z.evolucion Politica Del Pueblo Mexicano_ Justo Sierra

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  Evolución política del pueblo mexicano Justo Sierra (1848-1912) Prólogo  Todos los me xicanos veneran y am an la memoria de J usto Sierra. S u luga r está entre los creadores de la t radición hispanoamerican a: Bello, Sarmiento, Montalvo, Hostos, Martí, Rodó. En ellos pensar y escribir fue una forma del bien social, y la belleza una manera de educación para el pueblo. Claros varones de acción y de pensamiento a quienes conviene el elogio de Menéndez y Pelayo: «comparables en algún modo con aquellos patriarcas... que el mito clásico nos presenta a la vez filósofos y poetas, atrayendo a los hombres con el halago de la armonía para reducirlos a cultura y vida social, al mismo tiempo que levantaban los muros de las ciudades y escribían en tablas imperecederas los sagrados preceptos de la ley». Tales son los clásicos de América, vates y pastores de gentes, apóstoles y educadores a un tiempo, desbravadores de la selva y padres del Alfabeto. Avasalladores y serenos, avanzan por los eriales de América como Nilos benéficos. Gracias a ellos no nos han reconquistado el desierto ni la maleza. No los distingue la fuerza de singularidad sino en cuanto son excelsos. No se recluyen y ensimisman en las irr itables fascinaciones de lo individual y lo exclusivo. Antes se fundan en lo general y se confunden con los anhelos de todos. Parecen gritar con el segundo Fausto: «Yo abro espacios a millones de hombres». Su voz es la voz del humano afecto. Pertenecen a todos. En su obra, como en las fuentes públicas, todos tienen señorío y regalo.  El ú ltimo retra to d e Justo Sierra, comunicado desde Europa a las hojas periódicas, nos lo presenta como era: un gigante blanco. De corpulencia monumental, de rasgos tallados para el mármol, su enorme bondad hacía pensar a Jesús Urueta en aquellos elefantes a quienes los padres, en la India, confían el cuidado de los niños. De los  jóvenes era el tutor n atural y entre los an cianos era el más joven. Viéndole mezclarse a la mocedad, los antiguos hubieran dicho que desaparecía, como el dios Término, entre el revoloteo de las Gracias; y viéndole guiar a los otros, a veces con sólo la mirada o con la sonrisa, lo hubieran comparado con Néstor, de cuyos labios manaban la sabiduría y la persuasión. Todo él era virtud sin afectaciones austeras, autoridad sin ceño, amor a los hombres, comprensión y perdón, orientación segura y confianza en el bien que llegaba hasta la heroicidad. Cierto buen estilo zumbón y la facilidad en el epigrama sin hiel disimulaban, para hacerla menos vulnerable, su ternura.  Su obra de es critor asciende de la poes ía a la prosa , donde se realiza p lenamente para conquistar el primer lugar en nuestras letras: desde la dulzura de las Playeras -la canción de pájaro hija de los trinos de Zorrilla-, pasando por los arrobamientos de la donna angelicata que irradian en los Cuentos románticos, hasta los vastos alientos del historiador, con aquellos últimos estallidos de un genio que se derrotaba a sí mismo en reiteradas apoteosis de entusiasmo. En él se descubre aquella dualidad propia de los

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Evolucin poltica del pueblo mexicano

Justo Sierra(1848-1912)

PrlogoTodos los mexicanos veneran y aman la memoria de Justo Sierra. Su lugar est entre los creadores de la tradicin hispanoamericana: Bello, Sarmiento, Montalvo, Hostos, Mart, Rod. En ellos pensar y escribir fue una forma del bien social, y la belleza una manera de educacin para el pueblo. Claros varones de accin y de pensamiento a quienes conviene el elogio de Menndez y Pelayo: comparables en algn modo con aquellos patriarcas... que el mito clsico nos presenta a la vez filsofos y poetas, atrayendo a los hombres con el halago de la armona para reducirlos a cultura y vida social, al mismo tiempo que levantaban los muros de las ciudades y escriban en tablas imperecederas los sagrados preceptos de la ley. Tales son los clsicos de Amrica, vates y pastores de gentes, apstoles y educadores a un tiempo, desbravadores de la selva y padres del Alfabeto. Avasalladores y serenos, avanzan por los eriales de Amrica como Nilos benficos. Gracias a ellos no nos han reconquistado el desierto ni la maleza. No los distingue la fuerza de singularidad sino en cuanto son excelsos. No se recluyen y ensimisman en las irritables fascinaciones de lo individual y lo exclusivo. Antes se fundan en lo general y se confunden con los anhelos de todos. Parecen gritar con el segundo Fausto: Yo abro espacios a millones de hombres. Su voz es la voz del humano afecto. Pertenecen a todos. En su obra, como en las fuentes pblicas, todos tienen seoro y regalo. El ltimo retrato de Justo Sierra, comunicado desde Europa a las hojas peridicas, nos lo presenta como era: un gigante blanco. De corpulencia monumental, de rasgos tallados para el mrmol, su enorme bondad haca pensar a Jess Urueta en aquellos elefantes a quienes los padres, en la India, confan el cuidado de los nios. De los jvenes era el tutor natural y entre los ancianos era el ms joven. Vindole mezclarse a la mocedad, los antiguos hubieran dicho que desapareca, como el dios Trmino, entre el revoloteo de las Gracias; y vindole guiar a los otros, a veces con slo la mirada o con la sonrisa, lo hubieran comparado con Nstor, de cuyos labios manaban la sabidura y la persuasin. Todo l era virtud sin afectaciones austeras, autoridad sin ceo, amor a los hombres, comprensin y perdn, orientacin segura y confianza en el bien que llegaba hasta la heroicidad. Cierto buen estilo zumbn y la facilidad en el epigrama sin hiel disimulaban, para hacerla menos vulnerable, su ternura. Su obra de escritor asciende de la poesa a la prosa, donde se realiza plenamente para conquistar el primer lugar en nuestras letras: desde la dulzura de las Playeras -la cancin de pjaro hija de los trinos de Zorrilla-, pasando por los arrobamientos de la donna angelicata que irradian en los Cuentos romnticos, hasta los vastos alientos del historiador, con aquellos ltimos estallidos de un genio que se derrotaba a s mismo en reiteradas apoteosis de entusiasmo. En l se descubre aquella dualidad propia de los

apostolados amables. Tiene lo hercleo y lo alado, como los toros de Korsabad; y se desarrolla ensanchndose como el abrazo de una ola. Del lirismo algo estrecho de su juventud, su poesa se expande a las elocuencias que tanto le censuraba el ingenioso Riva Palacio. Y si su poesa pierde con ello, es porque no ha podido adaptarse al crecimiento del hombre interior. Justo Sierra, entonces, ya no puede cantar en verso: se ahoga en la pltora. Ha brotado en l un atleta de la simpata humana y del entusiasmo espiritual. El verso se alarga y contorsiona, y se vuelve prosa. Conserva de la poesa la emocin cargada, el gusto dispuesto, la siempre fresca y sana receptividad de la belleza. Pero se desborda sobre la historia, el amor y el afn de todos los hombres, para compartir sus fatigas y sus regocijos con tan intenso pathos y tan honda potencialidad, que acuden al lector las palabras temblorosas de Eneas: Aqu tienen premio las virtudes, lgrimas las desgracias, compasin los desastres. Crtico literario un da, su legado es breve, brevsimo, y en esto como en muchas cosas se manifest por un solo rasgo perdurable: el prlogo a las poesas de Gutirrez Njera. All la explicacin del afrancesamiento en la lrica mexicana, la defensa del Modernismo, todo lo cual est tratado al margen de las escuelas y por encima de las capillas. Entre sus contemporneos no hay crtica que la iguale, y dudo que la haya entre los posteriores, aun cuando algo se ha adelantado. El solo estilo de aquel prlogo ostenta lujos hasta entonces desconocidos entre nosotros; las imgenes tienen vida; las frases, nerviosos resortes; el parntesis, sabrosa intencin; la digresin, un encanto que hace sonrer. Se siente el temor de profanar la tumba recin sellada del amigo. En torno a Gutirrez Njera, unos cuantos trazos fijan nuestra historia literaria. Sobre el mismo Gutirrez Njera, no creo que pueda decirse ms ni mejor. Su estilo, despus, gana en fuerza y en sobriedad. Renuncia a la sonrisa y a la gracia turbadora. Va en pos de la clusula de oro, esculpe sentencias. Es ya el estilo, como lo quera Walter Pater, para seducir al humanista saturado de literatura, reminiscencias, casos y cosas. Su oratoria, aun en los discursos oficiales, est cruzada por todas las preocupaciones filosficas y literarias de su tiempo. Es el primero que cita en Mxico a D'Annunzio y a Nietzsche. En sus discursos hay un material abundante de estudios y meditaciones, y el mejor comentario acaso sobre sus empeos de educador. En la obra histrica a que estas palabras sirven de prlogo, el estilo, sin bajar nunca en dignidad, revela por instantes cierto apresuramiento, no repara en repeticiones cercanas, amontona frases incidentales, a veces confa demasiado el sujeto de los perodos a la retentiva del lector. El autor parece espoleado por un vago presentimiento, por el afn de sacar cuanto antes el saldo de una poca cuyo ocaso hubiera adivinado. Pero si hay momentos en que escribe de prisa, puede decirse que afortunadamente siempre pens despacio. Todo lo cual comunica a la obra cierto indefinible ritmo pattico. El escritor padeci sin duda bajo el peso de sus labores en el Ministerio de Instruccin Pblica. Su nombre queda vinculado a la inmensa siembra de la enseanza primaria que esparci por todo el pas. Continuador de Gabino Barreda -aquel fuerte creador de la educacin laica al triunfo de Benito Jurez, triunfo que vino a dar su organizacin definitiva a la Repblica-, Justo Sierra se multiplic en las escuelas, como si, partido en mil pedazos, hubiera querido a travs de ellos darse en comunin a las generaciones futuras. Hacia el final de sus das, coron la empresa reduciendo a nueva armona universitaria las facultades liberales dispersas, cuya eficacia hubiera podido debilitarse en la misma falta de unidad, y complement con certera visin el cuadro de las humanidades modernas. Puede decirse que el educador adivinaba las inquietudes

