Aída Castañeda
SI SE PUDIERA CONGFELAR EL
TIEMPO
Cuentos
1ra Edición
R&D Mercado profesional
Tegucigalpa, Honduras, CA
1995
Índice
Si se pudiera Congelar el tiempo ................................................................................................................................. 5
El Anciano ................................................................................................................................................................... 6
LA VERDAD ................................................................................................................................................................. 7
Rosario ....................................................................................................................................................................... 8
El mejor regalo ............................................................................................................................................................ 9
Racismo maternal ..................................................................................................................................................... 10
Un amigo peligroso ................................................................................................................................................... 11
La respuesta.............................................................................................................................................................. 12
El niño descalzo ........................................................................................................................................................ 13
La calumnia ............................................................................................................................................................... 14
Libros del mal ........................................................................................................................................................... 15
El error...................................................................................................................................................................... 16
¿Me da jalón señor?.................................................................................................................................................. 17
Era un día lunes ........................................................................................................................................................ 18
León de oro............................................................................................................................................................... 19
Introducción
A continuación veremos unos cuentos acerca de los escritos de Aída
Castañeda del libro Si pudiéramos congelar el tiempo con el propósitos de
darles conocimientos de ellos los cuentos en este documento están resumido e
ilustrados cada cuento con una imagen respecto al contenido en estos cuento
encontraras cosas que tal vez ya las hayas vividos o que te sientas reflejado
en ellos y quizás puedas encontrar consejos que te ayuden a solucionarlos.
Si se pudiera Congelar el tiempo
El húmedo viento con olor a lluvia soplaba afuera, golpeando puertas y ventanas en aquel pintoresco pueblecito de
Honduras: Ojojona. Daniel Ruiz bostezó, levantándose del sillón donde descansaba, para asegurar el pasador de la
ventana de la habitación que le había destinado su tía María Eugenia, mientras duraba su estancia en aquel lugar.
Encendió un cigarrillo y observó con atención la calle desierta. La llovizna empezaba a hacer más fresco el ambiente,
causándole una sensación de bienestar. Sonrió y en lugar de asegurar el pasador, decidió abrir la ventana de par en
par. - ¡Demonios! -exclamó-. Un poco de lluvia a esta hora del almuerzo me caerá bien; a esta hora nunca puedo
trabajar. ¿Podré encontrar en este pueblo una musa para terminar mi obra? Dirigió la mirada hacia el lugar donde
tenía colocado el cuerpo de mármol de una mujer cuyo rostro le faltaba pulir para borrar aquellos surcos y sombras
que lo hacían verse grotesco. Deseaba encontrar en aquel lugar una joven bonita que sonriera con la ingenuidad de
las muchachas pueblerinas. Patricia, su última modelo, no era la muchacha adecuada. Era una loquita de discoteca,
de otro ambiente. De aquel rostro inexpresivo de su estatua tenía que surgir otro de gran belleza, digno del cuerpo
creado por él. Ya había conseguido cierto éxito como escultor, ahora con esta obra vendría la consagración. Miró
por segunda vez hacia afuera concentrando la mirada, no en el espacio de enfrente, sino a la derecha. El corazón
comenzó a palpitarle más rápido que de costumbre al observar de espaldas a una mujer toda vestida de negro,
incluso su paraguas. Se dirigía aprisa, quien sabe hacia dónde, quizás para evitar ser atacada por el fuerte aguacero,
el que se anunciaba ya, con la llovizna, el rugir de los truenos y el reflejo azulado de los relámpagos. La mujer era
alta y más bien delgada y hubiera jurado que sus piernas bien formadas hacían equilibrio con el resto de su cuerpo. -
¡Dios mío, qué mujer! -casi gritó Daniel-lanzándole una mirada mórbida. La emoción lo empujó a actuar ir
reflexiblemente. Salió a la calle y como un loco corrió tras la mujer en medio de la lluvia. Dio la vuelta en una
esquina. Y cuando slio tras ella no pudo ver nada las calles estaban desiertas y regreso a su casa. Salió a buscarla por
toso el pueblo hasta que llego a un estanco y le pregunto a un seños y mientas conversaban un señor de una meza
exclamo ¡Hey, señor Ruiz! -le gritó un hombre dos días después, mientras él caminaba por una acera
¡Mire! ¿Será esa mujer vestida de negro la que busca? es Dolores Morán... fue reina de belleza. ¡Sí... es
ella, es ella! -exclamó- embriagado de dicha. Hasta que la encontró - Señorita... yo... perdone... quizás
sea un disparate... bueno, soy escultor... egresado de Bellas Artes... también estudié en París... me
llamo Daniel. Su... su... cuerpo es . . . divino... perdone... imagino su rostro, ¡por favor! ¡Míreme!
¡Déjeme ver su cara!... ¡por favor! Dolores Morán se limpió los ojos marchitos, sin luz y el rostro lleno
de surcos y de sombras. ¡Dios mío! -murmuró-: ¡Si se pudiera congelar el tiempo! Su mente retrocedió
muchos años en el recuerdo y vio al Alcalde de Tegucigalpa, don Marcelo Maldonado, entregarle un
cetro y una corona a ella, a la muchacha más linda de Honduras. Levantó con valentía su mentón
prominente y siguió su camino: un camino duro, lleno de guijarros, el mismo que había recorrido
durante setenta años.
El Anciano
Los que han roto su brújula por el peso de los años, van por el mundo como niños perdidos arrastrando su gran
soledad. No hay nada que los anime, quizá un techo seguro, una caricia, Un beso tierno, haga menos pesado Su
incierto caminar. Como niño perdido y arrastrando su soledad, camina el anciano a la par de su hija Fidelia, quien lo
conduce apresuradamente porque pronto cerrarán el asilo, su retiro involuntario del cual será difícil escapar. Fidelia
ignora los pasos como de ánima atormentada del anciano y aunque sabe que pronto cumplirá los cien años y ya no
tendrá ilusiones ni esperanza en el mañana, no puede ser condescendiente. El anciano le implora un techo, un
pequeño espacio en la casa que hasta hace un mes fue suya, y le es negado, porque Fidelia es una mujer soltera que no
quiere tener compromisos con un padre que siempre fue déspota, demasiado autoritario con sus tres hijos y su difunta
esposa, a quien castigó siempre compartiendo su libido con sus sirvientas. No, no puede tener clemencia con un ser
que blasfema diariamente, aunque éste sea su padre y esté perdiendo la vista, aunque le duelan las articulaciones por
su reumatismo, aunque se le inflame el bazo. No, no puede tener conmiseración a un padre que le amargó su niñez y
juventud, gritándole siempre de esquina a esquina, con su voz de barítono destemplado. Hoy, en ese retiro
involuntario, más bien forzado, al que lo lleva Fidelia, extrañará por primera vez el llanto y las risas necesarias de sus
nietos, el ruido peculiar que hacen los mozos al levantarse, las verdes praderas llenas de reses y el cloqueo de las
gallinas de la hacienda que les traspasó a sus hijos, por fin de tantos ruegos. Porque tampoco sus hijos Roberto y
Hernán quieren vivir con él, aduciendo que sus mujeres no soportan que se orine en los pantalones, reniegue por todo
y su carácter siempre agresivo, sea un mal ejemplo para los niños. Hoy, por primera vez, sabrá lo que es llevar una
existencia sin acentos de alegría. Hoy, por primera vez, en un cuarto lóbrego compartido, pensará mucho, rumiará su
dolor en silencio. Los recuerdos vendrán y se irán como las
Olas del mar y quizás llegue a tener visiones de mujeres impolutas que un día le sonrieron sin falsedad y que le
ayudarán a olvidar un poco la cruda realidad presente. Y mañana sabrá, por primera vez, lo que es comer verdura
semicocida, tortillas frías, duras como caites y carne invisible, que es todo lo que el Estado puede darle, fijará la
mirada en el esplendente astro que con su lumbre coloreó sus mejillas infantiles, hoy flores marchitas sin color ni
perfume, y deseará por primera vez, que esa lumbre maravillosa se apague para siempre, ¡de una maldita vez!
