El origen de las Sombras de Grey – Primera Sombra (Capítulo 1)
Capítulo 1 – La primera Sombra
Mama tiene un pelo muy bonito. La miro. Está pálida. Su cara esta completamente
blanca excepto la parte de las mejillas que hay bajo sus ojos. Esa parte de su cara es
negra.
“Cariño, mama necesita descansar”. Ese soy yo. Yo soy “cariño”. A veces soy Christian
a veces soy “Cariño”. Se gira y me mira. Tiene unos ojos preciosos.
“¿Estas cansado cariño?” Sus labios están secos, necesitan agua. Me gustaría abrir la
boca y poder decirle que no, que no estoy cansado, que quiero comer, que tengo frío.
Sin embargo no puedo. Mi voz no funciona. No funciona como la de ella. No funciona
como el de resto de la gente. Asiento con la cabeza. Digo que sí. Que estoy cansado,
aunque no lo estoy. Miento. Soy un mentiroso. Los mentirosos son malas personas. Los
mentirosos deberían ser castigados.
“Vale Christian, hora de ir a dormir”. Me gustaría poder dormir con mama, pero ella me
da la espalada, se estira en el suelo y cierra los ojos. Tiene un manta, pero aún tiembla.
Le doy también mi manta, y voy corriendo a buscar a Car. Car quiere que lo sujete de la
mano, así que lo hago. Me quedo tumbado en el suelo en la esquina. Lo abrazo le doy
un beso. Él sonríe. Mama hace un ruido. Sus ojos gotean. Se abren. Me mira. Me mira a
mí ¿Por que están goteando?
“Son solo lágrimas, Cariño”. Su voz suena cansada. Ella sabe que es lo que estoy
pensando. Lágrimas, las lágrimas son agua. A veces de mis ojos también brotan
lágrimas, pero no se porque. Cuando mi estomago hace ruidos y me duele el pecho,
lagrimas escurren de mis ojos como de los de mama. Me gustaría decírselo, pero otra
vez no me salen las palabras. Me vuelvo hacía Car. Car nunca llora.
La puerta se abre, mama se asusta, le cuesta respirar. Lágrimas. Él está ahí. Él no tiene
nombre. No conozco el nombre de ninguna otra persona salvo el de mama y el mío. Yo
tengo dos nombres, Cariño o Christian. ¿Porqué dos nombres? Car solo tiene un
nombre, Car. Yo le puse ese nombre. También le puse un nombre a él. Le llamo el
Hombre Malo. Mama, Cariño Chritian, Car y el Hombre Malo.
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“Levanta puta. Tengo un trabajo para tí”. Mamá intenta levantarse. ¿Puta? Su nombre es
mama. El hombre malo está enfadado, le da una patada. A mama se le saltan las
lágrimas.
¡Mama esta cansada!, quiero decirle. Que esta cansada significa que necesita descansar,
no trabajar. No se como decírselo al Hombre Malo. Quizás Car pueda. Lo miro. Parece
que él tampoco puede hablar.
“¡Christian necesita comer!” Ese soy yo. Yo soy Christian, y estoy hambriento. ¿Como
sabe mama eso?
“Déjalo… ya le daré yo de comer a ese bastardo” ¿Tengo tres nombres?
Lleva un pequeño palo en la boca. Esta encendido y hace luz. Odio los palos de luz,
huelen mal. Están calientes y hacen mucho daño cuando me los restriega en la piel.
Mama trata de levantarse pero lo hace demasiado lento. El Hombre Malo la coge del
pelo y la estira. A veces me pregunto si mi pelo es bonito. Lo siento en mi cabeza pero
no se como es. El Hombre Malo empuja a mama. La levanta suelo de un tirón. Dice
algo sobre encontrarse con Ricky en el piso de abajo. ¿Es Ricky un nombre? Golpea la
puerta. La pared tiembla. Cada vez que el Hombre Malo me mira, no puedo evitar que
más lagrimas escurran de mis ojos.
“¿Qué quieres de comer imbécil?” Cuatro nombres. No quiero comida fría. Cuando
como comida fría me hacen daño los dientes. Quiero decirle al Hombre Malo que quiero
comida caliente, pero de nuevo no me salen las palabras. Levanto a Car y lo sostengo
hacía él con la esperanza de que le diga algo. No le dice nada. El Hombre Malo lo coge
de la cabeza y le da una patada. Hace un ruido gracioso. Car no llora cuando el Hombre
Malo lo golpea contra la pared, pero yo sí. Me duele el corazón. Tiembla y hace ruido.
No se si el Hombre Malo y Car pueden oírlo. El Hombre Malo me coge del brazo y me
levanta de un tirón. Mi garganta hace un ruido extraño. He oído a mama hacer ese ruido
antes. Caigo. Me vuelve a sujetar por el brazo. Me restriega el palo de luz en la espalda.
Dolor. Finalmente salen de mi boca algunas palabras. Es el único momento en el que
soy capaz de decir algo, cuando el Hombre Malo me toca con el palo de luz. Mi boca se
abre. Grito. Mis ojos se inundan de lagrimas. Él coge el palo de luz y vuelve a ponérselo
en la boca, me arrastra hasta hasta la esquina. Me aprieta. Pienso que me va a arrancar el
brazo. Espero que no me arranque los dos para poder sujetar a Car con el otro. El
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Hombre Malo me tira un plato de comida fría a los pies. Son guisantes. Me duele la
tripa solo mirarlo. No dice nada más. Abre la puerta y se va otra vez. Oigo un clic. Se
que la puerta no se volverá a abrir. Al menos hoy no. Ha cerrado con llave así que hoy
ya no podré salir.
Corro hacia Car. El brazo por el que me cogió el Hombre Malo aún me duele, así
que utilizo el otro para abrazarlo. Car debe estar hambriento también. Le doy un beso
contento de ver que él no tiene lágrimas en los ojos. Me siento junto a los
guisantes. Están fríos. Pongo uno en mi boca. Están fríos y duros. Intento masticarlos
pero no puedo. Dejo de intentarlo cuando comienzan a dolerme todos los dientes. Le
doy un guisante a Car pero a él tampoco parecen gustarle. Cojo la manta y me tapo. Me
tapo yo a Car y a los guisantes. Me duele la tripa. Vuelven a escurrir lágrimas de mis
ojos y no entiendo por que.
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Capítulo 2 – La Segunda Sombra
Mamá tiene otra vez lágrimas en sus mejillas. Solloza desconsolada en un rincón de la
habitación. Veo brotar de sus ojos más lágrimas que nunca.
Al llorar hace ruidos extraños. Car y yo corremos a la otra esquina de la sala. Nos
escondemos bajo la mesa y nos tapamos los oídos. Quiero preguntarle a mamá porque
llora pero no encuentro las palabras. Quiero hablar. Hay tantas cosas que quiero decir.
Tantas palabras. Pero no puedo.
El Hombre Malo está en la habitación. Grita. Camina de forma nerviosa de un lado a
otro. De repente, y sin venir a cuento, comienza a golpear las paredes.
Se acerca a mí. Me saca de un tirón de debajo de la mesa. Levanta la mano.
Duda un instante y acto seguido me pega en la cara con la palma de la mano. El
chasquido del golpe se retumba en toda la casa. Mamá grita. Le llama hijo de puta. Él
le dice que la puta es ella. Que es una zorra y que por eso va a follársela.
“Voy a follarte, quieras o no” – le dice.
Intento dormir.
Cuando el Hombre malo me pegó no lloré. Ya no tengo lágrimas. Tantos gritos, golpes
y ruido nos mantienen a Car y a mí despiertos.
Me duele la barriga.
Los guisantes que comí hacen que mis tripas se retuerzan. Vomito.
El Hombre Malo monta en cólera. He vomitado. No quería vomitar. Quise explicárselo.
Yo no quería. No me escucha.
El Hombre Malo está ahora sobre mamá. Ella no hace ningún ruido. No hace nada. Él se
mueve de atrás hacía delante. La empuja una y otra vez con sus caderas. Aprieta los
dientes. Hace ruidos. Mamá no dice una sola palabra. De repente comienza a llorar. Gira
la cabeza y me mira.
“Mira para otro lado cariño, no mires” – me dice. Ese soy yo, “Cariño”.
¿Qué no mire el qué? ¿A dónde se supone que tengo mirar?
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Mamá comienza a gemir. Él sigue encima de ella. Obedezco a mamá y miro a Car. Lo
aprieto fuerte contra mi pecho y le obligo a mirarme a mí. Ahora Car tampoco puede
ver nada.
Quiero decirle a Car que el Hombre Malo está haciendo daño a Mamá. Que él debería
ayudarla.
Abro la boca pero no consigo que de ella salga palabra alguna. De repente el Hombre
Malo y mamá al fin se quedan quietos.
Él ya no se mueve. Mamá tiene sus brazos alrededor de él. Parece que le esté abrazando.
El Hombre Malo nunca me ha abrazado. Solo mamá me abraza. El hombre malo se
levanta. Me mira. Sus ojos son malos. Sus ojos son tan malos como él.
Cojo a Car y lo abrazo con fuerza.
Me doy cuenta de que estoy abrazando tan fuerte a Car que podría estar haciéndole
daño. Le miro. Me mira. Tengo miedo de haberlo aplastado. Por suerte Car está bien.
“¿Qué estas mirando capullo?” – Hoy también soy “Capullo”.
Cariño, Christian, Capullo, Bastardo.
No sé de qué habla pero tengo miedo de no responder y que me vuelva a hacer daño.
Asiento con la cabeza.
Car me ha dicho que asienta con la cabeza, que es lo que el Hombre Malo espera de mí.
Se ríe. Saca un palo de luz de bolsillo y lo enciende. Mis piernas se aflojan y comienzo
a temblar. Es miedo. Vuelve a pegarle una patada a mamá.
“¿Lo ves puta?, al pequeño bastardo le gusta mirar. Quizás acabe convirtiéndose en un
hombre al fin y al cabo”
Mamá. No puta. Su nombre es mamá. De nuevo muevo los labios pero no me salen las
palabras.
“¡Es solo un niño, hijo de puta!”. “¡Déjame en paz!”. “¡Nunca vuelvas a hacerme esto
delante de él!” – Mamá vuelve a gritar.
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Me duele la cabeza. ¿Niño? ¿Otro nombre? Porque todo el mundo tiene tantos nombres?
¿No hacer el qué delante mío?
“No me hables así zorra o le pego una paliza al bastardo. Te aseguro que será mucho
peor que haber mirado”. – El hombre malo vuelve a perder el control otra vez. Está
loco. Siempre ha estado loco. Mamá no vuelve a alzar la voz. Vuelve al rincón de la
habitación y comienza otra vez a llorar. ¿Puta o zorra? Creí que su nombre era mama.
Quizás todos tenemos más de un nombre.
Miro a Car. Está en el suelo. Lo recojo con cuidado. Car solo tiene un nombre.
Me siento mal por no haberle dado también otro nombre. Me prometo a mi mismo
buscar otro nombre con el que poder llamarlo.
Capítulo 3 – La Tercera Sombra
Mama llevaba un rato sin haber vuelto a derramar una lágrima. No lo hizo incluso
cuando el Hombre Malo llegó y entró en casa.
Mama está en el suelo. El hombre malo la patea varias veces con la punta del pie. Sin
fuerza. Como si esperará que mamá le dijera algo.
Mama no se mueve. No dice nada.
“¿Qué mierda ha pasado aquí”. Se agacha, coge a mamá y la levanta del suelo.
Se gira y me mira. Me mira a la cara con sus ojos de loco. Pienso en lanzarle a Car, pero
no lo hago. No quiero hacerle daño. No quiero hacerle daño a Car.
Dejo el vaso de agua amarga que me dio mamá en suelo. Me siento. Quiero desaparecer.
Quiero que la tierra me engulla.
“¿Qué coño ha pasado?” insiste, sin apartar su mirada de mi.
No sé qué decirle. No sé a qué se refiere. Recuerdo lo que me dijo Car. Asiento con la
cabeza.
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“¡Jodido y retrasado subnormal!”. Otro nombre.
No digo nada. Lo único que recuerdo es a mama diciéndome que me quería, hace tan
solo unas horas. Me dijo que lo sentía. ¿El qué sentía? ¿Porque lo sentía? Me dijo que
fuera con ella, pero no pude. No quise.
“Cariño, mama te quiere.” “¿Me quieres?” No digo nada. Tampoco asiento con la
cabeza como hice otras veces. Por favor cariño, quiero escuchar tu voz al menos una
vez. Car no dice nada.
“Por lo menos acércate aquí cariño. Déjame que te dé un beso.” No quiero un beso. No
quiero que me toque.
“Oh, Christian. Siempre pensé que cuando tuviera un bebe, le daría amor y podía criarlo
en una bonita casa con columpios en el jardín de atrás. Pensé que podría leerle cuentos y
ver como crecía.”
“Lo siento cariño. Lo siento mucho.”
Sus lágrimas de repente se tornan sollozos. No quiero volver a mirarla. Miro a Car.
“Buen chico. Vete a jugar con Car. No me mires. Cuida de él”. Los sollozos se tornan
llanto.
¿Cómo sabe su nombre? ¿Se lo diría mientras dormía?¿Se lo diría Car?
Me voy a la esquina de la habitación y me siento en el suelo. La respiración de mamá se
acelera y su llanto desgarrado se hace cada vez más y más ruidoso. Cierro los ojos con
fuerza.
Al cabo de unos minutos todo cesa. Se hace el silencio. Eso es todo lo que recuerdo.
Quiero decirle al Hombre Malo que es lo que recuerdo. No entiendo nada. Miro a car.
Él tampoco entienda nada.
El hombre malo coge algunas cosas y se va. Cierra la puerta. Se oye un golpe seco.
Cojo a car, me acerco a mama. El hombre malo la levantó del suelo y la llevó a la cama.
Le toco la cara y le acaricio el pelo. Esta fría. No se mueve. La cubro con una sábana.
Está durmiendo. Juego con su pelo.
7
Ella me enseñó a hacer trenzas. Le gustan las trenzas. Le hago unas trenzas para darle
una sorpresa cuando se despierte.
Estoy cansado. Vuelvo al rincón del salón y abrazo a car. Me duele la barriga. Mi boca
está seca. Pegajosa. Tengo sed. Intento levantarme pero no puedo. Cierro los ojos y
siento que mi estómago me duele aún más. Tengo miedo. Quiero que venga mamá.
Trato de decir su nombre pero no me salen las palabras. Empujo a Car. Consigo
ponerme en pié. Voy a buscar a mamá. No se despierta. No llora. No dice nada. Sus
labios están azules. Mi cabeza me duele mucho. Mama puede arreglarlo. Solo tiene que
levantarse pero no se mueve.
No puedo respirar. Siento como mi garganta se cierra. Siento como el aire que queda
dentro de mis pulmones está caliente. Estoy mareado. Comienzo a sudar. ¿Mi cuerpo
está llorando? Mi piel está húmeda. No puedo abrir los ojos.
No es hambre. He sentido hambre otras veces.
Mamá una vez me habló de una amiga que había tenido cuando era pequeña.
“Era una chica algo más pequeña que yo con la que jugaba en los columpios que había
en el jardín de atrás de casa.” Me dijo.
Le pregunte que eran unos columpios, y ella me hizo cerrar los ojos.
“Imagina un trozo de madera con cadenas a ambos. Suspendido en el aire, colgando de
la rama de un árbol, balanceándose en el aire cada vez más y más alto.”
Le pregunté si daba miedo. Me dijo que no. Me dijo que le gustaba cerrar los ojos y
sentir la brisa del aire en la cara. Ella y su amiga reían, hablaban y comían helado en el
columpio.
Desde entonces cuando me duele el pecho, los brazos o la barriga cierro los ojos y
pienso en un columpio. En lo que creo que es un columpio.
Me gustaría alguna vez poder subirme a un columpio.
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Capítulo 3 – La Tercera Sombra
Mama llevaba un rato sin haber vuelto a derramar una lágrima. No lo hizo incluso
cuando el Hombre Malo llegó y entró en casa.
Mama está en el suelo. El hombre malo la patea varias veces con la punta del pie. Sin
fuerza. Como si esperará que mamá le dijera algo.
Mama no se mueve. No dice nada.
“¿Qué mierda ha pasado aquí”. Se agacha, coge a mamá y la levanta del suelo.
Se gira y me mira. Me mira a la cara con sus ojos de loco. Pienso en lanzarle a Car, pero
no lo hago. No quiero hacerle daño. No quiero hacerle daño a Car.
Dejo el vaso de agua amarga que me dio mamá en suelo. Me siento. Quiero desaparecer.
Quiero que la tierra me engulla.
“¿Qué coño ha pasado?” insiste, sin apartar su mirada de mi.
No sé qué decirle. No sé a qué se refiere. Recuerdo lo que me dijo Car. Asiento con la
cabeza.
“¡Jodido y retrasado subnormal!”. Otro nombre.
No digo nada. Lo único que recuerdo es a mama diciéndome que me quería, hace tan
solo unas horas. Me dijo que lo sentía. ¿El qué sentía? ¿Porque lo sentía? Me dijo que
fuera con ella, pero no pude. No quise.
“Cariño, mama te quiere.” “¿Me quieres?” No digo nada. Tampoco asiento con la
cabeza como hice otras veces. Por favor cariño, quiero escuchar tu voz al menos una
vez. Car no dice nada.
“Por lo menos acércate aquí cariño. Déjame que te dé un beso.” No quiero un beso. No
quiero que me toque.
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“Oh, Christian. Siempre pensé que cuando tuviera un bebe, le daría amor y podía criarlo
en una bonita casa con columpios en el jardín de atrás. Pensé que podría leerle cuentos y
ver como crecía.”
“Lo siento cariño. Lo siento mucho.”
Sus lágrimas de repente se tornan sollozos. No quiero volver a mirarla. Miro a Car.
“Buen chico. Vete a jugar con Car. No me mires. Cuida de él”. Los sollozos se tornan
llanto.
¿Cómo sabe su nombre? ¿Se lo diría mientras dormía?¿Se lo diría Car?
Me voy a la esquina de la habitación y me siento en el suelo. La respiración de mamá se
acelera y su llanto desgarrado se hace cada vez más y más ruidoso. Cierro los ojos con
fuerza.
Al cabo de unos minutos todo cesa. Se hace el silencio. Eso es todo lo que recuerdo.
Quiero decirle al Hombre Malo que es lo que recuerdo. No entiendo nada. Miro a car.
Él tampoco entienda nada.
El hombre malo coge algunas cosas y se va. Cierra la puerta. Se oye un golpe seco.
Cojo a car, me acerco a mama. El hombre malo la levantó del suelo y la llevó a la cama.
Le toco la cara y le acaricio el pelo. Esta fría. No se mueve. La cubro con una sábana.
Está durmiendo. Juego con su pelo.
Ella me enseñó a hacer trenzas. Le gustan las trenzas. Le hago unas trenzas para darle
una sorpresa cuando se despierte.
Estoy cansado. Vuelvo al rincón del salón y abrazo a car. Me duele la barriga. Mi boca
está seca. Pegajosa. Tengo sed. Intento levantarme pero no puedo. Cierro los ojos y
siento que mi estómago me duele aún más. Tengo miedo. Quiero que venga mamá.
Trato de decir su nombre pero no me salen las palabras. Empujo a Car. Consigo
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ponerme en pié. Voy a buscar a mamá. No se despierta. No llora. No dice nada. Sus
labios están azules. Mi cabeza me duele mucho. Mama puede arreglarlo. Solo tiene que
levantarse pero no se mueve.
No puedo respirar. Siento como mi garganta se cierra. Siento como el aire que queda
dentro de mis pulmones está caliente. Estoy mareado. Comienzo a sudar. ¿Mi cuerpo
está llorando? Mi piel está húmeda. No puedo abrir los ojos.
No es hambre. He sentido hambre otras veces.
Mamá una vez me habló de una amiga que había tenido cuando era pequeña.
“Era una chica algo más pequeña que yo con la que jugaba en los columpios que había
en el jardín de atrás de casa.” Me dijo.
Le pregunte que eran unos columpios, y ella me hizo cerrar los ojos.
“Imagina un trozo de madera con cadenas a ambos. Suspendido en el aire, colgando de
la rama de un árbol, balanceándose en el aire cada vez más y más alto.”
Le pregunté si daba miedo. Me dijo que no. Me dijo que le gustaba cerrar los ojos y
sentir la brisa del aire en la cara. Ella y su amiga reían, hablaban y comían helado en el
columpio.
Desde entonces cuando me duele el pecho, los brazos o la barriga cierro los ojos y
pienso en un columpio. En lo que creo que es un columpio.
Me gustaría alguna vez poder subirme a un columpio.
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El origen de las sombras de Grey. Sombra 4
Tengo frío, mucho frío. Meto las manos en los bolsillos de los pantalones y me acurruco
contra la pared. Siento que la cabeza va a estallarme. Estoy temblando y empapado en
sudor. Es un sudor frío. Tiemblo. Mis dientes chascarrean.
De repente oigo un ruido que viene de afuera. Hay alguien en la entrada intentando abrir
la puerta. Me pregunto si es el Hombre Malo. Me pregunto si ha vuelto a buscar a
mamá.
Trato de abrir los ojos. Mamá está donde el Hombre Malo la dejó. No se ha movido en
todo este tiempo. Ni siquiera un poco.
Quiero avisarle de que el Hombre Malo ha vuelto. Trato de gritar y decirle que debemos
escondernos. Se me cierra la garganta. Me quedo sin aire como me ocurre cada vez que
intento articular alguna palabra.
Mamá una vez me dijo que debía acostumbrarme no obstante nunca me dijo porque me
ocurría. ¿Porque yo no podía hablar y los demás sí podían? Una vez mamá me dijo que
cuando era bebé hablaba. Mamá me lo dijo. Yo no lo recuerdo.
Las persianas de toda la casa están bajadas. Creo que es de día pero apenas entra luz a
las habitaciones. De repente la puerta se abre. La luz del sol me da en la cara. Me
deslumbra. Cierro los ojos.
Tras unos segundos consigo abrirlos. Hay varios hombres y una mujer en la entrada.
Los veo a través del cristal del marco de la puerta. Suspiro aliviado. No es el hombre
malo.
Uno de ellos empuja la puerta. El hombre malo olvidó cerrar con llave. Uno tras otros
van entrando al interior de la casa. No huelen como suele oler el Hombre malo. No
huelen a humo. No huelen a palos de luz.
Son tres. Estoy delante de ellos pero no me ven. Cuando sus ojos se hacen a la
oscuridad de la casa uno de ellos, la mujer, ve a mamá.
-“¡Dios mío!” – grita asustada al verla.
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Cierro los ojos. No quiero ver qué pasa ni saber porqué grita. No huelen como él. Pero
visten como él.
Oigo como entrar aún más personas en casa. Para cuando me doy cuenta, la habitación
está llena de gente.
Hace tiempo que se han dado cuenta de que estoy en la habitación. Me ignoran. Nunca
había visto tanta gente junta.
Todos están alrededor de mamá. La miran, pero ninguno hace ni dice nada. Uno de los
hombres se gira y comienza a caminar hacia mí. Intento levantarme pero las piernas no
me responden. No puedo moverme. Busco a mí alrededor. Trato de encontrar a Car. No
está. ¡Car no está!
Intento no llorar. No quiero llorar. No puedo llorar.
Uno de ellos coge a Car.
¡Olvide coger a Car!
El estómago me da un vuelco. Quiero gritar. Quiero que lo suelte. Quiero que me lo
devuelva. Car es mío. Quiero a Car.
– “Shhh, tranquilo. Todo está bien. “ – Tiene la voz demasiado dulce para ser un
hombre. Es una mujer, pero va vestida como un hombre.
- “¿Cómo te llamas?” – me dice mirándome a los ojos.
Veo como un hombre levanta a mamá de la cama y la saca de su habitación. Mamá no
se mueve. No hace ni dice nada. La cabeza y los brazos le cuelgan mientras la sacan en
brazos de casa.
Sin que me haya dado cuenta uno de los hombres se me ha acercado por detrás. De un
manotazo me coge el brazo derecho y lo agarra con fuerza. El mismo brazo. El mismo
del que había tirado el Hombre Malo para arrastrarme a la sala. La articulación del
hombro cruje como el muslo de un pollo guisado al retorcerlo. Siento que me voy a
desmallar. Gruño. No tengo fuerzas para resistirme. Sin mucho esfuerzo el hombre me
tira al suelo y me inmoviliza. Siento dolor. ¿Siento rabia. Quienes son todos esos
hombres y que hacen en mi casa?
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De repente siento un pinchazo.
Siento como mis ojos comienzan a cerrarse. Quiero saber donde esta Car. Estará
asustado. Lo sé. Probablemente esté llorando.
Me despierto. Ya no tiemblo. Ya no tengo frío. No estoy en el suelo. Estoy en una cama.
Una cama blanca.
No es como las camas de mi casa. Es una cama diferente. Rígida. Tampoco reconozco
las paredes. Cuatro cuadros adornan la habitación. Es una habitación cuadrada. Hay un
cuadro en cada pared. ¿Quién los habrá pintado?
Junto a la cama hay una pecera con peces. Peces de color naranja que parecen sonreírme
mientras nadan nerviosos de un lado para otro.
Hay una caja al lado de mi cabeza. Una caja metálica. Hace un ruido electrónico que se
repite en el tiempo a intervalos iguales de tiempo. Es un sonido parecido al ruido que
hace el teléfono del Hombre Malo.
– ¡Carrick ven aquí! El niño está despierto!
El grito me sobresalta. Creo que se refieren a mí.
-“Hola Cielo” – ¿Ahora soy cielo?
Me giro y miro hacia el otro lado de la cama.
Un hombre y una mujer están sentados frente a mí y me miran fijamente.
La mujer se levanta y se acerca a la cama. Levanta la mano e intenta tocarme.
No me toques. No quiero que me toque.
No lo hace.
Pasa la mano por encima de mi cabeza y agarra algo de una repisa. ¡Es Car! En su lugar
me da a Car.
Lo he extrañado. Sus ojos no están rojos y sus mejillas están secas. No ha llorado. Creo
que hasta se alegra de volver a verme.
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– “¿Christian?” – Creía que solo mamá me llamaba así. ¿Donde está mama? Me
incomoda que me llame así
“Mi nombre es Grace” – sonríe.
Tiene un gesto extraño en su cara. Es como si estuviese triste y contenta al mismo
tiempo. ¿Le doy lástima? ¿Por qué le doy lástima?
Estirado en la cama vuelvo a girarme. Me quedo mirando los peces.
– “¿Sabes donde estas?” – ¿Por qué insiste en hablarme?. No la conozco. No quiero
hablar. No quiero hablar con ella ni con nadie.
Mama me dijo que no hablara con el Hombre Malo. Aunque nunca hablara con ella
siempre me hablaba como si fuese capaz de hablar. A Mamá no le hubiera gustado que
hablara con Grace. ¿Grace tiene más nombres?
- “Estas en un hospital. Estas muy enfermo, pero soy doctor y voy a hacer que te pongas
bien”- El gesto de su cara cambia. Ya no sonríe. Ya no está contenta. Ahora está solo
triste.
El hombre sigue sentado. Grace lo mira. No sé porque están ambos aquí. No sé porque
estoy yo aquí. No estoy enfermo. Una vez recuerdo que estuve resfriado. Tenía mocos y
tos. Se cuando estoy enfermo, y ahora no lo estoy.
Otra mujer entra en la habitación. Quiero que sea mamá. No es ella.
Es otra mujer con cara triste y contenta a la vez. Una cara como la de Grace.
- “Hola cielo” – dice al entrar. ¡Ella también sabe ese nombre!
- “ Debo hacerte más tests antes de que volvamos a dormirte”. ¿Cómo va a hacer que
me duerma si no estoy cansado?
Hay una cosa en mi brazo. Algo que va de mi mano a la caja. Algo que se hunde en mi
piel. Quiero quitármelo. Quiero que me lo quiten. Intento decirles que lo hagan. Gruño
otra vez.
Sin embargo la mujer y el hombre se limitan a mirarme con cara sonriente y triste a la
vez. Todos ellos. Ninguno me ayuda. Quiero ver a mamá.
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Siento que los párpados me pesan. Estoy cansado.
Intento pensar pero no puedo. Estoy aturdido. Me siento mareado.
Todo se vuelve negro.
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El origen de las sombras de Grey. Sombra 5
Tengo la boca seca. Tengo Sed. Necesito beber un poco de agua.
Las personas que están en la habitación hablan. Algunas hablan entre ellas. Otras hablan
solas. Grace está hablando con una chica.
Sigo tumbado en la cama. La misma cama de sábanas blancas. Abro los ojos pero no me
muevo. Si no me muevo quizás no se den cuenta de que estoy allí, o quizás, al menos no
se den cuenta de que estoy despierto.
¿Están hablando de mí? Trato de respirar con cuidado, sin hacer ruido, y escuchar lo
que dicen.
“Habéis sido aceptados en el programa de adopción, no obstante aún deberéis esperar.
Debemos comprobar que no existe ningún familiar directo en vida que pudiera reclamar
la custodia del chico. Debemos poder verificarlo y estar seguros de ello antes de
proceder a firmar los papeles” – Es una voz entrecortada. Desganada. Triste.
“Lo entendemos. Descuide. Sin embargo, que pasa si tiene algún pariente. Un pariente
cercano en vida. ¿Qué pasa si resulta que no lo hace mejor ?¿Qué pasa si también es
como él?¿Qué pasa si es como ella?” – Dice otra voz. Una voz fuerte y tosca, pero
también triste.
“Su madre no dejó ninguna indicación. No tenemos constancia de que hubiese ningún
otro familiar. Ningún vecino conocía al padre ni a la madre. Nadie ha reclamado al
chico ni nos ha aportado ninguna pista que nos pudiera servir para intentar encontrar a
algún pariente”.
“Es triste decirlo, pero todo hace pensar que está sólo. La única razón por la que
conocemos su nombre es porque él lo había escrito con tiza en la pared”.
¿Qué nombre? ¿A quién se refiere? Quiero abrir los ojos y preguntar de quien hablan
pero me da miedo hacerlo. No quiero que me toquen. No quiero hablar con ellos.
“Pero no se preocupen. Si alguien viene a buscarlo y dispusiera de la potestad necesaria
para acogerlo, personalmente me encargaré de que se haga un trabajo exhaustivo de
investigación y seguimiento para asegurar el bienestar del niño allí donde esté”
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Se hace el silencio. Nadie pronuncia una sola palabra durante los próximos cinco o diez
minutos. ¿Se habrán dado cuenta de que estoy aquí? ¿Saben que estoy despierto? Por
unos momentos temo que me hayan visto moverme.
“Bueno, en cualquier caso, por el momento solo nos queda resignarnos e intentar
sobrellevarlo lo mejor posible mientras dure el periodo.” – Oigo como se marchan de la
habitación.
¿Qué periodo?¿A dónde han ido? ¿Quién ese niño, a donde va? ¿A dónde se lo quiere
llevar? Siguen hablando por el pasillo. Aún alcanzo a oírles.
“De momento, tan pronto como le podamos dar el alta y durante todo lo que dure el
periodo de reasignación de custodia vivirá en una casa de acogida. Si nadie lo
reclamase. Entonces, será todo suyo”
Mi cabeza comienza a dar vueltas. Hablan de mí. ¿Todo suyo?. Dejó de escuchar.
Siento un vacío en el estomago. Un vacío como el que se siente al acercarse al borde de
un precipicio. Tengo miedo. Me acurruco bajo las sábanas y aprieto la almohada contra
mis oídos, con fuerza, utilizando las dos manos. No quiero seguir escuchando. Por
suerte se alejan. Ya no consigo oírlos.
Después de un rato consigo calmarme. Pese a no haberme movido de la cama estoy
cansado. Es de noche. No tardo mucho en dormirme.
Cuando vuelvo a despertar hay un montón de gente en la habitación. Como todas las
personas que veo, también parecen felices y tristes. No había vuelto a ver tanta gente
desde el último día que estuve en casa. Todos se mueven nerviosos de un lado para otro.
Grace está ahí.
Ve que estoy despierto y se acerca a la cama.
“Esta es tu fiesta de bienvenida, Christian” – me dice con voz dulce. ¿Bienvenida a
donde? Hace días que estoy aquí, hace días que no estoy en casa.
Mete ambas manos en una bolsa de deporte que hay junto a la cama y saca una pequeña
caja. La coloca con cuidado sobre mis piernas. Junto a Grace hay un hombre. No sé
quién es. Me mira intrigado como si esperase con curiosidad ver cómo reacciono.
“Este es un regalo para ti. Vamos, ábrelo, te gustará.”
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De repente todo el mundo se calla y tornan su atención hacia donde estoy. Todo el
mundo me mira. Noto como la piel de los brazos se me eriza. No quiero hacerlo pero
creo que voy a llorar. Quiero a mamá. Quiero a Car. Quiero que me dejen en paz.
“Tranquilo.“ – Intenta acariciarme la cara con la mano. Me aparto. No quiero que me
toque. Sorprendida recoge la mano. Cruza los brazos y se retira hacia atrás. Tiene la
cara desencajada. Noto que se ha disgustado. Se retira. La pierdo de vista cuando se
mezcla con el resto de las personas que se agolpan junto a la cama. Me da igual. No
quiero saber nada de ella. No quiero saber nada de nadie.
Tras unos minutos de silencio, otra de las voces insiste.
“Es un regalo para ti. Vamos. Ábrelo”
Finalmente hago lo que me piden. Quizás así se marchen y me dejen en paz.
Cojo el regalo y quito el papel que envuelve la caja. La abro.
¡Es una foto de Car! Car está sobre una mesa, junto a la cama. Sonrío a Car. Él me
sonríe. Creo que le gusta el regalo.
“Sabemos que te gusta Car, así que le hemos hecho una foto para que puedas llevarla
contigo siempre que quieras. Es para ti, puedes llevártela a la casa de acogida” ¿Cómo
sabe el nombre de Car? ¿Casa? ¿De vuelta a casa con mami? ¿Dónde está mami?
Mamí no está aquí. Hace muchos días que no veo a mami. El hombre malo tampoco
está ahí. Comienza a dolerme el pecho. Algo me dice que Casa no es mi Casa. La casa
de mamá. Mamá no va a estar allí. Quiero preguntarles porque me obligaron a irme.
Porque se la llevaron a mamá.
No puedo respirar. Solo hago ruidos. Nadie parece contento. Todos están tristes. No
entiendo nada. Quiero a mamá. No quiero saber nada de ellos ni de la foto. Golpeo el
marco de cristal contra la mesa que hay junto de la cama. La fotografía y el marco caen
rotos al suelo.
¿Casa? Yo ya tengo una casa.
Grace me mira. Esta sorprendida, pero no parece enfadada. Recoge la foto y la coloca
en la mesa, junto a Car. Se agacha y de la misma bolsa de dónde sacó la foto saca dos
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muñecos. Los coloca también en la mesa. Junto a la foto. Junto a Car. Retira la mesa
para que no pueda alcanzarlos.
Intento quitarlos. Intento tirarlos al suelo. Probablemente Car no quiera ser amigo de
ellos. Quizás no quiera que Grace los ponga allí. Quizás Car los odie como yo odio a
todas las personas que están en la habitación.
“Cariño. Todo va a estar bien. Serás parte de su familia. Pronto.” – Grace señala a la
mujer que intentó tocarme y que ahora me mira desde el otro lado de la habitación,
cabizbaja y compungida.
Ya tengo una casa, y también tengo una familia. Mamá, el Hombre Malo y Car. Mis
ojos comienzan a rezumar lágrimas. No consigo alcanzar a Car. No puedo ver a mami.
La gente comienza a irse. Todos parecen tristes. Muy tristes.
No entiendo. Quiero saber que quieren de mí.
De repente Grace se acerca a la mesa, coge a Car y lo pone en la cama, junto a mí, como
si hubiese escuchado mis pensamientos. Como si supiera lo que quiero. La miro a los
ojos.
Quizás sepa también lo que estoy pensando… Como Mamá.
“Christian, te prometo que cuidaremos de tí de ahora en adelante. Tendrás una vida de
felicidad y amor. Tendrás la vida que te mereces” – Dice Grace. No quiero escucharla
más. No quiero escucharle a ella ni a nadie más.
Aprieto a Car con fuerza contra mi pecho. No quiero nada de ellos. No necesito nada de
ellos. Quiero a Car y a mama. A veces incluso pienso en volver a ver al Hombre Malo.
También a él. Pero solo cuando no es malo. El Hombre Malo es bueno a veces.
Mis labios están otra vez secos. Grace me mira y antes de poder haber podido hacer
ningún gesto me acerca una botella. Bebo.
Ella sabe lo que estoy pensando. Como mamá.
“Mira. Utiliza la pajita para beber. Así.” – Hago lo que me dice. Sabe muy bien. Está
frío y tiene trozos de cosas a frías. Frías y dulces. Es suave y dulce.
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Grace vuelve parecer contenta de nuevo. Creo que incluso he sonreído. Hace mucho
tiempo que no sonreía.
“¿Mejor cariño?” – ¿Cómo sabe mi otro nombre? Quizás mamá se lo dijo… Si eso es
así, significa que a mamá le gusta Grace. Eso significa que mí también podría gustarme
Grace.
Me cae bien. No como mama o como Car, pero es buena conmigo. Tiene un pelo bonito
como el de mamá. Quiero tocarlo.
No lo hago porque no se sí a ella le gustará. Grace coge los dos muñecos que había
colocado junto a Car y los pone en la cama. Son de distinto color, pero se parecen a Car.
Mama dice que Car es rojo. Uno de los muñecos de Grace es amarillo, como el sol. El
otro es azul claro, como el cielo.
Me gustan los dos colores. Les sonrío. Me sonríen a mí.
Son buenos… como Car. Espero que a Car le caigan bien porque a mí me caen bien.
Se los enseño a Car. Sus nombres son Sol y Bob. A él le gustan. Le gustan también sus
nombres.
Quizás toda esta gente triste y contenta. Toda esta gente nueva y extraña, no sean malas
personas. Sonrío. Es la segunda vez en un mismo día.
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El origen de las sombras de Grey. Sombra 6
Grace me dijo que esta es mi casa. Mi casa de acogida.
Por ahora.
En casa vivimos dos niños, dos niñas, una nueva mamá y un papá.
En casa hay un niño que se llama Jack. Me gusta ese nombre. Jack.
Jack es bueno conmigo cuando hay más gente con nosotros pero es malo conmigo
cuando nadie puede vernos. Jack y yo dormimos en la misma habitación.
Hace dos días Jack le arrancó un brazo a Car. Él dice que fue un accidente pero yo no sé
cómo se le ha podido caer un brazo a Car, así, sin más, por accidente. Es la primera vez
que le pasa eso.
Como no me fío de Jack escondí a Sol y a Bob. Escondí a Car y escondí también el
brazo izquierdo de Car. Jack está enfadado. Se enfadó un montón. Dice que Grace y
Carrick lo quieren más a él que a mí pero yo sé que eso no es verdad. Yo creo que es
por eso que se ha enfadado.
Jack me llama imbécil por no hablar. El Hombre Malo solía llamarme así. Imbécil.
¿La gente suele utilizar el mismo nombre para referirse a más de una persona?
Yo solo sólo utilizo un nombre con cada persona. Cada persona debería tener un solo
nombre y ese nombre debería ser únicamente suyo.
Mi nueva mamá suele llamarme Querubín.
Jack dice que un Querubín es una especie de ángel y que me llama así porque los
ángeles son imbéciles. Nunca he visto a un Ángel, pero Jack sabe mucho de todas esas
cosas.
