08
abril
Domingo II de Pascua
(Ciclo B) – 2018
Domingo de la Divina Misericordia
1. TEXTOS LITÚRGICOS
1.a LECTURAS
Un solo corazón y una sola alma
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 4, 32-35
La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios,
sino que todo era común entre ellos.
Los Apóstoles daban testimonio con mucho poder de la resurrección del Señor Jesús y gozaban de gran estima.
Ninguno padecía necesidad, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían y ponían el dinero a
disposición de los Apóstoles, para que se distribuyera a cada uno según sus necesidades.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 117, 2-4. 16-18. 22-24
R. ¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
O bien:
Aleluia.
Que lo diga el pueblo de Israel:
¡es eterno su amor!
Que lo diga la familia de Aarón:
¡es eterno su amor!
Que lo digan los que temen al Señor:
¡es eterno su amor! R.
«La mano del Señor es sublime,
la mano del Señor hace proezas.»
No, no moriré:
viviré para publicar lo que hizo el Señor.
El Señor me castigó duramente,
pero no me entregó a la muerte. R.
La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular
Esto ha sido hecho por el Señor
y es admirable a nuestros ojos.
Este es el día que hizo el Señor:
alegrémonos y regocijémonos en él. R.
El que ha nacido de Dios vence al mundo
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 5, 1-6
Queridos hermanos:
El que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y el que ama al Padre ama también al que ha nacido de Él.
La señal de que amamos a los hijos de Dios es que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos.
El amor a Dios consiste en cumplir sus mandamientos, y sus mandamientos no son una carga, porque el que ha
nacido de Dios, vence al mundo. Y la victoria que triunfa sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence
al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?
Jesucristo vino por el agua y por la sangre; no solamente con el agua, sino con el agua y con la sangre. Y el
Espíritu da testimonio porque el Espíritu es la verdad.
Palabra de Dios.
ALELUIA Jn 20, 29
Aleluia.
Dice el Señor: Ahora crees, Tomás, porque me has visto.
¡Felices los que creen sin haber visto!
Aleluia.
EVANGELIO
Ocho días más tarde, se apareció Jesús
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 19-31
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se
encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz
esté con ustedes!»
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al
Señor.
Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a
ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados
a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.»
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros
discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!»
El les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y
la mano en su costado, no lo creeré.»
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces
apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En
adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe.»
Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!»
Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este
Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan
Vida en su Nombre.
Palabra del Señor.
1.b GUION PARA LA MISA
II Domingo de Pascua
Entrada:
Celebramos hoy el Domingo de la Divina Misericordia. Jesús le dijo a Santa Faustina Kowalska: “Deseo que el
primer domingo después de la Pascua de Resurrección sea la Fiesta de la Misericordia”. Hoy estamos invitados
ver en la Santa Misa el sacrificio de Cristo por el cual hemos recibido el perdón de nuestros pecados.
Primera Lectura: Hch 4, 32-35
Un testimonio de la resurrección de Cristo es la caridad que reinaba entre los primeros cristianos.
Segunda Lectura: 1 Jn 5,1-6
El que ha nacido de Dios vence al mundo por su fe en Cristo.
Evangelio: Jn 20,19-31
Las dudas primeras del Apóstol Tomás han servido para confirmar la fe de los que más tarde habían de creer en
Cristo resucitado.
Preces:
Conmovidos por el infinito amor de Dios que resucitó a Jesucristo haciéndolo Señor de todas las cosas,
pidámosle con confianza.
A cada intención respondemos cantando:
* Por la Santa Iglesia de Dios para que en este día, dedicado a la Divina Misericordia, sepa comunicar este
mensaje lleno de esperanza a todos los hombres de buena voluntad. Oremos.
* Por la paz del mundo, que los representantes de las naciones, liberados del egoísmo y la ambición, sepan en
encontrar caminos de solución a los conflictos y velen por la seguridad y los derechos humanos. Oremos.
* Por los pobres y desheredados, para que los cristianos se adelanten a sus necesidades y contemplen en ellos la
verdadera imagen Cristo Redentor. Oremos.
* Por las familias, para que se comprometan a buscar ardientemente la unión con Dios en el cumplimiento de
los deberes familiares, profesionales y sociales, y así alcancen la santidad. Oremos.
* Por Argentina, para que no se apruebe la ley del aborto, que ya se está tratando en la Cámara de Diputados.
Oremos.
Estas son nuestras necesidades, Señor; ayúdanos con tu poder y tu gracia para resplandecer ante
todos con la vida nueva de la Pascua, por Jesucristo nuestro Señor.
Ofertorio: Animados por la vida de la Pascua, ponemos delante del Padre nuestras personas como una oblación unida a la
de Cristo.
Ofrecemos este incienso y con él nuestros corazones, como un culto agradable a Dios.
Junto con el pan y el vino, que llevamos hasta el Altar para ser transubstanciados en el Cuerpo y Sangre del
Cristo, queremos testimoniar con nuestra fe que Cristo vive.
Comunión:
Dice Santa Faustina Kowalska: “Oh Jesús oculto, glorioso anticipo de mi resurrección, en Ti se centra toda mi
vida,.. ya nada apagará Tu amor en mi corazón” .
Salida:
María Madre de la Misericordia, condúcenos hasta una estrecha unión con Cristo en el peregrinar de nuestra fe
para que podamos transmitir a todos los hombres el Amor infinito de Dios.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
1.c Notas sobre las Lecturas
Nota sobre las Lecturas del Tiempo Pascual
Respecto a las lecturas de los domingos del Tiempo Pascual, dicen los Prenotanda del Leccionario:
“Hasta el domingo tercero de Pascua, las lecturas del Evangelio relatan las apariciones de Cristo
resucitado. Las lecturas del buen Pastor están asignadas al cuarto domingo de Pascua. Los domingos quinto,
sexto y séptimo de Pascua se leen pasajes escogidos del discurso y de la oración del Señor después de la última
cena.
“La primera lectura se toma de los Hechos de los Apóstoles, en el ciclo de los tres años, de modo
paralelo y progresivo; de este modo, cada año se ofrecen algunas manifestaciones de la vida, testimonio y
progreso de la Iglesia primitiva.
“Para la lectura apostólica, el año A se lee la primera carta de san Pedro, el año B la primera carta de
san Juan, el año C el Apocalipsis; estos textos están muy de acuerdo con el espíritu de una fe alegre y una firme
esperanza, propio de este tiempo” (Prenotanda del Leccionario, nº 100).
Para tener en cuenta entonces: en el Tiempo Pascual los evangelios de los domingos son los mismos
para los tres ciclos. Las que sí varían según cada ciclo son la primera y la segunda lectura. La primera es
siempre (para los tres ciclos) tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, pero en cada ciclo se presentan
textos diferentes de ese mismo libro. La segunda lectura se toma, para el Ciclo A, de la primera carta de San
Pedro; para el Ciclo B, de la primera carta de San Juan; para el Ciclo C, del Apocalipsis. Es necesario prestar
atención al comentario que hacen los Prenotanda a estos tres libros del Nuevo Testamento: presentan una fe
alegre y una firme esperanza, propias de este Tiempo Pascual. Por lo tanto, en el momento de preparar la
homilía, esta indicación puede ser muy útil, ya que de esta segunda lectura pueden tomarse elementos que
sirvan al oyente para captar el espíritu de este tiempo.
Respecto a las ferias del Tiempo Pascual dicen los Prenotanda del Leccionario:
“La primera lectura se toma de los Hechos de los Apóstoles, como los domingos, de modo semi-
continuo.
“En el Evangelio, dentro de la octava de Pascua, se leen los relatos de las apariciones del Señor.
Después, se hace una lectura semi-continua del Evangelio de san Juan, del cual se toman ahora los textos de
índole más bien pascual, para completar así la lectura ya empezada en el tiempo de Cuaresma. En esta lectura
pascual ocupan una gran parte el discurso y la oración del Señor después de la cena”. (Prenotanda del
Leccionario, nº 101).
El nº 102 de los Prenotanda explica en detalle la distribución de las lecturas para las solemnidades de la
Ascensión y de Pentecostés.
Es necesario prestar atención al hecho de que tanto en los domingos como en las ferias del Tiempo
Pascual se le da un lugar preferencial al discurso y oración del Señor después de la cena, que San Juan consignó
en su evangelio. El estudio de este texto será un instrumento privilegiado para la preparación de las homilías del
Tiempo Pascual.
P. Lic. José Antonio Marcone, IVE
Directorio Homilético
Segundo domingo de Pascua
CEC 448, 641-646: la aparición del Resucitado
CEC 1084-1089: la presencia santificante de Cristo resucitado en la Liturgia
CEC 2177-2178, 1342: la Eucaristía dominical
CEC 654-655, 1988: nuestro nacimiento a una vida nueva en la Resurrección de Cristo
CEC 976-984, 1441-1442: “Creo en el perdón de los pecados”
CEC 949-953, 1329, 1342, 2624, 2790: la comunión de los bienes espirituales
448 Con mucha frecuencia, en los Evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús llamándole "Señor". Este
título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y esperan de él socorro y curación
(cf. Mt 8, 2; 14, 30; 15, 22, etc.). Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el reconocimiento del
misterio divino de Jesús (cf. Lc 1, 43; 2, 11). En el encuentro con Jesús resucitado, se convierte en
adoración: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que
quedará como propio de la tradición cristiana: "¡Es el Señor!" (Jn 21, 7).
Las apariciones del Resucitado
641 María Magdalena y las santas mujeres, que venían de embalsamar el cuerpo de Jesús (cf. Mc 16,1; Lc 24,
1) enterrado a prisa en la tarde del Viernes Santo por la llegada del Sábado (cf. Jn 19, 31. 42) fueron las
primeras en encontrar al Resucitado (cf. Mt 28, 9-10; Jn 20, 11-18). Así las mujeres fueron las primeras
mensajeras de la Resurrección de Cristo para los propios Apóstoles (cf. Lc 24, 9-10). Jesús se apareció en
seguida a ellos, primero a Pedro, después a los Doce (cf. 1 Co 15, 5). Pedro, llamado a confirmar en la fe
a sus hermanos (cf. Lc 22, 31-32), ve por tanto al Resucitado antes que los demás y sobre su testimonio es
sobre el que la comunidad exclama: "¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!" (Lc
24, 34).
