Universidad de La Salle Universidad de La Salle
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Filosofía y Letras Escuela de Humanidades y Estudios Sociales
2021
Aportes de Henry Lefebvre al concepto de espacio social a partir Aportes de Henry Lefebvre al concepto de espacio social a partir
de su obra La producción del espacio de su obra La producción del espacio
Tatiana Cabrera Rubio Universidad de La Salle, Bogota, [email protected]
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Universidad de La Salle
Escuela de Humanidades y estudios Sociales.
Filosofía y Letras
Aportes de Henry Lefebvre al concepto de espacio social a partir de su obra La producción del
espacio.
Tatiana Cabrera Rubio
Director
Sebastián Alejandro González M
Profesor Investigador Titular III
TABLA DE CONTENIDO
INTRODUCCIÓN
La producción del Espacio
1. De lo rural a lo urbano
2. La producción del espacio social
Práctica del Espacio
1. Lo vivido. Espacios de representación
2. Lo percibido. Práctica del espacio
3. Lo concebido. Representaciones del espacio
4. Del urbanismo y la planeación urbana
¿Qué es la ciudad?
1. Sobre la urbanización
2. La ciudad-lo urbano
Conclusiones: Espacio y Política
1. Espacio y política
2. La revolución de la vida cotidiana
Bibliografía
Introducción
La fractura urbana que es notable en nuestras ciudades actuales se corresponde con la
fractura social y con la desigualdad que la caracteriza y que a su vez la determina (Harvey,
1977).
El espacio es actualmente uno de los grandes temas que involucra a muchas disciplinas
en su reflexión ya que al ver los problemas que entraña (conflictos entre Estados por territorios,
abuso en la explotación ambiental de materias primas, desigualdad socioespacial, problemas de
acceso a vivienda digna, acumulación de tierras y monopolización de las mismas en manos de
contados propietarios, entre otros) se hace urgente un estudio arduo e integral que permita una
postura alterna para la resolución de dichos problemas.
En el siguiente trabajo y haciendo eco del significativo giro espacial dado hace
aproximadamente cincuenta años en las ciencias sociales, expondremos el concepto de
producción del espacio social creado por el filósofo francés Henri Lefebvre, quien postula con
este concepto una nueva valía del espacio y una transformación en las disciplinas que han hecho
de este su objeto de estudio, tales como la geografía, el urbanismo y la arquitectura.
Nuestro propósito consiste en analizar el concepto de la producción del espacio social
propuesto por el filósofo francés Henri Lefebvre (1974) con base en los elementos constitutivos de
este concepto exploraremos una mirada al espacio-ciudad y al papel del hombre urbano dentro del
mismo. En este contexto, nos planteamos el siguiente interrogante ¿cómo a partir de la obra de Henri
Lefebvre se puede entender la Ciudad como un organismo que posibilita la producción social del
espacio? Frente a este interrogante nos planteamos la siguiente hipótesis de trabajo: Henri Lefebvre
establece el espacio social como un entramado trialéctico entre el espacio vivido (social, de relación),
imaginado (mental) y concebido (espacios representados). Este concepto rompe con el paradigma del
espacio cosificado, bajo el cual se ha estructurado la ciudad y en su lugar plantea una comprensión
integral de ésta, que parte del entendimiento de la participación de sus ciudadanos. Para el desarrollo
de esta hipótesis proponemos tres momentos que darán cuenta de la elaboración del concepto y que nos
permitirán vislumbrar la relación ciudad-ciudadano. En primer lugar, expondremos el tránsito de lo
rural a lo urbano que conforma una diferenciación elemental de los dos espacios, con el fin de
puntualizar la producción del espacio social dentro de lo urbano, haciendo allí una exploración de los
elementos constitutivos del concepto. En segundo lugar, caracterizaremos a partir de esta distinción lo
que el autor propone como ciudad, especificando la problemática trasversal que la define: la
urbanización estructurada que invisibiliza y excluye a quienes la habitan. Finalmente, determinaremos
cuál es el papel del hombre urbano que se propone a partir de la producción social del espacio y su
implicación en la construcción de la ciudad.
Esperamos con este trabajo evidenciar la recuperación del concepto espacio de los análisis
lógico-formales al análisis interdisciplinar que Lefebvre logra hacer a través de su obra. Poniendo de
manifiesto la ideología imperante que oculta la complejidad de la producción del espacio social, la
cual pretendidamente fetichiza el espacio y lo establece como mero escenario de producción, trabajo y
recientemente como sector económico al servicio de la acumulación del capital; desvinculándolo por
completo de la vivencia individual y social que la humanidad tiene y ha tenido en él. Así, la vida
cotidiana resulta ser acertadamente la posibilidad de emancipar el espacio social del dominio
capitalista al que está vinculado, restableciendo el derecho de uso de lo urbano sobre el derecho de
propiedad privada bajo el que está fundada la ciudad posindustrial.
La producción del espacio
En este capítulo analizaremos el concepto de la producción social del espacio, especialmente
lo que atañe al espacio urbano. A partir de este concepto plantearemos algunas consideraciones críticas
al modo en que el urbanismo del siglo XX ha planteado el espacio. Para ello expondremos, en primer
lugar, la caracterización de lo rural a lo urbano, con el fin de identificar tanto el flujo histórico que hay
entre los dos, como su distinción dialéctica. En segundo lugar, analizaremos el concepto de la
producción del espacio, y describiremos los elementos constitutivos que permiten dar cuenta de su
construcción trialéctica. Para finalizar determinaremos cómo dichos elementos contrastan con el
urbanismo y la planificación urbana del siglo XX, desde el cual se concibe el espacio como un
elemento meramente geométrico y material susceptible de ordenación en pro del poder Estatal.
1. De lo rural a lo urbano
Partamos de una aclaración importante para entender cuál es la relación que guardan estos dos
conceptos. Para hablar de lo rural a lo urbano no nos referiremos aquí a un tránsito unívoco de una
comunidad rural a una comunidad urbana, como si tratásemos dos niveles de un mismo proceso, una
seguida de la otra; trataremos más bien el movimiento relacional y dialéctico que los dos comportan,
como elementos que se definen mutuamente.
Entendemos lo rural como aquél espacio que ocupa una mayor extensión dentro de un
territorio definido y que posee características propias en cuanto al desarrollo de sus actividades de
producción con base en la tierra, en mayor medida. Esta distinción entre el campo como lo rural y la
ciudad como lo urbano, tiene sus orígenes en la división social del trabajo, siendo esta oposición
cambiante en el transcurso del tiempo y según el modo de producción imperante y su desarrollo. Es
preciso afirmar que la relación entre naturaleza- cultura, juega un papel importante en la distinción
planteada, ya que es gracias a esta distinción que el hombre occidental ha habitado el espacio.
La distinción en la antigua Grecia entre Physis y Alétheia nos proporciona un punto de partida,
ya que
la phýsis es la esfera omniabarcante que incluye por igual a todo lo que se origina (génesis) y a
todo lo que perece (phthóra). Adquirida por medio de la contemplación (theoria), la verdad
como des-velamiento (a-létheia) de la naturaleza (phýsis) posibilita la acción de los humanos.
De esta manera la naturaleza es lo «predado» que antecede a todo pensamiento y a toda
actividad humana que solo por medio de la verdad podemos adquirir, siendo a un mismo
tiempo la condición de posibilidad de las acciones del hombre (Duch, 2015:32,33).
Así la relación entre naturaleza y cultura parte de una distinción de la misma, donde el hombre
actúa sobre la naturaleza gracias a su capacidad para develarla. De esta manera, lo rural que tiene un
contacto directo con la naturaleza se establece como un espacio natural circundante, referido siempre a
una ciudad mientras que lo urbano se establece como el centro de poder, espacio privilegiado del
conocimiento y del desarrollo de las relaciones sociales.
