Magíster Estudios Culturales. Marxismo Y Postmarxismo; Hegemonía Y Luchas De Sentido. Prof. Isabel Cassigoli. Diciembre 2009
Elecciones Y Reproducción Ideológica Del Poder
Kevin Villegas*
Introducción
El presente ensayo busca exponer algunas ideas relativas al quehacer
político actual en relación con las elecciones presidenciales que
actualmente se desarrollan en nuestro país. Se intentará presentar un
análisis tomando como elementos centrales postulados base del
marxismo a través de autores postmarxistas que buscan problematizar
la denominada lucha de clases llevándola al ámbito de “lo cultural” e
ideológico, básicamente Althusser y Gramsci.
Se intentará reflexionar en torno a la subjetividad implícita en el proceso
eleccionario y en torno a que es lo que efectivamente se está eligiendo,
asumiendo esto último bajo la noción de gobierno desarrollada por
Michel Foucault.
Por último se incorporarán algunas distinciones hechas por Ernesto
Laclau y Chantal Mouffe en torno a la configuración actual de “lo
político”, actual en relación con la luchas por una “radicalización
democrática”.
La tesis a desarrollar a lo largo de dichos apartados radica en que los
partidos políticos pertenecen a articulaciones tradicionales de lo político,
relativas a otro momento discursivo hegemónico distinto del actual, por
lo que no son capaces de continuar reproduciendo su hegemonía como
* Sociólogo, Universidad de Concepción (2004). Alumno Maestría En Estudios Culturales, Universidad Arcis, Santiago, Chile. (2009)
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formación discursiva, apareciendo nuevas posiciones de sujeto que
permiten el tránsito de la subordinación a la opresión para luego la
dominación generando en este proceso nuevos antagonismos.
Ideología Y Partidos Políticos
Un análisis de los partidos políticos que conforman la concertación arroja
como resultado una crisis de sentido en su supuesta representación
política y su conversión en organizaciones anacrónicas en el sentido de
Gramsci (50). Si bien alguna vez logró reunir fuerzas y voluntades
políticas de una época –particularmente disidentes de la dictadura
militar en Chile y que marcaron en alguna medida el fin de ésta- vemos
que actualmente el escenario ha cambiado.
Según Gramsci los partidos políticos obedecen a intereses de una
determinada clase o fracción de ésta; en el caso de los partidos de la
concertación éstos representaban los intereses de los “perdedores” tras
el golpe de Estado de 1973 y que para dicho momento histórico se
encontraban detentando el poder del Estado; se trata entonces de un
sector de clase media asociada con la pequeña burguesía chilena
formada principalmente por profesionales e intelectuales.
Actualmente asistimos a una renovación y crisis de la representación
política, en cuanto que dichos partidos no han logrado incorporar a
nuevas fuerzas sociales que han ido progresivamente ganando espacio
en la sociedad conformando lo que Ernesto Laclau y Chantal Mouffe
denominan como “puntos nodales” dentro del campo de la
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discursividad, logrando establecer fijaciones parciales que detienen las
diferencias logrando establecer “posiciones de sujeto” ligadas a una
radicalización democrática (232); este es el caso por ejemplo de grupos
de jóvenes, indígenas y homosexuales cuya demanda pasa por la
aceptación de la diferencia dentro de lo social.
La crisis que en Chile afectaría a los partidos políticos –particularmente
de la concertación- pasa por la imposibilidad de poder reproducirse
como discurso hegemónico, aflorando de esta manera dentro del
espacio social nuevos antagonismos abiertos a constituirse como
posiciones de sujeto.
Como señala Gramsci (68) –y en general un problema de casi la
totalidad de los partido políticos en Chile- se ha caído en un “centralismo
burocrático” que mina el carácter orgánico de los partidos políticos que
es coherente y debiese operar a través de un “centralismo
democrático”; esto por ejemplo se puede apreciar claramente en estas
elecciones presidenciales del 2009 cuando el partido Demócrata
Cristiano (DC) se negó a realizar primarias entre los pre-candidatos para
abrirle el paso al actual –y su- candidato Eduardo Frei bajo una lógica
burocrática de “cuoteo” político.
