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Ao I Diciembre de 2009 Comentarios crticos (Anual)Serie Historia de Amrica Prehispnica yArqueologaEscriben: Henry Tantalen, Andrs Troncoso, Diego Salazar, OsvaldoSilva, Pedro Brazo-Elizondo, Ernesto Contreras, Francisco Rivera,Francisco Garrido y Valeria Franco Salvi.
www. historiamarxista.cl [email protected]
ISSN 0718-6908
Comentarios crticos (2009)
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ERNOS
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STORIA
MAR
XISTA
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Comentarios crticos 2009.Serie Historia de Amrica Prehispnica y Arqueologa.
Agradecemos como Grupo de Historia Marxista a Henry Tantalen (UNMSM-Per),
Andrs Troncoso (U de Chile), Diego Salazar (U de Chile), Pedro Bravo Elizondo
(Wichita State University-USA), Osvaldo Silva (U de Chile), Ernesto Contreras (U de
Chile), Francisco Rivera (U de Chile), Francisco Garrido (U de Chile) y Valeria Franco
Salvi (CEH. Prof. Carlos Segreti. CONICET. Argentina) por los comentarios que han
realizado a los primeros cuatro nmeros de esta serie. Igualmente, a Marcelo Soto, Alex
San Francisco, Jairo Seplveda y Francisca Santana por sus constantes
recomendaciones durante el ao 2009.
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Cuaderno Nmero 4Un Acercamiento a la Arqueologa Social Latinoamericana
-Henry Tantalen (Doctor en Arqueologa. UNMSM. Per / IFEA UMIFRE 17
CNRS-MAEE).
Con el alma llena de banderas: Comentarios a Un Acercamiento a la Arqueologa
Social Latinoamericana de Miguel Fuentes y Marcelo Soto.
Aqu hermano
aqu sobre la tierra,
el alma se nos llena de banderas
que avanzan,
contra el miedo,
avanzan,
venceremos.
Vctor Jara (1970)
En primer lugar quiero agradecer a los autores por la invitacin a comentar su artculo y,en segundo lugar, quiero felicitarlos por haber tenido la feliz idea de actualizar y
divulgar algunas ideas que se han venido ventilando de manera autnoma desde
diferentes partes del mundo, sobre todo a ambos lados del Atlntico con respecto a la
arqueologa marxista o social, en estos ltimos aos. Este inters se suma a una serie de
trabajos que desde el primigenio artculo de Patterson (1994) ha reunido a diferentes
voces desde diferentes tradiciones, formaciones, vocaciones, intereses y pases que han
desfilado por diferentes medios de difusin de la produccin acadmica arqueolgica,
sobre todo desde el mbito terico (Oyuela-Caycedo et. al. 1997, Guthertz Lizrraga
1999, McGuire y Navarrete 1999, Benavides 2001, Valdez 2004, Politis 2006, para citar
solo algunos).
As pues, el trabajo de Miguel Fuentes y Marcelo Soto no hace ms que reunirse con los
autores que ellos mismos citan, tanto desde la perspectiva de la produccin terica como
de los crticos de la corriente misma. Se pueden entrever aqu dos grandes mbitos en
los cuales se mueven los autores dentro de la historiografa de la ASL: la produccin
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cientfico-terica y la proyeccin social o rea valorativa. Estos, obviamente, y
especialmente para el caso del marxismo, no son ni pueden ser diferenciados y
desagregados ms que para efectos didcticos (nadie puede realizar dichas prcticas de
forma separada) sino que tienen una relacin dialctica.
Sin embargo, quiero adelantar que quiz la paradoja en la que se ven los autores y en la
que yo tambin me encontraba en mi temprano ensayo que ellos citan (Tantalen 2004)
es que la segunda pierna: la valorativa, es la que se ha fortalecido y la cientfico-practica
la que ha quedado esculida, llevndonos a no avanzar como quisiramos e, incluso, a
trastabillar en nuestro caminar. En otros lugares (Tantalen 20008a, 2008b) he hecho
mencin que una de la causas de esa cojera en nuestro andar sera consecuencia de las
situaciones histricas en las cuales se desarrollaban las practicas de los diferentes y
principales representantes de la ASL en cada pas. Esto me llev a culparlos de su
mayor o menor relacin con los gobiernos de turno. Sin embargo, creo que tambin
debemos ser conscientes de que, como deca Aristteles, una golondrina no hace
primavera. Por eso, debemos ser conscientes que cualquier empresa como la ASL debe
ser una empresa colectiva porque, despus de todo, como lo es la produccin, esta es
social y esto no es un axioma o dogma, lo descubrimos en la vida misma, pasada y
presente.
Por lo anteriormente expresado, resulta importante que los colegas chilenos se unan a
este debate y nos recuerden la historia de la ASL. De hecho, los colegas chilenos, no s
si conscientemente, han entrado a un debate importante y ms aun por su pas de
procedencia: Chile. Este pas que sufri un grave quiebre en su devenir histrico por
causas que ustedes conocen mejor que yo y que no es menester desarrollar aqu (para
esos estn mis colegas los historiadores) es ahora una fuente cada vez mayor deinspiracin terica y metodolgica (no solo para la ASL)1. Fuente de inspiracin terica
y metodolgica que he estado observando con atencin en los ltimos aos y que llam
mi atencin desde ese simposio del 2000 del XV Congreso Nacional de Arqueologa
Chilena2 publicado en el volumen 36 de la Revista Chungara, donde se auspiciaba la
discusin sobre la practica de la arqueologa marxista (por ejemplo, Uribe y Adn 2004,
1
Por ejemplo ver el reciente volumen titulado Puentes hacia el Pasado: Reflexiones Tericas enArqueologa (Jackson et al. 2008).2 Ver presentacin y resmenes del simposio en www.uta.cl/masma/xvcongreso/pdfs/simp7.pdf.
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Gallardo Ibez 2004). Esto recompone una tradicin que tena un desarrollo que, como
dijimos, se vio truncado por la dictadura militar. De hecho, arquelogos tan
renombrados e importantes para la ASL como Julio Montan o el mismo Luis Felipe
Bate crecieron a la luz del materialismo histrico y su produccin les ha llevado a
convertirse en autores citados y (re)conocidos a nivel internacional. El mismo
Lumbreras forj muchas de sus ideas en ese pas, posteriormente materializadas en La
Arqueologa como Ciencia Social, en sus conferencia impartidas en 1972 en la
Universidad de Concepcin (Lumbreras 2005, com. pers. 2009), un lugar donde se
podan discutir ideas marxistas hasta 1973 (Garbulsky 2000). As, constatamos que
Chile sigue siendo un lugar importante para las ideas marxistas, a pesar de todos los
contratiempos con los que estas ideas se han encontrado.
Por otra parte, este movimiento marxista hace unas dcadas ya, cruz el charco y se
encontr con fenmenos sociales que enfrentaban, provocaban y salan de alguna
manera victoriosos de la represin franquista. Ejemplos citados por los autores como los
de la Universidad Autnoma de Barcelona o el grupo de Andaluca nos recuerdan, una
vez ms, que a pesar de las diferencias histricas algunas condiciones materiales
similares fomentan semejantes respuestas. As, el fenmeno que los colegas chilenos
denominanArqueologa Social Iberoamericana es solamente una etiqueta (entre otras)
que, por ahora, podra englobar este movimiento todava algo desarticulado pero que
tiene diferentes epgonos en diferentes pases de habla castellana.