En este sentido la caracterización sociológica que Lefebvre hace sobre la vida rural de Francia
en los años cuarenta del siglo XX, nos permite comprender su pensamiento en cuanto a la problemática
rural y su relación con lo urbano. En la compilación de textos denominado De lo rural a lo urbano,
Lefebvre desarrolla su planteamiento desde una perspectiva histórica, desde la cual define las
comunidades rurales como organizaciones estructurales en las que se instaura tanto la distribución
espacial dada por los modos de producción establecidos históricamente, como las relaciones
construidas por sus miembros, entendidas como disciplinas colectivas. En este sentido Lefebvre
afirma:
La comunidad rural (campesina) es una forma de agrupación social que organiza, según
modalidades históricamente determinadas, un conjunto de familias fijadas al suelo. Estos
grupos primarios poseen por una parte bienes colectivos o indivisos, por otros bienes
“privados”, según relaciones variables, pero siempre históricamente determinados. Están
relacionados por disciplinas colectivas y designan – aun cuando la comunidad guarde vida
propia- responsables mandatarios para dirigir la realización de las tareas de interés general.
(1978: 31).
Así, para hablar de comunidades rurales, tendremos que caracterizar no sólo su modo de
producción, sino también las disciplinas colectivas que definen sus prácticas sociales, desde una
perspectiva particular ya que la connotación histórica de cada comunidad implica una diferencia
fundamental en su desarrollo.
Cada una de las épocas marca en la constitución de la comunidad rural una caracterización
particular, que nace del entramado de relaciones entre los establecimientos de sistemas políticos,
económicos y sociales, (así sean modos de producción esclavistas, feudales, capitalistas o socialistas).
Éstos constituyen y reconstruyen la comunidad rural. Sin embargo, las comunidades aunque mantienen
rasgos marcados por los modos de producción -delimitación de tierras, rotación de cultivos, tipologías
de vivienda, etc.- no pueden ser entendidas desde la identificación plena con estos, puesto que guardan
dentro de sus relaciones y cotidianidades elementos íntimos -como por ejemplo la sabiduría campesina
que es una mezcla de rutina, desconfianza y prudencia a la hora de tomar decisiones- que forman parte
de su constitución.
Si bien la comunidad rural puede definirse parcialmente según las formas que establecen los
modos de producción en la determinación de la propiedad -ya sea colectiva o privada, o su relación
variable entre estos dos tipos de propiedad- el componente histórico juega un papel muy importante a
la hora de definir dichos espacios, ya que tales modos de producción no se establecen sobre espacios en
blanco sino que son apropiados históricamente. Para Lefebvre es entonces de suma importancia
entender la configuración histórica de las comunidades rurales y su relación con lo urbano, pues éste es
uno de los determinantes de la problemática del espacio social actual.
De esta forma, el autor plantea como objeto de estudio dos momentos históricos que
caracterizan la situación de la comunidad rural: el primero la Edad Media, cuyo campesinado fue
oprimido por los señores feudales, siendo su característica principal la desposesión de la propiedad y de
la tierra. Como consecuencia de dicha desposesión, el producto de su trabajo, las cosechas, eran
repartidas y tributadas a los dueños de las tierras. Este factor ─la posesión o no de la tierra─, tiene
trascendentales repercusiones dentro de la configuración del territorio, y también implicaciones en el
desarrollo de la ciudadanía y en la apropiación del espacio (temas que serán tratados más adelante en el
apartado tres de este trabajo). Para Lefebvre, la situación de la comunidad rural no tiene un cambio
sustancial sino hasta la modernidad:
En el lejano despertar de los tiempos modernos, encontramos una especie de “revolución de
los siervos”, revolución incompleta, esporádica, pero profunda, económica, social, política, y
jurídica a un tiempo, tan pronto violenta, tan pronto lenta y profunda, pero que llevó a la
emancipación parcial de la clase campesina y a la toma de posesión parcial del suelo por los
campesinos…Para llegar a ello se necesitó el efecto disolvente de la economía mercantil; y
también la presión hábil, o brutal del Estado (1978: 38).
Así, la posesión parcial del suelo conlleva una modificación en las dinámicas sociales, como
veremos más adelante, particularmente transformadas por la estructura estatal.
Sin embargo aunque se puedan puntualizar estos dos momentos, cabe aclarar que las
condiciones de las comunidades rurales no tienen un cambio abrupto y radical; pese al cambio en los
modos de producción existen muchas formas que subsisten en el interior de dichas comunidades y que
organizan actualmente sus dinámicas económicas y sus relaciones sociales, como por ejemplo el tipo
de relación permanente entre los propietarios de la tierra con los aparceros o con los trabajadores
agrarios.
Este es entonces el segundo momento en el cual la sociedad rural sufre una metamorfosis.
Después de la revolución industrial el tipo de campesinado basado en el tributo se transforma en un
campesinado parcialmente emancipado, en tanto toma posesión de la tierra aunque no de manera
plena. El cambio hacia una agricultura de tipo capitalista conlleva una forma de relación política entre
las comunidades que afianza el proceso de consolidación del Estado. Siendo así que la revolución
industrial económica repercute en la revolución agraria y política como lo expondrá Lefebvre:
…Hay que esperar la revolución agrícola de la economía, o sea el predominio naciente de la
industria sobre la agricultura, y de la ciudad sobre el campo, para que los ideólogos, descubran
sobre ella misma y por ella misma la realidad campesina (1978: 21).
De acuerdo con lo anterior podemos afirmar que justamente en el cambio del modo de
producción -de la agricultura a la industria- emerge un interés particular de las ciencias humanas y
económicas sobre la vida y las formas de organización rurales, ya que por lo general el interés se veía
abocado a las ciudades y pequeñas zonas urbanas que suponían un punto trascendental para el
comercio. Tuvo lugar el estudio de estas realidades rurales ya que planteaban problemas prácticos,
como el problema de orden jurídico sobre las heredades o sobre la partición de bienes y posteriormente
sobre la mecanización y especialización de la producción, lo que dio paso a la reforma agraria.
(Lefebvre, 1978)
La comunidad rural transformada (no en su totalidad) después de la revolución industrial, en
donde se estabiliza la propiedad privada y donde impera la relación patriarcal de sus grupos familiares
básicos, permite relacionarse ─de igual forma que en el campesinado tradicional─ mediante las
disciplinas colectivas. Estas disciplinas colectivas son las prácticas sociales que tejen solidaridad
orgánica en la comunidad, pues comportan entre otras cosas las relaciones de vecindad y tienen un
fundamento práctico, que llama a la interacción de sus integrantes más allá de la obligación-sanción
que se establece legislativamente.
Este hecho suscita funciones directivas que en un primer momento se caracterizaron por la
cualificación y dominio técnico de quien asumía el cargo ─en su mayoría ancianos y señores notables
dentro de la comunidad─ quienes distribuían tanto espacial como temporalmente el calendario de
trabajo, las formas de la parcela y los trabajos en general.
Dichas funciones fueron con el tiempo presididas por la estructura del Estado, lo que conllevó
el afianzamiento de funciones políticas que comportaron la defensa de la comunidad y el arbitraje de la
misma; funciones finalmente atribuidas y designadas por el Estado, elemento exterior que gestionó a la
comunidad.
Para Lefebvre, la transformación de las comunidades rurales después de la revolución
industrial, se debe entender como un movimiento de la historia hacia su progresiva urbanización, como
consecuencia del poder transformador de la era industrial:
Deducimos, pues, que la comunidad rural no tiene nada de inmutable o eterna. En ciertas
condiciones desapareció o desaparece. Quizá desaparezca completamente, en las formas
industrializadas de la agricultura (la granja capitalista, o, con una estructura social y política
completamente distinta, el chojov) no se puede hablar de pueblo o de comunidad rural en el
sentido preciso de los términos. Como toda realidad histórica, la realidad campesina se
desarrolló, se reafirmó y se disolvió. ¿En qué condiciones? Este es el proceso histórico,
concebido en toda su amplitud. (1978: 45).
