Jardín de ilusiones
Capítulo uno
Veinte días faltan para mi cumpleaños, momento tan esperado en la vida de toda
jovencita que añora llegar a los quince, ¡sé que todavía no los he cumplido!, pero ya
me ciento de esa edad y aún más cuando mis amigas han estado diciéndome las
diferencias de tener catorce y haber cumplido los quince ya. ¡No me ha ayudado en lo
absoluto! Estoy tan ansiosa, que no puedo dejar de planificar todas las actividades que
realizaré cuando llegue el momento.
A pesar de las constantes acotaciones de mi madre sobre mi estado de ánimo, no he
querido agregarle otro punto adicional a su paranoica vida, al decirle mi idea; por temor
a su reacción y el griterío que seguro hará, cuando le informe que voy a hacer el día
de mi festejo.
Cuando comento sobre los preparativos de la fiesta, mis padres sólo ríen y me dejan
con la sensación que no quieren participar de ella, además debo decir, que no se han
pronunciado a favor o en contra de la iniciativa que les propuse la semana pasada.
En esa oportunidad les solicité que mi fiesta fuese realizada en un salón grande, que
no era posible pensar en hacerla en nuestra casa como los años anteriores — ¡los
quince sólo se cumplen una vez en la vida!— les repetí como doscientas veces, pero
ellos no me han dicho que sí o que no, por lo que puedo deducir es que todavía están
inseguros de embarcarse en este festejo tan relevante. Claro que también no pueden
dejarme marginada de la decisión que tomen, pero a mí sí me interesa estar presente
cuando ellos decidan cómo harán mi fiesta de los quince.
Mi madre cree que debo seguir siendo una niñita, pero estoy decidida a luchar por
demostrarle que cumplir quince hará que cambie para siempre, a pesar que sea una
odisea. Es por ello que hoy me propongo someterla nuevamente al interrogatorio de
preguntas sobre la fiesta, no dejaré ir la oportunidad de presionarla para conseguir lo
que quiero. Creo, bien en el fondo, que ella por ser adulta me conoce mejor que nadie,
pero no puedo dejarla creer que tiene la razón en todo, sino por el contrario, siempre
viviré al amparo de lo que ella proponga para mi vida.
Mi grupo de amigas va a venir a mi casa esta tarde, espero tener claro la realización
de mi fiesta de los quince para cuando ellas lleguen. Espero contar con sus ideas para
la decoración, la comida, pero sobre todo para la ropa que usaré ese día. Porque para
esos son mis amigas, para ayudarme en momentos como éste. Hemos estado juntas
desde el jardín de niños y me he dado cuenta que forman parte de mi esencia, sin ellas
esta vida no sería igual, además de unidas somos como hermanas, eso sí tendríamos
que ser sextillizas, y creo que juntan no habría familia que nos soportase. Las seis
juntas formamos una gran fuerza, que en otras ocasiones ha organizado y planificado
tremendas batallas, contra lo que creemos es un sistema perverso y hemos peleado a
codo firme, sin tranzar nuestros principios, que dicho sea de paso los hemos creado
nosotras mismas. Pero los detalles de dichos acontecimientos se los contaré más a
delante, porque mis amadas compañeras de lucha han llegado y tengo que
convencerlas que sean mis apoyos al momento de conversar con mis padres.
Al momento que mi madre abrió la puerta, me quedé asombrada de la impresión de
ver el batallón de rescate y su inimaginable arsenal de armas femeninas que
ingresaban, con tal poder que no cabía duda alguna que estábamos preparados para
dar la pelea y era el instante preciso para hacerlo. Ellas saludaron afectuosamente a
mi progenitora y se fueron ubicando a su alrededor, de modo de rodearla, para
impedirle su posible escape. Estando allí bajé en los últimos escalones de la
alfombrada y bien cuidada escalera y me dirigí de lleno hacia el grupo. Eso era lo que
estaba esperando, un lugar preciso y concreto, donde no cabía la posibilidad de
escape. ¡Hora de contratacar! Con todas las planificadas frases y muecas en el rostro
para producir el efecto deseado. ¡Convencer a mi santa madre! De las grandiosas
ideas para celebrar mi cumpleaños. Pero después de varios intentos, todo quedó en
nada, porque a ella le sonó su grandioso celular y se puso a hablar con su amargado
jefe, al mismo tiempo que nos hizo un gesto de silencio y caminó unos pasos hacia la
cocina, dejándonos con tal incertidumbre que ninguna de las seis jovencitas que
estábamos allí de pie, logró sacarse la tristeza y amargura del fracaso.
— ¡Ufffffff! Que mala pata tenemos –fue la única frase que se puede repetir de todas
las dicha, porque ninguna se quedó conforme con el esfuerzo que habíamos puesto
en lo planificado y no habíamos conseguimos nada.
— ¡Ese maldito teléfono la salvó de comprometerse! Pero, claro que buscaremos otras
ocasiones, para ir de nuevo con nuestro propósito.
—No te preocupes María José, nosotras estaremos lista para la siguiente oportunidad.
¡Claro que debe ser pronto!, porque de lo contrarios estaremos haciendo lo mismo
hasta el día de tu cumpleaños y para ese entonces, no podremos ejecutar lo que
tenemos planificado.
— ¡Calma! ¡Calma!, muchachas, eso no pasará, se los garantizó.
Mejor me calló, aunque sé perfectamente que la Soledad tiene razón, no tengo porque
apoyar su idea, eso sería aceptar la derrota y no estoy dispuesta a perder, no mientras
quede tiempo y sobre todo, tenga a mis fieles refuerzos con ideas nuevas, para
convencer a mis padres de dar la más espectacular fiesta de todo los tiempos. ¡Tendré
que negociar algunas cosas! Pero, eso lo veremos en el camino, por ahora está
suficientemente claro que cuento con el respaldo de mis amigas para concebir una
nueva estrategia de ataque, para alcanzar lo que hemos estado organizando por
meses.
El grupo de refuerzo está convencido que puede con su trabajo encomendado y ya
están planeando una nueva iniciativa, esta vez será mi padre, el que tenga la
responsabilidad de decidir. Ellas dicen que los hombres son más dóciles frente a sus
hijas y por tanto hemos creado una situación de conflicto entre nosotras para que él se
vea siendo parte de la discusión y pueda darnos su opinión y en ese preciso momento,
será cuando lo incluiremos en uno de los bandos. Desde ese instante en adelante,
tendrá que apoyar a una de las partes y se verá implicado en cualquiera de los dos
bandos que escoja. ¡Esa es la mejor trampa que hemos creado hasta el momento!,
sólo esperemos que suceda. Luego iremos viendo cómo la llevamos a cabo, sin que
mi papá se dé cuenta que ha sido parte de la mejor de las organizaciones de un
cumpleaños número quince.
Después que el comité pro fiesta “cumplo quince” se marchó de casa, mi madre vino
a la habitación a sondear mi ánimo, pero ella no sabía que le estaba esperando con
nueva iniciativa, por lo que cuando entró a mi pieza, fue el momento de involucrarla de
lleno en la organización.
— ¡Creo que me doy por vencida con lo que respecta a la fiesta!, ustedes pueden
hacer lo que quieran, sólo comuníqueme su decisión cuando ya la hayan tomado.
Además, estoy convencida de que nada de lo que pueda decirles les hará cambiar de
opinión, ¿o estoy equivocada madre?
— ¡Bueno hija!, tú sabes lo que opinamos con tu papá.
— ¡Lo sé! Pero, creí que como soy su única hija, que cumple sus quince sólo una vez
en la vida y obtuve las mejores notas en el colegio. Sería un premio a todo ese
esfuerzo, además todas mis amigas han hecho una gran fiesta de cumpleaños número
quince y no es justo que sea distinta a las demás adolescentes del barrio. ¡Pero bueno,
como tú dices!, ya sé cómo piensan del tema, y me doy por vencida, ¡ustedes ganan!
