Yebenes Zenia - Breve Introduccion Al Pensamiento de Derrida (1)

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BREVE INTRODUCCIÓN L PENS MIENTO

E DERRID

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BREVE INTRODUCCIÓN

L

PENS MIENID

DE D ERRID

Zenia Yébenes

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Casa brfta l C l l \ í l I

UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA

Rector general

José Le

ma Labadie

Secretario gen eral

Luis Javier

Melgoza

Valdivia

oordin

ador

general de Difusión

Daniel Toledo Beltrán

Director

de

Publicaciones

y Prom

oción Editorial

Álvaro Ruiz

Abreu

Subdirector

de

Publicaciones y Promoción Editorial

Rafael Vargas Escalante

oordinadora de 11 colección

Graciela Lechug a Solís

Diseiio de

portada y

co

lección

Mónica Zacarías Najjar

Primera

e

di

ción :

2008

D.R.

Universidad Autónoma

Metropolit

ana

Pro .

Canal

de Mira montes

nú m

.

3855 2°

piso, Ex-Hacienda

San

Juan

de

Dio

s,

Tlalpan

,

14387

1

México,

D.F.

Se

prohíb

e la reproducción total o parcial de

es

ta obra

incluido

el d iseño tipográfico

y

de

portad

a- ,

sea

cual

fuese el medio, electr

ón

ico o mecánico,

sin el conse

ntimiento por

escrito

del

autor.

ISBN

de la obra:

978-970-31-0692-9

rsn de la colección:

978-970-31-0461-1

Impre

so

en México / Printed

in

Mex

ico

Para mi hermano Yebe

; ·'.

. ·

 

·

·

;. .:

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lNTRODUCCIÓ

La

descon stru cc ión, si es que exis te tal

cosa, debería abrir puertas:

[ ...]

es es

tr tégic me

nt

e neces rio vol

v r

l

biblioteca y leer

de

una forma distinta.

J Q U l

DERHID

Record

emos

el

Robison Crusoe de Daniel

Defoe, tal

vez

uno de los

últimos

mitos de Occiden te. En Defoe, Ro

binson

se

conviert

e

en

el amo al

imponer una razón

clasificadora y técnica al

desorden

de la isla. Acomoda

los objetos y cultiva los e

lemento

s. Su actividad, que

tiene acentos cartesianos, asimila la

alteridad

salvaje en

product

os fabricados

segú

n

un

método

y

de

acuerdo

con

una

s reglas. También hace

del productor

el sujeto

de la historia: "mi trabajo, mi aplicación,

mi ind

us

tri

-' Esta colonización vo

luntari

s

ta

y

moralizante se

quebranta, sin embargo, súb

ita,

pero temporalmente,

por la serie de miedos, pesadillas, violencias agresi

vas o movilizaciones defensivas

que entra

n

en

la no

ve

la

con

el

descubrimiento del

vestigio

human

o, de

u

pie desnudo perfectamente impreso en l arena .

2

Ante

la

huella apar

ec

id

a en la

playa

, Robinson

Crusoe

anhela cerrar

el paréntesis de

sinraz

ón y conv

er

tir en

esclavo  al forastero sa

lvado

de la muerte: éste se lla

ma rá Viernes, su Viernes . Como Robinson Crusoe,

1

Dan

iel

Dcfo

c,

Vie et a

ve

ntures de Robi11so   Cru

soé París:

Gallimard

, 1989,

p

69.

Para

es

te t

ratamiento

de la

novela de

Defoe, c

fr.

Michel de

Cert

e

au

,

Hislo-

  9

ria

P

sico

a

 

lisis,

México:

Un

iversidad

Iberoam

ericana, 2003, p. 120.

2

bid. p. 121.

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Jacques Derrida permanece en la orilla, en el límite

del

imperio

insular creado por la actividad metódica.

A diferencia

de

Robinson Crusoe, Derrida, no obstan

te, se niega a asignar

un

lugar a la huella. La hu ella no

remite ya a

una

pisada originaria, a una presencia

fá-

cilmente asignable, sino

que

todo

es huella

de

huella,

sin

origen primero. Buscamos a un desaparecido que a

su vez busca a un desapa recido. Sólo la

tachadur

a del

origen en la noción de

huella

permitiría

pensar en

una

lógica excursiva, diferente

de

la lógica de la identidad.

Ya

veremos cómo y por qué. Baste señalar por el mo

mento do

s cosas. La

primera

es que, entrevistado hace

muchos años acerca de la constante acusación que se le

hacía a l deconstrucción

de

constituirse en meros jue

gos de palabras , Derrida señaló que se trataba más de

fuegos que

de

juegos

de

palabras: ese fuego,

que

consume hasta

las cenizas las

rémoras del pensar

occi

dental, es también el fuego que

nos

abrasa en el amor

por otro: nos abrasa

porque nos

consu

me

en

nuestra

individualidad, para dar

acogida a otro .º La

segunda

es

que

esta obsesión por el otro en tanto

que

otro -es

decir,

no asimilado ni

colonizado por la lógica

de lo

mismo-

se revela en

un

ejercicio filosófico que da lugar

a una escritura

que

resulta ex

trañ

a

para

la

academia

filosófica, pues atraviesa los terrenos de la arquitectu

ra, de la poesía,

del

arte, cuestionando los límites

que

dividen los géneros  . En este sentido, es una obra de

umbrales, de

tr

ansiciones,

más que

de zonas delimita-

3

Mónica Crag nolini, Un mundo de fantasmas

y

huellas sin

origen ,

publi

cado en La Nación Buenos Aires, 17 de octubre de 2004

das: su escritura se halla siempre en el límite

mismo del

di

sc

urso

filosófico.

Si como

ha

señalado Richard Rorty,

Derrida

no está

interesado en el

esplendor

de lo simple sino más bien

en las incertidumbres de lo complicado , hay que se

ñalar que una

exposición sistemática y

pormenoriza

da del

pensamiento

de Jacques Derrida es una tarea

abocada,

desde

el principio, al fracaso. Derrida es

un

lector incansable

de

la tradición,

una

dedicación

que se

le pide, a su vez, a

su

lector. Y es que,

para

él, estamos

más

comprometidos

con supuestos

históricos

de

lo

que

creemos. La lectura fina e infatigable

de

Derrida - suco

nocimiento

hondo de

la

tradición-

no es,

no

obstante,

la única razón de la dificultad que presenta cualquier

intento por

reducir

su pensamiento a una exposición

sistemática y conceptual. La

cuestión

es que,

como

veremos, si se quiere permanecer fiel a las expectati

vas del pensamiento derridiano es

imposible de todo

punto

tratar éste

como una

estructura

cerrada en

la

que

cabe encontrar, al final del recorrido, la

propuesta

de

unas

conclusiones definitivas. Lejos pues de intentar sa

car conclusiones que clausuren el pensamiento derridiano

como una totalidad acabada, estas páginas

pretend

en

desplegar

posibilidades de l

ectura que

el

propio

que

hacer deconstructivo deja abiertas para la teoría y para

la práctica. La obra

de Derrida que impone

su pro

sa

decidida, su pensamiento inquieto, su multiplicidad de

intereses y su

intención

esquiva,

deberá

ser, a su

vez

• Citado en Elfriede Jelinek, La

palabra

disfrazada de

carn

e México:

Gato

ne

gro, 2007, p. 9

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a

su

tiempo deconstruida. Y es

que

la herencia

de

un

pensamiento

-como

quiso enseñarnos él mismo al-

guna vez- no

es algo que se reciba pasivamente

que

nos limitemos a repetir como

un

pobre remedo carente

de

alma sino

una

afirmación activa selectiva que los

herederos

con cierta fidelidad infiel

habrán de retomar

reafirmar.

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I

LA

HUELLA DE }ACQUES DE E L-BlAR

Pide usted cosas imposibles. No es

ust

ed del

cnsli/lo,

110 es

usted de la a/den,

no

es usted

nndn

. Aunqu

e

p

or

desgracia sí es usted

algo:

extraño

,

alguien

que

sobra

y

está

sie

mpre ahí

1110 es ta11do Alguim por wyn

causa siempre hay líos cuyas

iut io s

se

descono

cen.

FR

ANZ K MKA

1 L y

que advertir que

el hilo

conductor más

explícito

·¡,.¡recorrido intelectual de Jacques Derrida se inscribe

··11

sus

textos

con

el filtro

mismo

de la autobiografía.

· 1

:s

verdad -señalará- que

al repetirme, al

desplazar-

111t .-porque lo

que

me interesa es el desplazamiento en la

re

 

·/ i

ció

n no he dejado de acercarme a una escritura de

l.1 que con frecuencia se dice que es cada vez más au-

 

nhiográfica , y añadirá: estoy convencido de que, en

·rto modo, todo texto es autobiográfico PA 13-14).

jacques Derrida nació

en

El-Biar, Argelia,

en

1930,

· ·11 el

seno

de

una

familia judía sefardí

de

clase media.

1 '11ando ingresó al Liceo de Ben Akhoun

en

1951 fue

- pulsado

el primer

día

de clases por una norma

que

· 1·L

erminaba

que el nú mero de

alumnos

judíos

no po-

' l11exceder 7%

del

alunmado. Filósofo

judío

de

origen

q i n o y

nacionalidad

francesa - ilósofo ju ío franco

111 1

grebí le

gustaba

llamarse a

mismo- toda

su

obra

15

:.1¡xme una constante referencia a lo otro y los otros :

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es una obra contaminada de otredad, una

obra

que

no se

inmuniza

ni

preserva

frente al otro sino que, más

bien,

preserva

la

otredad

del otro. El

mismo

Derrida,

si lo

pensamos

bien, es

siempre un

otro: su condición

judía

lo

ha signado

con

una

marca de pertenencia -a

una comunidad- pero también

con

un

estigma

de

ex

clusión, con

una

historia de destierro, exilio y rechazo.

En

una ponencia

presentada

en el

Coloquio

de

Intelectua-

les

Judíos

de

Lengua rancesa

celebrado en París, en di

ciembre

de

1998,

comentó cómo siendo niño en

Argelia

vivió la contradicción de enfrentar por un lado a los

antisemitas y por el otro el encierro

del comunitarismo

judío

exclusivista, de lo

que

concluía que:

Creyendo

empezar a

comprender

lo

que

podía

querer

decir «jun

tos», el niño del

que hablo

tuvo

que romper

entonces,

de

forma tanto

irreflexiva como reflexiva, por los dos lados,

con

esos

dos modos de

pertenenc ia exclusivos, y

en

con

secuencia excluyentes".

 

Y posteriormente añadirá:

En

cierto

modo yo no quería pertenecer

a

la comunidad judía

[ ..

],no

soportaba el encierro dentro de

esa comunidad

[ ..

].

Por

otro

lado me

convertí en alguien

extremadamente

vulne

rable ante

cualquier manifestación antisemita

o racista, muy

sensible a las

injurias

que brotaban a cada

paso, sobre

todo

de parte de

los niños. Esa violencia

me

marcó

para

siempre

[ .. ].En cuanto veo que se constituye una

pertenencia

un

poco

demasiado natural,

protectora

y fusiona ,

desaparezco

[ ..

].

J a ~ ~ u e ~ ~ ~ ; r r i d a

Confesar- lo imposible. «Retornos» Arrepentimiento

y

Reconc1hac1on en

Alberto

Sucasas (ed.), La ilosofía después

del

Holocausto, Bar

celona:

Riopiedras,

2002 p. 177.

Se

trata de una

secuela

de esa época que

es

propiamente mía,

pero

que podría

justificar

hoy

en

día

una ética

más

general

PA

18-19).

En

su autobiografía,

Circonfesión, Derrida aludirá

a

esta

cuestión

desde su propia

marca, la circunsición, y con

siderará que no

se puede escribir o

que no

se puede

hacer filosofía sin tener en

cuenta

la confesión. Esto es,

la propia

corporalidad

y las marcas y las inscripciones

(de pertenencia, de rechazo) que esa corporalidad lleva

consigo CIR 63-68).

Hace mucho -reconocerá posteriormente- que

el enigma de

la circuncisión, por decirlo así, me

atormenta, como

un

acon

tecimiento inicial que

marca la

entrada

en una

comunidad,

que

marca

la alianza, el

nombre

recibido,

la

pertenencia.

Pero

también como

un suceso que la memoria no puede guardar

de

forma

convencional,

un

suceso real, fantasmagórico, recons

truido NESA

73-74).

Su primera juventud transcurrió

participando

en nu

merosas competencias y soñando con hacerse fubolis

ta profesional.

En

esa época, no obstante, descubrió y

leyó a filósofos y escritores

como

Jean-Jacques Rous

seau, Friedrich

Nietzsche,

André Gide

y Albert

Camus,

y

anheló entonces ser

escritor.

Para ganarse

la

vida,

tenía la intención de convertirse en profesor

de

letras

-la profesión más compatible con la libertad de oficio

del escritor que

soñaba

ser- pero cuando se

enteró

de

que al no haber_estudiado griego en el Liceo no podría

17

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: i

;

presentarse a ningún concurso

de

oposición pa r; pro

fesor

de

letras, decidió convertirse en profesor de filo-

sofía. El

modelo de

filósofo de la época,

no debemos

olvidarlo,

era Jean-Paul

Sartre,

quien

hacía,

<

la vez,

filosofía y literatura. Tras una

etapa

difícil

entre

los

años

1950

y

1951

en que su salud

fue frágil,

padeció de

insomnio

y

sufrió un

colapso nervioso,

Derrida

ingresó

en la Escuela

Normal Superior de

París

en 1952, don

de descubrió

a

Kierkegaard y

a

Martín

Heidegger. El

primer

día

de clases se hizo

amigo

de Louis Althusser,

un afecto

que perseverará,

incólume, a pesar de las vi-

cisitudes y las diferencias. Entre 1953y1954 escribió su

tesis sobre Edmund Husserl,

hizo

amistad

con

Michel

Foucault y asistió a

sus

cursos.

Tras finalizar

sus

estudios

obtuvo una

beca

de

la Uni-

versidad

de Harvard, en

Cambridge, y comenzó la in-

troducción y la traducción de

l origen

de

la geometría

de

Husserl.

Derrida

eligió

traducir

precisamente ese texto

porque Husserl tropezaba =como veremos

posterior-

mente- con

el

problema

de

la escritura

en

la constitución

de objetos

tan

ideale s como los objetos matemáticos.

Más

tarde Derrida admitirá que

esa fascinación

por

la escri-

tura,

por

la inscripción,

tuvo

su

raíz

en

su

transacción

entre el escribir literatura y el pensar filosóficamente lo

que

eran la literatura y la escritura literaria, y el hacer las

dos

cosas a la vez. Sus primeros ensayos sobre Husserl,

que

se

orientaban

hacia las cuestiones de la objetividad

científica y

matemática, trataban

de

dilucidar

una ob-

servación breve

y elíptica

que

éste

hacía

en

l

origen

de

la geometría donde

señalaba

que

sólo la

escritura

podía

darles

a esos objetos ideales

su

idealidad

final

y les

permitía,

así,

entrar

en la historia. Las preguntas

de Derrida

eran entonces:

¿qué es

la escritura?,

¿qué es

una inscripción? ¿A

partir de qué momento

y en

qué

condiciones

podemos

decir

que una

inscripción se tor-

na

literaria?

En

esa

etapa

leyó

cuidadosamente

a

James

Joyce y

en 1957 se

casó

con Marguerite

Aucouturier,

una psicoanalista

tendrían

dos hijos: Pierre,

nacido

en

1963, y Jean, en 1967 .

Meses

después

volvió a Argelia,

pero

en

calidad

de

recluta para cumplir su servicio militar. Solicitó ser

destinado

como

maestro en una escuela para hijos de

soldados en

Koléa, cerca

de

Argel.

Durante más de dos

años

fue

soldado, sin usar

el

uniforme

militar,

enseñan

do

francés

e

inglés a jóven es argelinos o franceses.

En

la colonia se

encontró

a menudo

con el

sociólogo Pierre

Bourdieu, con quien compartía un interés

político co-

mún.

Severo crítico

de

la política de Francia

en

Argelia,

Derrida

creyó

que

se llegaría a una

forma

de indepen

dencia que

permitiría

la convivencia entre franceses y

argelinos:

Soy un judío

de

Argelia -explicará

en otra ocasión-,

un

judío,

si

quiere, desjudaizado [ ..

].Toda

mi historia pasa por

ese

pe

riodo:

alguien que

ha

nacido

en

Argelia,

que vive

en

Francia

desde

hace

algunos años, que sólo tiene una lengua,

el

fran-

cés, pero que no se siente completamente en su elemento en

Francia. Esto es probablemente lo

que

explica

mis reservas

frente a

la

cultura francesa, a la que pertenezco.

Porque

no

tengo otra. Es

pues una

vinculación, una dependencia muy

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 1

1

grande, casi neurótica, con la cultura y

a

lengua francesas y,

al mismo tiempo, dentro

de

esa dependencia, una especie de

malestar,

de

no pertenencia. Tengo, si lo prefiere, raíces fuera

de

la tierra, aunque, sin embargo, son raíces. Ésa es

mi

relación

con Argelia y mi

di

á

lo

go con los árabes

que

, para mí, y a pe

sar de mi

ignorancia

de

su le

ngua

,

son

algo

mu

y

importante

NESA 47-48).

En 1964 obtuvo el

pr

e

mio

Jean-Cavanilles

de

episte

mología

por su traducción

de

El

origen de la geometría

de

Edmund Hu

sserl. En 1965, junto a Louis Althusser,

obtuvo el cargo de director

de

estudios

de

la Escuela

Normal Superior,

en

el departamento

de

Filosofía. Su

participación

en un

Coloquio

en

Baltimore,

en

la Uni

versidad

John

Hopkins, señaló el

comienzo de

sus fre

cuentes viajes a Estados

Unidos,

donde su pensamien

to influyó notablemente. En 1967 se publicaron sus tres

primeros

libros: e la grama tología

-el

más orgánico de

los tres, donde analiza la filosofía del lenguaje de Lévi

Strauss y

Rouss

eau-; La escritura la

diferencia

-una co

lección

de

brillantes ensayos

en

los

que

desarrolla

una

nueva concepción de la escritura-, y La voz el fe

nó-

meno

-un estudio sobre el signo

en Edmund

Hu

sse

rl-.

En

estas tres obras se as

ienta

la futura

andadura

de la

deconstrucción

Con la deconstrucción -que no es

un

método sino,

como

veremos más adelante, una estrategia sin finali

dad

 -, Derrida

se

e

nfrentaba

a la

historia

del

pensar

oc

cidental

en

una actitud de

solicitación

en su

sentido

etimológico de

hacer

temblar (ED 13). Se

trataba

de

habitar las estructuras de la metafísica para mostrar sus

fisuras y para estremecer ese edificio bien construido.

La fuerte oposición binaria

de

los conceptos del filoso

far occidental

-esta

forma de pensar que heredamos

de

Platón,

que

nos hace dis

tinguir entre

el ámbito de lo

real frente a lo

engañoso-

es

un

edificio

arduament

e

edificado que aparenta solidez a partir de las oposicio

nes que lo constituyen. La deconstrucción apostaba,

en

lugar

de

a

las rápidas huidas de

la metafísica como

forma

del

pensar

occidental,

por una

permanencia

en

ella, en un trabajo incesante de reconocimiento de sus

fisuras . Armado de su protocolo de lectura, J acques

Derrida

se

enfrentaba a los textos

de

los grandes de la

filosofía, y mostraba de qué manera los seguros con

ceptos del binarismo occidental estaban habitados

por

grietas

que

permitían,

al

desmontarlos,

hacer visibles

las

fuerzas

que los constituían. Su acercamiento,

por

me

ncionar

a algunos, a Heg el en

Glas

(1974), al mismo

Ni

etzsche

en Espolones

(1978), o a Kant en

La verdad en

la pintura

(1978), muestra bien

esta

esh·ategia.

En

es te

se

ntido

la deconstrucción -ya lo

veremos después- no

es n una crítica ni

un

método ni un proyecto.

Así, si

por

ejemplo el análisis busca elementos sim-

ples e indivisos

que

puedan ser t ratados como origina-

rios y explicativos, en sus operaciones con la metafísica

occidental, la deconstrucción resis te este movimiento

hacia orígenes o elementos simples. Si la crítica,

en

cambio, implica

una

posición externa a su objeto, la de

construcción insiste en el movimiento a través

de lo

s

opuestos metafísicos y

entre

ellos,Si el método, a

su

vez, 1

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i :

1

1 1¡

opera entresacando ciertos términos de

un

discurso y

empleándolos para nombrar algo técnico o procesual,

la deconstrucción rechaza

cualquier apropiación

o do

mesticación por parte de las instituciones académicas.

Y si por

proyecto

entendemos un resultado pretendido

con anterioridad

,

una meta que predeterminaría

los

movimientos y los gobernaría

fundacionalmente

, ha

bría que concluir que la deconstrucción

tampoco

es

un

proyecto, que ésta sólo abre

caminos

pero sin saber del

todo hacia dónde conducen.

En 1968 Jacques

Derrida

participó en las manifes

taciones estudiantiles de mayo y organizó la primera

asamblea general en la Escuela Normal

Superior

de

la calle Ulm. A partir de ese mismo

año

colaboró ha

bitualmente con Maurice Blanchot y se asoció progre

sivamente

conJean-Luc

Nancy,

Philippe

Lacoue-Labar

the y Sarah Kofman. A estas amistades se unía la que

mantenía

con

los

miembros

de la revista vanguardista

Tel

Quel;

una amistad que, no obstante, se rompió cuan

do

Derrida no pudo suscribir n el dogmatismo marxis

ta del grupo ni

su

postura maoísta. Pese a

todas estas

vicisitudes, sus inquietudes políticas lo llevaron a fun

dar en 1981, junto con Jean-Pierre Vemant y otros ami

gos, la asociación Jean

Hus de

ayuda a los intelec

tuales

checos y disidentes, de la cual fungía como vicepresi

dente.

Arrestado

al final de un

seminario

clandestino

en Praga, sólo el

apoyo

de intelectuales como

Foucault

y

la

intervención decisiva de Miterrand

permitieron

su

retorno a Francia. Y

es que para

Derrida

hay un

aspecto

crucial de la deconstrucción

que

a menudo

se

pasa

por

alto. Si la escritura es texto general

que

carece

de

fron

teras y como tal, designa toda tma época o cultura, en

tonces

la deconstrucción en tanto operación textual no sólo

se ejerce en el ámbito filosófico-teórico sino que es también,

y

fundamentalmente, producción político-práctica del tex to en

general:

Las interpretaciones

no serán

lecturas

herme

néuticas o exegéticas, sino intervenciones pe1formativas

en

la

re-escritura política del texto de su destinación

O

101-102) .

En 1972 los ejercicios deco

nstructivos

de Jacques

D

errida aparecieron recogidos en

tres

nuevos

volúme

nes de ensayos:

a diseminación, Márgenes de lafilosoffa,

y

Posiciones (un volumen que

contiene coloquios, en

trevistas

desde

1967 hasta 1972 y

que

es especialmen

te

claro).

Hay que

señalar

que

los escritos

de Derrida

quieren ser algo radicalmente distinto

y

alternativo

a

las tesis doctorales y los ensayos científico-académi

cos . La

academia

se inserta

en

ese sistema que es pre

cisamente el blanco

de

la deconstrucción

derridiana

:

Un

trabajo

de

este tipo que es aquel

en

el

que

estoy

más comprometido

-scfialará él

mismo-

está calcula

do

lo

más posible

parn escapar a la consciencia cursi

va

y discursiva del lector

plasmado por

la escuela

(POS 172). No es extraño entonces que las puertas de

la

universidad

francesa se le cerraran. En 1974 había

participado en la creación del

GREPH

(Groupe de Re

cherche sur l E nseigment Philosophíque), que

desafiaba

las prácticas tradicionales de la filosofía francesa y

se

oponía

a los

planes

del gobierno

de

expulsar a la filo

sofía

de

la enseñanza. El GREPH

buscaba mantener

y

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 ;

1

1

transformar

la

filosofía en

una instancia

crítica in

sustituible.

En 1980 se le pidió defender una tesis para tener

acceso a

un

puesto de profesor en el que

sucedería

a

Paul

Ricoeur. Ese puesto fue in

mediatamente suprimi-

do

por

el Ministro y

cuando

otro se creó

para reem

plazarlo, los colegas

de

la

universidad que

lo

habían

llamado

pa ra

postularlo votaron

contra su

candidatura

junto con los representantes de la instancia nacional. Y

es que de acuerdo con la lógica de la d econstrucción,

escribirá

Derrida

,

Se ataca no só lo a la edificación interna, a la vez semántica

y

formal

de

los filosofemas, sino a lo

que equivocadamente se

le

asignaría

como

su

emplazamien

to externo,

sus

condiciones de

ejercicio extrínsecas: las formas históricas de

su

pedagogía, las

estructuras sociales, económicas o políticas de esta institución

pedagógica. Porque afecta a es tructuras sólidas, a

in

stitucio

nes materiales

y

no sólo a discursos o representaciones signi

ficantes, la deconstrucción se distingue siempre de un análisis

o de una crítica. Y

para

ser pertinente trabaja, de l

modo

más

estrictam

ente pos

ible, en ese

lu

gar

en

que la disposición lla

mada

interna

de lo filosófico

se

articula

de

forma necesaria

(interna y ext

erna

) con las condiciones y las formas institu

cionales

de

la enseñanza.

Hasta

el

punto

en que el concepto

mismo

de institución quedaría

sometido

al

mismo

tratamiento

decons

tru

cti

vo LVE

23-24).

En

1982,

Derrida

dictó

cur

sos en

Corn

ell

(donde fu

e

nombrado professor at large  y se encargó de coordinar,

junto con F. Chátelet, J P. Faye y D. Lecour, los prepa-

rativos para

fundar

el College International

de

Philo

so

phie

,

del que

sería mie

mbro fundador

y co-director

hasta 1985. Se trataba

de implantar un nuevo tipo

d e

institució n filosófica

qu

e transformara las estructuras

básicas del

modelo univ

ersitario

univ

ersal y

que

diera

entrada a to

do

género de investigaciones teóricas y de

actividades prácticas

no

siempre legitimadas por otras

instituciones. Estudios interdisciplinarios, investigación

sin metas ni proyectos preestablecidos, interacción crea

dora con artistas, arquitectos o músico

s;

Derrida insistía

en

que

no se hiciese sólo filosofía, sino también activi

dades que resistiesen y que provocasen a la filosofía a

hacer nuevas jugada

s

a abrirse hacia un nuevo espa

cio en

que

no se reconociese a sí misma.

En

ese

año de

1982

part

icipó

en

la película

de

Ken Me Mullen,

Ghost

Dance No

sería su último e

ncuentro

con las cámaras.

En

1987 actuaría

en

la obra del artista del video

Gary

Hill, Disturbance;

en

2000 Safaa Fathy rodaría la película

D'ailleurs Derrida y en 2002, Kirby Dick y Amy Ziering

Kofman dirigieron y rodaron, con su colaboración, el

documental Derrida A

pesar

de que Derr

ida

había lo

grado evi

ta

r la foto de autor co

nvencion

al

durante

ma s

de 20

años - un prim

er

plano del rostro, un retrato

del

escritor

en su

escritorio- ,

y

a

pesar de que

su

cuerpo

siempre fue para él algo de lo que escasamente podía

vanagloriarse;

como

el p

erso

naje público hacía ya m

ás

de una década que le es taba ganando al

privado,

deci

dió exponerse con todo. Con este gesto y apareciendo

él mismo en múltiples programas televisivos rompió

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:

:

con la tradición filosófica occidental. Lo mismo Aris

tóteles

que

Heidegger trataron

sus

propias vidas como

algo marginal o

por

accidente.

2

Tal y como comenzó a aproximarse al mundo del

cine, previamente Derri

da

se había aproximado tam

bién al

mundo

del

ar te y en 1983

participó

en la oro-a

nización

de

la exposición

Art contre Apartheid , p;ra

apoyar

las iniciativas

de

crear una

fundación cultural

contra el apartheid a través

del Comité

de Escritores por

Nelson Mandela . Por invitación

de

Bernard Tschumi

empezó

del mi

smo

modo a trabajar con el arquitecto

P ~ t e r Eisenman en

un proyecto para

el

parque de

la

V1llette. Esta colaboración

provocaría

numerosos en

  ~ e n t r o s

y publicaciones en el campo de la investiga

oon de

los vínculos

entre

deconstrucción y arquitectu

ra. Este interés d e

Derrida por

las artes visuales (cine,

arte, ~ r q u i t e c t u r a -un interés que procede

de

alguien

que siempre se consideró

un

diletante

en

esos terrenos

y a quien, además, se ha achacado una preocupación

exclusiva por

lo

discursivo- provenía en sus propias

palabras

de que

en

el

sentido que yo

le

doy[

. . la

palabra texto

va m.ás a

ll

á

de

lo

puramente

discursivo[ ..

]

Existe texto

porque

si

empre hay

un poco de discurso

en

las a

rt

es visuales, y también porque

au nque no haya

discurso, el efecto

del

espaciamiento

imp

li

ca

ya

una textualización.

Por

ello, la

expansió

n del concepto de

' Cfr. Entr evista de Kristine McKenno a Jacques Derrida The

Three

Ages

of

Ja

cqucs Derrida   , publicada en

LA Weckly News,

Los Ángeles, 6 de noviem

bre de 2002.

texto es esh·atégicamente decisiva. Y n siquiera las obras de

arte más vehementemente silenc iosas pueden evitar ser atra

padas en

una

red de diferencias

y

referencias que les confieren

una estructura textual [ .. ] En cualquier caso,

para

ser cate

górico, la idea de que la deconstrucción debería limitarse a l

análisis del texto deconstructivo y sé que esta idea se halla

muy difundida-

es,

en

realidad

o

un gra

n

malentendido

o

una

esh·ategia política diseñada para limitar la

deconstrucción

a los

asunto

s

del

lenguaje. La deconstrucción empieza con la

deconstrucción

del

logocentrismo, y

por

tanto,

querer redu

cirla a los fenómenos lingüísticos

es la más

sospechosa

de

l

as

operac

iones

NESA

157-158).

Elegido director ese

mismo

año de 1983

de

la Escuela

de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS), la di

rección

de estudios de

Jacques

Derrida

llevaba

como

tulo Las instituciones filosóficas . Se

trataba de

mostrar

los rechazos y las resistencias

que operaban en

el cam

po

filosófico

y de

señalar que

no

se

puede comprender

la filosofía separada de las instituciones que la

produ

cen.