Por consiguiente la realidad campesina es un escenario transformado, donde permanece no
obstante, formas estructurales básicas, que se ven contenidas dentro de las nuevas tipologías de granjas
y parcelas tanto capitalistas como socialistas. El modelo de antaño es desplazado por estas nuevas
formas, sin embargo persiste como una voz que es acallada en el tiempo y que por lo pronto permanece
en diálogo con la realidad de su actualidad.
La transformación se enmarca en la importancia descendiente del modo de producción agrícola
y la importancia ascendente del modo de producción industrial, marcada por el proceso de la
revolución industrial. Según Martínez (2013) en la introducción que hace para la obra La producción
del espacio la hipótesis que guía a Lefebvre sobre el advenimiento de la sociedad urbana en proceso de
constitución, permite entender la historia como la sucesión dialéctica de tres grandes eras: la agrícola,
la industrial y finalmente la urbana. Este proceso se entiende como un
movimiento histórico que se inicia en un momento de total ausencia de urbanización, pasando
por sucesivos tipos de ciudades ideales (la ciudad política, la ciudad comercial, etc.) hasta
llegar a un punto donde la extensión del tejido urbano es completa (Martínez, 2013: 39).
Así, podemos afirmar que para Lefebvre el último estadio evolutivo de la historia de la
humanidad es la sociedad urbana, en donde el elemento trascendental que constituye dicha sociedad es
la concentración y extensión del espacio urbano. Este elemento es germinado en el proceso de
industrialización que permite considerar la prelación de la ciudad sobre el campo. Vemos así la
transición que existe entre lo rural centrado en la agricultura a lo urbano centrado en la industria y el
comercio.
Este desplazamiento histórico del valor de los espacios rurales a los espacios urbanos, tiene
como hemos visto su fundamento en los modos de producción. Por ello Lefebvre planteará justamente
que el reduccionismo al cual se ha sometido el problema emergente de la urbanización se debe al mal
enfoque que se ha dado al mismo, ya que el orden de ideas que el problema plantea históricamente es
que la urbanización es producto de la industrialización y no ésta última como un subproducto o una
categoría a ser pensada desde la primera, es decir la industrialización como modo de producción es la
que sienta las bases para el desarrollo de la urbanización, en tanto modo de organización del espacio.
La urbanización acelerada y masiva que viven las ciudades a comienzos del s. XX, que se
prolonga y agrava en lo seguido del siglo, es la preocupación que guiará la obra de Lefebvre después
de los años sesenta hasta su muerte en 1991, y cuyo tratamiento responde de igual forma a una
reconstrucción del marxismo. Así, entendía Lefebvre que Karl Marx había captado el proceso de
industrialización e incluso había indicado su parecer sobre el modo de dominar tal proceso. Pero el
problema de la urbanización quedaba fuera de su alcance. La ciudad tenía cabida dentro del análisis de
Marx como una forma de organización social reducida a la cuestión del alojamiento, sin mostrar en
ningún momento que el espacio social, la urbanización y lo urbano contienen el sentido de la
industrialización.
Sintetizando, hasta el momento hemos visto que los elementos constitutivos de los espacios
rurales según el autor son dos: el modo de producción (agrícola) que es a su vez un factor trascendental
para la organización del espacio y las disciplinas colectivas (prácticas sociales históricamente definidas
por la comunidad); y que éstos elementos aplicados a los espacios urbanos están definidos por la
industrialización (ya que este factor gestó la prelación de la ciudad sobre el campo), estableciendo así
el modo de producción industrial y las disciplinas colectivas como prácticas sociales determinadas por
el trabajo y el Estado.
De esta manera, el espacio urbano es entendido como el escenario que soporta dichas
relaciones de producción industrial y de trabajo, lo cual implica un dominio del capitalismo y al que se
siente llamado Lefebvre, a plantear las posibilidades de su emancipación (Espinosa, 2020) ; éste será
entonces el cometido primordial del autor, rescatar el concepto de espacio de los planteamientos de la
lógica argumentando que el espacio trasciende la función de mero contenedor y soporte de dichas
actividades (producción industrial y trabajo), que aniquila los momentos de la praxis. Planteará así los
tres momentos de la producción del espacio social, reivindicando la importancia de la experiencia en
dicho fenómeno. Lo que nos suscita los siguientes interrogantes: ¿Desde qué perspectiva entiende
Lefebvre el espacio? ¿Cómo se produce o se configura el espacio social? ¿Qué papel juega el
urbanismo y la planificación dentro del espacio social? Dichas cuestiones abordaremos en el siguiente
apartado.
2. La producción del Espacio Social.
Como hemos visto anteriormente, la industrialización marca la importancia de los espacios
urbanos sobre los rurales. Lo que conlleva la formación de la urbanización progresiva, debido a todas
las dinámicas económicas que tienen lugar en las ciudades industriales. El crecimiento de la población
obrera, el establecimiento de fábricas, las nuevas formaciones familiares dedicadas a estas actividades
y las demandas de servicios que estas dinámicas sociales establecidas por el trabajo suponen son los
factores trascendentales que definen las nuevas producciones espaciales.
Por ello, siguiendo la línea evolutiva del espacio rural al espacio social urbano, tenemos que en
las formas más avanzadas del capitalismo, el espacio deviene en producto, en mercancía
intercambiable. Como lo explica Saunders:
el autor argumenta que el capitalismo evolucionó de un sistema en el que las mercancías se
producían en una localización espacial determinada a otro en el que el espacio es producido
en sí mismo, creando espacio urbano como una nueva homogénea y cuantificable mercancía
(1981: 155).
De lo anterior podemos afirmar que la relación dada entre el capitalismo inicial y el espacio se
basó en la consideración de este último como mero escenario de producción, en la localización de las
fábricas y de los productos; el espacio fue entendido como una condición dada, no se problematizó
puesto que fue tomado como un contenedor, un soporte de acciones y cosas. Por otro lado en las
formas del capitalismo avanzado, se tiene que el espacio urbano es ahora el producto y el productor a
un mismo tiempo, puesto que en su dimensión de productor es el espacio el que produce y reproduce
las relaciones sociales que en él se desarrollan y a su vez es producto ya que es planeado, sin embargo,
como una estructura rígida y a priori.
El urbanismo es la herramienta con la cual se estructura el espacio urbano demandado por las
lógicas capitalistas y de poder, que entiende el espacio exclusivamente en su dimensión cuantificable y
que abandona enteramente la acepción del espacio como producto-productor. Este alejamiento
estructural y tecnócrata del urbanismo en la práctica espacial, denota y consolida el carácter de
producto que el capitalismo ha instituido. Por ello Lefebvre propone que:
El espacio debe dejar de concebirse como pasivo, vacío, o carente de otro sentido, como los
“productos”, que se intercambian, se consumen, o desaparecen. Como producto, por
interacción o retroacción, el espacio interviene en la producción en si misma: organización del
trabajo productivo, transportes, flujos de materias primas y de la energía, redes de distribución
de productos. A su manera productivo y productor, el espacio está entre las relaciones de
producción y las fuerzas productivas (mal o bien organizadas). No se puede concebir de
manera aislada o quedar estática. Es dialéctico: producto-productor, soporte de las relaciones
económicas y sociales. (2013: 20-21).
Por consiguiente, la intención de Lefebvre es establecer el espacio como un organismo
dinámico, alejándose de la idea del espacio pasivo bajo la cual se han estructurado las ciudades
industriales y postindustrial. Dicha dinámica del espacio es establecida por la producción, donde queda
enmarcado entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas. Por consiguiente, el autor
establece dialécticamente el espacio como el producto-productor despojándolo así de su roll estático en
la organización y producción de sí mismo (Gasca-Salas 2017).
