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Todo lo que aquí verá es una recopilación de las entradas que más me
gustaron en los últimos 4 años de existencia de mi blog Sebastián Guajardo
~ Archivador.
No incluí los comentarios hechos en cada una y no edité los textos
para mantener la esencia de cada uno, por lo que puede haber errores
ortográficos, redacción y coherencia.
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De mal en peor: La historia del besador sin lengua y la depresión endógena.
04, marzo de 2008
Cuando entré a la universidad el año 2007, venía saliendo de una de esas
decepciones amorosas en las que inevitablemente tienes que encontrarte por ahí con la
persona en cuestión, ya saben: Amigos en común, barrio Brasil, gustos en común y esas
cosas que hacen que al principio uno se enganche y luego lo odies a muerte.
Para pasar las penas, no encontré mejor actividad que meterme a un sitio de Internet
que muchos me habían recomendado, tanto para concretar citas como para tasar el material
expuesto en la red: Bakala.org. Me creé un perfil con fotos no muy sugerentes y puse algunos
datos sobre mi; algunos más verídicos que otros y algunos que rayaban en lo rasca.
A los pocos días, revisando el sitio este, me encuentro con la sorpresa de que alguien
picó:"Usted tiene dos mensajes sin leer". Abro la casilla de mensajes entrantes y veo una
serie de faltas ortográficas con una firma un tanto provocativa para mi estado anímico del
momento: “Te espero. [email protected]”. En segundos estaba el tipo agregado en mi
Messenger. Conversamos no más de dos días cuando alguien le propone al otro una cita.
Accedí a concretarla un día x al término de mis clases en la universidad.
Luego de casi media hora tratando de encontrar al tipo de mi cita, parado en la
entrada del Metro Santa Ana, me empecé a aburrir y me iba a comer algo por ahí, cuando
suena mi celular y el idiota que estuvo todo ese rato frente a mi, mirándome, era el
personaje. “Ok, dejémoslo pasar”, pensé. Saludo y todo lo que el protocolo dice fue la primera
parte, luego decidí que quería tomar cerveza en un bar ahí en Av. Brasil.
Entre conversaciones, idas al baño y miradas carroñeras, me empecé a marear con
los dos o tres litros que llevaba en el cuerpo ya. Le dije que nos fuéramos, me estaba
aburriendo un poco el Relacionador público. (¡Ni siquiera se vestía bien!).
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Caminando por ahí, en las calles del mismo barrio, me dijo que quería darme un
beso. Yo nunca he sido rogado para esas cosas y lo desafié: “Dame un beso si quieres…”.
Acto concretado y pensé: “¿Y la lengua?”. Ok, al tipo le daba vergüenza, estaba nervioso o
qué sé yo. Segundo, tercer y cuarto beso: “¡¡¿Dónde dejaste la lengua webón?!!”.
Entre tanto, en otro lugar y con una calentura que debió haberse apagado al
momento de no haber sentido lengua alguna ni dientes chocando, le agarré el poto en plena
calle para ver si de una vez por todas agarraba un poco más de confianza y no sé, me
apretaba algo por ahí, me lamía una oreja o me tragaba las amígdalas: “¡Esto no me puede
estar pasando a mi!”.
Por mi estado etílico llegando casi a la ebriedad, accedí a que al día siguiente me
fuera a buscar a la misma hora para tener la cita número dos de lo que podría haberse
llamado la relación que me salvara de la pena máxima. Recordemos que había perdido a mi
querido amante de turno, con el que me proyectaba e incluso, estuve a segundos de
comprarle un refrigerador, pero el destino es sabio y no lo hice.
Al día siguiente aperré… simulé una llamada telefónica a mi celular: “Era mi mamá,
me preguntó a que hora llego porque tiene que salir. Lo siento, hay que ser responsable en
las cosas de la casa”, le dije haciendo uso de las cualidades que adquirí en los años que
escribí guiones y actué las obras de los argentinos que el director de “Pa‟ los negros” nos
metía en la cabeza. El plan A estaba listo.
Entre medio de la conversación que tuvimos, la cual duró como una hora, porque
“tenía que llegar rápido a mi casa”, me tomé unas vitaminas que siempre he
consumido: Centrum. Él preguntó qué era a lo que yo, avilósamente, pero con cero
credibilidad, respondí que eran pastillas para la depresión, le confesé mi estado de depresivo
endógeno, mis ataques anuales y la dependencia a ciertas cositas psiquiátricas que tengo.
Mientras pensaba:“Gracias al cielo que tengo amigos con esa puta enfermedad”, algo
aprendí de ellos. Plan improvisado B, listo.
Conversamos un pequeño lapso de tiempo cuando ambos decidimos irnos, él dijo
tener que juntarse con un amigo y yo tenía que ver lo que mi mamá quería.
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En el Metro ninguno de los dos dijo alguna palabra salvo cuando en Baquedano se
paró repentinamente y dijo: “Me tengo que bajar aquí, voy a los Héroes”. Claro, de Santa Ana
se fue a dar la vuelta a Baquedano para irse, luego a Los Héroes. Sonreí y le dije… “Cuídate,
nos vemos”. Y hasta el día de hoy, un año después, ni siquiera hemos hablado por teléfono,
no hemos cruzado palabra en Messenger ni nos hemos encontrado en la calle.
Luego de esos dos días, jamás contacté a alguien por ese medio, pero sí por el
fotolog, me junté con un par de chavos que al cabo de un tiempo me aburrían, buscaban
relación seria o eran demasiado para mi, como el que tenía casi 30 cm de verga y quería
penetrarme. No lo dejé y se quedó dormido... Lo alcancé a ver dos veces.