Consciente de esto, hace un tiempo atrs me dediqu a incitar e invitar, con diferente
fortuna, al debate a mis colegas marxistas de ambas orillas del Atlntico y creo que este
artculo es consecuencia de ello. Pero como la crtica por la crtica (como suelen hacer
amigos y enemigos del marxismo) no ayuda a superarnos dialcticamente, tuve queprovocar a que mis colegas marxistas planteasen cuestiones para solucionar en algo el
aparente estado de adormecimiento en que pareca estar la ASL. Por ello, en el reciente
simposio denominado Arqueologa Social Latinoamericana: De la teora a la praxis
realizado en Julio de este ao en Mxico D.F.3, invite a mis colegas a discutir si es que
todava seguamos en el campo de las ideas (donde todo es posible) o nuestra prctica
ya nos haba demostrado la realidad de las cosas prehistricas. Esta discusin iniciada
3 Ver lista de ponentes en http://arqueologia-social.blogspot.com/2009/04/arqueologia-social-latinoamericana-de.html.
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en Mxico hace unos meses es algo novedoso y creo que puede ser el germen de algo
que deber continuar porque as lo queramos y sabemos que lo necesitamos.
En un tiempo en el que la academia hegemnica positivista nos quiere hacer creer en
comunidades paradigmticas y revoluciones kuhnianas, para no ser iguales que ellos
nuestras reuniones deben revolucionarnos a nosotros (lo que llamo la revolucin
cotidiana) antes que de querer revolucionar la ciencia hegemnica, esa que no es la
nuestra. De hecho, sabemos que el conocimiento no es algo abstracto, as que nuestras
posiciones terico-practicas diferirn. Y de eso se trata, no del consenso intersubjetivo,
cmodo y polticamente correcto sino de la discusin dialctica que se desprenda del
objeto de estudio (como deca Marx la materia precede a la idea) y no del objeto del
deseo (posiciones acadmicas, individualismo, discursos polticamente correctos, etc.).
Como nos ha demostrado la historia de la ASL, que nuestros colegas nos presentan,
muchos de los que se iniciaron como arquelogos marxistas revolucionarios terminaron
instalndose cmodamente en los lugares que hegemonizan los discursos arqueolgicos.
Salvo algunos casos respetables, generaciones de arquelogos han sucumbido ante la
tentacin de este mundo seductor donde todo se vende y todo se compra. As, ciencia y
poltica suponen un compromiso con el objeto de estudio y el objeto de conocimiento,
no solo como punto de llegada (como fin) sino tambin como medio para cambiar este
mundo. De hecho, lo cambiamos pero debemos ser consientes de cmo y para quien lo
hacemos.
Con esto en mente debemos procurar entender tambin el contexto histrico en el cual
actuamos y en los cuales muchas prcticas socioeconmicas y sociopolticas
condicionan nuestra forma de relacionarnos con los objetos arqueolgicos y con otrossujetos. En ese sentido, el nacionalismo es un tema que se ha venido estudiando desde
diferentes posturas tericas (Daz-Andreu 2001, Oyuela-Caycedo 1994, Kohl y Fawcett
1995, Echeverri 2003, Giraldo 2003, etc.) y es importante darnos cuenta que si bien
muchos arquelogos marxistas han discutido sobre este y lo entienden, implcita o
explcitamente, poco se ha hecho por cambiar y trasponer dichas fronteras. Nuestros
predecesores de la Reunin de Lima y la de Teotihuacn bien lo saban. Solamente,
saliendo de nuestros mundos construidos por otros podremos encontrar una salida msglobal a los problemas que son los de los mismos: los desposedos.
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Hay muchas cuestiones que hay que discutir, como por ejemplo si todava debemos
seguir en lo que denomino la etapa de refinamiento terico (Navarrete 2007[1999]:
99) o si debemos pasar a la prctica arqueolgica. Pero este artculo no est enfocado en
esto as que dejaremos este tema para otra ocasin. Solo creo que, como ya dije en otros
lugares, cuando dejemos de ver el mundo con los anteojos prestados y obligados a
ponernos por otros, veremos que las fronteras se diluyen y solamente nos encontramos
ante hombres y mujeres que sienten y viven como nosotros. Esto nos enfrenta a un
compromiso ineludible y solamente haremos que la ASL o cualquier cosa funcione
cuando nos unamos y rompamos las prisiones que nos atrapan. Para acabar, solo me
gustara exclamar, parafraseando a Marx y a Engels, Arquelogos marxistas de todos
los pases, unos!
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Olavarra.
-Andrs Troncoso (Doctor en Arqueologa. Departamento de Antropologa. Facultad
de Ciencias Sociales. Universidad de Chile).
En busca de un reencuentro: Comentario a Un acercamiento a la Arqueologa
Social Latinoamericanode Miguel Fuentes y Marcelo Soto.
No puedo abrir este texto sin comenzar por felicitar y agradecer a los autores del escrito
a comentarlo por varias razones. Primero, por invitar a plasmar mi opinin sobre su
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texto, y sobre la arqueologa social latinoamericana, en su serie de publicaciones.
Segundo, por el esfuerzo que han realizado a travs de su serie de abrir espacios para el
pensamiento marxista en la ciencia social chilena, y en particular, en la arqueologa
nacional. Y tercero, por la apertura hacia la crtica y la discusin, actitud central para
que las ciencias sociales puedan seguir avanzando y, en el fondo, podamos construir no
slo un mejor conocimiento, sino tambin una mejor sociedad, tolerante, pero con ideas
claras y debatibles.
Entrando en materia, este texto se inserta en dos tendencias complementarias que, desde
diferentes espacios intentan recuperar los aportes del que ha sido el nico programa de
investigacin (sensu Lakatos) nacido al sur del ro Grande. Una lnea continental, que
no slo valora la Arqueologa Social Latinoamericana, sino que, o bien por un lado
intenta su rescate y actualizacin (p.e. Navarrete, Tantalean, etc), o por otro, reconoce
su aporte, volviendo a pensar una Arqueologa desde la realidad latinoamericana, pero
anclada en la teora social postestructuralista, postcolonialista y/o posmoderna (ver por
ejemplo Acuto y Zarankin 2008, Haber 2009, Gnecco 2008).
Pero por otro, y desde una lnea nacional (chilena), intenta recuperar el marxismo en
una arqueologa que ha derivado entre los enfoques histrico-cultural y procesualista.
Esta recuperacin desde Chile no es menor, pues es sabido el rol central que tuvo
nuestro pas en la gnesis de este movimiento, pero que tras el golpe de estado y los
aos de dictadura llevaron a su completo silenciamiento, implicando sino la total
desaparicin del marxismo en la arqueologa chilena, su ausencia de visibilidad
explcita (tema que hemos explicado como una estrategia de silenciamiento que llev a
la no intencional desfiguracin del marxismo en la arqueologa chilena (Troncoso et. al.
2008).
El trabajo de Fuentes y Soto se inserta en una red de autores que en los ltimos aos han
intentado revitalizar la Arqueologa Social Latinoamericana (en adelante ASL) en el
pas (Uribe, Gallardo), pero la diferencia clara en la postura de los primeros, es el
recoger los planteamientos prstinos de este programa de investigacin, en
contraposicin a los otros trabajos que fusionan diferentes tendencias del Marxismo con
nociones postestructuralistas (como es el caso de Gallardo) o de carcter ms eclctico
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al articular aportes del marxismo, postestructuralismo e incluso del procesualismo
norteamericano (como es el caso de algunos trabajos de Uribe, Adn, Gallardo).