Jack dice que tiene ocho años. También dice que sabe conducir, pero yo no le creo.
Mi nueva mamá me ha dicho que Jack tiene cuatro años más que yo.
A Jack le gusta ir a la habitación de las chicas. En casa tenemos habitación de chicos y
habitación de chicas.
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A veces vienen más chicos a casa. Chicos que entran a la habitación de las chicas. Jack
se queda mirando cuando un chico y una chica suben juntos a un dormitorio. A veces el
chico se sube sobre la chica como el Hombre Malo hacía con mamá. Hacen ruido como
ellos hacían.
Jack dice que es divertido. Que es divertido mirar. Mamá me decía que no mirase
cuando ella y el Hombre Malo hacían eso.
Jack tiene un libro. Dice que es una revista. En la revista de Jack hay muchas chicas sin
ropa. Jack dice que son chicas calientes. He tocado las hojas de la revista de Jack y no
están calientes. A veces Jack me engaña, como cuando me dice que sabe conducir. Esas
chicas no están calientes. Los palos de luz están calientes. En la casa nueva nadie tiene
palos de luz. Ni siquiera Jack.
Jack tiene una cama gigante. Mi cama está junto a la suya, sin embargo a mí me gusta
dormir en el suelo. Jack dice que es porque soy imbécil, pero mi nueva mamá me ha
dicho que puedo dormir donde quiera. Donde más me guste.
A Betty y Beca, las dos chicas que viven en casa, les caigo bien. Me ayudan a bañarme
y juegan conmigo. No me tocan. Saben que no quiero que nadie me toque.
Saben hacer burbujas de jabón y burbujas en el agua de la bañera. Me gustan. Son
buenas conmigo y guapas como lo era mamá. Me gustaría decírselo, pero no sé cómo.
Sigo sin poder hablar por mucho que lo intento.
Quiero decirle a Beca que Jack se mete en su habitación cuando su amigo Max viene a
verla, pero no sé cómo decírselo. Ella me llama “guapo”. No sé cómo la gente no se
cansa de todos esos nombres.
Mi nueva mamá me lleva al hospital todos los días. Allí me hacen un montón de
pruebas y cosas para que no me ponga enfermo nunca más. No me dejan comer lo que
come todo el mundo. Yo sólo como purés. Puré de patata, puré de calabacín, puré de
zanahoria. No importa. Me gusta el puré. El puré siempre está caliente.
Siempre que voy al hospital veo a Grace. Siempre que voy tiene algún regalo para mí.
A veces Grace viene a visitarme a mi nueva casa. A la casa de acogida. Cuando viene
me lee cuentos y me enseña fotos de su casa. Dice que será también mi casa. Creo que
también quiere ser mi mamá.
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Grace tiene un hijo que se llama Eliot. Grace dice Eliot es mayor que yo y que quiere
conocerme. Que tiene muchos juguetes que quiere enseñarme.
Algunos días Grace me lleva a comer helado.
A veces quiero abrazarla y decirle que la quiero. Pero no puedo.
Hace tiempo que no sé nada de mamá. De mi mamá de verdad. Me gustaría volver a
verla pero nadie parece saber nada de ella.
La recuerdo todos los días. Recuerdo cuando jugábamos en el salón y como a veces
reía. A veces cuando la recuerdo lloro y cada vez que me pasa, al llorar me duele mucho
el pecho. Me suele ocurrir los días en que Grace y Carrick vienen a verme.
Cuando lloro Jack se vuelve loco y me pega. Me pega y me amenaza con seguir
pegándome si se lo digo a alguien. A veces a Jack se le olvida que soy demasiado tonto
para saber hablar como el resto de las personas.
No me importa que Jack me pegue. Solo cuando me pega muy fuerte. Jack no es tan
grande como el Hombre Malo y cuando me pega no duele tanto así que no me importa.
Cuando Jack me pega no me duele, pero me hace sentir triste. Yo quiero ser su amigo
pero Jack solo es mi amigo cuando hay más personas alrededor nuestro.
Un día Grace me dio una foto. Una foto en la que salen ella, su marido Carrick y su hijo
Eliot. Me dijo que la guardara, para que recordase como es una familia. Yo no sabía que
las familias estuvieran formadas por más de dos personas.
Cuando Jack vio la foto que me había regalado Grace, la tiró al suelo y la rompió. Lloré.
Sabía que eso iba a hacer que Grace se pusiera muy triste. Pensé en esconder la foto
para que ella no pudiera verla cuando viniese a visitarme.
Un día que vino a casa preguntó por Car. Preguntó por Car, por Sol y por Bob. Bob
estaba debajo de la almohada y al sacarlo Grace vio la foto que tenía escondida.
Pude ver en su cara como se le partía el corazón cuando vio la foto que me había
regalado hecha añicos.
Grace cree que yo la he roto.
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Quiero decirle que yo no he sido, pero antes de poder hacer nada Grace comienza a
llorar.
Coge los trozos del marco que encuadraba la foto y me mira.
No se que hacer ni que decir
Le doy a Car a Sol y Bob para que los abrace y ellos la abracen, para que pueda sentirse
mejor.
Parece otra vez contenta. Otra vez contenta y triste al mismo tiempo.
No es justo. Quiero decirle que fue Jack. Quiero decirle que Jack es estúpido. Jack tiene
dos nombres, Jack y estúpido.
Quiero decirle a Grace que me gustan sus regalos, pero en lugar de eso no puedo evitar
comenzar a llorar.
”Christian, no llores. Probablemente en ese momento estabas enfadado y por eso hiciste
esto. Está bien. Tranquilo.”
Intenta tocarme. Estoy demasiado asustado para dejarle hacerlo. Me alejo de ella. Me
mira con cara más triste que contenta.
“Puedo traerte otra foto si quieres” – me dice.
Asiento con la cabeza.
Grace parece contenta.
Nunca más dejaré al estúpido de Jack tocar mis cosas.
“¿Christian, te gustaría conocer por fin a Eliot?” – me pregunta.
La miro. No se que contestarle. Al final asiento nuevamente.
“Carrick puede encontrarse con nosotros en el parque. Así, si quieres, también podrás
jugar con él”
Grace parece más contenta y creo que yo también me siento más contento.
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Grace camina a mi lado mientras nos dirigimos hacia el parque. Ella me dijo que no
hace falta que le dé la mano para pasear por la calle pero que debo manterme cerca de
ella. Lo hago.
Me gusta Grace. No quiero que se vaya.
Aunque ya se esta haciendo de noche pero aún hay un poco de luz.
Doy un salto. ¡A lo lejos veo a Carrick empujando a otro chico en los columpios!
Grace se agacha y me mira. Se ha dado cuenta de que quiero ir a jugar a los columpios.
“¿Qué pasa Christian?” – Ella parece muy contenta de verme así. No puedo mirarla. No
se como pedirle permiso para ir a jugar. No se si me dejará. Miro al suelo.
“Christian, mirame” – No parece enfadada. Quizás no lo esté. Levanto la vista un
instante y vuelvo a mirar al suelo.
Vuelvo a mirar al niño que juega en los columpios.
Se levanta. Me acaricia el pelo.
Levanto mi mano e intento tocar los dedos de su mano. De repente Grace se da cuenta y
se detiene. Doy un salto asustado. Carrick, el niño y Grace me miran.
Quiero irme de allí.
Veo como el niño salta del columpio y corre hacia mí. Doy un paso atrás. Mi corazón
late con fuerza. Carrick lo detiene con el brazo y evita que se me acerque demasiado. Le
susurra algo al oído.
Se que habla sobre mi.
El niño vuelve a intentar acercarse a mí, pero ahora lo hace muy poco a poco. Miro al
suelo.
“Tu eres Christian, me dice” – Dice. Grace debe haberle dicho como me llamo.
“Me llamo Eliot, soy tu hermano.” – Lo miro y miro a Grace. Grace se gira y sonríe.
26
Eliot está tan cerca de mí que podría tocarme. Levanta su brazo y lo pone sobre mi
hombro derecho. Él es más grande que yo. Es más grande y además sabe hablar. Miro a
los columpios.
Parece contento.
“Me gustan los columpios, ¿Quieres ir a jugar a los columpios conmigo?”
Durante unos instantes no se que hacer.
Elliot se gira y comienza a correr hacía el mismo columpio en el que estaba hace unos
instantes. Sin darme cuenta me veo corriendo hacía el otro columpio.
Me detengo. El columpio es demasiado grande. Eliot es más grande que yo. Yo no
puedo saltar tan alto.
Carrick esta junto a mi. Intento subir. Lo intento varias veces pero no lo consigo.
“¿Quieres que te ayude?” – Suspiro con fuerza. No quiero que me ayude. No quiero que
me toque. Noto que se acerca a mí. Rompo a llorar. Otra vez.
“No llores pequeño hombrecito” – dice Carrick con voz pausada a la vez que me ayuda
a subir.
Ahora soy pequeño hombrecito.
No quiero más nombres. No quiero que nadie me ayude.
Lo único que quiero es subir por mi mismo al maldito columpio.
27
El origen de las sombras de Grey. Sombra 7
Lloro tanto que Carrick se asusta y da un paso atrás.
Quiero gritar. Quiero chillar. Noto como la rabia me quema por dentro.
Deseo que el Hombre Malo estuviera aquí.
Siento que tengo demasiadas cosas en la cabeza. Siento que de repente demasiadas
personas me importan. Me importa como están, que sienten y que piensan de mí.
El Hombre Malo sabía qué hacer para que ese sentimiento de empatía desapareciera.
Esa estúpida sensación de que la vida de los demás me importa.
Una vez el Hombre Malo me pegó tan fuerte que pude sentir como mis tripas se
sacudían en mi interior.
Carrick, Eliot y Grace ni me pegan ni me chillan. Están siempre pendientes de mí. De
que necesito. De que quiero en cada momento. Me cuidan.
Eliot se baja del columpio y corre a esconderse detrás de Carrick.
Siento la necesidad de pegarle a algo o a alguien. Siento como si mis manos quisieran
darle una paliza a lo que sea. Una paliza como las que Hombre Malo nos propinaba día
sí, día también, a mamá y a mí.
¿Seguirían queriéndome si golpeara algo? ¿Si le pagara a algo, a alguien o a mí mismo?
Grace se acerca y se arrodilla. Quiere tocarme, puedo verlo en sus ojos.
“Oh, querido “ – El tono de su voz es cálido y suave. Sus manos están temblando.
“Lo sé, cariño, lo sé” – No sé qué es lo que sabe, pero sea lo que sea no puede ser
bueno.
Su pelo es precioso.
Me acerco a tocarlo. Grace se sorprende, pero no se mueve.
Su pelo es suave. Suave y cálido, como su voz.
Grace sigue quieta. No respira.
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Toco su oreja. Su piel es suave, como la de mamá. ¿Me dejará algún día hacerle una
trenza?
“¿Puedo tocarte, Christian?” – Me pregunta. Dudo por un segundo.
Doy un paso atrás y al intentar escabullirme me tropiezo y caigo al suelo.
Me he manchado los pantalones de barro.
Grace se acerca.
Sigue acercándose. No parece que vaya a detenerse.
Grace no me haría daño, ¿no?
Carrick y Eliot miran lo que ocurre desde la distancia. No dicen nada, solo observan.
Cuando llega hasta donde estoy se detiene y me mira a los ojos. Dobla las rodillas y se
sienta en el suelo, en el barro, como hacen los niños. Se sienta junto a mí. Conmigo.
Grace levanta la cabeza y mira al cielo.
El cielo hoy tiene tonalidades de color naranja. Como la fruta diría mamá.
“Christian, tú eres un chico dulce y bueno. Te mereces a alguien que te quiera y que
cuide de ti. Sé que todavía aún no has tenido a nadie que te quiera.”
”Quiero abrazarte, y leerte cuentos y enseñarte cosas.” – me dice
”Puedo ser tu madre. Puedo serlo, si tú me dejas” – Me dice en un tono pausado pero
firme y mientras me habla no deja de mirarme a los ojos.
“Sé que entiendes lo que digo, y sé que sabes cómo hablar, Christian” – Todo el mundo
piensa que soy estúpido. Todos menos Grace. Grace no.
Quiero hablarle sobre el Hombre Malo y sobre mami. Quiero hablarle sobre los palos de
luz, de Jack y de observar a los chicos con las chicas. Quiero hablarle de Jack
rompiendo su foto. Quiero hablarle de Car y de cómo Jack también me pegaba.
Sin embargo callo. Callo mientras continuo mirándole a los ojos.
29
“Estoy seguro de que tienes una voz preciosa y una risa encantadora. Tienes una sonrisa
muy bonita, y antes me pareció incluso escucharte reír.”- me dice. Por momentos me
parece que Grace es feliz.
Quiero decirle que mami solía decir que yo sabía hablar.
Quiero contarle todo. Quiero que vea las marcas que tengo en espalda. Quiero hablarle
del miedo que tengo a los palos de luz. Quiero que me perdone. Quiero que lo sepa que
lo siento. No quiero que Grace me pegue.
Abro mi boca e intento mover la lengua. Se oye un pequeño ruido que sale de mi
garganta.
“Oh, pequeño, no te fuerces. Cuando estés preparado hablarás, lo sé” – Mantengo mi
boca cerrada, y me pregunto cómo consigue saber lo que estoy pensando. Pensaba que
eso sólo podía hacerlo mami.
Quizás a Grace le gusto como le gusto a mami.
“Quizás podamos encontrar una manera diferente de comunicarte con nosotros para ti” -
me dice, mientras yo inclino mi cabeza y la reposo en mis rodillas para observarla.
“Podemos trabajar contigo escribiendo o incluso dibujando. De esa manera sabremos
que consigues todo lo que deseas” – Dice Grace. Nunca la he visto tan entusiasmada.
Quiero decirle que no sé cómo escribir palabras, solamente una: mi nombre.
Uso mi dedo para escribirla en el barro donde sigo sentado, junto a Grace.
C-H-R-I-S-T-I-A-N
Grace parece muy contenta.
“Sí, cariño, muy bien, ¡ese es tu nombre!”. Quiero decirle que mami me enseñó, pero en
lugar de eso simplemente sonrío.
Ella escribe G-R-A-C-E, al lado de mi nombre. Lo miro, y luego la miro a ella.
“Este es mi nombre, mira. Algunas de las letras se repiten en ambos. Se repiten la R, la
A, y la C.”
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Copio lo que ella ha escrito. Ella aplaude.
Estoy contento. Creo que incluso podría decirse que por primera vez en mucho tiempo
vuelvo a sentir esa sensación de mariposas en el estómago, mezcla de nervios y
felicidad
Me alegro de haberla hecho feliz. Me alegro de haberme sentido feliz al hacerla feliz,
aunque haya sido solo un instante.
Nos quedamos sentados en el suelo. Ella deletrea nuestro apellido.
G-R-E-Y
A continuación escribe el alfabeto completo. Sin embargo solo alcanzo a recordar
algunas de las letras, las primeras.
Me hace deletrear mi nombre entero C-H-R-I-S-T-I-A-N -G-R-E-Y.
Es la primera vez que veo mi nombre completo. Grace lo lee.
Por alguna extraña razón me gusta como suena.
“Christian, podemos seguir practicando más en casa, ahora debemos marchar, está
oscureciendo”.
Quiero preguntarle donde han ido Carrick y Eliot. Ya no están. Quizás se hayan ido
hace rato. Me levanto y simplemente la sigo.
“No puedo esperar más. Me gustaría que pudieras venir ya a vivir con nosotros. Va a ser
fantástico” – me dice, y puedo notar en sus ojos que realmente lo dice de corazón.
Camino al lado suyo. Deseo decirle que yo también pienso lo mismo, pero en lugar de
eso, me limito a tocarle uno de los dedos de su mano, otra vez. Quiero que sepa que me
gusta.
Grace es lo que siempre me hubiese gustado que fuera mamá.
Siempre había querido que mamá me enseñara cosas y que hablara conmigo, sin
embargo, solo se limitaba a dormir. Mamá nunca me llevaba fuera. Grace es diferente.
31
El Hombre Malo no quería que saliese de casa. Nuestra casa. La habitación en la que
dormía siempre olía mal y aunque nunca levantaban las persianas, fuera de día o de
noche, entre aquellas paredes siempre hacía frío. Odiaba aquel lugar.
“No, no más lágrimas, chico guapo. Desearía que pudieras decirme por qué siempre
lloras” Grace parece entristecer de nuevo mientras intenta consolarme. Siento rabia. No
quiero estar triste, pero no puedo evitar recordar todo aquello.
Continúo sollozando mientras seguimos caminando hacia el coche. Me subo al asiento
trasero.
Me gustaría explicarle, me gustaría contarle absolutamente todo, pero simplemente no
puedo.
“Quizás cuando vengas a vivir con nosotros puedas decirme por qué estás triste.”
”Abróchate tú también el cinturón, Christian” – me dice Grace ya sentada en el asiento
delantero del coche.
Yo no sabía que existían grandes coches con cinturones de seguridad para niños.
Grace enciende la radio y comienza a cantar. Nunca había escuchado esa canción. Me
gusta . Es bonita y la voz de Grace cálida y suave, como su pelo.
Cierro los ojos y la escucho cantar.
Desearía que mami alguna vez me hubiera cantado alguna canción. Que me hubiera
cantado alguna canción como Grace le canta a Eliot todas las noches antes de darle un
beso de buenas noches.
Siento otra vez como la rabia me quema desde dentro
32
El origen de las sombras de Grey. Sombra 8
Cuando me despierto, estoy en la cama.
No tengo ni idea de cómo llegué hasta aquí y de repente me doy cuenta que Grace no
está. Ya la echo de menos.
Jack está de pie justo delante de mi cama y está mirándome fijamente. Parece muy
enfadado y tiene una mirada realmente mezquina.
Me voy escurriendo debajo de las sábanas para que deje de mirarme así, no quiero verle.
“¿A dónde te llevó?” – Supongo que Jack debe referirse a Grace, porque no dice ningún
nombre. Bajo la sábana para mirarlo, pero solamente un poquito porque Jack me da
mucho miedo y no estoy seguro de que quiero que me vea.
“¿Todavía no quieres hablar?” Ahora tengo todavía más miedo porque me parece que se
está enfadando al no contestarle. Quiero que se vaya y me deje solo.
Quiero gritar y que así se marche. En lugar de eso, me saca la sábana de un tirón y me
agarra del brazo muy fuerte para sacarme de la cama. Me empuja y me golpeo el pecho
con el suelo. Me duele mucho y ni siquiera me suelta el brazo.
“Grace cree que eres un chico normal y que te gustan las camas, pero yo sé que no. Tú
eres raro, eres diferente. Ella debería quererme a mí y llevarme a mí a la cama”
¿Llevarse a Grace a la cama?
Jack aprieta su mano tan fuerte que me doy cuenta que ya ni siquiera noto el brazo.
En mi garganta empieza a oírse un ruido pero de golpe se oye otra voz más fuerte.
“¡Jack!” Los gritos me asustan todavía más. Me asustan tanto que empiezo a llorar. Jack
me suelta dándome otro empujón y me tapo rápidamente la cara, porque sigo llorando y
solo quiero escapar.
“¿Qué está pasando aquí?” Se escucha otra voz, pero yo no quiero mirar. Todavía tengo
mucho miedo.
Tumbado en el suelo empiezo a oír cómo Jack está gimiendo y aún sin mirarlo sé que ha
empezado a llorar él también.
33
“Oh, cariño,” ¡Es Grace! Se arrodilla al lado mío, “¿qué ha pasado?”. Me cuesta
moverme porque aún tengo mucho miedo, así que sigo quieto mientras mis lágrimas
continúan cayendo sin parar.
Jack le dice a Grace que yo he intentado pegarle. Siento como si alguien me hubiera
tapado la boca y no puedo casi ni respirar.
Intento tranquilizarme, me siento y la miro y veo que está muy triste por haber
escuchado el comentario de Jack.
“¿Por qué has querido pegarle?”- La miro pero no puedo ni moverme. Yo no quería
pegarle… ¿es que acaso él ha pensado que sí?
Jack sigue llorando y le muestra a mamá el lugar dónde dice que le he pegado. No
entiendo nada… yo no le he pegado.
Me doy la vuelta, estoy tan furioso que le doy un puñetazo a la cama y siento
muchísimo dolor en la mano.
Grace hace un ruido muy raro, coge mi puño y vuelvo a ponerme a llorar mientras
intento soltarme.
“Sé que es muy frustrante que no puedas hablar, pero necesito sabér qué ha pasado,
Christian. No pegues a las cosas, terminarás haciéndote daño tú”.
Me parece que ahora ella también está asustada y me habla muy cerca y flojito para que
solamente yo pueda oírla. “Está bien, cariño ¿por qué has pegado a Jack?”
Intento de nuevo pegar a la cama, pero ella me sujeta el puño y me lo impide. “¿Le has
pegado?” La miro y mi cabeza grita ¡No! y empiezo a llorar otra vez. Solamente quiero
que ella me entienda.
Grace parece muy triste, pero muy enfadada a la vez. Mira a Jack y me mira de nuevo a
mí. “Voy a llevarte de vuelta a casa esta misma noche. Ya no hay ningún motivo para
que sigas quedándote aquí”.
La miro fijamente. No entiendo nada. Ella se levanta y me suelta. “Voy a llamar a
alguien, acompáñame afuera”.
34
Grace se queda quieta hasta que yo me levanto y los dos salimos juntos de la habitación.
Jack me mira muy enfadado mientras paso a su lado así que giro la cabeza rápidamente
y vuelvo a mirar solo a Grace.
Ella coge una cajita oscura y empieza a pulsar unos botones. Lo miro, me encantaría
tocarlo a mí también. “Se llama teléfono móvil, cariño. Lo utiliza la gente para
comunicarse con otras personas que tienen otro teléfono”.
Grace comienza a hablar al teléfono y no sé muy bien qué está diciendo. Me duele
mucho la mano, pero todavía me duele el brazo por culpa de Jack. Quiero tumbarme y
descansar. Me encantaría encontrar a mamá y tumbarme a su lado, y dormirme
tranquilamente con ella. Pero sé que ella no me dejaría. Ella siempre dice que no le dejo
dormir bien y descansar.
“Él necesita que alguien le cuide, que le ayude, que le quieran y estará bien. Aquí no
está recibiendo todas esas cosas, estamos perdiendo el tiempo y creo que incluso
dañándolo más”.
Grace habla muy alto, tan alto que me asusta otra vez, así que retrocedo y me encojo,
asustado. Ella me ve y rápidamente se arrodilla junto a mí y sonríe dulcemente. “No
estoy enfadada contigo, Christian, no te preocupes, todo saldrá bien” – Se levanta, se
gira y vuelve a hablar por teléfono.
“Si algún miembro de la familia reaccionara y quisiera poner algún impedimento, yo me
encargaré de ello. Pero ahora, por el momento, lo que Christian necesita es estabilidad,
una casa y una familia, no solamente un lugar donde poder dormir. El chico está muy
asustado, llora mucho, ¿crees que está pasando por una buena situación?” Pienso que –
el chico- soy yo.
Al hablar, Grace mueve mucho el brazo que no sostiene el teléfono. Me acerco con
cuidado hacia ella y le cojo el dedo para tranquilizarla. Al instante me doy cuenta que su
cara ha cambiado, y ahora parece que ella también tiene ganas de llorar.
Después de unos segundos en los que no dice nada y parece que está escuchando buenas
noticias vuelve a hablar. “Gracias, muchísimas gracias, Linda. Mañana hablaremos de
nuevo, te lo llevaré al mediodía”. El teléfono vuelve a estar en sus pantalones y parece
muy feliz: “Vas a venirte a casa conmigo esta noche Chistian”.
35
Estoy muy feliz y me gustaría poder decírselo, así que sonrío de la misma manera que
ella lo está haciendo ahora mismo.
“Vamos a recoger tus cosas y nos marchamos para casa, se está haciendo tarde”. Mi
boca se abre de golpe y empieza a salir aire. No puedo cerrarla. Grace empieza a reír,
“Exactamente lo que estaba yo pensando”- me dice, ”pero se supone que debes cubrirte
la boca cuando bostezas”.
¿Bostezas? Ella vuelve de nuevo a la habitación de Jack y yo la sigo y escucho cómo le
cuenta a su madre lo que ha pasado por teléfono. La mujer parece feliz, debe ser que no
le gusto.
“¿Ya se va?” Jack parece triste por la noticia, pero no lo entiendo. Yo pensaba que Jack
no me quería.
“¡No quiero que se marche!”. Jack empieza a llorar, corre hacia mí y yo retrocedo a toda
prisa. Creo que viene a abrazarme y una voz en mi cabeza no para de gritarle: ¡No!
“Jack, déjalo tranquilo, él no quiere que le toques. Puedes despedirte de él desde donde
estás, sin tocarle” –le dice Grace y parece que eso le enfurece mucho. Jack frena en seco
y puedo ver en su mirada otra vez su enfado, puedo ver cómo me odia en sus ojos.
“Adiós” y se marcha a la otra habitación. Miro a la mamá de Jack y a Grace, que ha
comenzado a recoger mis cosas y ponerlas muy ordenadas en mi bolsa. Por último coge
a Car, Sun y Blankie para que los lleve en la mano y se despide de la madre de Jack
antes de que salgamos juntos por la puerta.
“Adiós, pajarito”- dice la señora. La miro a la cara y le sonrío, porque no sé ninguna
otra manera de poder despedirme.
Me subo al coche y Grace me ayuda a cerrar la puerta. Al sentarme puedo notar otra vez
cómo me duele el pecho y me pregunto si será por el golpe que me ha dado Jack y que
me ha hecho caerme al suelo.
Algún día tendré que usar palabras, sé que tarde o temprano lo necesitaré. Grace dijo
que era frustrante, pero no sé si eso es realmente lo que yo siento. Nadie lo entiende,
nadie me entiende del todo a mí. Estiro el brazo para tocar a Grace pero está demasiado
36
lejos y el cinturón no me deja moverme. Hago un ruido para llamar su atención y en
seguida para el coche y se da la vuelta para mirarme.
“¿Qué te ocurre, cariño?” Yo continúo callado y tan solo me quedo mirándola, porque
no sé qué me pasa. No puedo dejar de estar triste y el pecho me duele muchísimo, cada
vez más. Me llevo la mano al pecho y le señalo dónde me duele, esperando que ella
pueda entenderme así. Grace se pone triste de nuevo, se gira, apaga el coche y abre la
puerta para salir de él y venir a mi lado por la puerta de atrás.
“¿Qué te pasa, mi niño? ¿Te duele el pecho? Déjame ver”. Se acerca para verme mejor
pero me asusta porque está muy cerca y yo me apretó para atrás en el asiento del coche.
“De acuerdo, bien, desabróchate la camisa y muéstrame dónde te duele. No tengas
miedo, no voy a tocarte”. La verdad es que es muy difícil, me cuesta mucho
desabrocharme yo solo todos los botones, pero por fin me abro la camisa y ella puede
verme el pecho descubierto.
“Ah, ya veo. Tienes un pequeño moretón justo aquí” – me dice señalándome el lugar,
pero sin tocarme “ese es el motivo de que sientas dolor. En casa te daré un poco de hielo
para que te sientas mejor”.
Grace continúa mirándome y al agachar la cabeza me doy cuenta que ella está mirando
las marcas que me han dejado los palitos luminosos, así que me tapo rápidamente con la
camisa otra vez. No quiero que me mire más. “Está bien que la gente pueda verse, no
pasa nada” – me dice mientras sonríe y cierra la puerta con cuidado al salir del coche
para volver a conducir.
El coche se mueve entonces durante mucho rato y los dos estamos callados, hasta que
por fin llegamos a un edificio y se para. Me ayuda a salir del coche y una vez fuera
puedo ver la casa; es enorme.
De repente, algo hace ruido detrás de la verja, un ruido muy fuerte que nunca antes he
escuchado. Me asusto muchísimo y vuelvo corriendo al coche, pero la puerta está
cerrada ya. La cosa que ha hecho el ruido aparece de pronto, camina sobre los pies y las
manos, es muy peludo y tiene unos dientes gigantes. Cierro los ojos y pienso que se
vaya, que no quiero verlo tan cerca de mí.
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“Christian, cariño, es solamente un perro. Está ladrando para saludarte, eso es todo, no
debes temerlo. A Elliot le encanta el perro de nuestros vecinos, nunca hace daño a
nadie”.
Abro los ojos lentamente y lo miro. Aún estoy asustado, aunque ha dejado de hacer el
ruido de antes. La verdad es que ahora ya no parece malo. Ahora está muy oscuro y ni
siquiera puedo verlo realmente bien, pero quizás con luz pueda verlo mejor y saber bien
cómo es.
Grace abre el maletero y saca la bolsa que lleva mis cosas. Se dirige hacia la casa y yo
la sigo, intentando ver cómo es este lugar.
Es una casa muy grande, con habitaciones grandes y grandes escaleras. La verdad es
que todo lo que hay en la casa es grande también. Grace continúa caminando y yo la
sigo, procurando no separarme de ella, porque no quiero quedarme solo. Sube unas
escaleras y abre la puerta de otra habitación enorme. “Esta es tu habitación, empezamos
a prepararla para ti hace algunas semanas, cuando decidimos que te vendrías a vivir a
nuestra casa”.
Grace parece muy feliz pero yo no la entiendo. ¿Mi habitación?
“Esta cama es tuya, tiene cohetes en las sábanas. Además hemos puesto ropa para ti en
los cajones y la lamparita de la mesa estará encendida toda la noche. Así no tendrás
miedo de quedarte a oscuras y podrás ver. Aquí hay también una televisión y si quieres
ver algo solo pregúntame y te enseñaré cómo funciona. Puedes poner tus coches en la
mesa, si quieres y también puedes dejar la televisión encendida toda la noche. Aquí
puedes hacer todo lo que quieras, cariño, es tu habitación”.
Miro alrededor para observar todos los regalos que me ha dejado en el cuarto; hay libros
en los que me dice que puedo pintar, hay lápices de colores y muchas cosas más. Ni
siquiera sé qué debo hacer con tantas cosas.
“¿Quieres un snack?” Odio que me digan cosas que no entiendo. ¿Snack?
Quiero decirle que no he entendido lo que me ha dicho y pongo mala cara y creo que
ella me entiende, porque en seguida me dice:“Un snack es algo para comer, como por
ejemplo antes de irte a la cama. A Elliot le gusta tomarse un vaso de leche con chocolate
y una cookie.
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Grace no espera mi respuesta, porque no sé qué ni cómo contestarle, así que se marcha
de la habitación dejándome solo.
Miro la pared, miro todas las cosas que hay en la habitación y no sé qué hacer. Todo es
nuevo y diferente para mí, me entran muchas ganas de llorar otra vez, pero enseguida
aparece de nuevo Grace con una taza y una cosa más que no sé qué es.
“Esto es una galleta con trocitos de chocolate y en la taza hay leche con chocolate
deshecho. A Elliot le encanta y estoy segura que a ti también te gustará”.
¿Dónde estarán Elliot y Carrick?
Cojo las cosas que me ha dado Grace y las miro lentamente y decido probar un poco de
leche, porque tengo mucha sed.
¡Está muy buena!
La galleta es dulce y tan deliciosa que me la como entera de tres mordiscos. Grace se ríe
y del susto se me cae un poco de leche en la camiseta. Levanto los ojos con miedo,
pensando que va a enfadarse por haber ensuciado la ropa, pero sin embargo me mira y
sonríe cariñosa. “Está bien, todo el mundo derrama algo alguna vez. Cuando te pongas
el pijama la lavaré y no habrá ningún problema. ¿Te ha gustado?
En mi interior mi cabeza dice ¡Sí! Y ella recoge las cosas y las deja en la mesa. Se
acerca a uno de los cajones que me ha señalado antes y al abrirlos se pone a buscar algo
de ropa.
Al cabo de un rato cierra el cajón, se gira hacia mí y me acerca un unos pantalones y
una camiseta muy suaves y blanditos. “Ponte el pijama y dame la ropa que llevas para
que pueda lavártela”. Grace se queda enfrente mirándome mientras me cambio, así que
aunque me esfuerzo creo que no puedo ocultarle las marcas que tengo en la piel.
La ropa nueva es muy calentita y suave y de repente siento todo el cansancio de golpe.
Grace recoge la ropa usada. “Ves a probar tu nueva cama, yo enchufaré la televisión”.
La televisión es una caja con un cristal y de pronto se enciende. Aparece un perro como
el que he visto en el jardín y está con otros animales. Algunos de ellos los reconozco,
porque mami me habló sobre ellos. “Se apagará sola de aquí un rato, tú solamente
descansa e intenta dormir”.
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Subo de un salto a la cama y me meto rápidamente debajo de las sábanas, que son
iguales a las de la casa de Jack, pero de otro color. Grace apaga la luz más fuerte y la
pequeñita sigue brillando, justo como me ha dicho que haría.
“Mañana, cuando sea de día, te enseñaré el resto de la casa. El cuarto de baño está justo
al salir de la habitación y mi habitación y la de Elliot están solo unas puertas más allá.
Dejaré mi puerta abierta y puedes venir a buscarnos tanto a Carrick como a mí, cuando
quieras. La puerta de Elliot está siempre cerrada, a él le gusta así. Creo que ahora
mismo están ya los dos en la cama, porque es muy tarde”.
Se acerca y me tapo la cara rápidamente con la almohada. “Duerme bien, vale,
Christian?” Creo que quería darme un beso, pero no lo hace y se marcha dejando la
puerta entreabierta.
Me quedo yo solo en el cuarto y el perro en la televisión.
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El origen de Grey. Sombra 9
“¡Mami!” Hace mucho frío, todo está frío, no quiero estar aquí.
Me duele la cabeza, me tiemblan los dientes, me tiemblan las piernas, los brazos y no
puedo parar. Quiero que mamá me abrace y que pare este frío, pero ella sigue ahí
tumbada, quieta y cuando me acerco a tocarla está todavía más congelada que yo.
El Hombre Malo tiene un palito de fuego y al hundirlo en su piel ella ni siquiera se
mueve ni grita, con lo que eso duele…Mi graganta empieza a hacer ruido y sin poder
contenerme utilizo palabras: “¡No!”- No quiero que le haga daño, ni siquiera quiero que
la toque.
Empiezo a llorar porque no me hace caso, me coge el brazo y me hunde el palito
luminoso en él. Quema, y no puedo apartarme, porque cada vez me aprieta más fuerte.
De repente, cuando miro hacia arriba hay más personas en la habitación y ni siquiera las
conozco. Empiezan a pisar a mamá y a darle patadas, mientras yo continúo haciendo
todos los ruidos que puedo y les pego a ellos para intentar que la dejen en paz.
Cuando por fin me miran, reconozco a Jack. Él me mira, con sus ojos llenos de odio y
se acerca hacia mí, cogiéndome el brazo que tengo libre. Los dos me aprietan, me hacen
mucho daño, ya ni siquiera puedo respirar, no puedo hacer nada… Pero puedo llorar.
Cierro los ojos y al abrirlos, Grace está al lado de mami, tumbada y quieta. Las demás
personas todavía siguen ahí.
El hombre Malo me agarra fuerte del pelo, mi garganta intenta hacer un ruido, intento
gritar, pero no puedo. Sin soltarme mira a Jack y sonríen para ponerse de acuerdo y
empezar a pegarme. Me rindo, no puedo más, y recibo las siguientes patadas tumbado
en el suelo, en silencio y llorando entre mamá y Grace.
Una vez mami me dijo que cuando el Hombre Malo me pegara, debía tumbarme y no
hacer nada, no resistirme y pensar en otra cosa. Lo intento, como mami me dijo, y
pienso en que podría escapar si no tuviera brazos para que ellos me sujetaran.
Pienso en Car, en Sun y en Blankie, que no puedo verlos por ningún sitio. “Jodido
mocoso, ¡eres despreciable!”
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“¡Christian! Oh, cariño, está bien, tranquilo, todo está bien…” Cuando abro los ojos,
escucho un ruido y me doy cuenta que soy yo, que estoy llorando. Grace y Carrick
también están ahí, pero Grace ya no está tumbada junto a mami. La miro y ella parece
que está bien, pero no puedo parar de llorar, porque me cuesta sacarme la idea de que
aún le pasa algo… como a mamá.
“Desearía poder abrazarte, Christian, ¡por Dios!, desearía tanto poder quererte mejor…”
Grace está muy triste, y comienza a llorar, mientras se sienta a mi lado. Levanto la
mano y le seco una lágrima que le cae por la mejilla y solo consigo que llore todavía
más. Carrick se acerca y me sonríe.
“Solamente ha sido una pesadilla, chico, tranquilo. Todo el mundo las tiene, pero no son
reales, y se pasan”.
¿Cómo puede pasar algo y que no sea real? ¿Cómo sé yo entonces qué es real y qué no?
¿Qué es real y qué es pesadilla? Quiero preguntarles dónde está mamá para que me
ayude a tranquilizarme, sea buena conmigo y yo vuelva a estar feliz. Pero ahora Grace y
Carrick están aquí y me sonríen, son ellos los que quieren tranquilizarme.
¿Se enfadará mamá si dejo que lo hagan? No quiero que se enfade pero yo quiero
sonreír otra vez. Estoy muy cansado, solo quiero cerrar los ojos… y descansar para
siempre, no abrirlos nunca más.
Bostezo y poco a poco dejo de llorar. Grace se da un beso en la mano y la acerca a mi
pelo, para que yo sienta que me quiere. Mi cuerpo se estremece y quiere retroceder, pero
no le dejo que lo haga y me quedo quieto, esperando que su mano me roce. Su mano no
duele, solo se sienta en mi cabeza y siente mi pelo.
Quizás a ella le gusta jugar con el pelo. A mí me encanta hacer trenzas. Miro a Grace y
ya no quiero retroceder.
“Tienes un pelo precioso, es muy suave y tiene un color muy bonito”.
Nunca he visto el color de mi pelo.
En el cuarto de baño de la casa donde vivía Jack, había algo en la pared encima del
lavabo que servía para verte, para saber cómo era tu cara, tu pelo, pero yo era muy
pequeño para llegar hasta allí.
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“Mañana, haremos muchísimas cosas. Estoy muy contenta de enseñarte todo lo que
quieras aprender, y de pasar tiempo a tu lado, Christian”. Grace parece muy feliz y
mueve la mano dulcemente por mi pelo. Sonrío y voy a estirarme de nuevo en la cama,
pero entonces Grace aleja su mano de mi pelo y yo me detengo y sujeto su mano con la
mía, para que siga jugando con él.
Quiero que se quede conmigo y que siga contándome cosas, lo que sea, que siga
hablándome así, tan tranquila, pero no sé cómo hacerlo.
Ella empieza a llorar. Odio tener la culpa de que la gente llore, odio ponerla triste y que
llore por mí, porque entonces yo también estoy triste por ella. “Cariño, estas son
lágrimas de felicidad,” – ¿cómo sabe ella lo que estoy pensando siempre? ¿Qué son
lágrimas de felicidad?
No sabía que existían distintos tipos de lágrimas “estoy feliz de que dejes que te toque el
pelo”.
Carrick se da la vuelta, “Os dejo solos, buenas noches Christian, que tengas felices
sueños”.
No sé cómo decirle que espero que él también los tenga, así que solamente asiento con
la cabeza, de la misma manera que hago cuando quiero decir que sí.
Carrick debe haberlo entendido porque antes de marcharse me mira y me devuelve la
sonrisa.
Estoy muy contento de que también él pueda entenderme sin palabras. Grace sigue
sentada en la cama, a mi lado y continúa acariciándome el pelo, suavemente.