Sus vínculos

con otras áreas como la literatura, las

artes

visuales

o las ciencias sociales hacían a Derrida

cuestionar

una tradición filosófica

en

lo que concernía

a la relación entre la palabra y la escritura,

entre

espa

cio y tiempo, y en la que la cultura occidental jerarqui

za

ba

- lo cual

suponía

también

una dimensión

políti

ca-y

daba forma definitiva a sus normas y valores. Así,

a partir

de mediado

s

de

los aí'ios ochenta, la obsesión

teórica

por

la

cuestión

de la alteridad y

por

los pro

blemas éticos se tornó

aún

más recurrente. Cuestiones

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como la amistad, la diferencia sexual, la muerte, el due

lo imposible, la hospitalidad, el fantasma, la comuni

dad y el don, afloraron sin cesar en sus obras

de

este

último periodo KhOra   Donar el

tiempo

 

Donar

la muer-

te, Aporías Esp ec tros de Marx entre otras). Derrida fue

trabajando estos temas

en un

diálogo inconcluso con

sus

amigos, que fueron muriendo -Althusser, Lévinas,

Blanchot, De Man, Deleuze- o que aún vivían-Nancy,

Roudinesco, Cixous

-,

en un

continuo

homenaje al pen

samiento del

oh

·o .Así, en su bellísimo texto dedicado a

Deleuze, Jacques Derrida aseveraba:

Demasiado que decir, sí, sobre el tiempo

que

con tantos otros

de

mi «generación» tu ve la suerte de compartir con Deleuze,

sobre la suerte

de

pensar gracias a él, pensando en él [ ..

].Con

tinuaré o recomenzaré a leer a Gilles Deleuze

para

aprender,

tendré que e rrar solo en esa larga entrevista

que

debíamos

haber hecho juntos. Mi primera pregunta, creo, habría tratado

de Artaud, de su int

erp

retación del «cuerpo sin órganos» de

esa palabra , «inmanencia» a la

que

siempre recurrió, para ha

cerle decir o para dejarle decir algo que todavía sigue secreto

para nosotros. Y habría intentado decirle

por

qué su pensa

miento no me ha abandonado nunca

desde

hace casi cuarenta

años. ¿Cómo podré

ha

cerlo ahora?

3

El

Jacques

Derrida de

los últimos veinte años

mostró

más abiertamente la vertiente política de su trabajo

teórico. Si hay quien lo acusa de que su método (o su

' Jacques Derrida, Tend ré

que

erra r solo , texto publicado en Libémtion

París, 7 de noviembre de 1995.

no-método) carece

de

relevancia práctica, o es

incapaz

de orientar

una

idea de

justicia,

Derrida

responde, no

sólo con libros

en

los

que

, efectivamente,

deconstruye

textos legales o

programas

filantrópicos . Responde re

uniéndose con

intelectuales palestinos, o reaccionando

a las

guerras de

Iraq, o

demandando una

política exte

rior europea. Es un pensador

al

que su tiempo no le es

ajeno,

un

intelectual

capaz

de

interrogar

los textos y los

contextos

del

presente.

4

Así, no tuvo recato

en volver

a

hablar

de

Marx

ni en vincular el desarrollo de la de

construcción como apertura al otro, a la reclamación

de una Justicia en

sentido

fuerte, más allá del derecho.

Sus obras más abiertamente políticas, como

Políti

cas de

la amistad (1994), exploraron muy originalmente lo que

llamó el espacio de

un

a

mesianicidad

sin mesianis

mo . Cabe destacar

en

este contexto la crítica sistemáti

ca de la noción fundamental

de

soberaní a. La democra

cia por venir, en un espacio que desbordaría los límites

del Estado-nación, requeriría otras categorías, catego

rías que irían más allá del sujeto calculable; categorías

como las

del don,

el perdón o

la

hospitalidad.

El 8

de

octubre

de

2004, Jacques Derrida falleció en

París debido a un cáncer de páncreas. Él, que tuvo que

decir tantas veces adiós a los amigos muertos -Althu

sser, Paul

de

Man,

Lévinas, Deleuze, Blanchot- seña

ló alguna vez que todo lo que se

puede

decir

de

w

amigo

cuando muere es lo mismo que se podría decir

mientras

está

vivo

que, en este sentido, toda relación

' Patxi Lanceros, In memoriam Jacqucs Derrida. Un filósofo que dejará

huella , publicado en El M1111do, Madrid, 15 de octubre de 2004.

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definición estrictamente hablando de lo que la decons

trucción es. No la

ha

y en primer lugar, porque los con

ceptos con los que definiríamos el término -concep tos

vinculados

con el origen o la historia- están afectados

ya por la deconstrucción. No

la

hay, en segundo lugar,

por

la

heterogen

eidad

de

campos

y disciplinas

en

los

que la deconstrucci

ón

se lleva a cabo, y que tiene

su

ejemplo más claro en las reflexiones de Derrida en tor

no a la relación entre filosofía y literatura.

2

No

obstante,

podemos tra tar

de apuntar

alguna de s

us

estrategias.

Como veremos posteriormente, la deconstrucciónha

de vincularse con el énfasis en el lenguaje. Y es que el

pensador, como el hombre en general, es prisionero del

lenguaje. De la tradición

tenemos

textos y no se puede

tratar a los textos sin una inquietud

por

el lenguaje

que

no es ya sino

una inquietud

del lenguaje (ED 9). Derri

da es muy cuidadoso con el

orden

conceptual y con el

corpus

de

los textos.

Hay

que ver

en

él a un lector atento

y a un conocedor de la tradición. Desde aquí, la decons

trucción no

ha

de ser comprendida como el proyecto

filosófico arbitrario de un autor sino como una práctica

de lectura y

de

escritura que descubre el principio

de

ruina que está inscrito en todo texto y muestra la im

posibilidad, el error radical, que supone toda voluntad

ideal de sistema. Las estrategias de lectura y de escri

tura

que

la deconstrucción elabora no son, entonces,

más

complicadas ni más oscuras

que

las

que pueden

encontrarse en pensadores corno Platón, Descartes o

2

Patricio Peñalvcr, a deconstrucción Escritura y filosofía, Barcelona: Mon

tesinos, 1990, pp.11-22.

Husserl: Suponer que existe un modelo de inteligi

bilidad natural e inmediatamente dado a todos [ .. ] es

un

engaño, y

a veces un hondo falseamiento señalará

Derrida

NESA

66).

Podemos decir que todo texto contiene

en

sí un

virus sin

el cual no

podría

constituirse

pero

que, al

mismo tiempo, lo carcome desde su interior e impide

su cierre corno unidad

plena de

sentido.

3

Este virus

introduce

el

desorden en

la comunicación, descarrila el

codificar y el decodificar. Pero el virus,

además,

no es

un microbio; no es un ser vivo ni es

un

ser no vivo: no

está ni vivo ni muerto, es indecidible. Los indecidibles

son

una amenaza: aguijonean la

comodidad de

creer

que habitamos

un

mundo gobernado

por

categorías de

cidibles, sacuden la tranquilidad que procura el orden.

La deconstrucción no sobrep

asa

al texto sino

que nos

permite ver

- en y

desde él - lo que lo trastorna; los in

decidibles que constituyen el contramovimiento del

dominio

filosófico del sentido que se condensaría en el

su

eño

de

un

futuro sab

er absolu

to .

Efectivamente, la filosofía - explica Jacques Derri

da- se

ha

caracterizado siempre

por

el anhelo de po

seer un cen tro Este centro se

ha

llamado, desde distin

tas perspectivas, Origen, Verdad, Forma Ideal, Sujeto

Trascendental, Dios o Esencia. En

última

instancia el

centro no es sino el significado trascendental, es decir

aquel que escribimos con mayúscula y que sirve

para

garantizar

y justificar todos nuestros significados sin

: Ama lia Quevedo , De

Fo11caul t n De

rrida

,

Pamplona: Eunsa, 2001, pp. 8 1

33

119 .

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··:

. 1 i

l I· '

' ;

• '

.

1

que

tengamo

s necesidad de justificar o

garantizar

a él

mismo. Esta ilusión es sostenida por la metafísica

de

la

presencia la creencia en la presencia inmediata de rm

sentido que supondría la coherencia de nuestro siste

ma de pensamiento. Derrida denuncia la obsesión de

la filosofía occidental

por

encontrar una explicación ra

dical,

un

principio de origen, un fundamento inconmo

vible e inmutable,

una norma

ideal

por

la cual

pueda

regirse;

una

norma dispensadora de sentido que

per

mita

reconocer y unificar coherentemente la realidad

y que supone, en última instancia, la búsqueda de la

familiaridad y el rechazo del riesgo.

La met fí

sic

  de

la pre

sencia al privilegiar

un centro

ori

gina opues tos binarios. Los términos se definen, se cate

gorizan y valoran prec

isamen

te con relación al prim

er

término, a aquel

que

el sistema considera como central.

El centro se constituye como tal,

marginando

aquello

que no coincide con él y definiendo y fijando, de manera

más o menos rígida, el juego de los opuestos binarios.

Los opuestos binarios establecen un orden conceptual,

clasifican y organizan todo lo que

hay

y acontece en el

mundo, rigen el pensamiento en la vida diaria, en la fi-

losofía y

en

la ciencia. En el pensamiento occidental el

juego de los opuestos

ha

estado determinado

por

la pre

sencia,

entendida

como espacial (proximidad, cercanía)

o temporal (el presente, el ahora, la inmediatez). Así, el

primer término, el privilegiado, ha sido el que ha servi

do

para

portar la presencia plena. El segundo, el subor

dinado, ha sido el término que portaba la ausencia o, si

acaso, la presencia atenuada, mediatizada.

La obsesión por la presencia opera, por ejemplo, en

la

prim

acía que Occidente concede

-a

la hora de pen

sar la t

emporalidad-

al instante, al ahora-presente, que

rige nuestro concepto vulgar de tiempo, al que con

templamos como una sucesión lineal

de

instantes GR

94);

la

insistencia

en

ese ahora-presente

-nos

recordará

Derrida-

tiene

que

ver con ese anhelo

por

lo próximo,

por

lo inmediato.

Y,

sin embargo, jamás vivimos

un

presente total y absolutamente presente. No sólo eso.

La obsesión

por

la presencia opera no sólo en

nuestra

manera de pensar el tiempo sino

en

nuestra forma de

pensarnos como sujetos. La insistencia moderna en la

voz interi or señala la

necesidad

de

una conciencia

siempre presente, siempre transparente a sí misma, el

mito

de

una presencia total y

absoluta que

coincida con

.

un

habla

pura en

la

que nos

reflejaríamos

de manera

cristalina a nosotros

mismos

(GR 24); una conciencia

transparente que se identificaría con el lenguaje y que

--como nos recordará Derrida- los hallazgos del psi

coanálisis y las ciencias cognitivas se encargarán de

cuestionar. La presencia es el centro de toda la filosofía

occidental: de todos los empirismos, los racionalismos,

los idealismos y los realismos. La deconstrucción es la

tentativa

no de

negar esas oposiciones, sino

de

neutra

lizarlas luego

de

haberlas invertido. Pretende desmon

tar el esquema tradicional de la cultura occidental y

descubrir, detrás

de

los sistemas

de

pensamiento o

de

los juicios de va

lor

que se pretenden

más

coherentes,

opciones implícitas previas y disimuladas.

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  ' ,

Se trata

entonces

de

una

estrategia radicalmente po

lítica que podríamos describir como doble. En primer

lugar se desplaza

y

reelabora lo

que

siempre

ha sido

marginado oprimido, reprimido o dominado. Es

ta

in

versión es necesaria,

pues en

las oposiciones filosóficas

tradicionales

no

trata

nunca de

un

vis-a-

 

sino

de una

jerarquía violenta :

uno de

los términos

de

la oposición

gobierna siempre al otro lógica y axiológicamente, y

está

por encima de

él. En

segundo lugar

se

muestra

que aquello que es dominado desborda y

constituye

lo que

domina.

Efectivamente, lo que nos

encontramos

entonces son los indecidibles que cuestionan el princi

pio

mismo de la oposición y rompen así el orden cla

sificatorio apuntando a

sus

límites. Es importante com

prender que no es

únicamente

una

inversión

jerárquica

-que

pecaría de ingenua-

lo

que propone

Derrida

sino

que muestra

cómo

los opuestos binarios se hacen y se

deshacen a sí mismos y

cómo no hay ninguna

configu

ración central

-ni ma r

ginal ni

privilegiada- que pueda

fijar el juego del sistema.

Nu e

stro

di

sc

ur

so - a

punt

a as í el

pensador

francés- pertenece

irreductiblemente al si

ste

ma

de

oposiciones metafísicas. Sólo

se puede an

un

ciar

Ja

ruptura de esta pertenencia m

ed

i;mte

una

cier

ta

organización,

medi

ante

una

cierta disposición est

ra

tégica que,

en

el interior del

campo y de

sus

propi

as fuerzas,

vo

lv

iendo contra

él sus

propia

s estratage

ma

s;

pr

o

du

zca una

fuerza de dislocación

qu

e

se propague

a través de todo

el

sis

tema, lo

fi

s

ur

e e n

todo

s los s

entido

s

y

lo

de -limite

de

part

e a

parte (ED 32-33

 .

La tarea consistiría en

timpanizar la filosofía

en dislocar

el

oído

filosófico. ¿Se puede hacer estallar el

tímpa

no de

un

filosófo y continuar haciéndose oír por él?

preguntará Derrida (MF 19). Se trata

de

nuevo, de que

los textos digan de otro

modo

lo que siempre se ha

bía creído

que decían

para que sea posible escuchar en

ellos otra palabra. Demasiado consciente de la tradi

ción, Derrida no apunta hacia

un

hipotético más allá

de la metafísica sino a operar

desde

los márgenes del

texto metafísico,

para

acentuar

sus

fisuras, las grietas

que

ya desde siempre

lo resquebrajan. La mayoría

de

los

discursos

-señala

el

pensador francés-

es retomada

por

aquello

que

pretende subvertir. Si Occidente

ha

aseve

rado

siempre

una Presencia

(así, con mayúscula)

que

le

proporcione

certeza-

llámese Dios, Sujeto, Progreso,

o Civilización-,

es

curioso percibir

en

el seno

mismo

de

esa presencia la carencia

de

la plenitud tranquili

zadora que la metafísica -bajo todas sus manifestacio

nes- desea alcanzar. El cumplimiento de la metafísica

de la presencia, y

su

frustración y desvío,

se

duplican

incesantemente unos a otros. Esta duplicidad no es

un

accidente o el producto

de

w1a hipotética decadencia

in terna,

sino

que sin ella no habría texto. El texto se

de

shace

y

deconstruye

en

el

momento en

que se cons

tituy

e.

La deconstrucción

de

la metafísica

de

la presen

cia

no

se inscribe,

por

ejemplo,

en ningún lugar que

no

sea el

propio

texto metafísico. La posibilidad

de

otra cosa está inscrita,

pu

es,

en el corazón de lo mismo

a

lo

cual contagia

e infecta sin

qu

e

podamos

decidir

de

manera clara y distinta entre lo mismo y lo otro,

entre

1

7

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8/8/2019 Yebenes Zenia - Breve Introduccion Al Pensamiento de Derrida (1)

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'

: 1

¡¡ 1

el centro y la periferia. Los

movimientos

deconstructi

vos eficaces

son

aquellos

que provocan

tambaleos

en

alguna

o algunas de las distinciones esenciales que

funcionan como otros tantos

presupuestos

en tal o

cual

tradición, en tal o cual institución.

La tarea deconstructiva es entonces una minuciosa e

infatigable operación textual

que

opera a la

vez desde

el interior y el exterior

de

la metafísica. Desde el interior

porque

opera en y desde ahí; desde el exterior, porque

lo hace sin dejarse apresar en la metafísica a través de

los desplazamientos incesantes

de

las cuestiones y los

problemas. Ello implica

una

manera de leer y escribir de

otro modo, el texto

de

la filosofía.

Una

estrategia

de

lectu

ra y escritura doble, múltiple, diseminada, asimétrica.

Hay

que señalar así

que

la

manera

de leer y de escribir

de

Derrida

-la

cuestión del estilo-

es

una

elección filo

sófica seria y

meditada que apunta

hacia la polisemia y

el desvío incesante: Es

un

cambio de estilo,

ya

lo decía

Nietzsche -señalará- lo

que nosotros

necesitamos.

Y

si

existe

el

estilo,

Nietzsche

lo

ha

recordado, tiene

que ser

plural (MF 173).

En

su

rechazo de toda

fijación y en

la

pluralidad

de

su

apertura,

Derrida

permanece

alerta

acerca del

peligro de una

domesticación y

de

un

uso

acrítico e irresponsable del

término deconstrucción

y

por

ello propone incluirlo en la cadena de otras pa

labras que habremos de explorar. Palabras como signo,

differánc

e, contexto,

o es

critura,

que apuntan a la com

prensión del lenguaje como un juego de diferencias que

deberemos seguir detenidamente y que signan la tarea

interminable de leer y escribir el texto

de

Occidente.

Si

gno

Si, como hemos señalado, la inquietud del pensamien

 o filosófico de Derrida se

hunde en

el lenguaje, tam

bién comienza

por

concentrar su atención en

su

parte

más elemental: el signo. La

función del signo

-com

puesto, según Saussure, de significante (el sonido o

imagen acústica) y significado (el

concepto)-

es Ja

de

representar a la cosa en su ausencia. No hay ningún

lazo

natural entre el

signo y su referente (la cosa), ni en

tre

el

significante y el significado . El signo es arbitrario

y si

bien podemos

decir

que

es fruto

de

la convención,

sólo podemos aseverarlo a condición

de

comprender

que

no

nos

referimos a un hipotético

momento

funda

cional en el que

todos hubiéramos

decidido ponernos

de acuerdo

sobre los signos;

sino

a

que

la

lengua -como

la tradición y

sus sedimentos-

es algo

que

se recibe. En la

descripción clásica de la lengua, los

dos

aspectos del

signo se

vinculan

a un aspecto sensible (la cosa, la

ma

terialidad, la grafología, la fonología, el

significante)

y

a un aspecto inteligible (la idea, el concepto, el

signifi-

cado . Si bien se puede valorar o bien el aspecto de la

inteligibilidad -recordemos las Ideas

de

Platón-; o el de

la materialidad -pensemos en Marx y Engels-, no debe

mos

olvidar

que si Platón quiso defender al idealismo

lo

hizo recurriendo

a un soporte

material

-la escritura-,

y

que

si el materialismo

quiere tener

significado

debe

contar con ciertos elementos conceptuales que lo hagan

inteligible. Y no obstante, nos advierte Derrida, el

signo

se ha

estudiado

siempre

partiendo de esta distinción

139

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8/8/2019 Yebenes Zenia - Breve Introduccion Al Pensamiento de Derrida (1)

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entre lo inteligible y lo sensible, y no puede

pensar

se en él de otra manera ED 386-387).

Si no podemos prescindir del concepto

de

signo ,

el pensamiento deconstructivo nos invita a ver el

prin

cipio de ruina que se inscribe

en

él y que impide el do

minio

sin reservas

del

sentido

y

la significación.

Todo

significante funciona con referencia a otros significan

tes, sin que conduzca nunca a un significado. Si

bus

camos en el diccionario el significado correspondiente

a

un

significante

que

no co

noc

emos,

no

s

encontramos

con

un

a lista

de más

significantes.

Pensemos

en el

sig

nificante cabeza . Pues bien, según el Diccionario de la

Real cademia

de la Lengua Espafiola,

cabeza

tiene

vein

tiún

acepciones distintas.

Si leemo

s la

primera

: Parte

superior del cuerpo

del

hombre y superior y anterior

de

muchos animales, en la

que están situados algunos

órganos

de

los

sentidos

e

importantes

centros n

ervio

sos ,

vemos que tendríamos

que

remitirnos

a

todos

y cada uno de los significantes que componen esta

acepción; significantes

que

a su vez

están

compuestos

de

otros signifi

can

tes. Nunca se llega a

un

significado

estable, nos advierte

en

tonces Derrida

POS

90). Un

significado no es

más

que

un

significante colocado

en

una posición

determinada

por otros significantes . La

distinción

habitual

entre significante

y

significado con

la

que habitualmente comprendemos

el signo

queda

así trastocada y,

sin

embargo, no podemos

decidir

que

prescindimos del

concepto de

signo porque,

al

ha

cerlo,

nos privaríamos

de

medios

para

comprender

la

traducción POS 31).

Lo

que muestra

la deconstrucción es entonces cierta

incoherencia

en la construcción del concepto signo ,

pero esta incoherencia afecta -en

tanto

que signo- a la

construcción

del

concepto concepto  , y por ende a

todo

nuestro lenguaje y a

todos

y cada uno de

nuestros

criterios

de

coherencia, a esos criterios a los

que

nos

atenemos y sin los cuales no podemos trabajar. El con

cepto metafísico de signo contiene en

ton

ces

en

sí mis

mo

la raíz de

su

posibilidad y,

en tanto

que se cancela

a sí mismo, la de su imposibilidad. Es el único recurso

que tenemos, el recurso en sí, la fuente GR 337-397) .

Dice Derrida: Nos preguntamos así acerca del sen

tido de

una

necesidad: l de instalarse en la concep

tualidad tradicional para

destruirla

ED 150). Lo que

hace la deconstrucción -añadiríamos nosotros- es ex

poner

la destrucción del concepto metafísico

de

signo.

Y lo hace de dos manera

s.

En primer lugar subvierte la

perspectiva metafísica que

borra

el signo y lo considera

una cuestión secundaria, menor, dentro de la reflexión

filosófica. Para Derrida,

el problema

del signo no es un

tópico más dentro de la reflexión filosófica, sino que

invade el

ámbito

entero de la filosofía, el de su posibili

dad e imposibilidad.

En segundo lugar, al hacerlo y sostener la prioridad

del signo respecto al referente, y la prioridad del signi

ficante respecto al significado, desdibttja las distincio-

nes y los conceptos habituales que acaban colapsando.

En efecto, si no hay significado, ¿cómo podemos seguir

hablando de significante? No es posible salirse sim- 1

41

lemente del lenguaje filosófico o de romper con la

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tradición

de

la historia metafísica

(nuestra hi

storia):

eso sería

una

opción

es

téril

por su oscurantismo.

Se

impone

una

estrategia económica: resistirle desde lo

más lejos posib le  (ED 44). La estrategia consiste

en

bo

rrar las fronteras, los límites

nítidos

y

apuntar

a

una

diferenzia

que,

como

veremos, no es ya ni alternativa ni

oposición y

en

la que El texto

escrito de

la filosofía [ .. ]

desborda y hace estallar

su

sentido

E 86).

Differánce

Hay que

señalar

que

différance (con

e en

vez de

a es

un

término crucial

para

acercarse a

Derrida.

En fran

cés,

différence

(diferencia) y

differánce -término

relacio

nado

con

el anterior pero que incorpora el verbo di-

fférer

=

diferir-

se

pronuncian

igual. Efectivamente, la

distinción entre uno y otro sólo

se

observa en la escritu-

ra,

en la grafía. El

nu

evo

vocablo acuñado

por

Derrida

se distingue pues

del

habitual différence porque en

su

contenido se mántico incorpora el doble se

ntido

de:

a) distinción o di ferencia, y b)

de

dilación, tardanza

y demora. Así, optaremos a partir de aquí

por

tradu

cir

différance por diferenzia para resaltar

que no es

una

cuestión

fonética sino

una

cuestión de escritura, la z, lo

que

distingue

a este término de diferencia  .

4

El problema de traducir i érnn e a la lengu<l cspziñola está en

cons

h·uir

una palabra que suene  igual que diferencia  pero que difiera de ella gráfi-

camente. Que engañe al oído pero no a la vis ta. Siguiendo a Martín Arancibia

y

Manuel

Garndo

he optado por traducir diferenzia  que suena igual

que

diferen

cia, y c,on  ntr

en que

s u z nos r

ecuerde

que lo pens mos coino síntes is g ráfica

y

sem nbc de

la

s palabras d iferencia

y

ta rdanza , que inco rporarían los

En

su Curso

de

lingüística genera

l, Ferdinand de Sau

ssure señaló cómo la lengua

en

tanto sistema de dife

rencias es un concepto clave de la lingüística estructural.

Con ello, Saussure quería resaltar el hecho de que la

lengua se basa en la relación. Ningún signo es por sí

solo, todo signo es parte de

un

sistema

de diferencia

s

El signo A ,

por

ejemplo, sólo se convierte en sí mis

mo , sólo es A según

su

relación

con

los otros signos

del mismo sistema. La identidad del

signo

A siem

pre

está

diferida

por

la cadena

de signos

enlazados en

tiempo y espacio. Es como nuestro

anterior

ejemplo del

término cabeza . La primera

acepción

nos llevaba a

significantes que, a su vez,

conducían

a otros significan

tes. Si

ahora buscamos

en el diccionario la definición de

A , se nos dice que es la primera letra del abecedario.

Si

buscamos

letra

se nos

dice

que

es

cualquier

caracter

del abecedario ; tendríamos así

que

buscar caracter

y proseguir indefinidamente

porque nunca

se llega al

significado de A , ya que éste no está sino postergado,

diferido.

La diferenzia de

Denida no apunta

entonces

<i

las diferencias concretas de Saussure en el

sistema

de

la lengua, sino más bien a su raíz, a la diferenzia que

agrupa

en

su dispersión, a todas las diferencias.

Cualquier intento

por

definir la diferenzia es

un

in

tento

conden<ido de

antemano

al fracaso. No es ni una

pa l

a

bra ni

un

concepto, sino

que pretende

expresar

la

condición de

posibilidad

(y de imposibilidad) de todos

dos aspectos que Derrida observa en diffé

m11cc:

dis tinción o diferencia Ydemo-

1

 

ra o retraso d e a lgo . Cfr. Prólogo

de Manuel

Garr

id

o, en Geoffrey Benni g ton y

jacquc

s Derrida,

facqucs

Derriil

a,

Madrid:

Cátedra,

1994, pp. 16-1

7

 

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los conceptos y de

todas

las palabras.

Al

hacerlo, no

puede evitar volverse contra sí

misma

porque diferen

zia no puede evitar ser un término

y

un concepto. No

puede evitar no estar a salvo de sus propios efectos. Y

sin embargo, si esta paradoja se produce por la apli

cación de un concepto (la diferenzia) a sí mismo (la

diferenzia), el resultado no es un cierre

de

la lengua

sino

una

contaminación metonímica (POS 276) que se

traduce

en

apertura . Así, si ningún elemento del siste

ma de la lengua

posee

identidad sino por su diferencia

respecto a los demás -como ya vimos con el ejemplo de

A -, cada elemento lleva entonces l huella de todos

aquellos que no son él. Estas huellas no se refieren a

algo que está presente

en

algún lugar, sino a

una

au

sencia que hace posible el funcionamiento de la lengua.

Todo signo lleva

en

sí la ausencia

de

otro signo ( A es

A

porque no es B , X o Z ),

y

a su

vez

ese otro

signo (sea B , X o

Z ) está

formado,

también

él,

por

huellas.

No

hay más que huellas. La ausencia no es una

ausencia que se

pueda

convertir o definir

en

relación

con

una

presencia. Es

una

ausencia,

por

así decirlo,

au

sente

y que,

como

tal, tampoco

podemos

categorizar

dentro de nuestra

distinción

habitual entre

ausencia y

presencia

GR

98). La diferenzia

no

puede ser simple

mente

la

última

en

una

serie de tentativas filosóficas

por

decir la

verdad

del lenguaje.

Cuando

decimos di

ferenzia o diferencia en un discurso, aquellos que

nos

escuchan no pueden notar si

hablamos

de diferencia o

de diferenzia. Nunca podemos llegar a un significado

simple de un término que se juega entre los dos senti-

r

1

dos

de diferir ,

un

término que sólo

aspira

a

mostrar

el juego que crea un espacio en blanco en el signo, y

que le impide estabilizarse

en

un significado.

scritura

La filosofía -sugiere Derrida- se escribe.

Se

escribe y

ello implica, al menos, tres consecuencias. El filósofo

escribe pero  escribe contra la escritura . El filósofo an

hela la presencia asociada al

habla

y

al

diálogo vivo so

crático y

pretende

volver a

la proximidad de

la fuente

que habla

[ ..] y

negar que

escribe . No obstante debe,

por consiguiente,

tomar en cuenta la

instancia formal,

contar con la forma y

no

poder

sustraerse

a ella  . Así,

desde

el momento en

que

la filosofía se convierte en

un

género literario particular , tiene

que

contar con

.

que

su espacio

ya no

es solamente

la

articulación de

sus referencias

al

ser y a la verdad, sino la disposición

de sus procedimientos -lingüísticos- y

todo

lo que se

invierte en ellos (MF 331-335).

Y,

sin embargo, si la deconstrucción presenta esh·a

tégicamente como primordial aquello que la metafísica

considera

como

secundario, no cabe duda

que

la escri

tura

ha

sido la gran olvidada

por la tradición filosófica.

Efectivamente, si el signo ha

sido considerado un

ele

mento

menor, la escritura,

en

tanto

que

significante

gráfico de un significante fónico (GR 12), ha visto re

doblada

su

marginalidad

para

la reflexión de Occiden

te.

Ya que

ha

sido negada, rechaz

ada

o vilipendiada,

las críticas a

la

escritura en

la

tradición occidental,

son

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8/8/2019 Yebenes Zenia - Breve Introduccion Al Pensamiento de Derrida (1)

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comprensibles. No

es extraño

que los filósofos hayan

deseado olvidar que escriben.

Cuando escribirnos no

podernos

estar

seguros del

buen

destino del

texto

que escapa

de

nuestras

manos.

Ese texto

puede

ser leído

por

cualquiera,

porque

in

cluso si lo escribiéramos

en

clave, la clave incluiría l

posibilidad

de

ser descifrada. Cuando escribimos no

podernos saber

si habrá una correcta

interpretación

de

nuestro

mensaje. Si el autor no puede

estar totalmente

seguro del destinatario

de su texto,

tampoco

el destina

tario puede estarlo acerca de

la

identidad

del

autor. La

escritura es falsificable e implica la inquietante posibili

dad

de nuestra ausencia, de que no

tenemos

por qué es

tar ahí

para ratificar o rectificar aquello

que

se dice

que

escribimos. Desde los inicios de la filosofía, la palabra

oral

ha gozado del

prestigio

de

la presencia. El diálogo

vivo es uno de sus hitos más celebrados frente al recelo

que provoca una escritura que Platón definía como hi

ja

bastarda del logo

s A esta

centralidad de

la presencia

vinculada a la certeza y al

orden de

la razón, Derrida la

denomina logocentris

mo

El rechazo de la escritura por

parte de la filosofía se ve no

obstante

vinculado con su

aparición

como

metáfora. La filosofía habla

de

la

ins-

cripción en el

alma

de una verdad originaria Platón),

o de la

escritura

de la ley moral

en

el corazón Kant).

Con

estas metáforas, se trata

de que

la escritura

pierda

su

carácter

inquietante

como ausencia, y se

vincule

a la

inmediatez

de una presencia que asociamos habitual

mente

a la

voz

y a la

palabra

oral. Este

movimiento

es

el que Derrida describe como el de la aproximación a

una concepción

pneumatológica

de la escritura es decir,

ligada a la voz y al aliento) en

vez

de la que intentará

él mismo, que caracterizará como gramatológica GR 24)

y

que

apunta al

corazón

de la ausencia, al abismo

del

riesgo.

Derrida se propone, entonces, dos cosas. En primer

lugar,

develar

las características

del

concepto tradicio

nal de

la escritura.