De allí que los conceptos producto y producción necesiten una revisión para entender la
relación dialéctica producto-productor que establece Lefebvre en la concepción del espacio social. La
producción (desde el marxismo) se puede entender como la actividad que transforma la naturaleza y a
su vez es creadora de riqueza, en este sentido estrecho del termino corresponden todas las acepciones
económicas que se tienen del mismo. Esta especialización del término en sentido económico, limita la
actividad a contener una razón preexistente por la cual se disponen actos sucesivos con el objeto de
producir. Esta disposición de actos, que se dan temporal y espacialmente, en los cuales se encadenan
los procesos de producción, determina la espacialidad en cuanto su funcionalidad y utilidad,
desarrollando así una estructura dispuesta para llevar a cabo la actividad.
No obstante, Lefebvre considera una racionalidad inmanente al concepto de producción,
expuesto por Marx. El hecho de ser actividad trasciende la oposición entre sujeto y objeto, ya que si
bien es cierto que se dispone cierto objetivo, el de producir, éste implica no solo el ordenamiento de los
factores sino que dibuja así mismo el movimiento de todos las partes que componen este proceso, a
saber el cuerpo humano, las materias naturales y los instrumentos. Así, el producto de esta actividad no
es ya sólo el mero resultando tangible, el objeto absoluto, sino que este es el despliegue de la energía
natural y humana transformada.
Así, tenemos en este sentido el espacio como fuente y origen inmanente de las actividades
humanas. Según Lefebvre:
Las relaciones formales que permiten la cohesión de los actos en su conjunto no se separan de
las condiciones materiales de la actividad individual y colectiva…La racionalidad del espacio
no resulta, tras este análisis, de una cualidad o propiedad de la acción humana en general, del
trabajo humano como tal, del “hombre” o de la organización social. Al contrario: ella es el
origen y la fuente (no lejana sino inmediata o más bien inherente) de la racionalidad de la
actividad, origen oculto y sin embargo implicado por el inevitable empirismo. (2013: 128)
Por ello podemos ratificar la trascendentalidad del espacio, más allá de la cosificación y
mercantilización que se da en el capitalismo, el cual lo entiende como producto intercambiable y
cuantificable que “se pone al servicio de”, como un producto de primera necesidad del que nos
podemos abastecer en cualquier feria inmobiliaria. La trascendentalidad del espacio radica en su
carácter fundante, lo que da origen justamente a nuestras actividades humanas y que permanece
inherente a ellas, en este sentido es el trabajo el que liga la relación de la naturaleza con el espacio
social.
El espacio natural entendido desde su carácter fundante nos remite a la creación natural del
mismo, es decir desde la naturaleza. En este sentido se hace una distinción de los términos crear y
producir que a su vez distingue la naturaleza del hombre. La naturaleza no produce en el sentido de
tener un objetivo que fija esta actividad, no trabaja, por el contrario crea obras, estas obras contienen en
sí mismas la esencia de lo irreemplazable de su carácter único. Por ello, las creaciones afirman la
espontaneidad, a diferencia de las producciones del hombre, que tienen la connotación de producto,
resultado de actos repetitivos y resultado del trabajo.
Por esta razón, el espacio urbano, en su carácter repetitivo y homogeneizador, es un producto,
pero no es un producto cualquiera. Como lo expone Lefebvre,
El espacio (social) no es una cosa entre las cosas, un producto cualquiera entre los productos: más bien envuelve a las cosas producidas y comprende sus relaciones en su coexistencia y simultaneidad: en su orden y/o desorden (relativos). En tanto que resultado de una secuencia y de un conjunto de operaciones, no puede reducirse a la condición de simple objeto. (2013: 129).
El espacio es a su vez el soporte de las cosas producidas y el escenario de las relaciones
económicas y sociales que coexisten, que se yuxtaponen. Existe allí una modificación simultánea,
producto de los cambios e implicaciones que se comportan mutuamente, y que están enmarcados
dentro de un momento particular de la historia, la cual determina (no arbitrariamente) que tengan lugar
ciertas acciones y que se prohíban otras.
Existe un doble tratamiento del espacio social, tanto como proceso como producto, siendo los
dos inseparables en su estudio y consideración. Así, cada sociedad produce su espacio en momentos
históricos puntuales, el cual no se da de manera dialéctica, comunicando estas dos variables sino
trialécticamente en la que se comunican para desarrollar el concepto de espacio: las representaciones
del espacio, los espacios de representación y las prácticas espaciales (Baringo, 2013).
Según la hipótesis de Lefebvre cada sociedad –de acuerdo a los modos de producción
históricos- produce su propio espacio, este es finalmente un producto social, que se da de acuerdo a
determinadas formas de producción y como resultado de un proceso histórico que se materializa y
toma forma en un espacio-territorio, en palabras del autor:
El espacio…es la condición o el resultado de superestructuras sociales: el Estado y cada una
de las instituciones que lo componen exigen sus espacios –espacios ordenados de acuerdo con
sus requerimientos específicos- . El espacio no tiene nada de «condición» a priori de las
instituciones y del Estado que las corona. Podemos afirmar que el espacio es una relación
social, pero inherente a las relaciones de propiedad (la propiedad del suelo, de la tierra en
particular), y que por otro lado está ligado a las fuerzas productivas (que conforman esa tierra,
ese suelo); manifestando de esta forma su polivalencia. (Lefebvre, 2013: 141).
De allí que este proceso no se da de manera arbitraria ni puede pretender ser impuesto como
una estructura rígida, ya que es una secuencia compleja, que entremezcla aspectos de las prácticas
espaciales, que son dadas de manera objetiva en el espacio social, de las representaciones simbólicas
que se producen alrededor de este y del imaginario social que el espacio urbano genera. Es así, que
cada proceso histórico, tiene estas interrelaciones a la hora de producir el espacio social, dándose de
maneras diversas y en distintos grados.
Estos tres términos del espacio social son los que constituyen en Lefebvre la trialéctica del
espacio, puesto que ya no es una relación entre el espacio estructurado y el espacio de uso, sino que
existen otros aspectos que esta estructura hermética no considera.
1. Lo vivido. El espacio de representación.
Es el espacio donde tiene lugar la experiencia ligada directamente a los sujetos que habitan, el
espacio vivido en contraposición con el espacio objetivo-material el cual está en potencia de ser
transformado, pero sólo existe este espacio en tanto existen sujetos que lo significan a través de una
construcción de símbolos e imágenes (Aliste, 2016). Es donde finalmente se involucra el cuerpo del
sujeto, pasando del espacio del cuerpo al cuerpo en el espacio. En este espacio se abre un camino a la
no negación del sujeto en cuanto partícipe innegable del espacio, dando lugar a toda la exploración
sensorial que el espacio físico- material contiene en sí. Lefebvre (2013) describe este espacio
El individuo sitúa su cuerpo en su propio espacio y aprehende el espacio alrededor del cuerpo.
La energía disponible de cada uno tiende a emplearse ahí, encontrando en los otros cuerpos,
inertes o vivos, obstáculos, peligros, alianzas o recompensas. Cada uno actúa con sus
múltiples pertenencias, y su doble constitución inicia los ejes y planos de simetría, que
gobiernan el movimiento de los brazos, de las piernas, de las manos, etc. A partir de ese
instrumental, los gestos implican las pertenencias, los grupos…y la actividad; y también
ciertos materiales: los objetos disponibles para esas actividades, objetos “reales” hechos de
una manera, pero al mismo tiempo simbólicos y cargado de afectividad. (2013:256).
