El juicio del criterio: la crítica de/en Baja California
Humberto Félix Berumen
La función de la crítica, claro está, no es inventar obras, sino ponerlas en relación: disponerlas, descubrir su posición dentro del conjunto y de acuerdo con las predisposiciones y tendencias de cada una. En este sentido, la crítica tiene una función creadora: inventar una literatura (una perspectiva, un orden) a partir de las obras.
Octavio PazCorriente alterna
1. Notas para fundamentar la crítica
Es de preguntarnos por el quehacer de la crítica literaria en Baja California (trayectoria,
perspectivas, propuestas), pues no es cuestión que pudiera ignorarse en el muy necesario
recuento de un siglo de numerosas y muy notables transformaciones. Motivo ella misma de
valoración crítica, bien sea porque no podría no someter a consideración sus mismos métodos
y resultados, bien sea porque siempre habrá de caminar de la mano, al lado o junto al
despliegue de las obras literarias, su presencia nunca ha sido ajena sino consustancial,
concomitante o necesaria a la creación misma; las obras literarias sólo habrán de cumplirse en
el muy necesario juicio crítico de quienes las aprecian, las valoran y –en consecuencia- las
sitúan en el espacio intelectual correspondiente. Crítica de la crítica, por tanto, debido a que no
se podría renunciar a la obligada tarea de auscultar el estado que guardan las manifestaciones
literarias de una época sin llegar a considerar su papel.
Diríase entonces que en el balance histórico la crítica literaria resulta la condición ineludible, el
requisito del cual no se podría prescindir a riesgo de mutilar una parte importante del recuento
necesario. Un breve recorrido, parcial, interesado, tal como corresponde a su propia naturaleza,
nos permitirá reconocer lo más significativo de un proceso cultural de innegables
consecuencias sociales. En tal sentido, ¿cuáles serían los principales aspectos de un proceso
cultural e histórico que no se limita sólo a lo literario? ¿Y cuáles, por tanto, las circunstancias en
las que se habría desplegado el ejercicio de la valoración crítica en el estado?
En lo básico, aclaración acaso innecesaria, me atengo a la concepción que ve en la crítica
una práctica cultural y discursiva cuyo propósito no sería otro que acercarnos a una mejor
comprensión de las obras publicadas. También, segunda aclaración no tan prescindible,
recurro a la interpretación pragmática que percibe en la crítica una forma particular de lectura
(construcción de un sentido particular) y tiene por ello su propia historia. En este caso la lectura
1
de una generación de críticos –mi propia generación-, quienes leyeron la literatura de Baja
California buscando tal vez encontrarse a sí mismos. No dice otra cosa el escritor argentino
Ricardo Piglia cuando sostiene que la crítica es una de las formas modernas de la
autobiografía: “Alguien escribe su vida cuando cree escribir sus lecturas”1.
2. En busca de la tradición posible
Habría que partir de un hecho: en Baja California, entendida como apreciación valorativa, como
ejercicio de la subjetividad social, la crítica literaria con características modernas es un hecho
más bien tardío: aparece sólo a mediados de los ochenta del siglo pasado y, se diría, a petición
de partes. Coincide con una época durante la cual la creación literaria conoce un momento de
relativo auge, cuando empieza el paulatino fortalecimiento de la infraestructura cultural y
educativa del estado y, de manera restringida pero aun así bastante significativa, cuando
habrían de ampliarse las dimensiones del campo cultural y artístico. Con todas las posibles
consecuencias que ese hecho conlleva en cuanto a la edición, publicación, distribución y
recepción de las obras de los autores locales. No obstante, y pese a todos los esfuerzos en
contra, el mercado de lectores seguirá estando limitado a los mismos interesados de siempre.
Casi de inmediato, y de modo paralelo o de manera simultánea, la crítica se aboca a la tarea
de precisar el panorama de la literatura en la entidad, a deslindar el escenario cultural dentro
del cual ella misma se inscribe. Entre otras razones, para responder a la pregunta por la
tradición a la cual se enfrentaban las nuevas promociones de escritores. Y así no se haya
formulado nunca de manera explícita, la encomienda pareciera haber sido una y la misma:
reconocer la existencia de una tradición que, aun siendo reciente, no carecía de antecedentes.