El “centralismo democrático” le permite al partido mantener vinculada a
su base con la directiva, le permite insertar elementos de la masa en el
aparato de dirección, asegurando su continuidad y acumulación de
experiencias; todos fenómenos ausentes actualmente dentro de las
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conformaciones de los partidos y que han llevado a un debilitamiento y
muchas veces desmembramiento de éstos. (Gramsci 68) Vemos que en
Chile estos elementos se encuentran ausentes y cada vez es menor, por
ejemplo, el nivel de militancia que poseen los individuos dentro de la
estructura partidista; por el contrario, solo encontramos adeptos o
simpatizantes que muchas veces se mantienen fin a un partido político
por sus estrategias comunicacionales y publicitarias.
Por el contrario el centralismo burocrático indica una saturación del
grupo dirigente e implica que éste se ha transformado en una “…
camarilla estrecha que tiende a perpetuar sus mezquinos privilegios
regulando o también sofocando el nacimiento de las fuerzas
opositoras…” (Gramsci 68). Esto refleja muy bien lo que sucede al
interior de la concertación y explica también las políticas represivas que
éste ha tenido hacia el pueblo mapuche, por ejemplo, o hacia jóvenes –
como el desalojo de “okupas”-.
También en sintonía con lo señalado por Gramsci encontramos que lo
que en Chile se denomina como “derecha”, coalición conformada por los
partidos de Renovación Nacional (RN) y Unión Demócrata Independiente
(UDI) representarían los partidos de los industriales por un lado (UDI) y
de la burguesía más ligada a lo rural (RN) por el otro. Cabe destacar que
para ellos el partido asume un rol más bien funcional con respecto a sus
adeptos y no necesariamente como un órgano propiamente de
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expresión de la democracia, sino más bien como señala Gramsci, tendría
una utilidad netamente “escolar” frente a la masa.
Alternativas menores –por su cantidad de adeptos- conforman en Chile
el panorama de opciones ideológico-políticas, donde encontramos al
Partido Comunista (PC), ligado a una tradición propiamente sindical que
ha asumido en este último tiempo –y en realidad antes también- la
figura del partido político como órgano conformado básicamente por
intelectuales y cuya figura en la actualidad es el resultado de un
desmembramiento sistemático, por un lado, sufrido a expensas del
régimen militar y por otro su pérdida de referente –histórico- para
mantener el discurso acerca de la lucha de clases como aglutinante de
fuerzas sociales.
Por otro lado se encuentra el Partido Humanista (PH), de más reciente
data, cuya ideología podemos asociarla con la “revolución pasiva” que
señala Gramsci, que busca el logro de cambios de manera gradual en la
sociedad nacional y como resultado además de un cambio en el propio
ser humano.
Por último, cabe consignar que Gramsci al señalar el caso de los partidos
que representan –o buscan hacerlo- a los grupos socialmente
subalternos, señala que deben poseer una estabilidad que asegure la
hegemonía de los elementos progresistas (69). Sin embargo en la
actualidad encontramos que ningún partido político logra aglutinar las
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variadas posiciones de sujeto que han surgido en lo social luego de la
pérdida del referente de la clase obrera.
Considerando este breve análisis con respecto a algunos partidos
políticos actuales que conforman el escenario ideológico-político en Chile
creemos que la emergencia de nuevas figuras independientes como
algunos candidatos y que han logrado porcentajes de votación no
menores, es indicador de una crisis tanto de los partidos de la
concertación como del sistema político-partidista en general. Como
señala Gramsci (74) no hay que olvidar que el régimen de partidos
políticos es una formación histórica, que se debe a determinadas
condiciones histórico y socioculturales, donde predominan determinados
factores tanto objetivos como subjetivos y que se encuentra ligado a la
estandarización de masas de la población –donde podemos ubicar la
noción de “pueblo” o de “sujeto histórico”-, ayudado esto gracias a la
presencia de los medios de comunicación de masas. Sin embargo, desde
este momento en adelante los procesos devendrán cada vez mas
veloces y dispersos que en el pasado.
