Corazón Urbano
Mario A. Rodríguez Padilla Página Num. 1
Corazón urbano. Los centros históricos en el consciente colectivo.
Mario Alberto Rodríguez Padilla
Ingeniero Arquitecto.
Egresado de la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura del Instituto Politécnico Nacional
Docente de la Facultad de Arquitectura de Universidad Autónoma de Yucatán
Docente del Departamento de Ciencias de la Tierra del Instituto Tecnológico de Mérida
Mérida, Yucatán, México
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Resumen.
Reflexión acerca de la importancia de volver a despertar en la comunidad humana, el legitimo amor
que guardan por la urbe donde viven y conviven con otros seres vivos y cuyo epicentro de origen
existencial son los centros históricos, los que han pervivido, manteniendo viva la memoria cultural
de la sociedad que los habita.
La disertación gravita en la simbiosis de la ciudad física y la humana.
Al inicio se exponen los motivos de utilizar el amor a la ciudad, como medio de sensibilización de la
sociedad para su participación intrínseca en la conservación y rescate de los sitios patrimoniales que
integran humanísticamente a su ciudad, en los que la identificación de su ser intimo esta libremente
comprometido con su ser colectivo que es la ciudad.. El que por ello es vital seguir desarrollando en
armonía a lo natural y lo humano y en lo físico y lo espiritual.
La participación continúa con las experiencias vividas en lo personal en los centros históricos de la
Ciudad de México, Campeche y Mérida, correlacionando vivencias con los hechos históricos que
enriquecen el armonioso paisaje urbano de estos tres asentamientos fundamentales para la historia
patria. En el mismo se presentan algunas conjeturas personales acerca de la yuxtaposición de la traza
hispana con la traza sagrada de los mayas y los aztecas, de esas y otras ciudades.
Para concluir el documento presenta una visión personal, enfocada hacia el futuro de los centros
históricos, en los que será fundamental mantener su vivencia, no como una imposición perpetua-
mente anclada a funciones pretéritas, sino integrada a nuevas costumbres, que para ser sanas tam-
bién se deberán de adaptar al respeto y la admiración de los portentos heredados de la historia, por lo
tanto la alta tecnología, como siempre ha sucedido en el devenir de la historia, será bienvenida e
integrada a la estratigrafía de la rica memoria histórica de la ciudad. Haciendo más dignos los es-
pacios habitables, y sobre todo engrandeciendo el espíritu de los seres vivos, humanos y no humanos
que moran un centro histórico física o culturalmente.
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En un principio
«A ti Mérida mía, Ciudad de mis mayores, te traigo de tus héroes los épicos
clamores, el son de tus poetas que cantan tus cariños, la luz de tus hermo-
sas, las risas de tus niños, el ruido de tus máquinas que el porvenir encie-
rra, y el germen que te exalta del seno de la tierra...
(En esas voces tienes tu canción augural; perene, encuentra en ellas la luz
de tu ideal y el de tu Historia, insigne como tu Catedral!
Y aquí por el Castillo soberbio y el León de tu vetusto escudo, te dejo el corazón! »
Ricardo Mimenza Castillo
[Canto a Mérida]1
Iniciaré esta participación, explicando porqué decidí utilizar el titulo de «Corazón Urbano». En pri-
mer lugar los llamados Centros Históricos no son meras partes de una ciudad, donde solo existe una
colección abigarrada de edificios antiguos y por ello venerables, muchas veces considerados como
más importantes que los humanos y demás seres quienes los viven, pareciendo que estos viven con
el solo propósito de mantener impecables las calles y edificios de esos admirables entornos urbanos.
Actitud que en sus ideales perfeccionistas sujetan y restringen la libertad de cumplir utilizando re-
cursos sociales y económicos compatibles con el equilibrio cultural de la ciudad, y sean acordes con
el avance tecnológico del hombre y el compromiso ecológico. En tal caso estos territorios patrimo-
nio de la ciudad, no solo se convierten en objetos de poca utilidad y de gran carga económica, por
desgracia resultan ser un grave atentado a la dignidad humana, que es pisoteada por la soberbia ter-
quedad de los emisarios del pasado, quienes solo son capaces de visualizar una vana apariencia llena
de artificiosos afeites, mentalidades retrogradas que imponen sus decisiones sin tener conciencia de
la voluntad de los que de verdad viven gozando las virtudes de su entorno y también soportando las
situaciones adversas que son infalibles en todo sistema de vida de rica convivencia.
Si bien la relación afectiva con el Corazón Urbano de la Nuestra Ciudad la debemos mantener viva
es el meollo de lo que escribo, he de sinceramente cual es el verdadero motivo de esta intervención.