“Estoy muy feliz de tenerte aquí, Christian. Estamos los dos muy ilusionados por tener a
otro chico tan guapo en nuestras vidas, como Elliot, porque ahora somos una familia
aún más grande. Él nos bendijo al llegar a nuestras vidas, y ahora la bendición es
doble”.
Yo sigo mirando a Grace, pero no sé si sonreír o decir que sí con la cabeza, así que giro
lentamente mi cabeza, y miro el techo.
“Sé que no nos ha dado tiempo para conocernos bien, pero yo ya te quiero y quiero que
sepas que para mí ya eres especial y te llevo en mi corazón desde el primer día. Carrick
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también te quiere y Elliot está muy emocionado por tener un nuevo hermanito con el
que poder jugar. Quizás algún día podrás hablar y decirnos que tú también nos quieres”.
Me gustaría decirle que yo ya siento que la quiero, quiero a Carrick e incluso a Elliot
por querer jugar conmigo, pero simplemente la miro, callado. No puedo pensar en cómo
explicárselo y eso me hace sentir frustrado, tal y como Grace dijo.
“Deberías dormir, pequeño. Quiero que mañana hagamos muchas cosas y no puedes
estar cansado, incluso me he pedido el día libre para estar contigo todo el rato posible,”
¿En qué trabaja Grace?
El Hombre Malo siempre tenía trabajos para mami, ¿es que acaso alguien tiene también
trabajos para Grace? Hay demasiadas cosas que no puedo preguntar sin utilizar las
palabras y eso me enfurece y me pone muy triste.
“Cierra tus preciosos ojos y simplemente intenta descansar, me quedaré a tu lado hasta
que te quedes dormido”.
Escucho muy atento todo lo que Grace me dice, porque mami me dijo que es bueno
escuchar siempre a las personas. Ella no deja de acariciarme el pelo y recuerdo la vez
que mamá lo hizo y yo me puse a llorar cuando paró, porque estaba cansada y quería
dormir.
El recuerdo me entristece y de nuevo vuelvo a llorar. Creo que solamente derramo una
lágrima pero Grace se asusta y aparta su mano de mí.
“Oh, lo siento, me has roto el corazón”.
Yo no quiero romper el corazón de nadie. “Vamos a intentarlo de nuevo, cierra los
ojitos por mí”. Lo hago y empiezo a escuchar su voz, cantando una canción preciosa
que nadie me había dejado oír anteriormente.
A veces, mami cantaba alguna canción pero nunca una tan dulce como esta, dedicada
para mí. Trata de una madre que quiere mucho a su hijo, lo cuida y lo protege y va
viendo cómo se hace mayor a su lado. Grace tiene una voy muy agradable y un pelo
muy bonito.
Igual que mamá.
44
El origen de Grey. Sombra 10
Cuando abro mis ojos de nuevo, el sol ha vuelto.
Grace ya no está conmigo. No sé si tengo permiso para levantarme. No quiero que se
enfade. No quiero desobedecerla.
La cama está mojada
Grace va a enfadarse. Mucho. Comienzo a llorar.
Lo he estropeado todo.
De pronto Carrick entra en la habitación. Quiero desparecer. Intento esconderme debajo
de las sábanas. No sirve de nada. Antes de que me dé tiempo a taparme he visto cómo
alcanzaba a verme.
Comienza a hablarme
“Hey, cariño, ¿por qué estás llorando?”
”Sólo vengo para despertarte. Así podremos desayunar juntos… en familia”.
Muevo la cabeza de un lado al otro. No quiero bajar. No quiero que se dé cuenta de lo
que he hecho.
No consigo despegar la mirada de las sábanas.
“Tienes que comer, aunque sea un poco. Queremos que vengas con nosotros y nos
acompañes.
¿Por qué estás llorando, hombrecito?”
Se acerca a la cama. Aprieto las sábanas con mis manos.
No quiero moverme. Me da miedo que vea que la cama está mojada y se enfade.
Cuando se sienta junto a mí noto que sabe por qué estoy llorando. Empiezo a llorar con
más fuerza. Es como si pudiera escuchar los gritos.
Sin embargo, cuando empieza a hablar de nuevo su voz todavía es dulce y cariñosa.
“Christian, has mojado la cama, no pasa nada, seguramente estabas asustado”.
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Mi cabeza sigue moviéndose para decir no, no quiero que se lo cuente a Grace, por
favor. “
¿Es esto por lo que estabas llorando?
No pasa absolutamente nada, Christian, las lavaremos y pondremos otras nuevas y
limpias. A veces pasa y no hay nada de qué preocuparse. Poco a poco te sentirás mejor
y más relajado y dejarás de hacerlo”.
No me grita. No me pega. Se limita a sonreírme mientras me mira.
”Llamaré a la señora Touhey para que las cambie. Ella se ocupa de las tareas de la casa
y tendrás las sábanas limpias cuando vuelvas a dormir esta noche. Venga, ¡vamos a
comer!”
Se levanta y me espera en la puerta para que salga de la cama y le acompañe.
Nunca he tocado a Carrick pero ahora quiero hacerlo.
Cuando salimos de la habitación caminamos juntos, uno al lado del otro. Me acerco a él
y toco sus dedos con los míos, como hice con Grace. Al notar mi mano se gira y me
mira.
Espero que no se haya enfadado. Sonríe otra vez. Por si acaso retiro mi mano y sigo
caminando.
De repente Carrick se detiene. Se agacha y acerca su mano a la mía. No llega a tocarme.
La mantiene cerca pero alejada en el aire. “Está bien”–me dice. Así que mirando
fijamente a su mano voy acercando la mía poco a poco hasta que por fin nuestros dedos
se tocan. No es suave ni tan delicada como las de Grace o mamá, pero es también una
mano agradable. Es mucho más grande y no lleva ningún anillo como las manos de
Grace.
Tiene también un reloj en la muñeca, muy pequeñito. Acerco mis dedos a él y lo toco.
Es blando y duro a la vez.
“Es un reloj, Christian. Te dice la hora y la fecha. Así puedes ver cuánto tardas en hacer
las cosas y saber en qué momento preciso del día estás”
Es muy bonito, me encanta y al sonreírle él sabe que me gusta.
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“Podemos comprarte uno, si tú quieres, así tú también podrás llevarlo en la muñeca y
saber la hora”.
Mi cabeza dice ¡Sí, sí!
Carrick parece feliz.
Se levanta y comienza a caminar de nuevo. Yo le sigo muy contento. Ahora sé seguro
que no está enfadado por haber mojado la cama.
Elliot y Grace están comiendo en la mesa y Elliot no para de hablar mientras corta la
comida de su plato.
Mami me habló una vez sobre la escuela y me dijo que algún día me dejaría ir. Me dijo
también que todas las niñas y los niños van a la escuela a aprender cosas nuevas. Mami
decía que yo era muy listo.
Creo que me gustaría ir a la escuela. Me gustaría ir con Grace y Elliot. Me gustaría
aprender cosas nuevas como Elliot. Elliot sí va a la escuela.
Grace me mira. Parece feliz por verme entrar sonriendo.
“Siéntate aquí, cariño. Tenemos gofres, bacon, huevos y zumo para ti”.
Nunca antes he comido esas cosas, pero cuando me subo a la silla y veo la comida en la
mesa parece deliciosa. Mi estómago empieza a hacer ruido. Tengo muchísima hambre.
“¿A ti también te gustan los gofres? A mí me encantan con sirope y mantequilla”- me
dice Elliot. Veo que tiene el plato ya casi vacío.
Me está mirando fijamente y me pongo nervioso porque no sé qué es lo que debo hacer.
De repente salta de su silla y se sienta en la silla vacía que está más cerca de mí. No me
asusto. Elliot ya no me da miedo.
Coge mi plato con la comida, lo pone delante de él. Me pregunto si va a comérselo y
dejarme sin desayuno.
“Mira”- me dice, “debes cortarlo en trocitos pequeñitos que te quepan en la boca.
Después pones sirope por encima, un trocito de mantequilla y te lo comes. Así”.
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Miro cómo lo hace. Seguro que Grace le enseñó cómo hacerlo cuando era pequeño
como yo.
Aparta el plato con la comida y lo coloca delante de mí. Otra vez.
Cojo el palito plateado para pinchar un trocito de los que ha preparado y lo pongo en mi
boca. Intento no levantar la mirada del plato. Puedo notar cómo todos están mirándome.
¡Está buenísimo! Mi estómago vuelve a hacer ruido. Creo que está contento y quiere
más. “¿No son los mejores gofres que has comido nunca, Christian?”- Elliot parece muy
feliz y me sonríe. Le sonrío a él porque también lo estoy.
“Prueba el bacon y los huevos también, pero bebe un poco de zumo antes”. Me ayuda a
poner el zumo en un vaso más pequeño y los huevos y el bacon al lado de los gofres.
Está todo delicioso así que digo que si con la cabeza para que él también sepa que me
encanta este desayuno.
Pincho otro trozo y lo pongo de nuevo en mi boca.
“Mastica bien, sino te atragantarás y empezarás a toser”.
Elliot sabe muchísimo. Me pregunto si es muy mayor. Miro la mano que tiene apoyada
encima de la mesa y parece igual que la mía. Acerco poco a poco la mía hasta la suya
para tocarla y saber si es suave o no. Él se queda muy quieto. Puedo notar que es
delicada como la de Grace.
“Me gustas, Christian, me alegra mucho tenerte como hermano”- me dice sin apartar sus
dedos de los míos.
Sonrío. No sabía que yo era un hermano. No entiendo qué es lo que significa, pero veo
que eso le hace feliz . Nunca antes había visto a alguien igual de pequeño que yo,
aunque realmente él es un poco más grande. No tan grande como Grace o Carrick,
solamente más grande que yo.
Miro a Grace y Carrick. Ya no me miran. Están usando palabras entre ellos. No sé si
Carrick le ha contado a Grace lo que ha ocurrido esta noche pero los dos parecen muy
contentos. ¿Estarán contentos porque me gusta el desayuno?
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“He de irme a la escuela, pero si quieres cuando vuelva a casa podríamos ver juntos la
televisión ¡o jugar a fútbol en el jardín!” Sé que la televisión está en mi cuarto, porque
ayer Grace me la enseñó, pero no sé qué significa fútbol.
No me importa.
Sea lo que sea el fútbol, se seguro que querré jugar con él.
Le digo que sí con la cabeza. Me sonríe feliz.
Por un momento me parece como sí hacer feliz a la gente no fuera algo difícil.
Quiero que me quieran y que eso les haga felices a los tres. A Carrick, a Grace y a
Elliot.
Elliot baja de la silla.
Yo sigo comiéndome los trocitos que él me ha cortado en el plato. Bebo zumo entre
trozo y trozo para no atragantarme, tal y como Elliot me ha explicado.
“La señora Touhey ya está afuera. Elliot, no la hagas esperar”- dice Grace.
Elliot coge una mochila. Una igual que la que Grace usó para poner mis cosas y traerlas
a esta casa.
Grace les da un beso a los dos. A Carrick y a Elliot. Se acerca a mí y me coge de la
mano. Grace y yo nos quedamos mirando como Carrick y Elliot se van.
“Hasta luego”- dice Elliot mientras corre hacía la señora Touhey.
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El origen de Grey. Sombra 11
Mi pijama sigue mojado
No me atrevo a decírselo a nadie. No quiero que nadie lo vea.
Intento bajarme yo solo de la silla cuando nadie mira.
- “Tus sábanas vuelven a estar limpias de nuevo, Christian”.
- ”¿Te has cambiado ya el pijama Christian?”- Dice Grace dirigiéndose a mí.
Ella siempre sabe en qué estoy pensando. Que necesito en cada momento. Siempre.
- “¡Mierda! Es verdad. Se me había olvidado”- dice Carrick
Grace le da un golpecito en el hombro. Creo que no le ha debido pegar muy fuerte
porque no se queja. Parece que no le ha dolido.
- “Ven cariño, no te preocupes”- dice Grace acercándose a mí.
- “Voy a prepararte un baño con agua calentita mientras tú y Carrick vais a buscar ropa
limpia al armario”.
- “Pondremos a lavar el pijama que llevas puesta.”
Grace no parece enfadada.
No está enfadada conmigo pese a que estoy seguro de que Carrick le ha contado lo que
ha pasado. Sabe lo que ha ocurrido. Es imposible que hubiese visto antes ni la cama ni
mis pantalones y lo sabía.
La cierto es que hay muchas cosas que no llego a comprender.
Cómo funcionan. Cómo suceden.
Cosas que son parte del día a día de Grace y Carrick. De su casa. De sus vidas.
Cosas como saber qué es lo que quiero. Que es lo que necesito en todo momento.
Hoy siento me siento feliz.
Me siento bien en esta casa. No tengo miedo. Ya no.
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A veces pienso en mamá. En ella y en el Hombre Malo.
En ocasiones también recuerdo los guisantes fríos.
¿Cuánto hace que ya no vivo allí?
¿Tendré que volver alguna vez a aquella habitación?
Aún nadie me ha dicho a dónde se fue mami. Quisiera saber dónde está mami.
¿Qué le pasó al Hombre Malo?¿Porqué no he vuelto a verlos?
Aprieto los dientes.
Tengo muchas preguntas cuyas respuestas desconozco. Sé que solo llegaré a conocerlas
preguntándoselo a Grace o a Carrick, pero la única forma de hacerlo es hablando con
ellos, usando las palabras.
Pero sé que nunca seré capaz de hablar y que por ello nunca conoceré la respuesta.
Sigo sin saber porque me resulta tan difícil hablar.
Día tras día veo como todos los que me rodean hablan entre ellos.
A veces sueño con que soy capaz decir algo a Grace. Ella se alegra mucho y sonríe.
Quisiera poder decir alguna cosa. Articular alguna palabra, aunque fuera una estupidez.
Aunque fuese la más grande e incoherente de las estupideces.
A veces puedo oír como retumban en mi cabeza todas las cosas que quiero decir.
Puedo notar cómo se agolpan en mi boca esperando el momento de poder escapar de
ella y ser escuchadas por los demás.
Puedo escucharlas en mi cabeza, pero no sé cómo articularlas.
Vuelvo a mi habitación y abro uno de los cajones del armario.
Grace me ha dicho que aquí debería haber ropa limpia para mí. Ropa seca y limpia que
puedo utilizar.
Dentro del cajón hay varios pantalones tejanos.
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Son todos iguales. Son pantalones como los que llevan Jack y Elliot.
Entre los pantalones hay una camiseta que me llama la atención una camiseta. Tiene un
perro dibujado.
Es el mismo perro que vimos ayer por la televisión.
Me giro para hacía la pantalla de la televisión. El cristal a través del que ayer veíamos al
perro de la camiseta hoy es de color negro.
Sé que a veces la pantalla está llena de colores y que a veces es de color negro. Sé que
cuando es de color negro está apagada, pero no entiendo cómo funciona.
Creo que si la miras fijamente, a veces, si le gustas, te enseña cosas.
El perro que vimos ayer en la televisión no era como los perros de verdad.
Parecía de mentira.
Era como el de la camiseta. Parecía que alguien lo hubiera dibujado
Un dibujo que podría hablar y moverse.
No comprendo el funcionamiento la mayoría de las cosas. Cosas que los demás parecen
entender con facilidad. Eso hace que a veces me enfade. Que me enfade conmigo y con
los demás.
Quiero poder entender y hacer las mismas cosas que hacen los demás niños.
Es porque soy tonto. Imbécil.
El hombre malo lo sabía pese a que mami no le gustara que me llamara así.
Elliot conoce muchos juegos. También sabe cómo prepararse los gofres él solo.
Sabe cómo funciona la televisión.
Yo no.
Creo que Elliot sabe todo eso porque Grace es su mamá.
Saber que Grace no es mi mamá y que nunca lo podrá ser hace que me disgusta.
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Quiero ser como Elliot. Quiero que Grace sea mi mamá.
No saber cómo funcionan las cosas hace que me ponga furioso. Saber que Grace nunca
podrá ser mi mamá me hace sentir solo. Aislado. Triste.
Me quedo mirando el cajón pensando. ¿Grace podrá llegar a quererme como quiere a
Elliot pese a que soy tonto y ella no es mi mamá?.
No quiero que Grace me vea llorar. Hoy no.
Cojo la ropa y cierro el cajón
Camino hacia el baño donde Grace está esperándome.
Dentro del baño hay una bañera muy grande. Grace está sentada en el borde.
- “El agua está caliente pero no quema, no te preocupes.” No sé hacia dónde mirar así
que me limito a bajar la cabeza.
- “Sácate la ropa y déjala por aquí y entra en el agua.” Su voz es suave. No creo que esté
enfadada, sin embargo, y pese a que no se por qué no puedo evitar sentirme muy
asustado.
Empiezo a sacarme la camiseta.
Evito mirar a Grace.
Cuando acabo continuó con los calcetines y los pantalones del pijama
Los mismos pantalones del pijama que mojé y que aún siguen mojados.
Grace no dice nada.
No sé si está mirándome. Me limito a seguir mirando el suelo mientras me quito el resto
de la ropa que llevo puesta.
Cuando he terminado intento meterme en la bañera.
Lo intento y lo consigo.
Es algo que aprendí a hacer yo solo hace tiempo.
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No quiero que nadie me toque. Ni tan solo para ayudarme. As que hace ya mucho
tiempo que aprendí a meterme en la bañera yo solo.
El agua está caliente, pero no quema. Al menos no como los palitos de luz del Hombre
Malo.
- “No puedes quedarte mucho rato ahí dentro, cariño.”
- “Tenemos que estar listos para tu cita, pero te he comprado esto. Espero que te guste.”
De repente Grace echa algo en el agua.
Doy un salto del susto. El agua me ha salpicado a la cara.
Lo que Grace ha tirado a la bañera tiene ojos.
Tiene ojos y una forma muy rara.
No se hunde. Flota.
Es del mismo color que Car y por un momento me da la sensación de que está
mirándome.
Entonces Grace echa dos cosas más al agua.
También tienen ojos y son del mismo color que Sol y Bob.
Parecen buenos, pero no sé si debo tocarlos.
- “Son patos, patitos de goma. A los patos de verdad les gusta flotar en el agua igual que
a estos.
- “Si quieres esta tarde podemos ir al lago para que los veas. Estos son de juguete pero
saben nadar igual que los de verdad.”- me dice.
Toco el de color azul, el que es igual que Bob.
Es muy blandito.
Al tocarlo se hunde y desaparece en el agua.
Sonrío. Me gusta.
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Espero a que vuelva a la superficie y lo empujo de nuevo.
- “Son buenos amigos. Compañeros de baño.” Añade Grace. Asiento con la cabeza y
golpeo el pato de color amarillo.
Grace ha dicho que los tres se llaman patos, pero creo que debería ponerles nombre un
nombre distinto a cada uno de ellos.
Llamaré Elliot al rojo, Grace al azul y Christian al amarillo. Así podré recordar
fácilmente los nombres.
Ojalá tuviera otro patito más.
Lo llamaría Carrick.
Quizás Grace me traiga otro igual. Quizás. Algún día.
- “Utiliza el jabón. Lávate bien, tenemos un día muy largo.”
Uso el jabón y la esponja igual que lo hacían las chicas de la casa de acogida cuando me
ayudaban a bañarme.
Grace mientras lee un libro.
Cuando he acabado vuelvo a coger los patitos y me pongo a jugar con ellos.
Hablan entre sí y yo puedo oír como lo hacen.
Hablan sobre nadar, algo que parece ser que saben hacer muy bien.
Me gustan.
Además ahora tengo tres amigos más. Espero que a Car, a Sun y a Bob también les
gusten. Así podremos jugar todos juntos.
El tiempo me pasa volando. No sé cuánto rato ha pasado cuando Grace me avisa de que
ya llevo mucho tiempo en la bañera
- “Hora de salir, cariño. Si quieres esta noche puedes volver a bañarte y así jugar un rato
más con los patitos de juguete.”
Me levanto.
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Grace estira la mano ofreciéndose a ayudarme.
La miro a los ojos.
Poco a poco acerco mi mano a la suya hasta que se tocan.
Salgo de la bañera y ella me envuelve con una toalla grande y caliente.
Miro a los patos que ahora flotan solos en la bañera. Ellos me miran a mí.
“Christian, también puedes jugar con ellos cuando no estés en el agua. Cógelos y trae
también tu ropa y vamos a vestirte a tu habitación. Así podrán conocer a tus muñecos.”
Grace sabe que Car, Sol y Bob querrán conocer a los patitos y yo también, así que hago
lo que me dice. Me pongo la ropa nueva que me ha dado y coloco a los patos junto a
Bob, Car y Sol. Nada más juntarlos sé que ya se han hecho amigos.
Me gusta que todos sean amigos. Me gustan los amigos.
Me hubiera gustado mucho que Jack fuera mi amigo. Él fue el primer niño que conocí.
Jack no quiso ser mi amigo y tampoco quiso ser amigo de Car.
Yo no quiero ser amigo de nadie que no quiera estar con Car.
Car fue mi primer amigo. Car y yo estaremos juntos para siempre.
Dejo a los patos y junto a Car, Bob y Sol.
Dejo que hablen para que puedan conocerse entre ellos.
Les doy un beso de despedida para que no estén tristes y sepan que voy a volver.
Salgo de la habitación en busca de Grace.
Vuelvo a la habitación de los gofres. He visto como Elliot la llama cocina.
No hay gofres. Sin embargo encuentro a Carrick a Grace y a una mujer nueva que no
conozco.
- “Christian, ella es la señora Touhey. Cuida de la casa y nos ayuda en cualquier cosa
que necesitemos.”
56
- “Si necesitas algo, cualquier cosa, puedes pedírselo a ella.”
La miro y sonrío.
Por primera vez me resulta agradable e incluso un poco gracioso que Grace me acabe de
sugerir que hable.
Que hable con la señora Touhey.
Grace sabe que yo no hablo con nadie.
57
El origen de Grey. Sombra 12.
Grace me lleva a una tienda y me compra más galletas con trocitos de chocolate.
Galletas como las que comí en su casa. Estaban buenísimas.
Me compra un libro. Está lleno de dibujos. La tapa es de diferentes colores. Me regala
también un bolígrafo azul. Alguna vez he tenido lápices de colores e incluso ceras, pero
nunca antes un bolígrafo.
Me siento orgulloso. Es un bolígrafo como el que utilizan los mayores.
Estoy muy contento con todos los regalos, aunque aún no sé por qué nos hemos ido tan
rápido del médico. En realidad no me importa, prefiero ir con Grace a los columpios.
Hay mucha gente en el parque; grandes como Grace y pequeños como yo.
Hace un día muy soleado y puedo ver que el parque es muy grande y my bonito. Tiene
muchos juegos y árboles. También hay flores por el suelo. Todo el mundo está
sonriendo.
Me gusta mucho estar aquí. Me gusta estar contento.
Me coge de la mano y caminamos juntos hasta un banco de madera. Frente a nosotros
hay otro banco igual al banco que en el que estamos sentados. Entre ambos hay una
mesa.
Todo el conjunto está hecho de una única pieza. No es una mesa tradicional.
Nos sentamos.
“Bien”- me dice Grace, “he pensado que podría enseñarte a escribir. Así podremos
comunicarnos. Así podremos escucharte y entender todo lo que nos quieras decir”.
Puedo ver en sus ojos como tan solo la idea de pensar en ello la hace feliz. Estoy muy
intrigado por saber en qué vamos a escribir y si voy a saber hacerlo bien. No sé por qué
estaba enfadada antes, pero ya no lo está.
Abre el cuaderno y le quita el tapón al boli y lo coloca en el otro extremo. Me lo da para
que lo coja. Después abre el paquete de las galletas y coge una. No me importa que
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también coma. Me gusta poder compartir las cosas con ella. Cada vez que lo hacemos,
cada vez que compartimos algo, siento que somos amigos.
“¿Recuerdas lo que escribimos la última vez, cariño?”
Lo recuerdo. Recuerdo que lo último que intento enseñarme resulto ser demasiado
difícil para mí.
Boli en mano trato de replicar los únicos garabatos que sé hacer: mi nombre, mi
apellido.
A, B y C.
No recuerdo más.
Miro el espacio en blanco que no he sabido rellenar con más letras. Me entristezco.
Nunca llegaré a ser tan listo como Elliot.
Al levantar la mirada Grace me sonríe. Está muy contenta. Eso me hace feliz.
“Wow, Christian, ¡recuerdas muchas letras! Eres un chico muy listo, lo vamos a pasar
genial aprendiendo a escribir.”
Me siento orgulloso. Orgulloso de que a ella le agrade lo que hago. Estoy contento.
Muy, muy contento.
Grace coge el bolígrafo y empieza a escribir más cosas después de mi C.
Sus letras son muy bonitas y las escribe muy fácilmente. También coge el boli de una
forma peculiar. Elegante
.
Mis dedos no son capaces de sostener el boli así. Tengo que apretar mucho. Aprieto el
boli en el centro de mi puño tan fuerte como puedo, pero no puedo evitarlo, a veces se
me cae.
“Después de la C viene la D, como la primera letra de dulce.”
Después me enseña muchas letras más y jugamos a buscar palabras que yo conozca y
que empiecen por esas letras. Así me resultará más fácil recordarlas, dice.
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Luego hacemos un pequeño dibujo al lado de cada una de las letras. He pensado que
llevaré el cuaderno siempre conmigo. Así podre utilizar cada vez que quiera decir algo y
no pueda.
Cuando acabamos se ha hecho tarde. Tengo la cabeza y las manos calientes por haber
estado tanto rato al sol.
Tengo sed. Quiero beber agua.
Miro las hojas y están llenas de dibujos y letras.
Puedo acordarme de muchos de esos dibujos nada más mirarlos.
Nos hemos comido todas las galletas, pero sigo teniendo hambre.
“Es la hora de comer, cielo, seguiremos practicando cuando volvamos a casa.”
Otra vez ha sabido qué era lo que estaba pensando. No he tenido que decírselo. Me
levanto dispuesto a seguirla.
Miro los columpios al pasar y me giro. Miro a Grace.
Me siento en el suelo. Abro el libro para dibujar el columpio y a mí balanceándome en
él.
Grace se agacha sorprendida y al ver el dibujo me pregunta “¿Qué es? ¿Es que quieres
columpiarte?” Asiento con la cabeza para decir que sí. Ella sonríe haciendo ver que no
entiende lo que eso significa. Es extraño. Se que me ha entendido.
Entonces me acuerdo que me ha dicho que ahora puedo utilizar las letras para
comunicarme. Ya no necesitaré mover la cabeza nunca más.
Vuelvo a coger el cuaderno y escribo SÍ y lo levanto para enseñárselo.
Grace está muy contenta de ver lo que acabo de hacer. “¿Quieres volver a jugar en los
columpios? ¡Perfecto, cariño! Pero no nos quedaremos mucho rato, porque se acerca la
hora de comer y has de recuperar energías.”
Voy a los columpios. Ella me sigue muy de cerca. Le doy el libro y el bolígrafo para
que me los guarde. Intento subir. Me encantaría que Elliot estuviera aquí para
enseñarme cómo lo hace él.
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Grace me mira mientras sigo intentando alcanzar el columpio.
Otra vez esa sensación. Vuelvo a sentirme pequeño y estúpido por no poder subir.
“¡Tengo una idea, Christian! Voy a poner mis manos como si fueran un escalón, así tú
podrás colocar ahí un pie y subirte solo sin que yo te toque, ¿vale?”
Se agacha y pone sus manos juntas. Yo hago lo que ella me ha dicho que hiciera.
Cuando uno está arriba del todo del columpio da mucho miedo. Mis pies no tocan el
suelo y tengo muy poco equilibrio. Me cojo fuerte a las cadenas con las manos.
“Desearía tener una cámara ahora mismo, Christian, ¡estás precioso y tan valiente ahora
mismo!”, más caras felices, “¿Quieres que te empuje?”
No digo ni que sí ni que no con la cabeza, pero tampoco puedo escribir, así que Grace se
coloca detrás de mí y me balancea suavemente empujando las cadenas por debajo de
mis manos. El columpio empieza a moverse y de repente ya no tengo miedo.
¡Esto me encanta! “Si quieres ir más rápido para llegar más alto debes cogerte muy
fuerte a las cadenas, no te sueltes, Christian.”
Cada vez subo más alto y puedo ver el cielo y el sol y alguna nube, justo como mami
me dijo una vez. Cierro los ojos y ahora entiendo por qué le gustaba tanto. Me acuerdo
de ella y además estoy muy feliz.
El asiento ahora se está moviendo solo y Grace ha vuelto delante y me mira sonriente.
No sé muy bien por qué empieza a frenarse él solo, pero está bien, simplemente va
parando lentamente cuando nadie lo empuja.
“Cariño, tienes una risa preciosa”
¿He reído? Giro la cabeza y veo que hay muchos niños como yo en una especie de
bañera de plástico con una valla.
“Eso de ahí es la zona de juegos”- me dice señalándome cada uno de los elementos,
“también hay medias lunas, toboganes y mucho más. A Elliot le encanta esa parte. Si
quieres podría traeros a los dos esta tarde y así podréis jugar juntos y te enseñará cada
uno.”
61
Muevo la cabeza enseguida diciendo que sí, aunque ahora que tengo el libro y puedo
escribir se supone que no debo hacerlo, pero Grace no parece enfadada.
Bajo del columpio de un salto y ella se gira y camina delante de mí hacia el coche. Doy
unos pasitos rápidos para acercarme a su lado y le toco sus dedos con los míos. Siempre
se pone muy feliz cuando lo hago y ahora quiero hacerlo porque yo también estoy muy
contento de que me haya enseñado todos estos juegos.
Nos paramos a comer en una tienda que se llama Dunkin’ Donuts y yo como una
rosquilla, un zumo de naranja y unos pastelitos que están deliciosos. Ella toma la misma
rosquilla que yo y un café.
No me deja probarlo porque dice que está demasiado caliente, pero huele igualmente
delicioso. Después vamos a casa y al salir del coche el perro de la puerta comienza a
ladrarnos de nuevo. Al principio me asusto mucho, pero luego recuerdo que es su
manera de decirnos hola y ya no estoy tranquilo.
Me gusta porque su manera de comunicarse es distinta que la de los demás, como yo él
tampoco puede usar las palabras, así que tiene una manera nueva de saludarnos. Muevo
la mano y espero que me haya entendido porque así seremos también amigos.
Cuando llego a casa vuelvo a abrir el cuaderno y continúo dibujando con los lápices de
colores, mientras espero a que llegue Elliot porque quiero jugar a fútbol tal y como ha
dicho que haríamos.
Grace sale de la habitación de los gofres y entra en otra habitación donde empieza a
hacer bastante ruido. Pero no es un ruido malo, suena muy bien y es muy agradable, así
que me levanto y me acerco para verla.
Está sentada en un banquito de madera, como el del parque pero más pequeñito. Y esta
vez la mesa tiene unas pequeñas piezas blancas y negras y a presionarlas suena una
música preciosa.
“Es un piano, Christian. Hace música. No es bonito escucharlo? Ven aquí, pruébalo tú
mismo.”
Subo al banquito a su lado y observo qué hace exactamente para que la mesa haga ruido
y suene igual que una canción.
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Me gustan mucho las canciones, me gustaría que ella usase las palabras mientras hace
música para hacer más bonita la canción, pero sin embargo, me encanta de todas
maneras.
“Inténtalo”. Ella aprieta una pieza blanca y después lo hago yo igual. Después otra y
otra y yo continúo imitando cada movimiento.
“Ahora intenta hacerlo todo igual desde el principio.” Solo puedo recordar unas pocas
notas pero suena muy bien y Grace sonríe mientras aplaude.
Me aplaude a mí.
“Tienes una memoria muy buena, Christian”- me dice. Me encanta haber hecho un
trocito de una canción yo solo, quiero continuar pero de repente se abre la puerta y
aparecen Elliot y la señora Touhey.
“¡Hora de jugar a fútbol, Christian!” grita Elliot mientras tira la mochila a un lado y
corre hacia su cuarto. En un segundo está de vuelta y lleva un balón blanco y negro en
sus manos.
“No juguéis dentro de casa con la pelota”- dice Grace.
Yo no quiero jugar a futbol ahora, quiero continuar viendo como ella toca el piano y me
enseña a tocarlo a mí también. Una vez más, ella lee mi pensamiento y me dice: “No te
preocupes, cariño, ve a jugar ahora con Elliot al jardín y en otro momento te enseñaré
mucho más”
¡Qué bien! Sonrío y me bajo del taburete para irme con Elliot porque le he dicho que lo
haría y sé que eso también le hace feliz a él.
Vamos a fuera por una puerta diferente a la que hemos usado para entrar y salimos a un
jardín diferente al que utiliza el coche para vivir, donde he saludado al perro.
Elliot deja el balón en el suelo y le da una patada. La pelota viene muy rápido hacia mí
y me golpea la pierna, pero no me duele nada, porque ha sido muy flojo.
“¡Lo siento! Tienes que pararla con el pie y devolvérmela de un golpe como he hecho
yo. “ Lo intento y el balón no llega hasta donde está Elliot pero se queda muy cerca, así
que él solo ha de dar un par de pasos para cogerlo y volver a chutarla hacia mí.
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“¿Sabes qué? ¡Hoy una niña de mi clase ha vomitado en la mesa! jajajaja” Elliot se ríe y
yo también, porque no sé muy bien qué hacer, pero me gustaría mucho saber más cosas
del colegio.
“También he hecho un examen de matemáticas. Creo que me ha salido muy mal, así que
no se lo digas a mamá, por favor.”
¿Que no se lo diga a mamá? ¡Ah,…! ¿Grace? Digo que sí con la cabeza y le devuelvo el
balón. Esta vez ya he aprendido y le llega justo hasta sus pies.
Elliot continúa hablándome de su escuela y suena genial.
Me encantaría ir a la escuela y tener amigos que vomitaran en clase, hacer mal los
exámenes de matemáticas y tener profes que huelen raro. Parece muy divertido porque
Elliot sonríe todo el rato.
Ni siquiera sé muy bien qué significa apenas nada de lo que me ha contado, pero quiero
entenderlo y quizás pueda ir con él a la escuela algún día escondido en su mochila,
porque parece enorme y creo que yo cabría en ella.
Quizás incluso podría preguntarle a Grace y ella me dejaría ir, o Elliot podría
preguntarle por mí. Mmmm, no, me gusta más la idea de esconderme en su mochila y
poder ver primero cómo es sin que nadie me vea.
Durante la cena Elliot me enseña cómo sacar la carne del pollo de un mordisco sin tocar
el hueso con mis dientes para no hacerme daño. Por fin puedo comer la comida de la
gente normal y así comemos todos lo mismo.
Estoy muy contento porque está deliciosa, como la rosquilla de la comida.
La señora Touhey ha preparado guisantes y están muy calientes y sale vapor de la
cazuela. Solo de recordarlos me empieza a doler el estómago y no quiero comerlos.
Pero no pasa nada, porque Elliot pone leche en un vaso y me lo acerca. Sabe igual que
la leche con chocolate que me preparó Grace y me hace entrar ganas de volver a comer
cookies otra vez.
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Cuando hemos terminado toda la comida quiero volver de nuevo al parque. Me alegro
mucho de tener ahora una manera para comunicarme, así que voy a por mi libro y lo
abro por la página de los columpios para que Grace lo vea.
“¿Qué es esto?”- dice Carrick “Christian y yo hemos aprendido hoy cómo poder hablar
sin utilizar palabras, así que ahora ya podrá contarnos muchas cosas, ¿verdad?, hemos
estado trabajando con las letras y los dibujos”
Digo que sí muy feliz con la cabeza y Carrick también sonríe mientras me mira. Elliot
se acerca corriendo y al ver mis dibujos se ríe.
“¡Son los columpios del parque! ¿Habéis ido a los columpios?” Digo que sí con la
cabeza.
“Lo llevé de vuelta a los columpios y quiso probarlos de nuevo y estoy segura de que le
han encantado, ¿a que sí?” Grace está más feliz que nunca y yo también. Quiero ir a
columpiarme con Elliot.
“Mami, ¿podemos ir al parque de nuevo?” ¡Ahora Elliot también sabe lo que estoy
pensando! Grace y Carrick asienten con la cabeza.
“Poneos los zapatos y vamos todos a los columpios y comeremos un helado de camino.”
Elliot pide un helado en un cucurucho y yo tomo lo mismo que él porque sé que sabe
qué es lo que está más bueno. Después Grace le enseña cómo ayudarme a subir al
columpio con las manos.
Elliot me empuja y se va corriendo a subirse al columpio que está a mi lado. Desde ahí
me enseña a mover las piernas para que yo mueva el columpio sin necesitar a nadie que
empuje las cadenas y voy muy rápido y veo el cielo y las nubes otra vez.
Cuando volvemos a casa Elliot se marcha corriendo a ver la televisión y Grace me
acompaña al piano para enseñarme un trocito más de la canción.
Cada vez recuerdo más piezas así que suena genial y lo voy repitiendo una y otra vez.
Estoy contento por este día. Estoy muy contento por tener muchos más días como este,
junto a Carrick, Elliot y Grace.
65
El origen de Grey. Sombra 13.
Los días pasan y mi vida cada vez se hace más rutinaria. Más normal. Eso me gusta. La
gente a veces ignora el placer de poder disfrutar de la tranquilidad. Del aburrimiento.
Me encanta vivir con Grace, Carrick y Elliot.
Ellos me enseñan muchísimas cosas.
Me encanta aprender cosas nuevas.
He aprendido a tocar el piano. Ahora sé tocarlo yo solo.
Cuando lo toco Grace se sienta en el sofá a escucharme. Cierra los ojos y mueve la
cabeza, lentamente, de un lado al otro, al ritmo de la música.
He aprendido a escribir mucho mejor de lo que lo hacía antes. Ya soy capaz de escribir
muchas palabras. Palabras nuevas que antes ni siquiera sabía que existían.
Ahora me resulta más fácil decir lo que pienso. No importa que no sepa hablar. Puedo
escribirlo. Ahora puedo escribir lo que quiero decir. Solo necesito un lápiz y un papel.
Si lo hago mal Grace me corrige. No se enfada. Solo quiere que lo haga mejor. Quiere
ayudarme.
Elliot y yo vemos la televisión juntos.
Me ha enseñado dos juegos nuevos. Son deportes de equipo. Se parecen al fútbol.
Uno se llaman béisbol y el otro rugby.
Creo que ahora soy más alto de lo que era antes. Más grande.
Ya soy capaz de subirme al columpio. Solo necesito dar un salto.
Ahora puedo balancearme yo solo. Sin ayuda de nadie.
Solo necesito mover las piernas. No necesito que nadie me empuje.
No sé muy bien cuánto tiempo hace que vivo en la casa de Grace y Carrick.
Desde el día que llegue a vivir a su casa Grace va apuntando en un calendario cada día
que pasa. Los tacha con una cruz de color negro. Cuando todos los días están tachados
66
Grace arranca la hoja. Creo que Grace ha arrancado unas 5 o 6 hojas del calendario
desde que estoy aquí.
Los quiero muchísimo y ellos a mí.
No obstante, pese a que siento que me quieren estoy convencido de que en el fondo
Grace y Carrick quieren más a Elliot que a mí. Es normal. Al fin y al cabo él es su hijo y
yo no.
Grace ha intentado conseguir que hable, pero sigo sin ser capaz de hacerlo. Sigo siendo
incapaz de articular palabras con la boca.
