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Ral Amaral Escritos Paraguayos - Vol. 1 Introduccin a lacultura nacional.
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escritosparaguayos
1Introduccin a lacultura nacional
Esta es una edicin digital corregida y aumentada por la BVP,basada en las edicionesMediterrneo (1984), la edicin de Distribuidora Quevedo(2003), as como de fuentes del autor.
I. S. B. N.Dibujo de cubierta y fotografa del autor: Gerardo Lpez SalvioniFotografas: archivo fotogrfico de Manuel Rivarola Mernes
Se reconocen los derechos de autor, quien ha autorizado en vida esta edicin digitalPermitida la descarga e impresin para uso particular y docente.
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Carta de un filsofo Volver al ndice
"Bs. Aires, 15 Oct. 1984 "Mi querido Dn. Ral Amaral:
"He ledo su libro de un tirn, pese a ser un severo anlisis de un proceso cultural
sometido a definidas periodizaciones: romanticismo, novecentismo, modernismo. Pero se lee
con el inters de una novela o se lo admira como un gran fresco cuyas grandes lneas van
demarcando la identidad de un pas. Desde cualquier ngulo que se mire el fresco, desde
cualquier pgina que se acceda a su libro, uno percibe siempre la unidad del conjunto: la
aventura de una cultura cuyos momentos creadores de ningn modo resultan ser fragmentos o
retazos dispuestos dentro de un "collage" azaroso. Aunque Ud. seale algunos momentos de
ruptura, siempre predomina la continuidad de una historia, la voluntad de una realizacin
colectiva, el alma de un pas.
"Pero esta vida macroscpica del fresco, no impide que se la descubra tambin en los
detalles, en las escenas fugaces, la pintura de los personajes, sus obras, sus vicisitudes.
"La tcnica de la minisemblanza, el dibujo rpido, casi periodstico, de obras y
protagonistas, todo eso est encarado con objetividad y "esprit de finesse". Un arte de escuela
flamenca hay en este libro donde el conjunto es tan preciso como el detalle microscpico. Y
donde la gran imagen de un perodo est remitiendo a la pequea ancdota o a la breve frase
citada de un libro, y a la inversa. Las dos dimensiones se alimentan mutuamente, manteniendo
ambas su individualidad. Excelente arte hermenutico no muy frecuente en la ensaysticahispanoamericana.
"Ud. ha tenido el mrito de haber podido volcar en su obra una actividad literaria de aos,
un saber histrico inmenso. Al cabo de los aos uno acumula, con frecuencia, peso muerto,
hojarasca, pginas circunstanciales. Escribir es un ejercicio de despojamiento. Ese no ha sido
su caso. Ud. acumul un material selectivo que, con el paso del tiempo, sigui vivo: la prueba
es el esplendor de la mayora de sus pginas en las que se advierte, adems, la maestra de
un escritor de primer orden. No vacilo en afirmarlo enfticamente: su estilo es brillante, vivaz,
transparente, nada ampuloso ni grandilocuente, de trazo firme, severidad intelectual pero nomenos apasionado. Estilo de ensayista sin pelos en la lengua, tentado por el tono polmico o
agresivo (sobre todo si se trata de algn pas vecino) pero sin caer en l porque priva siempre
la mesura o porque le interesa ms la verdad que ridiculizar a un adversario. Pginas como las
de los dos primeros ensayos sobre Casaccia son memorables. Y tantas otras.
"A propsito de su saber histrico. Es sencillamente apabullante: fechas, nacimientos,
muertes, parientes de los protagonistas, relaciones, aniversarios, fechas de ediciones y
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reediciones; un prodigioso ejercicio de la memoria que se confunde con el trabajo de la
inteligencia y la voluntad de comprensin de lo particular insustituible, que no puedo dejar de
comparar con nuestro Dr. Pedro Henrquez Urea. l era as: su erudicin no era un material
adventicio sino un modo de dar ms color y sabor a la vida. Lo mismo se advierte en Ud. Sus
datos no juegan al azar sino que siempre ordenan un contexto, hacen ntida una relacin para
mayor comprensin y vivacidad del cuadro cultural. Nuevamente: no hay de ninguna manera
en Ud. una idolatra del dato sino un acto de amor por el hecho particular, la fidelidad a una
vida rica y ejemplar que Ud. quiere salvar de la marea del olvido. El olvido: ese enemigo
maysculo del espritu, de la toma de conciencia de una identidad perdurable. El olvido, ese
compinche de la neo-barbarie.
"Uno advierte que su hermenutica tanto histrica como literaria es objetiva pero no
inerte, es tanto puntillista como omnicomprensiva. Se cuida de no caer en las trampas del
subjetivismo, la ideologa, el resentimiento aldeano, el pueblerino culto al hroe, o el artificial
engorde de acontecimientos comunes. Hay una notable mesura en sus trazos, aun cuando no
ahorre comentarios intencionados sobre los prejuicios cristalizados de una historiografa
egoltrica o perezosa. Quiero decir nuevamente que detrs de su metodologa cuidadosa hay,
sobre todo, un acto de amor a un pueblo, una fidelidad vigilante a su destino que Ud. quiere
comprender y enaltecer...
"No se me oculta la dignidad de la intencin: el que su obra contribuya a una
autoconciencia paraguaya de la propia identidad a lo largo de una historia de sufrimiento,
orgullo y ensimismamiento. En sus pginas se advierten tres grandes llamados: el primero
responde al afn de que el habitante de esas tierras no vuelva la espalda a los ricos contenidos
de su cultura; el segundo responde a la necesaria insercin americana de su identidad
espiritual, y el tercero a su insercin universal. Estas tres vocaciones transitan
permanentemente por el libro de modo ejemplar y lo convierten en un producto noble, un acto
de creacin, un ejercicio iluminativo. Y sobre todo, inscriben su nombre, estimado Dn. Ral
Amaral, en la tradicin de los grandes humanistas preocupados por el destino de nuestra
Amrica".
Victor Massuh1
1N. de la D.: El Prof. Dr. Vctor Massuh es un eminente filsofo argentino y un pensador de prestigio en nuestra Amrica. Ha sido, adems,embajador de su pas en la UNESCO.
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Explicacin Volver al ndice
Los temas propios de este libro estn vinculados a una idea de conjunto que ha procedidode las investigaciones culturales y bibliogrficas emprendidas por el autor desde casi cincuenta
aos a esta parte. Esto quiere significar que ellos siguen una lnea de unidad que en definitiva
habr que comprender todo el proceso de la cultura nacional o, cuanto menos, su evolucin
moderna.
Aunque los estudios incluidos aqu corresponden a pocas distintas se ha considerado
oportuno reunirlos no de acuerdo a un orden cronolgico que permita agruparlos conforme al
tiempo en que fueron redactados, sino en captulos que se refieren al quehacer de esta cultura,
a su lento pero efectivo transitar por lmites de creacin, en lo que hace a su vecindad
rioplatense y a su proyeccin hispano-americana.
En la mayora de los casos estas pginas incorporan de preferencia a determinados
autores por sobre aquellos nombres cuya justificacin podra encontrarse, ms que nada, en la
perdurabilidad de su tarea histrica. Pero no por ello ha de considerrselos fuera de ese
proceso, ya que su ausencia determinara un verdadero vaco, difcil de explicar por su misma
trascendencia.
El sector destinado a Los Precursores incluye a Ruy Daz de Guzmn y al Dr. Francia no
porque pudieran haberlo sido de la subsiguiente etapa dedicada al Romanticismo, sino porque
sus antecedentes los ubican como antecesores en el hacer de una cultura que despus deellos comenzara a advertir los sntomas de una aleacin no drstica pero s efectiva, an en
pequea escala por entonces y hasta poco despus.
Los aportes alusivos al Romanticismopropiamente dicho se inician con el emprendimiento
cultural de don Carlos Antonio Lpez, desde la fundacin del aula de Filosofa y la aparicin de
la revista La Aurora hasta el reintegro al pas de las hermanas Speratti, pasando por la
actuacin de algunos escritores que en mucho no superaron la lnea del siglo XX.
Entre los maestros nacionales que condujeron el avance de toda una generacin debe
citarse, indudablemente, a Cecilio Bez, titular de la famosa y an no del todo desentraada
polmica histrica de octubre de 1902. Importa sealarlo, adems, por no haber sido -a pesar
de aquellas circunstancias y porque razones de poca se lo impedan- antes que un
novecentista nato, su ms firme orientador hasta la quiebra generacional ya mencionada.
En cuanto a la proyeccin del Novecentismo, bien se sabe que aunque su trayectoria se
inicia con los albores del siglo, la prolongacin de su influencia llega hasta las vsperas de la
guerra del Chaco, suceso ste que corta en dos la vida paraguaya, terminando con ese
conflicto la vigencia de una modernidad iniciada en la posguerra del 70.
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La presencia de varios de sus integrantes, a travs de rpidos apuntes, anticipa los
captulos que les estarn destinados en la segunda parte de esta obra, complementndose as
la interpretacin de un mismo proceso de cultura por medio de sus nombres ms
representativos.
La parte dedicada a la evolucin del Modernismo toca igualmente la actuacin de
escritores de militancia definida en ese movimiento y en aos distintos, segn es el ejemplo de
Faria Nez y Ortiz Guerrero, que participaran de los comienzos, el primero, y de los tramos
finales el segundo, simbolizando a la vez dos posiciones: la de captacin externa, por un lado,
e interna por el otro.
La prosa que trata del insoslayable testimonio de Facundo Recalde sobre Ortiz Guerrero,
volcada en pginas tan lejanas como olvidadas, tiene su continuacin en el captulo siguiente
en el no menos valioso de Oscar Ferreiro respecto de Herib Campos Cervera, quien se iniciara
como poeta modernista pero cuyo carisma (de acentuacin personal) y cuya obra pertenecen ala promocin denominada "del 40", no obstante su notoria diferenciacin cronolgica.
Se cierra la serie con Otras Pginas, que por cierto no corren separadas sino virtualmente
unidas al conjunto. En tal sentido conviene aclarar que los trabajos relacionados con don Arturo
Alsina y con la novelstica de Gabriel Casaccia, han servido de prlogo a dos obras totalmente
agotadas y puestas bajo el sello editorial ya desaparecido.
