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revista literaria y letrados año 1 núm 1 enero- marzo del 2011 Entrevista con Tzuyuki Romero Eduardo de Gortari Alma Karla Sandoval Marlén Gutiérrez Luis Miguel Cruz Crosthwaite Luis Humberto Colaboraciones de

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año 1 núm 1

enero- marzo del 2011

Entrevista con

Tzuyuki Romero

Eduardo de Gortari

Alma Karla Sandoval

Marlén Gutiérrez

Luis Miguel Cruz

Crosthwaite Luis Humberto

Colaboraciones de

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Directorio

Consejo editorial

Bryan KlettEnrique PadillaReyes IsvenMarco Antonio Larios Quirino

Diseño

Bryan Klett

Contacto y correspondencia

Honorio Rodriguez #17, int. 1C.P. 91020, Col. Ferrer GuardiaXalapa, Veracruz, Mé[email protected]

Agradecimientos

Sughey RosalesJosé Manuel López RochaClaudia Domínguez Mejía

"Todas las fotografías y collage, incluída la portada, pertenecen a Bebay Gonzales Milán. Las imá-genes del escritor Luis Humberto Crosthwaite fueron conseguidas en internet y su crédito está expre-samente dado en los casos en que fue posible; las portadas de sus li-bros son, en orden de aparición y de izquierda a derecha, Aparta de mí este caliz (Tusquets, 2009), Out of their minds (Consortium Book Sales & Dist, 2009), Instrucciones para cruzar la frontera (Joaquín Mor-tiz, 2002), El gran pretender (Fondo Editorial Tierra Adentro, 1990), Idos de la mente: la increíble y (a ve-ces) triste historia de Ramón y Corne-lio (Joaquín Mortiz, 2001), Estrella de la calle sexta (Tusquets Editores, 2000), Marcela y el rey al fin juntos (Joan Boldó i Climent Editores, 1988)".

Eduardo de Gortari

(y)letrados

Marlén Gutiérrez

Tzuyuki Romero

(y)letrados

Luis HumbertoCrosthwaite

Luis Miguel Cruz

Alma Karla Sandoval

CONTENIDO

Carta Editorial

Dos poemas

Semblanza: BebayGonzáles Milán

Dos poemas

Ave de paraiso

Entrevista con Luis HumbertoCrosthwaite

Aparta de mí este caliz(fragmentos)

Poema

Carta a un joven que no lee

Inventario

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Puede que haya empezado esta carta tantas veces que una exageración aquí ya no lo sería tanto, y he pensado que quizá confesarlo en el primer párrafo me ayude a sortear el pro-blema. Y aquí estamos, presentado finalmente el resultado de un esfuerzo —atentos a la exageración— mil veces mayor que este. Hemos dedicado reuniones enteras a discusiones tan ele-mentales como si ésta debe ser una publicación electrónica o impresa, cuál será su periodicidad, cuál nuestro público lec-tor, y a partir de éste, los parámetros de selección. El proceso también ha estado plagado de gestión: conseguir apoyo para un proyecto nacido entre estudiantes de Letras, cuando los antecedentes de este tipo de ambiciones son tan abrumadora-mente negativos y todos sugieren inconstancia y una muerte (muy) prematura, no es para pasarse por alto.

Por tantos motivos, entre otros, es que en el Consejo deci-dimos tomarnos todo el tiempo necesario para que, llegado el momento de ver el primer número en una pantalla ajena, todo marche por sí solo. No podemos prometer (no nos atre-vemos) que tú, inflexible lector, encontrarás en estas páginas un trabajo acabado, inmejorable (tenemos mucho que apren-der sobre la conciencia literaria y las artes ocultas en la caja de texto); pero por lo mismo es que es importante que pasees con atención por nuestra casa y que vuelvas, estamos seguros de que nuestras habilidades y trabajo (¡oh, la nobleza!) irán de menor a mayor.

CARTA EDITORIAL

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EDUARDO DE GORTARI

STAR FOX

y 2 en el hospital El cuarto tenía una ventana por donde sólo entraba el cieloEn todas partes el cielo es el mismo y un pedacito es todo el cielo decía su padre porque lo leyó en [algún ladoÉl veía todas las estrellas por su ventana y pensaba que era mejor navegar [entre ellas como Fox McCloud desarmando planetas cimbrando su universo de 64 bits

Tenía 12 años

DOS POEMAS

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Tenía 12 y un catéter donde se deslizaba la tarde además de un libro de astronomíaque su madre le trajo Ahí supo el nombre de la única constelación que cabía en su ventana mas no le importaba porque esa constelación era todas las constelaciones Cuando pasaba un avión en la nochejuraba que era el comando de Star Fox liberando a la Tierra del Hombre y le decía a sus papás que le hubiera gustado ser cosmonauta

Sentía lástima cuando sus amigos lo visitaban porque ellos no tenían naves espaciales para andar por el mundo