Todas las noches, cuando nos sentamos a la mesa para cenar, Grace, Carrick y Elliot
hablan entre ellos. Hablan sobre cosas que yo no entiendo. Hablan como si yo no
estuviera allí.
Hablan y discuten. Creo que muchas veces se olvidan de mí. Se olvidan de que sigo allí.
En ocasiones ni siquiera me miran. No me miran ni una sola vez durante todo el tiempo
que estamos juntos sentados a la mesa.
Cuando estamos sentados a la mesa nunca hablamos con la libreta. No quiero que se
ensucie con la comida. La dejo en mi habitación y luego, cuando he terminado de
comer, vuelvo a por ella.
He crecido. Soy más grande. Soy más alto pero sigo siendo igual de torpe.
Por alguna razón me cuesta sostener las cosas con la derecha. Grace dice que me curaré.
La mano derecha a veces me tiemblan. El brazo derecho me duele cuando intento
levantar alguna cosa que pesa. Eso hace que a menudo, cuando intento beber algo,
derrame la leche o el zumo por la mesa.
Grace no los sabe pero cuando vivía en la otra cosa el hombre malo a veces cuando me
zarandeaba me estiraba de alguno de los dos brazos. Una vez lo hizo tan fuerte que el
brazo se me desencajó y mami tuvo que llevarme al hospital. Recuerdo que perdí el
conocimiento. A partir de ahí no recuerdo mucho más. Fue el mismo brazo.
Aunque sigo siendo igual de torpe ya no lloro tanto como antes. Grace dice que los
accidentes pasan. Pero yo veo que nadie tiene tantos accidentes como yo.
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Los vasos se derraman porque yo los derramo. Las cosas se caen porque yo las tiro y los
juguetes se rompen porque yo los toco.
Me despierto. Estoy empapado en sudor. Estoy temblando.
Por la noche tengo pesadillas sobre mantas verdes pegajosas. A veces aparecen el
Hombre Malo y también mamá, Bob y Car. Recuerdo que también veo fuego. Oigo
gritos y llanto.
En el sueño el hombre Malo me pega. Me pega a mí y también a mamá. Ella está quieta.
No se mueve. Yo lloro.
En el sueño mamá esta muerta. Grace me explicó un día lo que significa la muerte
cuando vimos un pajarito muerto en el parque. Era un pájaro muy pequeño. Se había
caído del árbol y por el golpe, el hambre o el frío, había muerto. Eso dijo Grace.
A mamá y a mí el hombre malo nos golpeaba. Pasabamos frío y hambre.
Mama y yo estamos muertos. Como el pajaríto.
Entendí bien a lo que se refería y ahora sé dónde está mamá. Esta junto con el pajarito
del parque y otras personas a las que ya nadie más puede ver y no se mueven. Lo que no
logro entender es porque yo no estoy con ellos y en lugar de eso estoy con Grace,
Carrick y Elliot. Ellos no están muertos.
Cuando tengo alguna de esas pesadillas y me despierto por la noche, me doy cuenta que
los gritos y lloros que oigo son en realidad los míos. Grito sin darme cuenta pero puedo
oirlos. Nítidos. Claros. Como si fueran de otra persona que grita en la misma habitación.
La luz se enciende y Grace y Carrick entran en la habitación.
Me miran sin saber que hacer. Aún estando asustado no dejo que me toquen. Quizás
justamente por ello.
Puedo notar en sus ojos que quieren abrazarme para intentar que calme. Quieren intentar
reconfortarme con una caricia. Yo no quiero quiero que lo hagan. Estoy muy nervioso y
no puedo parar de llorar.
Cuando se hace de noche y todo está oscuro noto el sabor metálico de los guisantes fríos
en la boca. A veces huelo el humo de los palitos de luz del Hombre Malo.
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La oscuridad me da miedo. Odio la hora de irme a dormir.
Grace y Carrick intentan tranquilizarme. Se sientan en la cama, junto a mí. No me
tocan. Saben que no quieren que me toquen.
Estan cansados. Tristes. Yo también lo estoy. Sé que por mi culpa ya no sonríen tanto
como antes lo hacían. Se que los despierto todos los días en mitad de la noche.
A veces, cuando no puedo dormir y no sé qué hacer, me voy a la habitación del piano y
toco música. Flojito, para no despertar a nadie.
Grace viene y escucha un rato muy corto hasta que me doy cuenta y paro y miro el
suelo, por si está enfadada. Sin embargo, nunca lo está.
La mayoría de las veces simplemente se da la vuelta y vuelve a la cama, sin decirme
nada. Otras veces se sienta a mi lado en la banqueta y me escucha tocar.
No sé cómo leer el tiempo todavía, así que Elliot es el que me dice cada día qué hora es
o en qué día de la semana estamos, pero por la noche, cuando está dormido, no puedo
saber nunca la hora que es.
Muchos día debo quedarme en casa con la señora Touhey porque Elliot se va a la
escuela, y Grace y Carrick a trabajar, así que durante todo el día toco el piano y dibujo
lo que quiero.
La señora Touhey me prepara sándwiches y sopa mientras veo la televisión, pero me
gusta más estar en casa cuando Elliot ha vuelto de la escuela y me cuenta cosas acerca
de lo que ha hecho ahí.
Mi corazón se siente terriblemente triste y Grace me lleva a veces al hospital para que le
explique al doctor cómo me siento y qué es lo que me pasa, si es que lo sé.
No uso palabras, pero pinto muchos dibujos. Cuanto más me preguntan, más fuerza
hago con el lápiz en el papel.
Grace dice que estoy frustrado y enfadado y me quiere ayudar, pero primero tengo que
dejar que lo haga.
Yo solo la miro y como no sé qué hacer acabo mirando el suelo.
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La doctora le dice a Grace que cree que yo no la entiendo y que necesito mucha más
ayuda que esas palabras.
Ella siempre dice palabras como subdesarrollado emocionalmente o incapaz de
comunicarse.
Eso le pone a Grace muy furiosa y entonces dejo de ver a esa doctora y empezamos a
visitar a una nueva.
De camino a casa no para de decirme que ella sabe que yo entiendo todo lo que me dice,
y que le gustaría que pudiera usar palabras para demostrar que es verdad.
Yo solo miro a través de la ventana del coche, porque simplemente, es que no puedo.
Quiero decirle que no puedo hablar y que nunca podré. No tengo nada que decir.
Grace me dice que es mi cumpleaños, lo cual es muy raro, porque ni siquiera sé qué
significa.
Me dice que es el día en que mami me tuvo y no sé cómo es que ella lo sabe porque no
estaba allí. Pero no importa, dice que es la hora de preparar una fiesta.
Cuando Elliot vuelve a casa de la escuela y Carrick y Grace llegan de trabajar, aparecen
dos personas más que no he visto nunca, que dicen ser los padres de Grace. También
dicen que son mis abuelos, aunque no sé muy bien qué significa eso tampoco.
Son muy agradables y me dan una caja envuelta en un papel precioso, que tengo que
romper, según me dicen. Al abrirla veo que dentro hay muchos trenes y estoy muy
contento, porque son amigos nuevos para los patitos de goma y mis coches.
Elliot me regala un balón de fútbol y Grace y Carrick me regalan una cosa rarísima con
dos ruedas enromes y dos más chiquititas a los lados, llamada bicicleta, y me dicen que
me van a enseñar a utilizarla.
Me cantan todos una canción a la vez muy divertida y después de cenar me traen un
pastel lleno de velitas encendidas. Elliot me explica que tengo que soplarlas a la vez que
pido un deseo, que no debo contar a nadie.
Desearía no estar triste nunca jamás.
70
A partir de hoy, resulta que tengo 5 años, no cuatro.
Grace pasa las hojas del calendario y los meses van pasando.
Todavía no hablo, y Grace sigue enfadándose con los doctores.
Elliot y yo jugamos mucho juntos, además ahora no tiene clase ningún día y jugamos
con los aspersores o vamos a acariciar al perro de los vecinos.
Aprendo muchísimo de todos ellos cada día y me enseñan palabras nuevas y lo que son
cosas que yo nunca antes había visto.
Me gusta dibujar todas esas novedades que aprendo.
Elliot me ha enseñado a rodar por la hierba y ha chutar muy muy alto.
Me cuenta cosas de una chica de la escuela que le gusta y que tiene 10 años y él solo
tiene 8. Dice que aún así es su amiga y que es guapísima.
Me gustaría decirle que la quiero ver, pero simplemente le miro y sigo escuchando.
Dice que una vez la abrazó, y que tiene unos dientes preciosos, una boca muy bonito y
unos ojos azules muy grandes. Suena muy bien.
No conozco a más chicas a parte de Grace, la señora Touhey, las doctoras y las chicas
de la casa de acogida, a las que ya nunca veo.
Mami era muy guapa y Grace también. Todas las chicas eran muy guapas, pero no sé si
me gustan de la misma manera que dice Elliot que le gusta la chica de su colegio.
¿Se supone que debería ser así?
A él le gusta muchísimo, porque cuando va a su casa a jugar se pone las únicas
zapatillas que no tienen manchas y ropa muy bonita y siempre me guiña un ojo antes de
salir por la puerta.
Ahora pasa mucho tiempo en su casa, más que conmigo incluso. Me quedo sentado en
la cama de mi habitación y miro la televisión aunque es mucho más aburrido que jugar
con Elliot en el jardín.
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Grace está preocupada de que ya no quiera salir y Carrick siempre me lleva al parque y
chuta el balón igual que lo hacía Elliot, cuando no está en casa con nosotros.
Carrick me pregunta cosas que no puedo responder sin mi cuaderno y las pinturas.
Además tampoco puedo pintar y chutar a la vez, así que sigo jugando con el balón como
si nada hubiera pasado.
“¿Está todo bien, pequeño?”
Yo no hablo, no sé para qué me pregunta.
Grace toca el piano conmigo y me enseña muchas canciones nuevas y son preciosas.
Las repito una y otra vez hasta que me salen igual que a Grace.
A Grace le gusta mucho cuando hago esto y se pone muy feliz. Ella dice que son mis
canciones y a mí me encanta porque nada de lo que tengo es mío. Nada excepto las
canciones que toco. Mis canciones.
Cuando toco el piano me da la sensación de que Grace me quiere de verdad, porque
Elliot siempre dice que es un instrumento tonto y que prefiere jugar a fútbol.
Me hace sentir especial cuando el abuelo, la abuela, Grace y Carrick se sientan en el
sofá y se quedan quietos y escuchan cómo toco mis canciones para ellos en el piano.
A veces tengo la sensación de que me odian, pero nunca cuando toco el piano.
Grace pasa las hojas del calendario una y otra vez y yo me pongo cada vez más triste,
porque nada mejora ni yo me siento diferente.
Todavía me siento triste y Carrick y grace me quieren menos y menos cada vez. Elliot
se va a casa de su amiga muchas tardes y yo me siento muy solo.
Una noche Grace nos sienta a Elliot y a mí en el porche y nos dice que hay otra niñita
que va a venir a vivir con nosotros. Será nuestra hermana pequeña.
72
El origen de Grey. Sombra 14.
Elliot parece muy feliz por la noticia, pero yo ni siquiera la miro porque me da igual.
Ella me pregunta si me parece bien y mi cabeza dice que sí y eso le hace muy sonreír de
nuevo.
Dice que como mucho tardará unas semanas y no sé si eso significa que tardará mucho
o poco, pero espero que no sea pronto porque entonces me querrán aún menos.
La niña no viene muy rápido y Elliot pregunta todos los días si queda mucho para que
aparezca nuestra hermana. No me gusta que esté tan pendiente, ¿es que acaso le
dejamos de importar el resto de los que estamos en la casa?
Grace no sabe aún cuándo vendrá la niña, pero parece triste cuando piensa en ella. No
quiero que venga la niña, pero no quiero que nadie se dé cuenta de ello. Tengo un plan,
he elaborado un plan para que la niña no llegue nunca. Si alguien lo supiera, me
odiarían aún más.
Ya nunca juego con Elliot. Solamente toco el piano y pinto lo que veo durante todo el
día.Él va casi todos los días a casa de la chica y me dice que cada día le gusta más y que
se han vuelto a abrazar. ¿Debería hacer un dibujo de Elliot abrazado a su amiga y
mostrárselo a Grace?
No me gusta que Elliot me explique estas cosas porque yo quiero que se quede en casa y
que juegue conmigo otra vez, como antes.
Oigo que Grace y Carrick siguen hablando sobre llevarme alguna vez a la escuela. No
sé por qué pero siempre hablan de una escuela especial, porque dicen que tengo mucho
talento. ¿Me abandonarán en una escuela para niños con talento? ¿Le darán mi cama a
la nueva niña?
Ahora entiendo mucho más de lo que entendía cuando llegué por primera vez a esta
casa y conocer lo que son más cosas y palabras nuevas hace que todo sea mucho más
sencillo.
A veces pienso que sería aún mejor si pudiera usar las palabras como los demás, pero en
realidad no quiero hacerlo. Tengo miedo de que si lo hago todo cambie de nuevo.
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Quizás entonces me querrían más, porque la verdad que ahora mismo no creo que me
quieran mucho.
Continúo rompiendo los vasos y a veces cuando me enfado quiero romper también las
cosas a propósito y gritar y empujar a las personas que tengo cerca. Me enfado porque
hay muchas cosas que todavía no entiendo y hay veces que me pregunto si no me ven
porque soy aún pequeño.
Entonces para calmarme me siento en la banqueta y toco el piano de nuevo. Vuelvo a
mis canciones y me tranquilizo y ya no quiero pegar a nadie.
Una noche Grace me dice que la niña no puede venir todavía a vivir con nosotros
porque está muy enferma. Elliot le pregunta qué es lo que le pasa y ella le dice que tiene
solamente unos meses de vida, y que su madre le transmitió la enfermedad que tenía.
¿He sido yo con mi mente? Me pone muy triste pensar que una niña todavía más
pequeña que yo pueda estar ya enferma. ¿Está enferma como yo lo estaba? Me siento
culpable.
Elliot se enfada porque él quería que viniese pronto a casa con nosotros, pero yo lo
entiendo, porque quiero que se recupere aunque no la conozca todavía. Grace se pone
muy triste por ver a Elliot así, y cuando él se marcha, toco sus dedos para que sepa que
estoy preocupado por ella. No quería que viniera la niña, pero tampoco quiero que
Grace esté mal.
Ella me mira y se arrodilla a mi lado y yo doy un paso hacia atrás. “Mi hombrecito
guapo, yo sé que tú siempre me entiendes.
¿Cómo sabe ella que la entiendo? Sonrío porque ella está sonriendo también, pero a la
vez está llorando, así que supongo que serán lágrimas de felicidad.Su mano se acerca
hacia mí y yo me retiro un paso más hacia atrás porque no sé qué es lo que ella quiere
hacer.Ella mueve la cabeza y respira hondo. “no te voy a hacer daño, cariño. Solo
acércate hacia mí, poco a poco.”
Ella parece tan triste pero tan agradable a la vez, que no me atrevo a decirle que no. Así
que me acerco un poco, lentamente. Sus brazos tocan mis hombros. No quiero que su
mano siga moviéndose, ni que se aparte, ni que cambie nada ahora mismo. Mi corazón
late con mucha fuerza y Grace simplemente me mira, callada.
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“Christian, espero que algún día puedas sobrepasar todo esto y que seas feliz, pequeño
hombrecito maravilloso. Ya eres maravilloso y también guapísimo e inteligente.
Simplemente me encantaría que fueras feliz y nos dejaras quererte.”
Miro hacia el suelo y doy un paso atrás para que su mano no continúe tocándome. No
debería quererme, soy un chico malo como me decía siempre el Hombre Malo. Ella no
sabe que he pensado fuerte para quela niña no llegara.
Grace es una persona muy agradable, y también lo son Carrick y Elliot. Todos ellos son
agradable, maravillosos y buenos y yo soy malo. No miro a Grace pero sé que todavía
está aquí.
“Todo a su debido tiempo, hombrecito.” No entiendo qué es lo que significa. ¿Ha
descubierto algo? ¿Puede darse cuenta de lo que pienso?
El calendario cada vez está más delgado y llega el cumpleaños de Elliot. Sus amigos
llegan a casa y son muy ruidosos y locos así que me da tanto miedo que me voy a mi
cuarto y cierro la puerta, esperando que nadie venga a buscarme.Los oigo como dan
vueltas por la casa, corriendo por los pasillos, hasta que están detrás de la puerta de mi
habitación.
“Esta es la habitación de mi hermano, queréis conocerlo?”
Mi corazón late con mucha fuerza y quiero esconderme en cualquier sitio, pero la puerta
se abre de golpe y ya no puedo moverme. Me duele mucho la cabeza y un montón de
chicos y chicas entran en mi cuarto y se ponen alrededor de la cama, donde estoy
sentado.
En mi vida había visto tantos niños juntos y tan cerca, ni siquiera en el parque. Una de
las niñas se parece mucho a la que Elliot me ha descrito, debe ser ella. Es muy guapa.
“Este es Christian” Elliot parece muy feliz de que sus amigos me conozcan. Yo sin
embargo quiero huir y esconderme debajo de la cama. Todos están mirándome en
silencio y no sé qué hacer ni dónde ir, así que miro el suelo y retrocedo un poco más.
Quiero pegarles, pero no quiero ser malo. No quiero que Grace se enfade conmigo.
“Tu hermano habla o algo?”, le pregunta a Elliot uno de sus amigos. Y cuando lo miro
está muy enfadado.
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“No con palabras, pero sí con dibujos y cosas así.”
El chico continúa mirándome y se acerca. “¿Qué es lo que dibujas?”
Doy un paso hacia atrás pero ya no puedo retroceder más. Lo miro totalmente asustado.
“No le gusta que la gente se acerque tanto a él, así que no deberías hacerlo. Él dibuja lo
que ve y así es como sabemos lo que quiere.”Elliot suena muy inteligente al explicarlo
así tan sencillo, pero no quiero que se lo explique. Quiero que todos desaparezcan. Si no
se van rápido, comenzaré a darle puñetazos a su amiguito preguntón.
“Eso es muy raro, ¿por qué?” dice la chica que creo que le gusta a Elliot. “Tú nunca me
dijiste ni siquiera que tenías un hermano”- dice otro chica de su lado. No sé a dónde
mirar. ¿Es que nadie ve que estoy aquí?”
“¿De quién son estos coches, los trenes y los patitos de goma?- dice otro mientras se
acerca a mirar uno de los coches. Me da miedo que vaya a herirlos y miro a Elliot
desesperado. “¿Por qué no viene a jugar afuera con nosotros?”- pregunta otra niña.
“Sí, tu hermano es muy aburrido.” dice el chico de los coches. “¡No, no lo es! Él es muy
divertido, solamente es diferente. Y es mi hermano.” Elliot parece más enfadado que
antes y yo quiero desaparecer. “¡Y dejar de tocar sus cosas!”
Miro el suelo y puedo sentir como todos están mirándome atentamente. “¡Elliot, no
hagas que tus amigos juegen con Christian, sácalos de su habitación!” Carrick ha
entrado y noto como empiezan a caerme lágrimas por las mejillas de nuevo.
“¿Por qué está llorando?” pregunta una niña, pero no puedo ver quién porque no quiero
levantar la cabeza. “Ahora, Elliot, fuera de aquí ¡Todos!” Y se marchan. Carrick se
agacha a mi lado pero no quiero mirarle. “Lo siento mucho, Christian, Elliot solamente
quería que conocieras a sus amigos, él te quiere muchísimo. No pretendía ofenderte.
No quiero verle, no quiero mirarle ni a él ni a nadie. ¿Por qué soy raro y aburrido? ¿Por
qué no sabían que estaba aquí? ¿Por qué yo hablo con dibujos y cosas así? Odio a todo
el mundo ahora mismo y mis puños empiezan a pegar la cama antes de que pueda
frenarlos. Las lágrimas que me van cayendo me queman las mejillas. Carrick de repente
me coge de la mano y mi garganta hace un ruido muy raro e intento escaparme. “Para,
Christian, no puedes comportarte así, necesito que te comuniques conmigo. Mírame.”
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No parece enfadado, ni triste ni feliz, solamente algo distinto. Lo miro porque tengo
miedo de que se enfade si no lo hago. Miro hacia arriba porque continúa cogiendo mi
mano. Está temblando.
“No puedes estar así por siempre, Christian. Queremos que estés mejor, pero peleando
con nosotros y encerrándote en ti mismo no te ayudas nada. No podemos ayudarte a no
ser que tú quieras que lo hagamos. Nosotros queremos ayudarte. Te queremos
muchísimo y solo deseamos lo mejor para ti. Nunca te haremos daño, tienes que
creernos. “
Él suena… agradable. No estoy seguro de si es agradable o qué, pero intento estirar el
brazo para soltar mi mano. Así quiero estar yo. No quiero hablar, no quiero recibir
ayuda o lo que sea que ellos quieren que quiera. Quiero solamente que me dejen solo.
Vuelvo a llorar y cuando por fin me suelta la mano tengo muchas ganas de pegarle.
Carrick se ve muy triste. “Siento mucho haberte cogido aunque no te guste, solo quería
que no te fueras. De verdad quiero que estés feliz, Christian, eso es todo.”
Doy otro paso atrás y no quiero escuchar nada más, quiero dormir. Todavía hay luz
afuera pero yo solo quiero dormir. Suplico a Carrick con la mirada y mis ojos miran
hacia la cama, y él enseguida me entiende.
“Por supuesto, cariño, puedes acostarte, si quieres. ¿Quieres que enchufe la televisión y
un vaso de leche con galletas?” Digo que sí con la cabeza, mientras las lágrimas dejan
de caer poco a poco de mis ojos.
Cuando aparece de nuevo en la habitación lleva la leche y las galletas con chocolate, lo
pone en la mesita de la cama y enciende la televisión. No le miro a los ojos, solamente
pongo mi cara contra la almohada y espero a que se me sequen las lágrimas.
77
El origen de Grey. Sombra 15.
Los días pasan uno tras otro. Cada noche volteo una hoja del calendario de papel que
hay colgado en la pared. Todo sigue igual. Todos los días son iguales. Mi vida sigue
ligada al silencio. Sigo sin ser capaz de hablar. Sigo sin ser capaz de articular ni una
única palabra.
Elliot pasa cada vez más tiempo con sus amigos. Yo me quedo en mi habitación, solo.
Dibujo y juego con los coches. Juego con los coches, los patos de goma y los trenes. A
veces también veo la televisión. La televisión es divertida sin embargo lo que más me
gusta es tocar el piano. Tocar el piano me hace sentir feliz. Me hace sentir bien.
El otro día, Grace y Elliot estaban hablando. Escuché que Elliot se enfadaba porque
Grace dijo que como aún no estoy curado del todo la gente no puede venir a visitarnos a
casa. Quería decirle que no se enfadará. Que no se pusiera triste. Quería decirle a Grace
y a Elliot que esa su casa, que no quería que por mi culpa no pudieran tener visitas.
Escuche como discutían sin embargo, en lugar de decir nada, me limité a fingir que no
los oía. Me limité a parecer concentrado. A que creyeran que estaba demasiado leyendo
la partitura como para darme cuenta de que ocurría a mí alrededor.
Tras la discusión que tuvieron Grace y Elliot, Elliot dejó de hablarme. Desde entonces
ya no viene a mi habitación. Ya no me pregunta si quiero jugar con él. Suele irse de
casa, sin decirme nada, antes de que yo me levante. Que Elliot no quiera hablarme me
hace sentir mal. Me hace sentir triste. Siento tristeza como la que siento cuando echo de
menos a mamá. Noto un fuerte dolor en el pecho. Como si algo alguien me oprimiese
las costillas. Me cuesta respirar. Antes lloraba pero ahora ya no. Ahora ya no lloro.
Cuando estoy triste toco el piano. Grace, a veces, todavía me escucha. A veces canta
mis canciones.
Últimamente Grace ha comenzado a comportarse igual que Elliot. Cada vez me hace
menos caso. Pasa mucho tiempo con una amiga que viene a casa. Beben en las tazas
bonitas en la cocina y hablan sobre mí. Creen que no las escucho, pero yo siempre lo
hago. Desde arriba de la escalera, sin que ellas se den cuenta.
Grace me dijo que esa señora se llama la Lincoln, la señora Lincoln.
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La señora Lincoln es buena conmigo. Es guapa. La primera vez que vino a casa no quise
salir a saludarla. Me daba miedo. Cuando entró en casa yo me escondí en mi habitación.
Cuando iba ya a marcharse Grace subió a mi habitación y me dijo que bajara a
saludarla. Lo hice, bajé, pero no la mire a los ojos. No le dije nada. Me limité a
esconderme detrás de Grace.
- “Christian, corazón, esta es una buena amiga mía, la señora Lincoln. La señora
Lincoln y yo hemos sido amigas durante mucho tiempo y quiero que la conozcas” me
dijo.
La señora Lincoln se agachó y me entregó una caja.
- “Hola, es muy agradable conocerte, he oído hablar mucho de ti. Te traje esto porque
he oído te gustan los coches .”
Grace me dijo que debía darle las gracias. No pude hacerlo. Solo sonreí y extendí la
mano para tocar sus dedos. Así es como yo doy las gracias. Eso es lo que tocar significa
para mí.
- “Adelante, puedes ir a jugar a tu habitación” me dijo Grace al entender que es lo que
hacía y porque lo estaba haciendo.
A partir de entonces la señora Licoln comenzó a saludarme. Ahora me saluda cada vez
que vuelve a casa a visitarnos
- “Hola, Christian,” me dice, y a continuación se gira y se va hacía el salón a hablar con
Grace.
Me siento en el piano y finjo leer música, pero, en realidad, las escucho hablar.
Grace a veces suena molesta. Otras veces llora.
Grace dice que ella no sabe qué hacer, porque ella nunca ha tratado con algo como esto
y que todo el proceso de adaptación se está alargando. Que está tomando mucho más
tiempo de lo previsto.
No sé qué significan todas las cosas que dicen, pero sí sé que hablan de mí. Lo sé,
aunque nunca dicen mi nombre.
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La señora Lincoln le dice que tal vez debería darse cuenta de que las cosas podrían no
mejorar y que quizás es hora de probar alguna cosa diferente. Hablan de terapias y de
tratamientos.
A veces también hablan de la niña enferma. La señora Lincoln dice que es una muy
mala idea tener en casa a dos niños enfermos a la vez. Grace dice que la niña necesita
un lugar para vivir. Dice que no quiere renunciar a ninguno de los dos.
Quiero demostrarle a Grace que puedo hablar. Quiero que sepa que soy inteligente.
Toco el piano con fuerza fuerte y la música que resuena en la habitación parece
enfadada.
El calendario continúa avanzando. Nada cambia. En dos semanas cumpliré seis años.
De repente un día como cualquier otro Grace me sienta junto a Elliot. Está preocupada.
Puedo en su cara. Quiere decirnos algo.
- “¿Recuerdan la chica de la que les hablé? Bueno, pues durante los últimos días su
estado de salud ha mejorado bastante. Es una buena chica que necesita un lugar en el
que poder vivir. Llegará mañana por la mañana y se quedará en casa. De ahora en
adelante vivirá con nosotros.”
Al día siguiente, mientras yo estoy en el salón tocando el piano como cualquier otro día,
de repente aparece Grace. Lleva un bebé en sus brazos. Se la ve feliz.
- “Christian, ven aquí. Quiero que conozcas a tu hermanita, Mia.”
Me acerco a mirarla. Me da un poco de miedo. Es muy pequeña. Me gusta su sonrisa.
- “Tiene sólo unos meses de edad. Por suerte ya no está enferma. Se encuentra mucho
mejor” dice Grace. Está contenta. Hace tiempo que no la veía tan contenta.
Pasan los días. Me dedico a observarla. Mia es fuerte, pero no utiliza palabras, igual que
yo. Mía llora. Siempre. De día y de noche. A todas horas.
Cuando Grace y Carrick se levantan por la noche y van a la habitación de Mía para
intentar calmarla yo también me levanto. Entro en la habitación y me siento en el suelo
a ver cómo ellos se encargan de tratar que se tranquilice y deje de llorar. Cuando no está
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llorando, me acerco a su cuna y agito sus juguetes. Al ver lo que hago Mía sonríe, hace
ruidos y se mueve. Le gusta. La toco la mano para que sepa que la quiero.
A Elliot le molesta Mia. Dice que hace mucho ruido.
A mí me dan ganas de decirle que sus amigos también hacen mucho ruido y son mucho
más molestos. Grace dice que Mia aún no sabe hablar, pero que un día lo hará. Quizás a
diferencia de ella yo nunca sea capaz de hacerlo. Me pregunto si Mía comenzará a
hablar antes que yo.
Mia siempre me está mirando. Grace dice que es porque ella ya ama a su hermano
mayor. Le hago muecas y ella hace un ruido lindo que parece una risa. El otro día le
mostré mis dibujos. Espero que ella algún día sepa lo que son los dibujos.
La señora Lincoln viene a casa casi todos los días. Últimamente no me hace caso. No
me presta tanta atención como antes hacía. Eso hace que me enfade.
Desde que Mía llego a casa ya nadie me mira a mí, ahora sólo miran a Mia. Todos. Y
ahora es Mia la única que siempre me mira a mí.
Mía llora cuando no puede verme, así que trato de estar cerca de ella siempre que
puedo. A veces me acuesto en el suelo de su habitación y duermo junto a su cuna, y
cuando está en la sala de estar toco canciones bonitas en el piano. A mía le gusta la
música como a Grace.
En mi cumpleaños, Elliot, su amigo, Carrick, Grace, Mia, la señora Lincoln y la Sra.
Touhey me cantan la canción de cumpleaños. Grace me dice que sople las velas y pida
un deseo. Mi deseo es que todos me amen tanto como lo hicieron cuando llegué aquí.
Comemos pastel. Hoy ha venido a casa un amigo de Elliot. Es un niño. Nunca lo había
visto antes. Es muy agradable. Al entrar me dice “feliz cumpleaños” y se presenta. Me
dice que su nombre es Tyler.
Cuando subimos a mi habitación, Tyler comienza a jugar con mis coches. Juega
conmigo y con Elliot y él me habla a pesar de que no puedo responder. Me cae bien. Me
pregunto si puede ser mi amigo y amigo de Elliot al mismo tiempo.
Abro los otros regalos. La señora Lincoln y su marido me regalan un avión de juguete,
como los que vuelan en el cielo. Es igual que los de verdad sólo que más pequeño.
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Elliot me regala un coche de juguete nuevo. Carrick y Grace me regalan bloques para
construir una ciudad para mis coches. Y la Sra. Touhey me regala un suéter. Grace me
da una caja de parte de Mia. Cuando la abro veo que es un marco con una foto de ella y
un niño. Él está mirando a Mia. Ambos están sonriendo. Ambos parecen felices.
Miro a la Grace. Estoy confundido. Grace está triste. Todo el mundo está triste. – “Ese
eres tú, Christian. Tú y Mia.”
Miro hacia abajo con el ceño fruncido, ¿así es cómo me veo?¿esa es la pinta que tengo?
Nunca había pensado en eso antes. Voy hacia al baño. Cierro la puerta y me subo al
inodoro. Me apoyo en el lavabo y me miro al espejo. Ahí estoy. Sí, soy yo. Soy igual
que el chico de la foto.
Alguien llama a la puerta y abre. Es la señora Lincoln. Me bajo. Me gustaría que fuera
Grace.
- “Eres un niño muy guapo, Christian. No te preocupes por eso.”
Quiero salir, irme de allí, pero ella me lo impide, está en medio de mi camino.
- “Está bien, Christian” dice ella.
- “Voy a encontrar un buen lugar para la foto en tu habitación, Christian. Mia realmente
quería que lo tuvieras.”
Si Mia quiere que yo la tenga, entonces no me importa tenerla.
Al tiempo Mia empieza a caminar y hace ruidos que se parecen a las palabras. Mia me
toca mucho: mi pelo, mi cara, mis brazos. Yo la dejo porque no me hace daño. Grace se
sorprendió la primera vez que lo hizo. Ella estaba tratando de ganar equilibrio cuando se
tambaleó un poco y me agarró la cabeza. Me dolió pero no me moví porque no quería
que se cayera. Ella se rió y me abrazó para no caerse.
- “¿Estás bien?” dijo Grace.
Pensé que se lo preguntaba a Mia, pero luego comprendí que me lo preguntaba a mí.
Asentí con la cabeza y ella sonrió. Era raro que alguien me tocara de esa forma. Era raro
que alguien me tocara, sin más. Note como un escalofrío recorrió mi cuerpo y como se
me erizó la piel.
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La señora Lincoln sigue diciéndole a Grace que nada ha cambiado y que tiene que hacer
algo antes de que sea demasiado tarde. Ella dice que el tiempo se encargará de él. Sé
que están hablando de mí. Mia está sentada y yo le muestro sus juguetes mientras
escucho la conversación. Esto sucede casi todos los días. Grace a comenzado a trabajar.
Elliot no va más a la escuela porque es verano y está feliz porque él puede ir con sus
amigos más tiempo. No me importa si se va porque tengo a Mia para jugar. Grace me
enseñó a darle un. Le ayudo a comer a veces cuando Grace me deja.
Grace, la señora Lincoln, y Mia estamos en el patio trasero. Juego con mis trenes. Grace
habla con Mia. Enumera nuestros nombres y le pide a Mia que los repita. Grace dice
mamá, papá, Christian, Elliot. Mia hace ruidos pero no dice las palabras. Me pregunto
por qué Grace sigue intentándolo.
Miro a Mia. Ha comenzado a llorar, otra vez.
- “Ella te quiere, Christian” me dice Grace.
Me levanto y me siento junto a Mía. Ella deja de llorar. Grace comienza a enumerar
nuestros nombres de nuevo y le vuelve a pedir a Mia que los repita.
De repente y por primera vez Mia hace un ruido que suena muy parecido a mi nombre.
Tras ello sonríe. Yo sonrío. Grace y la Sra. Lincoln aplauden felices. Mia aplaude
también. Hoy es un gran día.
-”Mia”, le digo.
Miro a Grace. Tiene los ojos abiertos como platos. La señora Lincoln tiene la boca
abierta. Mia se ríe. Mi voz. He sido yo. He hablado. He dicho una palabra. Simplemente
salió de mi boca. Al fin recordé cómo utilizar las palabras. No sé cómo. No estoy seguro
si podré hacerlo de nuevo.
Grace y la señora Lincoln me siguen mirando. Aún no pueden creer lo que acaba de
suceder. No quiero que sigan mirándome.
- “Christian acaba de decir algo” Grace suena confusa y emocionada.
- “Oh, Christian, di otra cosa.” Siento las lágrimas correr por mis mejillas.
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Doy un paso atrás. Quiero correr y esconderme en mi habitación. La cabeza me dice que
no y me siento como si no pudiera respirar.
- “Oh, no, no, Christian. No llores, lo que acaba de ocurrir es bueno.”
Mi pecho se estremece y siento que me ahogo. Grace se levanta. Doy un paso atrás y la
miro asustado.
- “Corazón, hablar está bien.”
No, no hay más palabras. No quiero. No puedo.
Salgo corriendo. Oigo que Mia empieza a llorar otra vez, sé Grace la consolará. Sigo
corriendo hacia mi habitación sin mirar atrás ni hacer caso a lo que dicen hasta
desaparecer por el pasillo. Sólo quiero estar solo.
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El origen de Grey. Sombra 16.
He dicho una palabra y he salido corriendo. Grace no viene de inmediato. He dicho una
palabra y ahora estoy encerrado en mi cuarto. Cuando llega, ni siquiera la miro. “Hola,
corazón.” me susurra. Luego se sienta en la cama. “MÍRAME, Christian.” La escucho
en silencio. “Trata de decir algo más para mí, haz el esfuerzo, cariño.” Yo la miro y mi
corazón comienza a latir fuerte.
¿Quiero volver a hablar? Mi pecho empieza a hacer ruido y no puedo respirar. Grace
acaricia mi cara apenas un momento. “Christian, MÍRAME, todo está bien.” La cabeza
me dice que no, pero ella insiste: “Di tu nombre, Christian. Prueba, hazlo por mí. Por
Mia, por todos nosotros.” Empujo mis labios. Ella sostiene mi cara y estoy temblando.
Ella espera. Un ruido sale de mi boca, pero no es una palabra. No recuerdo qué le dije
antes a Mia, no recuerdo lo que acaba de pasar.
Siento frío y calor al mismo tiempo. Grace se sienta y espera. El aire entra y sale de mi
boca rápido y fuerte. Puedo oír mi corazón. Es muy raro, quiero que se detenga.
“Christian”, mi voz suena terrible. Suena como la voz de Elliot cuando tiene dolor de
garganta. Grace cierra los ojos y sonríe. Incluso algunas lágrimas se filtran. Estoy
haciendo un ruido, como un gruñido raro que sale de mi pecho cuando respiro.
Grace me dice:”Oh, Dios mío, estás ahí. Sabes cómo hablar, ¿no? Aunque aún te falte la
forma de decir las palabras” La respondo que sí con la cabeza y ella sonríe con tristeza.
“Eso ya va a venir, vamos a trabajar en eso. Tú lo has hecho, has conseguido lo más
difícil, puedes hablar, Christian.” Ella parece muy feliz y quiero que ella sea feliz
gracias a mí. Trato muy duro de lograrlo y trato de darle las gracias. Mis intentos suenan
raro, pero ella entiende lo que le digo. Toma mis manos, “Quiero abrazarte muy fuerte”,
me dice y se ríe un poco. Sonrío y me gustaría dejar que me abrazara pero me da
demasiado miedo hacerlo.
Ella deja que me quede en mi habitación porque realmente quiero a dormir y dice que
me entiende. Deja la televisión encendida y cierra la puerta. Antes de dormirme,
escucho que le dice a la señora Lincoln que no puede creer lo que ocurrió y que sabía
que no debía darse por vencida.
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Cuando me despierto, Carrick está ahí, sentado junto a mi cama, se le ve feliz. “Hola,
acabo de llegar para la cena. Oí que hablaste, estoy muy triste de habérmelo perdido.”
Lo miro y cierro la boca apretada.
“Hola”, le susurro, y él me mira con una sonrisa enorme. “Oh, muy bien, Christian.
Sabía que podías hacerlo” Yo estoy muy quieto. “Hay tantas cosas que quiero hablar
contigo, esto es genial! Ven comer.”
Es tan todos sentados a la mesa: Grace, Mia, Carrick, e, incluso, Elliot. “Hermano, ¿has
hablado con ellos antes que conmigo? Eso duele”, me dice Elliot con voz triste. “Lo
siento”, le digo. Sus ojos se agrandan y sonríe. “Eso es realmente impresionante”, y yo
sonrío también. La Sra. Touhey pone galletas delante de mí. Sé que no puedo comer
todo el tiempo galletas, a pesar que quiera hacerlo. Grace dijo que son solo para el
desayuno. Sin embrago, hoy ella sonríe y dice: “Es un día especial, por lo que puedes
comer lo que quieras.”
Las hojas del calendario avanzan y, solo a veces, uso palabras. Una palabra, un nombre.
No quiero decir frases todavía. Grace intenta mucho que yo lo logre, pero luego me deja
de hablar. A Mia le gusta cuando digo su nombre, así que me encanta decrilo. Grace me
lleva a un médico que trata con mucho empeño conseguir que yo utilice más de una
palabra. Me muestra imágenes de las cosas y trata de que le diga sus nombres, pero no
lo haré. Cuando voy allí no hablo en absoluto. Un día, Grace se enojó con él y él le
aseguró que necesito más ayuda que esto. A partir de ese día, nunca más volvimos a ir.