642 Todo lo que sucedió en estas jornadas pascuales compromete a cada uno de los Apóstoles - y a Pedro en
particular - en la construcción de la era nueva que comenzó en la mañana de Pascua. Como testigos del
Resucitado, los apóstoles son las piedras de fundación de su Iglesia. La fe de la primera comunidad de
creyentes se funda en el testimonio de hombres concretos, conocidos de los cristianos y, para la mayoría,
viviendo entre ellos todavía. Estos "testigos de la Resurrección de Cristo" (cf. Hch 1, 22) son ante todo
Pedro y los Doce, pero no solamente ellos: Pablo habla claramente de más de quinientas personas a las
que se apareció Jesús en una sola vez, además de Santiago y de todos los apóstoles (cf. 1 Co 15, 4-8).
643 Ante estos testimonios es imposible interpretar la Resurrección de Cristo fuera del orden físico, y no
reconocerlo como un hecho histórico. Sabemos por los hechos que la fe de los discípulos fue sometida a la
prueba radical de la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro, anunciada por él de antemano (cf. Lc 22,
31-32). La sacudida provocada por la pasión fue tan grande que los discípulos (por lo menos, algunos de
ellos) no creyeron tan pronto en la noticia de la resurrección. Los evangelios, lejos de mostrarnos una
comunidad arrobada por una exaltación mística, los evangelios nos presentan a los discípulos abatidos ("la
cara sombría": Lc 24, 17) y asustados (cf. Jn 20, 19). Por eso no creyeron a las santas mujeres que
regresaban del sepulcro y "sus palabras les parecían como desatinos" (Lc 24, 11; cf. Mc 16, 11. 13).
Cuando Jesús se manifiesta a los once en la tarde de Pascua "les echó en cara su incredulidad y su dureza
de cabeza por no haber creído a quienes le habían visto resucitado" (Mc 16, 14).
644 Tan imposible les parece la cosa que, incluso puestos ante la realidad de Jesús resucitado, los discípulos
dudan todavía (cf. Lc 24, 38): creen ver un espíritu (cf. Lc 24, 39). "No acaban de creerlo a causa de la
alegría y estaban asombrados" (Lc 24, 41). Tomás conocerá la misma prueba de la duda (cf. Jn 20, 24-27)
y, en su última aparición en Galilea referida por Mateo, "algunos sin embargo dudaron" (Mt 28, 17). Por
esto la hipótesis según la cual la resurrección habría sido un "producto" de la fe (o de la credulidad) de los
apóstoles no tiene consistencia. Muy al contrario, su fe en la Resurrección nació - bajo la acción de la
gracia divina- de la experiencia directa de la realidad de Jesús resucitado.
El estado de la humanidad resucitada de Cristo
645 Jesús resucitado establece con sus discípulos relaciones directas mediante el tacto (cf. Lc 24, 39; Jn 20,
27) y el compartir la comida (cf. Lc 24, 30. 41-43; Jn 21, 9. 13-15). Les invita así a reconocer que él no
es un espíritu (cf. Lc 24, 39) pero sobre todo a que comprueben que el cuerpo resucitado con el que se
presenta ante ellos es el mismo que ha sido martirizado y crucificado ya que sigue llevando las huellas de
su pasión (cf Lc 24, 40; Jn 20, 20. 27). Este cuerpo auténtico y real posee sin embargo al mismo tiempo
las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado en el espacio ni en el tiempo, pero puede
hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere (cf. Mt 28, 9. 16-17; Lc 24, 15. 36; Jn 20, 14.
19. 26; 21, 4) porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al
dominio divino del Padre (cf. Jn 20, 17). Por esta razón también Jesús resucitado es soberanamente libre
de aparecer como quiere: bajo la apariencia de un jardinero (cf. Jn 20, 14-15) o "bajo otra figura" (Mc 16,
12) distinta de la que les era familiar a los discípulos, y eso para suscitar su fe (cf. Jn 20, 14. 16; 21, 4. 7).
646 La Resurrección de Cristo no fue un retorno a la vida terrena como en el caso de las resurrecciones que
él había realizado antes de Pascua: la hija de Jairo, el joven de Naim, Lázaro. Estos hechos eran
acontecimientos milagrosos, pero las personas afectadas por el milagro volvían a tener, por el poder de Jesús,
una vida terrena "ordinaria". En cierto momento, volverán a morir. La resurrección de Cristo es esencialmente
diferente. En su cuerpo resucitado, pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio. En la
Resurrección, el cuerpo de Jesús se llena del poder del Espíritu Santo; participa de la vida divina en el estado de
su gloria, tanto que San Pablo puede decir de Cristo que es "el hombre celestial" (cf. 1 Co 15, 35-50).
II LA OBRA DE CRISTO EN LA LITURGIA
Cristo glorificado...
1084 "Sentado a la derecha del Padre" y derramando el Espíritu Santo sobre su Cuerpo que es la Iglesia, Cristo
actúa ahora por medio de los sacramentos, instituidos por él para comunicar su gracia. Los sacramentos
son signos sensibles (palabras y acciones), accesibles a nuestra humanidad actual. Realizan eficazmente la
gracia que significan en virtud de la acción de Cristo y por el poder del Espíritu Santo.
1085 En la Liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente su misterio pascual. Durante su vida
terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó su
Hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió el único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es
sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a la derecha del Padre "una vez por todas" (Rm 6,10;
Hb 7,27; 9,12). Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular:
todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son absorbidos por el pasado. El
misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su
muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres
participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente
presente. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida.
...desde la Iglesia de los Apóstoles...
1086 "Por esta razón, como Cristo fue enviado por el Padre, él mismo envió también a los Apóstoles, llenos del
Espíritu Santo, no sólo para que, al predicar el Evangelio a toda criatura, anunciaran que el Hijo de Dios,
con su muerte y resurrección, nos ha liberado del poder de Satanás y de la muerte y nos ha conducido al
reino del Padre, sino también para que realizaran la obra de salvación que anunciaban mediante el
sacrificio y los sacramentos en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica" (SC 6)
1087 Así, Cristo resucitado, dando el Espíritu Santo a los Apóstoles, les confía su poder de santificación (cf Jn
20,21-23); se convierten en signos sacramentales de Cristo. Por el poder del mismo Espíritu Santo confían
este poder a sus sucesores. Esta "sucesión apostólica" estructura toda la vida litúrgica de la Iglesia. Ella
misma es sacramental, transmitida por el sacramento del Orden.
...está presente en la Liturgia terrena...
1088 "Para llevar a cabo una obra tan grande" -la dispensación o comunicación de su obra de salvación-"Cristo
está siempre presente en su Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos. Está presente en el sacrificio de
la misa, no sólo en la persona del ministro, `ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo
que entonces se ofreció en la cruz', sino también, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está presente
con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está
presente en su palabra, pues es El mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura.
Está presente, finalmente, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: `Donde están
dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos' (Mt 18,20)" (SC 7).
1089 "Realmente, en una obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres
santificados, Cristo asocia siempre consigo a la Iglesia, su esposa amadísima, que invoca a su Señor y por
El rinde culto al Padre Eterno" (SC 7)
...que participa en la Liturgia celestial.
La eucaristía dominical
2177 La celebración dominical del Día y de la Eucaristía del Señor tiene un papel principalísimo en la vida de
la Iglesia. "El domingo en el que se celebra el misterio pascual, por tradición apostólica, ha de observarse
en toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto" (CIC, can. 1246,1).
"Igualmente deben observarse los días de Navidad, Epifanía, Ascensión, Santísimo Cuerpo y Sangre de
Cristo, Santa María Madre de Dios, Inmaculada Concepción y Asunción, San José, Santos Apóstoles
Pedro y Pablo y, finalmente, todos los Santos" (CIC, can. 1246,1).
2178 Esta práctica de la asamblea cristiana se remonta a los comienzos de la edad apostólica (cf Hch 2,42-46; 1
Co 11,17). La carta a los Hebreos dice: "no abandonéis vuestra asamblea, como algunos acostumbran
hacerlo, antes bien, animaos mutuamente" (Hb 10,25).
La tradición conserva el recuerdo de una exhortación siempre actual: "Venir temprano a la Iglesia,
acercarse al Señor y confesar sus pecados, arrepentirse en la oración...Asistir a la sagrada y divina liturgia,
acabar su oración y no marchar antes de la despedida...Lo hemos dicho con frecuencia: este día os es dado para
la oración y el descanso. Es el día que ha hecho el Señor. En él exultamos y nos gozamos (Autor anónimo,
serm. dom.).
1342 Desde el comienzo la Iglesia fue fiel a la orden del Señor. De la Iglesia de Jerusalén se dice:
Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, fieles a la comunión fraterna, a la fracción del pan y
a las oraciones...Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el
pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y con sencillez de corazón (Hch 2,42.46).
654 Hay un doble aspecto en el misterio Pascual: por su muerte nos libera del pecado, por su Resurrección nos
abre el acceso a una nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación que nos devuelve a la gracia de
Dios (cf. Rm 4, 25) "a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos ... así también
nosotros vivamos una nueva vida" (Rm 6, 4). Consiste en la victoria sobre la muerte y el pecado y en la
nueva participación en la gracia (cf. Ef 2, 4-5; 1 P 1, 3). Realiza la adopción filial porque los hombres se
convierten en hermanos de Cristo, como Jesús mismo llama a sus discípulos después de su Resurrección:
"Id, avisad a mis hermanos" (Mt 28, 10; Jn 20, 17). Hermanos no por naturaleza, sino por don de la
gracia, porque esta filiación adoptiva confiere una participación real en la vida del Hijo único, la que ha
revelado plenamente en su Resurrección.
655 Por último, la Resurrección de Cristo - y el propio Cristo resucitado - es principio y fuente de nuestra
resurrección futura: "Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron ... del
mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo" (1 Co 15, 20-22). En la
espera de que esto se realice, Cristo resucitado vive en el corazón de sus fieles. En El los cristianos
"saborean los prodigios del mundo futuro" (Hb 6,5) y su vida es arrastrada por Cristo al seno de la vida
divina (cf. Col 3, 1-3) para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquél que murió y resucitó por
ellos" (2 Co 5, 15).
Artículo10 "CREO EN EL PERDON DE LOS PECADOS"
976 El Símbolo de los Apóstoles vincula la fe en el perdón de los pecados a la fe en el Espíritu Santo, pero
también a la fe en la Iglesia y en la comunión de los santos. Al dar el Espíritu Santo a su apóstoles, Cristo
resucitado les confirió su propio poder divino de perdonar los pecados: "Recibid el Espíritu Santo. A
quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos"
(Jn 20, 22-23).