Lo que deseo es compartir con los expertos, y recibir sanas opiniones, acerca de mis personales
interpretaciones acerca del origen sagrado y planeamiento místico de la traza organizativa de las
1 Cámara Zavala, Gonzalo (1948). CATALOGO HISTÓRICO DE MÉRIDA: Con el nombre de las calles.
Edición Facsimilar de José Díaz-Bolio 1977. Mérida. Pág. 3
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ciudades en las que me ha tocado vivir. Tres ciudades de origen sacro que viven en mi corazón, ciu-
dades en cuyo místico origen geográfico palpita con potencia todo el ser de la componente humana
de la ciudad. Ciudades que guardan los trazos sagrados motivo de su asentamiento fundamental, en
especial México-Tenochtiltlan «En el ombligo del Universo» y Ichcanzihó «La Puerta del Nuevo
Despertar del Mayab», la que hoy es la Alba Ciudad de Mérida.
Corazón Urbano, porque la ciudad es un ser vivo colectivo alimentado por la pasión que concentra
la vitalidad humana, potente válvula urbana de donde florece y es fruto vivo toda la ciudad, y toda la
región natural de cuya amplia cuenca descienden los recursos que la nutren con productos naturales
y humanos, llenos de riqueza material y espiritual. Centro orgánico siempre vivo y juvenilmente
sano, porque si el Corazón es rebosante de energía la ciudad es bella en toda su extensión. Por ello
es alegre y por ello es siempre hospitalaria. Así entre más vivo sea el corazón urbano, todo el ser de
la Ciudad, que es nuestro propio corazón mantendrá por siempre abierto en flor hacia lo más sagrado
del ser universal.
Y ¿Porqué amplié el titulo hacía el enunciado “Los centros históricos en el consciente colectivo” ?
El motivo es sencillo, y es simplemente tratar de explicar porque que ese corazón urbano, es ante
todo el amor que le tenemos a lo más sagrado de la ciudad, sin que medie una obligación impuesta
porqué el corazón urbano es la ciudad de la que heredamos el enorme tesoro acumulado por nues-
tros antecesores, amor cargado de fraternidad incondicional en el que debemos participar volunta-
riamente todos los que vivimos en la ciudad. Conciencia, llena de amor comprometido con la liber-
tad de lo que amamos, amor que forja la límpida realidad de los ambientes equilibrados. Amor lim-
pio porque tiene la capacidad de reforzar las conductas más positivas de las personas, actitud que
impulsa actividades continuas de construcción y reconstrucción, impregnadas de amor a al sitio
donde vivimos, amor encargado de dotar esa cautivadora belleza, propia del espíritu maternal.
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La clave está en el corazón más que en la razón.
Las plazas agravadas por la noche sin dueño
Son los patios profundos de un árido palacio. Y
las calles unánimes que engendran el espacio
Son corredores de vago miedo y de sueño.
Jorge Luis Borges (en EL OTRO, EL MISMO: Pág. 12 )
Si el corazón es la morada del amor, y no el cerebro que es la sede de la razón. La verdadera razón
de ser de la ciudad es el amor, como ya apunte, el amor filial, el que se vive en el colectivo de los
muchos que comparten al igual sus penas y alegrías, también los recuerdos propios, surgidos de los
cautivantes relatos de los ancianos abuelitos, cargados de anécdotas salpicadas de fantasía, o la me-
moria escrita o las leyendas cotidianas no escritas, surgidas al calor de la calle, siendo contadas con
picardía en las amenas tertulias sociales, animadas por los espirituosos licores, o las cantadas con
gran ternura al pie de los balcones de origen harémico, que irrumpen las estrechas calles meridanas
que encierran tras sus románticos barrotes a la bella amada de los grandes ojazos encendedores de
las más grandes pasiones.
Y es el amor el origen de la civilización, el origen de la evolución humana, la atracción que ejerce lo
femenino hacia lo masculino, el amor de mujer, el amor de madre, la maternal ciudad, que nace en el
corazón en un lugar especial, escogido y reelegido, sin embargo muchas veces replanteado por la
necesidad humana y por los eternos cambios de una naturaleza en eterno ajuste y reajuste.