¿Puedes dejarme ahora sola? Tengo que pensar cómo les diré esto a las chicas y
cómo enfrentar a todos los invitados que tenía para la fiesta. ¡Mamá sé amable y cierra
la puerta cuando salgas por favor!
Esperé que cerrara la puerta y me levante de mi cama, dirigiéndome a escuchar la
conversación que tendría con mi padre. Siempre que quería saber lo que hablaban,
salía por la ventana del segundo piso y me colgaba en el árbol, que estaba junto a la
casa, allí me colocaba pegada a la pared de la habitación de ellos y podía escuchar
claramente todo, y digo todo, los que ellos se decían, en especial cuando discutían.
— ¿Quieres que todos hablen mal de nosotros? –decía mi madre en un tono
preocupado.
— ¡No! Ella estará bien, no te preocupes –era la respuesta de mi padre.
— ¡Creo que estamos mal!
—Debemos mantenernos firme en lo que le hemos dicho.
—Creo que eres cruel con ella, todas sus amigas han hecho fiesta fuera de casa,
además cumple quince, ya no podemos hacerle una fiesta infantil con globos y juegos.
Ella es una jovencita que quiere sentirse grande.
¡La bomba había caído! Ahora era tiempo de esperar con mucha, mucha calma. Ellos
no están acostumbrados a estar peleados entre sí, además hay que ganar tiempo,
porque la fingida pelea con mis amigas, para que mi papá se comprometiera y se viese
obligado a decidir apoyarnos a hacerla fiesta en el salón del hotel Nueve lunas y un
sol; que es el mejor lugar de toda la ciudad, no había sucedido aún y ese evento, es
un pilar que está faltando, para nuestros planes de llevar a cabo la fiesta.
Sé que estos artilugios que he armado no van con mis principios, pero claro está que
debo sobreponerlos por una buena causa, como dice el profesor de lenguas, “el fin
justifica los medios”, creo que esa frase es de algún personaje de la historia, no sé
muy bien ¿Quién fue?, pero el profesor la repite como si fuese su creación y yo no
estoy aquí para contradecirlo, sino por el contrario, creo estar de acuerdo que, uno
debe hacer lo necesario para conseguir lo que se propone.
No tengo más que esperar, es hora de hacer mi mejor dramatización ante mis padres.
— ¡Mamá, papá! Voy a decirles a mis amigas que no habrá fiesta ¿Puedo ir a sus
casas a conversar con cada una de ella?, creo que me será más fácil hacerlo así, que
todas juntas ¿no les parece? De todas formas, es preciso hacerlo ahora que mañana,
un momento triste y complicado es mejor que la vergüenza del siglo, si esperamos el
día del cumpleaños.
Giré mis pies para dirigirme a la salida de casa, esperando alguna reacción de ellos,
pero nada. Cerré la puerta muy despacio e inicie la bajada de los cuatro peldaños de
la firme escalera de cemento. Estaba llegado al último, cuando escuché el grito de mi
madre.
— ¡Espera cariño! —me dijo ella.
—No te vayas tan rápido —exclamó mi padre— tenemos que conversarlo un poco
más, mañana temprano tendremos una decisión tomada con respecto a la celebración
de tu cumpleaños.
— ¡Los quiero muchos! —exclamé al momento que salía por la puerta nuevamente.
No quise presionarlo más, es hora de dejarlos que conversen entre ellos, sé que su
decisión será la más conveniente para mí. Es momento de reunir a la tropa para iniciar
el segundo asalto. Esto no es una guerra cualquiera, sino más bien una donde sé que
seré vencedora, sólo tengo que tener paciencia y esperar a la siguiente etapa de plan
cumpleaños feliz.
Estaba segura que era mejor quedarme en casa, para escuchar lo que decían mis
padres, pero si me marchaba ahora, se quedarían con la sensación de haberme herido
y ese sí que era un muy buen punto a mi favor. Después de todo, los padres no quieren
ver sufrir a sus hijos, muchos menos los míos que dicen quererme tanto.
Caminaba por la vereda muy distraída, tratando de pensar lo que venía a continuación
y si mis amigas ya habían logrado aprenderse sus líneas de la magistral pelea entre
nosotras. Al llegar a la esquina miré hacia ambos lados de la calle y me dispuse a
cruzar, estaba en el cuarto o quizás quinto paso, cuando una rueda de una moto me
empujó con mucha fuerza hacia un costado de la avenida. No supe qué fue lo que me
sucedió, cuando mi cabeza fue a parar en medio del cemento, pues el dolor fue tan
agudo que sólo recuerdo unas figuras deforme que se movían y me hacían preguntas,
claro que no entendía todas las palabras que decían, sino que más bien sólo el
comienzo; el final de éstas, eran confusas y no lograba comunicarme con ellas, para
decirles que me dolía todo.
Escuché la baliza de la ambulancia y luego unas personas estaban tratando de
colocarme algo en mi cuello, era como irme a algún lado y cuando volvía, había otras
personas allí conmigo haciendo preguntas, diciéndome algo que no entendía; sólo
quería ver a mi madre, le llamaba a grito, pero ella no estaba allí.
Cuando llegamos al hospital local, lo primero que sentí fueron unas manos conocidas,
eran de ella; mi madre estaba conmigo, ahora estaba segura. Eso fue lo último que
recuerdo de ese momento, lo demás todo fue oscuro y silencioso.
Capitulo dos
Hay muchas personas en la habitación del hospital. Están mis padres, mis abuelos
maternos, mi tía Patricia, su hija Alejandra, mis amigas Soledad, Sofía, Marcela,
Josefina y por supuesto María Gracia. Todas ellas miraban hacia la cama donde
estaba acostada. Sus ojos estaban expectante para ser los primeros, en ver cuando
abriese los míos pero, de eso hacía ya unas interminables horas.
Pasaron varios doctores para revisar la ficha que estaba colgada a los pies de la cama,
pero ninguno ellos dijo palabra alguna sobre mi condición.
Creo que todos esperaban que de un momento a otro yo despertara y nada de lo que
me había sucedido fuese verdad, pero la realidad es una cruel amiga, que cuando se
hace presente no te quiere dejar, por más que le digas que estas bien, ella sólo se
queda allí a tu lado, como una parte de ti que no quiere abandonarte.
Al fin mis ojos decidieron abrirse solos, ni siquiera me informaron que estaban
haciendo, sino que por el contrario ellos tomaron la firme disposición de ver lo que
estaba allí afuera, pero sin decirle al resto de mi cuerpo. Mis padres que estaban allí
se ubicaron enfrente para poder verme mejor, me decían palabras, me acariciaban el
pelo, pero yo no entendía nada de los que ellos trataban de hacer. Les veía, les
escuchaba, pero no lo lograba entender lo que trataban de decirme.
Luego vino una enfermera y colocó una nueva bolsa colgada en una especie de brazo
y todo volvió a ser oscuro.
Cuando volví a abrir mis ojos, están sólo mis padres sentados en un sillón grande. Mi
madre tenía entre sus manos la cadena de plata con la medalla de San Expedito, y la
frotaba entre sus delicados dedos, al tiempo que murmura una oración. Ella
permanecía inclinada hacia delante, con sus ojos cerrados y unas grandes lágrimas
corrían por sus mejillas. De pronto levantó su cabeza para mirarme y allí nos
encontramos en una fracción de segundo. Ella en su desesperación y yo en la
crecidamente angustia por no poder entender lo que me sucedía, pero cuando se
levantó y vino hacia mí, sus cálidos brazos me sostuvieron y me acogieron con tanto
amor, que no era necesario palabras.
Estuvimos abrazadas mucho tiempo, no sé realmente cuánto, pero cuando mi padre
se nos unió, ambas sentimos un choque eléctrico que nos hizo retroceder unos
centímetros la una de la otra. Ella me miró y me hizo una seña que me calmó, que me
dejo la sensación que algo bueno había ocurrido y que esperaba que fuese una
reacción de mi cuerpo, que iniciaba la recuperación, pero no entendí nada más de lo
que ella trabaja de decirme.