(La IIª parte del Catecismo tratará explícitamente del perdón de los pecados por el Bautismo, el
Sacramento de la Penitencia y los demás sacramentos, sobre todo la Eucaristía. Aquí basta con evocar
brevemente, por tanto, algunos datos básicos).
I UN SOLO BAUTISMO PARA EL PERDON DE LOS PECADOS
977 Nuestro Señor vinculó el perdón de los pecados a la fe y al Bautismo: "Id por todo el mundo y proclamad
la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará" (Mc 16, 15-16). El Bautismo es
el primero y principal sacramento del perdón de los pecados porque nos une a Cristo muerto por nuestros
pecados y resucitado para nuestra justificación (cf. Rm 4, 25), a fin de que "vivamos también una vida
nueva" (Rm 6, 4).
978 "En el momento en que hacemos nuestra primera profesión de Fe, al recibir el santo Bautismo que nos
purifica, es tan pleno y tan completo el perdón que recibimos, que no nos queda absolutamente nada por
borrar, sea de la falta original, sea de las faltas cometidas por nuestra propia voluntad, ni ninguna pena
que sufrir para expiarlas... Sin embargo, la gracia del Bautismo no libra a la persona de todas las
debilidades de la naturaleza. Al contrario, todavía nosotros tenemos que combatir los movimientos de la
concupiscencia que no cesan de llevarnos al mal" (Catech. R. 1, 11, 3).
979 En este combate contra la inclinación al mal, ¿quién será lo suficientemente valiente y vigilante para
evitar toda herida del pecado? "Si, pues, era necesario que la Iglesia tuviese el poder de perdonar los
pecados, también hacía falta que el Bautismo no fuese para ella el único medio de servirse de las llaves
del Reino de los cielos, que había recibido de Jesucristo; era necesario que fuese capaz de perdonar los
pecados a todos los penitentes, incluso si hubieran pecado hasta en el último momento de su vida"
(Catech. R. 1, 11, 4).
980 Por medio del sacramento de la penitencia el bautizado puede reconciliarse con Dios y con la Iglesia:
Los padres tuvieron razón en llamar a la penitencia "un bautismo laborioso" (San Gregorio Nac., Or. 39.
17). Para los que han caído después del Bautismo, es necesario para la salvación este sacramento de la
penitencia, como lo es el Bautismo para quienes aún no han sido regenerados (Cc de Trento: DS 1672).
II EL PODER DE LAS LLAVES
981 Cristo, después de su Resurrección envió a sus apóstoles a predicar "en su nombre la conversión para
perdón de los pecados a todas las naciones" (Lc 24, 47). Este "ministerio de la reconciliación" (2 Co 5,
18), no lo cumplieron los apóstoles y sus sucesores anunciando solamente a los hombres el perdón de
Dios merecido para nosotros por Cristo y llamándoles a la conversión y a la fe, sino comunicándoles
también la remisión de los pecados por el Bautismo y reconciliándolos con Dios y con la Iglesia gracias al
poder de las llaves recibido de Cristo:
La Iglesia ha recibido las llaves del Reino de los cielos, a fin de que se realice en ella la remisión de los
pecados por la sangre de Cristo y la acción del Espíritu Santo. En esta Iglesia es donde revive el alma, que
estaba muerta por los pecados, a fin de vivir con Cristo, cuya gracia nos ha salvado (San Agustín, serm.
214, 11).
982 No hay ninguna falta por grave que sea que la Iglesia no pueda perdonar. "No hay nadie, tan perverso y
tan culpable, que no deba esperar con confianza su perdón siempre que su arrepentimiento sea sincero"
(Catech. R. 1, 11, 5). Cristo, que ha muerto por todos los hombres, quiere que, en su Iglesia, estén siempre
abiertas las puertas del perdón a cualquiera que vuelva del pecado (cf. Mt 18, 21-22).
983 La catequesis se esforzará por avivar y nutrir en los fieles la fe en la grandeza incomparable del don que
Cristo resucitado ha hecho a su Iglesia: la misión y el poder de perdonar verdaderamente los pecados, por
medio del ministerio de los apóstoles y de sus sucesores:
El Señor quiere que sus discípulos tengan un poder inmenso: quiere que sus pobres servidores cumplan en
su nombre todo lo que había hecho cuando estaba en la tierra (San Ambrosio, poenit. 1, 34).
Los sacerdotes han recibido un poder que Dios no ha dado ni a los ángeles, ni a los arcángeles... Dios
sanciona allá arriba todo lo que los sacerdotes hagan aquí abajo (San Juan Crisóstomo, sac. 3, 5).
Si en la Iglesia no hubiera remisión de los pecados, no habría ninguna esperanza, ninguna expectativa de
una vida eterna y de una liberación eterna. Demos gracias a Dios que ha dado a la Iglesia semejante don (San
Agustín, serm. 213, 8).
Sólo Dios perdona el pecado
1441 Sólo Dios perdona los pecados (cf Mc 2,7). Porque Jesús es el Hijo de Dios, dice de sí mismo: "El Hijo
del hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra" (Mc 2,10) y ejerce ese poder divino: "Tus
pecados están perdonados" (Mc 2,5; Lc 7,48). Más aún, en virtud de su autoridad divina, Jesús confiere
este poder a los hombres (cf Jn 20,21-23) para que lo ejerzan en su nombre.
1442 Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración como en su vida y su obra, fuera el signo y el
instrumento del perdón y de la reconciliación que nos adquirió al precio de su sangre. Sin embargo, confió el
ejercicio del poder de absolución al ministerio apostólico, que está encargado del "ministerio de la
reconciliación" (2 Cor 5,18). El apóstol es enviado "en nombre de Cristo", y "es Dios mismo" quien, a través de
él, exhorta y suplica: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20).
2. EXÉGESIS
Manuel De Tuya
Apariciones a los discípulos (Jn.20,19-29)
19 La tarde del primer día de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se hallaban
reunidos los discípulos por temor de los judíos, vino Jesús y, puesto en medio de ellos, les dijo: La
paz sea con vosotros. 20
Y diciendo esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se
alegraron viendo al Señor. 21
Díjoles otra vez: La paz sea con vosotros. Como me envió mi Padre,
así os envío Yo. 22
Diciendo esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; 23
a quienes
perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos. 24
Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Dijéronle, pues,
los otros discípulos: Hemos visto al Señor. 25
El les dijo: Si no veo en sus manos la señal de los
clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos y mi mano en su costado, no creeré. 26
Pasados ocho
días, otra vez estaban dentro los discípulos y Tomás con ellos. Vino Jesús cerradas las puertas y,
puesto en medio de ellos, dijo: La paz sea con vosotros. 27
Luego dijo a Tomás: Alarga acá tu dedo
y mira mis manos, y tiende tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel. 28
Respondió Tomás y dijo: ¡Señor mío y Dios mío! 29
Jesús le dijo: Porque me has visto has creído;
dichosos los que sin ver creyeron.
Estas apariciones a los apóstoles son destacadas en Jn por su excepcional importancia.
La primera tiene lugar en la “tarde” del mismo día de la resurrección, cuyo nombre de la semana era
llamado por los judíos como lo pone aquí Jn: “el primer día de la semana.”
Los once apóstoles están juntos; acaso hubiese con ellos otras gentes que no se citan. No se dice el lugar;
verosímilmente podría ser en el cenáculo (Hec_1:4.13). Los sucesos de aquellos días, siendo ellos los discípulos
del Crucificado, les tenían medrosos. Por eso les hacía ocultarse y cerrar las puertas, para evitar una intromisión
inesperada de sus enemigos. Pero la consignación de este detalle tiene también por objeto demostrar el estado
“glorioso” en que se halla Cristo resucitado cuando se presenta ante ellos.
Inesperadamente, Cristo se apareció en medio de ellos. Lc, que narra esta escena, dice que quedaron
“aterrados,” pues creían ver un “espíritu” o un fantasma. Cristo les saludó deseándoles la “paz.” Con ello les
confirió lo que ésta llevaba anejo (cf. Luc_24:36-43).
Jn omite lo que dice Lc: cómo les dice que no se turben ni duden de su presencia. Aquí, al punto, como
garantía, les muestra “las manos,” que con sus cicatrices les hacían ver que eran las manos días antes taladradas
por los clavos, y “el costado,” abierto por la lanza; en ambas heridas, mostradas como títulos e insignias de
triunfo, Tomás podría poner sus dedos. En Lc se cita que les muestra “sus manos y pies,” y se omite lo del
costado, sin duda porque se omite la escena de Tomás. (....) Esta, como la escena en Lc, es un relato de
reconocimiento: aquí, de identificación del Cristo muerto y resucitado; en Lc es prueba de realidad corporal, no
de un fantasma, contra griegos y docetistas. Naturalmente, el interés apologético en nada desvirtúa la realidad
histórica. Sin ésta fallaría la otra.
Bien atestiguada su resurrección y su presencia sensible, Jn transmite esta escena de trascendental
alcance teológico.
Les anuncia que ellos van a ser sus “enviados,” como El lo es del Padre. Es un tema constante en los
evangelios. Ellos son los “apóstoles” (Mat_28:19; Jua_17:18, etc.).
El, que tiene todo poder en cielos y tierra, les “envía” ahora con una misión concreta. Van a ser sus
enviados con el poder de perdonar los pecados. Esto era algo insólito. Sólo Dios en el A.T. perdonaba los
pecados. Por eso, de Cristo, al considerarle sólo hombre, decían los fariseos escandalizados: Este “blasfema.
¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?” (Mar_2:7 par.).
Al decir esto, “sopló” sobre ellos. Es símbolo con el que se comunica la vida que Dios concede
(Gen_2:7; Eze_37:9-14; Sab_15:11). Por la penitencia, Dios va a comunicar su perdón, que es el dar a los
hombres el “ser hijos de Dios” (Jua_1:12): el poder de perdonar, que es dar vida divina. Precisamente en
Génesis, Dios “insufla” sobre Adán, el hombre de “arcilla,” y le “inspiró aliento de vida” (Gen_2:7) Por eso,
con esta simbólica insuflación explica su sentido, que es el que “reciban el Espíritu Santo.” Dios les comunica
su poder y su virtud para una finalidad concreta: “A quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados; y a
quienes se los retuviereis, les serán retenidos.”
Este poder que Cristo confiere personalmente a los apóstoles no es ni Pentecostés ni la promesa del Espíritu
Santo del Sermón de la Cena.
