ECCE ANCILLA DOMINI
(He aquí la esclava del señor)
Tiranos, por cual razón, siendo las
mujeres de las dos partes del genero humano, la una que constituye
mitad, habéis hecho vosotros solos las leyes contra ellas, sin su
consentimiento y a vuestro albedrío? Habéis os constituido en árbitros
de la paz, y de la guerra, y nosotras, padecemos vuestros delirios: el
adulterio en nosotras, es delito de muerte, y en vosotros entretenimiento
de la vida: queréis nos buenas para ser malos, honestas para ser
distraídos: no hay sentido nuestro, que por vosotros no este encarcelado:
tenéis con grillos nuestros pasos, con llave nuestros ojos: si miramos,
decís que somos desenvueltas, si somos miradas, peligrosas; y al fin con
achaque de honestidad, nos condenáis a privación de potencias, y
sentidos
Francisco de Quevedo, La hora de todos y la fortuna con seso.
“Ecce ancilla domini”; son las palabras de la virgen María al ángel Gabriel en el
momento sagrado de la Anunciación de su maternidad divina. “He aquí la esclava del señor”
traducen dichas palabras, y agrega: “Hágase en mi según tu Palabra” (Lc. 1:38). Así se
expresa María madre de Jesús, quien es, según la Iglesia Católica, la mayor expresión de la
dignidad y la vocación de la mujer (J.P. II, 1996).
La finalidad del presente ensayo, es la de plantearse como una critica seria y
argumentada, a las concepciones planteadas por la civilización occidental actual,
fundamentadas, en parte, en la tradición judeo-cristiana, que reducen la mujer a la posición de
objeto para uso del hombre.
Nuestro contexto, nuestro entorno antioqueño, colombiano, americano, todo esto está
englobado en un gran marco cultural conocido como civilización occidental, mas allá de las
diferencias propias de cada región del mundo en la que se ha implantado dicho orden, existen
puntos de convergencia entre todas. Uno de estos puntos de convergencia es la dominación
milenaria de una religión ajena al mundo occidental antiguo.
Es la religión del pueblo hebreo, que tras la avalacion del edicto de Milán en el 313
d.c. -que reconocía la libertad de culto en el imperio romano- dejo de ser perseguida y
exterminados sus fieles. Con esto se daba vía libre a la constitución de la Iglesia de los
cristianos. A partir de allí esta iglesia comenzó, poco a poco, a ganarse la adhesión del pueblo
romano llegando a desplazar el paganismo y convirtiéndose en religión oficial del imperio.
Con la caída del imperio romano en el año 476 d.c. termino la época reconocida hoy
día por occidente como clasica. Sin embargo la iglesia cristiana tenia ya sus bases sólidas
entre el pueblo y permaneció.
Como religión oficial, el cristianismo rigió en todas las tierras de influencia romana, o
sea, la mayor parte de Europa occidental y una buena parte de Europa del este, y luego tras las
expediciones de conquista realizadas por los europeos en África y el nuevo mundo la
cristiandad se globalizo, desplazando toda otra manera de pensamiento existente en sus
dominios.
Vemos entonces como este discurso religioso fue expandiéndose a lo largo y ancho
del orbe y como su expansión implicaba la expansión también de sus explicaciones, de sus
ideales, de sus normas y sus costumbres. Y de donde venia todo aquello, pues del pasado de
dicha religión. Con el imperio de la religión cristiana se impuso la concepción que tenia el
pueblo hebreo de la mujer que “era considerada como una propiedad del marido, su ba’al,
amo” (Crochetti, 2004, p. 77).
La función de la mujer al interior de la antigua sociedad hebrea se enfocaba en
garantizar la procreación, dados el alto índice de mortalidad infantil y la corta expectativa de
vida -25 a 30 años en promedio-, y, en asegurar la descendencia patrilineal de los hijos,
debido a que siendo una comunidad pastoril era de vital importancia la posesión de la tierra y
esta se heredaba solo por la vía patrilineal. Esta necesidad de asegurar la línea paterna llevaría
a la imposición de la fidelidad y al encarcelamiento de la mujer, pues sabido es que Pater
semper incertus est (el padre siempre es incierto).
La concepción hebrea de la mujer era la de poco mas que una esclava al servicio de su
marido y cuyo único fin era el de procrear, una mujer sin marido era algo impensable y la
esterilidad la mayor de las desgracias, puesto que para la sociedad hebrea “toda mujer debía
casarse, y de esta forma pasar al control de sus padres, marido y/o cuñados, además de centrar
la vida femenina en la procreación.” (Crochetti, 2004, p. 180) Resuenan con fuerza los ecos
de la maldición divina proferida contra Eva “Hacia tu marido ira tu apetencia y el te
dominara” (Gen. 3:16)
Vemos entonces como la sociedad hebrea esclavizaba a la mujer en su carácter de
madre, la mujer era entonces un objeto que adquiría el varón para propagar su descendencia,
se inscribía entonces en el orden de los bienes -al igual que la tierra o el ganado-y su valor
dependía por entero del poder que un hombre tuviese de poder privar a otro hombre de el.
