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Wednesday “Por Wotan, dios de los sajones de donde viene el miércoles, es decir, el día de Wotan, que siempre seré fiel a la verdad hasta el día que me retire sigilosamente a mí sepulcro”. Cartwgright. Apareció un día miércoles en medio de la nada, una mujer sucia que no inspiraba nada, ni odio ni rencor, envidia o pasión. Una mujer de sangre podrida que aquel que la miraba sólo empezaba a albergar odio en su corazón. Con su olor decapitaba las flores más hermosas, su mirada cegaba dragones celestiales y su palabra contenía hilos cortantes de hierro, sostenidos por su sonrisa de espanto. Parecía la diosa de la pereza cuando se movía, todo en cámara lenta aparecía. Lo único libre eran sus grandes pechos que parecían una batalla de juguetes liderada por los niños más inquietos de un jardín de girasoles, dónde ella cree que nació. Su lengua como su cara, larga y achatada como si fuera un pequeño rey cabalgando en corceles de arena. Sus manos como su cuerpo hecho de ébano, como un pequeño soldado de madera o quizá una quijotesca viajera del tiempo. La gente al verla huía y si no podía, cerraban los ojos y hacían que no la escuchaban. Al punto que deseaban en ese instante, que una pequeña y tonta pasión los matara, o los soltara en un oscuro abismo. Y en medio del colapso de éste salto, tomar un arma y encargarse de ese problema. Y es que no la quieren escuchar realmente, no son conscientes de lo que hacen realmente. Frente a la

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“Por Wotan, dios de los sajones de donde viene el miércoles, es decir, el día de Wotan, que siempre seré fiel a la verdad hasta el día que me

retire sigilosamente a mí sepulcro”. Cartwgright.

Apareció un día miércoles en medio de la nada, una mujer sucia que no inspiraba nada, ni odio ni rencor, envidia o pasión. Una mujer de sangre podrida que aquel que la miraba sólo empezaba a albergar odio en su corazón. Con su olor decapitaba las flores más hermosas, su mirada cegaba dragones celestiales y su palabra contenía hilos cortantes de hierro, sostenidos por su sonrisa de espanto.Parecía la diosa de la pereza cuando se movía, todo en cámara lenta aparecía. Lo único libre eran sus grandes pechos que parecían una batalla de juguetes liderada por los niños más inquietos de un jardín de girasoles, dónde ella cree que nació. Su lengua como su cara, larga y achatada como si fuera un pequeño rey cabalgando en corceles de arena. Sus manos como su cuerpo hecho de ébano, como un pequeño soldado de madera o quizá una quijotesca viajera del tiempo.La gente al verla huía y si no podía, cerraban los ojos y hacían que no la escuchaban. Al punto que deseaban en ese instante, que una pequeña y tonta pasión los matara, o los soltara en un oscuro abismo. Y en medio del colapso de éste salto, tomar un arma y encargarse de ese problema.Y es que no la quieren escuchar realmente, no son conscientes de lo que hacen realmente. Frente a la dama sólo desean tener el tiempo justo, para pagar todas las mentiras que han dicho, y en medio de la muerte tras su salto, evitar su desagradable presencia. Ya en el sueño de la muerte, quieren ver juntos las flores del cerezo, las flores del durazno mañanero. Recoger las gotas de la lluvia que se convirtieron en llanto, para poder beber de su amor en ese pozo claro. Recoger las gotas de lluvia de aquel oscuro mes de mayo. Y con ese otoño concluyente, descubrir

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que esa mujer de nombre Rebecca, era la hija de Wotan del dios de la verdad, el dios de mayo. Aquel a quien todos alabaron ese miércoles que la encontramos.