1) No es Pentecostés. Esta donación del Espíritu en Pentecostés es la que recoge Lc en la aparición de
Cristo resucitado (Luc_24:49), preparando la exposición de su cumplimiento en los Hechos (Hec_1:4-8; c.2).
Pero esta “promesa” es en Lc — Evangelio y Hechos — , junto con la transformación que los apóstoles
experimentaron, la virtud de la fortaleza en orden a su misión de “apóstoles” “testigos.”
2) No es La “promesa” del Espíritu Santo que les hace en el evangelio de Jn, en el Sermón de la Cena
(Jua_14:16.17.26; Jua_16:7-15), ya que en esos pasajes se les promete al Espíritu Santo, que se les comunicará
en Pentecostés, una finalidad “defensora” de ellos e “iluminadora” y “docente.” Jn no puede estar en
contradicción consigo mismo.
3) En cambio, aquí la donación del Espíritu Santo a los apóstoles tiene una misión de “perdón.” Los
apóstoles se encuentran en adelante investidos del poder de perdonar los pecados. Este poder exige para su
ejercicio un juicio. Si han de perdonar o retener todos los pecados, necesitan saber si pueden perdonar o han de
retener. Evidentemente es éste el poder sacramental de la confesión.
De este pasaje dio la Iglesia dos definiciones dogmáticas. La primera fue dada en el canon 12 del quinto
concilio ecuménico, que es el Constantinopolitano II, de 552, y dice así, definiendo:
“Si alguno defiende al impío Teodoro de Mopsuestia, que dijo... que, después de la resurrección, cuando
el Señor insufló a los discípulos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Jua_20:22), no les dio el Espíritu Santo,
sino que tan sólo se lo dio figurativamente., sea anatema.” 12
La segunda definición dogmática la dio el concilio de Trento, cuando, interpretando dogmáticamente
este pasaje de Jn, dice en el canon 3, “De sacramento paenitentiae”:
“Si alguno dijese que aquellas palabras del Señor Salvador: Recibid el Espíritu Santo; a quienes
perdonareis los pecados, les serán perdonados; y a quienes se los retuviereis, les serán retenidos
(Jua_20:22ss), no han de entenderse de la potestad de perdonar y retener los pecados en el sacramento de la
penitencia, como la Iglesia católica, ya desde el principio, siempre lo entendió así, sino que lo retorciese, contra
la institución de este sacramento, a la autoridad de predicar el Evangelio, sea anatema.” 13
En este pasaje de Jn es de fe: a) que Cristo les comunicó el Espíritu Santo (quinto concilio ecuménico);
b) y que se lo comunicó al instituir el sacramento de la penitencia (concilio de Trento).
(...)
En esta aparición del Señor a los apóstoles no estaba el apóstol Tomás, de sobrenombre Dídimo (=
gemelo, mellizo). Si aparece, por una parte, hombre de corazón y de arranque (Jua_11:16), en otros pasajes se le
ve un tanto escéptico, o que tiene un criterio un poco “positivista” (Jua_14:5). Se diría que es lo que va a
reflejarse aquí. No solamente no creyó en la resurrección del Señor por el testimonio de los otros diez apóstoles,
y no sólo exigió para ello el verle él mismo, sino el comprobarlo “positivamente”: necesitaba “ver” las llagas de
los clavos en sus manos y “meter” su dedo en ellas, lo mismo que su “mano” en la llaga de su “costado,” abierta
por el golpe de lanza del centurión. Sólo a este precio “creerá.”
Pero a los “ocho días” se realizó otra vez la visita del Señor. Estaban los diez apóstoles juntos,
probablemente en el mismo lugar, y Tomás con ellos. Y vino el Señor otra vez, “cerradas las puertas.” Jn relata
la escena con la máxima sobriedad. Y después de desearles la paz — saludo y don — se dirigió a Tomás y le
mandó que cumpliese en su cuerpo la experiencia que exigía. No dice el texto si Tomás llegó a ello. Más bien lo
excluye al decirle Cristo que creyó porque “vio,” no resaltándose, lo que se esperaría en este caso, el hecho de
haber cumplido Tomás su propósito para cerciorarse. Probablemente no. La evidencia de la presencia de Cristo
había de deshacer la pertinacia de Tomás. Su exclamación encierra una riqueza teológica grande. Dice: “¡Señor
mío y Dios mío!”
La frase no es una exclamación; se usaría para ello el vocativo (Rev_11:17; Rev_15:3). Es un
reconocimiento de Cristo: de quién es El. Es, además, lo que pide el contexto (v.29). Esta formulación es uno de
los pasajes del evangelio de Jn, junto con el “prólogo,” en donde explícitamente se proclama la divinidad de
Cristo (1Jn_5:20).
(...)
La expresión binomio “Señor y Dios” (Κύριος -θεός ) es la traducción que hacen los LXX de Yahvé 'Eíohím.
Este nombre pasará a la primitiva tradición cristiana (Hec_2:36). Acaso Jn lo toma del ambiente. El Κύριος era
confesión ordinaria para proclamar la divinidad de Cristo.
En el evangelio de Jn se dice de Cristo que se “ha de ir” (muerte/resurrección), que ha de “subir” al
Cielo” — “ascensión” — como plan del Padre para “enviar” el E. S. Y aquí, ¿antes de la “ascensión” ya “envía”
el Espíritu para el “perdón de los pecados”? Una vez que el alma de Cristo se separó del cuerpo, entró en su
gloria: estaba en el cielo; al resucitar Cristo en su integridad gloriosa, estaba en el cielo. Las “apariciones” de
los “cuarenta días,” de las que se habla en los Hechos de los Apóstoles, en nada impiden esta vida celestial y la
“ascensión” de Cristo en su gloria. Jn ve toda una unidad — muerte-resurrección/ ascensión/venida del E.S.,
enviado por Cristo — por su profundo enfoque teológico de estos hechos. (...)
La respuesta de Cristo a esta confesión de Tomás acusa el contraste, se diría un poco irónico, entre la fe
de Tomás y la visión de Cristo resucitado, para proclamar “bienaventurados” a los que creen sin ver. No es
censura a los motivos racionales de la fe y la credibilidad (cf. Rom), como tampoco lo es a los otros diez
apóstoles, que ocho días antes le vieron y creyeron, pero que no plantearon exigencias ni condiciones para su fe:
no tuvieron la actitud de Tomás, que se negó a creer a los “testigos” para admitir la fe si él mismo no veía. El
‘ver’ no sería posible a todos: tanto por razón de la lejanía en el tiempo, como por no haber sido de los
“elegidos” por Dios para ser “testigos” de su resurrección (Hec_2:32; Hec_10:40-42). Es la bienaventuranza de
Cristo a los fieles futuros, que aceptan, por tradición ininterrumpida, la fe de los que fueron “elegidos” por
Dios para ser “testigos” oficiales de su resurrección y para transmitirla a los demás. Es lo que Cristo pidió
en la “oración sacerdotal”: “No ruego sólo por éstos (por los apóstoles), sino por cuantos crean en mí por su
palabra” (Jua_17:20).
Interesaba destacar bien esto en la comunidad primitiva y como lección para el futuro en la Iglesia. El
tiempo pasado en que está redactado el texto — lección mejor sostenida — supone una cierta queja o deseo
insatisfecho en la comunidad cristiana por no haber visto a Cristo resucitado. Era una respuesta oportuna a
esta actitud.
Conclusión,Jua_20:30-31. 30
Muchas otras señales hizo Jesús en presencia de los discípulos que no están escritas en este
libro; 31
y éstas fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que,
creyendo, tengáis vida en su nombre.
Estos versículos tienen la característica de ser el final del Evangelio de Jn. Pero al insertarse luego el c.21, con
otra terminación (Jua_21:24.25), dio lugar a tres hipótesis: 1) el c.21 sería un suplemento añadido a la obra
primitiva por un redactor muy antiguo (Schmiedel, Réville, Mollat); 2) habría sido añadido por el mismo
evangelista después de la primera redacción (Harnack, Bernard, ordinariamente los comentadores católicos); 3)
el c.21 se uniría al c.20, y los v.30 y 31 del c. 20 habrían sido traspuestos después del c.20, a continuación de la
adición de un segundo epílogo (Jua_21:24-25), por un grupo de cristianos, probablemente los ancianos de Efeso
(Lagrange, Durand, Vaganay) 16
.
El evangelista confiesa que Cristo hizo “otras muchas señales,” milagros (Jua_21:25), que son “señales”
probativas de su misión. No sólo fueron hechos y recibidos como dichos, sino “presenciados” por sus
“discípulos.” Esta confesión hace ver que los milagros referidos por Jn en su evangelio son una selección
deliberada de los mismos en orden a su tesis y a la estructura, tan profunda y “espiritual,” de su evangelio.
Están ordenados a probar que Jesús es el “Mesías” y es el “Hijo de Dios.”
Esta es la confesión de fe en El, pero esta fe es para que, “creyendo, tengáis vida en su nombre.”
Para Jn la fe es fe con obras. Es la entrega — fe y obras — a Cristo, para así tener “vida,” todo el tema
del Evangelio, especialmente destacado en el de Jn. Pero esta “vida” sólo se tiene en “su nombre.” Para el
semita, el nombre está por la persona. Aquí la fe es, por tanto, en la persona de Cristo, como el verdadero
Hijo de Dios. Todo el tema del evangelio de Jn.
(DE TUYA, M., Evangelio de San Juan, en PROFESORES DE SALAMANCA, Biblia Comentada, BAC,
Madrid, Tomo Vb, 1977)
3. COMENTARIO TEOLÓGICO
Directorio Homilético
Las lecturas del Tiempo Pascual
51. (…) Hasta el domingo tercero de Pascua, las lecturas del Evangelio relatan las apariciones de Cristo
resucitado. Las lecturas del buen Pastor están asignadas al cuarto domingo de Pascua. En los domingos quinto,
sexto y séptimo de Pascua se leen pasajes escogidos del discurso y de la oración del Señor después de la última
cena» (OLM 99100). La rica serie de lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento escuchadas en el Triduo
representa uno de los momentos más intensos de la proclamación del Señor resucitado en la vida de la Iglesia, y
pretende ser instructiva y formativa para el pueblo de Dios a lo largo de todo el año litúrgico. En el curso de la
Semana Santa y del Tiempo de Pascua, basándose en los mismos textos bíblicos, el homileta tendrá variadas
ocasiones para poner el acento en la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo como contenido central de las
Escrituras. Este es el tiempo litúrgico privilegiado en el que el homileta puede y debe hacer resonar la fe de la
Iglesia sobre lo que representa el corazón de su proclamación: Jesucristo murió por nuestros pecados «según las
Escrituras» (1Cor 15,3), y ha resucitado el tercer día «según las Escrituras» (1Cor 15,4).