Tenía 12 años y odiaba ser bueno en matemáticas porque podía calcular cuántos años le quedaban Entonces prendía la tele y transformaba el universo desde los ojos de Fox McCloud en la nave de Fox McCloudSu padre le dijo alguna vez que ya no jugara tantoque eso no era real y él le contestó desde su cama Si todo el cielo cabe en la ventana en la pantalla del televisor cabe todo el universo y ése sí puedo controlarlo

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Declaramos nuestro interés por la interdiciplinariedad en las artes: En este caso, nuestra artista gráfica in-vitada, Bebay Gonzáles, ofrece una muestra del ejercicio con la lectura de "Permanencia Voluntaria".

se hicieron para perderseLas llaves la cartera las fotos los amoresse extravían al menor descuidoSu oficio es desaparecery un desapego irremediable las llamaa no fijarse en ningún sitio No tienen dueño Son huéspedes [si acaso Y aunque una extraña pertenencia te lleve a pensar que hay un pacto que dicta para siempretodas ellas en algún momento [ejercen impunes su derecho de permanencia voluntaria

Las cosas

PERMANENCIA VOLUNTARIA

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González MilánBebay

Bebay G. González Millán na-ció en Toluca, Edo. de México en 1991. Ha expuesto su obra en la uabcs y en la Alianza Francesa de Baja California Sur. Actualmen-te estudia Diseño Industrial en la uam.

Ella nos dice que comenzó sin afán de ser una profesional, por simple afición hasta que se vol-vió en un gusto pasional. «Tan así que la fotografía se convierte en el advenimiento de mí como otra cosa».

En orden de aparición, los títu-los del arte gráfico en este núme-ro son: “Pensé chueco” (portada), "Bocapuerto", “What I miss most about him”, "Permanencia volun-taria", "Multifasética", "Lo que no

se ve", "Ave de paraiso", "Sunset on a sofa", "Tomato girl", "Silueta de un pájaro", "Mex-mex" y "Co-siendo libertad".

(y)letrados estará invitando a un artista distinto para adornar cada nuevo ejemplar que el tiem-po nos permita publicar.

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MARLÉN GUTIÉRREZ

DOS POEMAS

arrastrando su sombra,pies que no abandonan la búsqueda primigeniay ahora la trazan en el asfalto.Son los pies que resbalan y quisieran descalzos anclarse como árboles,pero hay callejones laberínticos,cuatrocientos escalones y luego nada.Son los pies diseñados en la inversa proporción de la lejanía y lo cercano,porque no se puede tener todo,porque un paso más y se cruza la frontera.

Un pie sigue al otro y ninguno conoce el camino.

trazando tu espaldaque se me revela cada tercera noche como un cuadro sepiacomo estampa de templo antiguoy tres veces deshice mi memoriaporque supe que había besado tus manos,tu frente,tu pecho,y después de tres lunas–mi vientre tibio y mis ojos deslunados–era hora de besar tu espalda.

Un pie sigUe aL oTro

Estos son mis dos pies, mi error de nacimientoOlga Orozco

Tardé Tres días

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osVi su tarjeta en el librero del estudio: Susana Daturi, L´arte dei fiori, una flor en el extremo, la dirección. La observé por un rato y la dejé en donde estaba. Seguí jugando solitario en la computadora mientras escuchaba el ruido proveniente del televisor de Julia.

Esa tarde mamá, o mejor dicho Julia, como le digo, me mandó a comprar su medicina. Salí de casa y caminé rumbo a la farmacia. Tryptanol msd, solicité a la depen-diente que anticipándose, me había reconocido, tenía ya en las manos la caja de tabletas. Ojalá no piense que los antidepresivos son para mí, pensé. Volví a casa. Al entrar, me extrañó que en la sala hubiera un arreglo de flores tan grande que casi no cabía en la mesa de centro. Aromá-tico y variado, mezcla de rosas color melón, casablancas y aves del paraíso. Pensé que una vez que lo viera Julia seguramente diría que tantos colores y aromas no podían estar juntos, simplemente no combinaban.

Cuando subí, lloraba de alegría en la recámara. «¿Tra-jiste la medicina?», dijo mientras secaba sus lágrimas con un kleenex. Se acercó al tocador, acomodó uno de los mechones de su cabello cobrizo y sonriendo levemente me preguntó: «¿Viste el arreglo?»«

Esa sonrisa se quedó fija en su rostro por dos semanas, pues Julia disfrutó las aves del paraíso que en su jardín hacía bastante tiempo se habían esfumado, pero que en

AVE DE PARAÍSO

TZUYUKI ROMERO

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el arreglo se erguían como dos modelos anoréxicas y orgullosas.

