ENTREVISTA A CHANTAL MOUFFE
*Realizada por Elke Wagner, para Suhrkamp Anthology 2007 “Política, Protesta y
propaganda”.Editada con autorización del editor y de la entrevistada.
E: Hegemonía y estrategia socialista, el libro que escribió con Ernesto Laclau ha sido
traducido a varios idiomas y ha tenido una enorme influencia en las teorías de “Los
nuevos movimientos sociales”. En Hegemonía, intenta reformular la teoría marxista para
intervenir en discusiones contemporáneas acerca de la naturaleza de lo político. Podría
contarnos un poco sobre la génesis del libro y sus ideas principales? Especialmente, qué
rol juega la noción de hegemonía en él?
Mouffe: Nosotros teníamos dos objetivos principales cuando escribimos Hegemonía y
Estrategia Socialista, que fue publicado por Verso en 1985. Uno era un objetivo político, el
otro teórico. El objetivo político era reformular el proyecto socialista para dar una respuesta
a la crisis del pensamiento de izquierda tanto en sus versiones comunista como social
demócrata. Esta crisis, desde nuestro punto de vista, se daba en parte por la importancia
creciente de los movimientos sociales que han ido emergiendo desde los años 60s, y cuya
especificidad ni el marxismo ni la social democracia habían podido aprehender. Es por eso
que nuestro objetivo teórico era desarrollar una perspectiva que nos permitiera comprender
la especificidad de los movimientos que no estaban constituidos en términos clasistas y que
por lo tanto no podían ser interpretados meramente en clave de la explotación económica.
Estábamos convencidos que esto requería la elaboración de una teoría de lo político. E
intentamos proveer esta teoría conjugando dos aproximaciones teóricas diferentes: la crítica
al esencialismo presente en el post-estructuralismo representada por Derrida, Lacan,
Foucault (pero también en el pragmatismo Americano y en Wittgenstein) y en abundantes
insights del concepto de hegemonía de Gramsci. Esta perspectiva teórica a la que a veces se
refiere como post-marxista también es conocida como teoría del discurso.
E: Cuáles son los principales conceptos de su aproximación?
Mouffe: las principales categorías de nuestra aproximación son, en primer lugar el concepto
de “antagonismo” y en segundo lugar, el de “hegemonía”. El concepto de antagonismo es
absolutamente central en nuestro pensamiento porque afirma que la
negatividad es constitutiva y nunca puede ser resuelta. La idea de antagonismo también
revela la existencia de conflictos para los cuales no hay solución racional. Esto apunta a un
entendimiento del pluralismo que es muy diferente de un punto de vista liberal. Es un
pluralismo que, como el de Nietzche o Max Weber implica la imposibilidad de la
reconciliación final de todas las visiones. Luego, en La Paradoja Democrática (Verso,
2000) propuse llamar esta dimensión irradicable del antagonismo lo político y distinguirla
de otras formas de política que se refieren a las prácticas que apuntan a organizar la
coexistencia humana. El segundo concepto importante es el de “hegemonía”. Antagonismo
y hegemonía son para nosotros los dos conceptos centrales y necesarios para elaborar una
teoría de lo político. Ellos están relacionados de la siguiente manera. Para pensar en lo
político y en su siempre presente posibilidad de antagonismo se requiere reconciliarse con
la falta de un fundamento final, y reconocer la dimensión de la indecibilidad y contingencia
que persiste en todo orden. En nuestro vocabulario esto también significa afirmar la
naturaleza hegemónica de todo tipo de orden social. Hablar de hegemonía significa que
todo orden social es una articulación contingente de relaciones de poder que carecen de un
último fundamento racional. La sociedad es siempre un producto de una serie de prácticas
que apuntan a crear cierto orden en un contexto contingente. Estas son las prácticas que
llamamos prácticas hegemónicas. Las cosas siempre podrían ser de otra manera. Cada
orden es el resultado de la exclusión de otras posibilidades, es siempre la expresión de una
particular configuración de relaciones de poder. Es en este sentido que todo orden es
político. No podría existir sin las relaciones de poder que le dan forma. Este punto de vista
teórico tiene grandes implicancias a nivel de la praxis política. Se suele decir que la
globalización neoliberal es un destino que tiene que ser aceptado. Recuerden cuantas veces
Margaret Thatcher declaró: “No hay alternativa”. Y, desafortunadamente, muchos social-
demócratas han aceptado esta visión y creen que lo único que pueden hacer es administrar
este supuesto orden natural de la globalización de una manera más humana. Sin embargo,
de acuerdo a nuestro enfoque, es claro que cada orden es un orden político que resulta de
una particular configuración hegemónica de relaciones de poder.
