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CÓMO ERA TUPIZA A MEDIADOS DELSIGLO XIX

Boris existe, luego nació; esta proposición esinnegable y superior a la de Descartes: Pienso, luegoexisto.

La primera encierra una verdad y la segunda, ladel célebre filósofo, una petición de principio y unasimple afirmación que no llega a ser razonamiento.

Boris nació en Tupiza (Bolivia), provincia delChorolque o de Chichas, como se quiera; el día... ibaa cometer la imprudencia de designarlo; felizmenteun pudor natural, por cuenta de Boris, me lo haimpedido a tiempo.

No tuvo el mérito ni la culpa de entrar en elmundo por Tupiza; pero si le hubiera sido posibleescoger una población para nacer en ella, habría

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optado por esa villa, en razón de ser ella modesta,elemental y rara.

Tenía dos calles, una de las cuales se llamaba "lacalle izquierda", por contrapunto con la otrallamada "la calle derecha".

Estos nombres no eran en manera algunajustificados, siendo la calle izquierda la más derechay pudiendo las dos cambiar de nombre según ladirección del transeúnte, pues no habían númerosen las puertas.

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LIGERA DIGRESIÓN SOBRE LAS FECHASY ADELANTE

"Qué me importa a mí dónde ni cuándo nacióBoris", podría decir cualquiera mal criado, elpúblico, por ejemplo, si leyera estas páginas; pero elautor de ellas podría replicarle diciéndole: "nada leimporta, convenido, como no importa a nadie suobservación, pues podría usted hacer la misma acuantos relatos, crónicas, historias, cuentos ybiografías corren por el mundo".

Que la batalla del 24 de mayo haya tenido lugarel 24 de mayo y no el 24 de noviembre, para ustedes lo mismo, pero no lo es para los que han hechode esa fecha un símbolo o algo más: sobre todopara los pensionistas militares por razón de susdeudos muertos ese día en acción de guerra; ¡seis

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meses de diferencia de pensión para una viudainconsolable!... ¡como quien dice nada!

Finalmente, si a usted no le importan las no-ticias de Tupiza, ¡no las lea y habremos concluido!¿Usted se piensa que yo escribo para usted? ¡Yoescribo para mí, como escriben para sí, todos losautores que procuran el bien de la humanidad.Usted no ignora que el tiempo es continuo. Sinosotros lo dividimos en rebanadas más o menosgrandes, lo hacemos por razones de economíapolítica y doméstica, y a fin de poder consignar lasfechas en un cuaderno llamado almanaque sin elcual la vida es imposible.

¿ Qué sería de la historia, de la crónica y de labiografía sin fecha?

Prive usted de ellas a la sociedad y a los go-biernos y se queda el mundo sin registro civil, sincontribución territorial, sin ley de patentes sinfiestas patrias, sin regalos para el 25 de diciembre oel 1º de enero, sin congratulaciones ni pésames, sinvida social; en fin, sin duración prefijada para lasestaciones, los solsticios y los equinoccios.

Usted no piensa en la ventaja universal de unaniversario agradable, porque olvida usted, públicoilustrado y mentecato, que usted es pulpero,

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mercero, tendero, zapatero, sastre, joyero, mercader,en una palabra: que vende para regalos obligatorioso de cortesías, tarros de conservas, cintas, cortes devestido, botines, ropa, relojes y cuanto a manoviene, a precios tales como para procurarle a usteduna condenación a trabajos forzados por suhonorabilidad comercial reconocida.

Hecho este paréntesis tan importante comocualquiera de los de un libro clásico, bueno es saberque en Tupiza no había periódicos, ni demagogosilustres, ni tribunos hipócritas y abnegados, nidefensores profesionales de los derechos delpueblo, nombrados por sí mismos.

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LO QUE ES EL PUEBLO CUANDO SEHACE VISIBLE

Todas estas privaciones dependían de que nohabía allí pueblo, propiamente hablando, sino unreducido número de habitantes quienes, porfortuna, ni siquiera caían en cuenta de la falta de esemonstruo explotable y dañino, sumiso y bravío alcapricho de los vientos; mezcla de hiena y decarnero, pronto a enfurecerse y a cometer, bajo elimperio de sus cóleras ciegas los crímenes másatroces, poniéndoles el rótulo de "reivindicacionesheroicas"; pues lo que tienen por pueblo losinstigadores de las multitudes, cuando tratan deencarnar en algo sus pasiones, no es el total de loshabitantes de una comarca o de una ciudad, sino esaconglomeración repelente que hace ostensibles sus

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enconos, apócrifamente titulados "opinión pública",por medio de la prensa o del comentario en lascalles, y caracterizada realmente, por su innobleza,su perversidad, su absoluta falta de criterio sensato,sus tolerancias para los defectos, vicios y auncrímenes de algunos afortunados, generalmentemediocres, a quienes favorece y hasta idolatra,como por su desconocimiento de las calidades,virtudes y servicios de otros a quienes odia sinmotivo y persigue con salvaje brutalidad.

De estos componentes de la civilización actualcarecía, pues, la villa natal de Boris y por lo tanto,sus habitantes trabajaban mansamente, se divertíanen las fiestas, rezaban a sus santos, enterraban susmuertos (muy pocos) y dejaban correr la vida segúncomo venía.

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INFLUENCIAS DE LAS PERCEPCIONES EIMPRESIONES SOBRE LAS IDEAS,

SENTIMIENTOS Y ACTOS DE BORIS-DENME DESDICHAS- FLUYEN OTROS

TÓPICOS

Boris, cuando comenzó a hablar, inventó unlenguaje para su uso particular; sin duda oía mal lassílabas y las palabras y las pronunciaba como las oía;así hacen todos los niños; pero éste abusabarealmente de su derecho alterando los vocablos dela manera más insólita.

Para decir llévenme a Tupiza, decía: "vevás a míPopiza"; a su mamá, que llevaba el cristiano,deplorable y excelente nombre de Visitación, lallamaba Mastototon. ¿De dónde sacaría eso ?

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Es común confundir la l con la r, aun en lacomposición tipográfica, y se cita la voz de mandode un general español que dijo en cierto momentode alarma: "¡Sordados a las almas!”

Pero nadie como Boris ha confundido jamás la rcon la d. Así, como no gustaba dar contestacionesnegativas directas, por no parecerle eso bien,cuando estaba comiendo algo y uno de sushermanos le pedía una parte contestaba:

"está cdudo, está amadgo" por no contestar:"no quiedo dadte". Para decir: pélenme este

durazno, decía "a palá a mi agága". Agága proveníade manzana y manzana o agága llamaba él a todafruta, como llaman papa los niños y sus cuidadoresa todo alimento.

¡Quién habría sospechado que después iba a sertan minucioso pada pdonunciad integda cada sílaba!

Nótese que es mucho más difícil decir cdudoque crudo y amadgo que amargo.

Por cierto que no admitía verbos irregulares,comenzando por rechazar los auxiliares; del verbotener, por ejemplo, sacaba: teno, tenes, tene...; perose encontraba con dificultades a veces insuperables,para aplicar su reforma a muchos verbos de suvocabulario; los inventaba también con frecuencia,

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sacándolos de los nombres propios o de donde ledaba la gana; felipear era hablar, tratar, estar conFelipe; broyer, verbo novísimo, que resulta serfrancés y significa reducir un objeto a pequeñosfragmentos, quería decir para él, trepar arañando,como los gatos.

En fin, para entender lo que decía Boris durantelos primeros ensayos de su incipiente lenguaje, senecesitaba adivinarlo.

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ARMONÍA DE LAS PALABRAS EN LASIDEAS DE LAS COSAS

El más lejano recuerdo que tenía de su propia,existencia, se refiere a la época en que podía tener alo más cinco años, y a un episodio cómico ydoloroso de su infancia.

La más viva imagen de ese recuerdo es aquellaen que se ve a sí mismo llorando junto a una puertapintada de verde, reventando con sus dedos lasampollas de la pintura mal hecha, y observando, sindejar de llorar, que debajo de la capa verde habíauna roja.

En los mayores dolores, ya se sabe, la mente secomplace en coleccionar trivialidades. Boris, nopodía estar más afligido y sin embargo, su cerebroanotaba las puerilidades de su trabajo mecánico.

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¿Y por qué estaba afligido y por qué lloraba?

Su padre tenía minas en Choroma (buscarChoroma en el mapa), pasaba allí toda la semana yvenía a Tupiza el domingo por la mañana, a caballo,trayendo siempre en las alforjas, a más de muestrasde minerales y otros objetos, algo para el chico:frutas, capias, dulces o algún juguete (Boris era untanto mimado en la familia).

El día del episodio, apenas se desmontó supadre, Boris se acercó al caballo que era amigo suyo,abrazó su cabeza inclinada, sintió aquel olor desudor normal que él llamaba olor a viaje, yconcluidas sus caricias al noble animal, preguntó asu padre qué le había traído.

-Qué te he de traer, criatura -le respondió -,¡desdichas!

-Magnífico -pensó para sus adentros-, nunca meha traído eso- Y Ya saboreando de antemano elgusto del manjar, se hizo el distraído por no pareceransioso.

