emperador y de un papa— combatió con eficacia y gobernó conhabilidad, torciendo el rumbo de la historia flamenca. Bajo sucomando y con inmensos recursos. España logró en los Países Bajosun resultado fundador: las provincias del Sur. Flandes. se soldaronal mundo católico y español de manera definitiva, prediseñando elcontorno de la actual Bélgica; las provincias del norte quedaronaisladas y rebeldes, en el territorio de la actual Holanda. En 1587Farnesio estaba en posición de fuerza para marchar al norte yterminar el sometimiento de todo el reino.Entonces Felipe II retomó el diseño de Don Juan y proyectó lainvasión de Inglaterra. Farnesio debería reorganizar y agrupar susejércitos para cruzar el Canal de la Mancha en lo que la leyenda hallamado, "la Armada Invencible". Y suspender sus operaciones en el

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Norte, privándose y privando al Rey de la victoria final sobre losrebeldes holandeses. Esta decisión del lúcido y prudente Felipe, queya llevaba treinta años de reinado victorioso, respondía a nuevasorientaciones de su política imperial, pero dejaba el camino expeditopara lo que vino luego: el surgimiento de Holanda como potenciacomercial y marítima, de cara al Atlántico y juramentada contraEspaña.

En el remolino de historia que envolvió toda su vida, el genio deFelipe II había tomado nuevos rumbos.

A la muerte del último rey de Portugal, el cardenal Enrique, enfebrero de 1580. el rey de España y de las indias, fuerte de susderechos a la sucesión lusitana por su madre, ordenó al duque deAlba ponerse en marcha hacia Lisboa, siguiendo los planes trazadospor el gran ministro Granvella. A los setenta y tres años de edad. Albarealizaría en Portugal lamas brillante de todas sus campañas. Trascuatro meses de marchas, combates aislados y negociaciones polí-ticas, el veterano duque entró en la capital portuguesa, concretandoel viejo sueño de la unión de todo el mundo ibérico. De un soloempujón hercúleo, la Hispanidad se había derramado sobre elAtlántico y tomaba el aspecto de una sola y colosal civilización.

A Braudel corresponde trazar, desde su perspectiva mediterrá-nea, la síntesis más acabada del gran cambio: "Al recibir la noticia,las Indias portuguesas se sometieron a su vez, sin combate. Y lomismo hizo el Brasil, para quien, dados sus límites por el Oeste, launión de las dos Coronas representaba más bien una suerte. Lasúnicas dificultades serias surgieron en las Azores. El brusco engran-decimiento de Felipe II —el Ultramar lusitano, al añadirse al español,ponía en sus manos los dos Imperios coloniales más grandes delsiglo— planteaba, en efecto, la cuestión del Atlántico. Ahora, ysolamente ahora, conscientemente o no. pero desde luego por lafuerza de las cosas, empezará a apoyarse en el océano el Imperiomixto de Felipe II. Sobre el océano, nexo indispensable para suexistencia y base de las pretensiones españolas a lo que se llamará,ya envida de Felipe II. la Monarquía Universal".

En verdad, los reinos de Felipe II ocupaban los cinco continen-tes y en sus dominios, "no se ponía el sol". Ahora más que nunca, "elmodo dúctil de reinar" de los Habsburgo sería el único modo posibleen el gigantesco imperio. El Rey lo había aplicado para la sujeción delmismo Portugal, que será protegido en sus privilegios, preservadocomo un dominio independiente de Castilla y gobernado con elauxilio de un específico Consejo de Portugal.

Al parecer. Felipe comprendió que la unión de Portugal alImperio era mucho más que un agrandamiento territorial y político.Se trataba de un cambio de destino, era el paso estratégico destinadoa soldar la Hispanidad en el compromiso atlántico. El Rey lo marcaría

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con un gesto espectacular. Después, de veinte años de residenciacontinua en Castilla y Aragón y habiendo desoído todos los consejosy ruegos para que visitara el convulsionado Flandes y otras posesio-nes europeas, Felipe se trasladó a Lisboa. Durante tres años, la corteimperial de la Hispanidad se instaló en la capital portuguesa.

Se trataba del océano, el Atlántico, el último gran mar noespañol. La última gigantesca empresa del reinado de Felipe II quelo tendrá en vilo hasta su muerte, dieciocho años después. Un grandesafío que ningún contemporáneo ignoraba, menos que menos lareina de Inglaterra y los rebeldes holandeses. Tampoco el Rey, suministro Granvella, los príncipes de su casa, los grandes y generalesde España, los virreyes de Europa y de las Indias, el Papa, elemperador de Alemania y los otros príncipes de la casa de Habsbur-go. nadie desconocía que el continuo engrandecimiento de la Coronaespañola movilizaría en su contra la articulada oposición de todos lospoderes que temían la presencia de un Imperio imbatible.

Es probable que desde su atalaya de Lisboa por las ventanas delpalacio real que miraban al puerto. Felipe y su corte hayan compren-dido que la política atlántica debía ser ofensiva y que la seguridad delnuevo mar sólo estaría firme mediando el sometimiento de Inglate-rra, cuya potencia marítima había fomentado Isabel con fortuna.Además, gracias a la unión ibérica, el Rey disponía ahora de una flotacapaz de transportar a Inglaterra el ejército de invasión que se debía.

Todos se apresuraron. En 1586 Isabel intervino abierta ydirectamente en las luchas de los Países Bajos, procurando evitarque el rey español tuviese un acceso pacifico a los puertos de invasióndonde pudiese embarcar los temibles tercios de Farnesio. En 1587.Isabel decidió zanjar el largo diferendo con los católicos de Escociapor la aniquilación, y empezó disponiendo la ejecución de su reglaprisionera, María Estuardo. Había empezado la guerra del Atlántico.

Felipe pensó en asestar un único y terrible golpe al enemigoinglés. Y preparó la doble invasión, con una gran Armada a lasórdenes del duque de Medina Sidonia y los ejércitos comandados porFarnesio. ya entonces duque de Parma. La flota de Medina Sidoniafue inutilizada por las mareas a la vista de Ostende. el puertoflamenco donde Farnesio había concentrado sus tropas para latravesía; y luego fue considerablemente hostigada y deteriorada porlas tormentas, los naufragios y los ataques de la marina inglesa. "Talfue el famoso "desastre de la invencible'. Es inexacto decir que desde1588 comienza la decadencia de España, ni siquiera la naval. Laspérdidas fueron prontamente rehechas, y en 1591 la escuadraespañola derrotaba a la inglesa a la altura de las Azores. Pero elproyecto de desembarco en Gran Bretaña hubo de quedar pospuestopor la necesidad de la intervención en Francia", concluye José LuisComellas.

El fracaso de la invasión transformó la guerra fulminante queimaginaron los estrategas españoles en un largo forcejeo de quince

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años, la guerra póstuma del gran Rey. Y por la importancia de losrecursos puestos en juego de ambos lacios, derivó en una suerte deempate que dejaba en pie a Inglaterra y a los rebeldes holandeses,empantanando para siempre la esperanza de dominación atlánticaque tan necesaria era para la solidez del Imperio universal. El mundoatlántico ya no seria español, sino en todo caso europeo, ni católico,sino cosmopolita, ni de comercio regulado, ni de ideas vigiladas porlos Index, el español o el romano. La impermeabilización de lacomunidad hispana tendría un inmenso tajo que la cruzaría de unpolo al otro, cambiando la suerte de los pueblos y naciones que seasomaran a las costas atlánticas. Nosotros, entre ellos.El empate del Atlántico no resultó en la pervivencia de dospotencias imperiales comparables, porque en el Norte. Inglaterra,Holanda y poco después Francia, no formaban sino un bloquepolítico. Por lo pronto, se trataba de un reino de confesión anglicana,otro protestante y uno católico con minoría calvinista. Además, niInglaterra ni Holanda eran potencias territoriales, sino máquinascomerciales y marítimas, abiertas a los cambios y los contactos conel mundo entero. Su alianza política frente a España tenía forzosa-mente un contenido interno de tolerancia, diversidad y cambio. Elpolo atlántico antiespañol que el fracaso dé la política filipina dejabaen pie, portaba desde sus orígenes una esencia móvil y desestabili-zadora, un soplo heterogéneo y liberal. No era tanto un enemigogeopolítico de la Hispanidad capaz de preparar nuevos choquesgigantescos para el futuro, sino un estilo de civilización y cultura quese irá infiltrando entre los muros de la fortaleza hispana consilenciosa eficacia. Esto, por supuesto, no lo podían comprender loscontemporáneos, pero cambiaría hondamente la historia del Atlán-tico y sus ribereños.

Si la ocupación de Portugal soldó la Hispanidad y creó lascondiciones para el gran diseño atlántico, tuvo en la profundidad deltejido español otras consecuencias. Al disolver o amenguar loslímites territoriales entre los reinos españoles y los portugueses,especialmente en las lejanías imperiales, facilitó los movimientosinternos de hombres, riquezas y jurisdicciones, una suerte demaridaje hispano-portugués que tendrá consecuencias en Asia y lasIndias. Bien apunta Braudel en dirección al Brasil, beneficiado porla dilusión de su frontera Oeste. la que linda con el entonces Reinodel Perú, en sus lejanas comarcas del Paraguay y el Río de la Plata.Durante los sesenta años de unión —1580-1640— entre el Brasil yel Río de la Plata se creará una zona de jurisdicción inestable, campede guerras futuras y de trascendentes decisiones de los Borbones deEspaña, siglo y medio más adelante.

Por otra parte, la posibilidad de trasponer con relativa libertarlas fronteras otrora herméticas entre los dos reinos y sus dependencias. volcará sobre el imperio territorial español toda la fuerza deimperio comercial portugués. En las Indias, los comerciantes portu-

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gueses se instalarán en busca de mejores horizontes, interviniendoen todas las plazas de fuerte movimiento y llegando a convertirse enel factor de poder más importante en la lejana válvula del Río de laPlata y su modesto puerto de Buenos Aires. Cuando la unión serompa en 1640. los portugueses estarán ya tan involucrados en elcomercio indiano que se transformarán en protagonistas del contra-bando; en el Río de la Plata, llegarán a fundar la Colonia delSacramento para recuperar una libertad de acción perdida enBuenos Aires.

Finalmente, al formar un solo bloque, el mundo hispano-portugués tendrá también unificados sus enemigos. Éste no esasunto menor, pues la naciente potencia holandesa hará igual presade las ciudades, puertos y naves españolas que de las portuguesas.Y aparecerá toda la fragilidad del imperio portugués de factorías,deletéreos puntos de influencia sobre las costas. Los ataques holan-deses 'dañarán a España, pero arrasarán con la red comerciallusitana. Cuando Portugal recupere su independencia, sus antiguosasientos asiáticos y los del Océano índico estarán casi anulados y notendrá otro camino que concentrarse sobre el Atlántico, ya mar detodos, y fortalecer sus posesiones brasileñas, presionando sobre lasIndias españolas.

Felipe II reorganiza el mundo. Su gigantesco reinado diseña unageopolítica planetaria fundante de lo que hoy llamamos Occidente.Cada uno de sus grandes proyectos territoriales creará espaciosnuevos, con sus dinámicas internas propias. Y en esos espacios lasdiferentes culturas vivirán y crecerán hasta desembarcar en elmundo de nuestros días. Por cierto que estos destinos son diferentesde los que pudo imaginar el gran Rey, pero tributarios de lo que hizo.No le sobrevivieron sus intenciones, pero sí sus trabajos, acasomucho más allá de lo que podía soñar el anciano de 1598. cuandose extinguía en el recato del Escorial, rodeado del afecto reverencialde todas las Españas.

Su política mediterránea abroqueló a la Cristiandad. Lepanto yla tregua con Turquía marcan un punto de no retoma en la iniciativapolítica, militar y cultural cristiana hacia el Levante. En esa estelacrecerá durante los tres siglos siguientes el imperio austriaco de losHabsburgo y los rusos empujarán desde el Norte hasta ocupar lascostas del Mar Negro. Las posesiones españolas en Italia no seránmolestadas mientras la metrópoli conserve su vigor. Pero la Españadel Mediterráneo será siempre una gran potencia ribereña sobre unmar internacional, sin llegar a fundar nuevas patrias de la Hispani-dad.

Su política hacia el Poniente le puso llave al Mar del Sur. Lasiniciativas españolas en el Pacífico fueron tan vigorosas y eficacesque aun en el período de gran debilidad internacional que sobreven-drá a fines del siglo siguiente, la comunidad hispana conservarátodos sus territorios. Los pueblos españoles ribereños del Pacífico

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podrán vivir sobre el mar cerrado en completa paz, especialmente enlas costas americanas, ajenos a la agitada política europea, sedimen-tando culturas, forjando patrias hispanas. Es la política del Pacíficoel secreto de la solidez del mundo indiano y también el origen de sumentalidad conservadora, quietista, satisfecha. Muy pronto. Lima,Potosí y México serán las mayores ciudades de la Hispanidad, máslujosas y "desarrolladas" que Madrid o Barcelona. Felipe ha fundadola "Civilización del Pacífico'*.Su política atlántica quedó en empate. Tal vez en las intencionesdel Rey era una política inconclusa, como sugiere su insistencia enenfrentar a Inglaterra sin miras de apaciguamiento. Pero con laperspectiva de nuestros días, puede suponerse que por larga quehubiese sido la vida del Rey, la equivalencia de las fuerzas enconflicto y la fatiga de los contendientes no pronosticaban unresultado muy diferente. El rey de España y de las Indias mandabaen el Mediterráneo y en el Pacífico, pero debería convivir en elAtlántico con otras potencias. Así lo entendieron Felipe III y susministros, apenas asumida la sucesión. La verdadera herencia delpadre era. por lo tanto, un Atlántico no español; internacional,europeo. En este "Mar del Norte" la fuerza de la Hispanidad no seráhereditaria, sino contingente. En cada momento del futuro lospueblos españoles y el imperio como totalidad deberán pelear porsus espacios, su cultura, su economía. No habrá la calma del marcerrado, sino una sociedad cosmopolita, desamparada contra losvientos de la Historia. Los indianos del Atlántico no podrán serbarrocos y gozadores. Vivirán en la vigilia de la frontera.

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El Estado universal

No hay grandes Imperios sin grandes Estados. Las mejoresconquistas militares y las más ingeniosas combinaciones dinásticaso políticas se esfuman en un instante del tiempo histórico cuando eljefe político exitoso no ha podido o sabido transformarse en jefe degobierno, cabeza de una eficiente organización estatal. En sentidocontrario, puede afirmarse —con el socorro de la ciencia histórica yde la ciencia política— que la declinación del Estado anuncia siemprela declinación de la Nación, cualquiera sea su tamaño y dotación derecursos.

Esta ley fundamental de la acción política estaba esperando alos herederos de Carlos V al momento de dividir su patrimonio. Elhermano Fernando, nuevo emperador de Alemania, y sus descen-dientes, le dieron la espalda y persistieron para siempre en lastécnicas políticas de la conquista armada y la combinación dinásti-ca. Así, los Habsburgo de Austria articularon el Imperio Austro-Húngaro, una gran potencia europea que desbarataron fácilmentelas derrotas militares del siglo XX. Era el estilo del finado Emperador,su espíritu de cruzado, su confianza en el poder fundador de laespada.

Cuando recibió su parte, Felipe ya no era un Habsburgo. sinoun Habsburgo de España. Llevaba doce años asociado al gobierno desu padre y tanto por su formación como por haber sido gobernadorregente de España largo tiempo —mientras el Emperador viajaba yguerreaba en Flandes y Alemania— estaba imbuido de la tradiciónestatal de Castilla. Felipe sabía que la grandeza de España se habíainiciado con la completa modernización del Estado hecha por susbisabuelos, los Reyes Católicos, y que abarcó capítulos tan diversoscomo la Iglesia, la forma del gobierno, la nobleza, la educación, lafiscalidad y la organización militar. Felipe sería estadista, sin dudael primero de su tiempo, acaso el padre del hombre de Estado denuestros días.La primera diferencia con su padre fue haber comprendido que

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en un imperio vastísimo y que no dejaría de crecer, la presenciapersonal del monarca en cada punto neurálgico o área de conflicto,era imposible. Todos los reyes de la época eran infatigables viajerosy arrastraban en su s peregrinaciones a cortes numerosas y gastado-ras. Tenían algo así como el síndrome del gato, que orina regularmen-te los limites de su territorio para marcar su dominio. Campeones delitinerar eran los reyes de Francia, dueños de un extenso territorioque los obligaba a trasladarse sin respiro de un extremo al otro,construyendo bellísimos castillos para mejor alojar a la corte. Erauna técnica de gobierno consagrada por su antigua eficacia.

Felipe seria el primer gran rey sedentario. Fue jefe de guerra enuna sola ocasión, al principio, cuando derrotó a Francia y le impusola paz de Cateau-Cambrésis. Después viajó a España y se aplicó aorganizar el gobierno al revés. "Antes el rey acudía al problema, ahorael problema acude al rey." Y explica Comellas: "Felipe II coloca sudespacho en Madrid (capital de la monarquía desde 1561), y desdeeste centro lo dirige todo: ejércitos, armadas, aprovisionamientos,tratados diplomáticos, medidas políticas, administrativas, económi-cas. El Rey, rodeado de un creciente ejército de funcionarios, lo revisatodo y, llegado el caso, resuelve... Un sistema de gobierno si se quieremenos espectacular y directo, pero más técnico y, en el fondo, máseficaz. Lo implantarían luego los Borbones en Francia y los Estuardoen Inglaterra, y llegaría a informar la mecánica de los estadosmodernos".Para tener éxito, el nuevo Estado debía cumplir dos requisitos:nutrirse de recursos humanos y técnicos de la mejor calidad y noconfundir sedentarismo con centralización. Para ser aceptado, elnuevo Estado debía tributar a las costumbres de la época, particu-larmente al principio, teniendo por esencial que la presenciapersonal del Rey en cada lugar y en cada tema hacia gobierno por sísola. Felipe se empeñó, y tenía cómo.

Las reformas educativas y burocráticas de los Reyes Católicos,proseguidas bajo Carlos V por los gobernadores de España, habíanformado y puesto en acción una clase dirigente nueva y de grandesdotes intelectuales. Había aparecido lo que Braudel llama "el funcio-nario", cuyo perfil traza citando a Don Diego Hurtado de Mendoza:"Los Reyes Católicos han puesto el gobierno de la justicia y de losnegocios públicos en manos de letrados, hombres de condiciónmedia, entre grandes y pequeños, para no ofender a unos ni a otros,y cuya profesión eran letras legales". Estos expertos en "letraslegales", reclutados en la clase media urbana, surgían de lasnovísimas o renovadas universidades españolas —y luego tambiénlas indianas— que, según los datos citados por Braudel, tenían unapoblación total de 70.000 estudiantes. Para los contemporáneos,ésta era una cifra enorme, como que representaba casi el uno por

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ciento de la población total de España y muchísimo más si se tomacomo un universo posible la población alfabetizada. Tantos son enverdad, que el "estudiante" ocupará un lugar de privilegio entre lospersonajes de la literatura del Siglo de Oro.

La obra educativa de los Reyes católicos está pues en la base dela construcción del Imperio, de la superpotencia española, cum-pliendo en esto una ley del poder vieja como el mundo. Y las reformasadministrativas de aquellos reyes y sus continuadores permitieronque esta masa de inteligencia entrara en las funciones de gobierno,contra el resentimiento explícito y ruidoso de la nobleza. De Sala-manca y de Alcalá de Henares sale la nueva clase dirigente quenutrirá al nuevo Estado no sólo con su idoneidad sino también consu independencia respecto del poder eclesiástico y del militar-nobiliario y. por eso mismo, alineada en el servicio estricto delmonarca, expresión del interés general.

Con estos recursos humanos, las reformas técnicas seránposibles. Los jóvenes letrados llevarán nueva sangre al "partido delrey", las Audiencias, que se mejoran y multiplican en todos losreinos, especialmente en Indias. Y con ellos Felipe podrá reorganizarel funcionamiento del gobierno. Los Consejos, verdaderos ministe-rios colegiados que asisten al Rey en la administración y en losproblemas judiciales, aumentarán y definirán mejor sus competen-cias. Subsistirán los Consejos territoriales —de Castilla. Aragón.Italia. Flandes e Indias y. luego, el de Portugal— y crecerán en podery eficacia los que Comellas llama "ministeriales" o por ramo. Estado.Hacienda. Guerra, Órdenes. Inquisición... Todos ahora en Madrid,con sus minuciosos archivos, como eficaces círculos concéntricos dela autoridad real.

El Estado moderno de este primer "Rey de las Indias", prestaráprincipal atención a los problemas indianos. El Consejo de Indiascrecerá enseguida a nueve miembros, casi todos letrados de la mejorcalidad, con una autonomía absoluta excepto para regular la Inqui-sición indiana, que dependerá de la opinión del Consejo de laInquisición y para las disposiciones de orden fiscal, que requeriránla autorización del Consejo de Hacienda. Pronto. Felipe encontraráen Juan de Ovando —otro gran Ovando— al protagonista de lamodernización indiana. Nombrado Presidente del Consejo, a suextraordinaria actividad y penetrante mirada política se debe laRecopilación de Leyes de 1571 y el nombramiento, ese mismo año,de un cronista mayor que debía elaborar la primera DescripciónGeneral de las Indias. El Rey estaba decidido a conocer sus reinos,no mediante las excursiones cortesanas del pasado, sino por lainformación sistemática propia de un Estado moderno. "Ahora elproblema acude al rey"...

El nuevo Estado filipino cumplió en ser sedentario pero librán-dose de la tentación del centralismo. El doble objetivo imponía unavisión de las funciones del gobierno muy adelantada para su tiempo.

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Se exigía, en realidad, un concepto del poder bastante más abstractoque el corriente. Si el rey sedentario se ocupaba de todo, el centra-lismo sería el resultado inevitable. Una nueva filosofía política debíapermitir seleccionar aquellos asuntos de "acudir al rey”, por suimportancia, novedad o excepcionalidad, dejando en estamentosintermedios la facultad de resolver los restantes. Así hizo la Monar-quía Universal.La España de Isabel y Fernando ya tenía una tradición descen-tralizada y de Aragón había heredado una institución que serácaracterística de la Hispanidad, los virreyes. Ya desde el siglo XIV losreyes de Aragón habían dotado de esta máxima investidura a ciertosenviados especiales y jefes militares en sus crecientes y heterogéneosdominios del Mediterráneo, que sólo podían ser gobernados conflexibilidad. Se entendía que a tales honores se destinaban figuras deexcepcional brillo y prestigio, lo que reforzó el basamento de ladignidad virreinal. Pronto habría virreyes en todos los dominios delrey de España. Y establecer virreinatos en Indias era otorgar a losreinos del Nuevo Mundo la mayor jerarquía del imperio, la misma deMilán. Nápoles o Aragón.

En su visión imperial, Carlos V agregó a la organización tradi-cional una verdadera ideología de lo heterogéneo. Él. mejor quenadie, sabía que imperaba sobre pueblos que no eran siquieracapaces de entenderse en una misma lengua. Y de esta diversidadhizo virtud, transmitiendo a la Hispanidad un espíritu flexible quemarcará todos los reinados de los Habsburgo. Dice Domínguez Ortiz:"Por su parte, los monarcas austriacos ampliaron la esfera de supoder con habilidad y moderación. Siempre trataron de guardar lasformas, y nunca perdieron de vista que no en todas partes podíanactuar de la misma manera; no exigieron de Aragón tanto como deCastilla, ni de Portugal tanto como de Aragón; no pretendieron serobedecidos tan estrictamente en Nueva Granada como en Andalucía.Evitaron siempre dar la sensación de que se imponían por la fuerza;las raras veces que acudieron a ella se abstuvieron de sacar lasconsecuencias jurídicas de su victoria".

Si la heterogeneidad cultural tuvo su respuesta en la flexibili-dad política, la administración no podía ser sino descentralizada. Losdelegados de la autoridad real partían a sus capitales con instruccio-nes diferentes en cada caso, adaptadas a las realidades locales, confacultades expresas para administrar excepciones y con dependen-cias de uno de aquellos Consejos territoriales que Felipe ampliará ymodernizará como hizo con el de Indias. El testimonio más acabadode la descentralización será, a no dudarlo, la autorización para"obedecer y no cumplir", que según Domínguez Ortiz se remonta alas leyes de 1325 y 1528 y que tanto peso tendrían en4a vida indiana.

El Estado moderno de Felipe II. universal y descentralizado, no

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podía funcionar sin una clase dirigente a su medida. Las universida-des proveyeron los letrados, dirigentes civiles minuciosos y trabaja-dores que ocuparon todos los puestos intermedios hasta las altasjerarquías de la vocalía de los Consejos y la presidencia de lasAudiencias. Pero esta grande y prolija maquinaria tenía su "tempo"y no era capaz de enfrentar los hechos excepcionales con velocidady audacia imperiales. Para ello, como delegados de la soberanía deltrono y hacedores de la política del Rey, aparecerá una capaprivilegiada por sus calidades, su poder y su lealtad al monarca.

En el esplendor del reinado de Felipe II, apenas un centenar deespañoles ostentan las más altas distinciones de la nobleza: 18duques, 38 marqueses y 43 condes. Representan la tradición, lafuerza militar y buena parte de la riqueza territorial de España. Conellos se entremezclan en la privanza del Rey los grandes prelados,obispos de las diócesis principales y cardenales, los príncipes de lacasa y algunos grandes generales que terminarán siendo ennobleci-dos por sus hazañas. En total, es un grupo pequeñísimo, a quienesel Rey vigila hasta en sus vidas privadas, que disponen de verdaderascortes personales, cuya educación ha sido dura y cuidadosa y que sesienten, casi sin excepción, ciudadanos del mundo. El Rey los con-voca sólo para tareas excepcionales, sabiendo que como son lealesy emprendedores son también hombres de criterio independiente,muchas veces dispuestos a discutir las decisiones de la Corona.

A esta gran nobleza española el Rey asocia las cabezas más bri-llantes de la nobleza italiana, flamenca y borgoñona, sus otros vasa-llos. Y es también frecuente encontrar en su servicio grandes vasallosde otros reinos como Francia, y nobles de los principados alemanesy centroeuropeos. Desde 1580, los nobles portugueses trabajarántambién con el gran Rey. Y de a poco aparecerán los nobles indianos,encabezados por los duques Veragua, descendientes de "Diego Colóny los marqueses del Valle, de Hernán Cortés.Una suerte de nobleza mundial, en cuya sangre se mezcla todoel poder de la época, asistirá a Felipe II en su monarquía universal.En el convulsionado Flandes se sucederán en el mando el españolí-simo duque de Alba, el medio hermano alemán del Rey. Don Juan deAustria y luego su sobrino flamenco-italiano, Alejandro Farnesio,duque de Parma. Las flotas mediterráneas serán comandadas por elalmirante genovés Andrea Doria. Y cuando llega el tiempo de supolítica hacia el Atlántico, el gran ministro, consejero y soporte delRey será el cardenal Antoine Perrenot de Granvelle, nacido y criadoen el Franco Condado, hoy tierra francesa, que fue consejero real enFlandes y virrey de Nápoles antes de ser llamado a Madrid a la mayorintimidad y confianza.

La danza de esta gran nobleza fue un instrumento de poder deprimera magnitud y, además, pudo representar al rey sedentario,rodeándose de un boato que si hoy nos parece excesivo, tuvo en sutiempo la capacidad de fascinar a los pueblos, casi como sí el

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monarca se presentase en persona. Su escaso número en estasegunda mitad del siglo XVI debe subrayar a nuestra atención lo queimplicaba designar a los virreyes americanos de entre los marquesesy condes españoles y el enorme poder personal que arrastraban consu nombramiento. Sólo así se puede calibrar tanto la gravedad de laejecución del virrey del Perú por Gonzalo Pizarro como el desdoro quecubrió al marqués de Cañete por haber sido removido del cargo, loque le acarreó la muerte. Los virreyes americanos eran parte de estanobleza mundial y con ellos llegaría a las Indias el estilo y la ideologíade la dirigencia española. Las dos grandes capitales virreinales,México y Lima, serian bastiones sociales y políticos de la MonarquíaUniversal.

El Estado Universal de Felipe II alcanza así dos de sus rasgosfundamentales. un gobierno moderno y descentralizado y una clasedirigente a su medida. Tiene tres vigas maestras: una cultural-ideológica, otra social y una tercera jurídico-política. Sobre ellasparece haberse apoyado la colosal construcción y es del casopreguntarse si su solidez a lo largo de los siglos no es tributaria deestos elementos constitutivos. Es una pregunta turbadora, porquenos la hacemos desde este fin del siglo XX, cuando la mayoría de losanalistas del poder prefiere sostener que éste se apoya, esencialmen-te, en lo militar y en lo económico.

Felipe no descreyó de la importancia de la fuerza militar en elseno de su política. Era hijo de un gran guerrero, al que admiraba,y vivió en un siglo de continuo guerrear. Pero su marca distintiva,seguramente española y probablemente heredada de Isabel, era elmirar la guerra como un hecho político excepcional y estrictamentefronterizo. A diferencia de sus grandes contemporáneos, el Sultán deTurquía, el Rey de Francia y el Emperador de Alemania, el Rey deEspaña no usó el poder militar para el gobierno interno de susEstados. Así. donde no había conflicto fronterizo, no habría fuerzasarmadas. Los Habsburgo de España no serían militaristas. Losreinos de la Hispanidad no serían gobernados por la fuerza.

Escuchémoslo a Domínguez Ortiz: "Pues bien, en la España delXV1-XVII no había ejército permanente, y cuando se declarabanhostilidades había que improvisar uno con las huestes señoriales ylas milicias concejiles, de muy escaso valor militar. Había 22compañías de Guardas de Castilla, alojadas en diversos pueblos conuna plantilla teórica de 2.619 plazas, pero su eficacia era casi nula,entre otras cosas porque disfrutaban de ocho meses de licencia cadaaño. En Aragón, el virrey tenía una guardia de veinte jinetes y lasmancomunidades de ayuntamientos sostenían también algunasfuerzas armadas... Por eso, cuando ocurría algún alboroto el Reyconfiaba sobre todo en la nobleza para restablecer el orden".

Veinte jinetes para el virrey de Aragón. Apenas más numerosala guardia del virrey de México. Y levantaría una polvareda políticala decisión del virrey del Perú, marqués de Cañete, de rodearse de

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una fuerza militar permanente de poco más de cien hombres paraterminar con los desórdenes en éste, su reino interminable... EnIndias, los alborotos no serian sofocados por los nobles sino por susequivalentes lugareños, los encomenderos. Y las Indias quedarángozando de la desmilitarización filipina hasta bien entrado el gobier-no de la casa de Borbón, en la segunda mitad del siglo XVIII.La enfermedad militarista latinoamericana de los últimos dossiglos no parece tener sus orígenes en la herencia Habsburgo de (aHispanidad...

Muy otro será el protagonismo del tema económico en el EstadoUniversal de Felipe II. Y otros también los protagonistas. Si la cremade la sociedad española se volcará a la batalla ideológica y religiosa,la nutrición de funcionarlos para el nuevo Estado, la conducción dela guerra y las tareas superiores del gobierno, no serán españoles losprotagonistas de la aventura económica. Allí estarán primero losbanqueros italianos y alemanes y los mercaderes flamencos y. apocoandar, los nuevos empresarios y comerciantes indianos; todos ellos,vasallos del gran Rey. Y vale la pena mirar este conjunto como untodo, no sólo porque ésa era, sin duda, la mirada de Felipe II y susallegados, sino sobre todo para no caer en la fácil tentación decalificar los destinos. No tiene valor histórico repetir el lugar comúnde que los dirigentes castellanos eran unos soñadores improductivosy los mercaderes genoveses y flamencos una tropa de materialistassin ideales. No se puede juzgar a las partes sin mirar al todo. ¿Dóndecolocaríamos, en tal caso, a los materialistas e hispanísimos comer-ciantes indianos?

El mundo del siglo XVI estaba en plena expansión. En las ideasy en las artes esa expansión tiene un nombre propio. Renacimiento.Pero todo crecía concordantemente. Cambiaban las ideas políticas,las técnicas militares, el pensamiento religioso, las técnicas denavegación y transporte, la concepción del Estado y su estructura,y el horizonte completo de la aventura humana. En esta expansión,casi estallido, cambiaba y crecía la economía. La frenética actividadhumana que toma velocidad a fines del siglo XV impone y posibilitanuevas producciones, nuevos consumos y nuevas formas de acumu-lación. Para la mayoría de los autores, aquí estamos nada menos queen el nacimiento del capitalismo.Desprovistos de un instrumental analítico mínimo —faltantrescientos años para que David Ricardo exponga su Teoría delComercio Internacional— los gobiernos procuran regular la exube-rante actividad con dos ideas dictadas por la experiencia: laabundancia o escasez de moneda determina el grado de prospe-ridad y el comercio crea una suerte de espacio económico con poderpolítico, como lo enseña Venecia, por caso. Estas dos ideas haránla doctrina de los gobiernos; para promover la riqueza hay que

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promover el circulante, para controlar la riqueza hay que controlarel comercio.Carlos V y Felipe II harán lo que Lodos los príncipes de sutiempo, pero sus intervenciones en los temas económicos estaráncalificadas por dos particularidades: tendrán más poder y susdecisiones cubrirán espacios mucho más grandes. El remolino delgigantesco crecimiento de la economía del mundo occidental a lolargo del siglo XVI precipitará una fuerte intervención política de laCorona española. Al mismo tiempo, el Emperador y el gran Rey sesentirán sacudidos y arrastrados por acontecimientos que compren-dían mal y dominaban peor.

Durante la primera mitad del siglo la economía europea crecióen todos los sentidos pero sin mostrar perturbaciones graves.Aunque es menester anotar ya mismo los recientes descubrimientosde Jean Fourastié y sus discípulos sobre los impulsos inflacionariosque se registraban en Alemania y Francia desde fines del siglo XV.Carlos V heredó de sus padres un reino próspero y desorganizado,los Países Bajos, y otro igualmente próspero y gobernado con esme-ro. España. Ambos sostendrían sus crecientes arremetidas impe-riales —en especial la fidelísima e inagotable Castilla— sin mostrarsignos de flaqueza hasta mediados de la centuria.v Las primeras dificultades significativas aparecen con la yamencionada crisis de 1548, que lleva al cierre de la economíaespañola en 1552. Es una crisis de escasez y la autoridad reaccionacon medidas de racionamiento, confirmación implícita del diagnós-tico. Los castellanos se quejan de una insuficiencia de la produccióny el abastecimiento. pero esta queja sucede luego de décadas decrecimiento continuo de la economía, lo que aleja la posibilidad desuponer que se trata de una escasez desde la oferta. España no estáproduciendo menos, sino consumiendo más.

Entramos aquí en el terreno de una cuestión ya clásica, cual esel motivo de la inflación que cubre a toda Europa a fines del siglo XVIy que será seguida por la gran depresión del siglo siguiente. Y nosimporta este debate pues con general asentimiento se ha culpado alos metales indianos de serlos responsables del desborde, sugirien-do que el sufrido trabajo de nuestros mineros indígenas y laingeniosa organización técnica y económica de la producción india-na, serían una suerte de ponzoña para la España europea. Ydejándonos cerrada la posibilidad de comprender el modo, eficaciay volumen de la integración indiana a la economía mundial. Se trata,pues, de un tema crucial y creo necesario presentar un enfoquedistinto de los tradicionales.