El estado presente de la globalización, lejos de ser ‘natural’, es el resultado de una
hegemonía neoliberal y esta estructurada por relación de poder específicas. Esto significa
que puede ser desafiada y transformada y que hay opciones disponibles. Como puedes ver,
este concepto de configuración hegemónica es crucial para imaginar cómo actuar en
política. Revela que siempre puedes cambiar las cosas políticamente, que siempre puedes
intervenir en las relaciones de poder para transformarlas.
E: Cuáles son las consecuencias de este enfoque para imaginar cuáles son las alternativas
a las relaciones de poder hegemónicas existentes en la actualidad?
Mouffe: Lo importante es primero cuestionar la misma idea de que existe un orden natural
que es la consecuencia del desarrollo de fuerzas objetivas, sean éstas las fuerzas de
producción, las leyes de la historia o el desarrollo del espíritu. Para usar el slogan del
movimiento antiglobalización podemos afirmar Otro mundo es posible! Es más, de acuerdo
a nuestro enfoque, otros mundos son siempre posibles y nunca debemos aceptar que las
cosas no pueden ser cambiadas. Siempre existen alternativas que han sido excluidas por la
hegemonía dominante y pueden ser actualizadas. Esto es precisamente lo que una teoría de
la hegemonía ayuda a comprender. Cada orden hegemónico puede ser desafiado por
prácticas contra hegemónicas dispuestas a desarticular el orden existente para así establecer
otra forma de hegemonía. Como seguramente imaginarás, una tesis así tiene importantes
implicancias para el modo en que imaginamos los objetivos de una política emancipatoria.
Si la lucha política es siempre una confrontación entre diferentes prácticas hegemónicas y
diversos proyectos hegemónicos, esto implica que no siempre hay un punto desde el cual
uno puede reclamar que tal confrontación debe ser evitada porque hemos alcanzado una
democracia perfecta. Es por eso que en Hegemonía y Estrategia Socialista reformulamos el
proyecto de la izquierda en términos de una “democracia radical y plural” e insistimos que
esto tiene que ser considerado como un proceso sin fin. Lo que nosotros promovemos es la
radicalización de las instituciones democráticas existentes para hacer los principios de
libertad e igualdad efectivos en un creciente número de relaciones sociales. Nuestro
objetivos, como señalé anteriormente, era considerar las demandas de los nuevos
movimientos sociales. Para nosotros el desafío para la izquierda era encontrar la forma de
articular las nuevas demandas realizadas por las feministas, los antirracistas, el movimiento
gay, el movimiento ambiental con las demandas formuladas en términos de clase. En
relación a esto, otro concepto importante en Hegemonía y Estrategia Socialista era la
“cadena equivalencial”. En contra al tipo de separación total promovida por algunos
teóricos posmodernos, nosotros argumentamos que era necesario para la izquierda
establecer una cadena equivalencial entre todas esas diferentes batallas para que, cuando
los trabajadores definieran sus reclamos, puedan también considerar las demandas de los
negros, los inmigrantes, y las feministas. Esto requiere por supuesto que al momento de
definir sus demandas las feministas no sólo lo hicieran en torno a cuestiones de género y
que consideraran las demandas de otros grupos para crear una amplia cadena equivalencial
entre luchas democráticas. Nosotros reclamamos que el objetivo de la izquierda debería ser
crear una voluntad colectiva de todas las fuerzas democráticas para promover la
radicalización de la democracia y establecer una nueva hegemonía. Tengo que destacar otra
dimensión importante de este proyecto de democracia radical. La idea es romper con la
creencia de que, en las sociedades democráticas occidentales desarrolladas, para avanzar
hacia una sociedad más justa es necesario destruir el orden liberal-democrático y crear un
nuevo orden desde la nada. Aquí estamos criticamos el modelo tradicional leninista
revolucionario y afirmamos que en una democracia plural moderna los cambios
democráticos profundos pueden ser desarrollados a través de una crítica inmanente a las
instituciones existentes. El problema con las sociedades democráticas modernas, desde
nuestro punto de vista, no son sus principios ético-políticos de libertad e igualdad sino el
hecho de que esos principios no son puestos en práctica. Es por eso que la estrategia de la
izquierda en esas sociedades debe actuar sobre la aplicación de estos principios y esto no
requiere un quiebre radical sino lo que Gramsci llama una “guerra de posición” que apunta
a la creación de una nueva hegemonía.