|
LA VERDAD
Nadie en el pueblo sabía de dónde había llegado aquella mujer tan hermosa, con el cabello negro-plateado rozándole
la cintura, a pesar de sus sesenta primaveras. La tenia Varón era su nombre y vivía en su casona colonial sin hacer
nada. Se puede llamar a pasarse todo el día en medío del jardín ejecutando en el acordeón extrañas melodías. La gran
variedad de pájaros al escucharla, quedaban como hipnotizados en el brocal del pozo o en el árbol de aguacates
aguzando el oído a lo mejor para aprenderse de memoria cada nota que con maestría interpretaba. Por las tardes,
cuando el reloj de pared marcaba las cinco, ella se recogía en su aposente y rezaba un rosario sentada en la cama de
dosel, entre almohadones, mientras afuera los pajarillos intentaban repetir las notas musicales con las que ella los
confundía diariamente. ¿Quién era esta dama? ¿Por qué nadie la visitaba? ¿Acaso no tenía hijos ni nietos? Llegó al
pueblo solo, con las maletas en las manos, mirando para todos lados, mas no como animalito asustado. Miraba con la
cabeza muy erguida mientras se limpiaba el sudor del rostro con un pañuelo de encajes, con movimientos mecánicos.
Su vieja criada, Berta Lemus llegó dos días después. Nadie sabía de qué vivía doña Lastenia, pero no les quedaba duda
de que era una verdadera dama, honesta y de buenos sentimientos. Socorría a los pobres e iba a misa los domingos,
solamente los domingos porque los demás días no hacía nada. Aquel sábado invernal, Berta la observaba a través de
los cristales de una ventana, en tanto doña Lastenia sonreía enigmáticamente y les tiraba miga de pan a los pajarillos.
Miraba hacia el horizonte cubierto de celajes, mientras un sol indeciso trataba de asomar la cabeza inútilmente.
¡Cuánto hubiera dado Berta por conocer uno tan sólo de los pensamientos de su patrona, a la que adoraba como a una
virgen por su don de gran señora y, además, porque desde que estaba a su servicio, jamás la había regañado, ni
siquiera cuando le rompió su colección de copas de cristal. "Cuando Dios la „lame a su lado, -le había dicho Berta el
día interior-, los pajarillos que la visitan diariamente, cantarán en su ventana, es usted tan buena, señora, que estoy
segura que lo harán... la música le abrirá las puertas del cielo...". A las cinco de la tarde, doña Lastenia descansaba ya
en su cama cuando sintió un leve dolor en el brazo izquierdo que luego se extendió al hombro. Al día siguiente Berta
la encontró muerta, había sufrido un infarto. Tenía "os ojos muy abiertos y la cabellera extendida hacia atrás, sobre la
almohada. Berta abrió la ventana. Ni siquiera un pajarillo se veía en el aguacate ni en el brocal del pozo. ¡Pajarillos
mal agradecidos! -gritó- ¿por qué no vienen a cantarle a quien tanto le deben? Las vecinas llamaron al sacerdote vj
vistieron a doña Lastenia con una túnica blanca, porque seguramente blanca era su alma y le pusieron un escapulario
entre las manos, "Padre Nuestro que estás en el Cielo...".De pronto la muerta se enderezó de un salto. Buscó con la
mirada a su fiel sirvienta, hasta que la encontró, y con voz desfallecida le dijo: Ber... ta... Ber... ta... ¿Cantaron loa
pajarillos? Berta retrocedió hasta la puerta y quién] sabe de dónde sacó fuerzas para mover la cabeza de izquierda a
derecha. Entonces... -dijo doña Lastenia-, loa pájaros saben la verdad. Dame el acordeón. Ante la mirada atónita del
sacerdote y de las pocas personas que tuvieron el valor de quedarse, doña Lastenia tocó una balada triste, muy triste, y
poco a poco fue cerrando los ojos oscuros, tan oscuros como su viaje a la eternidad. Una semana después, Berta
quemaba en el patio muchos recortes de periódicos y fotografías de una mujer joven y bella que salía desnuda y en
poses eróticas en una cama. ¡Jesús, María y José! -exclamaba cada vez que miraba una fotografía-, ¡con razón los
pájaros no cantaron! ¡Ay, patronal, quién iba a decirme que usted era una famosa prostituta de Comayagüela, pero no
se preocupe que los pájaros no hablan y yo guardaré bien su secreto... Aunque Berta era la única heredera de doña
Lastenia Varón, tuvo que abandonar la casa precipitadamente, porque nueve días después, comenzaron a escucharse
en el jardín, algunas notas tristes que salían de un acordeón.