Y como de acuerdo al refrn "los ltimos sern los primeros", quedan para el final las
palabras que conforman la Introduccin, la que no pretende ser ms que un anticipo del
desenvolvimiento de esa evolucin y de las consecuencias que tuviera en etapas posteriores,
ms prximas a nuestro tiempo.
Este libro, en su serie inicial, quiere simbolizar el compromiso del autor tanto con la
historia como con la interpretacin terica del proceso cultural estudiado, de cuyos tramos
actuales y a lo largo de ms de cinco dcadas ha credo ser, antes que testigo indirecto, actor
de un emprendimiento cuya vigencia todava dura. Por ello puede afirmarse que estas pginas
no comprenden una especie de "paseo arqueolgico" por las edades muertas de nuestras
letras, sino la recreacin de varios de sus fragmentos. .
Conviene aclara tambin que ESCRITOS PARAGUAYOS debe su ttulo a la voluntad
intransferible de haber sido pensado y redactado en el Paraguay, con el espritu orientadohacia el destino de esta comunidad nacional, de la que el autor se considera tan antiguo como
indoblegable servidor.
(rl.al.)
Isla Valle de Aregu
28 de julio de 2001.
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Los fundamentos tericos de estos trabajos tienen lejanos orgenes: deben sealrselos
a partir de diciembre de 1954, cuando el autor logra esbozar, desde su residencia aregea de
Isla Valle, los primeros lineamientos, por entonces circunscritos a la evolucin propia de la
literatura nacional. Ms tarde y desde 1968, aqullos quedarn notoriamente ampliados al
sumrseles captulos que se relacionan con las bases histricas, sociolgicas y educacionales
de la cultura paraguaya.
Con el correr de los aos y la parcelacin de las pocas por las que los mismos fueron
atravesando se logra un ms seguro ajuste, el que permitir, a la vez una adecuada separacin
entre lo meramente expositivo de un Curso -que a eso estuvo destinado el plan 1969-1970 y el
trazado de un esquema previsto para integrar la estructura de un libro.
Tales elementos pasarn despus a reunirse en tres captulos, con sus
correspondientes subdivisiones, sin que esto signifique la prdida de la unidad de conjunto.
Debe advertirse por igual que esas particiones temticas no responden a una disposicin
caprichosa sino al propsito de orientar el proceso de la cultura nativa hacia ms amplios
niveles (regin, continente) dentro de un orden referido a las esencias universales.
A ese respecto se hace necesario aclarar que los ensayos ofrecidos con anterioridad por
otros autores estn lejos de justificar la verdadera imagen del pas, ya que ellos se han
manifestado a travs de pautas de no difcil delimitacin, pero a los que por lo comn suele
soslayrselos en beneficio de un menor esfuerzo, que casi siempre traduce resultados de
copia.
No escapa a la atencin del autor, ni a su mismo inters como investigador, la
circunstancia de que al iniciar este trabajo con los precursores y con el romanticismo habrande quedar en la sombra vastas zonas que abarcan desde el Mundo Guarantico -de suyo
ineludible- hasta la realidad de la Colonia primero y de la Independencia despus.
En este caso se ha preferido acudir a especificaciones ms accesibles, no tan
aquejadas de historicismo, aunque no menos urgidas de aclaracin en lo particular. Quedan
comprendidas como tales -no estar dems recordarlo- aquellas que puedan ofrecer elementos
ms aproximados a una interpretacin que trascienda las fronteras geogrficas o polticas y
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que consiga poner al Paraguay en trance de superar su antigua retraccin, en cuyos resultados
lo mediterrneo apenas si juega un papel secundario.
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Es as que romanticismo, aunque la aparicin temporalmente tarda por causas no
exentas de explicacin -justificativos aparte- a lo largo del accidentado proceso de esta
nacionalidad, podra servir de punto clave para una definicin que sobrepase los lmites
naturales y las restricciones observadas en su propia trayectoria.
Se trata de saber qu vnculos o qu desencuentros han unido o separado a los
integrantes de ese agrupamiento del quehacer de otras nucleaciones romnticas de nuestra
Amrica, partiendo de las ms cercanas. Y qu es lo que, en resumen, ha anudado odistanciado al romanticismo paraguayo de los que a su hora surgieran en la Argentina o el
Uruguay.
Si bien este captulo romntico -en su rigurosa acepcin- se detiene en los lindes del
900, habr que reconocer la supervivencia de una prolongacin posromntica que,
demorndose en una poca distinta y con diferenciacin de personas y matices, se mantendr
hasta 1915, an cuando en una valoracin comparativa externa esto pudiera representar un
flagrante anacronismo.
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El novecentismo, por su lado, muestra no meras frmulas escritas, ni simples
expresiones propias de los finales del siglo -ya que por su misma ndole estaba en el deber de
asumir ciertas actitudes de rebelda juvenil- sino todo un tiempo de actuacin, en el que figuran
incluidos el estilo y los modos de una poca determinada de la vida nacional o, en ltimo
trmino, de la ciudad-capital, convertida en obligado puerto de cultura.Y de idntica manera a cmo el romanticismo asume continuidades a primera vista
truncas (neoclasicismo y pre-romanticismo, entre ellas) la tarea de ese novecentismoabarcar
expresiones de variada conformacin que comprender, en un mismo nivel, a las de carcter
fragmentario y a aquellas que desde un principio permanecieran incompletas.
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No hubo entonces polmica alguna que pudiera crear un rumbo generacional, ni la
proposicin de una reforma de fondo -siquiera en el mbito educativo universitario- que a su
vez aireara o modificara los ideales del novecentismo, que a esas alturas algunos desgastes
haban sufrido. Todo se redujo a proseguir o adoptar los encauces propios de una evolucin en
declive. Esto se observa con facilidad en el terreno de la literatura y hasta tiene su explicacin
concreta en el hecho de que el primer grupo modernista, es decir, el que inicia el modernismo,
parte del propio novecentismo (1901) y configura uno de sus ms importantes experimentos
generacionales.
Pero en el sector de las ideasno ocurre lo mismo porque comienzan a delinearse en l
ciertas posiciones que, si bien no se muestran antagnicas, tampoco lo sern de plena
concordancia. ste y no otro es el motivo por el cual no pueda ser reconocida como
tpicamente modernista una exclusiva etapa literaria, sino -y ese es el caso del novecentismo-todo un movimiento que se inicia con las primeras seales del posmodernismo-convertido en
mundonovismopor algunos poetas significativos- desde 1920 en adelante y que confina en la
ruptura que produce la posguerra del Chaco.
Lecturas de Maeterlinck y Boutroux (con anterioridad se haba producido el impacto de
Bergson) singularizan a esta poca, que terminar recalando en las difundidas meditaciones de
Ortega y en el historicismo de Croce. En lo que a las letras alude, las preferencias se dirigirn
hacia una lnea que va de Baroja a Lorrain, en prosa, y de los modernistas rioplatenses
(Lugones, Herrera y Reissig) a algn lejano mundonovista como el mexicano Gonzlez
Martnez, en poesa. Esto no implica dejar de insistir en la aclaracin -que aqu mismo se
formula- de que en cuanto a creacin el modernismo no retras su arribo al Paraguay, teniendo
en cuenta que su influjo se extiende hasta la muerte de Rubn Daro (1916) y mucho ms all,
como lo indica Max Henrquez Urea, pues habra de verificarse con el precursorato (y en su
caso, magisterio) de Goycoechea Menndez, Lpez Decoud y Domnguez, desde 1901, y con
los poemas declaradamente modernistas de Marrero Marengo, Toranzos Bardel, Freire
Estves y Roberto A. Velzquez, entre 1904 y 1907.De tal manera se demuestra, que el advenimiento del modernismo se produce doce
aos antes de la aparicin de la revista Crnica y a slo cuatro de la edicin de Cantos de
Vida y Esperanza, de Daro, y Los Crepsculos del Jardn, de Lugones, ambos de 1905.
Mas, si romanticismo y modernismo pueden representar etapas sobre cuya definicin no
existen dudas por su carcter de expresiones literarias -puesto que no han sido ms que eso-
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no pasa igual cosa con el novecentismo, que, en cambio, comprende todo un ciclo, tributario a
su vez de otro sumamente extenso, que ya hemos dimensionado y que abarca nada menos -no
est dems repetirlo- que la marcha corriente de treinta y cinco aos, superando en mucho
hasta el propio ciclo vital de varios de sus componentes.
An as ser preciso recalcar que la coexistencia -un tanto paradjica- con modernismo
y posmodernismo -el primero de ellos, como hemos visto, generado en sus entraas-, no se
debe a simple casualidad sino a su propia y extensa condicin de movimiento.
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El recuento respectivo finaliza en 1935, admitiendo su prolongacin a un lustro ms tarde.
Porque en lo que a esa fecha atae, habr que decir que no es slo la vida institucional delpas la que ve interrumpida su continuidad.
Se trata nada menos que del resquebrajamiento de un mundo -especialmente en el
orden poltico, econmico y social- venido del desconcierto de la posguerra del 70 y de las
ilusiones originadas en la panacea constitucional (el cumplimiento estricto de la Constitucin,
por otra parte de inspiracin fornea, que por arte de magia conjura o resuelve todos los
problemas) no pudo alcanzar, por acto de simple existencia como suponan los romnticos y
sus inmediatos sucesores -encandilados por los modelos norteamericano y argentino- a la
contencin de desbordes y a la solucin de las contradicciones que la vida misma crea, en
forma de anticuerpos enquistados en su propia sociabilidad. Manifestado esto a nivel de los
que en distintas pocas se han autodenominado hombres prcticos, para quienes la nica
teora aceptable era la que emanaba de la Carta Magna, a pesar de que en no escasas
oportunidades ella fuera ignorada o violada a sabiendas -por razones igualmente prcticas- y
no obstante estar presente en las invocaciones pblicas de los mandatarios juramentados para
respetarla.
Incluso ese constitucionalismo se transform en una rama casi potica del Derechocuando uno de sus ms eminentes maestros, el doctor Manuel Domnguez, tuvo que ir a
compartir con las alimaas del Chaco -segn expresara don Arsenio Lpez Decoud- sus
fervores por aquella disciplina, aludiendo, sin eufemismo alguno, a un confinamiento sufrido,
con ese motivo, por el mencionado pensador novecentista.
