• PSICOTROPÍAS EN PRIMERA PERSONA4
EN PRIMERA PERSONA
E. Gallego AndradaDoctora en Literaturas Comparadas y Teoría de la Traducción. Profesora titular de la Universidad «Sofía» de Tokio
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Hikikomori y sotokomori: el fenómeno de la deserción social en las jóvenes generaciones japonesas
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En la época actual la sociedad en todo el mundo, la
gente, su estilo de vida y su modo de comunicación,
cambia a una velocidad de vértigo, y Japón es posible-
mente uno de los países que mayores cambios y a mayor
velocidad experimenta. Podría considerarse como una es-
pecie de barómetro sociológico u observatorio pionero de
los modelos de comportamiento anómalo o desórdenes
psicosociales posmodernos, resultado de la era de la glo-
balización, la hipercomunicación, el ultradesarrollo eco-
nómico y la saturación material.
Uno de estos fenómenos es el de los hikikomori: jóve-
nes varones en su mayoría (86%), normalmente hijos úni-
cos o primogénitos, que se encierran en su habitación,
se abandonan a la inactividad
y abulia más absoluta y
cortan toda relación
con el exterior.
Sin embargo, este fenómeno no
es exclusivo de Japón. De manera
imperceptible, aunque con característi-
cas diferentes en cada sociedad, se va exten-
diendo al resto de los países «extracivilizados».
En español se conoce con el nombre de «síndrome de la
puerta cerrada», en inglés como social withdrawal, en
francés como syndrome du retrait social aigu y en ale-
mán como social Fobie.Hay numerosos tipos de hikikomori; por ejemplo, el hi-
kikomori social, que rechaza el estudio, el trabajo o la pre-
paración laboral, pero mantiene relaciones sociales, lla-
mado también NEET (nor currently engaged in education, employment or training), que presenta numerosas caracte-
rísticas similares a la generación «ni-ni» en España (según
las estadísticas, alcanzamos proporcionalmente las mis-
mas cifras, en torno a los 800.000). El acrónimo NEET,
nacido en el Reino Unido hacia el año 2000, evidencia
que este tipo de hikikomori no es exclusivo de Japón. Un
tipo totalmente opuesto a éste es el tachisukumi-gata, que
presenta una fobia social muy marcada y se siente parali-
zado de miedo.
En contra de lo que se suele creer, no todos los hikiko-mori pasan la mayor parte del tiempo enganchados a los
videojuegos y a la comunicación por Internet. Este tipo
de hikikomori es cercano al netogehaijin, literalmente
«zombi del ordenador». Pero el hikikomori más habitual
es el que no hace absolutamente nada y rechaza todo tipo
de esfuerzo –algunas
veces hasta el más mí-
nimo– para realizar las
necesidades más bási-
cas de la superviven-
cia, como comer o
dormir (incluso se han
descrito casos de en-
fermedad o muerte
por inanición). Su familia sabe que sigue vivo porque de-
vuelve vacía la bandeja de comida en la puerta, frontera
infranqueable entre el hikikomori y el mundo exterior.
Esto signifi ca que no sale de la habitación para nada ni
habla con nadie, no se asea ni se baña nunca, no se corta
el pelo ni se mueve lo más mínimo, y ello conlleva una
pérdida irrecuperable no sólo de las habilidades sociales
de comunicación e interacción, sino también de la capa-
cidad motora, lo que lo convierte en una especie de
muerto en vida.
1. «Adolescencia encerrada»
2. «El futuro visto por un hikikomori»
3. «Razones por las que fui hikikomori»
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Las causas de este fenómeno son tan numerosas como
complejas: la excesiva exigencia académica y laboral de la
sociedad japonesa y sus intrincadas relaciones personales1,
la pérdida o enajenación de la identidad cultural o indivi-
dual, la imposición de modelos y estilos de vida occidenta-
les, la decisión de los padres japoneses de tener un solo hijo
y la presión familiar sobre el primogénito o unigénito, la ti-
midez, la introversión y la pasividad inherentes al carácter
japonés, el extenuante horario laboral de los padres y su alto
poder adquisitivo, el exceso de actividades extraescolares, la
saturación material, el hiperconsumismo, el hedonismo, el
culto al cuerpo y la pérdida de valores, la hiperinformación
e hipercomunicación, que paradójicamente lleva a una hi-
perincomunicación, la escasa o nula tolerancia a las frusta-
ciones, etc. El psiquiatra Tamaki Saito, pionero y mayor es-
pecialista en el fenómeno de los hikikomori en Japón, ha
añadido que el problema tiene raíces históricas, ya que «la
música y la poesía tradicionales japonesas suelen celebrar
la nobleza y los benefi cios de la soledad».
