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012.- La condición de la iglesia
HAY gran necesidad de una reforma entre el pueblo de Dios. La condición actual de la
iglesia nos induce a preguntar: ¿Es ésta una representación correcta de Aquel que dio su
vida por nosotros? ¿Son éstos quienes siguen a Yahshua, los hermanos de aquellos que no
tuvieron por cara su vida? Los que lleguen a la norma bíblica, a la descripción bíblica de
los discípulos de Yahshua, serán a la verdad escasos. Habiendo abandonado a Dios, la
Fuente de las aguas vivas, se han cavado cisternas, "cisternas rotas que no detienen aguas."
(Jer. 2:13) Dijo el ángel: "La falta de amor y fe son los grandes pecados de los cuales
son ahora culpables los hijos de Dios."
La falta de fe conduce a la negligencia y al amor del yo y del mundo. Los que se separan
de Dios y caen en tentación se entregan a vicios groseros, porque el corazón carnal conduce
a gran perversidad. Y este estado de cosas se encuentra entre muchos de los que profesan
ser hijos de Dios. Mientras aseveran servir a Dios, están en todos sus intentos y propósitos,
corrompiendo sus caminos delante de él. Muchos se entregan al apetito y la pasión, a pesar
de que la clara luz de la verdad señala el peligro y eleva su voz amonestadora: Cuidaos,
refrenaos, negaos. "La paga del pecado es muerte." (Rom 6:23.) Aunque el ejemplo de los
que naufragaron en la fe se destaca como un fanal para advertir a otros que no sigan el
mismo curso, muchos se precipitan, sin embargo, alocadamente. Satanás domina sus
mentes, y parece tener poder sobre sus cuerpos.
¡Oh, cuántos se lisonjean de que tienen bondad y justicia, cuando la verdadera luz de Dios
revela que durante toda su vida han vivido solamente para agradarse a si mismos! Toda su
conducta es aborrecida de Dios. ¡Cuántos viven sin ley! En sus densas tinieblas, se
consideran con complacencia; pero sea la ley de Dios revelada a sus conciencias, como lo
fue a la de Pablo, y verán que están vendidos al pecado, y deben morir al ánimo carnal. El
yo debe morir.
¡Cuán tristes y temibles son los errores que muchos cometen! Edifican sobre la arena, pero
se lisonjean de estar asentados sobre la roca eterna. Muchos que profesan piedad están
despeñándose temerariamente e ignoran su peligro como si no hubiese juicio futuro. Les
aguarda una terrible retribución, y sin embargo, los dominan los impulsos y las pasiones
bajas; están llenando un sombrío registro de su vida para el juicio. Dirijo mi voz de
amonestación a todos los que llevan el nombre de Yahshua, para que se aparten de toda
iniquidad. Purificad vuestras almas obedeciendo a la verdad. Limpiaos de toda inmundicia
de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios. Vosotros a
quienes esto se aplica, sabéis lo que quiero decir. Aun a vosotros que habéis corrompido
vuestros caminos delante del Señor, participando de la iniquidad que abunda y
ennegreciendo vuestras almas con el pecado, El Salvador os invita a cambiar de conducta, a
asiros de su fortaleza y a hallar en él aquella paz, aquel poder y aquella gracia que os harán
más que vencedores en su nombre.
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Las corrupciones de esta era degenerada han manchado muchas almas que profesaban
servir a Dios. Pero aun ahora no es demasiado tarde para corregir los males ni para obtener
expiación por la sangre de un Salvador crucificado y resucitado, si os arrepentís y sentís
necesidad de perdón. Necesitamos velar y orar ahora como nunca antes, no sea que
caigamos bajo el poder de la tentación y dejemos el ejemplo de una vida que resultará en
un miserable naufragio. Como pueblo, no debemos ser negligentes ni considerar el pecado
con indiferencia. El campamento necesita que se lo purifique. Todos los que llevan el
nombre de Yahshua necesitan velar, orar y guardar las avenidas del alma; porque Satanás
está obrando para corromper y destruir, si se le concede la menor ventaja.
Hermanos míos, Dios os llama, como seguidores suyos, a andar en la luz. Tenéis que
alarmaros. El pecado está entre nosotros, y no se reconoce su carácter excesivamente
pecaminoso. Los sentidos de muchos están embotados por la complacencia del apetito y
por la familiaridad con el pecado. Necesitamos acercarnos más al Cielo. Podemos crecer
en gracia y en el conocimiento de la verdad. El andar en la luz, corriendo en el camino de
los mandamientos de Dios, no da la idea de que podemos permanecer quietos sin hacer
nada. Debemos avanzar.
En el amor al yo, la exaltación propia y el orgullo, hay gran debilidad; pero en la humildad
hay gran fuerza. Nuestra verdadera dignidad no se mantiene cuando más pensamos en
nosotros mismos, sino cuando Dios está en todos nuestros pensamientos, y en nuestro
corazón arde el amor hacia nuestro Redentor y hacia nuestros semejantes. La sencillez de
carácter y la humildad de corazón darán felicidad, mientras que el engreimiento producirá
descontento, murmuraciones y continua desilusión. Lo que nos infundirá fuerza divina será
aprender a pensar menos en nosotros mismos y más en hacer felices a los demás.
En medio de nuestra separación de Dios, nuestro orgullo y tinieblas, estamos tratando
constantemente de elevarnos a nosotros mismos, y nos olvidamos de que el ánimo humilde
es poder. La fuerza de nuestro Salvador no residía en un gran despliegue de palabras
agudas que penetraran hasta el alma; era su amabilidad y sus modales sencillos y sin
afectación lo que le conquistaba los corazones. El orgullo y la importancia propia, cuando
se comparan con la humildad y la sencillez, son ciertamente una debilidad. Se nos invita a
aprender de Aquel que era manso y humilde de corazón; entonces experimentaremos el
descanso y la paz que tan deseables resultan.- 1JT 402-404