ENIGMAS Y DILEMAS DE LA PRÁCTICA DOCENTELucila Galván Mora
La práctica es un crisol donde se forja la vocación de maestro. La persona se
juega toda entera para seguir esa llamada ineludible que la conduce a su destino.
Aldo y Juan no querían ser profesores, y sin embargo, circunstancias y
condiciones los llevaron por la senda del magisterio; en las aulas, como
estudiantes, encontraron una pasión y un sentido a su quehacer. Pasión por el
aprendizaje de los niños y las niñas, por verlos crecer “como plantitas de maíz”,
por conocer sus problemas y apoyarlos para salir adelante. También, es cierto,
encontraron “vicios y excesos” de la escuela, pero en vez de atraparlos, los
incentivaron a buscar formas distintas de hacer las cosas, de ser maestro. Los
motivos y razones que los llevaron al magisterio son comunes, no difieren de los
que han encontrado otros estudios sobre la elección profesional de estudiantes
normalistas, con la salvedad, quizá, de que Aldo y Juan tenían otros sueños
alejados de la docencia. El contexto familiar fue determinante; ambos crecieron en
un ambiente magisterial que abrió el camino hacia la docencia. El padre de Aldo
fue maestro rural y después de una larga trayectoria por escuelas de educación
básica, llegó a laborar en una escuela normal de la ciudad capital, donde era muy
reconocido. Aldo admiraba la entrega de su padre, lo había visto trabajar duro toda
su vida y consideraba que, frente a ese perdurable esfuerzo, él no era consistente.
Los estudiantes pusieron en juego su interés y sus saberes incipientes para llevar
adelante a un grupo de niños y de personas adultas; sin mucha conciencia de lo
que hacían, aportaron algo de sí para que otros crecieran. Estas tempranas
experiencias constituyeron un referente importante en su camino hacia el
magisterio.
Esa experiencia también marcó decisiones y actuaciones para trabajar con niños
y niñas de la escuela primaria, años después, como aprendiz de maestro; y no
sólo en el área metodológica, sino en otros aspectos más delicados como son la
relación y la forma de trato a los alumnos. Durante su práctica intensiva, Aldo
buscó retomar los aprendizajes adquiridos en esa aventura de alfabetización. Para
los dos estudiantes los niños y niñas eran el centro del trabajo docente. Era una
certeza que habían adquirido antes de su ingreso a la escuela normal, alimentada
en parte por las incipientes experiencias que habían tenido con ellos, y
seguramente, por lo que habían escuchado y visto hacer a sus progenitores, a lo
largo de su vida como maestros. La práctica intensiva significó para ellos un reto
mayúsculo. Las vicisitudes, escollos y dilemas que enfrentaron en las aulas, no
siempre con buenos resultados, los hicieron flaquear e incluso pensar en
abandonar la carrera. Pero en medio de los conflictos personales ellos se
mantuvieron, atravesaron “el terreno bajo y pantanoso de la práctica” (Schön,
1998) y hasta llegaron a desafiar el engranaje institucional para buscar salidas a
problemas corrosivos que parecían no tener solución, como la repetición en los
primeros grados. La relación con los niños representó al fin el horizonte donde
ellos encontraron motivos importantes para avanzar en la profesión. Con mayores
responsabilidades familiares, pues tenía ya dos hijos, pensaba seriamente en
dejar la docencia para montar un negocio redituable, enfrentando el descuerdo y el
enojo de su padre. En experiencias y episodios de su vida, en los contextos
familiares y sociales, Aldo y Juan fueron construyendo una visión de la docencia y
de los significados de la profesión.
El respeto y el orgullo que sentían por la profesión también contaron y fueron
aspectos importantes en su inclinación inicial por la docencia. De alguna forma
estos sentimientos hicieron contrapeso para dejar atrás su sueño de estudiar
carreras que los llevaran al océano o a la tribuna; y, aunque años después Aldo
consideró abandonar la docencia por otro oficio más redituable, siempre manifestó
sentir aprecio por la profesión. De los cursos recibidos en la escuela normal, el de
Problemas y políticas dela educación básica, ubicado en el primer semestre de la
carrera, tuvo un fuerte impacto en la formación de Aldo, porque lo aproximó a una
realidad que él no conocía y ni siquiera imaginaba: los elevados índices de
repetición y deserción escolar en nuestro país, sobre todo en los primeros grados
de la educación primaria. primer grado habían pasado a segundo grado con su
mismo grupo, pero “escogidito”; es decir, sin los niños “repetidores”. A finales del
mes de junio Aldo concluyó formalmente su estancia de trabajo en la escuela
primaria y partió. En el mes de noviembre presentó su examen profesional en la
escuela normal; ese mismo mes le otorgaron su plaza de trabajo. Lo ubicaron en
una comunidad indígena bilingüe, también hablante de español, distante de la
ciudad capital. Aldo llegó a hacerse cargo del único grupo de segundo grado,
conformado por 20 niños. Juan fue un estudiante irregular. En su expediente
escolar están consignadas tres asignaturas a “R-2”, siglas alusivas a la
presentación de examen en segunda oportunidad. Según él, esto se debía al alto
porcentaje de faltas que acumuló e impedía el acceso a la evaluación regular.
Tuvo que someterse a la normativa prevista para pasar las materias. Además de
la ausencia, Juan reconoce que no estudiaba ni cumplía con las obligaciones
académicas; ocupó el penúltimo lugar de su generación, con promedio general de
ocho. Los estudios, como él dice, se los llevó de muertito. Juan fue adscrito a un
grupo de 3er. grado que inicialmente tenía 25 alumnos - 14 niñas y 11 niños-,
cuyas edades fluctuaban entre los siete años diez meses y los diez años. Meses
después se integraron dos niños más que provenían de localidades rurales; y dos
niños dejaron el grupo porque emigraron con sus padres a otras entidades. En el
grupo había 7 niños que cursaban el grado por segunda vez, eran “repetidores”;
cuatro de ellos se consideraban niños con necesidades educativas especiales,
caracterizados como débiles auditivos y con atención dispersa.