Lo siguiente fue cuando llegó María Gracia a la habitación y se acercó a mi rostro para
darme un tremendo besote que sonó muy fuerte y mi boca trato de decirle algo, que
no entendí, pero algo había dicho y todos los que estaban presentes allí, rieron, pues
sus rostros reflejaban alegría, por eso creía que también era bueno para mí. Yo ni
siquiera sabía lo que estaba ocurriendo conmigo, tenía claro que no lograba
comunicarme con nadie, aún más, no podía mover mi cuerpo. Todo eso hacía que lo
único que podía hacer era ver y reconocer los rostros, pero no entendía lo que decían
y no pronunciaba palabras que ellos pudiesen comprender.
Las horas pasaban y todo seguía igual, mi condición médica era la misma. Estaba
consiente, despierta porque tenía los ojos abierto, pero había un solo problema no
lograba comunicarme con nadie más que no fuera conmigo misma.
Mi madre se aferraba a las oraciones a San Expedito, mi padre la acompañaba y mis
cinco inseparables dormían sentadas en el único sillón de la habitación del hospital.
Además de eso, todo seguía igual que el día anterior.
¡Tengo miedo de continuar así por siempre! ¿Estaré destinada a no hablar nunca más?
O sólo es cuestión de tiempo ¿Todos los días de mi miserable vida serán de la misma
forma? ¿Permaneceré en esta cama recluida todos y cada uno de los días que tenga
de vida? ¿Creo que estoy muerta en vida?
¡Oh no! Creo que me estoy dejando llevar por la sensación de pesadez del mi
subconsciente, que dice que ya no hay vuelta atrás, que todo se ve de color negro en
el futuro, que nada de lo que pueda pensar para mi vida podrá llevarse a cabo, porque
ya estoy muerta, a pesar de que mi cuerpo se resiste. No logro que me entiendan y
mucho menos yo les comprendo lo que me dicen, pero estoy aquí. Me reusó a
abandonar este planeta, este cuerpo y sobre todo mi vida, a la cual amo con todas mi
fuerzas.
¿He sido poco delicada al decir estas verdades? Pero sin duda alguna me hará bien
estar revisando constantemente mis prioridades en estos momentos, porque me dice
que todavía estoy en carrera y que no he soltado la marcha, que continuo al frente de
mi existencia, que no he dejado que otros decidan por mí y hoy hago la promesa de
seguir adelante pese a todo.
En este momento me han sacado de la habitación para llevarme por un largo pasillo.
Las personas que empujan la camilla se detienen frente a una puerta y me dejan allí,
pero en ese instante llega una hermosa cara varonil que me sonríe y hace que ingrese
a una nueva pieza. — ¡Uggggg, hace mucho frio en este lugar! —se ponen mis pelos
de punta. El hombre percibe mi sensación de frio y me cubre con una fracasa cálida,
luego me coloca sobre una nueva base metálica y me empuja al interior de una gran
máquina, me deja allí y se retira.
El ruido de esta maldita máquina no cesa, es como estar dentro del motor de un
camión, que va acelerando siempre sin bajar la marcha ¡Este sonido me va a matar!
Que alguien me ayude, no soporto más esto. Y de pronto todo termina y vuelvo a ver
ese gentil rostro del hombre, que me enseña todos sus dientes con la sonrisa que
cubre su cara.
Voy de nuevo por el pasillo largo, pero ahora no me detengo frente a la puerta, sino
que continúo más lejos. Allí están los rostros de mis padres, que al mirarme tienen sus
ojos llenos de lágrimas. ¿Es acaso algo malo que me van a hacer ahora? O es que
ellos tienen tanto miedo o será que la incertidumbre de lo que viene es más potente
y no los deja tranquilos para que me puedan despedir.
¡No! ¡No! ¡No! No quiero ingresar a esa habitación, los ojos de mis padres me dicen
que tenga miedo. Me opongo a que me hagan cualquier cosa que estén pensando,
mejor me llevan de regreso a la habitación donde he estado. Pero de pronto una
mascarilla es colocada en mi rostro y al respirar todo vuelve a ser oscuro.
Estoy volando por la habitación y puedo ver que hay hombres de blanco metidos en
mi cabeza. Lo digo literalmente, unas manos con guantes está cortando mi cabeza con
una cierra circular. ¡Hay mucho ruidooo! De nuevo las manos se meten en mi cabeza,
ahora lo hacen con una cosa que van empujando y al mismo tiempo miran en un
monitor el recorrido de esta particular sonda, porque lleva un cámara que filma todo a
su paso. Se detienen ¡Allí esta lo que buscan! Y comienza la succión de aquella
materia amoratada, deforme, viscosa y de un aspecto asqueroso. Después de eso
todo eso, vuelvo a la oscuridad.
Llegará el día en que todos nosotros estaremos muertos, pero hoy no será ese día
para mí, sino que por el contrario es el momento preciso para volver a la vida cotidiana,
a hacer todo aquellos que se nos ocurre, en especial a la mía, porque pronto seré una
nueva persona, esa que corre, juega, conversa y discute con sus amigas. ¡Haaa! Y no
olvidar que debo ejecutar todas aquellas actividades que he planificado llevar a cabo,
para poder celebrar mi cumpleaños.
¡Qué lejano suena eso! Parece que hacen muchos días o bien meses que estoy aquí,
no puedo llevar la cuenta, porque cada vez que despierto pareciese que fuera un día,
claro que no se si hubo un ayer o si estoy en una mañana. Creo que todo esto está
muy confuso para poder explicarlo, pues apenas me doy cuenta de lo que digo en ese
momento, el que viene después no lo sé o no puedo recordarlo, además en mi
condición médica, ¡No tiene valor saberlo!, porque no ayudan a la recuperación.
Hubo un tiempo donde todo era importante, la vida era cotidiana y frecuente, era lo
relevante, pues era y eso contaba, pero ahora que pareciera tengo un diez por ciento
de ella, creo que me hace falta y la echo de menos. ¡Qué crueldad esta vida! No la
valoras cuando la tienes y cuando ya no está, pucha que la sientes. Inevitable reflexión,
pero de todas forma tardía, porque ya no cuenta, es demasiado tarde. Ahora sólo
queda quejarse de lo perdido, pero nunca retractarse de aquello que se vivió, sin
importar que te des cuenta y no haber hecho lo suficiente para cambiar.
El aprendizaje en estas condiciones es cruel e inhumano, pero pucha que sirve, porque
ingresa hasta lo más profundo de tu ser y no te deja jamás, se encarga de estar allí
presente, de guardar hasta lo más mínimo para poder recordártelo más tarde. Así se
vuelve en un dolor presente y constante, que te recuerda quién eres y qué están
haciendo con tu vida.
Cuando esto acabe, replantearé mi vida, mis prioridades y sobre todo aquello que me
hace feliz, eso será mi único norte. Mis preocupaciones serán cómo llegar a conseguir
la felicidad en esta vida y no afanarme en hacer planes para conseguirlo. Sólo las
cosas verdaderas ocuparan mi mente y esas que son banales se irán muy lejos de
mis pensamientos.
No dejaré que otros impongan sus ideas sobre aquello que pienso o deseo. Creo que
la lista es larga, pero yo la haré corta, debo procurar ser feliz y no pasarme la vida
buscando fantasmas que oscurezcan la belleza de la vida.
Hoy hay muchas personas nuevamente en la habitación del hospital. Todos están con
caras y ojos ansiosos, esperando algo que no sé lo que es, pero intuyo que tiene que
ver conmigo. Cuando todo esto acabe les podré contar lo ridículo que se veían en este
momento, y seguramente reiremos a carcajada de aquellos momentos críticos donde
ni ellos me entendían ni yo comprendían lo que intentábamos decirnos.
Capitulo tres
— ¿Cómo estas hoy pequeña mía? María José, ¿Puedes escuchar lo que decimos?
—Sí, porque no entendería lo que me dice.