Una autoridad tan certera como Juan Reglá se refiere a loshechos sobresalientes de la primera mitad del siglo con estasprecisiones:28 "Muy pronto, en 1523. los precios dan un brusco tirónhacia arriba, casi igualando a los salarios, que desde la crisis triguerade 1506 marchaban por encima de los precios. Ese salto de los

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precios fue debido a la importación del tesoro de los aztecas, reciénadquirido por Cortés y sus compañeros, pero, además, a la demandade productos manufacturados en el mercado interno, el desarrollo dela construcción naval y el auge de los pedidos de bienes de equipo yconsumo por los colonos americanos".. ."Este momento favorable dela coyuntura se traduce en una expansión económica general delpaís, especialmente de Castilla, donde registramos los siguienteshechos: primero, aumento de la población; segundo, desarrollo de laMesta, que en 1526 alcanza la cifra máxima de su cabaña, unas3.500.000 ovejas; tercero, autoabastecimiento cerealístico y equili-brio entre los precios agrícolas y los industriales; cuarto, desarrollode la industria, aunque con ahogo producido por la falta de técnicosy organización y la insuficiencia de sus instalaciones para atender lademanda interior y colonial; quinto, solidez de la moneda".

Y continúa con su diagnóstico diciendo: "Bajo Felipe II, o seadurante la segunda mitad del siglo XVI, la oleada de prosperidadsigue desarrollándose plenamente. En cuarenta años el índice deprecios y salarios pasa de 80 a 120. El tráfico entre Sevilla y Américaregistra análogo aumento. Así, a mediados del siglo, en la épocatodavía Carolina, el promedio quinquenal de tráfico había sido de30.000 toneladas; de 1561 a 1565 pasa a 67.000, o sea que dobla:de 1586 a 1590, a 112.000, otra duplicación de 1596 a 1600 llega a120.000 toneladas, con lo que alcanza el ápice de la coyuntura(127.000 toneladas en el quinquenio 1606-1610). Estos datos de-muestran que la coyuntura alcista es una realidad tangible, tanto enel aspecto monetario como en el comerciar.La palabra maestra en la explicación de Regla, es "prosperidad".La aventura fundacional de la Hispanidad en Indias provocó unagigantesca ola de prosperidad en la península, que no es lo mismo quehablar de la riqueza fácil de quien hereda a un tío millonario oencuentra un arcón lleno de oro en el desván de su casa.Desde los primeros pasos en Indias. Castilla volcará hacia elPoniente enormes recursos humanos y materiales. Ya hemos dichoque en la ciudad flotante de Ovando viajan artesanos dotados detodos los medios técnicos para la agricultura, la ganadería y laindustria. Y enseguida el mundo indiano reclamará productos deconsumo y cuantiosos bienes de producción. Los recursos que losnuevos colonos y los conquistadores obtienen en Indias —si seexceptúan los fáciles y excepcionales saqueos del tesoro azteca y elincaico, extinguidos ya a mediados del siglo— servirán para pagar lacreciente demanda de bienes de producción y consumo. Toda laestructura productiva que los españoles construyen en Indias,plantaciones, industrias de transformación, instalaciones mineras,caminos de acceso, molinos de mineral y centros de tratamiento,reclamará gigantescas inversiones de equipo sólo disponible enEuropa y que los indianos reclaman y pagan con sus minerales. Lasoleadas de españoles que se trasladan a Indias para participar de la

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aventura económica demandan también crecientes productos deconsumo que están en condiciones de pagar con oro y plata. Y todoeste tráfico gigantesco a través de una de las rutas marítimas máslargas y riesgosas de la época exigirá una dotación tal de navíos degran porte como la Europa de los Reyes Católicos no podía siquierahaber imaginado.Al promediar el siglo, las Indias eran ya el primer mercado de lasexportaciones castellanas y cuando aparecen las quejas por lacarestía de 1548 los contemporáneos apuntan las culpas hacia elPoniente. Pero esa carestía era la contrafigura de la prosperidad quepor entonces bendecía a España y se filtraba muy tenuemente alresto de Europa.

La crisis del 48 parece ser el punto de fatiga del aparatoproductivo español. Su capacidad es insuficiente para abastecer lasdos grandes corrientes de demanda: la demanda imperial para losgastos improductivos de las guerras europeas y la demanda indianapara la construcción del Nuevo Mundo. Por su propia naturaleza,estas demandas serán cualitativamente distintas. La demanda im-perial sólo podrá seguir pagando con papeles, empréstitos y banca-rrotas; la demanda indiana aumentará todavía su presión, fuerte desu capacidad de pagar con el fruto de su trabajo, los metales, cuyaproducción no dejará de aumentar durante todo el siglo.

Cuando Castilla no puede más, nadie querrá reemplazarla en elabastecimiento bélico, pero todos los mercaderes y fabricantes deEuropa procurarán intervenir en el comercio indiano, de genuino ypromisorio sustento. Dice Comellas: "Hasta 1560, aproximadamen-te, los mercaderes españoles habían podido competir, bien que mal,en el negocio con las Indias; pero desde entonces, autorizadas lassacas de dinero', nuestra economía quedó invadida en gran parte porel capitalismo cosmopolita: al mercader sucede el banquero, y laartesanía decae sin posibilidades de competencia"29. Rendido a larealidad de unas Indias insaciables y con capacidad de pago, el Reyhabía abierto las puertas al abastecimiento de toda Europa, autori-zando la reexportación del metal americano, vía Sevilla, "las sacas dedinero".

Las causas de la fatiga de la economía española no es materiade nuestro análisis, pero hay que subrayar un rasgo apuntado porRegla, los limites del cambio tecnológico que imposibilitan uncrecimiento indefinido de la producción; son los límites de la época.Cuando el vigor continuo de la demanda indiana abastecida ahorapor toda Europa —más las esterilizaciones que provocan las gue-rras— lleve a una nueva fatiga económica cincuenta anos másadelante, otra vez los límites tecnológicos se alzarán como unabarrera inevitable, pero ahora a escala mundial.

Es utilísimo observar que la crisis española de 1548 es unmodelo en pequeño de la crisis universal de fines del siglo. Desde elpunto de vista económico, las Indias de 1548 son todavía embriona-

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rias. Están organizados el reino de Nueva España y los territoriosantillanos y de Castilla de Oro. Pero el más rico y extenso de todoslos reinos, Nueva Castilla —el Perú— vive los coletazos de la guerracivil, todavía no ha recibido la oleada de los inmigrantes españoles.Potosí está descubierto pero improductivo, las técnicas mineras sonprimitivas y aún se desconoce la gran mina de mercurio de Huanca-vélica y el desorden político ha impedido, incluso, la remesa al Reydel gran tesoro de Atahualpa capturado en 1532. La producciónpeninsular ha sido desbordada por la demanda de estas Indiasembrionarias.

Pacificado el Perú, dos grandes virreyes, el marqués de Cañete(1556-1561) y don Francisco de Toledo (1569-1581) darán unenorme impulso a la minería potosina. Simultáneamente, las nuevastécnicas mineras y el mejor gobierno en México aumentarán tambiénlos rendimientos y ordenarán el tráfico de metales. Así, en 1578, ycomo fruto de gigantescas inversiones y trabajos, las Indias envíana Sevilla el mayor cargamento de metales preciosos desde el Descu-brimiento, iniciando un período triunfal de casi medio siglo en quelas remesas ya no bajarán de esos altísimos niveles.

Un Río de metales indianos llega a Europa en el último cuartodel siglo, pero sólo una quinta parte —idealmente— está destinadaal Rey y no tiene contrapartida forzosa en mercaderías para lasindias. Lo demás, son todos pagos por bienes de producción y deconsumo que la nueva economía indiana reclama sin preguntar suorigen. Y los cargamentos, y las flotas de nuevos navíos encargadosde transportarlos son verdaderamente grandiosos. Baste un ejem-plo: "Durante... 1596, 60 navíos cargados para las Indias sonsorprendidos en la bahía de Cádiz por la flota inglesa, cuando elsaqueo de la ciudad. El valor total de las mercancías contenidas enellos alcanza los 11 millones de ducados. Los ingleses proponen noquemarlos si se les pagan dos millones. El duque de Medina Sidoniarechaza la proposición, y los navíos arden... pero no son los españo-les quienes sufren la enorme pérdida, puesto que las mercancías noson suyas."30 Once millones de ducados en mercancías para nues-tros abuelos indianos, ¡equivalentes a más de la mitad del total de lasrentas anuales de Felipe II!

Las Indias se habían agigantado y su aprovisionamiento eraahora negocio de todos. Pero en esta prosperidad general se alcan-zaría nuevamente el límite técnico de la oferta, esta vez a escalaeuropea y reaparecerían las escaseces y la carestía que habíamosvisto en la dimensión castellana en 1548. La prosperidad arrastrabala sombra de la inflación, el desorden económico y la subsiguientepenuria. Había llegado lo que la mayoría de los autores llama "larevolución de los precios".

Braudel presenta el problema de este modo: "El alza de losprecios, general en el siglo XVI, ha afectado profundamente a lospaíses mediterráneos, sobre todo a partir de 1570. Desencadena en

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ellos sus múltiples y habituales consecuencias. La violencia y laduración de esta revolución —que se desborda ampliamente sobre elsiglo XVII— han llamado forzosamente la atención de los contempo-ráneos. Les dan ocasión para reflexionar sobre el complejo problemade la moneda, sobre el nuevo y revolucionario poder de la plata yhasta sobre el destino general de los hombres y los Estados... Loshistoriadores, por su parte, han tratado de encontrar el culpable o losculpables, y han creído con frecuencia haber encontrado la respues-ta, pero él problema se complica a medida que van apareciendo casia diario nuevos datos y a medida que la historia económica se estáconvirtiendo —es evidente— en una disciplina cada vez más cientí-fica31.

Las preocupaciones de los contemporáneos. Martín de Azpil-cueta, Francisco López de Gomara y en especial Juan Bodin.Moneada y Martínez de la Mata llevaron a formular el principio de loque los economistas de nuestro tiempo llaman Teoría Cuantitativa.Colocados en Europa, estos teóricos veían pasar maravillados el ríode metales preciosos que venia de América y todo lo mojaba, peroestaban muy lejos de ver o imaginar la construcción gigantesca quedel otro lado del Océano hacía posible esa inundación. Veían sólo lamitad de un proceso económico completo y así no les costó encontrarun "culpable", confirmado por el mito de la facilidad de la riquezaindiana; algo muy parecido a la herencia del tío rico.

No vale la pena abundar aquí sobre este debate teórico. Creohaber dicho lo suficiente sobre la integralidad del proceso, máscomprensible hoy. cuando gracias a los trabajos del gran economistade nuestro tiempo. John Maynard Keynes. toda la economía teórica—y la historia económica en ella— es capaz de justipreciar el rol dela demanda en la formación de los procesos económicos. Deploro, esosí, que muchos historiadores y divulgadores continúen confundien-do el pensamiento de nuestra época con la vieja e insuficiente teoríade que la sola llegada de los metales indianos desencadenó lainflación europea de fines de los quinientos.

Este empecinamiento en la "culpa" indiana tiene mucho de lacortedad de miras de cierto pensamiento español. Un español decualquier tiempo que no sea capaz de mirar la gran comunidadhispana de Felipe II, ha de sentirse ofuscado por el tránsito de lariqueza indiana que no deja en la Sevilla de fines de siglo más queespeculaciones, corrupción y quejas. En el extremo europeo delintercambio, la prosperidad que tanto halagó a la economía castella-na en un principio ha ido a refugiarse en los nuevos centrosindustriales de Italia, Flandes y Francia; y la acumulación del poderfinanciero está en manos de banqueros italianos y alemanes. Pocohay para los peninsulares.

Pero en el otro extremo del intercambio, la gran expansión queprecede y luego acompaña a la inflación ha ido construyendo unnuevo polo de poder económico, las Indias. Los españoles de Indias

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no tienen las quejas de sus contemporáneos peninsulares, pues laobra fundadora que nació misionera y quimérica irá tomando elsólido semblante de las grandes ciudades, la burguesía riquísima,las gigantescas obras públicas y el boato de las cortes virreynales.Felipe II, rey de toda la Hispanidad, se preocupará menos por lasquejas peninsulares que por atornillar lo mejor posible el corsetindiano, para que la nueva prosperidad del Poniente no deje decontribuir al poder del monarca y su Estado Universal. Ésa es lacausa secreta de la desgracia del virrey Cañete, demasiado remiso asostener los gastos del gran rey.Apoyado en los principios doctrinarios de su tiempo. Felipeprocurará gobernar esta revolución económica consolidando elcontrol del comercio y protegiendo el valor de la moneda. La ideaisabelina del monopolio comercial enfrentará en Indias los mayoresdesafíos, tanto por la vastedad de los dominios, extendidos hasta elotro lado del Pacífico, como por la creciente actividad naval deholandeses e ingleses. El monopolio comercial español será unaherencia perpetua y quedará como el único instrumento capaz dedevolver a la economía peninsular una renta de la cada vez másautónoma prosperidad indiana.

La calidad de su moneda será una preocupación tenaz del Reyde España y de las Indias. Acaso se pueda ver en el legendarioempecinamiento filipino en proteger su política de acuñación, unainstitución moderna del Estado Universal: durante toda su vida, seopondrá al envilecimiento de su moneda, aun en los mayoresaprietos. Y así logrará imponerla y conservarla como divisa univer-sal, la primera que adquirió tal calidad en la historia de la economíamundial. El peso, peso fuerte o duro, de plata, que en 1565 tambiénse acuñará en Lima y en 1572 en Potosí dará la vuelta al mundo,desde los rincones del Mediterráneo hasta las ferias de Asia quecomercian con Manila. Con el tiempo, será la gran herencia mone-taria de Felipe para las Indias, que no sufrirá los envilecimientos delas monedas peninsulares, convirtiéndose en eje maestro del magní-fico aislamiento indiano del futuro.

La prosperidad indiana esponjó los mejores recursos de laEspaña Carolina y de la Europa filipina y los pagó con sus mejoresaños de riqueza minera. Y por este mecanismo se formaron otros dosgrandes nudos del porvenir.

El Nuevo Mundo se dotó de una economía de producción cadavez más completa, que con el complemento de las manufacturasasiáticas trasportadas por el Galeón de Manila, lo pondrá en elcamino del autoabastecimiento. La eficacia de la economía indianahará cada vez más inocuo el monopolio comercial peninsular yobligará a la Corona a intervenir en el tráfico entre los reinas indianosmismos, para salvar algo del espacio económico de Sevilla. Se llegóal punto de que pronto estuvo en condiciones de concurrir a losmercados internacionales con manufacturas de gran elaboración.

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Parry cuenta que hacia 1650 la tercera parte de los navíos queservían la carrera entre Sevilla y las Indias, incluyendo muchosbarcos de guerra, estaban construidos en América32.

Sin perjuicio de estos avances, la producción mineralífera y suindustria, que hasta finales del siglo XVII constituirán el 90 porciento de las exportaciones indianas, permanecerán como el nexotécnico y económico de la producción del Nuevo Mundo con elmercado mundial. Las economías regionales que se formen comotributarias de los grandes centros mineros—tal el caso del Tucumánrespecto de Potosí— regularán su productividad en relación almundo a través de esa casi única boca de internacionalización. Estádiseñada, así, una economía indiana autosuficiente y próspera, unmodelo ideal de economía cerrada exitosa, que se mantiene unida almundo gracias al protagonismo de la producción y tráfico de metalespreciosos.

La aventura económica de todo el siglo XVI es mucho más queun desorden monetario provocado por la abundancia de plata.Mirarla con el ojito miope de la Teoría Cuantitativa impide compren-der los impulsos al crecimiento de la economía mundial y, porañadidura, desconocer la contribución indiana a la dinámica de talescambios. El mundo de los quinientos dio un gran salto hacia adelanteen la actividad económica, el nivel de vida de las poblaciones y laintroducción de nuevas técnicas. Y este salto tuvo en la conquista ycolonización de América lo que hoy llamaríamos "la locomotora". Elresultado de un siglo de crecimiento económico continuo y generalserá el contragolpe recesivo e infraccionario del siglo siguiente. Perotambién el surgimiento de nuevas potencias adaptadas a los nuevosmodos del quehacer económico: los pueblos navegantes en Europay la gran familia indiana.

Toda esta revolución económica hace nido bajo el alero de Feli-pe II. Es la Hispanidad quien encabeza y desencadena el crecimientoeconómico. Y el Estado Universal trata de regular estos movimientossúbitos, explosivos, que van siempre delante de las decisionesgubernamentales. Podemos imaginarnos la perplejidad del monarcaante acontecimientos que aún cuatro siglos después no hemosterminado de desentrañar. Y pudo haber tenido reacciones deextrema arbitrariedad, como reclamaban los comerciantes sevilla-nos y los teóricos monetaristas de la época. Pero Felipe conservó sumirada imperial lo suficiente para no comprometer el desarrollo delas Indias y dotar a su Estado de una moneda sólida, una enérgicapolítica de construcción naval y una política de control del comerciotan flexible como pudo. La grandeza de su enfoque se destaca porcontraste con las debilidades monetarias, navales y comerciales desu hijo y su nieto, propensos a la poquedad peninsular.

Felipe y el siglo, que se extinguían juntos, tenían conciencia de

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que el formidable poder de la Monarquía Universal estaba asentadoen una organización del Estado sin parangón. Pero la organizacióntenía un alma de Ideas y valores que nutrían cada una de lasdecisiones políticas, dándoles una capacidad de permanencia queserá esencial en el futuro. Cuando el debilitamiento de la Españaeuropea a lo largo del siglo siguiente destruya el centro inteligente delImperio, las parcelas de Hispanidad conservarán las estructuras delEstado filipino, sus ideas políticas y sus modos de acción, como unaherencia genética. Las Indias, autónomas en su esplendor económi-co, tendrán en los flecos del Estado Universal de Felipe materiasuficiente para su organización social y política. Y el imperio español,con una cabeza boba en Madrid, sobrevivirá mucho más y mejor delo que podían imaginar los críticos de la Hispanidad.

Y algo más. En 1492, Antonio de Nebrija había publicado su"Arte de la Lengua Castellana", la célebre gramática en cuyo prólogoIsabel la Católica apeló a "la lengua como compañera del Imperio".Nebrija. Isabel y toda la dirigencia castellana hicieron del idioma unarte mayor del gobierno. Felipe, que ya había visto a Carlos Vimponerla lengua castellana para sus negocios políticos, se educó en elespañol y lo transformó en su único idioma de trabajo. Al final de sureinado, la clase dirigente mundial hablaba español y el EstadoUniversal se comunicaba a través de los océanos y las más diferentesculturas con un solo idioma, idioma de Imperio. En todas lasparcelas de la Monarquía se gobernaba en español, se vivía enespañol, se imprimía en español y se enseñaba en español.

Felipe II murió en El Escorial el 13 de septiembre de 1598. Habíafundado una civilización.

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Nosotros, los peruanos

"Una sociedad se define no sólo por su actitud ante el futuro sinofrente al pasado: sus recuerdos no son menos reveladores que susproyectos." Lo dice Octavio Paz cuando empieza a describir el mundode Sor Juana Inés de la Cruz. Y agrega: "Vivimos entre el mito y lanegación, deificamos a ciertos períodos, olvidamos a otros. Estosolvidos son significativos; hay una censura histórica como hay unacensura psíquica. (...) Uno de los períodos que han sido tachados,borroneados y enmendados con más furia ha sido el de NuevaEspaña. Hay dos versiones populares de la historia de México y enlas dos la imagen de Nueva España aparece deformada y disminuida.Naturalmente, esa deformación no es sino la proyección de nuestrasdeformaciones".

¡Qué no diría el prudente Paz si visitando el pensamientoargentino descubriese que nosotros no hemos deformado, sinosencillamente extirpado la mayor parte de nuestros recuerdos: losdoscientos cuarenta años del período peruano, que corren desde elfracaso de la primera fundación de Buenos Aires hasta la creacióndel Virreinato del Río de la Plata, en 1776-1777!

Pero si la censura histórica y psíquica nos ha prohibido mirarnuestro pasado peruano —y espero poder mostrar con cuan gravesconsecuencias para la comprensión del presente—, como todacensura, ha sido incapaz de eliminar los hechos. Tozudo y esencial,ese pasado está aquí. Y a veces de manera casi burlona: sólo una delas veintitrés provincias argentinas lleva el nombre de un prócer. Yese prócer son dos grandes virreyes del Perú, los marqueses deCañete, padre e hijo, Mendoza.

El primer virrey del Perú fue el caballero de Ávila don BlascoNúñez de Vela, elegido por Carlos V para poner en obra las LeyesNuevas, inspiradas en las inciertas ideas de Fray Bartolomé de lasCasas. Llegó a Lima en 1544 y terminó derrotado y degollado porGonzalo Pizarro en 1546. Enseguida la Corona comisionó al clérigo

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Pedro de la Gasea para restablecer la autoridad real y pacificar elreino. La Gasea desembarcó en 1547, apresó y ejecutó a Pizarro en1548 y mandó a fundar una ciudad a la que dio el nombre de La Pazen homenaje a su mandato. En el escudo que Carlos V otorgó a lafutura capital de Bolivia se dice bellamente: "Los discordes enconcordia, en paz y amor se juntaron y pueblo de Paz fundaron paraperpetua memoria".

Cumplida la misión de la Gasea y retornado éste a Sevilla en1550, el Emperador designó al segundo virrey del Perú, don Antoniode Mendoza. Se trataba de una elección imperial, por la grandeza delhombre y por la grandeza del gesto. Era Mendoza virrey de NuevaEspaña desde 1535, cuando Carlos V lo puso en el lugar vanamentepretendido por Cortés. Y durante quince años había realizado enMéxico una labor memorable, la verdadera fundación del primergran reino indiano. No había en toda la nobleza española nadie queconociese mejor el Nuevo Mundo ni pudiera acreditar más claros yeficaces servicios en el gobierno de los reinos nuevos. A este hombreúnico, colmado de fortuna y honores por tan largo virreinadoencomendó Carlos V —y el joven Felipe, ya gobernador de España—el sacrificado servicio de pasar al Perú. La Corona debía estar con-vencida de que los problemas peruanos requerían de hombres excep-cionales y justificaban remover de México a un gobernante exitoso ycasi anciano para intentar su solución.

Dios dispuso otra cosa y Antonio de Mendoza no alcanzó avirrenar un año. Su muerte dejó trunca la esperanza imperial deordenar el Perú, y reinstaló una solución transitoria: la Audiencia sehizo cargo del gobierno interino hasta que un remanso de la políticaeuropea permitiera al Emperador y al Príncipe encontrar otrohombre excepcional. Pasarían tres años. A comienzos de 1555 y porprimera vez con el ceremonial solemne propio del cargo, hizo suentrada en Lima un nuevo virrey, el tercero, don Andrés Hurtado deMendoza, marqués de Cañete, el que dejaría su nombre en latoponimia mayor de la Argentina.Todo debía hacerlo este virrey. Mantener la difícil paz logradapor La Gasea cuidándose de las espadas indianas que habían des-penado al descubridor Pizarro y al virrey Núñez de Vela. Proteger alos indios sin desatar las iras de los conquistadores que tenían en eltrabajo de los indios "encomendados" la única recompensa por susservicios. Ofrecer nuevos horizontes a los centenares de españolesque llegaron tras las huellas de los Pizarro y Almagro y se encontra-ron en tierra ya ocupada. Restablecer la autoridad real en el gobiernocivil frente a las Audiencias enseñoreadas por los interinatos yrestablecerla en él ejercicio del real patronato en una iglesia menospura que la mexicana y habituada a la debilidad virreinal. Organizarla defensa del reino contra los crecientes ataques de las tribusinsumisas, especialmente en la frontera Sur de Chile y el Tucumán.Reordenar la economía del Perú sacudida por las disputas de

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dominio, las fortunas súbitas y el ventarrón de riqueza que soplabadesde el recién descubierto Cerro Rico de Potosí. Y, por fin, recaudar,aumentar y embarcar los fondos destinados al Rey, tan dramática-mente necesarios en Bruselas que, como hemos visto, salían arecibirlos en alta mar los buques de la escuadra de Álvaro de Bazán.

Las instrucciones de Cañete no se correspondían a su Perú. LaCorona y la clase dirigente no tenían aún la sabiduría necesaria paracomprender la vastedad y violencia de los problemas sudamerica-nos, más aún cuando el ejemplar gobierno de Don Antonio deMendoza había resuelto las contradicciones mexicanas, generandoexpectativas demasiado optimistas respecto al Perú. La inconsisten-cia mayor del mandato de Cañete era económica, porque la pacifica-ción y el ordenamiento del Perú requerían inversiones y gastosconsiderables que se contraponían a las angustiosas urgenciasfiscales de la guerra en Flandes. Bajo otras apariencias, reaparecíael conflicto que enfrentó a Cortés y Carlos V; el conflicto esencialentre la construcción de las Indias y la política europea de losHabsburgo. En 1555, Felipe estaba todavía enredado en la herenciaimperial.

Y aunque es seguro que Cañete tenía la firme voluntad decumplir todas sus instrucciones, apenas desembarcado en Lima larealidad indiana le impuso prioridades de hierro. A poco andar, encarta enviada al Duque de Alba, dice el virrey: "En los ánimos de lagente no cabe paz ni quietud; serán los ahorcados, degollados ydesterrados de ella, más de ochocientos desde que vine". El historia-dor mexicano Francisco de Icaza, que ha recuperado esta carta en losarchivos de la casa de Alba, llama a esto "lo irreducible entre las leyesde Indias y el Gobierno de las Indias"33.

Para el marqués de Cañete, lo "irreducible" reclamaba primerouna afirmación de su autoridad, condición de su propia vida. Yprocede enseguida a crear una guardia virreinal de setenta lanzas,cincuenta alabarderos y treinta arcabuceros, una fuerza militarnunca vista en el Nuevo Mundo con un gasto incomprensible para ellejano monarca, ciento treinta mil ducados por año. Las cuentas deCañete eran otras: la última sublevación, de Francisco HernándezGirón, había costado dos millones de ducados en gastos militares ypremios a los que se armaron en defensa del Rey, "por querer sergenerales el licenciado Santillán y el arçobispo"34. Esta decisión delvirrey, que contrariaba la austeridad militar de la Corona y lasurgencias fiscales de Castilla y Flandes es doblemente importante:va a servir de cabeza al proceso político contra el gobierno de Cañetey muestra en carne viva lo "irreducible" entre una política imperialde resultados rápidos y la vocación indiana de persistir en el esfuerzofundacional. Con esto, Don Andrés Hurtado de Mendoza ya estáganado para la indianidad.

A partir de este acto de gobierno, el virrey crecerá en autonomíay eficacia, destinando todos los recursos disponibles a reorganizar el

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Perú, gratificar a los leales, reiniciar la política de fundaciones,guerrear contra los indios insumisos y aumentar las inversiones enla nueva minería. Y enviará a Valladolid y a Bruselas... explicaciones.

El Perú crece hacia el Sur. En 1545 el indio Diego Huallpa, quehabía servido al Inca Huayna Capac, descubrió accidentalmente elgigantesco depósito de plata que es el Cerro Rico de Potosí. En pocosmeses, un río de españoles de todo el Perú empezó a poblar lasladeras del cerro y miles de indios fueron afectados por los encomen-deros a las tareas extractivas, superficiales y simples, tal era lariqueza del yacimiento. Nacía un campamento minero en las peorescondiciones para la vida humana, pero destinado a ser la mayorciudad de las Indias y el eje de una revolución económica y política.Siete años antes, uno de los capitanes de Gonzalo Pizarro, Pedro deAnzúrez, futuro marqués de Campo Redondo, había fundado laciudad de los cuatro nombres —Chuquisaca. La Plata. Charcas,Sucre— en un valle hermoso y feraz, a sólo treinta leguas del futuroPotosí. Charcas-Potosí sería el gran eje jurídico, religioso, político,económico y cultural del Perú austral, hasta el país de los araucanosy la borrosa frontera con los derechos portugueses.

La gesta del Sur llamó al espíritu fundador de Cañete y le dio ungran espacio para "desaguar el reino de la gente que avia", aquellosque llegados tardíamente ardían en afán de conquista y fama. Lamayor oportunidad se la dio la muerte del designado gobernador deChile, Gerónimo de Alderete y las peleas por su sucesión entreFrancisco de Villagra y Francisco de Aguirre. El virrey nombrógobernador a su hijo primogénito. Don García Hurtado de Mendoza,y lo envió a Chile —por entonces envuelto en una corta fiebre deloro— seguido por un ejército de cuatrocientos hombres, entre ellosdistinguidos capitanes, y dotado de un sueldo y una caja quelevantaron murmuraciones hasta Bruselas.

El hijo-gobernador apresó a los revoltosos y los mandó a Lima,instaló en Santiago de Chile una verdadera corte y despachó albrillante capitán Juan Pérez de Zorita al Tucumán, todavía depen-dencia de Chile, con instrucción de fundar ciudades que buscarandesde el Sur la reunión con la corriente fundadora que bajaba deCharcas. Así nacieron Cañete —la futura San Miguel del Tucu-mán— la primera Córdoba y la aún existente Londres. Se trataba deproteger a la solitaria Santiago del Estero y abrir el camino hacia lacreciente prosperidad de Potosí. En 1561. para afirmar el viaje entreChile y el Tucumán, el capitán Don Pedro del Castillo fundó en lasfaldas orientales de los Andes otra ciudad de cuño virreinal, que porno ser una segunda "Cañete", se llamó Mendoza.

Los trabajos indianos de Cañete le alinearon en el horizontetoda suerte de enemigos. Si nadie podía discutir su exitosa políticade acercamiento con el inca Sayri Tupac —que entró en Lima comovasallo, se bautizó y recibió en cambio encomiendas riquísimas y elfuturo marquesado de Oropeza, en el valle del Urubamba— o el

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empeño en dotar a Lima de una universidad, la pacificación efectivadel reino, las fundaciones y el impulso a la minería, muchos teníanagravios pendientes. Los desterrados, los encomenderos siempreinsatisfechos, los clérigos forzados a la disciplina y sobre todo losoidores con su poder recortado, encontraron el argumento paradebilitar a los Mendoza: la poquedad de las rentas remitidas aEspaña. Felipe, ya instalado en Madrid, pero todavía sangrante de labancarrota de 1557 prestó oídos a las murmuraciones sobre lahonestidad y ascetismo de su virrey. En 1560 designó en su lugar aDon Diego López de Zúñiga y Velasco, conde de Nieva.

El marqués de Cañete no soportó el agravio y murió en la sedede su gobierno antes de la llegada del sucesor. Felipe reparó sumemoria cuando en el ápice de su reinado, en 1589, designó octavovirrey del Perú al otro marqués de Carite, el hijo. Don García,gobernador que fuera de Chile. A su brillante gobierno debe laArgentina, entre mucha obra, el nombramiento del primer goberna-dor criollo del Río de la Plata, Hernando Arias de Saavedra. Cosa deindianos.

En abril de 1561. el recién llegado Nieva, consciente de su papelde virrey recaudador le escribe al Rey que "brevemente se dará ordencomo a Vuestra magestad se le pueda enfriar cantidad de pineros yque su patrimonio Real sea acrecentado que esto me parece a mi(señor) que es mas sustancial servicio"35- Pero un año después, elconde vuelve sobre el tema en otro tono: "Con la una mano entiendoen acrecentar el patrimonio y hazienda Real de su magestad y con laotra doy lo que no se puede escusar"36. Acocado tal vez por la realidadindiana, el virrey termina por inculpar al monarca sobre las dificul-tades financieras, en un estilo casi altanero: "su magestad envíatantas cédulas y libranças para este Reyno que lo uno y lo otro hazeque no aya manera ni de cumplirse todas las libranças ni de enbiarsea su Magestad mas de lo que se enbia y cierto es muy necesario quesu Magestad detenga un poco la mano en esto"37.

En apenas un año el nuevo virrey ha cambiado de pare-cer y empezará a rescatar la obra de gobierno de Cañete, empezandopor la zarandeada guardia virreinal. Pero es tarde para el Perú. Eléxito de las intrigas contra el marqués ha descalificado la autoridadde los virreyes y Nieva no tiene la personalidad de su antecesor. Entretanto. ha muerto Sayri Tupac y lo ha reemplazado el insumiso TituCusi, las fundaciones tucumanas han sido arrasadas por los diagui-tas. los chiriguanos han cortado las comunicaciones entre asuncióny Charcas y Charcas y el Tucumán, los impuestos y tasas se percibende manera desordenada y los potosinos han descubierto, aterrados,que las vetas fáciles del cerro Rico se extinguen. Y, sobre todo, comodice Steve Stern, "Las exigencias de mano de obra para las minas enuna nueva escala, la vulnerabilidad política de los encomenderos yla probable disposición de los neoincas a encabezar una, revueltacrearon una coyuntura que obligó a replantearse las alianzas

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postincaicas"38. Se estaba terminando una gran etapa de nuestraprimera historia, el Perú de la Conquista.

Nieva no pudo gobernar la crisis y murió en ejercicio de sumando, como todos sus predecesores. Los cuatro primeros virreyesdel Perú murieron en Indias, sin haber podido cumplir—¡ni siquieralos virreyes!— el sueño de volver a España engrandecidos y ricos.

Poco más de treinta años separan la ejecución de Atahualpa delas exequias del Conde de Nieva. El Inca recibió a Pizarro rodeado deun inmenso ejército con el que procuraba yugular la gran crisispolítica y económica que sacudía a su imperio. Lima despedía a Nievaentre sacudimientos políticos, sociales y económicos. Pero eran doscrisis incomparables. Entre el Perú del Inca y el del virrey habíapasado una tromba de cambios casi imposible de imaginar desdenuestros días. Pero que son fundadores.

El imperio incaico era una sociedad de subsistencia. Su refina-da organización económica y administrativa había dado a la noblezadominante el argumento clave del vasallaje pacífico: la proteccióncontra el hambre. Los incas, guerreros y brutales cuando lascircunstancias lo exigían, habían encontrado en su tecnología paraproducir y reservar bienes esenciales un método de dominio pacíficoen su vastísimo imperio.

El excedente económico de aquella inmensa sociedad se recogíaa través de los tributos —todos en especie, como hemos dicho— delos cuales una parte principal terminaba en la cúspide, comotributos religiosos e imperiales. Con ellos se formaban las reservas,se mantenía a los sacerdotes y los sabios, los soldados profesionalesy la clase gobernante. Con ellos también, sobre todo cuando erantributos en trabajó, como los de los yanaconas, se construían lasobras públicas: templos, palacios, caminos y "tambos".Todo el trabajo era penoso y de bajo rendimiento, pues se hacíacon instrumentos muy primitivos. La única fuerza motriz era lahumana. La llama era incapaz de arrastrar y cargaba apenas treintakilos. No conocían la fuerza del agua ni la del viento porque al faltarla invención de la rueda nada de esto era aprovechable. Todo lo hacíael hombre, a veces miles de ellos, en durísimas jornadas, desafiandocondiciones climáticas extremas, agravadas por la altitud.

La baja productividad general de la economía incaica afectabatanto al volumen de producción como al volumen del excedente. Lapoquedad del excedente queda evidenciada en el reducido tamaño yla modesta decoración de los templos y palacios; los de Cuzco mismo,que albergaban a los dioses y los reyes de un imperio grande comoEuropa y poblado por cinco millones de vasallos. Un excedentereducido debía también impedir mantener a un grupo generoso desacerdotes y tecnólogos, estrechando así el camino hacia los cambiostecnológicos indispensables.