La reclusión suele comenzar con el absentismo escolar
(unos 50.000 casos anuales de estudiantes de secundaria y
bachillerato), aduciendo acoso, malas notas, malestar físi-
co, un desengaño amoroso, etc.; la mayoría de los hikiko-mori suelen encerrarse durante 1-5 años, pero hay casos en
los que puede durar hasta 10 años o casi dos décadas, co-
mo estamos comprobando recientemente. En este punto
es donde radica la extrema gravedad del problema en Ja-
pón, es decir, el vertiginoso aumento del número de hi-kikomori en los últimos años (más de 2 millones en septiem-
bre de 2010 según cifras extraofi ciales)2, y la «talludización»
de los de largo recorrido: los adolescentes y jóvenes que se
aislaron hace casi dos décadas son ahora treintañeros o casi
cuarentañeros y han tirado por la borda los mejores años
de su vida, justo cuando debían estar preparándose para el
futuro. Estos «eternos encerrados» ven con pavor cómo sus
padres, de quienes han dependido económicamente y a
quienes en muchos casos han maltratado física y/o psicoló-
gicamente, se hacen mayores, comienzan a llevar vida de
pensionistas y no pueden seguir manteniéndoles como an-
taño, con lo cual la pesada carga social, económica y sani-
taria que genera su vida parásita pasa a ser un problema
prioritario en la sociedad japonesa.
Nos preguntamos cómo es posible que no se hayan pre-
visto las consecuencias y se haya prolongado tanto tiempo
una situación tan insostenible, y por qué no se ha atajado el
problema de alguna forma. La respuesta es extremadamente
compleja, ya que se trata de un proceso muy lento, difícil y
oculto. Por una parte, el reconocimiento de un hikikomori en la familia supone un deshonor y un estigma que causa
una profunda e insufrible vergüenza social en los progenito-
res japoneses, que pone de manifi esto su fracaso en el papel
de padres y educadores, especialmente en el caso de la ma-
dre, que cifra su éxito personal exclusivamente en su rol ma-
terno. Por otra parte, hay que tener en cuenta que muchos
hikikomori son violentos, agreden a sus padres y amenazan
con suicidarse si se les trata de sacar de sus cuatro paredes.
Estas razones favorecen que los padres dejen pasar unos
años, con la esperanza de que el problema se solucione
«Los adolescentes y jóvenes que se aislaron hace casi dos décadas son ahora treintañeros o casi cuarentañeros y han tirado por la borda los mejores años de su vida»
1No debemos subestimar el hecho de que estamos ante una sociedad vertical, asimétrica y distante, de características totalmente diferentes a las de las sociedades horizontales, simétricas y próximas, habituales en el mundo occidental.
2La ocultación o negación del problema difi culta la obtención de cifras ofi ciales.
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3No son pocos los casos de separados o divorciados japoneses que se deciden a empadronarse en estos países, alquilar apartamentos y fi jar allí su residencia permanente.
por sí solo, hasta que se deciden fi nalmente a intervenir,
normalmente con la ayuda de un especialista.
Hay en todo el país cerca de mil centros dedicados a la
recuperación de los hikikomori, cantidad a todas luces in-
sufi ciente, y tanto los educadores de dichos centros como
los padres se muestran desbordados por el problema.
Otro importante dato que cabe tener en cuenta es el bajo
nivel y el aún tardío y lento desarrollo de la psiquiatría en
Japón, lo que difi culta enormemente la situación.