Pues tal como lo señalara entonces Sergio Gómez Montero: “Sí, tradición hay; la cosa es saber
en qué consiste”. Un trabajo valioso en ese sentido resultaría el precursor ensayo “En busca de
la literatura de Baja California”, de Patricio Bayardo Gómez. (Es de notarse la intención
manifiesta, que recuerda al legendario ensayo de Pedro Enríquez Ureña “Seis ensayos en
busca de nuestra expresión”, de 1928). Escrito en 1977 pero publicado en 1980, con
posteriores actualizaciones, ese trabajo constituye el primer recuento histórico en el que,
además de valorar buena parte de lo publicado hasta entonces, el autor esboza ahí la primera
cartografía literaria del estado2.
Más atrás, en los años previos, lo que hace las veces de crítica literaria se localiza en la serie
de elogios mutuos, diversos artículos de divulgación pública, prólogos en extremo laudatorios,
1 Ricardo Piglia, Crítica y ficcion, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, Argentina, 1986, p.ll.
2 El título del ensayo, como en Pedro Enriquez Ureña, supone la idea de la búsqueda una especificidad cultural regional.
2
casi ninguna reseña y varias notas con algunos comentarios sueltos. Como el sarcástico
comentario debido a Miguel Ángel Millán Peraza -en su “ensayo novelado” A Tijuana! (Nosotras
las gringas)-, quien a principios de los cincuenta se dolía de un “ambiente artístico-literario de
muy escasa monta” y en donde –mal de todas las épocas- había “mucho de chismografía en la
que se come prójimo… empujado con alcohol”.
En un contexto social marcado por la pobreza cultural y literaria, por la manifiesta debilidad
de la infraestructura educativa, así como por la falta de comunicación con los principales
centros urbanos del país, la ausencia de la crítica no sólo es resultado de las limitaciones
propias del entorno social, sino que corrobora y aun profundiza las carencias para hacerlas
más evidentes todavía. En los escasos medios disponibles, la reseña y el ensayo crítico
constituyen los grandes ausentes; a diferencia de lo que sucede con el cuento corto y la
poesía, que dispondrán siempre de una mayor atención. Letras de Baja California, la principal
revista de finales de los años sesenta, apenas consigna unos cuantos ejemplos. Su tarea es
promocionar la literatura, de ninguna manera señalar virtudes y defectos. El razonamiento iría
más o menos así: la crítica está bien para los escritores resentidos, aquellos a quienes la
ausencia del don creativo nunca les permitió acercarse a las puertas del paraíso artístico; y las
musas, ya se sabe, suelen ser esquivas a quienes no sienten ni habrán de sentir nunca el
arrobo de la inspiración poética.
Pero si la crítica se ejerce será siempre de manera restringida, y la mayoría de las veces,
como mero ajuste de cuentas personales. Esto hasta que poco a poco las circunstancias
obligan, ya durante la década de los ochenta, a tomar en serio la necesidad de someter a
reflexión cuanto se va publicando. Incluso si la figura y el estatus del escritor crítico sólo se
aceptan a regañadientes.
3. El pasado visto desde el presente
Si, en principio, a la crítica en funciones le corresponde reconstruir la tradición literaria, esto es,
articular la configuración del pasado desde la perspectiva del presente, la tarea comienza por
establecer los orígenes, es decir, por identificar el principio que, a modo de detonante inicial,
explicaría el desarrollo posterior y aun el destino de las obras porvenir. Y en Baja California el
origen se remonta, según la opinión más aceptada, hasta principios del siglo veinte y en un
espacio editorial específico: las páginas del periódico semanal El progresista, publicado en
Ensenada entre 1903 y 1904, cabecera entonces del Distrito Norte de la Baja California. En ese
espacio Pedro N. Ulloa, jefe de redacción del periódico, pública algunos poemas románticos,
varios cuentos cortos y, además, da conocer el único manifiesto literario en la historia del
estado ("Sobre literatura").
