Pági
na3
Agradecimientos
Traducción Maia8 Male♥
Corrección lavi
Revisión LadyPandora
Diseño KatieGee
Pági
na4
Índice
Sinopsis ......................................................................................... 5
17 horas.......................................................................................... 6
Sobre la autora ............................................................................ 14
Pági
na5
Sinopsis Traducida por Male♥
Corregida por lavi
uliana tiene dos mejores amigas: Sarah y McKenzie. Pero cuando Sarah
es secuestrada ante sus ojos, ella y McKenzie deciden ir a «salvarla». En
esta novela, Juliana tendrá que usar su cerebro, y recordar la lealtad. Si
todo va bien, Sara estará de vuelta, los secuestradores entre rejas, y todas
ellas vivas. Si no, Juliana debería dejar a la policía «lidiar» con esto.
J
Pági
na6
17 Horas Traducido por Maia8 y Male♥
Corregido por lavi
stoy sentada en mi cama, presa del pánico. ¿Qué he hecho? ¡Soy una
amiga horrible!, pienso. Todo está borroso y estoy muy asustada. No sé
qué hacer. Pero bueno, permíteme dar marcha atrás y explicártelo todo.
Tal vez me calme un poco.
Yo y mi mejor amiga Sarah estábamos caminando por la calle principal y
mirando los platos de porcelana china en la ventana. Estábamos cantando
canciones sobre comidas y lugares. La cosa era así. Sara diría: «Me gustan las
fresas». Y yo le contestaría con un lugar. Como, «Colorado tiene fresas». Fue
así durante mucho tiempo. Era tonto, pero se pasaba el tiempo.
—¡Ooh! —exclamó Sarah—. ¡Apuesto a que a mi madre le encantaría aquel
para su cumpleaños!
Estábamos comprando regalos para su madre, y decidimos dar un viaje
sorpresa a las tiendas para echar un vistazo.
—Creo que el rosa sería mejor —digo enfáticamente—. Me estoy cansando,
¿podemos ir por un helado de al lado? —Sarah me despidió, moviendo las
manos.
—Bien, bien. Estaré allí en un minuto. Déjame pagar esto.
Me encogí de hombros y caminé por la calle. Por supuesto, la tienda estaba
llena. Me tropecé al atravesar la puerta y ponerme en la fila. Mientras
esperaba, miré afuera, a lo largo de la calle. Vi a Sarah hablando con un chico,
sujetando los dos platos que habíamos mirado antes. A los pocos minutos, me
encontraba en la parte delantera de la fila.
—Um... ¿me puede poner dos helados uno doble de fresa y otro de vainilla con
sirope de caramelo y dulces de chocolate, por favor? —lo digo tan rápido que
tengo que repetirlo. Un chico detrás de mí resopla. Le lanzo una mirada, luego
inmediatamente me siento avergonzada. No lo miro por el resto del tiempo.
Meto el cambio en mis vaqueros y corro hacia Sarah. Ella seguía hablando con
el chico. Me di cuenta que tenía grandes músculos, sobresalían debajo de su
camiseta roja. No lo pensé dos veces, aunque me imaginé que Sarah estaba
coqueteando. Típico.
—¡Sarah! —la llamo. Entonces, de repente, ese chico musculoso se lanza
hacia Sarah. Su sonrisa se desvanece. Ella gritó y dejó caer los platos de
porcelana. La llamo por su nombre, pero el chico la lanza por encima de su
hombro y corre hacia el coche.
Dejo caer mi helado de vainilla y corro tras ellos.
E
Pági
na7
—¡Alto! —grito—. ¡Fuego! ¡Por aquí! ¡QUE ALGUIEN ME AYUDE! —grito tan
fuerte como puedo, pero, o nadie estaba mirando o algo parecido. Todavía no
entiendo cómo la gente puede estar tan ciega. Sarah está pateando y gritando
con todas sus fuerzas, pero estoy muy lejos para alcanzarla.
Sarah me ve y grita:
—¡Fresa!
Parpadeo... No lo entiendo.
—¡Sarah! —digo con desesperación. Busco mi teléfono móvil y oprimo el 911.
El oficial tarda una eternidad en atender.
—Hola, ¿cuál es su emergencia? —dice la oficial al teléfono. Yo trato de
contarle lo ocurrido, pero estoy sollozando incontrolablemente para ese
momento.
—Está bien, sólo dime lo que pasó y todo irá bien.
Ella suena muy tranquilizadora... Quiero creerla.