Por esas fechas, no fui a la farmacia. La casa estuvo silenciosa. No sólo en apariencia, como cuando se alcanzan a oír detrás de la puerta de Julia los sollozos confundidos con el sonido del televisor. No oí que regañara a la cocinera, tampoco me gritó y no soltó un sólo reclamo contra mi padre. Es más, en esos días Julia se dejó ver más seguido paseando por la sala y por la cocina, vestida con su acostumbrada ropa oscura y calzada con las odiosas pantuflas de peluche gris cuyo roce en la loseta no me molestó entonces tanto. Daba unos pasos y veía el arreglo, ladeando la cabeza. Arrastraba los pies y se detenía, lo seguía mirando. Así hasta que quedaba parada frente a él y estiraba el brazo para que su mano tocara levemente el copete de las aves del paraíso y suspiraba.

Llegó el día del chequeo de Julia. Cuando el camión de la basura se llevó las flores, volvió al encierro y al volumen alto del televisor. Fastidiado, regresé a la farmacia a traer su pedido.

Un jueves mi padre apareció en casa a eso de las diez de la noche. Yo estaba en mi cuarto leyendo los apuntes de quí-mica y sólo alcancé a escuchar el llanto

de Julia. Cerré la libreta con rapidez y fui a su habitación para ver qué ocurría. So-bre las piernas de mi madre reposaba un diseño floral hecho con tulipanes rosas. Papá se aflojaba la corbata en el vestidor y sonreía orgulloso ante el espejo. Ella me miraba como diciendo «Ve esto». Tomé el arreglo y lo puse sobre el toca-dor. Me hizo leer la tarjeta escrita en un trozo de papel amarillo: Julia, que estas flores te sigan trayendo luz. Germán.

Bebay González repite el experimento con el cuento de "Ave de Paraíso".

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«Te luciste», le dije a papá dándole una palmada y ella agregó: «Es nuestro aniversario». Volteé y torcí la boca en un remedo de sonrisa.

El sábado Julia se fue con su hermana a la casa de Valle. Papá y yo terminá-bamos de desayunar y le dije que quería comprarle unas flores a Mónica, mi no-via. Me habló de la floristería que había descubierto sobre el boulevard, casi lle-gando a Sanborns. Cuando terminó su omelet, buscó en su billetera y al levan-tarse me dio la tarjeta que yo había visto. «No las pidas por teléfono. La atención es personalizada», me guiñó el ojo y fue rumbo a la cochera.

Susana resultó tener una sonrisa de esas que hacen falta, que se pega a quien la ve. Es la cincuentona más sim-pática que haya conocido. Muy segura de sí, meneaba su cabellera pelirroja al ritmo de las palabras. Me tuvo pacien-cia pues de flores no sé mucho. Así me presentó a las orquídeas africanas, a la tiger lily, a las gerberas anaranjadas y lilas y a su favorita: la strelitzia reginae, mejor conocida como ave del paraíso. En ese momento, recordé que antes de su depresión Julia tuvo un jardín que cuidaba con mucho tiento. A diario se daba a la tarea de platicar con las aves del paraíso. «Hay que consentirlas por-

que se secan rápido. Se esfuman», me contó alguna vez.

Salí del local con un ramo de gerberas de centro negro que Susana me recomen-dó y que yo acepté enseguida, incitado por su sonrisa cómoda y por la tela del pantalón blanco ceñido a sus caderas. Mónica quedó fascinada con las flores y yo agradecí que Susana hubiera aparecido.

«Es italiana», comentó como quien no quiere la cosa mi padre la noche siguiente cuando yo leía en el estudio.

–¿Qué tal te fue con Mónica?–Muy bien, no sabes el poder de

unas flores.–Cómo no voy a saber –alardeó mi

padre.Papá salió a la mañana siguiente. Iría

a Guadalajara unos cinco días por asun-tos de la fábrica. Julia no tuvo flores.

Al volver, estuvo ocupado con la li-quidación de diez obreros y todas las cuestiones legales. Lo noté irritado, pensativo.

Regresó a la casa el silencio roto por el ruido del televisor y el llanto de Julia.

Me decidí a ir yo mismo por algún ramo. Pensé que Susana podría reco-mendarme alguna flor inhibidora de angustia. Pasé primero a la farmacia, compré las pastillas. Me encaminé a la florería. Llegué esperando encontrar

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una sonrisa cómoda pero en su lugar, una chica morena y de hombros caí-dos quiso atenderme: «¿Desea algo?». No contesté pues estaba observando los canastos, las flores, los jarrones, los centros de mesa.

–¿Y la señora? –pregunté.Sonriendo, la empleada me dijo que

doña Susana ya no iba mucho por ahí, que andaba apurada pues se estaba cambiando.

–¿Busca usted algo en especial?La ando buscando a ella, no me

atreví a decir.