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Por supuesto que no ubicamos all, en la atmsfera propicia a los escarceos de los
hombres prcticos, a aquellas mentalidades doctrinarias que, sin mucho xito pero con
indudable entereza moral, actuaron a travs de esos setenta aos esquivando, en no pocos
trances los asedios de una poltica basada en el ejercicio del mbaret, y avituallada o
alimentada hasta en las mismas filas a que aquellos pertenecan.
Esos nombres -desde luego que sin desmedro de otros- pueden ser salvados de la
indiscriminacin comn por haber sido los encargados de rescatar, en momentos dramticos,
el ideario de un Paraguay capaz de evidenciarse con respecto de las respectivas procedencias
partidarias, sin necesidad de atizarlas o enfrentarlas.
La lista que a ese propsito y cindose a rigurosa cronologa, podra trazarse no
resultar muy extensa, aunque s selecta, de acuerdo al siguiente orden: Juansilvano Godoi,
Jos Segundo Decoud, Cecilio Bez, Jos de la Cruz Ayala (Aln), Manuel Domnguez,
Fulgencio R. Moreno, Blas Garay, Gualberto Cards Huerta, Juan E. OLeary, Eligio Ayala,
Ignacio A. Pane, Ricardo Brugada (h), Lisandro Daz Len, Juan Stefanich, Federico Garca,
Adriano Irala, Pedro N. Ciancio, Pedro P. Samaniego, Anselmo Jover Peralta, Justo Prieto y
Natalicio Gonzlez.
Un giro sin precedentes, no por cierto un tmido paliativo reformista, tendra que haberse
producido irreversiblemente como consecuencia de la inevitable mutacin de valoraciones
universales, a las que el pas no haba podido permanecer ajeno. Todo un mundo degrandezas y apariencias (cuyo desgaste ha desmenuzado Gabriel Casaccia en sus novelas)
amenaza derrumbarse sin remedio. Es que, por nueva y terrible paradoja, la victoria de la
guerra del Chaco se convierte en derrota para quienes la orientaron y condujeron. Desde
aquellos tiempos la vida nacional ha de ser otra y es por eso que el Paraguay se ve en la
situacin de asimilar tambin aquella experiencia, la que a su vez pasar a tener distintos
lineamientos y un diverso destino.
Para mal de los males tres de esas mentalidades de excepcin -por lo que fueron- que
hubieran podido llevar el proceso a buen fin, cada cual desde sus distintas posiciones,
desaparecieron jvenes an, en un lapso de apenas trece aos (1920-1933): Ignacio A. Pane,
que muri a los 39, en pleno prestigio intelectual y lucidez terica; Eligio Ayala, a los 50,
despus de haber desempeado la presidencia de la Repblica con un afn slo comparable al
de don Carlos Antonio Lpez, y Adriano Irala, a los 40, cuando no terminado su brillante
liderazgo universitario y patritico, cae vencido por enfermedad contrada en la contienda
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La interpretacin doctrinal -vinculada al pas- que implcitamente se manifiesta en estas
pginas, tiende a favorecer el concepto de que es preciso presentar a la cultura paraguaya en
toda su dimensin, sin olvidar la misin americana que le es consustancial.
E insistimos, una vez ms, en la idea de que el plan ha sido concebido con el propsito
de informar para formar, regla de oro de toda buena pedagoga, aunque aqu lo pedaggico
quede reducido a la intencin de ordenar y sistematizar conocimientos, ms que a imponer una
norma o trazar el camino de esta o aquella enseanza.
En el cumplimiento de esa funcin confesamos que no nos ha interesado la presencia
de algn interlocutor en abstracto, sino la del hombre de carne y hueso (como quera
Unamuno), que aunque annimo, indiscriminado y hasta sin rostro aparente, procura -sin quenosotros muchas veces lo sepamos- arribar a la terra incgnitade una cultura que cuenta con
ms de cuatro siglos de existencia, pero que tiene como haber a cubrir esta quemante
situacin: que ms es lo que se ignora que lo que se sabe de ella.
(1984)
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deja consignado, y est en lo cierto. Su denominacin completa, como puede advertirse en el
texto, es: Anales del Descubrimiento, Poblacin y Conquista de las Provincias del Ro de la
Plata, o sea que no aparece circunscrito a determinada zona sino a una extensin territorial
mucho ms amplia y que es la que histricamente corresponde.Y si se acude a su designacin moderna, ms razn se hallar para aceptar su origen
rioplatense. Enrique de Ganda, en el prlogo a la edicin Estrada, afirma que Ricardo Rojas
"ha probado" que La Argentinaes el ttulo autntico. Desgraciadamente para sus pretensiones
proteccionistas -no obstante conocer muy bien la historia del Paraguay- nada prob don
Ricardo Rojas, cuyos afanes historiogrficos y aun crticos no han superado los lmites de la
imaginacin.
Con encomiable honestidad, el fillogo argentino Dr. Angel Rosenblat -una de las
autoridades en la materia- ha formulado la necesaria aclaracin sobre el nombre. Refirindoseal hecho de que el autor no acudiera ni por una sola vez a la denominacin de La Argentina,
indica cual ha sido el verdadero ttulo que no es otro que el ya mencionado.
Y agrega ms adelante el ilustre investigador que "el ttulo que hasta hoy le ha dado la
tradicin se debe gratuitamente a los copistas e historigrafos del siglo XVIII, que difundieron
los cdices en versiones muy dispares, con enmiendas e interpolaciones, por todo el
virreinato, y que para emparentarla como fuente histrica con La Argentina impresa, de
Centenera, la llamaron Argentina Manuscrita, y aun simplemente la Argentina de Guzmn.
"Comodidades de nomenclatura que han impuesto un ttulo -agrega el Dr. Rosenblat- en que elautor no haba pensado nunca y que parece inconcebible en una obra del siglo XVII, que es
casi una crnica familiar".
Obra clsica y primera escrita por un autor con sangre mestiza, algunas excelencias ha
guardado que le permitieran trascender y seguir ofreciendo un cuadro viviente y colorido de
aquellas edades en que anduvieron mezcladas, a, veces sin solucin de continuidad, la
devocin y la violencia. Corresponde por eso afirmar que esas pginas suyas encierran algo
ms que una justificacin venida de las fuentes de la historia regional. Pero an dentro de ese
espritu ha sido estimado como de un valor ms concreto que el de otros cronistas de Indias.
Esto no evita sealar que con relacin a su proyeccin y a su influencia las opiniones, en ese
aspecto, estn divididas.
Para Enrique Anderson lmbert se trata de un cronista "tardo", que cae en la tarea de
recoger leyendas y adjudicar un aire de fbula a episodios reales.
Acierta, en cambio, cuando descubre la veta literaria semioculta en la obra de Ruy Daz
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de Guzmn: "La Maldonada", reminiscencia de Andocles y el len, habra sido tomada del Libro
de los ejemplos de Snchez de Vercial, aparecido a principios del siglo XV. Luca Miranda, a su
vez, introduce en el relato un nuevo factor: el del indio que captura mujeres a los espaoles,
cuando que lo corriente vena siendo al revs. Y agrega que el autor "nos habla de pigmeos,amazonas, milagros, lgico, escenas llenas de color y de vida", aparte de cierta dosis de
emocin y realismo.
Mientras Natalicio Gonzlez recuerda que "sus relatos aparecen salpicados de alegres
cuadros del paisaje tropical y que (su autor) parece sentir cierto placer en estas descripciones",
el citado Enrique de Ganda destaca su calidad de "documento filolgico, que es, o pretende
ser, algo ms que un testimonio. Reconoce que esos Anales muestran cmo se hablaba y se
pensaba en el Ro de la Plata y Paraguay a fines del siglo XVI y comienzos del XVII, y confirma
que "es un modelo como lo son muchas obras del siglo de oro espaol". Otros mritos pone deresalto, entre los que se cuenta el hecho de que la lengua espaola fuera aprendida por Ruy
Daz de Guzmn en el Paraguay, ya que nunca abandon su tierra. Por ltimo se duele que en
la historia del espaol en Amrica los fillogos lo hayan olvidado por completo.
Este libro, en apariencia una simple narracin despojada de virtudes literarias, contiene
anticipos que tocan al mundo de la creacin pura. Empezaremos por enumerar las leyendas
que all figuran y que quieren ser algo ms que un recurso de la imaginacin: la de "La
Maldonada"; la de las Amazonas, pueblo de mujeres solas y belicosas; la ya citada y muy
conocida de Luca Miranda, que entre nosotros analizara, con el propsito de hallarleverosimilitud, el Dr. Manuel Domnguez.
Tambin pueden observarse "visiones", como aquella de los espaoles, que despus de
haber derrotado a 400 indios, estaban "desordenados y rendidos", pero obnubilados an por la
visin de un hombre vestido de blanco, con una espada desnuda en la mano, les cegaba la
vista y los paralizaba de temor. La fantasa alude, asimismo, a las piedras de colores del
Guair (que merecieron un estudio del Dr. Viriato Daz-Prez) para confinar en los gigantes de
"monstruosa magnitud" que encontr Magallanes. Uno de ellos, cautivo, al quedar maniatado
se disgust tanto que no quiso comer y, con palabras de Ruy Daz de Guzmn, "de puro corajemuri".
Para un final de zoologa fantstica-al gusto de Borges- quedar su referencia a aquella
"monstruosa culebra" o gnero de serpiente que pona gran terror y espanto en todos los que la
vean. Su descripcin merece los honores del gnero: "Era muy gruesa y llena de escamas; la
cabeza muy chata y grande, con disformes colmillos; los ojos muy pequeos, tan encendidos
que parecan centellear; tena de largo 25 pies, y el grosor por el medio como un novillo; la cola
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tableada de negro y duro cuero, aunque en parte manchado de diversos colores: la escama era
tan grande como un plato, con muchos ojos rubicundos que la hacan ms feroz; y lo era tanto
que ninguno la mir que no se le espeluznase el cabello".
Y quin era el autor de estos Anales rioplatenses?Un hijo de madre mestiza, el smbolode un aparente conflicto de sangres y razas. Se le ha reprochado a Ruy Daz de Guzmn su
"espaolismo" y hecho hincapi en su adhesin a la causa de sus ascendientes europeos.