La última vez que me junté con un chico que no conocía, llevábamos algo así como
ocho meses comunicándonos por messenger, y hace siete meses que estamos felizmente
pololeando, enamorados y con lindos proyectos de vida.
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“Intelectual aprende a morir”. Acerca de Tinta Roja, de Fuguet.
“Tinta Roja” presenta las vivencias de un estudiante de periodismo que realiza su práctica en
la sección policial de El Clamor. Una mirada sobre la vida y la profesión que descoloca a
muchos al momento de hacer la analogía entre el aula y la calle.
La novela del chileno Alberto Fuguet, periodista, escritor y cineasta, es la perfecta
simbiosis entre vida y profesión. A través de Alfonso Fernández, el practicante y Saúl
Faúndez, periodista de El Clamor, diario que acoge la historia, quedan evidenciadas dos
situaciones fundamentales para la construcción de un periodista: la diferencia existente entre
el periodismo de academia y el periodismo de oficio, y la relación literatura-periodismo,
paradigma que hasta hoy es de complejo análisis.
A ratos recuerda el suplemento de la autobiografía de Alejandro Jodorowsky “El
maestro y las magas” con oraciones como “Intelectual aprende a morir”, dichas por un
maestro zen Ejo Takata al polifacético artista.
Bien lo explica Lucía Rojas al momento de afirmar que “(...) las aventuras
de Faúndez y compañía son recibidas con igual asombro. Tal vez incluso con un poco de
miedo por el hecho de sentirse ajeno a un lenguaje tan profundo, complicado y cerrado que
toma años en internalizarse, aprender y dominarse”. Es ahí donde está el punto de inflexión y
lo que mueve la novela chilena: Cómo se llega a un lugar pretendiendo saberlo todo, tener el
mundo controlado y darse cuenta de que lo aprehendido durante años, tanto en la
cotidianeidad como en lo periodístico, es digno de tirar a la basura a vista y paciencia de
todos, cómo la calle es la verdadera escuela, el periodismo la vida en su totalidad y el
periodista interlocutor entre la gente y el destino.
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No es casual que la práctica sea realizada en la sección policial del diario, luego de
que la vida no es espectáculos, glamour y flashes, sino una constante de pruebas con
contenidos extremos que ponen a prueba todo lo que respecta al ser humano en cuerpo y
mente.
La redacción periodística no es un dogma, tampoco así la manera de tratar la
información y a las fuentes, por lo mismo, Faúndez dramatiza cada una de sus noticias y
hereda el estilo a Fernández (además se deja en evidencia al Fuguet cineasta-escritor),
ambos logran despertar emociones diferentes para una misma noticia, así sentimos
amargura por una víctima y odio extremo por el victimario, una técnica digna de ser imitada
por los medios nacionales tanto escritos como audio-visuales. La imagen es un apoyo para
enganchar, pero la supuesta realidad está en letras. Hoy en Chile todo supone entrar por la
imagen, así es como Chilevisión muestra en sus primeras noticias, los crímenes más
llamativos del país y luego dedica un par de líneas escuálidas que no hacen más que inspirar
inseguridad, miedo o repulsión. Sensibilizar como lo hace la dupla de periodistas en “Tinta
Roja” entorno a la muerte de las personas, por más horribles que hayan sido, es un arte...
tomar la coyuntura y hacerla una oda a las familias del caído.
Así el maestro zen de la literatura de Jodorowsky le enseña que la iluminación no es
el conocimiento, sino la armonía con uno mismo y el ambiente, la extensión de un „yo‟ a un
„algo‟ y el goce de lo que es entregado en la vida, cómo aprovechar la „nada‟ para gestar un
„algo‟; lo mismo que aprende a fines de cuenta Fernández y luego pretende enseñar a sus
estudiantes de periodismo de los cuales uno lo vuelve acercar a la muerte.
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Lunes, 9:10 am. 04, abril de 2008
No sé si soy el único a quien le pasa no sólo una ni dos veces en la vida, sino que
muchas otras más.
Primer día de la semana, supuestamente el aire está renovado, energía repuesta,
estética redefinida y todo lo que haga un “re” a algo… re-estresado, re-choreado de la
pega/universidad/colegio, re-mamón con la pareja, etc.
Salgo de mi casa con un cigarro en la boca aun sin encender, me voy guardando el
reproductor de MP3 en el bolsillo, el celular en el otro, saco el pase de la billetera y prendo el
cigarro cuando llego a la esquina de mi casa en donde pasa la F05 (alimentador que me
acerca al Metro). Moviendo la pata al ritmo de la música, canto en voz baja. Tengo mi
atención en que “hoy me veo rico”.
Me subo a la micro y camino hasta el último asiento imaginando que el pasillo es una
pasarela –recordando el comercial de “Lolita, su boleto”- y mirando un punto fijo justo frente
a mis ojos. Interesante. Obviamente no hay que olvida que ese recorrido tiene su manera
única de caminar: Guata adentro, poto afuera, mentón en alto y los pasos se dan lo más
seguro posible. Firme no quiere decir fuerte.
Situación Uno: La micro frenó de repente antes de que me siente. ¡Qué verguenza!.
Pasa que justo había un niño lindo al que le estaba coqueteando. Como venía con mi
atención en dos cosas (verme bien y el niño lindo) casi me saco la re-chucha. Me estrellé con
la señora que venía al lado mio y me quedó mirando feo, se articula un casi mudo
¡Discúlpeme, señora, lo siento!. Más que obvio es que no vuelvo a mirar al chiquillo bonito…
Dignidad ante todo, Sebastián.