Esta visión de la mujer como objeto seria heredada y maximizada por occidente tras
imponerse la religión cristiana en tierras europeas. Durante los mil años del oscurantismo, la
mujer continuaría siendo entonces valorada como objeto y su función seguiría siendo
“engendrar hijos de modo continuado y hasta la muerte.” (Nicolás de Gorran, 1296 citado por
Molina 2006) Esto además con el agregado de la misoginia propia del hombre medieval para
quien la mujer era un “símbolo del mal, una bestia que no es ni firme ni estable, llena de odio,
que alimenta la locura, fuente de todas las disputas, querellas e iniquidades.” (San Agustín
citado por Molina, 2006)
En este escenario de desprecio a lo femenino, se reactualiza la idea hebrea de la
potestad del hombre sobre la mujer, considerada eternamente como una menor de edad,
necesitada de instrucción y cuidados, surge entonces la figura del padre-esposo, quien recibe
de dios el poder para subyugar a la mujer. Respecto a esto refiere Bel Bravo (2006)
…el hombre es la cabeza de la mujer como cristo es la cabeza
de su esposa, la Iglesia. Así pues, si Cristo es para la Iglesia Esposo,
Padre y Maestro, el marido lo es también para su mujer, y en
consecuencia, si el marido es la cabeza de su mujer y su alma (…)
deber suyo es enseñarla el amor y el respeto que ha de tener a su
marido cuya voluntad ha de ser acatada a la par de las leyes divinas.
(p. 40)
Es claro que en el medioevo se continuo con la concepción de la mujer como un mero
objeto, merced a la voluntad del hombre, un objeto que podía ser utilizado para el intercambio
en el mejor de los casos, o para la mera proyección de todo deseo que se originara en aquellos
hombres santos. “el deseo, el sexo, el cuerpo, el pecado se ubican en el territorio mujer, cuyo
cuerpo se usa como una cartografía de la seducción y del pecado, como una superficie de
proyección del deseo masculino” (Toro, 2002, p. 24).
Muchos cambios se produjeron en la civilización occidental tras el declive del
oscurantismo y el advenimiento de la edad de las luces gracias al renacimiento de las ideas de
los antiguos. La Revolución Industrial, el Capitalismo, y el Positivismo Científico, pusieron
de cabeza y trastocaron los valores medievales, la mujer no podía permanecer mas tiempo
encarcelada en la casa, el nuevo sistema exigía mano de obra, y la maternidad -en un mundo
camino a la superpoblacion- no implicaba ya la prioridad que en tiempos de los patriarcas
hebreos implico.
Sin embargo todos estos cambios, al parecer para bien de la humanidad, no
constituyeron mejoras para la situación de la mujer, que continuo siendo un mero objeto de
uso, ahora por parte del capital y el patrón, y además la subvaloración de ella, de su trabajo y
de sus capacidades, no terminó.
La constitución de las mujeres como sujetos independientes e íntegros, no como
objetos parciales de los cuales se hace uso a voluntad, comenzó a gestarse en las ultimas
décadas del s. XIX y las primeras del s. XX “…fruto de la lucha sufragista [por el derecho al
voto y a la posterior participación política] y de los avances conseguidos en la educación
superior femenina” (Bel Bravo, 2006, p. 15)
Además son de primordial importancia los avances realizados en el campo de las
ciencias humanas; el concepto de Genero y la historia de la Mujer son conceptos
fundamentales que fueron desarrollados por autoras como Simone de Beauvoir, Joan Scott,
Michelle Perrot o Judit Bruther. Y no olvidemos al feminismo que, a pesar de algunos
desmanes, ha sido pieza trascendental en la construcción de la historia contemporánea.
No obstante todos estos avances de la mujer en las ultimas décadas, con los que ha
logrado desmontar en parte el sistema de dominación patriarcal de milenios. Aun queda
mucho camino por recorrer, no solo para lograr una nueva actitud por parte de los hombres,
sino también por parte de las mismas mujeres, hacia si mismas, hacia ellas mismas.
Es desastroso ver un personaje de la farándula colombiana, la diva de Colombia, la
señora Amparo Grisales, aparecer frente a millones de televidentes en un programa del
prime-time local, ofreciéndose como La mujer, como el sex-simbol que ellos quisieran tener y
ellas quisieran ser. Aceptémoslo en buena parte la televisión determina los ideales de la
civilización occidental actual, y ¿es esto lo que se ofrece como ideal? una feminidad fingida y
reducida, una mujer toda seducción y voluptuosidad, toda para el otro. ¿No es esto una nueva
versión -tristemente vulgarizada, en tanto pierde el plus que le da la mística- de aquel ecce
ancilla? ¿Acaso ser la esclava, el objeto merced a la voluntad de… es la única opción que
tiene una mujer para ser mujer?
En el programa humorístico-noticioso ΝP& del canal Caracol en la emisión del 4 de
septiembre del 2011 le formulan en tono jocoso esta pregunta a Amparo: ¿Te mortifica ser
objeto de deseo? A lo cual responde con su mascarada habitual “ay mi Gayli… me
mortificaría el no ser objeto de deseo”.
Fue la anterior declaración de esta mujer lo que me movió a escribir este ensayo y es
con la declaración de otra mujer que me propongo terminarlo. Florence Thomas
-coordinadora del grupo Mujer y Sociedad y columnista del diario El Tiempo- en fecha 13 de
enero de 2011 publica una carta abierta a Amparo Grisales en la que expresa lo siguiente:
“Amparo, creo sinceramente que no has medido el daño que
generan para las mujeres colombianas comunes y corrientes todos
estos comerciales y photoshops de figuras femeninas de medidas
perfectas. Me pregunto por qué seguir alimentando imaginarios que
quisiéramos derrumbar, imaginarios que, en lugar de hacernos sentir
bien con nosotras mismas, nos obligan a estar atentas a la secular
mirada masculina y a depender del saber y del deseo del otro fijado en
casi todas las expresiones de la cultura.”
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