52. En primer lugar existe la oportunidad, en especial durante los tres primeros domingos, de transmitir las
diversas dimensiones de la lex credendi de la Iglesia en un tiempo privilegiado como este. Los párrafos del
Catecismo de la Iglesia Católica que tratan de la Resurrección (CEC 638- 658) son, en sí mismos, la
explicación de muchos de los diversos textos bíblicos claves proclamados en el tiempo Pascual. Estos párrafos
pueden ser una guía segura para el homileta que tiene la tarea de explicar al pueblo cristiano, sobre la base de
los textos de la Escritura, lo que el Catecismo, por su parte llama, en diversos capítulos, «el acontecimiento
histórico y trascendente» de la Resurrección, el significado «de las apariciones del Resucitado», «el estado de la
humanidad resucitada de Cristo» y «la Resurrección – obra de la Santísima Trinidad».
53. En segundo lugar, en los domingos del Tiempo de Pascua la primera lectura no está tomada del Antiguo
Testamento sino de los Hechos de los Apóstoles. Muchos pasajes narran ejemplos de la primera predicación
apostólica, en los que podemos reconocer que los propios Apóstoles emplearon las Escrituras para anunciar el
significado de la muerte y la Resurrección de Jesús. Otros narran las consecuencias de esta última y sus efectos
en la vida de la comunidad cristiana. A partir de estos pasajes, el homileta tiene en su mano algunos de sus más
fuertes y fundamentales instrumentos. Observa cómo los Apóstoles se han servido de las Escrituras para
anunciar la muerte y Resurrección de Jesús y se comporta del mismo modo, no solo a propósito del pasaje que
está tratando sino adoptando un estilo similar para todo el año litúrgico. Reconoce, además, la potencia de la
vida del Señor resucitado, que actúa en las primeras comunidades, y proclama con fe al pueblo que la misma
potencia está todavía operante entre nosotros.
54. En tercer lugar, la intensidad de la Semana Santa con el Triduo Pascual, seguido de la gozosa celebración de
los cincuenta días que culminan en Pentecostés, es para los homiletas un tiempo excelente para tejer vínculos
entre las Escrituras y la Eucaristía. Justamente en el gesto de «partir el pan» – recuerda la entrega total de sí por
parte de Jesús en la Última Cena y después en la Cruz – los discípulos se dan cuenta de cuánto ardía su corazón
mientras el Señor les abría la mente para comprender las Escrituras. Todavía hoy es deseable un esquema
análogo de comprensión. El homileta se prepara con diligencia para explicar las Escrituras pero el significado
más profundo de cuanto dice emergerá del «partir el pan» en la misma Liturgia, siempre que haya sabido
resaltar esta conexión (cf. VD 54). La importancia de tales vínculos ha sido mencionada claramente por el Papa
Benedicto XVI en la Verbum Domini: «Estos relatos muestran cómo la Escritura misma ayuda a percibir su
unión indisoluble con la Eucaristía. “Conviene, por tanto, tener siempre en cuenta que la Palabra de Dios leída y
anunciada por la Iglesia en la Liturgia conduce, por decirlo así, al sacrificio de la alianza y al banquete de la
gracia, es decir, a la Eucaristía, como a su fin propio”. Palabra y Eucaristía se pertenecen tan íntimamente que
no se puede comprender la una sin la otra: la Palabra de Dios se hace sacramentalmente carne en el
acontecimiento eucarístico. La Eucaristía nos ayuda a entender la Sagrada Escritura, así como la Sagrada
Escritura, a su vez, ilumina y explica el misterio eucarístico» (VD 55).
(CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio Homilético,
2014, nº 51 - 54)
4. SANTOS PADRES
San Agustín I
Aparición a los discípulos
(Jn 20,19-23).
1. Parece que ayer dimos fin a la lectura de los relatos de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo
según la verdad de los cuatro evangelistas. En el primer día se leyó la resurrección según Mateo; el segundo,
según Lucas; el tercero, según Marcos, y el cuarto, o sea ayer, según Juan. Mas como Juan y Lucas escribieron
abundantemente sobre la resurrección misma y lo que aconteció después de ella, sus relatos no pudieron leerse
en un solo día; de esa manera, ayer escuchamos una parte de Juan, hoy otra, y así hasta que se acabe.
¿Qué hemos escuchado hoy? Que el mismo día de la resurrección, es decir, el domingo, cuando ya de
tarde estaban los discípulos reunidos en un lugar con las puertas cerradas por miedo a los judíos, se les apareció
el Señor en medio de todos. Según testimonio del evangelista, se les apareció dos veces en el mismo día, por la
mañana y por la tarde. El relato sobre la aparición de la mañana ya se ha leído; ahora acabamos de escuchar lo
referente a la aparición de la tarde. No era necesario que yo os recordase estas cosas; vosotros mismos podíais
advertirlas. Sin embargo, pensando en los menos inteligentes y en los más descuidados, me pareció oportuno
mencionarlo para que sepáis no sólo lo que habéis oído, sino también de qué evangelio está tomado lo leído.
2. Veamos, pues, lo que nos propone la lectura de hoy como tema para el sermón 1. La misma lectura
nos invita y en cierto modo nos orienta a que digamos algo sobre cómo el Señor, que resucitó en la solidez de su
cuerpo, de modo que no sólo fue visto, sino también tocado por sus discípulos, pudo aparecérseles estando las
puertas cerradas. Algunos ponen tantas dificultades al respecto, aduciendo contra los milagros del Señor los
prejuicios de sus razonamientos, que están a punto casi de perecer. Así argumentan: «Si tenía cuerpo, si tenía
carne y huesos, si lo que resucitó del sepulcro fue lo mismo que colgó del madero, ¿cómo pudo entrar estando
cerradas las puertas? Si no pudo, dicen, no tuvo lugar; si pudo, ¿cómo pudo?» Si comprendes el cómo, deja de
ser milagro, y, si no crees que se trata de un milagro, estás muy cerca de negar también su resurrección del
sepulcro. Examina los milagros hechos por el Señor ya desde el comienzo y dame la explicación de cada uno de
ellos. Sin contacto de varón, una doncella concibe. Explica cómo sin varón ha concebido una doncella. Donde
falla la explicación, allí se levanta la fe. Ya tienes un milagro en la misma concepción del Señor; escucha otro
referido al parto: una doncella da a luz y permanece virgen. Ya entonces, antes de resucitar, pasó el Señor a
través de puertas cerradas. Me preguntas: «Si entró a través de puertas cerradas, ¿dónde quedan las propiedades
del cuerpo?» Y yo respondo: «Si caminó sobre el mar, ¿dónde queda el peso del cuerpo?» Más todo esto lo hizo
el Señor en cuanto Señor. ¿Acaso dejó de ser Señor después de haber resucitado? Además hizo caminar a Pedro
sobre las aguas; ¿qué hay que decir de esto? Lo que en Cristo pudo la divinidad, en Pedro lo realizó la fe. Pero
Cristo lo hizo porque pudo, Pedro porque Cristo le ayudó. En conclusión, si comienzas a buscar explicación a
los milagros con la sola mente humana, temo que pierdas la fe. ¿Ignoras que nada es imposible para Dios? A
quienquiera que te diga: «Si entró a través de puertas cerradas, no tenía cuerpo», retuércele el argumento. «Si
fue tocado, tenía cuerpo; si comió, tenía cuerpo; y el entrar fue resultado de un milagro, no de la naturaleza.»
¿No es digno de toda admiración el curso ordinario de la naturaleza? Todas las cosas están llenas de milagros,
pero la frecuencia los ha hecho vulgares. Intenta darme explicación; mi pregunta versará sobre lo que vemos a
diario. Explícame por qué la semilla de un árbol tan grande como la higuera es tan pequeña que apenas puede
verse, mientras que la humilde calabaza la produce tan grande. Sin embargo, en aquella semilla tan pequeña,
apenas visible; en aquella pequeñez y estrechez —si aplicas la inteligencia y no la vista— se oculta también la
raíz; dentro de ella está el tronco y las hojas futuras y el fruto que aparecerá en el árbol. Todo está anticipado en
la semilla. No es necesario pasar revista a muchas cosas; las cosas de cada día nadie intenta explicarlas, y tú me
exiges que te explique los milagros. Lee, pues, el evangelio y cree los hechos maravillosos en él contenidos.
Más es lo que ha hecho Dios; la obra que supera a todas las demás no te causa admiración: nada existía y el
mundo existe.
3. «Pero, dices, es imposible a la mole de un cuerpo pasar a través de una puerta cerrada.» —¿Cuánta era su
corpulencia, te lo suplico? —La normal de un hombre. —¿Era, acaso, igual a la de un camello? —De ninguna
manera. —Lee el evangelio, escúchalo; cuando quiso mostrar la dificultad que tiene un rico para entrar en el
reino de los cielos, dijo: Más fácilmente entra un camello por el hondón de una aguja que un rico en el reino de
los cielos. Al oír esto, los discípulos, pensando que era de todo punto imposible que un camello entrase por el
hondón de una aguja, se llenaron de tristeza y dijeron: Si las cosas están así, ¿quién puede salvarse? Si más
fácilmente pasa un camello por el hondón de una aguja que se salva un rico; si un camello no puede en absoluto
pasar por el hondón de una aguja, entonces ningún rico puede salvarse. El Señor les respondió: Lo que es
imposible para los hombres, para Dios es fácil. Dios puede hacer que un camello pase por el hondón de una
aguja e introducir a un rico en el reino de los cielos. ¿Por qué pones dificultades en base a que las puertas
estaban cerradas? Las puertas cerradas tienen, al menos, una rendija; compara la rendija de las puertas con el
hondón de una aguja; compara el volumen de la carne humana con la corpulencia de los camellos y no levantes
calumnias contra la divinidad de los milagros.
(SAN AGUSTÍN, Sermones (4º) (t. XXIV), Sermón 247, 1-3, BAC Madrid 1983, 512-16)
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San Agustín II
El incrédulo Tomás
(Jn 20,24-29).