E: Cómo puede esta cadena equivalencial ser puesta en práctica hoy? Qué rol tienen los
sindicatos o los partidos políticos establecidos en esto?
Mouffe: Desafortunadamente la situación hoy, en términos de la posibilidad de radicalizar
la democracia, es mucho menos favorable que 30 años atrás cuando escribimos nuestro
libro. La necesidad de una cadena equivalencial permanece como la tarea crucial para un
proyecto de izquierda pero el terreno ha sido transformado profundamente por el
neoliberalismo. En los comienzos de los 80s el sentido común social-demócrata era un
fenómeno extendido. Nosotros fuimos críticos de los defectos de los partidos social
demócratas y promovimos la radicalización de la política democrática pero nadie imaginó
que los avances realizados por la social democracia fueran tan frágiles. Desde entonces las
cosas han cambiado drásticamente.
A través de las políticas de Reagan y Thatcher el neoliberalismo comenzó su marcha
exitosa y desde entonces ha avanzado significativamente en el mundo. En Inglaterra, el
thatcherismo logró reemplazar la hegemonía social demócrata e instaló una neoliberal que
se mantiene aún hoy. Nos encontramos en la actualidad en una situación en donde nos
vemos obligados a defender nuestras instituciones básicas del estado de bienestar, que sin
embrago fueron anteriormente criticadas por no ser lo suficientemente democráticas.
Recientemente hasta los derechos civiles que constituyen el corazón del orden democrático
han sido atacados como resultado de la llamada “guerra contra el terrorismo”. En lugar de
luchar por la radicalización de la democracia nos vemos forzados a luchar contra un avance
mayor en la destrucción de las instituciones democráticas fundamentales. Qué puede
hacerse? Desde mi perspectiva, un frente de todas las fuerzas progresistas necesita ser
establecido y es necesario que todos los movimientos de la sociedad civil, organizados por
ejemplo alrededor de Attac o el Foro Social Mundial, trabajen juntos con los partidos
políticos progresistas y con los sindicatos. Una vasta cadena equivalencial es necesaria
para establecer mediaciones institucionales necesarias para desafiar el orden hegemónico.
Lo que me preocupa son las resistencias de muchos movimientos sociales para trabajar
junto a instituciones políticas establecidas. Yo he estado involucrada con el movimiento
antiglobalización e importantes sectores dentro de este movimiento tienen una actitud
extremadamente negativa de las organizaciones establecidas. Están influenciados por las
ideas de Hardt y Negri quienes en sus libros “Empire” y “Multitude” argumentan que los
movimientos de la sociedad civil deben evitar comprometerse con instituciones políticas.