Mas, cabe afirmar que los guaranes -sus tambin antepasados, puesto que su abuela materna
lo era- no concitaron su animadversin ni su ojeriza.
Menciona a sus tribus entre las siempre amigas de los espaoles, a la vez que seala la
enemistad de otras parcialidades como las de tupes y guaicures. Alude al aprendizaje que
hiciera Alejo Garca de "la lengua de los carios, que son los guaranes" y tiene una evocacin
para los primitivos habitantes de las islas del delta del Paran, a los que no sin cierta raznadjudica condicin bonaerense: "Llegaron al puerto de aquella ciudad -dice- tres canoas de
indios guaranes, naturales de las islas de Buenos Aires, con un principal llamado amand".
Tambin los mestizos estn presentes en l, como para obligarlo a no olvidar que
desciende de ellos. Pedro Henrquez Urea los ha filiado de esta manera: "Hombres, entera o
parcialmente de raza india, se destacaron como escritores o artistas durante el perodo
colonial, as Ruy Daz de Guzmn". Y reconoce el maestro dominicano que -con ms razn
ubicndose en aquella poca- "resulta difcil trazar una tajante lnea divisoria entre el criollo,
como descendiente puro de europeos, y el mestizo, como hombre de sangre mezclada".Tambin seala que lo de criollo inclua una categora social transmisible aun a los que
tuvieran sangre india, pero que socialmente hubieran evolucionado, y advierte que "los
mestizos constituan una especie de clase media naciente". Concluye acotando que "el choque
ms violento no se dio entre criollos y mestizos, sino entre ambos grupos y los europeos,
debido, sobre todo, a la preferencia que estos ltimos tenan por la provisin de puestos
oficiales, en contra de lo dispuesto por las leyes".
Ruy Daz de Guzmn recuerda a sus hermanos de raza: "Tuvieron las mujeres que les
dieron los naturales a los espaoles, muchos hijos e hijas". La estampa de los mancebos de la
tierra, mueve en sus pginas no slo a comprensin sino a simpata; la descripcin de aqu
traza es sta: "...son comnmente de gran valor y nimo, inclinados a la guerra y a las armas,
las cuales manejan con mucho acierto y destreza" (...) "son tambin buenos hombres de a
caballo de ambas sillas, y por su entretenimiento doman un potro; sobre todo, muy obedientes
a sus mayores, leales con Su Majestad".
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Este es el perfil de aquellos calificados de "tumultuarios", que encabezaran la rebelin de
los Siete Jefes en Santa Fe, en junio de 1580; los que dieran su matiz americano a las
insurrecciones comuneras de Asuncin y Corrientes, siglo y medio ms tarde. Ruy Daz de
Guzmn, retocando su natural inquieto y rebelde, los ha embellecido para la leyenda cuandocorrega los originales de su libro, all en sus altos aos. Y de las mujeres qu opina de
aqullas que fueron como la imagen de su propia abuela, Ursula Irala, mestiza tambin?: "Las
mujeres -expresa- son de buen parecer, hbiles en la labor y costura; nobles, de condicin
afable, discretas, y sobre todo virtuosas y honradas".
Y ahora surge otra pregunta: Cul es la tierra originaria de Ruy Daz de Guzmn, tal
como l la senta? Algunos escritores de historia y literatura del Ro de la Plata lo consideran
argentino, sin probanza alguna, con ese espritu de apropiacin indebida que los caracteriza
para cubrir la indigencia de sus precedentes coloniales, que estn en el Paraguay, aunquesimulen no saberlo. Por qu esta situacin? Simplemente porque copistas desaprensivos -
como lo ha probado el Dr. Rosenblat- dieron en denominar La Argentina a su obra.
Cuando nace Ruy Daz de Guzmn, entre 1554 y 1560, la primera Buenos Aires ha sido
desmantelada ("plantaron cuatro ranchos trmulos en la costa", dice el poema fundacional de
Borges) y es as que el centro civilizador rioplatense queda concentrado en la Asuncin. Por
aquel entonces Buenos Aires no exista y el gentilicio de argentinoslo viva en las estrofas de
Barco de Centenera, que no aluden a zona o pas alguno determinado. Desde la fundacin
asuncena (agosto de 1537) hasta la conocida particin propiciada por Hernandarias (1620),median nada menos que 83 aos, y desde esta fecha hasta la creacin del Virreinato del Ro
de la Plata, unos 175.
Por consecuencia, el Paraguay nunca pudo haber sido "provincia argentina" o parte del
territorio de ese pas, como pretendieran al unsono casi y para mayor contradiccin, el
gobernador Juan Manuel de Rosas y los liberales porteos (Mitre, Rufino de Elizalde).
Es en trminos cariosos que se refiere Ruy Daz de Guzmn a su regin asuncena.
Nada hay de inslito en ello porque por aquellos tiempos "patria era la ciudad". En el prlogo a
su libro, dice el autor: "Desde que recib tan afectuosos sentimientos como era razn por
aquella obligacin que cada uno debe a su misma patria". Ganda reconoce que Ruy Daz de
Guzmn "imagin su historia por amor a Espaa y a su patria, el Paraguay. El mismo lo declara
con palabras de un valor altsimo", y agrega: "Ntese la palabra patria. El concepto de patria
aparece por primera vez en la literatura histrica rioplatense. De ahora en adelante podr
decirse que un mestizo paraguayo fue el primero en sentir, confesar y escribir la idea de patria".
E insiste Ganda: "Damos gran importancia a esta comprobacin porque es el arranque de la
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historia del concepto de patria en el Ro de la Plata y Paraguay". O ms honestamente dicho:
que la idea de patria subsistente en el Ro de la Plata parte del Paraguay. Cundo los
historigrafos rioplatenses reconocern, en plenitud, esta evidencia?
Habremos de recordar, adems, que igualmente cargadas de contenido emocionalaparecen las descripciones que el autor hace de la Asuncin, cuna de su nacimiento y regazo
de sus das finales: "Est fundada sobre el ro Paraguay, en la parte del Este, en tierra alta y
llana, asombrada de arboleda, y compuesta de buenos campos".
Finalmente reconoce en ella condicin materna: "...es abundantsima de todo lo necesario
para la vivienda y sustento de los hombres; que por ser la primera fundacin que se hizo en
esta provincia me pareci no ser ocioso tratar en este captulo de las calidades de ella, por ser
madre de todos los que en ella hemos nacido y de donde han salido todos los pobladores de
las dems ciudades de aquella provincia". Ms claro, imposible: se consideraba asunceno, y enmayor medida, paraguayo. Dicho esto para aclarar intentos vecinales y tornar de tal modo
insostenible la recordada tesis de Ricardo Rojas, un provinciano argentino a quien extraviaron,
algunas veces, las luces porteas.
Tal ha sido la profesin de fe nacional -llammosle as- de aqul a quien Ignacio A. Pane
calificara de "primer escritor paraguayo". Su misma obra sera exhumada por Pedro de Angelis
en tiempos en que la nebulosa predominaba en torno a su lejano precedente bibliogrfico, y
recordado su autor con esta significativa premonicin: "Nada ms se sabe sobre la vida de este
escritor, cuyo nombre brillar en los fastos literarios de estos estados".
Y un recuerdo final. Al aludir a las diferencias habidas entre las primeras ediciones y
refirindose a la lengua verncula, Florencio Varela manifestar desde Montevideo, en 1846:
"Ntase bastante variedad en los nombres guaranes; y si hemos de estar a los informes que
nos dio el impresor de la Asuncin, el mismo seor Lpez, presidente de la Repblica
Paraguaya, cuid de la correccin de aquellos nombres indgenas".
Ningn homenaje mejor que el del presidente prcer pudo haber recibido el mestizo
paraguayo Ruy Daz de Guzmn.
NOTA: Las fuentes bibliogrficas directas, utilizadas para este trabajo, ledo por Radio
Charitas de Asuncin el 17 de junio de 1974, incluyen slo aquellas obras que hasta esa poca
fuera posible consultar.
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El Dr. Francia y las ideas de su tiempo Volver al ndice
La Amrica no conoce la historia del Paraguay sino contada por sus rivales.
El silencio del aislamiento ha dejado a la calumnia victoriosa. La Amrica debe
juzgar a esa hija de su revolucin con su propio juicio y rehacer su historia en
honor de su gran revolucin, a la cual pertenece el mismo doctor Francia, que
como Robespierre y Danton rene a un lgubre renombre el honor de haber
concurrido al triunfo de la emancipacin americana. El doctor Francia salv la
independencia del Paraguay hasta de sus vecinos por el aislamiento y el
despotismo: dos terribles medios que la necesidad le impuso en servicio de unbuen fin.
Juan Bautista Alberdi
1. Proyeccin de su ideario
Aunque la personalidad del Dr. Francia resulta ser de las ms difundidas de lahistoriografa americana, pocas veces se la ha considerado en relacin con sus antecedentes
culturales. Casi todos sus bigrafos -no obstante disponer de una dilatada documentacin- se
han mostrado proclives a diversificar en grado sumo su imagen de gobernante, ocultando en
algo su verdadera condicin humana y en mucho su ideologa.
Pero lo que de l interesa en estos momentos es aquello que
contribuya a situarlo en la evolucin del pensamiento paraguayo, no con
referencia a realizaciones materiales concretas -a la manera de los
tiempos actuales- sino en cuanto a la proyeccin de ese ideario suyoque ha permanecido (o que permanece an) soterrado porque la
profusa bibliografa que le fuera dedicada ha hecho mayor hincapi en
las particularidades de su genio -especialmente en aquellas de real o
inventado pintoresquismo- que en el estudio serio y metdico de su
obra.
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No puede creerse que para juzgarlo tenga que ser vlida esa violenta dicotoma de ngel
o demonio -en que se lo sita- plagada de simpleza en ambos extremos. Pues lo que del Dr.
Francia importa saber y conocer aqu y ahora est orientado hacia otros rumbos, que podran
resumirse en la solucin de los siguientes interrogantes:
1. Si representaba en totalidad, o slo en alguna medida, las ideas de su tiempo;
2. Si supo captar los sentimientos del pueblo, interpretar su psicologa y defender sus
intereses;
3. Si la resultante de su accin es la de un doctrinario, o nada ms que la de un poltico
prctico en usufructo del poder;
4. Si la supuesta influencia que recibiera de la Universidad de Crdoba fue lo suficien-
temente amplia como para determinar en l lneas de conducta poltica;
5. Si hubo o no en su modalidad procedimientos acordes con los que se le suele
adjudicar a la Compaa de Jess.
