El entrenamiento de la fuerza en la obesidad: planteamientos actuales
Es evidente que la obesidad constituye un problema de primer orden en el ámbito de la salud, como lo es el hecho de que el primer nivel de intervención ante esta problemática radica en la modificación del estilo de vida, fundamentalmente
mediante aspectos nutricionales y de ejercicio físico. Aún así parece que, pese a la
enorme cantidad de información disponible (in crescendo en los últimos 20 años)
el impacto de toda esta investigación no está dando lugar a intervenciones
verdaderamente efectivas que redunden en una reducción de las cifras de obesidad, sino que muy al contrario éstas siguen aumentando.
No es objetivo del presente texto profundizar en el origen de esta problemática que
es multifactorial, sino centrar la atención sobre los aspectos relacionados con las intervenciones mediante ejercicio físico.
Las tradicionales recomendaciones de ejercicio físico de 150 a 250 minutos de actividad física semanal a una intensidad moderada o vigorosa, con un gasto
energético de entre 1200 y 2000 kcal, y la clásica recomendación de más de 225 minutos semanales de actividad física junto a una restricción calórica para una
pérdida sustancial de peso (ACSM, 2009), donde el ejercicio debía ser aeróbico o aeróbico y neuromuscular combinado (ACSM, 2009; Ismail, Keating, Baker &
Johnson, 2012), parecen haber sido las únicas opciones puestas en práctica.
Por otro lado, resulta evidente que las intervenciones basadas en “caminar” o
estímulos de resistencia de carácter cíclico continuos a baja-moderada intensidad junto a métodos en progresión vertical y organización circular (circuitos) para los
ejercicios de fuerza como forma de afrontar esta problemática se torna una intervención con escasa eficacia en algún momento de todo programa, que reclama
ser más definida y concretada al tiempo que se establezcan los adecuados criterios de progresión en base a las evidencias más actuales (Heredia et al., 2011; Isidro
y Heredia, 2015; Heredia et al., 2015). Actualmente se plantean distintas
recomendaciones que avanzan a partir de estas típicas propuestas de ejercicios cíclicos de intensidad continua-moderada hacia la incorporación de entrenamientos
de alta intensidad (HIIT) de características intermitentes debidamente supervisado y controlado (ACSM, 2014; Kessler et al., 2012), después del oportuno período inicial de acondicionamiento básico.
En el presente documento intentaremos analizar algunos tópicos relacionados con la obesidad y el ejercicio intentando, desde el manejo de la información actual,
justificar la necesidad no solo de incorporar el entrenamiento de fuerza a los programas de intervención en obesidad, sino que el mismo debe constituir el eje
central desde el que vertebrar y desarrollar dicho programa. Finalmente plantearemos algunas propuestas sobre las características de dicho entrenamiento.
La problemática de la obesidad: ¿Cuestión de balance energético o algo más complejo?
Evolutivamente el ser humano ha sufrido importantes modificaciones en su estilo de vida, pasando de aquellos en el que escaseaba el alimento y la balanza energética se decantaba hacia un cierto déficit, mutando hacia un estilo de vida
actual en el que dicho aspecto no constituye un problema (al menos para un 60% de la población). Sin lugar a duda los aspectos cualitativos de dicha alimentación-
nutrición y sus repercusiones sobre el sistema biológico debería ser analizado en el contexto de este “ambiente obesogénico” potenciado en nuestra sociedad actual
y que nos ha conducido a cifras de obesidad y diabetes ciertamente alarmantes, obligando a considerar el problema de la obesidad como una pandemia a nivel mundial. Esta reflexión debería provenir principalmente de expertos en nutrición y
ser integrada en un análisis global.
Pero ¿qué es más importante la nutrición o el ejercicio? Esta pregunta nos es
planteada constantemente por alumnos por todo el mundo y en ocasiones también
se ha podido trasladar al ámbito científico (Malhorta et al., 2015).