–¿A dónde se va a ir? –balbucí.–Uy, joven, no sé, es que la señora

tuvo problemas con un señor que le compraba aves de paraíso…

Me quedé callado. Seguro ya no habría flores para mamá. Vino a mi mente su eterno llanto, su mirada per-dida, el sonido de sus pies arrastrando las pantuflas grises, el ruido del televi-sor, los gritos...

Caminé hacia la entrada sin darle la espalda a la chica de hombros caídos. Metí la mano en la bolsa de mi sudadera y oprimí entre los dedos la caja de pastillas.

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Crosthwaite

entrevista con

Luis Humberto

Colaborador de distintas publicaciones latinoamericanas y antologado en numerosas ocasiones, posee una larga carrera en las letras mexicanas siendo partícipe exitoso de múltiples proyectos y concursos. Su obra cuenta con once libros en circulación. El penúltimo, Aparta de mí este cáliz (Tusquets Editores), vió la luz en 2009, constatando la ma-durez narrativa que lo propone como uno de los escritores más relevantes de hoy en México. Recientemente aparecie-ron la reedición de Idos de la mente (2001) y su último esfuer-zo en novela, Tijuana: crimen y olvido, ambas con Tusquets.

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En Aparta de mí este cáliz, tienes como personaje a un Jesucristo particularmente terrenal; un Jesucristo que siente miedo, que se aburre, pero que sobre todo ama. En este sen-tido, ¿podrías comentarnos sobre tu idea del amor en relación con la novela?

Es un tema que me interesa revisitar, sin importar sobre lo que estoy escribiendo. Me enfoco en el amor y desamor; en la relación de pareja, su evolución e involución. Siempre me ha parecido que por un acostón el hombre es capaz de cometer las más grandes tonterías. Entre hombres y mujeres existe un factor amor/odio que me gusta explorar. La torpeza del hombre en asuntos del amor es evidente en este y otros libros que he escrito.

¿Por qué la apropiación del ícono de Jesucristo para tu obra?

La figura divina, Dios, aparece de distintas formas en mucho de lo que he escrito. En Idos de la mente, se trata de un dios nor-teño, que le gusta escribir canciones. En mi cuento, Dios quiere a Santana, el músico tiene el número directo para hablar con Dios cuando le plazca. Los evangelios contienen tanta riqueza simbó-lica y anecdótica que no puedo vencer la tentación de tomar elementos y desarrollarlos en lo que escribo. Es mi forma de abordar la religión desde un punto de vista menos espiritual y más narrativo.

El año pasado asististe como invitado a una mesa redonda donde el tema era la «literatura de frontera», pero, fuera de su validez para la crítica literaria, ¿crees que exista o deba existir dicho término? De ser así, ¿cómo la definirías? ¿qué la separa del resto?

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«Literatura en la frontera» es un término exclusivamente para la crítica y poco aporta a la creación literaria, por eso no me ocupo de ello.

«Literatura en la frontera» es un término exclusivamente para la crítica y poco aporta a la creación literaria, por eso no me ocupo de ello. En cuanto a concepto, no creo que se distinga tanto de otros in-ventos como podrían ser «Literatura del Golfo de México» o una «Literatura de la frontera sur». Es más, desde la crítica mis-ma me parece muy intrascendental. Los temas o ambientes comunes no son tan frecuentes entre los escritores de la fron-tera o del norte de México. Los vínculos que encuentran los analistas suelen ser muy forzados y típicamente derivan del sobreanálisis.

Una de las etiquetas que se te han otor-gado comúnmente es la de un «escritor experimental», ¿qué opinas al respecto?

No sabía que se me llamaran así; pero me agrada. Para mí la experimentación es básica en mucho de lo que escribo. Siempre estoy probando formas y to-nos distintos para matizar mis historias. En Instrucciones para cruzar la frontera, quise que cada cuento tuviera su propia personalidad, y trato de hacer esto sin

menoscabo de la trama, que sigue siendo para mí el elemento principal de la histo-ria. Por mucho experimentar, procuro no alejarme del fin esencial de la narrativa, que es contar una historia.

Definir una época «contemporánea» resulta una tarea difícil, pero por lo mis-mo ¿qué opinas acerca de la narrativa gestada en tu generación, y qué sobre la narrativa joven, en comparación? ¿Crees que existen pautas entre ambas, ya sean de encuentro o de choque?

Siempre habrá choques intergeneracio-nales, parece natural o hasta genético. Los jóvenes quieren romper con lo que arrastran sus antecesores. Incluso los mis-mos narradores jóvenes de hoy tendrán que enfrentarse al rechazo o admiración de los que siguen. Los vínculos entre una generación y otra siempre estarán ahí. Yo, por ejemplo, me siento muy cercano a José Agustín, y él a su vez a Juan José Arreola y Philip K. Dick.

Por ahí me han dicho que soy más melómano que escritor, yo le agregaría que también soy más cinéfilo que escritor.

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A lo largo de tu obra aparecen referen-cias, principalmente de música y de cine, ¿cuál es tu relación con otras artes?