En

segundo lugar,

mostrar

si esas

características dan cuenta

no

sólo de

la

escritura sino

del funcionamiento general

de

la lengua. La escritura

se ha caracterizado tradicionalmente

por

la repetición

frente a la singularidad de la palabra oral), por la

au

sencia un texto

posee

la propiedad intrínseca de so

brevivir a

su

autor

y

a

su

destinatario) y

por

el riesgo

en el juego de las interpretaciones. La muerte, nos dice

Derrida, es la

posibilidad

necesaria

de

la escritura MF

· 356-357). La escritura conlleva la posibilidad

de

que mi

texto pueda

ser

leído

independientemente

de mi pre

sencia. Conlleva -como

hemos

señalado- la posibili

dad

de que

me sobreviva.

Por muerte

en

sentido amplio

hay

que comprender

entonces que la ausencia, en relación con lo que escri

bo,

es una característica de la escritura, y esto puede

implicar desde que el texto escrito puede permanecer

cuando uno fallece,

hasta

que

yo

no puedo velar

ni

controlar

continuamente

el texto

para saber

si se capta

lo

que quise

decir. La escritura -

advierte

Derrida- co

lapsa también nuestras distinciones entre autor y lec-

tor, entre actividad y pasividad, entre producción y

7

onsumo. Mientras escribo, me leo.

Además soy autora

i

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8/8/2019 Yebenes Zenia - Breve Introduccion Al Pensamiento de Derrida (1)

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.· .¡''·

. : ; •

i

y receptora de un

mismo

texto

porque,

aunque yo lo

escriba, lo

hago sie mpre

con un

lenguaje

que

ya

está

ahí, con unas palabras

qu

e no

creé

sino

que

aprendí.

En

cierto

modo

produzco

entonces

lo

que consumo

, y

mi

papel en

ello hace

que

se desdibuje la

distinción entre

la actividad y

la pa

si

vidad.

Así, a

difer

e

ncia

del enfoque hermenéutico

que

se

centra

en la bú

sque

da del

sentido perdido del

tex

to

-el

cual interioriza el sentido

de

un texto

que

está

ahí

y

que

sólo es preciso

poner de

manifiesto-, el

enfoque

decons

tructivo

se

s

itúa en

una radical

heterogeneidad

que le

permite

llevar

a cabo

una lectura como operación

acti

va

y

transformadora

del texto

con

el

que

trabaja. La prácti

ca

de

la lectura

no

tiene fin

porque ningún

texto es

ho

mogéneo: El texto

puede siempre permanecer

a la

vez

abierto, ofrecido e

ind

escifrable, sin

que ni

siquiera

se

sepa

que

es indescifrable

E

116). La

ausencia de

rela

ción

con

lo

qu

e escrib

imos supone

la

apertura general

del destino del

texto

(poder ser leído por cualquiera,

en cualquier mo m

e

nto

y

lugar) pero también supone

la

pérdida de garan

tía

respecto

a su unidad (respecto

a una sola lectura, a una sola interpretación).

El

texto es

inhumano, es un a máquina porque es

indif

ere

nte

al

destino de su

autor

(a

que

esté ausente o no) y tam

bién

al

del destinatario

al

que iba dirigido (que

pue

de

estar

ausente

,

muerto

, o

no

recibirlo

nu n

ca

).

Cada

tex

to

-señala Derrida-

es una

máquina con múltiples

ca

bezas de

lectura

para

otros textos  PAR 152).

Además,

todo

texto

para poder se

r tal ha de poder

ser repetido.

Sin

esta capacidad de repetición que

D

errida llama

iterabilidad no podríamo

s

comprender ningún

texto.

Efectivamente,

la

compren

sión de

la

palabra radica

en

que

ésta pueda

ser

repetida,

reproducida

. Hay

que ha

cer m alto aquí porque hemo s

seña

lado,

de manera

in

tencionada, que

la

iterabilidad afecta a la palabra y no

no

s

hemos detenido

en

pre

cisar si ésta es oral o escrita.

Pues bien, he

aquí

la

apue

sta de Der rida: la iterabilidad,

la

mu

erte, la ausencia y el riesgo, alcanzan también a la

palabra oral.

Aunque

la palabra

oral haya

sido

dotada con el

pri

vi

leg io de la

singularidad,

lo cierto es

que

su condición

de po

sibilidad radica

en que

es

aprendida

y reproducida.

Es más: esas

palabras

po drán ser repetidas y

reprodu

cidas en

mi

ausencia, y me sobrevivirán.

Son palabras

que

, en

tanto

signos,

no

pueden

aspirar

a

un único

. significado estable.

Derrida

sostiene

entonces

que

la

escritura no

sólo concierne a lo

efectivamente

escrito

sino

que

apunta a la estructura general

de

la

lengua

.

No

obstante,

no

se trata

de

invertir

la jerarquía

y a con

siderar

a

la

escritura como

algo

central y al habla como

al

go

marginal.

Ni habla ni

escri

tura so

n estrictamente

adecu

ados

para

mostrar

el

ju

ego de diferencias

que

los

implica y

que hace que la

oposición binaria escritura /

ha

bl

a se

deconstruya. En un primer momento Derrida

optó

- sig

uiendo

a

Heidegger

-

por poner ambos térmi

nos

ta

c

hados

(con

una

X encima)

para

señalar

que

, s i

bi

en no

tenemos má

s

remedio qu

e utilizarlos,

son

ina

decuados. Después

utilizó el t

érmino

r hiescritura

qu

e

no

es sino la

posibilidad

de

diferir que subyace en el

juego de las formas

oral

y

escri

to, y cuya ciencia no

I

¡

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8/8/2019 Yebenes Zenia - Breve Introduccion Al Pensamiento de Derrida (1)

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es ya una pneumatología que privilegiaría la presencia,

sino

una gramatología que apunta a la ausencia de un

centro estable de referencia. El laberinto textual que es

el texto

así

concebido supone

una

operación activa de

desplazamiento de las nociones y los valores del texto

en

tendido al modo tradicional: acaba con la

unidad

y

autonomía del texto, con su verdad y sometimiento a

un

orden lineal. Al mismo tiempo que desplaza estos

valores, anula asimismo las

garantías

del libro, del au

tor y del contexto.

Contexto

Una

de

las acusaciones más

frecuentemente

vertidas

en contra de

Derrida tiene que ver con la ausencia

de

centro

que

se

subraya en

la aseveración

suya, tan

repe-

tida,

de

que No hay fuera de texto . Se le ha reclama-

do

habitualmente

el no saber

distinguir

entre el texto y

el contexto.

Ahora

bien, hay que

ser cuidadosos

porque

la idea

que Derrida tiene del texto es una idea que

sub

vierte y altera la práctica

de

la lectura y del pensamiento

como

las

entendemos

tradicionalmente. Contexto,

por

lo

demás,

es

un término

engañoso. A menudo se utiliza

dentro de

un

nivel puramente discursivo, o

apunta

a

los ámbitos de la realidad (económica, social o po-

lítica) que circunscriben un texto. Para Derrida, es in-

evitable cuestionar la pertinencia de esta comprensión

del

contexto. Siempre dice el filósofo francés, estamos

en contexto. La lógica de la huella, que remite al signifi-

cante a

otro

significante y así sucesivamente, impide la

hipótesis

de un

fuera

de

contexto LJ 67).

No

tiene sen-

tido decir,

por

ejemplo, que se cita fuera de contexto

sino más bien que citamos en otro contexto . Ahora

bien,

recordemos

lo que ya vimos

en

torno a la iterabi-

lidad. Pues bien, lo que hace a

un

enunciado posible

es

su

capacidad de

poder

ser repetido o reproducido.

La condición

de posibilidad de

cualquier enunciado

radica

en

que

puede

ser citado

en

distintos contextos.

Cuando escribimos, cuando hablamos, el enunciado

es

sacado

de un

contexto e incorporado a otro. Por ello

puede

ser repetido y reproducido .

Esta comprensión

deconstructiva de

contexto es

lo que muestra

que

no

hay un

centro que estabilice y

garantice el significado.

No hay un punto

de

partida

porque

todo

punto de

partida

está ya

en

un

contexto

.El

aparentemente espontáneo

acto

de habla presupone

las reglas de la lengua, y el enunciado singular presu

pone cierta

episteme

5

No se trata

de

que Derrida niegue

entonces el valor -por ejemplo-

de

la reconstrucción

de

un contexto, sino

de

que

hay que

reconocer que al

no

haber

punto de

partida, al no haber centro

que

lo

delimite, la tarea es infinita. Recordemos aquí el ma

ravilloso cuento de Borges, Fun

 s el

memorioso En él se

narra la historia de Ireneo Funes, quien, tras quedar

tullido, adquiere

una

memoria infalible. Si Locke,

en

el

siglo x

vu postuló

y

reprobó)

un

idioma

imposible

en

el que cada cosa individual, cada piedra,

cada

pájaro y

'

Por

stc  c

entendemos

el c

onjunto

de relaciones

que

pueden unir

en una

época

determinada

las prácticas discursivas que originan figuras epistemolú-

gicas como las ciencias o los sistemas formalizado s.

.

1

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cada

rama tuviera

un

nombre

propio

Funes, nos cuen

ta Borges,

proyectó alguna vez

un idioma

análogo, pero

lo

desechó

por

parecerle demasiado general, demasiado ambiguo. En efecto,

Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol

de

cada mon

te,

sino cada

una

de

las veces

que

la

había percibido

o imagi

nado. Resolvió reducir cada una de sus jornadas

pretéritas

a

unos setenta mil recuerdos,

que definiría luego por cifras. Lo

disuadieron

dos

consideraciones:

la

conciencia de que la

tarea

era interminable, la conciencia de que era inútil.

Pensó

que en

la hora de la muerte no habría

acabado

aún de clasificar todos

los

recuerdos

de

la

niñez.

6

i para

Funes era

imposible interrumpir

su

tarea

por

que

cada imagen

visual estaba ligada

a

sensaciones

musculares, térmicas, etcétera, para Derrida cada ele

mento

de un

contexto

es, a la vez,

un

texto que requiere

de un

contexto. La paradoja

del

contexto es

que

si efec

tivamente el contagio metonímico nos impide pres

cindir de él, tampoco podemos cerrarlo ni delimitarlo

PAR 125). Esta apertura es

l

que hace posible la lectu

ra:

porque

una lectura totalmente programada contra

el riesgo

de

la arbitrariedad, no sería una lectura. Esta

apertura

es

también la que

nos

hace

cuestionar

la

dis

tinción entre el texto

y

un

contexto

que

no puede ser

circunscrito desde un centro. El cuestionamiento, no

obstante, si bien apunta a ese No hay fuera

del

texto

6

Jorge Luis Borgcs,

Funes

el

memorioso en Ficciones

Barcelona: Planeta,

1985, p 130.

al que nos

hemos

referido, no apunta por ello a

la

ho

mogeneidad del

texto sino

más bien

al revés. Las dife

rencias

se

multiplican en el interior del texto, porque su

unidad y sus límites sólo podían constituirse en virtud

de ese contexto que

supuestamente

lo rodeaba y que, a

falta

de centro,

nunca logramos circunscribir. Hay

que

señalar

que esto no

implica, como

podría temerse, una

confusión

total,

sino

un paso y una superposición que

hay

que

negociar, y que deberíamos

tomar en

cuenta

en

nuestras

prácticas cotidianas de lectura. Para Derri

da,

que no

haya

significado

no

implica

el pasar

por

alto

los efectos

de aquello

que se presenta habitualmente

como tal: lo que necesitamos

-señalará-

es determinar

de otro

modo

mediante

un

sistema diferencial, los

efectos

de idealidad, de significación, de sentido y de referen-

. cia POS 89-90). Las

preguntas ahora podrían

ser:

¿qué

hace

que

determinados

elementos se

destaquen

como

contexto

cuando,

como hemos visto, es difícil sostener

de manera nítida la oposición

texto/contexto?, ¿cuáles

son

los efectos

de

esta demarcación?

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 '

: ::

PREMIS

AS

DE LA DECONSTRUCCIÓN

To

dos

estos discur

sos

destructores

y todos

sus

an

álogos

están atrapados en

una especie de

c

írculo.

Este

círc11/o

es

co111pleta111c11tc

pccu

liai; y desc

ribe In forma de la r

c/11ciá11

mire

In historia de la metafísica

y

la des trucción.

de /11

histo

ria de In

metafís

ica: 11

0

tic?11e 11

i

11glÍ11

se11/ ido

pm<cindir de lo

s c

on

cep

t

os

de

In

me

tafísi

ca

pnm h

ace

r

cs trc111cccr

n la

mct-afís

i

cn;

11v posee

m

os

de ningún

lc11

x

unje

de

1ú11

g

 

-

n11 si

nta

xi

s,

de

ni11gú11

léxico-

que sea ajeno

a esta his

toria; no podemos

e unciar g11

11a

propo

sic ión des tmctiva q11c

110 111y11

tenido

ya

que

de

sliza rse en In forma en

la

lógica y

los

postulados implícitos

de aq11c lo 111is1110

qu

e e

lla

querría cuestionar.

JACQ

U

ES

DI

<

KKll   i\

Desde los

primeros

textos

de

Derrida, cabe reconocer

una

serie de características

de

lo

que

se conocerá

bajo

el

término de deconstrucción ,

el

cual

procede de

una serie

de

conexiones

hi

stóricas y teóricas,

qu

e

ha-

bremos de

explorar aquí. No

obstante,

hay

que aclarar

que con estas

raíces Derrida

mantiene una

relación

curiosa

que impide

el análisis tradicional

de la

géne-

sis de los conceptos y las influencias. Efectivamente,

la deconstrucción se

vuel

ve a

sus

raíces para leerlas  y

no

tan to para dejarse leer por ellas.

1

En el

momento

en

1

Pci'íalve r, op

.

cit. p  22.

· ....-

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que

comienzan

a aparecer los

primeros

textos de Derri

da (los año s sesenta), la escena filosófica está marcada

por la aparición del estructuralismo el retiro relati

v de la fenomenología

de

Husserl. Derrida

marcará

un

desvío singular respecto a estas dos tradiciones de

pensamiento,

sin que podamos

decir

que pretende

per

tenecer a una o a otra,

porque

lo

que

hace es trabajar y

transformar

radicalmente ambas. En este

desvío

jugará

un papel irreductible su lectura de

Martín

Heidegger,

que

hallará

en el

pensamiento

francés del

último

me

dio siglo a sus intérpretes más fieles (Jean Beufret) o

más iconoclastas (Jean-Paul Sastre); así

como

su lectura

de la crítica de Sigmund Freud a

una

conciencia trans

parente

presente

a sí misma.

Si se ha dicho de

Derrida que

es el último heide

ggeriano

que

la deconstrucción es

una suerte

e

psicoanálisis

de

la filosofía habría, como

veremos

a

continuación, que matizar mucho estas aseveraciones.

La invitación de Nietzsche de

despedirse del

cielo pro

tector

de

la metafísica tradicional (con

su

constelación

de conceptos

universalmente

válidos y de formas im

perecederas que subordinan el tiempo a la eternidad)

será

recogida por Heidegger,

quien tratará

de

destruir

las bases de tal ilusión a través de lo que llamará Oe

s-

truktion No obstante, el texto de

Freud será

el que pro

porcionará a

la

deconstrucción tal

vez

la crítica

más

incisiva del concepto metafísico de la conciencia y del

tiempo.

Derrida jugará con

el potencial radical de es

tos discursos críticos de la modernidad contemporánea

pero propondrá,

como

veremos,

un

programa mucho

más

radical, el de la deconstrucción, cuyas diferencias

con los anteriores veremos posteriormente. Husserl,

Heidegger

y Freud

serán

referencias imprescindibles

en la deconstrucción del logocentrismo,

cuando

aque

lla haya tomado cuerpo

en

el texto de Derrida con

ciencia

en su

discurso.

Una

cuarta fuente

muestra

un

cierto privilegio en esta fase:

nos

referimos al estruc

turalismo.

a crítica del estructuralismo: la fuerza y la significación

Todo el

pensamiento

francés relevante que

empieza

a

desplegarse

en

los años sesenta, tras el debilitamien

to de las tendencias fenomenológicas y existencialistas,

comparte un interés crítico por las consecuencias teó

ricas generales

del uso del

concepto

de

estructura

en

la

· lingüística y la etnología, así

como

en cierto psicoanáli

sis. Las raíces

de

este pensamiento se encuentran en el

estructuralismo

del

lingüista suizo

Ferdinand de

Sau

ssure (1857-1913). La lingüística anterior a Saussure es

taba

enzarzada

en el problema

del

origen histórico del

lenguaje. Saussure, en cambio, entiende el significado

como función

de

un sistema: el significado de una pa

labra

depende tan

sólo de su función en el sistema de

lenguaje,

de

un modo ahistórico. Estructura es la inte

rrelación

de partes en

el interior

de

un

sistema.

Como otros pensadores franceses

de

su generación,

Derrida fue influido fuertemente por la teoría del len

guaje desarrollada por Saussure. Saussure

-como hemos

1

señalado- planteó que el lenguaje está compuesto de

57

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signos y

que cada

uno

de

ellos es una combinación de

un significante

(un sonido

o marca) y un significado

(el significado

del

signo). Pero

también planteó que

los

signos obtienen sus

significados a

través

de las diferen

cias entre los significantes. Así, el cambio de

sonido

de

rato a gato produce

una

diferencia fundamental

de

significado.

En

el

lenguaje sólo

hay

diferencias ,

escribió Saussure. Esto

tuvo

la implicación de

que era

mejor pensar el lenguaje como un sistema cerrado so

bre

mismo

en el que las relaciones importantes no

son aquellas entre las

palabras

y los objetos reales a los

que

se refieren, sino aquellas internas al lenguaje y

que

consisten en las interrelaciones de significantes.

En Francia en los años sesenta el

estructuralismo,

tal

y como lo

practicaron Claude

Lévi-Strauss o Roland

Barthes, por ejemplo, implicaba tratar a

una

sociedc..d

primitiva o a las modas de París como un sistema

coherente cuyos significados podrían descifrarse como

si fueran un lenguaje en el cual lo

más importante

se

ría la relación

que

se estableciera entre las partes. Por

ejemplo,

el

significado

de

las luces roja,

verde

y amari

lla

en un sistema de semáforos no

se basaría en el tono

del verde o del rojo, sino en la relación entre las luces

como parte de

un

sistema. Los colores se podrían re

emplazar por otros, sin que cambiara la

estructura

de

ese sistema.

La aseveración

de

Derrida no hay fuera de texto

indica -siguiendo a Saussure-

que

el lenguaje es un

sistema

de

diferencias,

pero

radicaliza esta aseveración

al apuntar a

que

entonces

no

hay ningún centro. Esta

inquietud

por el lenguaje que, como

hemos señalado

ya, Derrida comparte con los estructuralistas, halla

también aquí

-en

este descentramiento- sus reticencias

para con

esta

corriente

que

fue no sólo el

lugar

común

de su formación, sino

también

la reflexión crítica

que

-junto a la de la

fenomenología-

le permitió esbozar

el

sentido formal

de

sus

primeros

escritos. Así, si

bien

Derrida

no dejará de señalar que vivimos de

la fecun

didad estructuralista (ED 11 tampoco dejará de preci

sar

que

el tema de la diferenzia es incompatible con el

motivo

estático, sincrónico, taxonómico, ahistórico

del

concepto de

estructura

(POS 39). Las características

fundamentales

del estructuralismo que va a discutir

Derrida

serían entonces

las siguientes:

a) Distinción entre la lengua langue) y el habla

pa-

role).

El habla hace mención al

uso

que

cada hablante

· hace de la lengua. La lengua hace referencia al sistema

o código

de signos

impersonat anterior

al habla,

al

que

recurre el

hablante

y del

que el habla no

es

sino una de

terminada

realización. La lengua, a diferencia del ha

bla, es sincrónica. No depende del

tiempo ni

está sujeta

a evolución histórica.

b

Definición de la

lengua

como forma y

no

como

sustancia. Es decir, no tanto como

un

conjunto de ele

mentos fijos y

autónomos cuanto

como

un sistema de

relación

de

oposiciones binarias

entre

tales elementos.

e Definición de la lengua como

un

sistema que no

conoce más que su propio orden.

La

lengua

forma

un

sistema

en el

cual

los

elementos

adquieren

sentido

se- 1

  9

ún

determinados principios de estructura. A partir

 

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..  

de un

número

reducido

de

elementos

básicos

tiene lu

gar en la lengua,

según

determinados

principios,

un

gran número de

combinaciones;

de

hecho

siempre

nimo en

comparación con

sus

posibilidades teóricas.

d)

Estudio no tanto del

habla

y

de

los cambios que se

producen a través del tiempo diacronía), sino del esta

do del

sistema

de

la

lengua sincronía).

La postura de Derrida

en

torno al estructuralismo

se

condensa en

primer lugar en

su

conferencia "La es

tructura, el signo y el juego en las ciencias

humanas

(incluida después como último capítulo de La

escritura

la diferencia) y en el

ensayo

Fuerza y significación"

que abre La escritura la diferencia. Dictada en el mar

co

del

célebre congreso de 1966 en Baltimore dedicado

a la controversia

estructuralista

bajo el nombre de Lo

s

lenguajes críticos

las

ciencias

del hombre,

la

conferencia

fue considerada

una

suerte

de

crítica interna al estruc

turalismo. Derrida contraponía allí dos interpretacio

nes. Una que pretende descifrar, sueña con descifrar

una verdad o

un

origen del

signo, y que

vive

como

un

exilio la

necesidad

de la

interpretación

achacada al

estructuralismo añejo-

y

otra

que

afirmaba el

jue

go

que agrietaba y producía la estructura (ED 400-401).

Se trataba, pues,

de

pensar la

diferenzia en

el seno mis

mo de

la corriente estructuralista.

En su ensayo Fuerza

y significación",

Derrida ahon

dará de manera más incisiva en esta postura con res

pecto al

estructuralismo

que se resiste -como él mismo

advierte-

a ser

un

futuro objeto

de

estudio

de

lo

que

se ·

ha dado en

llamar la historia

de

las ideas. El estructu-

ralismo se resiste porque

no

es

un

objeto histórico sino

más bien la conversión

en

la manera de

cuestionar

todo objeto" sea éste histórico o

un

objeto inédito, la

cosa literaria (ED 9). Efectivamente, la

actitud

estructu

ralista no es

un

momento en la historia sino que revela

que es el lenguaje el

origen

de toda historia; que sin

lenguaje, no

hay

historia. Ahora bien,

entre

la

fuerza

(el

principio creativo, la energía viviente del significado

que se asocia al habla)

y

la

forma

(la estructura); el sis

tema

de

relaciones entre los significantes

que

se asocia

a la lengua), el estructuralismo privilegia esta última.

Esto se debe a

que,

según

Derrida, conviven

en Saus

sure principios críticos que deben ser cuestionados

Así,

mientras

que Saussure asevera la inseparabilidad

de significado y significante y

del

carácter diferencial de

la lengua,

opone

al

mismo tiempo

significante

y

signi

ficado.

Una

oposición binaria

que

a Derrida le resulta

sospechosa, y

que

percibe

en

la raíz

de

la filosofía entre

lo ideal (significado) y lo ma terial (significante).

Bajo esta oposición significante/ significado la es

tructura se convierte en el objeto mismo del estructura

lismo y se comprende entonces como

unidad

interna

de

un

ensamblaje,

de una

construcción regida

por un

principio

unificador

(ED 27). En tanto

que

la estructu

ra se

interpreta

entonces desde términos estrictamente

espaciales y topográficos, corre el riesgo de estatizarse

y de perder de

vista

el

juego

incesante de los signifi

cantes, aquel

que

hace indecidible

su

diferencia con

los significados. Y

sin

embargo, paradójicamente, esta

conciencia estructuralista tiene

en

la raíz misma

de

la

'

1

i

1

1

·

1

l

 

1

1

11

¡·

¡

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.• 

..

·.

,,

¡::

obra

de

Saussure una

faz que no ha sido

explorada,

una faz desestructuradora. Efectivamente,

al neutralizar

el contenido y por lo

tanto poner

en

cuestión

la trans

misión

de la

cultura

o la tradición el estructuralismo,

si no

se

inmoviliza

y pierde de

vista la fuerza,

podría

repetir la situación de un juego,

la

invención de

un

len

guaje. El

estructuralismo podría

hacernos

atisbar desde

aquí

un lenguaje

que

se

emancipa

y

que

es responsable

del sentido

de la historia. No obstante,

no explora

esta

posibilidad

. El privilegio

absoluto que

el

estructuralis

mo atribuye

a los

modelos

espaciales, a las funciones

matemáticas, a las líneas y a las formas,

da cuenta

de

una geometrización de la es

tructura

que, si

bien

es me

tafórica,

orienta

la búsqueda y fija los resultados. La

estructura

entonces

se comprende

en términos estric

tamente

espaciales y relega el

juego

de

la diferencia y

el tiempo:

En

esta exigencia

de

lo llano

y

lo horizontal -escribe Derri

da -

lo

que

es intolerable

para

el estructuralismo es [ .. ]

todo

lo que

en la significación

no puede estar

expuesto en la

simul

taneidad de

una forma. Pero [ . . ] ¿es

un

azar

qu

e el

sentido

del

sentido

(en el

sentido

general

del sentido y no

de

la

se

ñalización) sea la implicación infinita, el indefinido remitir

de

significante a significante

? ¿Que su

fue

rz

a sea un a cierta

cquivocidad

pura

e infinita,

que

no da

ninguna

tr

eg

ua, nin g

ún

reposo al s

entido

significado,

que

lo

compromet

e en su

propia

economía a significar de

nuevo

y a

diferir ED

39-40).

Ser estructuralista implica

querer preservar

la coheren

cia y la

completud

de

cada totalidad

en su nivel propio.

Al hacerlo se corre el riesgo

de

hacer callar la fuerzabajo

la forma .No obstante,

Derrida

no opta por una elección

simple entre

forma

y fuerza, entre

tiempo

y espacio,

sino

que

propone producir una

fuerza

de dislocación

de

la ec

onomía

metafísica

de

los

opuestos

,

que

se pro

pague

a

través del

sistema y lo fisure para

exponer la

amenaza

histórica y metafísica de

sus fundamentos

(ED 13).

Fuerza

y la significación finaliza entonces ,

de manera

consecuente,

apelando

a Nietzsche. No se

trata

de elegir

entre

Apolo (la forma, la estructura) y

Dionisio (el

impulso,

la fuerza) sino en saber

que

el de

bate

es interminable porque

cada

uno lleva la hu ella

del

otro;

cada elemento

depende de los otros

pero

no

hay

un

origen

absoluto del sentido. El

sentido

viene

dado,

pues,

por el sistema

de

diferencias que constitu

yen

el texto, el cual remite a

su

vez, incesantemente, a

otros textos.

La crítica de la

fenomenología

el

probl

ema del fonocentrismo

El hecho de que el estructuralismo ha ya

surgido

y cre

cido bajo la dependencia

más

o menos directa y reco

nocida de

la fenomenología - escribe

Derrida- bastaría

para

hacerla

tributaria de

la

más

pura

tradicionalidad

de

la filosofía occidental (ED 43). El

primer

enclave

de

inscripción del concepto de deconstrucción en el dis

curso

de

Jacques

Derrida,

además de su lectura

del

es- 1

tructuralismo, es

como hemos señalado

ya, el de una

6

3

11

¡·

11

1

 ¡

1

1

1

I

1

i

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puesta en cuestión

de

la fenomenología husserliana,

en torno a la cual, precisamente, realizó su tesis y

que

se

prolongará con

su lectura de Heidegger y de Freud.

Derrida

ha

reconocido en muchas

ocasiones

la

impor

tancia

de esa

fuente ,

y como un

elemento

principal

no

sólo

de su formación sino en la elaboración de

alguna de

las

cuestiones

que darán

lugar

a

la decons

trucción

PA

57-67). Dan testimonio de la actividad de

Derrida

como fenomenólogo

tres

obras

mayores:

la

Memoria de 1953-54 sobre l problema de la génesis en

la filosofía

de

Husserl; la extensa Introducción de 1962 a

l

origen de la geometría, y La voz el fenómeno

de

1967,

además de cierta

cantidad

de contribuciones menores.

Edmund

Husserl

1859-1938) es el padre de la fe

nomenología que surge como intento de superar el

positivismo reduccionista el cual

pretende

reducir la

realidad a lo dado en las ciencias empíricas) y propone

un

saber de las cosas mismas consideradas

como

real

mente

son en su origen. Es decir, se trata de un retorno

al mundo

de

vida lebenswelt), de dejar la

palabra

a las

cosas

mismas tal

y como se

le presentan

a

la

conciencia

antes

de

que sean

parceladas

y tematizadas

por

las cien

cias empíricas. Para ello,

Husserl expone

un

método

que atraviesa tres momentos.

El

primero, llamado epojé

o

reducción fenomenológica,

implica poner entre

parén

tesis

todo

lo

que creemos saber

normalmente

acerca

de las cosas. El segundo, o reducción eidética,

supone

que, tras

haber

vaciado

la

conciencia

de nuestras

creen

cias habituales, ésta en su

pureza

capte

la verdadera

esencia

de la cosa. El tercero, o reducción trascendental,

nos permite observar cómo a

través de la intuición de

las

esencias

se constituye el mundo

de la

vida,

que

es la base de toda conciencia, de todo conocimiento, y

de toda ciencia. La

fenomenología

entonces -como

su

propio nombre indica- es un modo de tener acceso a los

fenómenos

para

buscar

su

fundamento, su dimensión

originaria el

mundo

de

vida),

que presupone

a la subje

tividad y a la ciencia pero que ésta, a menudo, olvida.

En

1953 y 1954, Derrida acude a la fenomenología

para dilucidar los

í n u l o ~

entre

la

estructura -la intui

ción

ahistórica

que

permite la

constitución de

un cono

cimiento universal-

y

la

génesis

-el proceso

histórico

por el cual este conocimiento se constituiría-. La

pre

gunta

derridiana

gira en torno a la vinculación entre la

geometría -cuyos hallazgos pretenden ser universales

y no estar sujetos a los embates de la historia- y la his

toria

misma. ¿Son los teoremas geométricos ideas pe

rennes e

independendientes de la historia?

¿No

influye

el

proceso

histórico,

con

todos

sus avatares, en la

cons

titución de

las ciencias?

En

1962,

Derrida apunta

a

que

la clavija o la bisagra que desdibuja la oposición entre

esas dos dimensiones la estructura y la historia) no es

otra que la escritura. Desde esa perspectiva, el signo no

proporciona tan sólo la mediación indispensable para

la

constitución

de las ideas. Es,

más

profundamente,

aquello que define la realidad

de nuestra

experiencia,

el

modo en que

nos

relacionamos con nosotros

mismos

y con las cosas mismas: es decir, con el mundo. Derrida

atisbará esta

identificación

en la

obra

de

Husserl

pe-  

ro

atisbará

también el rechazo

husserliana

al signo. Un

s

:

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rechazo muy filosófico a lo que implica pensar

en

la

escritura como condición material

de la

filosofía. Veá

moslo

más

despacio.