Rosario
Rodeada de una nostalgia permanente y con la certeza de que en la casona de su marido, el general Lorenzo Acuña,
ella no era más que una sombra en constante movimiento, un fantasma advertido solamente por su olor a humo, a
condimentos, a detergentes y a tantas cosas más, menos a mujer joven todavía. Una mujer con casi todos sus sueños
evaporados o destruidos por haber cometido el error de casarse con un hombre mayor. Se multiplicaba diariamente
para cumplir con las obligaciones de la casa, y atender al impertinente marido y a los niños como él les llamaba
siempre a sus tres hijos de ocho, dieciséis y diecisiete años. Rosario recorría la vieja casona de extremo a extremo,
siempre con la mirada baja, con la espalda encorvada, como su moral. Con pasos de heroína cansada, iba de la cocina
al comedor, del comedor al lavandero, del lavandero al tendedero, del tendedero al cuarto de planchar y todavía por
las noches tenía que frotar con ungüento "milagroso" el pecho de mono del General, para evitarle según él, la
persistente tos que le ocasionaba el puro. Si se pudiera retroceder el tiempo y volver a empezar, regresaría a los veinte
años y rechazaría rotundamente al General, quien aprovechándose de su orfandad le propusiera matrimonio. Pero
mese puede deshacer lo hecho, ni desandar lo andad c su mundo ahora son ellos. Ellos solamente con sus gritos, sus
reproches y su falta de respeto. Jamás olvidaría el día de ayer cuando Alicia, una amiga de Samuel, su hijo mayor, le
preguntó a este cuando ella entraba a la casa con las compras del mercado, vistiendo un traje pasado de moda-
"¿Quién es esa vieja?". Porque viejo o vieja Ies dicen los muchachos a las personas que pasar, de los treinta. Ella,
Rosario, advirtió que su hijo obviaba la contestación; quizás se avergonzó de sus ropas raídas o de su penetrante olor a
humo, a todo menos a mujer. Ya en su cuarto, la ira le hizo romper el vestido que llevaba puesto mientras gritaba
como una loca: ¡Soy su mamá! -Mamá esa palabra dulce y a la vez amarga que no logra hacer brotar como una semilla
milagrosa de los labios de sus tres hijos. A pesar de ser un primate para su mujer, siempre se ha ufanado ante los niños
de ser hombre de una sola palabra, así que cuando Leticia vuelve a preguntar ¿y quién me bañará a Peluche? él
contesta: Si ella quiere trabajar que trabaje y que se las arregle como pueda con los oficios de la casa, ¡soy hombre de
una sola palabra! Esa noche Rosario no puede dormir, cuando al fin el cansancio le cierra los párpados, son las tres de
la mañana. Tiene un sueño muy revelador. Su subconsciente hace remembranza de todo lo sucedido en la entrevista
cuando solicitó trabajo: Un hombre vestido de blanco, muy atractivo, la recibe en la puerta de los "Laboratorios
Mejía", con una sonrisa prometedora. "Siéntese, señorita..." "¿Cuántos años tiene?" "Treinta y ocho" "¿Veintiocho?"
"¡Treinta y ocho!" "No lo creo... en todo caso es usted una persona muy conservada, tiene una cabellera hermosa, y
¡qué ojos! tan negros como su cabello. Si se soltara el moño se vería más guapa...Ella sonríe y se lo suelta. "El trabajo
es suyo señorita... señora. En realidad no hay nada más estimulante para un hombre que trabajar con mujeres bellas,
pero por favor... la mirada baja solamente cuando trabaje". Ella la levanta y despierta. Se ve en el espejo. ¿Soy
hermosa? Sí, sí, sí, soy hermosa todavía. Abre el closet y revisa su vestuario ¡pobre vestuario! Apenas unas cuantas
blusas y faldas raídas. Bueno, mañana se pondrá un suéter de su hija. Un suéter, unos zapatos y todo lo que necesite.
Mañana, pasado, hasta finales de mes. Aunque se enoje, bastante le ha servido durante dieciséis años. Ha estado tan
desubicada que hasta hoy se dio cuenta que las faldas se usan una cuarta arriba. Un mes después: Rosario entra a la
sala con la cabeza alta y la espalda recta. Está guapísima con sus zapatos nuevos muy altos y su falda una cuarta
arriba. Despide un delicioso olor a Gucci, otea el ambiente, el General ve televisión con una cerveza en una mano y un
puro en la otra. Leticia boca arriba en el sofá, saborea un chocolate, Samuel y Carlitos juegan "escondite" detrás de los
muebles.
El mejor regalo
Demasiado elegante y enjoyada, la señora Miriam de la Cruz se vio obligada por las circunstancias a visitar por
primera vez el Banco de Sangre. Su hijo de dieciséis años sería intervenido quirúrgicamente y necesitaba una pinta
de sangre del tipo AB negativo, que en ese momento el hospital no tenía. En la sala de espera miraba a los posibles
donantes con cara angustiada. La sangre, las agujas y las sondas le causaban vértigo. Tres mujeres jóvenes, un poco
desaliñadas platicaban entre ellas, más bien se lamentaban sobre lo cara que se había puesto la vida. Un muchacho
de aproximadamente veintidós años, alto y robusto, que lucía muy bien una camisa roja, trataba de distraer a otro
de aspecto famélico, quien se veía bastante nervioso. Le leía un poema de la Antología: Las mil mejores poesías de la
Lengua Castellana. Parecía que sus intentos por calmarlo no eran en vano porque el otro muchacho -de tez muy
pálida, casi amarillenta-, a veces sonreía y deslizaba la mira: hacia el libro, tratando de leer el poema. Observó por un
momento sus anillos, cada uno valía una fortuna. Le pareció que lucirlos ante aquella gente era una ostentación, una
ofensa para su infortunio. Se los quitó con disimulo guardándolos en la cartera, lo mismo hizo con el semanario.
Sentía dentro de ella una sensación de malestar .Se apostó junto a la ventana para respirar aire fresco. Con visible
esfuerzo trató de recuperar la calma. Sus pensamientos navegaban ya por aguas claras, cuando una enfermera de
pelo rubio teñido asomó la cabeza por la puerta de los laboratorios y gritó ¡Sergio Valladares! El muchacho de
camisa roja fue hacia la enfermera, quien le dijo fríamente: No puede vender su sangre, tiene VIH. ¡Juan Antonio
Bravo! - gritó por segunda Vez. Soy yo -replicó el muchacho de aspecto Famélico- dirigiéndose hacia ella y guardando
e la Antología un papelito en el que momentos añil había estado escribiendo algo. Le dio a Sergio golpecitos en la
espalda, quien parecía no acepta su sentencia de muerte, porque se mesaba 1: cabellos y sacudía la cabeza una y
otra vez. Mil con ojos asustados a Juan Antonio y éste en lugar de consolarlo le apostrofó: ¡Te dije que no salieras
con Lupe! ¡Te lo di ¡Seguramente no te protegiste! El silencio de todos los presentes fil inmediato, respetando el
dolor del muchacho. ]j anciano de barbas níveas, -haciendo caso omiso del rótulo que había en la pared y en el que j
prohibía fumar- encendió un cigarrillo y se ofreció. Él comenzó a fumar con desesperación lentamente se dirigió a la
salida. Ya casi en puerta, Juan Antonio lo alcanzó y le entrego! Antología. Él le dijo que se quedara con ella, que ya no
la necesitaba porque no pensaba regresar colegio, ¡Juan Antonio Bravo! repitió la enfermera. El muchacho murmuró
algo y en un segundo se colocó frente a ella. Yoooo... no tengo SIDA ¿verdad señorita? -le preguntó- sintiendo que el
miedo comenzaba a penetrarle los huesos. Señor... Señor... ¡Usted, abuelo! Su sangre- está buena, pero si se
desmaya cuando se saquemos no nos vaya a culpar... Ah, yo no que usted tenga cincuenta y nueve años...El anciano
le mostró su tarjeta de identidad ella pareció tranquilizarse y dirigiéndose a d Miriam le preguntó: ¿Aceptaría la
sangre del abuelo? Es. Negativo...Ella no contestó. Tenía una sensación náusea. Deseaba correr, estar afuera de ese
vértigo insidioso de dolor y de espanto y que las per soque lo tienen todo como ella, ignoran. ¡Caramba! Si otros
vendían su sangre para sobrevivir en este mundo miserable y triste, ella le daría la suya a su hijo por amor. Por amor
se sometería a la angustia de las agujas, de la sonda, de todo, ah, pero eso sí, cuando él estuviera recuperado, lo
llevaría al Banco de Sangre, veinte... treinta minutos... los necesarios para convencerlo que usara uno de los
"regalos" que le compraría ahora mismo en una farmacia y que tendría que utilizar siempre en sus francachelas con
sus "amiguitas de sociedad".