En este último punto resulta interesante incorporar elementos señalados
por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, que nos permitan fundamentar la
tesis de que los partidos políticos como única y central “posición de
sujeto” han perdido su centralidad generando como su antagónico una
serie de posiciones de sujeto diversas que disputan también la
producción de un discurso político hegemónico, esto en el contexto de la
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democracia liberal. De esta manera las nociones de Estado y partido
pertenecen a una noción restringida de “lo político”; en cambo el
carácter “político” de las luchas de resistencia ante el poder hegemónico
debe entenderse en la actualidad como:
“… un tipo de acción cuyo objetivo es la transformación de una relación social que
construye a un sujeto en relación de subordinación (…) la política en tanto que
creación, reproducción y transformación de las relaciones sociales, no puede ser
localizada a un nivel determinado de lo social, ya que el problema de lo político es el
problema de la institución de lo social, es decir, de la definición y articulación de
relaciones sociales en un campo surcado por antagonismos.” (261)
Así planteado, el actual escenario se encontraría conformado por una
pluralidad e indeterminación de lo social, a diferencia de la confluencia
de las luchas en un espacio político unificado que habría primado
anteriormente en torno a la clase obrera.
Los Electores
A continuación, comentemos algo relativo a nosotros, los ciudadanos
que votamos y detengámonos a reflexionar en por qué lo hacemos y
como funciona esta supuesta toma de decisiones cívica.
Para esto nos puede servir de guía algunos postulados de Althusser.
Según éste la ideología es creada a partir de una determinada clase
social o fracción de ella o fracciones de ellas en alianza; la particularidad
radica en que dichas clases o fracciones se han asido del Estado, el cuál
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a través de su accionar busca obedecer a sus intereses personales y de
clase. Hasta este momento el electorado –nosotros- no aparecemos, no
figuramos; salvo para escenificar una supuesta “obra teatral” cívica.
Ahora bien, la forma en la que dicho Estado lleva a cabo su misión
histórica sin ser destruido por la rebelión de la sociedad civil –en contra
de la sociedad política encarnada en el Estado- es a través de dos
mecanismos: los aparatos represivos del Estado –policía, militares y
leyes- por un lado y los aparatos ideológicos del mismo –escuela,
religión e incluso mercado- por el otro (96).
En este punto podemos acercarnos a la noción del electorado como
subjetividad, en el paralelo que realiza Althusser entre la ideología
Marxiana y el inconsciente Freudiano. Ambos serían omnipresentes,
transhistóricos e inmutable en su forma constituyente, esto es en cuanto
son el resultado –tanto la ideología como el inconsciente- de la lucha de
clases. De esta manera mientras la ideología es creada desde el Estado
–por una clase- a través de sus aparatos ideológicos y posee la finalidad
de mediar la relación del individuo y sus condiciones materiales de
reproducción, disfrazándola y generando opacidad sobre las
desigualdades de clase y las condiciones de explotación en el modo de
una “falsa consciencia” (99); el inconsciente viene a ser el resultante
individual del actuar ideológico, estando también determinado por la
producción ideológica –simbólica- de una determinada época histórica;
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como señala Althusser: “… la eternidad del inconsciente está en relación
con la eternidad de la ideología en general.” (100)
Puesto de esta manera, la producción ideológica actual pretende
postular la participación ciudadana y la elección “real” o efectiva de los
líderes políticos, ocultando que son esos mismos líderes políticos los que
se distribuyen las cuotas de poder y la participación en empresas y la
consecución de altos ingresos por la actividad desempeñada. La
ideología de la época busca instalar en el inconsciente la lógica de la
obediencia, del compromiso cívico y la participación real en política –a
través del voto- como medio para la modificación de las condiciones –
desiguales- de reproducción, tanto material como social, sin generar
antagonismos efectivos que logren definir posiciones de sujeto más allá
del mero hecho de votar.