En La

voz

y el fenómeno Derrida se centra en Las

inves-

tigaciones

lógicas

de Husserl que, para él, constituyen la

estructura

germinal de

todo

el pensamiento husserlia

no (VP 39). En la primera

de sus

investigaciones

Hus

serl realiza una distinción, que llama poderosamente

la atención

de

Derrida, entre la

expresión y

la señal. La

exp

resión sería

un

signo con significado y la señal

un

signo

sin significado. Lo que Husserl intenta con esta distin

ción es sustentar

su

idea

de un

a conciencia pura ante

la cual las cosas

pudieran

presentarse sin ninguna me

diación,

ni

semiótica ni simbólica. Es decir, lo que Hus

serl trata

de

realizar con esta distinción es preservar a

la conciencia

de

los efectos

del

lenguaje. Así

-nos

se

ñala el pensador alemán-, en la interlocución, mis pa

labras

-que

intentan expresar mis intenciones o lo que

quiero-

indican

para otro,

representan

lo que

propia

mente no está -ni puede

estar-

presente más que para

mí. En la comunicación intersubjetiva sólo

puedo

indi

car a otro algo que representa lo que me acontece pero

que, finalmente, sólo está presente para

. Pero en la

comunicación

que

tengo conmigo mismo, las cosas se

me presentan, no

indican

nada, sino que se me presen

tan

en

la inmediatez, tal y

como

son,

para que yo pueda

captarlas. Habría,

por

lo tanto,

una

diferencia entre la

seña

l

o el significante, que indica en la comunicación

con los otros algo que propiamente sólo está presente

para

mí; y la expresión o el

significado puro

que no indica

nada

pero que

posee

la pureza

de

la irunediatez y tie

ne para mí un sentido aunque no pueda comunicarlo.

Husserl pretende salvar así la idea de una conciencia

pura pre-lingüística -es decir, no contaminada

por

el

lenguaje y los vericuetos interpretativos- que pudie

ra

captar en

su

plenitud la dimensión originaria del

mundo de

vida. Y sin

embargo

topa con dificultades.

En efecto, ¿cómo podría yo garantizar la transmisión a

los otros

de

esa inmediatez vivida

del

mwl.do que mi

conciencia capta?

Hay una tensión en el

pen

samiento de Husserl, ad

vierte entonces Derrida. Por

un

lado, anhela garanti

zar una presencia pura de

la

conciencia en sí misma.

Husserl singulariza este anhelo apelando a una comu

nicación interior

que

él denomina

vida

solitaria del

.a

lma'

 ,2

y

que equipara

con la

voz interior.

La

voz

pho

permite

identificar

sonido

con sentido, y

garantizar

una

comunicación que,

de nuevo

, evite los riesgos

de

la escritura. Husserl -nos señala Derrida- apunta así

al fonocentrisrno, al deseo de inmediatez y presencia

asociado a la voz. Y sin embargo este deseo, decíamos

anteriormente, es un deseo en tensión porque

Husserl

anhela también

una

expresión que si bien no indique,

sí signifi

qu

e. Ahora bien, el significado sólo

puede

ob

tenerse gracias a la iterabilidad del signo. Es decir,

gracias a

su capacidad de ser

repetido, reproducido,

y reconocido; y no obstante,

como

hemos señalado, si

el signo

no

es sino esta posibilidad de iterabilidad

no

2

Edmund Husserl,

In ves

ti

gac ion

es

l

óg

i

cas

 

l 8

l

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hay nunca presencia sino representación, repetición,

remisión. Sólo la repetición permitiría la constitución

de una

tradición y

un

progreso hacia la

verdad,

que es

el otro anhelo

de

Husserl. Pensemos,

por

eje

mplo

, en

las matemáti cas cuyo objeto

ha

sido considerado objeto

ideal de conocimiento. Pues bien, sin tradición escri-

ta no habría existido el progreso en las

matemáticas

y

cada generación

de

investigadores se vería condenada

a

averiguar

las

mismas

cosas. El mundo

de

las

ideas

universales existe no unque haya formas materiales de

transmisión, sino precisamente

porque

las hay.

Husserl

se ve obligado a

intentar

reconciliar el privi-

legio

de

la

singularidad

e

inmediatez

de

la

presencia,

con la necesidad

de

la repetición. Algo que observamos

también

en su

tratamiento del tiempo. Efectivamente,

la fenomenología, con el

va

lor

que

le

da

a su consigna

de ir a las cosas mismas, privilegia ante todo la inme-

diatez del presente vivido; no obstante, Husserl se per

cata de que no hay

presente

por así decirlo puro . Es

decir,

todo

presente retiene un pasado (retención) y se

proyecta a

un futuro (protensión).

No

hay, por así de-

cirlo, un presente total y absolutamente presente .

Husserl deja estas dificultades irresueltas. Pensar-

las hubiera implicado que la fenomenología se hicie-

ra cargo del signo, del lenguaje y de la historia en la

constitución

de

la

verdad. Hubiera

significado

poner

en cuestión la

idea de

finalidad y

progreso

tan cara al

proyecto fenomenológico. Hubiera significado pensar

a

la

historia y a la estructura

como

escritura sin suje-

to

fundacional,

sin

fines teleológicos y

sin

significado

trascendental. Porque, efectivamente, si no

hay

centro,

si no hay fuera del texto, ¿de qué verdad, de qué pro

greso hablamos? Todo ello tendría que obligar a cues-

tionar -cosa que Husserl no hace- el principio de la

presencia, el

absoluto

como presente viviente. Lo que

Derrida

acaba apuntándole a la fenomenología es en-

tonces lo siguiente:

• La percepción

en

tend

id

a corno acceso a la cosa mi

sma no

existe VP

92 porque tod

a presencia está infiltrada ya por el

lenguaje, y las cosas no se

nos

d

an

en

su

inmediatez, sino dife-

ridas. Una manera de comprenderlo sería apelar, como ejem-

plo, a

una de

las conclusiones

de

la ciencia cognitiva

de qu

e,

literalment

e, no

vivimos en el tiempo presente;

que hay

cierto

retraso entre l mo

men

to en

que nuestros

órganos sensoriales

reciben

una señal hasta qu

e ésta es

propiamente

procesa

da en

lo

qu

e percibimos como r

ea

lidad, y

qu

e luego proyectamos

hacia el pasado. Así

que nuestra

experiencia

del

presente es

básicamente exp eriencia

pa

sada,

pero

proyectada de vuelta al

pasado.

La

retención y

prot

ensión

del

pasado y

del

futuro en el

pr

e-

sente

deconstruye

la idea

de

un

presente

absoluto, donde la

conciencia estaría

plenamente presente

a sí

misma puesto qu

e

la posibilidad del signo, y

por

lo tanto del sentido, radica en la

repetición y ésta

en

la re

la

ción con mi

muerte

VP

104), es decir,

en la re lación con mi usenci y

no

con mi presencia. El

enun

ciado

yo

estoy vivo  sin ir

más

lejos requiere

de

la posibilidad

de

mi ausencia y de mi muer te para

poder

constituirse como

en

un ciado y poder ser, precisamente,

reproducid

o y r

epe

tido. 69

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El

enunciado y

o e

st

oy

vivo

 

-escribe

Derrida-

acomp

aña

mi

estar-muerto y su posibilid ad requiere la posibilidad de que

esté muerto; e inversam ente. No es esto una historia ex traor

dinaria

de

Poe

(se refiere

Derrida

a El extraño ca

so

de l s

eñor

de

Valdemar ), sino la historia o

rdin

aria del len guaj e (VP

158-159).

• La fenomenolog ía es finalmente una ontología. Es decir, un a

reflexión sobre el ser, sobre el fundamento de la realidad, qu e

lo concibe como presencia, y

que

sin embargo mu estr a, en las

tension es que acabamos de describir

-donde

no

ha

y pre sente

abso

lu t

amente presente, ni conciencia totalmente presente a sí

misma-, deconstruirse. Es Hu sserl quien nos

da

los elementos

para pensar contra él mismo (VP 99 .

Derrida

usa entonces la ins

epa

rabilidad del significan te

y

del significado del estr uctu ralismo contra la presunta

pureza

in t

erior de la fenomenología, y contra su

pre

tens

ión de

independizar el significado

expresión) del

significante

señal),

considerando a este

último como

irrelevante. Así, asesta un golpe a la

po

stu ra clásica de

Occidente,

sin

tetizada

como

una

supresión

del signi

ficante, y

un

pr ivilegio del significado. Efectivamente,

si el significante ha s

ido contemplado

por la

tradición

como el obstáculo

que corrompe

el concepto,

Husserl

ha luchado

por

evaporar

lo

en

favor

de

un

significado

puro que, no obsta

nt

e, se

muestra

ya

contaminado por

aquello que pretende rechazar.

La c

rítica

de la destrukti

on

heid

eggeriana

Si

la deconstrucción se prefigura

observan

do en el es

tructuralismo una potencia de lenguaje

que

subvierte

a la es

tructur

a, y

advirtiendo

en la fenomenología un

presente

y

una conciencia

que

difieren de sí mismos, la

más inmed

iata ocasión del surgimie

nt

o

de

la

palabra

en el texto de

Derrida

fue una lectura de ese concepto

básico

que es destruktion

3

en

la analítica existenciaria

propuesta por Martín

Heidegger

(1889-1976).

4

Una

lectura que

será un

desvío

porque

donde

Heidegger

aguarda todavía la presencia del ser, D

erri

da

detecta

el ag

uj

ero negro de lo

que siempr

e difiere.

En 1927 sale a

la

luz Ser

y tiempo,

la obra decisiva de

Ma

rtin Heidegger que

inició su carrera como alumno

de Husserl. El filósofo alemán emprende con esta obra

un cuestionamiento de la metafísica occidental en el

que reformula el método fenomenológico

de

Husserl

y pretende enraizar a la conciencia que ya no es esa

conciencia pura de su maestro que va al encuentro de

las cosas mismas, sino una conciencia concreta, fáctica

en el

mundo

y en el tiempo, que se angustia ante la

muerte como su más propia y exh·ema posibilidad. Se

gún Heidegger, el

probl

ema esencial es que la

meta

sica ha identificado al Ser con lo que está presente, y lo

El concep to prov i

ene

de Lutero

y

su pe

ti

ción de retorno a los or ígenes

eva n¡;é

li

cos. C

fr.

Jac

que

s Derrida,

Pnpd uíq   i  n.

l il

c  tn de esc

ri

bir y otras res

/

ll

te tns. Tradu cción de Cristina de Pcretti y Paco Vida

rt

e, Madrid : Trotta, 2003,

p .298

' Para un acercamiento a la obra de Heidegger ver Evoclio Escalan e, Heide-

 

71

gc

r,México: Univers idad Autónom a Metropoiitana, 2007.

1

 ¡

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que

está

presente es el ente. El ente es todo aquello que

es. En este sentido el animal, la cosa, y el hombre

son

entes. Ahora bien, el ente supone algo sin lo cual

no

po

dría ser concebido como tal, y que Heidegger denomi

na el Ser. El Ser no es ningún ente y por tanto, ningún

objeto que

pueda

ser representado. Es aquello gracias a

lo cual el ente es, y puede ser comprendido como tal. El

enfrentamiento con

la

historia de la metafísica implica

armas o estrategias de combate: en el caso de

Nietzs

che, esa arma es la destrucción. La actitud del espíritu

libre es la labor destructiva, que se

emparenta

con la

labor genealógica, la cual tiende a mostrar que aquellos

grandes orígenes que se prese

ntan

como sagrados son,

en realidad, insignificantes.

Heidegger, por su part

e, denomina onto-teología

a esa historia

de

la metafísica en

la

que,

cada vez qu

e

es planteada la pregunta por el Ser, se responde a la

misma

con

un

ente supremo Theós), y

su

método de

11

destrucción de la historia

de

la metafísica se

une

al

paso atrás para buscar el origen de ese olvido, que

confunde el ser con el ente. Todo el esfuerzo de Heide

gger se orienta a mostrar cómo entre el Ser y el ente hay

una diferencia que él mismo denominará la diferencia

ontológica y

que

podemos describir

brevemente

así: el

Ser

no

es el

ente

(no es ni el

hombre,

ni el animal, ni

la planta,

ni

la cosa)

pero

es el ser del e

nt

e (es lo

que

hace ser al hombre, al animal, a

la

planta, a la cosa).

Si el Ser está presente de algún modo en todo ente, el

hombre

-a

diferencia de los demás entes - es el único

que

puede

preguntar por él. Para designar a este ente

singular que el hombre es, Heidegger utiliza un nuevo

término, Dasein o ser-ahí . Heidegger propone enton

ces recuperar la diferencia entre lo ontológico (el ser) y

lo óntico (el ente). En el interés por la diferencia, Heide

gger interesa profundamente a

Derrida

y sin embargo,

esta diferencia no es la diferenzia

derridiana -no

es ese

sistema

qu

e difiere

en

los dos sentidos del término

y

que nos remite a la

huella

sino que conserva un anhe

lo de preservación y pureza del Ser frente a los entes,

que no es compatible con esa suerte de contaminación

y dislocación que es la deconstrucción.

Si para Heidegger , el ser del hombre

Da

  in consis-

te entonces en cuestionarse acerca del Ser, es porque el

Dasein

es el único

que puede

formular la

pregunta

me

tafísica por excelencia: ¿por

qué

el Ser y no más bien

la nada?

No

obstante, como este cuestionamiento no

·es algo ocasional sino que forma parte del ser del hom-

br

e -es decir

de

su manera

de

estar en el

mundo- no

puede

desligarse

de

la propia existencia. Cuando nos

preguntamos: ¿por qué el Ser y no más bien la nada?

-advierte Heidegger- no intentamos sino apropiarnos

de lo que somos, de nuestra propia existencia, y esto

es lo que no ha

sabido advertir

la metafísica. Cuando

preguntamos por el Ser y lo cuestionamos, no pregun

tamos

por

el Ser mismo como si fuera

un

objeto, sino

que no podemos separar

la

pregunta

de la interrogante

acerca de nuestra propia existencia. Así, asumir la pre

gunta por el Ser es asumir también la pregunta por la

nada que amenaza nuestra existencia. Es preguntarse

73

or

la muerte, por la posibilidad de nuestro fin.

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8/8/2019 Yebenes Zenia - Breve Introduccion Al Pensamiento de Derrida (1)

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Heidegger

propone entonces

enraizar

los conceptos

ahistóricos y absolutos en el carácter temporal e histó

rico

de la

existencia

del Dasein   Propone que

compren

damos que el camino hacia el Ser pasa

por un

análisis

de nuestra propia existencia temporal y finita. Lo que

Heidegger pretende con la destruktion es desplazar los

pr

es

upuestos de

la metafísica.

Poner en

cuestión

que

el

hombre

pueda

pensar y representar el Ser como si de

un

ente

se tratase.

Si

no fundamos el mundo, sino que

al analizar

nuestra

existencia nos descubrimos arroja

dos en él, Heidegger centra su crítica más

puntual en

un pensamiento representativo que implica la idea de

que

dominamos

el mundo bajo dos supuestos:

1

el que

pensar es

pensar

siempre algo bajo el imperativo de la

utilidad: proponer fines, imponer reglas y disponer

de

los medios, y 2 el que pensar es establecer

una

filosofía

del concepto que es, en última instancia, una teoría de

la identidad, la cual necesariamente conlleva el olvido

y rechazo de la diferencia

entre

el Ser y el ente.

En

Heidegger

el problema

de

plantear se correctamen

te

la

pregunta por el Ser lo obliga entonces a centrarse

en

una

reflexión sobre el lenguaje mismo. Si el olvido

de la diferencia entre el Ser y el ente es el olvido de las

condiciones del

propio

ser del hombre, es el olvido

de

un análisis

adecuado

acerca de la existencia del Dasein

y del carácter lingüístico

de

su

pregunta por

el Ser. Así,

la mala comprensión del lenguaje lleva a considerar la

posesión del lenguaje como algo adquirido

cuya

esen

cia es la comunicación. La buena comprensión consiste

en no

ver ya

al l

eng

uaje como

un instrumento

en manos

\

del hombre, sino en analizar nuestra existencia y com

prender que somos nosotros los que pertenecemos al

lenguaje, quienes lo habitamos, y no al revés. Si hemos

sido arrojados al

mundo

y arrojados al lenguaje, Hei

degger

enfatiza un

pensamiento

que huya del

dominio

instrumental,

que nos

lleve a

renunciar

a la

voluntad

de

poder

y

que

establezca

una

relación

de

copertenencia

con el Ser,

no

de dominio. Así, frente al uso técnico del

lenguaje como instrumento de comunicación, enfatiza

el decir del poeta

que

apuesta

por un

lenguaje origina

rio en el

que

las cosas no son

ni

útiles ni instrumentos,

sino que se

despliegan

desde sí mismas; se muestran

en

su verdadera dimensión

originaria que nos remite a

la verdad del Ser.

Llegados a este punto, hay

que señalar

que la deuda

de Derrida con

Heidegger

es inmensa. La

preocupación

·heideggeriana

por

la diferencia

por

el lenguaje seña

lan la propia búsqueda que Derrida trata de emprender.

Como él mismo

no

dudará

en

reconocer: Ninguno de

mis intentos hubiera sido posible sin la apertura de las

preguntas heideggerianas (POS 18). Los textos donde

Derrida

lee al filósofo alemán (desde Los fines del

hombre

de

1968

publicado

en

Már

genes

de

la

filosofía

hasta Aporías

de 1996, pasando por la compilación

de

textos de Heidegger la pregunta

de

1987) son difíciles

e intensos .

Derrida muestra

, a

través de

trabajos

que

se extienden durante treinta años, cómo la radicalidad

del pensamiento de

Heidegger

no le permite

sustraerse

a lo

que

pretende

destruir

(POS 18-19). Hay

una

com- 1

plicidad inevitable de

Heidegger

con la metafísica que

75

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·- _·

' ,11

,  ~ ; · ~

él mismo falla

en

advertir , fallo tanto más grave cuanto

que Heidegger cree estar subvirtiendo su cerco. Derri

da

sintetiza esta compatibilidad inevitable en dos obje

ciones fundamentales:

• La primera es que el solo intento

de nombrar

la

diferenzia de determinarla como ontológica, no condu

ce

más que

a

permanecer en

el círculo

de

la metafísica

sin lograr superarla. Para nosotros la diferenz ia sigue

siendo

un

nombre metafísico y todos los nombres

que

recibe en nuestra lengua son aún en cuanto nombres me

tafísicos. [ .. ],sobre

todo,

y ya la manera más general,

cuando dicen la determinación

de

la difer

enzia

como di

ferencia entre el ser y el ente (MF 61 .

• La segunda es

que

la oposición

heideggeriana

en

tre lo originario (el Ser)

y

lo derivado pertenece también

al sistema

jerarquizado de

oposiciones metafísicas. De

rrida

señala que hay que

desplazar toda

la

problemá

tica de la diferencia óntico-ontológica para abrirse a la

diferenzia que se disloca continuamente en una cadena

de sustituciones

diferidas

como juego del

movimien

to de

la

huella.

El

intento fallido de Heidegger por

subvertir

radi

calmente la metafísica le

mu e

s

tra

no obstante a Derrida

(y a sus lectores) algo decisivo. Además de reconocer

la pertinencia de la pregunta

heideggeriana

, para ser

consecuentes con

todas las

implicaciones

del pensa

miento

de

la

diferenzia ésta no puede ser determinada

como diferencia ontológica, corno

tampoco

puede ser

nombrada

en

absoluto pues

no

es, no existe, no tiene

esencia propia n existencia, no depende de ninguna

categoría del ente. La diferenzia, corno hemos visto ya,

no

puede

convertirse en

un

centro

que

detenga el juego

incesante de los significantes:

Es ,

por

consiguiente, la determinación del ser como presencia

[ .. ) lo

que

es interrogado por el

pensamien

to

de

la différa -

ce

- escribe Derrida-. Semejante cuestión no

podría

surgir ni

comprenderse si no se abre, en

algún

luga r, la diferencia que

h

ay

entre el

ser

y el

en

t

e.

Primera consecuencia: la

différancc

no

es.

No

es

un ente-prese

nte,

por

excelente, único, originario

o trascendental

que

lo

qu

e

ram

os consid

erar

.

No

rige

nad

a,

no

re i

na

sobre nada

y

no

ejerce su

autoridad

en

ninguna

parte.

No

se anW1cia

median

te

ninguna

mayúsc

ul

a.

No

sólo

no

h

ay

un

re

ino de Ja différancc

sino

que

ésta fomenta Ja subversión de

todo reino. Lo cual, evidentemente, la convierte

en amenaz

a

dora

e infaliblemente temida

por todo

aquello

que

en

nosotros

dese

a el reino,

Ja

presencia

pasada

o

por veni

r

de un

reino.

Y, ape lando siempre

a un reino,

puede

reprochársele,

cuando

creemos

verla

crecer

se

con una

mayúscula

, el

querer

reinar

(Mf94).

La

cr

ítica freudiana de la conciencia la escena de

la

escritura

Si la lectura de Heidegger ancla el mé

todo

fenomeno

lógico no

ya

en la intuición de las esencias por parte de

una

conciencia

pura

, sino

en

la

preocupación por

el

carácter histórico y temporal de los conceptos metafísi

cos, la

proximidad

de

la

deconstrucción con los descu

brimientos del psicoanálisis comienza a tejerse también

a partir de los trabajos

de

Derrida sobre la fenomeno-

,

 •

.

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logía

husserliana, ante

los

que siente

la

inquietud de

poner en cuestión el presente, el primado

de

la presen

cia de sí y

de

la conciencia. El descubrimiento

del

in

consciente

por parte del

psicoanálisis

pone en cuestión

el privilegio

de

la presencia de la conciencia a sí misma

y es lo

que provoca que -como

escribe

Derrida-   fuera

de

la lingüística sea

en

la investigación psicoanalítica

donde esta

perspectiva (la

de

la deconstrucción) pare

ce tener

hoy

las

mayores posibilidades de ampliarse

(GR 29). El psi coanál isis

incorpora además una manera

distinta

de

pensar

el tiempo.

Una manera que no

es

ya

la

de

la sucesión lineal de los instantes sino la determi

nación

de

un

ahora

presente por un pasado sin conexión

consciente con aquél

que

marca

a

un

sujeto

sin que

él

tenga conciencia de ello. Al parecer, vemos las cosas

por

primera

vez,

pero nuestras

percepciones

nuevas

están

teñidas

por las huellas

de nuestras

experien

cias

anteriores que influyen en nuestras percepciones

actuales . Una

experiencia

-escribe

Derrida- es

así

determinada en su presente por un presente que no

la

habría precedido inmediatamente sino que

sería muy

anterior. Es el

problema del

efecto del retraso

del que

habla

Freud

(GR 87). Un efecto

de

retraso, añadiría

mos nosotros, que encuentra

eco

en

la preocupación

de

Derrida

por el diferir.

La

presencia del

psicoanálisis

en

los escritos

de

De

rrida

es

siempre

recurrente,

desde Freud

y la escena

de la escritura

publicado

en La escritura y la diferencia

(1967);

Fors

(1976),

La

tarjeta postal (1980), Mal de

archi-

vo (1995), Resistencias

del

psicoanálisis (1996), Estados del

ánimo

del

psicoanálisis (2000),

hasta

su

fecundo diálogo

con

la

historiadora

y psicoanalista Elisabeth

Roudines

co, en Y mañana qué (2002). Hay

que

señalar,

además,

que Derrida

no se limita a discutir con

Freud

sino con

sus

discípulos

más

heterogéneos

que

van

desde

Mela

nie Klein

hasta Nicholas Abraham

y Maria Torok,

pa

sando por supuesto por

Jacques Lacan.

No

obstante,

para tratar de ver

la

respuesta

de

Derrida

a las

premi

sas

del

psicoanálisis

prestaremos atención

exclusiva

mente

a su acercamiento a la obra

de Sigmund

Freud.

Hay que

ser

cuidadosos

con este acercamiento. Si

bien

puede señalarse que

tal y

como

el psicoanálisis

busca

mostrar

lo

reprimido en

la

psique,

la

deconstrucción

apunta al análisis de la represión que la propia filo

sofía ha

operado

desde Platón respecto a sus

propias

condiciones materiales,

en

otras palabras, respecto a la

·escritura; no se puede

pasar

por alto la advertencia

de

Derrida que señala que

la

deconstrucción

del logocen

trismo no

es un psicoanálisis

de la

filosofía (ED 271).

Y

que más

tarde

añade

que

se

justifica

una

reticencia

teórica a utilizar los conceptos freudianos a no ser entre

comi llas (ED 272).

No

es sólo

que

los conceptos freudianos

tengan

todos

ellos una filiación metafísica (a la

cual

el

discurso psi

coanalítico a veces

escapa dando un

giro)

sino que

falta

una

reflexión directa,

en

Freud, sobre

las reglas

de

esa

pertenencia

a la metafísica y sobre las implicaciones

de

su desplazamiento.

Derrida

señalará, por ejemplo, la

falta

de reflexión

en

el psicoanálisis entre s us concep-   1

tos

fundamentales

( instinto , placer ,

represión

.. )

9

\ ~ ; 1 ; ,

* ' l ~ . J W G ü . ( ~ : ,

\ : ~ ~ · . : 0 ] ~ \ , }

' . : . ~ ~ : t . : ~ - - ~ t = ; : ; c . r ; : . , ; ' '

~ ; ; : ¡ ¡ t · D ~ ~ O I F ~ f ;

t Tii A

 

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¡:,

'

·

~ : V t <

·F

y esas palabras en el

len

guaje cotidiano.

5

Es necesario

verlo más despacio respecto a la noción de escritura.

En

La

nota sobre la

pi

zarra mágica 1925), Freud des

cribe

una

pizarra con la que los niños jugaban en su

tiempo y constaba de tres partes . En la par te inferior

había

una tabla de cera cubierta por una l

ámina

de

pa

pel

enc

er

ado, y sobre ella

había

otra lámina

de

celuloi

de transparente. Los

niños

escribían  o dibujaban 

sobre la pizarra con un lápiz sin mina y 'borraban

levantando las láminas,

comenzando

por la

primera,

cuyo lado

inferior quedaba s

uelto

. La lámina de cera

representaba al inconsciente,

porque

rete

a las

hu

ellas

p

er

manentes

de todo

lo que se r

eg

istraba

en la

s

up

er

fici

e. Por

su

parte

, las otras

do

s

lámin

as

representaban

a la

mente

consciente que, aunque pa rece percibir sólo

en el presente , siemp re es escrita po r l

as hu

ellas in

conscientes. La

idea cen

tral es la de la

imposibilidad

de

traducción

entre el ámbito de lo inconscie

nt

e y lo

consciente. No se

trata

de

que

el texto de lo inconscien

te

sea

algo

últim

o, una presencia

última

de lo

que

lo

consciente sea traducción. No

ha

y una presencia origi

naria

de la

qu

e la concienc

ia

sea representación. El ám

bito de

la

conciencia es 'lm pre

sen

te

que siempre

es tá

reconstituido, d e

un pr

ese

nte qu

e como tal, y por así

decirlo,

nunca

ha si

do

presente.

Con la pizarra mágica

Freud

t

ra

ta

ba

d e

responder

a la exigencia con

tr

adicto

ria

en

tre

una

vida psíquica capaz de la percepción (lo

dado por prim

era

vez, el origen o

pre

sente vi

vien

te de

· C

fr.

Jacqucs Derrida,

Yo

-el-psicoanü

li

sis , S11p/emen/os l11t/1ropos 13, Bar

celona, 1989, p . 36 ss.

la experiencia) y capaz de la memoria (representación,

secun darie

dad

, repetición,

posibilidad

de olvido).

Una

exigencia que para Derrida

hubiera

tenido

que

llevar

a cuestionar con mayor radicalidad esas distinciones, a

dislocar la oposición jerárquica

entre

la

originalidad

de la experiencia y la repetición  .

No

obstante, el

in t

erés de Freud

por

la estructura

de

la

psique como escritura -esa intuición

ante

la que acabará

retrocediendo-- se hace eviden te desde La interpretación

de los sueños de 1900 y tiene para Derri

da

el logro de vo l

ver enigmático aquello que se cree conocer bajo el nom

bre de escritura . Algo

en

lo que coincide con la decons

trucción y su propuesta de una escritura (archiescritu

ra

)

que

pr

ecede a la distinción entre lo oral y lo escrito ED

274-275) . En esta obra, Freud señala que las imágenes

y los s ímbolos oníricos son -como los pictogramas, los

jeroglíficos o los ideogramas chinos- una escritura no

fonética. Asociando el valor

que

otorgaban los egipcios

a la interpretación de los sueños, observa una analogía

entre la escritura

de

los jeroglíficos y la escritura onírica.

Se trataría para él de una escritura onírica original an te

rior a la escritura en ese se

ntido

corriente de inscripción

del habla, que va a subvertir la deconstrucción (ED 288).

Lo

importante

adem

ás

- señala Derr

ida-

es

que

este

descubrimiento de

Freud

-que nos permitiría atisbar

la archiescri

tu r

a-

des

centra,

impone

un

límite esenci

al

a la autoridad de un código fijo ya que es

e

l soñador

(quien) inventa su propia gramática

ED

288).

No obstante, pese a que Freud vislumbra la vincu

lación entre un

fondo no

fonético (ni subordinado al 1 

1

"

¡'

 

r.

 '

'

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habla) de la escritura y

un

fondo no-lógico

de

la con

ciencia

no da

el paso que le permitiría salir

de

la analo

gía y pensar,

no que

la esencia

de

la psique es semejante

a la escritura sino que la escritura es la psique o

en

la

psique.

Con

ello Freud

-nos

advierte

Derrida-

vuelve

a repetir la condena metafísica

de

la escritura. Efectiva

mente para

él, la escritura sólo

imita

la

vida

psíquica,

mientras

que para

Derrida la constituye.

Hay un

mal

en

todo caso -señalará al respecto De

rrida

de manera

esclarecedora-

una

función

autoinmu

nitaria

en

el psicoanálisis como

en

todas partes y

aquí

podemos

leer:

como

en el estructuralismo, en la feno

menología o en la analítica heideggeriana),

un

rechazo

de sí,

una

resistencia de sí, a su propio principado a su

propio principio

de

producción EAP 21).

V

LAS LECTURAS DE J CQUES DERRIDA

Aquello

que

quiero subrayar es solamente que

el paso más allá

de

la filosofía no consiste

en

girar la página

de

la filosofía lo cual equivale

casi

siempre

al mal

filosofar , sino

en

seguir

leyendo a

los

filósofos

de

un

cierto modo.

JACQUES DERRIDA

Si bien casi todos los escritos de Jacques Derrida -como

hemos señalado ya - son lecturas de textos de filósofos

y escritores, frente a la tradición, la deconstrucción se

propone no una

tarea crítica exclusivamente negativa

·-como

han propuesto algunos críticos-

sino

una pues

ta en

práctica de lo que Derrida

ha denominado

proto-

colos

de

lectura

cuya función es, más bien, configurar

una nueva

escritura,

un nuevo

texto.

1

Un texto no es

un

texto -escribe Derrida- más que si esconde a

la primera mirada al primer llegado, la ley de

su

composición

y la regla de su juego. Un texto permanece además siempre

imperceptible. La Ley y la regla no se cobijan en la inaccesi

bilidad de

un

secreto, sencillamente

no

se entregan jamás, en

el presente, a

nada

que

rigurosamente pueda

ser denominado

una percepción

[ .. ]

Reservando siempre una sorpresa

a la

Cfr. Cristina

de

Pcretti, jacques Derrida. Texto y deconstrucción, Anthropos: 1

83

arcelona, 1989, pp. 149-178.