Situación Dos: Logré sortear los 10 minutos más largos de mi vida arriba de la
maldita F05 en donde no logré sentarme porque estaba el escolar mala onda y porque casi
me caigo. Me bajo en el Metro.
Caminando por los pasillos, escaleras mecánicas, escaleras automáticas (?),
plataformas para discapacitados y toda la flora y fauna que hay en el Metro. Miro a todos de
re-ojo. Marco el pase en la maquinita del torniquete y vuelvo a subir escaleras. Estoy
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terminando, llegando al andén, eso que en un momento parecía imposible y me tropiezo con
el último peldaño. Whata fuck!!??. Claro, el maldito punto fijo frente a mis ojos, me dejó otro
punto, uno ciego. No logré ver el peldaño y juré de guata que había terminado la escalera.
¡Mal!.
Situación Tres: Ya no me creo tan rico como hace media hora atrás, de hecho,
empiezo a cruzar la delgada línea que separa lo patético de lo poético, por decirlo de alguna
manera. Está llena de gente la estación y pienso en el comercial en que todo el mundo
comenta lo inhumano que es un camión lleno de ovejas apretujadas y muestran, luego, a la
gente en una micro en la misma situación.
Llega el tren. ¡Aleluya! suena en la banda sonora de mi día y un par de ¡¡¡Eeeeh!!! de
fondo. Abre sus puertas y ahora escucho un “Deje bajar antes de subir” y un par de chuchás
que me tira la gente porque me paré justo en medio de la puerta… ¡pero si me quiero subiiir!.
La ola de gente que baja me arrastra más atrás y cuando logro llegar a la puerta del carro –de
nuevo-, se me cierra en la cara y de adentro me miran con cara de ¡Já, que webón, se quedó
abajo!. Me digo: “Mismo, mira hacia otro lado, pese a todo hay que mantenerse digno”.
Situación Cuatro: Logré llegar a la Universidad luego de todo lo anterior. Llegué tarde
y trato de sentarme sin meter ruido ¡ERROOOOR!... pero me doy cuenta ahí que uno nunca
pasa piola cuando se llega atrasado. El profesor me pregunta, a modo de amonestación,
alguna tontera que tiene la mejor retórica del tipo, una cantidad de sinónimos y redundancia
que asusta. Miro con cara de huevo frito y respondo “¿Me puede repetir la pregunta?”. ¡Mal!.
Llega el momento de pasar lista y claro, antes que yo hay una persona que tiene apellido
Fajardo, Bárbara Fajardo y cuando la nombran digo ¡Presente!... Consecuencia: Todos me
miran con cara de travesti.
Luego se sucede lo mismo pero camino a mi casa, donde llego y me encuentro con
una nota que dice: “Fuimos a la casa de tu tía. Sírvete once y no nos esperes”.
Ok, ¿moraleja?. No creerse rico por la calle o bien des-agüeónate.
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t+y=n
01, julio de 2008.
Escribí unas diez veces el comienzo de esto y aun no me convence cómo quedó, pero
¿qué más da?, ya estoy en esto y no quiero volver a borrar.
Generalmente digo cosas que pueden sonar hirientes, pesadas, molestas o qué sé yo
para no pasar la vergüenza que me da asumir que la extraño y a ratos la necesito mucho.
Suelo no volverme dependiente de las personas, por muy amigos que podamos ser (o
parientes o pareja), suelo no decirles un “Te quiero” y mucho menos abrazar, pienso que todo
está en la cotidianeidad y entre líneas.
Cuando pienso en la Bárbara como la única persona que en menos de dos meses ya
era mi otro yo en todo lo que hacíamos y yo era su otro ella, se me hace un gran nudo en la
garganta y los ojos se inundan. Razones hay muchas: Nunca nadie había ni ha estado
conmigo física y emocionalmente como lo estuvo ella en su permanencia en Chile. En todo
momento, buenos y malos. Somos cómplices de muchas cosas. También rescato el hecho de
que en el mundo exista una persona que piense igual que yo y yo igual que ella. Quizá hay
muchos, pero nunca he conocido a una. En lo personal, jamás he dado un peso, un segundo
de preocupación ni he prestado mi cama a alguien que en realidad no conozco y, aunque
suena muy egocéntrico, buena parte de su estancia acá en Chile fue solventada por mi, mi
trabajo, mi familia y mi preocupación, mi conocimiento (y no conocimiento) y mi buena
voluntad, que hasta entonces yo no conocía. Son algunas de las razones por las que se ganó
más de alguna lágrima post vuelta a Venezuela.
Cuando me dijo, en Concepción y con el hombre que amo a mi derecha, que se volvía
a su caribe natal por razones que sólo algunos conocemos, tuve –y digo tuve porque mi
mismo me advirtió que debía hacerlo- que ser la parte fuerte y de palabras bonitas. Mi labia
en momentos como aquél es muy buena. Pero la verdad es que todo lo que dije tiene una
gran cuota de „no verdad‟. Entre muchas otras cosas dije que: “Cuando hay una relación con
nexos tan fuertes y que ejemplifica perfectamente la relatividad del tiempo, la distancia física
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es un obstáculo fácil de vencer en lo emocional del total. Que una vez guardada la persona en
el corazón y los recuerdos, buenos y malos, archivados en la memoria, nada importa.” Fueron
mis palabras pero no las comparto del todo… no puedo ser tan cínico de decir que no
necesito quejarme de su hostigamiento, que no necesito de la única mujer fuera del núcleo
familiar que ha dormido en mi cama. Y hoy, cuando todo en mi interior está como está, es
cuando me vuelvo tan dependiente como un hombre cualquiera. Necesito de mi esposa y de
mi madre, no sé hacer más que ser hombre.