—¡Mi amiga... e-e-ella acaba de ser s-se-secuestrada! —gimo al teléfono.
La oficial me presiona para obtener detalles.
—¿A qué hora? ¿Dónde? ¿Puedes describir a la víctima, y al secuestrador?
Lloro un poco más cuando dice «la víctima», suena tan... a película de cine.
Cuento todo lo que sé y la oficial me da las gracias. Ella promete que se harán
cargo de mi amiga. Temblando, presiono FINALIZAR en mi teléfono. Lo pongo
de nuevo en el bolsillo y voy calle abajo. Mi casa está por el camino. Abro la
puerta de mi casa y corro a la oficina de mi madre.
—Cariño, ¿qué pasa? —pregunta, luciendo preocupada. Sollozando le cuento
toda la historia y ella agarra el teléfono que está colgado. Marca el número de
la madre de Sarah. Tomó un tiempo, pero estoy bastante segura de que oí
gritos y lamentos.
Mamá cuelga luciendo devastada.
Entonces, aquí estoy ahora, en mi habitación. Sola. Asustada por mi mejor
amiga, que ha sido secuestrada aproximadamente hace 4 horas.
Me sentía como un bebé grande, pero empecé a llorar de nuevo. ¿Por qué
Sarah? Él debería haberme llevado a mí en su lugar. Me siento horrible.
Al día siguiente, mi otra amiga McKenzie vino. Fue muy embarazoso.
Empezamos a hablar de Sarah, y cómo era.
—Ella estaba SIEMPRE con su teléfono —dice McKenzie.
—Y nunca aceptaba un «no» por respuesta —recordé. Vimos una película,
pero no llegamos a acabarla. La rubia en ella siempre estaba con su teléfono, y
yo y McKenzie simplemente nos pusimos a llorar. Ella la detuvo y yo la apagué.
Subimos a mi habitación, abrazándonos.
—¿Qué piensas que haría Sarah en esta situación? —McKenzie sorbe por la
nariz.
Sólo niego con la cabeza.
—No sé... habría venido tras nosotras, probablemente.
Lentamente, McKenzie levanta la cabeza.
Pági
na8
Entonces, lo supuse.
—No, mala idea, MALA idea.
Pero sé que estoy pensando, por supuesto, Sarah vendría tras de mí... es lo
menos que puedo hacer. Cambio de opinión.
—Está bien, ¿tal vez podríamos conseguirlo? —McKenzie sonríe.
—Por supuesto que podemos, porque somos verdaderas amigas ¿no?
Hacemos planes para salir en 30 minutos. Quiero decir, sé que esto es
apresurado, pero, ¡Sarah podría estar en problemas! Tenemos que salvarla, y
rápido. Añado ropa extra, unas botellas de agua, comida y las necesidades del
baño. McKenzie camina hasta su casa para coger bocadillos, ropa, su teléfono,
y un GPS. De esta forma si nos perdemos alguna de las dos, ¡entonces
sabremos dónde está la otra!
¿Ves? Me digo a mí misma. Hemos tomado precauciones... todo irá bien. Trato
de sentirme mejor, pero las mariposas en mi estómago no están ayudando.
Antes de darme cuenta, estamos escondidas en el callejón.
—Entonces, ¿por dónde empezamos? —digo con incertidumbre. McKenzie
simplemente se encoge de hombros.
—Dijiste que el auto era negro, ¿cierto? ¿Y se dirigió al oeste de la calle
principal? —me dice ella. Estamos de acuerdo en empezar por ahí. El aire se
está poniendo cada vez más oscuro y frío. Me pregunto si mis padres están
preocupados. Dejamos una nota... diciendo que íbamos a estar fuera durante
unos días. Ahora me siento culpable. ¿Qué pasa si mis padres están
preocupados? ¿Y si están llamando a la policía? ¿Qué hay de...? Una pequeña
voz habla en mi cabeza. Basta ya, dice. Vas a estar bien. Escúchame. Está
bien. Tú. Estarás. Bien. Deja de enloquecer. Tomo una respiración profunda y
la dejo salir. McKenzie me mira, y luego a la tienda de dulces que todavía está
abierta. Frunzo el ceño, pero, de todos modos, nos dirigimos dentro. Sólo estoy
continuando con esto porque los empleados podrían haber visto hacia donde
se fue el auto.
McKenzie se acerca a la caja, dando un golpe ligero al mostrador. Un joven se
escabulle fuera de la habitación trasera.