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El bajo volumen de producción, combinado con la seguridadalimentaria que ofrecía el incario, debía crear otro estrangulamientono menos dramático: el crecimiento continúo de la población. Luegode varias generaciones de seguridad alimentaria sin cambio tecno-lógico, el imperio de los tiempos de Huayna Capac, en las vísperas dela llegada de los españoles, podría haber estado sufriendo una crisis"malthusiana". Es posible que hasta entonces la angustiosa carreraentre el aumento de población y la escasez de alimentos se hubieseresuelto con la expansión territorial. Pero a principios del siglo XVIesa expansión había tocado dos límites rígidos: la belicosidadaraucana y las inhóspitas llanuras en el Sur y las resistencias de losquiteños en el Norte.

De ser así, a los Incas no les quedaba otro camino que descenderhacia las selvas del Oriente. Los estudios arqueológicos en cursoapuntan en ese sentido, buscando una red de asentamientos decolonización en los faldeos orientales de los Andes, uno de cuyospuntos clave sería Machu-Picchu. En esta colonización, el cambiotecnológico debían ser los estudios genéticos, la rama mayor de laciencia incaica, puesta a adaptar y producir nuevas variedades devegetales andinos rumbo a la selva y de los tropicales rumbo a lamontaña.

Mientras fructificaban estos cambios no había otro camino queinsistir en la disciplina del trabajo humano, construyendo millaresde terrazas agrícolas que todavía hoy maravillan, pero que hablan deuna agricultura artesanal, de cosechas minúsculas obtenidas sobreel esfuerzo del hombre, exclusivamente. Y afrontar las duras con-secuencias políticas de un excedente escaso, disputado por losdistintos escalones de la jerarquía y por los diferentes grupos de lanobleza. Ésos han de haber sido los problemas de Huáscar yAtahualpa, cuyas sangrientas guerras fratricidas facilitaron la en-trada de Pizarro.

Sobre este diseño se pueden comprender los efectos superado-res de la invasión española con su formidable carga de innovacionestecnológicas. Y el sentido liberador que tuvo para muchos de lospueblos sometidos al Inca. Y la descompresión en las tensiones delmundo indígena que permitió el primer largo período de colaboracióncon los conquistadores. Y la relativa inocuidad del reino neoinca deVitcos. Y el extraordinario florecimiento económico del Perú, que depronto generó un enorme excedente capaz de enriquecer a losconquistadores, sostener la construcción de ciudades, palacios,conventos, iglesias y catedrales y retribuir al Rey con tributosregulares y metales preciosos.

Y así como hemos dicho que el choque cultural de la Conquistaes un episodio sin parangón en la historia humana, digamos ahoraque el choque tecnológico no es menos colosal y está muy subesti-mado en las investigaciones históricas. Porque Río se trata de unacuriosidad pintoresquista, sino de comprender nada menos que el

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formidable aumento de la productividad del trabajo indígena queaportó la Hispanidad. Si esto no se entiende, se cae con facilidad enel supuesto de una superexplotación de los indígenas por parte de losespañoles como único medio para explicar la excrecencia de riquezadel Perú de la Conquista.

Con las nuevas tecnologías, el mismo trabajo disciplinado detiempos del Inca produjo resultados extraordinarios y acaso unadisminución en la penuria de la vida indígena. Algo de todo eso hayen este párrafo encantador del Inca Garcilaso: "...Los primerosbueyes que vi trabajar, fue en el valle del Cuzco, el año 1550 más omenos (...). Un verdadero ejército de indígenas me llevó a verlos yvenían de todas partes, sorprendidos y maravillados de una cosa tanmonstruosa para ellos como para mí. Decían que los españoles, porpereza, para no trabajar, forzaban a esos grandes animales a hacerlo que ellos deberían hacer..."39.

La fuerza de la innovación tecnológica parece haber bastadopara sostener todos los requerimientos del Perú de la Conquista, másla extracción del excedente acumulado por los Incas, en muchosaños, en forma de metales preciosos, único bien indígena que podíaser enviado a Europa en su forma original. Y por este camino, 'losconquistadores y gobernantes del Perú inicial pudieron permitirseasentar su poder sobre las estructuras sociales preexistentes, sincambios de significación y sin pensar en nuevas formas de produc-ción y nuevas inversiones públicas y privadas de envergadura.

Pero el rápido crecimiento del Estado virreinal y de la poblaciónespañola y la impaciencia de la Corona que recibía pocas rentas desus grandes inversiones indianas, llevarían en algún momento a unnuevo escalón de crisis. Lo comprendió Cañete pero no pudo hacerseoír en Madrid. Lo sorprendió a Nieva desde el principio de sugobierno.

En treinta años se había cubierto una etapa de crecimientocentrípeto, de una política virtualmente extractiva. El gobiernovirreynal y los "beneméritos" —como se denominaban los conquis-tadores y sus primeros descendientes— habían extraído con lanueva tecnología los mejores recursos de la sociedad vieja. Todo sehacía apuntando a los centros generadores de esos recursos, enespecial los metálicos. Y los dirigentes indianos se enardecían cadavez más en la lucha por poseer esos nudos, siguiendo el rastro de lasguerras entre los Pizarro y los Almagro. La falta de un proyectoexpansivo llevaba a la violencia y anunciaba, como algunos temíana consciencia, la pérdida del reino.

Había llegado el tiempo de un gran cambio, capaz de invertir elsentido de la tendencia histórica, porque el Perú indiano habíaempezado a achicarse, especialmente por el Sur. La restauraciónespiritual del Taqui Ongoy y la rebelión de Titu Cusi amenazaban alCuzco, el agotamiento minero del Cerro Rico a Potosí y Charcas, lasguerras diaguitas a todo el Tucumán. donde resistía casi sola

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Santiago del Estero, mientras la belicosidad araucana y la pobrezade la producción de oro debilitaban al lejano Chile. En el cuerpo detodo el Perú, la desilusión de los beneméritos los empujaba a violarla legislación de protección al indígena y a deteriorar los lazos deentendimiento con los kurakas por pretender un rendimiento econó-mico imposible. El destino del Perú dependía ahora de sus dirigentespolíticos y religiosos, de la capacidad de la clase dirigente —indianay peninsular— para comprender, imaginar y hacer.

Por lo menos tres hombres asumieron el desafío. Felipe II. Juande Matienzo y Francisco de Toledo. Su juego es nuestro destino.

El licenciado Juan de Matienzo tiene un lugar en la memoriaargentina por ser el autor intelectual de la segunda fundación deBuenos Aires. Pero esta contribución, con ser extraordinaria, nopuede comprenderse sino en el marco de una visión mucho másvasta y de perfiles vanguardistas. El temperamental oidor de laAudiencia de Charcas no pensaba en fundar la inmensa capitalhispana que es la Buenos Aires de hoy, sino en ejecutar un planfundacional y civilizatorio que tenía en la instalación del puerto delRío de la Plata uno de sus eslabones. En todo caso, la explosión deprogreso de esta ciudad, en los cuatro siglos siguientes, sirve paraconfirmar la inteligencia del plan en su conjunto.

Roberto Levillier mete la vida pública de Matienzo en estaspocas palabras: "Matienzo salió de Sanlúcar el 25 de Enero de 1560,estuvo seis meses en Panamá, tomó la vara de oidor más antiguo deCharcas el 5 de Febrero de 1561. en Lima, donde prestó servicioalgunos meses, hasta el 7 de septiembre de 1561. en que inaugurócon el sello real la Audiencia de Charcas, falleciendo como presidenteinterino el 15 de Agosto de 1579. Su primera carta es del 8 de Abrilde 1561. y la última del 15 de Julio de 1579".40 Levillier no necesitamás. porque después dedica 38 páginas para hacer justicia a susideas políticas, el vigor de su acción y su calidad judicial.Si se cotejan las fechas, se advierte que Matienzo llegó a Indiasen el germen de la crisis: entre Cañete y Nieva, a las puertas de larebelión neoinca, cuando periclitaba Potosí. Instalado en Charcas,enseguida escribirá Matienzo al Rey que "La fama de gran riqueza delPerú a los que acá estamos nos parece que lo devimos soñar y endespertando no vimos nada". Ya no hay leyenda, el hombre degobierno está mirando su realidad, y procede en consecuencia.Carta tras carta. Matienzo desnuda la crisis y articula unpensamiento innovador. Mientras tanto imparte justicia, se ganaenemigos y levanta la mirada. En 1565 se le encomienda nada menosque la misión de dirigirse a Vitcos a negociar el acercamiento de TituCusí. En una hoy célebre carta del 2 de enero de 1566. haciendoreferencia a sugerencias anteriores, el oidor reitera al Rey: "Ase depoblar desde españa al puerto de buenos ayres adonde ha ávido otra

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vez población y ay arlos yndios y buen temple y buena tierra los queallí poblares serán rricos por la gran contratazion que a de haver allide españa y de chile y del rrío de la plata y de esta tierra como luegodiré". Y más aún, "que se embiase de españa un capitán conquinientos hombres que poblasen a buenos ayres y a este mismo sele podía dar la governación del rrio de la plata..."41. Un puerto,destinado a ser un gran centro comercial y. desde su fundación,capital del Río de la Plata en reemplazo de Asunción.

Todos estos trabajos, de apariencia inconexos, están denun-ciando un pensamiento maestro. Y como buen intelectual, Matienzotermina exponiéndolo de modo sistemático. El 28 de noviembre de1567 escribe al Rey remitiendo su libro "Gobierno del Perú", "en quetrato de muchas cosas tocantes al buen gobierno y policía así deindios a quien mi principal yntenlo es de aprovechar como deespañoles todo enderezado a que un tan prospero reyno como esteque tan ynquieto a sido hasta aqui y tantas alteraciones a ávido enél. se conserve en perpetua paz y sosiego..."42 Ha nacido el primerpolitólogo sudamericano.

Lo esencial de su pensamiento era pasar del modelo extractivo,ocupado en el desguace del imperio incaico, a la construcción de unasociedad estable, capaz de resolver los conflictos en un proyecto deexpansión. Ordenar las poderosas fuerzas en presencia de modo queen lugar de marchar hacia la implosión, se articularan en la creaciónde un nuevo mundo. Ni más ni menos.

Se ha dicho que Matienzo inventó poco, pues la mayoría de lasideas ya estaban presentes en el Perú de entonces, pero fue capaz depresentar esas ideas como un todo coherente, adicionando la arga-masa para que los distintos bloques de política se encolumnaran enel sentido del cambio. Y en su ordenamiento, el sentido y la prioridadde cada una fueron distintos. Cuatro ideas centrales forman surevolución intelectual: la construcción de una justicia que amparasepor igual los derechos de españoles e indígenas, la preservación delpapel de los encomenderos como pilares de la sociedad colonial, laorganización de la economía como un todo, con un lugar destacadopara la agricultura y el ordenamiento espacial de la sociedad en basea las ciudades.

La nueva justicia importaba la construcción del nuevo Estadoindiano. Era menester legislar en tres direcciones: contra los desór-denes dentro de la propia sociedad española, causantes de tantasmuertes y destrucciones, por la estabilización de las relaciones entreespañoles e indígenas, construyendo una cultura mestiza y hacia lasistematización del trabajó indígena, fuente de la creación de nuevariqueza minera, agrícola y artesanal.

La pacificación de la sociedad española recogía las ideas deCañete en materia de seguridad interna, tendía a construir unsistema de jerarquías sociales y políticas por todos reconocido y dabajerarquía de gobierno al problema de los españoles vagabundos y

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"pretensores", siempre a la espera de conquistas y premios. Esteúltimo asunto replanteaba la necesidad de "desaguar el reino de lagente que avia" dando nuevo impulso a la política de fundaciones.

La estabilización de las relaciones entre españoles e indígenasera el gran desafío. "De repente, los colonizadores se sintierondominados por un impulso cuasi utópico de dotar a la sociedadandina colonial de un sentido del 'bien común', de erigir un aparatoestatal más eficaz y establecer normas sistemáticas que gozaran delrespeto de todos. (...) Matienzo explicó lo que requería la época: unavisión amplia y orgánica del bienestar general que armonizara losintereses y las funciones hipotéticamente complementarios de losindígenas y los europeos"43. Este gran objetivo enfrentaba dos obs-táculos, la subsistencia del Estado neoinca, que mantenía a lasociedad escindida en los hechos y la indefensión de los indígenasfrente al poder de los encomenderos. Matienzo conocía la cuestiónneoinca como nadie, sobre todo luego de su notable entrevista conTitu Cusi y propuso toda suerte de políticas para seducir o dominaral inca rebelde. Para proteger a los indígenas y asegurar la aplicaciónde las leyes que les eran favorables se convirtió en un entusiastapropulsor de los corregidores de indios, que ya empezaban a estable-cerse tibiamente.Finalmente, para ordenar y potenciar el trabajo indígena,Matienzo proponía estabilizar los movimientos de los indios yanaco-nas y proteger el trabajo en las encomiendas, esencialmente orien-tadas a la producción agrícola, artesanal y ganadera. Al mismotiempo, al establecerse un tributo en dinero, los indios tendríaninterés en vender su trabajo a terceros para reunir estos montos; asíse favorecía y alimentaba un mercado de trabajo, fundamental parala economía de mercado y contrario a la tradición precolombina.En la cúspide de esta sociedad reconciliada y reorganizadaMatienzo preservaba el papel de los encomenderos. "Es cierto que losencomenderos sustentan la tierra, y sin ellos no puede haberrepública."44 El oidor transaba en el viejo debate entre la reticenciade la Corona en consolidar privilegios en Indias que le costaban platay le debilitaban la autoridad y los reclamos de los beneméritos ybuena parte de la burocracia indiana que deseaban ver consolidadauna clase dirigente comprometida con el futuro. En lugar de empan-tanarse en la discusión sobre los derechos. Matienzo hacía realismopolítico, "sin ellos no puede haber república". Su opinión haráescuela; encomenderos primero y "hacendados" más tarde, estabanaciendo la aristocracia indiana.No quiero ocultar mi admiración por las ideas económicas deMatienzo. Entre el brillo enceguecedor de los metales preciosos—queaún hoy perturba la mirada de muchos ensayistas— él comprendióque el interés de la Corona se nutria en el crecimiento armonioso yveloz de todas las actividades productivas. El quinto real de minasera sólo uno de los tributos que alimentaban las arcas fiscales; acaso

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el más llamativo, sin duda el más fácil de percibir, pero de ningúnmodo el único justificativo de la aventura indiana. Los nuevos reinostenían prácticamente los mismos impuestos que los reinos europeosy si Castilla, desprovista de minerales, era uno de los reinos más ricosde Europa, capaz de sostener la política inflada de Carlos V y laconstrucción del Estado Universal de Felipe II. los impuestos nomineros debían justificar por sí solos la conquista y posesión de lasIndias. A la vista del perspicaz Matienzo —y a la del observador dehoy]— estaba un ejemplo decisivo: los impuestos que sostenían a laIglesia de Indias no venían de los minerales y sin embargo, ¡cuanespléndidos eran los conventos, los templos y los palacios obispalesque construía la Iglesia del Nuevo Mundo, con esos recursos!

Como el sistema fiscal ya estaba legislado y establecido, elaumento de los fondos reales dependía de un crecimiento de laactividad económica general, la que pagaba todos los otros impues-tos, más allá del quinto real de minas. La riqueza del Perú y de lascajas reales se interesaba en el crecimiento de la agricultura, laganadería, la artesanía y el comercio, al margen de los brillososfrutos de la minería. Matienzo pensaba como un tributarista moder-no, que sabe que la riqueza del príncipe depende más de la capacidadtributaria de sus vasallos que de la crueldad del recaudador. Habíapues que promover todas las actividades no mineras, por lo menoscon igual empeño. El oidor tenia razón dos veces, porque suprograma no sólo aumentó la recaudación general, sino que permitióa la Corona recoger por vía de los tributos regulares una parte de lasganancias ilícitas de los mineros que hacían fraude en el pago delquinto, pero terminaban gastando sus riquezas en otras compras,sobre las cuales se cobraba el correspondiente impuesto.

Mucho más allá de los hallazgos fiscales, las ideas de Juan deMatienzo reformularán el destino económico de las Indias y lasprioridades de la civilización. Puestas la agricultura, la industria y elcomercio en un plano de igualdad conceptual con la minería, lasprovincias no mineras del imperio cambian de calidad. Y las inicia-tivas agrícolas y comerciales entran airosamente en el diseño delgobierno. Desde Matienzo, el Chile agricultor, el Tucumán ganaderoy tejedor y el Paraguay yerbatero tendrán sentido para el Rey y susvirreyes. Y tendrá sentido hacer esfuerzos por poblarlos, organizar-los, protegerlos. Fundar un puerto en el Río de la Plata dedicado a "lagran contratazion" se vuelve un proyecto racional cuando se sostieneque el comercio es un objetivo específico de la política económicavirreynal... Matienzo "descubrió" el valor económico del gran Sur,nuestra razón de ser material, el argumento fiscal para emprenderlas grandes inversiones de poblar los desiertos tucumanos y riopla-tenses. Y concibió un sistema económico integral, que si habría degirar alrededor de la prosperidad minera de Potosí se formaría departes parejamente esenciales para el conjunto.

La nueva justicia, la nueva clase dirigente y la nueva economía

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requerían, en la visión del oidor, un nuevo diseño espacial. Losespañoles vivían en las ciudades, según la herencia de los viajeros deOvando, pero los indígenas seguían dispersos en el paisaje. Paraprotegerlos, evangelizarlos, entrenarlos, organizar el trabajo y faci-litar la aparición del trabajador independiente, era menester "redu-cirlos", fundando pueblos y villas para el agrupamiento. En lasciudades viviría el nuevo Estado, la nueva clase dirigente, losartesanos y los comerciantes. Ciudades mestizas y villas y pueblosindígenas formarían la red de hispanización total del Perú. Era unadoctrina para la ciudad indiana, sobre cuyo protagonismo ha escritoricamente nuestro José Luis Romero45.

Matienzo envió su libro al Gran Rey y se quedó esperando envano una respuesta, un comentario, una reprimenda. Parecía unmensaje sin destino, bien que es difícil por no decir osado, suponerque tal documento no haya sido leído, analizado y discutido en elConsejo de Indias, que no libraba al olvido ni el más pequeñopapelucho. En los hechos, Matienzo era una suerte de Alberdi que nohabía encontrado su Urquiza, un intelectual de mirada penetranteaunque destinada a la esterilidad.

Pero en febrero de 1568. Felipe II ofreció el Virreynato del Perúa Don Francisco de Toledo.

Nieto de los condes de Feria y primo de los duques de Alba,cuñado de la condesa de Deleitosa y pariente consanguíneo de losduques de Escalona y los marqueses de Villena, descendía donFrancisco de los emperadores de Constantinopla, los Paleólogos.Entre tanta nobleza, hubo de conformarse con un rango secundario,pues era hijo menor de los condes de Oropesa cuyos títulos heredósu hermano Fernando, hombre de gran influencia en las cortes deCarlos V y Felipe II.

En su minuciosa investigación sobre la vida de Toledo, nos daRoberto Levillier tres momentos clave. Nacido en 1515, niño de sóloocho años entra al servicio de la emperatriz en 1523, ya que erahuérfano de madre, quedando incorporado a la corte imperial. Allíasiste en 1529 a la presentación de Cortés ante Carlos V y es testigode la decisión imperial de crear el Virreynato de Nueva España; elEmperador ofrece el cargo al conde de Oropesa. su padre, que no loacepta, precipitando así la elección de Antonio de Mendoza. En 1535Carlos V lo honra con el hábito de la Orden de Alcántara y el jovenToledo hace voto de castidad y pobreza. Ya tiene un lugar propio enel sistema nobiliario español y desde allí luchará siempre por llegara la cumbre. Ese mismo año hace su prueba de fuego en la expedicióna Túnez que comanda Carlos en persona.

Durante los veinte años sucesivos, Toledo creció en el vastocampo de las guerras y los negocios imperiales. Aprendió a mandary triunfar. En 1554 desalojó de Siena a las tropas de Monluc y recibiócon el duque de Florencia la rendición de la ciudad en nombre de

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Carlos V. Cuando el 21 de septiembre de 1558 Carlos murió en YusteFrancisco de Toledo se encontraba en la cámara, con su hermanoFernando, donjuán de Austria y un puñado de fieles. Ese día, juntoal honor de haber asistido a los últimos momentos del Emperador,se cierra también su carrera militar y cae un manto de olvido sobresu vida pública.

Con poco más de cuarenta años de edad. Toledo ha vuelto ayacer en el ostracismo del segundón. Tiene el orgullo de su casa y dela privanza que le ofreció el Emperador, la experiencia y el hábito delmando, la austeridad de la casa de Habsburgo. la disciplina y elespíritu cristiano de su orden. Pero no tiene valimiento en la corte deljoven Felipe. Parece un hombre acabado. Y se refugia en los trabajosde la orden de Alcántara, cuyos intereses va a representar en Roma,donde trabará estrecha amistad con los príncipes de la Iglesia, entreellos el cardenal Ghislieri. destinado a moralizar la Iglesia como papaPío V.

Uno de estos príncipes, el cardenal de Sigüenza, familiar deFelipe II. junto con el conde de Oropesa y el Presidente del Consejode Órdenes, parecen haber tenido en sus manos el destino derehabilitar a Don Francisco de Toledo. Los argumentos de estosgrandes y la extraordinaria foja de servicios del protegido han dehaberse encontrado con la ansiedad del Gran Rey por resolver laprolongada crisis del Perú, gobernado desde 1564 por el Presidentede la Audiencia de Lima. Lope García de Castro, cumplidor, prolijoy medroso.

Felipe ofreció al hijo un virreynato mayor pero más difícil que elrenunciado por el padre, como si las indias fueran un destino de losOropesa. Al aceptar, el hijo se convirtió en el quinto virrey del Perú.Y enseguida, fuerte por su abolengo, sus apoyos, la amistad delmismísimo Papa y la confianza en sus dotes para gobernar. Toledoimpuso condiciones: un mandato de sólo tres años, la reunión previade una Junta especial en Madrid y poderes extraordinarios paravirreynar. Cedió Felipe. Y pidió una merced, ser designado Comen-dador Mayor de la Orden de Alcántara, pues "cuando pasó Nicolásde Ovando al gobierno de las Indias, como iba él ahora, fue favorecidocon la encomienda mayor de Alcántara".46 La ciudad flotante brillabatodavía. No cedió Felipe y procuró compensarlo nombrándolo Mayor-domo de Palacio.

El segundón de los Oropesa. el militar retirado de 1555 y elpolítico en desgracia de 1558, abocado con angustia al último tramode su vida útil —según sus propias confidencias al cardenal Sigüen-za— había encontrado una oportunidad. Rico, noble y olvidado,Toledo tenía poco que perder en la aventura indiana. Y acaso podíaganar el lugar de primacía en la dirigencia mundial que habíabuscado desde la juventud. Era su hora. En tres años podría volvera España a reclamar el reconocimiento del Gran Rey. Una tomba deinteligencia y energía estaba a punto de desencadenarse sobe el

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adiposo Perú de los oidores, los obispos, los beneméritos y los"pretensores".

El Toledo que llegó a Lima "fue para visitar, reformar, asentarlo que la indisciplina inicial de las luchas civiles y la soberbia de losencomenderos después, habían conculcado en materia de leyes einstituciones"47. Más que un reformador, un fiel ejecutor de la ley.Era el mandatario del Estado Universal de Felipe, que debía trans-formar en máquina eficiente los pedazos de instituciones y leyes yaestablecidos, pero aún sin ensamblar. Será sobre la tierra indiana,con el curso del tiempo y del gobierno que Toledo irá cambiando suinicial impulso ordenador por el destino de "supremo organizador delPerú". Y en el diseño de ese destino el virrey se encontrará con lasideas de Matienzo, las que estaban en las cartas, en "Gobierno delPerú" y las que el oidor propondrá, caso por caso, en una relaciónpersonal que será colaboración, alianza política y acaso, finalmente,estrecho entendimiento y amistad.

Un año permaneció Toledo en Lima. Y entonces, consultado elparecer de todas las cabezas locales del poder virreinal, inició sugesto más audaz, el que habla por si solo del nuevo espíritufundacional, la "visita" del mismísimo virrey y su corte, por todo elinterior del reino, desde Lima hasta el linde con el Chaco, durantecinco años. Toledo se metió en el cuerpo del Perú, desplegó el boatovirreynal en los más modestos pueblos, escuchó las quejas por todoslos caminos, dictó sus decretos frente a los problemas de la realidad,disciplinó a los funcionarios, castigó a los rebeldes, empuñó laespada para combatir a los chiriguanos y construyó una economíade dimensión continental. Desde aquella corte itinerante miró siem-pre hacia el Sur, tan lejos como la tierra misma, hasta la segundaBuenos Aires.

La ideología de Matienzo floreció en Toledo. Empezando por lacreencia de que era imposible fundar el Perú en la doble legitimidaddel virrey y el Inca. Después de cuarenta años de indefinicionesToledo, instalado en Cuzco, mandó atacar Vitcos y ejecutar a TupacAmaru. Dice Levillier que fue una solución "justa pero inclemente".Más me parece que fue una solución desesperada, urgida y brutalque acaso ahondó la fosa espiritual de la sociedad escindida. Pero locierto es que el Perú de Toledo tuvo un solo gobierno. Las siguientesideas de Matienzo fueron aplicadas una por una; tanto para lareorganización del Perú ya existente, como —y esto es esencial parael caso del Tucumán— en la construcción de las nuevas regiones. LaArgentina andina, la única Argentina significativa hasta el sigloXVIII, se hizo sobre el modelo "matiencino". con las adaptaciones yel énfasis de Toledo.

Pero el Perú del Sur, ese Alto Perú con sus provincias abajeñasdel Tucumán. Chile y el Río de la Plata, podía haber sido imaginadopor el oidor de Charcas, pero no tenía sustento si no se ataba a unproyecto económico mayor. Las colonias agrícolas del norte de Brasil

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o las Antillas podían trabajar para los mercados europeos, pero nolos valles recónditos del Tucumán y Chile. Cuando ya era evidenteque no teníamos metales preciosos, nosotros, los indianos de lamarca austral, estábamos fuera de la dimensión del mundo y nohabríamos existido sin la dimensión regional. Los trabajos económi-cos de Toledo hicieron viable el Sur. crearon un nuevo espacio parala civilización indiana.El cordón que unía a las Indias con el mercado mundial eran losmetales preciosos; ya lo hemos dicho. Había otros productos india-nos que poco a poco entrarán en el comercio rumbo a Europa, peropara que tengan un lugar destacado habrá que esperar al siglo XVIIINo era ésta una cuestión de calidad o precio, sino simple consecuen-cia de las distancias enormes y los transportes menudos. El costo delviaje interminable sólo podía ser soportado por los metales preciosos,que en poco peso y espacio pueden acumular un gran valor unitario.Era inevitable que las utilidades de la inversión indiana de la Corona,los tributos y las remesas de los particulares se hicieran en metales.A cambio de ellos volvían —carísimos por iguales motivos— losartículos europeos, como los que ya hemos visto arder en el puertode Cádiz. Sin metales, la colonización de las Indias habría sidomucho más lenta y tardía, acaso como sucedió con el Brasil.En verdad, los metales nutrían los cuatro pilares de la econo-mía. Representaban la riqueza de las Indias en términos internacio-nales; por su aceptación universal, eran el justificativo económico dela emigración y las inversiones públicas y privadas. Dotaban a losindianos del único medio para pagar las importaciones de artículoseuropeos o asiáticos que deseaban; más tarde pagarán también losesclavos africanos. Permitían a los oficiales reales remesar a Españael valor de los tributos, lo que habría sido imposible si se tratase detributos en especie, como los que recibía el Inca, tales como tejidoso granos. Daban a las Indias la moneda necesaria para la lenta perocontinua transformación de la primitiva economía de trueque en lanueva economía monetaria. Así, del virrey abajo, todo el Perú estabaocupado y preocupado por la producción metalífera.

Y es en ella donde se puede observar, como en una maqueta, elcambio dramático del Perú de la extracción al Perú de la fundación.Hasta Cañete y Nieva todo había sido encontrar, saquear y reunir lostesoros incaicos y aprovechar las minas y arenas auríferas explota-das por los Incas, con pocos cambios tecnológicos y casi nulasinversiones. Era como cosechar de golpe la miel acumulada en elpanal durante décadas o centurias de trabajo menudo. Pero a treintaaños de la Conquista, la extracción estaba concluida y el flujo demetales comenzaba a languidecer, a pesar de algunos descubrimien-tos mineros de gran potencial, empezando por Potosí. Ya no habíametales reunidos o fáciles de extraer, sino grandes recursos natura-les que sólo podían ser aprovechados mediante una operacióneconómica compleja, un esfuerzo empresario a la medida de los

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resultados que se deseaba obtener. Una empresa de inversionesgigantescas, tecnología de punta y capacidad gerencia! sin parangónacaso en Europa misma. Y esto, concentrado de preferencia en elmetal que toma la delantera por los hallazgos mineros y que andandoel tiempo será sinónimo de Nuevo Mundo, la plata.

Con la tecnología indígena, la revolución económica era impo-sible. El mineral de plata, en grandes terrones, era fundido endiminutos hornitos alimentados con leña y ramas. El procedimientosólo servia para el mineral de alta ley y requería enormes cantidadesde combustible vegetal. Las dos cosas estaban en extinción en elPotosí de 1562. El cerro maravilloso sólo tendría valor si se encon-traban nuevos métodos para tratar el mineral de menor ley y sin elconcurso del fuego vegetal. Subrayo esta condición "sine qua non",porque en 1562 la leyenda del Potosí y del Perú ubérrimos todavía noestaba fundada y no dependía de la generosidad de la naturaleza sinodel genio de la civilización hispana.

La Hispanidad indiana tenía la respuesta tecnológica. La ex-tracción de la plata por amalgamación, teóricamente conocida, fueaplicada por primera vez en 1552, en las minas mexicanas dePachuca. por Bartolomé de Medina. Se trataba el mineral de platacon mercurio —también llamado azogue y que se extraía del cina-brio— que al amalgamarse con la plata existente permitía suseparación. A partir de esta invención, el mercurio se convertirá enla llave de la minería de la plata. Y la Corona reacciona estableciendoen 1559 el monopolio real de la producción y tráfico de azogue, apartir de las grandes minas españolas de Almadén. Así, la mineríaargentífera de México da un gran salto, pero pendiente de los envíosde mercurio procedentes de España. Un progreso y un freno, debidoa los costos y la irregularidad del transporte. Lo que era unsobrecosto y una escasez para México lo será doblemente para ellejano Perú.

La Hispanidad peruana encontró una respuesta mineral. En1563 se descubrieron en Huancavélica, casi a mitad de camino entreLima y Cuzco, importantísimos yacimientos de cinabrio. Enseguidase abocó el gobierno virreinal a poner en producción el yacimiento,lo que en sí mismo era un gran proyecto, complejo y vanguardista.Pero el hesitante García de Castro empeñó sus cinco años deinterinato en sucesivos y fracasados intentos. Cuando llegó Toledo,Huancavélica era un fiasco. Y Potosí continuaba declinando.

El nuevo virrey tenía delante todas las piezas del rompecabezas.Para armarlo, faltaba ese recurso inmaterial y deletéreo que es el artede gobernar. Lo traía Don Francisco en sus conocimientos y expe-riencia, en su visión de estadista, en el apoyo político de Felipe II. enla decantada legislación indiana y en la red inquebrantable y dúctildel Estado Universal. Era mucho, pero con todo eso el virrey hizomás, una construcción que vista con la distancia de cuatro siglosresulta de un fuste perturbador.

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Instalado en Cuzco, mientras arremetía contra el Estado neoin-ca, fundaba reducciones indígenas como la hoy célebre de Andalhua-lillas e imponía a los encomenderos el cumplimiento de las leyes deindios y el respeto a los derechos de los españoles que ejercían elcomercio o profesiones independientes, Toledo estiró su mano sobreHuancavélica, disponiendo la confiscación de las minas. Bajo suautoridad, recibieron los aportes necesarios de capital y tecnologíay un régimen específico de mano de obra indígena mitaya, uncontingente rotativo de entre 3.000 y 4.000 hombres. Con estosrecursos, la mina fue entregada en arrendamiento a particulares, losluego poderosos "azogueros", verdaderos empresarios "á facón",pues toda su producción debía ser vendida al gobierno. Así, Huan-cavélica se convirtió en "u n caso interesante y único de gran empresapública indiana, un ejemplo de voluntad y energía (se halla en unpáramo estéril a casi 4.000 metros sobre el nivel del mar), un eficazensayo de industria dirigida; es el ápice de la pugna entre lastendencias de intervención fiscal y libre tráfico, y hasta un símboloacabado de las Indias, 'con su raíz escondida en la codicia, perocoronada con una iglesia, un cabildo y un hospital'"48.

La mina estatal de Toledo fue un completo éxito, aunque con eltiempo y el empobrecimiento de las vetas el trabajo de los mitayos sevolvió durísimo. El mercurio de Huancavélica abasteció al Perú yalcanzó para surtir ocasionalmente a México. Y con la confiscaciónde 1572 y los trabajos posteriores, estaba dado el primer paso parala revolución minera de Potosí, adonde los llevaba el camino al virreyy su gobierno itinerante. El éxito de Huancavélica y el monopolioestatal del azogue permitieron un mejor control de la producción deplata, pero también consolidó el prestigio y la ideología de laintervención económica del Estado en desmedro de las iniciativasparticulares y el Ubre tráfico.

Pocos meses después, Toledo y sus cortesanos llegaron a Potosí.Los esperaban la mortificación de la fatiga debido a la gran altitud,el rigor del frío nocturno, aún en pleno verano, la congestión de lasvías respiratorias que obliga a dormir sentado respirando un escasooxígeno y toda clase de malestares que el consumo de coca no alcanzaa disipar. Por aquel tiempo, ninguna mujer española había podidoparir con felicidad, tal era la inadaptación del europeo a la severidaddel lugar.

Los esperaban también problemas sin respuesta conocida. Albajar la ley del mineral, se requería extraer enormes volúmenes delCerro para obtener un rendimiento en plata que justificara elempeño; había que imaginar su extracción y transporte. Para aplicarel mercurio, esas enormes masas de mineral serían trituradas hastaobtener un granulado parejo; debía instalarse una molienda gigan-tesca. Para impulsar la molienda, era necesaria una fuerza motriz

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igualmente enorme, casi imposible de obtener de los hombres o delos animales, menos en tales condiciones climáticas.

Creo que Toledo y sus cortesanos, los técnicos que lo acompa-ñaban y los notables del lugar encabezados por el oidor Matienzo. semerecen que los imaginemos en prolongadas discusiones sobre losproblemas económicos, técnicos y sociales, dibujando y estudiandomapas y relevamientos del terreno, comparando informacionessobre climas, combustibles y rendimiento de los minerales, anali-zando los costos probables de cada solución. Y a la hora en que el solcalienta, recorriendo a pie o a caballo toda la extensión del Cerro,subiendo hasta casi los cinco mil metros de altura, observando elterreno, calculando el caudal de los chorrillos de montaña y laposibilidad de construir huellas, puentes y endicamientos. ¿Sonéstos los caballeros envarados y holgazanes, baldados para laindustria y el comercio que nos suele pintar la tradición antiespaño-la? En el menor de los casos, no lo son en Indias, en la crema delEstado virreinal. En este asperísimo Potosí de 1572, Toledo y sushombres encarnan al español de Indias, que sabe ser más empresa-Río que retórico.