Nunca en toda mi existencia como ser que recuerde, una familia de otro país había
querido tenerme en su casa y, sin previa consulta de mis deseos, había juntado la plata para
el viaje… y por más que diga que el viaje no es una de mis prioridades y que a ratos no me
dan ganas, sé, y lo afirmo tajantemente, que si todos los miedos que me rodean y todas las
escenas mentales que creo de la nada desapareciesen, estaría ya haciendo la maleta.
Sé que tengo una amiga y que lamentablemente los amigos guardados no sirven.
Espero que alguna vez vuelva, sé que alguna vez va a volver y que, junto a la
María de los Ángeles, vamos a ser los que tengan el placer de ser buscados por la adicta a las
arepas.
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El disfraz hace al payaso
26, noviembre de 2008.
Sé que ya no te parezco atractivo, que mi cuerpo ha crecido hacia los lados y que mis
manías se hacen cada vez más insoportables. Sé que compartir el hogar con alguien que
pasa sus días ingiriendo barbitúricos no recetados es lo mismo que adentrarse en cuerpo y
alma en la obra dantesca. Sé que estás conmigo por el compromiso que adquirimos hace
años… bueno, pues no me interesa. Fue un buen día para ti cuando juré con la mano en el
corazón que nuestra vida no sería una mierda, que sería oro sobre oro y que la fantasía
protagonizaría cada segundo… bueno, pues no lo es. Sembré en ti la certeza de que tenía las
respuestas a todas las preguntas que pudieran surgir… bueno, pues no las tengo. Fui
imperativo en hacerte pensar que estaba seguro de mi cuerpo… bueno, pues no lo estoy.
Y es que mi camino se desvió de todo lo que tenía planeado cuando decidí
formarme junto a ti, ya no veo la vida con el optimismo y las ganas de vivir con que lo hacía
antes. Estoy desilusionado de todo aquello que me rodea, siento una tonelada de plomo en la
espalda cada amanecer y la noche se transforma en un ahogo exquisito de alcohol y juerga.
No tienes idea de lo que realmente siento por ti, esas locas ganas de ahorcar tus mediocres
relaciones sexuales en lubricante y no sentirte en mi. Una extraña fijación por los pronombres
posesivos y la lengua española en su uso común con deficiente gramática.
Tus almuerzos saben a arena con petróleo, huelen a tus rutinarias deposiciones
nocturnas. Lamento comer tu mierda. Me desvelas.
No pretendo poner mil gatos en mi apariencia cuando por fin sé que no soy yo el
problema. Ódiame y ve lo peor de mi existencia. Estoy a punto de morir y recuérdame sin
ganas, no sufras.
Ni Janis fue admirada en su pueblo ni yo soy amado en mi interior. Janis escribió al
más puro estilo Janis… bueno, pues yo no puedo escribir más allá de lo que la academia me
enseñó. Y con gran esfuerzo lo hago bastante mal.
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Pero ¿qué mejor que entregar mi último esfuerzo por escrito?. Tengo intenciones de
acabar en el club de los 27, junto a Jimi o la ya nombrada Janis. Te amo más de lo que he
amado en toda mi vida y sé que mis palabras no van a interiorizarse en tu corazón pero hago
el mejor de los intentos. No quiero que recuerdes mi existencia como la flor de cerezo que
fue… Supongo que no sabes por qué es cerezo es la flor por excelencia del Japón… bueno,
averígualo porque al igual que ella, yo termino mi ciclo en la más bella de las etapas, cuando
en realidad vi la luz antes que todas las falsas primaveras. ¡Conmigo comenzó la primavera!.
Y morí mil veces junto a kamikazes y samurais.
Recuerda siempre que tus ronquidos se escuchaban cada vez más altos mientras el
licor iba bajando. Recuerda que no quiero tener tu cadáver sobre el mío ni ahora ni luego de
comenzar la descomposición.
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Hay que tomar el camino correcto, nada más.
04, octubre de 2009.
No es difícil encontrar todo tipo de incentivos que nos conduzcan a una vida más
sana en lo que respecta tanto al cuerpo y mente como así también al medio ambiente y el
entorno en que nos movemos a diario. Los vemos en las noticias, en las revistas de moda, en
los e-magazine y portales especializados en el tema, en las campañas de reciclaje que
impulsan grandes compañías de telefonía móvil, campañas a beneficio de instituciones
solidarias o aquellas campañas de doble sentido en que corriendo ayudas a otros… En todos
los medios de comunicación y sitios de Internet hay estímulos refiriéndose a la vida sana, lo
que a ratos pareciera un poco hostigoso y repetitivo, pero cuando te das cuenta de la
cantidad de cosas que hay por hacer y de cuán difícil es cambiar los hábitos tanto personales
como de terceros, también abres los ojos a la necesidad imperativa de que exista toda esa
publicidad y quizá más.
Una vez que ya se han recibido los estímulos suficientes para entrar en razón de lo
que pasa justo en nuestro jardín, en nuestro baño o en nuestro corazón si se quiere, aceptar
el cambio y ponerlo en práctica (yo diría que) es la parte más difícil. Como todo cambio nunca
es bien recibido de buenas a primeras, pero conforme pasa el tiempo vamos creando una
suerte de efecto dominó en donde cada pieza siguiente es causa y consecuencia de la
anterior, un camino de retorno casi imposible pero que siempre nos guía por la mejor ruta.