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anatomía o a la fisiología de

un

a crítica que creería dominar

su juego, vigilar todos los hilos a la vez, enga

ñándose

asimis

mo al

quer

er

mirar

el t exto

sin

tocarlo,

sin pon

er la ma

no

en

el objeto , sin arriesgarse a añadirle nada, única posibilidad

de entra

r en el juego pillándose los

dedos

en algún nuevo hilo.

Añadir no es aquí sino dar a leer [ .. ] Sería, pues, preciso con

un

solo gesto

pero

des

doblado

, l

ee

r y escribir. Y

quien

se

cre

yese, por ello mismo, autorizado a

añadir

algo por su cuenta,

es decir a a

ñadir

cualquier cosa, no

habría

entendido nada del

juego. La

costura

no se

mantendría.

Recíprocamente,

ni

siquie

ra leería a

quel

a

qui

en la prudencia metodológica , las nor

mas de Ja

objetividad y los pa rapetos del saber le coartasen

para poner algo

de

su propia cosecha. Idéntica simpleza,

id

én

tica esterilidad de lo no serio  y lo serio . El supleme

nt

o de

lectura o de escritura debe ser rigurosamente prescrito pero

por

la necesidad de un

ju 

go

sign

o al

que

hay

que

conceder el

sistema de todos sus poderes . (DI 71-72).

Lejos entonces

de

contentarse con

la negatividad

de

una crítica, la lectura

derridiana,

que requiere con

siderables dosis de astucia y perspicacia, procede se

gún un doble

gesto. Así, a

la vez que

reconoce

en

los

pensadores

una

articulación decisiva con la metafísica

occidental, apunta al exceso indecidible

que

no obstan

te hay en los textos. Un indecidible

que

la filosofía ha

intentado disimular

o

del que ha intentado apropiarse

-a través

de

la interpretación canónica

de

sí y

de sus

autores- con el fin de sentirse más segura y protegida

de

misma

. El

primer

efecto

de esta

estrategia derri

diana

es el que

Derrida

denomina

paleonimia de

los

vie-

jos nombres. Se trata de invertir la jerarquía metafísica

de las oposiciones privilegiando al

término

marginado

pero conservando

-aun a riesgo de una complicidad

provisional-

su significado antiguo. El segundo efecto

es

que

precisamente el

desplazamiento

del término al

operarse

la inversión, socave y desestabilice

toda

jerar

quía hasta que

el

término mismo

se convierte

en

un

in

decidible. Derrida nos advierte que no hay un método

propiamente

dicho

para

efectuar esta tare

a

El hecho

de

que

el doble gesto

de

la deconstrucción se

aplique cada

vez a un caso singular, hace que haya de inventarse, de

replantearse en cada caso; de ahí que Derrida no hable

de método de lectura sino más bien de andadura:

Nada

de

todo

esto no excluye cierta andadura que

hay

que seguir

(DI 303).

La andadura de

Derrida

apunta no a la búsqueda

de

la

verdad

o

del

sentido último

del

texto sino a la

diferenzia activa y productiva, a la actividad transfor

madora de la interpretación que vigila las fisuras del

texto, que cifra la importancia de lo marginal, y

anula

con los criterios habituales de interpretación: interno/

externo, esencial/no esencial. .. etcétera.

Derrida

no lee

para re

futar

a los autores. No aprueba ni modifica

ni

refuta

argum

entos, sino

que

insiste en la inestabilidad

del texto,

en

la indecidibilidad que lo cruza y que éste

no

consigue superar.

Derrida

desfija los textos,

opera

en su

interior

muestra

la genealogía de

sus

conceptos,

muestra

su

doble cara,

su

ambivalencia, en un juego

que invierte deshace las oposiciones, desenmasca-

185

ando la violencia oculta

que

las sustenta.

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86

No es extraño,

por

lo tanto,

que

uno de los efectos

de

esta lectura sea la diseminación La diseminación

-seña

lará-

afirma (no digo produce ni constituye) la sustitu

ción sin fin, ni detiene

n

controla el juego [ .. ]

No

tiene

en sí

misma ni

verdad (adecuación o desvelamiento)

ni velo (DI 337-338). Etimológi camente

Derrida

jue

ga con la semejanza fortuita

que

existe

en

el término

diseminación con el vocablo griego sema -signo- y el

latino s m n -semilla-. La

diseminación

impide que los

signos trabajados

por

ella se justifiquen, en última ins

tancia, por una vuelta

al

logos, razón u origen

sagrado.

Impide

la posibilidad

de

la lectura de cerrarse sobre sí

misma y hace de ella

una

estrategia sin finalidad. La

lectura/escritura se

disemina

hasta el infinito y lejos

de apuntar a la verdad o al sentido, remite constante

mente a la alusión sin principio ni fin.

Si el sistema (cualquier sistema)

por

una parte exclu

ye o expulsa lo que

no

se deja concebir

en

sus propios

términos, mientras que

por

otra se deja simultánea

mente fascinar, atraer y dominar

por

el término ex

cluido, Derrida pretende desplazarlo descubriendo los

términos excluidos, los restos,

que dominan el discurso

que los excluye. No se trata de convertir los términos

primarios

en

secundarios y viceversa -la escritura dise

rninante de Derrida no puede detenerse ante

un

referente

último porque el referente es

un

texto cuyo referente es

a

su

vez otro texto, etcétera-. Derrida señala que

se

.

escribe a dos manos : con una, se respeta el juego

de

los conceptos -no podemos pensar si no es

por

medio

de

las concepciones binarias-; con la otra, se lo borra,

se lo desplaza, se lo desliza hasta su extinción y

su

clausura. Este desconcierto que provoca la producción

derridiana se materializa

en

la estructura misma de

sus

obras, que

ponen

en jaque la figura del lector como

sujeto unitario que desea

apropiarse

de un sentido.

Desde

los textos extrañísimos

de

los

años

setenta, en

que distintas

grafías y

textualidades

se

entrecruzan

en

la disposición gráfica de las obras, desconcertando

a quien desea seguir

un

hilo textual ordenado, hasta

los textos posteriores, que incluyen muchas veces

una

página

suelta, de lo

que

se trata es

de

dejar a

un

lado

la idea de la

lectura

y

la escritura

como

comunicación

de conciencias en una unidad de sentido. Se

trata

de

hacer prese

nte

lo indecidible, sin disolverlo. Veámoslo

detenidamente .

·;

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  I ~ : ~ :

1

·

::r

Platón y las

paradojas

de la textualidad

El filósofo y matemático inglés Alfred North White

head señaló alguna vez que toda la filosofía occid ental

no es sino tma nota a pie de página de la obra de Pla

tón

. Sin suscribir plenamente la aseveración de White

head

,

no

cabe

duda

que

Platón

funda

la metafísica

de

Occidente

y que

discutir con él

no

es

ya

discutir con un

autor, sino

con toda una

tradición

y

con

todo un

pro

grama

de pensamiento. Repetimos Platón a menudo

sin saberlo,

pero

si lo hacemos, Platón trae inoculado el

virus que

hace y deshace sus

propios

planteamientos.

Derrida

dedicó a la lectura de Platón y

también

de Só

crates) tres

de sus

textos más importantes:

La

farmacia

de Platón (1965) incluido en La diseminación Envíos in

cluido en La tarjeta

po

stal (1980) y Kh ra (1987).

En

La farmacia

de

Platón Derrida

se interesa

por

la

condena platónica de la escritura

qu

e tiene lugar en

el diálogo

Fedro

y procede realizando un movimiento

doble. Primero,

nos

ofrece la lectura d el diálogo

según

la tradición que inaugura el pensamiento platónico;

después expone una segunda lec tura a través

de

los

elementos no resueltos por la primera. Para Derrida el

texto está hecho

como

un tapiz del cual

habitualm

e

nte

vemos una cara sin

observar como

los hilos se entre

lazan para darnos una

versión. Esos hilos

son

los

que

hacen

y

tambi

én los que deshacen) el tejido del texto

(DI 93-94).

Fedro

es

un

diálogo complejo en el que el

protagonista del

mismo nombre pasea con Sócrates a 1

las afueras

de

la ciudad -en el paraje

junto

al lisos- y

s

9

¡

¡

i

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dialoga con el maestro que, frente a ese mero repetir

sin saber que corre de boca en boca y que es el mito ,

quiere instaurar la pureza racional del logos. El diálogo

platónico asociará a

menudo

el peligro del mito con el

de la escritura DI 98-99).

Ambos

se

apoyan

en signos

externos (la escritura en signos gráficos, el mito en el

Érase

una vez de

la tradición) y

apelan por

ello a

una

exterioridad

que

impide

el verdadero conocimiento de

sí, el difícil ascenso a la contemplación de la luz y la

verdad que se

da

a través de la memoria auténtica; es

decir a través del reconocimiento

de

las

verdades

origi

narias

que iluminan al

alma

si

ésta

no se queda

atrapa

da en las

sombras

de la percepción sensorial. l

habla

viva que se

da en

el diálogo, el método dialéctico se

guido

por

Sócrates tiene como finalidad despertar esas

verdades que

la escritura, en cambio (y al igual que el

mito), corre el riesgo

de desvirtuar

y falsificar.

Lo curioso,

no

obstante, es que

pese

a esta identifi

cación del mito con la escritura, Platón utiliza un mito,

el

de Thoth

o Teuth, para hacerle

ver

a Fedro los

pe

ligros de esta última. Teuth (nombre griego

del

dios

Thoth) es el dios egipcio de las cosas ocultas:

la

magia,

la astrología, las matemáticas, la medicina, los juegos

de

azar y la escritura. Cuenta el mito que Teuth acudió

al rey

de Egipto

Thamus

para

mostrarle sus

artes y ex

plicarle

por qué

sería necesario

que

fueran

propagadas

entre

los egipcios. Frente al

entusiasmo de

Teuth que

describió a la escritura

como

un ph rm kon (remedio)

para la

memoria

deficiente y

la sabiduría

limitada, el

rey Thamus la definió como

un

pharmakon como un

remedio que envenena la memoria al reemplazar el

proceso

vivo

e

inmediato

de la

memoria

auténtica. La

escritura

-le

explicó el

rey

al dios-

haría

a los

hombres

perezosos

porque ya no

se

preocuparían

por su capa

cidad interna

para recordar, sino que se

apoyarían

en

lo escrito. La escritura sería un ph rm kon

para

la re

memoración,

mas no para

la

memoria

auténtica. Impe

diría a los hombres distinguir entre lo verdadero y lo

falso,

y

les

haría

arrogantes

pero

no sabios.

Así, frente al

habla

que está en contacto con el origen

vivo

e

inmediato

de la verdad y el orden de la

razón

(del logos) la escritura -señalará Platón- es una hija

bastarda o huérfana

que no

se halla

en

contacto vivo

con el origen y

puede

asesinarlo, es decir, desvirtuarlo.

Esta escritura que está

fuer

-alejada del logos y del

origen- en lugar

de

inseminar y ser fecunda como la

palabra

viva

que produce

fruto

en

quien

la escucha, se

disemina.Alejada del origen y

condenada

sólo a repetir-

se, es un significante estéril al

que

le falta la vida. La es

critura es

como

un retrato que no pue

de

e s p o n d e ~ que

no

discierne a quien hablar, es incapaz de defenderse,

necesita

de su padre para que

la defienda

de

abusos

y malinterpretaciones. En el mito, ese indecidible

que

es el ph rm kon y

que

oscila entre

remedio

y veneno,

se define asociando a la escritura con éste último. La

oposición entre

habla

y escritura,

como

la

que hay

en-

tre logos y mito, y entre la memoria auténtica e

interior

y el recordatorio externo, es la distinción que existe

entonces entre un saber verdadero (el habla, el lagos, 1

la interioridad) y uno falso (la escritura, el mito,

la

ex-

9

 

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terioridad). Una distinción que

Platón

fortalece distin

guiendo al filósofo del sofista. Es decir, al que busca

un saber

verdadero que

lo

transforma

(el filósofo), de

aquel que con ayuda de la retórica aprende y repite con

arte un conocimiento exterior con el fin de hacerse así

de

una buena clientela (el sofista).

Ahora

bien, el

pen

sa

miento

de

la escri

tura

qu

e ofrece

edro es entonces inseparable

del problema

de

traduc

ción del pharmakon porque es a

través

de este concepto

que el texto piensa la escritura DI 267). Pharmakon es

un remedio -dic

e

Teuth- pero

un remedio 

que

en

venena

-añade

Thammus-. Las

dos

posibilidades se

inscriben en el texto. La compleja lógica del pharmakon

no se

limita

, sin

embargo,

a la oscilación semántica

entre

dos

valores. El

problema

está

ya

en el texto grie

go. Un

fragm

e

nto

del

Timeo

89 ad) indica

que

incluso el

buen

phamzakon

(remedio) es finalmente nocivo para

un ser natural vivo

que deb

e ser

autónomo,

y en el que

la misma enfermedad tendría m carácter natu

ra

l que

debería

seguir

su

propio

ritmo.

Pharmakon

se asocia así

a una exterioridad 

que

no

forma

parte

de

lo más ín

timo del ser y ante la cual debe permanecerse alerta.

Pharmakos es además el

chivo

expiatorio

por

el que la

ciudad se purifica periódicamente sacrificando algo de

sí misma y que representa, a través de su exclusión, la

excl

usión

de la exterioridad

amenazadora

DI

192-202).

Pero es también el nombre de la filosofía que se define

a sí

misma

como ale

xipharmakon

-como antídoto frente

al

error (Alcibíades 132b; Leyes 957c-958c)-. A Sócrates

mismo se le

da

alguna vez el apelativo de pharmakeus,

mago o hechicero

Menón

80 ab

). Pharmakon

pa rece ser

entonces un indecidible. Cuando sus significados co

mienzan

a

jugar en

el tejido del diálogo

de

Platón, la

lógica que parecía no tener fisu ras se disemina y

no

hay

forma aparente de trazar una línea divisoria y defuúti

va

entre el

remedio

y el veneno, el mito y el logos, el

filósofo y el sofista.

Así, si el mismo Sócrates que condenaba a la escri

tura

frente al diálogo vivo, define a la

verdad

como

escr

itura en

el

alma

2 la verdad del logos sólo pue

de

explicarse mediante el mito; y Sócrates es mencionado

con

aquel

apelativo

que

se otorgaba a los sofistas: el

de mago o hechicero. El logos se

encuentra

entonces

penetrado por el mito, el habla es una forma de escri

tura (ambas se apoyan

en

signos exteriores, que deben

poder ser

repetidos

en ausencia

del hablante

concreto)

·y a la sabiduría socrática verdadera la infiltra el enga

ño

del sofista. La escritura, como el

pharmakos

o chivo

expiatorio, es entonces el mal que se encuentra en la ciu

dad y

que

debe salir de ella

para que

ella

mism

a logre

mante

ner

su pureza. El chivo expiatorio, recordémoslo,

debe pertenecer adentro

y

debe permanecer afuera. Es

un indecidible. La escri

tura

es el chivo exp iatorio de la

filosofía.

Hallada

en su interior (Platón escribe), ha

de

ser expulsada (Plat

ón

condena la escritura). El intento

de

Platón

de

fijar los opuestos

que hemos

visto, es el in

tento

de

fijar la filosofía. Derr ida subvierte, desfija el or-

2

Rec

ordemo

s lo que Derrida

seña

la de estas asociaciones

pnewnatol

ógicas

y

no grama tológicns en el apa

rt

ado La escritura del

cap

ítulo 11 del presente

trabajo.

¡

J

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li

11 1

I

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den. Teuth

-nos

recuerda él

mismo-

no es sólo el dios de

la escritura sino

también

el del juego, el del juego infinito

de

las diferencias. Taimado, escur ridizo y enmascarado,

Teuth es hijo

de un

dios;

-es

decir, se añade a algo

que

ya está completo

(un

dios), que al mismo tiempo

repi

te (es

una

extensión, perpetúa la sangre de

su padre),

y

simultáneamente opone porque habrá de

reemplazarlo.

Teuth se opone a lo que él mismo repite, se opone a sí

mismo. Es el otro

que

el

padre,

su

padre,

y él mismo; no

se le puede asignar

un

lugar

fijo. Es el comodín, esa carta

salvaje que pone

en

juego al juego mismo.

En el simulacro de correspondencia que son los

En

víos

de

a

tarjeta postal

Derrida ahonda

en

estas

am

bigüedades y lleva a cabo

una

relectura de la relación

Sócrates-Platón,

una

relación

ineludible

para

la filoso

fía. Basándose en una reproducción

del

siglo xm Derri

da muestra cómo

esta relación se

ha

invertido,

ahora

es Platón quien habla y Sócrates quien escribe. Platón

-nos

dice

Derrida-

se legitima con Sócrates

como

se le

gitima con la verdad, y la legitimación pasa por el fono-

centrismo por

la represión

de

la escritura.

Para

Platón,

la obra es

de

Sócrates

porque

es Sócrates

quien

habla,

quien goza

de

la presencia inmediata

de

la sabiduría,

mientras que él se contenta con escribir o transcribir.

La

aseveración No hay obra

de

Platón , una aseveración

aparentemente escandalosa, no

proviene

de Derrida,

sino

del mismo

Platón

en

su

Carta VI.

¿Pero

qué

significa esta aseveración? Puesto quepo

demos

leer

que no hay

obra

de

Platón

en una de las

obras de Platón

en el momento en que esta afirmación

es cierta también es falsa puesto

que

deja

de

ser

una

afirmación

de

Platón. Pero en el instante mismo en que

se vuelve falsa, es verdadera, puesto que

hay

entonces

obras de Platón TP 42). Es ta lógica inquieta y desesta

biliza toda la filosofía de Platón en su mismo principio,

que se vuelve

radicalmente

sofístico. Si el enunciado

de

la

verdad

se

vuelve

falso

en

el

instante de

la

enun

ciación y verdadero

en

el

momento en

que se retira,

la

verdad

es entonces como el

pharmakon un

juego

de

diferencias incesante; no es sino la

pura

posibilidad del

juego mismo.

Además, es en el texto de Platón

donde

aprendemos

que Sócrates no escribe, pero la palabra

de

Sócrates no

se

da sino en la

escritura

y en los libros; no existe sino

como cita y

en

este sentido

su

posibilidad es

-quiera

o no

Platón- estrictamente

literaria . Platón

da vida

a Sócrates y

se vuelve

así

padre de

Sócrates

y

por

lo

tanto,

abuelo

de sí mismo TP 38). Platón se legitima

con Sócrates

de

la misma manera

en

que alaba la fuente

viva

del

diálogo pero escribe y condena la escritura. La

devaluación

de la escritu ra se justifica mediante la con

sideración

de que

la escritura es

un mero

sustituto del

habla, un simple medio de expresión

del pensamiento,

un

medio irrelevante que, a menudo, constituye in

cluso

una

barrera y

un

peligro

de

contaminación

para

dicho pensamiento. Pero

no hay

que olvidar,

como

se

apuntaba

más arriba con la misma obra

de

Platón, que

la marginación

de

la escritura como fármaco es

una

operación crucial de este pensamiento esencial

para

1

Occidente, que responde al miedo de la imposibilidad

9

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.

1 '

absoluta de toda identidad, de toda intimidad, en una

palabra: de toda esa plenitud de presencia que consti-

tuiría su

máximo

anhelo.

De Rousseau a Lévi-Strauss: naturaleza y cultura

La obra

de

Derrida

De

l

gramatología,

aparecida

en

1967,

está compuesta de dos partes. La segunda se titula Na

turaleza, cultura, escritura y el último capítulo de esta

parte está

consagrado

a la violencia de

l

letra de Lévi

Strauss a Rousseau

que

precede a

dos

capítulos que

conciernen

más

específicamente al texto de Rousseau

y

que -aunado

al texto de

Derrida de

1972 El círcu-

lo lingüístico de Ginebra

publicado

en Márgen

es de l

filosofía-

muestra la importancia que Derrida otorga al

pensamiento del pensador ginebrino. Rousseau le inte-

resa a Derrida porque en él la presencia de la conciencia

a sí misma, no se da a través del Lagos, sino

mediante

el

sentimiento; la presencia es,

fundamentalmente,

expre-

sión del sentimiento mucho más que del pensamien

to. En su Ensayo sobre el origen de las lenguas, Rousseau

asevera la oposición naturaleza/

cultura

y

subraya

el

estado de

naturaleza

como

un estado

ideal, en el

que

los

hombres son

libres y

bondadosos

y se

comunican

de

manera

viva

y directa a través del habla. Frente al

estado

de

naturaleza, la

cultura

implica la esclavitud,

la

corrupción

y la pérdida de la

inmediatez

comunica-

tiva a través

de

la escritura.

Rousseau -advierte

Derri-

da -

opone

la

voz a

la

escritura

como

la presencia a

la

ausencia y la libertad a la esclavitud GR 213).

Como

Platón,

Rousseau piensa la

escritura como

un

artificio peligroso: Ese recurso (la escritura) no es sola-

mente extraño, es peligroso. Es la adición de una técni-

ca. Es una

suerte

de astucia artificial y artificiosa para

volver

presente la

palabra

cuando ella

está

en verdad

ausente GR

185).

El

peligro

de

la escritura le inquieta

tanto

más cuanto que

ésta es

introducida en

la interio-

ridad del pensamiento bajo

una

apariencia de neutrali-

dad

e inocencia. En sus

on

esiones, Rousseau

advierte

la

paradoja

. Escribe, siente la

necesidad

de escribir in-

cluso para sí mismo,

pero

al hacerlo percibe

un

peligro:

el

de corromper la inmediate

z

de

la vivencia.

En las Confesiones, Derrida encuentra algunas ten-

dencias del discurso que lo llevan a formular un nuevo

concepto, el de suplemento, especialmente útil para una

lectura deconstructiva y textualista de

su

obra. Rous-

seau utiliza el

término suplemento en

distintos lu-

gares y referido a experiencias diversas,

todas unidas

sin

embargo

por la falta

de

la presencia

de

algo na-

tural que es suplido , es decir, sustituido

por

algo

artificial . Casos de suplemento en las Confesiones son,

por ejemplo, la señora Warens, que suple la falta de

madre

del

autor, y la

masturbación

y el autoerotismo,

que

suple

la falta del amor

natural .

Suplemento,

nos

advierte

Derrida,

proviene

del francés suppléer . Aho-

ra

bien, suplemento significa, por

un

lado, añadir algo

a algo que, no obstante, está completo por sí

mismo

(por eso

hablamos

de

suplir

y no

de

complementar);

y,

por otro,

tomar

el

lugar

de algo, sustituir.

En todos

los casos, el

suplemento

es lo artificial

que

sustituye

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a lo

natural,

es el mal necesario -pero peligroso- que

sustituye al bien ausente. El suplemento tiene que ver

con la ausencia de la presencia. Por un lado es artificial

peligroso, un mal necesario, pero por otro lado nos

brinda seguridad y nos permite resolver

problemas

de

otro modo insolubles.

Para

Rousseau

el habla es la expresión

natural del

pensamiento mientras

que la escritura no es

más

que

un

suplemento del habla. Es decir, no la complementa

porque

el

habla

está completa

por

sí misma. Es algo

que

se

añade

y, en su ausencia, la suple;

pero

el

suplemento

-como hemos señalado- es artificioso

supone

un ries

go. La escritura sólo se requiere

cuando

faltan la

na

turalidad y espontaneidad del lenguaje hablado. La

escritura

en Rousseau

-aclara

Derrida

-   adoptaba el

rango de una triste

fatalidad

que venía a

precipitarse

sobre

la inocencia natural y que

interrumpía la edad

de

oro del habla presente y plena (GR 213). Rousseau

se

inserta

así en la tradición metafísica que apuesta

por una relación entre la filosofía la escritura, en

que la filosofía

intenta

borrar las marcas, las

condi

ciones de su propia aparición. Efectivamente, lo que

Derrida

observa

en el

trayecto

de

Rousseau

es

unan

helo

de

presencia viva

que nos permite advertir en su

mismo

trazo,

que el deseo es deseo porque en

su

raíz

hay una ausencia

. El lenguaje

original

o

natural no ha

bría

existido

jamás

porque habría sido desde

siempre

una escritura. El

hecho

de que

Rousseau describa

la

escritura como suplemento peligroso

y derivado

del

habla,

implica

una carencia en el

seno

mismo de la

metafísica de la presencia. Así, el suplemento que se

presenta

como

algo externo añadido a

algo

que

estaría

completo

por

sí mismo -a pesar de ser algo extraño a

la naturaleza de aquello a lo que se añade- le es esen

cial,

en

tanto que compensa una carencia originaria de

aquello

que en

principio era completo

por sí

mismo.

Esto implica

un

concepto de naturaleza bastante

com

plejo en el fondo pues,

por

una parte,

la

naturaleza es

algo completo en sí mismo, algo

para

lo cual la cultu

ra

es una adición. Pero,

al mismo tiempo

y

pese

a su

prioridad, la naturaleza es incompleta e insuficiente

pues conlleva

una

carencia o ausencia inherente que

hace

que la

cultura sea

su

suplemento,

es decir, algo

externo

a ella pero esencial.

La obsesión

de

Rousseau por la escritura y la lógica

del suplemento le hace decir lo que no quería decir

lo obliga a revelar lo

que querría

borrar: la

primacía

la originariedad

de

la

escritura. Roussseau dice en

tonces lo que quiere decir: que la escritura no está en el

origen del lenguaje sino que constituye su decadencia;

pero

describe

a través de la lógica del suplemento, lo

que

jamás

hubiera

querido:

que

la escritura

sus

efec

tos operan en el origen

mismo

del lenguaje GR 335).

La lógica del

suplemento

tal como Derrida la expone,

se convierte en algo verdaderamente peligroso para el

pensamiento h·adicional

pues

hace

de

la presencia

plena

algo

no

originario, siempre

aplazado

reconstruido.

Lévi-Strauss, padre de la antropología estructural,

es para Derrida el discípulo moderno de Rousseau.

Aquel que lo lee como quien ha instituido la etnología

·· .

¡

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1

1 r:

i {

¡ ~ ~ ~

~ ' .

moderna y no solamente

como su

profeta" (GR 138).

Derrida

muestra entonces de qué manera una ciencia

moderna

como

la antropología toma como suyo el sue

ño de pureza, inocencia y presencia de Rouss

eau

:

Los

pueblos no

europeos -señala-

no

son solamente

estudia

dos

como el índice

de

una

buena

naturaleza enterrada,

de

un

sue lo nativo recubierto,

de

un grado cero en relación con el

que

se podría

diseñar la

es tructura,

el d

even

ir

y

sobre

todo

la

degr

adación

de

nuestra sociedad

y

de

nuestra

cul tura. Como

siemp re, esta arqueología es también una teleología

y

una es

catología; sueño de una presencia

plena

e inmediata que cierra

la historia, transparencia e indivisión

de

una parusía, supre

sión

de

la contradicción y

de

la diferencia

GR

150).

El capítulo La lección de la escritura, tomado del por otra

parte

hermoso

libro de Lévi-Strauss fristes

trópicos,

será

el texto que Derrida nos invitará a leer para mostrar

los efectos de este sueño. Tristes trópicos narra el h·abajo

de campo antropológico realizado por Lévi-Strauss en

Brasil entre la h·ibu de los

nambikwara.

Lévi-Strauss

toma a los nambikwara como el ejemplo privilegiado

de

la inocencia comtmitaria, cercana a la naturaleza, que

practica una sexualidad comunal franca,

que

carece de

escritura y que accede al conocimiento a través del mito

y

no de

la ciencia. Desde

su

papel de

antropólogo Lévi

Strauss se siente un

intruso

capaz

de quebrar

la armo

nía, de

corromper

la

pureza.

Su texto, señala

Derrida,

instala

incontestablemente una premisa: la bondad o

la inocencia de los nambikwara indispensable

para

la

demostración que

seguirá

de la

intrusión de

la violen

cia y de

la

escrihira" GR 152).

Lévi-Strauss observaba que esa "sociedad sin escri

tura", los nambikwara, la cual

preservaba

así

su

pureza

y contacto con la inmediatez de la naturaleza, no vaci

laba en tratar de imitarlo cuando él tomaba notas. Algo

que

le parecía

sumamente extraño en

un

pueblo

que,

hasta

entonces, sólo trazaba puntos y rayas en zigzag

sobre calabaza. No sólo eso, sino que el jefe p areció

a d v e r t ~

de

pronto

la

utilidad

de la escritura y vio

que

la

podia emplear

para refor

zar

su poder y beneficiarse

con ciertos bienes. Era capaz

de

convencer a los demás

de que tenía poder porque escribía. Lévi-Strauss llega

ba entonces a una

doble

conclusión:

l

escritura

entre

los narnbikwara se originaba a través

de

la imitación

.del

intruso

extranjero,

y

esta imitación

rompía

con

su

armonía

e introducía la explotación y la violencia.

Ahora

bien

-nos advierte Derrida-, la escena del ori

gen de la escritura es siempre la

de

una repetición po r

que no constituirse sin la iterabilidad del signo.

La l e c c ~ ~

de

escritura de los nambikwara de la que

~ a b l a Lev1-Strauss es posible sólo porque ellos ya están

z n m ~ r s o s

en

un,sistema de diferencias (GR 175); si

no

,

¿qué

sentido tendna hablar de un jefe? Lévi-Strauss com

prende la escritura como la transcripción gráfica de los

signos fonéticos;

pero

ésta es sólo

una

posibilidad, la

de

una comprensión occidental de la escritura. La escritu

ra como siste

ma

de diferencias, como esa archiescritura

que precede a la distinción oral/escrito, se inscribe en

el mito, el tabú, los usos

y

las costumbres, y constituye

-

.

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I

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· ·

una

escritura

sin

alfabeto que cuestiona la inmediatez

XVIII época de

su

gran encierro en el

hospital

gene

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11 •

'

de

la presencia y de la ausencia de violencia. Con

cluiremos

con

Lévi-Strauss -escribe Derrida- que la

violencia es la escritura.

Pero por

provenir

de

otro ca

mino,

esta proposición tiene un sentido

radicalmente

diferente. Deja de basarse

en

el mito [ .. ] de un habla

originalmente

buena

y

de una

violencia

que vendría

a

precipitarse sobre ella corno

un

accidente fatal GR

175). Pese a los

sueños

de

inmediatez

y de presencia

incontaminada

de

la metafísica occidental

(sueños

sin

tetizados admirablemente

en

Rousseau y Lévi-Strauss)

no hay

pues naturaleza sin cultura, cultura sin violen

cia, lenguaje sin escritura, origen sin suplemento, ni

Ser sin apariencia ni simulacro.

El

cogito

y la locura: Descartes

con

Michel Foucault

En 1961 Michel Foucault, el pensador que revolucio

nará

la m

anera

de

pensar

la historia, publica

su

obra

Hi storia de la

locura en

la

época clásica que será reeditada

en

1972.