nacientes de la juventud y se adelantaba a darles respuesta. El Positivismo oficial haba degenerado en rutina y se marchitaba en los nuevos aires del mundo. La generacin del Centenario desembocaba en la vida con un sentimiento de angustia. Y he aqu que Justo Sierra nos sala al paso, como ha dicho uno de los nuestros -Pedro Henrquez Ureaofrecindonos la verdad ms pura y la ms nueva. Una vaga figura de implorante nos deca el maestro- vaga hace tiempo en derredor de los templa serena de nuestra enseanza oficial: la Filosofa; nada ms respetable ni ms bello. Desde el fondo de los siglos en que se abren las puertas misteriosas de los santuarios de Oriente, sirve de conductora al pensamiento humano, ciego a veces. Con l repos en el estilbato del Partenn que no habra querido abandonar nunca; lo perdi casi en el tumulto de los tiempos brbaros, y reunindose a l y guindole de nuevo se detuvo en las puertas de la Universidad de Pars, el alma mater de la humanidad pensante en los siglos medios. Esa implorante es la Filosofa, una imagen trgica que conduce a Edipo, el que ve por los ojos de su hija lo nico que vale la pena de verse en este mundo: lo que no acaba, lo que es eterno. De esta suerte, el propio Ministro de Instruccin Pblica se eriga en capitn de las cruzadas, juveniles en busca de la filosofa, haciendo suyo y alivindolo al paso el descontento que por entonces haba comenzado a perturbarnos. La Revolucin se vena encima. No era culpa de aquel hombre; l tenda, entre el antiguo y el nuevo rgimen, la continuidad del espritu, lo que importaba salvar a toda costa, en medio del general derrumbe y de las transformaciones venideras. Yo no lo encontr ya en la ctedra, pero he recogido en mis mayores aquella sollama del fuego que animaba sus explicaciones orales y que trasciende vvidamente hasta sus libros. Ya dej entender que el historiador, fue, en l, un crecimiento del poeta, del poeta seducido por el espectculo del vigor humano que se despliega a travs del tiempo. Romntico por temperamento y educacin, para l segua siendo la Revolucin Francesa, clave de los tiempos modernos, la hora suprema de la historia. Este era el captulo que estaba siempre dispuesto a comentar, la leccin que tena preparada siempre. En lo que se descubren sus preocupaciones de educador poltico. Aqu convergan las enseanzas de los siglos, heredadas de una en otra poca como una consigna de libertad. El alumno, entregado a las apariciones que l iba suscitando a sus ojos, confindose por las sendas que l le iba abriendo en los campos de la narracin, al par que escuchaba un comentario adecuado y caluroso, sufra el magnetismo de los pueblos, y le pareca contemplar panormicamente (como por momentos se ven los guerreros de la Ilada) el hormiguero de hombres que se derraman de Norte a Sur, el vuelo de naves por la costa africana, que ms tarde se desvan con rumbo al mar desconocido. El maestro crea en el misticismo geogrfico, en la atraccin de la tierra ignota, en el ansia de encontrar al hombre austral de hielo o al hombre meridional de carbn con que soaban las naciones clsicas, en el afn por descubrir las montaas de diamante, las casas de oro y de marfil, los islotes hechos de una sola perla preciosa, centellantes hijos del Ocano, con que soaba la gente marinera en la Era de los Descubrimientos. El imn de la escondida Tule, como en Sneca; el imn de las constelaciones nuevas, como en Heredia, tambin han sido motores de la historia. Los aventureros que buscaban la ruta de las especias saludaban con igual emocin la gritera de las gaviotas que anunciaban la costa, o la deslumbrante Cruz del Sur que parece cintilar, como augurio, desde los profundos sueos de Dante. La historia se unificaba en el rumor de una gigantesca epopeya; la tierra apareca abonada con las cenizas de sus santos y de sus hroes; los pueblos nacan y se hundan, baados en la sangre eficaz. As el relato se enriqueca con las calidades

de evocacin e interpretacin de aquel estupendo poeta que, para mejor expresarse, haba abandonado el silabario del metro y de la rima. Maestro igual de la historia humana cundo volveremos a tenerlo? Evocacin e interpretacin, la poesa de la historia y la inteligencia de la historia: nada faltaba a Justo Sierra. Su mente es reacia al hecho bruto. Pronto encuentra la motivacin, desde el estmulo puramente sentimental hasta el puramente econmico, pasando por el religioso y el poltico. La historia no es slo una tragedia, no le basta sacudir la piedad y el terror de los espectadores en una saludable catharsis. La historia es un conocimiento y una explicacin sobre la conducta de las grandes masas humanas. A ella aporta Justo Sierra una informacin sin desmayos, y un don sinttico desconcertante en los compendiosos toques de su estilo. As, en la historia mexicana, resuelve en un instante y con una lucidez casi vertiginosa algunos puntos que antes y despus de l han dado asunto a disquisiciones dilatadas. La densidad de la obra, el gran aire que circula por ella, la emparientan con las altas construcciones a la manera de Tocqueville. Justo Sierra descuella en la operacin de la sntesis, y la sntesis sera imposible sin aquellas sus bien musculadas facultades estticas. La sntesis histrica es el mayor desafo a la tcnica literaria. La palabra nica sustituye al prrafo digresivo; el matiz de certidumbre -tortura constante de Renan- establece la probidad ciertfica; el hallazgo artstico comunica por la intuicin lo que el entendimiento slo abarcara con largos rodeos. Dentro de las dimensiones modestas de un libro de texto, la Historia General de Justo Sierra acumula una potencia de veinte atmsferas. Slo peca por superar la capacidad media de los lectores a quienes se destina. En verdad, obliga a detenerse para distinguir todos los colores fundidos en el prisma. Como dira Victor Hugo (evocacin grata a Justo Sierra), el escritor suscita una tempestad en el tintero. Y como la buena prosa nos transporta en su msica, todava recuerdo que, en mis tiempos, los muchachos de la Preparatoria, -sin duda para esquivar el anlisis- se entregaban a las facilidades de la memoria y dejaban que se les pegaran solos aquellos prrafos alados. Tal vez la Historia General, para los fines docentes, necesita de la presencia de Justo Sierra, como la Universidad por l fundada -y entregada despus a tan equvocos destinos- lo necesitara en su gobierno. A menos que sea un inventario de hechos inexpresivos, el ensayo histrico deja traslucir, consciente o inconscientemente, el ngulo de visin del historiador y el lenguaje mental de su poca, visin y lenguaje que contienen una representacin del mundo. Toda verdadera historia, dice Croce, es contempornea; aparte de que es un vivir de nuevo, en esta poca, el pasado de la humanidad. Pero, dentro de este imperativo psicolgico, cabe encontrar una temperatura de ecuanimidad y equilibrio que, sin disimular las inclinaciones filosficas del autor, alcance un valor de permanencia, de objetividad, de verdad; un planteo honrado de los problemas que hasta deje libertad al disentimiento de los lectores; y ms si se acierta con los pulsos esenciales en la evolucin de un pueblo, como acontece con Justo Sierra cuando construye la historia de la patria. En Justo Sierra, el historiador de Mxico merece consideracin especial. Nos quedan -deca Jess Urueta- sus fragmentos venerables de historia patria, tan llenos de ciencia, de arte y de amor, entre los que sobresale un tomito para los nios, que si para stos es un encanto, es una joya para los viejos. Este juicio sera impecable si la palabra fragmentos no indujera a error, por cuanto parece significar que se trata de

una obra incompleta, y si el giro mismo de las frases no pareciera dar preferencia sobre la Evolucin poltica del pueblo mexicano a cierto eptome infantil. Verdad es que este eptome es un libro de calidad rara y acaso nico en su gnero. Como toda obra de sencillez, es la prueba de un alto espritu. Ensear la historia a los nios como l la ensea, sin acudir a los recursos tan amenos como dudosos del salto de Alvarado y el llanto de la noche triste, es tener ms respeto para el alma infantil del que suelen tener las madres que educan a sus criaturas con la supersticin y el miedo; sortear el escollo de la indecisin y dar la verdad averiguada, imbuda de amor al propio suelo, es tener el mejor ttulo a la gratitud nacional. Aun en las leyendas que acompaan a las lminas del eptome hay lecciones de evidencia histrica y enseamientos intachables. Pero nada es comparable a la majestuosa Evolucin poltica del pueblo mexicano. Esta obra se publica ahora por primera vez en volumen aislado, desprendindola de la coleccin de monografas escritas por varios autores, en que antes apareci y en que era ya prcticamente inaccesible. Dicha coleccin de monografas histricas sobre mltiples aspectos de la vida nacional, y confiadas a diversos especialistas, bajo la direccin general de Justo Sierra (parangn moderno del antiguo Mxico a travs de los siglos, en cinco abultados volmenes), lleva el ttulo de Mxico: Su evolucin social, y fue editada en Mxico por J. Ballesc y Ca., entre los aos de 1900 a 1902, en tres gruesos infolios profusamente ilustrados al gusto de la poca, que dista mucho de satisfacer a los lectores actuales. El tomo I consta de dos volmenes; el primero, de 416-IV pgs., es de 1900; y el segundo, que va de la pg. 417 a la 778, de 1902; en tanto que el tomo II, en un volumen de 437 pgs., apareci en 1901. El primer volumen anuncia como autores a los Ingenieros Agustn Aragn, y Gilberto Crespo y Martnez; Licenciados Ezequiel A. Chvez, Miguel S. Macedo, Pablo Macedo, Emilio Pardo (jr.), Genaro Raigosa, Manuel Snchez Mrmol y Eduardo Zrate; Doctor Porfirio Parra; General Bernardo Reyes; Magistrados Justo Sierra y Julio Zrate; director literario, el mismo Justo Sierra, y director artstico Santiago Ballesc. En los sucesivos volmenes se suprimen los nombres de Emilio Pardo (jr.) y Eduardo Zrate, y se aaden los del Diputado Carlos Daz Dufo y el Licenciado Jorge Vera [Estaol]. La sola designacin de ttulos profesionales y aun de cargos polticos es impertinente al objeto de la publicacin. Los inacabables subttulos de la portada, entre los cuales algunos ms bien parecen reclamos mercantiles (Inventario monumental que resume en trabajos magistrales los grandes progresos de la nacin en el siglo XIX... Esplndida edicin, profusamente ilustrada por artistas de gran renombre, etc.), dan a la publicacin un aire provinciano, a pesar del lujo material que no llega nunca a la belleza, a pesar del rico papel satinado y del claro tipo de imprenta: Ballesc, el editor del rgimen, no escatimaba gastos. En la impresin misma se descubren erratas y descuidos. Los retratos son arbitrarios e impropios de un libro histrico de estos vuelos. La enormidad de los tomos los hace de difcil manejo; su precio los hace inaccesibles. Con buen acuerdo, Pablo Macedo se apresur a publicar por separado y en libro seriamente impreso las tres monografas con que contribuy a esta obra (La evolucin mercantil; Comunicaciones y obras pblicas; La Hacienda pblica, Mxico, Ballesc, 1905, 4, 617 pgs. y finales). No se hizo as para la monografa de Justo Sierra, hasta ahora sepultada en aquella primitiva edicin; o si ello lleg a intentarse, fue en forma fragmentaria y desautorizada, en un librillo rampln que slo contiene los primeros captulos y no estaba llamado a circular debidamente