Siendo la ciudad la madre de los ciudadanos, esta tiene un epicentro del que fluye la fuerza construc-
tiva de la urbe hasta llegar con potencia a los tejidos más periféricos. Válvula activa, que hace circu-
lar sin cansancio el ir y venir de todas las actividades humanas. Corazón de la ciudad, epicentro de la
fuerza gravitacional de la identidad urbana, la que motiva el orgullo de ser ciudadano, alucinado con
la magia que emana de urbes tan maravillosas, y por lo maravillosas, tan amadas. Amor filial, origen
de las ciudades, como producto de la fuerza colectiva en la que confluye el humano uso de los cua-
tro elementos forjadores de la ciudad: la tierra sagrada en la que se asienta, el divino aire que se res-
pira en una atmósfera solicitante perpetua de equilibrio, el agua purificadora de los límpidos vene-
ros de los manantiales, los ríos, las fuentes que sacian la sed de todos los días, y el fuego de supre-
ma energía espiritual, espíritu emanado del calor hogareño. Elementos naturales, elementos huma-
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nos que otorgan ese central sitio esa sensación tan especial captada por nuestro temperamental co-
razón humano. Amor de tres capas, que descienden del yo superior, se interna al yo interior y se
engrandece con el yo colectivo al ritmo de libertad, igualdad y fraternidad. Amor que vive en la do-
ble morada existencial alojado al yo soy en el espacio infinito y al yo soy en el tiempo eterno. In-
manente del que se origina y expande nuestra amada Ciudad, tal como lo hacen los cientos de miles
de asentamientos humanos, que cubren al planeta a semejanza de singulares estrellas, formando
amplios y complicados cúmulos urbanos, de diversas densidades, que cubren de extremo a extremo
nuestro esférico universo terrestre, afectando su equilibrio ecológico . Espacio geográfico en el que
reinan los cuatro rumbos de la existencia, donde convergen los cuatro elementos de la naturaleza
(tierra, aire, fuego, agua) y las cuatro esencias humanas (carne, alma, espíritu, sangre), surgidos
del yo superior, con los que nacen, crecen, multiplican y subliman las actividades cotidianas que se
alojan en el escenario urbano espacial, desde el yo intimo que vive a diario el intimo encierro del
hogar, donde su espíritu humano se expande, sin límites, integrándose al gran yo colectivo, prosi-
guiendo su crecimiento con armonía hasta el infinito celestial hasta alcanzar de nuevo al yo supe-
rior.
Vivir en el corazón de la ciudad.
…en toda región y en toda ciudad, y en realidad en cada barrio, hay lugares espe-
ciales que han llegado a simbolizar esa zona y las raíces que la gente tiene de ella.
Tales lugares pueden ser bellezas naturales o hitos históricos dejados allí por el pa-
so del tiempo. Pero de algún modo, son esenciales.
Christopher Alexander (1980, Pág. 138)
Las personas son del sitio de donde nacieron, o donde escogieron para vivir, por diversas razones,
no todos los que viven las ciudades, guardan en su ser esta consciente identidad con el ámbito que
viven, he incluso reniegan e insultan con actitudes antisociales el buen nombre de su ciudad. En mi
caso me ha tocado vivir en tres ciudades llenas de historia, en mi natal México-Tenochtitlan, om-
bligo del universo, que surge del extinto lago de la Luna, en la Blanca Ciudad de Mérida, surgida de
los restos de la Emerita Ichcanzihó, en donde ha vivido la mayor parte de mis años, a los que se
agregan dos años de vida en la Fortificada Ciudad de Campeche. Las tres guardan en mi un especial
cariño, en las tres existen singulares centros Históricos, los que he vivido intensamente, y en los tres
he encontrado ese amor que generan las bellas damas, espíritu femenino que impregna esa hermosa
sensación provocada por el ambiente especial de esos tres corazones urbanos, y que en conjunto me
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repiten solo hay un amor, el amor a la Ciudad, la Patria, la Humanidad, la Tierra todas ellas con
hermoso rostro de mujer.
Y mi amor por el Corazón Urbano, surge del mismísimo seno materno de la ciudad de México, en la
que nací bajo el influjo del «Sagrado Ombligo del Universo», «La ciudad del Mesías» (la antropólo-
ga morelense Marta Luz Arredondo define: «De hecho, México está en el ombligo del ombligo, en
el centro del centro, en el embrión del embrión Y ese centrípeto centro está rodeado de agua, como
también el embrión, siempre protegido por el liquido amniótico en el seno de su madre». (Arredon-
do, M. L. 2005, p. 64)). Así es, soy orgullosamente chilango, hijo del corazón de la Patria de donde
se expande la identidad nacional, y me tocó en suerte ser procreado en pleno centro histórico, en una
ruinosa casa de huéspedes, ya extinta, víctima de la piqueta de la modernidad irracional. Donde hoy
hay un vulgar y anti ecológico estacionamiento, se levantaba una obscura y tortuosa construcción de
cuatro niveles, que se iniciaba en largo y estrecho zaguán, ocupado por una fonda que se abría en el