No tanto con las artes en general como con la música y el cine en particular. Por ahí me han dicho que soy más melómano que escritor, yo le agregaría que también soy más cinéfilo que escritor. En mi vida abunda la música y el cine; por eso, el punto de contacto con lo que escribo. La misma forma fragmentaria que me resul-ta natural para escribir proviene de haber aprendido a hacer historias en la forma que lo hace el cine. Así como el cine no se filma en el mismo orden secuencial en que nosotros vemos el resultado final, así mismo trabajo por escenas aisladas que luego junto como se edita una película.

Por último, háblanos sobre tu expe-riencia en los procesos de corrección y publicación.

Yo estoy de acuerdo con Alfonso Reyes que decía que si no se publica lo que es-cribes te pasarías la vida reescribiéndolo. Finalmente publico un libro no porque considero que está terminado sino por-que siento que ya debo ponerle fin a mi trabajo de corrección. Leo, releo y vuelvo a leer lo que escribo, soy un perfeccio-nista (lo cual siempre me ha parecido un defecto). Pero disfruto mucho el armado de mis libros, cuando ya todo está escrito y empiezo a considerar si esta parte va mejor aquí o allá. No me gusta empezar desde cero.

La página en blanco siempre ha sido muy cruel conmigo. Me desagrada empe-zar un proyecto nuevo, pero ya que arranco me encamino con tropiezos hasta el final. Como prefiero el cuento a la novela, parto de un cuento que luego expando, matizo y ayudo a evolucionar. Me gusta generar personajes y darles vida, incluso fuera de la historia. De repente me verás buscando imágenes en Google hasta encontrar el rostro que más se acerque a la idea que tengo de un personaje. Asimismo busco fotos de su casa y los lugares donde trabaja o estudia. Ese juego me parece un buen punto de partida, y lo hago cada vez con más frecuencia.

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fragmentos

Aparta de mí este cáliz

Publicada en enero del 2009 por Tusquets Editores en su Co-lección Andanzas, la novela Aparta de mí este cáliz rompe con seis años en silencio del escritor tijuanense. Un libro cierta-mente amable y sobrado en visión. Dentro de sus rasgos prin-cipales se observan la mirada cinematográfica y algunos usos poco usuales de la escritura para un efecto estético, por ejem-plo el itinerario.

Agradecemos a Luis Humberto Crosthwaite por permitir-nos compartir algunos fragmentos de la novela, recalcando su propiedad de Tusquets Editores.

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Soñé que era Jesucristo y la besaba a usted. Soñé que era Jesucristo y la besaba

apasionadamente. Besos mesiánicos, salvadores; besos en

sus manos y sus pies.Soñé que era Jesucristo y buscaba sus

labios para besarla una vez tras otra.Soñé que caminaba sobre el agua,

que tenía seguidores, que los romanos se impacientaban conmigo, que multi-plicaba el pan, que me dejaba crecer el cabello, que me paraba encima de un monte y contaba parábolas y sonreía y me enojaba.

Y lo hacía todo por usted.Tenía prisa de acabar con la misión que

me habían encomendado. Todas esas res-ponsabilidades me alejaban de su bendita presencia.

Me sentía recién casado en ese sueño. Le hablaba por teléfono cada hora, anhe-laba un futuro repleto de hijos y nietos, lo imaginaba colmado de delicias.

Era un Cristo enamorado, un Cristo feliz.

Antes sólo tenía un sueño recurrente. Uno solo que se repetía, que era imposi-ble quitar.

Un momento estaba parado, más bien

sentado en el borde de un muro, luego me caía. Abajo, abajo, abajo.

El sueño no empezaba cuando estaba sentado, no. El muro sólo era una suposi-ción, algo que materializaba la caída, algo que le daba una base lógica. El sueño, en sí, arrancaba cuando ya estaba cayendo. Abajo, abajo abajo.

Tampoco tenía un final. Es decir, nunca me estrellaba con algo duro, con el suelo, con un piso o una calle; nunca moría he-cho pedazos en el asfalto o ahogado en el fondo de un pozo. Simplemente caía. El sueño era la caída. Era un casi sueño, parcial pesadilla, sin historia.

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No me gustan los sueños sin historia. No me gustan, para nada. Hubiera pre-ferido otro. Un sueño con una trama más evidente, menos fragmentaria. En reali-dad nunca he tenido de dónde escoger. Sólo un sueño, eso es todo. Ningún otro. Me acordaría.

En resumen: soñé que era Jesucristo en sus tres últimos años. Mi sueño era como esas películas de Jesucristo, pero distinto. Era un Cristo más terrenal: bebía, fumaba, moría por usted; pero también era mesiá-nico, con ideales, con sentido de justicia y de igualdad. Nada que ver conmigo y a la vez todo lo que era yo.