Querer dejar de lado una vida de hamburguesas, pastas y bebidas de fantasía, el
hecho de lanzar envolturas por la ventana del auto en plena carretera o dejar la bolsa y los
pañales enterrados en la arena de la playa no es tarea sencilla, querer hacer un cambio y
darse un poco más de trabajo pareciera que jamás tendrá frutos ni a corto ni a largo plazo. El
condicionamiento de hacer las cosas por una recompensa cuantitativa más que cualitativa es
un germen que de a poco se adueñó de miles de personas y que hoy no saben cómo revertir.
De igual manera me declaro atrapado por las redes verdes y siempre que aprendo
algo nuevo lo pongo en práctica lo más rápido posible para evaluar el nivel de satisfacción
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que existe en torno a esa práctica y créanme que he tenido muy buenos resultados. Mi
problema llega a la hora de hablar del cigarro. ¡No tengo intención de dejarlo!. Sé cuán malo y
tóxico es y que ni placer me causa pero sigo sintiéndolo necesario. Es mi mea culpa, mi
vergüenza.
Pero entre tanto tiempo que uno invierte en querer elevar los estándares de vida,
nunca está de más preguntarse si es necesario hacer todos estos esfuerzos, si es que existen
resultados a priori o si podré cambiar la vida de algún otro ser humano sobre la faz de la
tierra sólo con llevar un discurso y miles de consejos a cuestas.
Hoy hubo partido, uno muy concurrido y que lamentablemente para los amantes del
fútbol sólo fue convertido un tanto y el partido estuvo casi muerto. El punto es que mientras
iba yo en el metro camino a mi trabajo, en la calle caminaban los hinchas lanzando kilos y
kilos de papel picado, otros lanzando por las ventanas del metro todo aquello que sirviera de
proyectil y luego en algún canal de televisión veo cuánta basura se acumula tras un evento
como este –y conste que no me referiré bajo ningún caso al tema de la delincuencia que en
especial fue cubierta unas horas antes de dicho encuentro deportivo-. Entonces sentí solo
contra el mundo luchando por una causa perdida, me dio pena e intenté olvidarme de todos
los cuidados que he aprendido a tener, total, uno más o uno menos… Recordé también cómo
salieron toneladas de basura sólo del Parque O‟Higgins luego del fin de semana patrio y cómo
mis amistades y familiares se sentían pésimo después de la ingesta de alcohol y la comida a
destajo que consumieron. Fue ahí donde encontré una razón para sentirme diferente y que
me volviera a reponer, porque ese fin de semana, si bien celebré las Fiestas Patrias, lo hice
sin carne, con mucha fruta, cereal y yogurt. Más allá de qué comí o no, me siento bien por el
hecho de saber que mi cuerpo no se resintió conmigo, que gasté 10 veces menos plata que
mi familia o que mis desechos fueron 20 veces menos que los de ellos y principalmente
orgánicos.
No quiero parecerme a esos personajes que ensucian el lugar donde viven y lo
destruyen, no quiero que mi cuerpo sufra las consecuencias de algunos placeres vergonzosos
a los que nos acostumbran desde pequeñitos, no quiero perder una guerra que yo mismo
comencé contra mis costumbres dañinas y las de mi entorno… Las mejores batallas que se
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han librado a través de la historia generalmente no se alimentaron de estadísticas positivas
sino de sueños, perseverancia y estrategias.
Quiero cerrar recordando a la española Bebe con dos extractos minúsculos:
“La tierra tiene fiebre, necesita medicina y un poquito de amor que le cure la penita que
tiene”. “Ay cuerpo, cuerpecito mío, qué caña te he metio en estos años de camino perdio”.
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Navi Navi.
25, diciembre de 2009.
He visto muchas cosas durante las 22 navidades que llevo en el cuerpo (tuve la
fortuna de tener 4 meses y 15 días para mi primera navidad) y creo que ya es momento de
hacer una suerte de análisis, poco acabado y muy por encima, de los momentos que suelen
quedar en la mente y cómo nos complican hasta el mismo día 25 en que, por alguna u otra
razón, siempre hay alguien que nos regala una lagrimita de felicidad.
Con esas 22 navidades a las que he asistido, también he recorrido varias casas de
familiares, he comido pollo con choclo, tomate y lechuga muchas veces (además del pan de
pascua que es un vicio insuperable), he acumulado una gran cantidad de regalos y, ahora
último, he invertido harta plata en preparativos y regalos.
Las cosas han cambiado sí conforme el tiempo pasa. Antes mi papá se disfrazaba de
Papá Noel (como dice Paolito, mi primo que no conozco) y nos hacía vivir la ilusión junto a mis
primos. La magia duró hasta cuando tuve 10 años y me contaron la triste verdad. No
recuerdo si lloré esa noche, pero la siguiente navidad partió siendo diferente: Miraba a todos
los adultos con complicidad y me reía de esos pobres ingenuos que aun creían que veían el
trineo irse por el cielo tirado por renos mágicos.
Hoy en día los papeles parecen haberse mezclado, todos preparamos todo,
compramos regalos casi en conjunto, ya no revivimos la magia del Viejo Pascuero pero sí
respiramos la que se vive en el aire que, por motivos religiosos o no, empieza a tomar fuerza
el día anterior y todos la gozamos.