Este trabajo, por tanto, se inserta en esa lnea de reivindicacin y, porque no decirlo, de
pago de una deuda histrica de la Arqueologa chilena con sus ideales del 60 y que
repercutieron en diferentes partes del continente. En particular, el escrito recorre
diferentes temas y posturas de la ASL, siendo destacable el intento por cruzar con las
nociones que han nacido desde la pennsula Ibrica. En particular, la teora de las
prcticas sociales del equipo de Barcelona, las cuales no slo han permitido revitalizar
este marco terico a la luz de nuevas preguntas y enfoques, sino tambin otorgndole
una heurstica mayor que el de la escuela mexicana. Por ese lado, pensamos que es una
contribucin que rearma la discusin en Chile.
Pero por otro, pensamos que este texto adolece de los mismos problemas que no le han
permitido despegar de mejor manera a la ASL, problemas que los mismos autores lo
definen en su escrito, cual es la necesidad de una mayor profundizacin metodolgica
que posibilite articular de manera clara la ontologa y epistemologa de la ASL en un
proyecto concreto de investigacin arqueolgica. En efecto, y como bien indica
Navarrete, la ASL ha alcanzado una notable madurez en el tema ontolgico y
epistemolgico, siendo las propuestas de Gndara en este ltimo punto un notable
aporte a la construccin del conocimiento arqueolgico. Sin embargo, creo que ese
refinamiento filosfico ha fallado a un principio bsico del marxismo, la dialctica. En
efecto, la ASL ha sido incapaz de dialogar con el registro arqueolgico en busca de
ajustar y contrastar sus modelos, existiendo una desconexin fatal que ha hecho que la
heurstica de nociones altamente significativas como modo de vida, se hayan
transformado en modelos intocables que se aplican directamente sobre los datos. Laausencia de esta dialctica entre teora y mtodo es la que en instancia final ha
transformado tales propuestas en totalidades monolticas.
Es por ello que ms all de lo importante del rescate terico que desarrollan Fuentes y
Soto, es que los animo a emprender una tarea que a mi parecer es ms importante y
central en estos momentos, la reconversin de las propuestas de la ASL en un mtodo
que operacionalice los conceptos de este programa sobre los datos arqueolgicos, peroque a la vez sirva para salir de la tirana terica que hoy reina en tal mbito, permitiendo
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definir expectativas, indicadores y estrategias de trabajo de campo y anlisis de
materiales orientadas sobre tales preguntas, ms que ser exportaciones de las propuestas
procesualistas al respecto.
El esfuerzo y la energa que implica tal labor creemos que es necesaria. No slo para
seguir contribuyendo a la diversidad de la arqueologa chilena, e intentado romper con
la homogeneidad que nos caracteriza, sino tambin porque en un pas de consensos y
que ha asumido como modelo econmico al neoliberalismo como su referente
indiscutible, con su consiguiente asociacin a un saber posmoderno, es necesario
promover y alentar todas las perspectivas crticas ancladas en la teora social que
permitan no slo relativizar nuestra verdad econmico-social, sino tambin romper con
la ideologa del todo vale y la respetabilidad de todos los discursos (o juegos de
lenguaje como dira Lyotard).
Pero en ese proceso, y como lo hacen otros autores, pensamos que es necesario rescatar
esas otras vertientes del marxismo que deambulan por el mundo intelectual, y que
entregan visiones ms contemporneas, ya sea a travs de por ejemplo los trabajos de
Zizek, o de los pensadores postcolonialistas latinoamericanos, ms all de las crticas
que uno pueda esbozar sobre sus propuestas ms radicales.
En ese sentido, mientras Marx removi al mundo e inspir al programa de la ASL a
partir de su tesis 11 sobre Feuerbach, pensamos que hoy podemos parafrasearla para con
la Arqueologa, indicando que por dcadas, los filsofos de la ASL no han hecho ms
que elaborar modelos sobre la realidad social, pero de lo que se trata hoy es de producir
metodologas para rentabilizar y transformar ese conocimiento.
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(eds.), Puentes hacia el pasado: reflexiones tericas en Arqueologa, pp: 147-168. Monografas
de la Sociedad Chilena de Arqueologa, 1. Santiago.
-Valeria Franco Salvi (CEH. Prof. Carlos Segreti. CONICET. Argentina).
De la teora a la praxis. Comentario a Un acercamiento a la Arqueologa Social
Latinoamericana de Miguel Fuentes y Marcelo Soto.
La reflexin historiogrfica realizada por Miguel Fuentes y Marcelo Soto constituye un
aporte para la comprensin de la importancia que representan en la actualidad las
premisas promulgadas por los fundadores de la Arqueologa Social Latinoamericana
(ASL). Se trata de un balance que busca reivindicar ciertas ideas y objetivos que
quedaron olvidados u opacados por las fuertes crticas realizadas por parte de la Nueva
Arqueologa a ciertos problemas metodolgicos.
Los autores a lo largo del artculo hacen explcitos los condicionamientos polticos y
sociales que afectaron y afectan a la ASL (v.g la experiencia de un grupo de
arquelogos peruanos seguidores de las posturas ideolgicas de Lumbreras, quienes
durante la segunda mitad de la dcada de los `80 en un contexto de gobiernos de orden
neoliberal tuvieron que emigrar a otras escuelas de pensamiento). Ponen en evidencia
cmo la estructura del campo cientfico se ha ido definiendo en cada momento por el
estado de las relaciones de fuerza entre los protagonistas de la lucha, los agentes e
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instituciones, es decir por la estructura de la distribucin desigual del poder y el capital
cientfico (Bourdieu 2005).
En otra parte de su trabajo, tocan un punto de inters central cuando se reivindica el
discurso cientfico-valorativo, esto es, el para qu? y el por qu? de la produccin
del conocimiento. Esto significa en trminos de Chesneaux (1977) que la historia nos
ayuda comprender mejor la sociedad en la que vivimos hoy, a saber qu defender y
preservar, a saber tambin qu derribar y destruir como Bloch (1978:35) sostuvo a
principios de siglo XX la ignorancia del pasado no se limita a impedir el conocimiento
del presente, sino que compromete, en el presente, la misma accin y, continuando en
los ltimos aos, de la mano de la nueva hermenutica de Paul Ricoeur y Michel De
Certeau al proponer una historia en funcin de las nuevas problemticas del presente
(Dosse 2003). Como podemos observar, son ideas que estn circulando en el campo de
la historia (i.e. Chesneaux, Bloch), la lingstica (i.e. De Certeau), la sociologa (i.e.
Bourdieu) y en estas reflexiones que retoman las ideas de la ASL, vuelven a transitar el
campo de la arqueologa.
No obstante, considero que este retorno a las premisas consagradas por la ASL debe
hacerse partiendo de una crtica a ciertos determinismos, dicotomas y mecanicismos
planteados anteriormente por otros autores (Tantalen 2004; Oyuela Caycedo et. al.
1997), ya que en muchos casos se redujeron los fenmenos de la superestructura a la
infraestructura o en otras ocasiones el materialismo histrico fue elevado a la categora
de ciencia exacta, capaz de establecer las leyes que permitieran conocer el pasado y
preveer el futuro. En este sentido, superar la orientacin cientificista y economicista
otorgada al materialismo histrico principalmente por Engels y buscar, como sostiene
Vilar (1974) en su artculo Historia Marxista, historia en construccin, confrontar losconceptos elaborados tericamente con las realidades concretas que aparecen en
contacto con el objeto de estudio.