—¿Qué les sirvo? —Él se esfuerza por lograr las palabras. Puedo ver que a él
le gusta McKenzie. Fracasa al ocultarlo.
—¿Me puedes poner algunos caramelos de menta y, um, regaliz rojo? —le
pregunta mi amiga con dulzura. El dependiente se sonroja y se apresura a
agarrar una bolsa de dulces. ¡Incluso añadió algunas golosinas amargas!
—Um, teníamos muchas. La casa invita —tartamudea él. McKenzie echa un
vistazo a la etiqueta con su nombre.
—¿Por qué? Gracias, David —se ríe. Decido que esto está tomando mucho
TIEMPO. Sarah ha sido secuestrada... y mi amiga estaba coqueteando.
—Uh, ¿llegaste a ver un Sudán Negro por aquí esta tarde? —digo,
esperanzada.
—Sí, ¿por qué? —responde David.
Pági
na9
—Por nada, nuestros familiares estaban asombradísimos.
Me siento mal por haber mentido, pero, ¿qué otra cosa podía decir?
David señala.
—Conducían por las vías del tren antes. —Todavía parece desconfiar, pero
creo que no nos ha descubierto.
—Bueno, adiós —se apresura McKenzie, y tira de mí hacia la puerta.
—¡Dios, estaba buenísimo! —chilla ella justo en mi oído. No respondo, sólo
sigo caminando.
Al instante llegamos a las vías del tren. Por el rabillo del ojo veo un Sudán
Negro estacionado bajo un árbol. McKenzie y yo nos acercamos para
investigar. Las puertas están abiertas por lo que entramos y empezamos a
buscar.
—¡McKenzie! ¡He encontrado un brazalete de color rosa! ¿Lo reconoces?
Lo sostengo. McKenzie frunce el ceño, mirándolo fijamente.
—¡Oh! Se lo regalé por su duodécimo cumpleaños —dice ella de repente.
Asiento con la cabeza.
—Entonces vamos por buen camino —digo esto con confianza, aunque estoy
asustada. Nunca he hecho nada como esto antes. Caminamos por las vías,
pero pronto estamos muy cansadas. McKenzie mira su teléfono para
comprobar la hora.
—22:02 —informa ella. Bien, pienso discretamente, eso significa que han
pasado alrededor de 4 horas desde el secuestro.
Ambas caemos dormidas profundamente. Yo estaba parpadeando ante la luz
nocturna de la luna cuando el teléfono de McKenzie empieza a sonar. Lo
descuelgo y respondo.
—¿Hola?
Me responde una voz aguda.
—¿Hola? ¿McKenzie eres tú? ¡Necesito tu ayuda! Los secuestradores, ellos...
¡AYUDA!
Oigo gritos en el fondo y a una voz diciendo:
—Descubre a quién llamó, y lo que saben. —Cuelgo, respirando con dificultad.
Le hago rodar a McKenzie y tomamos un desayuno rápido de manzanas y
agua. Mientras comemos le explico lo que había sucedido. Pronto estamos en
la carretera otra vez.
—¿Puedes rastrear la llamada? —pregunta McKenzie preocupada. Puedo
notar que está nerviosa por la forma en que continúa temblando. Coloco mi
chaqueta sobre sus hombros y me da una débil sonrisa—. Gracias —susurra.
Durante 2 horas, caminamos por las vías del tren, sin nada más que el campo
por delante y por detrás de nosotras. Finalmente, respondo a su pregunta.
—Creo que podríamos ser capaces de rastrearlo. Pero no estoy muy segura.
Podemos darle un empujoncito.
Ella asiente y saca su móvil.
Pági
na1
0 —Entonces, inténtalo tú primero.
Me lo entrega. Voy a la lista de llamadas recibidas, e, indudablemente, dice
«Eddie Traunton. Larkspur, CO». Frunzo el ceño. Está bien, Larkspur está en
Colorado, y el secuestrador es Eddie Traunton. Sólo que no hay nada bueno en
TODA la información que estamos recibiendo.
—¿Cómo es que el malo, Eddie, prestó su móvil a Sarah? —McKenzie se
encoge de hombros.
—Vamos a entregarlo a la policía.
No quiero hacerlo, pero supongo que es lo mejor.
Caminamos un par de kilómetros, y para entonces, ya es tarde. Tan pronto
como llegamos a la comisaría más cercana, nos adentramos en ella.