Carrick me enseña a pescar. Elliot, por supuesto, ya se sabe cómo hacerlo mucho mejor
que yo y pesca uno muy grande. “¿Tienes hambre, Christian?” “Sí”, le digo. Mi voz no
suena tan mal, suena un poco regular, a voz de niño pequeño que en definitiva es lo que
soy. Grace dice que no soy tan pequeño ya y, a veces, lo siento como un reproche. Tal
vez cuando empecé a usar las palabras me volví más grande.
Mrs. Lincoln viene seguido. Yo siempre le digo hola para que sepa que estaba
equivocada sobre mí. Ha dejado de prestarme atención, y yo no entiendo muy bien por
qué. Eso hiere mis sentimientos. Quiero decirle a Grace, pero no lo hago porque es su
amiga. Mia tampoco utiliza demasiadas palabras y habla como yo. Nosotros
conversamos con nuestras palabras.
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He dejado de sentirme invisible porque ahora la gente puede oírme y eso pareciera que
hace que puedan verme mejor.
Grace me trae a casa un libro sobre un coche que se parece a mi coche. Me ayuda a
leerlo por la noche antes de acostarse. Sólo leo una palabra en cada página. Ella lee el
resto.
El amigo de Elliot viene un día. Cuando él dice hola y yo respondo hola, y él se pone
feliz. “Hey, ahora habla, eso es genial.” Sí, bueno. Empecé a jugar con ellos a pesar de
que Elliot no parece que quiere que vaya. No me importa lo que él quiera, porque Tyler
es mi amigo ahora también.
Pasan los días y Grace me pregunta si me gustaría ir a la escuela como Elliot. “Sí”, le
digo, porque yo siempre quise y ahora es el momento.
Un día escucho los chillidos de Mia. Ella me llama. Me acerco y veo que se le ha caído
un juguete. Se lo devuelvo y ella sonríe feliz. Le beso la mano y toco su mejilla y ella se
ríe. Parece que Grace me ama de nuevo, y eso me hace feliz, porque por un tiempo
pensé que ella había dejado de quererme. Tal vez sólo estaba esperando a que yo
hablara para volver a hacerlo.
Grace me dice que ya están listos los papeles para que vaya a la escuela. Me pregunto
cómo será la escuela. Elliot sólo me dijo cosas acerca de las chicas y los chicos, pero
nunca habló de lo que hacen cuando están allí.
“Mia”, le digo, y ella se ríe y hago una mueca y aplaude. Mia siempre es feliz conmigo.
A veces todavía voy a escondidas a su habitación y me acuesto en el suelo y ella se ríe.
Grace me dijo que no debería hacerlo porque Mia debe dormir más, pero a mí me gusta
hacerlo de todos modos.
“Mamá, ¿has visto mi camisa verde?” Elliot dice una noche cuando estoy cenando.
Suena enojado, y Mia se ríe. Entonces él viene y me pregunta”¿Por qué llevas mi
camisa?” Miro la camisa y me doy cuenta de que es su camisa. Me gustó, así que la
tomé. “Lo siento” le digo. Me encojo de hombros, mirando al suelo. “Mamá, él no
puede seguir tomando mis cosas!” Grace se sorprende de lo enfadado que está y me
estremezco. Mia se ríe y me mira. Entonces Elliot de repente se calma, frunce el ceño y
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me dice: “Está bien. Tú puede usarla, sólo pregúntame la próxima vez “. Se va y me
quedo mirándolo. Él me pone triste cuando se pone así.
“¡Mami!” grita Mia y oigo que Grace se levanta y pone algo en su mesita. “¿Mamá?”
Digo sin levantar la vista, y entonces me doy cuenta de lo que acabo de decir. Me doy
vuelta y la miro rápido con ojos muy abiertos. Ella está muy sorprendida. Frunzo el
ceño y le digo que lo siento. “No! Christian, no me pidas disculpas “, sonríe,” yo quería
que me llamaras así y no sabía cómo hablar acerca de esto contigo “. No digo nada más.
Quería preguntarle por qué Elliot se ha vuelto así en el último tiempo, pero no sé qué
decir ahora. ¿Puedo tener dos mamás?
“¿Dónde está mi madre?” Lo digo muy lento. Una frase completa y no sólo una palabra.
No sé si la pregunta tiene sentido pero trato de que lo tenga. Tengo miedo de mirarla.
Mia hace un ruido, pero tampoco la miro. “Voy a ver si la Sra. Touhey para cuidar a
Mia, así tú y yo vamos a dar un paseo por el parque” dice Grace en voz muy baja y se
levanta de la mesa. Tengo ganas de llorar.
Vamos al mismo parque al que solemos ir y hay un montón de niños en el patio, pero
Grace me lleva a los asientos en donde nos sentábamos las primeras veces que
estuvimos aquí.
“Christian, te quiero mucho, y no importa lo que pase, yo nunca voy a sustituir a tu
madre, pero espero que me puede amar como la amabas a ella”, dice lentamente. Sé que
me está mirando, pero yo no lo hago, y me distraigo viendo los niños en los juegos.
¿Que te ame como la amaba a ella? ¿Es eso posible?
“Christian, tu madre estaba muy enferma” Grace toma coraje y me lo cuenta todo. Ella
empieza a decirme que mi madre me quería mucho. Ella dice que nadie sabía lo que
estaba sucediendo, si no, habrían venido antes. Dice que debido a que mi mamá estaba
muy enferma, era difícil que siguiera con vida.
“Murió”, le digo, eso es lo que significa que sea difícil que alguien siga con vida. Yo no
miro, pero sé que me está mirando.
“Nunca voy a ver de nuevo.” Le digo con una mezcla de tristeza y enojo.
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“No, Christian. He encontrado algunas fotos de ella, de cuando era más joven. Apenas
supimos su nombre nos las arreglamos para encontrar algo de ella. Puedo darte esas
fotos, si lo deseas ” me dice.
Todavía no respondo porque no sé lo que quiero. Quiero que me cuente más cosas.
“Ella usaba drogas”, le digo. De repente las imágenes vuelven a mi cabeza. Recuerdo a
mi madre gritando Recuerdo llorar cuando se puso la cosa afilada en su brazo, y ahora
lo entiendo. Ahora todo tiene sentido.
“Sí” la voz de Grace suena triste, y me mira. “Siento que hayas tenido que pasar por
eso, lo siento mucho. Me gustaría poder ayudarte, pero no puedo hacer que desaparezca.
Puedo asegurarte que vivirás una vida feliz a partir de ahora, si eso es lo que que
quieres.”
La miro. He estado con Grace y Carrick y Elliot para tanto tiempo y, hasta ahora, nunca
me había dado cuenta de que ellos eran mi familia. Mamá era mi verdadera madre, pero
aquel hombre y mi madre verdadera nunca fueron realmente mi familia.
“El hombre…¿cómo se llamaba?” le pregunto, y ella me mira intrigada.
Sí, yo recuerdo a ese hombre. Y también recuerdo todo lo que hacía.
89
El origen de Grey. Sombra 17.
Hablamos con Grace sobre mi madre, mi verdadera madre. Las imágenes empezaron a
brotar en mi mente. Estaba ese hombre. Le pregunto a Grace sobre ese hombre
“¿Qué hombre?”, me pregunta.
“El hombre con las drogas, que le hacía trabajar todo el tiempo” Quiero saber su
nombre real.
Grace se ve un poco confundida: “Yo no sabía que había un hombre, Christian. Cuando
alguien llama al 911 no dan un nombre, y, cuando llegó la policía allí, no había nadie
con ustedes. “
Aparto la mirada de ella y me concentro nuevamente en los niños en el campo de juego.
El hombre que los ha llamado. De él quiero saber su nombre. Recuerdo la forma en que
me miraba cuando me preguntó qué le pasó a mamá ese día. Primero él parecía un poco
triste, luego enojado y, finalmente, se fue. Él los llamó.
“¿Era mi padre?” No sabía que había una mamá y un papá hasta que conocí a Grace y
Carrick. Pensaba que sólo teníamos madres.
“No estamos seguros, no sabemos con seguridad quién es tu padre”, dice, y se la ve más
triste cuando lo afirma.
Yo pienso que nunca lo conocí, y que no me importa.
“Voy a tratar de encontrar las imágenes de tu madre.”
Yo digo que sí con la cabeza y me muerdo el labio, “Tú eres mi mamá ahora.” Me
pregunto si eso es lo que realmente quiere.
“Bueno, yo nunca voy a sustituir a tu madre real, pero yo me haré cargo de ti y te amaré
como ella lo hizo.”
Ella realmente no cuidaba de mí, quiero decirle pero algo me lo impide.
“Si quieres puedes llamarme así. Si no lo haces, puede seguir llamándome Grace y nada
va a cambiar. Te quiero de cualquier manera.”
La miro por un instante, y sonrío un poco, “Quiero que seas mi mamá.”
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Eso la hace feliz y hace una gran sonrisa y se inclina hacia mí como para abrazarme
pero no lo hace. Vuelve a su posición y me acaricia levemente el pelo. “Y yo quiero
serlo, gracias”.
No sé por qué me está agradeciendo.
“¿Puedo preguntarte algunas cosas?”, me dice.
Yo respondo que sí con la cabeza.
“¿Por qué no puedo abrazarte?” No suena enfadada, sólo que ella quiere saber.
“Nadie me puede abrazar,” me siento molesto de repente. “No quiero que me toquen.”
La miro y ella se da cuenta de que estoy enojado y se aleja de mí.
“Está bien, lo entiendo.”
Recuerdo marcas en mi cuerpo. Sé que Grace vio esas marcas. Conoce a todos los
médicos y a toda la gente que sabe sobre ese pasado porque vieron las heridas. Todos
saben mis secretos.
“Quiero irme”, le digo casi gritando y mi corazón late fuerte otra vez. Grace me mira.
Tengo frío y calor al mismo tiempo.
“¿Qué pasa?” me pregunta preocupada.
“Me quiero ir,” y es verdad porque me duele el pecho y quiero ir a la cama y dormir.
Quiero ver a Mia y quiero dormir.
Grace se levanta y vamos al coche. Me meto antes de que intente ayudarme y me
muerdo el labio para evitar las lágrimas.
Vamos en silencio. Es bueno porque no quiero oír nada en este momento. Me pregunto
qué diría mi madre real de toda esta situación.
Cuando llegamos a la casa, entramos y me voy a mi habitación porque no quiero hacer
nada más. Grace me sigue. Luego va un momento a su habitación y trae la imagen de
Mia para que yo la tenga conmigo. Escucho a Mia en la otra habitación con la Sra.
Touhey riendo y diciendo mi nombre a todo volumen. Grace me mira. Me quito los
91
zapatos y me siento en la cama. Ella pone la foto en la mesita junto a mi cama. “Mia y
Christian.” Grace sonríe y se sienta también.
“Ella es una niña hermosa.” Me levanto porque no quiero estar cerca de Grace. No
quiero estar cerca de nadie, excepto de Mia, porque es mi amiga. Voy a donde está Mia.
Ella se ríe y hace un ruido fuerte. Yo le sonrío y me siento a su lado.
“Christan!” Tomo su juguete. Jugamos juntos, tal como le gusta. Grace nos mira y se la
ve muy triste. Luego se aleja.
Pasan los días y nada cambia. Mia está un poco más grande y es más divertido jugar con
ella. Se ríe mucho, pero me gusta que se ría, porque entonces yo sé que es feliz. Grace y
Carrick siguen teniendo conversaciones. Piensan que nadie los escucha, pero puedo
escuchar lo que dicen.
Mía y yo estamos en la sala de estar, jugando con nuestros juguetes. Oigo a Grace
hablando y ella suena triste. Dice algo sobre Elliot y yo y Carrick. No puedo oír las
palabras, pero puedo escuchar que no es una buena charla.
Me pongo un poco triste y a Mia no le importa porque se ríe y me lanza un bloque. Ella
siempre produce cosas. Quisiera que no crezca porque hacerse grande siempre duele.
Elliot todavía no está en casa. Cuando llega hace un ruido fuerte. Odio que haga eso. A
su lado está Tyler. Me pone contento. Él me cae bien, pero Elliot no.
Elliot no me saluda y Tyler viene y se sienta en el sofá junto a mí. “Hey, Christian.” Me
doy vuelta para poder mirarlo. “Hola,” empiezo a escuchar el sonido de mi voz,
“Tyler.”. Sonríe otra vez y levanta una mano en el aire. Me estremezco un poco y
retrocedo, pero él no mueve la mano.
“Es un choque de cinco, tienes que chocar tu mano con la mía. Lo hacen los amigos, no
hace daño.” He visto que Elliot y él lo han hecho. Así que repito el gesto. “Eres muy
bueno, Christian.”
“Christan!” grita Mia, como cada vez que quiere que la mire solo a ella. Así que me doy
la vuelta otra vez. Tyler se levanta del sofá y se sienta en el suelo.
“Debes jugar al fútbol con Elliot y conmigo, uno de estos días”, dice Tyler, y juega con
unos bloques de Mia. Ella se ríe y aplaude.
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Elliot pasa por la puerta entre la cocina y la sala de estar. Parece que corrió mucho, se
ve como una especie de loco y me pregunto si es porque Tyler me está hablando.
“Vamos hombre, mis padres dijeron que podrías dormir aquí.” Él no me habla y se va
por el pasillo hasta donde está su habitación.
Nunca voy a ninguna otra parte en la casa, además de la cocina, mi habitación, el salón,
la habitación de Mia, y el cuarto de baño. Es demasiado grande y me da miedo de
caminar solo, así que únicamente voy cuando Grace me lleva. Hay un montón de
lugares para sentarse y esas cosas. Hay un lugar donde Carrick tiene todos sus libros y
materiales de trabajo. La que más me gusta es mi habitación mejor, y el cuarto de Mia
también.
No quiero jugar más, pero Mia sigue haciéndolo. Por suerte llega Grace. Levanto la
vista hacia ella, “cama”. Se ve triste, pero se inclina a recoger a Mia que hace un ruido y
la abraza.
“Es hora de que Mia vaya a la cama también.”
Grace y Mia se alejan hacia la habitación. Me levanto para ir a mi habitación cuando
Carrick entra: “Christian, ven sentarse un minuto”. Siento miedo por alguna razón, pero
hago lo que dice porque tengo que escuchar. Me quedo mirando los bloques de Mia y se
sienta a mi lado.
“Realmente tenemos que trabajar en que puedas hablar para que puedas ir a la escuela, y
para que puedas comunicarte con nosotros, así sabremos cómo te sientes. Es necesario
que nos digas cómo ayudarte.” Suena triste como Grace y me hace sentir mal.
“MÍRAME, Christian.”
Estoy mal y no quiero escuchar. No quiero mirarlo y no quiero hablar más ni que la
gente hable conmigo, ni que me toquen. Su mano toca mi mejilla y trata de girar mi
cabeza para que lo mire. Entonces salto del sofá.
“Cálmate Christian, sólo quiero hablar contigo. Debes trabajar en conseguir más logros
que este. Tienes que cambiar, no puedes ser así para siempre.”
Mi corazón se acelera. Mi garganta hace ruidos raros y siento las lágrimas que hace
tiempo no sentía. Yo no quiero cambiar, no puedo. Da un paso más y, aunque él no está
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siendo malo, el ruido de mi garganta se agudiza y su cara se vuelve aún más triste.
Grace vuelve muy rápido y se ve más triste también.
“Carrick, da un paso atrás, por favor. Christian, MÍRAME. Estás bien.” Grace suena
bien, pero no quiero mirarla porque no me siento bien. Otro ruido extraño en mi
garganta y siento que mis piernas se aflojan y no puedo tomar aire.
“¿Qué pasó?” Grace le pregunta a Carrick. No puedo calmarme y mis piernas dejan de
funcionar y caigo al suelo. “Sólo le pedí que se sentara para que pudiéramos hablar, y
cuando le dije que las cosas tenían que cambiar, lo perdí.” Siento que mis entrañas se
están rompiendo y que nadie entiende lo que está sucediendo. Todo estaba bien.
Grace llora y me hace llorar a mí. Cierro los ojos porque me duele la cabeza. Veo a
mamá cuando cierro mis ojos, entonces, los abro de nuevo, y con mi mano tiro de mi
cabello y me duele, pero no me detengo.
” Christian, por favor, por el amor de Dios, mírame!” Me cuesta respirar y no quiero
cerrar los ojos. Me siento muy triste y trato de mover las manos. Grace me está mirando
con lágrimas en sus ojos e intenta ayudarme.
“¿Mamá?” La palabra viene a mi boca, pero no suena como yo. Suena raro. Grace
finalmente dice que iremos a un médico y no puede controlar su llanto. Me siento
demasiado triste y no sé cómo hacer para que se detenga. No sé por qué, pero me siento
y tiro mis brazos alrededor de su cuello al máximo posible. Mis lágrimas caen por su
cuello. Lloro más, pero no me alejo, quiero estar así. Después de un momento sus
manos se mueven. Acaricia mi pelo y me besa la cabeza.
“Estoy aquí, Christian, está bien.”
94
El origen de Grey. Sombra 18.
Ha pasado mucho tiempo desde aquel primer ataque de pánico. Y ha habido muchos
más. Incluso ahora, aunque ya tengo trece años, todavía tengo algunos.
Después de aquella noche, Grace y Carrick decidieron que tenían que hacer algo más
conmigo. Pasamos por miles de médicos. Los ataques seguían. Nuevos médicos. De a
poco, empecé a hablar con frases completas. La primera que usé fue en una
conversación con Carrick.
Estábamos en el coche. Desde el asiento delantero, él me dijo que tenía que colaborar y
demostrarles a ellos que estaba intentando estar mejor. De esa forma podríamos dejar de
ir a tantos doctores.
Hacía tiempo que me estaba negando a decir palabras. Entonces, respondí: “No me
gusta este doctor”
Grace conducía y casi deja la carretera para detenerse. Ambos estaban emocionados y
sorprendidos.
“Christian, has dicho algo nuevo”.
Por primera vez en todo este tiempo, el pequeño de seis años y medio en el que me
había convertido se estaba cansando de ser tratado como un bebé.
“Yo sé cómo utilizar las palabras, pero no quería hacerlo”, les dije.
Todo cambió después de eso.
Se miraron uno al otro como en estado de shock. Luego continuamos el viaje en
silencio. Ninguno de ellos dijo nada más. No entraban en su asombro, supongo.
Esa noche, más tarde, oí a Grace hablando por teléfono, mientras me encontraba sentado
en el banco del piano.
“Juro Elena, que acaba de empezar a hablar. Dijo una frase completa, y nos aseguró que
sabía hablar todo este el tiempo, pero que no quería hacerlo.”
Luego de oír esto, empecé a jugar de nuevo.
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En aquel momento, yo no entendía lo que había de bueno en hablar. Tampoco lo
entiendo ahora.
Un año después de aquel episodio, empecé la escuela. No era como Elliot había dicho.
Era una escuela para niños “superdotados”. Esos niños apenas podían colorear un dibujo
dentro de las líneas.
“Me hacen sentir estúpido,” le dije a Grace “Quiero ir a la escuela con Elliot.”
Carrick y Grace se miraron y me dijeron que todavía no podía ir a esa escuela. Elliot fue
cuando tuvo la edad suficiente como para hacerlo.
Yo no entendía por qué me habían dicho eso. Hasta ahora. Yo estoy en la misma escuela
secundaria. Uno de los doctores sugirió que era mejor para mí tomar el autobús,
quedarme después de clases para los clubes, y estar en las clases regulares.
El trabajo en sí es fácil, los maestros dan pocas tareas. Pero los niños no son como los
chicos de mi escuela. No sé quien les habrá contado acerca de mi vida, pero pareciera
que saben cosas.
En el viaje en autobús a la escuela, hay tres chicos mayores que se sientan a mi lado y
me pregunta cómo era vivir con un asesino en serie. No sé de quién están hablando,
nadie que yo haya conocido era un asesino serial.
Hay una chica en una de las clases que me llama monstruo porque no hablo mucho.
Siempre me pregunto si ella sabrá que yo fui a una escuela especial para niños
superdotados porque no hablé durante mucho tiempo.
Un día, caminando a la cafetería, un niño tropezó conmigo y le grité. No lo hice a
propósito, simplemente sucedió. Le dijo a todo el mundo, y empezó a pensar que era
divertido tratar de hacerme gritar de nuevo.
Me es difícil estar tranquilo, los maestros son amables conmigo y me gusta, pero me
gustaría tener un amigo. Veo a todos los niños como caminan juntos y se sientan
sentados juntos y hablan. Nadie trata de hablar conmigo. Cuando lo hacen, es para
decirme cosas malas.
Creo que por eso Grace y Carrick no querían que yo fuera a la escuela a la que iba
Elliot. Supongo que ellos sabían que los niños me odiarían. No entiendo por qué lo
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hacen. Ni siquiera me conocen. Nadie intenta ser mi amigo. Me gustaría si alguien lo
hiciera.
Odio a Grace y a Carrick por enviarme a la escuela especial. Tal vez si yo hubiera ido a
la escuela normal desde el comienzo, los niños no pensarían que soy un bicho raro. Los
odio por haberme enviado aquí, especialmente si sabían que todo el mundo me odiaría.
Odio a los profesores a pesar de que me traten bien, porque sé que escuchan que los
otros niños me dicen cosas feas y ni siquiera intentan detenerlos.
A mis profesores, simplemente les gusta que siempre sepa todas las respuestas correctas
a sus preguntas en clase. Luego, cuando respondo bien, hay chico que se acerca y
susurra “eres un pelota” y yo ni siquiera sé por qué.
A Elliot también lo odio, porque, en el comedor se sienta en la mesa con los niños
mayores. Ve que la gente es mala conmigo y no dice nada. Ni siquiera me saluda, es
como si no quisiera ser mi hermano.
Me enteré de que se puede ir a la biblioteca en lugar de a la sala de almuerzo en la hora
del almuerzo. Y como nunca hay nadie allí, decidí ir y sentarse detrás de la estantería a
leer.
La señora de la recepción siempre me sonríe. La primera vez que entré, ella ya sabía mi
nombre y fue muy simpática conmigo. De hecho, siempre es buena conmigo, no hay
duda que es mi favorita. Parece que todo el mundo sabe mi historia. Me pregunto cómo
lo saben y qué es lo que dicen sobre eso,
En una clase, tuvimos que hacer parejas de lectura y nadie me eligió. El niñoque estaba
atrás preguntó: “¿Podemos tener un grupo de tres?” mirándome con mala cara. Yo no
dije nada, sólo empecé a leer por mi cuenta y a contestar las preguntas. No me gustan
los compañeros.
Cuando llego a casa Grace y Carrick me preguntan cómo fue mi día. Pero yo no les
cuento nada. No quiero decirles que estoy mal, que lo odio y tampoco quiero volver a la
escuela especial. No quiero ver a más médicos. No quiero que piensen que soy un bicho
raro porque nadie me habla.
“Me gusta mucho el libro de la clase de Inglés” les digo con una media sonrisa falsa.
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Eso los hace felices, pero Elliot me mira y yo lo miro a los ojos y sé que él sabe que
estoy mintiendo. Me pregunto si alguna vez dirá algo. Espero que no.
Cuando voy a ver a mi psicólogo, también me pregunta cómo va la escuela. Lo bueno es
que él mismo responde en parte a su pregunta: “¿Cómo te va en la escuela? Tus padres
dicen que estás obteniendo las mejores calificaciones y que no hay llamadas a casa. Veo
que estás adaptándote bien.” Yo asiento con la cabeza y sonrío, nadie tiene que saber la
verdad.
Toda mi vida es una mentira, ¿por qué no añadir una más a la lista?
98
El origen de Grey. Sombra 19.
Tengo muy buenas notas. En parte me esfuerzo porque no quiero que nadie se dé cuenta
de que odio la escuela. Sé que si hago el trabajo y cumplo con mis deberes las
vacaciones de verano vendrán rápido y estaré libre.
Recuerdo que en la escuela especial, los niños lloraban por todo. Incluso lloraban por
actividades muy simples que no lograban realizar. No quiero decir que fueran estúpidos
porque todos somos diferentes, pero no me agradaba demasiado estar con ellos. Prefería
estar todo el tiempo en el rincón de lectura, mientras que las maestras trataban de calmar
sus llantos.
Uno de los profesores siempre venía a sentarse conmigo y me preguntaba por qué yo no
quería jugar con los demás niños y niñas.
“Quiero leer,” le respondía yo, deseando que se fuera y me dejara tranquilo.
En realidad, los niños de las clases solían babearse y ponerse cosas en la boca, algunos
de ellos no podían hablar y, en esos casos, no se trataba de que ellos no quisieran, sino
que realmente no podían hacerlo.
Una de las chicas de la clase siempre estaba abrazándolos a todos. También quería
abrazarme a mí, insistía en hacerlo de manera molesta. Lo intentaba hasta que uno de
los maestros le decía que me dejara, que a mí no me gustaba que me abrazaran.
“Quiero abrazarlo porque es mi amigo!” gritó un día y comenzó a llorar.
De verdad, yo no quería que ella llorara pero cuando me miró, retrocedí, porque tenía
miedo de que ella siguiera intentando abrazarme.
“¿Por qué no me quieres abrazar y ser mi amigo?”, me preguntó entre lágrimas.
Normalmente yo no hablaba con niños. Entonces, me puse a mirar al suelo. No quería
ser grosero con ella, pero tampoco quería responderle. Esto hizo que llorara más fuerte.
Y yo, lo único que deseaba, era llegar a casa y ponerme a tocar el piano. Recuerdo que
el maestro llamó a Grace y le dijo que yo me negaba a interactuar con los otros niños.
Cuando Grace me preguntó, le dije: “Ellos tratan de abrazarme, hacen mucho ruido, son
sucios, y lloran much . “
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Fue entonces cuando ella y Carrick decidieron que era hora de que fuera a la escuela a
la que iba Elliot.
Tuve que hacer una prueba para evaluar en qué nivel estaba. Se asombraron al
comprobar que era uno mucho más alto del que esperaban. Pero, de todas formas, para
evitar inconvenientes e ir a lo seguro me designaron a séptimo grado.
Los niños de esta clase tenían la misma edad que los de la escuela especial. Sin
embargo, cuando estuve allí, me di cuenta por qué ellos nunca podrían haber asistido a
una escuela normal.
El problema era que yo no pertenecía a ninguna de las dos escuelas. Ni a la normal, ni a
la especial.
Ahora Grace me pregunta por qué no traigo a alguno de mis compañeros a comer a casa
o a pasear a algún lado. Incluso se ofrece pasar a recogerlos y volverlos a llevar a su
casa. No sé muy bien qué responderle. Yo le he dicho que tenía amigos. Cuando lo dije,
Elliot me miró. Pero no dijo nada.
Elliot ha dejado de hablarme. Mia se sienta y les cuenta a todos acerca de sus mejores
amigos en su escuela primaria. Elliot tiene la mayoría de los mismos amigos que
siempre tuvo. Y luego estoy yo.
Mia comenzó en la escuela normal, y no tiene ningún problema. Se lleva de maravillas
con todos. Creo que no hace llorar a nadie y tiene buenos amigos.
Cuando invita a alguno de ellos a casa suele presentarme como Chritian, su hermano
mayor. Lo hace con orgullo y cariño. Pero algunos de sus amigos se ríen y susurran a
mis espaldas. Mía les dice que no lo hagan.
Pero también hay muchos que son amables. Por ejemplo, me piden ayudas con sus
tareas. Y como para mí es muy fácil, los ayudo. A veces pareciera que me mienten, que
solo quieren que yo haga la tarea por ellos. Pero como son simpáticos, no me molesta.
De algún modo, son también mis amigos, aunque sean mucho más chicos.
Elliot tiene un grupo de amigos que siempre está con él. Están todos juntos en el equipo
de fútbol. Su mejor amigo sigue siendo Tyler. Me cae muy bien Tyler.
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Elliot se enojaría si supiera esto, pero Tyler es mi amigo. En la escuela, Tyler se
encuentra en una de mis clases. Entonces, se sienta a mi lado y me habla.
El único momento en Elliot me habla es cuando Tyler está en nuestra casa. Él incluso
me deja jugar con ellos. Tyler se encuentra en el equipo de fútbol también y me enseñó
a lanzar el balón.
“Lanzas bastante bien, deberías probarte en el equipo”, me dijo Tyler. Elliot se echó a
reír.
“Alguien podría derribarlo y él lloraría porque lo tocó,” aseguró Elliot.
Tyler no dijo nada más después de eso. Sabía que Elliot tenía razón. Pero fue agradable
escuchar que Tyler dijera eso. Yo, en realidad, nunca hubiera pensado en unirme al
equipo. No sé por qué Elliot tuvo que ser tan malo.
Cuando Grace y Carrick hacen preguntas, dejo que Elliot y Mia hablen en mi lugar. Si
tengo que hablar, miento. Les hablo de los niños de mi clase, pero en lugar de contar lo
que sucede en verdad, les digo que todo está muy bien y que me siento con ellos en el
almuerzo y hablamos en clase.
Eso los hace feliz, a pesar de que Elliot me mira y luego mira hacia otro lado. Mia me
dice que sus amigos realmente me quieren y que habrá un baile en la escuela.
“Eres demasiado bonita para ser mi pareja”, le digo y se sonroja y se ríe.
Resulta que en mi escuela habrá un baile también. Todas las chicas están todo el tiempo
en la mesa de Elliot con los chicos de octavo grado tratando de pedirles que las
acompañen.
Un día no hay mesa libre para que yo pueda sentarme solo a almorzar y leer. No quiero
ir a un baile y espero que nadie me pregunte por este tema. Hasta que alguien se sienta
frente a mí.
Miro hacia arriba. Es una chica que nunca había visto antes. Ella tiene el pelo largo y
rubio recogido en una coleta y un pequeño mechón teñido de color rojo. Sus ojos son de
color verdoso. Lleva zapatillas de deporte y una sudadera con capucha y pantalones
vaqueros. Ella no se parece a las chicas que están en la mesa de Elliot. Ella es más
guapa que esas chicas, creo.
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“Hola, soy Christian”, le digo, aunque sienta que todo el mundo sabe mi nombre antes
de que lo diga.
“Yo soy Amanda.”
Sonrío y apoyo mi libro sobre la mesa. Miro alrededor, nadie está ni siquiera
mirándonos a nosotros.
Se me ve un poco nervioso, pero ella sonríe de todos modos, “Sé que esto suena tonto,
pero sabes qué día es el baile”
Asiento con la cabeza y sonrío de nuevo, “Sí, es mañana.”
Su rostro se vuelve aún más rojo, “Bueno, estoy segura de que ya tienes a alguien con
quien ir, pero si no es así, no quieres venir conmigo?”
Miro fijamente, demasiado sorprendido para decir nada. Su rostro se ve más y más triste
cuanto más tiempo estoy callado. En un momento temo que empiece a a llorar.
Ella es la primera persona que se sienta conmigo, habla conmigo, y sin duda la única
persona que me haya preguntado de hacer algo juntos. Levanto la vista hacia la mesa de
Elliot, y nadie más está mirando, pero Elliot sí lo hace. Él me guiña el ojo y sonríe. Es la
primera vez en mucho tiempo que incluso actúa como si me conociera.
“Espero que podamos ser amigos.” Ella va a levantarse.
“Espera, Amanda, seguro que voy a ir contigo”, la expresión de su rostro fue suficiente
para hacerme decir lo que dije. Nunca antes había hecho sonreír a alguien así.
“Wow, está bien. Incluso compré una falda. ¿Quedamos justo aquí, frente a esta mesa?”
“Sí, voy a estar aquí. Gracias por preguntar,” se levanta y se va muy rápido. Sonrío un
poco.
En la cena, Mia está hablando y Elliot la interrumpe y Mia odia eso. “Christian
consiguió acompañante para el baile.” Grace y Carrick miran sorprendidos, y todo el
mundo me mira, incluso Mia que perdona la interrupción.
“Mis amigos van a estar muy tristes”, dice Mia.
“¿Qué has dicho?” me pregunta Grace y se la ve feliz.
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“Dije sí, nos encontraremos frente a la mesa en la que estuvimos hablando”
Carrick sonríe “Ninguna chica me invitaba a salir a los trece años.”
Quiero decirle que las niñas siempre se lo están pidiendo Elliot, pero se ve muy
orgulloso de mí, así que no digo nada.
Todo el mundo está feliz, excepto yo. Realmente no quisiera ir al baile. Pero es
demasiado tarde para cambiar de opinión ahora.
“Tenemos que comprar una camisa, vamos a ir después de comer”, dice Grace y ella
sigue sonriendo.
“Oh, oh, déjame ir!” Mia le grita: “Yo ayudo a escoger una camisa de color agradable,
una color morado. ¡Se verá tan bonito!”
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El origen de Grey. Sombra 20.
No me entusiasma demasiado la idea de ir a buscar ropa con Grace y Mia. Grace logra
darse cuenta, pero Mia sigue muy emocionada. Grace se acerca y me mira y sabe que no
quiero hacerlo.
Me pregunta si las acompañaré a buscar la camisa.
“Tengo un poco de tarea que hacer”, le respondo. Ella sabe que estoy mintiendo, pero lo
deja pasar.
“Christian, ¿por qué no vienes así te pruebas la camisa y nos aseguramos que quedes
muy guapo con ella antes de compararla?, pregunta Mia que no comprende que no me
interesa para nada su propuesta.
Grace la coge del brazo y la lleva hacia la puerta.
“No te preocupes, Mia. Estoy seguro de que la que elijas va a ser perfecta. Púrpura
suena un buen color” le digo, pero parece enfadada porque no las acompañe.
Grace va al coche y ella la sigue mirándome de costado.
Me quedo solo y pienso que hubiera sido mejor haber dicho que no, pero ya es
demasiado tarde. Miro el reloj y pienso que mañana a esta hora tendré que estar
preparado para el baile.
Me siento al piano y toco para aliviar mi ansiedad. Tocar el piano libera y descansa mi
mente. La música me calma. Cierro los ojos y toco un rato largo. Trato de respirar
profundamente mientras lo hago.
A pesar de que normalmente esto suele relajarme, esta vez no consigue hacerlo del todo.
He estado tocando más de media hora cuando oigo a alguien detrás de mí. Es Carrick
que me observa en silencio. Por un instante decido ignorarlo, pero siento su presencia y
no puedo continuar.
Así que me doy vuelta y lo miro.
“Me sorprende que hayas accedido a ir al baile con esa chica”, dice
104
Lo miro en silencio, me encojo de hombros y vuelvo hacia el piano. No quiero hablar al
respecto y espero que se dé cuenta.
“Vas a pasarlo muy bien y estoy seguro de que ella está muy feliz de que le hayas dicho
que sí.”
Insiste en hablarme. Quisiera que se fuera y me dejara tranquilo con mi piano.
“Ella estaba feliz,” le digo sin agregar nada más. Es todo lo que puedo decir, porque
realmente yo no veo la forma de que vaya a pasarlo bien.
Luego, comienzo a tocar el piano de vuelta. Me concentro en los dedos que avanzan
sobre las teclas. Carrick suspira. Se sienta en silencio y me escucha tocar. Sé que quiere
que diga algo más. Pero rápidamente comprende que eso no sucederá así que se levanta
y sale de la habitación.
Entonces entra Elliot y también se sienta. Yo no dejo de tocar. Quisiera que me dejaran
tranquilo. Pero por lo visto no lo harán. Lamento que Elliot haya visto todo.
“¿Vas a darle un beso?” me pregunta sin importarle que yo esté concentrado en el piano.
Hacía mucho tiempo que no me hablaba. Yo estaba seguro de que me odiaba.
“No”, le respondo en tono seco.
Él me empuja con el codo y logra que deje de tocar el piano. No saco mi mirada de las
teclas.
“Deberías decirles, ¿sabes? Me refiero a lo que realmente está pasando en la escuela.”
De repente mis manos pierden agilidad y se me cierran. No puedo abrir los puños. Sin
embargo, no dejo de mirar las teclas. No quiero mirarlo a la cara. Me limito a decirle:
“No, déjame en paz.”
“No hay nada malo en no tener amigos. Tal vez puedan ayudarte a hacer algo. Deberías
intentarlo. “
Finalmente levanto la vista del piano y me concentro en él. Me enoja que después de
tanto ignorarme y ni siquiera dirigirme la palabra, ahora, de repente, se meta en mi vida,
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haga comentarios y actúe como si todo fuera muy normal desde siempre. ¿De verdad a
partir de este momento comenzó a importarle?
“No necesito la ayuda de nadie. La tuya tampoco. Tú sabías de los chicos que se meten
conmigo y nunca has hecho nada al respecto. Solo te limitas a sentarte con todos tus
estúpidos amigos y actúas como si no fueras mi hermano. Déjame en paz.”
Mis manos se aflojan y decido que volveré a tocar. Pero Elliot me lo impide. Me coge
de las manos y me impide moverme. Mi cara está caliente y siento que me pondré a
llorar de la impotencia. Lágrimas de rabia.
“Si digo algo, van a burlarse de mí también”, dice.
Sus palabras me hacen enojar aún más.
Logro quitar sus manos de las mías. Estoy sorprendido por mi fuerza. Un segundo
después, él me empuja de la banqueta y me tira al suelo. Quiero permanecer allí, pero
no logro controlarme. Me levanto y salto sobre él.
Grito. Ni siquiera sé por qué lo hago. Deseo golpearlo y herirlo. Quiero que de algún
modo entienda lo que se siente cuando todo el mundo es malo y él no me ayuda.
Elliot está de pie. Salto sobre él, a pesar de que soy consciente de que es más grande y
más fuerte que yo.
De repente algo es muy raro. Sucede todo muy rápido. Es Elliot que me tiene atrapado,
presionándome contra el sofá. Yo grito. Trato de morderlo.
Llega Carrick. Elliot me tiene inmóvil. No puedo respirar. Jadeo desesperado. Estoy
desesperado.
Carrick me sostiene a los lados de la cabeza. Trato de morderlo a él también. Siento
gusto a sangre en la boca. Creo que me mordí la lengua, pero no me importa.
Elliot no deja que me mueva. Ellos me están hablando, pero no puedo oír lo que están
diciendo. No quiero oír, quiero que dejen de tocarme para que pueda volver a respirar
con tranquilidad.
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“Christian, tienes que calmarte,” Carrick está gritando ahora. Elliot aprieta mis muñecas
con tanta fuerza que creo que va a romper mis brazos. Mis ojos están borrosos y
necesito aire.
“¡Fuera, por favor”
El rostro de Carrick está justo encima del mío. Su cara parece horrible. Cierro los ojos
lo más fuerte que puedo, no quiero verlo. Puedo sentir que van a hacerme daño y no
puedo dejar de gritar.
“Deja de hacerlo!. Me duele!”, no puedo gritar más fuerte. Mi voz no puede ser más
ruidosa. Dejo de luchar porque sé que nada puede ser mejor de este modo.
Entonces, oigo a Mia. Ella está llorando. Abro los ojos y giro la cabeza para mirarla.
Ella está de pie junto a la mesa, con una camisa de color púrpura y llorando.
“Por favor deja de gritar,” dice asustada. Verme así le da miedo.
Carrick y Elliot me dejan libre y siento que por fin hay suficiente aire en la habitación.
Grace también está allí ahora y los cuatro me están mirando. No puedo verlos. No
quiero verlos así. Me miran tristes, enojados, asustados.
Me bajo del sofá. Mis ojos siguen viendo nublado. Mi corazón late muy fuerte. No
puedo ver a ninguno de ellos con precisión. Decido ir directamente a mi habitación.