Racismo maternal
Ocho años atrás, su nombre corrió de boca en boca. La amargura de aquel recuerdo se refleja desde entonces
en sus ojos y explota en su garganta como una bomba de irascibles repulsas cada vez que su mirada choca
con la de uno de sus dos hijos: José Luis:
“¡Este niño es un burro, no aprende nada!"
"¡Animal! Eso es lo que eres, un animal, ¡sólo sirves para hartarte!"
"¿Cuándo aprenderás a comportarte como "Rafaelito?"
Ese día, después que la bomba explota, el desventurado José Luis mira a "Rafaelito" su hermano menor y
con los ojos anegados en lágrimas le pregunta:
"¿Por qué no me quiere? ¿Por qué me odia tanto mi mamá?"
"Rafaelito" no sabe la respuesta, mas, en gesto amoroso y fraternal, cubre con sus manos blancas las negras
de su hermano.
Un amigo peligroso
La criatura yacía en el suelo cerca de una charca. Se ahogaba en su propia miseria. ¡Ayúdenme, ayúdenme por favor! -
gritaba- tratando de quitarse las manchas de lodo que le salpicaban el rostro. Un deslumbrante personaje que en aquel
momento pasaba, le extendió la mano adornada con anillos de brillantes y, al inclinarse, muchas cadenas de 21
quilates oscilaron en su cuello. La criatura escondió la cara entre las manos para que el personaje no pudiera escrutarle
los ojos de india avergonzada. Comenzó a caminar como sonámbula, llena de golpes de la cabeza a los pies.El
personaje la miraba con asombro. Observó detenidamente su traje azul desvanecido, y dándole palmaditas a la
espalda, le Dijo: Te ayudaré. ¡Quiero agua! -exclamó ella- necesita ¡Sólo Dios sabe cuántas cosas necesito! Te ves
maltrecha, criatura. Con mi ayuda desaparecerán tus llagas, bueno, un poco. . me lo permites. ¿Qué quieres decir?No,
no me mires como si fuera el me Diablo. Entonces, ¿quién eres? Soy alguien que se alimenta de intereses y exigencias.
Cariñosamente me llamán "Papa Fondo". Si tú quieres puedes llamarme as simplemente FMI. ¿FMI? Sepa Dios qué
pretendes ayudarme. Ya lo sabrás. Por lo pronto si solicitas i ayuda -agregó, susurrándole al oído- so tienes que:
bsss...bsss...bsss. La criatura no lo pensó dos veces. Quizá fue su infortunio quien la obligó a enredarse con el
personaje, lo cierto es que a todo dijo sí. El personaje desembolsó muchos millones de dólares y la atónita criatura los
recibió con gran alegría pensando que con ese dinero podría, al menos, curarse algunas llagas o aligerar un poco la
miseria que la torturaba gracias a la corrupción galopante de muchos de sus hijos. Antes de despedirse, el personaje la
miró como si fuese una indigente. Le repitió las palmaditas a la espalda, recordándole cumplir con sus
recomendaciones. Cuatro años después, "Papá Fondo" 11 al mismo lugar, observó con el ceño contra el paisaje. Antes
le había parecido hermoso ahora era deprimente. Los pinos habían desaparecido a causa de los depredadores, pájaros
habían huido a otro suelo y lo que peor, la criatura no estaba. Grandes nubarrones danzaban lúgubremente en el cielo.
Miró reloj y expulsó una maldición. El sol quema más de la cuenta cuando la criatura llego duras penas caminaba, y
en cada sollozo parecía escapársele la vida. Sangraba, y ? llagas despedían un hedor que a "Papá Fondo. Le produjo
náuseas. ¡Ah, criatura! -le dijo-. Cómo se ve que sigues desgobernada. No me importa la deuda si eres puntual con los
intereses. A cobrarlos vengo. Ella tragó saliva, antes de contestar: No puedo cumplir "Papá Fondo" ¡Ayúdame!, mis
hijos se mueren de hambre. Los lamentos de la criatura despertaron en Papá Fondo" mayores exigencias: Seré
magnánimo contigo -le dijo su- zurrándole nuevamente al oído-, pero: bsss... bsss...bsss. ¿Todo eso me pides? Mi
puritana criatura, tienes que hacerlo. En realidad eso que te pido, es nada, para los milloncitos que te he dado y te
daré... Solamente tienes que elevar un diez por ciento el impuesto sobre ventas... incrementar el costo de los servicios
generales y sobre todo, nada de subsidios al transporte, la harina, Diésel, kerosina... ¡nada! ¡Nooooo! -exclamó la
criatura-. ¡Eso i lo acepto! ¡Y no sólo eso! -prosiguió- "Par Fondo", también: bssss...bssss...bssss. El personaje optó
por no contestarle. Dio '.a vuelta para alejarse definitivamente, convencido de que esta vez había hecho un mal
negocio. No siempre las cosas le salen bien. La criatura prosiguió gritándole: engañador... trapacero... tramposo...
engañamundos... embelecador... engañabobos, pero... ¡te necesito! ¡Te necesito "Papá Fondo" ¡Por favor, dame otra
oportunidad.