Las risas, los abrazos, los cuerpos sobre el mío. Todo era un alboroto, la alegría de
ellos me contagio e inicie una contagiosa risa, que más bien era una forma de
preguntar ¿Qué están haciendo todos aquí?, pero como todos se veían felices no tuve
el valor de formular dicha pregunta.
Lo único que sé es que estamos juntos, mis padres, mis abuelos y mis amigas del
alma. Pero ¿Qué hago en este lugar? Y ¿Por qué están todos tan alegre?
— ¡Llamen al doctor Gutiérrez! –gritó mi abuelo Manuel, al momento que se le caían
unas lágrimas por el rostro, pero ni siquiera intentaba limpiárselas.
— ¡Cariño…! ¿Estás bien? —me preguntó mi padre, entre sollozos, casi no podía
pronunciar las palabras, era como si la emoción de verme fuese tan grande que no
cabía en su pecho. Al mismo tiempo que salía una inmensa carga de energía de su
cuerpo, que pasó por el mío, diciéndome ¡Ahora estamos bien!
— ¡Mi pequeña estas con nosotros!, qué alegría más grande ¿Puedes decirnos si
recuerdas cómo te llamas?
— ¡Claro que sé quién soy! Soy tu única hija, María José, la que cumplirá quince en
menos de veinte días.
Todos gritaron al mismo tiempo — ¡Ha vuelto a nosotros! Y luego las risas, los abrazos
y sus cuerpos sobre el mío.
— ¡Silencio!, no olviden donde están todos, en las salas de hospital no se grita, ni
mucho menos en esta sección —fueron las palabras del hombre vestido de blanco,
que acabada de ingresar a la habitación.
—Hombre de manos blancas.
— ¡Estás hablando jovencita! Esas son las mejores palabras que puede escuchar,
después de todo lo que hemos vivido durante este último año.
— ¡Queeé! ¿Cómo es eso que llevo más de un año en este lugar? Estaba segura que
sólo habían pasado unos días. ¡Mamá! ¿Es cierto lo que dice este señor?
— ¡Cálmate cariño! No te preocupes por eso. Mira a todos los que hemos estado junto
a ti este tiempo, y ve sus rostros repletos de felicidad, ¡Estas con nosotros ahora! Lo
demás tiene poca importancia para todos los presentes, incluida tú, mi hermosa
jovencita que ha vencido esta dura lucha.
—Bueno, bueno ahora a fuera, debemos dejarla descansar —intervino el doctor, con
tono de mandato no cuestionable y todos comenzaron a salir de la habitación, menos
mis padres, ellos pareciese tenían inmunidad a la autorizad de aquel personaje.
— ¡Seguro que estas muy cansada!, —fueron las palabras de papá— puedes dormir
un rato si quieres, nosotros estaremos aquí cuando despiertes y no debes preocuparte
por nada.
—Jóse no te preocupes por nada, ahora que estas con nosotros, lo único que debes
pensar es en aliviarte para poder continuar con tu vida.
— ¡Gracias por tanto cariño! Creo que voy a dormir un poco, pero cuando despierte
conversaremos de lo que ha ocurrido, ¿Les parece?
—Claro que sí pequeña, ahora descansa, nosotros no nos moveremos de aquí.
Nuevamente la oscuridad llego a mi vida, con la única diferencia que ahora yo estaba
presente para poder decidir cuándo despertar y tenía la seguridad de que la siguiente
vez que despertase todos nos podríamos entender.
Me reí del juego que intentaban hacer mis amigas en el colegio, con el pobre diablo
del auxiliar, que por más que intentaba afirmarse con sus dos pies firme y el apoyo de
la frágil escoba, no lograba conseguirlo y se resbalaba nuevamente hasta que llegó a
la puerta de la dirección. Allí salió la maestra de lenguas y queriendo ayudarlo a
afirmarse, lo que por supuesto fue inútil, e incrementó la fuerza para que ambos fuesen
arrastrados por el agua con jabón, hasta llegar al muro contrario donde quedaron uno
sobre el otro. Los alumnos y profesores presentes no podían dejar de reír a carcajada
de tan dantesca escena, ninguno ideó la forma de caminar por el mojado pasillo para
poder auxiliar a estas dos inofensivas personas que cansadas de intentar mantener el
equilibrio, se quedaron allí sin más remedio que reír junto a todos los espectadores.
Cuando me decidí ir en su ayuda, me quise levantar del lugar donde me encontraba y
no pude hacerlo. Mi hermoso cuerpo no podía moverse, ¿Es acaso esto una
maldición? Antes no podía comunicarme con nadie más que conmigo misma y ahora
no logro ponerme en pie para socorrer a los mojados y enjabonados, que se
encuentran al final del pasillo.
— ¡Tranquila cariño! Seguro que era una pesadilla. ¿Me entiendes lo que te estoy
diciendo?
—Si te entiendo, creo que estaba soñando con mis amigas y una travesura del colegio.
— ¡Qué bueno que me lo digas!, porque eso nos deja más tranquilos, con todo lo que
hemos pasado en los últimos días, no queremos volver a perderte y menos, no poder
comunicar contigo.
— ¿Qué pasa? –le pregunté.
—Nada —me contestó.
— ¿Por qué me miras de esa forma?
Mi madre, siempre que deseaba decirme algo, se quedaba mirándome con esos ojos
muy abiertos y allá en el fondo de éstos había una clara intención de contarme algo
importante, pero no se atrevía a hacerlo por miedo a causarme daño.
— ¿Tienes acaso algo de suma importancia que preguntarme? Te conozco bien, sé
que es así, por lo que es mejor que me lo digas. No me dejes con esta extraña
sensación de saber que necesitas preguntar algo y ahora decides cambiar de opinión.
—Bueno, tengo mucho que decirte o mejor dicho que preguntar, pero por consejo del
doctor, debemos ser cautos en lo que te decimos, es para no entorpeces tu condición
médica y no creas que es para ocultarte algo.
—Sería bueno, iniciar desde el principio, puede que eso me ayude, porque lo único
que recuerdo es haber estado planificando mi cumpleaños número quince y ahora
encontrarme en una sala de hospital, con todos ustedes felices que despertase. Pero
si mal no entendí antes, me dijeron que había pasado mucho tiempo, algo así como
un año.
— ¡Calma cariño! Creemos que es mejor ir a pasos muy lentos contigo, nosotros
hemos estado viviendo en este hospital desde el accidente, no te hemos dejado sola.
Pero es cierto que han pasado muchas cosas que nos hicieron creer que ya no te
tendríamos de regreso, por eso es mejor que lo tomemos con calma. Ahora que nos
podemos comunicar, será más fácil poder contarte las muchas peripecias que hemos
vivido, sin olvidar que tú también has sido parte de ellas y que por alguna razón tu
memoria no las recuerda todavía.
Me reí, o suspiré no recordaba nada de lo que ellos estaban diciendo, pero sin duda
alguna mis padres sabían más que yo, sobre lo que había ocurrido todo este tiempo.
Mi madre comenzó diciendo que había sufrido un atropello, por un muchacho que iba
conduciendo una motocicleta, cuando cruzaba la calzada derecha de la avenida que
pasa por nuestra casa. Que tuve un golpe muy severo al chocar con mucha fuerza en
el pavimento de la calle, lo que me produjo un traumatismo encéfalo craneano,
hematomas por todos lados de mi cabeza, con sangre que oprimía mi cerebro, con
la perdida de irrigación de algunas partes de mi cerebro, que había dejado lesiones
como pérdida de sensibilidad, pérdida motriz en extremidades y lo más complicada la
nula posibilidad de comunicarnos, pues ellos no entendían los sonidos emitidos por mí
y yo por mi parte no entendía lo que ellos trataban de decirme.
Me indujeron el estado de coma por varios meses y al mismo tiempo me sometieron a
varias intervenciones quirúrgicas para ir monitoreando la evolución de mi estado
general. Que en una operación avanzaban dos pasos hacia adelante y con la siguiente
retrocedían cuatro.