Aquellos trabajos fueron dando las respuestas, tan descomu-nales como los desafíos. Como hizo en Huancavélica, el virrey cargósobre los hombros indígenas un régimen de trabajo sistemático tantopara construir las obras públicas necesarias como para hacerfuncionar las minas de modo permanente. Toledo organizó una mitagigante para que no faltara mano de obra en la extracción de grandesvolúmenes de mineral, bien que procuró protegerlos con una legis-lación laboral que no siempre se respetó en tiempos posteriores.Dicho sea como ejemplo, el sistema laboral de Toledo era máshumanitario que el que se aplica hoy. a finales del siglo XX, en las-minas privadas que aún se explotan en Potosí.

Pero después de la solución laboral quedaban dos obstáculoshercúleos, la fuerza motriz y la molienda. En la serranía de Cari-Carique bordea al Cerro Rico, los técnicos españoles imaginaron laconstrucción de un sistema de represas, arriba de los 4.500 metrosde altura, destinados a reunir los chorrillos de los deshielos y lasavenidas pluviales hasta formar una masa de agua importante ypermanente, como quien inventa un río de montaña cuyo caudal ycaída proporcionase la fuerza motriz. Toledo aprobó el plan y dio laorden y los recursos en 1574. Doscientos ingenieros y maestrosespañoles e indianos, portadores del mejor conocimiento hidráulicode Europa, y veinte mil indios trabajaron en construir una red dedieciocho represas, con sus canales, acequias y túneles de interco-nexión en una extensión de treinta kilómetros. ¡Qué no habrá sidoel espectáculo de ese enjambre humano, numeroso como medioMadrid de la época, trabajando sin pausa en las planicies altísimas,donde la geografía se volatiliza!

En dos años corría quebrada abajo el río artificial de Toledo, que

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se llamó La Ribera, y se había invertido en los trabajos de Cari-Cariel equivalente de un tercio de las rentas anuales del Rey. A la vera desu torrentosa caída, los empresarios mineros construyeron unasucesión ininterrumpida de gigantescos molinos mineraleros, movi-dos con la fuerza hidráulica. Estos "ingenios", verdaderos estableci-mientos metalúrgicos integrales, reducían el mineral, lo amalgama-ban con el mercurio y terminaban realizando la separación de laplata. Más de cien ingenios funcionaban ya en 1577 y en suconstrucción habrían participado 66 maestros, 200 mayordomos y4.000 peones. Todavía hoy se pueden observar las ruinas de estacadena de empresas metalúrgicas, puestas a un centenar de metrosuna de la otra, enfiladas para aprovechar el impulso del agua en cadadeclive, quebrada abajo, apenas salida del molino precedente. Sesupone que la inversión privada en los ingenios triplicó la inversiónpública en el complejo de Cari-Cari y en esta inversión han de habertenido un lugar importante las herramientas y partes terminadasque los indianos debieron comprar en Europa y transportar en laFlota de Indias y a lomo de llama y de muía desde los puertos de Limao Arica.

Al final del complejo industrial Cari-Cari-La Ribera, la plata se.encaminaba a sus diversos destinos, privados o públicos. Franciscode Toledo también pensó en eso y procedió a fundar en Potosí la RealCasa de Moneda, pareja de la que existía en Lima desde 1565.destinadas ambas a dotar al Perú de la moneda indispensable paraarrinconar la economía de trueque. Y algo más; produciendo sumoneda, Potosí estará en condiciones de estructurar su propioespacio económico, al pagar con dinero de buena ley cuanto leprovean las otras provincias del reino.Los resultados de los trabajos potosinos del virrey Toledo fueronfundacionales, en el más vasto sentido del término. Como yasabemos. Felipe II recibió en 1578 el mayor cargamento de plata delas Indias, en un volumen que se mantendría casi invariable durantelos cincuenta años siguientes. En Potosí y su entorno. Toledo creósesenta mil puestos de trabajo permanentes, con mayoría de pobla-ción española, convirtiéndolo en el centro económico del Perú. Apartir de este Potosí, las demandas de la ciudad, que será enseguidala más grande del Hemisferio Occidental, dimanarán su magnetismode progreso hasta la marca austral, poniendo en marcha la definitivafundación del Tucumán, el Paraguay. Chile y el Río de la Plata.

El sueño de Matienzo, el genio de Toledo, el poder de Felipe, lainteligencia española y el sudor indígena, habían transformado alCerro Rico en un arquetipo de la civilización indiana. Un monumentode la sociedad mestiza que podría ser contado entre las maravillasuniversales. Sino del Nuevo Mundo: era una maravilla productiva.

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La Argentina tucumanesa

Doscientos cuarenta años después de los trabajos de Toledo, laArgentina inicia el camino de la Independencia. En el territorio delnuevo país viven unas 300.000 personas. De éstas, 70.000 corres-ponden a la ciudad de Buenos Aires, su campaña y la regiónlitoraleña; 20.000 habitan en Cuyo. Las otras 210.000 son lospobladores de la antigua provincia del Tucumán, Juries y Diaguitas.La Argentina de 1810 es una Argentina tucumanesa; tenemos lacostumbre de ignorarlo.

Pero los hacedores de la Revolución de Mayo actuaban conplena conciencia de los equilibrios políticos que debían respetar. Ala cabeza del "primer gobierno patrio" fue encumbrado un hombreque encamaba a la cultura tucumana y representaba "la ideanacionalista, integral y federativa" según la identificación que haceJoaquín V. González: Cornelio de Saavedra49. La elección de Saave-dra es casi epigramática, porque el primer Presidente argentino es unhombre nacido en... Potosí. También tenemos la costumbre deignorarlo.

Desde el Potosí de 1572 el príncipe de los estadistas sudame-ricanos había diseñado toda una cultura. Su trabajo, sus institucio-nes, su ordenamiento social, sus ideas, sus creencias, su educación,su geografía. También su desmesura, su rusticidad, su desconfian-za, su desolación. Y esa cultura se derrama por el Tucumán,montaña abajo, siguiendo el sentido de los ríos, como quiere la utopíade Matienzo. Toledo construye de arriba para abajo, del Norte al Sur.Y cuando en otro tiempo, trabajado por otras fuerzas convergentes,aquel Tucumán de Potosí busque en el mundo del Atlántico su nuevodestino, la Argentina tucumanesa de 1810 llamará a un potosinopara encabezar su marcha.

Sentado en el trono de los virreyes del Río de la Plata, en elfuerte de Buenos Aires, el altoperuano Cornelio Saavedra perfec-ciona —hasta más allá del sueño— las ideas de Matienzo y lafuria fundadora de Toledo. Pocos creadores logran un fruto tanacabado. Y aun ignorando esta suerte de destino circular que lo

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aparea con el virrey fundador, es inevitable que el PresidenteSaavedra haya entrado en la sala virreinal del fuerte con suidentidad andina, con el mandato de la cultura del Tucumán.Símbolo y poder.

Tengo dicho que los trabajos de Toledo hicieron viable el Sur.Escuchémoslo a Carlos Assadourian: "La exportación tucumana aPotosí comienza en las primeras épocas y corresponde a la recolec-ción de productos silvestres: miel, cochinilla, grana, pez. En 1569hay noticias de la primera exportación de ropa de la tierra. Laindustrialización del algodón en los obrajes produce una mutacióncuantitativa fundamental de la corriente de tráfico; en 1585 unminero potosino calculaba en 25.000 pesos los productos importa-dos de la gobernación en 'mucho lienzo de algodón, alfombras yreposteros, miel y cera y ropa de indios'. La dificultad que existe paramedir estadísticamente esta corriente y sus oscilaciones no impidereconocer que el Tucumán aprovechó la coyuntura potosina demanera creciente: para 1603 la estimación aumentaba a 100.000pesos anuales de ropa de Tucumán, ques lienzo, pabellones, delan-teras de camas labradas, alpargatas, almohadas y otras cosas"50.Elprogreso es tan rápido que el valor de las ventas se cuadruplica enmenos de veinte años.Los desiertos económicos del Sur han encontrado un destino.La plata de Potosí corre por los caminos tucumaneses para comprary los beneméritos argentinos han hallado un modo elíptico peroeficaz de ser también hombres de plata. El nuevo Potosí ya no es elPerú de la conquista, guerrero, inmediatista y extractivo. La nuevaArgentina ya no es el sueño de Pedro de Mendoza que. de realizarse,habría terminado chocando con los conquistadores del Pacíficoacaso con la misma violencia de Almagro-Pizarro. Los éxitos yfracasos de la conquista han dejado paso al sudor de la construcción.

Toledo imagina el mundo tucumanés con dos objetivos estraté-gicos, abastecer de alimentos y manufacturas a la ciudad minera quepronto tendrá 160.000 habitantes y construir un contrafuertemilitar que detenga las arremetidas de los indios insumisos. El virreydel Perú tiene ahora recursos y motivos para poblar el Tucumán. UnTucumán agricultor y militar.

Y perfecciona su estrategia sin darse respiro. "Puntualizó en1571 la suya en los mandatos expresos que diera a Juan Pérez deZorita y a Don Gerónimo Luis de Cabrera, insistiendo en ello conGonzalo de Abreu en 1573. Pedro de Zarate en 1574. Pedro de Aranaen 1578 y Hernando de Lerma en 1579, para consolidar en el Nortelas ciudades ya existentes, fundando en los intervalos nuevospueblos, capaces de resistir los ataques de indígenas belicosos comolo eran al Sur y al Este de Charcas los chiriguanaes. y en los caminosa Tucumán y Chile, los diaguitas de Calchaquí." Gobernadores-fundadores, son los padres de las ciudades argentinas, acompaña-dos por Castillo y Jufré en Cuyo que lo fueron antes, Juan Ramírez

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de Velasco en el Tucumán de fin de siglo y Juan de Garay hacia elLitoral Todas fundaciones de inspiración andina, todas de Norte aSur. de arriba hacia abajo.

Todas serán también fundaciones frágiles, atacadas por losindios, debilitadas por el desierto y el aislamiento. Pero siempreserán refundadas. sostenidas, trasladadas, reforzadas con solda-dos, colonos y matrimonios forzosos. Y recibirán una y otra vez-semillas, útiles de labranza, ganado, estacas de vid, oficiales reales,curas y frailes. Ya no es la quimera del Mar del Norte, la fundaciónúnica e ilusoria de Pedro de Mendoza, que la realidad indiana haregurgitado sin dejar rastros. Es una obra de gobierno, paciente,tozuda. Ésta, quedará.

Y es posible porque es rentable. El Tucumán es rentable sin serminero; ésta es la novedad, el carácter y la restricción de la Argentinapotosina. Parece, como dice Assadourian. una "economía satélite".Vivirá a impulsos de la economía de Potosí y ella definirá los ciclosde su vida material. Pero hay algo más que marcará a fuego laorganización y la ideología del Tucumán: sus productos sólo tienenvalor en el espacio cerrado de la economía regional. El Tucumán noproduce para el mercado exterior y su única conexión con el mundoes por la fábrica internacional de plata que es Potosí. La platapotosina es competitiva a escala planetaria y los dirigentes estaránsiempre atentos a los costos de producción del mineral. La produc-ción tucumanesa será posible mientras sea funcional a esos costosy es el único cliente potosino el que juzgará de la calidad y precios delos abastecimientos que se le envían. Ésta es la restricción delTucumán, pero también puede ser su amparo cuando la autoridadpolítica peruana así lo decida. Más que una economía satélite, evocauna economía subordinada. Y las contadas operaciones comercialesque se hagan fuera de las fronteras peruanas —como los legendariosnegocios del obispo Vitoria con el Brasil, por entonces tambiéndependencia de Felipe II— quedarán como anécdotas, incapaces dejustificar el gigantesco esfuerzo fundacional.

Los nuevos conquistadores-agricultores que despacha Toledohacia el Sur encontrarán lo necesario. Cincuenta mil indios queda-rán pronto sometidos al régimen de encomienda y al pago de tributos,formando una fuerza laboral que se reparte desde Jujuy a Córdoba.La ganadería castellana y la agricultura andaluza —modelos avan-zados de producción agraria en la Europa de la época— se hallaránde parabienes en las feraces tierras tucumanesas. Y en el cuenco delos valles o en los meandros de los ríos donde se instalarán lasfundaciones, pronto brotarán con esplendor los vegetales trashu-mantes. Assadourian refiere la descripción que en 1582 hace Sotelode Narbáez, para quien Santiago del Estero tiene "viñas, de que secogen muchas uvas y vino; duraznos, higos, melones, membrillo ymanzanas; granadas, perales y ciruelos aún no han dado fruta; haylimas y naranjas. Cógense trigo, maíz, cebada, garbanzos, habas,

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ajos, cebollas y otras legumbres y hortalizas d'España, en granabundancia...Cógese abundancia de miel y cera, y de cochinilla yañil...Hay obrajes donde se hacen paños, frezadas, sayales y baye-tas, sombreros y cordobanes y suela; hay surtido para ello enabundancia; hacense paños de cortes, reposteros y alhombras. Haymuchas crías de yeguas, vacas y mulas, ovejas y cabras y puercos enabundancia de todo lo cual tienen los indios y lo crían como losespañoles". En esta enumeración hay veintisiete vegetales y anima-les diferentes, todos de cultura europea, excepto el maíz, más laimplícita presencia del algodón. Un transplante tecnológico masi-vo...

"El Tucumán se inserta y amolda dentro de la órbita potosinaactivando esencialmente la economía del algodón, su cultivo y suelaboración en el ámbito rural. Con los obrajes de textiles comienzala etapa manufacturera, utilizándose en un primer momento latécnica aborigen en telares simples y primitivos. Pronto se introdu-cen materiales e implementos europeos y se promueve la migraciónde maestros que conciertan tratos con encomenderos para enseñara los indios las nuevas técnicas y el manejo de los instrumentosimportados. También se fabricaban carretas y existían abundantescurtiembres y otras industrias menores."51 La Argentina tucuma-nesa se ha atado al carro del mundo con una hebra de algodón.

Los beneméritos argentinos construyen una civilización. Pe-ruana, andina, con las raíces en el Pacífico. Con rasgos propios. Esuna sociedad de trabajo, no de renta, agricultura e industrial, nominera. Que valora la autosuficiencia y siente que el mundo econó-mico exterior empieza y termina en Potosí. Hacendosa pero cerrada.

En la cúspide social, como quería Matienzo, los encomenderos.Son 153 en 1582 y 335 en 1607, Tienen sus tres funciones clásicas,producir riqueza, catequizar a los indígenas y asegurar la defensamilitar del reino. La primera la cumplen de buen grado, a las otrasdos tienen que ser forzados, continuamente, por la autoridad religio-sa y el Gobernador. La explotación de la mano de obra indígena,apareada con la introducción de nuevas técnicas productivas, talcomo sucedió en el Alto y Bajo Perú, provocó un aumento delexcedente económico, que el encomendero recoge y capitaliza. Fuertepor su prestigio político y social, expresamente reconocido por laautoridad civil y religiosa, vive rodeado de una numerosa familia,muchas veces mestiza, una gran servidumbre y los indígenas que lehan sido encomendados. "A pesar de estos primitivos rasgos seño-riales, los encomenderos distan de constituir una aristocracia ocio-sa; por lo contrario, presentan los rasgos de una minoría dirigente yactiva, que tipológicamente se acerca a la clasificación de agriculto-res-comerciantes."52

Pero la institución de la encomienda es transitoria. Los indianosaspiran a que los indios encomendados se conviertan en vasallosperpetuos, como en un señorío nobiliario, transmisible por herencia

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indefinidamente. La Corona, como ya hemos dicho, no quiere unanobleza indiana, más díscola y peligrosa que la peninsular y aspira,en cambio, a que los tales vasallos reviertan a su jurisdicción lo antesposible, tanto por razones de mejor trato como por su rendimientoeconómico. El forcejeo durará un siglo, como un eco interminable dela sangrienta sublevación de Gonzalo Pizarro y sus beneméritosperuanos; Triunfará el Rey; las encomiendas durarán dos, tres o alo sumo cuatro vidas y estarán virtualmente extinguidas a fines delsiglo XVII.

Tiempo suficiente para arraigar la dirigencia tucumanesa.Porque por tratarse de una dirigencia agricultura, su poder depen-derá no sólo de la mano de obra, sino también de la dotación derecursos naturales. Mientras se sustancia el conflicto de las enco-miendas, los que acreditan linaje, "méritos y servicios*' recibirán lasmejores y más extensas mercedes de tierras. Indios y tierras es lafórmula tucumana. que pronto formarán la "estancia" y más adelan-te la "hacienda". Cuando la encomienda se extinga y la mano de obraindígena haya entrado casi totalmente al mercado de trabajo de tipocapitalista —objetivo prominente de la política social española— losestancieros serán los dueños de las mejores tierras, habilitadas,equipadas y mejoradas por un siglo de trabajo barato.

Así se afinca en el Tucumán la política expansiva de Matienzo-Toledo. El movimiento centrífugo que impulsa el virrey vivifica todaslas fronteras del reino, pero arraigará en cada una de distinto modo.En el Paraguay necesitará del trabajo y la organización de laCompañía de Jesús, capaz de un gran resultado pero al precio de unaesclerosis social y cultural. En Chile, a pesar de los logros agrícolas,terminará requiriendo un permanente subsidio del tesoro potosinodestinado a sostener una frontera militar. En el Tucumán naceráuna sociedad económicamente fuerte, que permitirá generar unaaristocracia del dinero, de raíz agrícola y de coronación mercantil.Tan vasta, que doscientos años más adelante. Concolorcorvo dirá deella que es "la provincia de más extensión que acaso tiene elmundo"53.

En la cúspide política, como quería el modelo de "la ciudadflotante", el Gobernador. El 15dejuliode 1586 entró en Santiago delEstero y asumió el mando el general Juan Ramírez de Velasco, tenidohoy por el más ilustre gobernador tucumano del siglo. Había salidode Charcas el 5 de mayo y cruzado una buena parte del territorio desu mando inspeccionando villas y disponiendo para su buen go-bierno, como en la insegura Salta. Los villorrios de la ruta han dehaber vivido como una aparición la entrada de este general cuaren-tón, cubierto de gloria en las guerras de Italia y en seis travesías delAtlántico como capitán de la armada y a quien acompañaba mucha"gente principal", 45 soldados, 32 personas de su casa y 150 indios.

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Un gran jerarca del Estado Universa] seguido por una guardiaarmada y una corte personal tan numerosas como las de un virrey.No menor ha de haber sido la conmoción de Santiago, modesto burgocon un centenar de vecinos principales que veía entrar en suspolvorientas calles una larga columna de doscientas almas, a pie ya caballo, con sus emblemas, su ferretería militar y un grancargamento civil. En la corte viajera figuraban Pablo de Guzmán. hijodel gobernador de Popayán. Francisco de Argañaraz. futuro funda-dor de Jujuy, hijos y sobrinos del gobernador y "muchos otroshidalgos". Por sus servicios Velasco recibirá una paga anual de entredoce y quince mil pesos, equivalentes a mil onzas de oro, una cifraque hoy puede parecer muy abultada pero que no siempre lealcanzaría para mantener a su corte y afrontar todos los gastos de sucargo. Un monarca en pequeño, elegido por Felipe II que ya tenía alTucumán por una provincia principal de su imperio.

En el principio, los gobernadores del Tucumán derivaron de laautoridad del gobernador de Chile o de los gobernadores y virreyesdel Perú. Tendrían toda la autoridad del cargo más el vuelo ilimitadode la frontera. Pero arrastrarían consigo la imperfección de laanarquía peruana del tiempo de Carlos V y que se adentraría en elreinado de Felipe hasta la llegada del virrey Toledo. Entre aquellosgobernadores liminares luce con luz mayor Francisco de Aguirre ydejarán su marca fundadora Juan Pérez de Zorita, Gerónimo Luis deCabrera, Gonzalo de Abreu y Hernando de Lerma. Desde el nom-bramiento de Abreu (1574) la dignidad tucumana saldrá de la manodel rey o deberá ser confirmada por real cédula.

En el territorio de la gobernación, la autoridad de estos manda-tarios resultaría ilimitada. Tenían más fuerza que Nicolás de Ovan-do, el precursor, y menos controles que el mismísimo virrey del Perú.El gobernador de la ciudad flotante era mandatario de reyes todavíadébiles y debía contemporizar con la rebeldía de los conquistadoresen una sociedad muy inestable y recién trasplantada. El virrey teníatodos sus actos auscultados y a veces revocados por las Audiencias—Lima, Quito y Charcas— en permanente contacto con el Consejode Indias. En cambio, los gobernadores del Tucumán investían laautoridad del gran rey en el momento cúspide del Estado Universal,y sus actos eran revisados de lejos y pesadamente sólo por laAudiencia de Charcas.

Inalcanzables por su legitimidad regia, alejados y remisos alcontrol de la Audiencia y con un perfil de jefes militares en una regiónde frontera, los gobernadores de la Argentina tucumanesa serán unmodelo de autoritarismo, todos ellos. Algunos, por su carácter y sufalta de escrúpulos, verdaderos tiranos, sangrientos y arbitrarios.Retrato ejemplar es el que nos ha dado Levillier del gobierno deHernando de Lerma: "El gobernador que tratara al Virrey Toledo conla petulancia de Lerma, y que sentara además la pueril teoría de suautonomía local por recibir su designación del Rey, no era probable

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que conviviera en paz con ningún otro poder. Ensoberbecido yabsoluto, desatendió las cédulas reales, las sentencias y provisionesde la Audiencia de Charcas; tuvo a los Cabildos bajo su imperio,deshaciendo elecciones para introducir regidores, alcaldes y justi-cias de su agrado; y para mayor impunidad, puso de maese de campoa su hermano y ocupó en los cargos de procurador, escribano ytenientes a paniaguados suyos que no hablan de ser censores de susactos, sino dóciles ejecutores. Por si estos puntos de apoyo de sudespotismo no bastaran, rodeóse de matasietes que le servían deespías y sostenes dentro de las ciudades. Quedó así la provinciacomo un guante en su mano"54. Personalismo, arbitrariedad, nepo-tismo, delación y violencia, vicios fundadores de la autoridad políticaen la Argentina tucumanesa.

¿Y los gobernadores "buenos"? Todos acudieron a la violenciay procuraron construir un poder vertical escapando a los controlesde los cuerpos colegiados, como una marca de la política tucuma-nesa. Y todos se esmeraron en regular la vida ciudadana hasta en susmenores detalles, como un mandato ideológico del Estado filipino.Alabando la gran obra del gobernador Velasco. dice Levillier que "lehemos seguido en sus funciones de juez, de reformista, de moraliza-dor de costumbres, de estadista práctico y de fundador de pueblos"55.Y citando el panegírico de los vecinos de la época, agrega que"govierna con vida onesta vedando lo contrario, desarraigando losvicios y ordenando buenas costumbres en bien propio y utilidad delos vezinos...siendo benigno y manso, dando de si obras bienloables"56. Hasta llegar al paternalismo perfecto: "nos gobierna enmucha paz y justicia con mucha rectitud y cuidado siendo padre detodos y procurando acomodar las hijas de los conquistadoresguerfanas en estado"57.

Esta figura del gobernador todopoderoso encontrará poco frenoen los cabildos tucumaneses. No porque a la institución municipalle hayan faltado los fueros y atributos que tuvo en España y renovóen Indias, sino por la extraordinaria asimetría entre la jurisdicciónterritorial del Gobernador y la de cada uno de los cabildos. ElTucumán era inmenso y parejamente poblado. Tuvo la fortuna decontar con muchas ciudades importantes —Santiago, San Miguel.Córdoba, La Rioja, Salta. Jujuy— y con ninguna dominante. Cadacual tendría su cabildo, pero ninguno de ellos podía dirigirse alGobernador asumiendo la representación del conjunto, lo que loslimitó a los problemas estrictamente locales. No pasaría lo mismo enel Paraguay, Buenos Aires o Chile. El Gobernador del Tucumán eramucho más grande que la representación popular de cualquiera delas ciudades de su mando.

Hidalgo del Estado Universal, autoritario y paternalista, elGobernador mantendrá este perfil invariable durante doscientosaños. De él ha resultado una herencia autocrática que vive en lascapas profundas de la política argentina, legado irrecusable de latradición tucumanesa.

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En la cúspide ideológica, como quena el Real Patronato deIndias, el obispo. Fue el primero del Tucumán Fray Francisco deVitoria, titular de la diócesis desde su creación; en 1577, hasta sumuerte en 1592. Era un dominico de origen portugués —simplehomónimo del gran jurista y teólogo español— que sólo residió enSantiago cuatro años y que, con justos títulos, ha entrado en lahistoria argentina más como empresario que como pastor Levillierlo retrata: "Tenía alma de tratante; toda su vida compró y vendió,importando y exportando entre Potosí, Tucumán, Buenos Aires y lacosta del Brasil. Introdujo negros, capitalizó un negocio de pesca deperlas, llevó muías y vacas al Perú con indios, lo cual estabaprohibido por Ramírez de Velasco. (...) Cuando no pudo valerse deindios para llevar sus mercaderías, hizo conducir sus vacas porsacerdotes que él ordenara, de manera que estos; en vez de doctrinar,hacían de vaqueros!"58. Un personaje de la picaresca del mejor cuñocervantino.

Las malandanzas de Vitoria pospusieron la construcción de laIglesia tucumanesa, aquel brazo del Estado filipino de esencialesfunciones ideológicas y administrativas. También este atraso favore-ció los desmadres de los primeros gobernadores. Bien que desde lainmensa lejanía de Lima vigilaba el ojo santo y celoso del arzobispo.Santo Toribio Mogrovejo.La vigilancia limeña y las quejas locales —en primera línea lasdel gobernador Ramírez de Velasco— fructificaron en una más felizelección del sucesor de Vitoria. Fray Hernando de Trejo y Sanabría,medio hermano del criollo Hernandarias. Dirá Levillier que "laconsolidación, iniciada en el Perú por Toledo, fortalecida en susveinticinco años de apostolado por el Arzobispo Mogrovejo, prolon-gada por Velasco en Tucumán, hallaría el alma enérgica y entusiastade Hernando de Trejo para estabilizarse en los sínodos de Santiagoy difundirse en toda la diócesis por su propio ejemplo y la actividadevangelista que él fomentara"59.

Trejo cumplió. Organizó la Iglesia de su diócesis aplicando lasdisposiciones disciplinarias del Concilio de Lima de 1583 y favorecióla instalación de las diferentes órdenes. Los jesuitas tomaron ladelantera y cuando a comienzos del siguiente siglo decidieron crearen Córdoba un colegio de estudios superiores, recibieron del obispoapoyo político y material. Es a este colegio que la vanidad argentinaha dado el nombre de Universidad de Córdoba aunque hasta lasvísperas mismas de la Independencia no pasó de ser un institutoestrictamente religioso incomparablemente menor que las verdade-ras universidades de San Marcos en Lima y San Francisco Xavier enCharcas.

También cumplió Trejo su mandato de censor. La cúratela delas ideas y las costumbres privadas, el vicio nefando de Felipe II,

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encontró en el nuevo obispo celo y entusiasmo. La historiadoraargentina Lucía Gálvez recoge estas directivas del obispo. contenidasen las constituciones del Sínodo tucumano de 1597: "Una de lascosas más dañosas a la república cristiana, es la lisonja de los librostorpes y de caballería, lo cual no sirve de algún buen efecto sino parahenchir las imaginaciones de torpes y lascivos deseos y de brutas ymentirosas fábulas. (...) Por lo cual, mandamos a todas las personas,hombres y mujeres de todo nuestro obispado, de cualquier estado ycondición que sean, so pena de excomunión mayor, que dentro decuatro días después de publicada esta constitución, nos traigan oenvíen a las casas de nuestra morada, todos los libros que seintitulan "dianas', de cualquier autor que sean, y el libro que llamande Celestino, los libros de caballerías y las sátiras torpes y deshones-tas..."60. ¡Cuántos de nuestros antepasados habrán añorado lospicaros y livianos tiempos del obispo Vitoria!

Con Trejo la Iglesia se irguió, poderosa y vigilante. Y adquirió unpeso desmesurado en la vida lugareña, como si el aislamientogeográfico de la gran provincia mediterránea sólo pudiese compen-sarse por la comunicación religiosa con el mundo. Por añadidura, laorden más moderna y emprendedora, la Compañía de Jesús eligió alTucumán como tierra de preferencia. Lucía Gálvez subraya que "entoda la extensión de la provincia jesuítica del Tucumán. Río de laPlata, Chile y Paraguay, que abarcaba unas 1.200 leguas de exten-sión había, a principios de 1615, cinco colegios fundados en elsiguiente orden: Córdoba, Santiago del Estero, San Miguel deTucumán, Asunción y Santiago de Chile. Es de notar que, de cincocolegios, tres estén tan cercanos...".

Y si los gobernadores eran periódicos, los obispos eran perpe-tuos. Tan lejos del control imperial unos como otros, mientras lasautoridades civiles tenían mandatos limitados en el tiempo, losobispos permanecían, cualesquiera que fuesen sus diabluras "a laVitoria" o sus durezas "a la Trejo". A medida que los reyes de Españase vuelvan conservadores, la Iglesia tucumanesa elegirá la dureza,nunca tanta como en la España de la Inquisición, pero excesiva parauna sociedad nueva y maleable. Obispos y órdenes, con sus directi-vas, colegios y protocolos, disputarán al gobernador el imperio sobreuna sociedad bajo cúratela perpetua.

Estamos aquí a cien años y siete mil kilómetros del desembarcode Nicolás de Ovando. La "ciudad flotante" se ha convertido en unhemisferio. España, la cabeza de Occidente, ha fundado una civili-zación tan vigorosa que sus retoños crecen aún donde termina elmundo. No son asientos comerciales o fortalezas aisladas, sino lasterminales capilares de un cuerpo denso, vivo, trepidante. El cuerpono tiene fisuras ni hiatos y nunca podrá ser quebrado desde afuera.Pero tiene matices.

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El vigor de la Hispanidad ha hecho posible la Argentina. Y en suprimera vida —la vida tucumanesa— tiene las marcas de la ciudadde Ovando. Por aquel vigor y por estas marcas, la primera Argentinaforma parte de la superpotencia española. Nuestros antepasadosindianos vivían dentro del círculo del mayor esplendor de la época,recostados en la seguridad de pertenecer al centro mismo del podermundial.Teman y reproducían el perfil psicológico y espiritual de loshombres de frontera que llegaron con Ovando. Y en esta provinciamilitar habrían de conservar esa mentalidad por mandato de loshechos. Todo el siglo XVII fue tiempo de guerra contra los indios, conun punto culminante en la década de 1660. cuando la sublevaciónencabezada por el falso Inca Bohorquez. Y, de tanto en tanto, la frágilpuerta del Río de la Plata reclamaba el auxilio de los guerrerostucumaneses para defenderse de los piratas o contraatacar a losportugueses. Hasta los tiempos del Virreynato del Río de la Plata yaún en los días de las Invasiones Inglesas, que Sobremonte contódesalojar con los ejércitos andinos. Tucumán es tierra de frontera.

Y en la sociedad tucumanesa. con una población indígenaimportante y generalmente inquieta, aparece con nitidez el espíritude "sociedad de la conquista" a que hemos hecho referencia al hablarde "Los Vencidos". Es la región argentina donde tales rasgos son másnotorios y tiñen con su tono sombrío la ideología y los modos de lacultura.

Por esas mismas razones, los antiguos derechos del conquista-dor, que se trasvasan desde la guerra peninsular contra el moro,están siempre presentes en el ánimo tucumanés. El encomendero-militar protagonista casi único de la clase dirigente, admite pocofreno a su autoridad y se adueña sin pudor de los cargos de laadministración civil creados para representar al conjunto de lavoluntad de los "vecinos".

Por la ya explicada asimetría entre la jurisdicción del goberna-dor y la de las ciudades, el Cabildo será menos vigoroso que el de laciudad flotante. Y por la prepotencia de los encomenderos, menosrepresentativo y democrático. Las dos malformaciones van de lamano y no habrá ningún Toledo que salve a los cabildos tucuma-neses de un destino oligárquico. El municipio del Tucumán es débily cogotudo. No será lo mismo en el Río de la Plata...

Gobernadores y obispos hincharon el pecho mucho más que enla ciudad de Ovando, ya lo hemos dicho. Y a la par de los encomen-deros vivieron en la placidez de tener lejos a la Audiencia de Charcas,el "partido del rey", único capaz de contener sus desbordes. "Presen-tía Toledo que los gobernadores de Tucumán no demostrarían másentusiasmo que los gobernados en obedecer sus mandatos impera-tivos. Sin duda les complacía la distancia de la Audiencia de Charcas;no sólo la distancia material de las doscientas leguas, sino elaislamiento en que ésta les colocaba con respecto a los oidores".

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Levillier dixit61. La ciudad de Ovando tendría enseguida su Audiencia,el Tucumán, nunca. Y aunque Charcas se esmerará en hacer valersu autoridad y los caminos mejorarán en prestación y seguridad, elmundillo argentino tendrá a los oidores en una respetable distan-cia material y psicológica.

En fin, que el Tucumán recibirá intacta y hasta reforzada laherencia de los órganos ejecutivos y la tradición de autoridad, perocasi nada de los cuerpos colegiados y su marca de moderación ydebate público. Un siglo, siete mil kilómetros.., y la dinámica propiadel mundo indiano.

El sistema ya está instalado. Y lo acompañan dos rasgos quehabrán de darle consistencia pétrea: el aislamiento y el éxito.El Tucumán es la marca austral del imperio, lindando con lanada. Muy de a poco surgirá hacia el Naciente el modelo portuguésdel Brasil pero que nunca llegará a significar una alternativaimitable, como lo muestra la historia sudamericana de los tressiglos siguientes. El aislamiento es, en verdad, el sino de todo elcontinente sudamericano. Cuando en la época de la Independencianuestros pueblos busquen nuevos modos de organización políticao identidad cultural, tendrán que ir a buscarlos en Europa o losEstados Unidos.

Por añadidura, el Tucumán se ha instalado mirando hacia elPacífico, el mar cerrado. Todo cuanto venga del Poniente seráespañol, confirmatorio de la excelencia de la civilización fundadora.Y pasaran casi dos siglos antes de que el mundo atlántico presionecan sus novedades por la frágil espalda rioplatense.