Ven a estas instituciones “molares” (término utilizado por Deleuze y Guattari) como
“máquinas de captura” y demandan que las luchas fundamentales tienen lugar al nivel
“molecular” de la micropolítica. De acuerdo a la perspectiva de Hardt y Negri, las mismas
contradicciones del Imperio lo llevarán a su colapso y conducirán a la multitud hacia la
victoria. De hecho, ellos reproducen, en un vocabulario diferente, el determinismo marxista
de la Segunda Internacional, en el que la contradicción de las fuerzas de producción traería
el colapso del capitalismo y el triunfo del socialismo. No hacia falta hacer nada, sólo
esperar el final del capitalismo. La perspectiva del Imperio es similar – por supuesto
adaptado a las nuevas condiciones: es ahora el trabajo inmaterial el que juega un rol central,
y no más el proletariado sino la multitud el agente revolucionario. Pero es el mismo viejo
enfoque determinista. Y esta es la razón por la cual ellos refutan la idea de que es necesario
establecer cualquier forma de unidad política entre los diferentes movimientos. Lo que creo
que es la pregunta política crucial no es nunca analizada por ellos: cómo puede la multitud
convertirse en un sujeto político? Si bien reconocen que los movimientos tienen diferentes
objetivos no reconocen el cómo articular estas diferencias como problema. Por cierto desde
su perspectiva es precisamente la no convergencia entre sus batallas lo que los hace más
radicales: cada batalla está dirigida directamente al centro virtual del imperio. Yo creo que
un enfoque así ha tenido una influencia negativa en diversos sectores del movimiento
antiglobalización en tanto los llevó a evitar el problema político fundamental: cómo
organizarse a través de las diferencias para crear una cadena equivalencial entre las
distintas batallas.
E: Aparte de su crítica al enfoque de Negri y Hardt, en su trabajo reciente ha intentado
agudizar su posición a través de una investigación crítica de algunas de las teorías de lo
político más prominentes que son propuestas por distintos sociólogos o pensadores
políticos. Puede explicar el significado de esta investigación?
Mouffe: Después de escribir Hegemonía y Estrategia Socialista y de haber señalado las
deficiencias del marxismo en el campo de lo político, he querido demostrar que la solución
no reside en el liberalismo porque éste tampoco posee una teoría de lo político. Es por eso
que comencé a discutir diferentes modelos liberales y particularmente el trabajo de John
Rawls, el más importante en la actualidad. Desde mi perspectiva, hay dos razones por las
cuales la teoría liberal no puede visualizar la naturaleza de lo político: primero por su
racionalismo y segundo por su individualismo. El racionalismo junto a la creencia de la
existencia de reconciliación final a través de la razón impidieron el reconocimiento de la
siempre presente posibilidad del antagonismo. Por su parte el individualismo no permitió
captar el modo de creación de las identidades políticas que siempre son identidades
colectivas construidas en la forma de la relación nosotros/ellos. Aún más, el racionalismo e
individualismo dominante en la teoría liberal no permitieron comprender el rol crucial de lo
que yo denomino “pasiones” en la política: la dimensión afectiva que es movilizada en la
creación de identidades políticas. Tomemos por ejemplo la cuestión del nacionalismo. Es
claro que la importancia del nacionalismo no puede ser comprendida sin aprehender cómo
las identidades colectivas son creadas a través de la movilización de los afectos y deseos. Y
por supuesto es por eso que el pensamiento liberal ha tenido siempre dificultades en lidiar
con sus múltiples manifestaciones. Para los liberales, todo lo que comprende una dimensión
colectiva es visualizado como arcaico, algo irracional que no puede seguir existiendo en las
sociedades modernas. No es para sorprenderse que con estas premisas teóricas se
mantengan ajenos a la dinámica de lo político.
E: Y es en este contexto que comenzó a interesarse en el trabajo de Carl Schmitt?
Mouffe: Ciertamente, creo que la crítica que Schmitt hace del liberalismo fue muy poderosa.