Estábamos conversando con mi madre, cuando mis inseparables llegaron a la
habitación. Todas estaban radiantes, llenas de felicidad de estar allí y también de
verme, se veía en sus rostros, en sus ojos y sobre todo en aquella expresión que
tenemos las adolescentes de complicidad.
— ¡Qué bueno verles! —dije para que todas pudieran saber que las reconocía y
entendía su felicidad pero también, para hacerles saber que ya estaba de vuelta de
aquel lugar donde estuve por muchos meses y que no me permitía conversar con
ellas.
— ¡Sabemos! que estas de vuelta y desde ahora no te volverás a ir, porque eres fuerte
y nos ha demostrado, que nada representa un obstáculo que no puedas enfrentar.
— ¡Chicas, creo que están equivocadas! He vuelto de.., ¿sabe dónde? pero yo no hice
nada, al menos nada que pueda recordar.
—No importa lo que nos digas –me respondió Soledad— nosotras sabemos que eres
nuestra heroína, amigas, cómplice y haz regresado de la muerte.
— ¡Chicas!, ¡Chicas! No digan esas cosas —fueron las palabras de mi madre, al
momento que las miraba con una expresión que daba miedo.
—Disculpe tía Nora, pero lo que digo es la pura verdad. Después de habernos pasado
todo un año viendo cómo la Jóse estaba en coma, de no lograr decirnos nada
coherente, de haber estado con ella cuando volvía de esas operaciones a su cabeza,
no me pude decirnos ahora que ella no estuvo cerca de la muerte.
—No estoy diciendo nada de eso, cariño, sólo que María José, está con nosotros de
vuelta, como tú dices, pero hay que ser cauta al decir estas cosas, porque ella todavía
no está completamente sana y falta mucho camino por recorrer, para verla como ella
era antes.
—Creo que después de todo este tiempo, nada ha cambiado entre ustedes, siempre
habrá un punto para no estar de acuerdo.
Todas reímos, cada una de nosotras tenía algún recuerdo de discusión con mi madre
y teníamos claro que siempre, ella sería la vencedora.
—Te quiero —me dijo mi madre cuando se levantó del improvisado asiento sobre la
cama y caminó hacia la puerta, para dejarme sola con mis inseparables amigas.
—Y yo a ti, madre te adoro —exclamé con firmeza y convicción.
Esperamos que ella avanzara unos pasos fuera de la habitación y las cinco se lanzaron
sobre la cama, nos abrazamos, lloramos cuan Magdalena y comentamos con lujo de
detalles lo ocurrido. Creo que no faltó tiempo, para que cada una de nosotras tuviese
una clara visión de lo vivido, pero mis padres volvieron a la habitación con un refuerzo
extra, el querido doctor Gutiérrez. Quién envió a mis inseparables a sus casas, a mis
padres a descansar y a mí a una nueva sala. Allí debían practicarme muchos
exámenes, que según el profesional, me dejarían agotada y por tanto, al regresar sólo
debería dormir y no estar atenta a tanta pregunta. — ¡Ya habrá tiempo para eso!—
son sus respuestas antes las quejas de los visitantes del hospital.
Capitulo cuarto
Ayer fue un día muy agotador para este cuerpo que estoy llevando, y lo digo
literalmente, porque cada vez que tengo que ir a una nueva dependencia, me sientan
en una silla de ruedas y me deslizo por las relucientes cerámicas blancas. Cuando
pregunto si puedo hacerlo caminando, todos me quedan mirando con una expresión
de incredulidad que apesta. Y hacen caso omiso de mi petición, creo que no esperan
que pueda hacerlo sola, que es muy pronto o es acaso, algo que no me dicho, ¡no
volveré a caminar! es eso lo que me están ocultando.
—Doctor Gutiérrez, tengo una pregunta —le digo al poner la silla frente al profesional.
—Imagino que son muchas, jovencita, pero hoy no tengo tiempo para sentarme a
platicar contigo, estoy de turno y tengo que visitar a todos los pacientes de este sector,
¡mañana! bien temprano vendré a responder a todas tus dudas.
Sin dejar tiempo a mi replica se marchó de la habitación y me dejó con esa sensación
de derrota que no me gusta. Pero no me daré por vencida, mañana estaré lista para
hacerle todas las preguntas que me inquietan.
Cogí la galleta, que estaba en el plato y la sumergí en el vaso de leche, la dejé unos
segundos y me la llevé a la boca, qué delicia, ese sabor era como volver en el tiempo
a los cinco años, cuando me sentaba en la piernas de papá para tomar desayuno y
juntos untábamos las galletas en la miel, para luego sumergirla en la taza con leche.
Esos recuerdos eran como si los hubiese vivido ayer, pero habían momentos que no
recordaba nada, me quedaba en blanco, como si el tiempo se hubiese detenido, y
algún graciosos hubiese borrado, con una gran goma blanca, todo la vivido durante
esa fracción de tiempo.
Sé que me dijeron que habían pasado muchos meses, de los cuales no tengo recuerdo
alguno, es como si hubiese una María José de antes del accidentes y otra, la actual,
que los recuerda a su manera, pero que no sabe lo han tendido que vivir ellos, durante
todo este año.
Esperaré a mañana al doctor, no puede seguir escapando a mis preguntas, tengo una
extraña sensación al mirarlo, como si estuviese huyendo de mí, de mis preguntas o
mejor de las respuestas que tendría que entregar.
— ¡Hola cariño!, ¿cómo estas hoy?
—Hola papá, creo que estoy bien, me siento bien, ¿te puedo pedir un favor?
—Claro, dime
—Me puedes traer un espejo.
— ¿Para qué quieres un espejo?
— ¡Papá! Para verme, para eso se usan los espejos. En el baño no hay uno y me
gustaría poder arreglarme un poco.
— ¡Cariño! No te tienes que preocupar por esas cosas, al menos no por ahora.
—Creo que algo me pasa, cuando quiero hacer preguntas sobre mi cabeza, todos me
dicen que tengo vendas, por lo de las operaciones, pero de eso han pasado días y
cuando me pedido que me ayuden, todos ustedes no quieren hacerlo o simplemente
desvían la conversación. ¿Es acaso algo que tengo? Que no pueden solucionar o
quede fea.
—Mira José, el doctor dice que todo a su tiempo, y nosotros con tu madre, hemos
puesta toda nuestra confianza en él. No hay nada de qué preocuparse. ¡Ten calma y
paciencia! Veras que al paso de los días, todo irá tomando su mejor rumbo, sobre todo
tu iras mejorando cada día hasta llegar a caminar. Después de este episodio vivido,
tienes que tener paciencia.
—Pero papá, ¿por qué no me quieren decir nada?
— ¿Quién dice que no te queremos decir nada? —me preguntó el doctor Gutiérrez al
instante que se abrochaba el último botón de su blanco delantal.
—Yo lo digo, porque les pregunta y no me dicen nada.
—Jovencita, no hay nada que decir por ahora, sólo sabemos que estas viva, que nos
entiendes lo que te estamos diciendo y que neurológicamente estas… como decirlo…
bien, claro que no sabemos las razones por las cuales estas como estas, ¿me
entiendes? Nosotros tan poco tenemos las respuestas correctas a tu condición. No
sabemos por qué tu cuerpo ha reaccionado de la forma que lo hizo. Los resultados de
los exámenes que te hemos practicado no dicen que tu condición es…anormal, por
emplear una palabra, pero no entendemos por qué.
—Hija amada, no te estamos ocultado nada, pero como dice el doctor, no sabemos
porque después de las operaciones no puedes hablar o entender el lenguaje, más aún
cuando los exámenes dicen que no hay nada que este mal, sino que todo funciona
bien en tu cabeza, pero tú sigues volviendo a estado de coma, del cual acabas de
despertar recién ayer, después de tres meses de haber estado inconsciente.
—María José, te pido que te calmes y no te angusties, porque cada vez que ocurre
esta situación, tú vuelves a recaer y te volvemos a perder, por esa razón es que hemos
estado cautos esta vez, para no producirte estrés que agrave tu condición.