número 8 de la calle República de Cuba, en los terrenos arrebatados al antiguo convento de la Con-
cepción por las Leyes de Reforma. Al fondo del comercio se ascendía por una resbalosa escalinata
de piedra, hasta alcanzar la luz de un alto patio cuadrado, cubierto por pasillos en voladizo y ropa
tendida hamaqueándose bajo el cielo azul del cenit, pero sin recibir la sanitaria luz solar. Mi madre
en ese tiempo era una joven inmigrante quintanarroense, de sangre maya, huérfana de padre y ma-
dre, nativa de Chetumal; la ciudad donde nació la mexicanidad, en el sagrado vientre de la princesa
Ix-Chel, cuyos hijos, los primeros mestizos hispano mayas fueron fecundados y defendidos con
fiereza por Gonzalo de Guerrero el verdadero Padre de la Patria. La Chetumal actual en realidad es
una urbe con poca memoria urbana, donde los hitos más antiguos son las casas de fina madera tropi-
cal, comunes a la arquitectura caribeña de influencia británica, sobrevivientes de violentos huraca-
nes. La memoria hispana está en Bacalar, con su maravilloso fuerte, el mismo que fuera rescatado
para la nación yucateca de manera audaz y sobrehumana, en la Guerra de Castas, por el Coronel
José Dolores Zetina, (Baqueiro, S. 1990, Tomo 3 ) venciendo la heroica defensa de los bravos
indígenas mayas, dirigidos por los nobles caciques descendientes directos de Guerrero, destacando
entre ellos los de la familia Catzin. Ambos apellidos eran los de la madre de mi madre; el Coronel
Zetina era abuelo del abuelo de mi esposa, compañero en el exilio de Benito Juárez, Melchor Ocam-
po y Manuel Cepeda Peraza entre otros liberales que después restablecerían para todos los mexica-
nos la república federal (Juárez. B, 1972, P. 49). Mi padre era un mecánico de aviación, egresado de
la Escuela Militar de Mecánicos Especialistas de Aviación, originario de Tulancingo, Hidalgo, (To-
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llan Xicotitlan) ciudad tolteca, la Primera fundada por el Mítico Cé Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl,
orientada a 17° con respecto al eje norte-sur a igual que Tula y Chichen Itzá (Florescano, E. 2003
p.p. 205-220), sin embargo mi familia, los Rodríguez es originaria de Cuautepec (Cerro de Serpien-
tes , de Águilas o ambas), que parece fue morada provisional de los aztecas, donde se dice nació el
culto a Huitzilopochtli y Coatlicue (Gussinyer i, J. p.p. 59 y 60).
La populosa vecindad de Cuba 8, era férreamente gobernada por una anciana patriarca de origen
totonaco, prima de mi abuela materna, quien con ferras reglas dominaba a sus inquilinos provenien-
tes de diversos puntos del país, principalmente del Norte de Puebla, en la región huasteca, que sa-
bemos es la región maya más septentrional, entre los inquilinos destacaban los yucatecos, y entre
ellos los Viana, quienes vivían con su madre, Doña Porfiria en el barrio de Santa Ana de la Ciudad
de Mérida, en la esquina del Tivoli (Calle 60 por 43). La tía Prisciliana sin embargo era muy querida
por todos habitantes de la vecindad, y los días de su cumpleaños, nos reuníamos cientos de niños y
mayores, en la casa de un pariente ubicada en el norte la ciudad, debido a las restricciones del espa-
cio del viejo edificio. En ese edificio, de características muy comunes en el Centro Histórico, viví
hasta los seis meses de edad, y los recuerdos son de cuando visitábamos a la tía.
Yo viví hasta graduarme como arquitecto por el rumbo del aeropuerto, más cerca de las nevadas
cumbres de los volcanes. Siempre vivimos en ese oriental extremo de la ciudad, debido a la profe-
sión aeronáutica de mi padre, sin embargo toda mi infancia la viví, durante las mañanas y los me-
dios días pleno Centro Histórico de la Ciudad de México, ya que mi mamá trabajaba como secreta-
ria en Tribunal Superior de Justicia. Edificio que ocupaba los predios de Donceles 100 y 104, el
número 102 lo ocupa una de las construcciones más prodigiosas del churrigueresco mexicano, se
trata de la «Capilla de la Enseñanza» de advocación a la Virgen del Pilar, Patrona de España, her-
mosa edificación que apunta al norte como lo hacen la Catedral, Santo Domingo, la pirámide de la
Luna de Teotihuacán y el recinto sagrado de Guadalupe-Tonatzin, hacia el Norte Materno y Virgi-
nal, recordando que los nombres de México con su X y España con su Ñ se relacionan con el culto
a la Luna (Tibón, G. 1980. p.p. 742-746), en la amplia puerta se admira un hermosísimo retablo
dorado. La guardería se ubicaba en la planta baja del esplendido palacio de tres niveles de Donce-
les 104, donde funcionaba el Convento de la «Compañía de María Nuestra Señora» fundado en
1757, cuyos dos hermosos patios son interrumpidos por una espectacular arcada, al centro con una
primorosa escalera bifurcada en ye. Cuando tenía cinco años fuimos trasladados a un edificio fun-
cionalista construido sobre la azotea del edificio de Donceles 100, construcción porfiriana proyec-
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tada y construida por Ing. Armando I. Santacruz, quien fuera albacea de la fortuna de Porfirio Díaz.