Escuchasteis cómo a los que creen sin haber visto los alaba el Señor por encima de los que creen porque
han visto y hasta han podido tocar. Cuando el Señor se apareció a sus discípulos, el apóstol Tomás estaba
ausente; habiéndole dicho ellos que Cristo había resucitado, les contestó: Si no meto mi mano en su costado, no
creeré. ¿Qué hubiera pasado si el Señor hubiese resucitado sin las cicatrices? ¿O es que no podía haber
resucitado su carne sin que quedaran en ella rastros de las heridas? Lo podía; pero, si no hubiese conservado las
cicatrices en su cuerpo, no hubiera sanado las heridas en nuestro corazón. Al tocarle, lo reconoció. Le parecía
poco el ver con los ojos; quería creer con los dedos. «Ven, le dijo: mete aquí tus dedos; no suprimí toda huella,
sino que dejé algo para que creyeras; mira también mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente.» Tan pronto
como le manifestó aquello sobre lo que aún le quedaba duda, exclamó: ¡Señor mío y Dios mío! Tocaba la carne
y proclamaba la divinidad. ¿Qué tocó? El cuerpo de Cristo. ¿Acaso el cuerpo de Cristo era la divinidad de
Cristo? La divinidad de Cristo era la Palabra; la humanidad, el alma y la carne. Él no podía tocar ni siquiera al
alma, pero podía advertir su presencia, puesto que el cuerpo antes muerto, ahora se movía vivo. Aquella
Palabra, en cambio, ni se cambia ni se la toca, ni decrece ni acrece, puesto que en el principio existía la
Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Esto proclamó Tomás: tocaba la carne e
invocaba la Palabra, porque la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.
(SAN AGUSTÍN, Sermones (3º) (t. XXIII), Sermón 145 A, BAC Madrid 1983, 277-83
327-28)
5. APLICACIÓN
P. José A. Marcone, IVE
La llaga del costado
(Jn 20,19-31)
Introducción
“En todo el mundo, el segundo Domingo de Pascua recibirá el nombre de Domingo de la Divina
Misericordia”. Son palabras de San Juan Pablo II dichas el 30 de abril de 2000, durante la Misa de canonización
de Santa Faustina Kowalska. De esta manera el Papa magno cumplía un deseo del mismo Jesús, expresado a
Santa Faustina: “Deseo que el primer domingo después de la Pascua de Resurrección sea la Fiesta de la
Misericordia”1.
Ese mismo Jesús se le había aparecido a Santa Faustina plasmando en una imagen lo que sería el punto
focal de su mensaje: la llaga del costado. En efecto, Jesús se presenta de pie, con el dedo índice de la mano
izquierda señalando la llaga del costado; de esa llaga salen dos rayos, uno blanco y otro rojo. La interpretación
de esta imagen se la dio el mismo Jesús a Santa Faustina: “Los dos rayos significan la Sangre y el Agua”2.
Podríamos decir que la imagen del Jesús de la Divina Misericordia, tal como se apareció a Santa
Faustina, es una representación plástica del evangelio de hoy. En efecto, en el evangelio de hoy Jesús,
poniéndose en medio de sus Apóstoles en una actitud demostrativa, muestra su llaga del costado a todos ellos.
En el mismo evangelio de hoy, aunque la escena sucede ocho días después, Jesús reta a Tomás Apóstol a que,
efectivamente, meta los dedos en su llaga del costado.
Por lo tanto, en la llaga del costado de Jesús resucitado se resume todo el mensaje de la divina
misericordia.
1. Una llaga abierta
Santo Tomás de Aquino concibe la llaga del costado de Jesús resucitado con un realismo que apabulla.
Para él, la llaga del costado de Jesús resucitado estaba realmente abierta; cicatrizada, pero abierta. Tanto, que
crea un problema teológico. En efecto, una de las objeciones que recibe su concepción es la siguiente: “El
cuerpo de Cristo resucitó íntegro. Ahora bien, la apertura de las heridas contraría la integridad del cuerpo,
porque a causa de esa apertura se rompe la continuidad del cuerpo. Por lo tanto, no parece conveniente que en el
cuerpo de Cristo resucitado permaneciera la apertura de las heridas. En todo caso, podría haber sido conveniente
que permanecieran las marcas de las heridas, lo cual era suficiente para el órgano de la vista, por el cual Tomás
creyó, tal como está dicho: ‘Porque me viste, Tomás, creíste’”3.
Como vemos, la objeción hace una clara distinción entre lo que sería una marca de la herida (una simple
cicatriz) de una herida abierta, cicatrizada pero abierta. Para el objetor, hubiera sido aceptable que en el cuerpo
de Cristo resucitado estuviesen las marcas de las heridas, las simples cicatrices, pero no ve que sea conveniente
que en el cuerpo de Cristo resucitado permaneciera la apertura misma de las heridas. Y la objeción es seria,
pues pareciera que ponen en peligro la misma integridad del cuerpo resucitado de Cristo.
Santo Tomás acepta que la objeción es seria. Y acepta que, de alguna manera, la apertura de las heridas
rompe la continuidad del cuerpo de Cristo resucitado, poniendo en peligro la integridad de dicho cuerpo. Pero,
sin embargo, sigue afirmando con convicción que la herida del costado de Cristo resucitado estaba abierta;
cicatrizada, pero abierta. Para Santo Tomás la herida del costado del cuerpo resucitado de Cristo es una
verdadera llaga, es decir, una apertura o abertura. Dice él: “Efectivamente: aquella apertura (en latín, apertura)
1 SANTA FAUSTINA KOWALSKA, Diario, nº 299.
2 SANTA FAUSTINA KOWALSKA, Diario, nº 299.
3 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 54, a. 4, obj. 2; traducción y cursiva nuestra.
de las heridas establece una interrupción de la continuidad del cuerpo. Sin embargo, todo esto queda
recompensado por un mayor resplandor de la gloria, de manera que el cuerpo no queda menos íntegro, sino más
perfecto. En efecto, Tomás Apóstol no solo vio, sino que también metió la mano en la herida, como dice el papa
San León”4.
Ahora bien, ¿por qué quiso Jesús que la herida del costado, después de resucitado, permaneciera
abierta? Bastaba con conservar las cicatrices para demostrar que su cuerpo resucitado era numéricamente el
mismo que tenía antes de morir, como bien dice el objetor de la Suma Teológica. ¿Por qué conservar una llaga,
una apertura, una abertura? La respuesta está en la misma naturaleza de la abertura: por una abertura se puede
salir y se puede entrar. Para eso están las aberturas. Jesús quiso conservar la abertura del costado para que
todos recuerden lo que salió de ella: sangre y agua (cf. Jn 19,34). El agua es el símbolo del Espíritu Santo y es
el símbolo de la purificación de los pecados, es decir, del Bautismo. La sangre es el símbolo de la redención y
de la vida, es decir, de la gracia santificante y del alimento de la gracia santificante, la Eucaristía, el sacramento
de su Sangre.
Pero, además, Jesús quiso conservar la abertura del costado para que todos se sientan invitados a entrar
por ella hasta su corazón. El dedo índice de la mano izquierda del Jesús de la Divina Misericordia, tal como se
apareció a Santa Faustina, no sólo está diciendo: ‘Esta es mi sangre de la redención y el agua de la regeneración
que salió de mi costado’, sino que también está diciendo: ‘Esta es la puerta de mi corazón, es decir, mi llaga del
costado, y está abierta para que todo el que quiera entrar, entre; la única condición es que confíe en mi
misericordia’.
Ambos aspectos, el salir de la sangre acuosa y el entrar del creyente hacia el corazón de Cristo, están
expresados en este texto de San Juan Crisóstomo: “¿Deseas descubrir aún por otro medio el valor de esta sangre
de Cristo? Mira de dónde brotó y cuál sea su fuente. Empezó a brotar de la misma cruz y su fuente fue el
costado del Señor. Pues muerto ya el Señor, dice el Evangelio, uno de los soldados se acercó con la lanza, le
traspasó el costado, y al punto salió agua y sangre: agua, como símbolo del bautismo; sangre, como figura de la
eucaristía. El soldado le traspasó el costado, abrió una brecha en el muro del templo santo, y yo encuentro el
tesoro escondido y me alegro con la riqueza hallada”5. ‘El tesoro escondido’ y ‘la riqueza hallada’ no son otra
cosa que el corazón de Cristo, al cual llega el creyente que entró por la brecha abierta con una infinita confianza
en la misericordia de Cristo.
2. Una llaga para siempre
Jesús, al dejar su llaga del costado abierto, ¿pensó sólo en los Doce Apóstoles o pensó también en mí,
que vivo en abril del 2018? También pensó en mí y pensó en todos los hombres de todos los tiempos, hasta el
último hombre que exista sobre la tierra. Esto queda de manifiesto en el hecho que su llaga abierta, su apertura,
su abertura no fue temporal. Fue para siempre.
Esto lo reafirma Santo Tomás de Aquino cuando le objetan que, para certificar la fe de los Apóstoles en
la resurrección de Cristo, bastaba con que sus cicatrices estuvieran en su cuerpo resucitado solamente durante el
tiempo que se apareció a los Apóstoles. Santo Tomás responde: “Cristo en su cuerpo quiso conservar las
cicatrices de sus heridas, no sólo para certificar la fe de los discípulos, sino también por otras razones”6. Una de
esas razones es la siguiente: “Para manifestar a los que han sido redimidos por su muerte cuán
4 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 54, a. 4, ad 2; traducción nuestra. Todo esto coincide perfectamente con el texto del
original griego del evangelio de San Juan. Jesús le dice a Tomás Apóstol: “Trae tu mano y métela en mi costado” (Jn 20,27). Para decir
‘métela’, se usa el verbo griego bállo, que significa, como sentido primario, ‘arrojar’. Pero que, inmediatamente, significa
‘introducir’ (STRONG y VINE, Multiléxico del NT, nº 906). San Jerónimo traduce: “Mitte in latus meum”, es decir, ‘métela en mi
costado’. 5 SAN JUAN CRISÓSTOMO, Catequesis, III,16: SC 50,175.
6 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 54, a. 4, ad 3; traducción nuestra.
misericordiosamente fueron socorridos, poniéndoles delante las pruebas de su misma muerte”7. Y también dice:
“Es algo cierto que el que, al resucitar, restauró en sí mismo a todo hombre, podía también limpiar las cicatrices
de las heridas. Pero las conservó por nuestra utilidad”8. Y agrega en otro lugar: “Cristo llevó al cielo las
cicatrices de sus heridas en testimonio de su amor, para mitigar la ira del Padre de una manera más efectiva, y
para impetrar la gracia para los pecadores”9.