3
Para Luis Cortés Bargalló, en cambio, el principio se localiza en una época más remota
todavía, es decir, durante el periodo de evangelización de la península. Así, en su valiosa obra
en dos tomos Baja California, piedra de serpiente. Prosa y poesía (siglos XVII-XX) (1993),
Cortés Bargalló se da a la tarea de compilar lo más representativo de la tradición literaria en el
estado. La intención es clara desde el principio: extender lo más que sea posible el panorama
literario, incluyendo en el recuento general a la literatura oral indígena, de la que se sabe poco
o casi nada. No obstante, los argumentos para ampliar los límites de la tradición al pasado más
remoto no siempre resultarán los más convincentes. Un ejemplo es la inclusión de La
Californiada, poema épico sobre la tarea evangelizadora de Juan María Salvatierra. Su autor,
José Mariano de Iturriaga, nunca estuvo en la península y lo escribió en latín poco antes de la
expulsión de los jesuitas de la Nueva España. El poema habría de permanecer inédito hasta
que en 1979 fue descubierto y publicado en una versión y trascripción paleográfica de Alfonso
Castro Pallares. Por si fuera poco, el título del poema se debe no al autor sino al padre Gabriel
Méndez Plancarte.
Como éste, otros casos más obligan a pensar si no resulta excesivo ampliar las dimensiones
de la literatura bajacaliforniana a los textos de historiadores, cronistas y misioneros españoles.
Es decir, a un periodo bastante anterior a la conformación de lo que sería luego el territorio
norte de la Baja California. El origen de la literatura bajacaliforniana, sin duda alguna, se
encuentra en la literatura nacional pero quizá no haya habido una relación de continuidad, sino
una relación marcada por momentos de discontinuidad, aislamiento parcial o total y, asimismo,
de fuertes tensiones. Porque el proceso no fue nunca lineal ni ha carecido de serias recaídas,
con largos periodos de improductividad y repetición acrítica de modelos literarios obsoletos. La
historiografía tiene, pues, un problema que, más temprano que tarde, tendrá que resolver. Y
qué mejor si lo hace evitando caer en esquemas preconcebidos.
4. El asedio da sus frutos
Conforme avanza la tarea de dibujar el probable mapa de la literatura de Baja California se
reconoce asimismo el valor de lo publicado hasta entonces; se advierte la presencia de los
autores más representativos en un medio social precario; se seleccionan las obras más
significativas de cada época; se distribuyen los reconocimientos públicos a modo de
canonización; se identifican las coincidencias (estilísticas, históricas, temáticas) entre grupos de
escritores afines; se ejerce la valoración crítica a través de suplementos y revistas culturales
(Inventario, Identidad, Esquina Baja, Trazadura); se distinguen las posibles tendencias, y,
principalmente, se avanza en la configuración del corpus literario dentro del cual se localiza el
catálogo de las obras y los creadores a quienes se considera dignos de ser incluidos. De modo
4
paralelo se procede a la valoración, rescate y reimpresión de las obras agotadas o de las que
sólo se tenía breve noticia.
El panorama se va integrando conforme se aprecia mejor el valor literario de las obras más
importantes y, acto seguido, se procede a la publicación de varias antologías (generacionales,
temáticas, históricas). Las que además de facilitar el acercamiento a la lectura de textos ya
entonces inconseguibles, promueven el conocimiento público de quienes habían permanecido
en el olvido; y, sobre todo, ofrecen el panorama de lo más representativo en cuento, novela,
ensayo y poesía. Su contribución es innegable al propiciar el reconocimiento de los grupos de
escritores de diferentes épocas.