Allí estoy más tranquilo. Me quedo sentado en la oscuridad durante un rato. Miro el
techo a oscuras.
De repente la puerta se abre. Mia entra y cierra tras ella y salta sobre la cama. Ella no
dice nada. Con su mano sostiene la mía.
Evito mirarla. Hasta que logra que mi cara esté frente a la suya.
“Vas a estar muy lindo con esta camisa.”
No digo nada y cierro los ojos. Ella sostiene mi mano con más fuerza y pone su cabeza
en la almohada a mi lado.
“Te amo”, me dice muy tranquila.
107
Me pregunto por qué me quiere si en realidad me tiene miedo. ¿Cómo iba a quererme
alguien que me teme? ¿Por qué lo haría si la hago llorar?
“Lo siento,” le respondo sin abrir los ojos y sin moverme. Lo digo en voz alta para que
me escuche.
“Tú también me amas, ¿verdad?”, me pregunta en voz baja.
“Sí”.
“Me gustaría escucharlo”, y suena como si estuviera a punto de llorar de nuevo.
“Te amo,” le digo y mi voz suena raro. Unas pequeñas lágrimas caen por mi mejilla
hasta la almohada.
Ella se queda en silencio junto a mí. Me gustaría que pudiera abrazarme sin tocarme.
108
El origen de Grey. Sombra 21.
Pasamos un rato en silencio junto a Mia. De algún modo, su presencia logra calmarme.
También me ayuda que nadie viene a interrumpirnos. Es probable que los demás
confíen en Mia.
Quisiera poder abrazarla sin tocarla. Pero no puedo hacerlo. Eso me angustia. De a
poco, la idea se va diluyendo en la calma. Lleva tiempo.
Pasa un rato largo. Luego, Mia se levanta y me pregunta si deseo probarme la camisa
nueva. La realidad es que no quiero hacerlo, pero decido darle el gusto. Creo que se lo
merece. Quiero ser amable con ella.
Comprendo que la idea de ir al baile con esa chica me aterra. Nada bueno puede pasar.
Si tengo suerte, lograré que no termine odiándome.
Viene Grace y pregunta cómo estamos. Ambos respondemos que todo está mucho
mejor. Grace dice que se alegra y sonríe.
Me pruebo la camisa púrpura y Mia dice que me queda perfecta.
—La he visto y me la he imaginado en ti, no podía fallar— me dice alegre y distendida.
De verdad que no me importa cómo me quede esta maldita camisa. Solo tendré que
disimular un rato más. Espero que luego de esto nadie más hable sobre mañana.
Mia me dice que le muestre al resto lo guapo que estoy. Le explico que prefiero no
hacerlo, que todavía me siento un poco mal con lo sucedido.
Mia se retira de la habitación y me repite que me quiere mucho. Se lo agradezco y trato
de hacer mi mejor sonrisa.
Me quedo solo en mi habitación. Pienso en la pelea con Elliot y en lo que me ha dicho.
¿Debería contarle a Grace y a Carrick lo que sucede con los chicos de mi colegio? Creo
que no podrían entenderlo.
Grace siempre es muy amable y parece que intenta comprenderme en todo lo que me
sucede. Pero esta vez es distinto. Sé que se preocuparía demasiado, que se pondría más
triste. Y no deseo que ella esté peor por mi culpa. Simplemente, debo intentar dejar de
preocuparla.
109
Carrick también se preocupará. Puede que quiera volver a cambiarme de colegio o
llevarme a nuevos médicos. Él siempre quiere “solucionar la situación”. Como algo que
está roto o es defectuoso y debe arreglarlo.
Últimamente Carrick intenta hacerse el amigo. Prueba con sacarme información sobre
las chicas y eso. A él le gustaría que yo fuera como Elliot. Tal vez, intuye que hay algo
que no va bien, pero prefiere fingir que no se da cuenta. Que todo funciona de
maravillas.
Hace unas horas, cuando estaba en el piano, no hacía más que remarcar que una chica
me había invitado. Qué suerte que tienes, las mujeres se te regalan, parecía que quería
decir.
Carrick no soportaría comprender que en realidad yo odio la idea de ir a ese baile y que
maldigo el momento en que acepté hacerlo.
No sé por qué Elliot me dijo todas esas cosas. Empiezo a creer que prefiero que me
ignore.
¿Sería él capaz de delatarme? Podría pegarle mucho más fuerte de lo que lo hice hoy si
se atreve a hacerlo.
Pienso en todas estas cosas, cuando Grace toca la puerta. Preferiría decirle que se vaya.
Sé que lo que viene no es nada de lo que espero escuchar.
Le digo que pase. Me vuelve a preguntar cómo me encuentro. Le digo que sigo bien.
Luego, me pregunta por la camisa.
—Está bien—le respondo sin ganas.
Me sonríe. Me dice que los hombres siempre le prestamos poca atención a la ropa. No
sé si quiere desviar la conversación o si realmente no se da cuenta de que estoy mal por
otra cosa.
Me cuenta de una vez que le compró unas camisas a Carrick cuando hacía poco que se
había casado. Me dice que ella estaba entusiasmada porque le parecían perfectas. Y que
luego, Carrick las miró y dijo: “ah, están bien”.
110
Me dice que desde aquel día aprendió. La miro y sonrío. Me quiere distraer de todos mis
pensamientos y lo ha conseguido. Grace es dulce. Jamás le haría daño. Sería capaz de
guardar cualquier secreto solo para cuidarla.
—¿Cómo te preparas para mañana?— pregunta con dulzura.
Le digo que prefiero dejar de hablar de mañana, que necesito descansar.
—De acuerdo, tienes razón. Te estamos poniendo nervioso con nuestra alegría. Perdona.
Le respondo que no se preocupe.
Me mira un momento en silencio. Parece que quiere decirme algo más pero no se atreve
a hacerlo.
Luego, se decide.
—Christian…con respecto a lo que ha sucedido con Elliot…
—Lo siento.
Creo que es mejor pedir rápidamente perdón a dejar espacio para que me someta a un
interrogatorio. Pero veo que mis palabras no funcionan.
—No te hagas problema. Es que quisiera saber que ha sucedido. Antes ustedes nunca…
No termina las frases. Es evidente que quiere encontrar las palabras adecuadas para que
yo no me enfade.
—No ha pasado nada demasiado especial. Yo quería tocar el piano tranquilamente y
Elliot quería hablar y comenzó a molestarme.
—¿Y sobre qué quería hablar Elliot?
—De nada en especial…
Me mira. Ella sabe que tal vez no le esté diciendo toda la verdad. Piensa. Mira hacia
abajo. Luego, vuelve a hablar.
—Mira, querido Christian. Me ha preocupado mucho que se hayan pegado entre
ustedes. Quisiera que ambos me prometieran que no lo van a volver a hacer. No puedo
permitirles ese comportamiento.
111
—Intentaré no hacerlo si Elliot promete no molestarme más.
—Christian, Elliot dice que has sido tú quien inició la pelea.
Antes de continuar hablando me pregunto qué otras cosas habrá contado Elliot. Me
preocupa. ¿Qué sabe Grace? ¿Sería capaz de estar ocultándome información en este
momento?
Vuelvo a sentir que estoy perdiendo el control sobre mi propio comportamiento. La
cabeza comienza a zumbar y siento toda la sangre en la cara.
Grace se da cuenta y me mira asustada.
—Tranquilo, Christian, yo solo deseo que Elliot y tú se quieran y se respeten. ¿Quieres
a Elliot, verdad?
De repente me doy cuenta de que la pregunta me desconcierta. ¿Lo quiero? Por
momentos me parece que estoy más cerca de odiarlo. Pero hace un instante me he
prometido a mí mismo que mentiría con tal asegurarme que Grace no sufra por mi
culpa.
—Sí, lo quiero. Solo que a veces me molesta y eso hace que me enfade.
Al ver su mirada, creo que me ha creído.
—Ambos tienen una edad difícil. Lo importante es que puedan resolver sus problemas
sin puños, ¿no crees?
Asiento con la cabeza.
—Incluso, piensa en ti mismo. Piensa en lo triste que te ha puesto toda la situación con
Elliot, ¿no es mejor evitarlo?
—Él también podría evitarlo—digo con cierto resentimiento.
—Por supuesto, cariño, también hemos hablado con él. Y ha prometido que nunca más
se peleará contigo. Está muy preocupado por todo lo que ha pasado. Te lo aseguro.
Veo que no he sido yo solo quien ha mentido. ¿Si estuviera preocupado por qué no
habría intentado ayudarme? Espero que esto termine ya.
112
—En un rato, cenaremos. Quisiera que los dos se amigaran antes de la cena. ¿Crees que
podrás, cariño?
La sola idea de pensar en que tengo que volver a Elliot en el día de hoy me espanta.
Pero estará bien dejar las preocupaciones de lado, aunque sea alguna de ellas.
Le digo que sí, que haré lo posible para que todo esté en paz. Pero que no quiero hablar
con Elliot, que simplemente por hoy hagamos de cuenta que todo ha terminado.
—Gracias, querido Christian. Estoy orgullosa de ti—dice finalmente con ternura.
113
El origen de Grey. Sombra 22.
Estamos en el salón. No miro a Elliot a la cara. Él tampoco lo hace. Cada uno está por
su lado.
Luego llega Mia. Está feliz. Nos muestra el vestido que se ha comprado hoy a la tarde
junto a Grace.
Nos pregunta cómo le queda. Todos le decimos que está muy bella. Y, verdaderamente,
lo está.
Mia es un fuente de alegría inagotable. Con ella es imposible que existan conflictos.
Solo se pone triste cuando siente que no la quieren. Y lo mejor de todo es que cualquier
enfado se le pasa en un instante.
Entonces llega Carrick y pregunta cómo estamos. Un vez más, disimulamos la tensión
que hay en el ambiente y respondemos que muy bien.
Carrick propone que nos demos la mano con Elliot en señal de reconciliación. Elliot
responde que no tiene problema en hacerlo.
Me siento muy nervioso. Todos saben que no soporto el contacto con nadie. ¿Por qué
Carrick propuso eso? ¿Se ha puesto en mi contra?
Se acerca Grace e interviene.
“No es necesario que lo hagas, Christian, si no quieres”, dice delante de ellos.
“No volveré a pelearme con Elliot, pero no deseo darle la mano”, les digo a todos.
Siento que por primera vez he sido sincero con ellos en mucho tiempo.
“De acuerdo, cariño” dice Grace.
Luego todos se dispersan por la casa.
Desde donde estoy puedo escuchar la conversación entre Carrick y Grace.
Carrick le dice que no puede consentirme en todo, que mi actitud de hoy ha sido
violenta y que debería tener que demostrar mi arrepentimiento sobre lo sucedido.
114
Grace dice que está de acuerdo, pero que no deben forzarme a nada, porque todo lo que
sea por la fuerza será contraproducente.
Carrick no lo ve desde el mismo modo. Insiste en que mi comportamiento ha sido muy
malo y que no ve en mí signos de arrepentimiento. En cambio, cree que Elliot si se ha
arrepentido. Él ha hablado con Elliot y sabe que él no ha sido el que ha iniciado todo.
De hecho, le cuenta que un momento antes de que Elliot viniera, él mismo se había
acercado a mí y yo lo había ignorado.
“Sabes que cuando toca el piano no le gusta que lo molesten” le responde Grace.
“No puede girar toda la casa alrededor de él”, exclama Carrick, que parece enfadado.
Grace le dice que todo se ha solucionado por ahora, pero Carrick no está de acuerdo.
“Yo sé que los niños a esta edad son conflictivos, yo también me he peleado cuando
tenía su edad. Pero es nuestra función no permitir que eso suceda, si dejamos que haga
lo que quiera estaremos criando un déspota”, le dice Carrick.
La palabra déspota resuena en mi cabeza. ¿Soy un monstruo? A veces creo que sí. Me
asusta esa idea. A veces, siento que mis sentimientos cada vez son más rígidos y mi
corazón se vuelve más impenetrable.
Grace se molesta cuando Carrick dice eso. No le gusta que hable sobre mí con esos
términos. Ellos sabían a qué se enfrentaban cuando me trajeron y tienen que ser
consecuentes con lo que han hecho, le dice. Incluso aunque los resultados parezcan
adversos, por momentos.
Me gusta la convicción con la que habla Grace. Me gusta escucharla hablar. Pero, por
primera vez, sé que ella no se está dando cuenta de quién soy yo en realidad.
Entonces, llega Elliot y me mira.
“¿Qué haces? ¿Escuchas los que ellos hablan?”, me dice desafiante.
“Lo que yo haga a ti no te importa”, le respondo.
“¿Por qué no confías en nosotros?”, me dice entre enfadado y preocupado.
“No quiero hablar más del tema por hoy”, intento calmar las cosas.
115
En especial intento calmarme a mí mismo. ¿En qué momento se ha quebrado la paz que
habíamos logrado establecer?
Sí, tengo una respuesta para eso. En el maldito momento en que le dije que sí a esa
estúpida chica que me ha invitado al baile. Eso ha provocado una maldita revolución en
la casa. Juro que nunca más les contaré nada relacionado con mi vida amorosa. Y no
dejaré que ellos tampoco hablen sobre eso.
En lo que queda del día nadie más habla sobre el asunto.
Estoy en mi habitación antes de dormirme. No logro relajarme. Mis ojos están más
abiertos que nunca.
Pienso en cómo podré salir de la situación mañana. No quiero ir al baile, no quiero dar
explicaciones.
Primero pienso en fingir que estoy enfermo, pero no me parece un buen plan. Si no
tengo síntomas muy evidentes, todos van a darse cuenta que se trata de una mentira. Y
me volverán loco a preguntas.
Luego, pienso en la posibilidad de perderme por el camino. Llegar tarde, que la chica
me espere hasta que se canse y se vaya. Pero es verdad que Elliot y Mia estarán en el
baile y si no me ven, se lo contarán a todos.
Me desespera no encontrar una maldita alternativa para solucionar esto.
¿Podría confiar en ella? ¿Podría contarle lo que me sucede? No, esa opción es
imposible. Se burlaría de mí hasta el cansancio.
Quisiera salirme de todo este mundo lo antes posible. Nunca más tener que darles
explicaciones ni a mi familia ni a los estúpidos chicos del colegio. Deseo construir una
realidad donde sea yo quien imponga las normas y que los demás se subordinen eso.
Donde yo tenga el control de todas las malditas situaciones.
Sé que para mañana no voy a lograrlo. Pero confío en que algún día pueda conseguirlo.
Tengo que trabajar mucho en eso. Y lo haré.
Pensando en todo esto me quedo dormido.
116
Me despierto a la mañana siguiente empapado en sudor. Grace se acerca y me dice que
estoy muy extraño.
Estoy volando de fiebre. Mi cuerpo me ha salvado.
Me dan unos medicamentos para que baje la temperatura.
“Así puedes ir al baile”, me dice Grace.
“Oh, pobre Christian, con lo ilusionado que estaría en salir con esa chica”, escucho que
exclama Mia muy preocupada.
De repente me vuelve a invadir la sensación de que nadie realmente me conoce, de que
nadie sabe quién soy. Ellas dos que me aman y saben tanto sobre mí, no pueden ni
siquiera percibir todo lo que está pasando por mi interior en este instante.
“Christian, creo que esta fiebre puede ser una reacción a lo que ha sucedido ayer.
Quédate un rato más en la cama y puede que te pase. Estoy convencida de que podrás ir
al baile.”
Le hago caso a Grace y no salgo de la cama. Solo que mi deseo es opuesto al suyo.
Al rato vuelve Mia.
“¿Cómo te sientes?”, me pregunta con su cariño habitual.
“No mucho mejor”, le respondo.
“Oh, Christian, quiero que te mejores y puedas venir al baile”, me dice con algo de
tristeza.
La realidad es que me siento mucho mejor y que si lo deseara podría levantarme ahora
mismo. El deseo de Mia me hace dudar un momento.
Tengo que encontrar la manera de solucionar esta situación sin que tenga
consecuencias. Tal vez lo mejor sea ir al baile y enfrentarme con todo. Lo vuelvo a
pensar. Sí, tal vez, sea lo mejor.
117
El origen de Grey. Sombra 23.
He estado en la cama durante un largo rato. La soledad me hace bien. Me ayuda a
pensar. Y pensar me ayuda a controlar las situaciones.
Por primera vez he pensado en Amanda. Ella ha sido muy amable en invitarme al baile.
Y no quisiera que pasara un mal momento por mi culpa.
Creo que si quiero ser una buena persona no puedo faltar a mi palabra. Una de las
maneras de controlar las cosas tiene que ver con eso: decir algo y actuar en
consecuencia.
La fiebre ha bajado. Me siento mejor.
Viene Grace y me pregunta cómo sigue todo. Le digo que estoy un poco mejor y que iré
al baile, pero solo un rato. Todavía me siento algo mareado.
Me levanto con cuidado y me doy un baño que termina de reanimarme.
Elliot se ha puesto una camisa azul que le queda muy bien. Mia parece una verdadera
princesita.
Todo el día ha transcurrido lento y, de repente, parece que algo se acelera y todo pasa
rápidamente.
Ahí estoy, con mi camisa de color morado, frente a la mesa en la que quedamos,
esperando a Amanda.
Ella llega. Está muy bella con la falda nueva que me contó que se había comprado.
Estamos en el baile y todo parece que irá bien.
Los nervios se aplacaron. Puedo charlar con ella y sentirme bien al respecto. Es
simpática y le encanta hablar. Me cuenta sobre todas sus clases, imita a los profesores,
critica a sus compañeras. Yo solo hago algunas preguntas y me río cuando corresponde.
El tiempo transcurre. Amanda me cae bien pero no me atrae. No siento deseos de
besarla ni de tocarla. No sé si es normal, pero así me siento.
Veo que de lejos, Mia y sus amigos nos observan. Ellos están muy divertidos y sus
miradas no me preocupan.
118
Le cuento a Amanda que a la mañana he tenido fiebre y que no me siento muy bien. Me
mira un poco disgustada.
“Si no quieres estar aquí conmigo no es necesario que me mientas”, me dice con cara
triste.
Intento explicarle que no se trata de una mentira. De verdad tuve fiebre. Claro que
tampoco se trata de eso solamente. Pero esto no puedo decírselo.
“No me querían dejar venir y yo he insistido, para que no sintieras que te dejaba de
plantón”. De repente escucho mi mentira y me desconozco. Era innecesaria, ¿por qué la
he dicho?
Sin embargo, es eso lo que hace que Amanda comience a creerme.
“¿En serio?”, me dice con una sonrisa.
Entonces, veo que se acerca Elliot y sus amigos. No sé dónde habrán estado, pero
habían desaparecido y ahora han vuelto a aparecer.
Sus chicas están juntas en un rincón y los miran.
Ahora ellos son el centro de la atención.
La miro a Amanda. Sé que si la dejo ahora aquí sola será el centro de las burlas.
Los amigos de Elliot han empezado a burlarse de unos chicos y sé que llegarán a mí en
cualquier momento.
Le propongo a Amanda que salgamos un rato. Ella me dice que sus padres no la dejan
salir sola. Bueno, tampoco conmigo. Y que tiene miedo de que su pequeña y maldita
hermana la delate.
Me la señala. Debe tener las misma edad que Mia.
“Es una tonta. Su mayor interés soy yo. Me espía, me imita, quiere que esté con ella. Y
luego, si le digo que no, me chantajea amenazándome con que le va a contar todo a mi
madre.”
Su historia me hace sonreír. Veo que no soy el único que tiene problemas con el
hermano.
119
“¿Y tú?, ¿cómo te llevas con los tuyos?”, me pregunta.
Creo que ha entrado en confianza. Hasta ahora se había limitado a hablar. Esta es la
primera pregunta que me hace una pregunta. Se la ve divertida e interesada.
“Mia es muy buena conmigo. Nos llevamos muy bien. Me quiere mucho. Con Elliot…”,
me interrumpo.
Amanda se ríe.
“Ay…los hermanos, los hermanos…”, dice con una sonrisa gigante.
Yo también le sonrío.
“¿Qué te hace?”, me pregunta.
Me quedo pensando un momento. No sé muy bien cómo explicarle. No voy a contarle
que sus amigos se burlan de mí y que él no hace nada para impedirlo. Tampoco puedo
decirle que ha sido quien contó en la mesa que vendría al baile con ella y que eso me ha
ocasionado uno de los peores días de mi vida.
“A veces cuenta cosas que no quiero que cuente”, digo de forma general.
“Ah, como mi hermana!”, dice y vuelve a reír.
“Exacto”, comento, aliviado.
“Deberíamos inventar algo en contra de los hermanos metidos, ¿no crees?”
Uno de los compañeros de Elliot se acerca. Sin motivo aparente me empuja.
“Oh, no te había visto”, dice y lanza una carcajada.
Lo imaginaba, todo no podía ser tan tranquilo, han empezado los problemas.
Amanda se pone loca. Le habla de mala manera.
“Eres tonto”, le grita nerviosa.
Lo que ocasiona una risa más fuerte en el chico. Dice algo como que las mujeres me
defienden o alguna tontería por el estilo.
120
No logro escucharlo muy bien. Como es habitual es como si empezara a perder el
sentido de la audición. Siento la ira que sube hasta mi cabeza. Quisiera llorar pero esta
vez no puedo.
Lo veo. Por un momento espero que se vaya. Sé que esto puede llegar a ser terrible. Y
no logro controlarme.
Sin embargo, él se queda de pie, mirándome. Creo que me desafía con la mirada. Tengo
la sensación de que le digo “vete”, pero no estoy seguro. Tal vez, lo imagino.
Amanda me mira y está a punto de llorar. Todo se ha desvanecido. Me siento
decepcionado por la situación.
Entonces, de algún lado de mi ser que desconozco, sale una fuerza extraña e
irrefrenable. Comienzo a pegarle al muchacho, que intenta defenderse si éxito.
Los demás primero miran, pero rápido se acercan a separarnos. Mejor dicho, se acercan
a impedir que le siga pegando.
No entiendo bien qué es lo que dicen. Sé que hay un tutor del colegio que está hablando.
También lo veo a Elliot, pero no sé qué hacen.
Me separan y me llevan a un salón de al lado. Estoy en shock. Creo que me hablan, pero
no los escucho.
Pasa un rato, aunque no puedo precisar cuánto. Entonces veo que llega Grace.
“Vamos a casa, ¿sí, Cristian?”, me dice.
Veo que hablan con el tutor. Luego empiezo a mirar para otro lado.
Grace vuelve a intentarlo y me pide que vayamos a casa.
No respondo, pero la miro. Dejo transcurrir unos segundos.
Me levanto de la silla sin decir palabras. Sigo a Grace.
121
El origen de Grey. Sombra 24.
Vamos en el coche con Grace. Ella está en silencio. Algo dentro de mí se lo agradece.
Pone una música suave que hace que me sienta contenido.
De repente, siento que todo lo que ha sucedido es parte de un sueño. O de una pesadilla.
¿De verdad he comenzado a pegarle a ese estúpido amigo de Elliot de esa manera? Ni
yo mismo puedo creer mi comportamiento.
De vuelta en casa, Carrick me dice que está muy desilusionado con mi forma de actuar.
Afirma que ya no tolerará este tipo de actitudes y que tendremos que solucionarlo de
alguna manera.
Se queda un momento en silencio y luego sigue: de alguna manera urgente.
Grace me defiende y dice que hablaremos mañana.
A la noche me acuesto y no pienso en nada. Pongo la mente en blanco y me quedo
dormido. Y duermo durante muchas horas donde no sueño o, por lo menos, no recuerdo
soñar.
A la mañana siguiente Grace me comunica que han tomado una decisión: comenzaré a
ver al doctor Miller, quien seguro me ayudará a descubrir qué me sucede.
Elliot me saluda distante, pero como si nada hubiera sucedido. Primero me sorprendo.
Luego descubro de qué se trata. Probablemente Grace haya hablado con él y le haya
dicho que no hiciera nada que pudiera perturbarme.
Soy un monstruo y los demás han comenzado a darse cuenta de eso.
Pasan unas semanas. Evito toda clase de contacto con la gente y la gente hace lo mismo
conmigo. No está tan mal después de todo.
El único momento realmente desagradable es cuando en la escuela me reúnen con el
amigo estúpido de Elliot y me obligan a pedirle disculpas y a asegurarle que no volveré
a hacer una cosa así.
A él también lo obligan a hacer lo mismo.
Los dos actuamos nuestras falsas disculpas y los mayores ya se sienten tranquilos.
122
La hipocresía del mundo adulto.
En casa todos hablan de cosas superficiales. Incluso Elliot ha entrado en el juego. Solo
me dirige la palabra para saludarme o me hace alguna pregunta tonta sin ninguna
relevancia.
“¿Cómo te ha ido en el examen de matemáticas?”, dice una tarde.
“Muy bien”, respondo, aunque creo que no escucha mi respuesta. Podría haberle dicho
cualquier cosa que su expresión no hubiera cambiado.
Su pregunta la ha hecho delante de Grace, Carrick y Mia, por lo que intuyo que lo hace
para demostrar que todo está muy bien entre nosotros.
La vida se trata de fingir.
Amanda intenta comunicarse conmigo pero la ignoro. Siempre digo que estoy ocupado
y que después la llamaré. Soy muy consciente de que jamás voy a hacerlo. Solo deseo
de que ella se dé cuenta de eso y deje de insistir.
Un día, Grace me dice que, finalmente, mañana, el doctor Miller me recibirá en su
consultorio.
Le digo que de acuerdo y no agrego nada más.
Oh, maldición, otra vez los estúpidos médicos. Pensaba que ya no tendría que pasar por
esa experiencia.
De todas formas, los médicos no son difíciles de engañar. Veré qué puedo hacer con
éste mañana.
Llego a la consulta. Tiene una manera extraña de saludarme, que me descoloca. Se
queda un largo rato en silencio.
Luego, comienza a hablar.
El doctor Miller me dice que él no juzgará mi conducta, que puedo hablar con
confianza. Eso me tranquiliza. Luego me pregunta si tengo alguna idea de por qué he
actuado de esa manera.
Niego con la cabeza.
123
Es verdad, pensaba en mentirle a él también, pero hay algo que me impide hacerlo.
Nos quedamos un rato en silencio.
Luego se acomoda el pelo de una manera particular.
Y comienza a hablar nuevamente.
Me pide si puedo describir qué sentía mientras golpeaba al muchacho.
No le respondo. Pero me quedo pensando.
Todo fue caos y confusión en ese momento. Pero es verdad que también hubo alivio en
mi interior. Un deseo profundo de nunca más volver a ser vulnerable. En mi interior
algo pide control. Ese control me da seguridad. Nada malo puede pasar si las cosas
están bajo control.
Los golpes han sido una manera torpe de remediar la situación. Pero reconozco que he
sentido placer mientras lo hacía, algo de mi accionar ha hecho que me sintiera poderoso.
Creo que me ruborizo frente al doctor Miller. No he dicho ni una sola palabra, pero me
avergüenzo de mis propios pensamientos.
Jamás podría contarle a nadie sobre los pensamientos que tengo. Hay algo muy oscuro
allí.
El doctor Miller me dice que si no quiero que no hable, pero que él sí me hablará. Y
luego me pregunta si yo siento que he solucionado algo con mi actitud.
Sigo en silencio.
Es evidente que algo he solucionado. Ya nadie me molesta en la escuela. Puede que
piensen que soy el ser más horrible del mundo, pero no tengo que soportar burlas.
Los maestros hablan de socialización y otras palabras que no me interesan. Ni ellos ni
mis compañeros me resultan personas atractivas o interesantes.
A veces creo que la única solución será crecer y tomar yo mis propias decisiones sin
tener que rendirle cuentas a nadie.
Si no me involucro con nadie, nadie se sentirá herido y nadie me lastimará a mí.
124
Todos estos pensamientos que se apoderan de mí hacen que me sienta lejos.
El doctor Miller me observa. Sabe que estoy pensando en algo. No se lo diré, pero
empiezo a confiar en él. Creo que es inteligente.
Cuando nos despedimos me dice que no somos islas. Que necesitamos conectarnos con
alguien. Que yo decidiré con quién querré conectarme, pero que algún día tendré que
hacerlo con alguien.
Lo miro extrañado. Por un momento creo que me ha leído la mente.
A la salida está Grace. Nos pregunta cómo ha ido. El doctor Miller dice: “Oh, de
maravillas, Christian ha pensado muchas cosas hoy”.
Lo miro y entiendo su ironía. Nunca antes un médico había sido irónico para hablar con
Grace.
Cuando nos retiramos, Grace me pregunta si quiero contarle alguna de las muchas cosas
que he pensado con el doctor Miller.
Sé que no puedo hacerlo. Le digo que por ahora es mejor que quede entre el médico y
yo. Sonrío.
Mágicamente la respuesta tiene un gran resultado.
De repente siento que puedo manipular a las personas, hacer que crean lo que yo les
digo. Y no sentirme culpable por eso. Al contrario, me deja tranquilo hacerlo así.
Grace me cuenta que Amanda ha llamado otra vez a casa. Que siempre deja dicho que
solo quiere hablar conmigo.
“¿Deberías responderle el llamado, no crees?”, me dice preocupada.
Esta vez no se me ocurre una respuesta para que me deje en paz. Es evidente que no
quiero llamar a Amanda, ni hablar con ella, ni darle ninguna explicación.
¿Qué podría explicarle si yo mismo ignoro lo que me está pasando?
Oh, maldita y pobre Amanda.
125
El origen de Grey. Sombra 25.
Los días pasan. Amanda ha dejado de llamar, creo que se resignó a que no le
respondería.
Sé que me he portado mal con ella, pero, ahora mismo, no tengo las herramientas
necesarias para solucionarlo.
Dejaré que el tiempo siga pasando y, quizás, algún día pueda llamarla y aclararle todo.
Por ahora, decido no pensar en eso.
Sigo yendo una vez por semana a ver al doctor Miller. Todavía no le he dicho
demasiado, pero creo que a pesar de mi silencio nos llevamos bastante bien.
Pareciera que el doctor Miller es el único al que no le molesta mi silencio.
Todo el mundo me pregunta: “¿estás bien?” ,“¿por qué no hablas?”, “¿cómo te
sientes?”. Odio que me hagan preguntas.
En cambio el doctor Miller hace afirmaciones que me dejan pensando. Y si no digo
nada, no se asusta, ni se preocupa. Hasta pareciera que cree que es de lo más normal que
así sea.
Un día viene a casa Tyler, el amigo de Elliot. Tyler también me trata con naturalidad.
Justo ese día sucede algo especial. Elliot tiene que ir a comprar unos libros con Grace
para el colegio. No le gusta, pero debe hacerlo.
Tyler le dice que lo esperará en casa adelantando el trabajo que tienen que hacer.
Siento que a Elliot no le gusta la idea de que su amigo se quede en casa conmigo. Pero
no puede decir nada.
Se va y le dice que espera que a su regreso el trabajo esté terminado. Tyler sonríe.
Después de un rato, Tyler se acerca.
“¿Quieres jugar un rato al futbol?”, me pregunta de repente.
No sé qué decirle.
126
Por un lado, tengo ganas. Me cae muy bien Tyler. Por otro, me da miedo que Elliot se
enfade conmigo.
Tyler se ríe.
“¿Y entonces?, ¿quieres o no quieres?”
Hay cierta tranquilidad en sus palabras y su risa que también me tranquiliza.
“De acuerdo”.
Salimos y comenzamos a jugar.
Nos divertimos con el juego.
Todo está muy bien. Es un hermoso día de sol.
“En un hecho, lanzas muy bien. Te lo he dicho hace mucho ya: deberías probarte en el
equipo de futbol.”
Recuerdo el momento. Elliot se había reído, se había burlado de mí. Había dicho que me
pondría a llorar si me tocaban.
Lo pienso un momento. Maldito Elliot. ¿Podré volver a quererlo alguna vez?
Me doy cuenta de que en realidad lo quiero. Pero me lastima que me ignore, que no
haga nada para ayudarme.
En el colegio las cosas están cada vez peor entre nosotros. Allí ni siquiera me saluda.
Seguimos jugando con Tyler. No digo ni una palabra y no es necesario que la diga.
Jugamos como buenos amigos y nos divertimos. A veces, la vida es más simple sin
palabras.
Entonces, escucho la puerta. Elliot y Grace han regresado.
“¿Qué hacen aquí?”, pregunta Elliot disgustado.
Tyler se ríe. Yo lo miro nervioso.
“Necesitaba jugar un rato, el trabajo era demasiado complicado para hacerlo solo.”
Comienzo a sentirme nervioso. Pareciera que me va a entrar un ataque de pánico.
127
Mi respiración se acelera. No escucho lo que sucede a mi alrededor.
No quiero que Tyler, mi único amigo, el único que me trata como si fuera normal, me
vea así.
“Tengo que hacer algo”, les digo y salgo corriendo.
Me encierro en mi habitación.
Miles de imágenes pasan por mi cabeza. ¿Qué estarán diciendo de mí en este momento?
¿Se estarán burlando?
No quiero que venga nadie a preguntarme qué me pasa. No quiero que vengan a
decirme que tengo que reflexionar sobre mi actitud.
Quiero tener el control de la maldita situación.
Ese pensamiento se vuelve mágico en mi cabeza. Hay algo que me calma en eso. Si yo
controlo, yo soy el dueño de lo que sucede.
Comienzo a darle vueltas a la idea.
¿Cómo puedo hacer para ser yo quien controle las situaciones?
Recuerdo a mi madre. A la verdadera. A la que está muerta. ¿Por qué aparece ella en mi
cabeza ahora?
Recuerdo la época en que no tenía nada que comer.
Recuerdo los golpes.
Nunca más quiero que eso vuelva.
¿Puedo olvidarlo?
Por supuesto viene Grace. Como siempre.
“¿Estás bien?”, me pregunta.
“Sí”, le respondo, “tengo que hacer tarea para el colegio”.
Algo funciona de lo que digo porque logro que se vaya sin decir nada. Es fantástico
conseguir que eso suceda.
128
Luego, decido dejar de pensar en todas estas cosas. Y también lo consigo.
Leo un libro con calma.
Un rato después, voy hacia el piano. Ni Elliot, ni Tyler están por ahí.
Tocar el piano sigue siendo la actividad que mejor me hace cuando la tristeza se
apodera de mí.
En cada nota que suena siento un acompañamiento a mi alma solitaria.
Tal vez, toda mi vida esté solo. Y el piano sea mi compañía, lo que me conecte al
mundo y me desconecte de mi realidad.
Hay algo en el piano que me desdobla. Algo de mí sale de mí.
Puedo verme. Mis ojos están llenos de melancolía.
Las manos avanzan sobre las teclas.
Grace se acerca.
“Oh, Christian, qué bella melodía. Cada día tocas mejor.”
Sus palabras me reconfortan.
Puedo controlar los movimientos de mis manos. Requiere disciplina y entrenamiento.
Puedo sentirlo. Cada día lo haré mejor.
129
El origen de Grey. Sombra 26.
Con la primavera parece que las cosas están más calmas. Todos comienzan a sentirse
más alegres y eso los relaja.
Grace arregla la casa, Mia está radiante, Elliot creo que está enamorado. Hasta Carrick
parece estar concentrado en otra cosa.
Esa dispersión me deja tranquilo. Ya nadie observa lo que hago o lo que dejo de hacer.
Sigo en mi encierro, todo el piano, voy a la biblioteca a leer. Me concentro en mi mundo
y en mis fortalezas.
En las clases me va bien. Soy un buen estudiante. Los informes solo repiten una cosa:
mi falta de integración.
Sin embargo, mientras las notas sean buenas, parece que, por ahora, no hay más
problemas.
Paso mucho tiempo encerrado en mi habitación.
Me gusta leer, imaginarme en otros mundos. Pero no sólo me interesan las aventuras.
También me gusta conocer sobre la psicología humana en los personajes que leo.
Entiendo sus comportamientos en los libros y luego trato de verlos en la realidad.
De alguna manera, conocer las formas de pensar de la gente es tener control sobre ellos,
poder manipularlos.
Hay algo en la idea de controlar las situaciones que cada vez me inquieta más. Claro
que ahora no tengo todavía las herramientas para hacerlo.
Pero cuando mejor me siento, llega la peor de las noticias. El campamento de verano.
Carrick ha decidido que este año iremos los tres al campamento de verano. ¿Por qué?
No puedo entenderlo.
Carrick y Grace nos citan en el comedor de la casa y nos lo cuentan como si fuera una
gran noticia. Yo sé que Elliot ha ido antes. Para Mia es la primera vez.
130
Mia está feliz. Algunos de sus compañeros irán y ella estaba deseosa de que le
permitieran hacerlo. Fiel a su estilo, salta de alegría y grita que será el mejor verano de
su vida.
También se burla de Elliot: “Oh, seguro que está feliz, ya que su novia también va”,
dice ella y Elliot sonríe un momento y luego le dice que se calle.
Toda la atención queda puesta en Mia y su alboroto.
Supongo que bajo otras circunstancias empezaría con algún ataque de pánico, pero creo
que he comenzado a controlarlos. En especial porque sé que armar un escándalo ahora
sería una pésima estrategia.
Grace empezaría a justificarme, Carrick diría que así no podemos seguir. Yo terminaría
solo en mi habitación. Y un rato después, estaría escuchando una nueva discusión entre
Carrick y Grace comentando sobre un nuevo médico.
Y lo he vivido demasiadas veces.
No puedo controlar a los demás, pero empiezo por controlarme a mí mismo. Creo que
no está mal después de todo.
Luego de decirle a Mia que ya está bien, que se calme, Grace voltea y me dice:
“¿Y tú qué piensas, Christian?”
Me quedo en silencio.
Entonces Carrick interviene:
“Creemos que te hará bien. Podrás ver otras personas, estar en otro ambiente. Seguro
que te ayudará.”
Elliot me mira. Puedo imaginar sus estúpidos pensamientos. Se debe estar burlando de
mí: “oh, claro, si lo tocan, llorará”.
Decido que no daré respuestas. Que interpreten mi silencio como prefieran.
Esa noche casi no duermo. Pienso en la gran tortura que puede suponer ir a un
campamento de verano.
131
Otra vez los mismos amigos estúpidos, haciendo bromas estúpidas, tratando de llamar la
atención todo el tiempo de una manera estúpida.
Pasan dos días en que mi cabeza gira en torno a ese pensamiento.
Entonces, me decido a hablar con Grace.
“Grace, yo sé que lo hacen porque me quieren, pero no tiene nada que ver conmigo.”
“Christian, tienes que probar cosas nuevas. ¿O quieres quedarte encerrado en tu
mundo?”
La miro en silencio. ¿Debería decirle la verdad? Sí, Grace, quiero vivir encerrado en mi
propio mundo. Hacer mis cosas, imponer mis reglas, estar solo y tranquilo. No, no
puedo decirlo.
Ella me observa pensativa.
“Carrick y yo queremos lo mejor para ti, lo sabes. Cada día estás más grande, no puedes
seguir sin hablar, sin relacionarte. No es bueno para ti.”
De repente se me escapa lo que está pasando por mi cabeza:
“Es que yo quiero relacionarme pero con mis reglas y a mi modo.”
Maldición! No tendría que haber dicho eso. Puede traer consecuencias terribles.
Grace me mira con tristeza.
“Cariño, nadie puede relacionarse de ese modo. Precisamente relacionarse tiene que ver
con compartir, con no imponer.”
Blablabla. Eso es lo que escucho.
Frases que no dicen nada.
Sigue hablando pero yo dejo de escucharla.
Comienzo a comprender que esto será más difícil de lo que esperaba.
Pienso alguna idea que me ayude a cambiar el rumbo.