Consideramos que la pregunta en si misma no posee demasiada relevancia y quizás
no debiera concebirse un predominio de una u otra intervención, ambas (junto a otras como la psicológica) son fundamentales y más eficaces en el tratamiento que
el uso de cualquiera de las dos intervenciones por separado para el logro de
objetivos (Church, 2011). Aunque sería necesario establecer dos aspectos que
quizás sí deban ser remarcados:
-Por un lado el hecho de que entre las numerosas “dietas” encontramos dos aspectos comunes a la mayoría: la restricción calórica y la búsqueda en la reducción
del apetito. Uno de los principales problemas que conllevan muchas de estas estrategias podría ser la baja adhesión y dificultades para continuar con dietas a lo largo del tiempo, que quizás exija ir mucho más allá en la misma intentado lograr
verdaderas modificaciones en el estilo de vida del sujeto mediante una adecuada educación nutricional adaptada a las necesidades, posibilidades y gustos
alimenticios del mismo.
-Por otro lado, el ejercicio es indispensable, fundamental e irrenunciable (Perderse
y Saltin, 2006; Pedersen & Frebaio, 2012). Solo mediante adecuados programa de ejercicios se pueden lograr adaptaciones en el sistema psico-biológico que son
prácticamente imposibles de lograr por otro medio como podrían ser la nutrición, farmacología, etc., además de las repercusiones del mismo respecto a la denominada paradoja de la obesidad (Russell et al., 2014; Bishop et al., 2014;
Barry et al., 2014; Kushner, R, 2014; McAuley & Beavers, 2014 )
Lo que resulta obvio es que el seguir reduciendo el problema a una mera visión termodinámica y bioenergética basada en un hipotético balance calórico es una
visión excesivamente reduccionista que nos está llevando a intervenciones normalmente infructuosas. Si la cuestión fuese tan “sencilla” bastaría con reducir la ingesta o incrementar el gasto y esto, como bien se puede constatar no garantiza
el éxito, pudiendo encontrar sujetos “viviendo” sometidos a dietas toda la vida o a personas que dedican una frecuencia y volumen importante de su tiempo a ciertas
actividades físicas y no logran su objetivo (Swift et al., .2014; Heredia et al., 2015)
¿obesidad?¿sarcopenia-dinapenia?¿osteopenia?: comprensión de las conexiones e interrelaciones para la intervención.
En la mayoría de los casos, la obesidad en si misma implica un potencial perfil
fisiológico alterado a distintos niveles y entre ellos, donde el estatus hormonal
parece mostrar alguna disfuncionalidad: cortisol elevado, hipotiroidismo subclínico,
hipogonadismo, GH disminuida, etc. (Bujalska et al., 1997; Audran et al., 2010;
Tomlinson et al., 2007; Goulis & Tarlatzis, 2008; Pasquiali et al., 2007; Weltman et al., 1994; Pasarica et al., 2007; Radetti et al., 2008; Wesche et al., 1998), debemos
considerar los efectos de esta situación en la salud y capacidad funcional del sujeto obeso, tanto para determinar su nivel de partida como para establecer los estímulos más adecuados para lograr los objetivos y atender a otros procesos fisiológicos
que se van a ir produciendo de manera natural y progresiva con el paso del tiempo. Así, el envejecimiento conduce a numerosos cambios fisiológicos que afectan de
manera relevante a la composición corporal (tejido muscular, graso y óseo). A lo largo de la vida tras la obtención de los picos de tejido muscular y óseo se constata
una disminución progresiva y más o menos marcada en función de diversas variables, tanto a nivel de la masa ósea como de la masa muscular. Contrariamente, el tejido adiposo aumenta y modifica incluso su distribución. Todo ello conlleva
relevantes alteraciones a nivel psico-biológico en el transcurso de los años que deberán ser considerados por su influencia en la homeostasis, capacidad de
respuesta y adaptación (Matkovic y cols., 1994; Kelly et al., 2009; Cruz-Jentoft et al., 2010; Manini, 2010; Kohara, 2013; Ilich et al., 2014; Hita-Contreras et al,
2015).