—Ya entiendo, no se preocupen más, porque no volveré a estado de coma. Sólo quiero
explicaciones simples, ¿volveré a caminar?, ¿tengo la cara muy deforme?
— ¡Alto! ¡Alto!, allá vamos de nuevo.
—Pero….
—Esta es la razón por la cual no queremos decir más palabras, que las necesarias.
— ¡Pequeña! Debes entender que lo único que nosotros queremos en protegerte. Con
tu madre hemos decidido que no importa lo que suceda con nosotros, pero tú debes
salir adelante, sobre todo ahora que logras entendernos.
En ese momento el doctor llamó a la enfermera y ésta puso una nueva bolsa de suero
y mis ojos se pusieron pesados y todo comenzó a nublarse de nuevo. He vuelto a este
lugar oscuro, donde creo que ya me estoy acostumbrando. No me considero visitante
sino que ya soy una residente permanente. Claro que es como una cárcel sin rejas,
donde estoy obligada a quedarme, donde por más que vocifere, nadie escucha y
mucho menos responde mis alocados gritos.
Dormiré por unas horas y a la mañana siguiente, me despertaré de nuevo en el hospital
local. Allí están mis padres, mis abuelos y mis amigas inseparables, esperando mi
despertar como el día de ayer, pero me pregunto hubo acaso otros ayer y no tengo la
menor idea.
Capitulo cinco
Estoy frente al espejo, saco todas las vendas y por fin puedo ver mi rostro, blanco, casi
transparente y le faltan partes.
— ¡Oh por Dios, soy un monstro!
— ¡Calma, calma!, estaba soñando, es sólo un sueño María José.
— ¡Mamá, pero parece tan real!
—Claro que sí, los sueños paren reales, pero no lo son.
— ¡He despertado!, o acaso continúo durmiendo y esto es sólo una cruel fantasía.
—Estas con nosotros, ayer te dieron un calmante para dormir, pequeña.
— ¿Quiero pedirles un favor? No quiero volver a ese estado de coma, creo que me
está volviendo loca, no tengo claro qué es real y que es sueño.
—Te prometemos no volver a inducirte un estado de coma, si tú te calmas y dejas al
doctor Gutiérrez que haga su trabajo.
—Es una promesa, papá.
—Por supuesto que sí.
—Entonces estoy de acuerdo.
Hoy tengo que repetir los exámenes de ayer. Estoy segura que serán los últimos, en
especial, dentro de esa ruidosa y helada máquina. Miré hacia otro lado, porque de
pronto fui consciente de todo lo que estaban haciendo, para entender lo que me
pasaba. No era culpa de mis padres ni del doctor Gutiérrez lo que me ocurría, sino por
el contrario, ellos eran mi ancla a este mundo y los necesitaba para continuar en él.
De regreso en la habitación lancé una mirada rápida al pasillo, para poder ver a las
personas que estaban caminado en la misma dirección que la mía. Debo decir, que
todas tenían sus miradas perdidas, como si no estuviesen presente en sus propios
cuerpos; me aterré de sólo sentir que podía ser una de ellas.
— ¡Buenos días a mi paciente preferida!
—Buenos días doctor, hoy he comprendido que cuando me altero, me pasan cosas
malas, que no quiero volver a dormir. Mi padre dice que tengo que poner de mi parte
para recuperarme; ya no quiero y lo digo con mucha convicción, no quiero dormir o lo
que desea que me ocurre, cuando esa maquinita suena y todos ustedes corren hasta
mi cama y luego vienes esa oscuridad que me aterra.
— ¡Oh!, qué cambio tan inesperado es este, me parece bien que entiendas que lo
único que estamos haciendo es ayudarte. Déjame decirte que, sigues siendo mi
paciente preferida, que sólo entendiendo lo que sucede en tu cabeza, podremos
buscar la medicina que sane completamente tus heridas, ahora bien, debes entender
que habrá secuelas, que todavía no sabemos cuáles serán éstas, pero estamos casi
seguros que las habrá.
Ese día miércoles primero de agosto, fue uno de los que debo marcar en el calendario
como especial, porque estuve rodeada de mucha gente que vino a verme, a estar
conmigo, pero sobre todo, me sentía presente en sus conversaciones, en sus chistes,
que claro no producían risa, pero de igual forma todos reíamos. Comí un trozo de
kuchen de arándanos, que trajo la abuela de Soledad, que se sentó en el único sillón
de la habitación y después de cinco minutos estaba roncando. Todos la sentimos
hacerlo y reímos a carcajada. Sólo la pobre Soledad, estaba roja como un tomate de
vergüenza, pero mi padre le dijo algo al oído y ella dejo escapar una hermosa sonrisa.
Al anochecer regresó el doctor Gutiérrez a la habitación donde me encontraba y me
propuso que el día siguiente me sacarían las vendas de la cabeza y podría verme en
un espejo, por primera vez en mucho tiempo. Debo decir que, sentí el latido de mi
corazón en todo mi cuerpo, como si estuviese dentro de un tambor en pleno partido de
fútbol de gran convocatoria. ¡Sentí pánico!, pero la tibia mano de mi madre vino a
calmar esa acelerada sensación de miedo y su mirada profunda me trasmitió tanto
amor y confianza que sólo atine a decir:
— ¡Ok doctor! Estaré esperando a mañana.
Todos los presentes en ese momento, me miraban con ojos grandes, como si con ello
quisieran decirme que entendían lo que me estaba pasando. Claro que no tienen la
menor idea de cómo sentirse, porque ellos no han vivido lo que a mí me ha tocado
experimentar, pero esas personas tratan de ser empáticas conmigo, será porque son
parte de mi familia, de mis seres queridos o porque piensan que todavía hay
probabilidad que muera. ¡Qué tonta soy!, vuelvo a pensar fatalidades, mejor me
dormiré porque mañana será un grandioso día para esta familia.
Capitulo seis
Hora de la verdad. Estoy frente al espejo, lo primero que veo son mis ojos; los
reconozco, siguen siendo los mismo pícaros de siempre, con esa chispa de viveza que
me caracteriza. Tengo miedo mirar más arriba, creo que voy a encontrar algo que no
me gusta, pero mi amiga Josefina vino en ese instante a sostener el espejo y me dijo:
— ¿Por qué tienes miedo de mirar?, estas igual que siempre, sólo tienes la cabeza
con vendas, las heridas van por dentro tontita.
En ese momento se me iluminó la cara, tenía tanto miedo, pensé que mi cabeza estaba
con hoyos o con enormes y sobresalientes montículos de piel, pero la verdad era tan
distinta que lo único que se me ocurrió fue reír a carcajadas. Sí que soy una tonta, me
deje llevar por lo que pensé sería una floja representación de un zombi y me hice tantas
imágenes mentales que ahora me dan risa.
El doctor, mis padres, los abuelos maternos y paternos y las cinco inseparables se
quedaron mirando entre sí, no entendían lo que estaba ocurriendo.
— ¿Te… ocurre algo… cariño? —preguntó mi madre con voz temerosa.
— ¡Nada! Lo que me pasa es que pensé que tenía la cabeza deforme, incluso llegue
a creer que ahora estaría fea, pero todo eso es para la risa. Nunca pensé que las
heridas estaban dentro de mi cabeza.
— ¡Cariño! A nosotros no se nos ocurrió decirte que físicamente no has cambiado.
—Ahora ya no hay razón del temor, todo está bien. Creo que en este momento
entiendo porque no me quieren decir nada, porque es lo que yo creo y veo lo que me
hará salir de esta condición ¿o no? Doctor.
—Parte del procedimiento médico es que tu cerebro vea que no hay grandes cambios
en tu persona e instruya al sistema neurológico a funcionar normalmente. Por eso es
que no podemos darte todas las respuestas que quisiéramos, sino que debes ir
descubriéndolas por ti misma.