Pero después de haber pasado un tiemporazonable, sin que su padre se preocupara de darleel regalo, se dirigió a las alforjas, revolvió todo enellas, y no encontró ni señas de desdichas.

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Aún tuvo paciencia y supuso que su padre lashabía sacado: se le hizo presente varias veces,inútilmente, y cansado de esperar, interpeló:

-"¿Dónde están las desdichas?”Su padre lo miró entre triste y burlón y no le

contestó.Entonces, con los fueros que le daba su derecho

de niño comenzó esta letanía, llorando:-Denme desdichas; quiero desdichas; ¿ dónde

están las desdichas?Todos se reían y él se irritaba y gritaba cada vez

más: "denme desdichas".Vino el cura Rendón, su padrino, y él también

se puso a reír; pero convencido de la sinceridad dela aflicción del niño, hizo cuanto pudo pordistraerlo. Le dio una moneda, le prometió llevarlo apasear a caballo y por fin, visto lo inútil de suempeño, trató de saber lo que él entendía pordesdichas.

-¿Qué son pues? -le preguntó.-Son unas cosas ladgas y negdas. (Otra risa)-¿Son juguetes o cosas de comer o de ponerse?-De comed -contestó irritado. (La hilaridad

continuaba.)-Frutas, ¿entonces?

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-No son fdutas.-Y, ¿qué son?-Unas cosas negdas, asadas, que hace todos los

jueves la negda Madía.¡Desdichas asadas! ... ya entonces la diversión

no tuvo límites, y se marcó por una estrepitosaalgazara.

Boris lastimado por la burla sangrienta, salió alpatio para ocultar su derrota y fue a parar junto a lapuerta verde.

Rotas todas las ampollas, se consoló reflexio-nando en la falta de entendimiento de su padre, desu madre, de sus hermanos, de su padrino el cura ydel resto de la asamblea. Tenía razón, pues era fácilcaer en la cuenta, después de tantos detalles de quedesdichas debía ser algo de comer, de nombreparecido, el de salchichas, por ejemplo, y de queBoris llamaba salchichas a las morcillas; por dondemorcillas y desdichas eran para él la misma cosa.

No habiendo en Tupiza dos sujetos del mismonombre, creía que el nombre propio era exclusivo ycomparticipable e intrínsecamente encarnado en loíntimo de cada individuo. Así, había una Brígidafrutera, una María empanadera, un Florencio

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herrero, un Tadeo sastre, picado de viruelas, etc.,etc., y Boris creía que Tadeo significaba tutado,sastre y único en la tierra con tales cualidades; y loanálogo respecto a los nombres de Brígida, María yFlorencio.

Para colmo vivía en aquellos tiempos una viejablanca, flaca, llamada Aurelia Evia de Pando, quehabitaba una casa a cuyo patio daba sombra unenorme sauce; por tanto, doña Aurelia encarnaba laidea de vejez, de blancura ajada y de sauce grande.

Fue siempre extraña y poderosa en su mente lainfluencia del sonido de las palabras y la tendencia asustituir la sustancia por su accidente.

A lo dicho sobre Tadeo y compañía, deberáañadirse que cada persona, cada objeto, cada suceso,cada época, cada entidad concreta o abstracta tuvopara él un color, un sonido, un gusto, un olor, unaforma, una semejanza; de tal manera que la idea delobjeto y la suscitada, ocupaban en su cerebro elmismo rango.

El nombre Diego representaba un pan de jabónordinario, de forma cúbica.

El de Eusebio daba la idea de una vela de sebogruesa.

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Francisco quería decir un hombre maduro,vestido con traje gris.

Rodríguez un pedazo de queso con vetas ver-dosas.

(Nota: Don Francisco Rodríguez era un pulperode Tupiza y vendía queso más o menos viejo ydeteriorado; usaba una ropa gris eterna.)

Tucumán, color naranja; Buenos Aires, nácar;Córdoba, morado; Salta, verde; La Rioja, café;Mendoza, color pizarra; Jujuy, amarillo... y no habíaquien le quitara tales ideas de la cabeza.

Inmediatamente que oía un nombre saltaba unafigura, un color, un ruido u otra sensación que eranrespectivamente el alter ego de la persona o cosadesignada.

Los lunes eran color de hoja de lata algoempañada.

Los martes verdes como cipreses, ¿quién podríadudarlo?

Los miércoles de un amarillo brillante.Los jueves también amarillos, pero a modo de

yema de huevo.Los viernes verde claro.Los sábados plomo gris, parecido al cielo en día

nublado.

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Los domingos color rojo, no muy vivo.Los meses no tenían colores definidos, pero él

en la paleta de sus impresiones era incapaz deequivocarse el tinte del mes de abril con el deagosto.

No había, pues en el idioma palabra cuyosentido ignorara, pues a todas cuantas oía les dabauna representación conocida. Así, rezar era un actocolor plomo, porque don José Sánchez Reza teníaun sombrero alto de chinchilla de ese color.

Materia: un líquido algo espeso amarillento,(humor, supuración, materia).

Moral: un objeto de cobre (morado).Honor: un tumor, una hinchazón.Criterio: un gato baruno, arisco (aquí el vinculo

se pierde, en un abismo insondable).A esto se añadían las concepciones más extra-

vagantes sobre las cosas que ya conocía. Porejemplo, para hacer un libro, según él, solo serequería poner un número mayor o menor de

palabras, todas diferentes, una tras de otra; el méritode la obra estaba en relación con la cantidad deéstas. Para hacer otro libro se necesitaba otra

colección. La idea de que los libros contuvieran

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frases o dijeran algo, no se le vino jamás a la mente.Extraña falta de sentido común, inexplicable, puesno se concibe tales aberraciones ante las evidencias

de cada momento.

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ASTRONOMIA - METEOROLOGÍA -LIGERA RESEÑA DEL CIELO, DELINFIERNO Y DE SUS HABITANTES

Cuando veía salir la luna detrás de los cerrosdeseaba subirlos para tomarla con sus manos a supaso por las cumbres, y si estaba ya un pocoelevada, presumía que don Lorenzo Sastre (elhombre más alto de la comarca) armado de unacaña y parado en la cima, podría voltearla de uncañazo.

Todos los niños han tenido, es de creerse, anteun espectáculo análogo, la misma idea.

Parecidas sensaciones le sugerían las nubesflotantes sobre las montañas, como capullo dealgodón si eran blancas, o como vellones de lananegra, si eran oscuras.

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En ambos casos, don Lorenzo Sastre, su can-didato perpetuo para las grandes empresas, podía,con un rastrillo, traerse a casa una buena provisiónde lana o de algodón.

Los relámpagos eran rayas hechas por ungigante con un tizón encendido; los truenos, elfragor de cueros secos, arrastrados por las esca-brosidades de los cielos.

La tierra era plana, salvo algunas rugosidadescomo las montañas y quebradas, y estaba cubiertade una bóveda de tules, densa por trechos ysalpicada de pedacitos de vidrio más o menosbrillantes.

Tras -de esa tapa de sopera, en el punto central,estaban Dios, la Divina Providencia, los ángeles,entre ellos el de la guarda, los Arcángeles, losSerafines, Santa Ana, la Virgen María y su dignoesposo, Jesucristo, San Pedro y otros personajescelestiales.

Debajo de la tierra había otra semiesfera, hueca,negra, llena de humo, soldada a esta por sus bordes,en cuyo fondo estaba el infierno, donde vivían elDiablo y comparsa. En los limites del disco o planoterrestre, arriba y abajo, moraban los fantasmas, los

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aparecidos, los duendes, las brujas, las hadas, los en-cantadores y los gigantes que hacían los relámpagos.

La suposición de que la tierra era un disco entredos tapas de sopera, no iba tan descaminada, dadaslas creencias que alguna vez tuvo la humanidad;estaba además de acuerdo con la iglesia y con lasteorías de las altas eminencias que persiguieron yencarcelaron a Galileo, cuya historia no sabía Boris,a quien en este caso, no se puede por tanto acusarde plagio.

Cabe bien establecer aquí que, si loscontradictores de Galileo fueron injustos con él, sona su vez injustos con ellos los sabios y los hombresilustrados de nuestros tiempos.

Alguien ha dicho, creo, y con razón, que habíacircunstancias atenuantes en la conducta que usabala Iglesia contra los promotores de reformas en lascreencias.

Ciertamente creer que la tierra era el puntocentral del universo, que todo giraba alrededor deella, que el sol era un satélite, que los planetas y lasestrellas eran un simple adorno en honor delhombre, todo eso armonizaba con su orgullo,halagaba su vanidad y le inducía una conciencia de

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su importancia, superioridad y suficiencia, que lodejaba muy contento de sí mismo.

En medio de esta felicidad de amor propiosatisfecho, un viejo impertinente se atreve a decirle:"¡No hay tal cosa; la tierra es un átomoimperceptible en el universo, las estrellas no hansido hechas para que usted las mire; todas lascreencias de usted son hijas de su loca ypresuntuosa fantasía!”

Venir a quitar así, con dos o tres frases, lasilusiones de siglos y siglos, era realmente unaagresión. Nadie se queda contento cuando leprueban que no es lo que él se cree, sino todo locontrario; natural era, pues, que los desilusionadosse enojaran con Galileo y lo trataran como a loco,ateo y criminal.