La respuesta
Diariamente me esforzaba en amarrar cierta pregunta, la que a la vez deseaba expulsar y no podía. Siempre se me
quedaba en la punta de la lengua. Deseaba empujarla para que saltara de una vez y sin embargo, me arrepentía en el
último momento. La masticaba lentamente, tragándomela y causándome por dentro un efecto desastroso. La
impaciencia luchaba contra mi paciencia para que mis nervios -los que tenía bien amarraditos- no se desataran
ocasionándole daño a mis seres queridos, culpables sin saberlo, del resentimiento que me amargaba y que dejaría de
sentir cuando la pregunta saltara y reventara afuera. Necesitaba estar sola tan siquiera unas horas, perdida en mis
lecturas y meditaciones, pero ellos no dejan que mi barca surque la mar tranquilamente: "¿Puedo entrar? Necesito
hablar contigo". "¿Cuándo vas a salir para que mires trabajo?" "Alguien ha venido a visitarte". "La comida está lista
pero todos dicen. La sirva usted". Todo eso me cansa. Me desespera. T los días lo mismo. ¡Hoy soltaré la pre Hoy me
darán la respuesta. Mientras t hacen la siesta, iré al corredor -mi lugar favorito para escribir- a terminar el cuento que
ten medio camino. ¡Qué alegría! Voy por el nudo y no ha habido distracciones. Parece que por fin" terminaré: Y el
hombre salió corriendo con el machete la mano. Ella lo miró con angustia infinita y... Ahí viene alguien. ¡Oh, no!
Ahora que lo terminaba. Es mi esposo. Me llevo las m a la cabeza con desesperación y suspende tranquilo de mi
máquina. Esto es una locura. Todos los días lo mismo. Cierro los párpados y puedo verlo sentado, mirándome, sin
notar mi agitación. Sin notar que concentro todo mi esfuerzo para que mis nervios no se suelten y lo dañen con mi
pregunta. El ignora por completo mi trabajo y comienza con su bla... bla... bla. Estoy tan molesta que la cólera y la
impotencia comienzan a hacerme muecas por dentro. Llega mi hija y también bla... bla... bla. Falta mi hijo, parece que
hoy se ha atrasado diez minutos, ahí está, viene hacia acá... Yo estoy muda pero ellos se divierten. De vez en cuando
me preguntan algo y les contesto con monosílabos. Ni siquiera finjo prestarles atención. Durante mucho tiempo he
practicado a ser paciente conmigo misma y con los demás, pero hoy parece que mis nervios están cansados de estar
amarrados y quieren vacaciones. Llega la sirvienta y me dice que se terminó el gas y la harina de maíz. La pregunta
me.
El niño descalzo
El niño se limpió los pies desnudos. Se quitó la gorra y con timidez empujó la puerta del restaurante. Deslizó la
mirada hacia dentro escudriñando el ambiente. ¡Qué alivio! Casi todas las mesas estaban vacías, excepto la que
ocupaba el dueño del negocio y su hija, -estudiante universitaria- quien subrayaba un libro de Sociología a la vez que
almorzaba, otra de las mesas la ocupaba un señor de prominente barriga, éste leía un periódico mientras el joven
mesero le servía su orden de chuletas con papas. El niño carraspeó y caminó hacia dentro seguido de dos niñas
escolares debidamente uniformadas, de su misma edad, oscilando entre los once y doce años y de otros dos niños
calzados; pero que más les habría valido andar con los pies desnudos como él, porque los zapatos estaban tan echados
a perder que los dedos asomaban como avergonzados entre el cuero y el hule. Se acomodaron en dos mesas. El niño
descalzo con las dos niñas ocupó la mesa que estaba cerca del mostrador donde había un arreglo floral de fragantes
rosas blancas. Los otros dos en otra a la par de ellos. El mesero dirigió la mirada hacia don encontraba el dueño del
negocio, como pidiendo su aprobación para dejar entrar a los niños hizo un gesto afirmativo, mientras se levar para
salir a la calle. Entonces de mala gana v el entrecejo contraído, el mesero se dirigió al niño descalzo: ¿Vas a pedir
algo? ¿Traes dinero? El niño buscó en sus bolsillos y sin inmutarse sacó un billete de regular denominación-
abanicándolo como para espantar el c preguntó: ¿Alcanzará para cinco hamburgués cinco refrescos? Claro que sí
caballero -replicó- con ton: burla el mesero. En un momento le sirvo, también le alcanza para la propina... Por segunda
vez el niño buscó en sus bolsas' y con aire triunfal sacó dos monedas de cincuenta centavos y las colocó sobre la mesa.
Poco después les servían las hamburguesas y los refrescos y el niño descalzo tuvo que llamar al orden a los demás
niños que celebraban la llegada del festín con gritos y carcajadas. Ya no queremos -contestó la niña de die giro
versado-, además desayunamos bien en: Caminó hacia la salida y su compañera la sig. Habían aceptado la invitación
del niño descalzo por no desairarlo, ya que él ese día, las había salvado del ataque de un perro callejero. Apenas
habían salido las niñas cuando cuatro. Manitas sucias cayeron en un santiamén sobre restos de comida. Después
corrieron a mordisquear los huesos de las chuletas que había de, el señor de prominente barriga, mientras estudiante
hacía un alto en su trabajo y observo sorprendida la escena. El niño descalzo trataba inútilmente de controlar a los dos
niños que seguían buscando entre los platos vacíos una migaja que se les hubiera escapado a la vista. El rostro del niño
descalzo se volvió escarlata. ¿Quién era? ¿De dónde había sacado aquel billete de cien lempiras, que lo hizo sentirse
por un momento un caballero? ¿Sería un ladronzuelo con suerte o uno de esos niños que fingen tapar baches en las
calles para disimular la mendicidad? La estudiante presintió que aquellas criaturas no volverían a saborear la delicia de
una hamburguesa o un refresco durante mucho tiempo, porque sus padres, si es que los tienen, ni siquiera alcanzan
para los frijoles. De lo que sí está segura, es que lo que ha visto hoy, le ha tocado tanto el corazón de tal manera, que
hasta le servirá para terminar con broche de oro su monografía sobre: EL HAMBRE QUE ABATE A LA NIÑEZ
DESPOSEÍDA DE HONDURAS. El niño descalzo la miró detenidamente y exclamó: Así son los niños de la calle,
señorita: perdónelos, y tomando por la camisa a las criaturas se dirigió a la puerta de salida. ¿Qué modales son esos?
¡Qué vergüenza la que me han hecho pasar!- les dijo. No te enojes Pablo... Pablito -contesto de ellos-, es el hambre y
el hambre no sabe nada; ¡Qué ricas son las hamburguesas! Adiós señorita -dijo el niño descalzo-. Tienes razón mi
amiguito: el hambre no sabe nada.