Pero mientras las correspondientes respuestas se sustancian podr adelantarse como
imposible de consumar todo recuento de la cultura nacional que pretenda hacerse con
abstraccin de su nombre, no como el romntico que no fue -aunque esa era la poca
rioplatense predominante-, pues tampoco lo eran Mariano Antonio Molas o Carlos Antonio
Lpez, sino como cubriendo aquella etapa previa que hemos denominado de los precursores.
Bien se sabe que no hay vacos ni mutaciones inexplicables en la evolucin de un
proceso cultural y que en caso de sospechrselos ser necesario pasar a detectar los posibles
entronques. Adems debe tenerse en cuenta que toda tarea cumplida en tal sentido implica
siempre la concrecin de un ciclo completo. Y como el Dr. Francia no es un espacio en blanco
al que caprichosa o voluntariamente sea dado soslayar, se hace imprescindible interpretarlo
con ideas y no con metforas o frases de efecto.
2. Del aula al poder
Una breve cronologa -no por conocida de menor utilidad- ayudar a ubicarlo en los
distintos planos de su actuacin. Puede inicirsela en 1781 cuando adolescente se traslada a
Crdoba para cursar en el Colegio de Monserrat. Regresa seis aos ms tarde y en el Real
Colegio y Seminario de San Carlos comienza a ensear latinidad y vsperas de teologa,
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ctedra que luego abandona para ejercer la abogaca, que parece haber sido su vocacin ms
firme.
En 1808 es elegido alcalde de primer voto y casi enseguida integra la terna de diputados
del Virreinato del Ro de la Plata ante las Cortes espaolas, funciones que, como es notorio, nofueron desempeadas2.
El da inmediato al pronunciamiento patrio, o sea el 16 de mayo de 1811, es nombrado
adjunto al gobernador Velasco en unin de Juan Valeriano Zeballos, y el 17 del mes siguiente
pronuncia un discurso de significativa trascendencia, que Molas -sin mencionarlo- transcribe en
su libro con el ttulo de: El Congreso del 17 de junio3.
El 20 de julio le toca redactar la nota elevada a la Junta de Buenos Aires en la que es
expuesta por primera vez la idea de federacin. Se retira del gobierno en agosto, para regresardos meses despus a raz de las tratativas diplomticas encomendadas al General Belgrano,
quien en tal ocasin vuelve al Paraguay, no en fracasada expedicin blica sino como
negociador. A consecuencia de esas gestiones queda suscripto el tratado del 12 de octubre de
1811.
Nuevamente se aleja el Dr. Francia, pero retorna en noviembre de aquel ao. Pasa a
integrar el Primer Consulado con Fulgencio Yegros y subsiguientemente traza el Reglamento
de Gobierno de 1813, que viene a ser el inicio primario de nuestra organizacin institucional -ya
que no an constitucional- comentado con prolijidad por el Dr. Domnguez4.
El Congreso reunido en octubre de 1814 lo consagra Dictador Supremo de la Repblica,
quedando afianzado de esa manera el poder civil. Se ha sealado, como hecho sintomtico, la
gran mayora de votos campesinos en su favor. El primero de junio de 1816 le es concedida la
Dictadura Perpetua por los sufragios de 150 diputados. Desde entonces mandar con mano
frrea hasta su muerte.
3
2 Valle Iberlucea, Enrique del:Los diputados de Buenos Aires en las Cortes de Cdiz y el nuevo sistema de gobiernoeconmico de Amrica, Buenos Aires, 1912. / Tambin del mismo autor:Las Cortes de Cdiz, la Revolucin de Espaa y lademocracia en Amrica, Buenos Aires, 1921.3 Molas, Mariano Antonio:Descripcin histrica de la Antigua Provincia del paraguay. 3. ed. Asuncin - Buenos Aires,Nizza, 1959. (v. El Congreso del 17 de junio, p. 130 134).4 Dominguez, Manuel: El Reglamento de Gobierno de 1813 (En:Anales de la Universidad Nacional, Asuncin, Ao X, t. VIII,N II-III, 1909, p. 35-39. Cf. del mismo autor:La Constitucin del Paraguay. 3v. Asuncin, Talleres Nacionales de H. Kraus,1909-1912.
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En qu fuentes podran descubrirse las bases doctrinales que permitan especificar el
aporte con que el Dr. Francia se suma a la historia del pensamiento nacional? Ante todo habr
que tomar en cuenta el hecho de que sus escritos aparezcan redactados por mano propia.
Asimismo los hay firmados por Yegros, Caballero y dems miembros de la Junta, pero en todos
ellos se transparentan sus ideas y su estilo.
Creemos que no correspondera acudir al anlisis literario para dar por aclarada esa
procedencia, aunque si pudiramos hacerlo advertiramos que la prosa del Dr. Francia, aparte
de su correccin y de sus originales expresiones, rebasa en mucho la tradicin teolgica y
jurdica en que se haba formado.
Dice el oficio de la Junta de Gobierno de Asuncin al Triunvirato de Buenos Aires, el 24
de febrero de 1813:
El Paraguay no se apartar de sus principios; proceder conforme a lo que prescribe el
derecho natural y el mundo imparcial juzgar de la conducta de uno y otro.
Esta mencin a las prescripciones del jusnaturalismo aparece perfectamente convalidada
a travs de una comunicacin del comisionado porteo Dr. Nicols Herrera, quien no dudaba
de la influencia del prcer paraguayo sobre sus compaeros. El Dr. Francia le haba
manifestado que el Paraguay no necesitaba de tratados para conservar la fraternidad y
defender la libertad comn.
Sabido es -y lo indicamos por guardar analoga con lo anterior- que el derecho natural
puede constituir una moral y ser a la vez que el resumen de los deberes del hombre para con
sus semejantes -sin la imposicin de la fuerza-, un ideal para lograr el progreso y la justicia y
una disposicin no escrita, aunque tcitamente ms prxima al denominado derecho
consuetudinario.
4. Constitucin e IndependenciaSe ha hecho alusin al Reglamento de 1813 y por si hubiera dudas sobre su autor vamos
a recurrir al testimonio del aludido comisionado Herrera, quien en una de sus minuciosas
comunicaciones al Triunvirato de Buenos Aires escribe el 16 de setiembre de aquel ao:
He tenido ocasin de ver el Reglamento Constitucional, firmado y presentado por el Dr.
Francia, y aprobado en el Congreso por aclamacin.
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Ha quedado dicho que uno de los aportes iniciales al derecho internacional en estas
regiones es el tratado del 12 de octubre, ya citado, que firmaran Francia, Yegros, Cavallero y
de la Mora con el Gral. Belgrano y el Dr. Echeverra.
Los artculos que abren ese documento estn reducidos a estipulaciones sobrecomercializacin de tabaco y yerba. Seguidamente se fijan los lineamientos federativos, es
acordada la ayuda mutua y despus de mencionar las ideas benficas y liberales de que se
halla poseda la ciudad de Buenos Aires, declara que no debe haber divisin entre los
ciudadanos de ambos pases, sindolo recprocamente los del uno en el otro. Y aade para
mayor claridad.
Los ciudadanos de Buenos Aires deben reputarse ciudadanos de la Provincia del
Paraguay y los del Paraguay a su vez de Buenos Aires.
Desgraciadamente tan bellos propsitos duraran poco, arrasados por el centralismo
bonaerense, primero; ms tarde por la ciega presuncin del tirano porteo Juan Manuel de
Rosas de considerar al Paraguay provincia argentina, y por ltimo por recelos histricos y
estulticias aduaneras, cuando no por desinteligencias subrepticiamente alentadas desde las
metrpolis imperiales.
La reiteracin del principio de soberana, que se mantiene a lo largo de todo el mandato
del Dr. Francia, implica tambin -y debemos verlo as porque no se trata de una proposicin
antojadiza- la incorporacin del otro principio de soberana individual y personal transferido a la
nacionalidad. Esto debe interpretarse como uno de los hallazgos doctrinarios comunes a los
prceres de este continente:
Sostendr el Paraguay la independencia proclamada (afirma la Junta de Asuncin, o
sea el Dr. Francia, ante el comisionado Herrera) a toda costa, sin entrar jams, en
ningn caso, en conciliaciones o convenios con los opresores de nuestra libertad.
Estas bases doctrinales -llevadas hasta sus instancias finales- aparecern integradas en
sucesivas etapas del quehacer histrico del pueblo paraguayo y culminarn en la epopeya de
1864 al 70.
El Dr. Francia ratifica, en tal sentido, que la causa de la libertad no ser abandonada, pero
el Dr. Herrera sospecha que aquel est imbuido de las mximas de la Repblica romana y que
intenta ridculamente -dice- organizar su gobierno segn ese modelo. Por nuestra parte
debemos aclarar que dicho modelo no era invento privativo de la imaginacin del futuro
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Dictador sino que fue impuesto por el Congreso pleno al establecerse la autoridad del primer
Consulado5.
5. Desconfianza a los franceses
Como fuera la caracterstica de no pocos gobernantes de nuestra Amrica que se vieron
enfrentados -en distintas pocas- con emisarios europeos o de la otra Amrica -no siempre
titulares de misiones de estudio, amistad o inters comercial- el Dictador se mostr siempre, y
no sin razn, profundamente desconfiado o remiso ante toda aproximacin de extranjeros. Y
uno de los grupos que concentraba su mxima desconfianza era el de los franceses.
En 1824 Jean Stephan Richard Grandsire (o Grandsir) es enviado por el Instituto de
Francia hasta estos confines para procurar la libertad del sabio Aim Bonpland, cuya suertehaba concitado universal inquietud. Dos de quienes avalan ese inters son nada menos que
Cuvier y Alejandro de Humboldt.
El 25 de agosto de ese ao el Dr. Francia se dirige al Mayordomo Receptor de Derechos
de Itapa, Sebastin Jos Mornigo, para que haga saber a dicho enviado que el gobierno.