—¡Traemos nuevas noticias sobre el secuestro de Smith! –gritamos sobre la
gran mesa. Es de mármol, y está llena de pilas de papeles. Un diseño hermoso
surca el fondo del escritorio, por lo que parece como si estuviera flotando en el
aire.
Aunque tan pronto como la oficial habla, dejo de buscar en el escritorio.
—Nuestra amiga, Sarah Smith fue secuestrada ayer, hace menos de 7 horas.
Ella nos llamó, desde el teléfono de los secuestradores, que nos dio la
ubicación de donde está siendo recluida.
Hago una pausa, luego añado:
—O eso creemos.
La policía nos estudia, luego habla por su walkie-talkie. Esperamos
pacientemente, y luego se gira de nuevo hacia nosotras.
—Les damos las gracias por su tiempo, pero esto es un asunto policial.
Enviaremos a un policía para que las lleve a casa.
Miro las mejillas de McKenzie enrojecer y ella da un paso hacia delante.
—No lo creo, señora. Hemos traído la información, así que tenemos que IR —
dice ella tan rotundamente que doy un paso atrás. La policía se recupera
primero.
—¡Por supuesto que no! Eso es absurdo, me niego a dejarlas ir —farfulló.
—¿Y qué hay si tenemos MÁS información? —le pregunta mi amiga
astutamente. La tenía comiendo de su mano.
—Bueno —murmura la oficial—. Es tu responsabilidad cuidar a todos los
ciudadanos, y su responsabilidad ayudar de todas las maneras que puedas –-
suelta ella.
—Estaríamos ayudando a nuestra amiga cuando salga. Ella necesitará alguien
en quien apoyarse, ¿no? —digo razonablemente.
—No sé, tal vez debería llamar a sus padres.
Para alguien con un papel tan grande, ¡no estaba segura en absoluto!
—Eso no será necesario, ya los he llamado para hacerles saber que íbamos a
salvar a nuestra amiga —la engaña Kenzie. Finalmente, la oficial suspira.
—Está bien. Pueden venir, pero si causan el menor problema, entonces se irán
directo a casa.
Las dos asentimos, y prometemos portarnos bien.
Pági
na1
1
De pronto, estamos montando en la parte trasera de un coche patrulla. En la
parte delantera, un oficial recibe una llamada por su walkie-talkie.
—¿Qué? Sí, señor, de acuerdo.
Él cuelga y dice:
—Apareció un artículo que comenta que si los Smith no pagan $ 10.000.000
para mañana, entonces, ella estará acabada. Chicas, tenemos 10 horas.
McKenzie y yo nos sentamos en silencio en el asiento de atrás, procesando las
malas noticias.
—¿Así que cuando empezamos, realmente teníamos 17 horas? —supone
Kenzie. No me molesto en contestar, simplemente miro por la ventana el
paisaje cambiante. Un sueño a la deriva, flotante, borroso.
Lo siguiente que sé es que estamos parados frente a un almacén. El oficial
Conner está recogiendo algunos esparadrapos, cigarrillos, cecina, y paquetes
de zumo de manzana.
—¿Para quién es el zumo de manzana? —digo con curiosidad.
—Para ustedes, chicas, y para la señorita Sarah.
Estuve a punto de reír
—¿La señorita Sarah?
McKenzie me sonríe. Tan trágica como era la situación, no podríamos
conseguir suficiente aventura.
El camino parece que nunca termina y me aburro rápido. McKenzie y yo nos
quedamos dormidas nuevamente, y cuando nos despertamos nos encontramos
en la ciudad de Larkspur.
—Esto es realmente anticuado —remarcó McKenzie. El oficial Conner nos
sonríe.
—Sí, me encanta esta vieja ciudad. Tan tranquila y silenciosa. No hay nada
como el aire del campo —digo. Le sonrío de vuelta—. El paisaje es mucho más
agradable que en nuestra ciudad.
Entonces, todos nos quedamos en silencio para admirar la naturaleza.
Después, el oficial Conner está dirigiéndose a la estación de policía. Habla
durante un rato, y esperamos.
Vuelve al auto y lo pone en marcha. Nos vamos.
—¿Oficial Conner? ¿Por qué se detuvo? —llamo al asiento delantero.
—Oh, ¿eso? Estaba preguntando la dirección de la casa de Eddie Traunton.
Nos lleva otros buenos 20 minutos llegar a la casa. Ahora, son las 03:20. Eso
nos deja 8 horas para salvar a Sarah.
El oficial Conner nos ordena agacharnos en nuestros asientos a medida que
nos acercamos a la casa.