En el apartado acerca de los aportes de la ASL y perspectivas crticas, Fuentes y Soto
consideran que algunas categoras como modo de produccin, formacin
econmico-social, sociedad concreta y totalidad social, as como otras definiciones
del Materialismo Histrico y del Materialismo dialctico, han significado unaimportante contribucin para el desarrollo de la investigacin y reflexin arqueolgica
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latinoamericana. Segn los autores, las categoras han servido para re-interpretar el
registro arqueolgico. Sin embargo, en concordancia con Politis (2003), es necesario
enriquecer la discusin con un mayor nmero de casos de estudio concretos, que
pongan en juego la teora, donde lo pragmtico genere nuevos conceptos complejizando
nuestras hiptesis. Pienso que este es un tema fundamental para la continuidad de la
ASL y que no debe quedar solamente en los libros, al igual que el rol del cientfico en la
sociedad y para esto es interesante citar unas lneas de Bourdieu que en su libro
Pensamiento y Accin hace referencia al activismo poltico del intelectual:
La mayora de la gente cultivada -sobre todo en ciencia social- todava carga con una
dicotoma que me parece completamente funesta: la distincin entre scholarschip y
commitment [] La oposicin es artificial; de hecho, hay que ser un sabio autnomo que
trabaje segn las reglas del scholarschip para poder producir un saber comprometido, es
decir, un scholarschip with commitment [] El cientfico debe inventar un rol nuevo que
es muy difcil: tiene que escuchar, buscar y crear; debe tratar de ayudar a los organismos
que se plantean como objetivo resistir a la poltica neoliberal; tiene que ayudarlos
ofrecindoles sus herramientas [] Y cul puede ser el rol de los investigadores en todo
esto? Trabajar en la invencin colectiva de las estructuras que den origen a un nuevo
mundo social, es decir, a nuevos contenidos, nuevas metas y nuevos medios
internacionales de accin (Bourdieu 2002:152).
En coherencia con Fuentes y Soto considero que el legado ms importante de la ASL es
el inters de darle un sentido a la arqueologa un uso social que va ms all de los
logros acadmicos del cientfico. Parafraseando a Chesneaux, el estudio del pasado es
algo demasiado importante para que se deje al arbitrio de los historiadores. Por esto,
resulta fundamental el aporte e interjuego de la sociedad en general y de otros
cientficos sociales con los arquelogos.
En definitiva, concuerdo con los autores en que el Materialismo histrico puede
constituir una poderosa herramienta de interpretacin del pasado y, desde ah, una gua
para la transformacin revolucionaria del presente, aunque tambin considero que queda
mucho por hacer y que es necesaria la generacin de ms propuestas y discusiones
basadas en lapraxis.
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Referencias bibliogrficas.
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Fondo de Cultura Econmica. Mxico.
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2005. Los usos sociales de la ciencia. Ed. Nueva Visin, Buenos Aires. Argentina.
Chesneaux J. 1977. Hacemos tabla rasa
del pasado? A propsito de la historia y de
los historiadores. Ed. Siglo XXI. Mxico.
Dosse F. 2003. Michel De Certeau: el
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Mxico.
Oyuela-Caycedo A.; A, Anaya; E, Carlos; L, Valdez 1997. Social Archaeology in Latin
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Politis G. 2003. The Theoretical Landscape and the Methodological Development of
Archaeology in Latin America.American Antiquity, Vol. 68, No. 2, (Apr., 2003), pp. 245-272.
Tantalen H. 2004. LArqueologa Social Peruana: Mite o Realitat?. Cota Zero (19): 90-
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Cuaderno Nmero 3.
Flor de Chile. Vida y Salitre en el cantn de Taltal.
-Pedro Bravo Elizondo (Doctor en Literatura. Wichita State University. USA).
Comentario sobre Flor de Chile: Vida y Salitre en el Cantn de Taltal.
Una aclaracin pertinente. Soy profesor de Literatura Latinoamericana. Nac y me cri
en el Iquique de finales de 1930, y viv en la baha del Puerto por quince aos,
presenciando cada da el embarque de salitre hasta finales de la Segunda Guerra
Mundial, por los muelles todava existentes. Conoc la Pampa en 1950 cuando realicun viaje personal por las Oficinas que an estaban corriendo en el interior de Iquique.
Mis lecturas e investigacin estn centrados en el aspecto social y cultural de la vida en
la Pampa ( El enganchado en la Era del Saliltre. Madrid: Ediciones LAR, 1983;
Cultura y Teatro Obreros en Chile: 1900-1930. Madrid: Libros del Meridin, 1986 y
otros).
Ahora me remitir al estudio en cuestin. En la presentacin se sostiene que En la
dcada de los 50s todava trabajaban en la industria del salitre la cantidad de cincuenta
mil trabajadores, dos mil de los cuales se desempeaban en la zona de Taltal. Esta
afirmacin y me sostengo en ella, nos demuestra y justifica por una parte uno de los
hechos ms interesantes en cuanto a la pervivencia de la memoria colectiva de esa
entraable edad salitrera a la que los sobrevivientes vuelven en peregrinacin a la
Pampa, a las Oficinas abandonadas, celebrando an la Semana del Salitre en las
provincias de Tarapac y Antofagasta. En los ltimos aos para reafirmar el asunto,aparece un novelista sui generis, pampino el hombre: Hernn Rivera Letelier, a quien
algunos crticos santiaguinos ya detestan, pues no quieren saber ms del salitre,
industria que sostuvo el desarrollo econmico de Chile por aos. All ellos. Lo que
quiero insistir es que la necesidad de la historia de fijar fechas (1830-1930 Era del
Salitre) es una convencin que a veces no nos deja ver el conjunto en su totalidad.
Como fue el caso de Oficinas como Victoria que resisti hasta 1979 y cuya iglesia fue
emplazada en Iquique ese mismo ao. De Coya Sur queda el reloj donado por
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SOQUIMICH al puerto de Tocopilla. Para qu mencionar en Iquique las Oficinas Santa
Laura y Humberstone, patrimonios no slo nacionales.
Me interesa abordar la Segunda Parte. Observo en la escritura sobre el periodo
salitrero un hecho sobresaliente: No hay las acostumbradas acusaciones tan tpicas de
los 60s contra el capitalismo, el imperialismo y otros ismos, sino una comprensin del
fenmeno empresarial: Ejemplo: Los protagonistas primordiales van a ser las
corporativas empresariales extranjeras y ya no los grandes imperios nacionales. Las
empresas privadas se expanden a las antiguas colonias, con nuevas lgicas de
explotacin de los recursos capitalistas, asociados a nuevas formas de control y
disposicin de mano de obra. Hace aos el escritor Benjamn Subercaseaux al referirse
al Norte salitrero, expres que la zona fue producto y creacin de individuos, no de
colectividades. Guillermo Billinghusrt y luego Oscar Bermdez recogieron los nombres.
Si no, cmo justificar Flor de Chile.
En la Tercera Parte hay referencias explcitas en cuanto a que todo era importado
principalmente de Europa, incluso los ladrillos, lo que se aplica a toda la zona salitrera.
Los viajeros fueron los principales testigos de tal perogrullada. La pregunta surge por s
sola: Dnde estaban los capitalistas o empresarios nacionales? Esta contradiccin se
justifica en que el agro era la fuente de atencin empresarial y de all provino gran parte
de los hombres de la Pampa, como lo recuerda muy bien uno de los entrevistados. Sobre
el trabajo agrario hay literatura e investigaciones como las de Tancredo Pinochet Le
Brun a comienzos del siglo pasado y de Gabriel Salazar en nuestros das. Lo que estoy
tratando de comunicar, es lo que llamo la Ruta del Trabajo que en esos aos del
salitre, era obligadamente el Norte, o la construccin de ferrocarriles por H. Meiggs en
Per. O en Santiago, Valparaso y otras ciudades con las obras emprendidas porBalmaceda con EL DINERO DEL IMPUESTO DEL SALITRE. No creo que se le haya
dado importancia al hecho de que nuestros antepasados no eran patiperros por escapar
de un medio por la aventura, sino por la necesidad primordial de tener el sustento
necesario para l y su familia. Que otros despilfarraran lo ganado con tanto esfuerzo, es
asunto aparte.