En este sitio lleno de luz al que accedíamos por una laberíntica sucesión de escaleras y pasillos, en el
que destacaba uno, tan largo y obscuro, que más bien parecía un túnel, del que se decía se aparecían
las ánimas en pena de los colegios de niños y niñas que funcionaban como anexos al antiguo con-
vento. En el extenso patio se admiraba directamente la enorme mole de la cúpula central de la Cate-
dral Metropolitana, la que destacaba sobre un horizonte lleno de belleza, saturado de hermosos cam-
panarios y más cúpulas, que solo eran superadas en altura por las cumbres nevadas de los volcanes,
el cerro del Chiquihuite y la acristalada Torre Latinoamericana, ya patrimonial, obra del arquitecto
yucateco Augusto H. Álvarez, de la que descendía cada hora un melodioso ruido urbano, percibido
en las alturas, al tañir la armoniosa música producida por las campanas de su alto carillón, a seme-
janza del británico Big Ben, campanadas, que sin embargo, sentíamos se originaban en los campa-
narios de Catedral. Del centro histórico de la Ciudad de México podría seguir recordando muchí-
simas vivencias. Pero quiero también contar mi experiencia con otros centros históricos.
Cuando tenía 8 años visité con mis padres el mágico Sureste Mexicano, eso sucedió el 16 de di-
ciembre de 1961, el primer destino fue Xochimilco, donde asistimos a una boda en plano paisaje
patrimonial, de allí partimos a la soñada Mérida, en el camino me impresionaron Xalapa, Veracruz y
Villahermosa con sus hermosos paisajes patrimoniales, sin embargo, lo que más me impresionó fue
el hermoso aspecto de Ciudad del Carmen, la que resaltaba en una luminosa tarde sobre el Golfo de
México, desde el embarcadero de Zacatal, y a lo largo del fascinante recorrido de la panga que daba
acceso al transporte vial a toda la Península, fue creciendo la mágica belleza de cuento de hadas de
una ciudad, hoy perdida por el caos petrolero, en ella viven mis primos de origen libanés, hijos de
mi Tía Dolores la hermana mayor de mi madre, por lo que he tenido la oportunidad de vivir un poco
esa cautivante ciudad.
El siguiente sitio que me impresionó fue la amurallada ciudad de Campeche la Ah Kin Pech descu-
bierta por Francisco Hernández de Córdoba el domingo 22 de marzo de 1517 , denominándola co-
mo San Lázaro, por ser ese el santo del día (Sierra, 2007 ). En esta ciudad viví dos años, laborando
como auxiliar del superindente la Oficina Peninsular de Conservación y Manteniminto de la
Secrataría de Hacienda y Crédito Público, dependiendo de las ordenes que recibiamos desde el
Quinto Patio Mariano de Palacio Nacional, sede central de la Secretaría. De lunes a viernes vivía en
una casona de dos plantas ubicada en la esquina de la calle 10 por 51, a espaldas de la Catedral, su
esquema es el típico taza-plato, en el que la planta baja se abre al espacio público por medio de
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comercios, y la planta alta es habitacional, su acceso es por un portón de madera labrada, cuya
pesadas hojas se abren a un vestíbulo techado dominado por una petre escalera vifurcada por un
pasillo itermedio que cubre dos pequeños arcos que daan acceso al patio trasero, en medio de las
ojivas de un vitral, había un letrero que decía “Bienvenidos al Catillo de la Pureza” en los altos
pernocatavamos y pachanguabamos un grupo de empleados de Hacienda, colagando nuestras
hamacas en amplias habitaciones con pisos de marmol blanco y negro dispuestos en forma de
damero, los techos cubiertos por bóvedas catalalanas elaboradas con vigas de madera labrada y
mosaicos de pasta a a manera de ladrillos, nos recuerda que ese es uno de los motivos de su fama de
hacer las cosas al revés. La casona, que de acuerdo a los vecinos fue habitada por uno de los
“Tenientes del Rey”, estaba llena de ruidos raros, y según testimonios de los compañeros el
fanatasma del Teniente del Rey, los había visitado, he incluso arrastrado, a punto de ser arrojados
al precipicio de los amplios balcones, mismos que dominaban las armoniosas calles mediovales de
la ciudad.
Mi primer trabajo fue supervisar las obras de adaptación a oficinas de la Administración Fiscal
Peninsular, en un moderno edificio de cuatro niveles que viola el la homogéneo paisaje de
Campeche al igual que sus vecinos Palacio de Gobierno y frl Congreso Estatal. Desde su azotea
también disfutaba la belleza marina de la ciudad, recordando mis experiencias infantiles, a la vuelta
de este edificio está el Instituto Campechano, donde estudió su educación básica, cuando era jóven
y su padre era subadministrador de la Aduana de Campeche, José Vasconcelos el oaxaqueño, que
más tarde sería el «Maestro de América», cuyo espíritu está presente en los edificios patrimoniales
que viví en la infancia, en especial la Secretaría de Educación Pública y el antiguo edificio de San
Idelfonso de la Universidad Nacional cuya puerta principal ubicada en la calle de Justo Sierra (El
gran educador campechano) fue derribada a bazucasos por el ejército mexicano, en el Movimiento
estudiantil de 1968, violando la autonomía lograda por Vasconcelos. En su amplia fachada
achaflanada se abre un gran arco del triunfo enrejado que permite observar desde la calle el espa-
cioso recinto interior, siendo uno de los grandes hitos del Centro Histórico de Campeche, hoy en
día Patrimonio de la Humanidad.