Dios era, en el concepto de Boris, un verdaderoPadre Eterno, un anciano venerable, hermoso, conuna barba larga y blanca; estaba siempre sentadopara mantener la postura propia de Su Majestad; enesto Boris caía perfectamente en lo cierto; nadiecuando piensa en Dios, se lo representa de otromodo y mentiría como un bellaco, quien dijera locontrario. Imaginárselo, por ejemplo, joven ylampiño, repugna al entendimiento.

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Sus juicios acerca de los personajes celestiales,serán tal vez condenados por la Iglesia, pero él notenía en ello culpa, pues eran el producto de unagerminación en su cerebro, cuyas funciones nopodía dirigir.

La Divina Providencia habitaba, como se hadicho, el cielo; creíala emparentada con el PadreEterno, y se la representaba con la figura de unamujer de cincuenta años, gruesa, de aspecto vulgar,cara siempre enjestada, cutis blanco amarillento, conmanchas rojizas, nariz chata, ojos anegados ycabelIo castaño claro. La sospechaba pocobondadosa y en oyéndola nombrar ya temía que setratara de alguna mala acción; la muerte de un niño,la ruina de una familia o cosas del estilo. Rara vez sela citaba con motivo de algún suceso feliz, y cuandoesto sucedía, hablándose, por ejemplo, de alguienque hubiera escapado de un peligro y oía decir -"Sesalvó gracias a la Divina Providencia", pensaba ensus adentros: “Por fin ha hecho algo bueno lacomadre".

El ángel de la guarda se colocaba todas lasnoches a su cabecera; él lo veía de pie vestido detules y rasos celestes con las alas pendientes a lolargo de los flancos; joven, hermoso, pero

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insignificante y bobo, no hacía ni decía nada, estabaahí como podía estar en otra parte.

Al verlo soñaba con ángeles más divertidos, conarcángeles y serafines, bailando contradanzas en elcielo y agitando tiras de género recamadas de oro yplata, como las casullas y otros ornamentos deiglesia; las bandas bordadas se tendían a ciertotiempo verticalmente, temblaban un rato, bajaban,pasaban lentamente y, por fin, Boris se dormía.

A Santa Ana se la representaba en concordanciacon sus retratos y efigies; señora mayor, vestidapobremente, con ropas viejas y descoloridas; flaca,apesadumbrada, mirando hacia abajo y siempreresfriada, quizá por tener la nariz larga y puntiaguda.

Qué mal hacen las autoridades eclesiásticas deadmitir en los altares imágenes presentadas bajoformas repelentes o ridículas; santos feos y santas yvírgenes antiestéticas. Los niños toman esosadefesios como encarnaciones de las entidades querepresentan, los graban en su mente y conservan laimpresión toda su vida; la idea primera persiste y yajamás nadie podrá concebir a Dios, la Virgen,Jesucristo, los santos y los ángeles, sino según elmodelo primitivo, visto en la iglesia, lugar sagrado,respetado y fidedigno.

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Por eso Santa Ana era la pobre señora que Borisveía en la madre de la Divina María.

La Virgen santísima...; había dos vírgenessantísimas según el testimonio incontrovertible desus sentidos y la tradición, de la cual tenía algunasnociones.

La primera se le presentaba bajo la forma deuna joven bellísima, inocente, melancólica, de ojosgrandes, admirados, como si no comprendiera bienlo que pasaba ante ella; ¡modesta cual cuadraba a lapobreza de su familia!

Jamás a Boris ni a nadie se le ocurrió que ladulce María perteneciera a la aristocracia.

El la veía en las láminas, siempre humilde,cuidando a su hijo, o bien yéndose a Egipto enburro, con el niño en sus brazos, tiernamenteoprimido y seguida paso a paso por San José, unbuen hombre, mediocre, que más bien parecía supadre que su marido.

La segunda, era la virgen de los altares, NuestraSeñora del Rosario, de los Milagros o de cualquierotra advocación; esa señora mayor de edad,representaba una verdadera dama de Corte; al verlanadie la creería hija de la pobre Santa Ana, susvestidos de encajes, raso, terciopelo y oro, y sus

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collares de perlas, rubíes, esmeraldas y diamantes,realzaban su figura de noble matrona un pocoanticuada, rica y ostentosa. Su manto y demásvestidos, de la cintura para abajo, tendidos por untriángulo de cañas, casi equilátero, le daban la formade un cono sobre su base, en cuyo vértice sehubiera colocado una corona de plata tachonada depiedras preciosas.

Su antebrazo izquierdo, rígido, tieso y hori-zontal, sustentaba al niño Jesús en equilibrioinestable; desnudo, completamente en cueros, contres espátulas de metal clavadas en la cabeza portodo abrigo.

Bien se conocía que Nuestra Señora no teníafrío bajo sus ropas abrigadas de lujosas y gruesastelas, ni aun en aquella iglesia helada.

El pobre niño, si hubiera podido hablar, habríapedido una manta o que lo llevaran al Ecuador. Asílo dejaban comprender sus brazos estirados y susojos redondos de puro abiertos.

Nuestra Señora no caía en cuenta de nada; ¡nimiraba ni acariciaba a su hijo, ni lo aproximaba a suseno como hacen todas las madres cuando no estánvestidas de baile!

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San José estaba ahí, de pie, con una redondelade plata remachada en la coronilla y una vara denardos o lirios en la mano derecha, no se sabe porqué ni para qué.

San Pedro figuraba en otro altar, con las llavesdel cielo en la mano; solo, sin su gallo,probablemente suprimido por el escultor paraapartar recuerdos inoportunos.

Después de tal examen ¿cómo podía creer Borisque Nuestra Señora de los altares fuera la mismasuave María por la cual tenía tan sincero afecto ?

Ningún testimonio podía contradecir lo que susojos veían, y no hubo remedio: la idea de las dosvírgenes, la una simpática y la otra así, así, se instalóen su conciencia.

Otro tanto le sucedió con Jesucristo.Hubo durante varios años dos ejemplares di-

ferentes de Jesús en su concepto.Uno, el del niño Jesús, sano, gordo, recién

barnizado y con los brazos extendidos.El segundo Jesús, el de la leyenda; un hermoso

joven esbelto que llevaba la túnica con elegancia;soñador, vagabundo, desocupado, indolente, amigode la vida meditativa, apreciador de la belleza,predicador y profeta y como tal, convencido de que

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debía vivir sin trabajar y a expensas de susadmiradores.

Boris no podía hacer de los dos un solo hijo deMaría sin quitar a cada uno su personalidad; nipensar que el niño gordo y lustroso pudieraconvertirse en el melancólico e interesante joven decabello largo, el de la túnica elegante. ¡Eso no podíaser!, la lógica de los dos sentidos imponía dossujetos, dado el caso: el niño sano y gordo y elfilósofo ambulante, el mártir de la Semana Santadespués.

Aceptados los datos falsos o verdaderos, lasconsecuencias forzosas debían ser tomadas comorealidades.

No son de extrañar estas cavilaciones, en unlógico de nacimiento, cuyos elementos de juiciovenían del examen de las imágenes de la Iglesia, ode algún trozo de Evangelio oído en los sermones yampliado por su imaginación.

El diablo, personaje siniestro, según sus de-tractores, no le inspiraba temor; por instinto sinduda, presumía la evolución de las ideas de otrostiempos respecto a este distinguido sujeto.

En la Edad Media y antes de ella, el demonio,Lucifer, Satanás, o como quiera llamársele, era una

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entidad maléfica, dañina, cruel y repugnante, odiosabajo todos los puntos de vista.

Ahora, gracias al conocimiento de la mitología,primero, y a los poemas, romances y piezas parateatros, cuyo tipo principal es el Fausto,Mefistófeles, nombre más eufónico que Satanás, uncaballero simpático, algo escéptico, espiritual,ameno, bien educado, amable con todo el mundo,gallardo y valiente, conocedor como nadie de lasflaquezas humanas y dotado de la más alta y serenafilosofía. Si lleva almas al infierno con engaños,maleficios u otras truhanerías, no es por su cuenta,sino por orden expresa del Ser Supremo.

El infierno es una sucursal del cielo, las almasrechazadas en éste, son las únicas que aquél acoge(todo el mundo lo sabe).

Las teorías del cristianismo no pueden rechazarla lógica de las precedentes afirmaciones.

Más en armonía con los documentos humanos,está la mitología que hace de Júpiter y Plutón dosamigos y confidentes. Este mantenía tambiéncordiales relaciones con los demás dioses y cedía asus empeños cuando le pedían la libertad de algúncondenado, dejándolo salir de los infiernos.

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Mefistófeles, es de creerse, tendría iguales to-lerancias, dado su espíritu caballeresco y bienhumorado a pesar de las rnaldades que le atribuyen.

En el relleno de la cabeza de Boris había ciertosespíritus más o menos entrometidos en las cosas deeste mundo.

Los fantasmas y los aparecidos, que lo aterro-rizaban con lo indefenido de su forma y de supersonalidad, así como las Almas que salían a darvueltas en las noches oscuras alrededor delcementerio, con apariencias de venir a reclamar algode los vivos.