3

La

Historia

de

la locura

en

la

época clásica distin

gue tres

épocas

de la locura: el Renacimiento

-l

a época

en que la

locura adopta

la forma de la sátira

moral,

corno ilustra el pintor Hieronyrnus Bosch (El Bosco),

cuya obra La nave de los locos  es una

representación

simbólica del destierro y el viaje de los locos

en

bus

ca de la razón-; la Época Clásica-

en

los siglos XVII y

3

Para una comprensión de

l

obra de Michel Foucau t, vcásc Graciela Le-

chuga, Breve introd11cciún ni

p

snmie11to de

Mic/1e/

Fo  cn11lt. Biblioteca Básica,

México:

Universidad Autónoma

Metropolitana, 2007.

ral, y la Época Moderna, donde pasan a

ser

alienados a

los

que se

libera a través de la medicación. A través de

esta periodización

se

trata de mostrar que la división

razón/ locura es una división originaria de Occidente

porque es la

posibilidad misma

de su historia, que es

reconocida corno

lagos

-orden

raci

onal-

frente al

lago

s

de la sinrazón.

En este

sentido

la locura es lo

ausente

de

la

historia y

Foucault, que trata de hacerla presente, muestra cómo

el

gran

encierro

de

los locos coincide con el discurso

que funda

la ciencia y la filosofía moderna: el

iscurso

del

método

de Descartes, publicado

en

1637. Foucault se

ñala

cómo

la formulación del famoso

cogito

cartesiano,

ese Pienso luego existo , constituye el gesto filosófico

por

excelencia que subraya el pensamiento racional y

que

excluye a

una locura que ha de

ser,

en

consecuen

cia, confinada. La

locura

según Foucault es lo otro del

cogito. No puedo

estar

loco cuando

pienso

y cuando

tengo

ideas claras y distintas (ED 78).

Hay que

señalar

que aunque

Derrida

asistió a los

cursos de Foucault y manifestó un interés y un reco

nocimiento

innegab

les a su obra, en este punto es ob

vio cómo

sus

caminos se separan. La confrontación con

Foucault, esto es,

con

el más lúcido radical teórico del

posestructuralismo, que

dio

forma

y

argumentos

a la

tesis

de que

todo, incluso la enfermedad, es construido

socialmente, resulta crucial desde este

punto de

vista.

Aun

dentro

de

los límites

de una

mínima diferencia

de

edad

(Foucault es

de

1926; Derrida, de

19

30), asistimos

a una revuelta contra un maestro. Foucault denuncia

r

1

i

el

pienso

luego existo de un loco: El acto del cogito

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·

1 · · ~ ~

1

1

en la Historia

de

la locura el carácter puramente procedi

mental, contingente e interesado de la razón. En otros

términos, la razón y el hombre son puro procedimien

to, y el hombre puede hacer de sí cuanto desee,

pues

bajo

un

estrato

s o menos

profundo de

saberes y

de

ideales se oculta

una

ciega

voluntad de

poder.

Derrida disiente. No es cierto que todo, excepto la

voluntad

de

poder, sea histórico, y tampoco que

uno

pueda deshacerse del pasado así como cambia de

ropa: las idealidades y las estructuras que se conquis

tan a lo largo

de

la historia

no

se borran a fuerza

de

decisiones, ya

que

ninguna deliberación de ese tipo

podrá

cambiar los principios de la geometría, y proba

blemente tampoco algunos aspectos de nuestra racio

nalidad o de

nuestro

vivir social. No podemos alcanzar

lo

que

es exterior a

nuestra

racionalidad, ni

ver nuestra

racionalidad desde el exterior,

no

más de cuanto po

demos verdaderamente ponernos en lugar de otro. Y

es que Foucault, como señala Derrida, no puede evitar

traicionar a la locura al hacerle justicia. No

puede

evi

tarlo porque una historia de la locura pretende dar

un

sentido

a lo

que

desafía la

posibilidad de

sentido;

pretende decir lo que no

puede

decirse, y al hacerlo,

traiciona lo que es la locura.

¿Cómo separar -como hace Foucault- la razón de la

locura? Es más, ¿desde dónde podríamos realizar esa

separación?

Para

Derrida el cogito ( pienso luego exis

to )

no

se opone a la locura. No escapa necesariamente

a la locura. Pienso luego existo

puede

ser también

¡

-escribirá-vale incluso si estoy loco, si mi pensamiento

está loco

por

compl

eto

ED

78 .

Las Meditacion es meta-

físicas de Descartes introducen la presencia inquietante

de un genio

maligno

para

aseverar la

certeza del pien

so luego existo . Efectivamente, Descartes expone que

si

hubiera un

genio maligno

que pudiera engañarme

en

todo

lo que creo respecto al mundo, que pudiera

engañarme en mis ideas más exactas -incluso las ma

temáticas-, ciertamente lo que

de

ninguna manera po

dría

hacer es

que no

fuera

yo quien pe n

sara (aunque

debido al

engaño,

de manera equivocada) y lo cierto es

que, si yo pienso, yo existo. Pienso luego existo cons

tituye entonces

-según

la interpretación foucaultiana

de Descartes- la certeza indudable sobre la que puedo

fundar

un

orden racional de conocimiento. Pienso lue

go

existo ,

para

Derrida,

no me

libera

de la amenaza

del genio maligno:

aunque

piense y exista,

puedo

pen

sar

ideas

extraviadas, sumirme en la locura.

Para Derrida, a diferencia

de

Foucault, la locura

no

puede

ser excluida en el

cogito.

El

cogito por

sí mismo

no puede

proteger del genio maligno, de la fuente del

error total y de la locura absoluta. ¿Cómo podría el

pienso luego existo garantizar la verac

idad de

mis

representaciones y

mis

determinaciones cognitivas?

No es extraño -escribe Derrida- que al final Descar-

tes haya tenido

que

recurrir

aquí

a Dios porque

no

hay ninguna

duda

de

que

para Descartes sólo Dios me

protege contra la

locura

a la que el cogito, en

su

propia

1

instancia,

no podía

sino abrirse del

modo

más hospi- r s

talario (ED 82-83). Al

distinguir nítidamente entre

ra

a

firma el acontecimiento

y

el copyright:

J L

Austin

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zón locura, Foucault repite el gesto de Descartes y no

puede

evitar

acallar la

amenaza

del

genio

maligno. Si

razón

y locura en Descartes

están menos opuestas

de

lo que

Foucault

cree,

el totalitarismo estructuralista

de este último

se asemeja, por una irónica

paradoja,

a

las violencias

de

la Época Clásica y a

su

anhelo

de

con

finar a la locura. El genio maligno no puede ser nunca

controlado

por

el cogito sino que lo amenaza en

su

ori

gen porque constituye su posibilidad. Sin genio

ma

ligno -recordemos a

Descartes-

no hay

pienso luego

existo .

Para que

yo pueda decir

pienso luego

existo

como certeza irrefutable, el genio maligno ha

tenido

que hacerme

dudar

de

todos mis

conocimientos y cer

tezas. Si Foucault apunta al

momento de separación

entre

la

razón constituida

históricamente, y la locura

excluida

y

encerrada,

Derrida piensa

entonces

la

raíz

de

ambas.

Más acá y más allá

de

la r ~ ó n y la locura

constituidas históricamente,

están

la r ~ ó n y la locu

ra

aún

indiscernibles. La locura no dice nada -añade

Derrida- no

significa, y

no

se puede hacer una

historia

de

la locura.

No

obstante -añadirá-   lo

que

Foucault

nos enseña

a pensar es que existen crisis de razón ex

trañamente cómplices de lo que el mundo

llama

crisis

de locura (ED 89).

y f

Searle

En

1971

Derrida pronuncia

en Montreal una conferen

cia

que

llegará a ser célebre y cuyo texto recogerá en

Márgenes

de la

filosofía

bajo el título: Firma, aconteci

miento, contexto .

En

ella

Derrida

se pregunta:

1

¿Es

seguro que corresponda

a la

palabra

comunicación

un

concepto único, unívoco, rigurosamente dominable y

transmisible: comunicable? MF 349). La pregunta iba

dirigida al filósofo oxoniense J.L. Austin,

quien

privile

giaba en este aspecto las

llamadas

proposiciones perfor-

mativas. Una proposición performativa es aquella

en

la

cual

más que

decir algo, hacemos algo. Proposiciones

performativas son: Los declaro

marido

y

mujer ,

Te

lo prometo , Queda inaugurado el recinto , etcétera.

Para

Austin,

estos

actos

de habla contaban

con varias

ventajas

para realizar

una

comunicación

efectiva. En

primer

lugar,

suponían

la

presencia intencional del ha

blante y en segundo lugar, permitían delimitar un con

texto. Para Derrida, sin embargo,

ni

siquiera los actos de

habla se veían a salvo

de

los efectos de la archiescritura.

Efectivamente, como

ya hemos

visto,

todo

signo,

bien

sea

hablado

o

bien

sea escrito, ha de ser

reprodu

cible.

Un

signo

que fuera intrínsecamente singular

e

irrepetible, que pudiera usarse una sola vez,

no

sería

signo

alguno. Esta

iterabilidad

es el riesgo

del

lenguaje,

que

lo inhabilita y puede descarrilar la comunicación

y

es

la

condición de

posibilidad del lenguaje

mismo.

Sin iterabilidad no podría haber signos reconocibles. El

riesgo

no

puede eliminarse, como

Austin desearía, por

de mi muerte; esto es, de

seguir

funcionando, de

seguir

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 [¡:

que la comunicación -que

puede

ser descarrilada

por

la iterabilidad- porta en sí misma a su descarrilador.

Para

Derrida, esto no

querría

decir necesariamente que

todo

lenguaje performativo careciera de efectividad

sino

que

esta efectividad no excluiría aquello

que

se le

opondría,

la

pérdida de

la

garantía

de

que

la comunica

ción

estuviese -efectivamente-ocurriendo.

Ni siquiera en los actos de habla podemos compren

der la comunicación como una transmisión garantizada

y dominable

de

sentidos. El lenguaje

no

es

pues el medio

de

significación

de

un mensaje idéntico a sí mismo, sino

que

se comunica alterando

cada vez

su significación, en

cada una

de sus

repeticiones, en un contexto diferente

(la iterabilidad, recordemos,

no

es sino la posibilidad

necesaria del signo de ser citado en distintos contextos;

es decir,

de poder

ser

reproducido).

No

existe

entonces

sentido

propio de un enunciado porque

la

comunica

ción

no

es nada sin la posibilidad

de

su desvío.

Ahora bien, ¿no garantizaría entonces la comunica

ción -como se pretende

en

los actos de habla- la in-

tención

del

sujeto de la enunciación? La significación,

nos dice Derrida,

no

puede reducirse o identificarse a

una supuesta intención consciente del sujeto supuesto

origen

de

la significación. La iterabilidad del signo

(su

capacidad de

ser repetido

infinitamente de distintas

maneras

y

en

distintos

contextos) excede

siempre

la

intención que lo ha

emitido

y que transporta. El nom

bre

propio, (como cualquier signo) -incluido el signo

yo -, implica la posibilidad necesaria de mi ausencia

significando en ausencia mía. La

señal que

me identifi-

ca,

que

me hace ser

yo

y

no

otra,

en

el

mismo

acto me

despoja

anunciando mi muerte

y

separándose desde

el

principio

de

mí, de ese

yo que

ella

misma

constituye y

garantiza.

Este análisis es

el que orienta

a

Derrida hacia

la

elaboración

del

concepto

de

firma

Hay que señalar que, para Austin, firmar es un acto

performativo de

la

escritura

que

sigue un modelo. Las

firmas legales necesitan especialmente una intención

presente a la inscripción en el momento de firmar; de

ahí le viene a la firma su poder.

Para Derrida, en

cam-

bio,

toda

firma ha

de

ser iterable, repetible, imitable.

La firma tiene

que

ser separable del firmante y de las

intenciones del firmante;

no

hay necesidad

de ninguna

intención particular

en el momento de

firmar. Resulta

necesario

que

la firma

sea

falsificable,

de

otro

modo,

¿cómo podríamos escribirla una y otra y otra vez? ¿Cómo

podríamos reconocer los caracteres y las marcas? Es

Derrida quien se da cuenta de

que

la firma, la cual fun-

ciona y tiene fuerza legal

en

virtud de

que

señala un

instante presente, existe como tal

porque

puede ser re-

petida

en

múltiples

ocasiones. El presente

singular que

señala

la firma se

halla contaminado desde

el

principio

por la posibilidad necesaria de su propia repetición.

Aquello que es firmado puede, por efecto de la firma,

evitarme y transportarse, a través de diferentes contex-

tos,

desplazando todo

lo

que

digo y lo

que

he

querido

decir.

No

obstante, Firma, acontecimiento y contexto

recibió una réplica por uno de los representantes más

reconocidos de la teoría

de

los actos de habla:

el

filóso

saberlo, y deja

que

se inscriba

en

su texto, la

intrusión

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fo

J R

Searle. La réplica

de

Searle, Reiteración

de

las

diferencias. Respuesta a Derrida , se publicó en la re

vista americana Glyph y

posteriormente

el

mismo

Sear

le negó

su

reproducción. Es

necesario

advertir

que nos

guiamos

entonces

por la

respuesta de

Derrida a Searle

en

Limited Inc

donde, además de

replicar, realiza

am

plias citas al texto del filósofo estadunidense. Podemos

señalar que Searle realiza tres objeciones a Derrida:

• En primer lugar, le acusa de

confundir

las citas

que son

utilizadas y

mencionadas

con

un

discurso

parasitario (que

cita y

no

menciona).

• En segundo lugar, le objeta el no

comprender

que

la relación de

dependencia entre

el lenguaje

oral

y el

lenguaje escrito es

un

hecho contingente

que

concierne

a la

naturaleza de

las

lenguas

y no una

verdad

lógica

sobre la

naturaleza

del

lenguaje.

• En tercer lugar, señala que la iterabilidad no está

como

Derrida

parece pensar,

en

conflicto con la inten

cionalidad de

los actos

de habla, sino que es

la

presu

posición

que

adoptan las formas de intencionalidad .

Fiel a su estrategia deconstructiva de privilegiar lo

que

aparentemente sería

marginal

en el texto,

en su

lec

tura de

Searle, Derrida

advierte que

en la revista Glyph

el artículo de éste va encabezado así: Copyright© 1977

by John Searle . Derrida se pregunta entonces por qué

Searle está obligado a colocar así su copyright. Si éste

fuera coherente con lo

que

escribe,

no

debería inquietar

se

por

una falsificación o

un

desvío posible de su artí

culo y

de

su palabra.

Con

este gesto, Searle reconoce sin

de lo que quería conjurar: la iterabilidad como condi

ción de posibilidad de toda escritura. En

su

crítica a De

rrida, Searle afirma

que

éste es famoso por confundir

y decir cosas manifiestamente falsas mientras

que

lo

que

él señala es obvio y

manifiestamente

verdadero .

Ahora

bien

-señala Derrida-,

si Searle dice

lo mani

fiestamente verdadero , lo obvio , ¿qué interés puede

tener su

copyright?

Todo el mundo

podría

o

habrá podi

do de antemano

reproducir lo

que

dice. Tal vez

de

ahí

la compulsión por sellar e

intentar

proteger. De

manera

inversa, si Searle tuviera el oscuro presentimiento de

que

lo

que

dice no es ni

tan

obvio, ni

tan

verdadero, ¿no

intentaría preservar a

toda

costa

su

originalidad? El co-

pyright

de

Searle

no hace sino mostrar

lo

que

éste

quiere

ocultar: la inquietud por la reproducibilidad como con-

. dición

misma

del

signo. Así, si

bien para

Searle la firma

es una e idéntica a sí misma,

asegura

la

identidad del

autor

y representa su conciencia su intencionalidad;

lo

que

hace Searle y lo

que

escribe dan cuenta, precisa

mente,

de

aquello

que

no quería decir.

De esta manera,

Searle confiesa

que fueron su

her

mano D. Searle y el filósofo H Dreyfus quienes le ayu

daron a leer a Derrida, y que, sin el intercambio con

ellos, su réplica en Glyph no

hubiera sido

posible. Con

fesando su deuda da

cuenta

entonces

de

lo

que quería

expulsar: la

multiplicación

y

división

de

su

firma

de

su intencionalidad.

Derrida escribe:

Si hay una deuda

de J.

Searle hacia D. Searle es allí donde el

escena entera o el sistema completo de aseveraciones.

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··

:

; l ~ ~ : 1 r

't:i;

}

At

: < ~ t f

verdadero

copyright debería de estar[ ..

],

w Searle dividido,

multiplicado, sum ado , co

mpartido.

¡Qué firma complicada

Aun más complic

ad

a cuando la deuda se dirige también a

mi viejo

ami

go H.

Dr

eyfus,

con quien

yo mis

mo

he trabajado,

di

scutido

,

in t

erca

mbi

ad

o. Si

es a través

de

él

que lo

s Searle me

han "leído", "

compr

endido", "replicado", yo también

pu

e

do

pretender una cció

n u oblig ción si no algún olding en la so

ciedad de est

e

copyright

Ll 68

).

Y es que en el origen

de

todo acto

de

habla

-señala

De

rr ida- hay

sociedades más o menos anónimas de res

ponsabilidad limitada,

una

multiplicidad de instancias

de significación abiert as a

un

gran parasitaje y a las que

no citamos, no

por

falta de honestidad, sino porque el

yo consciente" excluye la naturaleza parasitaria de

sus enunciados

al incorporarlos

como

propios.

Cuando Searle señala y apunta, además, que "la ite

rabilidad

no

está; como Derrida parece pensar,

en

con

flicto con la

intencionalidad

de

los actos de habla,

sino

que es la presuposición que

adoptan

las formas de

in

tencionalidad , Derrida señala que confunde un

hecho

contingente

de

la escritura (la

posibilidad

de que el

emisor

esté efectivamente presente) con

su

posibilidad

misma. Efectivamente,

Derrida

no dice

que el

sujeto de

la

enunciación tenga que estar siempre

ausente, sino

que lo que hace posible al signo

es

que

pueda

funcionar

sin que dicho sujeto esté presente. Del mismo

modo

,

Derrida no niega que el sujeto

de

la enunciación tenga

nna

intencionalidad sino que ésta

pueda

gobernar la

Así, lo que le interesa señalar no

es que

no haya

inten

cionalidad

en un

texto sino que ésta

nunca se cumple

plenamente y

puede

-en

su condición de posibilidad

no llegar a destino.

El

pensamiento

de

Searle

no

se desvincula, en efecto,

de los presupuestos metafísicos más

profundos:

"Sear

le -escribe

Derrida-

se atiene a

una

definición estrecha

de

la escritura como transcripción del habla LI 149).

Es por ello que objeta a

Derrida

no

comprender que

la relación de dependencia entre el lenguaje oral y el

lenguaje escrito es un hecho contingente que concierne

a la

naturaleza

de las

lenguas

y no una verdad lógica

sobre la

naturaleza del

lenguaje.

Para

Derrida, recorde

mos, el término escritura

no

designa ya el escribir

en

lugar de hablar, sino el

juego

indecidible

entre

escri

bir y hablar, la

lúdica

indecidibilidad

que

afecta

tanto

a las palabras habladas como a las marcas escritas, y a

los demás signos. Es la escritura que recibe el nombre

de rchiescritura constitutivo último de todo lenguaje.

Posibilidad necesaria de esta archíescritura es la repe

tición que está en el origen.

La

teoría de los actos de

habla de

Austin

y Searle falla en reconocerlo porque

se ancla en los valores de la metafísica de la presencia.

Esta teoría

presupone, en

efecto, que los fenómenos del

lenguaje son actos y que, en este sentido,

son

la actuali

zación

de un

sujeto: el autor, idéntico

al

que

firma,

sabe

lo

que

quiere decir y comprende lo que dice; es pues

su

presencia consciente la que

se

actualiza en el lenguaje.

Y

sin embargo toda

la

respuesta

de Searle, estructurada

por

los valores de presencia/ausencia,

propio/parasi-

o incluso a-político. Más relevante, sin embargo, es

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8/8/2019 Yebenes Zenia - Breve Introduccion Al Pensamiento de Derrida (1)

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tario, origen/repetición, realidad/ ficción, no puede

evitar confesar aquello que, precisamente, está tratan

do de disimular: lo indecidible que

haría sucumbir

to

das

sus oposiciones.

Hay

un

espectro asediando

a

Europa

Jacques Derrida como lector de

Marx

Cabe advertir

una

cierta evitación de los motivos mar-

xianos y marxistas en los textos de Derrida de los años

sesenta y los setenta. En esa evitación había sin duda

una resistencia estratégica a ser o resultar, por sus re

servas críticas a las configuraciones dominantes del

marxismo en la época, objetivamente aliado

de

un

discurso políticamente equívoco de combate contra

la

izquierda

social

en la

fase tardía

de

la

Guerra

Fría.

Derrida

se quedó callado sobre

Marx

y el

marxismo

hasta los

años

noventa. En una entrevista explicó

más

tarde

que

él se sentía

intimidado

por el dogmatismo

de

Althusser y sus discípulos. Es más, como anti-es

talinista tenía miedo de que si criticaba a la Unión So

viética y al Partido Comunista francés, que entonces

dominaba abiertamente la izquierda, se lo identifica

ra con la

derecha. Esa estratégica huida de lo político

convencional o manifiesto, esa prudente discreción a

la

hora de

unirse a los fáciles manifiestos de intelec

tuales

en

una fase del camino de Derrida, ha

dado

ocasión a que desde posiciones marxistas haya si

do evaluado con frecuencia como pensador estético ,

que tras el

derrumbe

de la URSS en 1989, y cuando

entre intelectuales que se decían de izquierda em

pieza a no ser de

buen

tono

citar o

recordar

a Marx,

Derrida publique

una

arriesgada obra cuyo título es

ya una invención,

Espectros de Marx, (1993)

con la que

finalmente rompió con lo que él había llamado su si

lencio atormentado sobre Marx.

Dedicado a la

memoria

de Chris Hani, un dirigente

del

Partido Comunista

sudafricano asesinado en abril

de 1993

por un

fascista blanco,

Espectros

de Marx la em-

prende contra el nuevo orden mundial y su ideólogo

principal, Francis Fukuyama, el profeta del Fin de la

Historia.

Tomando como su

lema

una

frase de

Hamlet,

El tiempo está dislocado , Derrida hace una lista de

los males del

mundo

contemporáneo: el desempleo,

· a

exclusión, la competencia económica, la inestabili

dad,

la

deuda

del Tercer

Mundo,

el comercio de armas,

la proliferación nuclear, las guerras ínter-étnicas, la

mafia y los cárteles de la droga, y el dominio de las

instituciones internacionales por parte del capital y las

grandes potencias.

Hay

que señalar

que Espectros

de Marx,

en su

prime-

ra versión, fue

una

conferencia que Derrida impartió

los días 22 y

23

de abril de

1993, como

apertura al Co

loquio Internacional

Whither Marxism organizado

por

Bernd

Magnus

y

Stephen

Cullenberg

en

la Universi

dad de Riverside de California. De ahí que sea un texto

que conserva la estructura argumentativa, el ritmo y

la

forma oral de

la

conferencia

EM

8), y que

sea

qui-

zá la obra

de

Derrida que

ha

tenido más impacto fuera

nuestra democracia liberal. Frente a la

vo

luntad actual

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8/8/2019 Yebenes Zenia - Breve Introduccion Al Pensamiento de Derrida (1)

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  .

,

de su

entorno

de

discípulos y lectores habituales.

En

este libro polémico, Jacques Derrida pretende llevar

a cabo una relectura de Marx con el fin de recuperar

cierto espíritu de Marx. Un cierto espíritu de Marx a

partir del

mundo

actual dominado

por

el triunfalismo

del

liberalismo político y económico,

nueva

forma

en

la actualidad del imperialismo y enemiga, obviamente,

de

Marx

y de sus herederos . Cierto espíritu

de Marx

que nos permitiría cuestionar la brecha que hay entre

nuestras

democracias liberales y su ideal; y más aún,

que nos permitiría cuestionar el ideal mismo de la de

mocracia liberal.

Si El

manifiesto comunista de

Marx y Engels inicia con

una frase que se ha hecho famosa: Un espectro asedia

a Europa: el espectro del comunismo ; este espectro,

nos

recuerda

Derrida

-y

no olvidemos que

escribe tras

la caída del muro de Berlín y el bloque soviético-, se

intenta alejar y exorcizar

ho

y

más

que nunca. El auge

del modelo de la democracia liberal,

como

modelo po

lítico por excelencia,

conduce

al deseo,

más

podero

so

que nunca, de conjurar al espectro del comunismo. Y

sin

embargo

la democracia liberal se

halla

en una en

crucijada difícil

que contempla

el

desempleo

, la inmi

gración, las contradicciones del libre comercio, el auge

de la industria armamentística, la deuda externa, los

conflictos étnicos o los gobiernos fantasma de las ma

fias y los cárteles

de

droga. Conjurar al espectro del

comunismo

puede ser, desde

esta

perspectiva, una

manera de evitar concentrarse

en

los puntos débiles

de

de conjurar los espectros de Marx,

Derrida

nos propo

ne recuperarlos a través de

una

/antología -€Sto es,

una

ciencia de los fantasmas- que frente a la ontología, no se

ocupe ya del ser y de los fundamentos de la existencia,

sino de los espectros escurridizos que se hallan

en

esa

zona intermedia entre

la

vida

y la

muerte, entre

el ser y

el

no

ser, y cuya reflexión se encue

ntra

estrechamente

ligada

a la política

desde

un punto

de

vista derridia

no.

Hay

que señalar además que, en francés, fantología

hantologie) se pronuncia igual que

ontología

ontologie);

la

diferencia, de

nuevo,

sólo se percibe en la escritura.

Derrida introduce así la sospecha

de que

la ontología

de

Marx, como toda ontología, esté asediada desde

siempre

po

r sus propios fantasmas,

por

esa fantología

.

que

habremos

de

dilucidar.

En

la

fantología

nos encontramos con que el

espí

ritu viene como re-aparecido, figura a

la vez como

un

muerto

que regresa y como

un

fantasma cuyo espera

do

retorno se produce

una y

otra vez

EM

24). Ahora

bien, ¿cuáles son los

esp

ectros

de

Marx? Los espectros

de Marx suponen la herencia plural de ese Ma rx que

fue mortal y que se ha transformado en

una

variedad

de fantasmas. La variedad de fantasmas del

Marx

que

fue mortal - y que corno el

padre de

Hamlet regresa

una y otra vez- se manifiesta desde el momento en

que repetirnos constantemente que Marx está muerto.

En todo

proceso de

duelo -nos recuerda

Derrida-

repetir

constantemente

que alguien está muerto supone que

para nosotros

no

está tan muerto corno parece.

No sólo eso. Los espectros de Marx son, asimismo,

imaginado

esta condición espectral del objeto

intenta

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los espectros que, en su

momento, asediaron

al

mismo

Marx. Él

contempla

la historia de

Europa como un

mu

seo de espectros que simboli

za

n el espíritu revolucio

nario, y a los que

no

vacila

en

invocar

para

inmediata

mente conjurarlos y deshacerse

de

ellos

porque

anhela

no una

revolución

de

fantasmas

más

o

menos

poética,

sino

una

revolución que encarne

en

la realidad viva, en

la presencia efectiva. Como Lévi-Strauss, como Rous

seau, Marx anhela la presencia plena y no la evanes

cencia

de

los espectros; y sin embargo

no puede

evi tar

que los espíritus que primero invoca no se dejen exor

cizar tan fácilmente como él desearía. ¿Qué es

seguir

a

un fantasma?

-pregmlta

Derrida-.

¿Y

si eso nos llevase

a ser seguidos por él, siempre, a ser perseguidos quizás

en la

misma

caza que

queremos

darle? (EM 24).

Al

anhelar la

presencia viva y

encarnada de

la revo

lución,

Marx

opta por la ontología en

lugar de

la fanto

logía. Ello se

ve

en su famosa distinción entre valor

de

uso y

valor

de cambio. Según Marx, el valor

de

uso

de

un

bien

está determinado por

sus

condiciones

naturales

,

es

la

aptitud que

posee un objeto

para

satisfacer

una

necesidad. El valor

de

uso constituye el verdadero ser

del objeto, su realidad ontológica. El valor

de

cambio,

sin embargo, es

una

condición social asignada por el

mercado, y se refiere al

valor

otorgado por el capita

lismo para ejercer el dominio de una clase sobre otra.

Para

Marx

el

va

lor de cambio convierte al objeto en

algo fantasmagórico

que

levita en el

mercado

en

comu

nión espectral con otros objetos; así, después de haber,

exorcizarla y regresar al valor de uso natural del ob

jeto. Marx -nos dice D

errida-

también habrá querido

conjurar los fantasmas (EM 61 . Les declara la guerra

porque no

deben,

no

pueden, traspasar la frontera

de

lo real que, pese a todos los esfuerzos, con taminan.

Marx

anhela ser

un

ontólogo y

no

un

fantólogo

y,

sin embargo, al invocar la condición espectral del ob

jeto, no puede

evitar

que ésta se vuelva indiscernible

del objeto mismo. Al invocar esta condición espectral,

Marx

no puede

evitar que sospechemos que el valor de

uso s

upue

stamen te puro

pueda

estar asediado, desde

siempre, por la posibilidad fantasmal del valor de cam-

bio

que lo transformaría en mercancía. La /antología in

fecta y asedia a la ontología, la posee como un espectro.

. En

lug

ar de perseguirlos como lo hace Marx,

Derrida

nos

indica

que só

lo se

puede aprender

a vivir

siendo

hospitalario con los espec tros (EM 12-13).

En la cuestión

de

la hosp

italidad hay que

tener en

cuenta la relación entre el hostis (enemigo, extraño) y el

hospes , el huésped ,

aquel

que recibe o da acogida al

otro. La hospitalidad permite comprender cómo aquel

que se cree

dueño de

su propia casa está siempre habi

tado

por

los otros. Frente a una lógica de

la invitación

(yo invito al otro, y le preparo mi casa) l lógica

de vi-

si

tación

supone que el huésped aparece sin que

uno

lo

invite, como el fantasma. La figura del fantasma está in

dicando este lugar de la alteridad, del otro presente en

nosotros

más

allá

de

nuestros deseos e intentos e do

minio. Existe una tendencia en el pensamiento occiden-

1n

 

tal a conjurar los fantasmas, es decir, retornarlos a

sus

cía Derrida

observa

que

, si

bien por

un

lado hay que

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{/

.1

tumbas, para

que

estén

muertos

y

bien

muertos. Frente

a esto,

Derrida

llama

a

una

convivencia

armoniosa

y

amorosa con los fantasmas (con los muertos-vivos).

En

Espectros

de Marx

señala

que

Hay

que amar

a los espec

tros , y es

que

todos, en tanto estamos entre la vida y

la

muerte, tenemos

una

condición fantasmática.

Ahora

bien, ¿qué es entonces amar a los espectros?

Amar a los espectros, aprender a vivir con ellos es

aprender

a

rastrear

dentro de nosotros mismos

las

hue-

llas y los

pliegues que

todos los otros

van dejando

en

nosotros. Es hacernos cargo de una herencia

que

siem

pre

es

más de

una e inabarcable (EM 12). Hacerse c argo

de la herencia

plural

de Marx es, entonces,

atender

a su

llamada de que

se

haga

justicia,

ya que

ésta

no

es sino

la dignidad incondicional y sin precio del

hombre

(EM

14).