(Madrid, Editorial Cervantes, 1917?). El ensayo completo de Justo Sierra, que ahora aparece con el nombre de Evolucin poltica del pueblo mexicano, consta en Mxico: Su evolucin social, tomo V, vol. V, pgs. 33 a 217, bajo el ttulo de Historia poltica, y en el tomo II, pgs. 415 a 434, bajo el ttulo: La era actual. Mxico: Su evolucin social es obra compuesta en las postrimeras del rgimen porfiriano, para presentar el proceso del pas desde sus orgenes hasta lo que se consideraba como la meta de sus conquistas. Pero las pginas de Justo Sierra (lo hemos adelantado al hablar de su estilo) se estremecen ya con un sentimiento de previsin: se ha llegado a una etapa inminente; urge sacar el saldo, hay que preparar a tiempo el patrimonio histrico antes de que sobrevenga la sorpresa. Dejando de lado las obras de mera investigacin, tan eximias como las de Jos Fernando Ramrez, Icazbalceta u Orozco y Berra (ste ha envejecido por el adelanto ulterior de nuestra arqueologa); exceptuando los ensayos histricos de otro carcter, destinados a otros fines y que no podran ofrecerse como sntesis popular -tales los de Alamn o Mora- la Evolucin poltica ocupa un lugar nico, a pesar del tiempo transcurrido desde el da en que se la escribi. A su lado, las dems obras de su gnero resultan modestas. Podrn completarla en el relato de hechos posteriores -pequeo apndice de tres o cuatro lustros sobre una extensin de ms de cuatro siglos-, pero no logran sustituirla. Algunas de estas obras, al lado del Sierra, hasta parecen extravos, sutilezas o divagaciones personales al margen de la historia, empeos violentos por ajustar nuestras realidades a una teora determinada. Muchos han espigado en Sierra, pero exagerando hasta la paradoja lo que en l era un rpido rasgo expresivo. La sacudida revolucionaria acontecida despus ejerce una atraccin irresistible sobre los problemas inmediatos, invita a la propaganda y a la polmica, y puede perturbar el trazo de ciertas perspectivas fundamentales. Justo Sierra nos da la historia normal de Mxico. Por su hermoso y varonil estilo, su amenidad, la nitidez de su arquitectura y su buena doctrina despierta el inters de todos, y est llamada a convertirse en lectura clsica para la juventud escolar y para el pueblo. No es una ciega apologa; no disimula errores que, al contrario, importa sealar, a algunos de los cuales por primera vez aplica el lente. Pero un vigor interpretativo y la generosidad que la anima hacen de ella, en cierto modo, una justificacin del pueblo mexicano. Quien no la conozca no nos conoce, y quien la conozca difcilmente nos negar su simpata. Publicarla de manera que pueda circular cmodamente y llegar a todas las manos era, por eso, un deber cvico. Sin espritu de venganza -nunca lo tuvo- contra el partido derrotado; sin discordia; sin un solo halago a lo bajo de la pasin humana; sin melindres con la cruel verdad cuando es necesario declararla, esta historia es un vasto razonamiento acompaado por su coro de hechos, donde el relato y el discurso alternan en ocasiones oportunas; donde la explicacin del pasado es siempre dulce aun para fundar una censura; donde no se juega con el afn y el dolor de los hombres; donde, ni de lejos asoma aquella malsana complacencia por destruir a un pueblo; donde se respeta todo lo respetable, se edifica siempre, se deja el camino abierto a la esperanza. La paulatina depuracin del liberalismo mexicano no es all una tesis de partido, sino una resultante social, un declive humano. Abarca la Evolucin poltica desde los remotos orgenes hasta la epoca contempornea del autor, vsperas de la Revolucin mexicana. Los orgenes han sido tratados con sobriedad, con prescindencia de erudiciones indigestas, con santo horror a

los paralelos intiles, despeadero de nuestra arqueologa hasta entonces, y sobre todo, con entendimiento y lucidez: siempre, junto al hecho, la motivacin y la explicacin. Ahora bien: la historia precortesiana apenas arriesgaba en tiempos de Sierra sus primeros pasos y es toda de construccin posterior. El lector debe tenerlo en cuenta, y leer esos primeros captulos con la admiracin que merece un esfuerzo algo prematuro por imponer el orden mental a un haz de noticias dispersas; pero advertido ya de que aquellas generalizaciones no siempre pueden mantenerse a la luz de investigaciones ulteriores. De entonces ac la arqueologa mexicana hai sido rehecha, aunque por desgracia no haya llegado ya el momento de intentar otra sntesis como la de Sierra, sntesis indispensable en toda ciencia, sea hiptesis de trabajo o sea resumen de las conclusiones alcanzadas. Por lo dems, la apreciacin humana y poltica de Sierra sobre el cuadro de las viejas civilizaciones -que es lo que importa en una obra como, la presente- queda en pie; queda en pie su visin dinmica sobre aquel vaivn de pueblos que se contaminan y entrelazan; queda en pie su clara percepcin de que el imperio mexicano, decadente en algunos rasgos, distaba mucho de ser un imperio del todo establecido y seguro. La poca contempornea fue tratada con toda la respetuosa inquietud y con la diligente afinacin moral de quien est disecando cosas vivas y tiene ante s el compromiso, libremente contrado, de la verdad. Justo Sierra no incurre, ni era posible en nuestros das, en aquel inocente delirio de que es vctima insigne Ignacio Ramrez y mucho ms oscura el P. Agustn Rivera(1) (el cual escriba la historia por principios), para quienes Cuauhtmoc y Cuitlhuac son los padres directos de nuestra nacionalidad moderna. Pero Justo Sierra da al elemento indgena lo que por derecho le corresponde como factor tnico, se inclina conmovido ante un arrojo que mereci la victoria, y pone de relieve aquella solidaridad misteriosa entre todos los grupos humanos que, a lo largo del tiempo, han contestado al desafo de la misma naturaleza, desecando lagos y pantanos, labrando la tierra y edificando ciudades. Lleno de matanzas y relmpagos, el cuadro trgico de la conquista pasa por sus pginas con la precipitacin de un terremoto, de un terremoto entre cuyos escombros se alzaban barricadas y se discurran ardides. Y viene, luego, el sueo fecundo de la poca colonial, preado del ser definitivo, donde las sangres contrarias circulan en dolorosa alquimia buscando el sacramento de paz. Mas por sobrio y lcido que sea, para su tiempo, el estudio de la poca antigua; por pudoroso y justiciero que aparezca el de la conquista, o por sugestivo y rico que resulte el de la colonia, ninguna de estas partes iguala en la Evolucin poltica a la poca moderna, al Mxico propiamente tal, cumplindose otra vez aqu la consigna de educador poltico que este historiador lleva bajo su manto, y cumplindose tambin el sentido contemporneo, la proyeccin actual de toda verdadera resurreccin del pasado. Aplicacin del evolucionismo en boga o mejor de aquella nocin del progreso grata al siglo XIX; metamorfosis histrica de aquella teora fsica sobre la conservacin de la energa (el trabajo acumulado es discernible en cualquiera de sus instantes), todo ello, que perturbara las perspectivas en pluma menos avisada, parece all decir, con la hiptesis finalista, que el pasado tiene por destino crear un porvenir necesario y que en el ayer, el momento ms cercano es el que nos llega ms rico de lecciones. Al abordar perodo de la independencia, el loco del historiador se acerca como si quisiera ver cada vez ms a fondo y con mayor claridad. El episodio ms reciente trae ms arrastre adquirido. Justo Sierra lo prefiere a todos, porque l es un educador; y acaso por eso sea el ms cabal de los historiadores mexicanos. La Historia -ha dicho- a riesgo de ser

infiel a su aspiracin de ser puramente cientfica, es decir, una escudriadora y coordinadora impasible de hechos, no puede siempre desvestirse de su carcter moral. Una virtud suprema ilumina la obra histrica de Justo Sierra: la veracidad, la autenticdad mejor dicho. Todo en ella es autntico, todo legtimo y sincero, resultado de una forma del alma, y no condicin exterior y yuxtapuesta: sus directrices mentales, que en otros pareceran posturas en busca de la economa del esfuerzo; su liberalismo, su confianza en la democracia, su inters por la educacin (Oh -exclama Justo Sierrasi como el misionero fue un maestro de escuela, el maestro de escuela pudiera ser un misionero!, palabras en que est todo el plan educativo que nos trajo la Revolucin); sus desbordes de emocin que en otros resultaran inoportunos y aqu fluyen como al empuje de una verdadera necesidad; su expresin retrica, que en otros sonara algo hueca y aqu aparece ntimamente soldada al giro de los pensamientos. Autnticas la intencin, la idea, la palabra. Autntico el desvelo patritico que lo inspira. En el fondo de la historia, busca y encuentra la imagen de la patria, y no se siente desengaado. Era todo lo que quera. Cuando funda la Escuela de Altos Estudios, dice as: Nuestra ambicin sera que en esa Escuela se ensease a investigar y a pensar, investigando y pensando, y que la sustancia de la investigacin y el pensamiento no se cristalizasen dentro de las almas, sino que esas ideas constituyesen dinamismos permanentes traducibles en enseanza y en accin; que slo as los ideales pueden llamarse fuerzas. No quisiramos ver nunca en ella torres de marfil, ni vida contemplativa, ni arrubamientos en busca del mediador plstico; eso puede existir y quizs es bueno que exista en otra parte: no, all, all no... Nosotros no queremos que en el templo que se erige hoy se adore a una Atenea sin ojos para la humanidad y sin corazn para el pueblo dentro de sus contornos de mrmol blanco; queremos que aqu vengan las selecciones mexicanas en teoras incesantes para adorar a la Atenas Promakos, a la ciencia que defiende a la patria. Cuando estas palabras se escribieron, no se haba inventado an la falsificacin de la ciencia al servicio de intereses bastardos, ni se haba abusado de los estmulos patriticos al punto de que inspiren recelo. Hay que entender aquellas palabras en toda su pureza, en su prdica de creacin humana, sin sombra de agresividad ni de fraude. Y hay que tener muy presente que las respalda toda la existencia inmaculada de este gran mexicano. Pudiera pensarse que esta historia, suspendida en los umbrales de la Revolucin, necesita ser revisada en vista de la Revolucin misma. No: necesita simplemente ser completada. En ella estn todas las premisas que habran de explicar el porvenir, lo mismo cuando juzga el estado social del indio que del mestizo y del criollo; y el candor mismo con que fue escrita es la mejor garanta de que no hace falta torcer ni falsificar los hechos para comprender el presente. Cuando Justo Sierra ve enfrenta con los errores heredados de la Colonia, -y los peores de todos, aquellos que se han incorporado en defectos del carcter nacional- dice as: Desgraciadamente, esos hbitos congnitos del mexicano han llegado a ser mil veces ms difciles de desarraigar que la dominacin espaola y la de las clases privilegiadas por ella constituidas. Slo el cambio total de las condiciones del trabajo y del pensamiento en Mxico podrn realizar tamaa transformacin. La Evolucin poltica de Justo Sierra sigue en marcha, como sigue en marcha la inspiracin de su obra. No digis que ha muerto. Como aquel viajero de los Crpatos, va dormido sobre su bridn. La gratitud de su pueblo lo acompaa. Mxico, XII/ 939.

Alfonso Reyes

Libro PrimeroLas civilizaciones aborgenes y la conquista

Captulo ICivilizaciones aborgenes Los Primitivos. La Civilizacin del Sur. Mayas y Kichs Los Primitivos. Todo se ha conjeturado respecto del origen de los americanos; nada cierto se sabe; nada cierto se sabe de los orgenes de los pueblos. Amrica estuvo en contacto con los litorales atlnticos de Europa y frica por medio de la sumergida Atlntida? Entonces precisa convenir en que el hombre americano es terciario, porque la Atlntida pertenece al perodo terciario; mas no existi el hombre terciario, sino su precursor, el ser de donde el hombre probablemente tom origen, nuestro ancestro zoolgico; de l no existen trazas en la paleontologa americana. Amrica se comunic con el Asia por el estrecho de Behring, por su magnfico puente intercontinental de islas? De aqu vino su poblacin, o fue aborigen en toda la fuerza del trmino, y el continente americano es un centro de creacin, como afirman quienes sostienen la diversidad originaria de nuestra especie? Se ve que estas hiptesis tocan con sus extremidades al problema ms arduo de la historia natural del hombre; son irradiaciones de vacilante antorcha que penetran, sin iluminarla, en la tiniebla del gnesis. Y, puesto que est fuera de duda la existencia del hombre en Amrica desde el perodo cuaternario, y que tambin es indudable su estrecho parentesco tnico con las poblaciones del Asia insular, supongamos que, antes de que el Asia y la Amrica tuvieran la configuracin que hoy tienen, en la parte septentrional del Ocano Pacfico hubo un vasto archipilago y que en l apareci el grupo humano que a un tiempo pobl algunas comarcas martimas del Asia oriental y el Norte del continente americano en va de formacin. Quizs son restos de estos proto-americanos los esquimos, acaso los fueguinos en el otro extremo meridional del continente; es probable tambin que a estos primitivos se mezclaran otros grupos originarios de la parte continental del Asia. Lo cierto es que la distinta estructura anatmica, la diversidad en la forma del crneo, muy pronunciada en antiqusimas poblaciones americanas, indican la presencia de familias de diverso origen en nuestro continente. Sea lo que fuere, la regin central de nuestro pas estuvo poblada desde la poca cuaternaria; el hombre primitivo asisti en el Valle de Mxico a la inmensa conflagracin que determin su forma actual, y en las noches surcaba en la canoa silenciosa el lago en que se reflejaban las llamas, que sin duda juzg eternas, del penacho volcnico del Ajusco. De estos hombres geolgicos provienen las poblaciones sedentarias y cultivadoras del suelo, por ende, que encontraron en el Anhuac las