Según lo anterior, la experiencia del y en el espacio supera por mucho el esquema simplista al
que se acude, a saber la correspondencia entre las acciones y los lugares dispuestos de manera concreta
para ellas, es decir, la estructura rígida que comporta la relación unívoca entre las formas espaciales y
sus funciones atribuidas. Quienes habitan el espacio lo hacen de manera que pueden crear formas
simbólicas, a partir de lo existente, se vinculan a la realidad de las formas existentes por medio de sus
representaciones afectivas, las cuales a su vez pretenden dominarlo, en el sentido de apropiarlo para sí;
crear dichas representaciones que le son familiares para aprehenderlo y asirlo como parte constitutiva
de su cotidianidad.
El sujeto hace un uso simbólico de los objetos que lo componen, no es sólo un uso que
corresponde a la practicidad de los objetos, para Lindon, Lefebvre caracteriza la cotidianidad a partir de
los símbolos, ya que
éstos forman agrupaciones o constelaciones que van unidos a una temática. El símbolo a
diferencia del signo implica una comunidad que lo reconoce, así es connotativo y no
denotativo. De esta manera los símbolos en la vida cotidiana tienen una eficacia emocional
directa (Lindon,2004:44).
En este sentido podremos decir que es también un espacio evasivo ya que la imaginación
humana busca cambiarlo y apropiarlo; así se da entonces una relación de resistencia ya que por otra
parte están las representaciones del espacio desde la arquitectura y el urbanismo, que buscan estructurar
de tal forma que no se permitan más representaciones que las pensadas a priori en sus planos y
maquetas; sin embargo este espacio de representación, esquiva una y otra forma, evade así este
encerramiento que pretende demarcarlo bajo un código.
El espacio de representación es un espacio dominado y experimentado ya que es el cuerpo
humano el que está en el espacio, es el que indica, se mueve, se refiere a diferentes puntos y
ubicaciones; esta experiencia del cuerpo en el espacio es la que modifica todas las connotaciones
rígidas y estructuradas y da paso a pensar desde allí todas las relaciones estéticas posibles. Creando
para cada sujeto y mediado por la cultura un símbolo particular que permite apropiarse del espacio más
allá de su característica de uso.
2. Lo percibido. La Práctica espacial
A diferencia del espacio de representación, que sintetizando, es el espacio de la experiencia
corporal vivida en un alto nivel de complejidad, ya que la cultura interviene bajo la ilusión de
inmediatez, basada en los simbolismos y la tradición (Lefebvre, 2013); el espacio de la práctica social
está ligado a la base práctica de la percepción del mundo exterior, en el sentido psicológico no ya
ideológico.
Así, para Lefebvre (2013) el espacio de lo percibido es el que integra las relaciones sociales de
producción y reproducción, es el espacio donde se entrelazan todos las diferentes redes que integran la
vida social. Allí se inscriben las prácticas funcionales de la sociedad, enmarcadas dentro de una serie
de normas y reglamentos que dan cuenta de la construcción histórica y la manera de darse en el tiempo.
Cada sociedad en cuanto a su práctica espacial demarcan ciertos códigos encriptados para los que no
pertenecen a dichas comunidades; sin embargo la práctica espacial en el neocapitalismo se puntualiza
en el ocio y en las rutas de transporte que unen lugares de trabajo o lugares habitacionales. Lefebvre
nos plantea esta práctica como un escenario socializador, así:
El espacio es concebido como transformado en una “vivencia” por un “sujeto” social, afectado
por determinaciones prácticas (el trabajo, el juego) o incluso por determinaciones biosociales
(jóvenes, niños, mujeres, gente activa). Esta representación engendra para la reflexión un
espacio donde se alojan y viven virtualmente los “interesados”, individuos y grupos. Del
espacio actual, resultante del proceso histórico, se puede afirmar con justicia que es más
socializador (por medio de esta multiplicidad de redes) que socializado. (2013: 236)
Podemos afirmar que justamente el carácter de la práctica social nace en la realización de las
actividades humanas, en las determinaciones prácticas sociales y en la exposición y disposición del
sujeto a dichos escenarios. La práctica espacial es el lugar de lo impredecible, de lo que se despliega y
se da fuera de nuestras decisiones y a su vez lo que dispone y posibilita las relaciones sociales.
Este carácter socializador de la práctica espacial será como veremos más adelante en el
capítulo siguiente, el escenario de lo posible, en tanto su uso cotidiano: sus rutas de paseo, los lugares
de encuentro, permiten la constante relación social.
3. Lo concebido. Las representaciones del espacio.
Este tercer elemento conceptual, se diferencia de los dos conceptos anteriores, en tanto los
espacios de representación entendidos desde el imaginario y simbolismo histórico de cada pueblo y
cada sujeto son espacios que no comportan la cohesión o coherencia con estas proyecciones del
espacio. Por su parte la práctica espacial corresponde a modificaciones pragmáticas del espacio
concebido en cuanto su uso no está enteramente establecido por la forma concebida sino que se
determina a través de las prácticas sociales que allí tienen lugar.
Por consiguiente, el espacio concebido, es según Lefebvre (2013):
El espacio de los científicos, planificadores, urbanistas, tecnócratas fragmentadores, ingenieros
sociales y hasta el de cierto tipo de artistas próximos a a la cientificidad, todos los cuales
identifican lo vivido y lo percibido con lo concebido… Es el espacio dominante en cualquier
sociedad (o modo de producción). Las concepciones del espacio tenderían hacia un sistema de
signos verbales intelectualmente elaborados. (2013:97)
Es decir, se trata de un espacio abstracto que puede representarse y geometrizarse, organizarse
funcionalmente de acuerdo a los modos de producción y a la manera en que ideológicamente se
gobierna. Es un espacio planeado dentro de los términos de orden, funcionalidad, solución y
optimización; se alejan del uso mismo del espacio en la práctica, puesto que abstrae el espacio vivido al
matemático; de esta manera el espacio social se torna en una creación sobre la hoja en blanco de los
planeadores, quienes ignoran las formas históricas, las prácticas sociales y simbólicas que se entretejen
en los espacios a intervenir.
Así, lo concebido en las representaciones del espacio definen las estructuras arquitectónicas y
urbanísticas, considerando de manera unívoca la relación entre dichas formas con la función que deben
desempeñar y para las cuales han sido creadas; desconociendo de esta manera el carácter generador y
de apropiación que los individuos y los grupos sociales hacen de los lugares.
Sintetizando, esta triada conceptual no es en ningún momento un plan de acción o una
fragmentación del espacio social. Lefebvre (2013) considera que estos elementos conceptuales tienen
como finalidad articular la complejidad de la producción del espacio social, en la cual cada elemento
conceptual interviene inestablemente según sus propiedades y cualidades, según la época y el tipo de
sociedad -modo de producción-. De acuerdo a estos elementos es posible entender la producción del
espacio como el concepto que hace entendible el espacio social a escala subjetiva y que pone en
entredicho las fuerzas planificadoras de estos espacios que niegan la implicación y actuación de los
“usuarios” y que obligan a los sujetos a aceptar pasivamente las dinámicas y formas concebidas.
Finalmente, la relación que se establece a través de esta triada, para el análisis espacial del s.
XX, corresponde a que la práctica espacial está atada al espacio percibido, a la realidad concreta
cotidiana que produce y reproduce lugares, vehiculada por los espacios concebidos por los urbanistas
que actúan bajo la construcción de espacios fragmentados y jerarquizados, correspondientes a las
formas de producción y que desconocen los espacios de representación y los símbolos que se crean a
través de la historia. Así, las escuelas de urbanismo y arquitectura que tuvieron lugar a comienzos de
siglo XX y bajo las cuales se dio forma a las ciudades postindustriales, son las herramientas que ha
utilizado el Estado bajo ciertas ideologías hegemónicas para producir y reproducir las prácticas sociales
que condicionan el uso de la ciudad.