La calumnia
Se tocó el ampuloso y palpitante vientre y sonrió con satisfacción. Su embarazo iba "viento en popa". El bebé nacería
dentro de cinco meses. ¡Qué cara la que pondría su Cornelio cuando le diera la noticia: ¡Vas a ser papá! ¿No es que
Amelia Cardenal estaba muy vieja para tener hijos? Cuando se casaron apenas meses atrás, ella tenía cuarenta y dos
años; Cornelio treinta y seis. El día de la boda, tuvo que soportar las miradas maliciosas de la gente y hasta alcanzó a
escuchar a su tía Ernestina: "Pobrecita, se casó tan vieja que no podrá darle hijos a Cornelio ¡por lo menos ya no será
la solterona más desprestigiada del pueblo, -y agregó-: ¡Qué valiente es Cornelio! Ella ya estaba quedada, ¡vaya
suerte! Él lavará su mancha al elevarla al nivel de señora". Y don Manuel Tobar, el propietario de la tiendita "La
Esquina", le había comentado a su primo Carlos: "Estoy seguro que la calumnia que ha rodeado a Amelita, como una
serpiente venenosa, durante tantos años, al fin se olvidará, Cornelio se lleva una buena... muchacha -le no muy
convencido de sus palabras". Y es que "pueblo pequeño, infierno gran- Entre más pequeño es el pueblo más rápido c
la maledicencia. Cuando Amelia tenía veinte años, era sin d alguna la muchacha más linda y admirada de Juan,
máxime siendo la hija de don Fernando Cardenal, el hacendado más rico a diez millas redonda. Amelia palideció, lloró
y pataleó. Ahora sabía por qué la gente de San Juan, la veía como a una leprosa. Ahora sabía por qué el cura de la
parroquia había sido trasladado a otro pueblo más miserable que aquél, a raíz del problema que tuvo ella con el
sacristán, a quien buscó por todas partes y no encontró. Sabiendo que siempre sería vista con muchacha más
desprestigiada del pueblo, opto por encerrarse en la hacienda de sus padres, durante muchos años convencida de no
encontrar nunca un "salvador" que gritara a los cuatro vientos verdad, que la librara de aquel murmurio escandaloso,
salido de la jeta inmunda solapado sacristán. Pero su Cornelio, su am Cornelio -Contador de su padre- quien llegó m
capital, le había ofrecido la "amnistía" al cas con ella. ¡Oh Dios! ¡Cómo lo amaba! Sobre I cuando al día siguiente de
la boda, fue a quitarse la goma a "La Esquina" de don Manuel, y les preguntó entre serio y malicioso, cómo h.
encontrado a la muchacha. Le dio de trompad horas después le llevó al sacristán, al mal sacristán que buscó en un
pueblo vecino, h encontrarlo, para que le escupiera la verdad, verdad que corrió de boca en boca por toe pueblo y que
le satisfizo en parte, no del i porque ella sabía que cuando una calumnia c nadie puede detenerla, ni echarla en un
aljibe sin fondo. Es como si rompiéramos un papel con mil palabras inmundas y lo regáramos en una calle, luego,
cinco minutos después intentáramos recogerlos, ¡imposible! faltan muchos pedacitos, que quizás alguien o muchos
han leído ya.Mas, el amor es el mejor cicatrizante para un corazón erosionado, y un bebé, la realización de toda mujer.
Un bebé vendrá a fortalecer su matrimonio. Mañana invitaría a almorzar en su casa a sus familiares más cercanos y les
daría la noticia ¡Qué noticia! Amelia, la solterona más vieja del pueblo tendrá un bebé. Durante los últimos meses
había sentido todos los síntomas del embarazo, incluso, había notado el aumento de tamaño del vientre. También
había tenido antojos de mango verde, de tomar agua de coco a las tres de la mañana y de comer sandía a media noche.
Amelia regresaron al pueblo un mes después. Ella con la mirada vencida y los cachetes encendidos por la vergüenza.
El cargando un hermoso recién nacido que, por supuesto, no es de Amelia. ¿Adoptado? ¿Robado? Sólo ellos lo saben,
más si algún día se descubre la verdad, será como una calumnia más que la desdichada Amelia tendrá que afrontar. En
el pueblo nadie sospecha nada. Unos le encuentran parecido al bebé con Amelia, otros a Cornelio, pero el orgulloso
abuelo, don Fernando, asegura que la criatura será la viva estampa de su difunto padre.
Libros del mal
Presa de una rara fascinación iba colocando las joyas en línea sobre la cama, dándoles forma de avecillas. Avecillas
doradas cuyos ojos eran piedras preciosas que refulgían como estrellas con el reflejo de la luz de la lámpara que
pendía del techo. También los ojos de ella brillaban, pero no con el fulgor de las piedras preciosas. No, era algo
superior. Tenían un destello extraño ¿de avaricia? No lo creo. Era un brillo diferente. El que nos proporciona la
satisfacción, el orgullo de poseer algo que hemos ido formando día a día con nuestro sudor, con nuestras lágrimas y
privaciones. Mientras ella contemplaba aquel tesoro que había ido acumulando a través de los años; yo la miraba por
la rendija de la puerta de su dormitorio y me dio miedo aquel extraño fulgor en sus ojos. ¿Cuánto le duraría? De lo que
sí estaba segura era de que mientras ella, mi madre, fuera dueña de aquel tesoro, tendría fuerzas para seguir luchando
en este mundo lleno de miserias: mañana, pasado y siempre. Ahora comprendía por qué se encerraba en su dormitorio
por largas horas. Empujé la puerta y entré intempestivamente. Parecía una reina cubierta de joyas. Las tenía en el
cuello, en los brazos, en las manos y hasta en la cabeza, aparte que había una buena cantidad en la cama. El brillo de
aquel tesoro me cegó un instante, momento que aprovechó para tratar de quitárselas del cuerpo. Imposible, eran
muchas. Entre bromas y una risita más bien nerviosa, me le acerqué y jugué con ella, tratando de arrebatarle algo de su
tesoro. Me coloqué en el cuello cinco cordones de 21 quilates. En los brazos muchas pulseras, no sé cuántas. Mis
pequeñas manos se veían hermosas, miento, más bien ridícula con tantos anillos. En aquel momento imaginé ser
dueña de aquella mínima parte de sus alhajas y me sentí feliz. Al principio, ella se mostró confusa, muy nerviosa,
pálida -no por la luz de la lámpara-, luego comenzó a reír desaforadamente y yo la acompañé. Mamá... ¿son suyas? ¿to
das? -le pregunté con un hilo de voz. Si hija, todas. Desde antes de casarme he ido Invirtiendo mis ahorros en esto. -
Colocó un cordón En el cubrecama y formó rápidamente la figura de un ave-. Le puso dos rubíes como ojos y como
pico una esmeralda. ¡Ay, mamá! quién lo hubiera creído, ¡qué extraña coleccionista es usted...! ¡Viva mi mamá! -le
grité-. ¡Viva! -replicó ella, extendiendo un gran pañuelo y guardando en él sus sueños, sus ilusiones doradas. De
pronto me miró fijamente y me recomendó que le guardara el secreto, que por favor no se lo contara a mis hermanos.