El problema es que también he visto, durante las 22 navidades, que algunas familias
tratan de encontrar amargamente y sin credulidad aparente, el verdadero significado de la
navidad cuando no tiene los recursos necesarios para hacer regalos, una cena contundente y
poner adornos lindos, remitiéndose a envolver cajas vacías para rellanar un poco. Pero
afortunadamente siempre llegan acciones que evocan lágrimas de felicidad y agradecimiento
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porque es ahí, en los objetos, donde depositamos las diferentes formas de decir “te quiero” o
“estoy contigo”. Y no es una característica negativa de la que nos hemos hecho presa, más
bien creo que es la única manera de hacer extensivos los deseos que muchas veces o nos
cuesta exteriorizar o no sabemos cómo expresar de alguna forma que nos quede en el
recuerdo. Los objetos, los olores, la música tienen esa facultad de apoderarse de un
sinnúmero de simbolismos endógenos y positivos, al igual como lo hace una pareja de pololos
cuando se dedican una canción, como lo hacen los novios a través de las argollas o los
aromas que nos ponen nostálgicos. Todo es parte de nuestra cultura y criticarlo es criticar la
manera en que nos hemos desarrollado durante años, las enseñanzas que nos han dado y
los ritos que hemos seguido durante nuestra vida y que tengo por seguro seguiremos hasta el
día en que no estemos más.
Nuestra manera de concebir la familia también es parte de la cultura que tenemos
sólo por el hecho de ser latinoamericanos. Somos una región muy apegada al núcleo familiar,
las relaciones que por imposición debemos sostener y saber resolver en medida de lo posible.
No es fácil alejarse de la familia pero tal vez sí necesario cuando nos emancipamos, sufrimos
quiebres inevitables o la pérdida de algún personaje pilar. Pero sí tenemos la capacidad de
reconocernos en lo que “estamos siendo” y en base a eso reconstruirnos para encontrar la
felicidad y el sentimiento de plenitud necesario para no sufrir patologías mentales
(entiéndase depresiones, estrés o similares), condiciones que contagian rápidamente a los
demás de manera tal vez injusta.
Como decía, tenemos la capacidad de reconstruirnos una y otra vez en función de las
necesidades y condiciones que tengamos. Y no creo que sea una medida parche, más bien
pienso que es un acto casi altruista luego de que no todos quienes nos rodean deben pagar
las consecuencias de los eventos sucedidos con anterioridad. Es lo bueno, es lo bonito.
Mi familia tiene de todo un poco. Hay algunos lejos de Chile, otros lejos de la vida y
otros lejos de poder recrear navidades anteriores. Hay personas nuevas, hay gente que aun
no todos conocen, hay otros que ya no están como inicialmente era costumbre y prefirieron
una nueva vida. Hay otros que tal vez quieren estar solos y otros que vuelven a hablarse y
dejan diferencias de lado… Pero lo lindo es que todo lo que nos pasa, como familia numerosa
que somos, puede ser subsanado y amortiguado luego de los fuertes lazos que mantenemos
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y la capacidad de perdón (y que según la tradición estamos en una época apta para el
perdón, estamos expuestos y vulnerables al mismo). Sabemos que siempre el uno puede
contar con el otro y no importan los antecedentes que tengamos, seguimos siendo familia y
eso nada ni nadie nos lo quita, lo quitará ni lo ha quitado jamás.
Besos a los amigos, familia y todos esos que tengan un pedacito de mi cora cora.
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Oración a Shakira.
11, febrero de 2010.
¡Corazón inmaculado de Shakira!, desbordante de amor a Antonio y a la industria
discográfica,
y de compasión por los pecadores, me consagro enteramente a ti. Te confío la salvación de
mi alma.
Que mi corazón esté siempre unido al tuyo, para que me separe del pecado,
ame más tus canciones y tus contorsiones y alcance la vida eterna juntamente con aquellos
que amo.
Mujer llena de Gracia, y Madre de ocho discos de estudio, recuerda el tesoro infinito que tus
fans con sus sufrimientos hemos comprado, tarea que nos confiaste a nosotros tus
seguidores.
Llenos de confianza en tu magistral voz, que escucho y canto, acudo a ti en mis apremiantes
necesidades. Por las letras de tu amable e inmaculado Corazón y por amor al Servicio de
Lavandería, obténme la gracia que pido (mencionar aquí el favor que se desea)
Barranquillera amadísima, si lo que pido no fuere conforme a la voluntad de Sony BMG / Epic
Records,
intercede para que se conceda lo que sea para la mayor gloria del sello y el bien de mi ocio.
Que yo experimente emoción de tus canciones
y el poder tus caderas intercediendo ante tus detractores ahora en mi vida y en la hora de mi
muerte.
Corazón de Shakira, perfecta imagen de la portada de Fijación Oral, haced que nuestras
billeteras aguanten tus valores. Amén.
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¡¿Qué pasa con sus padres?!.
26, febrero de 2010.
Que una amiga de la infancia, de esas viejas amigas que, por motivos variados, uno
va dejando de ver gradualmente, esté pasando por momentos indeseables, independiente de
las causas, siempre es una gran pena.
Son alrededor de 15 años los que han pasado desde que entró, ingenuamente, a mi
vida y la de mis familias. Son 15 años en los que siempre que nos vemos nos re-conocemos y
re-descubrimos.
Cuando pequeña no la dejaban salir más allá de ciertos lugares y, a escondidas, nos
escapábamos a la plaza a hacer llamados por cobro revertido a cualquier número desde los
teléfonos públicos que había allí. A veces los golpeábamos para sacar monedas. Cuando tuve
mi primer celular con plan, llamábamos a los locales de pizza y hacíamos pedidos a nombre
de los vecinos. Nos quedábamos hasta altas horas por la noche sentados en la cuneta
cantando cumbias y a medida que crecíamos nos contábamos las historias magníficas y
coloridas que nos sucedían. Hasta que me cambié de casa. Hasta que su papá abusó de ella
y no estuve ahí para contenerla.