Durante muchos años la obesidad y la sarcopenia (Ilich-Ernst et al., 2002) y la
obesidad y la osteoporosis se pensaba que eran mutuamente condiciones exclusivas ( Rosen y Bouxsein, 2006), aunque parece que en la actualidad el
análisis y la comprensión de sus interrelaciones podría permitir el logro de un tratamiento mucho más eficaz (Ilich et al., 2014). Si realizamos un breve análisis
sobre la evolución en el concepto y comprensión de toda esta relación en base al avance en el conocimiento podemos remarcar algunos hechos relevantes:
-Originalmente se pensó en que la sarcopenia (pérdida de masa muscular) explicaba en gran medida la pérdida de fuerza, las investigaciones más recientes
sugieren que más factores son determinantes y que dicha disminución de fuerza es significativamente más rápida que la pérdida de masa muscular (Kohara, 2013).
De este modo se incorpora el concepto de ”dinapenia“ (pérdida de fuerza) (Clark y Manini, 2008), dando lugar a una definición modificada del concepto de sarcopenia desde una perspectiva clínica (Roubenoff, 2001; Cruz-Jentoft et al .,
2010 ).
-El concepto de obesidad sarcopénica (Zamboni et al., 2009) empieza pues a ser
considerado en el ámbito científico para una comprensión desde una perspectiva mucho más amplia e integradora en la búsqueda de un tratamiento mucho más
eficaz. De igual manera, las causas y la prevalencia de fracturas en personas mayores obesas están comenzando a recibir mayor atención desde esta misma perspectiva (Compston, 2013).
-Grasa, músculo y hueso son concebidos en la actualidad como verdaderos y funcionales “órganos endocrinos” (Pedersen, 2011; Pedersen & Fisher, 2007;
Nielsen & Pedersen, 2008; Pedersen & Febbraio, 2005) donde músculos y grasa secretan miokinas y adipokinas respectivamente y se propone el término de
“osteokinas” para aquellas citokinas secretadas por el mismo con posibles efectos sistémicos (Lecke et al., 2011) y se permita avanzar en la comprensión de las interrelaciones existentes entre estos tejidos (Ilich et al., 2014; Hita-Contreras et
al., 2015)
De esta manera se empiezan a plantear las interconexiones en la génesis y
desarrollo de los procesos osteopénicos y sarcopénicos que se caracterizan por la reducción de masa muscular y fuerza y con varios denominadores comunes que
pueden observarse en la figuras 1 y 2 y que nos deben conducir a considerar que, en el escaso tiempo que los sujetos suelen dedicar a la práctica de ejercicio físico,
la intervención debe dirigirse hacia la aplicación de una dosis de ejercicio óptima que impacte, de forma efectiva y segura, sobre los diversos órganos, estructuras y sistemas estimulando una respuesta sinérgica global. Para ello todo parece
apuntar, como veremos a continuación, que el entrenamiento de fuerza debe de ser el eje vertebrador de todo este proceso.
Figura 1. Extraida de Ilich et al (2014)
Figura 2. Relaciones entre obesidad, sarcopenia y osteoporosis (Hita-Contreras et
al., 2015)
Pero ¿solo entrenamiento de fuerza?
Es cierto que la evidencia actual (Ismail et al., 2012) nos lleva a un grado de recomendación del ejercicio de resistencia (dirigido a la mejora de factores cardio-
respiratorios y metabólicos) junto al entrenamiento de fuerza (dirigido a la mejora de factores neuro-musculares).
Esta realidad implica tomar una serie de decisiones que tienen, como paso previo,
la exigencia de conocer la información disponible respecto a las interacciones de estos tipos de entrenamiento en una misma sesión o respecto a las posibles
combinaciones en distintas sesiones en un periodo de tiempo tan corto como por ejemplo una semana (microciclo).
Desarrollar este aspecto no es el objetivo del presente documento y exigiría un
mayor y más específico desarrollo, pero se constata (Heredia et al., 2015) el hecho de que la sociedad actual posee una capacidad limitada respecto a la operatividad sobre variables como la frecuencia o el volumen de entrenamiento y ello nos lleva
a considerar la necesidad de escoger sesiones multicomponente en muchos de los casos (entrenamiento concurrente cardiorrespiratorio y neuromuscular).