Dato que me llama la atencin, es la memoria de quien recuerda la Oficina Flor deChile, la plaza, casas y toda el rea que Gaston Bachelard cubri en su estudio sobre
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La Potica del Espacio (Pars, 1958). En esta obra aquel examin y busc los rasgos
ntimos del ser humano, reflejados en la dialctica del afuera y adentro, tanto en la
imagen de la casa que se convierte en la topografa de nuestro ser ntimo, como en todo
lo que existe en la casa y sus rincones. El espacio crea sus propias reglas de lo que
devendr nuestro mundo. Esto lo observamos en la memoria de los habitantes de la
Oficina Flor de Chile. De otra manera no se explica lo que mencion antes sobre los
restos de Victoria y Coya Sur, en Iquique y Tocopilla.
Debemos suponer que en el aspecto cultural, a diferencia del resto de las Oficinas
salitreras, en Flor de Chile no se dio o no se encontraron rastros de poetas pampinos que
dejaran huellas en las publicaciones peridicas de Taltal de sus quehaceres o
preocupaciones, pues Pampa Unin como otras Oficinas cont con peridicos como el
de Luis Rojas, El Pocas Calchas que apareca slo los sbados y domingos, y La Voz
de la Pampa con noticias y versos de los pampinos.
Lo aseverado en las pginas 29 y 30: La crisis mundial del ao 29 termin por llevar la
produccin salitrera a niveles inusitadamente bajos, sealando el fracaso del
empresariado salitrero. En el ao 31 slo sobrevivan nueve oficinas en toda la regin
salitrera. Si toda la regin salitrera son las provincias de Tarapac y Antofagasta, y no
se mencionan las nueve Oficinas, la informacin puede estimarse inverosmil. El lector
debe ser convencido con datos especficos.
En definitiva, pienso que el trabajo de investigacin de Alexander San Francisco et. al.
tiene una constante que permea el trabajo: contar las cosas como
fueron y no como debieran haber sido. Los pampinos no aparecen como vctimas, sino
entes en un sitio determinado, diferente al resto del pas, pero trabajadores al fin y al
cabo. Por ejemplo, la relacin de Guillermo San Francisco, quien recuerda su niez. Al
referirse a la fonda rememora que All las ollas estaban siempre humeantes de ricas
cazuelas y suculentos platos que los pensionistas coman y beban en abismantes
cantidades. Puedo dar fe de la cazuela pues en mi viaje a la Pampa de Iquique, en los
50s disfrut en una pensin de tal vianda. Si comparamos con la alimentacin de los
peones en el campo en las narraciones de Pinochet Le Brun, veremos la abismante
diferencia en cantidad y calidad. La Pampa no fue un edn, pero fue transformada por
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los obreros en un hbitat soportable y superior a las mediaguas y rucas del campo,
hecho que los autores manifiestan claramente al recordar que pese a la rusticidad de sus
viviendas, no deban pagar el alquiler o los gastos secundarios. El tener un teatro, sala
para bailes o Filarmnicas como se les llam en el Norte Grande, no fue un hecho
fortuito, sino dependi de los obreros y los administradores.
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Cuaderno Nmero 2.
Espacio pampino, disciplinamiento laboral y lucha de clases. Una
discusin en torno al patrn de asentamiento salitrero en la Regin de
Antofagasta (1880-1930). Avance para unaArqueologa del Capitalismo en
Chile.
-Diego Salazar (Arquelogo y Magster en Arqueologa. Departamento de
Antropologa, Universidad de Chile).
El trabajo de Miguel Fuentes representa a mi juicio un muy interesante aporte tanto a la
construccin terica en arqueologa chilena, como al desarrollo de una arqueologa del
ciclo salitrero en el norte de Chile.
Quizs el aporte ms destacable en este ltimo sentido sea el intento por ir ms all de
las dimensiones tecnolgicas, funcionales y econmicas del fenmeno minero, las
cuales han dominado los estudios sobre esta temtica tanto en arqueologa histrica
como prehistrica. Por otro lado, me parece destacable la estrategia elegida para avanzar
ms all de las dimensiones tecnoeconmicas y aproximarse a la esfera de lo social y locultural: el intento por ver la cultura material, y en particular la arquitectura y el
asentamiento, como elementos activos en la configuracin de relaciones sociales y las
experiencias de los sujetos, ms que como reflejos funcionales de los procesos
productivos.
Coincido con Miguel en que efectivamente esta aproximacin le permite a la
arqueologa realizar un aporte a la comprensin del fenmeno de estudio que no selimita a contrastar la informacin historiogrfica o la memoria oral, sino que otorga una
perspectiva distinta y complementaria para observarlo. Una arqueologa del capitalismo
es, en este sentido, un esfuerzo por entender cmo la expansin de este sistema fue de la
mano con la reconfiguracin de la cultura material, las prcticas y el espacio social,
todos ellos aspectos fundamentales para la construccin de sujetos sociales funcionales
al nuevo sistema econmico. Es posible tambin, al menos tericamente, distinguir en
estas configuraciones y distribuciones ciertas prcticas de resistencia ante los sistemasde dominacin y explotacin establecidos.
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Para hacer esta contribucin la arqueologa debe desarrollar una metodologa autnoma
que le permita observar estos fenmenos con independencia de los discursos histricos
y an de la teora social desde la cual estemos leyendo el fenmeno social en su
globalidad. Nuevamente me parece destacable el esfuerzo de Miguel, ya que para lograr
esto se atreve a buscar ms all de los lmites del materialismo histrico, incorporando
conceptos y aproximaciones de autores que no comparten esta matriz terica, sin por
ello abandonar la consistencia de su propia perspectiva marxista. Los aportes de la
arqueologa del paisaje y la arqueologa de la identidad le permiten ver el espacio como
un producto social activo dentro de la reconfiguracin y legitimacin de los nuevos
sistemas sociales y econmicos que establece el ciclo salitrero. Y los ordenamientos
espaciales no como continentes donde se desarrolla la accin social sino como una
estructura material que modela y hasta cierto punto determina dicha accin. De este
modo, la configuracin del espacio pampino es inseparable de la instauracin y
reproduccin de un sistema social, econmico y poltico bien conocido desde la
historiografa. Pues a travs de dicha configuracin se construyeron los sujetos que el
propio sistema capitalista requiere.
Me parece que en esta dimensin metodolgica el trabajo comentado an necesita
avanzar un paso ms. Es cierto que nos ofrece algunos indicadores a travs de los cuales
observar las nuevas configuraciones espaciales y prcticas generadas por el sistema
salitrero, pero el anlisis se enriquecera con el aporte de tcnicas derivadas de otras
disciplinas, tales como el anlisis Gamma (Hillier y Hanson 1984), el cual ha sido
aplicado con xito en arqueologa para el anlisis social de las configuraciones de las
estructuras arquitectnicas. Recientemente, Rivera (2008) ha adaptado algunas de estas
estrategias para la comprensin de la espacialidad y las desigualdades sociales en la
mina de oro de Capote durante el siglo XX. Este tipo de aportes son los que el trabajode Miguel debe recoger para poder implementar metodolgicamente su arqueologa
histrica del salitre con xito.