Tiempo después, en una intersección sin semáforo ni paso de cebra, fue embestida
por un vehículo del que nunca se supo la patente ni quién era el conductor. Producto de lo
mismo, su útero quedó dañado y, según dijeron los médicos del Sótero del Río, jamás
maduraría.
Fueron años de tragedia para una persona con muy poca experiencia, con pocos
años vividos, con altos ingresos pero una calidad de vida lo bastante deficiente como para
aceptar todo aquello que viniera.
Por extrañas razones –de esas que uno jamás empieza ni termina de entender- luego
de poner a todos en alerta, volvió a su casa, pues se había ido a vivir donde su abuela tras el
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abuso del que fue víctima. Sus papás volvieron a estar juntos y pareció que la historia sólo
fue un mal sueño.
Parecía que todo volvería a sonreír, pese a la gran pena que su corazón alojaba, el de
su madre y sus hermanas. También mi abuela, tía y prima (sus vecinas directas) sentían los
últimos sucesos en lo más profundo de ellas. ¡Es que fue un tiempo muy terrible!, casi
asesino para el cariño.
Mi cambio de casa gatilló algo así como un quiebre a nuestra relación, tanto el
tiempo como la distancia muchas veces son los más crueles verdugos.
Dejamos de vernos con la infantil promesa de siempre ser amigos… y aun se mantiene. ¡A la
mierda eso de las amistades cíclicas!.
Pues bueno, con el paso de los años me enteré que se cambió de casa, se embarazó,
dejó los estudios y, obviamente, había conocido a un tipo que ayudó a gestar aquél bebé.
Sus padres son feriantes, hacen y venden pinches, chapes y esas cosas similares,
además de artículos como mochilas, pulseritas, pantyes, etc. Y siguiendo la tradición familiar,
ella empezó a vender como ayudante en otro puesto. Con unas monedas pobres de sueldo se
ha mantenido sola, pues la historia se puso fea y me enteré hace unos días.
El papá de su bebé es una de esas personas que se ajustan a perfiles de hombres
maltratadotes, agresivos, irrespetuosos, vagos, abusivos.
Han terminado y vuelto varias veces -¡Qué pasa con éstas mujeres!- nuevamente de
manera inexplicable. Le pega cada vez que algo sucede y la tiene viviendo en El Volcán.
Según ella alguna vez me contó, casa por medio venden algo ilegal y sólo por mirar a alguna
vecina, pueden pasarte a la lista negra… y conociéndola, más que seguro tiene muchas
anotaciones en listas negras.
Terrible es enterarme, en voz de su mamá, que su pequeño hijo debe ir de casa en
casa con la feria como punto de entrega. Terrible es enterarme de cómo se le han ofrecido
miles de oportunidades pero que ella, como a una droga, vuelve a los brazos de su agresor.
¡Qué pena me da saber que no terminó el colegio!. Y muy triste es escuchar a una madre
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decir que más nada puede hacer cuando su hija se ha transformado ya en una mujer adulta.
Tengo clarísimo que jamás tendré hijos pero sé que mi lado paternal siempre está ahí,
punzando fuerte para salir, para ser usado eficientemente, para entregar amor… Ese mismo
lado es el que me hace formar hipótesis desfavorables hacia una madre que se ha resignado
a que su hija tome malas decisiones sólo apoyándose en la edad cronológica a sabiendas de
las características psicológicas de su hija, una mujer que jamás maduró y sigue creyendo en
la magia y el polvo de hadas.
¡¿Qué clase de padres se dan por vencido con un par de “No” como respuesta?! ¿Por
qué las familias no aprenden a crecer juntas? ¿Por qué desearle el mismo futuro a sus hijos,
futuro que será fiel reflejo de su pasado?.
Desde mi tribuna de espectador poco es lo que puedo hacer, lamentablemente, y
todas las eternas conversaciones que hemos tenido luego de los terribles sucesos, han sido
siempre inútiles… su formación con bases débiles no ha permitido que procese las palabras
que una persona centrada y sensata puede darle. Uno no puede hacer las cosas solo,
necesita de más personas y si su núcleo no es capaz de entregar ayuda, pues habrá una
persona más en el mundo que se perderá entre tantos vicios como le sea posible, incluso el
del amor no correspondido, insolente y despreocupado.
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"Memorias de la Concepción", La Otra Zapatilla.
15, enero de 2011
“Memorias de la Concepción” es de esas obras que te obligan a recorrer todas las emociones
que conoces y descubrir aquellas que jamás experimentaste en un fascinante paseo por la
historia de la ciudad… y todo en una hora y media.
Raúl, ex integrante de la Compañía de Teatro La Otra Zapatilla, que da vida a
“Memorias de la Concepción”, me invitó el miércoles pasado al Foro de la Universidad de
Concepción cuando aproveché de llamarlo porque ambos andábamos por la Octava.
Con Roberto partimos a contrarreloj mientras le comentaba que la Compañía es
especialista en reconstruir procesos históricos y sociales a través de su puesta en escena
que, como chiche, incluye harto canto. Ya había visto algún que otro trabajo de los penquistas
y es la primera conclusión a la que cualquiera puede llegar.
Una vez ya en escena, La Otra Zapatilla nos remonta a los inicios de “ese mundo”
para comenzar el viaje hasta lo sucedido el 27 de febrero del año pasado cuando Concepción
fue protagonista indiscutido del terremoto y sus consecuencias.