Al respecto del entrenamiento neuromuscular, se han desarrollado durante muchos
años diversos fundamentos teóricos e hipótesis respecto a su valor para lograr la
reducción de peso ºgraso (ACSM, 2009; Ismail et al., 2012). La investigación
nos
ha ido propiciando hechos que apuntan hacia la necesidad de incluir dicho objetivo
en los programas de entrenamiento, por su eficacia para la mejora y el mantenimiento de la masa muscular y por tanto la tasa metabólica de reposo,
aumentar HDL-c, disminuir LDL-c, disminuir triglicéridos, aumentar la sensibilidad a la insulina, reducir la concentración de glucosa plasmática y reducir la presión arterial sistólica y diastólica (ACSM, 2009; Dias et al, 2015; Skrypnik et al, 2015).
En la mayoría de los casos, considerando además las limitaciones existentes en relación al tiempo disponible para realizar ejercido entre la mayoría de la sociedad,
podría ser recomendable y de interés, cuando operativamente no existen mejores opciones, realizar un entrenamiento concurrente de resistencia y fuerza
(Schwingshackl et al., 2013, Sayuri et al., 2015) que aunque en el caso del gasto energético, el orden de éstos no podría no ser un factor relevante, si podría serlo
respecto al resultado final sobre otros factores relacionados con las respuestas y adaptaciones a dicha combinación (Panissa, Bertuzzi, de Lira, Júlio & Franchini, 2009). Así si el propósito de la sesión fuese otro, cabría tener en cuenta el orden,
ya que por ejemplo, si se realiza primero neuromuscular y luego aeróbico, las ganancias de fuerza podrían ser mayores que al revés, aunque se deben considerar
esta combinación en relación a factores como la edad, capacidad de rendimiento, regiones corporales implicadas, intensidad de entrenamiento, etc. (Cadore,
Izquierdo, alberton, Pinto, Conceição, Cunha et al., 2012), por lo que un análisis mucho más amplio que considere los efectos respecto a dicha toma de decisiones y sus repercusiones a otros niveles de respuesta respecto a los objetivos
pretendidos y realidad fisiológica del sujeto exigirían considerar otras realidades.
¿EPOC o ECOPE? Contextualizando su protagonismo en los programas de pérdida de peso
Merece la pena llamar la atención sobre una primera cuestión que no por ser menor deja de ser relevante por conducir a la confusión. En el idioma orinal de la “ciencia” (inglés) las siglas EPOC derivan de “Excess Post-exercise Oxygen Consumption” ,
es decir del exceso de consumo de oxígeno post-ejercicio. Sin embargo sin utilizamos el término EPOC en nuestro idioma, es el acrónimo de “Enfermedad
Pulmonar Obstructiva Crónica”. Esta posible confusión que conlleva el uso del término EPOC en nuestro idioma (utilizando pues el acrónimo del inglés) debería
ser considerado para utilizar unas siglas que se ajusten mejor al significado en
nuestra propia lengua y que no pueda conducir a errores. Este término podría ser
ECOPE (Rodriguez, 2008).
Tras un esfuerzo, el consumo de oxígeno prosigue durante un período de tiempo variable, en función de distintos factores, por encima del consumo basal del reposo.
Este aspecto fue denominado como “Consumo de Oxigeno Post-ejercicio” por Gaesser y Brooks (1984). Este retorno a los niveles basales tras el ejercicio presenta una curva donde se pueden observar dos claras tendencias relacionas
con este parámetro y el tiempo (McArdle, 2002). Por un lado una fase inicial de rápido descenso que parece estar ligado a la recuperación de las reservas de
oxigeno y resínteis de fosfágenos y una fase más lenta o prolongada en el tiempo que parece asociarse a variados mecanismos fisiológicos a nivel bioenergético,
cardio-respiratorios, térmicos y hormonales (Borsheim & Bahr, 2003; McArdle, 2002).