El aislamiento es también político y administrativo. Felipe II hacomenzado el cerramiento de España en 1559 y a cada paso de sulargo reinado y el de sus descendientes, el cerrojo se hará más severo.El eficaz Estado filipino velará por eso y la Iglesia de Indias cumplirásu militancia de ministerio censor, blandiendo la "excomuniónmayor" con tanta soltura que el propio monarca terminará recomen-dando prudencia. Además, ni el aislamiento físico ni el ideológicoserán en definitiva demasiado penosos para nuestros antepasados,pues sabían que su España era el modelo del mundo. Habrá quellegar a la "Paz de los Pirineos", en 1659, para que los dirigenteseuropeos empiecen a pensar en una declinación de España comopotencia y mucho más adelante para que la sociedad peninsular secuestione su organización y su cultura. Pero aún entonces, comoveremos luego, estos traspiés de la España europea fueron casiimperceptibles en el mundo indiano, arropado en su magnificoaislamiento.Si el aislamiento preservó al sistema tucumanés de la críticaanalógica, su éxito reforzó la legitimidad interna. La bomba aspirantede Potosí creó un espacio económico gigante, tan grande como toda

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Europa, y que gozó de un clima de prosperidad sostenida por lomenos hasta mediados del siglo XVIII. Los desfallecimientos pasaje-ros de la producción minera, como en la década de 1620, o ladeclinación pausada de largo plazo, fueron graves para la recauda-ción de la Corona, pero mucho más benignos para la economíaregional. Esto es así porque al afirmarse la relativa autonomíaindiana en el marco de un imperio declinante, los dirigentes perua-nos lograron hacer primar sus intereses locales sobre el servicio delRey. De a poco, las remesas a España se volvieron residuales.

La economía subordinada del Tucumán era rica. El trabajoindígena permitió una acumulación de capital que a poco andargerminó en una dirigencia mercantil de fuste. En sucesivas adapta-ciones, la gran provincia proveyó alimentos, manufacturas textiles,habilidad y capitales comerciales y ganadería especializada. Saltallegó a tener una feria ganadera a donde llegaban anualmente entrecuarenta y cincuenta mil mulares, provenientes de toda la provincia,con destino al Alto Perú. Esto supone la existencia de haciendastecnificadas, pues el híbrido es difícil de obtener y requiere unminucioso trabajo de amansamiento. Tales negocios ganaderosabsorbían anualmente entre 500.000 y 1.000.000 de pesos, nadamenos que la tercera parte de la moneda acuñada en Potosí. Un ríode plata, montaña abajo...

En su prosperidad económica, el Tucumán encontró unaidentidad a continuación del período fundacional. "En Velascoconcurrieron los estertores de la época heroica con la iniciación deuna vida económica, cuya languidez durara hasta la independencia,"dice Levillier62. Y que esa identidad se perfeccionó en el destinopersonal de sus dirigentes, lo confirma Assadourian cuando a modode conclusión —polémica ante el mito del español improductivo—nos espeta que "si rechazaron —por motivos de prestigio— el trabajomanual, esta omisión fue diligentemente compensada en funcionesque los revelaron como inteligentes, avisados y, también, rapacesempresarios"63.

La bonanza colectiva y el éxito personal se aparearon enseguidacon los otros símbolos de una sociedad triunfante. Crecían lasciudades y sus monumentos, la vida cotidiana tenía sus festejos y suligurgia y la cultura, aunque pesadamente religiosa, parecía bienservida por el colegio universitario de Córdoba y la pequeña corte delos gobernadores. A principios del siglo XVII cualquier ciudad delTucumán era comparable a Asunción y más grande que BuenosAires, las únicas vecinas. Paso a paso, Córdoba concentró la "univer-sidad", la sede de la diócesis, el asiento del Gobernador, el mandomilitar y hasta la única imprenta del Cono Sur quitando su primacíaa la antigua Santiago del Estero. Nada podría compararse a estanueva capital.

Así, el aislamiento y el éxito concurrieron a plasmar unacultura. Y esa cultura decantó sin accidentes a lo largo de por lo

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menos doscientos años. ¡Doscientos años! Un núcleo de espacio ytiempo como no hay otro en la historia de la Argentina...

La herencia fue recogida, enriquecida y transportada por lacapa superior de la sociedad "estamental" tucumanesa. según ladefinición de Lucía Calvez. Los descendientes de conquistadores yprimeros pobladores, encomenderos casi todos, enseguida propie-tarios del poder en los cabildos y los cargos civiles cercanos alGobernador, formarán el primer estamento. Procurarán recrear lacultura española, o el recuerdo indiano que tienen de ella, y bus-carán la diferenciación social y la identidad grupal a través delconsumo suntuario y un "vivir conforme a su condición". "Estegrupo procuraba no sólo alcanzar la dignidad que hubiera deseadotener en su patria sino también rodearse de todo aquello que se larecordara: muebles, utensilios, pinturas, imágenes y, muy espe-cialmente, vestidos que marcaban de un modo evidente y definitivolas diferencias estamentales.(...) Esta nueva 'aristocracia america-na', con características y valores definidos, que detenta el poderpolítico en los cargos capitulares y de gobierno y el económicoderivado de la posesión de encomiendas, ganadería y comercio, vaformando el primer estamento de esta sociedad. El 'modo de vivir'de acuerdo a su honor desempeña un papel decisivo en este grupohumano mantenedor de todas las convicciones que nutren su razónde ser"64.

Esta aristocracia se perpetuará en el poder político, económico,social y cultural por lo menos durante los doscientos años. Y nobleso segundones, transmitirán su sistema de valores e ideas de genera-ción en generación. "Con mayor eficiencia, creo, transmitirían lasmujeres el modo de vida, costumbres y educación que les era propio.En resumen —concluye Gálvez— el modo de vida, los valores, lascostumbres, etcétera, que van a ser transmitidos a los hijos criollosy mestizos están tan representados en un hidalgo pobre o en unsegundón (o su equivalente femenino) como en un noble dé primeralínea."65

La cultura del primer estamento transfundió al conjunto de lasociedad. Durante diez generaciones se mostraron y fueron mostra-dos como el modelo a imitar. Y ningún grupo político, étnico, religiosoo simplemente económico presentó un modelo diferente o contradic-torio con éste. Más aún, la autoridad civil y religiosa protegió,promovió y enseñó ese modelo y toda la sociedad premió a quieneslograban ascender en la escala social por las gradas de esta única ymonolítica cultura.

Al llegar a los días de la Independencia, para los dos tercios delos argentinos, "ser" era "ser a la tucumanesa". Una raíz y unapertenencia, el lenguaje común con el vasto mundo de la Hispanidadindiana. Una tradición de trabajo y éxito que daba a sus gruposdirigentes una fuerte confianza en sí mismos y en sus ideas. Y unadensidad cultural capaz de fundar la nacionalidad.

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Pero también una visión vertical de la sociedad, autoritaria dela política, permisiva de la violencia, omnipresente de la Iglesia,censora de la cultura, cerrada de la economía, temerosa de lo externoy acrítica de la herencia. Nuestro pensador Alejandro Korn, en suInfluencias filosóficas en la evolución nacional publicado en 1912.nos ha dejado un fresco insuperable:

"El Estado no reconoce, en efecto, límites a su intervencióne intenta prever y prevenir todas las contingencias de la vida, asíse trate de actos públicos o privados. El vasallo de la coronasabía por imperio de la ley qué días había de oír misa, qué librole era licito leer, qué traje debía usar, dual era su asiento en losactos públicos, a qué precio podía comprar o vender, qué jornalo estipendio merecía su trabajo: para salir de España o pararetornar necesitaba licencia, lo mismo que para trasladarse deun punto a otro; si había dejado a la mujer en la Península, sele embarcaba a cumplir con sus deberes; si era funcionario nopodía casarse ni casar a sus hijas sino con arreglo a las cédulasreales que reglamentaban el caso. Hasta el lecho del moribundollegaba esta intromisión constante y le mandaba confesar ycomulgar, so pena de perder la mitad de sus bienes.

El Estado absorbía todo y a todos anulaba; con suspicaciamezquina no dejaba lugar ni a un esfuerzo ni siquiera a unpensamiento espontáneo; dentro de su sistema no cabía unainiciativa individual ni una acción común: nadie había demantener sus fueros propios ante las disposiciones superiores.Y hondas huellas ha dejado esta educación secular; aúnpersiste el concepto del gobierno-providencia, aun los humildescarecen de la conciencia de sus derechos, y con instinto gregarioel refrán nacional califica de ruin la oveja que rompe el redil".

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La cortina de plata

Buenos Aires fue fundada dos veces, y las dos veces naciómuerta sin que lo advirtieran sus fundadores. En 1536 Don Pedro deMendoza ignoraba la rapidez de los avances de los Pizarro y LosAlmagro desde el Mar del Sur al corazón del imperio incaico, avancesque esterilizarían el intento de fundar un reino a partir de las costasRioplatenses. En 1580. Juan de Garay creaba una nueva BuenosAires, de cuño andino y que nada podía temer del poder de Lima, suprotectora. Pero ese mismo año el Duque de Alba entraba en Lisboa,y al desatar las fronteras entre la España y el Portugal europeos y laEspaña y el Portugal indianos dejaba a la villa de Garay en medio dela "tierra de nadie" entre dos imperios colosales. Los trabajos de Albay Garay están unidos por un enigma histórico que acaso ahorapodamos desentrañar.

Es ahora, desde que en 1963-71 el distinguido historiadorportugués Vitorino Magalhaes Godinho publicó Os Descobrimentose a Economía Mundial donde formula su tesis sobre las causaseconómicas de la unión dinástica entre España y Portugal, que losportugueses gustan llamar "la monarquía dual". Escuchémoslo. "Laeconomía imperial portuguesa bascula así hacia la órbita española,pues está en juego la preciosa plata de las Américas, condicionantede todos aquellos circuitos y del lucrativo tráfico de esclavos, con quelos portugueses van a abastecer a las Indias de Castilla, hasta laRestauración (de la autonomía de Portugal, en 1640). Desde lostiempos que preceden a- la unión dinástica, y gracias a ella, losportugueses se infiltran por todo el imperio español, tanto a escon-didas como legalmente. Esas exigencias económicas, conjugándosecon la evolución cultural-ideológica y social, llevan a las clasesdirigentes portuguesas a entregar la corona a Felipe II, no obstantela doble oposición de las clases populares de Portugal y de la noblezaespañola"66. En lenguaje menos pudoroso: la dirigencia portuguesanegocia la Corona a cambio de la plata americana.

El hallazgo de Godinho, presentado como colofón de su formi-dable ensayo histórico, es un nuevo punto de partida. Y constituye,

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con toda seguridad, una contribución revolucionaria al estudio de lafundación de la Argentina, aunque no haya sido su propósito. Digomás: si bien la investigación está destinada a explicar el rápidoalineamiento de la dirigencia portuguesa tras las banderas delDuque de Alba y sus conclusiones empiezan a ser aceptadas por loshistoriadores españoles, es en el estudio de la historia americanadonde hallarán, en su momento, el mayor eco. En efecto, la historiapeninsular ya sabía del "paseo" de Alba, la actitud respetuosa deFelipe II en Portugal y la ruptura de la membrana económica queseparaba los dos reinos. Pero la historia americana todavía ignoraque es con la plata indiana que se pagaría la "monarquía dual" enfavor del gran Rey. Instalado Felipe en Lisboa volvióse natural ylegitimo que la dirigencia portuguesa obtuviera el pago correspon-diente, y tolerable que viniese a cobrarse en América, aun por suspropios medios...Pero retrocedamos un palmo. Y dejemos que Godinho nosexplique cómo se llega a semejante transacción, un caso extraordi-nario de geopolítica mundial que está anunciando el peso de losintereses en juego y anticipando el empuje que aplicarán los prota-gonistas.Hacia 1550, el imperio portugués está en el punto culminantede su expansión. En la estela majestuosa de Enrique el Navegante,la pequeña nación de apenas un millón de habitantes ha sembradofactorías, puertos y destacamentos en todas las costas del mundoconocido. Y ha creado "mundo conocido" en una proporción noigualada por ningún otro pueblo, de cualquier otro tiempo. Desde elBrasil al Japón, marchando siempre hacia el Naciente —en sentidoinverso al de Isabel de Castilla— han sembrado Europa y Cristianis-mo. Al promediar el siglo, cuando Felipe II se aplica a crear el EstadoUniversal, los portugueses culminan la invención del comerciouniversal. Dos destinos, la misma garra.

La invención portuguesa ha trasladado a la escala mundial losméritos y las restricciones de la economía de la época. Mérito mayor,la navegación. Gracias a los inventos, los nuevos conocimientos, losmateriales de construcción naval y el apoyo militar, el comerciomundial tiene ahora un vehículo mundial. Y por primera vez, elmilenario tráfico entre el Mediterráneo y el Extremo Oriente abando-na la ruta terrestre y se arroja al mar. Declinan las huellas y caminosdel viaje de Marco Polo y el modo de comerciar por caravanas y cortoscruces de mares interiores o costeros. Las mercancías ya no pasaránde un pequeño reino a otro, de una feria regional a la siguiente entrela China. Calcuta. Samarcanda o Bizancio, sino que podrán hacer unviaje casi completo de Japón a Lisboa, de las Molucas a Amberes.Además, habrá un nuevo eje del comercio mundial, de Norte a Sur,abrazando el entero continente africano. Ya no es un comerciointernacional por eslabones, una suma de operaciones comercialesy de transporte que se completan en sí mismas, en un pequeño

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espacio, para dar nacimiento a las siguientes. Los eslabones sefunden en una elipse gigantesca. El comerciante de Lisboa puedenegociar las especies de las Molucas en una operación comercial casiredonda, de ida y vuelta, calculando tiempo, valores y riesgos conapreciable certeza. Ya no habrá entre medio muchos reyezueloslocales, muchas ferias, muchas transacciones y mucho azar. ¿Ma-ravilloso? Sí, una contribución gigantesca de Portugal a la factura delmundo moderno.

En semejante dimensión, los nuevos mercaderes internaciona-les tropezarán enseguida con la restricción mayor de la economía dela época, la moneda. Al igual que en las transacciones locales onacionales, la disponibilidad de moneda condicionará el ritmo decrecimiento de la economía. Porque en el esquema antiguo, cadaeslabón tenía su propia manera de pagar las operaciones, ya fuerapor trueque, ya con una moneda local. Para que funcione la elipsemundial, hace falta moneda mundial, que sea aceptable para todoslos que entran en las corrientes comerciales, en todos los confines dela tierra. Y la única moneda con tales virtudes son los metalespreciosos, oro y plata. El nuevo comercio y los nuevos mercaderesnecesitan el lubricante mineral.

Y algo más. Como el comercio mundial da un salto gigantesco,muchos sectores de las economías locales se internacionalizarán yprocurarán que la moneda universal irrigue también sus operacio-nes internas. De los metales aceptados, el más apto para laspequeñas operaciones internas es el de menor valor, la plata. Y esainternacionalización, llega a economías gigantes. Caso mayor: ha-blando de los finales del siglo XVI, dice Godinho que "estamostambién en el período áureo del comercio con China, esa bombaaspirante de la plata de todo el globo"67.

La estela majestuosa de Enrique el Navegante se había vueltode plata. El imperio portugués, prototipo de los imperios comercialesque el mundo conocerá después en cada siglo, necesitaba untorrente de plata para sus arterías. Durante el tramo fundador de laexpansión portuguesa, la plata viene de Europa central y se traficaen Amberes, a donde acuden los comerciantes lusitanos. Pero lafuente no es eterna. "Por otro lado, luego del apogeo de la producciónminera del Centro y Este de Europa, alcanzado entre 1510 y 1535,la curva decrece a partir de 1540. Los años que preceden a la mitaddel siglo inscríbense, por lo que parece, para Portugal, bajo el signode escasez del metal argentífero"63.La reacción natural de la dirigencia portuguesa es buscar minasde plata, con perseverancia, en Brasil y en África. Con perseverancia,pero sin resultados apreciables. Y este fracaso portugués contrastadramáticamente con el éxito español en el hallazgo de los mineralesamericanos. Entonces, la economía monetaria mundial gira sobre sueje, con una limpidez que Godinho logra atrapar en este párrafomaestro: "Al mismo tiempo, la producción minera de Europa central

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y del Este redúcese fuertemente, a un ritmo cada vez más rápido. Deaquí en más, el anticiclón monetario se localiza en España, y son lasminas mexicanas y peruanas las que abastecen de plata a laacuñación europea; el oro de América, por su parte, dejaría de afluira Sevilla desde cerca de 1530. legalmente al menos, pero allí mismoy sobre todo a los puertos portugueses, continúa llegando decontrabando. La gran corriente de plata que corría de Amberes paraLisboa, Sevilla y Laredo, se invierte, pues ahora son los puertospeninsulares los que expiden el metal para Flandes. De ahí ladiferencia esencial entre el imperio de Felipe II y el precedenteimperio de Carlos V: Alemania. Bohemia y Austria fueron abandona-das, constituyéndose en una constelación política autónoma, puesla marea creciente de la plata de las Américas dispensa de recurriral metal blanco de Europa del Centro y del Este, cuya producciónestá decreciendo".

La dirigencia lusitana toma nota de esta realidad y se acantonaen la última solución: perforar el monopolio comercial español yacceder a la plata americana. Por el contrabando y por el comercio.

El contrabando requiere una cierta fortaleza del Estado portu-gués y una cierta debilidad del Estado español. Así es en la mitad delsiglo XVI. Las ilotas de Indias que arriban accidentalmente —concuriosa frecuencia— a las Azores portuguesas y a Lisboa misma, sonpurgadas de una parte de su cargamento precioso. Simultáneamen-te, la Corona portuguesa "secretamente porque constituía urnaruptura do acordó com a Espanha" aumentaba el precio nominal dela plata en su territorio, provocando el trasvasamiento fronterizo demonedas castellanas hacia Portugal.

Este contrabando sistemático dará buenos frutos mientras semantenga el desajuste político que le dio marco. Pero, de a poco,Felipe irá construyendo y reforzando su Estado Universal y cuandola tregua con los turcos le libera las manos en el Mediterráneo, podráaumentar su presión de policía sobre los negocios atlánticos. En elotro extremo del mundo, la construcción filipina afectará al mecanis-mo portugués de una manera inesperada: abierto el tráfico delPacifico entre Manila y Acapulco, la plata americana correrá hacia eldominio lusitano del Asia, arrebatándoles negocios y presencia.Finalmente, la desastrosa expedición del rey D. Sebastián contraMarruecos, en 1578, provocará el hundimiento del Estado portu-gués. El contrabando pierde así su margen de maniobra.

En cuanto al comercio con las Indias españolas, los portugue-ses requerían una mercadería de general aceptación y alto precio.Esa mercadería serian los esclavos de origen africano, cuya provisiónlos indianos empezarán a reclamar en cuanto advierten que laeconomía antillana no puede sostenerse con la mano de obraindígena y aparecen negocios promisorios como la producciónazucarera. Dice Godinho: "Ya al comenzar el reinado de Don Juan IIIcomenzará la exportación de esclavos de Guinea para las Indias

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Occidentales, dando lugar a entradas de oro. Este tráfico deesclavos de Guinea y de Benim rendía una utilidad del 200 porciento. Incluso los navíos españoles debían ir a Lisboa a pagar losderechos en metales preciosos (...) Para pagar derechos de salidainferiores, los maestres de los navíos declaraban como destino elBrasil, pero en el curso del viaje los temporales u otras razonesfísicas, arrastrábanlos a las Antillas, donde las autoridades españo-las no dejaban, evidentemente, de confiscar' la carga...".

Pero tampoco el tráfico negrero resolvía la carencia de plata engrandes volúmenes. Aunque contaba con la complicidad de losfuncionarios indianos, era ilegal y, además, debía soportar la com-petencia de los proveedores oficiales, generalmente genoveses. súb-ditos también del rey de España. Para que el negocio esclavistarindiese los grandes frutos que la dirigencia portuguesa buscaba, eranecesario legalizarlo, ponerlo bajo la tutela oficial de la Coronaespañola, lo que termina sucediendo con la "monarquía dual".Godinho no trepida en su juicio histórico: "La unión de las doscoronas, deseada por las clases dirigentes portuguesas, tuvo comoefecto permitir a un consorcio de negociantes de Lisboa arrancar alos competidores genoveses el derecho de abastecimientos de escla-vos a las Indias de Castilla, sin duda uno de los mayores negocios delmundo de la época. Hasta la Restauración, el comercio portuguéstendrá, bien seguro en sus redes, el tráfico negrero"69.Cuando en 1578 el rey D. Sebastián se hace matar en la batallade Alcazarquivir. arrastrando en su aventura marroquí a lo másgranado de la nobleza lusitana —cuyo rescate costará carradas demetales preciosos— la historia de Portugal se detiene. Ya entoncesel dilatado imperio, que como un encaje adorna todas las costas delmundo, está inmovilizado por una manea de plata. El desastre deMarruecos lo dejará sin cabeza. Todos y cualquiera pueden arrojarseentonces sobre las parcelas imperiales o sobre Lisboa misma. Con unadmirable sentido de lo posible y reflejos políticos vivísimos, lanobleza de Portugal y el Rey de España y de las Indias cierran laspuertas de la fortaleza ibérica. El imperio portugués adquiere cabezaespañola, una cabeza que debe soltarle la manea de plata...El acuerdo se perfecciona el año 1580. cuando el Duque de Alba,en nombre de Felipe II. entra en Lisboa, reverenciado por los noblesportugueses y resistido por la plebe. Alba es el hombre del gran Rey.que ejecuta fielmente la política del trono. Pero ni los comerciantesde Sevilla ni la nobleza española, encargada de la conducción políticadel Estado Universal, serán de la fiesta. Ellos no ignoran la contra-parte del acuerdo, ni subestiman el empuje que los dirigentesportugueses pondrán camino de la plata americana. Bajo el cetro de"la monarquía dual" se cobijará una sorda guerra de poder económi-co entre la dirigencia española y la portuguesa. Esta guerra sedesgranará por todos los mares y todos los territorios del imperiodual, más fuerte que la autoridad del Rey y su gobierno, pues se trata

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de un conflicto que no conoce límites de tiempo. Para los protagonis-tas de la época, las dos coronas se han unido para siempre, comosucedió un siglo antes con las de Castilla y Aragón y en ese marcopolítico cada grupo procura consolidar sus espacios económicospara siempre. Así, los comerciantes de Sevilla, Lima y Manila formanun bando, enfrentado al bando de Lisboa. Río de Janeiro y Macao.Todos, gobernados y protegidos por Felipe "de España. Portugal y lasIndias".

En el fragor de semejante mudanza. Juan de Garay llegaba a lascostas del Río de la Plata, desde tierra adentro, para fundar suBuenos Aires peruana, puerto de salida de la plata potosina y brotenovísimo de la red comercial española. La fundación de 1580 no erasólo una salida peruana al Atlántico, sino una avanzada españolahacia el mundo portugués, el ya próspero Brasil, según el diseñogeopolítico de Toledo y Matienzo.

Pero lo que ataba Garay en el Río de la Plata lo estaba desatandoAlba en Lisboa. A partir de la unión dinástica, el forcejeo entre los dosimperios ya no seria político, militar o colonizador, sino puramentecomercial. La disputa territorial perdía entidad a favor de losespacios económicos. Y la diminuta villa con que los peruanoscontaban salir hacia el Atlántico se convirtió en la cabecera de playacon que los portugueses contaban entrar hacia la plata del Perú.Nacida peruana, la nueva Buenos Aires comenzó enseguida avolverse portuguesa...

"Puerto de entrada de los portugueses y vía de fuga de la platapotosina. Buenos Aires se desarrolla al ritmo de su comercio, que sebuscó encauzar por vía legislativa; una Real Cédula de 1587 recono-cía el tráfico con el Brasil y otra de .1591 otorgaba permiso paraintroducir quinientos negros. El riesgo de abrir tal puerta haciaPotosí es percibido ya en 1588 por la Audiencia de Charcas al señalarque el Perú se 'hinchará' de comerciantes portugueses y extranjerosllegados desde el puerto. La prohibición del comercio de BuenosAires impuesta por el virrey del Perú en 1593 es confirmada porFelipe II mediante una cédula que inmediatamente ignorará parafirmar el asiento negrero con Gómez Raynel"70. Assadourian nos dejaolfatear la pólvora del combate. Y nos anticipa el desenlace: "Dentrodel sistema, Brasil y Buenos Aires eran esencialmente bases paraalcanzar a los distritos mineros. La importancia del circuito y de laruta tucumana de Buenos Aires a Potosí no puede ser cifrada conprecisión: algunos observadores afirmaron que un 25 por ciento dela producción de plata se evadía por ella. Los beneficios comercialesfueron muy altos y un mercader portugués calculaba en 1597 quepodían alcanzarse márgenes seguros de ganancias que iban del 100al 500 y aún al 1000 por cien. Cabeza visible del sistema en BuenosAires fue Diego de Vega, señalado como el primer banquero del Plata,

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con corresponsales en Flandes, Portugal, Brasil, Perú y numerososcomisionistas en el Tucumán. Junto con Francisco de Barrios en elBrasil y Ventura de Frías en Lisboa formaron un poderoso grupo quedominó de modo casi absoluto el comercio del Atlántico sur cerca deveinte años".

En la dimensión del Río de la Plata, el pacto secreto de "lamonarquía dual" funcionó de maravillas. Levantadas las restriccio-nes administrativas, los portugueses se instalaron en todo el Tucu-mán y el Alto Perú y llegaron a formar la tercera parte de la poblaciónde Buenos Aires y la virtual totalidad de su clase dominante.Habilitados para el comercio, fundaron casas mercantiles y forma-ron grandes capitales financieros. Autorizados al tráfico negrero,dispusieron de la mercancía anhelada para cambiar por la platapotosina.Semejantes avances no podían ser aceptados mansamente porla dirigencia española en su pulseada mundial con los portugueses.La primera reacción fue el ya mentado cierre del puerto de BuenosAires dispuesto por el virrey del Perú en 1593-94, Tal decisión fuetomada por el marqués de Cañete hijo, de cuyo espíritu indiano yatenemos evidencia, en un gesto que no se comprendería fuera delmarco que describimos. Porque no se conocía ese marco, es quemuchos historiadores han pretendido ver en este primer cierre unesbozo de conflicto entre los intereses de Lima y los de Buenos Aires.La interpretación es descabellada y sólo sirve para sobar el narcisis-mo argentino. Lima era entonces una gran capital de más de treintamil habitantes, sede del virrey, centro político, bancario y comercialde todo el continente, asiento del arzobispo y de toda la noblezacastellana de la América del Sur. Poco podía temer de un burgo demil almas, marginal y asentado en un desierto económico y menosaún cuando cualquier comerciante limeño podía instalar en BuenosAires agentes y asociados como los tenían en Portobello. Cartagenade Indias o San Marcos (Arica. oficialmente fundada en 1600). No eraLima contra Buenos Aires, era una decisión de la dirigencia españolacontra la portuguesa, en un juego mundial. La prueba adicional: laprohibición de Cañete es sólo para comerciar con el Brasil y Angola,no para el tráfico con Sevilla...

Pero el gran Rey siguió adelante con sus compromisos y suvisión estratégica de conjunto. Al crear un año después el asiento denegros de Buenos Aires en favor de los portugueses echó por tierralas maniobras tácticas de los españoles indianos. El avance portu-gués ya no tendría vallas, excepto las políticas.

Los indianos se abroquelan entonces en la artillería política.Junto con la decisión de cerrar el puerto al tráfico portugués, el virreyCañete tomó la iniciativa de unificar el gobierno del Tucumán y delRío de la Plata en la persona de Don Hernando de Zarate, caballerode la Orden de Santiago y patriarca eminente de la sociedad deCharcas, considerado entonces un indiano de dotes excepcionales.

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Cuando dos años después Zarate se dio por vencido, el virrey volvióa buscar una mano fuerte para el Río de la Plata y nombrógobernador a) ya probado y prestigioso Juan Ramírez de Velasco, quehabía concluido su mandato en Tucumán. A su muerte, en 1597, elvirrey confió la gobernación, ahora con carácter efectivo, a otrohombre de tradición indiana y lealtad probada, el criollo Hernanda-rías.

Hernandarias sería el actor de la batalla final entre españolesy portugueses por el dominio de Buenos Aires. Veámoslo en acción.El 20 de agosto de 1602 una Real Cédula reabre el puerto para elcomercio con el Brasil y el África portuguesa por un plazo de seisaños, que se renovaría hasta 1618. Pero apenas ocho meses despuésel gobernador reglamenta la Cédula, restringiendo sus beneficios ala región del Río de la Plata y privando a su propio puerto de lasventajas de comerciar con el Tucumán, lo que pasa a convertirse encontrabando. Con franqueza y probidad, en su excelente libro sobreel contrabando colonial, Zacarías Moutoukis se sorprende: "Porrazones que no son muy claras —¿defensa de la producción local,luchas entre grupos de comerciantes, preocupación por limitar elcontrabando?, ¿las tres cosas a la vez?— el gobernador Hernanda-rias restringió..."7l. Con la tesis de Godinho, las dudas de Moutoukisse contestan. Y lo vemos a Hernandarias deshaciendo en Indias losefectos de las decisiones regias más temibles para los intereses delgrupo español. Hesitando entre las presiones de sus contrapuestossúbditos, el rey Felipe III confirma finalmente en 1606 la restriccióndictada por el gobernador.

Pero los portugueses conservan la iniciativa, más aún cuandola monarquía española, en manos del joven y distendido Felipe III,empieza a dormirse en los laureles. Este Diego de Vega, que llegaríaa ser cabeza del emporio portugués de todo el Atlántico Sur, prosperóen Buenos Aires desde 1601. Cuando ya hubo consolidado supatrimonio y su influencia, regresó a Lisboa para recoger su familiay obtener una legitimación expresa y altísima de su actividad. El 7de octubre de 1611, Felipe III libró una Cédula al virrey de Portugal,marqués de Castel Rodrigo, ordenando se le autorizara el paso aBuenos Aires, con todas las franquicias requeridas.

La iniciativa de Vega fue incontenible. Asentado entre susparciales, a la cabeza de una sociedad con neto predominio portu-gués, ligado a Lisboa por sus negocios o aun por mandatos políticosque hoy ignoramos, avanzó en el dominio económico y político de laciudad y la región. En 1619. el primer gobernador del Río de la Plata—ya separado del Paraguay—, Diego de Góngora, dirá al Rey que"existiendo este hombre en esta tierra, no es poderoso ningúngobernador". Hernandarias en 1619 y el gobernador del Paraguay.Manuel de Frías, en 1621, se quejarán al Rey en igual tono.

¿Hasta qué punto el portugués Diego de Vega gobernó a BuenosAires? Escuchemos la divertida diatriba de nuestro hispanista José

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Torre Revello: "Diego de la Vega, cuya actuación como burlador de laley lo hizo célebre en su tiempo al igual que a sus compinches,monopolizó todo el comercio clandestino de Buenos Aires y delinterior, pasando por la gobernación del Tucumán. hasta llegar aldistrito de Charcas y jurisdicción de la Audiencia de Lima. Hombrecarente de escrúpulos, con ayuda de sus parciales se enfrentó conlos gobernadores y su dominio sobre quienes formaban el Cabildo lepermitió la designación de las autoridades, cómplices casi todas ellasde sus negociaciones, de las que muchas veces, ni siquiera perma-necían ajenos los oficiales de la Real Hacienda"72.Este gobierno paralelo de Vega y el grupo portugués habíareducido la autoridad política española a poco más que un serviciode informaciones, y quejas. La asimetría entre el poder formal y elreal era creciente y siendo todos súbditos del mismo rey. no habíamodo alguno de recomponer el equilibrio. Los españoles estabanperdiendo la primera guerra del Río de la Plata...

Para contener la retirada. Felipe III dictó, con diferencia depocos meses, dos cédulas que harían historia. En 1617 dispusoseparar el Río de la Plata del Paraguay, creando una nueva goberna-ción cuyo titular residiría en la ciudad turbulenta. En 1618 ordenóreorganizar y restringir el comercio de Buenos Aires y crear unaaduana seca en Córdoba donde las mercaderías destinadas alTucumán y el Alto Perú debían pagar un derecho del 50 por ciento.Con su real decisión. Felipe III dibujó en el mapa indiano alfuturo Paraguay, pero lo condenó también al aislamiento, encerradoentre la solidez amurallada del Perú y la placa giratoria del Río de laPlata. Desconectado del mundo atlántico, el Paraguay se adormece-ría en una hipnosis "clerical",73 cuál mero apéndice administrativodel gran dominio jesuítico del siglo siguiente.En su asiento de Buenos Aires el gobernador de la nuevaprovincia del Río de la Plata se empeñará en restaurar la autoridadespañola con el garrote de la cédula sobre comercio. Es el Quijotecontra los molinos de viento. Han corrido cuarenta años de "monar-quía dual" y la dirigencia portuguesa tiene montado un mecanismoeconómico casi perfecto. Del total de las importaciones de BuenosAires un sesenta por ciento corresponde a esclavos negros, autoriza-dos y contrabandeados, que siguen camino rumbo al Tucumán yPotosí. Del total de las exportaciones de Buenos Aires, un ochentapor ciento corresponde a la plata. Esclavos por plata, la fórmulalusitana. Todo, por valores inmensos, ya que es razonable suponerque no menos de 20.000 esclavos han llegado hasta entonces alpuerto rebelde. En la gigantesca telaraña regional construida paraabastecer al Potosí. Buenos Aires ha encontrado su producto y sulugar, pero en condición de abastecedor portugués.

La Real Cédula destinada a yugular el torrente de esclavos-plata

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era una escopeta de dos caños. Uno apuntaba al tráfico de BuenosAires, limitando su volumen y regulando minuciosamente el comer-cio con puertos portugueses. El otro, al comercio de Buenos Aires conel entero reino del Perú, creando la aduana seca de Córdoba.

La cédula llegó a Buenos Aires recién en 1621. Y la ciudad sesublevó. El Cabildo se puso frente al gobernador y ordenó suspenderla aplicación de la voluntad real. La última pulseada entre elgobernador español y el gobernante portugués se había resuelto enfavor de Diego de la Vega y sus aliados.

Como era norma, el Rey insistió en su orden por otra cédula de1622. Pero ni el gobernador, ni la Audiencia de Charcas ni el virreydel Perú, Diego Fernández de Córdoba, marqués de Guadalcázar,podían engañarse sobre la fragilidad política de Buenos Aires. Yenseguida se instruyó al gobernador del Tucumán para disparar elotro cartucho, la instalación de la Aduana de Córdoba, que entró afuncionar en 1623. En ella debía detenerse, como ante una cortinainfranqueable, el río de plata potosina que se filtraba hacia el mar.

A la pérdida económica de Buenos Aires se había sumadofinalmente la derrota política. Y cualquiera fuese luego la eficacia dela Aduana de Córdoba, la decisión de establecerla importaba unreconocimiento expreso de la retirada española. La tierra españolade lealtad indubitable se extendía hasta Córdoba y allí establecíanlos indianos el último mojón del imperio. Desde Madrid, el Rey y susconsejos podían imaginar que la nueva provincia del Río de la Plata,sin cambiar de soberanía, basculaba hacia la influencia de losvasallos portugueses. Desde Lima, el marqués de Guadalcázar podíaimaginar que el opulento Perú español quedaba ahora protegido poruna línea fortificada con epicentro en Córdoba, transformando a ladesierta y novísima provincia Rioplatense en tierra de frontera, casitierra de nadie.

Todos ellos, trazaban en el mapa americano una línea dehistoria. Bajaban sobre Córdoba una cortina de plata que cruzaríala tierra de la futura Argentina como una diagonal gigantesca entrelas Misiones y Cuyo. Y condenaban a una segunda muerte a lainfausta Buenos Aires, desandando el camino rumbo al Naciente queimaginaron y construyeron Matienzo y Toledo.

La saga fundadora de los indianos del Perú estaba concluida.En lugar de abrirse hacia el Sur, sin reconocer otro límite que la tierramisma, el Perú y los tucumaneses habían fijado una frontera, sobrelas últimas serranías antes del mar de pampas, a doscientas leguasdel Atlántico. Serían reinos del Pacífico, vivirían mirando al Poniente.Habían renunciado a "abrir las puertas de la tierra".