primeras migraciones nahoas? De ellas viene el grupo de los otomes, que lleg a organizar considerables entidades sociales y a erigir ciudades importantes como Manhemi en las risueas mrgenes del Tula? A ninguna de estas interrogaciones es dado a la ciencia responder categricamente. En las edades cuaternarias, dos fenmenos de suprema importancia determinaron el destino tnico, para expresarnos as, del continente americano: los perodos finales del levantamiento de los Andes, que en siglos de siglos haban ido emergiendo del seno del Pacfico, encerrado en inmensa barrera volcnica, y que termin en la edad cuaternaria dando su fisonoma actual a la Amrica y disgregndola del Asia, y, consecuencia de esto, y este es el otro hecho de transformacin total a que aludimos, el descenso de la temperatura en las regiones septentrionales de los continentes unidos. El clima trrido y templado que, como lo atestiguan con irrecusable testimonio los restos vegetales y animales en el borde polar encontrados, permiti la indefinida multiplicacin de los grupos primitivos, desapareci gradualmente y con esto comenz el descenso de los americanos hacia el Sur. La fauna y la flora se transformaban; las especies clidas huan o desaparecan o se transformaban en enanas, perpetundose como el esquimo y el siberiano en la costra de hielo de las regiones rticas. Los grupos bajaban y se derramaban por la Amrica entera en la larga noche que precedi a la historia, detenindose en los valles de los grandes ros, en las comarcas lacustres abundantes en pesca, huyendo hacia el Sur amenazados siempre por otros nmadas feroces, que venan unos en pos de otros buscando sustento fcil o trepando por los vericuetos de las montaas en busca de caza o de seguridad. Los que pudieron echar races en el suelo y resistir los embates del ro humano, fundaron la civilizacin. La civilizacin del sur. En los valles del Mississipi, del Misuri, del Ohio, yace quizs el secreto impenetrable de los orgenes de las grandes civilizaciones mexicanas. Como hubo una notable variedad de lenguas, as hubo una bien perceptible variedad de culturas; si no todos, la mayor parte de los idiomas que se hablaron en lo que hoy se llama la Amrica stmica y comprende en su rea las repblicas Mexicana y Centroamericanas, pueden agruparse en torno de tres grandes ncleos: el maya, el nhoa y otro mucho ms vago y difuso que corresponde por ventura al grupo puramente aborigen, que encontraron por todas partes establecido los pueblos inmigrantes y que unas veces se mezcl y confundi con los advenedizos y otras mantuvo, hosco y bravo, su prstina autonoma, como los otomes. Al hacer esta distribucin, demasiado genrica e incompleta, lo confesamos, de las lenguas en los territorios stmicos, hemos apuntado la de las civilizaciones. Distnguense claramente en ellas dos tipos: el de los maya-kichs, cuyo centro de difusin pudiera localizarse en la cuenca media del Usumacinta y que predomin en el vasto territorio de los actuales Estados de Yucatn, Campeche, Tabasco y Chiapas, y en Guatemala y el istmo de Tehuantepec, y, en segundo lugar, el de la civilizacin de los nahoas, que tuvo su centro en las regiones lacustres de la altiplanicie mexicana (el Anhuac), se derram por los grandes valles meridionales y penetr en la civilizacin del Sur, modificndola, a veces, profundamente. La cultura de los mixteco-tzapotecas, de los mechuacanos, es quizs intermediaria y no genuina, y hay indubitables indicios de que las poblaciones primitivas, representadas por los ancestros de los actuales otomes, alcanzaron tambin a organizar una civilizacin, puesto que fundaron grandes ciudades; Manhemi, sobre la que erigieron su capital los toltecas, era una de ellas.

Bien sabido es: en las cuencas de los ros, hoy arterias principales de la circulacin de la riqueza en el mundo anglo-americano, existen vastos montculos construidos por los habitantes de aquellas regiones en los tiempos prehistricos; estos montculos, mounds, destinados a servir de fortalezas, de sepulcros o de base a los templos, tienen formas diversas. En ellos, o cerca de ellos, se han encontrado objetos de alfarera y vestigios de poblaciones considerables que denuncian la presencia, en siglos lejansimos, de un numeroso grupo humano que se haba encaramado hasta la civilizacin: este grupo ha sido bautizado por los arquelogos anglo-americanos con el nombre de mound-builders (constructores de montculos). Los grupos que, en nuestro pas principalmente, informaron la civilizacin del Sur fueron tambin constructores de montculos, mound-builders. Sus templos, sus palacios, sus fortalezas, lo mismo en las regiones fluviales que en las secas de la pennsula yucateca, se levantaron sobre colinas artificiales; hay parentesco tnico entre unos y otros?(2) La particularidad de que algunos de los mounds de las comarcas del Norte tengan la forma de animales que, como el mastodonte, desaparecieron desde la poca cuaternaria o muy poco despus; las pipas encontradas en los montculos, que representan elefantes, llamas, loros, revelacin clara de que la temperatura que hoy llamamos tropical avanzaba todava hasta los paralelos cercanos a los crculos polares, cuando los moundbuilders pululaban en los valles del Mississipi y sus tributarios; la sucesin de selvas seculares sobre las gigantescas construcciones, todo prueba la antigedad remotsima de la civilizacin de estos pueblos, que, probablemente, vivan bajo el rgimen teocrtico o sacerdotal, nico capaz de obtener la suma espantable de trabajo manual que se necesita para realizar las gigantescas construcciones de que est sembrada la Amrica continental. Las invasiones de las tribus nmadas obligaron a los mounds a multiplicar los trabajos de defensa y a ceder lentamente los territorios que ocupaban y devastaban los grupos que, huyendo de los fros glaciales, buscaron calor y caza en las regiones del Sur. Las playas septentrionales del golfo de Mxico vieron en aquellos obscursimos crepsculos histricos aglomerarse desde Tamaulipas a la Florida a los mound-builders emigrantes. Unos o perecieron o volvieron, sin duda, al estado salvaje primitivo y se disolvieron en la oleada de los pueblos nmadas; otros continuaron su xodo secular por las orillas occidentales del mediterrneo mexicano; otros grupos quizs, los navegantes, acostumbrados a cruzar los ros y a recorrer las costas en sus embarcaciones ligeras y provistas de velas, como las yucatecas encontradas por Coln lo estaban, se derramaron por el grupo antillano. Pudieron pasar de Cuba a las orillas occidentales del mar Caribe y penetrar en la pennsula yucateca? Nunca ser posible afirmarlo, pero es cierto que el habla de los mayas y la de los antillanos parecen pertenecer al mismo grupo lingstico, y es probable que estuvieran en comunicacin antiqusima insulares y peninsulares. La tradicin maya nos ha transmitido el recuerdo de un primer grupo de colonos, los chanes, grupo cuyo totem era la serpiente (3). Penetraron en la pennsula, dejando al mar a sus espaldas, lo que indica suficientemente que de l venan. Dominaron y esclavizaron, sin duda, a la poblacin terrgena y le impusieron su religin y su lengua; ella construy los montculos o ces esparcidos en la pennsula, desde las fronteras de Honduras hasta los litorales del Caribe y del Golfo. Esta familia de los chanes fue sealando su paso, en la parte de aquel territorio que civiliz y nombr Chacnoviln, con el establecimiento de poblaciones, que crecan al amparo de soberbias construcciones monticulares, destinadas a casas de los dioses, de los sacerdotes y

sacerdotisas, de los jefes principales; a sepulcros, a fortalezas, a observatorios, cuyas ruinas, que deja morir lentamente nuestra incuria, pasman y exasperan por su grandeza y su misterio. Bakhalal, primero, y despus Chichn-Itz, fueron las capitales de esta monarqua teocrtica, organizada por un personaje o una familia hiertica, que lleva en la tradicin el nombre de Itzamn. Sera infundada la suposicin que hiciese remontar a estas pocas sin cronologa segura, pero que los ms circunspectos hacen subir al segundo o tercer siglo de nuestra era, la fundacin, por una rama de los chanes, de Nacham, que luego se llam Palenke, en la cuenca del Usumacinta? Lo cierto es que el parentesco estrecho de los grupos kich y maya, por su aspecto, por su modo de construir y vivir, por su escritura, por su lengua, es indudable; las diferencias entre ellos constituyen dos variedades de una misma civilizacin (4). Lo cierto es que antiguos compiladores de tradiciones mayas y kichs (Lizana y Ordez) asignan a ambos grupos el mismo origen antillano, y que Itzamn, el gran sacerdote fundador de la civilizacin de los mayas, es igual a Votan, el de la civilizacin kich. De esta civilizacin no conocemos ms que las reliquias, los edificios, los monumentos, las inscripciones, y stas permanecen mudas. Algo ms sabemos de los mayas. Ya estaban fundadas algunas de las grandes capitales mayas y kichs cuando un nuevo grupo de inmigrantes penetr en la pennsula yucateca por un punto de la costa del actual estado de Campeche (Champotn). Era otra rama de los mound-builders, que en el gran xodo de las poblaciones del valle del Mississipi haba ido diseminndose en lentas etapas por toda la orilla del Golfo, desde la Luisiana hasta Tabasco, proyectando algunos de sus numerosos grupos en la Sierra Madre Oriental y en la altiplanicie de Anhuac? De su entrada a Yucatn guardan memoria las tradiciones katnicas; la llaman: la gran bajada de los tutulxus, o para conformarnos ms con la pronunciacin maya, shues; esto, dicen los crongrafos, se verificaba por el siglo V (5). Los itzaes, bajo el gobierno de sus reyes-pontfices, formaban en derredor de Itzamal, Toh y otros centros, una especie de federacin bajo la hegemona de ChichnItz. Cuando los shues se sintieron bien identificados con los mayas, sus congneres, tomaron parte con stos en terribles reyertas contra Chichn, que fue destruida y cuyo sacerdocio emigr a las costas del Golfo y se estableci en Champotn; de aqu los itzaes, los hombres santos, pasados tres siglos o menos, volvieron a entrar en la pennsula, en donde los shues ejercan predominio y haban construdo ciudades monticulares, entre las que descollaba Uxmal. La lucha fue tenaz y parece que acab por una transaccin: los itzaes reconstruyeron su ciudad santa, Chichn, y bajo sus auspicios se erigi la ciudad federal de Mayapn, residencia oficial de itzaes y shues confederados. En esta era central de la cultura maya, la Era de Mayapn, comienza su contacto ntimo con la cultura nahoa, que ya se haba infiltrado en los grupos kichs. Un profeta y legislador, o mejor dicho, quizs, una familia sacerdotal funda en las orillas del Usumacinta el culto nuevo de Kuk-umtz, y penetrando en Yucatn por Champotn, establece en Mayapn los altares de Kukul-kn; estos vocablos Gukumtz y Kukul-kn son las transcripciones exactas del Nahoa Quetzalcoatl(6). Las esculturas de Palenke y las de Uxmal y de Chichn revelan la transformacin inmensa que sufrieron los mitos y los ritos con las predicaciones del grupo sacerdotal que llevaba el nombre de su divinidad; aunque a Kukul-kn se atribuye la organizacin de los sacrificios humanos, su misin fue de concordia y progreso. Algunas costumbres religiosas, como el bautismo y la confesin mayas, parecen tener su origen en la enseanza de los apstoles