Me sorprendió ver cómo la crítica del liberalismo presente en su libro. El Concepto de lo
Político realizada en los años 20s todavía resulte pertinente y aplicable a los desarrollos
posteriores del pensamiento liberal. El argumenta que el liberalismo no puede captar lo
político y que cuando trata de hablar sobre lo político utiliza un vocabulario prestado de la
economía y la ética. Esto encaja perfectamente con los dos modelos más importantes de
política democrática actualmente dominantes en la teoría política: el modelo agregativo por
un lado, y el modelo deliberativo por el otro. El modelo agregativo entiende el dominio
político principalmente en términos económicos. Es en reacción a ese modelo que Rawls y
Habermas desarrollan un modelo alternativo de democracia deliberativa. Pero el modelo
deliberativo utiliza un enfoque ético o moral para pensar la política y tampoco provee una
teoría de lo político. Quiero destacar, sin embargo, que si bien coincido con las críticas de
Schmitt a las deficiencias del liberalismo, mi objetivo es muy diferente. Mientras que
Schmitt ve a la democracia pluralista liberal como un régimen inviable y se mantiene
inflexible en su posición de considerar que el liberalismo niega la democracia y la
democracia niega liberalismo, un aspecto central de mi trabajo ha sido proveer un
entendimiento de la democracia plural que pueda reintroducir la dimensión política. Es por
eso que Schmitt constituye un verdadero desafío para mí y, como el título de uno de mis
artículos lo indica, estoy pensando “con Schmitt contra Schmitt”. Mi respuesta a Schmitt es
precisamente el modelo agonista de democracia donde distingo entre antagonismo y
agonismo. El modo en el que procedí es el siguiente: comencé por reconocer junto a
Schmitt la dimensión antagónica de lo político, por ejemplo, la permanencia de los
conflictos que no pueden tener una solución racional. La relación amigo-enemigo supone
una negación que no puede ser superada dialécticamente. Sin embargo, este conflicto
antagónico puede adoptar distintas formas. Puede expresarse bajo la forma de lo que
denominamos antagonismo propiamente dicho, esto es, bajo la forma schmittiana de
amigo-enemigo. Aquí Schmitt tiene razón al afirmar que tal antagonismo no puede ser
acomodado dentro de la sociedad política ya que puede llevar a la destrucción de la
asociación política. Pero también puede expresarse de una manera diferente que propongo
llamar “agonismo”. La diferencia es que en el caso de agonismo no nos enfrentamos a una
relación amigo-enemigo sino a una entre adversarios que reconocen la legitimidad de las
demandas de sus oponentes. Sabiendo que no existe una solución racional a sus conflictos,
los adversarios de todos modos aceptan un set de reglas acorde a lo que sus conflictos serán
regulados. Lo que existe entre adversarios es una especie de consenso conflictual:
coinciden sobre los principios ético-políticos que organizan su asociación política pero no
acuerdan sobre sus interpretaciones. Hacer esta distinción entre antagonismo y agonismo
me permite, al afirmar la inerradicabilidad del antagonismo, imaginar cómo esto no debe
llevarnos a negar de manera automática el orden democrático plural. De hecho voy un poco
más lejos y afirmo, no sólo que la lucha agonista es compatible con la democracia, sino
también que tal lucha es precisamente lo que constituye la especificidad de la política
democrática plural. Y es por eso que presento el modelo agonista de la democracia como
una alternativa a los modelos agregativos y deliberativos. Desde mi punto de vista la
ventaja de semejante modelo es que al reconocer el rol de los pasiones en la creación de las
identidades colectivas provee un mejor entendimiento de las dinámicas de la política
democracia, uno que reconoce la necesidad de ofrecer diferentes formas de identificación
colectiva alrededor de alternativas claramente definidas.
E: Dónde visualiza la diferencia de su trabajo con el concepto de Sociedad moderna
cosmopolita formulado por Ulrich Beck y Anthony Giddens?