Usted estaba en ese sueño, era una presencia importante, omnipresente. Era mi motivación, la razón por la que había emprendido la misión de salvar a los hom-bres. Era la luz y la sombra de mi sueño, mi más grande dulzura y vanidad. Si me peinaba era por agradarle, si me sentía fuerte era para que usted estuviera orgu-llosa de mí. Mis pasos eran sus pasos, lo mío era suyo: acciones, palabras, adema-nes y gestos.

Usted era mi diario, mi ego, el oído y la mirada en el desierto.

Yo mismo era distinto; es decir, yo,

yo, yo, el mismo; a la vez, salvador de los hombres, con ideas innovadoras, constructivas. Mi meta era rescatar a la humanidad de sus pecados, claro; pero los medios diferían. Por ejemplo, tenía problemas con la crucifixión, me parecía sumamente grotesca, además de doloro-sa. Pensaba que era un asunto superable, que se podía reemplazar con algún otro acto menos (cómo decirlo) ¿complicado? Creía que podía alcanzar la misma meta sin tanto melodrama, alterando ligera-mente los hechos.

La crucifixión era desagradable. Me decía: «Acepto esta cruz, pero tendrá que haber cambios».

Besarla, de eso se trata. Poner mis labios junto a los suyos, ya sabe, presionar y moverlos por veredas húmedas de saliva.

Besar sin mayores pretensiones ni objetivos.

Besar por el besar mismo; pero hacer-lo, eso sí, profundamente.

Besar hasta el cansancio.Besar con lengua y boca entera de

largo y ancho. Besar hasta que no queden líquidos

entre nosotros, hasta que me diga usted que ya.

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En privado: besarla a usted sin mie-do, con gusto, en silencio y haciendo mucho ruido.

El caso es besar.Besarla a usted.

Querido Lázaro: Me obsesiona la ver-dad. ¿Cómo ser justo si la verdad se desconoce?

Eso pensaba en tu funeral. No era mi plan que resucitaras, ni siquiera sabía que podías hacerlo. Se me ocurrió en ese momento. Dije: «Lázaro, tú que estás muerto, seguro sabes cuál es la verdad».

Pero tú no hacías más que estar bien muerto y bien solo en el ataúd.

–¿Con quién habla, rabí? –me pre-guntó tu hermana Marta.

–Con Lázaro, ¿con quién más?Y por no verme ridículo, dije en voz

alta: «Lázaro, ¿me escuchas?».Abriste los ojos. Y para todos fue obvio

que no estabas de buen humor.

Sólo si me lo pide le daré un breve des-canso (muy breve) y luego besar, besar nuevamente. Con ímpetu.

Besos arrolladores, de esos que dan de qué hablar y hacen que las personas se detengan a mirarnos en la calle.

Besar como en las canciones román-ticas: como si fuera la última vez.

Con mordidas dolorosas y dulces.Hasta que los transeúntes digan basta.Hasta los límites de la moralidad y unos

pasos más adelante.Besar con tanta indecencia que parez-

ca un acto ilegal, criminal, primordial.Lo haremos delante de niños y niñas

que sonreirán entusiasmados.Lo haremos delante de adultos y

adultas que nos odiarán por la repentina envidia.

Lo haremos delante de perros que ladrarán toda la noche.

Lo haremos delante de gatos que maullarán enloquecidos.

Lo haremos en las bancas de los par-ques y en las paradas de los camiones.

Lo haremos a la vista pública pero lo haremos también en privado.

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LUIS MIGUEL CRUZ

sabemos que amamos a gigantesy estos gigantes ya no estánestán en otro reinopisando fuerte con sus pasos

con sus virtudes medimos a los nuestrosy los nuestros nos queman y nos ardenmás que aquellos gigantes que se fueronasí incendian cualquier resto que pudiera haber quedado

ahora

POEMA

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¿Por qué la molestia de acomodarme frente a la computadora y es-capar del sábado con sus perfumes alegres, del libro que quiero? Es simple, porque has enviado un mensaje. Ante las oraciones que en-vías, apasionadas y sinceras, con buen retoque, debo soltar los dedos y como tú, confesarme. Lo hago en este blog con dedicatorias para los textos y los seres sensibles.

«...ni siquiera conozco un buen sinónimo para la palabra rebuscada. Esto debido a un temor adquirido años atrás alimentado por la flojera y por una sociedad que le hace más caso al televisor que a un maestro inconforme. El mismo temor que me ha hecho sentir más miedo de un papel impreso con más de 1 000 caracteres dentro de él», escribes. Repaso estas líneas y no sé si sonreír o apretar la quijada.