Así, la cortina de plata de 1623 se volvería luego tajo, fallageológica entre un mundo pacífico y andino y otro atlántico. Y es aúnla nervadura central del alma argentina...

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Magnífico aislamiento

El 1º de noviembre de 1700 terminaba la vida de Carlos II,bisnieto del Gran Rey y último Emperador de las Españas. Con él seextinguía la monarquía universal. El imperio español había existidodoscientos años, entre aquella esplendente Isabel y este oscuroCarlos. En lo futuro, la comunidad hispana sólo vivirá sobre lasiembra castellana: la España ibérica y la inmensidad indiana. Y sóloquedará un mar español, el Pacífico,

Tres grandes reinados habían construido el imperio, lo hemosdicho. Y tres reyes menores lo gobernaron con desigual fortunadurante el siglo posterior a la muerte de Felipe II: el hijo, Felipe III(1598-1621), el nieto. Felipe IV (1621-1665) y el bisnieto. Carlos II(1665-17001. Los historiadores españoles han escrito montañas detrabajos sobre este largo siglo y su opinión de conjunto es tanunánime que parece inapelable: "desintegración", "declinación",'decadencia". "ruina". Pero sus análisis tienen todos un sello común.Están hechos al estilo de Carlos V. como quien se sienta en Madridde cara a Europa y de espaldas al Atlántico. De espaldas a nosotros,los indianos.La historia que está escrita no es la historia de la Hispanidad,sino la historia de la España europea, sola. Pero aun como tal, elenfoque puramente europeo conduce a incongruencias y perplejida-des que los tratadistas sortean con escasa elegancia. La másdivertida es, sin duda, la de condolerse con la agonía de la Españade Carlos II, amortajada para un entierro con marcha fúnebre y todo,y luego encontrarse alegremente con la España de los Borbones que,a despecho de estar amputada de todas sus posesiones europeas,parece haber visitado la fuente de Juvencia. Y los historiadoresespañoles contemporáneos siguen haciendo un enorme esfuerzo deimaginación para explicarse cómo, después de haber perdido susreinos italianos, Flandes, el Franco Condado y hasta Menorca yGibraltar, y tras diez años de guerra de sucesión con enormesejércitos franceses y austriacos asolando Castilla y ocupando Barce-lona, la España de Felipe V, el primer Borbón, era todavía una,

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potencia con capacidad para renacer. ¿No tendrá parte, en esteenigma, la historia aún no escrita de la otra España?

Para nuestra exploración indiana, nos contentaremos conmucho menos. Apenas un trazo que arranca en la muerte de FelipeII. Con el gran rey se extingue la España fundadora que enarbolaronlos bisabuelos Isabel y Fernando. También la de los sueños desme-surados de Carlos y la de los trabajos mundiales de Felipe mismo.España y Europa están cansadas de sus esfuerzos colosales y unapausa histórica es bienvenida. Con Felipe III se instala en Madrid loque Comellas llama "la generación pacifista". Pero nos da enseguidauna explicación develadora: "España, cansada de tantos conflictos...sigue con gusto la corriente general. La idea que informa aquellapolítica es, por demás, lógica: mantener el statu quo significa, endefinitiva, mantener—y sin esfuerzo— la hegemonía española. ¿Paraqué alterar las cosas?"74. Pacifismo, por cierto, pero que puedetransformarse en pasividad en cuanto una política quietista signifi-que el abandono de la iniciativa política, llave maestra de los tresgrandes reinados precedentes. Después de ciento veinte años deempuje, la superpotencia mundial estaba cambiando su destino,porque cuando se gobierna el mundo, no se puede elegir el descanso.Y menos aún el festín, como hizo la Corte, reinstalada en laprovinciana Valladolid de 1601 a 1607.Felipe III, el hombre más poderoso del mundo, expresabatambién el anhelo de su tiempo. Hubo paz con Inglaterra, paz conHolanda y tras el asesinato de Enrique IV, paz con Francia. Sutodopoderoso ministro, el duque de Lerma, prefirió sentarse sobre elpoder político y militar del imperio y gobernar con sus reconocidascalidades diplomáticas y el servicio de espionaje "mejor organizadodel mundo". Una España sin iniciativa política, pero administrandouna herencia colosal.

En tales condiciones, era inevitable que el espacio que dejabanel monarca y su Corte en las decisiones mundiales fuera ocupado porotras fuerzas. En primer lugar, la fuerza permanente que estaba enel legado de Felipe II: el Estado Universal. Apocados los impulsos dela Corona, resaltarían los dos rasgos mayores de la construcciónfilipina, la descentralización imperial y la presencia de una clasedirigente de primerísima calidad. Llegaba el tiempo de lo que se hallamado "grandes políticos periféricos" que gobernarán con sutalento y una sorprendente autonomía las parcelas del mundoespañol que tienen a su cuidado. Comellas recuerda a "los mejoresembajadores que tuvo nunca España: Gondomar en Inglaterra,Cárdenas en París, Zúñiga en Viena, Aytona en Roma". Y a "eficientesy enérgicos virreyes o gobernadores, como los de Milán, conde deFuentes y marqués de Villafranca —'en España manda el rey, enMilán mando yo'—, o el de Nápoles, duque de Osuna, que limpió elAdriático de piratas y ¡llegó a declarar la guerra a los venecianos porsu cuenta"!75. Como también Comellas está tuerto del ojo del Ponien-

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te. no incluye en su lista a ningún virrey indiano. Démosle unaayuda: el insigne Don Luis de Velasco, dos veces virrey de México,virrey del Perú y Presidente del Consejo de Indias, el conde deMonterrey, virrey de México y del Perú, primo del conde-duque deOlivares y don Francisco de Borja y Aragón, príncipe de Esquiladle,notable poeta lírico que fue virrey del Perú de 1615a 1621. El EstadoUniversal repartió .sus "grandes políticos periféricos" por todo elimperio.El estilo distendido de Felipe III y sus ministros fue contrarres-tado por la maquinaria y los políticos del Estado Universal. Perotodos ellos y los pueblos de la monarquía gigantesca se acomodaronpronto a la consecuente descentralización. El nexo imperial se volvíalaxo; el poder de la Corona estaba en dispersión. Y si el duque deOsuna se sentía facultado a declarar la guerra a Venecia por sucuenta, no puede extrañar que los lejanísimos gobernantes indianos,las audiencias, los obispos o los cabildos tomaran a su cargo más ymás atribuciones. Aquí se inicia el apogeo de la desobedienciaindiana, el "se acata y no se cumple" que ya nadie podrá corregir yque todavía hoy suena increíblemente hipócrita.

La dirigencia española comprendió los peligros de la distensión.No solo porque los músculos imperiales se aflojaban, sino tambiénporque las otras potencias vigilaban el sueño hispano. Felipe IIIinició un cambio al final de su reinado. Y aunque la muerte lo alcanzóa edad temprana y tras sólo 23 años en el trono, tiene el raro privilegiode haber recibido y dejado casi el mismo patrimonio, aquel que FelipeII completó en los altos años de su vida. Cuando en 1621 le sucediósu hijo, la monarquía universal estaba intacta, pero la Corona yahabía elegido una política activa. Para continuarla, Felipe IV, inteli-gente, laborioso, pero de carácter hesitante, llamó a su valimiento aun conductor excepcional, don Gaspar de Guzmán. conde-duque deOlivares y Sanlúcar.

Si Felipe IV era un retoño menguado de su abuelo. Olivares eraun retoño enhiesto del Estado Universal. El nieto heredó la legitimi-dad; el ministro, la garra. Gregorio Marañón, en su bellísimabiografía del conde-duque, lo retrata.

Felipe IV y Olivares despertaron a la España superpotencia.Entre 1621 y 1634 la ofensiva española sacudió a Europa. Agotadoslos adjetivos usuales, Felipe, el nieto, fue llamado "el Rey Planeta".El 5 y 6 de septiembre de 1634, en Nördlingen, la infantería españolaarrolló a la invicta y modernísima infantería sueca y el ejército almando del cardenal-infante Don Fernando, hermano del Rey, ocupóPomerania y fue a detenerse en las costas del mar Báltico. Elmeridiano de la herencia Habsburgo había llegado a su máximaextensión. Felipe IV encabezaba un imperio aún mayor que el de suabuelo.

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Pero el rey y el valido gobernaban con la política del bisabueloCarlos. La pluma de Marañen revive el destino de Olivares: "Acaso unespíritu genial hubiera enfocado el problema modificando los térmi-nos en que estaba planteado, esto es, empezando por darse cuentade que esa misión de hegemonía de los Austrias y de paladín delcatolicismo a costa de todo, era imposible ya: y de que convenía a lacontinuidad de nuestra historia reducir las ambiciones y atenerse auna política de modestia internacional. Pero los sueños de imperia-lismo y de monopolio de la catolicidad estaban tan ligados a lo queera la esencia y la razón de existir de la Casa de Austria, que jamáslos hubiera podido renunciar quien, como Olivares, era, ante todo,fiel hasta el fanatismo a la Corona:..."76. La guerra de los Treinta Años(1618-48) en la que España se compromete hasta el extremo de susfuerzas, que le dará el máximo esplendor (Nördlinger) y su primergran desastre (Rocroy 1643) es la eterna guerra de Carlos V:confesional, en el centro de Europa, de espaldas al Poniente, ajenaa los intereses políticos, económicos y culturales de España y deagotamiento ilimitado. El resultado no será diferente:

Prevenidas por la agresividad y la eficacia de la política delconde-duque —que amenazaba desarreglar para siempre el equili-brio continental—, las otras potencias se coaligaron, encabezadaspor Francia, tal como había sucedido un siglo atrás. Mudanza de lostiempos, que habían consolidado los Estados nacionales: los prota-gonistas ya no eran reyes-caudillos, Carlos y Francisco, sino minis-tros, el conde-duque de Olivares y el cardenal de Richelieu.

España no pudo más. El peso desproporcionado de las campa-ñas militares, el descuido de los intereses nacionales y la dinámicade los conflictos internos hicieron estallar el imperio. Cataluñabasculó hacia la dominación francesa. Portugal puso fin a la monar-quía dual. Era el año de 1640. La rebelión se contagió a toda Españay a los reinos italianos. Los ejércitos españoles retrocedieron en todoslos frentes de la interminable guerra.

Esta réplica de los sueños carolinos del siglo precedente termi-naban como debía. Y. al igual que entonces, España precisababuscar su salvación en el Poniente, aunque esta vez sin cambiar demonarca. En 1643 Felipe IV, cuya lucidez y buen tino están hoyreconocidos, cambió de ministro y de estrategia. Y encomendó alnuevo valido, Don Luis de Haro, marqués del Carpió, buscar a todacosta una paz en Europa que le dejase las manos libres pararestaurar la unidad de las Españas y reconquistar Portugal, que enla estela de su independencia arrastraba una porción inmensa delimperio de ultramar.

Pero la España del siglo XVII no valía la del XVI, ni su rey. ni susenemigos. Y como bien subraya Marañón. era una España "de laCasa de Austria", atontada de sueños alemanes e incapaz derecuperar el destino atlántico más que como una estrategia pasajera.

Felipe IV logró en Europa un respiro a medias, suficiente para

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remendar la monarquía aunque cediendo plazas en Flandes y elRosellón aragonés por el Tratado de los Pirineos (1659). Pero pocosdías antes de su muerte, en 1665, el ejército imperial se estrellócontra la resistencia portuguesa en la batalla de Villaviciosa, consa-grando el fin de la monarquía dual. El tajo del Atlántico que FelipeII había dejado sin suturar, era ahora un foso gigantesco queseparaba las dos mitades del imperio de las Españas, la del Medite-rráneo y la del Pacifico. Recuperada su independencia, Portugal sesumaba a la fragua de una nueva época que estaba naciendo en elAtlántico. Una fragua decisiva para la futura Argentina.¿Qué dejaba el rey muerto? Un imperio achicado, pero aúnimpresionante, aunque con ramas divergentes. La España europeatodavía conservaba el dominio del Mediterráneo, ocupaba las tierrasde la España actual y gobernaba sobre la mayor parte de Italia yFlandes. Pero era una rama en retirada, que agostaba entre elempuje de las nuevas potencias europeas y que no había encontradouna política nacional, era la España de la Casa de Austria, la de losHabsburgo, el sueño carolino. La España indiana, intacta en suesplendor, apenas inquietada por su retaguardia atlántica, se arre-molinaba sobre las costas del mar español, el inmenso OcéanoPacífico, destinada a un magnífico aislamiento, era la España deCastilla, la de las fundaciones, sin política imperial pero con objeti-vos indianos.

Felipe IV había marcado a sangre y fuego el sino Habsburgo desu corona y así la heredaría su hijo. Cuando España retomó lainiciativa política fue en el camino de los reinos del Norte y ya vimoscuan lejos logró llegar. Pero todo el imperio se vació tras los sueñosde la Casa de Austria y el ministro conde-duque. Nuestro contempo-ráneo Paul Kennedy da un dato ilustrativo: "En concreto, entre 1566y 1654 España envió no menos de 218 millones de ducados a laTesorería Militar en los Países Bajos, considerablemente más que lasuma total (121 millones de ducados) de los ingresos de la Coronaprovenientes de Indias"77.

Pero no era una política sin oposición. Más aún en el desmadrede la época de Olivares. Y las críticas arreciaban. Frente a ellas, el Reyy sus consejeros ensayaron una explicación que recoge Kennedy yque tiene el valor de una confesión geopolítica: "A pesar de que laguerra que hemos librado en los Países Bajos ha vaciado nuestrotesoro y nos ha forzado a incurrir en deudas, también ha entretenidoa nuestros enemigos en esas partes, de modo que. si no lo hubiése-mos hecho, es seguro que habríamos tenido guerra en España oalgún otro lugar cercano"78. Es incierto que en la cabeza del monarcaesta explicación se refiriese a las Indias, pero hoy podemos extender-la y repetir lo dicho en "La Reina del Nuevo Mundo", "porque lasposesiones europeas de España concentraron los esfuerzos de lasotras potencias en una competencia puramente europea, preservan-do a América, durante dos siglos, de los cambios en el podermundial".

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Esta herencia grande pero descompuesta, con su mandatocarolino, fue recibida por un niño de tres años, que crecería débil eincapaz, condenado por la historia con el mote de "El Hechizado":Carlos II. Para colmo de germanismo, la regencia recaía en la reinamadre, doña Mariana de Austria, una princesa de la rama austriaca.Durante los treinta y Cinco años que faltaban hasta el final del siglo,los Habsburgo de España se hundirán en el sueño carolino, ya sinretorno.

Los historiadores españoles hablan del reinado de Carlos II conembargo. Reconocen que es un período aún mal estudiado y pode-mos darles la licencia de que a nadie es grato estudiar un período dela propia historia tachonado de errores, retrocesos e indignidades.Pero cuando la historia de la Hispanidad se mira desde las Indias, laslagunas informativas de este reinado son menos significativas.Sencillamente, porque la divergencia de destinos entre las dos ramasdel imperio, nacida con Felipe IV, no hace sino acentuarse bajo elúltimo Habsburgo.En todo caso, es útil trazar un paralelo. Felipe III gobernó conpoca iniciativa política el imperio mundial e imbatible que le legó supadre. Carlos II gobierna sin iniciativa alguna el imperio españoldeclinante que le deja el suyo. Por lo tanto, sí bajo Felipe III la Españaindiana quedó al cuidado de los políticos periféricos y el aparato aúnjoven del Estado Universal —poniendo en práctica la desobedienciasistemática— en tiempos de Carlos II esta dicotomía no hará sinoacentuarse. Y algo más: la concurrente declinación de los políticosespañoles y el aparato estatal, favorecerá el surgimiento de una clasepolítica indiana, casi autónoma respecto del poder europeo. DiráOctavio Paz: "El Imperio Español era un cuerpo sano pero su centronervioso estaba profundamente dañado, oscilante entre la letargia yla epilepsia"79.

Mientras las Indias reforzaban este aislamiento, la España dela Casa de Austria se despeñaba. Mejor dicho, seguía el destino dela estrategia de los Habsburgo —ya no dictada por Madrid sino porViena— como un soldado obediente y sin cabeza. El resultado fuemalo. ¿Tan malo? Los historiadores españoles son despiadados coneste pequeño Carlos, a lo mejor con tan poca prudencia como sonditirámbicos con el Carlos grande.

Para tener un balance, prefiero una observación simple. A lamuerte del Rey. faltando un heredero legítimo, toda Europa seembarcó en la Guerra de Sucesión de España, que duraría diezterribles años. Aquellos contemporáneos pensaban que las posesio-nes del último Habsburgo español todavía justificaban un conflictogigantesco.

Para las Indias, los tres reyes menores del siglo XVII tendrántambién la política del primer Habsburgo: la política residual. De

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espaldas al Poniente, los monarcas considerarán al Nuevo Mundocomo una sólida retaguardia, confiada al cuidado del Estado Uni-versal. Y estas Indias de nuestros ancestros sólo entrarán en laconsideración del rey y sus ministros —por inteligentes que sean—como sustento lejano aunque estimable del infinito forcejeo deEuropa.

La expansión indiana llega a su fin. El sueño fundador de losReyes Católicos y de Felipe II ya no tendrá continuadores en la corte.Será sólo un empeño de indianos, esporádico, inarticulado, deprestigio menor en la cultura política del imperio. El rey. sus validosy la nobleza metropolitana ya no tendrán una política para los reinosdel Poniente. Pero los embarcarán en su política de la Casa deAustria.

En verdad, los reinos indianos gozarán de una creciente auto-nomía, con la sola condición de contribuir en la mayor medidaposible al financiamiento de las campañas militares; de dos manerastradicionales, recaudando más y gastando menos. Lo interesante esque por estos dos caminos, los mayores recursos indianos significa-ron que la Corona vendió poder imperial a cambio del óbolo.

El expediente que más escandaliza a los críticos de la época ya los tratadistas de hoy es la venta de cargos públicos, una especiede solución keynesiana "avant la lettre" para transferir déficitpresente hacia el futuro. O sea, quien reuniese ciertas condicionespara un cargo público podía comprarlo, adelantando una suma dedinero al fisco a cambio de los sueldos —que en Indias erancuantiosos— que recibiría en el desempeño.

El sistema se aplicó en todo el imperio, pero lo que en Españaera una corruptela relativamente controlable, en los reinos lejanosera un modo de vender la autoridad casi omnímoda del funcionarioy darle carta blanca para resarcirse con creces sobre los hombros delos pobladores y aun de los propios dineros reales. Hubo desborde,abusos y hasta escándalos que terminaron con condenas a muerte,como sucedió en Potosí en 1651. La latitud del sistema y su alcanceparece llegar a un punto culminante cuando al final del reinado deCarlos II, un conde de Cañete pagó 250.000 pesos —unos cinco añosde salarios— por el cargo de ... Virrey del Perú.80

Casi todos los autores coinciden en que el invento fue pocorendidor para la Corona. Y los que tratan los temas americanos.Parry entre ellos, afirman que a pesar de la corrosión de este viruspolítico, el Estado indiano siguió funcionando eficazmente. Pero ennuestro mundo, donde los cargos políticos eran lo único que estabavedado a los indianos y reservado a los funcionarios españoles,prestó un servicio inesperado a la autonomía. Fuertes de su podereconómico, los indianos compraron cargos siempre que pudieron yse sentaron con aire triunfal y sólidas alianzas locales en los puestosejecutivos y los cuerpos colegiados. Así se explica que al final de ladinastía Habsburgo casi una tercera parte de los puestos políticos en

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Indias estuviesen ocupados por nuestros ancestros, a despecho delas restricciones imperiales.

Con la misma urgencia fiscalista y similar visión residual de lasIndias, el conde-duque impuso la contribución a la "Unión deArmas", el esfuerzo para la defensa común del imperio, mediantenuevos recargos impositivos destinados a que México enviase 250.000ducados anuales y Perú 350.000. Estos impuestos se harían perpe-tuos y los aportes se perderían en el barril sin fondo de la Haciendaespañola, sin mejorar la defensa de las Indias.

Pero aun más trascendente para el futuro americano fue la RealCédula de Composición de Tierras de 1631 que imaginaba una granrecaudación de fondos indianos a cambio de reconocer títulosdefinitivos de propiedad sobre terrenos que estuviesen ocupados demanera precaria. Lo que fue de intención inocente —e ingenua— seconvirtió enseguida en una batahola para apropiarse de tierras de laCorona y de los indios. Madrid recibió los fondos, pero acompañadosde quejas y pleitos sin fin que le obligaron a intervenir costosamente,sobre todo para proteger a los indios.

Pero la "composición de tierras" fue una revolución. Llegaba eltiempo en que la propiedad de la tierra no resultaba de una mercedreal otorgada en pago de servicios políticos o militares destacados,sino que podía ser adquirida, simplemente, con dinero. Declinabanlos encomenderos, los beneméritos, de abolengo y fortuna, y en suespacio económico y social empezaban a nacer los hacendados, losgrandes latifundistas adinerados. El inocente recurso fiscal rompíalas compuertas sociales y allanaba el camino al nacimiento de lanueva burguesía terrateniente, que enseguida buscará la alianzacon la antigua aristocracia de la fundación; o la simple compra dehidalguía y aun títulos de Castilla a una monarquía mendicante. Lapolítica residual cobraba otra victima y daba otro empujón aldesarrollo original y diferente del mundo indiano.

Tampoco en el gastar menos los reyes menores escaparían a laconcepción residual. Pero encontrarán una fortísima resistenciaindiana, porque rodeados de la prosperidad relativa de sus reinos yprovincias, los funcionarios darán siempre prioridad a las necesida-des locales sobre las urgencias regias. Más aún en un Nuevo Mundocuyo formidable crecimiento demanda mayores y mejores prestacio-nes públicas.

Los ahorros posibles lo serán, por lo tanto, en gastos aisladosdel conjunto del cuerpo administrativo y social de los grandes reinos,en asuntos acotados y casi puntuales. Baste un ejemplo, decidor silos hay. La Armada de barlovento, creada en 1602 con destino adefender las Antillas, financiada a medias por la Real Hacienda y latesorería de México, fue incorporada en 1648 a la Escuadra del MarOcéano para que sirviera a los objetivos de la guerra en Europa.Cuando en 1656 los ingleses atacaron Jamaica no había allí fuerzas,navales adecuadas a la defensa y los invasores lograron consolidar

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su dominio en los cuatro años siguientes. En 1666, Pedro Fernándezde Castro Andrade y Portugal, conde de Lemos, marqués de Sarria,duque de Taurisano y grande de España, nombrado virrey del Perú.en cuanto llega a Panamá dirige su primera comunicación a Marianade Austria, reina regente, encareciendo la reconquista de Jamaica,por los grandes riesgos que la ocupación inglesa suponía para elimperio. Fue oído pero no escuchado, pues ya no había voluntadpolítica para retomar la iniciativa. Y España hubo de aceptar, en1670, esta pérdida definitiva de un retazo de la indianidad.

"Unos virreinatos remotos; un Caribe saqueado y peligroso yuna metrópoli empobrecida y debilitada que luchaba por mantenerlas comunicaciones; éstos eran los principales componentes de unImperio en peligro de desintegración, en el que faltaba cada vez másuna firme autoridad central. Cuando a fines del siglo XVII lapoblación, especialmente la población de sangre mezclada, empezóa revivir lentamente en muchas partes de las Indias; cuando laproducción de plata, en su nivel más bajo hacia 1660, y la actividadeconómica en general volvieron una vez más a aumentar, el resur-gimiento fue un fenómeno enteramente americano. España contri-buyó poco a este fenómeno y se aprovechó poco de él"81. Así eranuestro mundo a la muerte de Carlos II. El árbol gigantesco del granrey se había partido en dos y la mitad indiana ya parecía tener vidapropia.En la cúspide de aquellos "virreinatos remotos", la corte virrei-nal. Si alguna institución expresará por antonomasia el sentidofundacional y colonizador de la civilización española es la corte, nosólo la de los virreyes, sino también las de algunos gobernadores. Lostitulares de los cargos, cuando se ponían en marcha a sus destinos,arrastraban un séquito cuidadosamente elegido y cuya composiciónexpresaba la ideología, el programa de acción del gobernante.Además de sus familiares, sus guardias y algunos sirvientes, losvirreyes se hacían acompañar de científicos, religiosos, artistas,militares o pensadores y a veces de pretensores, pillos y trotamun-dos. La llegada del nuevo virrey era una transfusión de la clasedirigente mundial a la capital indiana que actualizaba, renovaba yrevolvía las costumbres, las ideas y los conflictos.

La transfusión virreinal se amalgamaba enseguida con el poderlocal para redefinir el centro agitado de donde dimanaba el contenidoy el estilo de la civilización hispana. Nadie lo ha dicho mejor queOctavio Paz: Teatro de actividades sociales y culturales no menosque de intrigas y decisiones políticas, la corte virreinal fue un centrode irradiación moral, literaria y estética; al influir en las actitudes yen las maneras de la gente, modificó profundamente la vida social ylos destinos individuales. Ejemplo de cortesía, costumbres y modas,la corte rigió las maneras de amar y comer, de velar a los muertos y

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cortejar a las vivas, de celebrar los natalicios y llorar las ausencias.(...) La corte virreinal ejerció una doble misión civilizadora: transmi-tió a la sociedad novohispana los modelos de la cultura aristocráticaeuropea y propuso a la imitación colectiva un tipo de sociabilidaddistinto a los que ofrecían las otras dos grandes institucionesnovohispanas, la Iglesia y la Universidad. Frente a éstas, la corterepresenta un modo de vida más estético y vital. La corte es el mundo,el siglo: un ballet no siempre vano y muchas veces dramático, en elque los verdaderos personajes son las pasiones humanas, de lasensualidad a la ambición, movidas por una geometría estricta yelegante"82.Así era en México. Y lo era en Lima, con mayor esplendor. Y yahemos visto la calidad de la entrada del general Ramírez de Velascoen su gobernación del Tucumán y el brillo de la corte del joven GarcíaHurtado de Mendoza en Chile. Cuando en otro tiempo y circunstan-cias, en la saga de la construcción atlántica, lleguen a Buenos Aireslos dos primeros virreyes, la somnolienta aldea será sobresaltada porlos cortesanos. El general Don Pedro de Cevallos, a pesar de sumisión esencialmente militar, traerá a Manuel Ignacio Fernández,Intendente del Ejército y la Real Hacienda, acaso el mejor burócratade su tiempo, comisionado para organizar la administración delnuevo reino según los criterios modernos del Rey Don Carlos III. Y unaño después, don Juan José Vértiz y Salcedo, el más ilustre virrey delRío de la Plata, desembarcará con un grupo de intelectuales decalidad excepcional que fundarán el pensamiento liberal del Río dela Plata, fuente del espíritu argentino.A medida que el nexo imperial se relajó, la corte virreinal se hizomás autónoma. Aunque los virreyes del siglo, tanto en NuevaEspaña-México como en Nueva Castilla-Perú, fueron figuras de granrelieve social y político y de probada capacidad personal, raramentepudieron sustraerse a la tentación indiana de la autonomía. Mien-tras se desleía el poder de Madrid, cuajaba el poder local. Y laatracción del punto de vista indiano se reforzaba por una tendenciaa alargar los períodos de gobierno; son frecuentes los virreyes condiez o más años en el cargo.

En Lima y en México, los virreyes fueron, de más en más,monarcas locales, gobernantes de sociedades complejas, autónomasy autosuficientes. Así se comprende la curiosa actitud del yamentado conde de Lemos, virrey del Perú, cuando en junio de 1668debe abandonar su capital para recorrer el territorio; nombragobernadora a su esposa, en violación de todas las normas existentesy siguiendo una práctica reservada a los reyes. Lemos procedía comosi su gobierno fuese una soberanía por derecho propio y reproducíala situación de Madrid, donde Mariana de Austria gobernaba ennombre del niño Carlos. El conde fue apenas reprendido y lasmedidas dictadas por la virreina gobernadora... aprobadas en sutotalidad83.

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Pero el retoño indiano más esplendente era, sin duda, la Iglesia.Contra toda polémica, allí estaba su inmenso desarrollo para testi-moniar el sentido espiritual dé la fundación hispana del NuevoMundo. Y sus rasgos peculiares, únicos, irreproducibles, paramostrar hasta qué punto la hispanidad de las Indias era diferente,un mundo nuevo. Acaso más adelante, cuando la historiográficaamericana alcance su punto de madurez y podamos construir unahistoria de la civilización indiana, sea la historia de la Iglesia deindias el eje central de la investigación...

Al final de los Habsburgo, la Iglesia americana estaba goberna-da por cuatro arzobispos y treinta y cuatro obispos. Sus titulares, decarácter perpetuo, eran las figuras más estables y por momentos lasmás temidas de reinos y provincias. Algunos ocuparon transitoria-mente o de modo efectivo la dignidad de virrey. Todos gozaban derentas abundantes y administraban un aparato casi tan vasto ybastante más eficaz que el del Estado laico. Pero seguían siendo,como desde el comienzo, una rama de la monarquía española. Así,los obispos indianos se recostaban en una legitimidad omnímodaque descendía de las dos cúpulas de la vida: Dios y el Rey.

Era una Iglesia riquísima. Las distintas órdenes eran titularesde grandes dominios obtenidos por colonización y por los legados depecadores dubitativos. Los obispos administraban los fondos deldiezmo que se habían multiplicado al paso del crecimiento demográ-fico y económico. Tan buenos eran estos ingresos, que a veces el Reyse demoraba en nombrar obispo en las sedes vacantes para gozar élmismo de las rentas correspondientes.

Y era una Iglesia indiana. Por la naturaleza de su misión debíaestar amalgamada con la realidad de la gente, al margen de lasrigideces del Estado imperial. Será ella la única rama de ese Estadocapaz de absorber una masiva presencia de indianos. "El hechosocial más característico del siglo XVII, la pugna y hostilidad entrecriollos y peninsulares, comenzó así a manifestarse en el seno de losconventos. Pese a la detallada reglamentación de la alternativa (encuya virtud se alternarían chapetones y criollos en los cargosconventuales), las elecciones de priores o prioras dividían a lacomunidad, alborotaban las ciudades enteras, que siguen la pugnacon entusiasmo y apasionamiento deportivos, y no pocas vecesacaban casi en batallas campales que han de interrumpir comoángeles de paz los agentes de la autoridad seglar..."84.

La Iglesia es tierra americana. Será más burocrática y menosmisional que al principio, se llenará de vicios y corruptelas, ejerceráel poder político con exceso, cultivará la formalidad y el lujo. Perotambién será más permisiva que la Iglesia española, más vigilantecontra los abusos sociales y económicos, vehículo de cultura yProgreso personal para muchos. Y dará flores hermosas en losremansos de paz de los patios conventuales, como Sor Juana Inés dela Cruz.

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Pero a doscientos años de la fundación, la Iglesia indiana es unpoder definitivo, que vigila el nacimiento, la muerte y todo lo que hayentre medio. Y que es consciente de su poder casi inmune. Cuandoun siglo después el liberal Carlos III procure encauzar su poder, ydisponga inclusive la expulsión de la Compañía de Jesús, el poder dela Iglesia le hará frente, hasta con armas panfletarias. Aún hoy esposible ver en los museos, conventos e iglesias del Perú los retratosdel monarca pintados por los artistas religiosos con tanto desacatoque en el lugar de la nariz —que el rey tenía, es cierto, prominente—cuelga un órgano monstruoso y evocador.Con el poder lato, raigal y denso de esta Iglesia habrán devérselas después los próceres liberales de la Independencia, en to-das partes. El olor anticlerical de nuestras guerras de Independencia—no pocas veces olor a sangre y conventos en llamas— que general-mente se adjudica a las ideas jacobinas del siglo, ha de tener muchode simple embate político contra la mayor fuerza conservadora delantiguo sistema imperial.La nación indiana necesitó y tuvo su cultura. El eje fue launiversidad y cada u no de los dos grandes reinos americanos albergóen su capital una de calidad sobresaliente. En 1551 fue fundada lade México y en 1573 Toledo confirmó la creación de San Marcos, enLima. Se iniciaron todas como centros de formación religiosa, con lateología como disciplina mayor, pero las universidades de las capi-tales fueron puestas al día de las ciencias de la época por el esmerode los virreyes, empeñados en reproducir en Indias lo mejor de laeducación peninsular. Por cierto que nadie podría evitar que tambiénllegara lo peor: "La Universidad y la Iglesia eran las depositarías delsaber codificado de la época, el saber lícito y no contaminado por laherejía. Guardiana de la ortodoxia, la Universidad no tenía porfunción examinar y discutir los principios que fundaban a la socie-dad sino defenderlos"85.Se ha dicho que en la España europea del siglo XVII losconocimientos científicos comenzaban a rezagarse respecto delmundo. Sea. Pero en pleno Siglo de Oro, cuyos protagonistas van air desapareciendo recién en la segunda mitad de la centuria, y siendoaún Madrid el centro político de Occidente y su clase dirigente la másilustrada y homogénea, bien podemos suponer que ese rezago sesentirá muy de a poco y que es casi una visión que hoy tenemos conla mirada histórica, imposible para los coetáneos. Así, cuanto secrease o trajese a Indias por entonces, era de la mejor calidaddeseable. En todo caso, ninguna otra potencia europea transportabaa reinos lejanos tanta excelencia científica como la que Españadepositaba en Indias. Esto es aún, del más puro cuño fundacional.Lima vivió en torno de su universidad. Aquella ciudad decincuenta mil habitantes albergaba mil doscientos estudiantes yciento ochenta doctores y maestros, casi las proporciones de lo quehoy consideramos una ciudad universitaria. Estaban todas las

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especialidades, cada una con sus vestidos, sus festividades y susconflictos. Los concursos para la provisión de las cátedras sacudíana la capital entera y no pocas veces terminaban en reyertas públicasy sangrientas. El ímpetu no se detuvo en todo el siglo. Y la calidad dela enseñanza estuvo en continuo aumento. En 1636 el virreyJerónimo Fernández de Cabrera, conde de Chinchón, fundó lacátedra de Medicina y en 1678 Baltasar de la Cueva Henríquez,conde de Castellar, la de Matemáticas.

La corte, la Iglesia y la Universidad ligaban a la nación indianacon el pulso del mundo. Y comandaban la decantación y el desplieguede una sociedad nueva.

Decantación y emulsión. Durante el siglo XVI se había fundadola Hispanidad indiana volcándose al Nuevo Mundo todo el ímpetuconstructor y destructor de la fecundación europea, en un remolinotan gigante y veloz que hace perder el resuello. Al empezar el nuevosiglo la convulsión se aquieta. Los hombres y sus acciones vanencontrando otro ordenamiento, como surge otro paisaje cuando seenfría la lava de la erupción volcánica, que ha sepultado dolorosa-mente el preexistente pero que sirve de base al por venir.

Destrucción y construcción que arrastra, primero que nada, alos hombres mismos. Nuestros antepasados indígenas, cultural ysocialmente más débiles que nuestros antepasados españoles, paga-ron con una fortísima declinación demográfica el tributo al NuevoMundo. Fue un desastre para todos. Los dirigentes hispanos,principales interesados en preservar la población indígena, fuente dela riqueza indiana y depositaría de la misión espiritual de losdescubrimientos, no lograron contener la hemorragia hasta media-dos del siglo XVII.