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La ciudad Blanca, la de los cuadrángulos divinos.
Al abrir los ojos, vi el Aleph.
-¡El Aleph! - repetí.
-Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde
todos los ángulos. A nadie revelé mi descubrimiento, pero volví. ¡El niño nopodía
comprender que le fuera deparado ese privilegio para que el hombreburilara el
poema! No me despojarán Zunino y Zungri, no y mil veces no. Código en mano, el
doctor Zunni probará que es inajenable mi Aleph.
Jorge Luis Borges (EL ALEPH: Pág. 7 )
De acuerdo al arqueólogo Jorge Victoria Ichcanzihoo, T’ho o Ti Hó significa el «Lugar de los na-
cidos dentro del Cielo» o también «Faz del nacimiento del cielo» (Victoria, J. 1995, P. 73) En este
sagrado sitio se asienta nuestra hermosa Ciudad de Mérida. En ella he vivido más de 30 años en ella
me he enamorado de verdad, en ella viven mi esposa mis hijos, y mi primera nieta y en ella pienso
entregar mi alma a la siguiente etapa existencial. El centro histórico de esta grandiosa ciudad es tan
hermoso como el de México y Campeche, sin embargo no está catalogado como “patrimonio de la
humanidad”, sin embargo ya lo es sin necesidad de decretos, lo es y siempre lo será, porque su
límpido trazo obedece a un juego de polígonos sagrados. Líneas ortogonales que surgen de marcado-
res celestiales, decididas por inspiración divina , que fueron inducidas por la cabalística de los sa-
cerdotes al Adelantado, para que su hijo “el Mozo” fundara la capital de la Capitanía General de
Yucatán, entre las monumentales construcciones que le recordaban la Augusta Emérita de Extrema-
dura. La amplia plaza de armas se ubicó frente al enorme Bak Luum Kan, la catedral se alineó direc-
tamente frente a este, estableciendo el principal dialogo entre las deidades del fuego y el agua, entre
Cristo y Chaac, entre el Rojo de la Pasión y el Negro del Destino, en un leguaje simbólico de fuerte
sincretismo teocrático. Al norte de cada uno de ellos en un nuevo eje ordenador surgen dos luceros
pétreos, producto de trazar líneas ortogonales. A partir de la catedral el Templo de Jesús, reafirman-
do la importancia de la encarnación del Cristo, al norte del Monte Sagrado, la familia divina, Jesús,
María y José, el padre, la madre y el hijo de una nueva raza, hoy vacío, al servicio de la bestia urba-
na de cuatro ruedas, después de ser el templo laico de los Masones, rediseñado por Manuel Amabilis
en 1915. A partir de esta piedra angular perdida se traza un cuadrángulo más amplio ubicando los
templos de San Juan, donde se reunieron los liberales Sanjuanistas forjadores de libertad de Yu-
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catán, y quienes fueron representados por Andrés Quintana Roo, hijo de uno de ellos, en el Congre-
so de Chilpancingo en calidad de Diputado por Yucatán para proclamar la primera constitución
mexicana, siendo redactada por él mismo en coautoría con Morelos e Ignacio López Rayón. De este
grupo de grandes pensadores, fraternalmente ligados a Simón Bolívar surge la alianza federal, en
concordancia con el sueño bolivariano de integración de todo el continente americano. El siguiente
ángulo es el templo de San Cristóbal, el mejor logro de la arquitectura barroca en Yucatán, recinto
destinado al gigante Atlas hecho santo, quien al cargar al niño dios carga todos los pecados de la
esfera planetaria, por lo que ya no es reconocido por la Iglesia Católica. Este templo era el que daba
servicio religioso a la parroquia de los indios mexicanos y tlaxcaltecas que apoyaron a los Montejo
en la larga conquista del Mayab. La primera imagen fue removida para ser sustituida por la patrona
de los mexicanos, siendo más congruente con la fe de los habitantes del barrio. Para completar el
nuevo cuadrángulo se ubica la iglesia de la Mejorada, que en realidad está dedicada a la virgen del
Carmen, y como se ha dicho su denominación se debe a su aparente gran semejanza a un templo
ubicado en el barrio madrileño homónimo. Este recinto sagrado es parte del conjunto franciscano
que se completa con el que fuera segundo convento de esa importante orden evangelizadora en la
ciudad, el primero y más grande se localizaba en el interior de la Fortaleza de San Benito, del que
abordaré más adelante, la antigua morada monástica de la Mejorad es ocupada por la Facultad de
Arquitectura, al igual que el extinto templo de Jesús María y José, este marcador sagrado es un cru-
cero en el que inciden dos potentes ejes divinos, que lo alinean de Sur a Norte con un Punto al que
aplicaré el sobrenombre de “El Aleph, las iglesias de San Cristóbal, Itzimná, y el Templo de los
Muñecos de Dzibilchaltún, y en el eje oriente-poniente con el templo del Jesús, el extinto templo de
Jesús María y José, El templo de Santiago y la Ex penitenciaría Juárez, en el que tal vez estuvo el
templo correspondiente a la patrona del barrio de Santa Catalina, del que no existen testimonios
claros de su emplazamiento urbano.