132
“Es que, tal vez, todavía no es mi tiempo. ¿No podríamos esperar hasta el año que
viene?”
Touché. Me mira y algo de su actitud cambia.
Con los ojos parece decir: ¿y si es verdad lo que dice mi querido Christian?
Entonces, finalmente, habla.
“De acuerdo, cariño. Déjame pensarlo y que lo hable con Carrick. Lo que quiero que
tengas siempre muy presente es que nosotros queremos tu bien.”
“Sí, Grace, lo sé.”
Hablo con voz dulce, disimulo a la perfección lo que pasa en mi interior. Si pudiera,
gritaría: “¿mi bien? Pues mi bien es que me dejen en paz, con mis cosas, sin forzarme a
tener amigos estúpidos.”
Por ahora, tengo una esperanza.
Esa noche toco el piano e intento escuchar lo que hablan ellos pero no lo consigo. Las
voces son demasiado bajas esta vez.
Me preocupa pensar que se está decidiendo mi futuro y yo no puedo escucharlo. La
melodía, una vez más, me acompaña y me calma.
Pasan unos días y entonces, sí, finalmente, puedo escuchar una parte de una
conversación.
Grace le dice a Carrick que, tal vez, yo no esté preparado todavía para ir al
campamento. Me parece bueno que lo plantee como idea de ella.
Carrick asegura que ya han discutido eso. Han tomado una decisión y no hay vuelta
atrás.
Maldición! Cada día que pasa lo odio más.
Escucho que discuten y que se pelean. Hablan de consentir, de poner límites, de hacerse
hombre.
133
Hacerse hombre. ¿Qué significa eso? Parece que lo que une a todos los hombres es la
violencia. Recuerdo el hombre que le pegaba a mi madre. Cada golpe que recibía.
De repente es como si escuchara el llanto de mi madre. Sus gritos pidiendo que no le
peguen. Y él, sin prestarle atención, volvía a pegarle una vez más.
134
El origen de Grey. Sombra 27.
La fecha de fin de clases cada vez está más cerca. Y, por lo tanto, el campamento
también.
He escuchado a Grace y a Carrick discutir sobre el tema.
Por un momento he creído que Grace convencería a Carrick, pero no sucedió. Él se ha
puesto muy estricto al respecto. Habla de límites, de la importancia de las relaciones
entre las personas.
Hay algo en las palabras de Carrick que me molesta mucho. Él cree que el mundo es
como él lo dice. No puede aceptar que yo soy distinto.
Carrick quiere que yo sea como todos, no entiende que yo nunca seré como los demás.
Grace, en cambio, puede notar mi diferencia. Me comprende. Es verdad que eso la hace
sufrir. Y yo no quiero que esté mal por mi culpa. Sin embargo, no sé qué puedo hacer
para remediarlo.
La idea del campamento ocupa mi mente hasta obsesionarme. No quiero ir.
Hasta que un día sucede lo que cualquiera podía imaginar que sucedería.
Estamos en el colegio.
Uno de los amigos de Elliot se entera de que yo iré al campamento. Y se burla de mí.
Comenta, entre risas, si yo recibiré un trato especial, si me pondrán en una habitación
distinta y alejada de todos.
Y esta vez la furia se apodera de mí como hacía tiempo no lo hacía.
Sencillamente, me giro y comienzo a pegarle.
Sin embargo, el chico es fuerte y me devuelve los golpes.
Pero algo extraño sucede dentro de mí. Los golpes me dan más furia y más le pego.
Tenemos una pelea pareja. Mi cara está sangrando, pero eso no me detiene.
Alrededor nuestro se reúnen algunos compañeros.
135
En un momento creo ver la cara de Elliot que me mira. Parece divertido y expectante.
Algunos gritan.
El alboroto llama la atención de algún profesor que se acerca a separarnos.
Apenas puede hacerlo y le exige a nuestros compañeros que lo ayuden.
Siento como algunos de mis compañeros me toman por los brazos, lo cual me
desespera.
Pido a los gritos que me dejen.
“No haré nada, pero necesito que me saquen las manos de encima”.
Una mezcla de llanto, furia y pánico se apodera de mí.
Entonces, Elliot interviene y dice que es mejor que me suelten.
Cuando, finalmente, lo hacen, mi respiración comienza a normalizarse.
Voy al baño a lavarme la cara y los brazos. Tengo golpes por distintas partes del cuerpo
y estoy sangrando. Pero, lejos de lo esperado, no me asusta, sino que me calma.
Me llevan a la enfermería donde una de las enfermeras me cura. Mientras lo hace, me
habla:
“No hay que pelear, los problemas se resuelven hablando.”
La miro y no digo nada.
Me pone algo sobre el ojo que me arde muchísimo.
Todavía no registro la parte más fuerte del dolor.
La enfermera sigue hablando pero ya he dejado de escucharla. Lo primero que viene a
mi mente es la cara de Grace cuando se entere de lo sucedido y me vea cómo estoy.
¿Hay alguna forma de que no se entere? No, ya es demasiado tarde.
En la dirección del colegio sucede lo habitual.
136
Me instan a reflexionar, a pedir disculpas, a revisar mi comportamiento. A todo digo
que sí. En definitiva, sé que es la forma más rápida y efectiva de pasar por todo eso.
Luego, escucho un llanto femenino que pide chillando que quiere verme. No lo
entiendo.
Entonces, veo la cara de Mia que se acerca desesperada y me pregunta qué ha pasado.
No puedo hablarle.
Mia llora y dice por qué he hecho esto, por qué tengo mi cara así.
Por suerte, llega Grace que la abraza y contiene.
“Mia, quédate tranquila, Chritian se ha enfadado mucho con su amigo y no ha sabido
resolver la situación”, le dice Grace con naturalidad.
“Yo no quiero que nadie lastime a Christian, mamá”, repite ella entre sollozos.
“Mia, Christian se recuperará muy pronto”, termina convenciéndola Grace.
Alguien le indica que Mia debe volver a su clase y ella obedece sin problemas. Lo cual
es un alivio.
“¿Qué vamos a hacer contigo, Christian? ¿Comprendes lo que está pasando?”, me dice
Grace.
A diferencia de otras veces, no parece triste. Parece preocupada.
No respondo. Miro hacia abajo.
Cuando llegamos a casa me encierro en mi habitación.
Estoy nervioso esperando que alguien venga a decirme algo. Pero, extrañamente, eso no
sucede. Nadie viene. Ni siquiera para avisarme que es la hora de la cena.
Decido no salir, excepto para ir al baño. No tengo hambre y no quiero verle la cara a
ninguno de ellos. Me duele el cuerpo de los golpes.
Al día siguiente, las cosas empeoran.
Me preparo para ir al colegio, como todos los días.
137
En el desayuno las cosas están tranquilas. Nadie dice nada, como si hubieran hecho un
pacto de silencio entre ellos. O como si no les importara.
En el colegio todos me miran. Murmuran cosas, pero trato de ignorarlos.
Todo transcurre y dejo que pase.
Sin embargo, en la hora del almuerzo, un chico más grande se me acerca, me empuja y
me dice:
“¿Así que le has pegado a mi hermano?, ¿por qué no me pegas a mí también?”
No lo pienso, cierro el puño que va directo a su cara y lo tira para atrás. ¿Qué me pasa?
¿Por qué hago esto?
La pelea es más breve que la de ayer, pero es fuerte.
Hay algo dentro de mí que parece calmarse cuando me peleo.
Nos separan y apenas me tocan dejo de pegar, así evito que me retengan.
Otra vez me llevan a enfermería. Por suerte hoy no está la enfermera de ayer.
Hay un enfermero que se limita a curarme las heridas sin palabras. Mejor así.
Estoy en la puerta de la dirección nuevamente.
Llega Grace, antes de que me dejen entrar.
“Christian, no puedo venir todos los días al colegio por lo mismo, ¿qué vamos a
hacer?”, me dice.
No sé qué decirle.
Es verdad, ella está trabajando en el hospital, no puede venir aquí todos los días.
Esta vez, le piden que entre ella sola a la dirección. Por un momento, me siento aliviado.
Sin embargo, el alivio se interrumpe demasiado pronto.
Alguien pasa y me dice:
“Grey, esta vez nada te salva. Te expulsan del colegio, que lo sepas.”
138
El origen de Grey. Sombra 28.
Estoy parado en el pasillo del colegio. Grace está dentro del despacho.
El rumor más fuerte es que me van a echar. El dolor de los golpes que he recibido no se
compara con el dolor que me provoca pensar lo que estará sintiendo Grace en este
momento por mi forma de actuar.
La culpa me invade. Me he propuesto dominarme y no he conseguido nada.
Siento furia, quisiera romper todo. Pero sé que tengo que controlarme. Y lo consigo.
Ignoro todo lo que sucede a mi alrededor y me repito: “no hagas nada, solo aguanta”.
El control sobre mí mismo funciona. Y eso me relaja.
Miro fijo un punto en el horizonte y detengo mi mirada allí. Nada me puede perturbar.
Entonces, sale Grace de la reunión con el director. Su cara es de preocupación, pero no
parece estar triste.
“Vamos, Christian”, se limita a decirme y hace un ademán para que vaya tras ella.
Obedezco sin dudarlo un momento.
Subimos a su coche. Conduce en silencio.
Su actitud me sorprende. Por un momento, hasta estoy tentado de preguntarle qué ha
pasado. Pero no lo hago, ya que me limito a evitar cualquier cosa que pueda alterar mi
estado. Quiero estar bajo mi control.
Grace conduce con la vista fija en el camino y ni siquiera una sola vez voltea a mirarme.
Yo la imito.
Llegamos a casa. Ella entra y va hacia la cocina creo que a prepararse un té. Miro de
reojo sus movimientos y trato de definir los míos.
En efecto, sale con una sola taza. No me ofrece nada. Jamás ha hecho eso antes.
Me siento un fantasma. Y, por un instante, me parece que es lo mejor que me ha
sucedido hace tiempo. Pero sé que no a durar.
139
Probablemente Grace esté tan enfadada que eso hace que no me hable. Quizás esté
esperando a Carrick para charlarlo con él e, incluso, puede que sea él quien me hable.
De ahí, todas las cosas que se cruzan por mi imaginación son terribles.
¿Debería tocar el piano? Mis nervios no me lo permiten.
Voy al baño. Me miro en el espejo. Tengo un ojo morado.
Me observo el resto del cuerpo. Tengo las marcas de los golpes. No me duele. Una
extraña fascinación se apodera de mí al ver mi propia piel morada.
Luego, voy hacia mi habitación. Me tumbo sobre la cama. Y sin proponérmelo, me
quedo dormido.
Tengo un sueño difícil de recordar con exactitud, pero creo que estaba mi madre. Su
cuerpo tendido tenía marcas, las mismas marcas que hace un rato he observado en mi
cuerpo luego de la pelea. Intento hablar con ella, la llamo, pero ella no responde. Me
acerco más y compruebo que está muerta.
La angustia me despierta de golpe.
¿Cuánto tiempo habrá pasado?
No salgo de la habitación y nadie viene a buscarme, ni siquiera para la hora de la cena.
Me quedo encerrado.
Al día siguiente, Carrick y Grace se sientan conmigo en el comedor.
Allí me informan, con una extraña calma, que, en efecto, el director le ha comunicado a
Grace que me expulsarán del colegio.
Pero que Grace ha conseguido que no lo hagan. Sin embargo, eso tiene un precio.
Por un lado, no puedo ser agresivo con nadie que me cruce. Alcanza con que alguien se
acerque a algún maestro y le diga que lo he mirado mal para que firmen mi sentencia de
expulsión.
140
Por el otro, tendré que hacer lo que parece ser una especie de “trabajo comunitario”.
Todos los días y hasta fin de las clases de este año, debo quedarme en el colegio una
hora más y ayudar con sus tareas a los niños que lo necesiten.
Grace aclara que si han aceptado no echarme en el mismo día es, entre otras cosas,
porque han asegurado que soy un excelente alumno y mi inteligencia se destaca por
sobre la de los demás.
“Tu cabeza te ha salvado. Ojalá puedas seguir usándola de la mejor manera”, dice Grace
con tono de advertencia.
Es la primera vez en que está un poco rígida.
Queda un mes y medio de clases y luego, el campamento. Mi vida es y será un infierno
y tendré que aprender a vivir con eso.
Estos días hasta Mia actúa de manera extraña. Como siempre es amable, pero la percibo
más distante. ¿Me tendrá miedo? ¿Carrick y Grace le habrán prohibido que me quiera?
Tengo demasiadas dudas y opto por evitarlas todas.
Es como si intentara congelarme por dentro.
Sí, siento que todas mis emociones se enfrían hasta quedar congeladas.
Me limito a cumplir con mis tareas sin prestar atención a lo que haga o diga la gente.
Al principio, en la hora extra en la que me toca ayudar a esos niños un poco tontos que
no entienden qué es lo que tienen que hacer para sus clases nadie se me acerca.
Eso es mucho mejor.
Normalmente, llevo un libro conmigo y me quedo leyendo. Lo tomo como la hora de la
lectura.
Todos en general tanto en casa como en la escuela me tratan como un robot. Yo mismo
me siento un robot.
Una tarde llega un chico más pequeño. Creo que es del curso de Mia, pero no estoy
seguro.
141
Necesita ayuda con algo de matemáticas. Una cosa muy sencilla.
Le explico los ejercicios. Él mira a través de sus gruesas gafas y parece no entender
demasiado bien.
Hago un ejercicio más, a ver si va mejor esta vez. Pero no.
Me doy cuenta que en realidad me está mirando a mí en lugar de prestar atención a la
explicación. Me siento molesto al respecto.
“¿Me estás escuchando?”, le digo con poca paciencia.
“Oh, Christian, cómo me gustaría ser como tú”, me dice de repente.
Me gusta escuchar esa frase. Nunca antes me habían dicho algo semejante. Es extraño.
“No son tan difíciles las matemáticas”, le respondo con una media sonrisa.
“¿A quién le importan las matemáticas? ¿No ves mis gafas, mi ropa? Todos se burlan de
mí. En cambio a ti te respetan porque te tienen miedo. Después de la paliza que le has
dado el otro día a Jordan, todos te temen”, me dice mirando, por momentos, hacia abajo.
Me quedo pensativo. No respondo.
Vuelvo a explicarle algo del ejercicio, pero, una vez, no me presta atención.
Durante la noche, en mi cama, reflexiono sobre lo que me ha dicho. ¿Me tienen miedo?
Estuve todo el tiempo creyendo que lo hacían por obligación o para ayudarme y hoy me
entero de que me temen.
Algo dentro de mí se llena de orgullo. Una nueva personalidad se va forjando allí.
Siento que si me tienen miedo podré dominarlos. Se me escapa una sonrisa.
Al instante me doy cuenta de que está mal lo que estoy pensando. Me estoy
transformando en un monstruo. En mi interior hay demasiada oscuridad.
Al otro día, nuevamente, estoy en mi hora extra.
Siento deseos de que venga mi pequeño admirador a pedirme que le siga explicando
matemáticas.
Pero no llega.
142
Entonces, tomo mi libro y empiezo a leer.
“Christian”, escucho una voz femenina que me resulta familiar.
“Necesito ayuda con mi tarea”, dice Amanda.
Desde lo del baile que no la veía.
143
El origen de Grey – Sombra 29
Me han impuesto como castigo una tarea extraescolar. Ayudar a los niños que tengan
problemas con sus deberes. El rector le ha dicho a Grace que yo soy muy inteligente y
que solo por eso no me han echado.
Estoy en la mira y cualquier movimiento en falso puede cambiar mi vida.
Así es que me limito a sonreír y a pensar en cualquier cosa en lugar de escuchar lo que
me dicen. Mientras no le pegue a nadie, todo funcionará bien.
Al comienzo de la hora extra en la cual tengo que ayudar a otros chicos no venía nadie.
Maravilloso. Simplemente me sentaba a leer en el acogedor silencio de la soledad.
Pero, con el transcurrir de los días, los niños fueron llegando.
Incluso he descubierto que tengo un admirador.
Un día estoy muy tranquilo, estudiando para el último examen de química del año,
cuando escucho una voz femenina que me resulta conocida.
Cuando levanto la vista veo que se trata de Amanda.
Desde lo del baile que no sabía nada de ella.
En realidad, había llamado un par de veces a casa.
Luego, se cansó.
Recuerdo que Grace me suplicaba que le devolviera el llamado. Decía que estaba siendo
grosero con ella.
He pensado en ella algunas veces. Creo que me ha generado bastante culpa.
No me gusta haberme portado mal con ella.
“Hola, Christian”, me saluda con una sonrisa.
Se la ve desinhibida y se mueve con seguridad por el salón.
“Odio las matemáticas”, me dice y se ríe con fuerza.
Yo le sonrío también.
144
Pasa cerca de nosotros un profesor que nos mira intentando descubrir qué sucede. Me
pone tenso.
Hay algo en el ambiente.
Pero nadie dice nada.
Entonces, insinúa algo sobre el conflicto del baile y lo angustiada que ha estado con
respecto a esa experiencia.
“Amanda, puedo ayudarte en todo lo que necesites con matemáticas. Pero, de verdad,
no quiero hablar de ciertos temas que ya son pasado”, le digo con tono seco.
Escucho mis propias palabras y me asombro. Bien, esta es la determinación que
necesito.
Ella acata sin ninguna discusión, ni comentario.
Me sorprende esa reacción. Me gusta.
Luego, comprendo que hay mucho de verdad en lo que le dije. Hay cosas que ya son
parte del pasado y es mejor no trabarse en ellas.
Yo no quiero volver a recordar que mi madre murió a mí lado, ni que llevó días hasta
alguien nos ha encontrado.
Odio el pasado y todo lo que ha sucedido ahí.
Si solo pudiera concentrarme en el presente.
El pasado es oscuro. Son como sombras que se apilan con melancolía una sobre otra.
Voy a encadenar a mis sombras para que no salgan.
Amanda ha dejado de sonreír. Algo no le gusta de nuestro trato.
De verdad, mucho no me interesa. Lo que me hace sentir bastante déspota.
Luego, Amanda me habla con ojos tristes. Le cuesta concentrarse.
Me dice que ella ama la literatura y que de hecho alguna vez fantaseó con la idea de
escribir poesía. Pero que es muy mala.
145
“Tienes que trabajar en tu autoestima”, le digo burlonamente.
Pero ella lo toma en serio y me dice que probablemente tenga razón. Toda su
espontaneidad se ve reducida a nada.
Intento restablecer el vínculo. Y lo consigo.
Amanda me cuenta de su amor incondicional por los libros. Dice que le gustan tanto las
historias que le gustaría vivir dentro de alguna.
Dice que la última vez el profesor de matemáticas la sorprendió con una novela. Estaba
tan nerviosa que no podía dejar de leer.
“Me gusta la literatura porque me permite vivir otras historias, en otros mundos”, afirma
ya casi en el final de nuestra “clase”.
Yo me limito a comentarle que no entiendo muy bien por qué tiene que ser una o la otra.
Estoy cansado de que a los chicos que les gusta literatura detesten matemática y
viceversa.
Y es verdad. He escuchado mil veces esa discusión absurda.
De a poco, nuestra conversación comienza a funcionar. No sé si debería asustarme por
eso.
Amanda me ha recomendado un montón de libros.
Le cuesta entender mis explicaciones y eso me agobia. Veo que mira para otro lado,
pensando en vaya a saber qué cosa.
Probablemente esté pensando en alguna de las historias de sus libros.
Me gustaría captar su atención. Con esta actitud nunca va entender el ejercicio.
Un rato después la veo a Grace que me pregunta cómo me ha ido en mi hora extra.
Estoy tentado de contarle quién ha venido, pero no lo hago. Me da la sensación como si
ella lo supiera.
A la noche pienso en Amanda. Es cierto que me cae bien. Me gustaría que fuéramos
amigos.
146
Sin embargo, en sus ojos, veo otra cosa.
No puedo asegurar que ella no me guste, porque, en verdad, tiene algo que me resulta
muy atractivo.
Lo que hace que me deje de interesar es que la veo demasiado. Está entregada.
Si pudiera, aunque sea, disimular esa entrega creo que me resultaría mucho más
seductora.
No me gustan las cosas fáciles, me aburren.
Además si estuviera con ella, otra vez todas las miradas se posarían en mí. Bastante me
ha costado que eso dejara de suceder.
Trato de relajarme y dormir.
Vuelve a la tarde siguiente. Y a la otra.
De a poco se vuelve una costumbre.
A veces finge tarea que no tiene.
Reconozco que hay algo que me halaga, que disfruto de estar con ella.
Me hace sentir querido, respetado, admirado.
Está bajo mi pulgar.
Una de las tardes creo que es ella quien está a punto de darme un beso. Pero luego lo
reprime.
Tiene un examen de matemáticas y le va mal.
Llega llorando y me pide disculpas. Dice que yo soy un gran maestro y es culpa de ella
no entender.
“Lo que pasa es que no puedo dejar de pensar en ti. Creo que estoy enamorada de ti”,
concluye con su explicación.
Me quedo muy tenso. Nunca imaginé que una chica me iba a declarar su amor. Y
mucho menos de esa manera.
147
El origen de Grey. Sombra 30.
Le he estado dando clases de matemáticas a Amanda. Un día ha llegado llorando porque
le ha ido mal en examen.
Pero inmediatamente luego de decirlo, me ha confesado que está enamorada de mí.
Me quedo congelado al escuchar sus palabras. ¿Qué hago?
Ella me mira, como esperando una respuesta, una reacción, algo.
Lo que, por supuesto, me inhibe aún mucho más.
Una mezcla de sentimientos sobrevuelan en mi interior.
Me halaga, me molesta, me confunde.
No siento que pueda enamorarme de ella. De verdad que no.
Pero de repente siento que tengo el poder de manipularla, de hacer con ella lo que yo
desee. Y que ella lo permitiría.
Y ese pensamiento me genera una extraña excitación.
Me pongo absolutamente colorado y voy al baño.
Me observo en el espejo. Pero no veo mi cara reflejada, sino que percibo la sombra que
habita dentro de mí.
Cuando regreso al salón, Amanda se ha ido.
Ha dejado una nota.
“No quería molestarte. Solo que por un momento he sentido que podía ser verdad que a
ti te pasara algo parecido. Lo he pensado por la forma en me miras.
Lo siento si he sido molesta.”
Me quedo con su nota en las manos.
También siento algo de culpa por esos sentimientos que ella siente y yo no.
Y una vez más sentir eso me provoca una extraña excitación.
148
Trato de olvidarlo.
Ella deja de venir a las clases y todo va mejor.
Los primeros días, estoy nervioso. Miro la puerta imaginando que ella podría entrar en
cualquier momento.
Con el transcurrir del tiempo, esa sensación se va calmando.
Sin embargo lo que permanece es ese extraño deseo que experimento cuando pienso en
que podría hacer con ella lo que quisiera.
Ninguno de los chicos de mi edad podría sentir una cosa así. Mucho menos, entenderla.
Decididamente mi pasado me ha jodido. Ya no tengo remedio.
Experimento sensaciones que están fuera de mi control y eso no me gusta.
En el último tiempo he trabajado en poder controlar las situaciones. Y, en especial, en
controlar lo que sucede en mi interior.
De a poco, todo funciona mejor.
Disciplino mis sentimientos y sensaciones. Y con eso consigo exteriorizarlas solo
cuando quiero.
Por otra parte, esto me ayuda a controlar la situación en el colegio.
En los últimos días hay un chico que se puso un poco molesto y ha empezado a
provocarme. Trato de no involucrarme en sus juegos.
Una tarde Grace me cita en su estudio porque quiere hablar conmigo.
Me siento frente a ella, expectante. Me intriga que tendrá para decirme, ya que
últimamente todo está muy tranquilo.
“Tienes cara de preocupado, Christian. No todas son malas noticias. ¿O crees que sí?”,
me dice con una sonrisa.
Niego con la cabeza pero, en el fondo, es claro que si ella me citado ahí para hablar es
porque algo está sucediendo.
149
“Estoy contenta por cómo te has comportado en las últimas semanas” dice seria.
Escuchar esas palabras me da una esperanza de saber que las cosas están bastante bien.
“Quiero decirte que si todo sigue bien intentaré convencer a Carrick de la idea del
campamento. Creo que te mereces una oportunidad de disfrutar de las vacaciones sin
presión.”
Ahora que lo dice, me doy cuenta de que es cierto. Me hace bien escucharla.
Estoy todo el día presionado por las miradas de los otros, tratando de complacer y saber
lo que ellos quieren.
Grace sabe entender a todos. Eso es lo más maravilloso de ella.
Sería fantástico evitarme el campamento.
Le agradezco mucho. No soy muy efusivo, pero ella sabe que es verdad lo que digo.
Elliot viene y cuando ve que estamos juntos se retira, sin decir palabras.
La relación con Elliot se ha roto. No sé si podremos volver a reconstruirla.
Hay cosas que llevan tiempo y dedicación. Y yo, mientras no me moleste, no tengo
ningún interés en generar contacto entre nosotros.
Es evidente que no me quiere y que no se interesa por mí. Con eso me basta.
Llega la anteúltima semana de clases. Todo marcha muy bien. Se rumorea que ya me
sacarán el castigo. Y que ya no hay riesgo de que me expulsen.
Todo va demasiado tranquilo para ser verdad.
Un martes salgo del colegio como todos los días. Veo un grupo de chicos reunidos y
escucho una chica que parece estar llorando.
Me acerco.
Hay un grupo de chicos que están molestando a Amanda.
Ella llora y dice que la dejen tranquila. Pero ellos no le hacen caso y se ríen.
Voy hacia ellos sin pensarlo. Me lleva un impulso.
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“Ella está diciendo que la dejen tranquila, ¿no han escuchado?”, les digo con una voz
firme que desconocía en mí.
“Cuidado, llegó el novio a defenderla”, dice uno de ellos en tono desafiante.
La impotencia me ciega.
No pienso en consecuencias, no puedo medirlas ahora.
Logro escuchar que Amanda grita: “No, Christian!”.
Pero antes de que termine de pronunciar mi nombre ya le he dado el primer puñetazo al
estúpido.
Nos trenzamos en una pelea descomunal.
Toda la furia contenida durante meses sale de mí.
Finalmente logran separarnos.
El chico se va con la nariz sangrando y me grita amenazante: “Ya verás, Grey, este es tu
fin. No podrás sobrevivir a esto”.
Amanda intenta asistirme. No estoy tan golpeado.
La echo, le digo que por favor se vaya, que me deje solo.
Ella se va llorando.
Doy muchas vueltas antes de volver a casa.
No sé qué pasará cuando regrese.
Sin embargo, me siento bien por dentro. Hay algo que me dice que he hecho lo correcto.
151
El origen de Grey. Sombra 31.
No sé por qué lo he hecho, pero sé que ha sido lo correcto.
En el camino a casa doy vueltas. No tengo en claro qué quiero, solo que no deseo llegar.
Por un momento, pienso en no volver. Podría fugarme.
Luego, sonrío, ironizando sobre mí mismo.
¿A dónde llegaría?
Pero más allá de todas las comodidades que tiene mi vida, hay algo mucho más fuerte.
En ese mismo momento me doy cuenta de lo mucho que estimo a mi familia. En
especial a Grace y a Mia.
No podría hacer nada que las lastimara.
Es verdad que he hecho algo malo, algo por lo que probablemente Grace se enfadará y
se preocupará mucho, pero sé que, en algún instante, podrá perdonarme.
Grace es una mujer excelente que desea el bien para sus hijos. Quiere que estudiemos,
que nos comportemos bien con nuestros compañeros, que tengamos un futuro y
vivamos en el seno de una familia feliz.
Pero al mismo tiempo, Grace conoce mis problemas. Sabe mi historia y puede
comprender mis miedos y mis angustias. Ha estado a mi lado cuando yo no podía
hablar. Y siempre me ha comprendido.
Grace intenta ver lo luminoso de cada persona. Y, por eso mismo, es probable que
intuya las sombras que habitan en mi, que se van formando lentamente dentro de mi
propio ser.
Soy un monstruo y nunca nadie podrá quererme tal como soy.
Es decir, tal vez, si puedan quererme, pero seguro nunca podrán comprenderme.
Temo por lo que vaya a pasar. Me preocupa no tanto por mí, que estoy preparado para
lo peor, sino por el sufrimiento que puedo causarle a aquellos que quiero.
152
A Mia la amo muchísimo. Ella es la única que, con su ingenuidad y candidez habitual,
siempre me ha acompañado sin juzgarme.
Mia es incapaz de pensar mal sobre mí. Siempre me ha respetado y me ha dado el
espacio de hermano mayor, sin siquiera reparar en mis “rasgos especiales”.
Ella nunca ha hecho diferencia entre la normalidad Elliot y mi forma particular de ser.
Al contrario, más de una vez, la he escuchado burlarse de la efusividad de Elliot cuando
habla de algún partido de beisbol o si comenta algo de sus amigos.
“Son todos unos engreídos que se creen lo mejor del mundo”, me ha dicho una vez,
burlándose de ellos en secreto.
Por supuesto, esto no quiere decir que no ame a Elliot, sino que ella puede ver algo más
allá de las simples apariencias. O, por lo menos, no se deja guiar solo por ellas.
Mia es dulce y comprensiva y sé que desea lo mejor para todos. Su inocencia la vuelve
especial.
Es de las pocas personas que conozco que puede ser inocente pero buena observadora e
inteligente a la vez.
Por eso, no quisiera que nunca se sintiera defraudada por mí.
Todo se mezcla dentro de mi cabeza y no sé qué haré.
Las calles parecen extrañas, como si no fueran parte de mi recorrido habitual. Todo mi
entorno me marea.
Veo que ya se está haciendo demasiado tarde.
¿Durante cuánto tiempo he caminado sin rumbo?
Ya casi no hay gente por las calles.
Sí, es tarde.
Cuando abro la puerta está todos reunidos y desesperados por mi ausencia.
Grace corre hacia mí:
153
“Christian, cariño, ¿dónde estabas?”, grita entre llantos, con angustia y alivio al mismo
tiempo al verme.
“Christian, estábamos muy preocupados, de verdad, muy preocupados. No vuelvas a
hacerlo nunca más”, dice Mia, que también llora y me abraza con alegría y tristeza.
Elliot es el único que me mira más relajado. Parece que estuviera pensando: “claro que
yo sabía que estabas bien, era evidente que volverías solo un rato más tarde”.
Paradójicamente algo de ese pensamiento me tranquiliza. Siento que, a pesar de todo, es
el único que entre todos ellos que puede comprenderme mínimamente.
Carrick es el más serio. Imposible saber qué piensa. Sé que seguramente no se trate de
nada bueno. No veo ni preocupación, ni alegría de verme, ni nada. No es que le resulte
indiferente. Creo que solo trata de disimular todo aquello que le esté pasando.
“Estábamos por llamar a la policía, Christian, ¿te das cuenta del momento que nos ha
hecho pasar?, dice Grace cuando comienza a calmarse.
Me encojo de hombros.
Tengo ganas de decirle que no era para tanto, pero entiendo que decir eso ahora es una
provocación.
Me conformo con mirarla y tratar de que comprenda mis sentimientos como lo ha hecho
siempre.
Lo máximo que puedo hacer es dejar que me hayan abrazado por algunos segundos sin
soltarme espantado.
Lo he logrado con esfuerzo, pero lo he logrado.
Todo es demasiado extraño para mí.
“Tenemos mucho para hablar”, dice Grace mirándome a los ojos.
“Tal vez, hoy ya no haya nada más para hablar. Estamos todos cansados y deberíamos ir
a dormir. Mañana con calma todo será mejor”, asegura Carrick.
En sus palabras hay una advertencia escondida.
154
No quiere que hablemos ahora solo porque sabe que Grace ha estado muy preocupada y
probablemente no vaya a ser lo dura que él quiere que sea.
Puedo intuirlo.
Carrick está enfadado y se le ha agotado la paciencia. Esa es la misma realidad.
Y si quiere esperar a mañana es porque sabe que mañana habrá menos sentimientos y
más dureza en las palabras y las decisiones.
Me resisto a preguntar qué saben y qué no saben de lo sucedido.
Lo más seguro es que sepan casi todo.
O, por lo menos, lo más importante: que otra vez le he pegado a uno de la escuela.
Quizás no sepan que ha sido por lo de Amanda. Pero no importa, no creo que eso
modifique demasiado nada de lo que vaya a suceder.
¿Ya me habrán expulsado?
No, no lo pregunto. Acato lo que me dicen.
Voy a mi habitación.
Hasta mis cosas me resultan extrañas.
De a poco voy comprendiendo que no es el entorno lo que ha cambiado, sino mi
percepción. Todo se está transformando dentro de mí.
Esa mirada de niño que tenía de a poco va mutando en algo distinto.
Cambio algunas cosas de lugar.
Hay un muñeco en un estante de la biblioteca.
Lo miro, luego, lo tomo con mi mano y lo aprieto como a un papel. Lo tiro al cesto de la
basura.
Las cosas son diferentes hoy.
Me acuesto. La cabeza me da vueltas.
155
¿Me volverán a mandar a un colegio especial?
¿Me llevarán a nuevos médicos?
En algún momento me quedo dormido.
Vuelvo a soñar con esa mujer que ha sido mi madre. Estoy bajo la mesa. Llega él y le
pega y ella le suplica que no lo haga. Yo miro y estoy asustado. Él se acerca a mí ahora.
Me despierto sobresaltado. En la oscuridad de la noche todavía puedo ver sus rostros.
156
El origen de Grey. Sombra 32.
En el desayuno de la mañana siguiente no están ni Elliot, ni Mia. Lo cual no es una
buena señal.
Estamos sentados solo Carrick, Grace y yo.
Al comienzo hay un silencio que se vuelve incómodo.
Como si nadie se atreviera a empezar a hablar.
Tal vez, están esperando que yo pregunte, que me demuestre interesado por la situación.
Pero no lo haré.
He hecho algo. No sé si mal o bien. Lo he hecho. Si alguien tiene algo para decir que lo
diga.
Aceptaré mi castigo con el mismo silencio.
Unos minutos después, Grace lo informa: me han expulsado del colegio.
Grace intenta descubrir por qué hago esas cosas. Se lamenta. Dice que todo estaba
mejor y, de repente, esto.
Bajo la vista y me quedo callado.
No pienso explicar nada. No quiero hablar de Amanda. No quiero escuchar
interpretaciones falsas.
La buena noticia, según Grace, es que me dejarán quedar hasta fin de año. Ella tiene una
gran de persuasión, probablemente lo ha conseguido con su capacidad y dulzura para
convencer a los otros de que tiene razón.
El año que viene habrá que buscar un nuevo colegio.
Luego, dice que lo que en verdad le preocupa no es conseguir un nuevo colegio, sino mi
comportamiento.
No puedo seguir con esa conducta.
Y, en especial, no deja de repetir que yo nunca había sido así, ¿qué ha sido lo que ha
cambiado?
157
¿Por qué me he transformado en esto?
Me encantaría tener las respuestas a sus preguntas, pero no las tengo.
Y no pienso decir nada.
En definitiva, ellos van a interpretar lo que deseen.
¿De qué serviría explicarles?
Carrick dice que esto así no puede continuar y que tendremos que hacer algo para
modificarlo, sea lo que sea.
Grace añade que no tengo que sentirme amenazado, que, en realidad, ellos están
preocupados y quieren mi bien.
Yo los miro y en un momento dejo de escucharlos.
Fantaseo con el momento en que me pueda ir de esa casa y hacer lo que yo quiera.
Decidir sobre mi vida sin dar explicaciones a nadie.
Mientras tanto, soportar.
No es que no los quiera. Es que no entiendo quién soy yo y no sé cómo explicarlo.
Quisiera independencia para poder actuar.
De repente, llaman a la puerta.
Grace va a abrir.
Todo se derrumba cuando veo que por la puerta entra Amanda.
Joder, qué hace aquí?
Me mira y me sonríe.
Mi cara se transforma en una sombra.
“Señor y señora Grey, tengo que contarles algo muy importante”, les dice con cara de
preocupación.
Por la expresión de Grace me doy cuenta que imagina algo mucho peor.
158
La hace pasar, le ofrece que se siente, le sirve una taza de té.
Amanda bebe un sorbo.
“Te escuchamos”, le dice Grace y la invita a que les cuente lo que ha venido a decir.
Amanda me mira como pidiéndome aprobación.
Le rogaría que no lo hiciera.
Pienso en cómo detenerla.
Detesto que venga ella ahora aquí a intentar defenderme.
Hace que me sienta torpe, miserable, ruin.
De repente, se me ocurre algo y tomo la palabra.
“Yo sé lo que ha venido a decir Amanda”, digo e interrumpo mi largo silencio.
“Amanda ha tomado clases especiales conmigo y se ha mostrado muy agradecida por
eso”
“Hay algo más”, interrumpe ella.
“Sí, que no has aprobado. Pero no deberías hacerte problema por eso, puedo
recomendarte a alguno de mis compañeros que seguramente puede explicarte mucho
mejor que yo.”
Todos me miran desconcertados.
“He estado muy nervioso en el último tiempo y, tal vez, no te he explicado lo
suficientemente bien”, añado.
“Christian, me has explicado muy bien y estoy muy agradecida”, dice y no sabe cómo
continuar.
“Bueno, hemos hecho lo que hemos podido los dos. Créeme, no dudo de tu capacidad”
improviso.
Carrick y Grace observan extrañados. Intuyen que algo raro pasa, pero no logran
determinar de qué se trata.
159
Finalmente, se me ocurre la solución.
“Probablemente Amanda, como es una buena chica, ha venido a contarles lo de mis
clases ya que sabe que me castigarán y piensa que si ella les cuenta que la he ayudado,
eso hará bien a la situación.”
No quiero que diga la verdad. Espero que no lo haga.
“¿Es verdad? ¿Has venido a contarnos eso, Amanda?”, pregunta Grace.
La miro fijo. Le suplico con los ojos que asienta y que no siga.
No quiero que una mujer venga a mi casa e intente hacerme quedar como un
superhéroe. No lo necesito. Puedo soportar mi castigo por lo que he hecho sin que nadie
me defienda.
Y, por fortuna, Amanda me mira y algo comprende.
“Sí, es verdad, señora Grey, he venido a contarles que Christian me ha ayudado mucho
con sus clases y me gustaría que me siguiera ayudando si él quiere y ustedes lo
permiten”, dice Amanda y me sonríe.
Grace me mira y luego la mira a ella.
“A mí no me molestaría en absoluto. No sé Carrick que opina”, dice Grace y lo mira.
“Creo que lo pensaremos un poco mejor. Pero aprecio que hayas venido hasta aquí para
contárnoslo”, dice Carrick y le sonríe a Amanda.
“Muchas gracias, señor y señora Grey. ¿Podría hablar apenas un momento a solas con
Christian?”, les pregunta ella.
Nos retiramos a la habitación del al lado.
“¿Por qué no me has dejado que les contara la verdad? Todos entenderían por qué le has
pegado a ese tonto”, dice ella preocupada.
“Amanda no necesito que nadie me defienda. Y preferiría no volver a verte nunca más”,
digo enfadado.
Amanda empieza a llorar.
160
¿Qué se supone que debo hacer ahora? Quisiera que la tierra me tragara.
Escucho que pasa Elliot por la puerta. Espero que no haya escuchado nada. Tengo que
encontrar una solución a esto ahora mismo.
161
El origen de Grey. Sombra 33.
- ¡Christian! ¡Vamos, levántate que vas a llegar tarde!