Los duendes, unos enanos con grandessombreros y una mano de lana y otra de hierrosegún la tradición, lo perturbaban en extremo. eldetalle del contraste entre manos de estos extrañossujetos no siendo explicable, pero debiendoresponder a algo muy terrible, debía tomarse muyen cuenta.

Las brujas, para él, eran más bien simpáticas,pobres mujeres tan perseguidas por todos.

Las hadas, una señoras de cierta edad, vestidasricamente, frescas todavía algunas, no le gustaban.Según la leyenda concurrían al acto de nacimientode cada niño; unas otorgaban al recién nacido un

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don que lo hiciera feliz, pero nunca faltaba algunavieja resentida que ponía una cortapisa para paliar oanular los dones recibidos.

Más que con el proceder de las hadas, armo-nizaba con sus gustos el de los encantadores, cuyoshechos se manifestaban en los cuentos conocidosdel pájaro Pipao, la Bella y la Fiera y otros; peroobservaba que las hadas tomaban a veces el papelde los encantadores, y no sabía en ciertos casosdistinguir, en materia de encantamientos, lo que eraobra de varón o de mujer, si bien tenía una idea porguía: si la calidad del hecho era muy mala, él loatribuía a una hada; si era buena o no muy mala, aun encantador, pues en esto pensaba lo que lossirvientes piensan de sus amos, es decir: que elSeñor es siempre más bueno que la Señora.

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ORIGEN DEL MUNDO - LA LUNA, LATIERRA Y SUS ENSERES

Dios había creado el mundo de la nada, y depaso se había creado a sí mismo. Eso no lo entendíaBoris, pero así estaban las cosas.

Los astros, las nebulosas, las estrellas, todo ellohabía sido hecho a la vez, lo mismo que el sol, laluna y la tierra.

El sol era una rueda de fuego, que salía por lamañana de una orilla del disco de la tierra, girabasobre él e iba a esconderse en la orilla de enfrente;siempre conservando su tamaño, más o menos,pero cambiando de color según el estado de laatmósfera.

La luna, nacía en forma de un hilo de plataencorvado, también en una orilla de la tierra, pasaba

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sobre ella y descendía al otro lado, seguida por unapequeña estrella, pero su tamaño variaba cadanoche; crecía hasta llegar a ser un círculo ymermaba hasta perderse en forma de otro hilo deplata, menos brillante en el extremo opuesto al desu nacimiento.

Probablemente el sol daba vuelta por debajo dela tierra, conservando su integridad, pero la lunamoría en su ocaso, cada tantos días, y otra lunanacía de nuevo.

Ya se ha dicho algo sobre la tierra; falta solosaber el origen de sus enseres.

El de éstos comprendía dos categorías; en laprimera figuraban los objetos que él había vistofabricar o nacer del suelo; aquí entran las ropas, lossombreros, el calzado, los utensilios de barro, lasmesas, las sillas y demás artefactos de carpintería,cerraduras, cerrojos y artefactos de herrería, losárboles, las flores, las frutas, las legumbres, losmatorrales, las calabazas, melones, sandías,guisantes, trigo, maíz, judías, garbanzos y losproductos enterrados, como las patatas ajipas,nabos y otras especies.

Todo lo que no entraba en estas coleccionesdebía encontrarse en otra parte ya hecho, y para

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obtenerlo no había más que ir a recogerlo del sueloo de sus capas inferiores; y eso hacían, sin duda, lostenderos, los vendedores y otros negociantes quetraían todo ello a Tupiza.

Él no encontraba ninguna dificultad en que lascosas pasaran así. La tierra, por el mismoprocedimiento con que hacía flores maravillosas,árboles gigantescos, frutas sabrosas, metales enbruto y en barra, azogue (plata líquida) y aceites enlas minas, como el petróleo, piedras preciosas yobjetos verdaderamente maravillosos, podía hacerrelojes, platos de porcelana, teteras de metal, frascosde vidrio y todo aquello que no fuera de fabricaciónmanual.

Lo que da la nota sobre las concepciones deBoris respecto al origen de los objetos que conocía,es su idea, por demás extravagante, relativa a lascajas de sardinas, que consideraba frutas deestación.

Tal absurdo no debe provocar la risa, ni inducira juicios contra la sanidad intelectual del muchacho,porque emana de razones bien fundadas, algunas delas cuales enumero.

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Primera: las cajas de sardinas no circulaban enTupiza sino en una estación, en Cuaresma y SemanaSanta; jamás, fuera de esta época, se comía sardinas.

Segunda: la cáscara de las sardinas era metálica ydura; éstas se hallaban acomodadas en el interior enbuen orden. Pero había también otros productos decáscara dura: las nueces, las avellanas, las almendras,las granadas, los cocos; y otros de cáscara blanda (loque solo implica una diferencia de grado), talescomo los guisantes, lentejas, las habas, etcétera.

Tercera: las cajas de sardinas blancas y brillantescontenían piezas blancas y brillantes cubiertas de unenvoltorio de la misma especie, seguramentemetálico.

En esto las sardinas no se diferenciaban de lasnueces, almendras, avellanas, etc., que tambiéntienen una cubierta interna (hollejo) de un coloranálogo al de la cáscara.

Cuarta: ¿cómo podía la naturaleza encerrarlas enlas cajas cuando no se veía rendija alguna por la cualse hubiera podido introducirlas? La objeción esseria, pero también lo es esta otra. ¿Cómo puede lanaturaleza encerrar en algunas frutas, carozos,semillas, pulpas, secciones geométricas, tabiques dedivisión, como en los cascos de naranja y figuras de

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variadas formas y consistencia sin que el envoltorioexterior de estos productos muestre señal de haberestado abierto y haber sido cerrado?

Confiésese, pues, que si la existencia de lassardinas dentro de sus cajas no se entiende,tampoco se entiende la del contenido interior de lasfrutas, de los cucurbitáceos y de las vainas congranos.

Quinta: los árboles nacían de entre las piedras,de entre las peñas, de entre los trozos de minerales,a veces, lo que no les impedía florecer y dar frutas.

Las flores eran olorosas, las frutas sabrosas yperfumadas; la forma de las primeras era de un arteexquisito, la de las segundas variadísima einexplicable; y nadie negará que hacer una flor delaire, una orquídea, de cien mil pensamientos todosdiferentes, variedad infinita de crisantemos, dalias,rosas, claveles, todo ello del más artístico dibujo, deolor y colorido diferentes, es mucho más difícil quehacer una caja de sardinas.

Por otra parte se presenta una cuestión deequidad: las peñas, las rocas, las piedras, los trozosde metal, dejaban brotar de su seno árboles yarbustos, ¿por qué los árboles y matorrales nodarían a su vez piedras, rocas y metales?

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¡Nadie había demostrado a Boris la imposi-bilidad de que una planta diera productos metálicos:todos los sabios de la tierra no son tampoco capacesde probar la imposibilidad de tal fenómeno! Y, porúltimo, ¿ sabía acaso Boris que la hoja de lata erametal?

¿No vemos nacer minerales de la boca de unelefante, sus colmillos? ¿dientes duros, de las encíasde los animales: cuernos, uñas y pelo de partesblandas del organismo? ¡Pues explicarse todo estoes tan difícil como admitir la posibilidad de que losvegetales y la tierra produzcan vasijas minerales,llenas de comestibles y por tanto cajas de sardinas!

Boris queda justificado.

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ESPECIE RARA DE MATERIALISMO

Entrando a su edad madura Boris a habérselascon el mundo, fue convicto y confeso dematerialista: mientras tanto lo hemos visto tanidealista que solamente lo quimérico era lo real paraél.

(Estas páginas están llenas de anacronismos; seincurre en ellos porque a veces un hecho mental,como se indica en la advertencia puesta al principiodel volumen, viene a ser confirmado por una ideade actualidad. Boris escribió a larga distancia de suinfancia, el relato de la corta vida y de la tempranamuerte de un niño. Lo escribió para probar a losmentecatos que sabía sentir: ellos lo ignoraban.)

El cuento publicado fue decisivo: nadie pudoleerlo sin llorar; y lo peor del caso es que el mismo

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autor, al corregir sus páginas dejaba caer en ellagruesas lágrimas, el niño imaginario se había vueltoreal en su conciencia; lo veía, lo quería, lo festejaba,lo compadecía, y cuando recordaba que lo habíamuerto en el relato de pura invención, lo miraba yveía que le hacía reproches con su cara angelical ytriste desde el cielo, por su extrema crueldad; lo cualle sugería el intento de escribir otro en que el niñocontinuase viviendo.

Pero si no le hubiera muerto no habría hechollorar a los que tan erróneamente lo juzgaban.

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ANTICIPO A CUENTA DESENTIMIENTOS

La sensibilidad más exquisita y el espíritu deprotección a los débiles y la cortesía, fueron lacaracterística de su constitución psíquica.

En Tupiza recogía, a orillas del río, las pie-drecitas más chicas, aquellas que habían tomado laforma de almendras o de lentejas a consecuencia delfrote recíproco en los torrentes, porque le dabanlástima; las consideraba indefensas y las creíaateridas de frío en las noches de invierno, pero supiedad no podía amparar a todas y era por esodeficiente y parcial, pues él sólo recogía las muybonitas (ya desde entonces tenía predilección por labelleza).