De hecho, esa apertura del costado, tal como Cristo la tiene hoy en su cuerpo resucitado, permanece en
él por un milagro o, como dice Santo Tomás, por dispensación divina: “Fue por dispensación que conservó en
su cuerpo las cicatrices de las heridas, para por ellas probar la verdad de la resurrección, pues al cuerpo
resucitado incorruptible le corresponde toda la integridad”10
. Y acepta como verdadero un texto de San Juan
Damasceno donde dice lo siguiente: “Después de la resurrección, ciertas cosas se dicen de Cristo con verdad,
pero no según la naturaleza, sino por dispensación divina, para certificar que el cuerpo que resucitó es el mismo
que padeció, como, por ejemplo, las cicatrices”11
.
Y así llega la conclusión: “De donde es evidente que las cicatrices que Cristo mostró después de su
resurrección en su cuerpo, en lo sucesivo nunca fueron removidas de aquel cuerpo”12
. Por lo tanto, Jesucristo
tiene hoy en su cuerpo la llaga del costado abierta en forma de abertura. Y la tiene así para mí, por amor a mí,
para que yo, hoy, abril de 2018, comprenda el inmenso amor que me tiene. Para que recuerde que por esa puerta
salió sangre y agua, y para que me sienta invitado a entrar por ella, confiando en su infinita misericordia.
El Jesús de la Divina Misericordia, tal como se le apareció a Santa Faustina Kowalska, no es otra cosa
que la realización de esta verdad bíblica que acabamos de exponer. Los rayos que salen del Jesús de la Divina
Misericordia y su mano izquierda señalando la llaga no hacen otra cosa sino poner delante de los que han sido
redimidos la prueba de su amor por nosotros, es decir, las pruebas de su muerte.
Pero, además, Santo Tomás pone otra razón, ya insinuada en uno de los textos recién citados: “Fue
conveniente que el alma de Cristo, en la resurrección, asumiera su cuerpo con las cicatrices. Una de las razones
es para mostrar siempre al Padre, ante el cual está suplicando por nosotros, cuál fue el género de muerte que
soportó por el hombre”13
. O sea que la llaga del costado no nos habla solamente a nosotros, sino que habla
también al Padre.
Esta realidad tiene un eco muy claro en San Pablo. Él dice: “Jesús posee un sacerdocio perpetuo porque
permanece para siempre. De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya
que está siempre vivo para interceder en su favor” (Heb 7,24-25). Jesús intercede en favor nuestro ante el Padre
mostrándole la llaga del costado que, aún ahora, tiene en su cuerpo.
3. Los efectos de la llaga del costado
La llaga del costado de Jesús es para nosotros no sólo una prueba de su amor y de su misericordia, no
sólo una invitación a acercarnos a su corazón, sino que es también la causa de nuestro perdón. En efecto, en el
mismo evangelio de hoy se cumple, a través de la llaga del costado, la efusión del Espíritu Santo que se realizó
en la cruz cuando de esa misma llaga salió agua y sangre. Podríamos decir que, así como en la cruz, a través del
costado traspasado, fue hecha la efusión del Espíritu Santo para el perdón, así también en el evangelio de hoy,
7 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 54, a. 4, c; traducción nuestra.
8 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S. Ioannis lectura, caput 20, lectio 4; traducción nuestra.
9 De beatitudine, cap. 1; traducción nuestra. Este escrito, durante algún tiempo se creyó que era de Santo Tomás; ahora se duda.
Pero de todas maneras forma parte del Corpus Thomisticum y figura como de IGNOTUS AUTOR. 10
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Compendio de Teología, Lib I, cap. 238, c.; traducción nuestra. 11
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 54, a. 4, obj. 3; traducción nuestra. 12
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 54, a. 4, ad 3; traducción nuestra. 13
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 54, a. 4, c; traducción nuestra.
en el aula sagrada del Cenáculo, a través de la llaga del costado del cuerpo de Cristo glorificado, Jesús nos da
efectivamente el Espíritu Santo para el perdón de los pecados.
Cuando Jesús sopla sobre los Apóstoles y les dice: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22), les está dando
realmente el Espíritu prometido, y se lo está dando a ellos para que perdonen los pecados: “A quienes perdonéis
los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20,23).
“Por la dación del Espíritu Santo, Cristo les da a ellos la idoneidad para el oficio de perdonar los
pecados, como también dice San Pablo: ‘Cristo nos hizo ministros idóneos del Nuevo Testamento, no según la
letra, sino según el Espíritu’ (2Cor 3,6). Y acerca de esta dación del Espíritu primero pone el signo de dicha
dación, que es la insuflación14
, cuando dice ‘sopló’. De manera semejante se dice en la creación del hombre:
‘Insufló en su rostro un espíritu de vida’ (Gén 2,7), cosa que el primer hombre depravó, a saber, la vida natural.
Pero Cristo reparó esto, dando el Espíritu Santo. (…) Después pone el fruto de dicha dación: ‘A quienes
vosotros perdonéis los pecados, le serán perdonados’ (Jn 20,23), lo cual es un conveniente efecto del Espíritu
Santo, a saber, la remisión de los pecados. Esto es así porque el Espíritu Santo es amor, y por Él nos es dado a
nosotros el amor, como dice San Pablo: ‘El amor de Dios ha sido derramado sobre nuestros corazones por el
Espíritu Santo que nos ha sido dado’ (Rm 5,5). En efecto, la remisión de los pecados no se hace sino por el
amor. Porque la caridad cubre todos los pecados; como dice San Pedro: ‘La caridad cubre la multitud de los
pecados’ (1Pe 4,8)”15
. Otra vez, como en la cruz, de la llaga del costado brota el Espíritu que hace idóneos a los
ministros para que perdonen los pecados de los hombres.
Pero, atención, porque, si bien es Dios quien en definitiva perdona, también se puede decir con absoluta
propiedad que es el ministro el que perdona, es decir, el sacerdote católico. Dice Santo Tomás: “¿Por qué dice
‘a quienes vosotros perdonéis’ si solo Dios perdona los pecados? Respecto a esto algunos dicen que solo Dios
perdona la culpa, y que el sacerdote absuelve solamente del reato de pena, y que solo declara al pecador
absuelto de la mancha de culpa. Pero esto no es verdadero, pues el sacramento de la penitencia, dado que es un
sacramento de la Ley Nueva, confiere la gracia, como también el Bautismo la confiere. (…) En el sacramento
de la penitencia el sacerdote absuelve de pena y culpa sacramentalmente e instrumentalmente, en cuanto da el
sacramento en el cual los pecados son perdonados. (…) Por lo tanto, del mismo modo que Dios perdona y
retiene los pecados, de igual manera también lo hace el sacerdote”16
.
Conclusión
La llaga del costado de Jesús es como el resumen de todo el Evangelio. De ella brota la redención, de
ella brota el perdón de los pecados, de ella brota la gracia santificante, de ella brota el Espíritu Santo, de ella
brota el Bautismo, de ella brota la Eucaristía, de ella brota la Iglesia Católica.
El domingo de hoy, Domingo de la Divina Misericordia, es una invitación a tomar conciencia del valor y
el poder de esta llaga. Es una invitación a beber del costado, como dice San Juan Crisóstomo refiriéndose a la
sangre del cordero pascual rociada en las jambas de las puertas de los israelitas antes de salir de Egipto: “Si hoy,
pues, el enemigo, en lugar de ver las puertas rociadas con sangre simbólica, ve brillar en los labios de los fieles,
puertas de los templos de Cristo, la sangre del verdadero Cordero, huirá todavía más lejos”17
.
Pero, sobre todo, el Domingo de la Divina Misericordia es una invitación a ver la llaga del costado de
Jesús como una fuente de la infinita misericordia de Dios. El mismo Jesús de la Divina Misericordia se
14
Nota literaria: tanto la palabra ‘insuflación’ como la palabra ‘dación’, recién usada, son vocablos pertenecientes a la lengua castellana (cf. DRAE). 15
SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S. Ioannis lectura, caput 20, lectio 4; traducción nuestra. 16
SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S. Ioannis lectura, caput 20, lectio 4; traducción nuestra. El texto latino de la última frase es el siguiente: “Eodem ergo modo quo Deus remittit et retinet peccata, simul et sacerdos”. 17
SAN JUAN CRISÓSTOMO, Ibidem.
preocupó por darle a Santa Faustina esta interpretación de su llaga. Narra Santa Faustina: “Por penitencia
sacramental el P. Andrasz me hizo rezar la coronilla que me enseñó Jesús. Mientras rezaba la coronilla, de
repente, oí una voz que decía: ‘Oh, qué gracias más grandes concederé a las almas que recen esta coronilla;
las entrañas de Mi misericordia se enternecen por quienes rezan esta coronilla. Anota estas palabras, hija
Mía, habla al mundo de Mi misericordia para que toda la humanidad conozca la infinita misericordia Mía. Es
una señal de los últimos tiempos; después de ella vendrá el día de la justicia. Todavía queda tiempo, que
recurran, pues, a la Fuente de Mi Misericordia, se beneficien de la Sangre y del Agua que brotó para ellos’.
Oh almas humanas, ¿dónde encontrarán refugio el día de la ira de Dios? Refúgiense ahora en la Fuente de la
Divina Misericordia. Oh, qué gran número de almas veo que han adorado la Divina Misericordia y cantarán el
himno de gloria por la eternidad”18
.
El Jesús de la Divina Misericordia le dice claramente a Santa Faustina que la Fuente de Su Misericordia
es la llaga de donde brotó Sangre y Agua. Y Santa Faustina agrega que esa llaga es el refugio del pecador para
el día de la ira de Dios. Se hacen presentes los dos aspectos de la abertura del costado: de ella sale la
misericordia de Dios y por ella se entra al corazón de Cristo, que es el refugio para el pecador.
Que la Santísima Virgen María nos conceda la gracia de amar con toda confianza esa llaga del costado
de Cristo, aceptar la infinita misericordia que sale de ella y entrar por ella hasta el corazón de Cristo.
Papa Francisco
“Paz a vosotros”
Todavía resuena en todos nosotros el saludo de Jesús Resucitado a sus discípulos la tarde de Pascua: «Paz a
vosotros« (Jn 20,19). La paz, sobre todo en estas semanas, sigue siendo el deseo de tantos pueblos que sufren la
violencia inaudita de la discriminación y de la muerte, sólo por llevar el nombre de cristianos. Nuestra oración
se hace aún más intensa y se convierte en un grito de auxilio al Padre, rico en misericordia, para que sostenga la
fe de tantos hermanos y hermanas que sufren, a la vez que pedimos que convierta nuestros corazones, para pasar
de la indiferencia a la compasión.