Ahora

bien,

no podemos

acercarnos a la justicia

sino

deconstruyendo

el concepto

que

la

confunde con

el

derecho, porque la justicia excede toda figura jurídica

desde que la

estructura

de la ley implica e inscribe su

propia

ilegalidad. Así

Derrida deconstruye

textos

como

la

Declaración de independencia de

los Estados

Unidos

de

América

y,

al hacerlo,

deconstruye

asimismo ideas

políticas: la

noción

de

razón ilustrada

como fuerza

po-

lítica, el contrato social, la democracia. Se ocupa de la

cuestión

de

la

identidad europea con

los consiguientes

problemas

de imperialismo, eurocentrismo y racismo,

del

desarme

nuclear y

de

la emancipación racial en Su

dáfrica. En relación con la Declaración de independen

ser ya independiente para poder declararse

como

tal,

por otro

lado

esa

independencia

no se obtiene sino en

y por la declaración

de

esa

misma independencia

. La

política

de

la deconstrucción no se deja asimilar al

pen-

samiento revolucionario,

que

es teleológico y

procede

a

partir de

un

origen

y hacia

un

fin,

de

acuerdo con

un

procedimiento claramente

metafísico. Finalidad

del

pensamiento

revolucionario es invertir las jerarquías

sociales y políticas,

pero

a

Derrida no

le interesa tanto

invertir

cuanto

dislocar, desplazar. Hay algo conserva

dor

en

toda

revolución. La deconstrucción

en

cambio

se resiste a ser alineada y

no

se deja definir en términos

de

programas,

de

posiciones,

de izquierda

o de dere

cha.

No hay un

programa:

cada

acción tiene su

propio

programa partiendo

de cero.

De este modo, Derrida hablará de la necesidad

de

que

se genere una

Nueva

Internacional (EM 98-100), y se

ñalará que habrá de carecer

de

partido, de asociación,

de organización pero pregonar a los cuatro vientos la no

aceptación del orden vigente y del discurso consensuado

que inspira. En una anticipación asombrosa del movi

miento anti-capitalista, afirmará robustamente,

No

ha

brá ningún

futuro sin esto. No sin Marx, no hay futuro sin

Marx, sin la memoria y la herencia de Marx,

en

todo caso

de un cierto Marx,

de

su genio, de

por

lo menos

uno

de

sus espíritus (EM 101 .

Puede parecer

anacrónico

hablar de Nueva

Inter

nacional en estos tiempos pero, como

nos

recuerda

Derrida al hablar de recuperar cierto espíritu de Marx,

hay

un

arte de lo político en lo anacrónico, en

no

ir a

V

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  i - .

·

¡

i.¡i

.(

la par de los tiempos

que

corren .

No es cuest

ión de

devolverle a Marx] la

palabra

- escribe en

tonces Derrida- . Karl Marx, él mismo, ya

no

está aquí

para

tomarla, pero sí

de darla

en

su

nombre[

.. ]; el tiempo

de

una

anacronía, a contratiempo. El ar te del contra tiempo es tam

bién un a

rt

e de lo político, un a

rt

e de lo teatral, el arte

de dar

la

palabra a contratiempo a a

qu

ellos que , en los tie

mpo

s que

corren, no tienen derecho a la palabra ESP 187).

Es político hacer

notar

-podríamos

añadir

además

que aquello que se hace

de

un

modo puede hacerse

también

de otra manera, y que esa otra manera, usual

mente desca

rtada

por

las comunidades de práctica, no

obstante

puede ser

potente

en

términos

cognitivos. Dis

cutir

no

sólo una formulación s

ino

el modo de escribir

la constituyen formas de trabajar en la construcción del

conocimiento. Éste es el acto político crucial que, sin

estridencias, practica la

deconstrucción derrideana

.

PE NSAR CON J ACQUES DERRIDA

¿Y

si

de pronto

vúúe

r

alguien

cambiara

no

tanto la man era en

que

piensan a pro

sita

de todo sino

todo

propósito

de

la man era en

que piensan

Cartel de Ja película D ERRllJA (2002)

No quisiéramos

poner

punto final a estas páginas; un

punto final que, como

hemos

señalado ya, llevaría no

obstante la marca de la provisionalidad,

sin

volver a

apuntar cómo la deconstrucción implica necesaria

mente una

articulación

entre lo

teórico y lo práctico y

un

cuestionamiento

de

los procesos

de

validación, le

gitimación y jerarquización. En

est

e sentido

vamos

a

apuntar hacia alguna de las expectativas que la decons

trucción como operación textual en el nivel práctico y

en

el nivel

teórico deja abiertas. Pen

sar

con

Jacqu

es

Derrida supone comprender, una vez más, cómo el

éxito de la tarea deconstructiva se cifra, solamente, en

la apertura de unas estrategias

que

permitan cuestio

nar y

transformar

ese texto general de la cultura, des

de

cualquier ángulo que sea, en vez

de instalarse de

una vez por todas en posturas

concluyentes. Tarea

de

constructiva es entonces poner en

duda

esa metafísica

que anhela borrarse a sí misma, hacerse obvia, trans-

1

123

arente, ev

idente

, como una mitología blanca que se

 

hace pasar por lógica y única: La metafísica, mitología

blanca que reúne

y

refleja la

cultura de

Occide

nte

: el

Derrida

ha

señalado que la deconstrucción

no

es esen

cialmen te filosófica,

y que

no se limita a

un

trabajo del

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; :·::fj

o

¡•:--i

·

hombre blanco

toma su propia

mitología, la

indoeuro

pea, su logos, es decir el mythos de

su idioma

por la

forma

universal de

lo

que

todavía

debe querer llamar

la razón (MF 253) .

Si la obra

derridiana misma

debe

ser deconstruida

,

hemos decidido concluir cada apartado - el cual consti

tuye una elección forzosa que hubiera podido ser otra

e

introduce

una

di

stinción que ha

de

ser deconstrui

da- con

un

interrogante. Se

trata

de invitar al lector a

proseguir

su andadura ante

la que ha

sido

considerada

-positiva y

negativ

amente- una

de

las tentativas de

s

ubv

e

rsión

má s radicales

del pensamiento

occidental.

Se

trat

a,

pues

de finalizar no

con

una conclusión cerra

da, sino

atisbando algunos puntos de pa

rtida. Veámos

lo

det

e

nidam

ente.

La demarcac i

ón

de las disciplinas: filosofia y literatura,

crítica

arte

Cuando

en

1992 se des ató una fuerte polémica

en torno

a la

propuesta de

conceder el

doctorado honoris

causa

de la Universidad de Cambridge a Jacques Derrida,

la discusión de los académicos británicos arrojaba dos

interrogantes: ¿Cuáles

son

las fronteras

de

la filoso

fía? ¿Cuál es el lenguaje propio de la filosofía y cuá

les los textos propiamente filosóficos? Si bien Jacques

24 Citado en Amalia Quevedo,

De Fouca

ult a Derrida op. cit. p 250.

filósofo profesional sobre un corpus filosófico NESA

51), tampoco ha dejado de aseverar que se ha aplicado

más bien a la tradic ión filosófica

en

los lugares qu e nos

son más familiares. La razón es que,

como

él mismo

señala:

En la historia del Occ idente la filosofía no es,

ev

idente

men

te, un

campo

e

ntre

otros; es el ámbito donde se ha

reunido

la

mayor pretensión de hegemonía del discurs

o

del sentido, la ma

yor concentración de se ntido. El discurso filosófico es, en fin,

el discurso dominante

en

el interior de la cultura occidental.

Y así

una

estrategia

que

haga referir

se

la deconstrucción

de

entrada

por privilegio, al disc urso filosófico, es una estrategia

que apunta a lo que es potencialmente

más

decisivo.

Porque

lo que se llama filosofía  , el ftlosofema,

no

se limita natural

m

en

te a lo que se

pu

ede

encontrar

en los libros de filosofía o

en

la

s instituciones filosóficas; ese

filo

s

ofema se

encuentra en

tod as partes: en los discursos políticos, en la evaluación de las

obras de arte, en las ciencias human

as

y sociales. Por ta

nto

,

dirig irse en primer lugar a la filosofía como tal se justifica, di

ría yo, por razones de estrategia, una estrategia que encara el

papel que tradicionalmente ha des

empeñado

la filosofía en la

organ

ización

de

la cultura occidental

NESA

51).

Lo

que

le interesa a D

er

rida es desestabilizar los límites

entre filosofía

y

literatura.

No

se trata

de

invertir

la

je

rarquía sino de dislocar las fronteras entre

una

y

otra

1

IºS

poniéndolas a

ambas

en

entr

edicho. No hay ninguna

esencia

ni

de

la

filosofía ni

de

la literatura;

son

catego

rías inestables y

sin ninguna

garantía. Si parecen se

en las

que

se consignan comentarios sobre los textos

que

se escriben a

propósito de

las

producciones de He

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8/8/2019 Yebenes Zenia - Breve Introduccion Al Pensamiento de Derrida (1)

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guras

y

naturales

es

porque

esta

seguridad

se

basa

en

un poderoso consenso sustentado

en

un pensamiento

fundacionalista. Las fronteras, no

obstante, nunca son

seguras. Los textos

comparten

características

con otros

textos. Un texto literario puede

compartir algunas

de

sus características

con

uno legal, filosófico, polít ico, et

cétera. Si

bien algunas de

las características

de

la filoso

fía o la

literatura pueden permanecer, no

gozan

ya de

un

dominio abarcador

sobre lo escrito

ni pueden

contro

lar cómo éste es leído. Veámoslo

brevemente

tal vez

en

una de

las

obras más

controvertidas

de

Derrida:

Glas.

Glas

(campanadas de difunto)

exhibe la

agonía

del

formato libro

11

entendido

como objeto susceptible de

una lectura ordenada,

lineal,

página por página.

Derri

da

escribe este

libro

11

aparentando una suerte de

colla-

ge

de

textos, cuando en realidad crea un rompecabezas.

El texto se

compone

a

partir

de

un juego de fragmentos

que parecen

colocados en un orden aleatorio. Por otro

lado, se

advierte

que no hay introducción ni bibliogra

fía ni

notas

al pie como suele haber en los escritos teó

ricos , sino más

bien

un conjunto de textos ensambla

dos

en los

que

la escritura se

distribuye en una página

segmentada en do s columnas.

La

de

la izquierda

reúne

un

grupo de

textos

de Hegel

(1770-1831); la

de

la

de

recha,

de

Jean Genet

(1910-1986)

-en

ambas

columnas

se trabaja con textos de los autores y con textos sobre

los

autores-. Pero

luego el juego se complejiza

ya

que

en cada columna

se insertan a la

vez nuevas

columnas

gel o

de

Genet: imbricaciones

que

dificultan identificar

quién

habla, salvo

luego

de

haber

leído buena parte de

Glas

y

de haber

descubierto

algunas

de

sus

estrategias.

Derrida escribe sobre Hegel y sobre Genet: práctica

mente se establece

un

juego

de contrapunto

en el

que

contrastan

posiciones respecto

de

las instituciones

y

las

relaciones sociales pero,

fundamentalmente,

posiciones

respecto

de

las políticas

de

la lengua. Como él

mismo

aclara, esta decisión de enfrentar

puntos de

vista encon

trados

no

es inocente

11

cf. GL 5 izquierda). Hegel, la

culminación

de

la metafísica occidental, el

pensador de

lo absoluto, el

que resumió

toda la filosofía del logos

11

GR 33), sostenía que el

pensamiento

se eleva por medio

de

una dialéctica entre tesis y antítesis, que desemboca

en

síntesis.

En ese juego

que

es Glas Hegel se convier

te en

un

aigle (águila,

en

francés)

que vuela por

la es

piral de tesis y antítesis

buscando

el

nido de

la

razón

absoluta. Y

no obstante

Hegel

podría

ser leído también

como una

meditación

sobre la escri tura [como], el

pen

sador de

la diferencia irreductible (en la dialéctica)

que

ha

rehabilitado

el pensamiento como memoria produc

tora

de

signos

GR

35). Genet,

por su

parte, el escritor

condenado

por conducta

impúdica

y obscena

irrumpe

en

el vuelo ascendente del águila hegeliana con el jue

go

de

la

metáfora

y

con

la flor

de

la retórica (Genet

en

francés

suena además

como

genet un

tipo

de

flor). Efec

tivam ente, si la filosofía ha

utilizado

metáforas afirman

do

que éstas se

basan en

conceptos, Derrida señala

que

todo concepto no

es

sino

una

metáfora llevada al límite

por

la catacresis La catacresis es

una

figura que no pue-

genérica de sus constructos . Y es que al ubicar ambas

columnas

en

la misma página, Derrida obliga al lector

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de

ser

reemplazada

por un término

más exacto como

por ejemplo los brazos de un sillón o

una boca de

riego

Derrida

pone en

comunión dos

géneros

discursivos:

filosofía y literatura. Pero

además

retoma

un corpus fi-

losófico que encarna los valores tradicionales

en

con

traposición con

un

corpus literario

que

exalta valores

que

se distancian

de

los

que se comparten

o se

norma-

liz

an

como legítimos en nuestra

cultura,

fuertemen-

te regida por

los valores cristianos : así, mientras los

textos

de

Hegel destacan la importancia de la fami

lia, el amor, la

educación de

los hijos, el matrimonio,

la espiritualidad, la disciplina, el control, etcétera, los

textos

de

Genet

describen

con fascinada

obscenidad

el

desborde

y el travestimiento, el robo, la traición,

el

cri

men, el

contrabando,

el intercambio homosexual, etcé

tera. Glas

combina

dos registros escriturarios diferentes

para

mostrar

dos

estilos

en

contraste:

por un lado,

los

protocolos

de

escritura clásicos

son

usados

para

carac

terizar el texto

de

Hegel;

por

el otro,

una

escritura cer

cana

a la

literatura

o a la crítica literaria da

cuenta

de

formas poéticas que explotan las

potencialidade

s de la

lengua francesa para describir el mundo de los proxe

netas, de la cárcel, de la

marginalidad.

Vale

interrogar

si

lo que este evidente contrapunto que Derrida crea

en

Glas

no hace sino

plantear,

desde

un

enfoque

s

ingular

e irónico, el problema de las políticas de resguardo

de

algunas comunidades que intentan preservar la

pu reza

a experimentar los efectos literarios, las connotaciones

no

intencionales, y las metáforas que florecen

en

el in

terior de la más

rigurosa

prosa filosófica. Este movi-

miento,

sobra decirlo, no hace

sino

desquiciar el vuelo

del

águila hegeliana. Y sin embargo, de nuevo hay que

recalcarlo, no se trata de elegir aquí entre filosofía o lite

ra tura,

sino de

ver

de

qué manera

una

parasita a la otra.

Derrida

desnuda su obsesión

por

el inacabamiento al

diseñar un texto-rompecabezas

conformado

por

pie-

zas

desajustadas ,

por

piezas

que

no

necesariamente

encajan e incluso, a

sabiendas

de que hay algunas

que faltan (aquellas que se

han

perdido, que delibera

damente se

han

tirado).

Un

rompecabezas incompleto

que exhibe su

naturaleza

de tal: espacios en

blanco

a

inodo

de silencios,

integrados

a

un

texto

que

se

compo-

ne por una colección de fragmentos de otros textos. De

esta manera, las claves de lectura no están en

ningún

lugar y a la vez, están en cada fragmento. Glas es un

texto decapitado, sin centro ni fin ni principio. Derrida

vuelve sobre su propio trabajo generando un círculo:

s que terminar, empieza. El final

genera un

movi

miento circular infinito,

un

recorrido

continuo

que des

concierta las ideas mismas de

pr i

ncipio

de

final .

Glas

desconcierta todo intento

de

ubicación segura

en

un

género: la

barra que separa

filosofía

de

literatura

se

2

Cfr. Ana lía Gerbaudo, a literatura en l proyecto teórico y político de Derrida:

una l

ec

tura en

Es

péculo Revista de Estudios Litera rios 32, Universidad

Complu

- 1

129

ense de Madrid, 2006.

vuelve borrosa.

Un

desdibujamiento

-típicamente

de

rridiano- que podemos

observar también

en

La

verdad

historia del arte corno para la filosofía . Las oposiciones kantia

nas, oposiciones

il u

stradas, no pueden s

er

resueltas m ediante

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8/8/2019 Yebenes Zenia - Breve Introduccion Al Pensamiento de Derrida (1)

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en la pintura cuando

Derrida

explora La crítica

del

juicio

de Kant y cuestiona la

pretensión

de que el juicio esté

tico resolvería las oposiciones

(entendimiento/razón,

sensible/suprasensible,

sujeto/objeto) en las

que

se

constituye el

pensamiento del

filósofo de Konigsberg.

3

Para Kant,

en

efecto, el objeto estético ha de poseer

belleza y valor intrínseco de manera

que

pueda ser ne

tamente distinguido de todo lo exterior a él (valor mo

netario, colocación, proceso

de

producción). Kant

-nos

advierte Derrida- sigue la lógica del parerg

on

del mar

co, al intentar enmarcar , esto es señalar el límite en

tre la obra

de

arte y lo

que

está fuera de ella.

Ahora

bien,

el parergon en

tanto

que encierra la

obra

en

su

propio

espacio protegido, la enfoca en tanto

que

obra de arte,

y la comunica

con

el exterior, ¿pertenece a la obra mis

ma

necesariam

ente o a la contingencia del mundo de

fuera de ella?

LVE

37-83).

Pese a los e sfuerzos

de

Kant -señala

lúcidament

e al

re

s

pe

c

to

Arnalia Qu

eve do - no pued

e

haber

límites seg

uro

s del obje

to estético

que señalen dónde comie

nza

y dónde termina, dón

de hay que detener la atención. Y si no podernos estar seguros

acerca de los límites del objeto estético, categorías como las de

experiencia e

st

ética y juicio estético

no

pu eden ser garan

tizada

s. Esto re

pre

s

enta un probl

e

ma tanto para

la tradicional

' Para un acercam iento a la obra de Irnman

ue

l Kant, véase Te resa Santiago,

Breve i

  trod cció

al pensamiento

de

Kant. Biblioteca Bá sica, México: Universi

dad Autónom a Metrop olitana, 2007.

la apelación al

arte

.

4

Efectivamente, los cuerpos genéricos se muestran conta

giándose, contaminándose, intercruzándose, apuntan

do

hacia lo indecidible. Pensamiento contaminado, no

para lograr

la

unidad del siste

ma

  sino

la

de un pensar cuya

lógi

ca

se

a la dispersión y diversidad. Descentramiento

pues inevitable de las disciplinas que

interroga

a los

estudios

teóricos

enmarcados

en las ciencias huma

nas . ¿Cómo se

constituyen y

se

jerarquizan

las disci

plinas?, ¿Cuál es su punto de confluencia y fuga?

¿Qué

está

en

juego en el intento de mantenerse al resguardo

bajo la

pureza de

las leyes del género?

GL

50

izquierda)

a

demarcación

de los

sexos:

la

diferencia sexual

En

una

lectura contundente y lúcida, escriben Fran

cisco

Vi

darte y José Fernando Rampérez:

Recordarle a

Ja

filosofía

qu

e toda ella

se

halla edificada

sobr

e

un sistema patriarcal de sexo-género donde

quedan

excluidos,

está hecha para eso, de la esfera de lo público, de la racionali

dad, del ámbito de los derechos todos aquellos sujetos que no

respondan a la denominación de varón-blanco-heterosexual,

sig

ue

sie

nd

o

una

tarea

int

ele

ctual

a la

qu

e la filosofía y la

hi

s

toria de la filosofía c

ontinú

a

siendo

reacia a conceder un esta-

4

Amalia Quevedo , De Fo  cault a Derrida

op.

cit . p . 258.

1

1

¡¡

¡¡

¡

11

 

i

 I

tuto filosófico[ ... ] Hablar de clases sociales, de disquisiciones

sobre seres

supremos,

sobre el lenguaje, sobre la guerra, sobre

Efectivamente,

la

diferencia

sexual constituye

la es-

tructura diferencial

profunda desde

la

cual

se

orga

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8/8/2019 Yebenes Zenia - Breve Introduccion Al Pensamiento de Derrida (1)

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la psique, sobre el construir, el

pensar

y el

habitar

se

considera

sin duda alguna

una

ocupación

propia

de la filosofía. Cosa de

hombres. Pero hablar de sexo

y

género se remite a otras esfe-

ras del saber o, lo que es lo mismo, se remite a otras esferas de

las que

no

se quiere saber.

5

Si uno recorre los

textos

de

la tradición clásica oc

cidental hay dos

cosas

que saltan a la vista. En pri

mer

lugar, el

hecho

de que

los filósofos

hablan

de

la

diferencia sexual, refiriéndose

únicamente al

sexo

femenino, y el

hecho de que suelen hablar de

este

sexo

en términos

de

desvaloración.

Precisamente en

torno a la cuestión de

la diferencia sexual

cques

Derrida

señala:

El falocentrismo es un

logocentris

mo. Así que trato de hacer aparecer esto

un

poco

en

todas partes,

de manera que

la cuestión

de

la mujer

no

es

una cuestión entre

otras

en

la

deconstrucción

NESA

57). Para

expresar esta vinculación, el

mismo

Derrida

utiliza un término, falogocentrismo y

apunta:

Se trata

de

un único y

mismo

sistema, erección

del

logos

paterno (el

discurso, el

nombre propio

dinás

tico, rey, ley, voz,

yo,

velo del

yo,

la-verdad-hablo,

etcétera) y

del

falo como significante privilegiado

(Lacan) .

6

s Francisco

J.

Vidarte y José Femando Rampércz, Filosofías del siglo XX

op.

cit p. 303.

Entrevista de Lucette Finas a Jacques Derrida, en

AAVV,

Écarls. Quatre

essais a

ropos

de Jacques Derrida

París: Fayard, 1973, p.

311.

nizan las distintas formas sociales con sus complejas

articulaciones. Sin esta diferencia, no tendrían sentido

las

oposiciones dicotómicas calor/

frío, seco /húmedo,

activo/pasivo, en las que

se

inserta

nuestra

cultura. En

consecuencia, la cultura es un sistema que ha codificado

a los sujetos incardinados en términos específicamente

sexuales, de acuerdo con la dicotomía

más antigua

de

todas:

varón/mujer.

Como ha

mostrado de manera

in-

cansable la deconstrucción, la

tradición metafísica de

Occidente

ha jerarquizado

de manera binaria la

reali-

dad,

privilegiando

un término

a expensas de otro. En

un régimen

falogocéntrico, no se considera la diferen

cia masculina en su parcialidad porque ésta constituye

la

medida,

el criterio

de

valoración. La centralidad

de

la

diferencia

masculina,

aunque no

se

piense como

tal,

se

asume

como unidad

de medida,

como criterio de

valor

para juzgar

a

la

otra, la femenina.

Precisamente

en

esta

forma dispar, con el masculino como medida de

valor y

el femenino como lo medido, la diferencia sexual ha ac-

tuado profundamente como significante que estructu

ra las otras

diferencias

culturales

y

jerarquías

sociales y

es

por ello

que en la estrategia

derridiana

hay que

hablar

de

diferencia

sexual sobre

todo en

femenino. Recordemos

la

paleonimia de los viejos nombres (que ya describimos

con

anterioridad)

en

la que

el viejo

término

se

conserva

-a

pesar

de los riesgos innegables

que

ello conlleva- para

que

a través de su

desplazamiento ponga

en cues

tión

la jerarquía

de las distinciones (POS 95).

Frente

a

la

autoridad del logos,

del

significado

trascendental

que asume, al tiempo que

justifica el orden

masculino

de la escritura no era rehabilitarla, sino ver cómo ésta

actuaba

ya en

la voz; se trata

de

acudir a Kh6ra -el ter

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  1 

·¡

;

\1

;

como

punto de referencia privilegiado,

Derrid

a apos

tará así por una diseminación que

no retorne

al

padre,

que

socave

la

razón patriarcal

como

autoridad del

au

tor respecto

al

significado

último

de un texto y

como

necesidad

de

distinguir

los significados legítimos e

ilegítimos. Se trataría de

impedir

que la filosofía rele

gara la cuestión

de la diferencia

sexual

bajo

el

pretex

to

de

una

neutralidad trascendental, pero

también

de

desechar

el componente

masculino

trascendental para

s

ustituirlo

por uno femenino.

En uno

de

sus textos, Derrida hace referencia al diá

logo platónico Timeo

en

el que (en las

páginas

que si

guen a 48e)

Platón

llama kh6ra a un tercer género que

no sería

ni

el del

modelo

inteligible

ni

el de la copia

sensible,

pero que

sería el

lugar

o la materia necesa

rios para que esas copias de los modelos existiesen de

alguna manera. De este modo, por un lado sería la res

ponsable tanto de la copia como de su imperfección, es

decir,

de

la diferencia entre o sensible lo inteligible. Por

otra parte, si la kh6ra no es ninguna

de

las copias de los

modelos, no queda claro cómo podemos conocerla: no

es en sí sensible, pero

tampoco

inteligible . . En un des

encadenamiento

de

metáforas

Platón

se refiere a Khora

como "

nodriza

, matriz, receptáculo,

madre

" (D, 184-

185).

Ahora bien,

dice

Derrida que de

lo

que

se

trata

es

de comprender que podemos llamar madre a Kh6ra,

con la condición de no confundirla con la concepción

habitual de

madre

. Si el reto de la concepción derridi ana

cer género- no para instaurar un poder matriarcal fren

te al patriarcal, sino para

mo

strar

cómo

hay algo de la

madre en el padre: "Lo que hace que también el

padre

empiece a escaparse de la pregunta ¿qué es?".

7

El tercer

género

-a

severa entonces Derrida- podría destruir to

das las oposiciones

que

constituirían y s

ustentarían

la

metafísica occidental, particularmente las atribuidas al

platonismo,

desde que

la firma

de Platón en tanto que

programa

de

pensamiento

-como

bien sabemos-

no

está co

ncluida K

287-288). Y no obstante, los interro

gantes surgen: si la

madre kh6ra)

no es una mujer, ¿no

eliminamos

pura

y

simplemente

la cuestión de la

di f

e

rencia sexual y establecemos inmediatamente el privi

legio metafísico supuestamente neutral masculino?

(EP 94 . Pero ¿cómo afirmarse

sin

ser el otro

polo

d e

una oposición binaria

y

simétrica? ¿Cómo lograr la

po

sitividad del juego general de las diferencias

sin que

concuerden con la

opo

sición aún

ahora dominante

?

La demarcación entre animalidad humanidad

entre la vida y la muerte

Es curioso

que

las demarcaciones

que

acabamos de

cuestionar, -la demarcación entre disciplinas como

por

ejemplo la filosofía

y

la poesía, y el problema

de

la di

ferencia sexual vinculado con la diferencia ontológica-,

7

Gcoffrcy Bennigton,

D

erri

d

abase

 

en Geoffrey Bennigton y Jacques Derri

da, f

acq

u

es

Derrida, Madrid: Cátedra, 1994, p.

221.

pertenezcan

a ese

campo

abierto y rico de

preguntas

que, según

Derrida,

dejó

abiertas

la obra de

Martin

ser es sólo la vida y no , a diferencia del Dasein, la pre

gunta por el Ser (HEQ 168). Ahora bien, la pregunta por

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, H

1

Heidegger. Las reflexiones críticas heideggerianas en

tomo a la modernidad y a lo

que

caracteriza por esencia

a lo moderno resultan w1a de las fuentes

más

estimu

lant

es para el

pensamiento

filosófico.

Pensar después

de

Heidegger

es pensar,

además, que nuestro

siglo

es testigo

de

la

consumación

de

la

época moderna ex

presada

en

la

imposición

planetaria del

mundo cientí

fico-tecnológico.

Preguntarse

en

qué modo

el

hombre

ha

sido separado

del no

hombre

y el

animal de

lo

hu

mano supone en una época carac

terizada

por la ges tión

integral (y tecnológ

ic

a) de la

vida

biológica, una tarea

ineludible. Una tarea que Derrida afrontará, de nuevo,

releyendo la

obra

ingente del filósofo alemán, quien en

su Introducción a la metafísica escribe

1

que la piedra es

sin

mundo, qu

e el animal es

pobre de mundo,

y

que

el

hombre es formador de mundo .

Si al leer a Heid

egger

nosotros -reflexiona en tonces

Derrida- cuestionamos

por

qué la relación del animal

con el mundo habría de ser pobre, la respuesta inevita

ble es:

porque

es distinta

de la que

tiene el

Dasein, que

sirve aquí de patrón de m

edi

da (HEQ

64-65).

Pero si el

ani mal es distinto el Da

sein no puede

servir de patrón

de

medida

y el hombre

no

lo

gra

conseguir

determinar

el modo de

ser del

animal

que

es distinto

del

suyo.

No

se

sabe

ya

-escri

be D

errida- qué modalidad de ser

reservar al animal (HEQ 70).

La incapacidad de

Heidegger

para pensar el

animal

tiene

que ver con

su dificultad de pensar en un

ser cuyo

el Ser es

también

, como

hemos

vis to,

la

pregunta

por

la

muerte,

por la nada

que

amenaza nuestra existencia.

Pero, ¿qué sentido ti

ene esta

pregunta por la muerte

desde tma filosofía que no logra pensar la vida? Heide

gger es el filósofo del siglo xx que más se esfuerza en

separar al hombre del animal y curiosamente subraya

rá la diferencia denomin

ando

a este último l viviente.

El Dasein tiene relación con la muerte. Se pregunta por

ella y puede asumirla. Por eso, dice Heidegger, muere.

El viviente en cambio carece de

esta

relación y por ello

no

pod

emos decir precisamente que muere, sino que

perece. Frente al viviente Heidegger define entonces al

Das

ein

como ser-para-la-muerte  .Muerte y vida pare-

. cen hallarse así en oposición. El viviente

no

puede ex

perimentar

la

muerte como

mu

er

te, pero tampoco

puede

hablar

ni preguntar por el Ser .

En Aporías, Derrida pensará y diferenciará la identi

ficación que realiza Heidegger como propia del Dasein

entre 1) decir la muerte;

2

tener relación con la muer

te,

y,

3)

morir

(en

vez

de

perecer .

Decir la

muerte (y

preguntarse por

el Ser), afirmará Derrida, no es tener

acceso

al morir como

tal. Este acceso le es

tan

imposi

ble al

Da

sein como al a

nimal

, porque la

muerte prolube

toda relación con lo

que

ella es . No se hace experiencia

de

la muerte:

cuando

estamos vivos ella está ausente;

y cuando ella está,

no estamos

más; no la

encontramos

nunca . Para

Derrida

no puede haber pues ningún pri

vilegio del hombre respecto al animal. Lo propio del

1'

1

Dasein frente

al

viviente su ser-para-la-muerte

se

des

vanece

al igual

que la distinción

entre morir y

perecer

.

·  ··  ··· ·

 

que -como acabamos de ver-

nos

podamos cuestionar

acerca

de

la

separación

clara y distinta entre ésta y

la

j

1

l

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8/8/2019 Yebenes Zenia - Breve Introduccion Al Pensamiento de Derrida (1)

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AP 15-74).