Es necesario dar cuenta de una discusión desarrollada por Althusser en
lo relativo a la ideología. Si bien ésta consiste en una representación,
por ende imaginaria o ilusión no real que refleja las condiciones de
existencia de los hombres, representando en definitiva “… la relación
que existe entre ellos [los hombres] y las condiciones de existencia [su
mundo real]” (101), por ende toda ideología no representa las relaciones
de producción existentes sino que las relaciones mismas de los
individuos con dichas relaciones de producción. Vemos acá que hay una
suerte de aterrizaje del concepto “ideología” materializándolo en los
individuos mismos y devolviendo a estos un rol activo y creador –
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reproductor- de las ideologías; en este contexto Althusser
posteriormente incorporará la idea de que los individuos desarrollarán
comportamientos acordes con la ideología en la que viven, funcionando
esta última como un dispositivo “conceptual” que es puesto en juego. Es
absolutamente sorprendente la similitud de esta explicación con
respecto al concepto “ideología” con la noción de “hábitus” que
posteriormente será desarrollada por Pierre Bourdieu.
Podemos regresar ahora al tema de los electores para apreciar como las
campañas electorales funcionan como aparatos ideológicos –y toda la
empresa publicitaria- intentando instalar en los individuos determinados
discursos ideológicos que vendrán a distorsionar la forma en la que
estos se relacionan con sus relaciones de producción, para poder lograr
determinados comportamientos electorales –el voto-. La ideología
puesta de esta manera asume formas muy reales y ya no tan solo
imaginarias, a través de prácticas y rituales que son inducidos por los
aparatos ideológicos del Estado que no solo obedecen al ámbito de “lo
público”, en este contexto la separación entre “lo público” y “lo privado”
es borrada apareciendo solo un ejercicio hegemónico del poder.
Para Althusser el sujeto toma la forma de una agencia, el sujeto es
actuado por un sistema de la siguiente manera: “ideología existente en
un aparato ideológico material que prescribe prácticas materiales
reguladas por un ritual material, prácticas éstas que existen en los actos
materiales de un sujeto que actúa con toda consciencia según su
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creencia.” (104). La ideología cumple la función de interpelar al
individuo, para transformarlo –y constituirlo- en sujeto –como portador
de una ideología determinada- el elector.
El Centro De La Disputa: El Gobierno
El gobierno, como lo señala Michel Foucault, es la forma que asume el
Estado durante las últimas décadas. Se diferencia de anteriores
manifestaciones políticas tales como la del soberano o la monarquía en
cuanto su eje central lo constituyen las poblaciones (130). Así Foucault
señala que la gubernamentalidad consiste en un:
“… conjunto constituido por las instituciones, los procedimientos, análisis y reflexiones,
los cálculos y las tácticas que permiten ejercer esa forma bien específica, aunque muy
compleja, de poder que tiene por blanco principal la población, por forma mayor de
saber la economía política y por instrumento técnico esencial los dispositivos de
seguridad.” (Foucault 130).
Foucault señala que este aspecto es lo central dentro de la discusión
actual en torno al Estado, incluso mas allá de las digresiones marxistas
en cuanto a si el Estado es visto como el desarrollador de las fuerzas
productivas o el reproductor de las relaciones de producción, el principal
peligro y preocupación para Foucault es la gubernamentalización del
Estado.
Ha cambiado además, según Foucault, la figura del soberano. Este
anteriormente se encontraba definido por la sabiduría y la prudencia, el
conocimiento irrestricto y apego ante la legalidad –salvo los tiempos de
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golpes de Estado-; sin embargo con el auge de la estadística como saber
científico que permite el conocimiento exhaustivo de las poblaciones, las
habilidades demandadas hacia el soberano han finalizado en un “…
conjunto de conocimientos técnicos que caracterizan la realidad misma
del Estado” (151). Como señala Foucault se ha arribado a la figura del
fisiócrata. Esto resulta relevante ya que con ello el gobierno moderno se
configura como “un aparato de saber”, constituyendo así otra de las
dimensiones esenciales del ejercicio del poder (152).
Antagonismo Y Discursividad En Las Posiciones De Sujeto
Finalmente arribamos a las formaciones sociales que en la actualidad
articulan “lo político”. Para ello nos centraremos en los postulados de
Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. Para estos autores las condiciones
discursivas actuales de emergencia de una acción colectiva contra las
desigualdades se definen en función de subordinación, opresión y
dominación; las primeras se refieren al sometimiento de un agente a las
decisiones de otro, las segundas a relaciones de subordinación que se
han transformado en sedes de antagonismos y las últimas a relaciones
de subordinación consideradas como ilegítimas desde la perspectiva de
un agente social externo a las mismas (261).
