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EL HIJO DEL MISTI

Cuando era nio, siempre escuch hablar a mi padre del hijo del Misti -un pequeo volcancito, remedo del Misti, que veamos claramente cuando recorramos la ciudad camino al aeropuerto-, el cual haba sido encadenado, para que no pudiera crecer y hacer dao. Por supuesto aos ms tarde -ya adulto-, pens que esta historia era slo parte de las leyendas de la ciudad; no obstante y al parecer todo esto, tena mucho de cierto, pues segn se desprende de un artculo periodstico del diario El Pueblo (1997), se refiere la historia de un tal padre Sanhuesa, de quien la tradicin dice que hizo tambin una ascensin al Misti, y enderez la cruz que encontr cada. Se cuenta que por temor a que el hijo fuera, en unos aos, peor que el padre, los arequipeos le pidieron al personaje mencionado, que hiciera algo por detener el crecimiento del pequeo volcn. Nadie lo creera; pero as lo hizo el sacerdote, quien mand a construir unos enormes "zunchos" de fierro y con ellos ci y apret al enano volcn, de tal suerte que ya no pudo crecer y se qued sin fuerza para erupcionar. Dicen que as permanece hasta hoy y que si alguien lo duda, haga un viaje de doce leguas al lugar, y lo encontrar ms aprisionado que beb de madre india.

LA MANO DELA CONDENADA

Una leyenda nos cuenta sobre una muchacha condenada, que despus de tres das de haber sido sepultada en el cementerio, inici su espantosa labor de mostrar, de vez en vez, una de sus plidas manos por sobre la tierra; como si quisiera agarrar o asirse de algo o de alguien. Fue en este afn que el sepulturero del lugar se percat, no sin llevarse menudo susto primero, del inusual acontecimiento, y fue a dar aviso al cura del pueblo, para que ste pusiera fin o santo remedio a tal gnero de situaciones de ultratumba. Cuando el curita, al ir al cementerio, confirm el suceso, sin quererlo fue vctima de la mano que cogi fuertemente uno de sus pies; lo que lo llev, desesperadamente, a defenderse de los terribles jalones y araazos de la condenada; esto gracias a la ayuda de un ltigo que haba tenido a bien llevar. Una vez resuelto el impasse, no tuvo mejor idea que acercarse a la casa de la madre de la muchacha, y preguntarle cmo haba sido la susodicha en vida. Al saber el cura sobre los acostumbrados maltratos que durante dieciocho aos tuvo por costumbre recibir la madre, resolvi con el consiguiente permiso de los familiares desenterrar el cuerpo de la condenada -esto con ayuda del sepulturero-, y volverlo a meter en la fosa; pero esta vez boca abajo, para que molestara slo a las almas del infierno.

Pablo Nicoli