Desde una perspectiva ms terica, considero que puede an profundizarse en el
concepto de experiencia y en su relacin con la constitucin de sujetos sociales. Este es
quizs el aspecto menos desarrollado de la arqueologa del paisaje y de la identidad, y
requerira por lo tanto una mayor reflexin por parte del autor. Miguel seala en ms deuna oportunidad que sera necesaria esta reflexin que de cuenta tericamente de la
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relacin estrecha entre prcticas, experiencia y conciencia social. Pero en este trabajo no
se asume dicha necesidad, lo cual puede ser visto como una insuficiencia en la
argumentacin.
Por ltimo, y ahora ms desde la perspectiva de lo que Gndara denominara la
dimensin valrica de una posicin terica, me permito ofrecer una mirada crtica de la
postura tomada por Miguel en las ltimas lneas de su trabajo. Me refiero a su opcin
poltica de entender esta arqueologa del capitalismo como una instancia de denuncia y
crtica radical del sistema social imperante. Mis dudas al respecto apuntan a dos
aspectos fundamentales: por un lado, la posibilidad de pasar efectivamente de la
declaracin de principios a la prctica y por lo tanto de generar un verdadero efecto
social con la investigacin arqueolgica. Luego de ms de 30 aos de que principios
similares fueran declarados por arquelogos marxistas latinoamericanos en la Reunin
de Teotihuacan, creo que an son escasos los efectos sociales y polticos que dicha
arqueologa ha tenido en nuestro medio. Esta no es una crtica al proyecto poltico
mismo, sino a la eficacia y posibilidad de su implementacin. Me parece que sta es una
tarea pendiente que implica reflexiones metodolgicas que escapan a la arqueologa
tradicionalmente concebida y de las cuales Miguel debera hacerse cargo en el futuro.
Por otro lado, me pregunto si la crtica social propuesta por Miguel contiene en s
misma la semilla de un nuevo orden posible. Si, dicho de otra manera, es suficiente la
crtica y las luchas sociales para ofrecer una alternativa al sistema imperante. Si el
propsito de la arqueologa y las ciencias sociales es el de denunciar, criticar y
derrumbar. Pero, cmo se construye el orden nuevo? Mis dudas apuntan a la capacidad
de la filosofa materialista de ofrecer una real alternativa. De hecho, si seguimos las
propuestas de Criado y Hernando que Miguel asume, debemos llegar a la conclusinque la ideologa marxista slo fue posible en el seno de las condiciones estructurales del
orden burgus y el tipo de sujeto social promovido por ste. En otras palabras, que el
materialismo histrico es tambin una filosofa tan profundamente moderna como el
sistema capitalista, con quien comparte algunos de sus ms fundamentales pilares. No
estar, por lo tanto, limitado en su capacidad crtica -y especialmente propositiva- por
los horizontes que le ha definido la propia Modernidad europea? Si esto es as, quizs el
rol de las ciencias sociales no debe limitarse a la necesaria crtica social sino tambincontribuir a la construccin de un orden nuevo: i) a partir del conocimiento acerca de
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actividad industrial extractiva), a diferencia de otras formaciones sociales precedentes.
Sociedades de clases han existido antes del capitalismo, y adems la expresin material
dentro de este mismo sistema ha diferido hasta hoy. Creo que el punto central en que se
enfoca la crtica hacia los trabajos precedentes no logra ser del todo superado en el
sentido que los 6 tems principales propuestos metodolgicamente como dimensiones
de anlisis, terminan siendo una lista enumerativa de elementos sin un patrn de
organizacin explcito. Es decir, no queda en claro cual es la especificidad propia del
capitalismo en cuanto a la configuracin espacial de sus elementos a estudiar. Un patrn
de explotacin minero a gran escala bajo un rgimen colonial como el caso de Potos
por ejemplo, podra ser estudiado bajo las mismas dimensiones mencionadas para un
sistema capitalista. Sin embargo, la clave est en la huella diferencial que dejan.
Dicha huella est dada por la proporcin, distribucin y asociacin de dichos elementos,
los cuales se organizarn espacialmente de modo distinto segn cada formacin social.
An entendiendo que esto es en gran medida un tema emprico cuyo resultado final se
debe obtener gracias al trabajo de campo en terreno, creo que es necesario asumir
algunas hiptesis orientadoras al respecto. Bajo los mismos supuestos de la arqueologa
del paisaje, sera necesario buscar los elementos tericos que nos permitan llegar a
interpretar las lgicas profundas de ocupacin e intervencin espacial del capitalismo,
para as poder reconocer luego su huella a travs del trabajo de investigacin
arqueolgico. Esto dara mayor sustento a las dimensiones mencionadas con un marco
analtico slido que le d plausibilidad a una investigacin de este tipo.
En definitiva, creo que como un enfoque preliminar sobre el tema este trabajo es un
avance importante, el cual ojal pueda encontrar su aplicacin prctica de acuerdo a lo
planteado.
-Francisco Rivera (Arquelogo. Universidad de Chile. Becario Programa de
Cooperacin Bilateral DAAD-CONICYT. Programa de Magster en Arqueologa.
Suiza).
Si hay algo que caracteriza a la Arqueologa Histrica en Chile es la escasez de
reflexiones y propuestas tericas y metodolgicas, no slo en torno a sus definiciones,sino que tambin a sus alcances, perspectivas y aplicaciones prcticas. De ah que el
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texto de Miguel Fuentes sea un interesante aporte en esa va, destacando el campo
multidisciplinario por el cual debe recorrer una arqueologa histrica nacional
interesada en discutir los problemas relativos a nuestro pasado industrial reciente.
La idea del artculo permite formular algunas reflexiones en cuanto a los vnculos
especficos entre las fuentes documentales y los restos materiales, y las dinmicas
sociales y econmicas a las que hacen referencia. De esta forma creo que el trabajo de
Miguel permite una oportunidad para discutir los contextos de estudio referidos al tema
industrial/salitrera, y a entenderlos como un espacio multirelacional de diversa ndole
(espacial, funcional, social, cultural, y en especial, poltico) identificadas entre los restos
materiales analizados y la informacin documental (y, aunque el autor no lo discute
detalladamente, tambin testimonial) sobre estas dinmicas. As entonces, el autor nos
invita a entender la investigacin de la cuestin industrial/salitrera como un contexto,
as como las relaciones entre los distintos datos como base para la construccin de las
interpretaciones, por encima del valor intrnseco atribuido a los objetos, relatos y
documentos por s solos; de ah la interesante crtica del autor a los sesgos
documentales. En este ltimo punto cabe reflexionar y cuestionar, asimismo, el manejo
de datos, y la relacin existente entre lo escrito y lo material (y, por cierto, tambin lo
oral).
Sabemos que la arqueologa permite un anlisis de las estructuras y condiciones de la
vida material, verificando o refutando algunas afirmaciones sobre el contexto social,
empleadas por la historia oficial. No obstante, considerar a la historia como eje de la
investigacin, a la cual la arqueologa contribuye con antecedentes sobre aspectos no
accesibles del registro (la arqueologa simplemente como una ciencia auxiliar del
estudio del pasado reciente) sera un error que frenara su desarrollo en estas temticas.