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Una vez, encontró en la calle un preciosoratoncito, lo tomó, lo llevó a su casa, le hizo unacasilla de barro en el patio, lo alojó en ella, y le pusoqueso y agua para su alimento durante la noche.

Al día siguiente, cuando fue a verlo, encontró lacasilla vacía y con un agujero en la puerta... ése fueel primer ejemplo de ingratitud que se le presentó.Después, ¡cuántos de cientos de ratoncitos haencontrado en el mundo!

Criaba conejos. Un domingo su mamá, sushermanas y hermanos se fueron a misa; él, aunquemuy religioso, no fue por estar enfermo; tenía unpanadizo muy doloroso en un dedo del pie y apenaspodía caminar, no sólo por el dolor, sino por unaespecie de almohada con que se lo habían colchado.

Los conejos comenzaron a gritar por falta dealimento y él a desesperarse y a llorar al oírlos; sumadre no volvía; los chillidos no cesaban y letraspasaban el alma. En un momento dado ya nopudo más: salió a la calle con su almohada en el piey se fue a rogar al panadero (no había sino uno)algún socorro por el amor de Dios. El panadero,buen padre de familia, a pesar de creer que losirracionales no sufrían, le dio unos cuantos puñadosde afrecho; ¡y todo entró en su quicio!

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Entre tanto observó, a través de sus edades, quejamás sociedad de beneficencia humana en apuros,ni club político alguno falto de fondos, le habíacausado igual ni mayor impresión que el hambre dela comunidad de sus conejos, recuerdo más penosopara él, que el de la historia leída o contada de lasmiserias de lejanos pueblos, por la ruina de sussementeras.

Un día Boris callejeando vio pasar un perro,tomó una piedra y se la arrojó: nunca pudo saberpor qué; la piedra dio al pobre animal en la cabeza yparece que fue en un punto sumamente sensible,porque el perro aullando y gritando lastimeramente,salió a todo escape. Boris se quedó yerto, laconciencia de su crimen lo espantó; él, tancompasivo siempre, había lastimado a un pobreanimal que no le había hecho nada, en virtud de esesentimiento de ferocidad que todos los hombrestienen, pero que en él era una anomalía.

Desde ese momento no tuvo paz consigo mis-mo y, día y noche, veía el perro huyendo y oía susgritos estridentes.

No pudiendo al fin de cierto tiempo dominarsus remordimientos, decidió confesarse. Buscó

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entre los pecados mortales si figuraba el de apedrearperros; no encontró tal prohibición, pero debía estarinvolucrada en cualquier otro pecado capital.

Faltaba aún que salvar otra dificultad. ¿Conquién se confesaba? ¿Con su padrino el curaRendón? No. ¿Con el padre Aronis? Sí; a él le teníamenos vergüenza. E hizo en esta circunstancia, lomismo que las más puras almas cristianas de damasencumbradas, cuando eligen sus confesores entrelos más tolerantes y menos relacionados.

Fue, pues, a lo del padre Aronis, y le dijo a bocade jarro:

-Vengo a confesarme.-¿Tú? ¿Y de qué vienes a confesarte?-He apedreado a un perro.-Has hecho muy mal, pero, en fin, no es para

tanto.-Sí es, porque el perro se ha ido aullando y

gritando.-Bien, no lo vuelvas a hacer.-No lo volveré a hacer, pero eso es poco; yo

quiero una penitencia.-¿Qué penitencia, muchacho? ¡No hay para ello!-Sí, debe haber :porque yo sé que es un pecado.-Bueno; reza tres padres nuestros.

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-Bah; los rezo todos los días sin penitencia.-¡Dale con la porfía!-Le haré decir una misa a San Roque.-Eso nunca hace mal.-¿Y cómo se la hago decir? No tengo con qué

pagarla.-Yo te la diré de balde, niño.-Entonces, no es penitencia.-¡Peste con el lógico! Vete de aquí, yo te diré la

misa y hazte devoto de San Roque.-¿Si pudiera curarle la herida que tiene en la

pierna?-¿Cómo se la se vas a curar si ya ha muerto?...Boris salió de la casa del Padre algo más

consolado, pero el grito del perro y la visión de sufuga le quedaron: fueron para él una obsesión.

Boris vivía constantemente afligido por lasdesgracias de los animales.

Cierta señora tenía una tienda que comunicabapor una de sus puertas con un cuarto de la casahabitada por la familia de Boris. La señora se fue ahacer no sé qué maldito negocio fuera de Tupiza ydejó su perro encerrado en la tienda, el que

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comenzó a aullar apenas partió la su ama y no cesóen una semana.

Sus lamentos, en los últimos días, eran ya casiimperceptibles: ¡el perro se moría!

Imagínese cualquiera el suplicio impuesto a lafamilia y las torturas de Boris que revolvió todo elpueblo para ver cómo se podía sacar el perro odarle algo que comer; pero nadie quiso tomar sobresí la responsabilidad de penetrar en la tienda cuyapuerta no tenía una sola rendija por la cual sepudiera echar leche a lo menos.

Durante el tiempo del cautiverio del perro,Boris no comió ni durmió a gusto. La vieja,inocentemente cruel llegó al fin; se sacó al perro yamoribundo y se le atendió con buen éxito.

Años más tarde, en un pueblecito de la pro-vincia de Jujuy llamado Yaví, en una de susambulancias por las orillas, en compañía de unmuchacho callejero, gran perseguidor de nidos,entró conducido por él, a un terreno baldío en-cerrado en un cerco de piedra.

-Aquí hay muchos nidos -dijo el muchacho -; elotro día tapé uno de rabia por no poderlo sacar;estaba muy hondo; voy a ver si lo encuentro.

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Buscó un rato, dio con el sitio, retiró una piedradel hueco y se vio detrás de ella un pajarito, parado,muerto, ya seco... tenía la cabeza caída y los ojosabiertos. Boris reconstruyó en su mente, ante eltristísimo espectáculo, la tragedia que ocurrió en elnido; vio los pichones con sus picos abiertos enescuadra, piando, muriéndose de hambre, y a lamadre yendo y viniendo de sus polluelos a la puertadel nido cerrado; calculó sus angustias, sudesesperación ante ese terrible conflicto, supadecimiento, sintiéndose ella misma desfallecer; suresignación, en fin, al situarse en la puerta y morirde pie ¡como ningún héroe lo ha hecho hastaahora!... Echó una mirada de cólera y de reproche almuchacho, bandido cruel, destituido de todosentimiento humano, que le pareció un monstruohorrible y, sin decir palabra, huyó de su ladocorriendo y llorando, para no verlo más.

La escena del pajarito, con todos sus detalles,quedó grabada en la memoria de Boris parasiempre, junto con las otras análogas.

Jamás pudo ver crueldades y cien veces expusosu vida por evitarlas o reprimirlas, sin tener encuenta su posición, a veces encumbrada, parahabérselas con el más ruin de los plebeyos, en

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defensa de un niño, de un caballo, de un ser débilcualquiera a quien veía maltratar. El abuso de laautoridad o de la fuerza le parecía odioso. Asídetestaba a los patrones que trataban mal a sussirvientes.En cuanto a su cortesía, sólo puedo decir que eramuy singular. Creía que a un extraño nada podíanegársele, con tal que fuera posible concedérselo; ysi no se podía, que se debía a lo menos explicarle lanegativa con muy buenas razones. No se sabe dedónde sacó semejante regla, que fue para él origende muchos disgustos.

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SITUACIÓN ECONÓMICA DE LAFAMILIA, TRISTES REMINCENCIAS -

VENTA DE JUGUETES- EL PADRE, DONDIEGO, LA MADRE, DOÑA

VISITACIÓN,LAS HERMANAS LOSHERMANOS DE BORIS

Incurriendo, como de costumbre ya anunciada,en anacronismos, contaré, tomando una épocadada, las penurias por que pasaba la familia deBoris.

Su padre estaba emigrado de Tupiza porhaberse metido en una revolución contra el go-bierno legal de Bolivia. Su familia, compuesta de lamadre y sus ocho hijos, quedó sin recursos. Unseñor muy generoso le prestó una casa para que lahabitaran gratuitamente; pero eso no bastaba, lafamilia tenía que vivir, y vivía a favor de donativos o

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préstamos que les hacían ese señor, su hermano, elcura Rendón -padrino de Boris - y otras gentesbuenas del pueblo.

No obstante, llegó un día en que estos recursostocaron a su fin y entonces fue necesario recurrir auna operación financiera dolorosa.

Ya he dicho que Boris era un niño precioso ymuy simpático: por esta razón todos los amigos dela casa le regalaban, en épocas dadas, juguetes,cortaplumas, instrumentos de carpintería, arte alcual era muy afecto, y objetos varios de plata fina,filigranas y otros dijes de valor. Pues bien, en ese díadoña Visitación, madre de Boris, lo llamó a sucuarto, y pintándole la situación, le pidióconsentimiento para vender los objetos de plata queposeía. Boris lloró mucho, se lamentó, reunió susdijes, se desprendió de ellos muy tiernamente yautorizó la venta, con cuyo precio la familia pudovivir ocho días. Esta fue la primera dádiva deconsideración que hizo en su vida. Después ellas nocuentan, pero sí cuenta la gran cantidad dedesagradecidos que hizo y que continúa haciendo,como es muy natural, pues la cualidad ineludible detodo ser humano, es el desagradecimiento. En otra

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ocasión probaré la razón fundamental de estaconducta.