5. El juego de las generaciones
Si, en lo fundamental, una generación literaria corresponde a un grupo de escritores de la
misma edad, quienes buscan diferenciarse de las generaciones anteriores, comparten entre sí
experiencias vitales, lecturas formativas, gustos similares…, en Baja California la severa
discontinuidad hace problemático hablar de generaciones literarias en sentido estricto; en todo
caso de afinidades y tendencias entre escritores con intereses más o menos idénticos. A
menudo se trata de agrupaciones cronológicas construidas mucho tiempo después, más que
de generaciones orgánicas. Y suelen ser más los casos de escritores aislados que la presencia
de grupos con una identidad reconocible, más allá, si cabe, del espíritu cultural de cada época.
El intento por fijar las generaciones poéticas de Baja California no ha sido hasta ahora sino
un esfuerzo sin mucho sustento histórico. Pensar, p.e., en un esquema que distinga (en rigor
una distribución por décadas) entre una generación bohemio-periodística, del medio siglo, de la
californidad, de la ruptura o de fin de milenio, es cuando menos una imposición externa que no
se corresponde con las evidencias empíricas. Uno entre varios casos cuestionables: ¿qué
parentesco generacional puede haber entre Josefina Rendón Parra y Fernando Sánchez
Mayans o entre Julio Armando Ramírez Estrada y Olga Vicenta Díaz Castro? Ni en formación
ni en temperamento literario existen elementos como para reconocerlos, a posteriori, como
parte de una misma generación. Las diferencias suelen ser más y de mayor peso que las
posibles coincidencias generacionales.
Lo más parecido a una generación se localizaría durante los años sesenta con la llamada
generación de la Californidad. Pero en realidad es sólo otra promoción más de escritores,
conformada por personas de mayor edad y culturalmente ya formados antes de su arribo a la
entidad. A diferencia de lo que sucede con las siguientes promociones, las que se van
integrando por escritores jóvenes, formados y educados en las condiciones sociales propias del
estado. Durante los primeros años del siglo actual lo que se sí reconoce es la coexistencia de
5
tres diferentes promociones de escritores. Aunque también en este caso resulta problemático
distinguir la presencia de generaciones con un perfil reconocible.
En el recuento general tampoco se podrían identificar corrientes estéticas ni la presencia de
movimientos literarios (novela de la revolución, literatura de la onda…) sino, a lo mucho, de
manifestaciones literarias aisladas. Las que hicieron su aparición pública en determinados
momentos y, a su manera, respondieron a diferentes circunstancias sociales. Es sólo durante
los últimos años cuando se advierte la presencia de obras perdurables, en las que bien podrían
reconocerse los signos más logrados y consistentes de nuestra modernidad periférica.
6. Fijar los límites del corpus
El recuento de lo publicado es lento pero en el transcurso se irán reconociendo las
peculiaridades que, más tarde, permiten identificar las dimensiones de una literatura regional,
con todas las limitaciones que se quiera. Señalan un primer momento de la valoración crítica
en cuanto a las principales obras, los autores y, con todo ello, un momento de
autoconocimiento o, mejor, de conciencia de sí misma, de sus antecedentes y sus
circunstancias. Por lo que el proceso lleva adjunto la necesidad de delimitar los distintos
momentos por los cuales fue atravesando la literatura en su despliegue histórico, las épocas,
los periodos y las distintas promociones.
Dar cuenta del corpus literario no es, sin embargo, una tarea menor ni se limita sólo a ofrecer
una probable lista de obras y autores. Desde una perspectiva histórica implica el acercamiento
crítico al conjunto orgánico de las obras que sobresalen por su valor estético. Será por tanto el
resultado de la selección y ordenamiento de una tradición dada, pero sobre todo de la
interpretación crítica, de las continuas revisiones y relecturas, resaltando en el proceso las
singularidades y las divergencias. Es decir, una respuesta intelectual antes que un ejercicio de
clasificaciones sin consecuencias visibles.
7. El impulso modernizador
En Baja California la modernización cultural y literaria corresponde, en términos generales, a
una puesta al día en materia de innovaciones técnicas, de lecturas todavía pendientes, de la
asimilación y el conocimiento directo de las obras y autores contemporáneos y, aunque no en
ese preciso orden, también del acercamiento a lo mejor de la literatura internacional. Sin ser
determinante, a la renovación literaria la apuntalan el paulatino fortalecimiento de las
instituciones culturales y educativas, las que desde mediados de los ochenta facilitan la
formación de un campo cultural todavía precario pero creciente. Así como las facilidades de
comunicación con los principales centros urbanos del país.