De ah la necesidad de desarrollar una investigacin a pequea escala con sus problemas
de estudio propios, permitiendo as un conjunto sistemtico de vnculos entre el
individuo, los fenmenos y las estructuras (materiales y mentales) a largo plazo. Las
transformaciones generadas por un capitalismo de gran escala, pueden buscarse, por
ejemplo, en aquellos elementos homogeneizantes del espacio social de las oficinas
salitreras, y discutirse en funcin de su capacidad en la construccin de una identidadpropia, y probablemente tambin de un fuerte sentido de pertenencia (identidad
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pampina). Se trata, en otras palabras, de aventurarse en el estudio de las especialidades
(la forma en la cual el orden espacial produce y reproduce un orden social) y su
relacin, por ejemplo, con los imaginarios colectivos, sustentando el trabajo en las
estructuras sociales y sus condiciones econmicas particulares; escapando as de la
perspectiva tecnoeconmica de espacio, que el autor critica, y por cierto, comparto. Lo
anterior nos lleva a pensar entonces a las relaciones sociales no como el resultado de
divisiones estticas y fijas (a lo que podra llegar una investigacin meramente
descriptiva, secuencial y llena de datos inconexos), sino como el efecto de procesos
(sociales, econmicos, polticos, simblicos) dinmicos que se expresan en lo mental
(individual) y lo material (social).
El autor nos permite entender, finalmente, que los restos y datos son, en definitiva,
expresiones materiales de relaciones sociales particulares, que nacen producto de un
naciente sistema capitalista. Es por ello que cabe destacar el rol que juega la
materialidad (y su conjunto de datos asociados) en reproducir relaciones de clase en este
contexto capitalista (personalmente prefiero el uso, metodolgicamente ms amplio, del
trmino gramsciano clases subalternas). Concuerdo, en ese sentido, por su bsqueda
de una propuesta terico/metodolgica que vaya ms all del tradicional enfoque sobre
aspectos tecnolgicos y productivos de la minera industrial, poniendo ms bien nfasis
en las dinmicas sociales, que las fundan y luego reproducen. Rescato, en ese sentido,
primero, la iniciativa de Miguel de reevaluacin y crtica de los planteamientos hasta
ahora esgrimidos entorno al problema salitrero, y su propuesta de indicadores para
entenderlo, aunque creo deben ampliarse las variables, y sobretodo, lograr su aplicacin
para que puedan pulirse en base a la experiencia del trabajo de campo, y segundo, el
carcter poltico de estas propuestas, situando una arqueologa histrica nacional crtica
y contingente.
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Cuaderno Nmero 1.
Estado inka, Ayllu y Paradoja estructural en la zona de San Pedro de
Atacama. El caso de Catarpe-este.
-Osvaldo Silva (Historiador, Universidad de Chile. Master of arts in Anthropology,
Universidad de Temple, Estados Unidos).
En general me pareci un trabajo que demuestra haber sido producto de una
investigacin y reflexin sobre el tema, aunque habra sido ms valioso haber revisado
los originales de los autores citados y haber consultado otros que estn cerca de la
interpretacin en que se afirma el redactor de este trabajo. Me refiero especialmente aWaldemar Espinoza Soriano. Por lo dems, el trabajo descansa demasiado en las
lecturas que hizo Uribe.
En el resumen noto algunas afirmaciones que podran haberse precisado. La
reciprocidad y la redistribucin fueron prcticas utilizadas en las relaciones entre las
comunidades desde mucho antes que se estableciera el imperio o estado inka. Estos
ampliaron dichas prestaciones mediante el incremento de las superficies cultivadas y elalmacenamiento en las colcas estatales. Por otra parte las estructuras sociales se
modificaron ms que debilitarse.
Las aclla y los yana representan un tipo social que solo pudo darse en el rea andina: se
les quitaron las tierras y pasaron a tener que vivir en la de otros, las panacas reales,
convertidos en servidores perpetuos, condicin heredada por sus hijas simplemente
porque no tenan dnde cultivar sus alimentos. Creo que escapan a la catalogacin de
proto esclavos pues no se les maltrataba, vendan o mataban. Algunos, incluso, eran
recompensados por sus servicios con bienes a los que difcilmente podan acceder los
hombres comunes. Debo destaca que John Murra desecha la adscripcin de las
poblaciones yana a categoras sociales propias del mundo occidental.
Catarpe efectivamente no tiene las trazas de un pukara como se demuestra en este
artculo. Basta apreciar el lugar donde fue emplazado. Mas parece una especie de tambo
para albergar a quienes cumplan con la mita militar, intentando conquistar por la fuerza
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a las poblaciones de los oasis atacameos, cuyos habitantes se haban refugiado en el
casi inexpugnable pukara de Quitor.
Lo que se entiende como gobierno indirecto siempre se estableci en las comunidades
locales una vez conquistadas. Su curaca pasaba a ser funcionario del estado y algunos
incorporados a la nobleza por privilegio en retribucin al buen manejo de su
comunidad: organizacin de las mita, informaciones demogrficas, etc. En esto Uribe
est bien acertado.
No estoy muy seguro que en San Pedro de Atacama se halle cermica Saxamar o inka
pacaje. Habra que demostrarlo.
En Caspana el sitio Cerro Verde es un pequeo centro ceremonial asociado con la
extraccin de cobre y la confluencia de dos ros, un tinku, lo que dara, en parte, la
razn al planteamiento de Uribe.
-Ernesto Contreras (Antroplogo Social. Universidad de Chile. Magster en
Antropologa Social. Universidad Catlica del Norte).
Tal como plantea Miguel Fuentes, la presencia del Incario4 enAtacama se inserta en el
proceso de expansin a escala continental del Tawa Inti Suyo, planificado
detalladamente desde el ombligo del mundo. Dicha expansin ocurre en el siglo XV,
cuando el Inca Tupac Yupanqui consolida la anexin poltica de la regin denominada
por los quichua parlantes del Cuzco comoAtacama5.
4El uso del concepto de Incario utilizado en el artculo de Miguel Fuentes es bastante ms acertado que elde Imperio Inca, comnmente empleado en la literatura. En Efecto tal como plantea Mara Rotworosky,en su Historia del Tawantisuyo, en la cspide de la organizacin estatal sociotcnica del Tawantisuyose encontraba el Inca, no el emperador, que es un titulo europeo el cual esta asociado al concepto deimperio.5 Que de acuerdo al cronista de los visigodos que avanzan con Pedro de Valdivia, era el nombre dado porel Inca al territorio Lican Antai. El uso de la denominacin San Pedro de Atacama, es desde este puntode vista restrictiva , puesto que la jurisdiccin espaola de estos territorios, distingui Atacama la Grandey Atacama La Baja, siendo San Pedro de Atacama una denominacin territorial utilizada originalmente
para referirse a la jurisdiccin parroquial de la Puna de Atacama con asiento en la Localidad de san pedrode Atacama. Para mayores referencias ver:http://www.cybertesis.cl/tesis/uchile/2005/contreras_e/html/index-frames.html.
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El concienzudo control estatal de una red logsticamente articulada de instalaciones
conectadas por un sistema vial panandino, una ms de 1.500 establecimientos,
tambos, almacenes, guarniciones militares, centros religiosos, establecimientos mineros
y fundiciones, factoras de manufacturas y capitales regionales6, entre las que se
encuentra el sitio arqueolgico conocido como Centro Administrativo Incaico del
Tambo de Catarpe o Catarpe Este, descrito por el autor.