del dios nahoa. Los conocimientos astronmicos y la escritura marcharon con paso ms seguro despus de las predicaciones del gran precursor nahoa, que pudieran coincidir con la decadencia del podero de los nahoa-toltecas en el Anhuac (siglo XI). Las crnicas yucatecas refieren que, andando los tiempos, los seores de Mayapn y de Chichn, que se disputaban el corazn de una mujer, entraron en lucha abierta; que el primero acudi a los aztecas, o que haban establecido algunas colonias militares en Tabasco y Xicalanco, y con auxilio de estos feroces guerreros venci a sus enemigos; los cocomes triunfantes hicieron pesar terrible opresin sobre toda la tierra maya, hasta que los seores de Uxmal, ponindose al frente de la rebelin levantaron a todos los pueblos, expulsaron a los aztecas y destruyeron a Mayapn. Lo singular es que los vencedores tutulshues desocuparon tambin a Uxmal en aquella tremenda lucha; la gran ciudad de la sierra qued desamparada para siempre; la soledad y el misterio rodean desde entonces el moribundo esplendor de sus regias ruinas. Luego el imperio maya se dividi en buen acopio de seoros independientes, regidos por dinastas que entroncaban, segn crean, con las grandes familias histricas. As divididos y en perenne y cruenta discordia, los hallaron los conquistadores espaoles. La civilizacin del sur, lo mismo entre los mayas, en donde mejor ha podido ser estudiada, a pesar del desesperante mutismo de su escritura, que espera en vano un Champollion, que entre los kichs; lo mismo en Chichn y Uxmal que en Palenke y Kopn, tiene todos los caracteres de una cultura completa, como lo fueron la egipcia y la caldea; y como ellas, y ms quiz, presenta el fenmeno singular de ser espontnea, autctona, nacida de s misma; lo cual indica inmensa fuerza psquica en aquel grupo humano. Una religin, un culto, y dependiendo de l, como suele, una ciencia, un arte; una moral y una organizacin sociales, un gobierno, todo esto encontramos en la civilizacin del Sur, y no, por cierto, en estado rudimentario, sino ms bien en sorprendente desarrollo. Basbase la religin de los mayas en un espiritismo, fluencia necesaria de la primitiva adoracin de los cadveres, que lleg a ser la de los antepasados del grupo domstico y tnico; generalmente estos ancestros eran designados con los nombres de los animales de sus respectivos totems, y de aqu el culto zooltrico; del personaje que se comunicaba con el doble o alma del muerto, nacieron el brujo, el hechicero, el profeta, el astrlogo, entendido en adivinar el destino de cada mortal en los astros, y a la postre el grupo sacerdotal; este grupo o clase recobr las creencias, las organiz, transport la nocin de divinidad o entidad sobrehumana a los objetos naturales o a los grandes fenmenos atmosfricos, y entonces acaso result un ser invisible como punto de partida del elemento divino, ser cuyo smbolo era el sol, padre del legislador y civilizador Itzamn, hijo del sol (venido del Oriente). Tambin la divinidad solar haba creado cuatro dioses principales, los bacabes, smbolos cronomtricos de los cuatro puntos cardinales; bajo ellos vena una miriada de divinidades; no haba palmo de aquella tierra misteriosa (la del agua escondida), no haba acto de la vida que no tuviera su divinidad tutelar, y muchas de estas divinidades tenan sus sombras, correspondan a una divinidad malfica o diablica. La devocin popular haba hecho en la pennsula la seleccin de cuatro grandes santuarios: el pozo de Chichn de los itsaes, el santuario de la divinidad martima de Kozumel y el que se haba erigido sobre magnfica pirmide sepulcral en honor de uno de los reyes de Itzamal, deificado como solan hacerlo los mayas. Despus los cultos nahoas, sobre todo el de Quetzal-coatl, llegaron a adquirir en la tierra maya y en la kich magna importancia.

El culto, como era natural, se compona de ofrendas y sacrificios sangrientos; de sacrificios humanos con frecuencia, testimonio de la profunda influencia de los nahoas; de himnos, plegarias y penitencias horrendas a veces, y de fiestas de todas especies, en tan variada diversidad, que puede decirse que los pueblos maya-kichs vivan en perpetuas fiestas; se disponan a ellas con ayunos, las comenzaban con cantos y danzas sin fin y las terminaban en orgas y borracheras inevitables. La necesidad de aquellos grupos en constantes migraciones, y ansiosos de encontrar un asiento, un hogar, un templo, dio a la clase sacerdotal inmensa importancia; sin el sacerdocio no habra habido civilizaciones americanas. Los sacerdotes, para distribuir sus fiestas, observaron los movimientos del sol y los astros, lo mismo en Chichn que en Tebas, lo mismo en Babilonia que en Palenke o Tula, y fueron cronlogos, y formaron calendarios y tuvieron numeraciones, modos de contar que aplicaron al tiempo; idearon un procedimiento fontico de escribir, y fue el sacerdocio maya uno de los tres o cuatro que inventaron la escritura propiamente dicha en la humanidad. Aplicaron la experiencia a los viajes, a las enfermedades, al conocimiento de los efectos de las plantas en el organismo, a la historia que consideraban sagrada. Levantaron en sus ciudades, compuestas de habitaciones ligeras, cubiertas de palma, monumentos grandiosos, sobre pirmides por regla general, destinados a la habitacin del reypontfice o del rey-guerrero, a la de sus mujeres, a la de los dioses. Estos monumentos, obra, por regla general, de diversas pocas, tienen formas y aspectos extraordinarios; su arquitectura es simple, rudimentaria, caracterizada, fuera del tipo monticular, por la forma truncangular de las bvedas, lo mismo en Palenke que en Chichn o Uxmal; pero lo que en ella llama ms la atencin es la sobriedad de la decoracin de los interiores (en Yucatn, en la tierra kich, mejor distribuida y ms pobre) y la profusin y exuberancia de la ornamentacin exterior, sobre todo en los frisos. Las esculturas, monolitos, estatuas, relieves; las pinturas, aun vivas algunas; las inscripciones, cuajaban estos admirables monumentos, que son el ndice de la vida de una civilizacin de extraordinaria vivacidad. La falta de animales domsticos, de trabajo y de carga, fue la gran rmora para el desenvolvimiento pleno de las culturas americanas; si los hubiese habido, probablemente el antropofagismo habra acabado por desaparecer, aun en su forma religiosa de comunin sagrada. Mas entre los americanos no hubo edad pastoral, y la transicin se verific del estado del pueblo cazador y pescador al agricultor. Su agricultura y su industria exigieron esclavos, que fueron numerosos; pero los grupos de hombres libres vivan sometidos a cdigos seversimos que les imponan el respeto a la religin, primero al batab o cacique y a sus agentes despus; a la familia, a la propiedad y a la vida; sin embargo, los mayas practicaban mucho el suicidio. La propiedad rural, como en toda la Amrica pre-colombiana, era comunal; el producto se distribua proporcionalmente. Hijo de dios, y dios frecuentemente, el cacique era dueo de todo; su tirana patriarcal era incontestada; dispona de ejrcitos organizados; sus guerras eran incesantes. Si el americano hubiese conocido el uso del hierro (poco usaba el cobre y se adornaba con el oro y la plata), los espaoles no hubiesen podido quizs conquistar los imperios aqu establecidos. Sus armas ingeniosas, las defensas individuales o colectivas bien organizadas, bastaron para hacerles ostentar su herosmo a veces, mas no podan darles nunca la victoria.

No iremos adelante; tendramos que recorrer minuciosamente todos los aspectos de la actividad que conocen cuantos han fijado su atencin en los pueblos que colonizaron las regiones stmicas al Sur de la altiplanicie mexicana: fueron autores de una civilizacin cimentada sobre las necesidades del medio y del carcter, pero de aspectos interesantes todos y grandiosos muchos, los grupos comprendidos bajo la denominacin de maya-kichs; esa fue la civilizacin del Sur.

Captulo IICivilizaciones aborgenes (II) Aborgenes en la Altiplanicie. Ulmecas y Shicalangas. Los Nahoas: Toltecas, su Historia, su Cultura. Las Invasiones Brbaras: Chichimecas. Contacto ntimo de los Toltecas y los Maya-kichs. Los Herederos de la Cultura Tolteca: Acolhuas; Aztecas. Las Civilizaciones Intermedias: Tzapotecas; Mechuacanos. El Imperio Meshica en los Comienzos del Siglo XVI Los aborgenes, a quienes los nahoas inmigrantes dieron el nombre de otomka u otomes, ocupaban de tiempo inmemorial la cuenca del Atoyac desde el Zahuapn hasta el Mexcala, los pases en que se da el metl (maguey), y probablemente las comarcas occidentales, en que tambin es conocida esta planta, de que saban extraer el jugo embriagante, y en donde recibieron el nombre de meca. En su primera acepcin, la palabra chichimeca, aplicada por los nahoas a los que no consideraban de su raza, a los brbaros, significaba la madre de los mecas o la tribu de quien las otras vinieron, segn una lectura del eminente historiador Alfredo Chavero. No es posible precisar los contornos de ninguno de los grupos primitivos en la bruma crepuscular de nuestra vetusta historia; de la conjugacin de las crnicas, que a veces consignan tradiciones contradictorias, por lo mal comprendidas quizs, y de los monumentos o de lo que en ellos puede rastrearse, y procurando sortear el tremendo escollo de las interpolaciones hechas de buena fe por los frailes con objeto de demostrar la revelacin primitiva, se llega a bien modestos resultados conjeturales sobre los orgenes de la civilizacin que se desenvolvi con majestad trgica en la altiplanicie mexicana. Dicen los relatos que ms dignos de fe parecen que los ulmecas y shicalancas (7), subiendo del oriente (tamoan-chan) a la Altiplanicie, vencieron a los gigantes (quinams) y dejaron su paso sembrado de construcciones monticulares o piramidales, desde la cuenca del Pnuco hasta las llanuras elevadas de la mesa en que erigieron las de Chololan y Teotihuacn. Estos ulmecas, como los bautizaron los nahoas, son moundbuilders, en opinin nuestra, que viniendo de Tejas fueron diseminndose por las costas del Golfo y subieron lentamente a la Altiplanicie, donde fundaron una civilizacin teocrtica en la que representa anlogo papel a los de Votan e Itzamn, Shelua, el constructor del gigantesco homul de Cholula, que es tres veces ms bajo que la pirmide de Khufu, pero mucho mayor en su base. Sus congneres, los shicalancas, como los nahoas decan, penetran y refuerzan la cultura de los kichs y se mezclan profundamente a la de los mayas con el nombre de tutulshues. Lo que parece tambin