San Pablo nos ha recordado que hemos sido salvados en el misterio de la muerte y resurrección del Señor Jesús.
Él es el Reconciliador, que está vivo en medio de nosotros para mostrarnos el camino de la reconciliación con
Dios y con los hermanos. El Apóstol recuerda que, a pesar de las dificultades y los sufrimientos de la vida,
sigue creciendo la esperanza en la salvación que el amor de Cristo ha sembrado en nuestros corazones. La
misericordia de Dios se ha derramado en nosotros haciéndonos justos, dándonos la paz.
Una pregunta está presente en el corazón de muchos: ¿por qué hoy un Jubileo de la Misericordia? Simplemente
porque la Iglesia, en este momento de grandes cambios históricos, está llamada a ofrecer con mayor intensidad
los signos de la presencia y de la cercanía de Dios. Éste no es un tiempo para estar distraídos, sino al contrario
para permanecer alerta y despertar en nosotros la capacidad de ver lo esencial. Es el tiempo para que la Iglesia
redescubra el sentido de la misión que el Señor le ha confiado el día de Pascua: ser signo e instrumento de la
misericordia del Padre (cf. Jn 20,21-23). Por eso el Año Santo tiene que mantener vivo el deseo de saber
descubrir los muchos signos de la ternura que Dios ofrece al mundo entero y sobre todo a cuantos sufren, se
encuentran solos y abandonados, y también sin esperanza de ser perdonados y sentirse amados por el Padre. Un
Año Santo para sentir intensamente dentro de nosotros la alegría de haber sido encontrados por Jesús, que,
como Buen Pastor, ha venido a buscarnos porque estábamos perdidos. Un Jubileo para percibir el calor de su
amor cuando nos carga sobre sus hombros para llevarnos de nuevo a la casa del Padre. Un Año para ser tocados
por el Señor Jesús y transformados por su misericordia, para convertirnos también nosotros en testigos de
misericordia. Para esto es el Jubileo: porque este es el tiempo de la misericordia. Es el tiempo favorable para
18
SANTA FAUSTINA KOWALSKA, Diario, nº 848.
curar las heridas, para no cansarnos de buscar a cuantos esperan ver y tocar con la mano los signos de la
cercanía de Dios, para ofrecer a todos, a todos, el camino del perdón y de la reconciliación.
Que la Madre de la Divina Misericordia abra nuestros ojos para que comprendamos la tarea a la que estamos
llamados; y que nos alcance la gracia de vivir este Jubileo de la Misericordia con un testimonio fiel y fecundo.
(PAPA FRANCISCO, Homilía en la celebración de las Primeras Vísperas del II Domingo de Pascua o de la
Divina Misericordia, Basílica Vaticana, Sábado 11 de abril de 2015)
San Juan Pablo II
La misericordia divina
(…)
2. "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Sal 117, 1).
Hagamos nuestra la exclamación del salmista, que hemos cantado en el Salmo responsorial: la misericordia del
Señor es eterna. Para comprender a fondo la verdad de estas palabras, dejemos que la liturgia nos guíe al
corazón del acontecimiento salvífico, que une la muerte y la resurrección de Cristo a nuestra existencia y a la
historia del mundo. Este prodigio de misericordia ha cambiado radicalmente el destino de la humanidad. Es un
prodigio en el que se manifiesta plenamente el amor del Padre, el cual, con vistas a nuestra redención, no se
arredra ni siquiera ante el sacrificio de su Hijo unigénito.
Tanto los creyentes como los no creyentes pueden admirar en el Cristo humillado y sufriente una solidaridad
sorprendente, que lo une a nuestra condición humana más allá de cualquier medida imaginable. La cruz, incluso
después de la resurrección del Hijo de Dios, "habla y no cesa nunca de decir que Dios-Padre es absolutamente
fiel a su eterno amor por el hombre. (...) Creer en ese amor significa creer en la misericordia" (Dives in
misericordia,7).
Queremos dar gracias al Señor por su amor, que es más fuerte que la muerte y que el pecado. Ese amor se revela
y se realiza como misericordia en nuestra existencia diaria, e impulsa a todo hombre a tener, a su vez,
"misericordia" hacia el Crucificado. ¿No es precisamente amar a Dios y amar al próximo, e incluso a los
"enemigos", siguiendo el ejemplo de Jesús, el programa de vida de todo bautizado y de la Iglesia entera?
3. Con estos sentimientos, celebramos el II domingo de Pascua, que desde el año pasado, el año del gran
jubileo, se llama también domingo de la Misericordia divina. Para mí es una gran alegría poder unirme a todos
vosotros, queridos peregrinos y devotos, que habéis venido de diferentes naciones para conmemorar, a un año
de distancia, la canonización de sor Faustina Kowalska, testigo y mensajera del amor misericordioso del Señor.
La elevación al honor de los altares de esta humilde religiosa, hija de mi tierra, representa un don no sólo para
Polonia, sino también para toda la humanidad. En efecto, el mensaje que anunció constituye la respuesta
adecuada y decisiva que Dios quiso dar a los interrogantes y a las expectativas de los hombres de nuestro
tiempo, marcado por enormes tragedias. Un día Jesús le dijo a sor Faustina: "La humanidad no encontrará paz
hasta que se dirija con confianza a la misericordia divina" (Diario, p. 132). ¡La misericordia divina! Este es el
don pascual que la Iglesia recibe de Cristo resucitado y que ofrece a la humanidad, en el alba del tercer
milenio.
4. El evangelio, que acabamos de proclamar, nos ayuda a captar plenamente el sentido y el valor de este don. El
evangelista san Juan nos hace compartir la emoción que experimentaron los Apóstoles durante el encuentro con
Cristo, después de su resurrección. Nuestra atención se centra en el gesto del Maestro, que transmite a los
discípulos temerosos y atónitos la misión de ser ministros de la misericordia divina. Les muestra sus manos y su
costado con los signos de su pasión, y les comunica: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo"
(Jn 20, 21). E inmediatamente después "exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo; a
quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos"" (Jn
20, 22-23). Jesús les confía el don de "perdonar los pecados", un don que brota de las heridas de sus manos, de
sus pies y sobre todo de su costado traspasado. Desde allí una ola de misericordia inunda toda la humanidad.
5. Revivamos este momento con gran intensidad espiritual. También a nosotros el Señor nos muestra hoy sus
llagas gloriosas y su corazón, manantial inagotable de luz y verdad, de amor y perdón.
¡El Corazón de Cristo! Su "Sagrado Corazón" ha dado todo a los hombres: la redención, la salvación y la
santificación. De ese Corazón rebosante de ternura, santa Faustina Kowalska vio salir dos haces de luz que
iluminaban el mundo. "Los dos rayos -como le dijo el mismo Jesús- representan la sangre y el agua" (Diario, p.
132). La sangre evoca el sacrificio del Gólgota y el misterio de la Eucaristía; el agua, según la rica simbología
del evangelista san Juan, alude al bautismo y al don del Espíritu Santo (cf. Jn 3, 5; 4, 14).
A través del misterio de este Corazón herido, no cesa de difundirse también entre los hombres y las mujeres de
nuestra época el flujo restaurador del amor misericordioso de Dios. Quien aspira a la felicidad auténtica y
duradera, sólo en él puede encontrar su secreto.
6. "Jesús, en ti confío". Esta jaculatoria, que rezan numerosos devotos, expresa muy bien la actitud con la que
también nosotros queremos abandonarnos con confianza en tus manos, oh Señor, nuestro único Salvador.
Tú ardes del deseo de ser amado, y el que sintoniza con los sentimientos de tu corazón aprende a ser constructor
de la nueva civilización del amor. Un simple acto de abandono basta para romper las barreras de la oscuridad y
la tristeza, de la duda y la desesperación. Los rayos de tu misericordia divina devuelven la esperanza, de modo
especial, al que se siente oprimido por el peso del pecado.
María, Madre de misericordia, haz que mantengamos siempre viva esta confianza en tu Hijo, nuestro Redentor.
Ayúdanos también tú, santa Faustina, que hoy recordamos con particular afecto. Fijando nuestra débil mirada en
el rostro del Salvador divino, queremos repetir contigo: "Jesús, en ti confío". Hoy y siempre. Amén.
(SAN JUAN PABLO II, Homilía en la celebración eucarística del Domingo de la Misericordia Divina, Domingo
22 de abril de 2001)
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iNFO - Homilética.ive
Función de cada sección del Boletín
Homilética se compone de 7 Secciones principales:
Textos Litúrgicos: aquí encontrará Las Lecturas del Domingo y los salmos, así como el Guion para la
celebración de la Santa Misa.
Directorio Homilético: es un resumen que busca dar los elementos que ayudarían a realizar un enfoque
adecuado del el evangelio y las lecturas del domingo para poder brindar una predicación más uniforme,
conforme al DIRECTORIO HOMILÉTICO promulgado por la Congregación para el Culto Divino y la
Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede en el 2014.
Exégesis: presenta un análisis exegético del evangelio del domingo, tomado de especialistas, licenciados,
doctores en exégesis, así como en ocasiones de Papas o sacerdotes que se destacan por su análisis
exegético del texto.
Santos Padres: esta sección busca proporcionar la interpretación de los Santos Padres de la Iglesia, así
como los sermones u escritos referentes al texto del domingo propio del boletín de aquellos santos
doctores de la Iglesia.
Aplicación: costa de sermones del domingo ya preparados para la predica, los cuales pueden facilitar la
ilación o alguna idea para que los sacerdotes puedan aplicar en la predicación.
Ejemplos Predicables: es un recurso que permite al predicador introducir alguna reflexión u ejemplo
que le permite desarrollar algún aspecto del tema propio de las lecturas del domingo analizado.
¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética?
El Instituto del Verbo Encarnado fue fundado el 25 de Marzo de 1984, en San Rafael, Mendoza,
Argentina. El 8 de Mayo de 2004 fue aprobado como instituto de vida religiosa de derecho Diocesano en
Segni, Italia. Siendo su Fundador el Sacerdote Católico Carlos Miguel Buela. Nuestra familia religiosa tiene
como carisma la prolongación de la Encarnación del Verbo en todas las manifestaciones del
hombre, y como fin específico la evangelización de la cultura; para mejor hacerlo proporciona a los
misioneros de la familia y a toda la Iglesia este servicio como una herramienta eficaz enraizada y nutrida
en las sagradas escrituras y en la perenne tradición y magisterio de la única Iglesia fundada por
Jesucristo, la Iglesia Católica Apostólica Romana.
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