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En lo básico, la modernización de las formas literarias corresponde sobre todo a la
superación de una noción de la literatura ya anquilosada en cuanto a la repetición acrítica de
antiguos modelos poéticos, entre los que se encuentran los viejos resabios del modernismo y el
romanticismo. Las novedades llegan a destiempo o en forma aislada. Pero así no se avance de
manera significativa durante los siguientes años, el resultado más visible corresponde a la
aparición de una nueva sensibilidad artística (los casos de Eliseo Quiñones y de Horacio
Enrique Nansen). Lo que en resumidas cuentas se traduce en la apertura hacia nuevos temas,
el dominio de las técnicas de escritura contemporánea, la asimilación de las vanguardias
literarias, la recreación estética del lenguaje coloquial fronterizo, etc.
En ese mismo escenario aparecen los talleres literarios que, entre otras consecuencias,
promueven el firme aprovisionamiento de recursos, técnicas y enfoques; el ejercicio de la crítica
grupal como método de aprendizaje directo en cuanto al uso de procedimientos narrativos y
poéticos; la asimilación de estilos literarios y formas expresivas contemporáneas y, con todo
ello, las exigencias del rigor autocrítico. Así, por ejemplo, se pierde en improvisaciones lo que
se gana en el cuidado formal, el verso tradicional cede ante la avalancha de poemas en verso
libre, las estructuras narrativas adquieren un mayor grado de complejidad, y, en general, el
cuidado del lenguaje se percibe como un valor en sí mismo.
8. La modernización de las formas literarias
Mucho antes que en la prosa narrativa (cuento y novela) la modernización inicia en el terreno
de la poesía, y es durante la década de los años setenta cuando se reconocen los primeros
síntomas de un cambio que, a la postre, resultará decisivo. Una pequeña antología, Siete
poetas jóvenes de Tijuana (1974), constituye el intento más importante por acercarse a los
valores de la poesía contemporánea, lo mismo nacional que extranjera. Pero lo que se advierte
a la distancia es la muy comprensible necesidad –apunta Gabriel Trujillo Muñoz- de ser y
sentirse contemporáneos de sus contemporáneos, la mayor aspiración de quienes han
padecido la difícil experiencia de vivir en los márgenes de la periferia nacional.
Parvada. Jóvenes poetas bajacalifornianos, antología publicada a mediados de los años
ochenta, recoge precisamente lo mejor de una nueva actitud poética. Tal como se confirma en
la reiterada desacralización de temas, tabúes y lenguajes. El poema “En secreto” de Rosina
Conde –por citar- adviene el emblema de la apertura hacia el uso literario de un lenguaje sin
eufemismos, de la apertura a temas hasta entonces proscritos y de la abierta exaltación de la
sexualidad y el erotismo femeninos. Esto sin omitir los cambios en cuanto a las formas
poéticas que también ahí se registran con notable acierto. A partir de entonces la poesía
hablará con voz distinta, usa otro ritmo, otra entonación (ajena ya al tono declamativo y
7
edificante de antaño), con otra concepción de la vida, y, sobre todo, porque habrá de dirigirse a
un lector diferente (más libre o menos atado a los convencionalismos, a las dictaduras del
“buen gusto” o el “buen decir”).
Frente al lirismo exaltado, el sentimentalismo o la ensoñación romántica, las libertades del
coloquialismo, del verso libre, el prosaísmo y la contracultura de la nueva época. Todos los
temas y en todas las formas posibles. Y aun cuando en todo el país disminuye drásticamente
el interés por la poesía, no desaparece el entusiasmo de quienes asumen la poesía como
vocación y necesidad expresiva. Varios volúmenes, entre otros, lo confirman con creces y con
un notable grado de madurez poética: Blues Cola de largarto (1985), La ciudad que recorro
(1988), Atisbos (1991), La poética genealógica (1999), La casa del centro (2001), Estado del
tiempo (2005), Afiles (2007), El órgano de la risa (2008) y Todas estas puertas (2008).