Lo que sí puedo decirte, correspondiendo a tu franqueza, es que no te culpo por temer. Todo aquello insondable y por ende oscurísimo, da miedo. Será porque hay algo inmemorial en los seres humanos que intuye el torrente de luz blanca cuando no hay más negros y sólo resta conocer, apropiar, acercarnos a lo lejano. Leer es llegar y aunque las orillas han sido siempre todo para el hombre, la idea de final asociada a la de cambio nos altera. Lo siguiente, por supuesto, es el arribo y dejar de temer ante papeles impresos con sus millones de caracteres. Las le-tras no son monstruosas, o tal vez sí (pienso en leviatanes serenos, en sirenas, en dragones furiosos), pero al mismo tiempo parecen pulsares, eclipses, paraísos y cielos; batallas y paz; presente y futuro con máqui-nas de otras eras cuyo pasado nos alude.

Ah, también hablas del televisor, del caso que todos le hacen y la indiferencia hacia a un maestro inconforme. Ahora sí sonrío. Gracias

CARTA A UN JOVEN QUE NO LEE

Querido X ,W o Y:

ALMA KARLA SANDOVAL

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a la caja idiota y a esos docentes preocu-pados por tu miedo, a los que han pasado años o bien una vida entera esperando tus palabras, ahora tengo la oportunidad de responderte. Soy muy afortunada, mira el porqué:

«El mismo (aquel miedo) que hoy me hizo dar cuenta que una parte de mí que creía vacía por la sed de un juego de video o por la incertidumbre en los ojos de una mujer. Sólo necesitaba la cálida imagina-ción que un libro puede dar». Ante esta frase que agregas me pregunto cómo es que un juego de video puede vaciar el alma. Será, quizá, por la repetición de los patrones narrativos cuya reiteración abu-rre, o por la violencia con luces glaciales de un acto que concluye sin esperanza. Cuando apagamos el juego sólo queda la adicción, hija de falsas promesas de su-perar un puntaje, de ver algo, la victoria, que virtualmente no nos es concedida. Esto sí puede dar miedo, más que las pá-ginas de un libro cuyas grietas también pueden ser peligrosas, pero que obturan, tarde o temprano, la herida primordial de todos nosotros: nuestro insaciable deseo de encontrar significado.

Sobre la incertidumbre en los ojos de una mujer y el vacío al que te han llevado, poco puedo y debo decir. Primero que está bien sentirse muy colmado en la búsque-

da del otro hasta que creemos hallar nada. El amor no puede ser tan divino como el perdón precisamente por la incertidumbre que conlleva. Por eso cuando dices que sólo necesitabas la cálida imaginación de un libro, comprendo a fondo. Hay relatos terapéuticos porque es el hablar lo que cura. Cuando alguien lee escucha, pero misteriosamente también habla consigo al final, cuando la respuesta se torna ur-gente. Algo así como lo que hiciste tú es-cribiendo ese largo y sentido mail porque primero leíste mi mensaje en el aula.

La imaginación, cierto, no es fría. Pero a veces quema. En la mayoría de las oca-siones acompaña y nos vuelve más inde-pendientes, más seguros de todo cuanto nace de nosotros y no pueden arrancar-nos. El idioma es así. Nos pueden quitar el mundo, hasta podrían cortarnos la len-gua, pero seguiríamos comunicándonos

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de alguna forma. También imaginando otros mundos para guarecernos de las tormentas de la realidad, del doloroso he-chizo de tener sólo una vida y ser testigos de violencias, crímenes de lesa humani-dad; de ver cómo los culpables salen li-bres o de los mil y un fraudes con que los malos ganan. La imaginación como fuga es un sendero consolador. Para muchas y muchos autores fue el único camino, la madera bendita en los naufragios.

«Pero yo no leo, y sé que estas pala-bras impresionantes en los oídos de un maestro puede crear el estereotipo de una mala semilla, de una oveja negra. Sin embargo nunca sentí que la lectura era algo que yo buscara, algo que me com-plementara. Siempre vi la lectura como una forma de conocimiento, como una forma de ver el mundo desde la perspec-tiva de un autor que sólo buscaba ganar-se la vida de manera honrada». No leer, querido X, Y o Z, es un derecho. Si no lo sabías, entérate. Del mismo modo que no escuchar música, no ir a museos, no contemplar las tardes más bonitas del año o no seguir los ojos de una mujer o un hombre que nos gustan. No leer, sobre todo cuando leer no te hace feliz, es una prerrogativa inmensa.

Borges expresó que la literatura es una forma de felicidad, que por eso leía. El

placer, antes que la obligación, es lo que nos convierte en lectores más allá si lee-mos para conocer y así ser más podero-sos, cultos o interesantes. Uno lee porque le da la gana y le da la gana porque goza haciéndolo, porque la televisión, la com-putadora y la gente pueden esperar un poco antes de soltar un libro. Si no has tenido la fortuna de quedar prendado de una novela no es tu culpa. Así pasa con el amor que no practicamos porque no nos hemos abierto lo suficiente, porque otras escafandras o armaduras nos lo impiden.