3. El urbanismo y la arquitectura como herramientas de la Urbanización.
Como ya hemos visto, Lefebvre entiende el urbanismo y la arquitectura desde las escuelas que
hacia comienzos del S.XX se gestaron en Europa, más específicamente en Alemania, a saber La
Bauhaus, dirigida por el arquitecto Mies Von de Rohe y la proyección que ésta tuvo sobre el arquitecto
Le Corbusier. Para Lefebvre, el espacio es entendido en estas escuelas como un espacio lógico-
matemático, un escenario vacío que hay que llenar de objetos donde la gente, las acciones y las cosas
se limitan a ser espectadores o en su defecto se reducen a simples prácticas productivas, estipuladas
mediante lógicas formales y estandarizadas. La expansión demográfica, las abundantes dinámicas
industriales, la problemática de la vivienda, son entre otras cuestiones, problemas que atañen
sustancialmente al espacio; la respuesta que se da y la manera de tratar estos acontecimientos según
Lefebvre, y propuestos por las escuelas arquitectónicas, distan de entender el “espacio de verdad” es
decir, el espacio en su complejidad, que abarca no solo los aspectos formales sino que connota todos
los espacios posibles, reales o abstractos, mentales y sociales; más allá de la acepción de espacio real y
espacio mental, que hasta el momento, gracias a la tesis cartesiana se venía proponiendo y bajo el cual
se hace a la par una diferenciación entre el espacio de la teoría y la práctica del espacio. De esta manera
se sustituye el espacio de verdad por la verdad del espacio:
El espacio de verdad, es sustituido por la verdad del espacio, aplicada a los problemas
prácticos (la burocracia, el poder, la renta, el beneficio, etc.) y disminuyendo ilusoriamente el
caos reinante; el espacio social corre el riesgo de ser definido por el espacio del planificador,
del político, del administrador, el espacio arquitectónico (socialmente construido) por el
espacio (mental) del arquitecto. (Lefebvre, 2013: 336)
Así, se descubrió bajo esta forma, la arquitectura contemporánea como instrumento al servicio
del poder y del Estado, una fuerza conformista y reformista a escala mundial que actuaba bajo
conceptos precisos, a saber: La homogenización, la fragmentación y la jerarquización. La
homogenización marcada por la producción en serie de partes iguales que solucionaban problemas
análogos en diversas sociedades, como la vigilancia, el control, la gestión y la comunicación; a su vez
los conjuntos residenciales, que marcaron la solución propuesta por los urbanistas, de bloques de
edificios incomunicados, caracterizaron la fragmentación de los espacios sociales, donde se establece la
relación social limitada por la función de la vivienda y el trabajo y finalmente la jerarquización de los
usos de los espacios y su especialización comportan finalmente una limitación y veto al acceso de los
mismos, proponiendo y creando a su vez barreras que impiden la circulación y flujo por dichos
espacios.
Concluyendo, Lefebvre considera que la Arquitectura y el urbanismo afincados en los modelos
de producción capitalista, hacen a un lado la reflexión sobre el espacio mismo y se abandonan a dar
soluciones masificadas a las problemáticas sociales del espacio, imponiendo un orden y reproduciendo
un control estandarizado.
¿QUÉ ES LA CIUDAD?
En el presente apartado expondremos la noción de ciudad que Lefebvre plantea a partir del
concepto de producción del espacio con el fin de responder al interrogante ¿es el espacio social una
estrategia política y objeto de manipulación?. En primera instancia expondremos las características y
elementos que implica la urbanización, entendida como un fenómeno que se arraiga en el proceso de
industrialización y que es la característica primordial de las ciudades contemporáneas. Seguidamente
analizaremos las implicaciones que este fenómeno tiene en el concepto de ciudad y la distinción que
Lefebvre hace con lo urbano, entendido éste último como la esencia de la ciudad que permite el
escenario de lo posible. Finalmente consideraremos la revolución urbana como aquel estadio que a
pesar de tener el urbanismo estatal, rígido y estructurado, posibilita la apuesta por la autogestión de las
sociedades implicando la acción de quienes habitan.
1. Sobre la urbanización. Como ya lo habíamos planteado anteriormente, para Lefebvre el proceso de urbanización es un
fenómeno que se da con la revolución industrial, es decir, es producto de este modo de producción. Si
bien, entiende que es un estadio final de la historia de la Humanidad que se está configurando hacia
una urbanización progresiva, esta demarca dentro de su desarrollo grandes problemáticas, una de ellas
se puede definir como la implosión- explosión dada tanto por el crecimiento arquitectónico como por
su crecimiento poblacional, que densifica y concentra grandes comunidades y grupos poblacionales
amplios, dentro de los cuales se hacen cada vez más complejas e imposibles las relaciones individuales
y sociales.
Estas problemáticas nacen en el seno de la comprensión del espacio, de la manera fragmentada
en que diversas disciplinas tratan este tema en cuanto objeto de estudio, por ello Lefebvre planteará que
la contradicción permanente del espacio urbano es en esencia:
por un lado está la racionalidad, todos los recursos de la racionalidad (la ciencia, la técnica, la
estrategia), de la acción política llevada a cabo por políticos informados, de la tecnocracia; y
por otro lado hay un inverosímil caos espacial (1974:224).
2. La ciudad-lo urbano. En primera instancia debemos aclarar que Lefebvre tiene siempre en mente un tipo de ciudad,
la ciudad grecolatina a la cual se referirá como lugar constituyente de centros privilegiados y cunas del
pensamiento y la innovación. Ciertamente un modelo de ciudad que dista mucho de las conocidas en el
siglo XX. Este modelo de ciudad nos permite entrever la proyección de su Teoría unitaria; debemos
ante todo considerar el concepto de ciudad grecolatina, no como una copia degradada de la cultura
griega sino, como bellamente lo conceptualizará Cristhian Norbert Shultz (1999) una manifestación
del orden cósmico, en tanto la arquitectura romana “tomaba una imagen espacial general como punto
de partida de sus planificaciones, en vez de recurrir a un carácter específico simbolizado en formas
plásticas” como ciertamente lo hizo la arquitectura griega y egipcia; esta manifestación del orden
cósmico, dialoga constantemente con las estructuras arquitectónicas y la existencia misma del pueblo
romano, ya que la red de caminos “representa ese deseo humano de conocer el universo a partir de un
centro conocido y significativo”: la ciudad. El espacio físico, tanto el espacio vivido y el espacio
planificado se integran de tal manera que posibilitan una lectura integral de la triada conceptual
propuesta por Lefebvre, en este modelo de ciudad.
Conclusiones: Espacio y Política
En el presente capítulo expondremos la relación que Lefebvre establece entre el espacio y la
política estatal a través del urbanismo y de la planeación urbana, con el fin de considerar la dimensión
política del espacio como medio reproductor de la ideología estatal que pretende una organización
positiva y homogénea de la sociedad. Al establecer esta relación es necesario puntualizar que la
práctica social, es decir los procesos sociales que pretende controlar el urbanismo desbordan las formas
espaciales diseñadas y planificadas. A partir de este planteamiento intentamos contestar la siguiente
pregunta ¿cuál es el componente según el cual el autor plantea que el hombre urbano conquista
activamente el espacio social? Ante este interrogante planteamos como hipótesis de trabajo la
cotidianidad como elemento transcendental en la conquista del espacio social.
Esta conquista no se centra en la apropiación del espacio por medio de movimientos sociales o
sujetos colectivos, sino de la práctica humana cotidiana que permanentemente se renueva a pesar de
estar condicionada por las formas espaciales y cuya riqueza radica en la permanencia de distintas
simbologías superpuestas.