Teniendo esta trilogía presente es que dichos autores identificarán la
aparición del discurso democrático como la formación discursiva que
permite articular diversas formas de resistencia a la subordinación y
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harán posible la lucha contra distintos tipos de desigualdad (262). De
esta manera el principio democrático de igualdad y libertad se impone
como nueva matriz del imaginario social y pasa a constituir de esta
manera un “punto nodal fundamental en la construcción de lo político”
(262).
Ellos describen y analizan las luchas sociales que han sido articuladas en
el periodo capitalista, señalando que no son precisamente las de la
“clase” obrera –como tradicionalmente se entiende- las que han sido
radicalmente opuestas al capitalismo (261). En cambio ubican las luchas
del artesanado, llevadas a cabo durante el siglo XIX como las
estrictamente anticapitalistas y esto es posible y explicable en la medida
en que en dicha coyuntura histórica asistimos a un choque y conflicto
entre por lo menos dos formaciones discursivas que se encontraban
disputando la hegemonía: la formación discursiva capitalista –basada en
la industrialización- y la formación discursiva del artesanado –basada en
lo comunitario-; vemos entonces que en dicha época el artesanado ve
amenazado su modo de vida y sus calificaciones por la instauración del
sistema capitalista de producción, generando de esta manera una “…
resistencia a la destrucción de las identidades artesanales y de todo el
conjunto de formas sociales, culturales y políticas de carácter
comunitario que las acompañaban.” (263).
Solo hacia la segunda mitad del siglo XIX y fines de este es que surgirá
en Europa un movimiento obrero generado en el contexto de la
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formación discursiva capitalista. Dicho movimiento, sin embargo,
tenderá cada vez menos a cuestionar las relaciones de producción sino
que en cambio se concentrará en la lucha por la transformación de las
relaciones en la producción; esta es la figura de las movilizaciones
desarrolladas por el proletariado industrial donde “Las relaciones de
subordinación entre obreros y capitalistas son así en cierta medida
absorbidas como posiciones diferenciales legítimas en un espacio
discursivo unificado.” (264)
Ahora bien, ¿que es lo que sucede con esta “clase obrera” –como
formación discursiva- en los actuales momentos de “radicalización
democrática”?, según Laclau y Moffe asistiríamos: “… a una crisis
orgánica que reduce la capacidad hegemónica de las lógicas de la
diferencia, o bien a transformaciones que ponen en cuestión formas
tradicionales de identidad obrera.” (264). Además sucede que: “…
ciertas transformaciones sociales pueden (…) constituir nuevas formas
de subjetividad radical [posiciones de sujeto] sobre la base de construir
discursivamente como imposición externa (…) relaciones de
subordinación que hasta ese momento habrían sido aceptadas como
incuestionadas.” (265); esto explica el surgimiento de nuevas demandas
que resaltan “… el carácter arbitrario de todo un conjunto de relaciones
de subordinación.” (265), que permiten en la actualidad “… la expansión
en nuevas direcciones de la revolución democrática.” (265).
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Este cambio implica que el discurso hegemónico que planteaba la lucha
de clases entre burgueses y proletarios en contextos del capitalismo
industrial ha perdido su condición fundadora de antagonismos, lo cuál
también resulta absolutamente coherente con las nuevas formas que el
capitalismo ha ido adoptando en cuanto a la organización del proceso de
producción y consumo arribando a una etapa post-industrial del mismo.
Esto hace, entre otras cosas, que discursos antagónicos tales como los
articulados por los partidos políticos aparezcan vacíos dentro del juego
discursivo sin poder constituir posiciones de sujeto que permitan resultar
contra-hegemónicas al discurso dominante de la democracia;
debiésemos avanzar entonces a ejercer cada vez e mayor medida
formas democráticas directas, sin mediaciones que busquen definir un
sujeto único como sede de la resistencia.
Bibliografía
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Económica, 2005, pp. 115-155.
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Marzo de 1978”; “Clase del 29 de Marzo de 197 8”, en Seguridad,
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Social: Antagonismo y Hegemonía” y “Hegemonía y Radicalización de
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1987, pp. 105-166; 167-217.
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