Don Diego, era oriundo de Inglaterra; su padrefue llamado a la Argentina para fundar lacontabilidad del Banco Oficial, en el cual establecióllevar los libros por partida doble, introduciendoesta reforma en la contabilidad. Don Diego a laedad conveniente, entró en la milicia y sirvió en losejércitos levantados por el partido unitario.

Después de varias batallas en que mostró subravura, se vio obligado a emigrar a Bolivia, adondellevó a su mujer, y no recuerdo si a alguno de sushijos. Llegó a Tupiza, donde se estableció comocomerciante, abrió una tienda que prosperórápidamente y la familia alcanzó una situaciónmodesta, pero eficiente. En esto fue atacado de lafiebre de las minas; liquidó su tienda, adquirió unmineral y se puso a trabajar en él, con cierto éxito alprincipio solamente. Después los rendimientosdisminuyeron y ello continuó así hasta que donDiego emigró de Tupiza, y de ahí en adelante no sesupo más de las minas ni de nada.

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Don Diego era un hombre muy inteligente,instruido, lleno de humor, escritor elegante, na-rrador insuperable; era bondadoso y sumamentesensible; bien constituido, casi atlético y de unafuerza poderosa; lindo hombre, blanco, ojos azules,tiernos y suaves.

En la sien izquierda tenía unas manchas depólvora, resultantes de un fogonazo que recibiera enuna batalla.

Boris, excepto las manchas de pólvora, era unaminiatura de su padre. Una vez dijo: "Conozco queme parezco a mi papá porque cuando me río sientoque se me arrugan los ojos". Don Diego noencontró galante la referencia.

Sus originalidades y sus anécdotas corrían deboca en boca, y se contaba de él, bajo el nombre de"cosas de don Diego", originalidades realmenteextraordinarias.

Ejemplos: cuando estuvo en el ejército organizóen su regimiento una sociedad llamada de "Títeres",de cual él fue el primer maestro o director. Losafiliados debían obedecer a un signo del maestro yejecutar, en cualquier situación en que se hallaran,movimientos ridículos, cual si fueran títeres, a unaseñal de don Diego que consistía en mover la mano

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derecha como si tirara de un cordel. El lectorcalculará los incidentes cómicos y grotescos que seproducían y la serie de arrestos y castigos impuestospor los superiores a los afiliados que parecíanburlarse de ellos. Esta misma asociación establecióBoris en el colegio con idénticos resultadosdesastrosos. Los afiliados, aun cuando estuvieran enpresencia de niñas o señoras, se ponían a hacerlesmorisquetas que eran tomadas como burlassangrientas.

Cierto día iba por la calle con un amigo, delantecaminaba un sacerdote, muy amigo de él también.Don Diego dirigiéndose a su compañero le dijo:

-A que me hago saltar por el padre.-A que no -respondió el otro.E inmediatamente don Diego corrió adelante,

puso las manos en los hombros del sacerdote y losaltó. El padre furioso corrió tras él y don Diego,poniéndose en cuatro pies, lo obligó a saltarle, sopena de dar contra él, y ganó la apuesta.

Una vez, emigrado en La Paz, se alojó encompañía de un señor llamado Madero, en una casaen la cual le dieron a cada uno un cuarto.Comenzaba a tomar el sueño el señor Madero,

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cuando oyó un ruido en su puerta, encendió su vela,y vio a don Diego que entraba con su colchón acuestas y le pidió alojamiento por aquella noche,pues no podía dormir solo. Don Diego tenía miedoa las almas, singular contraste en un hombre quehabía dormido en campos de batalla llenos decadáveres. Se recuerda también los terrores quepasó cuando murió Moroño. Moroño era viejito,chiquito, flacuchín, insignificante; su alma debíaestar en proporción de su cuerpo, y sin embargodon Diego le tenía más miedo que a una legión dedemonios.

Otra aventura: Suipacha, sitio en que tuvo lugarla batalla de su nombre y célebre por esto, era unaaldea no muy distante de Tupiza. Sus camposcircunvecinos producían mucho maíz y don Diegonecesitando alimentar a sus peones, fue a buscarmaíz a Suipacha. Llegó en una noche de luna, queen aquella comarca alumbra poderosamente. Laaldea era tristísima, desolada, parecía inhabitada, ytraía el recuerdo, a quien lo tuviera, de unapoblación árabe en el centro de un desiertomontañoso. Ni una luz se veía en las calles ni en lascasas, cuya sombra aumentaba el melancólicososiego.

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Don Diego fue a alojarse a casa del cura, suamigo, donde le dieron un gran salón por dor-mitorio. El párroco, durante la cena, cometió laimprudencia de contar que en el salón indicadohabía muerto hacía poco su hermana. Don Diego,espantado, demoró lo más posible el momento derecogerse, pero no era posible pasar la noche envela. Por fin se fue a su cuarto y para contar con unrecurso de escape, dejó entreabierta la puerta; laluna invadía la habitación; don Diego, cansado, notardó en conciliar el sueño, pero en cierto momentose recordó sobresaltado. Sentía hacia los pies el pesode un cuerpo que se movía y masticaba, que lo helóde espanto; pero como el objeto aquel no eraagresivo, cobró coraje, sacó una mano con la cual seaventuró a explorar el sitio con grandesprecauciones, tocó unas astas, y al descender lamano, unas barbas. ¡Astas, barbas! se dijo, no puedeser sino el diablo, y sin más ni más se levantó de lacama, salió al patio en camisa dando gritos, mientrasoía el zapateo del diablo que corría tras de él. Lacocinera del cura se asomó a la ventana, y al ver adon Diego en paños menores y corriendo, seguidode un chivato familiar, se explicó el episodio y legritó:

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-¡No se asuste, don Diego, es el chivato!

En otra ocasión, en Salta, un enemigo delgobernador hablaba incendios de éste. Don Diego,al oírle decir que aun cuando había sido su amigoíntimo no volvería a poner los pies en su casa, lerecordó este refrán: "nadie puede decir de esta aguano beberé", y como el opositor insistía, actocontinuo lo levantó en sus brazos, salió de la casa,atravesó la calle, entró a la del gobernador queestaba enfrente, y lo depositó en medio del salón.

Pobre don Diego, murió en Buenos. Aires, aconsecuencia de una infección tomada en losesteros del Paraguay durante la guerra.

Doña Visitación había nacido en Tucumán ypertenecía a una familia distinguida de origenespañol. Había sido muy linda en su juventud y ensu edad madura, y aun en su vejez conservabarasgos de belleza. Educada a la antigua, erasumamente religiosa e inconmovible en susprincipios; en materia de educación, creía en lasventajas de una gran severidad en que toda faltadebía ser castigada con rigor, en que una madretolerante era criminal, y aun cuando quería mucho a

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sus hijos y se sacrificaba por ellos, no les escatimabarigores y castigos. Boris la llamaba, a escondidas, "eltirano".

Toda su vida fue un verdadero martirio, por laescasez de recursos, por las penurias que oca-sionaban las enfermedades de sus hijos, y por milotras causas que es inútil referir.

Era inteligente, amena en su conversación yhasta irónica, pero inaccesible al humor, del cual noentendía una palabra, y desconocía, por tanto, a sumarido, cuyo carácter era esencialmentehumorístico.

Pocas personas saben lo que es humor, y las quelo entienden a medias, lo desdeñan. El humor es,sin embargo, una alta calidad del espíritu. Alguienha dicho: "Es necesario que tras de él haya algo quele dé solidez y brillo; implica un espíritu sano, capaz,penetrado de gravedad. Hay siempre un tinte defilosofía; hay tristeza, profundidad y pasión en losmás grandes humoristas".

Los únicos años de felicidad relativos que tuvo,fueron aquellos que pasó en Salta, después que sushijas se casaron y que sus hijos fueron colocadosmás o menos bien; y esa relativa felicidad de que

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gozaba era debida al pobre Boris, quien desde quepudo ganar algún dinero, le mandaba socorros quese convirtieron al fin en una modesta pensión, a lacual se añadía la del gobierno. Con ello y con losregalos de Boris, la señora lo pasaba bastante bien ysatisfacía sus aficiones religiosas, traspasando a laVirgen cuanto vestido le mandaba Boris, lo cual noimpedía que éste fuera debidamente calumniado enBuenos Aires, donde según pública opinión, era unhecho que su madre se moría de hambre en lasprovincias, mientras él vivía en la abundancia. "¿Sino, por qué no, la trae?", se decían las gentes. ¡Québrutos! Si Boris hubiera llevado su madre a BuenosAires, habría hecho de ella la mujer más infeliz de latierra, provinciana y habituada a vivir a su modo, sertransportada a la capital, en donde todo el mundoencontraría ridículos sus hábitos, sus modos, y hastasus trajes por más de moda que fueran... ¡calcúleselos disgustos que semejante desaprobación públicale traería!