Mouffe: Es claro que de acuerdo a mi modelo agonista, la política democrática necesita ser
partisana y es por eso que soy muy crítica de las visiones de Ulrich Beck y Anthony
Giddens que argumentan que el modelo adversarial de la política se ha vuelto obsoleto y
que necesitamos pensar más allá de la izquierda y la derecha. Para mí el modelo adversarial
es constitutivo de la política democrática. Por supuesto que no debemos imaginar que la
oposición derecha-izquierda posee algún tipo de contenido esencialista y que esas nociones
deben ser redefinidas de acuerdo a diferentes períodos históricos y contextos. Lo que está
verdaderamente en juego en la distinción derecha-izquierda es el reconocimiento de la
división social y de la existencia de conflictos antagónicos que no pueden ser superados a
través de un diálogo racional. No es mi intensión negar que en los últimos años hemos
estado experimentando un creciente desdibujamento de las fronteras entre la izquierda y la
derecha. Pero mientras que Beck y Giddens ven esto como un signo de progreso para la
democracia, yo estoy convencida que este es una evolución que no fue necesaria y que
puede ser revertida. Desde mi perspectiva necesita ser resistida porque puede amenazar las
instituciones democráticas. La consecuencia de la desaparición de una diferencia
fundamental entre partidos democráticos de centro-izquierda y centro-derecha es que la
gente está perdiendo interés en la política. Somos testigos del preocupante declinamiento de
la participación política en elecciones. La razón es que la mayoría de los partidos social
democráticos se han desplazado tanto hacia el centro que son incapaces de ofrecer
alternativas al orden hegemónico existente. No es para sorprenderse que la gente esté
perdiendo el interés en la política. Una vibrante política democrática precisa ofrecer la
posibilidad de tener opciones genuinas. La política democrática debe ser partisana. Para
involucrarse en política, los ciudadanos necesitan sentir que alternativas verdaderas están
en juego. El actual desafecto con los partidos democráticos es muy malo para la política
democrática. En muchos países ha conducido al surgimiento de partidos populistas de
derecha que se han presentado a si mismos como los únicos preocupados en ofrecer
alternativas y dar voz a la gente abandonada por los partidos más establecidos.
Recordemos lo que pasó en Francia en 2002 en la primera vuelta de las elecciones
presidenciales cuando Le Pen, el líder del Frente Nacional, salió segundo y eliminó al
candidato socialista Lionel Jospin. Para ser honesta, esto me impactó pero no me
sorprendió ya venía bromeando durante la campaña con mis estudiantes que las diferencias
entre Chirac y Jospin se parecían a las diferencias entre Coca Cola y Pepsi Cola. Por cierto,
Jospin había insistido en que su programa no era un programa socialista y como
consecuencia mucha gente terminó no votándolo en la primera vuelta. Por otro lado,
muchos votantes descontentos fueron motivados a votar por Le Pen, quien gracias a su
exitosa retórica demagógica logró movilizarlos contra lo que ellos visualizaban como las
elites indiferentes. Me preocupa mucho la celebración del tipo de política de “consenso de
centro” que existe en estos días porque siento fuertemente que esta era de la post-política
esta creando un terreno favorable para el surgimiento del populismo de derecha.
E: También ha llamado la atención sobre el crecimiento de la tendencia de moralizar la
política al reemplazar la oposición entre derecha e izquierda por otra entre bien y mal.
Puede desarrolla esto?
Mouffe: Antes de responder su pregunta me gustaría referirme a otra consecuencia de la
difusión de la oposición entre izquierda y derecha. Cuando los partidos democráticos no le
ofrecen a la gente la posibilidad de identificarse con identidades políticas colectivas,
presenciamos una tendencia de la gente a buscar otras fuentes de identificación colectiva.
Esto se ha manifestado por ejemplo en la creciente importancia de formas religiosas de
identificación colectiva, particularmente entre los inmigrantes musulmanes. Muchos
estudios sociológicos en Francia han demostrado que la declinación del partido comunista
ha sido acompañadoa, especialmente entre trabajadores poco calificados, por un rol
creciente de las formas de afiliación religiosas. La religión parece estar reemplazando los
partidos en la satisfacción de las necesidades de pertenecer a una comunidad al proveer un
“nosotros”, una identidad comunitaria. En otros contextos, la ausencia de identificación
colectiva alrededor de las identidades políticas provistas por la distinción derecha-izquierda
puede también ser reemplazadas por formas de identificación regionalistas o nacionalistas.