La magnitud y duración del ECOPE parece depender de distintas variables, entre las que destacan la intensidad (Bahr & Sejersted, 1991), el volumen y el método
(contínuo vs interválico), el estado de entrenamiento o incluso el género. Para que el cuerpo pueda retornar a su estado metabólico previo al ejercicio, pueden
transcurrir unos cuentos minutos o varias horas (incluso hasta 48 horas) (Bahr et al., 1997; Bahr et al., 1992; Guillete et al., 1992; Melby et al., 1993)
A la hora de establecer el potencial valor del ECOPE respecto a un programa de intervención de pérdida de peso se deben considerar diferentes aspectos
metodológicos que condicionarán la posible inferencia de algunos resultados a determinadas poblaciones como son precisamente, la muestra escogida, dado que el estado fisiológico y su capacidad de respuesta en el sujeto obeso posee algunas
diferencias respecto a sujetos con una adecuada composición corporal y activos- deportistas (Baker, 2015), diferencias de género, situación inicial pre-esfuerzo,
actividad realizada (entrenamiento fuerza, de resistencia o ambos), tipo de actividad controlada en periodo post-esfuerzo, duración y forma de control del
ECOPE, etc.
A este respecto, si se revisa profundamente la literatura existente, parece que en
la actualidad se podría caer en el error de sobrestimar el valor del dicha respuesta fisiológica en dicha mejora de la composición corporal, especialmente si no se
consideran las diferencias relacionadas con el tipo de intervención y con una adecuado control de las variables, especialmente la intensidad, para poder llegar a conclusiones más claras (Laforgie et al., 2006; Abboud et al., 2013; Greer et al.,
2015) y si bien los valores de este ECOPE podrían tener cierta significación respecto a la contribución en la mejora de la composición corporal por el efecto
acumulativo de dichos estímulos, será importante considerar el valor de los mismos y considerar otros aspectos como las posibles limitaciones para operar con ciertas
intensidades con una frecuencia media elevada y una determinada metodología de entrenamiento y sus potenciales repercusiones respecto a la motivación-adhesión, tasa de abandono-lesión (Laforgie, 1997; Saanijoki et al., 2015)
Así pues, aunque el ECOPE no constituye una “novedad” (Hill & Lupton, 1923; Bahr et al., 1987; Crommet & Finzey, 2004), parece que en la actualidad ha ganado atención sobre todo asociado al intento de justificar determinadas intervenciones
mediante ejercicio orientados a la mejora de la composición corporal, en concreto a la reducción del % graso, lo cual debería ser adecuadamente contextualizado y
no sobrevalorado como justificación para determinados tipos de propuestas sin suficiente evidencia científica al respecto, y especialmente cuando al entrenamiento
de fuerza se refiere, en el contexto de la aplicación a los programas de mejora de la composición corporal en sujetos obesos.
Entrenamiento de la fuerza en sujetos con sobrepeso/obesidad ¿Por qué y cómo?
Para poder plantear el entrenamiento de la fuerza como eje vertebrador de cualquier intervención mediante ejercicio físico, se deberían considerar una serie
de aspectos básicos que fundamentan y dan soporte a dicho planteamiento:
-El protagonista principal de cualquier acción que implique movimiento articular es el sistema neuro-muscular. Podríamos decir que el elemento básico y más
elemental a la que se puede reducir cualquier tarea, desde la más sencilla a la más compleja, es la simple activación o contracción muscular. Las características de la
misma en cuanto a distintas variables cualitativas y cuantitativas, irán haciendo que
se provoquen distintas respuestas y que además las demandas y exigencias vayan
ampliándose hacia otros órganos y sistemas y, por tanto, potenciando también respuestas y adaptaciones en los mismos (por el ejemplo el sistema de transporte
y consumo de oxígeno).