En cambio ella vivía en su casita, cerca de unaiglesia, donde oía todas las misas que le daban lagana, se confesaba dos veces por semana, parapoder reincidir en sus murmuraciones; rezaba a SanVicente y a Santa Bárbara, de quienes era devota,

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ocupaba poco espacio en el mundo y conservóhasta su último momento la completa tranquilidadde alma y de conciencia.

Las hermanas de Boris eran tres: María, Cristinay Vicenta (ya se sabe que doña Visitación era devotade Santa Bárbara y de San Vicente de Paúl, y sépaseque su hijita Vicenta, si se llamaba así, era porquedoña Visitación no se atrevió a llamarla Bárbara,aun a riesgo de provocar varias tempestades).

Las dos mayores eran muy lindas y lo parecíanaún más en Tupiza, donde no abundaban las gentesblancas y de origen exótico. María era de tipofrancés, heredado de su abuela paterna; Cristinaparecía una inglesa nacida en el centro de Londres.

La educación que recibían en Tupiza era buena,pero insuficiente, como se comprenderá.

El cura Rendón, quien tendrá su párrafo aparte,viendo que de la inteligencia de estas jóvenes algopodría sacarse, llevó su generosidad hasta el puntode costearles el viaje a Chuquisaca y su colocaciónen un colegio religioso, durante un año o más.

Doña Visitación consintió en el viaje porrazones que se suponen, a pesar del dolor de laseparación. Cuando volvieron a Tupiza ya sabían las

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pobres chicas todo lo que se enseña en los colegiosde niñas, principalmente labores, y eran eximias enmaterias de rezos; nadie rezaba mejor que ellas.

Su aptitud para el bordado de seda en coloresles proporcionó varios encargos de ropas ricas, queles procuraba alguna ganancia.

Ninguna de ellas era feliz, porque sus pen-samientos y sentimientos salvaban los límites deTupiza.

María era morbosamente impresionable y sufríaverdaderos accidentes cuando su madre, en vez dereconocer el origen de sus padecimientos, lareprendía severamente por tenerlos. Tuvo cuantospretendientes inservibles pasaron por el pueblo,pero se casó en Salta con un señor muy digno deocupar un lugar distinguido en los infiernos; la hizomuy desgraciada, y fue tal vez la causa de su muerte.

María era muy cariñosa con todos sus her-manos, y particularmente con Boris. Este recuerdaaún el llanto desesperado que causó a su hermana laorden terminante del Tirano de cortarle el pelorubio, largo, enrulado, so pretexto de la dificultad depeinarlo.

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-Yo lo peinaré todos los días - decía, y suplicabael retiro de la orden. No obstante, la abundantemasa de cabellos cayó al suelo.

Nunca olvidarán sus hermanitos el gran recursode diversión que ella les proporcionaba. Era granlectora de novelas y tenía una excelente memoria; yen las noches de invierno, frías, cuando los niñosestaban alrededor del brasero, ella les contaba, conuna fidelidad insuperable, la novela que leía. Elconde de Monte Cristo, Los misterios de París,Rob-Roy, El castillo de Woodstock, etc., etc.,dándoles así las primeras nociones de literatura,avivando sus sentimientos y endulzándoles la vida.Sus hermanitos la adoraban.

Cristina era una muchacha alta, rubia, degrandes ojos negros, y facciones correctísimas, muyelegante; más que afecto su persona inspirabaadmiración. Era muy ocurrente e irónica; reservada,parecía que guardaba sus sentimientos como untesoro difícil de alcanzar. Boris recuerda muchos desus dichos y la impresión que revelaban. Muy afectaa los perfumes, amaba sobre todo el olor de la tierrarecién mojada; echaba un jarro de agua a una paredde adobe y al sentir el olor que de ella desprendía,exclamaba: "¡Para qué es la vida!”

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En cierta ocasión paseaba en los alrededores delpueblo con una familia y con un inglés que la queríacon pasión.

Una vaca pasó corriendo junto a ellos, Cristinahuyó del sitio, llena de espanto; el inglés le preguntódespués si había huido de temor, y ella le contestó:

-"¡No, de vergüenza!"... El inglés dijo: ¡Oh! muyperplejo. En otra circunstancia entregándole unareceta a un sirviente, al preguntarle éste si debíallevarla a la botica, repuso:

-No, a la carnicería.Cuando la familia fue a Yaví, hallábase allí

emigrado de Salta un distinguido abogado; lindohombre, elocuente orador, polemista, sumamenteexaltado. La pasión en todo era la regla de sucarácter, se enamoró de Cristina, y Cristina, la altiva,sintiendo el influjo de la figura varonil y de esetemple enérgico, aceptó sus homenajes y se casócon él.

Cristina no fue feliz al lado de un hombre tanviolento, aunque bueno para ella; murió dejandodos hijas que heredaron su belleza y el carácter desu padre, pero invertido, pues eran de una dulzuraencantadora. ¡La fuerza del destino! ¡Quién le había

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de decir al marido de Cristina que en los últimosdías de su vida iba a ser asistido por el niño queapenas conoció! En efecto, cuando estalló la fiebreamarilla en Buenos Aires, allá por el año 18. .., Borisera ya médico y gozaba de muy buena reputación.Fue a ver a su cuñado que contrajo la enfermedad,lo asistió durante dos días; él, a su vez, cayóenfermo gravísimo, y cuando recobró la salud,preguntó por su enfermo y supo que había muerto.

Vicenta. - Todos la llamaban Vicentita. Era unángel, según la idea que tengo de los ángeles,excepto en la belleza física. Pero como los ángelesno tiene cuerpo...

La naturaleza le había dado todas las cualidades,excepto esa; sus hermanos para referirse a ella,decían: "la fea, la fiera" (fiera en el lenguaje usualsignificaba fea). Qué crueldad con una inocentecriatura, modelo de bondad y de admirablessentimientos; sólo la falta de intención de sushermanos podía disculpar esa inconsciente maldad.La pobrecita, cuando así se la denotaba, nada decía,pero sus ojos se llenaban de lágrimas, sentía laherida y se iba a llorar donde nadie la viera. Eradelgada, flacuchina, parecía un niño endeble bajo

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sus pobres vestidos que envolvían en apariencia uncuerpo de mujer. Pero esa frágil estructuraencerraba un alma llena de sutil inteligencia,delicadeza, abnegación y extrahumanas virtudes.

Cuando su mamá para consolarla le ofrecía unvestido nuevo: "Para qué - decía - yo me voy amorir pronto".

Su modo de hablar revelaba su originalidad,usaba las fórmulas de retórica sin saberlo, suinteligencia vivísima saltaba de un hecho concreto auna concepción deducida, sin pasar por lospreliminares, por intuición. Ponía nombres queimplicaban vida a los objetos, por poco que seprestaran a una aproximación a los seres vivientes.Un día dijo a su mamá:

-¿Sabes que voy a casar a Pina con el soldado? -¿Por qué, mi hijita? - Porque es muy perezosa ynecesita tener quien la proteja cuando yo me muera.

Pina era una muñeca de trapo y el soldado unmuñeco de madera vestido con chaqueta azul ypantalón colorado. ¡Pobrecita, siempre pensando enmorirse! Esa obsesión tal vez era la causa de susfrecuentes tristezas y de su indiferencia por todo loque otras criaturas ambicionan.

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No tenía nada que valiera algo. Sus muñecaseran baratas, su costurerito una canastilla ordinaria;nada, nada, excepto un par de aritos de oro, regalode su mamá cuando la niña tenía seis años. Uno deesos aritos está en poder de Boris en calidad dereliquia.

Como era muy servicial, por ayudar a lacocinera en cierta ocasión, cortó una papa (patata)y, al abrirla, vio que había partido un gusano, yespantada por la idea de haber cometido un crimensoltó la papa, diciendo: "Dios mío, Dios mío,perdóname este gusano" y corriendo y llorando fuea contar el suceso a su mamá.

-Bueno, mi hijita, no llores; lo has hecho sinintención y Dios te ha perdonado.

Con esto quedó contenta y salió del cuarto;pero volvió al rato muy preocupada.

-¿Qué tienes? - le preguntó su mamá.-Mamá, no tengo ya ningún pecado y cuando

vaya a confesarme...-¡Oh! falta mucho para eso; pero cuando vayas

le dices al padre...-Sí, ya sé, le digo: “Padre mío, acúsome padre,

que no tengo ningún pecado".Eso es.

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Su memoria era sorprendente, recordaba cuantoleía, recitaba el catecismo de principio a fintextualmente, y lo analizaba con aquella lógicaimplacable de los niños. Un día dijo a doñaVisitación:

-Mamá, yo no voy a ir al cielo ni voy a ver aDios.

-¿Por qué, mi hijita?-Por lo de las bienaventuranzas.-¿Qué dicen las bienaventuranzas?-Dicen: bienaventurados los pobres de espíritu

porque de ellos es el reino de los cielos;bienaventurados los limpios del corazón porqueellos verán a Dios, ¡y nada de las mujeres!

-Lo mismo es, hija.-También, mamá, ya ves, todos los ángeles y

serafines del cielo son puros hombres.Doña Visitación, puesta al pie del muro, no

supo qué contestar a esto, pues no se atrevió ainsinuar que había también ángelas y serafinas en elcielo.

Estas observaciones en boca de una niña, no seexplican, pero el lector debe estar seguro de laestricta verdad de cuanto refiero.