... no ignora que los americanos tienen sobrados motivos para recelar y desconfiar de
la introduccin y manejos de los franceses en el tiempo presente. Lo primero porque la
Francia no profesa, y sigue ideas y mximas contrarias a los principios republicanos yal sistema de gobierno representativo, sino que, adems, es empeada, con otras
potencias, en aniquilar y destruir estos mismos principios y esta clase de gobierno.
Se est refiriendo a la Santa Alianza, a los proyectos de restauracin monrquica y a la
poltica francesa posterior al ciclo napolenico6.
Ms adelante se ver que el Dictador no es tan incauto ni cree en los mviles
desinteresados o espirituales de aquella misin, pretendidamente fraternal o de solidaridad
con las tribulaciones de la ciencia.
No cabe dudar que consideraba a Grandsire como a un espa, una especie de pyragu
pytagu(sopln extranjero). Con el tiempo el emisario francs sacara a relucir algunos de los
5 Garay, Blas: El Primer Consulado (En:Revista del Instituto Paraguayo, Asuncin, Ao III, N 15, 1899), Cf.: Tres ensayossobre Historia del Paraguay, Asuncin, Guarania, 1942, p. 281 318).6 Kossok, Manfred:Historia de la Santa Alianza y la emancipacin de Amrica Latina. Buenos Aires, Slaba, 1968).
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motivos de su llegada al Paraguay, no muy acordes con el invocado por el prestigioso Instituto.
No todo estaba reducido a implorar por el cese del cautiverio de Bonpland.
6. Simpata por los ingleses
En cambio los ingleses tuvieron mejor suerte. Ellos, representaban por otra parte y en
cuanto al trato social, la palabra dada, la conducta austera (en los bien templados, desde
luego) y los negocios serios. En suma: cumplidos caballeros, aunque los actos de piratera -en
nutica o en afanes expansionistas- quedaran disimulados hbilmente bajo la compostura del
frac7.
Despus de la victoria de Ayacucho -la cita es del Dr. Bez- el Dictador dispuso conceder
a los residentes britnicos el derecho a retirarse del pas.
por haberse mostrado Inglaterra favorable a la Independencia americana. No otorg
igual franquicia a los franceses porque el gobierno de la Restauracin haba
restablecido en el trono de Espaa al malvado Fernando VII.
Los cronistas de la poca (entre ellos Rengger y Longchamp y los Robertson, quienes en
el fondo no eran menos espas que Grandsire) han confirmado esta posicin, patentizada en su
admiracin por la Gran Bretaa y aun por los Estados Unidos, siendo muestra de esto ltimo el
retrato de Franklin que luca en su escritorio.
Una tradicin recogida por Mitre seala que en oportunidad de su entrevista con el Gral.
Belgrano, el Dr. Francia obsequi a ste una historia manuscrita del Paraguay (no haba por
entonces otras que las contenidas en cdices) y a su acompaante, el Dr. Echeverra, el
mencionado retrato.
Y es el historiador argentino quien transcribe las palabras que, segn la versin,
pronunciara el Dictador en elogio del prcer norteamericano.
Este es el primer demcrata del mundo y el modelo que debemos imitar. Dentro de
cuarenta aos puede ser que estos pases tengan hombres que se le parezcan y slo
entonces podremos gozar de la libertad para la que no estamos preparados hoy8.
7 Rosa, Jos Mara:Rivadavia y el imperialismo financiero. 2. reimp. Bs. As., Soler / Hachette, 1973, p. 400.8 Mitre, Bartolom:Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina. Buenos Aires, Estrada, 1947, t. II, p. 28.
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Esta profeca poltica quedara parcialmente realizada en el Ro de la Plata. Mas hay que
indicar que esa actitud suya no contradice otras de aproximacin a Inglaterra, que era una
monarqua constitucional, y a los Estados Unidos, que pasaba por ser un ejemplo de nacin
republicana en las breves vsperas de la Doctrina Monroe y en las algo ms prolongadas de su
big stick, encarnacin contundente del denominado destino manifiesto.
El Dr. Francia, como buen detallista, tena predileccin por los sbditos de aquellos pases
que mantenan cierto decoro, urbanidad y buenas costumbres (eso era, repetimos, lo aparente)
en sus relaciones formales. Claro que tales virtudes, vueltas al revs, han resultado de alto
precio para los pueblos de Amrica.
7. Bonpland y la yerba paraguayaConviene detenerse ahora en la interpretacin de uno de los motivos -sino el principal-
que en cierto modo explicara el dilatado encierro de Bonpland en tierra paraguaya, pues ha
sido tratado de diversas maneras y de acuerdo a distintas conclusiones.
No estar dems recordar que el D ictador no se conmovi en absoluto durante
los nueve aos de cautiverio del sabio y que rechaz -ignorndolos o no
contestndolos- todos los pedidos que se le hicieran en favor de su libertad, an
por entidades de categora internacional. (Corresponde aclarar aqu que la
supuesta carta de Bolvar es una superchera que hace rato ha sido develada)9.
Pero, y en esto puede estar la raz de la cuestin, el Dr. Francia habra manifestado a
Rengger -los condicionales son necesarios cuando se trata de viajeros o exploradores
forneos- lo que podra estimarse como el punto neurlgico y quiz valedero del conflicto.
Explic el Dictador -segn dicho mdico suizo- que no le era tolerable admitir la
competencia de los yerbales que Bonpland estaba experimentando en la otra margen del
Paran porque ello perjudicara los intereses de la yerba paraguaya10
.
Ah est -pensamos- el secreto de la retencin del ilustre naturalista, quien no obstante
todas las penurias por las que tuvo que pasar -en materia de adaptacin, especialmente- no
saldra descontento del Paraguay. Por lo contrario, hasta lleg a aorar la sencillez de sus
9 Lpez Decoud, Arsenio:La fbula del mensaje de Bolivar, (En:La Unin, Asuncin, 29 de marzo de 1931.)10 Pomer, Len:La guerra del Paraguay Gran negocio! Buenos Aires, Caldn, 1968, p. 45-57. Tambin Moreno, FulgencioR: Pginas para la historia econmica del Paraguay. (En:Album Grfico de la Repblica del Paraguay 1811 1911,dirigido por Arsenio Lpez Decoud. Buenos Aires, Talleres de la Compaa General de Fsforos, 1911, p. 89-105).
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costumbres y el sello de honradez que el Director haba impreso en el alma de su pueblo.
Dicen que al establecerse en zona hoy argentina y robrsele los caballos, exclam con no
contenida nostalgia: Ah, si estuviera en el Paraguay!.
Por su lado Woodbine Parish ha relatado cmo obtuvo la libertad de sbditosingleses, sin que hubiera conseguido, antes ni despus, la de Bonpland11.
8. Relaciones con la Gran Bretaa
Con referencia a la posicin del Dr. Francia en el orden de la economa -que hemos
anticipado en el captulo VII- cabe aadir que propiciaba la apertura de un trfico intenso (o por
lo menos directo) entre el Paraguay y la Gran Bretaa, cosa en que haba puesto -son
expresiones de Parish- sus cinco sentidos. Principalmente porque esperaba poder demostrar alos ingleses, por ese medio, el estado de independencia del pas respecto de sus vecinos.
Es de sospechar que la sostenida y no ocultada preferencia por el comercio ingls
provena de su disposicin de considerar al Imperio como al smbolo de una nacin que se
haba adelantado a simpatizar con la causa de la libertad de los pueblos, actitud alejada de
toda intencin romntica, que le producira, en el correr de dos siglos, cuantiosos rditos.
Este proyecto no lo har extensivo a los franceses, tratados como particulares y sin la
garanta de su gobierno. Tal disposicin de nimo estaba unida -lo hemos visto- al deseovehemente de sustituir dentro de la mayor seguridad posible, la influencia de la dominacin
espaola mediante normas que representaran un menor anacronismo.
Y agreguemos que cuando los otros pases rioplatenses, por efecto de sus convulsiones
internas, se vean imposibilitados de iniciar o consolidar vnculos con Inglaterra, el Dictador dar
una prueba de autonoma y de soberana nacional, no importndole ni con mucho cual fuere la
opinin de aqullos.
Quien analice la historia y los resultados del convenio de prstamo concertado en Londrespor el gobierno de Rivadavia con la Casa Baring Brothers -unos usureros vulgares y silvestres-
y la compare con la lucidez del Dr. Francia y su persistencia en tratar con Estados y no con
particulares, hallar extenso campo para muchas meditaciones12.
11 Parish, Woodbine:Buenos Aires y las Provincias del Ro de la Plata. Buenos Aires, Hachette, 1958, p. 343-344.12 Scalabrini Ortiz, Ral:Historia del primer emprstito (En: Poltica en el Ro de la Plata, 5. ed., Buenos Aires, Emec,1962; ROSA, Jos Mara: ob. cit. p. 80-81.
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9. Las gestiones de Grandsire
Tras este parntesis volvamos a Grandsire, empeado en instalarse en el solar guarana
pretexto de Bonpland. El 10 de octubre de 1824 el Dictador procede a firmar una prevencin y
providencia dirigida al Mayordomo de Itapa, puerto que era algo as como la nica ventana
apenas y cautelosamente entreabierta al exterior y slo cuando l lo quera.
Despus de aludir a la presentacin del francs y de calificarla de frvolo papel, instruye
sobre lo que el citado funcionario debe responder, desprecindose el estilo ridculamente
altanero con que da principio, pues no es cabalmente inteligible por su confusa escritura y
mala tinta.
Como es de suyo puntilloso debe haberle sabido mal tanta desprolijidad, si bien se cuidade mentar las muchas leguas que esa correspondencia ha tenido que cubrir, en azaroso
itinerario desde Itapa a Asuncin, pues ms all de aquel sitio Grandsire no ha podido
avanzar. Adems el Dictador gusta de mostrarse siempre rgido en cuanto al respeto de su
investidura, en resguardo de los atributos del poder.
Manifiesta en el mencionado documento que no puede serle permitida la internacin al
emisario (o sea su ingreso a territorio nacional) por su desconocimiento del idioma espaol. Y
en otro pasaje afirma que el gobierno no habla francs, ni comprende a quien lo habla, ni tiene
intrprete propio. Esto en lengua verncula significa catupyry y en criollo habilidad, si no
fuera, ms que un vulgar pretexto, porque al referirse a los trminos de la presentacin est
demostrando que el gobierno, o por lo menos su persona, sabe y lee el idioma francs13.