Este tipo es un poco tonto, pienso. Va a una parte que la policía ya conoce. Me
agacho tras la protección de los asientos. Nos acercamos a la casa y nos
Pági
na1
2 tiramos detrás de un arbusto. Otros policías están allí hablando por teléfono,
dando órdenes, y comiendo galletitas saladas.
—Esto es genial —le susurro a McKenzie. Ella asiente, con los ojos
agrandados. Antes de que supiésemos lo que estábamos haciendo, salimos del
coche con rapidez y en silencio. Seguimos al oficial Conner hacia el lado de la
casa. Nadie está mirando, así que abrimos una ventana. Oímos ruidos sordos
en una habitación, y veo al chico de grandes músculos reclinado en una silla.
Profundamente dormido. Perfecto.
Abro la puerta que está haciendo todo el ruido.
—¿Hola? ¿Sarah? —llamo en la oscuridad.
—¿Mph? ¡Aquí! —Llega como respuesta. McKenzie enciende la luz y nos
quedamos sin aliento. Allí, Sarah se sienta en una silla, atada con cuerdas. Con
los pies cruzados y la cabeza atada hacia atrás en dirección al techo. Corremos
hacia delante y la desatamos tan rápido como podemos. Ella respira con
dificultad, y empieza a llorar.
—¡Fue HORRIBLE! —solloza. Nos abrazamos y lloramos juntas antes de notar
que la puerta se abría de un portazo.
—¿QUÉ ESTÁIS HACIENDO AQUÍ? —aúlla una voz sobre nuestras cabezas.
Miro hacia arriba y veo al chico corpulento, Eddie, de pie. Resoplo, tratando de
no parecer asustada, a pesar de estarlo.
—¿Qué piensas? ¡ABRAZARNOS! —grito, tan fuerte como él.
Frunce el ceño y me coge en brazos.
—Tienes una mala actitud, ¿De qué manera te gustaría sentarte en la silla de
honor? McKenzie me mira con los ojos muy abiertos antes de actuar.
—¡DÉJALA EN EL SUELO, MONSTRUO! —grita muy fuerte. Eddie se agacha
y la golpea con fuerza.
McKenzie sale volando, y golpea una pared. Se desploma. Grito, y Sarah se
arrastra hacia adelante, desesperada. Entonces, la puerta sale volando,
golpeando a Eddie Traunton justo en la cabeza. Me suelta, y Sarah y yo
alcanzamos a McKenzie. Nos abrazamos, llorando de alegría o de dolor, no
estoy segura de la verdadera razón. Los policías llegan y nos regañan, pero
luego nos dicen «maravilloso». Incluso, conseguimos un «IMPRESIONANTE»
del oficial Conner.
Pronto, estamos de camino a casa, con todo el mundo comentando que
McKenzie y yo somos unas heroínas.
—No fue nada, en serio —digo modestamente para el periódico a la mañana
siguiente.
—¿Nos hemos perdido algo de la historia? —pregunta un reportero. McKenzie
salta a la directa, torciendo la historia.
—Bueno, Sarah fue secuestrada. Decidí que los amigos leales debían ir tras
ella, Juliana (esa soy yo) decidió acompañarme. Luego, caminamos por las
vías del tren para seguir al Sudán Negro, e informamos a la policía. Les di la
Pági
na1
3 dirección de mi teléfono, y luego encontramos la casa. Desaté a Sarah, y
Juliana tuvo una pelea con el malo. Traté de salvarla, pero él me dio un
puñetazo tirándome contra la pared. Iba a levantarme, pero luego la policía
entró y aquí estamos. —Termina la historia con aspecto satisfecho—. ¿Tiene
todo eso? —le pregunta al reportero, que todavía está tomando notas.
Cojo el teléfono y decido llamar a Sarah.
—¿Alguna vez conseguiste un regalo para tu madre? —pregunto.
—No, ¿quieres ir a mirar mañana con McKenzie? —inquiere.
—Um, yo... —Sarah me interrumpe.
—Mi papá va a venir con nosotras, y podemos tomar un helado de vainilla y
fresa.
Ahora estoy tentada.
—Bien, iré.
Me río, y ella también lo hace.
Cuelgo, y me voy a casa.
Fin.
Pági
na1
4
Sobre la autora
insley Bargaine vive en Islandia y para el voleibol. Es una total
amante de los deportes, entre ellos el fútbol, el esquí y las caminatas.
Le gustan las historias de aventuras y de humor y no puede vivir sin música.
A
Top Related