Mientras declinaban los indígenas —aparentemente de maneramás pronunciada en Nueva España que en Nueva Castilla— crecíala población de origen europeo, hacían su aparición los negrostraídos de África y se ponía en marcha la mestización de todos contodos. Tal era el nuevo paisaje.

Haciendo reserva de la calidad de la información disponible, seacepta generalmente que hacía 1650 la población del mundo indiano—excluidas las Filipinas— sumaba 10,5 millones de habitantes; osea, casi el doble de la población de España en la misma época. Deaquel total, algo más de 8 millones correspondía a los indígenas,repartidos por partes casi iguales entre los dos virreinatos, 1 millóna los blancos y mestizos y 1 millón a negros y mulatos.

Durante todo el siglo, las Indias recibirán un aporte externocontinuo de blancos y negros, en valores que es imposible determinarCon precisión. Pero tales aportes, junto con la tasa de crecimientorelativamente baja de la población indígena, modificarán sin cesar,y en el sentido general del mestizaje, la composición étnica delmundo indiano.

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Sobre estos carriles, la población, que había descendido en laprimera mitad del siglo, comenzará a crecer, pausada pero regular-mente, durante la segunda, para entrar en la centuria siguiente conuna renovada vitalidad demográfica. A lo largo del siglo XVII, por letanto, se detiene el deterioro poblacional, se decanta el nuevo perfilhumano y se afirma un punto de partida. Acaso ésta sea la indicaciónmás valiosa de que los traumas de la conquista han quedado atrásy la sociedad indiana ha descubierto otra estructura y otra dinámica.Estructura y dinámica armoniosas, ya que favorables al florecimien-to humano.

A la cabeza del cuerpo social, la población europea "pura", queexperimentó un crecimiento explosivo. Se estima que en el curso delsiglo, ésta pasó de 250.000 a 750.000 personas, lo que da un aumen-to del 200%. En el mismo lapso, la población total de Europa, segúnlos cálculos de Von Beloch que cita Juan Regla creció sólo un 37%86.El Nuevo Mundo ofrecía a la sangre europea una verdadera tierra depromisión...El crecimiento de la población blanca, el de los mestizos, losnegros y los mulatos y la evolución de los pueblos indígenas, lentopero nuevamente positivo, suenan aun más contradictorios compa-rados con la situación de España, que entre hambrunas, guerras,pestes y emigraciones se despuebla sin remedio. Un millón dehabitantes perdió España en aquel siglo, según las cuentas deDomínguez Ortiz. Gobernados por el mismo rey y bajo similaresleyes, la España de Europa y la España de Indias viven realidadesdiferentes y hasta opuestas.Y aunque se pueden presentar muchísimas evidencias de laasimetría entre el apocamiento europeo y la magnificencia indianala evolución de la población parece prueba bastante, concluyenteCon ella nos alcanza para enmendar la plana a quienes hablan de ladecadencia española del siglo XVII pretendiendo englobar en ella anuestro Nuevo Mundo. Las Indias ni sufrieron ni participaron de ladecadencia española de aquel siglo. Nuestras realidades y nuestrahistoria, ya eran diferentes...

Causa y efecto de la prosperidad demográfica es el desplieguede la economía americana. "En 1700 no sólo se había detenido eldescenso demográfico sino que la curva adquiría valores positivos.La economía se había diversificado, pasando del estadio minero aotro en que la explotación de la tierra era la base de la riqueza. Ladependencia respecto a España se había aflojado; los recursos de laHacienda americana se gastaban en mayor proporción en América.En el binomio España-Indias era el segundo término el que ibaadquiriendo mayor peso específico." Lo dice Domínguez Ortiz87. Y lahistoriadora boliviana Laura Escobari de Querejazu lo refiere a lasituación del Alto Perú y el Tucumán: "Mientras que en Europa y

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especialmente en España se vive en el siglo XVI] una etapa de crisisagrícola e industrial, con detrimento económico muy fuerte, laproducción artesanal de telas, azúcar, y otros (en Indias), mantieneuniformidad en su rendimiento, así como el nivel de sus precios. Sibien existe una baja en la producción de plata en Potosí. lasimportaciones de productos de Castilla mantienen una mismaintensidad. De manera que es posible establecer claramente unaindependencia económica regional frente a la crisis española yeuropea de la segunda mitad del siglo XVII".

Querejazu nos da una pista que casi todos los autores confir-man. Las producciones indianas habían crecido fuertemente: excep-to las de metales preciosos, que en el Perú se mantuvieron más bajasen el siglo XVII que en el precedente y en México recuperaron su nivelrécord sólo al final del siglo. Pero esta economía muy acrecidautilizaba una proporción mucho mayor de plata y oro para sustransacciones internas y el formidable —por su volumen y susriesgos— tráfico con las Filipinas. Quedaban menos metales paracomerciar con Europa y cuando se hacia, ese comercio pasaba pocopor España. ¡Ni qué hablar de las remesas de metales a las arcasreales! Por lo tanto, cuando se mira a la economía indiana desdeEspaña, con los ojos puestos en la llegada de metales, aquello pareceuna ruina. Se trata, en verdad, del desenganche de la economíaindiana respecto de España, la otra forma revolucionaria del aisla-miento.

Al paso del siglo, las Indias habían fabricado su autarquía.La autarquía empezó por los alimentos. Y nació ya con el

segundo viaje de Cristóbal Colón; los europeos derramaron en elNuevo Mundo todos los vegetales y las especies animales quesustentaban la vida en España. Esta "colonización" ecológica es unfenómeno gigante que transformó radicalmente el paisaje americanoy dio unidad botánica y zoológica al planeta. Se ha hablado mucho—y con razón— de las especies que América aportó al acervomundial, que hoy se calcula en un 17 por ciento de las especiesconocidas. Pero no menos espectacular es la faena española deintroducir en nuestras tierras el otro 83 por ciento de la riquezanatural del mundo.

Con los vegetales y los animales trashumantes, hubieron detraerse las técnicas de su crianza y aprovechamiento, acaso la"transferencia tecnológica" más voluminosa de la historia humana.Los resultados fueron tan buenos o mejores que los de origen, comoes el caso legendario de la caña de azúcar, mucho más productiva yextendida en Indias que en las islas Canarias, de donde partió.

Pero mientras los indígenas aprendían a cultivar, cosechar, hilary tejer el algodón, a criar, faenar y cocinar la oveja y aprovechar su la-na y su cuero —en lo que España tenia la primacía mundial—, loseuropeos descubrieron y adoptaron alimentos y hábitos locales. Los^digerías se hacían un poco europeos y los españoles un poco indios;

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en suma, la indianidad. Y así nacía la gastronomía "criolla", prime-ra invención cultural del mestizaje.

Los alimentos y los vestidos indianos dejarían una franja muydelgada para las importaciones: vimos y aceites de Castilla, telas delujo y cueros trabajados de Francia y Flandes. sedas y marfiles deOriente. Estos últimos, no americanos, pero indianos al fin. aporta-dos por la "nao de China" que cruzaba el Pacífico, mar mexicano.

De a poco, pero sin descanso, la autarquía se extendió a laindustria del cuero, a la metalurgia a distintos productos artesana-les y aun, como hemos dicho, a la fabricación de navíos, suma detécnicas diversas y complejas. Sabían los españoles, aprendían losindígenas y lo asumían como propio los mestizos, presentísimos enlas artesanías. La sociedad podía, y el monopolio comercial españollo hacía deseable.

"Por fuerza hubo de surgir un régimen de altos precios. Sindisponer de capitales ni tonelajes suficientes para un comercio cuyovolumen no supieron prever, los mercaderes sevillanos son prontoincapaces de satisfacer la demanda del creciente mercado indiano;demanda grande y oferta escasa les acostumbran a operar congrandes márgenes de ganancia, a los que ya no renunciaron nunca;el sistema de monopolio puso en sus manos medios de seguirabasteciendo con cuentagotas y parsimonia a los mercaderes deUltramar, para mantener así fabulosos porcentajes de beneficios quea la larga matarían la gallina de los huevos de oro. como veremos apartir del siglo XVII". Esta síntesis, que tomamos de Céspedes delCastillo86, explica el estímulo a la autarquía, que resultó tambiénfavorecida por la protección de hecho que implicaban los apetitosdesmedidos de los monopolistas españoles.La autarquía tomó dos caminos, la producción local y elcontrabando y en los dos se desplegó triunfal, para mayor grima delos peninsulares. Lo que el Nuevo Mundo no lograba producir, optópor comprarlo a proveedores de todo origen, pagando con la buení-sima moneda indiana de plata. Afínales del siglo XVII, se calcula queel abastecimiento externo de las Indias provenía en sus dos terceraspartes del contrabando...

En otras palabras, el aislamiento económico indiano era fuertey magnífico, y había conducido a la creación de un espacio geográficopropio y autosuficiente que abarcaba casi la mitad del globo terrá-queo, desde Manila a Córdoba de la Nueva Extremadura. No puedeextrañar, así, que los ciclos económicos europeos hayan tenido pocainfluencia en nuestras tierras, aunque esto suene repugnante aquienes pretenden mirar nuestro pasado desde la cátedra del Madridde los Habsburgo o desde la perspectiva presente de una economíamundial muy integrada.

Toda esta experiencia extraña y poco conocida produjo ideasnuevas e instituciones nuevas. En las ideas, lo más relevante fue laconvicción, muy arraigada en las regiones más prósperas y centrales

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del mundo indiano, de que la economía cerrada y autosuficiente esno sólo posible, sino exitosa y protectora. En la herencia conceptualde nuestra raíz indiana está el recuerdo de una larga prosperidad, acontrapelo de los padecimientos europeos, que fue posible por laautosuficiencia de las Indias y aun la de cada reino en sí mismo.Estas ideas tendrán larga descendencia en la América independientey aun, acaso, en la de nuestros días. Todos los hispanoamericanosseguimos pensando, en el fondo de nuestra cultura, que en los paísesgrandes hay recursos naturales y humanos suficientes para uncrecimiento autárquico...

La nueva producción indiana dio nuevas instituciones. El vigorde la demanda regional, la creciente acumulación de capital y elartificio de las "composiciones de tierras" dieron nacimiento alnúcleo social y económico más importante del Nuevo Mundo: lahacienda. La hacienda, que por casos se llamará estancia, finca ofundo, será la nueva base de la riqueza y el poder, tomando la postaque deja libre la declinante encomienda del siglo precedente. Y al-canzará tanto poder, que Céspedes del Castillo puede decir: "A finesdel siglo XVII. la hacienda simbolízala importancia y extensión de lavida rural en un grado que permite sin riesgo compararla con la villaromana durante la decadencia del Gran Imperio.

Las Indias se hicieron un mundo agrícola y el poder emigró,naturalmente, de las ciudades al campo. Los nuevos terratenientes,empresarios con fuertes capitales y ligados a los factores de poder pordistintas alianzas, incluso familiares, se instalaron en medio de susposesiones, verdaderos centros de señorío. En tomo de la gran casa—andando el tiempo, auténticos palacios— se agruparán la capilla,las viviendas de los dependientes. las instalaciones agrícolas eindustriales. Y bajo la autoridad del hacendado vivirá su numerosafamilia y una verdadera corte de dependientes, más prestigiosamientras mas poblada. El hacendado ejercerá un mando casiirrestricto. incluyendo funciones militares y de policía regional,viajará acompañado por "una escolta numerosa de criados monta-dos" y acumulará facultades de gobierno, como integrante de loscabildos y hasta delegado de los gobernadores. Con el tiempo y elpoder, recibirá honores, grados militares, hábitos de las órdenes yhasta títulos nobiliarios.

Este hacendado es el nuevo protagonista del poder indiano. Noel único, en todo caso, pero sí el más raigal. Su existencia es unareproducción en pequeño del "magnifico aislamiento", su poder estáapoyado en la base física, económica y cultural del país, su evoluciónestá garantizada por la dinámica de la economía cerrada, su solidezy lo específico dé su dominio y funciones lo hace una pieza insusti-tuible de la sociedad, sus ideas y sus costumbres son un factor deestabilidad del mundo indiano y aun del Imperio. Virreyes, goberna-dores y obispos procurarán contar con su respaldo.

¿Es necesario decir que el hacendado había llegado para

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quedarse? Toda la historia social y política de nuestra América delsiglo de los Borbones y aun del siglo de la Independencia está cruzadapor la presencia de este personaje altanero, poderoso, conservadory, con frecuencia, violento. Lo afectaron muy poco los cambiosborbónicos del siglo XVIII y tengo para mí que es el padre directísimodel caudillo rural de las guerras civiles posteriores a la Independen-cia, que con frecuencia llegará a ser el jefe del Estado nacional. Estegran actor de la historia americana es el producto más acabado delmagnífico aislamiento.

Todo aparentaba estar en su lugar, aquel 1o de noviembre de1700. La patria indiana parecía completa, además de espléndida yresistente. Pero no lo estaba. El poder de gobernar, la selección de loshombres de mando superior en el gobierno civil, en el eclesiástico yen las formaciones militares, estaba en Madrid. Las Indias eran unasociedad realizada y opulenta, pero sin cabeza.

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La patria indiana

¿En qué se parecen México y la Argentina? ¿Por qué nos suenalegítimo llamarnos "hermanos"?

No ha de serlo por nuestros nexos precolombinos, ya que no haypuntos de contacto —reales ni aparentes— entre las culturasindígenas de uno y otro territorio. Nadie afirma la "hermandad" deaztecas y calchaquíes. Y ni siquiera es posible sostener una unidadcultural de fondo entre los pueblos sometidos —sí, sometidos— alpoder del Inca, cuya dominación en los Andes sudamericanos fuesólo política, tardía y breve. Cuando los mexicanos de hoy realzan supasado precolombino, están subrayando lo que los diferencia de losotros países hispanoamericanos; casi lo mismo sucede cuando estolo hacen los peruanos, los paraguayos o los patagónicos. Lo preco-lombino es siempre una Identidad puntual, reducida, excluyente.

Tampoco somos hermanos de la Independencia. Las luchaspolíticas y militares que nos han llevado a formar naciones sobera-nas se han desplegado a todo lo largo del siglo XIX con evolucionesy resultados diferentes. Ni aun en la subregión sudamericana laguerra de la Independencia ha sido homogénea en su ideología y ensus frutos. José de San Martín y Simón Bolívar nos han legado unaconvergencia simbólica, la entrevista de Guayaquil, que parececontener por partes iguales tanto elementos de concordancia comode dispersión. Y los ejércitos sudamericanos han confluido hacia dosgrandes batallas, Junín y Ayacucho. para alejarse después encontrapuestas direcciones. Guayaquil, Junín y Ayacucho tienen unlazo de unión que es, en sí mismo, decidor: luchar contra la autoridadespañola, el enemigo de todos.

La vida independiente de nuestros países, en los casi dos siglosque lleva transcurrida, tampoco ha formado nexos importantes, todolo contrario. No hay país independiente de nuestro mundo que no"aya chocado con sus vecinos y "hermanos" en guerras generalmen-te sangrientas y devastadoras. Choques violentísimos, ocupación delas capitales, fusilamientos masivos, saqueos, incendios y voladurasde pueblos y ciudades, anexiones y amputaciones territoriales han

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sacudido a la familia hispanoamericana hasta mediados del siglo XX.La similitud en las instituciones que se han dado los pueblos luegode la Independencia, más parece tributaria de la herencia españolacomún y las modas intelectuales del siglo XIX que de una presuntaunidad conceptual nueva.

En verdad, si se mira lo que Hispanoamérica era antes de lafundación española y lo que ha sucedido después de la Independen-cia —hasta los reiterados fracasos de las alianzas económicas denuestros días—, queda muy poca -fraternidad".Sin embargo de esta maraña, todos nos seguimos reconociendoen una unidad cultural fuerte, determinante y hasta placentera. Y loque puede ser así sensorialmente para un hispanoamericano, lo esvisualmente para un extranjero. Desde la cultura eslava o alemana.para no ir más lejos, nosotros no somos sólo un gran espaciolingüístico, sino un sistema de ideas, costumbres y valores de unaformidable homogeneidad.

Esta realidad ha sido ideológicamente escamoteada desde dosnúcleos de intereses. Uno. la necesidad de definir las identidadesnacionales en el período de formación de los distintos paísesNuestros próceres del siglo XIX han procurado fijar las diferenciasnacionales para dar sustento a la construcción de cada "patria". Enla saga de estas faenas políticas, los elementos comunes debían serlógicamente, ocultados, disminuidos y hasta negados. La políticaexterior de la Argentina, por ejemplo, durante la mayor parte del sigloXIX. está llena de estas obsesiones. Con todo esto se han formado los"nacionalismos" hispanoamericanos cuya legitimidad y pertinenciano vamos a analizar aquí.

El otro núcleo negador de nuestra unidad cultural es menosinocente. Se trata de los intereses ideológicos, geopolíticos, políticosy económicos opuestos a la formación y funcionamiento de un polohispanoamericano y al reconocimiento de la comunidad hispanacomo un espacio específico dentro del juego mundial Aquí están lasviejas broncas francesas contra la primacía española. las maniobrasinglesas para ensanchar el terreno de sus negocios y la reiteradavocación dominante de los Estados Unidos en los asuntos "hemisfé-ricos", vocablo que apunta, justamente, a descalificar lo cultural, que es esencia, en beneficio de lo geográfico, que es convención.

La unidad cultural hispanoamericana ha sobrevivido a estosasaltos Ideológicos, legítimos y espurios, y a los andares divergentesposteriores a la Independencia. Si tomamos en cuenta que lospueblos americanos vivieron miles de años antes del Descubrimientovidas propias y disociadas, y que de la Independencia aquí hantranscurrido casi dos siglos de diferenciación, el simple análisiscronológico agrega un enigma: ¿por qué los trescientos años de vidaespañola son tan decisivos?

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Si se tratase de un dominio, de una simple sujeción política, elenigma no tendría solución. Es menester reconocer que estamosante una fundación. Reconocer y reconocernos en la fundaciónespañola. V sortear el riesgo de hablar de "fundación" como unsimple recurso retórico.

Los españoles del siglo XVI trasvasaron al Nuevo Mundo lomejor de su cultura. O. como he dicho antes, la trasplantaron.Enfrentados a las débiles sociedades precolombinas, las considera-ron bárbaras y primitivas y creyeron legítimo realizar el reemplazototal de sus ideas, costumbres, lengua, creencias, organización yaun vegetales y animales. Esta convicción —cualquiera sea el juiciomoral que entonces y ahora se formule— es lo que nutre el sentidofundacional del empeño. Y sobre ella se encarriló un esfuerzohumano y social de magnitud pasmosa.

Y no fue una decisión indiferenciada o genérica. La mismaEspaña que fundaba en las Indias, se limitaba a dominar en Europa.Nápoles. Milán o Sicilia, adquisiciones contemporáneas al Descubri-miento fueron vasallos del rey de España, pero en esos países nohabía espacios bárbaros ni voluntad fundadora. Y es bueno advertirque aunque en esos dominios la autoridad española —directa odinástica— perduró tanto como en el Nuevo Mundo no hay en ellosni sombra de la Hispanidad que integramos. Fundar y dominar erandos políticas distintas, coetáneas y de frutos dispares. Para lasIndias, España —o, como hemos dicho Castilla— eligió la fundación.

Tampoco la voluntad fundadora fue invariable, homogénea.Sólo en Isabel la Católica es una vocación sin fisuras. Después,durante la viudez de Femando de Aragón y en el largo reinado deCarlos V, nacerá lo que hemos llamado política residual. Lo funda-cional y lo residual estarán presentes en dosis variables en losreinados siguientes, con un fuerte predominio fundador en Felipe IIque irá declinando casi sin pausa durante los gobiernos del sigloXVII. Sería largo e inadecuado a nuestro propósito expurgar lascausas de tales cambios de prioridad, aunque hemos esbozado losmóviles. Pero la entrecruzada presencia de esta doble perspectiva hadescompuesto el análisis de la realidad indiana. Los ensayistas queeligen sólo los hitos fundacionales terminan haciendo un panegíricohuero y pazguato de la política española. Los que se limitan a alinearlo residual pretenden hacernos renegar de nuestros orígenes y noscastran todo entendimiento del presente. Es tiempo de buscar elequilibrio.

Cinco siglos después, ya sabemos que la fundación fue perdu-rable. No se agregó la cultura española a las preexistentes, sino quelas sustituyó casi totalmente: era una mezcla de erradicación yasimilación. Y aunque los distintos países hayamos tomado caminosdivergentes y tengamos cada uno elementos genuinos de diferencia-ción —pre o post españoles— nos alejamos del nudo fundador por lomenos tan lentamente como se alejaron las provincias romanas de

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la Roma vencida: a quince siglos de la muerte del imperio deOccidente, el mundo "latino" es todavía una galaxia cultural conluz propia...

La fundación española era trasplante, pero el árbol viajero fuecambiando al impulso del nuevo vigor americano. Estos cambiosque se manifestaron desde el primer momento, son voluntad de loscolonos, política de la Corona, maridaje con las culturas precolom-binas e imperio de las realidades naturales. Forman la trama de lahistoria de la Hispanidad indiana que está aún por escribirse. Deellos hemos hablado con la mayor responsabilidad posible en estelibro, sabiendo que, por ahora, sólo trazamos senderos. Pero lo vistoalcanza para desautorizar una de las muletillas de nuestra historio-grafía —que tienta mucho a los autores de formación marxista— cuales el suponer que todos los vicios, anacronismos e inequidades de laEspaña de la época se encuentran calcados en el Nuevo Mundo.¡Cuánto se ha escrito sobre la simple transposición de un presunto"atraso feudal" de España al Nuevo Mundo!

El florecimiento de la fundación y la afirmación de sus rasgospropios, las diferencias, fueron posibles porque las Indias gozaron dedos siglos de protección política eficaz. Al principio, fue el pactonupcial de los Reyes Católicos que hemos definido en el primercapítulo: "Castilla avanzaba en el Atlántico porque Aragón le cuidabalas espaldas en Europa". Luego vino el torbellino de iniciativa políti-ca del Emperador y del gran Rey. La superpotencia de Carlos V y deFelipe II hacia la ley del mundo, su capacidad de iniciativa políticaera casi ilimitada y sus reinos podían vivir y evolucionar a recaudode toda intervención externa.

Desde la muerte de Felipe II se cumplió lo que podríamos llamarel teorema de Felipe IV, mencionado anteriormente, que explica larelativa paz e Integridad del imperio por el furor dé las guerras queEspaña libraba en Europa. El virtual empate entre la Casa de Austriay las otras potencias preservará a las Indias aún en los tiempos deldébil Carlos II. En la segunda mitad de la centuria España está a ladefensiva, pero sus contendientes están exhaustos. Y las Indiaspueden arrebujarse en su magnífico aislamiento. En todo caso,aparecerá entonces una iniciativa política indiana, de puertas aden-tro del imperio.

El frágil equilibrio del siglo XVII terminará con la Guerra deSucesión de España. El apocamiento de los Habsburgo. encerradosen el centro de Europa, el engrandecimiento de los Borbones, quegobiernan en París, en Madrid y gran parte de Italia, el predominionaval de Inglaterra y Holanda, la reconstrucción de la iniciativaportuguesa en el Atlántico transforman al centro del mundo en lo quehoy denominaríamos un poder "multipolar". El empate de la inicia-tiva política se desvanece, pero no en favor de un solo ganador.

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Empieza un tiempo que podríamos llamar de "la iniciativa deEuropa", más precisamente, de la Europa del Atlántico.

Para entonces, la patria indiana está cuajada y constituye unaforma propia y diferente de la Hispanidad, un retoño joven, vigorosoy gigante del trasplante original.

En este tiempo de la iniciativa de Europa aparecen por primeravez. en la vida indiana, influencias externas capaces de modificar losdestinos locales. Ya no se trata de aventuras aisladas o de simplescampañas de rapiña de las otras potencias, sino de verdaderosintentos de captación y dominación económica y política. Inglaterra.Holanda y Francia en América del Norte y las Antillas. Portugal en elRío de la Plata y Rusia de Alaska hacia el Sur. apuntarán a modificarla geografía del poder. Pero con igual o mayor eficacia, las ideas deEuropa, los negociantes de Europa y las costumbres de la Europaliberal del Atlántico, irán penetrando, seduciendo y conmoviendo ala Hispanidad indiana.

El tiempo de la "iniciativa de Europa" es también el de lainiciativa de España, pero ahora como potencia concurrente. Todosse realinean para iniciar otra carrera histórica de creación y cambio.Los Borbones de España acertarán a modernizarla en lo interno,reinstalarla en la política mundial y recuperar la iniciativa en losasuntos imperiales. Será una España con todos, en una época deiniciativa europea.

Acción de las nuevas potencias y reacción de España, es la leypolítica que nos interesa rescatar del setecientos, porque de esa leyse hará también la situación de las Indias. Habrá cambios internosy externos cuya magnitud pueden medirse en las decisiones interna-cionales del monarca culminante del siglo, Carlos III (1759-1788).Enfrentado a las presiones de las otras potencias, el Rey lograráestabilizar el poder de la Hispanidad en América del Norte contra lainiciativa de Inglaterra y Francia, fundará San Francisco en 1776para detener el avance ruso en el Pacífico y creará el Virreinato delRío de la Plata, el mismo año. procurando levantar un muro vitalcontra el avance portugués.

Los nuevos sacudimientos del setecientos cambiarán la vidaindiana pero también los perfiles de las distintas comarcas delimperio. Los indianos fronterizos de la Alta California, Texas, lasGrandes Antillas o el Río de la Plata vivirán realidades y problemascrecientemente distintos que los de los viejos núcleos imperiales,como el Bajío mexicano o el Alto Perú. El torbellino de cambios delsetecientos pondrá en marcha las divergencias indianas, de adentroy de afuera.

Divergencias del setecientos, divergencias de las guerras inde-pendentistas del ochocientos, divergencias de la vida independientehasta nuestros días trazan los rasgos nuevos de nuestros países,apoyados. sin duda, en diferencias antiguas de la raíz indígena y delmismo curso de la vida de los tiempos prietos de los Habsburgo. Pero

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el tronco permanece. lo sabemos todos. Y es más evidente mientrasmás se aleja el observador de la cotidiana realidad Hispanoamérica-na.

Esta certeza es relevante cuando se quieren buscar las líneas deentendimientos culturales o políticos regionales o si en el juego de lapolítica mundial de los próximos años se afirma la prioridad de laanidad cultural como referencia de partida. Pero no es éste nuestropropósito.

Trabajo mirando a los problemas políticos actuales de nuestrospaíses, que parecen presentar rasgos similares: una deficientecomprensión del sustrato cultural de nuestras sociedades, susvirtudes y defectos, sus debilidades y sus fortalezas y una suerte decrisis de identidad que compromete la capacidad de cambio. Ignorarlos rasgos fundadores de nuestras culturas es tanto no poderinterpretar los problemas de nuestros días como disponerse aadoptar, con ligereza, fórmulas o recetas extrañas a nuestras posi-bilidades y, por eso. condenadas al fracaso. Despreciar nuestrosfundamentos, minusvalorar la saga constructora de nuestros ante-pasados indianos, es despojarnos de confianza en nosotros mismos—sus herederos— y privarnos de fuerza para imaginar y realizar loscambios que precisamos.

Para comprendemos y cambiamos, debemos hacer pie en lapatria indiana. Sólo así evitaremos el rol ido espantoso de nuestrosdías, cuando los desesperados de izquierda desentierran un indige-nismo que no lleva al futuro y los desesperados de derecha intentanvendernos los espejitos de fórmulas presuntamente exitosas en otrasculturas y que son incompatibles con la nuestra. Y desde esa patriaindiana común, recuperar en cada región y en cada país lasdiferencias que han agregado el setecientos, el ochocientos y elnovecientos.

La patria indiana fue un mundo armonioso con un largo períodoestelar. Para todo el tiempo de que nos hemos ocupado en este libro.la sociedad indiana disfrutó de los mejores niveles de vida a que sepodía aspirar en la época; superiores, sin duda, a los que se tenía enla España europea. Y el espectáculo de un lodo en continuaexpansión ha de haber dado a sus integrantes un sentimiento devidas plenamente realizadas. Hay un momento muy largo de lahistoria americana en que los pobladores han de haberse sentidoformando parte del centro del mundo, integrantes de la vanguardiauniversal. Estas realidades y los consecuentes sentimientos deorgullo y seguridad suenan extraños en la Hispanoamérica denuestros días.

La opulencia y la confianza dan cartabón de perfección a lasinstituciones que las encuadran. Cuando se hace la crítica delespíritu conservador en las zonas más antiguas y ricas de las Indias.tanto en los tiempos de la Independencia como en la organizaciónrepublicana, debe tenerse presente que una cierta nostalgia por el

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antiguo régimen es coherente con el recuerdo del esplendor que loacompañaba. El éxito consagra, afianza y petrífica.

Un poco más afuera de estos núcleos definidamente conserva-dores, es evidente que las ideas, las costumbres y el sistema devalores de la patria indiana, legitimados por el éxito de la construc-ción colosal, han quedado incorporados a la cultura americana. Entodos los pueblos americanos, desde tos más conservadores a losmás liberales perviven, en proporciones variables, formas del pensa-miento político y social que pasaron su prueba de éxito en los tiemposdel esplendor. Ellas están entre nosotros, en nosotros, en nuestrosdías.

Toda esta cultura política y social estaba determinando la vidade nuestros pueblos cuando empezamos la construcción de lasnaciones independientes. De San Francisco a Montevideo, la inmen-sa sociedad que buscaba la soberanía política tenía los genes de lapatria indiana en una proporción altísima, que sólo se aligerabahacia los bordes geográficos, en las regiones de frontera,

Y esta herencia no era conflictiva, porque la sociedad quebuscaba la Independencia era una sociedad armoniosa en el sentidode que las inequidades —que eran muchas— no funcionaban comodesafíos a la legitimidad del conjunto. Dirá el protagonista porexcelencia. Simón Bolívar, en su carta al editor de la Gaceta Real deJamaica, en septiembre de 1815: "Estamos autorizados, pues, acreer que todos los hijos de la América española, de cualquier coloro condición que sean, se profesan un afecto fraternal recíproco, queninguna maquinación es capaz de alterar. Nos dirán que las guerrasciviles prueban lo contrario. No. señor, las contiendas domésticas dela América nunca se han originado de la diferencia de castas: ellashan nacido de la divergencia de las opiniones políticas y de laambición particular de algunos hombres, como todas las que hanafligido a las demás naciones. Todavía no se ha oído un grito deproscripción contra ningún color, estado o condición, excepto contralos españoles europeos, que tan acreedores son a la detestaciónuniversal". Acaso sin quererlo. Bolívar está subrayando un méritomayor de nuestra herencia indiana, que por cierto no existía en lospueblos americanos de colonización inglesa y portuguesa.

Esplendente y armoniosa, era la nuestra una sociedad bicéfala.Las decisiones sobre todos los asuntos se tomaban en Indias. Al finalde la dinastía Habsburgo la autoridad efectiva de la Corona era lábil,y fuere por las facultades que expresamente se habían delegado enlos funcionarlos locales o bien por la adaptación de ellos a la fuerzade las presiones lugareñas era virtualmente imposible que en Madridse pudiese enmendar la plana a las decisiones de Lima o México. Enlos temas administrativos y judiciales. en la conducción de la Iglesia.en los negocios, en las reglas sociales, en la cultura y en los trabajos

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públicos primaba la voluntad indiana. Cierto es que durante todo elsiglo XVIII los grandes reyes Borbones procurarán retomar unaconducción centralizada. Pero se había andado ya tanto camino queen el mejor de los casos, sólo consiguieron contener la fuga deautoridad, de ningún modo revertiría.Pero si las decisiones las tomaba la cabeza indiana, la elecciónde esa cabeza decisora se hacía en España. Ésta será la marcaindeleble de la dominación europea, el contenido conflictivo del"pacto colonial". También al final de la Casa de Austria este lazo sehabía debilitado, especialmente por la venta de cargos, pero en estofueron inflexibles los Borbones. Comprendieron que el último irre-nunciable contrafuerte de la autoridad imperial era preservar estesistema bicéfalo, aflojando cuanto fuere menester la autonomía deejecución pero apretando los nudos en la selección de los mandata-rios.Las Indias llegaron a los pródromos de la Independencia con laminusvalía de la bicefalia. Y la España europea también. Porque enel largo siglo de los Borbones el imperio se había transformado en uninvento cuyas diferentes partes se necesitaban recíprocamente demanera vital. Las Indias producían de todo, menos gobernantes.España producía poco, pero seguía cultivando —con innegableéxito— un sistema de formación, selección, estímulo y calificación deuna clase dirigente para el tamaño y la complejidad de los asuntosimperiales.Era una inequidad complementaria. Cuando la Independenciade las naciones americanas se consume, el viejo equilibrio quedarádespatarrado en los dos extremos. De España, sólo sabemos porahora que la secesión indiana la dejó sin recursos materiales, perolas causas indianas de las grandes crisis políticas del siglo XIX, queprovocaron una atrofia de la clase dirigente peninsular, todavía nohan sido estudiadas.Entre nosotros la ruptura del sistema bicéfalo provocó unacatástrofe, cuyas verdaderas consecuencias no nos hemos animadoa estudiar, hasta el presente, porque están envueltas en el prestigiointocable de la Independencia. Pero el mismo Bolívar la esboza en elpárrafo antes citado... "la ambición particular de algunos hombres".Tiempo vendrá en que un equipo multidisciplinarlo y desprejuiciadopueda hacer un estudio comparativo del estado general del mundoindiano en 1810 y en 1850 —por tomar dos años cualesquiera, antesy después— para enseñarnos las consecuencias de la Independenciasobre la realidad económica, social y cultural de nuestros pueblos.Entonces veremos, probablemente, un enorme retroceso, precio delprogreso en el campo de las ideas y la organización política, pero queexplica por qué las repúblicas independientes tuvieron que retomarla marcha desde un punto más bajo que el de los antiguos virreinatosy gobernaciones, con todo lo que esto implicó de sacrificio para lagente y de cuestionamiento y fragilidad para las ideas republicanas

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y democráticas. Las Indias de la Independencia no tenían clasedirigente, en el sentido más riguroso de la expresión, y ésta es la peorherencia de España.

Esplendente, armoniosa y bicéfala era la patria indiana. Y conestos rasgos constituye la raíz más robusta de todos los puebloshispanoamericanos. Su influencia en nuestra cultura cotidiana y ennuestra cultura pública del presente varía según haya sido la vidaposterior de cada país, pero también en función de la densidad" ydecantación en los tiempos fundacionales. Era aquélla una sociedadpermeable en las fronteras, y esta característica de menor densidadestá presente en la historia moderna de California, las Antillas.Venezuela. Chile y el Río de la Plata. Pero esta relativa licuefacciónde la Hispanidad en los bordes, no anula el peso de la herencia, lomatiza.

Cuando hablo de la herencia, no estoy construyendo efeméri-des, sino afirmando hechos que nos movilizan. Nuestros modos depensar, nuestros valores, nuestras costumbres familiares, nuestrasreglas de vida social, nuestra cultura política han recibido aquellaherencia con tanta fuerza como corresponde al punto de partida y alesplendor de muchos siglos.

La herencia condiciona, predetermina las conductas, es lamatriz sobre la que se inscriben los cambios, siempre más lentamen-te de lo que imaginan los protagonistas. Y es tan vasta, que seria vanapretensión describirla en un texto, hacer su arqueo. Pero pidolicencia para relevar algunos puntos influyentes en el ahora.