El juego divino continua y la antigua capilla indios mayas del Barrio de Santiago inició el trazo de
un cuadrángulo más amplio, ubicando hacia el sur y continuado el plan de la espiral original el tem-
plo ubicado en el barrio de San Sebastián, pero de algún modo se interrumpe el juego y el monu-
mento sagrado que debería surgir en la manzana definida por las calles 50, 48, 75 A y 77, curiosa-
mente en las fotos de satélite aparece una amplia construcción, que se parece a la techumbre de una
nave central cruzada por dos capillas laterales. Para concluir este texto, visité el lugar, y para mi
sorpresa en este se ubica una maquiladora llamada “Aleph Fashión Industries S.A. de C.V. lo que
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me remite a Jorge Luis Borges y su cautivador y extraño cuento «El Aleph» lo que me retorna a los
orígenes de mi investigación, el diseño de origen semita de las Iglesias de Mérida. La traza sin em-
bargo escogió otro plan divino, así dos templos más que se alinean al eje marcado por la Catedral,
el templo de Jesús y la plaza central de Dzibilchaltún, y se tratan de las capillas de Santa Lucía, que
era de los negros y mulatos y la de Santa Ana que fue el ultimo barrio de indios mayas, tal vez la
convivencia con los indios mexicanos de San Cristóbal, fue la decisión de cambiar el emplazamien-
to, esto es un misterio, que reta a la investigación convencional y no convencional. En cuanto a por-
qué el antiguo Convento de San Francisco no participa en el trazo de los cuadrángulos, tal vez se
deba a que Francisco de Montejo emplazado la fortaleza requisito de su adelanturía, la que edifico
“aplastando” la más bella de las plataformas mayas, enfatizando así el gran poder que pretendía
ejercer sobre el territorio de su dominio. Aunque empleo un emplazamiento sagrado, su idea era
militar, pero su poder fue arrebato por los franciscanos quienes construyen en el interior su más po-
deroso símbolo, triunfando piramidalmente sobre lo pagano y lo terrenal, sin embargo en 1981, una
vez anulado el dominio español, y mucho antes de que las Ley de Reforma arrebataran al clero el
patrimonio legitimo de los mexicanos, los bienes franciscanos fueron incautados, la historia final es
triste, una mediocre construcción ajena al sentir del pueblo viola con su fealdad el solar sagrado
arrasando por completo su divinidad.
El futuro de nuestro centro histórico….
«Una de las principales dificultades para llevar a cabo una buena obra ur-
banística consiste en la incultura, la incomprensión, indolencia gregaria de
los habitantes. La colaboración debe ser colectiva. Cada ciudadano ha de
sentirse responsable de la participación desinteresada de su participación
desinteresada.»
Leopoldo Tommasi (1951, P. 37)
Cuando en alguna parte oímos la frase «Centro Histórico» inmediatamente pensamos en algo pro-
ducto del pasado desligado del presente, y no meditamos más profundamente que el futuro es parte
fundamental de la Historia. Después de todo la Historia no tiene sentido como ciencia si en el pre-
sente, no meditamos el valor de la experiencia acumulada en aras de un Futuro Mejor, liberado de
los errores que el tiempo se encarga de sustituir sabiamente con las decisiones de las lucidas mentes
del pueblo que por siempre ha solucionado en el momento oportuno cualquier problema que haya
rebasado los límites de la tolerancia. Aunque para algunos de nosotros el futuro debe seguir siendo
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un pasado sin cambios, ya que tememos el resultado de los cambios, por lo que preferimos ignorar
lo que nos depara y no proponer las estrategias que convertirán en luz las nefastas sombras de sus
febriles pesadillas nocturnas, tal como los censura con su ingeniosa denuncia el Arq. Antonio Toca
(1998) en sus inteligentes crónicas acerca de la Arquitectura y la Ciudad. Sí en recreativo ejercicio
mental nos imaginamos como el Centro Histórico habrá vencido, en un futuro más prodigo, los
constantes obstáculos que siembra la adversidad, podremos visualizar un hermoso lugar como jamás
ha existido en el entonces muy alejado pasado. Entonces podríamos ver los rostros de todos los habi-
tantes de la ciudad, incluyendo a los agoreros del mal, dibujando una emotiva sonrisa, disfrutando
de una mente completamente despejada de los malos recuerdos y de las incomodidades que nos
causa el no tan grato presente de nuestro amado Centro Histórico. Así habría quedado atrás la tradi-
cional, vieja y pesada manera de pensar, recargada de con la incapacidad de adaptarse a las exigen-
cias de nuestra época que con su inestabilidad ha convertido la cultura en hecho fugaz e intranscen-
dente sujeta a la voluble dinámica de una población que crece y se reacomoda con ese incansable
ímpetu de juventud que a todo momento crece y cambia de parecer al ritmo de que impone la moda.