En mi opinión, fenómenos de esta naturaleza no son buenos para la democracia porque
aquellas identidades no pueden proporcionar el terreno para un debate agonista. Es por eso
que pienso que es un serio error creer que hemos arribado a una etapa donde el
individualismo se ha vuelto tan extendido que la gente ya no siente necesidad de
identificarse de modo colectivo. Nosotros/ellos son constitutivos de la vida social y la
política democrática necesita proveer los discursos, las prácticas y las instituciones que
permitan que éstos sean construidos políticamente. Este debería ser el rol de las diferentes
concepciones de la ciudadanía. Volvamos ahora a su pregunta sobre la moralización de la
política. Lo que he venido argumentando es que, contrariamente a lo que mucha gente
quiere hacernos creer, la falta de discursos constructores de identidad política en términos
de izquierda y de derecha no han significado la desaparición de la necesidad de la
distinción nosotros/ellos. Semejante distinción subsiste, aunque hoy es establecida a través
de un vocabulario moral. Podríamos decir que la distinción entre izquierda y derecha ha
sido reemplazada por una entre bueno e malo. Esto indica que el modelo adversarial de la
política todavía está presente entre nosotros pero la principal diferencia es que ahora la
política se desarrolla en el registro moral, usando el vocabulario de lo bueno y lo malo para
discriminar entre “nosotros, los buenos demócratas” y “ellos, los malos”. Esto puede ser
visualizado por ejemplo en las reacciones al surgimiento de los partidos populistas de
derecha, donde la condena moral a menudo ha reemplazado la lucha de tipo política. En
lugar de tratar de aprehender las razones de su éxito, los partidos democráticos “buenos” se
han autolimitado al demandar el establecimiento de un “cordón sanitario” para detener el
regreso de lo que ellos ven como “la plaga marrón”. Otro ejemplo de esta moralización de
la política se puede hallar en el presidente George W. Bush, que opuso los civilizados
nosotros y los otros bárbaros. Construir un antagonismo político de este estilo es lo que
llamo moralización de la política. Esto es algo que podemos ver en funcionamiento hoy en
día en muchas áreas diferentes: la incapacidad de formular los problemas que enfrenta la
sociedad políticamente e imaginar soluciones políticas a estos problemas nos lleva a
enmarcar un creciente número de problemas en términos morales. Esto es por supuesto algo
que no es bueno para la democracia porque cuando los oponentes no son definidos en
términos políticos sino morales, no pueden ser visualizados como adversarios sino como
enemigos. Con los malos no hay debate agonista posible, ellos deben ser eliminados.
E: qué rol juegan los medios en la moralización de la política? No es la moralización de
ciertos temas la típica forma en que los medios cuentan historias? No es acaso que la
mayoría de las luchas políticas tienen lugar en los medios o a través de ellos, lo que podría
transformar el carácter de las mismas luchas políticas?
Mouffe: Por supuesto que los medios juegan un rol importante porque ellos constituyen uno
de los terrenos donde tiene lugar la construcción de la subjetividad política. Pero yo creo
que es un error visualizarlos como el principal culpable, acusándolos de ser el origen de la
incapacidad de la izquierda para actuar políticamente. Los medios son básicamente el
espejo de la sociedad. Si existiera un debate agonístico lo reflejarían. No hay dudas del
hecho de que sean muchos los medios que son controlados por fuerzas liberales es un
problema. Sin embargo, están lejos de ser todopoderosos, Como el No al Referéndum a la
Constitución Europea y holandesa demuestra –países en los que los medios promovieron el
Si-, los medios no pueden imponer su punto de vista contra una extendida movilización
popular. En lugar de deplorar el rol de los medios, la izquierda debería reconocerlos como
el sitio donde debe ser luchada la batalla por la hegemonía. Con el desarrollo de los nuevos
medios existen muchas posibilidades para que la gente intervenga directamente y desarrolle
estrategias agonistas. En esta área estoy convencida que mucho puede aprenderse de las
experiencias del llamado “activismo artístico”. Por ejemplo en Estados Unidos en los 80s
mucha gente vinculada al Act Up se comprometió en campañas sobre el SIDA usando
estrategias de marketing para extender la crítica social. Ellos fueron el origen de proyectos
visuales cuyo objetivo era organizar campañas para crear conciencia acerca de los
problemas políticos vinculados con el SIDA como el racismo o la homofóbia, y para
denunciar el poder de las grandes firmas farmacéuticas. La de ellos fue una estrategia
subversiva de re-apropiación de las formas dominantes de comunicación. Por ejemplo, en
Nueva York el Gran Fury Collective utilizó la estética publicitaria para transmitir imágenes
y eslóganes con un alto contenido crítico. Uno de sus proyectos, el póster “Besar no mata”
(1989) exhibido en buses, fue diseñado como un aviso de Benetton representando 3 parejas:
hetero, lesbiana y gay compuesta por gente de diferentes colores con el mensaje: “Besar no
mata. La avaricia y la indiferencia, sí”. Hoy en día es posible encontrar más ejemplos del
uso creativo de los medios en las luchas políticas frente a la hegemonía neo-liberal. Uno
particularmente interesante es la de Yes Men con su estrategia de “corrección identitaria”
que consiste al imitar oficiales de organizaciones internacionales o multinacionales, en
exponer el oculto y oscuro lado de sus políticas. Reconocer el poder de los medios es
también ser conciente de las muchas posibilidades de reapropiacion de este poder. Lo que
la izquierda necesita es más imaginación en su uso de los medios para así transformarlos en
un terreno de confrontación agónica.