Para el desarrollo de esta temática inicialmente analizaremos la relación establecida por
Lefebvre entre espacio y política que parte de la consideración del espacio como producto social. En
esta medida y como lo hemos planteado en los capítulos anteriores al ser el espacio producto social
implica que el espacio ha sido modelado históricamente por el hombre por lo tanto el espacio es
político e ideológico y corresponde a diversas estrategias que las sociedades han aplicado para su
desarrollo y permanencia. Posteriormente analizaremos cómo debido a dichas determinaciones en el
seno del Estado se establece la exclusión y segregación de diversos sectores de la sociedad creando en
el imaginario de sus habitantes una división social que se materializa en la práctica. Finalmente
estableceremos de qué manera la cotidianidad del hombre urbano logra ser una discontinuidad en la
organización estatal del espacio social y se convierte en el punto de apertura que no permite establecer
la sociedad urbana (la ciudad) como un sistema cerrado y asible, siendo por lo tanto un escenario
siempre presente para el cambio social.
1. Espacio y política
El espacio es un producto social, con este planteamiento Lefebvre (2013) establece -como
veíamos en el capítulo I- el espacio como resultado de la actividad del hombre, sin embargo, no es un
producto como cualquier otro, es decir, no se produce como las mercancías convencionales (aunque
ése sea el cometido del urbanismo y la planificación urbana en la actualidad) dado que éste no se
desliga nunca de la actividad que lo produce (el trabajo social) por lo tanto no queda reducido a un
mero objeto disponible para ser usado y posteriormente desechado. El espacio como producto es
modificado en el tiempo por los modos de producción establecidos, simultáneamente este modifica las
relaciones sociales y políticas que tienen lugar en él y se ve implicado y modificado a su vez por dichas
relaciones. Especialmente la relación Estado-espacio es determinante para la concreción del mismo, ya
que el Estado no es una mera unidad racional, es necesario para su existencia y su definición un marco
espacial, en palabras de Lefebvre:
Si no tenemos presente su dimensión espacial, su potencia, sólo retendremos del Estado la
unidad racional, o sea, volveremos al hegelianismo . Sólo los conceptos de espacio y su
producción permiten al marco del poder (realidad y concepto) alcanzar lo concreto. Es sobre
el espacio como el poder central se erige por encima de cualquier otro poder y lo elimina”.
(2013: 318). De esta manera la concreción de cualquier forma de comunidad política tiene como base la
cuestión espacial; El Estado se erige en el espacio y se sirve de él instrumentalizándolo a través de la
clasificación administrativa de los discursos sobre el espacio. Esta instrumentalización hace posible el
ejercicio del poder estatal y su correspondiente materialización
Como lo exponíamos anteriormente, la relación de implicación entre el espacio y la política se
da de tal manera que el espacio antecede cualquier actividad social. Es decir, el espacio es la condición
elemental de la producción de la sociedad (Lefebvre, 1976) de lo que podemos inferir que las
decisiones políticas sobre el espacio se dan posterior a su ocupación; de allí que las decisiones que se
toman, las leyes que se estipulan y las normas que se establecen están constituidas y materializadas en
el espacio1. Por lo que deviene una interdependencia entre el plano espacial y político.
Por consiguiente las relaciones de poder que se han dado históricamente en el orden político
han modificado sustancialmente el espacio: se ha estructurado bajo la ley de la segregación y la
exclusión de ciertas clases sociales, privilegiando las élites dominantes. Ahora bien, la producción del
espacio se lo adjudican ciertos grupos sociales para administrarlo y explotarlo (Lefebvre, 1976); de allí
que si rastreásemos la historia del espacio, no ya la de la ciudad material sino la de la organización
social en el espacio tendríamos un amplio panorama de la historia política de cada sociedad, nos
aproximaríamos a las ideas políticas que han guiado las sociedades y que se verifican en el orden
espacial.
La crítica que Lefebvre a lo largo de su obra hace al urbanismo y a la planificación urbana
radica en plantear que estas disciplinas responden a una ideología política marcada principalmente por
el Estado; al ser el objeto de estudio el espacio social estas disciplinas asumen este concepto desde una
1 Hegel expone a diferencia de esta hipótesis que el espacio está al servicio del Estado, por lo tanto lo fetichiza
llegando a priorizar el tiempo sobre el espacio. Siendo este último un mero producto y residuo del primero.
(Lefebvre, 2013)
reflexión técnica, es decir a través de un análisis formal de su función, apartando de esta manera el
contexto que engloba el espacio social y limitándolo a una dimensión específica de la organización
social donde la acción es concertada a un alto nivel y las necesidades sociales son localizables, como lo
plantea Lefebvre (1976). Bajo este planteamiento el espacio se sabe objetivo aparentemente, se
entiende como la porción de tierra que se estructura, a la que se da forma en pro de cumplir ciertas
funciones; así queda estipulada la pureza del espacio urbano, aquél carácter neutro conferido por el
urbanismo el cual marca de igual forma su carácter apolítico.
Con el carácter neutro del espacio deviene la consolidación de la forma sobre el contenido, por
tanto se legaliza el sometimiento de las relaciones sociales a la forma estipulada por los planificadores,
desconociendo las prácticas sociales y sus relaciones. Pero ¿qué garantiza que la práctica social se
estabilice y se inserte en la forma diseñada sin generar ninguna contradicción? Nada garantiza dicho
cometido, por el contrario aquí y allá se hacen patentes las contradicciones de las relaciones y prácticas
sociales con los espacios planificados que no pueden someter a la fuerza de la forma la producción del
espacio, como lo expresa Lefebvre:
La forma corresponde aproximadamente al momento comunicable, a lo percibido. La función
se cumple, se efectúa o no; corresponde a lo vivido en un espacio de representación. La
estructura se concibe, implica una representación del espacio. El conjunto se sitúa en una
práctica espacial. Sería inexacto y abusivamente reduccionista definir el uso sólo por la
función. Eso es lo que promulga el funcionalismo. Pero la forma parte del uso, como su
estructura, que es siempre la estructura de un objeto que puede usarse y se usa. (2013:401)
Es así que el espacio en este sentido es la condición elemental de la acción va cargado de
significaciones y simbología por parte de sus habitantes y en la materialización misma del entorno
social, en la que tienen lugar todas y cada una de las actividades humanas a lo largo de la historia y no
permite leerlo como un mero escenario de dichas acciones sino como interventor y posibilitador de
ellas.
En el urbanismo clásico, es decir aquél que se desarrolla a comienzos del siglo XX, se entiende
el espacio como un espacio absoluto, aquel que es producido por el trabajo social y que se convierte en
mercancía en tanto que niega dicho origen, de esta manera es un producto que oculta la relación con el
trabajo y con la historia en este proceso, por ello es un espacio fetichizado, donde el objeto oculta al
sujeto que lo transforma y lo produce (Lefebvre, 2013).
Dado que el espacio se convierte en una mercancía es planificado dentro de pautas financieras
priorizando el aspecto cuantificable de su producción y pormenorizando de esta forma la comunicación
con sus habitantes como lo expresa Lefebvre (1976). Se entiende así la influencia que el capitalismo
tiene sobre el espacio ya que al insertarlo en el circuito de “producción-consumo” atiende a las
posibilidades y oportunidades del mercado más no a las problemáticas sociales presentes en él ni a las
que subyacen tras su producción.
Así la verdadera preocupación se traslada al funcionamiento del dinero, de los mercados y de
las relaciones sociales de producción donde la supremacía de la clase burguesa sobre el control de
todos estos aspectos es indiscutible y el urbanismo es usado como disciplina-herramienta para
enmascarar las problemáticas sociales como lo establece Lefebvre:
A ciencia cierta, una mezcla de instituciones y de ideología, una forma de enmascarar la
problemática urbana en su conjunto y también luego la socialización de pérdidas y de las
emergencias, la toma a su cargo por parte del Estado y del sector público, de un sector
retrasado y atrasado, todavía artesano de la producción…Esos caracteres de atraso de la
producción en el campo urbanístico, es decir, del hábitat y espacio urbano, esos caracteres
artesanos y deficitarios habiendo desaparecido, al cambiar, por tanto, las perspectivas, se
puede confiar ese sector al capitalismo privado, ya que se ha convertido en negocio rentable
(1976:55).