Pero en la prosa narrativa la renovación es posterior y surge de manera bastante tímida.
Tardan en asimilarse las lecciones que darán paso a una visión más actualizada de la narrativa
contemporánea. Por lo que, a su manera, Fuera del cardumen y De infancia y adolescencia,
ambos títulos de 1982, ilustran el lento proceso del aprendizaje narrativo. Si el primero, una
obra colectiva, se resiente todavía de la inexperiencia narrativa de unos pero exhibe
claramente el ímpetu narrativo de los escritores más jóvenes (Luis Humberto Crosthwaite,
Héctor Daniel Gómez Nieves, Jesús Guerra); el segundo título, de Rosina Conde, permite en
cambio vislumbrar la energía y la madurez alcanzada por una notable narradora. No obstante,
el proceso es en general notoriamente lento y, salvo unas cuantas excepciones, los avances
sólo serán perceptibles a la distancia.
Como sea, la renovación narrativa es irreversible, lo que a la postre terminará por modificar
las concepciones vigentes (técnicas y culturales) acerca del cuento, la novela y la crónica. Dos
antologías posteriores recogen no ya las búsquedas tentativas sino lo mejor de un periodo que
se anuncia como de maduración y fortalecimiento narrativo: Tierra natal (1987) y El cuento
contemporáneo en Baja California (1996). Eso en un primer momento, porque al promediar la
década de los años noventa lo que se reconoce es la presencia de varios escritores
importantes, y si no totalmente inmersos en la modernidad narrativa, sí conscientes de los
caminos que habrán de conducirlos a su resguardo.
Los niveles de calidad son bastante aceptables, y libros (cuento y novela) como Miríada
(1991), Pegado a la herida (1993), El gran pretender (1992), No quiero escribir no quiero
(1993), Arrieras somos… (1994), Laberinto (A times goes by) (1995), La Genara (1998), Esta
no es una salida, postcards de ocio y odio (1996), Buten Smileys (1997), Orescu (2000), Idos
de la mente. La increíble y (a veces) triste historia de Ramón y Cornelio (2001), 41 Clóset
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(2006), Isla de Cedros (2006), Las planicies del verano (2008) y Póker del hombre triste en la
tarde azul (2009) confirman no ya los intentos de modernización narrativa, como la reafirmación
de un proceso que se consolida con excelentes resultados artísticos. Mucho hay en ellos de
divertimento, de exploración formal y temática, pero asimismo en cuanto a la existencia de una
nueva sensibilidad narrativa. La modernidad se vislumbra desde el empleo de procedimientos
novedosos, donde la forma resulta tan importante como el fondo y la variedad de estilos,
tratamiento de sus temas y atmosferas son asimismo síntoma del aprovisionamiento de los
recursos narrativos contemporáneos. Al margen de cómo sean valorados esos y otros títulos es
evidente, en los escritores de oficio más consolidado, que se ha dejado de lado el
provincianismo artístico.
9. Una historia otra
Al promediar la década de los años ochenta la crítica considera seriamente la necesidad de
valorar la literatura de Baja California dentro del contexto y la dinámica más amplia de la
literatura mexicana. El proceso lleva a señalar, entre otras y muy previsibles consecuencias, el
histórico desfase existente en cuanto a los niveles de calidad (Leobardo Saravia Quiroz), esto
es, a reconocer la distancia entre lo que entonces se publica y se difunde desde los principales
centros urbanos del país y lo que, desde esta parte del territorio nacional, se va produciendo.
Los niveles de calidad se encuentran muy por debajo de lo que ya por entonces se escribe y
promueve desde la metrópoli. Desfase que, en esencia, refiere la existencia otro tiempo
literario distinto. La desigual distribución de los recursos literarios se acentúa en las periferias
del sistema literario nacional.