Es la herencia de una sociedad vertical, autoritaria y cerrada.Lo he dicho al hablar de "La Argentina tucumanesa". pero esosrasgos campean en todo el mundo hispanoamericano. El sentidojerárquico muy acentuado, el hábito de una autoridad indiscutible—que entronizan los obispos y secularizan los hacendados— secomplementa con el viejo reflejo filipino de cerrarse al exterior, tantoen las ideas como en los negocios. En la sociedad indiana no estápermitido cuestionar la organización jerárquica, pero es posible yhasta bienvenido intentar ascender la trabajosa escalera. Y elascenso da derecho a la ostentación e impulsa a la arbitrariedad.Esta ideología autoritaria, presente en toda la cultura indiana, sehace costra resistente y dura en las regiones de antiguo esplendorespañol, como lo saben los mexicanos, los peruanos, los bolivianos,los "andinos" de Colombia y Venezuela o los argentinos del Tucumán.

Lo autoritario es también confesional. La policía de las costum-bres, que desde el inicio está reservada a la Iglesia —brazo naturaldel Estado, como está dicho en "La ciudad flotante"—, ha persistidocomo un hábito muchas veces retomado por el Estado republicano.Todavía hoy, en cada ensayo político autoritario en nuestros países,te Iglesia aparece asociada al Estado en las restricciones a la libertad

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personal y social. Y en los proyectos autoritarios estrictamentelaicos, el gobierno persiste en su empeño por dictar las conductasprivadas de las personas.Una sociedad cerrada es también resistente a los cambios yencuentra fácilmente la posibilidad de culpar de sus problemas a lasinfluencias exteriores. Este latiguillo es tan frecuentado desde laderecha conservadora como desde la izquierda nacionalista. Elargumento de las culpas foráneas y el reflejo consecuente de reple-garse sobre lo propio sirve siempre para no cuestionar las deficien-cias internas y es moneda corriente en la política hispanoamericana.En el campo de las ideas económicas, el pensamiento cerrado —quefue la regla de oro durante tres siglos— sigue sirviendo para legitimarlas inequidades internas y mantenernos al margen de los cambios enLa civilización mundial.Pero es también una herencia de derechos y libertades. Apare-cen desde los tiempos de "La reina del nuevo mundo" y nos acom-pañan en todo momento, ya se trate de las rebeliones contra lasexacciones de la "política residual" como de las ideas de Matienzo ode las resistencias de los portugueses de Buenos Aires en defensa dela libertad de comercio. Lo autoritario es un modo de ejercer el poder,pero contra un marco de derechos y libertades teóricas nuncadesmentido. Esto es carne de nuestra cultura, un verdadero contra-fuerte de la tradición liberal de Occidente que toda la Hispanidadenarbola.Muy señaladamente, lo indiano es identidad. Los pueblossiempre tienen conciencia de sus orígenes y de su pasado, más aúncuando están presentes en el idioma, el trazado de las ciudades, lascreencias, las costumbres y los restos de monumentos colosales quehacen sombra en la plaza del mercado y son escenografía de lasceremonias públicas. Así nos pasa.

Pero la identidad indiana es motivo de controversia, porquetodavía está teñida por los claroscuros de aquella gran guerraideológica que fue —mal que les pese a los historiadores de derecha—la guerra de la Independencia. Aún no hemos podido separar laherencia cultural de la Hispanidad, del partido absolutista que aquí—como en la España europea— se opuso a los cambios del siglo XIX.En América triunfamos los liberales y con la victoria política echamosa los desperdicios los restos del pasado imperial. Esto es perdonabley hasta necesario en los protagonistas de la época, entre ellos losfundadores de nuestra historiográfica.

Pero por persistir en aquellos excesos, hemos dejado vacante laherencia cultural de la raíz principal. O algo peor, la hemos dejadodisponible para todas las aventuras autoritarias. Como los pensado-res democráticos y liberales no sabemos asumir la herencia culturalmayor de nuestra indianidad. franqueamos las puertas a que todoslos restauradores autoritarios se vistan con las galas de la identidadindiana. En todos nuestros países, los autoritarismos "nacionalis-

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tas" o restauradores de un presunto esplendor conservador se vistencómodamente con la identidad vacante. Cada hispanoamericanopuede aportar ejemplos de lo dicho. En la Argentina, donde por lafuerza de la herencia independentista nadie se atreve a reivindicarlos tiempos virreinales, los autoritarios se nutren con el recuerdo delos caudillos que eran hijos dilectos de los vicios indianos. Y se losevoca aureolados por "la tradición", apodo vergonzante de la india-nidad.

Es ya tiempo de hacer pie firme en la patria indiana. En los siglosXVI y XVII, lo que sucedió entre nosotros fue una inmensa revolu-ción. Aquí arraigaron los mejores hombres de la época y las ideas másavanzadas del mundo, en todos los campos, como he intentadomostrar en las páginas de este libro. Aquellos "adelantados" son lospróceres naturales de toda idea moderna de progreso y de cambio.Podemos discutir los contenidos y los límites morales de aquelloscambios, pero no su esencia transgresora, convulsiva, impulsora.Con el tiempo y el éxito, aquellas reformas se petrificaron y dieronnacimiento a sus conservadores, los guardianes inmutables delpasado; siempre sucede así en la historia de las civilizaciones. Peronada puede ocultar que ese pasado fue un presente de construcción,de sueños y de progreso. Busquemos en él la raíz de nuestraidentidad y la confianza para marchar al porvenir.

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Un país imposible

"¡Qué! ¿"No significa nada para la historia i la filosofía esta eternalucha de los pueblos hispano-americanos, esa falta supina decapacidad política e industrial que los tiene inquietos, i revolviéndosesin norte fijo, sin objeto preciso, sin que sepan por qué no puedenconseguir un día de reposo, ni qué mano enemiga los echa y empujaen el torbellino fatal que los arrastra mal de su grado i sin que les seadado sustraerse a su maléfica influencia? ¿No merece estudio elespectáculo de la República Arjentina.. .?¿No se descubre en él (JuanManuel de Rosas) el mismo rencor contra el elemento extranjero, lamisma idea de la autoridad del Gobierno, la misma insolencia paradesafiar la reprobación del mundo, con mas su orijinalidad salvaje,su carácter fríamente feroz i su voluntad incontrastable hasta elsacrificio de la patria, como Sagunto i Numancia, hasta abjurar elporvenir i el rango de nación culta, como la España de Felipe II i deTorquemada?" ¡Juicio terrible de Sarmiento!89

Terrible y testimonial. De píe entre las tormentas americanas de1845. preguntándole a sus propias entrañas sobre el cilicio de lapatria argentina. Sarmiento no necesita exploraciones rebuscadas.El "otro" argentino, el otro autoritario, está allí; y su filiación con laEspaña de Felipe II le parece una verdad demostrada. El políticoSarmiento, el combatiente, el soñador furibundo, está dibujando elperfil de su adversario y procura definir sus contenidos culturales ysu anclaje histórico. Contra ese "otro" luchará sin cuartel, durantelos cuarenta y tres años de vida que tiene por delante, con elempecinamiento de un loco, o de un acorralado...

Si Sarmiento está luchando contra la Argentina de Felipe U, esun acorralado. Un acorralado marginal hasta 1853, un acorraladominoritario después. Tampoco esto lo ignora el combatiente de 1845:en las mismas páginas de Facundo cita al ministro francés Guizot."Hai en América dos partidos; el partido europeo i el partidoamericano; éste es el mas fuerte".

Se podría decir que el partido más fuerte, el "partido americano"es la patria indiana, la vieja civilización del Pacífico que al promediar

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el siglo XIX es todavía mayoritaria en la Argentina y contra la cualestrella sus cañonazos ideológicos el Sarmiento del "partido euro-peo". Es una interpretación verosímil, pero simplificadora y que. ensu consecuencia última, nos vuelve a dejar en la descalificación dela herencia indiana sin discriminar entre su significado cultural y suexpresión política.No hay una Argentina sin raíz indiana. No la hay hoy, y muchomenos a mitad del siglo XIX. Todos los protagonistas de la Indepen-dencia, de la Anarquía y de la Organización Nacional se han formadoen la tradición indiana y todo el tejido cultural y social de la Argentinade entonces es el resultado de los tres siglos de hispanidad: las ideas,las costumbres públicas y privadas y la legislación, que es toda "deIndias".

La patria indiana es el magma de la Argentina independiente.Pero presenta entre nosotros, de manera paradigmática, los maticesque hemos apuntado para todo el imperio. En las regiones de antiguoesplendor, en la exitosa Argentina "tucumanesa", encontraremos "lacostra resistente y dura" que contiene y defiende una "sociedadvertical, autoritaria y cerrada". Pero sí la tradición indiana era. comohemos dicho, permeable en las fronteras, debía serlo en todo el Ríode la Plata, con una "licuefacción de la Hispanidad en los bordes,[que] no anula el peso de la herencia, lo matiza".

Entre el núcleo y los bordes, entre la Argentina tucumanesa yla atlántica, la diferencia esencial pasa por la actitud frente alcambio. Por su herencia ideológica "filipina". por su adaptación almundo cerrado del Pacífico y por la rigidez del sistema de poder queha creado en trescientos años y la ha gobernado con éxito, laArgentina tucumanesa rechazará los cambios; procurará seguirsiendo lo que es tanto tiempo como pueda, condenando las innova-ciones, temiéndoles y dando por buenos y legítimos los modos deautoridad que expresan una sociedad estamental, una Iglesia omni-presente, una educación confesional y una economía cerrada. La,Argentina del Atlántico, en cambio, hija genuina de la "iniciativa deEuropa", será una sociedad porosa, anhelante de cambios, curiosa,transgresora, receptiva de las nuevas ideas y lanzada a crear nuevosnúcleos y modos del poder. Conservadores unos, innovadores losotros.

El magma aflora en el Tucumán con su deformación de conser-vadurismo. resistencia al cambio, rechazo de lo externo, autoritaris-mo. Y en este sentido, es legítimo llamar a sus seguidores "el partidoamericano", que tendrá la potencia del peso cuantitativo que laArgentina tucumanesa tiene en el cuerpo final de la Argentinaindependiente. Pero la patria indiana, en tanto identidad culturalfundadora, con su tejido permeable hacia el Atlántico, seguirá siendola base común. Es ella el espacio cultural en que combaten Sarmien-to y Rosas, sin terminar nunca de separarse. Es ella quien haráposible la improbable unidad de la Nación Argentina.

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¿Y el "partido europeo"? Es otra cosa, la huella de otra civiliza-ción, aquella qué vino del Atlántico y que en los días del Facundoparece agonizar en su pequeñísimo territorio soberano de Montevi-deo, la más atlántica de las ciudades sudamericanas, sitiada por losejércitos de Rosas y Oribe.

Han transcurrido treinta y cinco años desde la Revolución deMayo, cuando el potosino Saavedra y el porteño Moreno simboliza-ron el primer intento de "unidad nacional". Y han corrido sesenta ynueve años desde la creación del Virreynato del Río de la Plata:detengámonos allí.

El atlantismo de la política mundial, la amenaza portuguesa yla debilidad económica del sistema potosino. son las principalesrazones que impulsaron al vigilante Carlos III a crear el nuevovirreynato, en 1776. Y aplicar la energía militar, burocrática eideológica de la España de la Ilustración en dotar al nuevo reino detodo el vigor de la modernidad.

En el marco de la tradición española, fue una decisión insólitay hasta osada: seria un reino de frente al Atlántico. Pobladas, ricas,antiguas, inmensas y conservadoras provincias indianas eran obli-gadas a girar sobre su historia, dando la espalda a la Civilización delPacífico, el mar español, para volver la faz hacia el Atlántico, el mareuropeo; pasaban de la quietud al cambio. Igualmente osada era lapretensión regia de borrar por un solo acto de su mano la "cortina deplata" tendida en 1622 y que llevaba, por lo tanto, un siglo y mediode construcción económica, cultural y política. Y acaso más osadatodavía la decisión de encargar el gobierno del vasto reino a la menosindiana de todas las ciudades, a la tierra de nadie de Diego de la Vega,a la expulsada del Perú. Buenos Aires. Don Carlos 111 parecía estarinventando un reino imposible. Estaba inventando la Argentina.

El invento es demasiado grande para caber en este libro. Porquetiene un antes largo y denso: cómo evoluciona la geopolítica mundial,cómo cambian las Españas con los Borbones. cómo se hace fuerte yagresivo el Portugal independiente, cómo nace un mundo atlánticocon su cultura cosmopolita, cómo vive y cambia el Río de la Platadesde el gobernador Hernandarias hasta el gobernador Vértiz. Tieneun durante lleno de secretos de Estado, cálculos políticos, juego dehombres ilustrados, espíritu guerrero y fundacional. Y tiene undespués que es' nada menos que el nacimiento de la Argentinainnovadora, el "partido europeo", cuyos protagonistas, desde Vértiza Sarmiento, fundan la mitad de nuestra civilización. Se trata de otrolibro; tengo el propósito de escribirlo.

Sin embargo de tal propósito, es inevitable asentar aquí algunosapuntes. La invención del nuevo reino se hacia desde la EspañaIlustrada, de piel liberal, abierta a los cambios mundiales y empeña-da en revisar y desarmar su propia herencia conservadora y autori-

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taria. Todo el esfuerzo que la Corona vuelque en el Río de la Ptataestará nutrido de esta ideología y buscará en nuestras tierras lasalianzas económicas y políticas que pueda ofrecerle la realidad local.Así quedará inmediatamente revalorizada la antigua vocación cos-mopolita de Buenos Aires. Y la autoridad virreynal, en la etapa críticade diseño del Estado Rioplatense. amparará y promoverá todas lasexpresiones liberales y atlantistas. Reagrupando. legitimando yestimulando el nuevo pensamiento —contra una activísima resisten-cia del espíritu conservador— la Corona sentará las bases del futuro"partido europeo". Se trata, en verdad, del arraigo de una Civilizacióndel Atlántico, aquella que. desde los tiempos de Felipe II, empezó afiltrarse por el tajo del mar del Norte que el gran Rey no pudo evitar.

Pero el reino que inventa Carlos III tiene adentro, como parteprincipal la patria indiana de que aquí nos ocupamos. Y esto es lo quedebe comprenderse, con inteligencia alerta, cuando se desea enten-der la dinámica de la historia de lo que es hoy la Argentina. Más aún,es esta raíz indiana, esta Argentina del Pacífico —anterior, mayor ymenos facciosa que el "partido americano"— la realidad de la quereniega nuestra historia oficial, y aun el pensamiento político delpresente.

Este renegar es viejo. También entre nosotros nace, como heexplicado en el capítulo anterior, de los requerimientos ideológicosde la independencia y la necesidad consecuente de construir mitosnacionales que sostuvieran la identidad de la patria naciente, débily guerrera, del siglo XIX. Sólo ha sido "revisado" por quienes buscanen la raíz indiana la justificación de modelos políticos autoritario*para el presente. Pero el pensamiento histórico "objetivo" y losideólogos liberales han continuado renegando de aquella raíz, unpoco como una premeditada "política de la memoria" y otro pococonvencidos de que la marcha triunfal de la Argentina "europea"desde la segunda mitad del siglo XIX, había pulverizado aquellaherencia. Éste es el error más grande del pensamiento argentino, lamayor fuente de confusión cultural y esterilidad política.

Cuando Carlos III funda el nuevo reino, lo integra con ocho"intendencias" de parecida importancia. Cuatro corresponden alAlto Perú, una es el Paraguay, una provincia no andina peroraigalmente indiana, dos nacerán del antiguo Tucumán más laincorporación de la provincia chilena de Cuyo —serán Salta delTucumán y Córdoba del Tucumán— y una sola será francamenteatlantista, el Río de la Plata. Esta relación desproporcionada de sietea uno sólo podrá mantenerse bajo la autoridad de la Corona.Apenas producida la Revolución de Mayo, los atlantistas deBuenos Aires deberán asumir una larga historia de conflictos con elcuerpo principal del reino. Estos conflictos, que son nada menos quela historia aterradora de nuestras guerras civiles del siglo XIX,

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siempre serán transados con una cesión ideológica o con una cesiónterritorial.

Cuando Sarmiento escribe el Facundo, en su exilio chileno, lascesiones territoriales han provocado la "pérdida" de la intendenciadel Paraguay y de las cuatro intendencias altoperuanas, transforma-das en Bolivia. Pero hay más. los éxitos políticos han llevado al"partido americano" hasta Buenos Aires misma y la Argentina"europea" parece haberse refugiado en Montevideo, ya capital de unpaís independiente y totalmente atlantista. La frontera innovadora,que Manuel Belgrano logró empujar por un momento hasta lascostas del lago Titicaca está a punto de ser arrojada al mar, a treintaaños y tres mil kilómetros de aquella culminación.

Nada de esto es estático, o puramente geográfico. No sólo lafundación y las ideas de Carlos III y sus mandatarios penetraron portodas las rendijas del reino, sino que la vibrante vida política eideológica de la Independencia y de las guerras civiles entremezcla-ron intereses y posiciones. No tiene sentido quedarse en juegostopográficos. Pero me parece conveniente señalar, de algún modocuantitativo, la inmensa y dominante presencia de la tradicióntucumanesa en la formación de la Argentina definitiva.

Después, con el viento del mundo a su favor, la adhesión de un"americano" excepcional, Justo José de Urquiza, el pensamientoestratégico de los Alberdi y Mitre y la disposición para realizar nuevasconcesiones, el "partido europeo" retomará la iniciativa. El pacto deunidad será la Constitución de 1853. donde vivirán hasta hoycesiones ideológicas tales como el régimen federal de gobierno y unSenado igualitario y poderoso.Entre la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852 y la de Pavón,el 17 de septiembre de 1861. los dos partidos buscan una definiciónque les dé la primacía. La Argentina bascula entre su identidadtucumanesa y su identidad atlántica. Y en muchos momentos surgede los dos lados la tentación de la ruptura definitiva, con una última"pérdida" territorial que, de hecho y de derecho, provoca la existenciade dos países, la Confederación Argentina y el Estado de BuenosAires. En aquellos días pudo haber muerto para siempre la invenciónde Carlos III. Si no sucedió, es porque el magma indiano era másfuerte que los excesos de los partidos y los cincuenta años detrepidante historia común habían creado las bases para una conver-gencia, la semilla de una identidad nueva, más fuerte y máspromisoria que las dos identidades fundadoras.La identidad nueva es la verdadera Argentina, la que hoyseguimos construyendo, pero que no aniquila a ninguna de lasanteriores. Esta condición de tolerancia, de inclusión, es el grandescubrimiento político de los líderes de la "Organización Nacional",lo que mantendrá definitivamente unidos a los pueblos. Su garantíajurídica es la Constitución de 1853 pero que viene después de unagarantía más dinámica, más esencial: la nueva conciencia política de

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una clase dirigente que se sabe expresión de dos culturas y que estádecidida a trabajar por su amalgamación. Así son el entrerrianoUrquiza, el porteño Mitre, el sanjuanino Sarmiento y los tucumanosAvellaneda y Alberdi. Los cuatro primeros ejercerán la Presidenciadurante casi treinta años y harán de posta para el viaje secreto de laArgentina entre el estallido y la unidad. Tienen la garra constructorade la hispanidad, la misma furia fundacional, y asumen—¿conscien-temente?— el mandato de Carlos III. la creación de una naciónindiana pero atlantista, española pero liberal.

En verdad, pareciera que la Argentina de la Organización Nacio-nal es el sueño de Carlos III, el retoño de su invento, que había crecidovigoroso hasta el momento triunfal de la Revolución de Mayo y elCongreso de Tucumán para agostar luego de manera dramáticahasta casi perderse en la "restauración" de Rosas. También laArgentina padecerá la mezquindad y la impericia de cierta clasedirigente criolla que ocupa el hueco debido a la bicefalia. lo quellamamos, en el capítulo anterior, "la peor herencia de España". Peroen nuestro caso, el mandato de Carlos III y la obra de sus mandata-rios, transfirió a los espíritus más progresistas una ideología decambio, un diseño del país que los guiará en el largo combate hastarecuperar la conducción del Estado.

Entonces, el "partido europeo" tiene un empuje proporcional asu debilidad. Sabe que el equilibrio es frágil y que en términoscuantitativos, la Argentina conservadora es mayoritaria. El censo depoblación de 1869. al comienzo de la presidencia de Sarmientoarroja datos inequívocos: la provincia de Buenos Aires, con su capitalincluida, tiene sólo el 28.6 por ciento de la población total. Si se lesuman Santa Fe y Entre Ríos se llega al 4 3.4 por ciento, pero éstasson provincias de preferencias cambiantes. Al noroeste de la "cortinade plata" viven y pertenecen más de la mitad de los argentinos. Estarelación se invierte en el censo de 1895. pero para entonces losextranjeros residentes en la Argentina serán el 25,9 por ciento de lapoblación total y se habrán instalado, masivamente, en la regiónatlántica; todavía, los argentinos nativos siguen siendo mayoritariamente "tucumaneses".El análisis demográfico es solamente dato y sería inconse-cuente extremar su relevancia. La cultura Indiana estaba en la basede toda la sociedad argentina y el "partido americano" había sidocapaz de incluir a todo el país hasta poco tiempo antes, como nos loenseña el largo y consolidado dominio de Juan Manuel de Rosas enla mismísima Buenos Aires. Pero es de una gran utilidad para comprender lo que pasa después de la paz constitucional.

Con pertinacia, la cortina de plata seguirá dividiendo al paíspero ya no como partes enfrentadas, sino como mitades con ritmosy destinos diferentes. Al sudeste, el "partido europeo" construirá laArgentina de la historia oficial, con millones de inmigrantes, inver-siones extranjeras cuantiosas, tecnología de punta, cultura interna-

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cional, pensamiento liberal y resultados ejemplares. Al noroeste, laArgentina renegada se arropará en sus tradiciones y sus artes,crecerá al ritmo de su demografía, será gobernada por las ideas, losgrupos y las corporaciones de su tradición tucumanesa, y levantarála voz, siempre que pueda, para quejarse de su abandono, sucreciente pobreza, su destino marginal.

Este país desigual, con una fachada luciente en el litoralatlántico y una suerte de hermano vergonzoso en el patio del fondo,es lo que llamo "la República Atlántica", que ponen en marcha lospresidentes fundadores y luego toma ritmo propio, hasta llenar casitodo el espacio del pensamiento y la historiografía argentinos.

Pero los protagonistas intelectuales y políticos de cada parte,nunca han dejado de cuestionar ciertos rasgos de la otra, sobre todoaquellos que tienden a alejarla del proyecto común. Desde elcomienzo Juan Bautista Alberdi alertará sobre la propensión antia-mericana del país atlantista y lo hará con gran eficacia cuandoemprende la crítica de la Guerra del Paraguay, una aventura políticaque se desentiende de la raíz indiana. De está visión nacerá de a pocoun pensamiento "nacionalista" que se hará más incisivo y totalizadora medida que la República Atlántica progrese, ligue su destino al dela Europa industrial y dé la espalda a su mitad tucumanesa. En ladécada de 1920. punto culminante del proyecto atlantista. lospensadores "nacionalistas" serán cuantiosos, habrán estructuradoun discurso atractivo aunque inaplicable y atacarán con eficacia elpuro exitismo liberal.

Por su lado, Domingo Faustino Sarmiento no perderá un solomomento de su vida en vacunar al país naciente contra el peligro au-toritario. Como gobernante y como escritor fustigará con fuerza —ymuchas veces con gestos excesivos— a ese "otro" autoritario que viveen las profundidades de la herencia cultural indiana. Lo interesantede Sarmiento y sus contemporáneos, es que tendrán una concienciamuy clara del peligro autoritario, conciencia que los liberales argen-tinos irán perdiendo a medida que la República Atlántica parezca unéxito consolidado. El fresco de Alejandro Korn ya citado en "LaArgentina Tucumanesa". escrito en 1912, es todavía un testimoniode esa lucidez.

En su esplendor, la República Atlántica tendrá todo el borboteode una sociedad joven y segura de sí. Y producirá ideas y sueñospropios de una comunidad madura. Entre ellos estará el nacimientode la Unión Cívica Radical, capaz de encarnar las ansias de mejoríadel pueblo atlántico, aunque no por eso sorda a los reclamos del paísrenegado. El espíritu federal del radicalismo es una buena prueba deque se trata de una expresión política de la Argentina nueva. Peroesta sensibilidad hacia el mundo indiano no puede ocultar que elprotagonismo radical fue esencialmente liberal, abierto al mundo,

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atlantista. Sus bastiones electorales estarán en las ciudades y en lacampaña gringa; los gobernadores del país tucumanés y el Senadoigualitario, serán sus más irreductibles enemigos. La Argentinatucumanesa no encontrará su cauce en el radicalismo y preferiráacantonarse en las fórmulas locales y las ligas conservadoras.

Alrededor de 1930, la construcción atlantista se detendrá.Había entrado en crisis el referente exterior: el sistema político, lasideas, la cultura y la economía de la Europa industrial. Desnortada,la República Atlántica había perdido su capacidad de iniciativa.Ablandados por la bonanza, los dirigentes habían perdido cultura,memoria, disciplina, y prudencia; ya no estaban en situación dedefender los pactos fundacionales y proteger al país de la otridadautoritaria, siempre acechante.

Entonces, buscando nuevos rumbos, el país aplicó políticaseconómicas que rasgaron, ahora sí,"la cortina de plata. Acostumbra-da a los inmigrantes que llegaban a su puerto. Buenos Aires apenasse percató de que una nueva inmigración desembarcaba en susestaciones ferroviarias. Los argentinos del Tucumán. las mujeres ylos hombres de la antigua indianidad, empezaban la silenciosainvasión del país atlántico; era el tiempo de los "cabecitas negras".Y buscando nuevas ideas, el país se aprestó a escuchar el discurso"nacionalista" renovado en su legitimidad por la crisis mundial delliberalismo y siempre reclamante de su abolengo indiano. Un hom-bre vio a tiempo la convergencia de estos dos movimientos querestauraban el vigor del país renegado, y supo imaginar su simbiosis:Juan Perón.¿Estamos ante una tesis de interpretación política, que afirma-ría que el radicalismo y el peronismo, más que dos partidos, son dosmovimientos culturales, expresiones modernas y matizadas denuestras culturas fundadoras? Probablemente. De allí su equivalen-te legitimidad popular, las diferencias simbólicas, el conflicto devalores y la multiplicidad ideológica. De allí también la acuciantenecesidad de preservar la negociación, réplica de la necesidad detolerancia e inclusión que descubrieron los presidentes fundadores.Pero todo esto merece, sin duda, otro libro, el tercero de esta serie,que también tengo la esperanza de escribir. Hasta pronto.

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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

1 Braudel, Fernand: El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época deFelipe 11 , Ed., Fdo. de Cultura Ec., México, 1976. tomos I y II.2 Konetzke. Richard: "América Latina II. La época colonial". Historia Uni-versal . Siglo XXI Editores, Madrid. 1974. cap. V.3 Zweig. Stefan: Américo Vespucio. historia de una inmortalidad a la queAmérica debe su nombre, Ed. Claridad. Bs. As., 1942. pág. 131.4 Arciniegas, Germán: América en Europa, Ed. Sudamericana, Bs. As.. 1975,pág. 118.5 Arciniegas, Germán: ob. cit. pág. 120.6 Arciniegas, Germán: ob. cit. pág. 205.7 Comellas, José Luis: Historia de España moderna y contemporánea. Ed.Rialp, Madrid. 1979, pág. 51.8 Domínguez Ortiz, Antonio: "El antiguo régimen: los Reyes Católicos y losAustrias", en Historia de España, Alianza Editorial, Madrid, 1986, pág. 41.9 Parry. J. H.: El imperio español de ultramar, Ed. Aguilar, Madrid. 1970. pág.131.10 Parry. J. H.: ob. cit., pág. 136.11 Céspedes del Castillo. Guillermo: Historia de España y América, social yeconómica, obra dirigida por Vicens Vives, J.. Ed. Vicens-Vives, Barcelona,1979. vol. III, pág. 410.12 Baudot, Georges: La vie quotidienne dans L'Amérique espagnole de Philip-pe II, Ed. Hachette. 1981. pág. 112.13 Domínguez Ortiz, Antonio: ob. cit., pág. 194.14 Céspedes del Castillo. Guillermo: ob. cit. pág. 357.15 Céspedes del Castillo, Guillermo: ob. cit. pág. 359.16 Comellas, José Luis: ob. cit. pág. 61.17 Dominguez Ortiz, Antonio: ob. cit., pág. 63.18 Parry. J. H., ob. cit.: pág. 28.19 Madariaga, Salvador de: "Carlos V". Ed. Grijalbo, Barcelona, 1986, pág.67.20 Madariaga, Salvador de: ob. cit., pág. 57.21 Braudel, Fernando: ob. cit. tomo II, págs. 29 y 32.22 Madariaga, Salvador de: ob. cit. pág. 87.23 Madariaga. Salvador de: ob. cit., pág. 110.24 Stern. Steve J.: Los pueblos indígenas del Perú y el desafío de la conquistaespañola. Alianza Editorial, Madrid. 1986, pág. 49.25 Wachtel. Nathan: Los vencidos. Alianza Universal. Madrid. 1976. pág274.

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26 Wachtel, Nathan: ob. cit. pág. 285.27 Braudel. Fernand: ob. cit. pág. 402.28 Regla. Juan: Historia de España y América, social y económica: obra dirigida por Vicens Vives. J., Ed. Vicens-Vives. Barcelona, 1979, vol. III, págs.125 y 126.29 Comellas. José Luis: ob. cit., pág. 125.30 Braudel, Fernand: ob. cit. tomo I, págs. 840-41.31 Braudel, Fernand: ob. cit. tomo I. pág. 683.32 Parry. J. H.: ob. cit., pág. 223.33 Levillier, Roberto D. y otros: Gobernantes de) Perú. Biblioteca del CongresoArgentino. Madrid, 1921, tomo I, pág. IX.34 Levillier, Roberto D. y otros: ob. cit., pág. 271.35 Levillier. Roberto D. y otros: ob. cit., pág. 376.36 Levillier, Roberto D, y otros: ob. cit., pág. 393.37 Levillier. Roberto D. y otros: ob. cit., pág. 390.38 Stern. Steve J.: ob. cit., pág. 92.39 Baudot. Georges: ob. cit., pág. 151.40 Levillier. Roberto: El Licenciado Matienzo. nota 1.41 Levillier. Roberto: El Licenciado Matienzo. págs. 24 y 25.42 Levillier. Roberto: El Licenciado Matienzo. págs. 5 y 6.43 Stern. Steve J.: ob. cit., págs. 122 y 123.44 Stern. Steve J.: ob. cit., pág. 123.45 Romero. José Luis: Latinoamérica, las ciudades y las ideas.46 Levillier, Roberto: Don Francisco de Toledo, supremo organizador del Perú.pág. 39.47 Levillier. Roberto: Don Francisco de Toledo, supremo organizador del Perú.pág. 80.48 Céspedes del Castillo. Guillermo: ob. cit. vol. III, pág. 408.49 González, Joaquín V.: El juicio del siglo. Ed. Rosario. Rosario, 1945. pág.24.50 Assadourian, C. S.. Beato. C. Chiaramonte. J. C: Argentina de la con-quista a la independencia. Ed. Hyspamérica. Bs. As. 1986. pág. 103.51 Assadourian. C. S. Beato, C. Chiaramonte, J. C: ob. cit., pág. 102.52 Assadourian, C. S. Beato. C. Chiaramonte. J. C: ob. cit., pág. 93.53 Concolorcorvo: El lazarillo de ciegos caminantes: Ed. Labor. Barcelona.1973. pág. 160.54 Levillier. Roberto: Nueva crónica de la conquista del Tucumán Ed. No-sotros. Bs. As., 1931, tomo III. pág. 115.55 Levillier. Roberto: ob. cit. en nota 27. pág. 222.56 Levillier, Roberto: ob. cit. en nota 27, pág. 223.57 Levillier, Roberto: ob. cit. en nota 27. pág. 224.58 Levillier. Roberto: ob. cit .en nota 27, pág. 198.59 Levillier. Roberto: ob. cit. en nota 27, pág. 185.60 Calvez de Tiscornia, Lucia: tesis universitaria inédita (UniversidadNacional de Buenos Aires), pág. 139.61 Levillier, Roberto: ob. cit. en nota 27. pág. 10.

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62 Levillier, Roberto: ob. cit. en nota 27. págs. 222 y 223.63 Assadourian, C. S., Beato, C, Chiaramonte. J. C: ob. cit., pág. 111.64 Gálvez de Tiscornia, Lucia: tesis cit., pág. 24.65 Gálvez de Tiscomia, Lucia: tesis cit., pág. 33.66 Magalhaes Goudinho, Vitorino: Os descobrimentos e a economía mundialEd. Presenta, Lisboa. 1984. tomo IV. pág. 218.67 Magalhaes Goudinho. Vitorino: ob. cit., vol. II. pág. 109.68 Magalhaes Goudinho, Vitorino: ob. cit. vol. II, pág. 91.69 Magalhaes Goudinho. Vitorino: ob. cit. vol. II. pág. 98.70 Assadourian, C. S., Beato. C Chiaramonte. J. C: ob. cit. pág. 105.71 Moutoukias, Zacarías: Contrabando y control colonial en el siglo XVII,Centro Editor de América Latina. Bs. As.. 1988. pág. 71.72 Torre Revello, José: La sociedad colonial, Ed. Pannedille, Bs. As., 1970,págs. 45 y 46.73 Mora Mérida. José Luis: "La sociedad paraguaya hacia 1625", en Anuario de Estudios Americanos, tomo XXVIII.74 Comellas, José Luis: ob. cit., pág. 140.75 Comellas. José Luis: ob. cit., pág. 146.76 Marañón. Gregorio: El conde-duque de Olivares. Ed. Espasa Cal pe Ar-gentina. Bs. As. 1939, pág. 184.77 Kennedy. Paul: The rise and fall of the great powers. Random House, NewYork. 1987. pág. 50.78 Kennedy. Paul: ob. cit, pág. 51.79 Paz, Octavio: Sor Juana Inés de la Cruz, Edo. de Cultura Económica. Bs.As.. 1990. pág. 33.80 Domínguez Ortiz, Antonio: ob. cit., pág. 425.81 Parry. J. H.: ob. cit., pág. 248.82 Paz. Octavio: ob. cit., págs. 42 y 43.83 Basadre: El conde de Lemos y su tiempo.84 Céspedes del Castillo. Guillermo: ob. cit., pág. 482.85 Paz. Octavio: ob. cit., pág. 69.86 Regla. Juan: ob. cit., pág. 222.87 Domínguez Ortiz. Antonio: ob. cit., pág. 443.88 Céspedes del Castillo. Guillermo: ob. cit., pág. 418.89 Sarmiento. Domingo F.: Facundo. Ediciones Culturales Argentinas. Bs.As.. 1961, págs. 11 y 12.

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INDICEPrólogo 7La reina del nuevo mundo 11La ciudad dotante 23Residuos de Imperio 39Los vencidos 51Hispaniarum et Indiarum Rex 65El Estado universal 83Nosotros, los peruanos 99La Argentina tucumanesa 121La cortina de plata 135Magnifico aislamiento 147La patria indiana 165Un país imposible 177Notas bibliográficas 185

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