E: Cuando piensa en los movimientos políticos prácticos de hoy en día, qué es lo que
inspira su trabajo? Qué tipo de temas y movimientos resultan interesantes para su noción
de lo político?
Mouffe: La batalla más urgente para la izquierda de hoy es imaginar una alternativa al neo-
liberalismo. Muchos activistas y teóricos alrededor del mundo están comprometidos con
semejante tarea, y en algunos lugares como Latinoamérica se han hecho grandes avances en
esa dirección. Si bien hay que reconocer la dimensión global de esa batalla y la necesidad
de de vínculos cercanos y formas de solidaridad, estoy convencida que los problemas
necesitan ser pensados y atacados diferencialmente acorde a los diferentes contextos
regionales. Esto no supone negar que algunos problemas como los concernientes a los
cambios climáticos y el ambiente sólo puedan ser atacados a nivel global, pero creo que es
un error insistir sólo en la dimensión global y negar la existencia de una pluralidad de
formas de vida. Aquí nuevamente coincido con Schmitt en que el mundo es un pluriverso,
no un universo. No creo en la existencia de una forma singular de democracia que puede
proveer la única respuesta legítima a ser aceptada universalmente. Hay muchas maneras en
que la idea democrática puede ser implementada acorde a diferentes contextos. Para los que
vivimos en Europa, el punto de partida no puede ser el mismo que para aquellos que viven
en otras partes del mundo. No es por pretender ofrecer soluciones globales sino por atender
los problemas que enfrentan nuestras sociedades que podemos contribuir a la lucha general
por la democracia. En Europa hoy nuestra prioridad debe ser revivir la confrontación
izquierda-derecha y crear las condiciones para una democracia agonista. Estoy convencida
que esto sólo puede ser hecho a nivel europeo. Es por eso que la dimensión europea debe
estar al centro de la política izquierda-derecha. Los diferentes grupos de izquierda europeos
deben establecer contactos para trabajar juntos por la creación de una fuerte Europa política
que podría proveer una alternativa a las políticas neo-liberales y ofrecer un modelo societal
diferente. Muchos de los problemas que enfrentamos hoy en día provienen del hecho de
que desde el colapso de la Unión Soviética vivimos en un mundo unipolar con la no
desafiada hegemonía de Estados Unidos que ha tratado de imponer su modelo alrededor del
mundo, acusando a todos aquellos que se oponen a este modelo como ‘enemigos de la
civilización’. Como argumenté en “Sobre lo político” (Routledge, 2005) la ausencia de
canales legítimos para resistir la hegemonía americana lo que explica el incremento de
formas violentas de reacción que actualmente estamos presenciando. Frente a aquellos que
argumentan que la solución a nuestros predicamentos reside en el establecimiento de una
democracia cosmopolítica, que visualizo como una ilusión antipolítica, estoy convencida
que lo que hace falta es desarrollar un mundo multipolar. Es por eso que es crucial para
Europa convertirse en una Europa política, un polo regional que pueda jugar realmente un
rol frente a otros polos regionales que están emergiendo en países como China o India.
Existe en el mundo una demanda real para que Europa actúe de manera independiente a los
Estados Unidos y ofrezca liderazgo en diversas áreas. Es momento que la izquierda deje de
ver a Europa como el caballo de Troya del neoliberalismo y comience a trabajar en la
elaboración de un proyecto europeo de izquierda.
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