La verdad es que no sé cómo les resulta tan fácil hacernos reír a carcajadas usando
la coyuntura y todo el acontecer nacional –si hasta apareció un guiño a la Señora Ximena
Ossandón y su sueldo “reguleque”-y, de un segundo a otro, dejarnos al borde de las lágrimas
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reconstruyendo perfectamente lo que todos y cada uno de los que están leyendo esto –y yo,
que lo escribo- pasamos aquella noche de febrero.
¡Qué hermosa manera de relatar!. Pensaba yo que, incluso al leer el argumento en
un guión escrito por La Otra Zapatilla, la magia se haría presente… Y cada uno de los
personajes tiene su propia función y, claramente definida, en la historia. Mención especial
para quien sirve de hilo conductor y narrador en "Memorias de la Concepción": Maricarmen, la
perra (y ojo que no es un “perra” usado en sentido peyorativo, en la obra es un can).
Y, como por si fuera poco, el tratamiento contextual de la luz en escena es glorioso.
Dudo que muchos hayan notado los mensajes que entrega la luz pero le digo: Están
presentes.
“Memorias de la Concepción” de La Otra Zapatilla… Revise las fechas de ésta y otras
presentaciones en el Blog de la Compañía.
Ah, y como por si fuera poco, por si no cree que estos cabros son bacanes, van y, al
final de la obra piden una cooperación voluntaria para el Centro Cultural que construyen: “La
Nueva Concepción”.
Aquí unas fotitos:
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Me carga el calor. 27, enero de 2011.
Me carga el calor, no lo soporto y me pone de mal humor. Nada peor que el calor. Ni la lluvia,
la nieve o los granizos. Todo es adorable al lado del puto calor de mierda.
Lo más probable es que la mayoría de los que leen aquí no sepan cuál es el clima de
Santiago sin tener que googlearlo o buscarlo en el libro del Cpech… Pero la verdad es que el
nombre del clima es lo que menos importa cuando tienes sudado hasta adentro de la oreja…
y por lo demás, basta con saber que tenemos dos largas temporadas: La lluviosa y la seca. Y
ambas causan estragos.
Lamentablemente, año a año, tenemos que pasar por la temporada seca (también le
podemos poner calurosa, de sequía, verano, hot, on-fire, etc.) que muchos disfrutan mientras
se tienden al sol para broncear su piel –¡Qué webá más rasca eso de andar bronceado!-, para
empilucharse por la vida, para ir la playa –como si no se pudiera en invierno-, para conocer
gente cool y mil otras estupideces que parecieran activarse con las sobrecargas UV.
Pero habemos otros miles de personas que tenemos casi intolerancia al sol, a la
playa, al calor, a la poca ropa, al sudor ajeno –Aunque convengamos que hay sudores ricos…
pero eso viene dado por el sudador y no por el mismo sudor. No sé si me explico-, a los brazos
bicolor, la nariz quemada y la típica estupidez que te dicen: “Tenís la nariz como si estuvierai
cura’o”. Sí… JA-JA-JA. ¡Qué wena y original tu talla!.
No me produce gracia alguna tener que gastar $17.000 y fracción en un protector
solar especial para mi piel porque no todos hacen efecto contra los rayos UV y mucha menos
gracia me hace tener que cuidar de esparcirlo extremadamente bien por la cara, cuello,
orejas y todas las partes del cuerpo que se exponen totalmente al sol… Qué paja cuando no lo
haces desaparecer y te queda una webá blanca en la patilla o en la barba y todos los weones
en la micro te miran con car‟e pena sin decirte algo. Aunque yo tampoco lo haría, soy medio
Cura Gatica –Sí, sí, sí: Predica y no practica-.
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Prefiero el invierno. Encuentro que hasta la ropa es más linda que la de verano. No
sé, los abrigos, las bufandas –Tengo 11-, los guantes sin dedos, las botas… Todo es tan lindo
en invierno. De hecho, pienso en la estación como una foto son los tonos azules subiditos y
un poco-harto contrastada. Quizá cuando termine de escribir esto busque o edite alguna foto
que lo grafique mejor.
(¿Ve que encontré una imagen que se condecía a mi significado?)
Y el verano me pone de un mal humor terrible. Todo me carga, todo me aburre y, en
función de lo mismo, me da hambre y como-como-como. Y no tengo qué hacer porque entre
estar en la casa acompañando a mis papás, mis amigos salen de Santiago a veranear o a
trabajar y así… siempre hay un pero. Entonces me quedo en la casa soportando el calor que,
por lo demás, estoy seguro que lo capeo bien. Si estuviese en la calle moriría jaja.
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Como ya decía, encuentro que la ropa de invierno es más linda que la de verano. En
esta última todo el mundo viste igual, todo el mundo anda con el ala marcá después de un
rato, se escapan (Ojo que no dice “Notan”, dice ESCAPAN) las watas por debajo de la ropa,
tenemos que soportar las uñas mal-tratadas de los pies de la gente que anda con la shala y
cómo caminan con las mismas… es algo, por lo bajo, irrisorio.
El verano algo tiene en nuestra contra y no pretendo descubrirlo, mi aversión por él
es tal que prefiero mantenerme al margen de lo que se le relacione… Pero sé que nos mira
con otros ojos y nos tiene los años contados. La lluvia, el frío y neblina llegarán para amainar
los males, pero el verano con su calor insoportable es el que tiene el poder. Fíjese que hasta
las horas de sueño nos cambia: En la noche no podemos dormir porque hace calor y en el día
nos da la modorra y caímos.
Tenga cuidado, algo se trae el verano que cada vez sube más sus temperaturas.
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