¿Tarde? Pero, ¿no me habían expulsado? Grace habrá vuelto a mover sus hilos para que
el director vuelva a readmitirme. ¡Mierda! Me tapo la cabeza con la almohada y me
acurruco bajo las sábanas. En la intimidad de mi habitación es prácticamente el único
sitio en el que puedo expresarme como quiero, como necesito. En el que, si quiero,
puedo incluso llorar.
- ¡Christian! ¡No me hagas ir a buscarte!
Seco mis lágrimas con los puños del pijama y me levanto. Lo último que me apetece es
una pelea con Grace, no soporto hacerle daño.
- ¡Vooooy!
- Así me gusta, hijo. ¡Mía! ¡Date prisa tú también!
- ¡Vooooy! –responde Mía, imitando mi tono. Aún le divierte hacerme burla.
Grace hace todo el camino hasta la escuela conduciendo en silencio. De vez en cuando
me lanza una mirada a través del espejo retrovisor, como si quisiera decirme algo. Pero
no lo hace. Es igual, sé lo que quiere decirme. Que no me meta en más líos, que me
comporte, que procure ser amable, que me relacione… Oh, siempre lo mismo. Todos
los doctores, todos los profesores, todos los asistentes sociales… y Grace. Cuando
llegamos aparca y sale del coche con nosotros, y nunca lo hace. Cargo la mochila sobre
el hombro y echo a andar diciendo un hasta luego entre los dientes.
- Christian, espera. Voy contigo.
- ¿Por qué?
- Espera, he dicho –le arregla los cuellos de la chaqueta a Mía y le da un beso en la
mejilla. – Hasta luego cariño, pásalo bien en la escuela.
- Gracias mamá – Mía se aleja saltando con sus compañeros.
162
- Christian, tenemos que hablar. Esto no puede seguir así, y lo sabes. Esta vez ha sido la
última de verdad. No sabes lo que he tenido que luchar para que el señor Hettifield te
admitiera de nuevo en la escuela –Grace suena seria de verdad.
- Ya claro, pero como soy muy listo, me deja volver, ¿no es eso? –me burlo.
- No Christian, ya no. Has llegado demasiado lejos. Esta vez te han dejado volver
porque les he prometido que, bajo mi responsabilidad, a partir de ahora te comportarás
bien –a la vergüenza de ser el hazmerreír de la escuela tengo que sumar ahora que todos
me vean sentado con mi madre en un banco en la puerta del despacho del director.
Fantástico.
- Vale. ¿Me puedo ir ya? –intento escabullirme pero me agarra fuerte por la muñeca.
- No, esta vez no. Christian sabes que has agotado muchas paciencias y que yo sigo
confiando en ti. Sabes que siempre he querido ayudarte, y aún quiero hacerlo. Yo sé que
dentro de ti hay un muchacho estupendo, bueno y generoso – me revuelve el pelo
mientras lo dice, y yo, aún más incómodo, vuelvo a intentar inútilmente librarme de
ella.- Amanda le ha contado al director lo que pasó ayer en el patio. Le ha dicho que no
fue tu culpa, que sólo querías defenderla. Yo sé que dentro de ti eres muy bueno, y que
nada hay del egoísta que han visto en ti los otros niños. Pero tienes que dejarlo salir
Christian, tienes que dejar que todos lo vean como lo veo yo.
- Vale. ¿Me puedo ir ya?
- No. El señor Hettifield nos está esperando dentro, creo que vas a tener que decirle tú
personalmente que no volverás a causar más problemas en su escuela. Y yo respondo
por ti. Así que no me decepciones, te lo pido por favor. Y deberías darle las gracias a
Amanda, ha sido muy valiente.
- Está bien, Grace. No te decpecionaré. Lo prometo – y esta vez lo digo en serio.
Grace tiene razón, no hay mucha gente que siga confiando en que hay algo bueno dentro
de mí. De hecho, no hay mucha gente que trate conmigo. La única fórmula de
relacionarme que he encontrado ha sido el silencio: sumirme en un mundo en el que no
cabe nadie más que yo. Dejar que los demás vivan su vida, si yo no intento entrar en la
suya, ellos no tendrán necesidad de hacerlo en la mía. Y así me ha ido bien. Hasta
ahora. Así me fue bien con el cabrón que pegaba a mamá, así me fue bien con mamá
163
cuando sólo quería tumbarse y dormir. Así me fue bien en la casa de acogida cuando
Jack me golpeaba y me insultaba. Pero supongo que todos los que dejaban que me
apartara del mundo eran todos aquellos a los que en realidad nunca les he importado.
Grace quiere estar ahí, siempre. Y Amanda. Pero, ¿por qué?
- No sabes cuánto me alegro de oírlo, hijo mío.
- ¿Señora Grey? ¿Christian? Adelanta, el señor Hettifield les está esperando.
Muy seguro de mí mismo y de la promesa que acabo de hacerle a Grace entro en el
despacho del director, a prometerle que a partir de hoy empieza una nueva etapa.
Últimamente me muevo por este despacho como si fuera el salón de mi casa, raro es el
día en el que no me traen castigado, y estoy empezando a odiarlo. Las vitrinas con las
copas de los campeonatos que la escuela ha ganado, estantes y estantes llenos de
anuarios de alumnos que pasaron y se fueron, diplomas de estudiantes sobresalientes. A
mí me recordarán como Christian Grey, el chico al que no se le podía tocar, el chico que
peleaba en lugar de hablar. Jamás habrá una copa con mi nombre grabado ni una
fotografía mía recibiendo un premio al mérito académico.
El señor Hettifield se levanta de su asiento y me interroga con la mirada:
- ¿Estamos de acuerdo, jovencito?
No tengo ni la menor idea de lo que ha estado diciendo, ni me importa.
- Sí, señor –me levanto yo también.
- Me alegro mucho de que hayamos llegado a un acuerdo. Señor Grey, confío en no
tener que arrepentirme de esta decisión.
- Ya verá como no, señor director. Ya verá. Christian es un muchacho de palabra, sólo
tenemos que darle la oportunidad que se merece.
- Bien, entonces ya está todo dicho. Señora Grey, espero verles por aquí la víspera de
Halloween con el resto de los padres.
- Por supuesto, vendremos encantados. El ponche que sirven en su fiesta es con mucho
el mejor de todo el estado.
164
- Oh, gracias… Hasta pronto. Christian, corre a clase, que hoy son los preparativos de
Halloween. ¿No te lo querrás perder?
- Hasta pronto, señor Hettifield.
- Adiós.
Grace me acompaña hasta el pasillo sin dejar de hacer una leve presión en mi hombro
con su mano.
- Al final vas a poder ir a la fiesta de Halloween hijo. Menos mal que te han levantado el
castigo.
- Ya, claro. Eh, de todos modos, preferiría no ir, Grace.
- ¿Cómo que no? Todo el mundo se disfraza, es de lo más divertido.
- Pero…
- Déjalo Christian –no me deja terminar.- Lo hablaremos en casa. Hasta luego querido.
Cabizbajo recorro lo que queda del pasillo mirando por las ventanas que dan dentro de
las aulas. En muchas de ellas los alumnos recortan papeles negros con forma de
murciélago, en otros cuelgan calabazas de las ventanas, y todos hablan entre ellos, ríen,
se tiran cosas. Yo no soy como ellos, y no me gusta Halloween.
Es una fiesta que me recuerda que yo no soy de aquí, que este no es mi sitio. Que no es
aquí adonde yo pertenezco. Con toda esa parafernalia que parece salida más de un
anuncio de la televisión que de la vida real. Y cada otoño, cada año, se repite: una fiesta
pensada para el miedo, ¿qué sentido tiene? Zombis y calabazas juntos, niños vestidos de
esqueleto pidiendo caramelos de casa en casa. Una fiesta para honrar y recordar a los
muertos.
¿Se puede ser más hipócrita? Mi madre murió, o la mataron, nunca lo sabré. Lo que sí
sé es que miedo tuvo que tener, y mucho. Miedo de ser una enferma, miedo de tenerme
a su lado, miedo del cabrón que venía y la golpeaba, que se lanzaba sobre ella gritando,
blasfemando. Y ni siquiera me lo dijeron. Me apartaron de su lado y me metieron en
aquel sanatorio al que Grace y Carrick venían a visitarme. Y nadie tuvo ninguna palabra
de consuelo para mí, nadie pensó entonces en honrar a mis muertos, a una muerta que
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tenía tan reciente. Nadie me contó qué había pasado, dónde se la habían llevado. Si
llevaba mucho tiempo muerta o no. Muerto he querido estar yo muchas veces. Cuando
no podía hablar, cuando no podía dormir por las noches, cuando no quería salir de la
cama ni jugar. Miles veces he deseado desaparecer, no tener que hablar con nadie, ser
invisible. ¿No es eso morir un poco?
Me paro frente a la puerta de mi clase. La señorita Lennox reparte entre los alumnos una
especie de madeja blanca, tela de araña industrial, para colgar de las esquinas de las
paredes, de las puertas. Todos gritan y se lanzan pedazos de lana blanca. Sin ningunas
ganas abro la puerta y entro. Como si hubieran anunciado mi entrada la clase entera se
gira hacia mí y empiezan a gritar, a chillar, a lanzarme trozos de la telaraña. En silencio,
sin responder a sus provocaciones, me acerco a mi pupitre y me siento, sin levantar los
ojos de la mesa. ¿Para qué? No quiero que la señorita Lennox me vea, ni quiero que me
reparta un trozo de telaraña. Saco un libro de la cajonera y lo abro. No importa cuál, ni
por qué página. Sólo quiero desaparecer.
- ¡Grey! ¡Niño de mamá! ¿Te han dejado venir solo hasta la clase?
- Christian, ¿te ha salvado Amanda del castigo?
- Vamos Grey, ¿no vas a pegarme?
- ¡Grey es un cobarde!
- ¡A Grey le gusta Amanda!
La clase entera estalla en una carcajada antes de que la señorita Lennox tenga tiempo de
llegar hasta su mesa y dar un golpe con el borrador sobre ella pidiendo orden.
- ¡Silencio! ¡Niños, silencio! ¡Basta ya!
Las risas no cesan y la ira va creciendo dentro de mí. Quiero pegarles a todos, patearles
y salir de allí. Correr, muy lejos, y no volver nunca.
- ¡Basta! ¡Basta ya! ¡Silencio! ¡Si no os calláis ahora mismo me veré obligada a castigar
a toda la clase sin su fiesta de Halloween. ¿Ha quedado claro niños? – la señorita
Lennox también se está enfadando. – Volved todos a vuestro sitio y sacad el libro de
ejercicios de cálculo. Hasta que no esté toda la clase trabajando y en silencio los
preparativos han terminado. Vosotros veréis.
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Ojalá yo pudiera gritar como ella, levantarme y decirles a todos que se quedan sin su
estúpida fiesta de los muertos. La amenaza surte efecto y por fin todos mis compañeros
se callan. Sólo queda un murmullo a mi alrededor, libros que salen de las mochilas,
lápices que dejan los estuches. Algún que otro insulto ahogado, siempre hacia mí. Como
se estropee la fiesta va a ser culpa de Christian, Christian es tonto, siempre nos mete en
líos, ¿por qué no castigan a Christian sin ir a la fiesta y nos dejan en paz? Seguro que es
mejor que no venga. Tienen razón, seguro que es mejor que no vaya. Sería mejor si me
fuera de aquí.
A la hora del recreo la campana rompe el silencio en el que se había sumido la clase. El
bullicio vuelve y la señorita Lennox intenta hacerse oír por encima de él:
- Si os portáis bien en el patio podéis seguir haciendo los adornos de Halloween. Pero
no quiero ni una sola queja de los vigilantes. ¿Me habéis oído?
Es inútil, todos salen ya a la carrera, excepto yo. La señorita se acerca a mí y me dice:
- Tengo entendido que se ha solucionado el incidente de ayer. Te juzgamos mal y lo
lamento, Christian. Pero tienes que reconocer que no es la primera vez que protagonizas
un incidente así, últimamente se repiten demasiado a menudo.
- Lo siento, señorita Lennox –digo sin levantar los ojos.
- Estoy harta de que se revolucione la clase por tu culpa. Sabes que no tengo ningún
problema en denunciar tu actitud al director si es necesario. Así que te recomiendo que
procures evitar que situaciones como la de hoy se repitan.
- Sí, señorita.
¿Por qué no se va y me deja en paz? Todo el mundo tiene siempre alguna queja de
Christian, pero os vais a enterar, yo no os necesito. Todos vosotros siempre empeñados
en llevaros bien los unos con los otros, en hablar, en hacer cosas juntos… Yo no soy así,
yo no soy de ésos. Ni lo quiero ser. No necesito a nadie. Me levanto esperando que la
señorita Lennox no me siga, no quiero escuchar ni una palabra más. Al otro lado de la
puerta, apoyada contra la pared, está Amanda, abrazada a su mochila.
- Uhuuuu -dicen un par de chicos en un grupito al otro lado del pasillo. –Amanda y
Christian son novios.
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Aprieto los puños para reprimir el impulso de golpearles y echo a andar hacia la calle.
Amanda me sigue. ¿Por qué me sigues? ¿Qué quieres de mí?
- ¡Christian! ¡Espera, Christian!
Sin detenerme le hago una seña con la mano, déjame en paz, pero corre tras de mí. Me
alcanza al cruzar la puerta y se aleja de la escuela conmigo.
- Amanda, déjalo. Ya has hecho suficiente. Ahora todos se ríen de mí en colegio, ¿qué
más quieres?
- Lo siento, yo no quería meterte en problemas. Sólo pretendía ayudarte, creí que si iba
a tu casa y le decía a tus padres…
- ¡No vuelvas a mi casa nunca más! ¿Me oyes? ¡Nunca!
- No te pongas así, sólo somos amigos.
- ¡Yo no soy tu amigo! ¡Yo no tengo amigos! ¿Vale? ¡Lárgate!
Veo las lágrimas que asoman tras los ojos de Amanda, y se gira para intentar ocultar su
llanto. Me da igual que llore. Yo también lo hago, yo también me escondo para llorar
entre las sábanas. Y no busco ni la compasión ni la pena de nadie.
168
El origen de Grey. Sombra 34.
Revisar estos recuerdos después de tantos años me ha hecho darme cuenta de lo solo
que estaba entonces. Apenas había cumplido los trece años, llevaba más de ocho
viviendo con Grace y Carrick y con su familia, y aún me sentía un extraño en esa casa
en la que todo estaba siempre en su lugar. Ellos quisieron hacerme sentir parte de sus
vidas y yo malentendí las señales. Decidí no tocar las cosas en lugar de usarlas y
devolverlas a su lugar. Medir mis palabras en lugar de ser esponténeo; cambié los
juegos sociales por los libros, por la tecnología. Todo lo que me permitiera construir
una coraza a mi alrededor, una muralla protectora. Nada ni nadie podría entrar, ni salir.
La última temporada en la escuela media, y los incidentes con Amanda me hicieron
comprender que la vida social no estaba hecha para mí. Aquel verano, justo antes de
empezar la escuela secundaria, Mia y Elliott fueron a un campamento con otros chicos
de la escuela. A mí no me preguntaron si quería ir. No me obligaron. No intentaron, ni
siquiera, que considerara la posibilidad de ir.
Era como si finalmente hubieran aceptado que yo era un bicho raro. Durante las
semanas en que Mia y Elliott estuvieron fuera Grace me llevaba con ella a todas partes,
pero ya no me preguntaba qué quería hacer ni a dónde quería ir. Simplemente cargaba
conmigo. Pasé horas sentado en el salón de belleza mientras ella tomaba larguísimas
sesiones de rayos, en el saloncito de la modista mientras elegían tejidos para los trajes
del otoño siguiente, en la recepción de la biblioteca del hospital cuando tenía sus
reuniones con un grupo de investigación. Siempre en silencio, a su lado, agradecido por
no haberme obligado a ir con mis hermanos al maldito campamento.
Una vez la escuché hablar por teléfono. Elena, la señora Lincoln, estaba organizando
una cena en el club de campo para recaudar fondos para una casa de acogida de niños
víctimas del maltrato.
- No puedo ir, Elena, entiéndelo. No quiero dejar a Christian en casa, y no me parece el
sitio más adecuado para llevarlo a él, ¿no crees?
Bajaba la voz cuando no quería que escuchara algo, pero no se iba. Simplemente
susurraba, como así no me llegara el sonido.
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- Ya sé que no es la suya, y que no se va a encontrar a nadie allí de su vida anterior.
Pero no quiero remover más su dolor, bastante mal lo estamos llevando últimamente.
De eso se trataba, de remover mi dolor. Tras unos segundos de silencio Grace se
despidió tajantemente de su amiga:
- Pues claro que he buscado otros médicos, pero no queda nadie en esta ciudad
dispuesto a ayudarme, y ya no sé qué más hacer. Llevarle a la cena no haría nada más
que empeorar las cosas. Lo siento. Ya hablaremos.
Cuando colgó había lágrimas en sus ojos. Apartaba la cabeza de mí para que no la viera
llorar, pero era inútil, y su llanto se iba haciendo más y más fuerte. Entre hipidos me
pidió perdón:
- Lo siento, cariño, perdona. No es por ti, tú no has hecho nada malo.
Pero yo sabía que sí lo había hecho. Llevaba años haciéndolo, peleando por minar la
confianza de la única persona que me había dado su apoyo incondicional. Y ahora lo
había roto. Igual que Jack rompió mi muñeco en la casa de acogida, igual que el cabrón
pateó a mamá. Las cosas que quería se rompían, ése era el curso natural de las cosas.
Grace lloró toda la tarde, y cuando llegó Carrick a casa la encontró hecha un ovillo en
una esquina del sofá del salón, casi a oscuras. Yo les escuché hablar desde lo alto de las
escaleras sin mucha dificultad, prácticamente no se esforzaban por bajar la voz, por
disimular su agotamiento.
Le contó cómo la cena de la señora Lincoln la había quebrado definitivamente. Había
recordado los tiempos en los que me adoptaron y pensaba que podría ofrecerme una
vida mejor, la vida que un niño se merece. Mirando atrás había comprendido que
ninguno de aquellos esfuerzos había servido para nada, tal vez sólo para salvar mi vida,
pero que yo no era feliz, y que empezaba a temer que nunca lo fuera. De vez en cuando
se voz se ahogaba entre sollozos. Y un nudo crecía en mi estómago a medida que
hablaba. Le contó los últimos encontronazos que había tenido en el colegio a finales del
curso, que por lo visto le había ocultado porque sabía que habría perdido la paciencia
conmigo. “Le sobreproteges, Grace” solía decirle.
Carrick siempre había sido más duro conmigo que con Mia o Elliott. Por aquellos
entonces yo solía pensar que era porque no era su hijo, porque me habían adoptado.
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Porque llegué con taras, marcado y herido. Elliott era un chico fuerte, sano y divertido,
un deportista y un conquistador nato. Mia era sencillamente deliciosa. Buena, dócil,
generosa… La niña de papá, eso lo sabíamos todos. Y luego estaba yo. El problemático
niño adoptado. Solía pensar en qué pasaría si se arrepintieran definitivamente de
haberme llevado con ellos. Si volverían a mandarme a aquella casa de acogida horrible
en la que Jack rompía mis muñecos. Por eso tenía tanto miedo cada vez que Carrick se
dirigía a mí enfadado. Yo sabía que Grace jamás me echaría, pero de él no estaba tan
seguro.
- ¿Qué quieres que hagamos, querida?
Oh Dios mío, no, por favor. No dejes que se deshagan de mí…
- No lo sé, cariño. Francamente, no lo sé. Dejarle en paz, supongo. Es lo único que
quiere. Pero no estoy segura de que dejar en paz a un niño de trece años sea una buena
decisión. Necesita el cariño de sus padres, de su familia. Pero no podremos dárselo si
nos da la espalda.
- ¿Y sus hermanos? Elliott empieza a estar harto ya de su comportamiento también. El
otro día me dijo que Christian ha pegado a alguno de sus amigos.
- Los amigos de Elliott no le dejan en paz. Siempre están metiéndose con él, burlándose
porque es diferente.
- Sí, pero Elliott tiene sólo quince años, y esto le está afectando.
- Carrick, ojalá supiera qué hacer. Ojalá pudiera ayudarle. ¡Pero no sé cómo hacerlo!
Tal vez más triste de lo que nunca haya estado, me fui a mi habitación, ya había
escuchado bastante. Grace había luchado durante años por atravesar la barrera que me
rodeaba. Peleó codo con codo conmigo hasta que conseguí hablar, me dio las
herramientas que necesitaba para poderme comunicar con todos aquellos que no estaban
dispuestos a hacer un esfuerzo semejante por mí. Y nunca dejó de confiar en mí. Hasta
ahora. Ya ni siquiera Grace pensaba que pudiera llegar a ser un chico normal.
Haberla decepcionado supuso un dolor tan profundo que levanté aún más los muros que
me rodeaban. Calculé los daños, y medí las consecuencias: mi aislamiento sólo podría
afectarla a ella: era la única, aparte del trajín de doctores por los que fui pasando, a la
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que parecía importarle qué pasaba dentro de mi cabeza. Me veía sufrir y adivinaba mi
dolor pese a mis esfuerzos por esconderlo. Y tomé la decisión de crecer. De dejar de ser
un niño de trece años que necesita el cariño y el calor de su familia. Ellos no eran mi
familia, yo no lo sentía así, por mucho que lo repitieran.
Aquella noche quité de las estanterías todos los muñecos que tenía. Aparté las fotos de
cuando era niño y Grace y Carrick me recogieron de la casa de acogida. La de la
primera pelota de fútbol que me regaló Elliott y junto a la que posábamos llenos de
orgullo, sintiéndonos superestrellas. La de Mia recién llegada a casa en mis brazos.
Escondí en una caja los cuadernos con los que Grace me enseñó a hablar. El nudo en mi
estómago se iba apretando más a medida que los recuerdos se agolpaban en mi mente,
traídos de la mano de los dibujos con los que empecé a comunicarme: el columpio, las
tostadas, la pelota, la luz de la mesilla… A punto de quebrarme los cerré de un
manotazo y aparté la caja. No podía meterme en la cama a llorar como tantas otras
noches, eso tenía que terminarse. Y seguí guardando cosas que no tendrían cabida en mi
vida nueva.
El circuito de coches, el avión teledirigido, una caja con canicas, los puzzles. Sólo
quedó la televisión y una estantería con las baldas medio peladas y algunos libros.
Enrollé la alfombra que imitaba una ciudad, retiré las sábanas de animales salvajes y
cogí de un cajón del aparador un juego más discreto, gris, sin colores ni dibujos.
Esa noche nadie me llamó para cenar, y me sentía demasiado avergonzado como para ir
a la cocina a buscar algo.
Sentado en la cama, con las piernas cruzadas sobre la sobria sábana gris, me di cuenta
de que era la primera vez que Grace y Carrick se olvidaban de mí. Y no fue para tanto.
Al principio intenté descubrir qué habría pasado si Elliott o Mia hubieran estado en
casa. ¿Se habrían olvidado también de preparar algo para cenar? No subieron ni una
sola vez a verme, a hablar conmigo. Como si hubiera hecho algo terrible y el castigo
más ejemplar que hubiera fuera el de su indiferencia. Sólo que no era un castigo.
Simplemente ya no sabían qué hacer conmigo. Les oía trastear en el piso de abajo. Oía
la puerta del mueble bar, que se abría y se cerraba. Oía caer hielo en una copa. Oí los
tacones de Grace dirigiéndose a su habitación. Miré la puerta para comprobar que estaba
entreabierta, esperando que se asomara, que entrara a preguntarme si quería comer algo.
Pero no lo hizo. Sus pisadas pasaron de largo por delante de mi puerta hacia su
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dormitorio. Y escuché el suave mecanismo del picaporte. Eso era todo. Se habían ido a
dormir sin reparar en mi presencia, en absoluto.
Esa noche, apagué la luz para dormir.
A la mañana siguiente me costó reconocer mi habitación, y mi estómago vació me
recordó que lo de la noche anterior no había sido sólo un mal sueño. Mientras me vestía
para bajar a desayunar me reafirmé en mi propósito de no dejar que nada más volviera a
afectarme. El ninguneo al que me habían sometido mis padres la noche anterior podría
haber resultado mucho más doloroso, pero no lo fue. No pasó nada. Y tampoco era la
primera vez en mi vida que me quedaba sin cenar. El sabor metálico de los guisantes
congelados volvía a mi boca con mucha facilidad… Podría vivir en una burbuja, y
estaba dispuesto a hacerlo. Grace no volvería a sufrir más, ni Elliott tendría que volver a
preocuparse porque amenazara a sus amigos. Y yo, decidí que era ya lo suficientemente
mayor como para cuidarme solo.
173
El origen de Grey. Sombra 35.
Aquel fue un verano casi tan largo como la primera noche de mi nueva vida. Había
comprobado que podía hacer mi fortaleza inexpugnable, y había sufrido también la
primera de las consecuencias: el vacío de Grace. Aunque lo soporté, no hubo una sola
hora en la que no escuchase el reloj de péndulo del salón marcar su ritmo constante, una
campanada cada quince minutos, dos cada treinta, después tres y después cuatro en las
horas en punto. Mi puerta seguía abierta, igual que la había dejado la noche anterior.
Aquella noche terminé de perfilar mi estrategia.
Cuando empezó la actividad en la casa me levanté para terminar de empaquetar las
cosas que había apartado antes de irme a la cama. Cogí la pesada caja llena de recuerdos
que quería apartar de mi vida, y la cerré con cinta adhesiva. Con un rotulador
escribí Christian, no tocar. La cargué entre mis brazos, y me dirigí al garaje para
enterrarla definitivamente entre los trastos para olvidar.
Antes de alcanzar la puerta de atrás pasé por la cocina, donde Grace estaba sentada
frente a la ventana, removiendo distraídamente una taza humeante. Llevaba aún el
pijama puesto, e iba descalza. Tenía la cara hinchada, los ojos hundidos y unas bolsas
abultadas teñían de un violeta oscuro sus ojeras.
- ¿Christian? – su voz sonaba grave, seria.
- Eh, Grace – Casi me avergoncé al saludar – buenos días.
- Buenos días cariño –sus ojos seguían fijos en algún punto del jardín, más allá de la
pérgola de y de la portería de fútbol. – Julianna, por favor, prepara el desayuno de
Christian. ¿Has dormido bien?
- Sí, muchas gracias –mentí. – ¿Y tú?
Grace se giró sobre sí misma para enfrentarse a mí, que me senté a su lado en la mesa de
pino salvaje. Incapaz de sostener su mirada, recorrí con la vista las vetas de la madera
de la mesa, arriba y abajo, dándome algo que hacer mientras lo que fuera que tenía que
decirme Grace completaba con reproches su actitud ninguneante de la noche anterior.
- No muy bien, si quieres que te diga la verdad –una mano caliente aún por el contenido
del líquido de la taza me revolvió el pelo.- pero ya me echaré un rato después de comer.
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Tengo que aprovechar hoy porque mañana vuelven tus hermanos del campamento.
¿Tienes ganas de verles? –una gran sonrisa le atravesaba la cara.
- Claro Grace –pero me daba lo mismo. Y más ahora, con mi nuevo plan. Ni Mia ni
Elliott tenían cabida mi vida rediseñada sólo para mí. Es más: eran un obstáculo que
tendría que aprender a manejar cuando llegara el momento.
Julianna trajo otra taza humeante para mí y unas toritas.
- Come Christian, me ha dicho un pajarito que anoche te fuiste a la cama sin cenar.
¡Tienes que estar hambriento! –Julianna intercambió una mirada cómplice con Grace.
Al fin y al cabo, mi madre era consciente de mi ayuno.
- Muchas gracias Julianna.
Grace retomó nuestra conversación anterior como si no hubiéramos sido interrumpidos.
- Yo les echo terriblemente de menos. A Mia y a Elliott. Igual que te habría echado de
menos a ti si te hubieras ido también al campamento. En el fondo tengo suerte de que te
hayas quedado. ¡Habría estado muy sola aquí todo el mes! –me miró con esa cara que
quería ser sin un abrazo sin tocarme. Formaba parte de ese código que nos inventamos
hacía mucho tiempo ya.
- No será para tanto. ¡Sólo han estado fuera cuatro semanas!
Se había levantado para coger del frigorífico un bote de sirope de arce, mi preferido con
las tortitas. Al oír mis palabras se giró y perpleja me dijo:
- ¿Que no? ¡Estoy contando los días que faltan para que vuelvan desde que se fueron!
Vosotros tres sois lo mejor de mi vida Christian, y estar separada de vosotros es un
auténtico castigo.
No pude evitar sonreír. El amor de Grace era tan sincero y tan profundo que de no
haberla conocido habría pensado que era artificial. Pero no había nada de artificial en su
extrañar a sus hijos. No en vano nos dedicaba todo su tiempo, todo su afecto.
- ¡No sé qué haría sin vosotros! –siguió.
Sus muestras de cariño me hicieron, por un mínimo instante, pensar que tal vez me
había precipitado al decidir tan tajantemente que quería ser independiente de sus vidas.
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Sintiéndome de nuevo avergonzado, empujé con un pie la pesada caja para que quedara
escondida bajo mi taburete esperando que, con un poco de suerte, le pasara
desapercibida.
- ¿Qué es eso?
- Um, nada, sólo una caja con algunos trastos que quiero dejar en el garaje. Ya no los
voy a necesitar.
- Christian, no tocar –leyó en voz alta.- Hijo, cualquiera diría que has metido dentro un
animal venenoso.
- No es nada Grace, sólo unos cuadernos, algunos libros y muñecos. Ya no soy pequeño.
- Está bien, como quieras. Podemos decirle a Olsen que se lo lleve después porque
ahora, tengo una pequeña sorpresa preparada para ti. Una especie de regalo atrasado.
- ¿Ah sí? ¿Una sorpresa? ¿Por qué, si no es mi cumpleaños? –estaba realmente atónito.
- Bueno, el final de curso fue un poco… tormentoso, digamos, y no pudimos celebrar
como es debido tu catorce cumpleaños.
- Yo, lo siento mucho Grace.
- Lo sé querido, no tienes que preocuparte más. Y ya te disculpaste en su momento –su
voz sonaba tranquilizadora.
- Os prometí que el año que viene no habría más problemas en la escuela, y así será.
- Shh, basta, Christian. Lo sé, siempre he confiado en ti, y así sigue siendo. Como muy
bien acabas de decir, ya no eres un niño pequeño, así que me gustaría mucho que
fingiéramos que hoy es 18 de junio otra vez y celebrásemos juntos tu día especial. Los
dos solos.
- ¿Y Carrick? – ya sabía que lo de ayer iba a pasar factura, por algún sitio iba a salir.
- Carrick ha salido para Atlanta, tiene una reunión de negocios y no volverá hasta
mañana, justo a tiempo para recoger a Elliott y a Mia. Así que seremos sólo tú y yo, ¿te
parece bien?
- Claro.
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Claro que me parecía bien. Más que bien. Me tranquilizaba poder retrasar mi encierro
interior un día más, y poder disfrutar de Grace para mí solo y no como en las últimas
semanas, simplemente siguiéndola, andando detrás de ella como si fuera una carga que
estuviera obligada a arrastrar.
- Estupendo. Pues corre a darte una ducha, vístete y vámonos. ¡Yo voy a hacer lo
mismo, que con esta cara no puedo ir a ningún sitio!
- Yo creo que estás preciosa Grace.
- Gracias, cariño. Ven aquí anda, deja que de un beso –abrió sus brazos para hacerme un
sitio en su pecho, y acudí. Sí, definitivamente, mi nueva vida podía empezar un día
después.
Media hora más tarde me reuní con Grace en el salón acristalado. Yo me había puesto la
ropa que Julianna me había preparado y dejado sobre la cama hecha, y unas viejas
sandalias que heredé de Elliott; Grace se había vestido con un conjunto blanco de falda
y camisa, y zapatos náuticos. Estaba morena y el blanco de la ropa resaltaba su color,
disimulando un poco las ojeras de la noche en vela. Me sentí mejor.
- ¡Oh! Estás guapísimo Christian.
- Gracias –sonreí.
- Pero, ¿esas zapatillas?
- Son mis preferidas.
- Lo sé cariño pero son horrosoras. Y además están muy viejas. Y lo que es peor:
resbalan. Anda, ven conmigo, Olsen probablemente nos estará esperando ya.
Salimos por la puerta principal al camino de grava que conducía a la salida de la casa.
Olsen estaba efectivamente con el coche aparcado junto a la verja, frotando con un paño
el capó.
- Buenos días señora. Christian – acompañó el saludo de una leve reverencia con la
cabeza.
- Buenos días Olsen –dijo Grace.
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- Hola.
- Podemos marcharnos ya. Christian necesita calzado nuevo.
Mientras el coche salía por el paseo principal hacia la avenida que conducía al centro de
la ciudad hice memoria intentando recordar si en alguna ocasión me habían regalado por
mi cumpleaños algo tan simple como unos zapatos, y no lo conseguí. Un año me habían
regalado un avión dirigido por control remoto, en otra ocasión una bicicleta. Desde que
vivía con los Grey había recibido varios pares de esquís a medida que iba creciendo, un
ordenador portátil, alguna consola con sus videojuegos, incluso en una ocasión un viaje
a Orlando para visitar Disney World. Pero unos zapatos era un regalo extrañísimo y,
sobre todo, muy poco típico de la familia Grey.
Traté de ocultar mi extrañeza y de disimular mi decepción mirando fijamente a través
del cristal tintado del coche. Al fin y al cabo era cierto que no me había portado
demasiado bien en los últimos tiempos, y no me sorprendió cuando el 18 de junio
anterior sólo había encontrado una sobria tarjeta sobre la mesa de la cocina, firmada por
Grace, Carrik y mis dos hermanos, en la que me deseaban un feliz cumpleaños.
Seattle iba pasando por delante de mis ojos, brillante, a la luz del verano que se
empezaba a terminar. Los días eran un poco más cortos ya, y la brisa por las tardes era
más fría cada día que pasaba. Seattle era la única ciudad que había conocido en vida,
pese a no haberla visto jamás antes de mudarme a Bellevue con Grace y Carrick.
Apenas recordaba nada de mi primera casa, en la que viví con mi madre y aquél tipo
que nos pegaba. Apensa un par de imágenes inconexas y cada vez más difusas, que sólo
se atrevían a saltar a mi mente en sueños. En pesadillas, para ser más exactos. Habían
pasado ya diez años desde que aquello terminó pero había tantos huecos por rellenar que
parecía imposible poder curar las heridas que me había provocado. Heridas que llevaría
conmigo toda la vida, igual que las cicatrices de tantos golpes y tantas quemaduras que
marcaban mi piel.
- ¡Ya hemos llegado! – la voz de Olsen me sacó de mis pensmientos. – Nordstrom Rack,
señora Grace. ¿Dónde quiere que les espere?
- Aparque y váyase a tomar un refresco Olsen, hace un calor tremendo. En veinte
minutos estaremos aquí de nuevo, no vamos a tardar demasiado. Únicamente tenemos
que recoger una cosa.
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- Muchas gracias señora Grace. Aprovecharé para hacer unas compras que me ha
encargado Julianna.
- Perfecto Olsen, hasta luego.
No solíamos ir de compras a grandes almacenes como estos. Grace siempre decía que
eran sitios incómodos, confusos, y que tenían la música demasiado alta. Estaba cada vez
más perplejo, ¿iba a comprarme unos zapatos en Nordstrom Rack? Ese era el tipo de
sitio al que iba a comprar mi madre, mi verdadera madre. Si estaba jugando al despiste
conmigo, iba por muy buen camino.
- Grace, ¿qué hacemos aquí?
- ¡Qué pregunta! Pues comprarte unos zapatos Christian, no puedes seguir yendo con
esos andrajos. Podrías resbalarte y hacerte daño. Y yo no quiero que nada le pase a mi
chico pequeño que ya es muy mayor –me contestó cogiéndome de la mano. Molesto, me
solté.
- ¡No soy tu chico pequeño!
- Vale, perdona. Tienes razón. Está bien, no te cojo de la mano, pero no te separes de mí
que aquí hay mucha gente.
Nos dirigimos por las escaleras mecánicas hacia el departamento de calzado y mi
sorpresa fue total cuando Grace se dirigió a un dependiente y le dijo que habían hablado
por teléfono esa misma mañana. Que era la doctora Trevelyan-Grey y tenía que haber
un paquete preparado para ella. El muchacho desapareció y Grace miró nerviosa a su
alrededor.
- No me gustan nada estos sitios…
- ¿Y por qué no hemos ido a por los zapatos a la quinta avenida, como siempre?
- Eso mismo me pregunto yo. Pensé que igual era divertido cambiar. No debería
improvisar querido, es la última vez que lo hago. La próxima vez recuérdame que
Rainier Square me gusta y Nordstrom Rack no. Pero ya que estamos aquí nos
llevaremos los zapatos.
- Como quieras, Grace.
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- Cuando se te queden pequeños iremos a nuestra vieja zapatería de siempre ¿de
acuerdo?
El dependiente salió de detrás de una puerta que daba a una especie de almacén, le
entregó a Grace un paquete envuelto en papel rayado blanco y negro, y con una sonrisa
amplísima le dijo:
- ¿Le gustaría a usted hacerse socia de nuestros grandes almacenes? La tarjeta es
gratuita y sólo tiene ventajas.
Grace me miró ahogando una carcajada, pagó y salimos de allí lo más rápido que nos
permitía el laberinto de expositores, burros, mostradores y escaleras mecánicas.
En el coche me entregó el paquete y rasgué el papel. Había un par de zapatos náuticos
azules, con los cordones de cuero marrón y gruesas suelas de plástico beige. Eran
idénticos a los de Grace (salvo por la marca, seguro que ella no los había comprado en
los grandes almacenes que odiaba).
- Muchas gracias Grace, son preciosos. Es un regalo estupendo.
- Oh, Christian, ¿creías que éste era el regalo? – reía a carcajadas. – ¿Tan poco me
conoces?
- Yo, pensé que sí, que esto era el regalo. Me parece bien Grace, sé que no me he
portado muy bien este año.
- Eres tan divertido querido. Anda, ponte los zapatos nuevos y mete directamente en el
papel las horribles sandalias viejas de Elliott. ¡No quiero que vuelvan a entrar en casa!
Y en cuanto lleguemos, tendrás tu regalo.
¡Había un regalo mejor! Aquello ya tenía más sentido. Grace no iba a regalarme unos
simples zapatos, lo sabía. Apenas podía esperar a que llegáramos otra vez a Bellevue.
Era como si todos los semáforos se hubieran puesto de acuerdo para estar en rojo a
nuestro paso, como si en cada cruce hubiera peatones ante los que parar. Todas las
bicicletas de Seattle se interponían en nuestro camino, y yo me moría de ilusión y de
ganas de llegar a casa para ver mi regalo. Cuando la puerta de la verja principal se abrió
creía que el corazón se me iba a salir del pecho, de lo fuerte que me latía. Estaba tan
emocionado que las manos me empezaron a sudar y se me secó la boca.
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- Bien, ya estamos casi listos –salimos del coche y Grace me tomó de la mano. Esta vez
no me quejé en absoluto.
- ¿Dónde vamos?
- Por aquí cariño, ven conmigo.
Bordeamos por el sendero de pizarra hacia la cara oeste de la casa, la que daba al lago.
Grace tenía la vista al frente, muy fija. De pronto se paró y me dijo:
- ¿Has hecho bien la digestión?
No pude responder porque no entendía nada pero entonces, señaló a un punto, me miró
y yo… me quedé sin respiración. Era el mejor regalo que habría podido soñar.
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