"Será de ustedes pero... hasta que mi vida termine -me dijo-. Ella odiaba pronunciar la palabra muerte Bueno... casi
todas. Algunas están empeñadas. Esta vida se está poniendo tan difícil que prestar dinero por joyas es en realidad una
bonita forma de trabajar descansando. Fingí creer su mentira. Creo que lo hice bien porque ella suspiró aliviada y
cambió la conversación. Yo residía en Juticalpa y un mes después de este incidente, una amiga me llevó la desagra-
dable noticia: ¡Le robaron a su mamá! ¡Le llevaron todas sus joyas! Lloré, lloré mucho, no tanto por las joyas. Lloré
porque sabía que en los ojos negros de mi madre, jamás volvería a ver aquel fulgor, aquel brillo extraño que le
proporcionaba el orgullo de saberse poseedora de aquel tesoro. Murió meses después a los setenta y cuatro años y
nadie me quita de la cabeza que su muerte se precipitó por la ausencia de sus avecillas, ¡efímeros lirios del mal!*. Sino
las hubiese perdido quizá habría conquistado la longevidad del águila o del cisne. Hoy, frente a su cama vacía,
hundida en el recuerdo de aquel día, en medio de este silencio infame, que hiere y despedaza, me burlo de la noche -y
ella se burla de mí- mientras escribo este "cuento" que por ser tan real es una pesadilla que acabará solamente cuando
cruce en mi camino una avecilla dorada. ¿Dónde están avecillas doradas? ¿Adónde volaron? ¿En qué cuello infame
anidan ahora? ¿En qué manos profanas refulgen las estrellas de mi madre? No sé... yo jugué con ustedes, ¡conozco su
brillo! Y juro que si algún día las encuentro, acabaré con su vuelo y con el poder de quien las robó.
El error
Durante mucho tiempo la viejecita estuvo presintiendo aquel regalo. Se trataba de un perfume que allá en sus años
mozos había sido el deleite de su ya difunto esposo. Aquella fragancia tan cara, le recordaba los momentos más gratos
de su vida.
El valioso frasco por fin llegó a sus manos gracias- al recuerdo constante de su único Rijo, quien desde niño conocía
lo que significaba en especial aquel perfume. Ella lo recibió llena de expectación. Percibió la magia sutil del contenido
a través del material que lo envolvía, como se percibe a un ser ausente y querido con el pensamiento. Con manos
temblorosas abrió el regalo, obviando por primera vez la tarjetita, que llevaba el acostumbrado mensaje: "Mamá, te
quiero" y que la llena siempre de un sentimiento etéreo, difícil de describir. A medida que ha ido envejeciendo,
necesitaba con más desesperación esas expresiones de cariño que penetran en su corazón con la fuerza de un
"Levántate y anda". Hoy ha cometido un error que deja huella en su hijo, y la ancianita que siempre ha sido muy
espiritual, se ha ganado el mote de "madre materialista".
Cada Día de la Madre, cada cumpleaños, cada Navidad, ella recibe un caro obsequio de su parte. Busca con la mirada
llena de agüita una inexistente tarjeta que quizás en los años que le quedan por vivir, nunca volverá a encontrar.
¿Me da jalón señor?
Miré mi licenciado... todo comenzó así como le va contar, pero antes déjeme decirle que mi nombre es Manuela del
Socorro Domínguez. Pues resulta mi Lic., qué el marido mío y yo, trepamos de la montaña a Goyito, mijo bien
enfermo el progresito, para llevarlo al pueblo. Dicen allá en la montaña quera de cólera... ¿Cómo iba ser de cólera si
él nunca fue arrecho como el marido mío? Mi angelito lo que tenía era una gran diarrea, vómitos v calentura. Nos
encontrábamos esperando en la carretera sin una alma se condoliera de nosotros y nos diera jalón para traerlo al
hospital. Cuando pasaba algún camión le hacíamos la señal y nada, más luego si ban, levantando una gran polvazón
que casi nos aficiaba, ¡y con la calor que hacía, pues eran como las doce en punto! El chigüincito ya ni se quejaba,
pero, eso sí, seguía mojando como pato. De repente el marido miyo estiró el pescuezo, se rascó la cabeza y me dijo:
Nela, munús otra vez pa la montaña que ya Goyito ni se queja y con este sol que derrite, más luego se nos va a
morir.Yo miré a mi criaturita con aquella gran tranquilidá en su carita y le grité al marido miyo: ¿No ves que en el
hospital hay medecinas y lo van a curar?¿Entonces?
Me gustaría llevarle el caso para que ese señor escarmiente y no vuelva a darle aventón a cualquiera...
¿A cualquiera? Si juimos trabajadores dél. Sernos gente humilde de la montaña, pero...
¿Y por qué se fueron de la hacienda? ¿Por qué los despachó don Nemesio?
Ejem... dicen que a los abogados hay que dicirles siempre la verdá, y la verdá, es quél marido miyo le ro... robó una
escopeta y también don Nemesio lo encontró en el mercado de Catacamas vendiendo dos quesos de su hacienda...
¿Qué son dos quesitos y una escopeta vieja para una persona que tiene tanto pisto? ¿Idiái, mi Lie? ¿Le cobramos
más por mi angelito?
¡Se lo cobraremos! Y que le pase por bruto, por pena... ya lo dijo usted, para eso estamos los abogados, si me ando
con muchos remilgos otro lo hará. ¡Y ojalá que Dios o el Diablo me pongan algún día a este inocente señor en una
carretera! Ya quisiera ver su cara cuando le dijera ¿Me da jalón, señor?