— ¡Es maravilloso saber que estoy igual que antes!, ustedes me entienden ¿verdad?
—Claro que entendemos cariño, físicamente estas bien, lo que ocurre está dentro y es
por ello que no sabemos cómo evolucionará, pero ahora es tiempo de descansar. Nada
de preguntas y cuestionamientos, ni mucho menos de imaginar cosas que no son.
Ese tarde todos se quedaron conmigo, incluso Sofía trajo su Tablet para leerme una
revista en línea de humor adolecente. Mientras ella iba pronunciando las palabras,
todos reían; era como si estuviésemos en casa en una tarde de festejo familiar.
La enfermera vino a correr las cortinas y dejar las luces encendidas. Y fue el momento
de darme cuenta que habíamos pasado un día maravilloso, juntos a los seres que
amamos. Pronto estaré de regreso en mi hogar y todo lo vivido en este hospital será
sólo un mal recuerdo.
Capitulo siete
La hora de ponerse de pie llegó más pronto de lo que había pensado y el doctor quiere
comprobar si mis piernas responderán. Tengo un poco, sólo un poco de miedo que no
quieran sostener este delgado cuerpo. Pero como todo lo que comienza tiene un
término, es tiempo de verificar si estas dos señoritas están en condiciones de soportar
el resto de mi cuerpo y de moverlo unos pasos.
El doctor dice que es mejor que me ayuden a levantarme de la silla de ruedas, de
inmediato la enfermera y mi padre me sostienen de los brazos para ir soltándome de
poco y ver si consigo permanecer de pie, pero como dice el dicho popular “nada es
fácil en esta vida” y mis piernas no quisieron ser parte de esta aventura, ellas estaban
visitando a Morfeo, por lo que todo mi delicado cuerpo se vino abajo, suerte que mi
papá es un fortachón y alcanzó a agarrarme entre sus brazos, porque de no haberlo
hecho tan de prisa, hubiese llegado al helado piso de cerámica blanca.
—Mañana lo intentaremos de nuevo —dijo el doctor y salió caminado de prisa de la
habitación.
—Hice mi mejor esfuerzo, pero no sirvió de nada.
— ¡Cariño! No digas eso, sabíamos que la primera vez sería difícil, pero es un
comienzo y tendremos otras oportunidades para ir practicando, ¡ya verás! Mañana
cuando lo intentemos será diferente.
— ¡Me caeré de nuevo!
—María José, hija de mi vida, no seríamos la familia que somos sino tuviésemos
problemas, pero como siempre dijo, no hay primera sin segunda y cuando mañana
estemos es esta misma habitación celebrando que te pusiste de pie sola. Quiero que
recuerdes este momento como lo que es, un primer intento.
Mis padres me abrazaron con cariño, ellos creen que lo puedo hacer, pero no estoy
tan segura de ello. Más bien sé que mañana será igual que hoy y mis piernas no
responderán. Lo mejor que puedo hacer es dormir y prepararme para repetir el mismo
salto el día siguiente.
Las luces de la habitación se apagaron y mi cuerpo también se quiso desconectar de
esta realidad, llevándome por laberintos de árboles rojos que iban cambiando de lugar
a medida que iba avanzando por los angostos y agrestes caminos de aquel típico
juego. Estuve deambulando por sus entramados senderos, tratando de llegar al centro,
pero por más que lo intentaba no lograba acercarme a aquella fuente luminosa, que
esparcía lenguas de agua anaranjada. Y cuando una de esas lengüetas llegaba a tocar
los árboles rojos, éstos se quedaban petrificados, no pudiendo cambiarse de lugar,
con lo cual se despejaban los caminos para llegar directamente al centro de la enorme
fuente.
Es un sueño, claro que lo es, pero que me quiere decir mi traviesa mente. No lo puedo
entender. Creo tener una posible explicación; el laberinto es mi actual vida y las
trampas de los árboles, al ir cambiado de lugar, son los temores que he creado, pero
que pueden desaparecer si logro entender que representa la fuente luminosa. Llegar
a un lugar o hacer algo que me genere felicidad. ¡Sueños!, ¿por qué son tan difíciles
de comprender? O es acoso una maniobra distractora para no poner atención a lo que
ocurrirá mañana.
Basta de sueños, de conjeturas y de probabilidades, sólo quiero tener calma,
tranquilidad para dormir, sin pensar, sin soñar y sin arboles rojos moviéndose. Vuelvo
a cerrar mis cansados ojos y por supuesto vuelvo a vivir el mismo sueño. ¡Esto es una
maldición!, por más que quiero hacer algo, todo está en mi contra. Que noche tan larga,
si pareciese que los minutos se estiraban para no dejar que llegase el siguiente. Esto
es sólo una estrategia para hacer creer que estoy despierta, pero seguro que estoy
profundamente dormida o he vuelto a quedarme en coma.
Nada de lo que pienso o imagino es cierto, es todo una burda y cruel mentira. Estoy
segura o casi convencida que todos esto es una pesadilla y que en instantes, vendrá
mamá a despertarme. Estoy en lo correcto y es mi madre, la que me mueve para
despertarme. Sigo en la habitación el hospital, eso quiere decir que esta es mi realidad,
la única e inmutable verdad; que hoy es un nuevo día y que pronto vendrá el doctor
para ratificar, una vez más, que mis irreverentes piernas no quieren volver a caminar.
— ¿Pasaste buena noche María José?
—No doctor, tuve un sueño que no me dejó dormir tranquila, pero ya estoy despierta
y lista para intentarlo nuevamente.
—Hoy no haremos el intento de ponerte de pie, sino que vendrá otro doctor e
iniciaremos una nueva terapia. Tus padres te lo explicarán con detalle, pero espero
que recibas al profesional igual que lo haces conmigo y que hagas todo lo que él te
solicite. No debes tener temor, el doctor Díaz, es el mejor en sus especialidad. Ahora
te dejo con tus padres y te veo en la tarde.
— ¿Por qué no voy a ponerme de pie hoy?, o ¿creen que no lo lograré?
—María José, te amomos mucho, pero debes acordarte que tú misma prometiese
hacer todo lo que el doctor Gutiérrez te indicase, ahora es el momento de cumplir la
pactado.
Ellos me dijeron que habían acordado hacerme hipnosis, para ayudarme con el miedo,
porque el doctor cree que el mayor de mis problemas es sicológico y no neurológico,
por tanto el profesional que vendrá a verme hoy es un psiquiatra renombrado y que les
ha explicado a mis padres que sería una buena estrategia hipnotizarme, para indagar
en mi siquis las razones de mi condición médica.
La llegada del doctor Díaz fue tranquila, él sentó sobre la cama y me dijo todo lo que
tenía que saber del procedimiento y me aseguró que nunca estaría en peligro, que
sólo conversaría conmigo hoy y que tendríamos sesiones diarias, para conocernos y
por supuesto para que él me evaluase, si soy candidata para la hipnosis. Cuando se
marchó de la habitación me quedé pensando que este señor gordito trataría de ver mi
mente, pero una idea nueva me surgió de inmediato, ¿llegaría a conocer al de la voz?
Ese que siempre me está hablando, diciéndome que no puedo, que no lo lograré, que
mejor no lo intente.
Al día siguiente vino temprano el psiquiatra a conversar conmigo. Fue muy amable al
hacerme preguntas complicadas, en especial aquellas que una jovencita no quiere
decir frente a sus padres, es por ello que gentilmente les dijo a mis padres que fuesen
al tomarse un café al casino del hospital y que él le llamaría cuando hubiese terminado
la entrevista.
—Dime María José, ¿cómo te sientes en esta habitación?
—Como una persona encarcelada.
— ¿Por qué?
—No puedo ir a ninguna parte.
—Y ¿quieres ir a algún lado?
—Si, a mi casa.
— ¿Cómo te gustaría que fuese tu vida?
—Normal.
— ¿Por qué estás en el hospital?
—Por un irresponsable que me atropelló.