seguro es que estos primitivos civilizadores mantuvieron su contacto con la civilizacin del Sur, y los idolillos de Teotihuacn, por ejemplo, lo revelan por sus tocados y sus tipos. Los nahoas. Por una transformacin climatrica acaso, o tal vez por la tala desenfrenada de los bosques en las cuencas del Gila, del Colorado y del Bravo, en los tiempos prehistricos americanos, la regin sud-occidental de los Estados Unidos se convirti en desierto inmenso, fue lo que es, el pas de la sed. Lluvias escasas, que bebe instantneamente un insondable suelo poroso, lechos de ros muertos, montes pelados, rocas y grutas por dondequiera. A medida que la desolacin avanz, los habitantes o moran o huan, y la comarca, denssimamente poblada, como lo demuestran innumerables vestigios de habitaciones y prodigiosas cantidades de alfarera, se vaci sobre las tierras fluviales de los mound-builders o baj al Sur, arrollndolo todo a su paso. Entre estos emigrantes venan los grupos broncos y feroces que formaron parte del mundo chichimeca, y los nahoas. stos, segn rezaban sus tradiciones, no eran nmadas; vivan en un pas risueo y cultivado, la antigua Tlapalan (en las mrgenes del Yaqui y del Mayo?), y de all descendieron al Sur. Los nahoas subieron por el lajo del Pacfico a la Altiplanicie, lucharon con los aborgenes (al grado de que una de sus tribus, los colhuas, se apoder de la capital de los otomes, Manhemi) y se tropezaron con los representantes de la civilizacin del Sur, de la que fueron alumnos. Una selecta tribu nahoa, ms bien sacerdotal que guerrera, sigui la emigracin general y siempre arrimndose al Ocano Pacfico lleg a las costas meridionales del Michoacn actual. Siguiendo la voz de sus dioses, de sus sacerdotes, subi a la Mesa central y tras larga y trabajosa peregrinacin lleg a las riberas del Pnuco; all estableci su santuario, all creci y entr en ntima relacin con la cultura del Sur en la Huasteca, colonizada antao por los mayas (vestigio del reflujo de la civilizacin meridional hacia el Norte). Luego, remontando la cuenca del Pnuco, se hizo ceder por sus congneres los colhuas la antigua capital de los otomes y le puso por nombre la ciudad de las espadaas o tulares, Tol-lan, Tula decimos nosotros. Los de Tol-lan se llamaron desde entonces toltecatl, y luego tolteca signific artfice, ilustre, sabio. Los cronistas indgenas o espaoles han enmaraado por tal extremo la historia y el simbolismo mstico de este grupo, interesantsimo entre los que llegaron a una cultura superior en Amrica, que es casi imposible obtener sino una verdad fragmentaria. Su historia parece tener un perodo de expansin: los toltecas dominan, adems del valle feraz del Tula, buena parte del valle de Mxico y del de Puebla; conquistan los santuarios piramidales de Teotihuacn, en donde establecen su ciudad sagrada, dedicando las principales pirmides al Sol y a la Luna, y el de Cholula, cuyo homul queda consagrado al culto de la estrella de Venus o Quetzal-coatl. El segundo perodo es el de la concentracin: llega entonces a su apogeo la cultura de los nahoas. Parece que en uno de los santuarios de la estrella Quetzal-coatl, en Tula la Pequea (Tulancingo) se haba elaborado un culto moralmente superior a los cruentsimos ritos que el culto de la Luna (Tetzcatlipoca) exiga; el sacrificio humano, resto del primitivo canibalismo de los pueblos sometidos a largos perodos de hambre, era el sacrificio supremo; se dice que los adoradores de Quetzal-coatl lo rechazaban, y eran stos tan renombrados por sus conocimientos astrolgicos y por su habilidad en las industrias y lo acertado de sus consejos a los agricultores, como que conocan el cielo, que en la misma

Tol-lan tenan partidarios. La casta guerrera, de la que los nahoas-colhuas formaban acaso la porcin ms activa, haba reinado hasta entonces; un da, por una suerte de reaccin nacional, se encumbra al trono el sumo sacerdote de Quetzal-coatl en Tolantzinco. Esto, segn los crongrafos, pasaba al comenzar el siglo IX o X. El pontfice-rey tom el nombre de su divinidad, y la leyenda y la tradicin de consuno personifican en l todas las excelencias de la civilizacin tolteca. Fue el purificador del culto, lo limpi de sangre; slo empleaba sencillos sacrificios. Probablemente en aquella edad de oro de la teocracia los sacerdocios de Tol-lan, de Teotihuacn y de Chololan consignaron en los monumentos y en los libros ideogrficos sus estupendas concepciones sobre el origen y jerarqua de los dioses, sobre el origen del universo, el de la tierra y la humanidad. Dijeron cmo se haban distribuido los hombres en el fragmento del planeta que ellos conocan; consignaron el recuerdo de las primitivas razas, de sus cultos, de sus inmigraciones; de los grandes episodios de sus viajes y de sus conexiones con los otros pueblos. Pintaron en mitos llenos de vida la manera con que a los cultos viejos haban sucedido los cultos nuevos, cmo haban muerto en Teotihuacn los dioses primitivos y haba nacido el culto de las divinidades siderales de los nahoa-toltecas (8). Como todas las religiones que, partiendo del culto de un muerto, suben al culto de los antepasados, que se convierte en el ilimitado le la naturaleza; y por la tendencia a la unidad, propia de la estructura intelectual del hombre, se encaminan al culto de un alma o un dios nico, y antes de un dios superior, del cual todos los dems dependen, la religin de los nahoas haba llegado a considerar al sol, llamado de diversos modos y representado por diferentes imgenes, como la divinidad suprema. Todos los sacerdocios lo reconocan as, y en algunos de sus santuarios, segn ciertos cronistas afirman, se crea en la existencia de un ente cuyo smbolo era el sol, pero que, por su alteza, no poda ser ni representado ni adorado, el Tloque-Nahuaque, ser invisible, increado y creador. Era el autor de la primera pareja humana. En el infinito enjambre de divinidades cuya simblica historia se enlaza por una prodigiosa corriente de leyendas y mitos, que no ha sido superada por ningn pueblo de la tierra, descuellan, bajo Tonatiuh, el sol, y al par de la divinidad principal de cada tribu, la luna y Venus, Tetzcatlipoca y Quetzal-coatl; y as como las pirmides de Teotihuacn y Chololan son las columnas fundamentales del culto, los tres astros son el vrtice de la teogona de los nahoas. Tlaloc, el dios de las aguas, a quien estaban consagradas las alturas y cuyo gran fetiche era el mismo Popocatepetl, y Chalchiutlicue, su esposa, la tierra fecunda, la de la inmensa falda azul (el Ixtachuatl), tenan tambin un lugar privilegiado en el Panten tolteca. Su cosmografa y geogona andaban confundidas; el recuerdo de grandes fenmenos meteorolgicos y plutnicos pareca ligado a la intuicin singular de transformaciones csmicas: crean, como crey la ciencia hasta bien entrado el siglo actual, que con una sucesin de revoluciones totales estaban marcadas las diversas etapas de la formacin de la costra terrquea; llamaban a esta sucesin los cinco perodos o edades, o, como tradujeron los crongrafos, los cinco soles: un sol, o edad de agua; la edad de los vientos, en segundo trmino; en tercero, la de las erupciones volcnicas, la edad del fuego, y la cuarta la de la tierra, una verdadera cuaternaria de los nahoas; al fin la edad histrica, la actual. De todos estos cataclismos, segn los cdices, haba sido testigo la especie humana. La raza autctona en el Anhuac, la que pudo ver el valle de Mxico convertido en un lago inmenso, la que vio indudablemente el Ajusco en erupcin, la que

caz a los enormes paquidermos de la ltima edad geolgica, a los gigantes o quinams, no comunicara sus tradiciones a los fundadores de los santuarios piramidales de Teotihuacn y de Cholula? No seran los sacerdocios de esos santuarios quienes transmitieron a los toltecas estas nociones, que se haban ya difundido por el rea inmensa de la civilizacin del Sur? Tras esta geogona, en la sucesin de las creencias, vena el recuerdo de la renovacin del culto totmico o zooltrico de los santuarios de Anhuac, cuyo centro fue la ciudad santa de Teotihuacn, y la consagracin al sol y a la luna de las pirmides, que desde aquel instante fueron nahoas. Mas dentro del sacerdocio nahoa se notan los vestigios de un cisma: de la lucha entre la divinidad de la noche, de la sombra, de la muerte, del sacrificio humano, y la divinidad crepuscular, que muere y renace eternamente en la hoguera gigantesca del sol, de Tetzcatlipoca y Quetzal-coatl, de la luna y Venus. Este cisma, origen de discordias sangrientas, tuvo por causa, seguramente, la proscripcin de los ritos del antropofagismo y la reforma del calendario. La ciencia. Numeracin. Astronoma. Cronografa. Escritura. Comerciantes activsimos y constructores ingeniosos, claro es que los toltecas saban contar y tenan una aritmtica primitiva compuesta simplemente de las cuatro reglas, como lo demuestran sus pinturas, en que por su posicin, los signos se adicionan al fundamental o lo multiplican. Su numeracin, como la de todos los primitivos, y, lo indica la significacin propia de algunos de los nombres de esos nmeros, se basaba en la cuenta por los dedos: sumados los de las manos y los pies daban una veintena, y veinte es el nmero fundamental de las numeraciones nahoa y maya-kich. Multiplicando los productos de veinte por s mismos llegaron a contar hasta 160.000, dando a cada total un nombre especial y expresivo. Seguro es que supieron hacer crecer las cantidades hasta donde sus necesidades lo exigieron. Aplicaron a maravilla su sistema numeral al cmputo del tiempo. Tuvieron un calendario religioso o de fiestas (tonalmatl), que eran numerossimas: puede decirse que entre ellas se dividan el ao religioso entero; y cada fiesta tena sus sacrificios, sus ritos y sus dolos; en ellas no estn incluidas las domsticas. El tonalmatl era un calendario lunar, como los primeros de todos los pueblos de la tierra; lo componan trece grupos o meses de veinte das. El sacerdocio que usaba este calendario fue el de Tetzcatlipoca o la luna. Luego la base del calendario religioso se refiri al perodo de visibilidad de la estrella gemela, Quetzal-coatl, y esta reforma produjo probablemente la gran lucha religiosa que marca la decadencia de la monarqua tolteca. Adems, en esta poca, al ao religioso se aadieron los ciento cinco das y un cuarto que compusieron el ao civil y lo acercaron al astronmico; este calendario, tan parecido al Juliano, es una de las pruebas aducidas por nuestro insigne maestro Orozco y Berra, para apoyar su hiptesis sobre el origen europeo del apstol reformador Quetzal-coatl Topiltzin, el sacerdote blanco y barbado, vestido de ropas talares orladas de cruces. La correccin definitiva del calendario, hecha en los tiempos aztecas, lo acerc ms, segn los peritos, al verdadero ao astronmico, que lo que lo est el actualmente usado en el mundo cristiano.