-El músculo y su capacidad de producir tensión poseen una enorme capacidad
plástica y por tanto son muy sensibles a variaciones en su desarrollo o deterioro atendiendo a diferentes factores ambientales, además hemos de considerar el hecho biológico que se relaciona con procesos de atrofia y degeneración con el
envejecimiento (Bales & Ritchie, 2002; Deschenes, 2004; Burton & Sumukadas, 2010) y que la mecanización de nuestra sociedad actual ha reducido el número y
la intensidad de las demandas para el sistema neuromuscular en las actividades de la vida diaria y laboral (Colado et al., 2007; Heredia et al., 2011).
-Actualmente el músculo ya no puede ser considerado desde su perspectiva mecánica, como un mero elemento contráctil (esto sería una visión excesivamente reduccionista) sino que se debe concebir el músculo como un potente órgano
endocrino (Henningsen, Rigbolt, Blagoev, Pedersen, & Kratchmarova, 2010; Brandt & Pedersen, 2010; Pedersen, Akerström, Nielsen, & Fischer, 2007; Nielsen &
Pedersen, 2008; Febbraio & Pedersen, 2005; Pedersen et al., 2007; Pedersen & Febbraio, 2008), con capacidad para influir de manera sinérgica sobre la respuesta
de otros órganos y sistemas, tal como ha sido anteriormente mencionado por ejemplo, a la hora de hablar de las conexiones músculo-grasa-hueso. Además el entrenamiento de la fuerza ha sido incorporado como forma adecuada de
intervención en sujetos obesos (Strasser et al., 2012; Idoate et al., 2010)
-Por el contrario, es posible que un uso-abuso del entrenamiento de resistencia
mediante determinadas propuestas, pueda conllevar ciertos aspectos poco
favorables (Cristiansen et al., 2013; Nielsen, 2014) para el logro de objetivos en el caso de sujetos obesos, máxime cuando el principal argumento en torno a esta
estrategia gira en relación a cuestiones bio-energéticas que, como ha sido expuesto, existan ciertas limitaciones y dificultades a este nivel. De esta forma la utilización del entrenamiento de resistencia quizás debería ser parte de la
intervención (Schwingshackl et al., 2013; Egan & Zierath, 2013; Vaara et al., 2014) pero siempre considerando la posibles interferencias o interacciones negativas con
el entrenamiento de la fuerza que se esté planteando ( Pallarés, Sánchez Medina, Izquierdo, 2011; Hickson, 1980; Panissa et al., 2014; Nader, 2014; Chatara,
2008;) y utilizando frecuencias, volúmenes e intensidades adecuadas en función
de cada caso.
A la hora de abordar la revisión de las propuestas actuales en el entrenamiento con obesos, vemos como el papel del entrenamiento de la fuerza es planteado desde
un enfoque orientado, fundamentalmente a generar determinadas respuestas a nivel metabólico y estructural (Heredia et al., 2008; Isidro y Heredia, 2015; Heredia
et al., 2015). Sin embargo, tras analizar esta literatura encontramos importantes sesgos y limitaciones en algunas de las afirmaciones y sin encontrar un nivel de evidencia suficiente para establecer un grado de recomendación de tipo A (Heredia
et al., 2015). El problema, especialmente viene de la falta de consenso y criterio para definir y controlar las variables de la intervención, donde incluso se siguen
desarrollando las propuesta en base al valor de repeticiones máximas con una carga (González-Badillo y Rivas, 2002; Heredia et al., 2011), así como de la
escasez de criterios para establecer niveles homogéneos de muestras en función de la capacidad de respuesta.