Además, si no has sentido la cosqui-lla de acercarte a una biblioteca no tienes por qué hacerlo. Recuerdo un libro entra-ñable, Cartas a un joven poeta, donde el autor, Rainer María Rilke, le respondió a un joven que le preguntaba cómo saber si era o no un poeta. La respuesta fue que se preguntara en la oscuridad y silencio de la noche si podría vivir sin la poesía, si siendo todo lo honesto de lo que era ca-paz, la respuesta era que sí, entonces no había más qué hacer. No todos tienen que ser lectores. Como bien dices, de nada te

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serviría un falso amor por la lectura. Yo no soy deportista y aunque hacer ejerci-cio es excelente para vivir más y de mejor manera, me cuesta mucho adaptarme a esa costumbre.

De tal suerte que puedo rechazarte por tu color en el rebaño, antes mejor, te con-fieso que no soy blanca ni negra. Debes saber que no me considero una pastora convencional. Admito, eso sí, que aplau-do a los borregos oscuros que por su pro-pia voluntad se salen del rebaño. Eso lo aprendí de Fernando Vallejo, un escritor nacido en Colombia.

Respecto a que los autores sólo buscan una manera honesta de ganarse la vida, claro que es así, pero también obedecen a una necesidad de aislamiento, a la larga casi siempre comunicable. Hay gente que habla mucho y sin parar, sus habilidades comunicativas rebasan las de la media. Ellas y ellos son escritores porque nacie-ron así, porque leer los ha hecho felices, porque sintieron que si un pez debe na-dar, un poeta fundar versos. Ese es el más grande de los triunfos, conseguir ganarte la vida haciendo lo que te gusta, disfru-tándolo sin sentir el peso de las horas.

Creo que hemos hablado mucho por hoy. Me resta pedirte que no sientas que te equivocaste escribiéndome, que tal vez fue un error bajar la guardia. Entonces sí

estarías confundido porque te leo y doy con un ser humano transparente al que con gusto puedo guiar. Leer no debe ser una obligación, nunca. A menos que es-tés matriculado en una escuela y debas cumplir ciertos requisitos. Como una me-dicina amarga, entonces, deberás pasarte algunos textos. Sin embargo noto que sabiendo escribir e imaginar estalla en tu mente la chispa lectora. Sospecho que te gustaría amar los libros porque te ha in-trigado la forma en que hablo de ellos. No es gratuito, alguién más, hace mucho, me respondió como yo a ti en este instante. También me daba nombres, títulos.

Busqué esos secretos como llamas. Tenía frío. El mundo estaba a oscuras. Pero la luz de aquellos volúmenes alum-bró el fango con el que uno se topa cu-ando es joven.

Ánimo pues, también serenidad y aten-ción porque mira, escribiéndote te leo.

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Eduardo de Gortari (Ciudad de México,1988) es autor del libro Singles //05/08// (RDLPS, 2008). Es cofundador del colectivo Devrayativa. Ha colaborado para las revistas Punto de Partida, Literal, Tierra Adentro, La línea del cosmonauta y el periódico El Financiero. Poemas suyos aparecen en el libro colectivo Paraíso en llamas (Literal, 2008) y la antología Divino Tesoro (Libros de la Meseta, 2008). Marlén Gutiérrez (Papantla, Ver., 1989) es estudiante de Lengua y Literatura Hispánicas en la Uni-versidad Veracruzana. En 2009 ganó los Juegos Florales Juveniles de su lugar natal y participó en el Curso de Creación Literaria para jóvenes impartido por la Funda-ción para las Letras Mexicanas en colaboración con la UV. Postea ocasionalmente en www.subjuntivismos.blogspot.com. Tzuyuki Romero (Puebla, 1979) ha cur-sado diversos talleres de creación literaria con escritores como Guillermo Sampe-rio y Orlando Ortiz. Comunicóloga egresada de la Benemérita Universidad Autó-noma de Puebla y becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Tlaxcala en sus convocatorias 2003 y 2008, es autora de los libros de narraciones Mientras te perdías en la distancia (2003) y El llanto de la mujer sin ojos. Luis Miguel Cruz (Xalapa, 1977) es estudiante de Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Veracruzana. Alma Karla Sandoval (Zacatepec, México, 1975) es egresada de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García y de la Escuela de Escritores de la So-gem. Especialista en Enseñanza del Español como Lengua Extranjera por la Uni-versidad Complutense de Madrid y Maestra en Literatura Latinoamericana por la Universidad Javeriana de Bogotá, Colombia. Ha publicado los libros Corredor de las antorchas, Todo es edad y Estacionamiento de avestruces. Su obra poética forma par-te de diversas antologías. Actualmente es colaboradora de La Jornada de Morelos y articulista del semanario Maseual. La misma escarcha (Letras de Pasto Verde, 2009) es su poemario más reciente.

INVENTARIO

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