El marco de la geografa cultural y el sistema reticular de conectividad vial que utilizaba
el Incario que, en estricto rigor, es anterior al surgimiento del Tawa Inti Suyo7, confera
a Catarpe un rol vital en el sistema de comunicaciones entre los establecimientos de la
Cuenca del ro Salado hacia el Norte (Turi y Caspana) y los ayllus de los oasis de
Atacama y Peine en el Salar de Atacama y el centro minero y agrcola del incario
establecido en Socaire.
Este sistema logsticamente articulado de abastecimiento, tena el soporte de sistemas de
registro computacional llamados Qipus, que organizaba el abastecimiento del cuerpo
religioso, burocrtico, militar y del pueblo del incario. El abastecimiento, mantencin y
sustentacin de este sistema estatal logsticamente articulado, implicaba la planificacin
y organizacin directa de la produccin y de la mano de obra, lo que a mi modo de ver
relativizara las tesis de la tributacin negociada con los ayllus Lican Antai.
Otro argumento que refuerza la tesis de Miguel Fuentes, en el sentido de un control
directo del Estado Inca es la siguiente noticia de cmo el Inca Tupac Yupanqui hizo
entrada aAtacama.El viaje del inka habra pasado hasta el ro de la Plata, para dirigirse
posteriormente, remontando su curso, hasta Chile, llegando hasta lo que pareciera ser el
valle de Aconcagua. La tradicin oral cuenta que, ms adelante, y en la mismaexpedicin, los destacamentos inkaikos habran avanzado hacia Copayapu y Atacama,
6 Rodolfo A. Raffino; El Capricornio Inka: La Unificacin Poltica Las Rutas del Capricornio Andino.Huellas Milenarias de Antofagasta, San Pedro de Atacama, Jujuy y Salta; Consejo de MonumentosNacionales.7Los contactos intertnicos y de intercambios haban comenzado a ocurrir siglos antes, pruebas de esto seencuentran desde Peine a San pedro de Atacama y desde Toconce y Caspana hasta Quillagua, en lo que sedenomina fronteras blandas. Francisco Rotthammer et. al., Poblaciones Chilenas. Cuatro dcadas deInvestigaciones Bio-antropolgicas; Editorial Universitaria, Santiago de Chile; 2004 y Muoz Ivn. El
Inka en la Sierra de AricaRevista Tawantinsuyo. Ver estudio de Virgilio Schiappacasse: Cronologa delInca.Estudios atacameos N 18, pp. 133-140. Universidad Catlica del Norte. San Pedro de Atacama.1999.
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desde el sur, conquistando ambos territorios. Como los de Atacama eran gente
guerrera, el inka envi adelante a los de Chile y Copayapu, con quienes tenan contacto
e intercambio. Una vez en Atacama, Thupak Inka Yupanqui dividi nuevamente sus
tropas en cuatro partes. Unos salieron por el camino de los llanos y por costa a costa de
la mar hasta que llegase a la provincia de Arequipa; otros los hicieron por los karankas y
aullagas; los terceros recorrieron el camino de la derecha, para que desde Atacama
fuesen a salir a Caxa Vindo y de all se viniesen a las provincias de los chichas.8
La movilizacin de un ejercito tan formidable y que se desplazaba a velocidades
inimaginadas por desiertos y cordilleras, con una coordinacin y eficiencia en su
abastecimiento de pertrechos, y de los caractersticas de los pueblos que sometan slo
pudo ser posible mediante un estudio previo que permiti el conocimiento del territorio,
de la ecologa, del clima y de las debilidades de los pueblos subyugados.
Los historiadores especialistas insisten en caracterizar al Estado Inca como un Estado
militarizado. Militarizado para garantizar la obediencia de los clanes y pueblos
sometidos. En efecto, la ocupacin inca fue militar, permitiendo la mantencin de
acuerdos polticos y econmicos. Adems del amedrentamiento, el poder Inca se
fundament sobre alianzas matrimoniales con las autoridades atacameas, las cuales
adems estaban preparadas para este entendimiento, a raz del trfico multitnico
anterior. Solo as es posible entender la eficacia de la articulacin de los
establecimientos inca dispersos en el espacio de Atacama, tanto hacia el sur como hacia
el norte del sitio de Catarpe Este.
Efectivamente, las evidencias encontradas en el sitio Catarpe Este, con restos de
fundicin y objetos metlicos, tambin se vinculara con la concentracin de mano deobra atacamea para acumular recursos agropecuarios y mineros, esta vez cerca de las
minas cuprferas de San Bartolo, Caspana, Abra, etc., en convivencia con los
funcionarios inkas9.
8 Martnez, Jos Luis. Entre plumas y colores. Aproximaciones a una mirada cuzquea sobre la punasalada. Memoria Americana N 4, pp. 33-56. Cuadernos de Etnohistoria. Instituto de CienciasAntropolgicas. Facultad de Filosofa y Letras. UBA. Buenos Aires. 1995. pp. 36, 37.9
Este ltimo dato se extrae del documento Historia del Pueblo Atacameo, incluido en el Informe de laComisin de Verdad Histrica y Nuevo Trato. En este documento (2003) la Comunidad Cientfica, elEstado de Chile y los Pueblos Indgenas, mediante sus organizaciones representativas, suscribieron el
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Por otro lado, de acuerdo a la evidencia de recientes estudios realizados en el marco de
la titulacin de las Tierras Indgenas de las tierras de Lican Antai, se viene a reforzar el
dominio directo sobre las poblaciones locales del rea de estudio. En efecto, en las
cumbres de los cerros Colorado, Licancabur, Chajnantor, Chiliques y Quimal, que
bordean la cuenca del Salar de Atacama, adems de encontrarse entierros de momias en
altura, se han encontrado centros ceremoniales, acopios de lea y restos de enorme
piras, que se deduce eran encendidas en momentos en que el calendario ritual impuesto
por los Inca en la zona lo hacan propicio. Restos de cermica Yavi, asociados a los
centros ceremoniales, hacen suponer que las poblaciones traslocadas por el Inca desde
el actual noroeste argentino eran quienes ascendan y coordinadamente encendan
dichas piras ubicadas en las cumbres de los volcanes para denotar el poder del Inka. El
avistamiento de las columnas de humo desde los poblados Lican Antai, sin duda
producan la admiracin de los habitantes al poder religioso del Incario. Entonces,
sumado al poder econmico y militar el Estado Inca, que tambin era un Estado
Teocrtico, se apoyaba en ciertos trucos para permear el tiempo mtico de las
poblaciones locales bajo su dominio.
En conclusin, la centralidad del territorio de Atacama para el Inca no permitiran
suponer un control indirecto, sino que un poder directo sobre los tres planos de la
economa, de la infraestructura y de la superestructura ideolgica.
En conclusin, y apoyando la tesis de Miguel Fuentes, podemos establecer que el nodo
reticular de Catarpe Este, adems de estar instalado en una garganta que fcilmente
poda estrangular la economa local, ya que all confluan las rutas que pasaron a
conformar el Qpaq an y que all se controlaba el agua descontaminada que se
canalizaba por acueductos que se encuentran la ladera oeste de la quebrada de Catarpe,destinadas a la agricultura y el consumo humano de los oasis de Atacama, sumado a
eficientes estrategias militares de intimidacin-negociacin, sumado a la m'ita, el
secuestro de huacas locales y otras instituciones de control poltico de poblaciones
viene a confirmar el control directo de una economa planificada, inserta en una
organizacin sociotcnica estatal, donde el control directo y eficiente de los enclaves
constitua un factor clave para el control y eficiencia
texto de una historia oficial consensuada, destinada a la reparacin de la deuda Histrica de la Sociedadchilena hacia los pueblos indgenas en Chile.
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del Estado.
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