La necesidad de establecer niveles de entrenamiento que permitan situar en ellos
a sujetos con características lo más similares posibles, exige definir una serie de parámetros a controlar y en función de los mismos, desarrollar distintas estrategias de intervención para lograr obtener resultados más concluyentes. De esta forma
no sería lo mismo plantear casos donde cuatro sujetos, con similares valores de IMC (incluso de composición corporal si se quiere) donde uno de ellos es
absolutamente sedentario con ningún historial de práctica de ejercicio, otro igualmente sedentario pero con un importante historia de práctica de ejercicio,
llegando incluso a ser deportista de rendimiento, un tercero que no siendo absolutamente sedentario sale a caminar 4-5 días por semana un volumen importante de tiempo a una intensidad variable y un cuarto que acude 3 veces a
un centro de entrenamiento para desarrollar un programa de supervisado y donde realiza entrenamiento de resistencia y fuerza combinado. Estos serían cuatro
ejemplos de sujetos donde debemos atender a múltiples variables interindividuales que probablemente serán determinantes para poder diseñar un programa de
entrenamiento lo más eficaz posible (Heredia et al., 2015)
Tal como ha sido expuesto anteriormente, considerando una posible alteración en
la capacidad de respuesta a distintos niveles fisiológicos en el sujeto obeso, parece
que en el centro de estas alteraciones pudiera concebirse al entrenamiento de la fuerza como una alternativa interesante para lograr adaptaciones que permitan
avanzar hacia objetivos más centrales (Tsuchiya et al., 2015; Croymans et al., 1985; Kanaley et al, 1999; ibañez et al., 2005; Ormsbee et al., 2009; Thomas et al., 2012; Thomas et al., 2013; Pedersen &Fisher, 2007).
Al respecto del objetivo del entrenamiento de la fuerza, es decir de la orientación que se proporcionan a los estímulos para provocar adaptaciones predominantes
respecto al sistema muscular, se siguen promoviendo propuestas dirigidas al aumento de masa muscular o la mejora de la inadecuadamente denominada
“resistencia a la fuerza”.
De esta manera, en función del nivel de partida del sujeto y sin entrar a considerar el modelo de periodización a escoger (Strohacker et al. 2015; Sayuri et al, 2015; Ahamadizad et al., 2014) se podría plantear que tras una primera fase de
acondicionamiento básico (en sujetos obesos-sedentarios), donde las características del entrenamiento permitan ir generando iniciales y progresivas
adaptaciones que se producirán fundamentalmente a nivel neural, con cambios estructurales más pronunciados a partir de la sexta-séptima semana (Sale, 1988;
Hakkinen, 1994) o acondicionamiento básico orientado (sujetos obesos-activos) (Heredia et al., 2015). A partir de ese momento se puede plantear los objetivos
específicos relacionados con el entrenamiento de la fuerza en cada caso.
En el sujeto obeso, tras considerar el estatus y capacidad funcional, especialmente al comienzo del programa de entrenamiento, es primordial facilitar que el mismo
sea capaz de desplazar su propia masa corporal con menor esfuerzo durante sus actividades de la vida diaria y vida diaria laboral (Heredia et al., 2015). Este objetivo
difícilmente puede lograrse por otra vía que no sea la mejora de la fuerza máxima y explosiva (RFD) (González Badillo y Rivas, 2002), considerando además las
repercusiones de superar cierto umbral de tolerancia a nivel de aparato locomotor ante determinados volúmenes de acciones cíclicas en la situación anteriormente mencionada (Nielsen, 2014)
Además, el hecho de que el sujeto obeso no responda favorablemente a corto plazo
a variaciones significativas de su composición corporal, es otro argumento a favor de priorizar una orientación neural del entrenamiento de la fuerza en vez de
estructural. De esta forma la realidad fisiológica y funcional del obeso parece limitar y condicionar su capacidad de respuesta-adaptación a otros estímulos en el ámbito del entrenamiento de la fuerza (Heredia et al., 2008; Isidro y Heredia, 2015;
Heredia et al., 2015).
Otra cuestión será el cómo llevar a cabo estos objetivos con obesos, desde luego se puede caer en el error de pensar en valores elevados de 1RM, o en la mejora
de la misma en cuanto al concepto de fuerza máxima o pensar en cargas ligeras a muy alta velocidad o multisaltos como forma fundamental de mejorar la RFD o
fuerza explosiva. En este caso el problema será otro y atañerá al técnico y a su conocimiento al respecto, que harían recomendable actualizar dichos conceptos erróneos para optimizar la intervención.
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