Lo

que

queda por pensar entonces es esa distinción

entre vida y muerte que hace que, para Heidegger, el

hombre sea el

ser-para-la-muerte

y el animal el vi

viente . Esa distinción, nos señala Derrida, sucumbe

cuando observamos que todos nosotros somos vivien

tes que atestiguamos

un

morir que no es la muerte sino

que es

nuestra

vida:

nacer

es empezar a

morir

-decía

el poeta-. Lo

animal en

el hombre -lo que el hombre

comparte con

el

animal

en relación

con

la muerte- no

es pensado

por

Heidegger, que no logra deconstruir el

humanismo metafísico.

Su

misma adhesión política al

nazismo muestra este fracaso. El movimiento doble

y

alejado de cualquier simplificación-

por

el

cual

el fi-

lósofo alemán,

corriendo

el riesgo

de

espiritualizar el

nazismo,

pudo querer

redimirlo

o salvarlo al marcarlo

con

esta afirmación (la espiritualidad, la pregunta por

el Ser etcétera) y se alejó del nazismo real al glorifi

carlo paradójicamente bajo el manto prestigioso de la

espiritualidad,

tiene que ver con esta imposibilidad de

pensar la animalidad. Tiene que ver con haber dejado

intacta la metafísica

de

la subjetividad. Lo

qu

e queda

por

pensar

podría ser

entonces formulado así: ¿cuál es

el umbral crítico que produce lo humano? ¿Qué dis

tingue

y al

mismo tiempo aproxima

la

humanidad

y la

animalidad

en

el seno del

hombre?

La distinción entre animal y

humanidad

que se sos

tiene en Heidegger en la relación con la muerte hace

vida. Un cuestionamiento

que Derrida

realiza

ahora

en

un nuevo diálogo con el psicoanálisis y en su reflexión

en

torno

a

Eros y

Tanatos. En Especular sobre Freud

(incluido

en

La

tarjeta postal

Derrida

pone en evidencia

las paradojas que encierra la

soberanía

del

principio

del placer en la propuesta freudiana. En

Más

allá del

principio del

placer,

Freud se

cuestiona

a sí mismo acerca

de esta soberanía. El

principio

del placer

es

primario,

en

el

sentido

de que impulsa al organismo a la grati

ficación

inmediata

con vistas al

cumplimiento

de un

deseo.

l

mecanismo que

constituye

la psique

según

Freud

se basa en una represión

primaria que impide

el acceso de la conciencia al inconsciente. Efectivamen

te, entre los elementos

que

pueden constituirse

como

elementos conscientes y aquellos

que son

relegados al

ámbito

de lo inconsciente existe un sistema de censura.

De este sistema

de

censura, de defensa,

surge

la con

ciencia. Sólo los estímulos con un grado de intensidad

qu e no provoca un gasto excesivo de energía son reco

gidos y reconstituidos

en

material consciente. Los qu e

representan un

riesgo son excluidos

por

el sistema de

censura del

ámbito

de lo consciente y pasan a consti

tuir lo inconsciente.

Ahora bien

-dice

Derrida-, la represión altera la ló

gica implícita

en toda

filosofía 

TP

218). La altera

por

que

la

experiencia

vivida

deja de

ser

el criterio de signi

ficación del placer y del displacer, y la conciencia deja 1

de estar plenamente

presente

a sí misma. En Más allá 1

39

  - -  

del principio del placer

Freud se

percata de que la satis

facción del placer debe realizar desvíos y diferir

su

cum- ·

plimiento puesto que exige que se pacte con la realidad

··  · 

en

el origen mismo

de

la vida,

pues

la vida

-como

he

mos vis

to -

sólo

puede

defenderse contra la

muerte por

medio de

una economía de

la

muerte

misma,

por una

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8/8/2019 Yebenes Zenia - Breve Introduccion Al Pensamiento de Derrida (1)

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.

social y cultural. Según Freud, estos desvíos, necesarios

para incorporarse a la sociedad y a la cultura, requieren

que

la psique se eduqu

e

para

que

el principio de pla

cer

se

modifique mediante el principio de realidad. Éste

permite a la

psique

tol

erar demoras

o

que

se

postergue

la gratificación. Posibilita tomar distancia y reencauzar la

energía, sin perturbar violentamente el orden social, ha

cia el pensamien to, el trabajo y el juego.

Según Derrida el texto de Freud abre otra posibilidad:

la de que el principio de

realidad

sea el instrumento

del

principio de placer y

no

su modificación a través de

una educación . Efectivamente, si el principio de pla

cer es soberano, el displacer no es

un

principio distinto

ni

ajeno a él,

sino

más

bien ese

placer que

difiere

de

mismo, esa demora y retraso del placer

TP

297). Placer

puro realidad

pura serían igualmente mortales

El prin

cipio del placer

no

es finalmente más que su paso por

el desvío

de

la realidad y

por

ello, es placentero. La

consecución del placer total exigiría un enorme

gasto

de la propia

energía

que conllevaría la

muerte.

Por eso,

el principio de placer está limitado

por

el principio de

realidad:

no hay placer

que no se posponga

difiriendo

y

que no se alcance más que

por

medio

de

rodeos, porque

el

organismo busca su

conservación.

El

siguiente

hallazgo clave

de Freud en Más allá

del

principio del

placer radica

en que

el

sufrimiento

y todos

sus

síntomas

tendrían que

ver con

que la muerte

ya

está

economía

del

gasto

que

es, precisamente, este diferir la

muerte,

este posponerla. La pregunta sería cómo aunar

es te hallazgo al hecho de que el principio de placer es el

principio

sobera

no de la psique. Freud entonces opone

a las

pulsiones de vida -pulsiones creadoras cuya

ener

gía

es de

origen

sexual-

las pulsiones

de

muerte, pul

siones destructoras -originariamente vueltas contra los

objetos y luego vueltas contra

uno

mismo, como

en

la

melancolía-. Las pulsiones

de

muerte se vinculan con

la economía del gasto diferido, que se relaciona con la

defensa del organismo

contra

todas las amenazas

de

muerte que no

sean la prop

ia  

Derrida cuestiona la opo

sición

en

tre la pulsión

de vida

y la pulsión de

muerte

al

igual

que había

cuestionado

la oposición

entre

prin

cipio

del

placer y principio

de

realidad. Efectivamente,

la pulsión de muerte tiene que ver con la conservación

de

lo propio, inseparable de la pulsión

de

vida. Vivir es

el impulso del organismo

por

apropiarse de sí mismo,

y toda materia viva está compuesta de materia no viva,

inorgánica. Apropiarse de sí es apropiarse de la propia

extinción, de la propia muerte, frente a una muerte que

le venga impuesta desde afuera -por así decirlo-. La

pulsión

de

muerte

como

la

de

vida

apuntan

a la conser

vación total

de

un

organismo por sí

mismo,

incluida

la

apropiación imposible de aquello que lo desapropiará

de

sí,

es

decir, de la propia muerte . Por decirlo

de

alguna

14

anera, este movimiento es lo

que

la

vida

es:

1

1

1

  l organismo

(o toda organización viva,

todo

corpus

todo

movimiento) se conserva, se economiza, se funde a través de

toda

una

suerte

de post

ergaciones diferenciadas,

de

destinos

la vida

y no la muerte, y por ello no se puede colmar ni

cerrar en un fin

de

partida.

Freud mismo

está jugando

en la

estructura del

texto, señala Derrida. Derrida re

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intermedios,

de

correspondencias a corto o largo plazo,

de

cor

to o mediano alcance. No para protegerse de la muerte o contra

la muerte, sólo

para

evitar

una muerte

que no sería la

suya

o la de sí

TP

264-265).

Al igual

que

el principio de realidad, que es el instru

mento

del

placer

para que éste lo sea, y no desbarate

el organismo

que

trata de conservarse, la pulsión de

muerte

es el

impulso del organismo

que tiende a con

servarse a sí mis

mo,

destruyéndose. Ahora bien,

pues

to que esta conservación

que

se destruye a sí

misma

es la vida (una vida

que

no se distingue nítidamente

del morir), Derrida, atento al ruido de la

marcha

del

texto, puede

vislumbrar cómo

los

dualismos

freudia

nos se deconstruyen. La vida está ya originariamente

constituida

por

la muerte .

No

es que haya o exista

una

vida

originaria metafísicamente

a

la cual

debamos

luego

defender,

sino

que la vida no es sino eso: rodeo,

diferimiento, retraso de la

muerte.

Lo originario es en

tonces el no-origen puesto que el origen no es una

presencia

prim

era sino

este retraso

esta posposición

este

rodeo ED

279-280). Si en el texto de

Freud

hay deslizamientos y

oscilaciones, si no

hay

tesis definitiva, es

porque

no hay

final

de partida. No hay

relación con la

muerte

( No se

hace experiencia

de

la muerte: cuando estamos vivos

ella está ausente; y

cuando

ella está

no

estamos más; no

la encontramos

nunca -señalamos

antes- ,

el morir es

cuerda que Freud

repite un gesto a lo largo del escrito:

alejar aquello, hacer desaparecer

eso

que parece poner

en cuestión el principio

de

placer. Y después atraerlo

de

nuevo para

despedirlo posteriormente. La

pulsión

de

muerte

es

un

Mal

de

archivo

escribe Derrida,

un

dia

bólico impulso de destrucción que habita en nuestro

organismo y en

nuestra memoria

histórica, biológica,

y que lo

destruye en

el

mismo movimiento

de conser

varlo. El olvido se halla así en la raíz de la memoria al

igual que el morir se halla en

la

raíz de la vida sin que

el cierre sea posible. Escribe Derrida:

La repetición misma, la lógica

de

la repetición, e incluso la

compulsión

a la repetición, sigue siendo,

según

Freud,

indi

so

ciable de la pulsión de muerte. Por lo tanto, de la destrucc ión.

Co

nsecuencia: en aquello mismo

que permit

e

y

condiciona la

archivación,

nunca

enco

ntraremo

s

nada

más

que

lo que expo

ne, lo expone a la destrucción MA 27).

Ahora bien, ¿cómo se vincula esa vida

que

se conser

va difiriendo de sí

misma

a través del morir

-esa

com

pulsión

a

una

repetición originaria sin resolución posi

ble- con

la iterabilidad del signo?

¿Qué

puede significar

comprender

la

vida

como supervivencia? ¿Qué

puede

significar -desde aquí- aprend

er

por fin a vivir?

...

La fórmula

que

usted citaba

( aprender por fin a vivir )

-

no

s

sugiere

entonce

s Jacques Derrida- [ .. ] juega

de

s

de

el princi

pio

,

pero

con seriedad, con su

sentido común. Aprender

a vivir

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es madurar, educar tambi

én

. Apostrofar a

alguien

para decirle

voy

a enseñarte a vivir , esto significa en ocasiones, bajo el

tono de

la

amenaza,

voy

a formarte, te

voy

a enderezar. Luego

el equívoco

de

este juego es lo

que

me

importa

en un principio.

Este

suspiro

se abre también a

una

interrogación

aún

más

difí

cil: ¿ vivir es algo

qu

e

puede

aprenderse, enseñarse? ¿Se puede

aprender, por disciplina o aprendizaje, por experiencia o expe

rimentación, a

aceptar,

o mejor, a

afirmar la vida?

A

trav

és de

todo

el

libro

ás allá del principio del placer

resuena esta inquie

tud

de

la herencia y de la muerte. Ella

atormenta

igualmente

a los padres y a sus hijos: ¿cuándo te volverás responsab le?

¿Cómo

responderás por

fin de tu vida y

de tu nombre?

Entrevista reali zada por Jean Birnbaum, publicada

en

e

Monde,

París,

9

e agosto de 2004.

- -

GLOSARIO BÁSICO

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Aporía. El

hueco

entre la coherencia filosófica y lin

güística de

un

texto, y las contradicciones y para-

dojas subversivas

que socavan

tal coherencia. Esto

lleva a que

un

texto no pueda

ser

decidido , des

tru

ye

ndo

así el sistema o

la estructura que

lo define

tradicionalmente.

Archiescritura. Escritura entendida en su sentido más

general. No como escritura fonética (que transcribe

la voz) o ideográfica (que de todas maneras se pre

senta

como

vehículo de las ideas) sino como forma

de inscripción en general que la metafísica repri

me

justamente porque

va en

pos

de un

sueño

de

presencia plena,

ya

sea la

del

sujeto presente para

mismo

o la del objeto

presente

físicamente

y

sin

mediaciones

de

esquemas

conceptuales.

Archivo. Trabajo

de

almacenamiento

que

consiste

en

conservarse y al mismo

tiempo

borrarse, en tanto

que lo

que

está inscrito

en

un texto siempre lo está

por

un movimiento de retiro y de borrado de su

proceso de inscripción.

Catacresis. Figura retórica que consiste

en

utilizar me

tafóricamente

una

palabra para designar

una

reali

dad que carece de un término específico.

Contexto.

Tradicionalmente

el

contexto separa el

tex-

to

de

lo

que

cae fuera

de

él. Por contexto se en

tiende, por un lado, el contexto estrictamente dis- 1

cursivo o cotexto y por otro, el contexto ajeno 1

47

1

l  

1

l

al discurso o real , que es el contexto histórico

(político, social, etcétera). La distinción

entre

tex-

to y contexto supone que ya se

ha

sacado

al texto

es sólo uno

de

los movimientos de la deconstruc-

ción. No basta invertir la oposición ni desenmas-

carar las fuerzas ajenas y violentas subyacentes; es

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de su

contexto, antes

de

exigir

que

se lo sitúe

nuevamente

en

él. La imbricación o complicación

mutua de

texto y contexto, que trastoca los límites

entre uno y otro, descalifica igualmente la tajante

división

entre

lenguaje objeto y metalenguaje.

No

hay tal división, como no la hay tampoco

entre

len-

guaje ordinario y lenguaje filosófico. A lo que se

llega es a que

no

existe el metalenguaje y a que

no

existe

más que

el metalenguaje , pues, al

no

existir el fuera

de

texto,

todo

texto es

un

texto sobre

un texto bajo un texto, sin ninguna jerarquía.

Deconstrucción La deconstrucción

no

es ni

un nuevo

pensamiento

que añadir

a la lista

de

filosofías o de

sistemas que ofrece la tradición ni

un

posmoder-

nismo

definido como

rechazo

puro

y simple

de

la tradición y el fundamento. La estrategia decons-

tructiva consiste

en

invertir el

proceso

con el que

se ha construido un texto, en desmontarlo pie-

za por pieza, en

invertir

las oposiciones jerár-

quicas

que hay en

todos los textos

de

la metafísica

de

la presencia. La

deconstrucción

desenmascara

las oposiciones, señala

su

estructura jerárquica, la

invierte. Esta inversión es necesaria, pues

en

las

oposiciones filosóficas tradicional es se

trata de una

jerarquía violenta: uno de los

términos

de la

opo-

sición gobierna siempre al otro lógica y axiológica-

mente, y está

por

encima

de

él. Invertir la jerarquía

preciso deshacerla mediante los indecidibles.

Différance

La dif.férance es

lo

que produce las diferen-

cias del sistema

de

la lengua. Efectivamente, si

un

significante encuentra

su

significado

en

la diferen-

cia con otro, difiere (suspende) el significado. La

dif.férance resalta la doble connotación del signo:

diferenciar y diferir. Este término, que suena

igual en francés que dif.férence pero se escribe dis-

tinto,

indica

que en el

origen

no puede haber un

origen

de

la significación,

que

resulta imposible

una

noción

de

trascendencia o significado,

puesto

que todos los signos

siempre

tendrán a otros sig-

nos como referentes elaborando

una

cadena que

conduce hasta

el infinito.

Diseminación Movimiento que impide que los

signos

trabajados

por la deconstrucción

se

justifiquen, en

última instancia,

por una vuelta

al logos,

razón

u

origen sagrado. Impide la posibilidad

de

la lectura

de

cerrarse sobre sí misma y hace

de

ella

una

estra-

tegia sin finalidad. La

lectura/

escritura se disemi-

na

hasta el infinito y lejos de

apuntar

a la verdad

o al sentido, remite constantemente a la

alusión sin

principio

ni

fin.

Escritura

Considerada por

la

tradición un orden sub-

alterno

de signos cuyo único

cometido es

de signar

la

palabra,

posición que

derivaría

de la creencia en

una especial proximidad

entre

la palabra

oral

y la

presencia,

aunada

a la convicción complementaria

de

que la mente refleja naturalmente el mundo. El

logocentrismo considera que la palabra suministra

Indecidibles. Términos que, desde el

punto de

vista

del lenguaje, fisuran la lógica oposicional binaria.

Derrida los define

como

falsas unidades verba

i

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.  :\

i;

un

acceso directo a la realidad. O sea que, según

la concepción logocéntrica que critica Derrida, el

signo oral -los

component

es

de

la palabra- está

en inmediata conexión con el significado. El

signo

gráfico,

por

el contrario, y en general todos los ele

mentos de la escritura,

en

modo alguno participan

de esta intimidad.

Falogocentrismo. Erección del logos paterno (el dis

curso, el nombre propio dinástico: rey, ley, voz, yo,

velo del yo-la-verdad-hablo, etcétera) y del falo

como significante privilegiado.

Fonocentrismo. Existencia

en

la historia del pensa

miento occidental de un especial privilegio conce

dido

a la

voz

phone) frente a la escritura . La

voz

parece, por

una

parte, la expresión directa del len

guaje, ratifica la presencia del emisor o del autor

mientras que

la

escritura, por otro lado, lleva el es

tigma de lo derivado y la materialidad.

Huella. Marca que señala que los significados

de

un

significante sólo

pueden

emerger

en su

relación

con otros significantes y que

todos

los signos lle

van consigo los rastros' de otros signos, que, por

lo demás, están ausentes y

presentes

a la vez: au

sentes

en tanto no están

ahí,

pero

presentes

en

tan

to dejan

un

rastro ,

una

huella en el proceso

de

significación.

les , que dan la apariencia

de

unidad,

pero

que no

pueden

ser ubicados ni

de

un lado ni del otro de

las categorías oposicionales, sino en el entre del

lenguaje. Muestran, en

virtud

de

su

ambivalencia,

que las pretendidas

wudades no

son tales, sino que

están habitadas

por la oscilación

que

no puede

decidir de manera cierta el sentido, porque están

en h

·e las oposiciones. Derrida cita la palabra

himen  , que representa el matrim011io y la unión

sexual, y al mismo tiempo significa la membrana

que impide esta unión. Derrida dice que no se pue

de aceptar uno de estos significados sin el otro.

.Fantología. Ciencia de los fantasmas que, frente a la

ontología,

no

se

ocupa ya

del

ser

y

de

los

funda

mentos

de

la existencia sino

de

esa zona interme

dia entre la

vida

y la muerte, entre el ser y el

no

ser,

y

cuya

reflexión se

encuentra

estrechamente ligada

a la política desde

un

punto de vista derridiano.

Gramatología.

Ciencia general de la escritura que fun

damenta la posibilidad de la lengua misma y que

apunta a la deconstrucción

de

la metafísica

de

la

presencia.

Iterabilidad. Capacidad de repetición en la alteridad

que

señala

que todo

signo

ha de ser

reproducible. La

iterabilidad es potencialmente infinita, lo cual apun

ta a la finitud de

todo

u t m ~ así como

de todo

lector.

La muerte del autor o del lector es indiferente,

pues

 

1

i

11

 

la palabra es esencialmente repetible, reproducible.

a

iterabilidad socava, asimismo, el contexto como

decididor último del sentido. Implica repetición

en

ne

la tesis

de

que la

razón

y el

pensamiento

son tan

naturales corno las cosas

que

percibimos cotidiana

mente. El logocentrismo concibe el ser corno

una

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cualquier

parte,

en todas partes. Esta iterabilidad

tiene múltiples implicaciones: citar es siempre po

sible. Siempre podemos extraer, de un escrito,

una

secuencia de palabras; podemos hacer

un

extracto

y éste puede funcionar aún con

sentido

. Injertar es

igualmente posible. Podemos insertar la secuencia

robada de

un

escrito

en

otras cadenas de escritu

ra.

Ningún

contexto

puede

encerrarla . Escribir

es siempre escribir con palabras robadas,

por

no

hablar ya

de

todos los plagios, citas, imitaciones,

pastiches, etcétera.

Lógica binaria. Esquema dicotómico de pens

amien

to

en el que los

términos

se definen, se categorizan

y

valoran

precisamente

en

relación con el

primer

término, a aquel que el sistema considera como

central. El centro se constituye

como

tal,

marginan

do

aquello que no coincide con él, y definiendo y

fijando, de manera más o menos rígida, el juego de

los opuestos binarios. Los opuestos binarios esta

blecen

un orden

conceptual, clasifican y organizan

todo

lo que hay y acontece en el mundo, rigen el

pensamiento

en la vida diaria, en la filosofía y en

la ciencia.

Logocentrismo.

Postulado de la tradición

occidental

que asevera que el sentido y

la verdad de

las cosas

sobrevienen en las operaciones de

la mente,

que la

tradición llama razón o pensamiento y que sostie-

identidad y

una

presencia originaria, reductible a

su

expresión lingüística, corno si mediante la pala

bra

se diera

de

forma inmediata una forma privile

giada de conocimiento.

Metafísica de la presencia. Tradición filosófica que in

augura el pensamiento occidental y que sostiene

que el pensamiento es el reflejo

de

la realidad, la

representa. El supuesto

que

sustenta esa metafísi

ca es el de la inmediatez del significado, que im

plica un acceso a la presencia de la cosa por medio

del signo que la representa.

Nombre propio. Constituye precisamente la clave del

logocentrismo. Según Derrida no existe el nombre

propio. Lo que designamos con el nombre común ge

nérico nombre propio tiene que funcionar también

en

un sistema de diferencias: éste o aquel nombre pro

pio, y no otro, designa a éste o aquel individuo, y no

a otro, y se encuentra, por lo tanto, marcado por la

huella de los demás en una clasificación.

Ontología. Disciplina filosófica

que

investiga el Ser y

el sentido

del

Ser.

Paleonimia de

los viejos

nombres. Estrategia

que

con

siste en invertir la jerarquía metafísica de las opo

siciones privilegiando al

término marginado pero

conservando -aún a riesgo

de una

complicidad

provisional-

su significado

antiguo

para lograr que 1

el desplazamiento del término al operarse la inver-

r

5

sión, socave y desestabilice toda jerarquía hasta

que

el término

mismo

se convierta en

un

indecidible.

Pharmakon Término indecidible entre remedio y ve

constante de diferencias en el que no hay ningún

punto

de

descanso estable, y que ya

no

se puede

apelar a la

realidad

como

un

fuera de , es decir,

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neno

que Derrida, en su

lectura de

Platón, achaca

a la escritura.

Pneumatología Concepción de

la

escritura

fonocéntri

ca ligada a la voz y al aliento

Protocolos de lectura

Estrategia

de

lectura

que

procede

según un doble gesto y a la vez

que

reconoce en los

pensadores una articulación decisiva con la metafí

sica occidental,

apunta

al exceso indecidible que, no

obstante,

hay en

los textos. Los protocolos

de

lectura

apuntan

no a la búsqueda de la verdad o del sentido

último del texto sino a la actividad transformadora

de

la interpretación

que

vigila las fisuras del texto,

que cifra la

importancia de

lo

marginal

y

anula con

los criterios habitua les

de

interpretación:

autor

lec

tor, lectura/escritura,

interno/externo, esencial/no

esencial, etcétera.

Significado trascendental Significado que existiría

fuera del lenguaje y

que

por consiguiente podría

poner

punto final al proceso de constante subver

sión, inherente en la significación, por el

que cada

significante

apunta

a

un

significado,

que

al

mismo

tiempo es otro significante y así sucesivamente d

infinitum Para

Derrida

el significado trascendental

-que

sirve

para

garantizar

y justificar

todos nuestros

significados

sin que

tengamos necesidad

de

justifi

carlo o

garantizarlo

a él mismo- es una ilusión

que

permite

olvidar que el lenguaje es un

movimiento

como un refugio

independiente

del lenguaje.

Signo lingüístico

Combinación

de un

concepto (sig

nificado) y

de una imagen

acústica (significante),

que componen en conjunto una entidad lingüística

de dos

caras interdependientes.

El significante

del

signo lingüístico es una imagen acústica (cadena

de

sonidos) y constituye el plano de la extensión.

También es el

conjunto

de letras

con

el cual escri

bimos. El significado es el concepto y construye el

plano

del contenido. Es la

idea

principal

que

tene

mos en la mente de cualquier palabra. El signifi

cante

también consta de

una

imagen

gráfica,

que

es

lo

que

se

obtiene

por

medio de

los

sentidos

y

que

podría ser

las

letras

o la

palabra en

sí.

Suplemento Encierra en sí el doble

sentido

de suplir

o suplantar y de suplementar: añadir o agregar. El

suplemento

tiene

que ver

con la

ausencia de

la

pre

sencia. Por un lado es artificial y peligroso, un mal

necesario, pero por otro lado nos asegura y nos

permite

resolver problemas de otro modo insolu

bles. Si el

suplemento

es

considerado

secundario

en la relación jerárquica, para

Derrida

es lo que

puede socavar dicha jerarquía.

Texto

Clásicamente

se llama

texto

a algo escrito,

en libros o en cintas magnéticas, en formas archi

vables. Sin

olvidar

esta especificidad

Derrida

re- 1

  55

labora considerablemente el concepto

de

texto,

lo

reestructura

lo generaliza

sin

límite,

hasta

el

punto de

no

poder

seguir oponiendo, como se

hace

normalmente,

el texto a la palabra, o bien el texto

ÜBRAS CITADAS DE JACQUES DERRIDA

[Los libros

de Derrida

utilizados

se

citan conforme a las

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a una

realidad

-eso que se denomina

realidad

no

textual -.

Para Derrida esa realidad

también tie

ne

la

estructura

del texto, lo cual no q1úere decir,

como le han

atribuido alguna

vez, que

todo

lo real

esté

simplemente encerrado

en un

libro, sino

que

por texto

debemos comprender

el

ámbito general

de los signos: el juego libre de las diferencias.

abreviaturas

que se indican a continuación. Después

del

título se

señala la

edición utilizada. Las escasas ci

tas de las obras que

aparecen

en francés son traducción

propia.]

GR

De

la

gramatología, 1995

ED

La

escritura

y la diferencia,

1989

VP

La

voix et

le

phénomene, 2003

DI

Dissemination, 1993

MF

Márgenes

de la

filosofía, 1989

POS

Positions, 2004

GL

Glas, 1974

E

Eperons, 1992

LVE

La

vérité

en

peinture,

1978

TP

La tarjeta postal, 2001

o

Otobiographies. L enseignement de Nietzsche et la

politique du nom propre, 1984

PAR

Parages , 2003

HEQ

Heidegger et

la

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MPM

Memorias para Paul

de

Man,

1998

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Limited Inc, 2001

Khora, 1993

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Espectros

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Marx,

1995

M

Mal de archivo .

Una

impresión freudiana,

1997

P

Aporías, 1998

PA

¡Palabra Instantáneas filosóficas,

2001

57

EAP Estados

de

ánimo

del

psicoanálisis,

2 2

IR cinconfesión , en Geoffrey Benington y

Jacques Derrida, Jacques Derrida,

1994.

NESA No

escribo

sin luz artificial, 2 6

LIBROS

DE

J ACQUES DERRIDA

De la grammatologie. París: Minuit, 1967

L écri ture et la difference. París: Seuil,

1967

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La

voix et

le

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decontra

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1

1

1

 ¡

11

11

i

1

1

11

lt

¡

1

1

1

1

ÍNDICE DE ILUSTRACIONES

Pág. 8, Derrida.

Caricatura

de

David

Levine

para

The

ew York Review of Books {1983 en George Bennigton

Í NDI E

INTRODUCCIÓN,

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y Jacques Derrida Jacques Derrida Madrid: Cátedra

1994, pág. 367.

Pág. 14, foto

tomada de e Monde

14

de

agosto

de

2004.

Pág. 54, foto

tomada de The ew York Times

10 de oc

tubre de 2004.

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de Platón {ilustración . Oxford: Biblioteca Bodleiana,

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ques Derrida,

Jacques Derrida

Madrid: Cátedra 1994,

pág. 359.

Pág. 146, foto

tomada de

e Monde 10

de

octubre

de

2004.

I

LA HUELLA

DE

JACQUES DE

EL-BI

AR ,

IS

II.

LA

DECO STRUCCIÓN, 31

Signo,39

Differánce 41

Escritura, 45

Contexto,

50

III. PREMJ

SAS

DE LA DECONSTRUCCIÓN, 55

La crítica del estructuralismo:

la fuerza

y

la significación, 57

La crítica de la fenomenología

y

el problema del fonocentrismo, 6

La crítica de la

destruktion

heideggeriana 71

La crítica freudiana de la conciencia

y

la escena de la escritura, 77

IV LAS

LECTURAS DE JACQUES DERRID

A

8

Platón

y

las

paradojas

de

la

textualidad

89

De Rousseau a Lévi-Strauss: naturaleza y cultura, 96

El cogito y la locura: Descartes

con Michel Foucault, I02.

La firma el acontecimiento y el

copyright

J. L.

Austi.n y

J

Searle

107

Hay

u n

espectro asediando a Europa.

Jacques Derrida

como

lector

de

Marx n4

Page 90: Yebenes Zenia - Breve Introduccion Al Pensamiento de Derrida (1)

8/8/2019 Yebenes Zenia - Breve Introduccion Al Pensamiento de Derrida (1)

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V

PE

NSAR CON }ACQUES D ERRIDA 12 3

La demarcación

de

las disciplinas:

filosofía y literatura crítica y arte

124

La demarcación de los sexos: la diferencia sexual 131

La demarcación entre animalidad y huma.nidad

entre la

vida y

la

muerte

 

135

GLOSARIO BÁSICO

147

ÜBRAS CITADAS DE }ACQUES D ERRIDA 157

LIBROS DE

}A

CQU

ES

D ERRIDA 

159

TRADUCCIONES DE D ERRIDA AL ESPAÑOL 163

Libros

163

Entrevistas 168

BIBLIOGRAFÍA EN ESPAÑOL SOBRE DERRIDA  17

Monografías

170

Números

monográficos

de

revistas

171

Direcciones electrónicas

l7I

ÍNDICE DE ILUSTRACIONES 172

Br

eve

introdu

cci

ón

al

p

ens

amiento

de Derrida

es una publicación

de

la

DIRECCIÓN DE P UBLICACIONES Y P ROMOCIÓN E DITORIAL

DE LA COORDINACIÓN GENE RAL DE DIFUSIÓN

DE

LA UNIVERSIDAD AUTÓN OMA METROPOLITANA.

Esta

obra se

terminó

de

imprimir en julio de 2008

en los Talleres

de

Offset Rebosán S.A.

de

C V

Av

Acueducto No. 115   Col. Huipulco

Tlalpan México D.F. 14370

En su

composición se utilizó la familia tipográfica Palatino

la formación es

tuvo

a cargo

de

DCG Rosalía Contreras Beltrán.

La edición consta de 2 000 ejemplares y

estuvo

al cuidado

de Gabriela Lara Ernesto Núñez y Roberto Pliego.