Es inútil, por obvio, afirmar que la dicotomía provincia-capital no explica a cabalidad las
desigualdades existentes, pero es en el examen crítico de la tradición local lo que lleva a
pensar en una historia otra, con ritmos y procesos culturales distintos a los que habría seguido
la literatura producida y difundida desde los principales centros del país. La asincronía literaria
es síntoma no únicamente de las diferencias formales sino de dinámicas sociales distintas, las
que hicieron de las literaturas llamadas de provincia (o de tierra adentro) expresiones
desfasadas, con otros ritmos y tiempos diferentes. Esto hasta años todavía recientes.
10. En las fronteras de la canonización
Si, en sentido estricto, las antologías literarias suelen postular nuevas estrategias de lectura
intertextual, también contribuyen a fijar los criterios de valoración estética. Participan además en
los mecanismos de canonización y validación crítica. Se puede hablar por ello de una canonización
antológica, que en el caso de Baja California ha sido una importante fuente de reconocimiento
público de los principales escritores. Ya se trate de antologías locales tanto como de antologías
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nacionales e, incluso, de antologías internacionales, todas han ayudado a precisar la trayectoria,
las perspectivas y aun la valoración crítica, tanto de las obras como de los temas y los autores más
representativos.
Tampoco ha estado ausente la canonización académica, aquella de los estudios
especializados en torno a determinados aspectos y conforme al uso de ciertas teorías literarias.
Estudios realizados tanto por críticos bajacalifornianos (Sergio Gómez Montero, Gabriel Trujillo
Muñoz, Humberto Félix Berumen), como por mexicanos residentes dentro y fuera del país
(Miguel Rodríguez Lozano, Socorro Córdoba Tabuenca, Édgar Cota Torres, Graciela Silva
Rodríguez, Lauro Zavala) y varios extranjeros (Diana Palaversich, Linda Po-Hoe Ma, Nuria
Vilanova, Claire F. Fox, Mario Martín, Pablo Villalobos, Paul Fallon, Joan Lindgren, Harry
Polkinhorn, Darrell B. Lockhart, Bobby Byrd, Bruno della Chiesa, Anais Fabriol, Juan Carlos
Ramírez, Santiago Vaquera-Vázquez), además de la traducción de los escritores más
representativos, todos han contribuido a la valoración y canonización de determinados
escritores.
Por razones comprensibles (pero no justificables) los autores más citados, traducidos,
antologados y estudiados a la fecha son narradores: Rosina Conde, Luis Humberto
Crosthwaite, Gabriel Trujillo Muñoz, Rafa Saavedra y Heriberto Yépez. La realización de tesis y
ensayos en torno a éstos y otros escritores tiende a incrementarse.
11. La literatura de la frontera
Debido principalmente al patrocinio activo del Programa Cultural de las Fronteras, que en poco
más de una década promueve decididamente el conocimiento de los escritores de la frontera
mediante la organización de encuentros, coloquios, mesas redondas y publicaciones diversas,
surge la reflexión en torno a las condiciones socioculturales en las cuales se realiza la creación
literaria fronteriza, sus peculiaridades (formales o temáticas) y sus posibles perspectivas. La
noción de una literatura de la frontera norte aparece durante esta época y, tal vez sin habérselo
propuesto abiertamente, abre la oportunidad para la construcción de un nuevo espacio
discursivo dentro de la literatura mexicana (Sergio Gómez Montero). La descentralización
cultural –todavía limitada e insuficiente- no elimina las asimetrías ni suprime las desigualdades
existentes, pero contribuye en la tarea por alcanzar el reconocimiento de los escritores del
norte del país. Para Baja California el hecho significa su inserción dentro del vasto panorama
literario nacional.