La cuenta del tiempo indica notables conocimientos astronmicos: los toltecas conocan el movimiento aparente del sol entre los trpicos, y los puntos solsticiales eran los cuatro extremos de la cruz del nahuiollin. Haban observado los movimientos de la luna y Venus; la culminacin de las Plyades desempeaba un papel importante en la renovacin del fuego en el perodo mximo del tiempo, que era el ciclo de 52 aos o el doble de 104, el ajau-katn de los mayas. Las dos osas, la estrella polar, la va lctea, el escorpin, eran asterismos familiares para los sacerdotes y, puesto que eran divinidades, continuaban en el cielo el eterno drama que se representaba en la tierra. Eclipses, cometas, blidos, eran observados apasionada y supersticiosamente, como que la influencia de los astros sobre los hombres era tan clara y demostrable que, puede decirse, todos los calendarios eran astrolgicos, exactamente como en los pueblos histricos del viejo mundo. A la astrologa estaban ligadas la hechicera y la magia, y a sta el conocimiento del efecto de los jugos de ciertas plantas y substancias sobre el organismo, que era el balbuceo de la teraputica de aquellos interesantes pueblos. La escritura, tal como las escassimas obras autnticas de los toltecas y sus herederos en cultura nos la revelan, apenas lo es. Es una pintura de objetos para expresar ideas, es una pictografa ya convencional y resumida, es una ideografa; pero varios signos indudablemente son fonogramas, y esto indica a las claras que, en vsperas de la llegada de Corts, el paso de la ideografa a la verdadera escritura se estaba verificando ya. El arte y la industria. Organizacin social. Las reliquias del arte tolteca en Tula, Teotihuacn, Cholula, etc., nos manifiestan las aptitudes prodigiosas, sin hiprbole, de este grupo indio. Sus materiales de construccin, piedra, lava, ladrillo, tierra, empleados simultneamente, les permitan amoldarse a todas las formas simblicas o estticas y tiles que su imaginacion conceba. Templos, palacios, tumbas, lugares destinados a juegos (el de pelota sobre todo), de todo ello quedan la traza, los cimientos, fragmentos de muros, de columnas, de pilastras, de estelas. La decoracin escultural de sus edificios, relieves, altares, estatuas, todo muestra en estas culturas espontneas, facultades singulares. Sus dioses, representados con mscaras deformes, y las primorosas cabecitas de Teotihuacn, ex votos probablemente, son los extremos de una cadena artstica, no estudiada an, pero que maravilla; los estucos, los colores, los frescos empleados en el interior de los palacios y de los tmulos, y todo lo que se ha dejado destruir y se adivina; la cermica, de mltiples formas y decorada y pintada con una riqueza de fantasa extraordinaria, son como los fragmentos del libro inmenso que se deshace a nuestra vista y que nos cuenta cmo viva, cmo senta, en qu pensaba aquel grupo ansioso de revelar una partcula de su religin, de su historia, de su alma, de su vida, en suma, en cualquiera obra que sala de sus manos. Basta la inconcebible cantidad de objetos que, en fragmentos o en polvo, forman como el pavimento del Anhuac y de las comarcas en que floreci la civilizacin del Sur, para comprender que, en derredor de los grandes ncleos toltecas, la poblacin era densa, como lo fue en las comarcas mayas y kichs, en que pareca no haber un palmo de tierra no explotado o cultivado; basta conocer por tradiciones o por vestigios las labores de la industria de stos, que fabricaban con el algodn, con los hilos de colores, con las plumas, con el oro y la plata, los primores que hicieron el nombre tolteca sinnimo de artfice ingenioso, para adivinar la organizacin social de aquellos pueblos; los hombres del campo, cultivando la tierra para los seores y los sacerdotes, si eran

siervos; si no lo eran, cultivando el terruo de que eran colectivamente dueos, como en el mir de los rusos, repartindose, bajo la inspeccin del jefe, del cacique, los productos, proporcionalmente, dejando una parte reservada al dios y otra al amo; y si eran industriales, aglomerndose en gremios, en los que las recetas de fabricacin se transmitan secretamente de maestros a discpulos. Y esta organizacion social revela hbitos de orden, de obediencia y regularidad de costumbres, que constituan un cdigo de justicia y de moral no escrito, pero poderosamente sancionado por la creencia y por el miedo al castigo en esta vida y en la otra. Esto a su vez es indicio seguro de la preponderancia del sacerdocio, as como lo es tambin la magnitud de los trabajos de ereccin de ciudades, de ciudadelas, de monumentos casi todos monticulares y que denuncian la presin divina, el despotismo teocrtico ejercido sobre millares de seres humanos apenas vestidos y alimentados, es decir, de necesidades pequesimas y que jams variaban. Las oraciones, los sacrificios, los preceptos morales, el respeto al matrimonio civil y religioso, a la familia, a la autoridad, eran la base de la vida ntima de estos nahoas, segn los cronistas que sobre esto escribieron y bordaron a maravilla y segn los restos de poemas y narraciones novelescas que de estos adulterados recuerdos pueden desentraarse; todo ello no hace ms que confirmar lo que del simple aspecto y variedad de objetos puede inferirse. Esta civilizacin tolteca es la misma que entre los acolhuas y aztecas, sus herederos, floreca en los tiempos de la conquista, es la que penetrando en la civilizacin del Sur, la transform y dej en ella su sello desde Mitla hasta Chichn. Ah! ya lo dijimos hablando de los mayas; si realmente el civilizador Quetzal-coatl hubiese sido un europeo y hubiese trado a los toltecas una fe: Dios es bueno, el hombre es sagrado para el hombre; la mujer representa en la tierra la funcin divina de la naturaleza; si les hubiese trado una escritura, si les hubiese enseado a servirse del hierro, los toltecas habran mantenido su dominacin sobre la Altiplanicie y Corts habra encontrado un pueblo indominable. La conquista no habra sido una lucha atroz, sino una transaccin, un pacto, un beneficio supremo, sin opresin y sin sangre. Fin del Imperio tolteca. Nada hay que indique formalmente que no predominase entre los toltecas y los colhuas, sus congneres, domiciliados tambin en Tol-lan, el culto que exiga los sacrificios sangrientos, los humanos; todo parece confirmar la aseveracin de los cronistas de que el rey-pontfice Topiltzin Quetzal-coatl, como ya dijimos, suspendi estos ritos y disolvi probablemente al sacerdocio de Tetzcatlipoca; stos minaron el nimo popular, recurrieron a los grupos nahoas y mecas en estado de barbarie an, o trogloditas o habitantes de kraales apenas organizados y antropfagos todava, porque crean que la vctima humana se converta en divinidad protectora y as fabricaban dioses; y con estos auxiliares, comprendidos bajo el nombre genrico de chichimecas, la tribu colhua y el sacerdocio desheredado emprendieron la lucha con el reformador. Dur largos aos, y de las crnicas resulta por extremo confusa; varias veces Quetzal-coatl, vencido, fugitivo y muerto, resucita de s mismo, lo que parece indicar que el culto de Venus se sobrepuso varias veces al del fiero Tetzcatlipoca; pero las tribus gastaban sus energas en estas guerras de religin y sus individuos, flotando entre los cultos enemigos, abandonados los campos, que las invasiones incesantes de los nmadas mantenan yermos y desolados, empezaron lentamente a emigrar a los valles meridionales de la Altiplanicie, al de los lagos (hoy Mxico), al de Puebla y de Oaxaca; o siguiendo el contorno de las costas del Golfo, penetraron en el Istmo y se diseminaron por Chiapas y Guatemala, o se fijaron en Tabasco y Yucatn. Una leyenda consignada

por los crongrafos nos ensea que el octli o pulque, inventado por los meshi, que vagaban ya por aquellas comarcas (metl-maguey es el radical de meshi), influy no poco en aquella triste decadencia; an es as: la bebida regional del Anhuac ha mantenido, entre otras causas, al grupo indgena lejos de la civilizacin. No era difcil desmembrar el imperio tolteca; todo parece indicar que Tol-lan ejerca solamente un poder hegemnico, en una especie de confederacin de seoros feudales y de santuarios como Teotihuacn y Chololan; las luchas religiosas, cuya consecuencia fue la intervencin de las tribus nmadas, que de Tlapalan en Tlapalan haban perseguido a los toltecas antes de su llegada al Anhuac, continuaban as su obra secular. Cuentan las crnicas que, cuando futigivo el rey-pontfice de su capital, se estableci en Chololan, aquella pequea ciudad sacerdotal se convirti en una poblacin perfectamente trazada y organizada, a donde fueron llegando uno en pos de otro, y seguidos de sus familias, los fieles del destronado soberano; probablemente aun el sacerdocio de Teotihuacn lleg a reunrsele, y quizs de esa poca data el abandono de la gran hierpolis, en donde an se hallan seales de un procedimiento singular, que consistia en tapiar los santuarios y en enterrar bajo pequeos montculos las habitaciones sacerdotales. Tal vez esto sucedi en la guerra atroz que las tribus triunfantes en Tol-lan hicieron a Chololan y a su husped insigne. As sucedi efectivamente; la Tol-lan chololteca pareci a Huemac, rey-pontfice tambin, en quien Tetzcatlipoca haba encarnado, un desafo y un amago, y sobre todo, una impiedad; llev la guerra a la floreciente comarca; el profeta huy rumbo al Golfo, en donde desapareci, transformndose en la estrella Venus, que los chololtecas vieron brillar sobre el vrtice de cristal del Orizaba (Citlaltepetl, montaa de la estrella) como una promesa y una esperanza. Muchos huyeron, otros permanecieron y probablemente transigieron con los sacrificadores de hombres. Pudiera creerse que el sacrificio humano, considerado hasta entonces como una ofrenda a los dioses, al mismo tiempo que como creacin de una nueva divinidad (puesto que ese poder deban atribuir al espritu de la hostia propiciatoria), bajo la influencia del sacerdocio de Quetzal-coatl se convirti en una especie de comunin con la divinidad misma a quien se ofreca el sacrificio, y que tomaba parte en el banquete sagrado en unin con sus adoradores, identificndose con ellos, y as esta costumbre ritual, repugnante y atroz como ninguna, estaba informada por el mismo anhelo que mova los gapes eucarsticos de las prstinas comuniones cristianas. Lo cierto es que ste era el sentido que parecan atribuir los aztecas al sacrificio, segn los cronistas, y que cuando el mismo Quetzalcoatl, fugitivo de Chololan, o una de las colonias religiosas que mand hacia aquellas regiones, apareci entre los kichs y los mayas, acaudillada por Guk-umtz y Kukul-kn, no pudiendo suprimir los ritos antropofgicos, les dieron el carcter sacramental que en Tenochtitln tuvieron luego. Ya dijimos cun fecundo fue el contacto del sacerdocio de Lucifer con los grupos maya-kichs; si las inscripciones hablaran, nos revelaran claramente en qu consisti la transformacin; pero las ciencias, las artes, la religin, las costumbres, la organizacin poltica, todo parece haber entrado en un perodo nuevo desde que los toltecas acamparon en las orillas del Usumacinta, junto al pozo de los itzaes (Chichn-Itz) o en

derredor de las lagunas artificiales de Uxmal; slo la transformacin ocasionada por la presencia de los espaoles super a sta, verificada por los siglos X y XI. Huemac, el vencedor de Chololan, pronto tuvo a la vez que abandonar la gran capital tolteca; el imperio qued deshecho; algunos permanecieron establecidos en los seoros del valle de Mxico, como Chapoltepetl o Colhuacn; otros se fundieron con los tlashcaltecas y hueshotzincas, otros emigraron en busca de sus hermanos de Tabasco y Guatemala; pareca que el sembrador supremo aventaba por todos los mbitos mexicanos la simiente de la civilizacin precursora. Conservan las rocas de las montaas y caones del S. O. de los Estados Unidos, copiosas huellas dehabitaciones troglodticas; aquellas yermas y desoladas comarcas estuvieron regadas antao y pobladas de bosques; bosques, aguas y poblaciones han desaparecido, dejando ciudades casi pulverizadas en las cuencas del Gila, del Colorado, del Bravo superior, y habitaciones en las rocas y en las cavernas, en lugares casi inaccesibles frecuentemente; la caza y la pesca fluvial eran la nica ocupacin de aquellos hoy extinguidos grupos y su nica preocupacin la defensa contra los nmadas, que en corrientes incesantes pasaban y repasaban, arrasando y ahuyentando todo lo viviente en su marcha premiosa hacia el Sur. Estas inacabables invasiones brbaras determinan todo el dinamismo de la historia precortesiana. Hemos visto a los moundbuilders, huyendo de los nmadas, poblar por emigraciones sucesivas las costas del Golfo y del Caribe quizs; hemos visto a los aborgenes del Anhuac y del Mxico tsmico y peninsular, o mezclarse a los advenedizos y perder la personalidad o retraerse a las agrias serranas del Oriente y el Occidente; hemos visto a las tribus venir unas en pos de otras a la Altiplanicie, recorriendo las costas del Pacfico, abrindose paso por entre los mecas (los aborgenes del Occidente) y cruzando en diversos sentidos la Mesa central. Todo es, pues, migracin en nuestra primitiva historia, todo es movimiento, que prolonga sus ondas tnicas desde el corazn de los Estados Unidos hasta el istmo de Panam. La ruina del imperio tolteca se debi, sin duda, a la mayor y ms enrgica de estas ondas; cosa singular, despus de largos aos de vagar, tropezndose con las poblaciones organizadas definitivamente por los toltecas, los jefes brbaros de los chichimecas o una serie de caudillos del grupo principal, que llevan el mismo nombre, Xolotl, acaban por fijarse, por someter a tributo a los pueblos vencidos y por establecer un curioso imperio troglodita, en que las ciudades, el ncleo principal del imperio por lo menos, se establece en una regin cavernosa de las montaas que cercan el valle de Mxico, y los palacios son grutas como las habitaciones de los cliff-dwellres, cuna de las tribus chichimecas. Estos trogloditas cazadores, sin dolos, sin ms culto que sacrificios rsticos a las divinidades del sol y la tierra, dicen los cronistas, fueron poco a poco saliendo de sus cavernas, agrupndose en chozas, estableciendo pueblos, aprendiendo de los grupos toltecas el cultivo del maz, del algodn; vistindose, tornndose sedentarios, dejando su bronco idioma por el idioma culto de las tribus nahoas, adoptando los dioses de estas tribus, civilizndose. Es por extremo interesante, del laberinto de narraciones con que cada uno de los antiguos seoros de Anhuac quiso establecer sus derechos territoriales despus de la conquista espaola refiriendo sus orgenes, extraer la substancia y percibir en ella el trabajo de los grupos brbaros para asimilarse una cultura extraa y convertirse en toltecas; la intervencin del sacerdocio refinado de esta gran tribu (leyenda del sacerdote Tecpoyotl) en la educacin de los prncipes chichimecas, la influencia de los nahoas en determinar a los brbaros a dedicarse al cultivo de las tierras