De acuerdo con lo anterior se puede afirmar que los problemas e inconvenientes que devienen
de la mercantilización del espacio por parte del sector privado son responsabilidad posterior del Estado,
ejemplo de ello es la exclusión habitacional de clases bajas hacia las periferias del tejido urbano; si bien
el sector privado “soluciona” problemas habitacionales funda a su vez crisis de movilidad, detrimento
de la calidad de vida, devastación de la naturaleza, precariedad de los servicios básicos entre otros.
Se instaura un desarrollo desigual donde se sectorizan las regiones y las ciudades en
concordancia con las políticas estatales sobre centralización del poder y la descentralización de las
ciudades que atañen a la forma concreta del espacio como política (Lefebvre, 1976), a gran escala
podemos vislumbrar dicha política de sectorización y fragmentación del espacio, de esta suerte el
camino que sugiere el autor es el análisis crítico de las contradicciones del espacio político y las
políticas del espacio ya que estas señalan las tendencias y denuncian los peligros que entrañan tales
determinaciones.
En síntesis la relación establecida entre la forma espacial (concebida desde las disciplinas del
espacio bajo la ideología estatal y privada) y la práctica social, conforman las relaciones establecidas
entre el espacio y la política. Vale aclarar que esta relación establecida por Lefebvre dista
sustancialmente de aquellos discursos ciudadanistas y cívicos que revitalizan las retóricas político-
urbanística en las que el espacio se convierte en el lugar idílico de la democracia2, al respecto Lefebvre
(2013) considera que el discurso nace en la consideración del espacio abstracto, que opera
complejamente como un diálogo, en el que prima el pacto de no agresión en la calle, en la plaza; el
civismo es en definitiva el acto donde son posibles las distancias respetuosas, el consenso que se opone
a la lucha de clases de forma categórica y estratégica ya que las contradicciones palpables en el espacio
implican una violencia que amenaza todo el tiempo y que resquebrajarían la ilusión de seguridad que lo
alimenta. La lucha de clases transforma los espacios y el discurso del consenso busca justamente una
inacción social, por ello podemos ver a gran escala las amplias diferencias internas en el modo de
2 Esta tesis es retomada por Manuel Delgado (2012) al considerar que el discurso del ciudadanismo y del civismo
son conceptos ideológicos de la socialdemocracia en la que se pretende armonizar el espacio público con el
capitalismo con el fin de lograr una paz social y una estabilidad que preserve el modelo de explotación y cuyos
efectos negativos no repercutan en la agenda de gobierno.
producción por ejemplo implementando y exportando industrias altamente contaminantes a los países
poco desarrollados. Apaciguar las reacciones sociales es finalmente el cometido del civismo, donde la
represión de lo que nombran “incívico” acalla el movimiento reaccionario y el pensamiento
contestatario.
4. La revolución de la vida cotidiana. Lefebvre a través de su planteamiento sobre la espacialidad de las relaciones sociales nos lleva
a considerar el poder transformador del espacio y por ende de la sociedad en la que tiene lugar de
acción del hombre urbano3, de acuerdo a la relación intrínseca que cada uno de estos elementos guarda
entre sí, es la
vida cotidiana la que está relacionada con todas y cada una de las actividades del hombre, es la
totalidad que engloba todos sus conflictos y diferencias, es el terreno en común de cada una de
ellas; por lo tanto no se puede considerar como el “vacío técnico” entre actividades
especializadas ya que la vida cotidiana es su punto de encuentro, connota la totalidad de las
relaciones entre las actividades especializadas (Lefebvre, 1991:97).
Las actividades especializadas, son las que sustentan los fenómenos especializados como el Estado, la
economía y la cultura. Cada actividad especializada o no cotidiana deriva de la vida cotidiana, son
expresiones alienadas de esta última (Goonewardena, 2011,p.9). En ese sentido Lefebvre (1991)
compara la vida cotidiana con la tierra fértil, aquella que está debajo de lo espléndido del bosque o de
su maleza, todos pueden contemplar su determinante belleza o entristecerse por su ausencia pero poco
se preguntaran por el suelo que la sustenta.
3 A lo largo de su obra Lefebvre hablará del “usuario” haciendo referencia al sujeto del que trata el urbanismo y los
planificadores, sin embargo, el hombre urbano es el hombre que ha de producir el nuevo humanismo, nacido de una
nueva praxis: la de la sociedad urbana. No se trata ya del superhombre planteado por Nietzche y que ha aparecido
con referencia cruel, ni el “hombre nuevo” nacido de la producción industrial y la racionalidad planificadora, que ha
decepcionado demasiado, es pues, el sustituto del “animal social”, un ser polivalente, polisensorial, que es capaz de
relaciones complejas y transparentes con “el mundo” (con su entorno y con él mismo) (Lefebvre,1978:168).
Ahora bien, bajo esta perspectiva, la vida cotidiana aparece como el terreno de lucha, tal como
la praxis de Marx, la cual determina Lefebvre (1974) como punto de partida y llegada del
materialismo dialéctico. La praxis es lo que comúnmente se denomina “vida real” y la finalidad del
materialismo dialéctico es la expresión lúcida y consciente del contenido real de la vida, es a su vez la
transformación de la praxis actual por una práctica social consciente, coherente y libre. A su vez en el
segundo volumen de su obra Crítica de la vida cotidiana (1991) plantea que Marx quería cambiar la
vida cotidiana, ya que “cambiar el mundo es cambiar el modo en el que cotidianamente se vive la vida
real”.
Sin embargo la amplitud del concepto vida cotidiana aparece bajo dos formas contradictorias,
una como cotidianidad controlada y otra como liberadora. En la primera encontramos la miseria de
dicha cotidianidad que es la tendencia repetitiva que lleva a reproducir las condiciones estructurales de
la sociedad, allí donde se establecen las relaciones alienantes. Por otro lado está la cotidianidad como
forma liberadora cuyas relaciones intrínsecas guardan en sí mismas la complejidad y por ello mismo la
capacidad de cambio (Lindon, 2004)
La vida cotidiana confronta los posibles y los imposibles, es el lugar de acción de la
potencialidad de cambio en tanto se enfrenta a los dogmas y normas que rigen estrictamente un
quehacer mecanizado en pro de las actividades especializadas. Sin embargo la cotidianidad no son solo
las prácticas sino que es el encadenamiento de todo lo que integra y que permite su repetición, ese
regreso a la misma actividad, en una forma de devenir hace posible a un tiempo el cambio y ya no solo
la permanencia.
Concluyendo, Lefebvre (1970) busca encontrar esa riqueza y miseria de la cotidianidad en la
vida urbana y en la ciudad como ámbitos preferentes donde se despliega incansablemente estas dos
fuerzas. A pesar que en la crítica de la vida cotidiana (1991) establece que esta cotidianidad está
coartada desde fuera del hombre, el autor busca establecer cuáles son los mecanismos que operan
dentro de esta y que impiden que “la vida cambie”.
Uno de los escenarios donde encuentra un lugar preferente es justamente lo urbano, esta
esencia, esta potencia que reproduce la ciudad y que hace resistencia efectiva a la estructura cerrada
que se pretende instaurar. Finalmente Lo urbano en correlación con el espacio social son aspectos a los
que Lefebvre acude por ser aspectos que se resisten a la programación y a la coacción en tanto son
posibilitadores del encuentro, de la no programación, de lo que no es elegido y que finalmente tenemos
hacer frente. Estos son entonces los contextos preferentes para el cambio social que radica en la
ingobernabilidad de lo urbano que describe en sí mismo lo cotidiano.
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