Luego me señaló que le contase mi sueño de la noche anterior. Me dijo ante de irse
que mis deducciones estaban correctas, porque lo que había divagado en el laberinto,
tenía mucho que ver con lo que estaba viviendo en esos momentos. Me hizo
comprometerme con él para el día siguiente y que hiciese unos ejercicios de
visualización frente al espejo, antes de irme a dormir por la noche.
Después que se marchó el doctor Díaz, tuve una idea que me ayudaría a mejorar más
rápido y le pedí a mi madre, que trajese mi equipo celular con los audífonos. Había
leído en un libro de afirmaciones positivas, que si escuchas y repites estas oraciones,
puedes conversar a tu mente de lo que sea y ahora necesitaba con urgencia que mi
cabeza fuese mi aliada y no mi enemiga.
Mi madre le preguntó al doctor Gutiérrez si mi idea era buena y él nos dijo que
podíamos comenzar por poner música clásica para que mi cuerpo y mi mente pudiesen
relajarse y de esa forma las sesiones que haría el psiquiatra arrojarían mayor
resultado. Pero que había que estar atento a lo que sucediera, y que por ahora, no era
recomendable usar mi equipo celular con frases repetidas.
— ¡Mamá! Pero me aburro mucho.
— ¡Cariño!, calma no te angusties, nosotros entendemos que te aburras, pero por el
momento, no podemos hacer nada.
Capitulo ocho
Hoy tengo que volver a la máquina ruidosa y helada, pero la enfermera que me lleva
está muy ocupada hablando por teléfono con su pololo, por lo que se detiene frente a
la puerta de acceso al laboratorio y me deja allí, sin más, continúa caminando, pero se
olvida de mí. Y ahora ¿qué hago?, me quedo esperando que alguien se digne mirarme
y haga un esfuerzo extra al hablar para preguntarme si necesito ayuda. No lo sé y creo
que no me importa. Pudiera ser esta una grandiosa ocasión para fugarme de este
lugar, muevo la silla de ruedas con mis temblorosas y delgadas manos; efectivamente
las ruedas giran casi sin mayor esfuerzo. Esto es maravilloso, será la oportunidad de
ver más allá del largo pasillo, continuo moviendo las ruedas, lo que hace que éstas
giran más de prisa y con ello logro llegar al final. Estoy de nuevo entrampada en una
puerta, pero la suerte esta de mi lado y un adulto la deja abierta; esa es la señal, que
confirma mi pensamiento, seguir adelante hacia la liberta.
Avanzó, de nuevo, por otro pasillo o es sólo la continuación del anterior. He llegado a
la sección de atención de consultas y trato, lo mejor que puedo, de seguir moviendo
las ruedas de la silla. No hay como la experiencia, decía mi abuelo Gonzalo, y queda
claro que tenía mucha razón, después de dos largos y angostos pasillos, este que
comienza tiene más obstáculos que los anteriores, pero como dije antes ya tengo
experiencia en manejo y por tanto la conducción de la silla, se me está haciendo más
simple de lo que había imaginado.
Llego hasta un sector donde hay muchas personas sentadas, incluso en el helado piso,
imagino que están esperando ser atendidos por un doctor. Levanto la mirada para ver
el cartel pegado en la puerta y valla sorpresa que me lleve. Allí estaba el nombre del
psiquiatra que me atiende; crueldad e la vida o simple coincidencia.
Trato de continuar mi marcha, pero chocó de improviso, con unas zapatillas de lona a
rallas, que mala suerte.
El dueño o dueña del llamativo calzado, debiera ser más cuidadoso en donde pone
los pies, pensé. Pero en la siguiente fracción de segundo me arrepentí de lo pensado,
allí frente a mis narices estaba un chico. Sí, creo que le causé una impactante
impresión, porque se quedó paralizado, sin atinar a nada; claro que me ocurrió lo
mismo, pero como soy mujer y tengo mis encantos, muy bien guardados, de ser una
seductora nata, sólo deje caer un mellón de mi cabello sobre mi rostro y lo pude
contemplar mejor desde allí. Es guapo, en especial por sus ojos, claro que hay que
decir que, eso fue lo último que miré, pues lo examiné a cabalidad en esos siete u ocho
segundos que tuve para contemplar la escena.
— ¿Me ayudas? —fueron la únicas palabras que salieron de mi boca.
—Claro.
¿Qué le dijo para que no se valla?, no puedo parecer tan ansiosa, pero es la
oportunidad que estaba buscando o la que me están ofreciendo, no puedo por ningún
motivo desperdiciarla. Siga pensando. Me he entretenido pensando, pero es hora de
actuar.
— ¡Gracias! Si pudieras guiar la silla entre tanta gente y dejarme en la puerta de salida,
te lo agradecería mucho —le dije al muchacho con voz tan suave que, estoy segura,
no podría rechazar mi petición.
—Bueno.
Sólo dijo una palabra. Debo hacer tiempo para poder conversar con él y no llegar a la
puerta sin lograr mi desafío. De todas maneras he avanzado en mi propósito, porque
se levantó del helado piso, donde había estado sentado esperando su turno y tomó el
control de la silla de ruedas y la empujó hacia la puerta principal. ¡Debo decirle algunas
palabras!, pero parece que éstas me han abandonado; siempre hablo mucho y lo hago
demasiado de prisa, pero ahora ellas me están castigando y me han desatendido, se
esconden y se niegan salir. Pido a las palabras que vengas a mí; ¡las necesito! No
sean crueles y vengativas queridas amigas, no al menos en estos momentos.
— ¡Gracias!, ¡Gracias!, gracias nuevamente —fue lo único que salió.
Estaba nuevamente sola, sentada en aquella silla de ruedas. Al quedarme allí afuera
unos minutos, pude sentir la briza rosar mi rostro; que sensación más maravillosa, me
pareció que nunca antes la había experimentado. Creo que eso no era del todo verdad,
pero la sensación, el momento y sobre todo los incesantes latidos de mi adolecente
corazón, me decían que este instante había sido único. ¡Estoy enamorada!, ¡ese chico
me ama!, ¡he encontrado el amor! Esas son las frases que puedo registrar, porque las
otras me las guardo. En algún momento futuro se las diré al chico que las inspiró.
¡Todo se esfumó!, el señor guardia del hospital me pilló y no tuvo ninguna
consideración conmigo, a pesar que le suplique me dejara allí al aire libre. Dijo con voz
firme que no podía escapar de esa forma, mucho menos del laboratorio.
—Señorita irresponsable, acaso no sabe cuánto cuesta en dinero una hora del
laboratorio y usted pierde su turno, por andar de paseo.
Frente a esas palabras y a la convicción de que eso es lo importante, no había nada
que pudiese decir para aminorar el enojo del guardia. El que a su pesar, tuvo que
empujarme hasta el pasillo del laboratorio y no conforme con el regaño que me hizo,
se quedó allí de plata, para verificar que me ingresaran a esa maldita máquina.
Al regreso a la habitación, no les cuento la reacción de mis padres. Ellos no se
calmaron hasta vomitar un balde exclamaciones para hacerme ver, lo irresponsable
de mí actuar. Se fueron menguando sus palabrotas, sus miradas y expresiones de
severidad después que el doctor Gutiérrez les dijo: “nada grave le ha sucedido”. En
ese momento su enojo fue a parar directo a los pies del doctor, pues la enfermera dejo
caer, por accidente, la bandeja con los medicamentos que debía tomar a esa hora.
Me han dejado claro que ellos no permitirán que abandone este lugar, mucho menos
ahora, que los resultados de los últimos exámenes han arrojado niveles normales, lo
que según el doctor es una excelente noticia. Pero ésta pasó a ser sólo unas palabras,
porque nadie de los presentes le dio importancia por estar tan enojados y molestos por
mi inesperado viaje a la puerta del hospital.
Creo que no fue para tanto, pero ellos opinan lo contrario. Desde ahora en adelante
tendré que considerar con mayor cuidado en las acciones que realizó, pero no puedo
aceptar y
Top Related