(leyenda de la resurreccin del maz), el advenimiento de tribus exticas, de origen nahoa como los acolhua, que se asimilaron profundamente la cultura tolteca y a la que se identificaron porciones selectas de los chichimecas, que dieron a su imperio el nombre de Acolhuacn y establecieron su capital a orillas del lago Salado, en la vieja poblacin tolteca restaurada de Teshcoco, son los captulos heroicos o trgicos o romancescos de esta obscura historia, que se desenlaza con las epopeyas grandiosas de la resistencia de una gran parte de los brbaros a civilizarse; a ellos nase el recuento de luchas cruentas y la victoria definitiva de los grupos cultos, unidos en la defensa de sus nuevos penates, y la segregacin de los refractarios al progreso, y su fusin, en los vericuetos inaccesibles de las montaas, con los otomes aborgenes. En estos mal ligados seoros del imperio feudal de los acolhuas, a otro da de las grandes batallas por la vida de la civilizacin, surge una entidad, a orillas tambin del lago, que estuvo a punto de absorber y avasallar todo el imperio: el seoro de los tecpanecas en Atzcapotzalco, acaudillado por caciques o reyes de feroz energa, lleg a sojuzgar todo el Valle, y sin la presencia de los meshi y su unin con los acolhuas, Corts habra encontrado, no un imperio azteca, sino tecpaneca en Anhuac. Los meshi. Si las analogas y los paralelismos tuvieran, por regla general, en la historia, otro valor que el puramente literario, se podra caer en la tentacin de mostrar, en estas regiones mexicanas, una especie de compendio de la distribucin de la historia antigua de los pueblos del Viejo Mundo; se pondra en parangn la historia de los pueblos orientales con la de los maya-kichs, se hallara en los toltecas a los helenos de la Amrica precortesiana, y a los aztecas o meshi se les reservara, no sin poder autorizar esto con ingeniosas coincidencias, el papel de los romanos. Prescindamos de estos fciles ejercicios retricos y resumamos la evolucin vital del grupo azteca, que debi a la fuerza el privilegio de encarnar ante la historia el alma de otros pueblos de mayor valor intelectual y moral que l. Algunos cronistas agrupan bajo el nombre de las siete tribus nahuatlacas a algunas de las poblaciones que luego florecieron en el Valle y aun fuera de l y que hablaban el nahoa; es arbitraria esta denominacin: los tlashcaltecas, por ejemplo, son chichimecas (los teochichimecas), emigrados del Valle y conquistadores de la poblacin tolteca, de que recibieron su nombre y en la que se civilizaron, se nahoalizaron. La verdad es que varias familias nahoas, escurrindose del Norte al Sur, quizs de las cuencas de los ros que hoy estn al Norte de nuestra frontera, bajaron por las vertientes del Pacfico y, huyendo de las vastas aglomeraciones de nmadas que iban formando depsitos movedizos, en guisa de mdanos humanos, en las mesas central y septentrional de la gran altiplanicie mexicana, subieron a la altura de los valles de Anhuac, siguiendo poco ms o menos idntico itinerario; dejaban sembrado su paso con grupos rezagados, que todava hoy en la geografa de las lenguas vernculas forma una corriente que marca con seales vivas el antiguo paso de los nahoas. La ltima de las tribus, afirman los cronistas, que tomaron parte en este xodo secular fue la de los aztecas, los de Aztln, el lago de las garzas, situado en las costas sinaloenses, segn Chavero; recorriendo en lentas etapas el Occidente, se encontraron con los grupos tarascos, que tenan una cultura peculiar. Los sacrificios sacramentarios tuvieron los mismos ritos, idntico ceremonial en todos los pueblos cultos del Mxico actual, lo mismo entre los nahoas que entre los tarascos y los maya-kichs, lo que indica claramente un solo origen, y este origen es tolteca, es casi la marca del influjo tolteca en toda la regin

stmica; estos pueblos singulares encontraron la transicin entre el canibalismo de las tribus hambrientas y el antropofagismo religioso, en que el esclavo y el prisionero, sacrificados y comulgados, es la palabra, unan al hombre con la divinidad, pues ste fue un progreso respecto del canibalismo puro; los que adoptaron el rito sanguinario, slo en determinadas fiestas celebraban el repugnante banquete y nunca fuera de l, y qued as reducido. Los aztecas conocieron estas prcticas religiosas en Michoacn; de all las tomaron y all dieron a su divinidad principal, que era el espritu del ancestro guerrero de la tribu, el nombre de colibr (Huitziliposhtli), el ave caracterstica de las comarcas tarascas, la que haba dado onomatopyicamente su nombre a la capital misma del reino a orillas del Ptzcuaro, Tzintzontzan. Una casta sacerdotal, un grupo de ritos y leyendas religiosas, forma primera de la historia, ste fue el bagaje moral, digmoslo as, con que salieron de la regin tarasca las tribus aztecas. Pueblo lacustre, haba venido peregrinando de lago en lago, de Aztln a Chapalan, de aqu a Ptzcuaro y Cuitzeo, y por ltimo, a las lagunas del valle de Mxico. En torno de ellas peregrinaron los aztecas sin cesar, desde los comienzos del siglo X hasta los del siglo XIV. Venidos de una regin en que abunda el agave americana, el maguey o metl en nahoa, cuando encontraron en el Valle una comarca rica en esta planta, para ellos divina, de donde vena el nombre de su primitivo dios, los transmigrantes se detuvieron, y o inventaron o propagaron el uso fermentado del metl, el que hace a los hombres felices, porque los hace valientes: fueron conocidos desde entonces con el nombre de mesh o meshica. Los toltecas, por su desgracia, conocieron y gustaron de la invencin mexicana, que contribuy no poco, interpretando las leyendas, para mantener entre ellos la discordia y acelerar su ruina. La destruccin del imperio tolteca, en la que los meshica tomaron parte, sin duda, era una coyuntura para fijarse definitivamente junto al lago, aprovechando el desconcierto general. No lo lograron; arrojados del formidable pen de Chapoltepetl por la coalicin de los rgulos del Valle, sometidos a la esclavitud por los colhuas y emancipados, en fin, gracias a su fiereza y al odio universal que la ferocidad de sus ritos inspiraba, pudieron establecerse dentro del lago mismo; se distribuyeron en los dos islotes principales, construyeron con lodo y carrizos sus miserables cabaas pescadoras, levantaron un templo, un teocali, a sus dioses patronos y obedecieron ciegamente los consejos de su gua y orculo Tenoch; las pequefias y miserables aldeas insulares se llamaron Tlaltelolco, y la mayor Tenochtitln. (Del fonograma de Tenochtunal, sobre roca, vino con el tiempo la leyenda del guila y el nopal, de donde naci el actual escudo de la nacin mexicana.) La ciudad fundada por Tenoch, y regida por l y sus descendientes algn tiempo, en cuanto pudo ser percibida por los ribereos del lago, tuvo que pagar tributos al Tecpanecatl de Atzcapotzalco y que contribuir a las guerras que constantemente sostena el belicoso seor. Los meshi cambiaron su gobierno, de teocrtico, en una especie de monarqua electiva y llegaron a celebrar alianza con los reyes acolhuas, despojados de buena parte de su territorio por el seor tecpaneca; esta alianza les fue fatal en los comienzos, y alguno de los seores de Tenochtitln muri en el cautiverio; mas no desmayaron, y algn tiempo despus lograron los meshi y sus aliados, los acolhuas de Teshcoco, vencer a los tecpanecas, matar a su indmito monarca y reducir al vasallaje el seoro de Aztcapotzalco; de entonces data el imperio azteca. Los intermediarios entre las dos grandes civilizaciones. Nuestro pas est sembrado de soberbios monumentos cuyos autores nos son desconocidos, como los de los

arruinados edificios que existen cercanos a Zacatecas (la Quemada), en los que entreven algunos cronistas una de las grandes estancias de los ambulantes pueblos nahuatlacas, el legendario Chicomoshtoc por ventura; como los de Shochicalco, que algunos creen obra de los constructores del Sur y que ms bien parece tolteca. En los actuales Estados de Oaxaca y Michoacn tuvieron sus ncleos primordiales dos civilizaciones que son, sin duda, mezcla de tres elementos, el aborigen y dos advenedizos, el maya-kich y el nahoa. Los de Michoacn (tarascos) no informaron una civilizacin monumental; su monumento es su lengua, de aspecto completamente distinto del de las lenguas nahoas o stmicas y en la que algunos de sus descendientes han creido ver, en nuestros das, seales de parentesco con el idioma de los incas; el rea lingstica de los tarascos se extendi por parte de Quertaro y Guanajuato. La capital de los tarascos estuvo situada a orillas de la pintoresca laguna de Ptzcuaro y tuvieron una organizacin social (industrial sobre todo) bien ingeniosa y una organizacin poltica que lleg a ser monrquica, pero saturada de teocratismo, como la de la mayor parte de los pueblos cultos de estas regiones. Ya lo hemos dicho: sus ritos eran feroces, y sus leyendas dramticas e interesantes por extremo. Los tarascos eran tan belicosos, que siempre vencieron a los meshicas; sin embargo, no opusieron resistencia alguna a los espaoles; la suerte de Tenochtitln, la enemiga hereditaria, les sumergi en el estupor en que se olvidan el honor y la patria. Los tzapotecas en las sierras oaxaqueas s tuvieron una cultura monumental; se han descrito muchas de sus ruinas, se ha hablado de los restos de sus ingeniossimas fortificaciones, de sus industrias, de su exquisita manera de trabajar los metales, como el oro, con gusto verdaderamente artstico, y de sus magnficos edificios moribundos, muertos ya, mejor dicho, y en estado de disolucin sus restos. Algunos ven en los tzapotecas y los mishtecas, sus congneres, la misma familia de los maya-kichs; otros los suponen nahoas de la primera inmigracin, proto-nahoas, como haba proto-helenos o pelasgos; la verdad es que las comarcas tzapotecas fueron teatro de la fusin completa de los elementos stmicos de las poblaciones cultas de la Amrica anterior a la conquista. La ciudad sacerdotal de Mitla, la ciudad de la muerte, contiene en los vestigios de su