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Los asuntos religiosos le ocupaban mucho, y suspreguntas sobre ellos ponían a prueba la erudiciónde doña Visitación. He aquí una de ellas paraconcluir con el tema:

-Mamá, ¿la Divina Providencia es hermana deDios?

-No, mi hijita.-¿La mujer, entonces?-No hija; la Divina Providencia es la bondad de

Dios para dar a todos lo que necesitan.-Ah ...Andando los tiempos llegó un día en que la niña

se sintió cansada, decaída y afiebrada; hacia la tardeanduvo acostándose a ratos desde temprano,almorzó sin gana y se metió en su camita sin comer.Al día siguiente se levantó bien, según dijo, peropasadas las horas de la mañana, comenzó elmalestar y la fiebre; echó sangre por la nariz, tuvoescalofríos y fue a la cama cuando el sol estaba aúnsobre el horizonte. Esa noche durmió recordándosea cada instante y soñando disparates. Cuando fue lahora de levantarse se sintió fatigada y pidió que ladejaran dormir.

Pasó mal la noche, delirando a ratos; a lamañana se repitió la hemorragia y la enfermita

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apenas podía moverse; en el vientre hinchado porgases y en el pecho, aparecieron unas manchas rojas(petequias). Se mandó llamar al médico, quiendespués de un largo examen diagnosticó fiebretifoidea. Ordenó se trasladara a la niña a otra casa,para evitar el contagio a sus hermanos.

Una amiga de doña Visitación ofreció su casa,por la ventaja de estar vecina, y Vicentita, ya muygrave, fue instalada en un salón frío, bien ventiladoy con buena luz.

La orden de separación se cumplió, menos en loreferente a Boris, quien declaró que si no le dejabanasistir a su hermanita se arrojaría a la Poza Verde. Yasí fue que apenas se movía de su lado durante eldía. Y mientras la dulce criatura tramitaba losúltimos restos de su vida, él pasaba su tiempo encontemplarla, besarla y acariciarla, y cuando elladormitaba, él sin poderlo remediar se distraíaexaminando los detalles de la pieza; las rinconerasde sus ángulos llenas de santos y vírgenes, su techode vigas y listones de color oscuro, sus sillasordinarias y escasas en fila contra los murosblanqueados con cal, su faja de florecillas rojas yazules a lo largo de las paredes y sobre la altura delrespaldo de las sillas, la gran ventana y, por una

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imagen de yeso con cara indiferente, sin expresión,apática y fea, colocada cerca de la cama de laenfermita, y que a Boris le pareció de mal agüero.

La cabeza de Vicentita era un volcán, a pesar dehabérsele cortado el cabello. Su frente quemaba.Boris, en su instinto médico, propuso que se lepusiera barro frío en la cabeza; eso le quitaría máscalor que las compresas de agua helada, pensaba.Pero su receta no fue aceptada.

Las horas pasaban sin marcar el menor alivio.Solo una vez la enfermita, haciendo un esfuerzo pormostrarse animada, pidió sus muñecas; les hizocariños, acostó a Pina a su lado; más luego, fatigada,no se ocupó ni aun de ella y cerró los ojos. Boris sepuso a llorar y empapando su pañuelo en agua fría,humedeció los labios secos y ardientes de suhermana, para poder besarlos sin lastimarla.

Todo iba de mal en peor. Vicentita deliraba. Derepente, saliendo de un sopor se incorporaba ygritaba:

-Lleven esos animales, que me dan miedo.-Pero no hay aquí animales, mi hijita -le decía su

mamá.-Sí -replicaba-; ratones, sapos, arañas, gusanos,

yo los veo.

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Y rendida por el esfuerzo ejecutado, caía sobresu almohada.

Veinte horas después perdió el conocimiento ya la tarde, hora del crepúsculo, su respiraciónanhelosa volvióse difícil en extremo, estertorosa; eraun ronquido continuo ...

-¿Por qué hace así? -preguntó Boris a su madre.-Porque está muy dormida - respondió ésta, y

añadió después de una pausa-: mejor es nodespertarla; vete a casa y mañana vienes temprano...

-Bueno, mamá.Boris no durmió esa noche; se levantó tempra-

no y fue a montar su guardia. Al entrar en elaposento vio en él caras extrañas; algo nuevo habíaocurrido. Sin averiguarlo, apurado por ver a suhermanita, se acercó a ella y antes de enterarse de suestado le dio un beso en la frente; mas no bien suslabios la tocaron, se alzó bruscamente, miró unmomento el rostro de la niña, echó atrás la cabeza, ycayó pesadamente a los pies de la cama...

Muchos días después de la catástrofe, cuandodisminuyó su pena, sus remordimientos conti-nuaron haciéndolo sufrir.

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-¿Por qué no le he dado todos mis juguetes? -sepreguntaba a sí mismo - ¿Por qué no le daba lamitad de mi pan y la fruta que a mí me regalaban?¿Por qué la mortifiqué alguna vez? ¿Porque no laacariciaba y la consolaba, ni le mostraba el cariñoque le tenía, sin saberlo yo mismo?

Lo que más le angustiaba era la imposibilidad dehacerle saber a su hermanita estos profundospesares y arrepentimientos.

-No me oye, no me oirá nunca - decía niconocerá jamás mi espantosa amargura. ¡Todo seacabó para siempre!

La verdad es que Boris, desde la muerte deVicentita, cambió en mucha parte la índole de susconceptos; su fe religiosa desapareció y con ella suaplicación a los sucesos de la vida.

Dios, si existía, era un ser mal intencionado ycruel; la Divina Providencia, una vieja brujaperversa, y el Angel de la Guarda, un tonto inútil.

Estas ideas atenuadas y reducidas a términosracionales, subsisten en Boris; sus opiniones seamoldan a una ironía festiva que no hiere, con lacual oculta o disfraza sus sentimientosingénitamente bondadosos.

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No tiene ninguna de las ideas llamadas abso-lutas, ni cree en la estabilidad de las virtudeshumanas.

Los hermanos se llamaban Tomás, Gregorio,Patricio y Alberto.

Tomás, como todos los miembros de su familia,tenía instintos médicos, y aunque colocado comodependiente en una casa de comercio, estudiaba, encuanto libro le caía a la mano, cosas de medicina,principalmente de farmacia, de la cual se sirvió paraestablecer una especie de botica, con gran beneficiodel público y suyo.

Se casó a su tiempo, formó una familia, comocualquier hijo de vecino, en la cual ningún acon-tecimiento extraordinario sucedió jamás, a no ser, lamuerte de su jefe, ocurrido en la hora que marcó eldestino..

Gregorio era muy inteligente, pero algo ex-travagante e inclinado a abusar de su fuerza. Borisrecuerda que lo despojó de una frazada una nochede mucho frío, en virtud de este aforismo que élllamaba lema chileno: "Por la razón o la fuerza".Fue a vivir un tiempo con su padrino, cuya casa erade altos y naturalmente con balcones a la calle. La

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única ocupación y diversión del ahijado era pararsede cabeza en una perilla de la baranda, lo que sacabade quicio a su padrino y a la digna consorte de éste.

No puedo dejar de mano esta casa sin estimaruna de sus cualidades.

Ya he dicho que Boris marcaba cada situaciónde su vida con alguna sonata, aire conocido oarmonía, por tanto debo decir que persiste en suoído el arrullo melancólico y suave de dos palomitassilvestres que cuidaba el matrimonio sin hijos que lahabitaba.

Boris no recuerda ninguna otra peculiaridad deGregorio ni su vida, a no ser que se casó en Salta;tuvo una regular familia de varones y mujeres, yvivió, no sé cómo, hasta que Boris, ministro deInstrucción Pública, le dió un puesto en ellaboratorio de química de esa ciudad, donde, aconsecuencia de la explosión de una ampolla quecontenía ácidos, se quemó la cara y recibió gravedaño en los ojos.

Al morirse, años más tarde, Boris naturalmentetuvo que asignar una pensión, que aún continúa, a lafamilia, olvidando el asunto de la frazada.

Patricio era erudito, principalmente en historia,haragán, perezoso; habíase inventado una

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enfermedad del corazón para pasarlo bien ydisculpar su ociosidad; era pintor decorador ypaisajista de afición, y pintaba árboles que parecíananimales y animales que parecían árboles. Tenía unaspecto doctoral. En Salta fue profesor de unInstituto del cual salió a consecuencia de su terribleenfermedad del corazón. Se fue a Catamarca. Allí secasó, se metió en política, llegó a ser elegidodiputado por aquella provincia, pero el Congresorechazó su diploma, por no sé qué causa. Boris lohizo empleado de correos primero, despuésadministrador en un pueblito, situación que dejópor su consuetudinaria y admirable desidia.Naturalmente, ahora vive con una pensión de Borisy su enfermedad sigue.

Alfredo era inteligentísimo, lleno de aptitudespara aprovechar, ninguna de ellas, al menos concierta persistencia.

Fue militar, estuvo en la guerra del Paraguay,donde hizo buena figura. Era burlón y tenaz en susbromas, lo cual le procuró serios disgustos.

Éste no tuvo pensión pero dejó, al morir, unhijo que la tiene.

¡Boris es el hombre de las pensiones!