Así también habría sido vencida la costumbre de destruir los hermosos edificios del pasado, que
practicamos por nuestra incapacidad de adaptar nuestro ser a los cambios. Atrás habrán quedado las
feas e incongruentes adiciones de una arquitectura pobre en espíritu y belleza, que con su gran noci-
vidad antiestética lesiona la armoniosa y hermosa imagen de nuestra ciudad. En ese futuro que sueña
nuestra imaginación y que nuestra esforzada voluntad transformará en viviente realidad, abundarán
los edificios de excelencia que no solo nos enorgullecerán por alto valor estético, sino sobre todo
disfrutaremos con el precioso servicio que nos prestan en su labor social, educativa, cultural,
económica y ecológica; sustituyendo y hundiendo en el olvido a aquellas edificaciones que con sus
insultantes siluetas, fachadas cargadas de estridentes anuncios publicitarios, todos ellos de deformes
trazos, manteniendo aun entre ellos un diálogo disparatado a pesar de haber dado a luz en una misma
época sembrados sobre las cenizas de la asesinada belleza arquitectónica y que con su irreverente
presencia violan al tranquilo temperamento de sus habitantes y al amable equilibrio ecológico de
aquellos nostálgicos tiempos, que para nuestro hoy fueron los mejores. El futuro Centro Histórico de
nuestras hermosas Ciudades de México, Campeche, Guadalajara, Mérida, Puebla, Querétaro, Vera-
cruz, Madrid, Paris, Roma, Jerusalén, Estambul, Bejín, Moscú, La Habana, …, además de esos
adefesios de mediocre mole, se habrán liberado también de la monstruosa presencia de las modernas
bestias de transporte, que compiten su estridencia con los anuncios y los más que feos puestos de los
ambulantes, que en conjunto hacen la vida imposible a las personas que conviven en el Centro
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Histórico por diversos motivos. Aparatos que como las antiguas bestias de tiro exhalan sus malos
humores e inmundicias a través de su hediondo trasero, ensuciando sin freno la antes impecable
limpieza que por tradición enorgullecía a urbes como la Blanca Mérida. Para hacer realidad la bella
quimera de un «Centro Histórico» mucho más bello, como nunca lo imagino su «Mozo» creador, es
necesario proponer una audaz estrategia, pero plenamente fundamentada en la participación incon-
dicional de todos los habitantes de Mérida, en la que todos se comprometan a mantener un perpetuo
proceso rejuvenecedor de su belleza, en el que de toda clase de intervención ciudadana se sume a un
todo a favor de ese sitio que por siempre debe ser el máximo orgullo de los yucatecos. Patrimonio
urbano lleno de soberana belleza, irradiante de paz y felicidad, libre de expresiones ofensivas y de
anuncios fastidiantes, denigrantes de la cultura y del buen entender de la sociedad; sitio que se man-
tendrá por siempre preciosamente ordenado, lleno de luz celestial, que alterna con frescura natural
proveniente de las densas frondas de los altos y hermosos árboles, trinos canoros que se mezclan con
las carcajadas y los risueños gritos de los niños en ambiente de gran sabor y calor humano; escenario
limpio reedificante de las amorosas relaciones humanas, donde las parejas se acarician tiernamente
sin acomplejarse, Edén exento de violencia y maldad, donde los niños y los jóvenes dialogan con
sus mayores, disfrutando la valiosa enseña de su experiencia. Gran legado que en aquel tiempo
habrá engrosado su sublime belleza por milenios desde que el «Mozo» lo trazo en el rocoso piso
consultando los planos que trazó su «Adelantado» padre.
En conclusión.
«La verdad ha de triunfar al fin. La justicia reinará victoriosa sobre la
crueldad y el mal. Y, por último, el Amor será la fuerza que gobierne a la
raza humana desechando todos los temores, odios y maldades y curando
con la medicina de la compasión el dolor de la humanidad lacerada.»
Joseph Fort Newton (1929, Pág 266)
Llega el momento de hacer una reflexión final, y en síntesis refirmaré, en muy pocas palabras mi
posición personal, de que la sociedad en general debe volver a despertar su sensibilidad humana,
recuperando su espíritu de fraternal libertad, identificado su corazón humano con el corazón de la
ciudad. Sin ser esclavo de imposiciones, sin estar encadenado a las inserciones ajenas a su identidad
espiritual. El identificarse con el Corazón de la Ciudad, conlleva el compromiso consciente de que la
ciudad acumula su brillante historia en aras de un mejor futuro.
Así en el mañana cuando la ciudad humana despierte de la larga noche, se verá reflejada con limpio
orgullo en el mágico espejo caleidoscópico del auténtico Aleph Urbano.
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