Tambin ironiza -y ste es un rasgo que no poda captar el frenlogo Ramos Meja- sobre
el motivo expuesto por Grandsire para entrar al Paraguay y que no solamente era el de
ocuparse de Bonpland, ya que en su nota invocaba el deseo de estudiar la juntura del ro
Amazonas con el de la Plata; El Dr. Francia no se trag semejante sapo y tanto es as que al
concluir su providencia estampa esta reflexin, vlida aun para nuestros das.
Yo espero que ahora har ms estimacin de la gente paraguaya viendo que sabemos
apreciar nuestra independencia y por tanto no vivimos incautos ni nos abandonamos.
13 Molas, Mariano Antonio: ob. cit. Nota de Carranza. p. 51.
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Y el supuestamente generoso y caritativo Grandsire tuvo que emprender el regreso con
las manos vacas, como haba venido, aunque con la leccin bien aprendida.
Pero eso no fue el nico acto de afirmacin de su voluntad, por una parte, y por la otra de
tenaz desconfianza hacia los extraos. Vamos a exponer uno ms, en el que por coincidenciaaparece como destinatario un compatriota del fracasado Grandsire. Esta es la trama del
asunto: el Dictador tiene que ocuparse del caso del ciudadano francs Pedro Saguier, y al
hacerlo -despus de invocar los intentos monarquistas para Sud Amrica y el fracaso de esas
tentativas en 1820- lo trata de supuesto comerciante, siendo que al final result ser un agente
oficial. A este calificativo aade el de aventurero incivil y desatento, evidenciado esto por las
maneras altaneras y traje indecente con que se presentara ante el gobierno.
Aparte de sospecharlo un espa, se advierte que no interesaban al Dr. Francia las
proposiciones comerciales de Saguier, ya que habiendo descubierto que sus verdaderas miras
eran otras que las invocadas, procura encontrar en su psicologa y hasta en su vestimenta, los
puntos flojos que le permitan acentuar una enrgica negativa.
10. Algo sobre cultura
La opinin de la posteridad en lo que respecta a los bienes de cultura -primordialmente
educacionales- no ha sido favorable al Dictador. A fines del siglo anterior el Dr. Domnguez, en
difundida y consultada monografa, crey haber pulverizado a la Dictadura en este rengln.
Sin embargo, los respectivos testimonios de Rengger y Grandsire atenan mucho los cargos
formulados en su contra.
Digamos que ambos pudieron comprobar que los habitantes estaban en libertad de
educar a sus hijos dirigindose previamente al gobierno, que era el que regulaba la marcha de
la enseanza por ser esa -entonces y ahora- una inalienable atribucin del Estado. Ejercan el
magisterio 140 maestros, que ganaban 5 pesos fuertes por mes, concurriendo a las aulas unos
5.000 nios, cifra no desdeable para aquellos tiempos. La fiscalizacin corra por cuenta delos alcaldes, los cuales estaban obligados a informar sobre el cumplimiento de esta disposicin.
En cuanto a bibliotecas, una trascripcin de Rengger y Longchamp -fuente de la que se
nutren investigadores y comentaristas- se refiere a la que perteneca al Dictador. En ella, al
lado de los mejores autores espaoles -segn aquellos viajeros- podan observarse las obras
de Voltaire, Rousseau, Raynal, Rollin, Laplace y otras que se haba procurado desde el
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principio de la Revolucin. Posea tambin instrumentos de matemticas, globos terrqueos y
cartas geogrficas.
A la suposicin de que pudo haber existido otra distinta formada con los libros de Manuel
Atanasio Cabaas y de Mariano Larios Galvn -cuado ste del Dr. Francia, mal avenido con ly por consecuencia encarcelado- corresponde agregar la documentacin analizada por
Fulgencio R. Moreno. Mas nada permite adelantar que haya funcionado una biblioteca de
carcter pblico14.
En lo relativo a la evolucin cientfica el panorama ofrecido por el propio Dictador no es
muy optimista. As lo expresa en su comunicacin al mayordomo de Itapa, poniendo al
descubierto las intenciones de Grandsire:
No siendo el Paraguay un pas donde haya establecimientos cientficos en que secultiven activamente las ciencias, no se hace bien creble que el Instituto de Sabios de
Pars, sin motivo de otra entidad, deliberase dirigir un enviado, cruzando los mares, a
tan remota regin.
Algo ms: toc a Lpez Decoud descubrir una escuela de danzas, que si bien no pudo
perdurar constituy un indicio de importancia15. Hasta una msica fue compuesta en su
homenaje: La Gasparina, exhumada y llevada a escena en 192316. Quedara de este modo
desvirtuado el dicho de Rengger: Hasta la guitarra enmudeci, que Domnguez y otros
tomaron como moneda de buena ley.
Una frase del Dictador vendra a justificar el empobrecimiento cultural de esa poca:
Minerva duerme cuando Marte vela. Dramtica premonicin que habra de convertirse en
dolorosa realidad para el Paraguay veinticinco aos despus de su muerte.
11. La soledad del poder
El Dr. Francia no se ilusionaba con la porcin de humanidad que le haba tocado ensuerte gobernar. Tampoco crea en solcitos o desinteresados apoyos. Fue un solitario en lo
14 Moreno, Fulgencio R.:Instruccin y cultura general durante la dictadura (En: El Nacional, Asuncin, 12 de marzo de1910).15 Lpez Decoud, Arsenio: Una Escuela de Danza bajo Francia (En: Guarania, Asuncin, Ao II, N 16, 20 de febrero de1935, p. 5-6).16 OLeary, Juan E.:La Gasparina. Cuadro dramtico en un acto estrenado en el Belvedere el 18 de abril de 1923, con msicaexhumada y reconstruida por el maestro Lorenzo Gonzlez (En: El Liberal, Asuncin, 17 de noviembre de 1923). Cf. Boettner,
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personal -como indica Justo Pastor Bentez- pero por sobre todas las cosas sinti el desgaste
de la soledad del poder.
Por un lado careca de gente confiable en trance de colaborar en difciles tareas del
gobierno; por el otro de los hombres cultos necesarios para un emprendimiento que exiga muyaltas tensiones y un intransigente patriotismo. Algunos de sus contemporneos civiles tenidos
por tales (Mora, Molas o Pea) eran opositores y padecan prisin.
El resto estaba formado por militares de menor cuanta (comandantes o mayordomos de
frontera) que apenas si pasaban de ser simples ejecutores de sus rdenes o abnegados
intrpretes de sus despachos oficiales. Adems se advierte en el conjunto, que en cultura,
informacin poltica y sagacidad, el Dictador no tiene acompaantes, ni prximos ni lejanos.
A esto debe agregarse sus tensas relaciones con la oligarqua asuncena -integrada porlos ms rancios apellidos espaoles-, a la que terminar por reducir a la mnima expresin,
originndose as entre l y su pueblo una comunicacin directa, sin que esto quiera significar
una abolicin de clases, que no estuvo en su nimo alentar. Es preciso hacer esta aclaracin
para deteriorar los intentos de quienes pretenden -no con ademn arcanglico, desde luego-
adjudicar al Dr. Francia un precursorato socialista inexistente.
Y es as que no hallando a nadie en torno suyo, tiene que inventarlo todo. Est y se siente
solo, sin discpulos y sin modelos. Y no por culpa de su misantropa sino por no haber
encontrado en otros idntica voluntad y frreo afn patritico.
De all su queja por tener que ocuparse hasta de los ms mnimos detalles de la
administracin pblica:
No he de hacer lo que llaman milagros y mucho menos en esta tierra de imposibles
donde todo es dificultad, que es menester entre mis infinitas atenciones y ocupaciones
ande como un desesperado riendo y lidiando con sastres, con mujeres y con criadas
para que no me echen a perder los vestuarios que hay que preparar as para la gente
de por all como para las villas de los presidios del Chaco, de Olimpo, del Apa y deaqu.
Este, como se ve, no es el lenguaje propio del poltico oportunista o del demagogo,
acostumbrados a cubrir con mentiras lo que est detrs de la realidad circunstancial. Con
Juan Max:Msica y msicos del Paraguay, Asuncin. APA, (1958), p. 79; Centurin, Carlos R.:Historia de la culturaparaguaya, Asuncin, Biblioteca Manuel Ortiz Guerrero, 1961, t. II, p. 370-371.
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alguna ligereza periodstica y sin profundizar su imagen, Rafael Barrett lo calific de
maravilloso basilisco. Convengamos en que, de ser cierto, no poca razn le asista para
serlo17.
En una nota ms, aconseja en estos trminos al ya nombrado comandante, instndolo ano complicar las cosas reiterando, una vez ms, la queja de su soledad, no obstante que sta,
como al personaje de Ibsen, le proporcionaba inocultable fortaleza:
Considera y reflexiona las cosas -recomienda- para no errar y darme quehacer,
ahogndome aqu, ahogando sin poder respirar en el inmenso cmulo de atenciones y
ocupaciones que cargan sobre m solo, porque en el pas por falta de hombres idneos,
se ve el gobierno sin operarios y sin auxiliares, que tiene y debe tener en todas partes,
de suerte que por necesidad estoy cumpliendo y llevando el peso de oficios que
deberan servirse por empleados competentes.
Tal alegacin pone al desnudo la forma en que el Dictador comprenda el proceso
administrativo y la responsabilidad con que lo encaraba. El desahogo a que se siente obligado
no es ms que la reaccin de su genio ante las dificultades que se le presentan y que
perentoriamente debe resolver.
Distinta haba sido, en verdad, su posicin una dcada atrs, cuando pensaba que la
gente se haca idlatra de su libertad y que los 1.000 diputados del Congreso grande lo
apoyaran proporcionndole los elementos necesarios para hacer ms livianas sus funciones.
Sin embargo hay la evidencia de que no fue as.
Alrededor de ese aislamiento va cindose cada vez ms su sentido del poder. Y a
medida que se apodera de su psicologa parece acentuarse el valor moral de su conducta, de
su tica despiadada pero real Todo confina en la Repblica -nica Dulcinea permitida por su
empecinada soltera-, a la que le era preciso custodiar y defender. Su pensamiento est puesto
en ella, sin concesiones. Y es por su prestigio que aconseja no reducirse a problemas de
individualidad, puesto que todos estn en lo mismo:
...no debe comprometerse por personalidades -dice- ni sus armas emplearse en
desahogo de resentimientos vulgares.