12. Los últimos años
Traspuesto el siglo veinte, las condiciones culturales son otras por lo que la situación de la
literatura de Baja California y, con ella, la situación de la actividad crítica es otra también. No
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sólo porque han cambiado las circunstancias, sino debido a que la literatura enfrenta el
proceso de reacomodo dentro de la escala de los valores en la sociedad contemporánea, con
la consecuente pérdida del antiguo prestigio que mantuvo hasta hace muy poco tiempo. Si
hace todavía unos cuantos años atrás se podía reconocer el peso de lo literario, hoy el
paradigma mismo de la cultura literaria parece estar en entredicho. A diferencia de las
generaciones anteriores, formadas en la literatura (“Se escribe en la literatura con la literatura”:
Nelson Osorio T.), las fuentes de aprovisionamiento temático e iconográfico se localizan ahora
en el cine, la televisión y, notoriamente, en la experiencia determinante de las nuevas
tecnologías. Ya no provienen del canon literario, sino de la cultura audio visual y de los medios
electrónicos de comunicación, quienes hoy ofrecen las claves de la vida moderna e integran el
imaginario social.
Pero en ese escenario no es de menor importancia los cambios de los últimos años, y entre
otros:
La progresiva acumulación de cierto capital cultural, del fortalecimiento de las
instituciones educativas y de la consolidación del campo literario. Sin bien todavía no lo
suficiente ni en las dimensiones que acaso se requieren;
La reafirmación de las tendencias modernizadoras en cuanto a la renovación de los
sistemas expresivos y que, de modo paulatino, promueven –además- la incorporación
de los escritores a esa patria común que es la modernidad contemporánea;
La presencia de varios autores valiosos, quienes finalmente trascienden las limitaciones
del medio ambiente social, buscan la legitimización desde la metrópoli y, de alguna
manera, terminan insertándose en el escenario más general de la actual literatura
mexicana (Luis Humberto Crosthwaite, Rosina Conde, Gabriel Trujillo Muñoz, Heriberto
Yépez, Jorge Ortega, y otros más);
El paso de un regionalismo literario de escasa relevancia a un regionalismo no-
regionalista, es decir, el paso a un regionalismo desde el cual resulta posible leer e
interpretar el universo mismo. Lo que no es decir poca cosa;
No ha sido menor ni menos significativo el proceso de consolidación de varios de los
más importantes escritores, quienes han asumido el reto de su incorporación dentro de
la tradición nacional.
Por lo que hace a la crítica literaria son varios todavía los pendientes y muchas más las
carencias. Apunto sólo algunas cuantas a modo de conclusión:
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Siguen siendo escasas las reseñas críticas que regularmente den cuenta de lo
publicado y, en general, de los ensayos críticos que amplíen en profundidad la
apreciación de las obras literarias;
Escasean asimismo los trabajos de investigación (tesis, monografías) que incidan en el
conocimiento más detenido de obras, épocas y autores por igual;
Pese a los trabajos de investigación realizados a la fecha, se sigue careciendo de una
historia social de la literatura de Baja California, la que debiera dar cuenta de su
complejidad, especificidad histórica y cultural, problemática, modelos artísticos, etc.;
La necesidad de contar con una crítica literaria más beligerante e incisiva, la que dé
cuenta de la literatura dentro del complejo panorama de la cultura de la globalización,
que emprenda una revisión de la historia literaria y que considere además la recepción
pública de las obras, pero que asimismo valore las expresiones de la literatura oral,
popular y de masas;
Y, en general, la urgencia de crear público, es decir, de promover la formación de
nuevos lectores.
Esa es, por ahora, la manera de como yo entiendo el despliegue de la crítica literaria de/en
Baja California a través del largo y dilatado periodo de cien años. Un siglo, como queda
asentado, de numerosas y muy notables transformaciones sociales. Incluida ahí la crítica
literaria.
Antologías
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12
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Addenda
Publicado en una primera versión (e incluido en la obra colectiva Baja California, a cien años de la
revolución mexicana 1910-2010, 2010) resume en buena las conclusiones , revisa algunas de las
conclusiones y abre a su vez la necesidad de ampliar
En ese mismo sentido van las siguientes notas. Una perspectiva para explorar
“escritores superrregionalistas” (ver Antonio Candido y Carlos Pacheco)
Tal vez la noción de literatura regional para referirnos a la práctica literaria resulta una noción
bastante restrictiva
Habría que partir de un hecho:
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