Era un día lunes
Después del día domingo cuando puedo dormir a mis anchas, quizá más de la cuenta, o leer el libro que durante toda
la semana he intentado terminar, el día lunes lo siento realmente tedioso, agobiador, sobre todo cuando el auto de la
casa está "enfermo", me veo obligada a tomar un taxi y no lo encuentro, entonces tengo que abordar un autobús
repleto de pasajeros. Tuve suerte este día. El autobús cuya ruta es Loarque - Lomas, estacionó en la esquina donde
esperaba taxi desde hacía más de media hora, mientras frotaba mis brazos más helados que de costumbre, por culpa de
la mañana que se había iniciado muy friolenta como consecuencia del aguacero del día anterior. En cada parada la
gente baja y sube, miro y remiro a los pasajeros y no he encontrado a nadie más que me llame la atención. Lo que sí
noto en la gente, es un velo de preocupación. Suben al autobús y no saludan, se han olvidado por completo del
"Buenos días, señor" o del "Hasta luego, señora". Dos amas de casa comentan entre sí, que antes compraban en el
súper y ahora con esto de los "paquetazos" progresivos del Gobierno, tienen que arriesgarse a que las asalten por
comprar en el mercado. En mi casa -dice una de ellas, casi con nostalgia- comíamos carne todos los días; hoy
solamente una vez a la semana.-La otra suspira y le contesta-: dichosa tú, que todavía comes carne; yo engaño a mis
hijos con frijol de soya-. Le da una receta que yo escucho atentamente, sin perderme ningún detalle. Sonrío y recuerdo
que en casa hay un poco de soya. Lo prepararé cuando regrese. Algunos pasajeros sonríen, otros contraen el entrecejo
y miran por la ventanilla indiferente a las canciones que ellos interpretan. En la siguiente parada, subió un joven alto,
muy alto, sus ojos azules observaron uno a uno los pasajeros. "Éste es un ser silencioso e inexpresivo, -me dije- pero a
pesar de eso me inspira confianza su mirada abierta y serena". Ahora, este muchacho era mi objetivo, mis
pensamientos venideros se los dedicaría a ese bello ejemplar masculino. Como si él hubiera adivinado mis
pensamientos, me sonrió encantadoramente, lanzándome una mirada larga. Si yo hubiese tenido treinta años menos,
quizá mi corazón habría comenzado a palpitar alocadamente, pero no, mi corazón siguió caminando con su ritmo
acostumbrado, más en mi interior, deseé ser la colegiala del asiento de al lado, para devolverle una sonrisa llena de
promesas. Le dediqué dos minutos con treinta segundos exactamente y cuando terminé con las interrogantes de
costumbre, concentré la mirada en una mujer que iba parada con un niño en brazos. Con voz suplicante se atrevió a
pedirle el asiento a un muchacho de aproximadamente dieciséis años, quien iba a la par de ella. El la miró con
indiferencia y le dijo: Pídaselo a otro que yo tengo que trabajar mucho este día. Observé nuevamente al estudiante con
el cual yo compartía asiento. Seguía ensimismado en la lectura de uno de sus libros. De pronto comenzó a moverse
inquieto y levantó la mirada, la que chocó con la de los ojos azules. El de ojos azules tenía la mirada fija en él, nunca
me miró a mí y no era una mirada inexpresiva, era una mirada tierna, atrevida, voluptuosa. Yo observaba a uno y a
otro. El estudiante seguía revolviéndose en su asiento; luego de unos minutos, se quedó quieto, parecía hipnotizado,
con la mirada del ojo azul. ¿Qué diablos estaba pasando? ¡No comprendía nada! Como una débil luz me llegó al
cerebro, la realidad de lo que estaba sucediendo: ¡Amor a primera vista entre dos homosexuales! Su mirada parecía
unida por un hilo invisible. Me levanté un tanto nerviosa para ofrecerle el asiento a la muchacha que cargaba al niño y
sucedió algo que me causó una sorpresa infinita: el ojos azules se abrió paso como pudo y antes de | que yo pudiera
ofrecerle el asiento a la muchacha, se acomodó al lado del estudiante, y sin dejar de mirarlo le dijo: ¿Estudias
medicina? Yo... computación... ¿Podrías correrte un poco para que también se siente la señora? Estaremos un poco
apretaditos, ¿no te importa? En lo absoluto -contestó el estudiante, con voz afeminada-. Se veía feliz, radiante, sus
labios se plegaron en una sonrisa y su rostro parecía teñido de un leve color rosa. El cobrador casi nos revienta los
tímpanos cuando gritó: ¡Córranse! Usted señora ¡la del vestido verde! córrase que todavía caben cinco personas
más.Sonreí por no llorar. No cabía un alma más en aquel autobús. Una alma más que por necesidad tiene que subirse a
esos monstruos de metal y en donde a diario se ven tantas cosas y surgen de repente historias como éstas. ¡Dios que se
apiade de nosotros!
León de oro Mis ojos se prendieron anhelantes y escrutadores en el rostro de mi padre, quien yacía postrado en su cama, casi
inmóvil, fumando incesantemente y con la mirada fija en el techo. Hacía unos meses que su mente vagaba por mundos
oscuros de los que nada ni nadie lo hacía regresar. ¿Cómo era posible que un hombre tan vital, pudiera estar ahora en
ese estado de laxitud? Lo observé por unos minutos y me desesperó verlo como a un pajarito al que han cortado sus
alas y que ni siquiera gorjea cuando tiene hambre. Le hablé. Le estuve hablando por unos minutos y tal vez reconoció
mi voz porque sus ojos se alegraron un poco. No podía aceptar verlo como un vegetal. No, una inteligencia tan lúcida
como la suya no debía perderse así, seguramente estaba dormida para despertar en cualquier momento. No sé qué
hubiera pensado el presidente Callejas al escucharlo. Yo lo miré con tristeza y conmiseración, lo arropé y le di un beso
en la rrente. El me apretó una mano y me dijo que le diera otro besito (pesito) de los que servían para [comprar
cigarrillos o cervecitas. Siendo siempre tan especial aún en su estado, disfrazaba la palabra pesito con "besito". Le di
cinco lempiras y me fui al cuarto que siempre me destinaba mi madre cuando llegaba a la casa. Hoy, un día antes de
mi cumpleaños, no sé cuánto daría para que él me pidiera un "besito". A duras penas me ha contestado algunas
preguntas con monosílabos. Creo que ni siquiera se ha dado cuenta que soy su hija. Siempre me había preocupado la
idea de saber cómo me sentiría cuando llegara a alcanzar el medio siglo. ¡Y por Dios, que mi ánimo anda por el suelo!
Me siento mal, verdaderamente mal. Me observo en el espejo: el paisaje de mi rostro no me gusta. Hay nuevos
caminitos y algunos surcos que no tenía el año pasado. Me tiendo en la cama y pienso. Las interrogantes van y vienen
y cada vez estoy más confusa. Comenzaré a orar en silencio. Le daré gracias a nuestro Señor, por haberme permitido
navegar en este mar de lágrimas y sonrisas hipócritas durante cincuenta años. Oraré por mis hijos, mi madre, mis
hermanos, por una Honduras y una humanidad sin tanta hambre y dolor, y sobre todo, oraré por mi padre. Él había
recuperado su lucidez por unos minutos, para ofrecerme su último abrazo, su último Happy Birthday ¡Mi ídolo secreto
no me había fallado! Aunque para algunos que le conocieron en sus últimos días y que lean este relato, que por
supuesto no es fantasía, él quizás les habrá parecido un insignificante ratoncillo, por aquello de su canción eterna y por
su pequeña estatura, más para mí siempre será: Mi León de Oro y así pasen los días, los meses y los años, vibrará
siempre en mi corazón el recuerdo de aquel día, cuando el amor de un padre cariñoso, venció las fuerzas poderosas de
lo... ignorado para felicitar por su caminata de medio siglo a su hija mayor, la que le brindó por primera vez la alegría
y el orgullo de sentirse PADRE.