17 Barret, Rafael:Revoluciones (En: Obras Completas, Buenos Aires, Americalee, 1943, p. 458).
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Esta manifestacin resulta tanto ms valedera si se tienen en cuenta los sucesos que por
entonces ocurran en el Plata, cuando cada regin levantaba su bandera de combate y los
caudillos federales excitaban sus corceles frente a la metrpoli centralista y portuaria.
Para evitar la dispersin nacional habr que ser fuertes y solidarios. El Dictador no dejade sealrselo al subdelegado de Candelaria:
Nada desean tanto los enemigos de nuestra causa como el que los mismos pueblos
libres se debiliten y aniquilen mutuamente para poder plantar sobre sus ruinas el
estandarte del despotismo.
Y al aludir a los problemas que se le presentan para resolver la vestimenta del ejrcito
recuerda los sacrificios de los patriotas del Virreinato de Nueva Granada, que andaban en
chiripy hacan largas jornadas sin preocuparse de cmo estaban vestidos, pero que gracias aeso haban luchado por la libertad y arrojado del suelo americano a los europeos, dice
textualmente.
12. Idea de pueblo
Con no mejores indicios se patentiza la opinin que el Dr. Francia tena de sus
conciudadanos. No ignora l que trabaja con falible barro humano, pero su ortodoxia moral no
le permite consentir desfallecimientos. No es que sea ese su desquite ante las dificultades que
tiene que afrontar y a cuya solucin nadie -sino l mismo- puede concurrir, simplemente ocurre
que no es hombre de cubrir con disimulos la realidad, por ms que su insercin en ella le
demande mprobos esfuerzos.
Y como su doctrinarismo no est exento de practicidad quiere demostrar que no se
engaa sobre el nico sistema posible de escoger para superar las contingencias, y con ellas
los problemas y dificultades que entraan. Esto no invalida, desde luego, el reconocimiento de
su reiterada profesin de fe venida de Rousseau: el hombre es bueno (incluida su condicinsauvage), la sociedad pone cadenas a su estado de naturaleza, que es el de la libertad, y por
consecuencia modifica su ndole originaria. Pero la vida es como es y el Dictador tiene que
encarrilarla con espritu pragmtico porque no se trata de su existencia sino de la del pas.
Exhala un nuevo reclamo por el exceso de trabajo y por el cumplimiento de actividades
concentradas en una sola persona, tanto en lo civil, en lo militar, como en lo mecnico (quiere
decir: prctico), y aunque poco amigo de confesiones alcanza a hacerlo con singular verismo:
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Recargado por todo esto, aun de ocupaciones que no me corresponden, ni me eran
decentes, todo esto por hallarme en un pas de pura gente idiota, donde el gobierno no
tiene a quien volver los ojos, siendo preciso que yo lo haga, lo industrie, lo amaestre
todo, por sacar al Paraguay de la infelicidad y el abatimiento en que ha estado sumido
por tres siglos. Por eso, despus de la Revolucin, todos se avinieron a robarlo a su
satisfaccin: porteos, artigueos y portugueses.
Lo de artigueos no invalida la comprobacin de haber brindado al prcer oriental el
derecho de asilo durante dos dcadas. Tal derecho fue ampliado durante todo su gobierno en
beneficio de los esclavos huidos del Imperio del Brasil.
13. El Dictador y los jesuitas
Se ha credo ver en algunas modalidades propias de su mandato -especialmente el
enclaustramiento que impuso al pas- cierto resabio de la influencia jesutica, que habra sido
recogida durante los estudios que cursara en Crdoba. Pero el caso es que el joven Francia
ingresa al Colegio de Monserrat trece aos despus de producida la expulsin de la Compaa
de Jess, cuando imperaban all los franciscanos y la filosofa de Surez era reemplazada por
la de Duns Scoto.
Ese repliegue fue aplicado por el Dictador como medida de emergencia, que lascircunstancias del Plata le obligaron a prolongar: primeramente la denominada anarqua del
ao 20, o sea la insurreccin de las provincias contra el poder central y luego las
pendencias entre ellas (Pancho Ramrez vs. Artigas; Estanislao Lpez vs. Pancho
Ramrez), y ms tarde la extensa tirana feudal de Juan Manuel de Rosas, quien no
molestara al Dr. Francia porque -como lo advirti Alberdi- su aislamiento no
interfera en los intereses de la aduana portea18.
Volviendo a lo inicial ser til recordar que mientras el Dr. Francia gobierna en medio de
una nacionalidad formada y a un pas, tnica y socialmente integrado, la Compaa de Jess
tuvo que hacerlo dentro de los lmites de su Provincia Eclesistica. Por lo dems, su misin se
vio reducida a la exclusiva evangelizacin de uno de los estratos sociales, aunque cruda y
cruelmente marginado: el indio guaran. Los restantes estaban representados por el criollo y el
mestizo, con los cuales los religiosos vivieron en guerra.
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Al sustraer la integracin del indgena con el mundo circundante -porque el favorecerla
equivala, paradjicamente, a desintegrarlo- los jesuitas se propusieron no slo resguardar la
pureza espiritual del nativo sino tener a mano un insustituible elemento de explotacin (claro
que no con la avidez mortfera de los encomenderos), formar defensores de sus tierras o de los
predios de Dios frente a las depredaciones de los bandeirantes, modelar su carcter y, en
especial, evitar la contaminacin y fusin, estableciendo as un verdadero cerco demogrfico.
Y no es por capricho que trazaran aquella tajante divisin entre guaranes y paraguayos,
entre los aborgenes y los que no lo eran, como quien marca el ms ac y el ms all de las
Misiones. Esa lnea separatoria, a pesar de que su vigencia super el siglo y medio, fue
diluyndose al producirse el extraamiento de los Padres. El idioma ancestral -comn a indios,
mestizos y criollos y que stos no perdieron con la retraccin de aqullos- ayudara ms tarde a
la retoma de un aglutinamiento lingstico que se supona perdido, o por lo menos debilitado, yque pese a sus muchas y numerosas deformaciones se mantiene como la caracterstica ms
evidente y como la ms fuerte prenda de unin del pueblo paraguayo, dentro o fuera de los
contornos nacionales, hasta nuestros das19.
Esos posibles no pudieron darse durante la Dictadura Suprema. La doble vuelta de llave
aplicada por el Dr. Francia y drsticamente acentuada sobre la mediterraneidad -especie de
cauterio preventivo cuya justificacin histrica se halla an en apelacin- tiene otros alcances y
al mismo tiempo una acusada finalidad poltica. El Paraguay est rodeado no de vecinos
complacientes sino por enemigos que la historia y la geografa se han encargado de identificar.
Y es esta comprobacin la que lo llevar a robustecer el concepto de soberana y a reafirmar
su conciencia republicana. Esta actitud importar tambin el autoabastecimiento.
Las diferencias entre uno y otro aislamiento van, igualmente, a distinguir distinto tipo de
procedimientos y por de contado de conducta. Mientras los jesuitas ejercen su dominio sobre
una vasta poblacin verncula, an no incorporada a una funcin nacional, el Dr. Francia
cohesiona al pas por encima de sus parcialidades tnicas o sociales.
18 Alberdi, Juan Bautista:Dos guerras del Plata y su filiacin en 1867 (En: El Imperio del Brasil ante la democracia deAmrica. Asuncin, El Diario, 1919, p. 129).19 Malberg, Bertil: El Paraguay de indios y mestizos (En:Amrica hispanohablante, Madrid, Istmo, 1966, p. 253-285).Medina, Jos Toribio:Bibliografa sobre la lengua guaran, Buenos Aires, 1930; Melia, Bartomeu:Bibliografa sobrebilinguismo en el Paraguay. (En: Estudios Paraguayos, Asuncin, v. II, N 2, diciembre de 1974, p. 73-82); Mitre, Bartolom:Guaran. (En: Catlogo razonado de la Seccin Lenguas Americanas, Buenos Aires, Coni, 1969-1911, t. II, p. 5-97); Molas,Mariano Antonio: ob. cit. p. 65-70; Mornigo, Marcos A.:Hispanismos en el guaran. Buenos Aires, Facultad de Filosofa yLetras, Instituto de Filosofa, 1931.
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Entre los Padres de la Compaa de Jess -cuyo aporte a la historiografa paraguaya no
podr ser olvidado- y el Dr. Francia, no hay ms parentesco que el de haber pertenecido a
diferentes captulos de la historia de una nacin. En modo alguno confluyen o se yuxtaponen ni
en su doctrina, ni en sus mtodos, ni en su proceder. Es hora ya de terminar con la vieja
fantasa sarmientina que les adjudicaba un maridaje a todas luces ilusorio20.
En otro aspecto, el estudio de las relaciones del Dictador con la Iglesia podr constituir un
ndice de cmo interpretaba el cometido de las congregaciones religiosas y en qu forma
contuvo su influencia. Esto no aminor, desde luego, la creciente fe popular, an cuando el
estado no muy piadoso de esos vnculos pudiera haber hecho propicio el reflorecimiento de
supersticiones ancestrales y su correspondiente veta folklrica.
El Dr. Francia no admita competencias, y el lento y paciente laborar de las comunidades
poda significarle una. Por eso supo contenerlas en su expansionismo, sospechosas de estar
orientadas tanto a las almas como a los cuerpos. Por otra parte su sola presencia configuraba
la representacin de poderes extraterritoriales que, aunque dedicadas a la purificacin de los
espritus no dejaban, de tanto en tanto, de mezclarse en los negocios terrenos. Esto le ha
ganado al Dr. Francia patente de laicista y a la vez de volteriano, ttulos que, por supuesto, no
le hubieran disgustado.
Con todo, ser preciso, mediante una adecuada comparacin, indicar las
diferencias, y no slo de hecho, que en tal sentido lo separaban de Rivadavia, quetuvo para con la Iglesia groseras imperdonables, en las que no caera el Dictador21.
14. Aproximaciones a Rousseau
Segn algunas fuentes durante ms de un cuarto de siglo el Paraguay vivi sometido a la
tutela de este graduado de la Universidad de Crdoba, inspirado en Rousseau. Buen propsito
ste de apear a los prceres de su indemnidad olmpica para hacerlos comulgar con hechos y
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