El psiquiatra Tamaki Saito y otros especialistas llevan
desde fi nales de los noventa escribiendo numerosos libros
sobre el problema, impartiendo cursos y seminarios sobre
su tratamiento y recuperación. Dichos libros no están
traducidos al español y casi tampoco al inglés, pero por
sus títulos nos podemos hacer una idea de la gravedad y
la dimensión del problema: «El hikikomori social: la eter-
na adolescencia», «Manual para salvar al hikikomori»,
«¿Ok? ¡Hikikomori Ok!», «Teoría de la cultura hikikomo-ri», «Perdedores convictos: teoría social de los hikikomori y
los NEET», «¿Por qué se recuperan los hikikomori?», «Ado-
lescencia posmoderna: ¿será posible madurar?», «Adoles-
cencia encerrada: formas de enfrentarse a uno mismo»,
«Cuando el hikikomori se recupera», «El sentir de los hi-kikomori: yo fui un hikikomori», «La primera salida del
hikikomori», y los últimos títulos del año 2010: «El futu-
ro visto por el hikikomori», «El hikikomori y su drama fa-
miliar» y «La talludización de los hikikomori».
Por otra parte, en los últimos años, además de asistir al
fenómeno de envejecimiento de los hikikomori, también
estamos observando el aumento de otro fenómeno komo-ri: el sotokomori. Si el sustantivo komori signifi ca «encie-
rro, aislamiento», el prefi jo hiki signifi ca «dentro, hacia el
interior, hacia uno mismo». Y con el prefi jo soto, que sig-
nifi ca «fuera, en el exterior», se denomina a los japoneses
que llevan vida de hikikomori fuera de Japón. El término
fue acuñado en el año 2006, pero fue en 2008 cuando,
tras el repentino aumento de este fenómeno, comenzó a
usarse de nuevo. Los sotokomori, también varones en un
90%, suelen pasar unos meses trabajando intensamente
en varios sitios a tiempo parcial «como un mal necesario»,
lo que les permite ahorrar lo sufi ciente para pasar unos
años en países cuyo coste de vida es muy inferior al de Ja-
pón. La meca por excelencia de los sotokomori es el barrio
de Khaosan en Bangkok, donde incluso hay baratísimos
albergues exclusivos para ellos y regentados por japone-
ses; pueden disfrutar de la comida japonesa, el ambiente
y la conversación en japonés sin la presión que sienten en
su sociedad.
Otros de sus lugares favoritos son Katmandú (Nepal) y
algunas otras ciudades y pueblos de países asiáticos, como
Malasia, India, Indonesia, Filipinas, China, Laos y Cam-
boya.
Los sotokomori, o «desertores de Japón» como han sido
llamados, ya treintañeros o incluso cuarentañeros o más3,
suelen ser mayores que los hikikomori, y muchos han lleva-
do previamente una larga vida como hikikomori en Japón,
lo que difi culta enormemente su reinserción social. De esta
forma pueden vivir, mal que bien, alejados de las miradas
ajenas y evitando a su familia la profunda vergüenza social
que su existencia les causa.
Si pensamos que no todos somos pasajeros
del mismo barco y que España y los paí-
ses occidentales aún están a años luz
de esta situación, podemos leer la
obra del escritor Luis Landero
Entre líneas: el cuento o la vida
(Ed. Tusquets, págs. 140-
143), donde se describe a
los «tumbados» y se nos
plantea la siguiente du-
da: ¿son talludos hi-kikomori sociales o «ni-
ni» de principios del
siglo xx en España?
ConclusiónEl aislamiento de los jó-
venes se ha convertido en
un problema de impor-
tancia capital en las socieda-
des modernas, dando lugar a
toda una generación perdida.
Y puesto que estamos en la era de
la globalización, que favorece más que
nunca la universalización de los problemas
sociales, debemos analizar las causas, y prevenir
y tratar de solucionar estos fenómenos que postran a
nuestros jóvenes en la dejadez y abulia más absoluta. Y an-
te todo deberíamos preguntarnos: ¿por qué la sociedad que
hemos construido entre todos aniquila a nuestros jóvenes
hasta ese punto?, ¿qué futuro les espera a estas generaciones
y a las venideras?, ¿por qué hemos creado una cultura de la
ignorancia a pesar de haber creado una cultura de la infor-
mación? Si hasta ahora hemos aprendido a vivir con la ca-
rencia, ¿cómo podemos enseñar a nuestros jóvenes a vivir
con el exceso y la saturación? ●
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