SBH
EL PEDmiEnn
cómo LH Lfllfifl y LH
i
Público
SflSflfl
La politóloga Susan George (1935) es una de
las principales figuras del movimiento
altermundista. Es vicepresidenta de la
organización Attac -grupo de presión a favor de
introducir una tasa a las transacciones
financieras- y autora, entre otros libros, de "El
Informe Lugano", "Pongamos la OMG en su
sitio" y "Nosotros, los pueblos de Europa".
I FABRICAR SENTIDO COMÚN O HEGEMONÍA CULTURAL RARA PRINCIPIANTES1
Una de las características más importantes de cual
quier grupo que se esté desarrollando hacia la domi
nación es su lucha por asimilar y conquistar «ideo
lógicamente» a los intelectuales tradicionales. Pero
esta asimilación y conquista es más rápida y eficaz
cuanto más éxito tenga el grupo en cuestión en fa
bricar sus propios intelectuales orgánicos.
A N T O N I O G R A M S C I , Cuadernos de la cárcel
La doctrina
Tomar la cultura requiere estrategia, astuciay resistencia, pero
antes de todo eso está la creencia. Para hacer explícitos los su
puestos y las ideas principales del actual «sentido común» esta
dounidense, hay que empezar por la doctrina. Puesto que es u n
sistema de creencias, podemos compararla con una religión y,
al igual que las demás religiones, rara vez se practica en su forma
más pura. S i fuera así, observaría principios m u y parecidos a los
siguientes:
i . Este capítulo comenzó como una aportación al libro del Instituto Transna
cional (TNI) titulado Selling US Wars, editado por Achin Valaik, miembro del
T N I , con un prefacio de Tariq Ali (Olive Branch Press, de Interlink Publishing
Group, Northampton, Massachusetts). Esa contribución se ha ampliado ex
tensamente y revisado.
27
L a solución del mercado siempre es preferible a la regu
lación y a la intervención del Estado.
L a empresa privada supera al sector público en criterios
de eficiencia, calidad, disponibi l idad y precio.
E l l ibre comercio podría tener desventajas temporales
para algunos, pero en última instancia será mejor que el
proteccionismo para toda la población de cualquier país.
Es normal y aconsejable que actividades como la aten
ción médica y la educación sean lucrativas.
Unos impuestos más bajos, sobre todo para los ricos, garan
tizarán una mayor inversión y, por tanto, la prosperidad.
L a desigualdad es inherente a cualquier sociedady proba
blemente es genética, cuando no racial.
Si las personas son pobres, sólo pueden culparse a sí mis
mas porque el trabajo duro siempre es recompensado.
U n a sociedad auténticamente libre no puede existir sin u n
mercado libre; de donde se sigue que el capitalismo y la
democracia se apoyan mutuamente.
Unos gastos de defensa más elevados y u n sector mil i tar
fuerte garantizarán la seguridad nacional.
Estados Unidos , en v i r t u d de su historia, sus ideales y su
sistema democrático superior, debería usar su poderío
económico, político y mil i tar para intervenir en los asun
tos de otras naciones con el fin de promover el l ibre mer
cado y la democracia.
Los ciudadanos de otros países recibirán estas interven
ciones con los brazos abiertos porque librarán al mundo
de elementos indeseables y perturbadores en la comuni
dad internacional y, en última instancia, beneficiarán a
todos.
28
Aunque los sindicatos rechazan los acuerdos de l ibre co
mercio y otros grupos de intereses podrían cuestionar uno u
otro de estos principios, la mayoría de los ciudadanos estadou
nidenses estaría de acuerdo con la mayor parte de estas afirma
ciones. Las dos últimas, relativas a la intervención en el exte
rior, han quedado terr iblemente invalidadas, una vez más, en
Iraq (para quienes habían olvidado V i e t n a m , Camboya, C h i l e ,
Nicaragua o cualquier o t r a intervención estadounidense),
donde el legado es, de nuevo, la agitación, las matanzas y, en úl
t ima instancia, la derrota. L a mayoría de los estadounidenses
está en contra de laguerra en Iraq, aunque esto no signifique for
zosamente que hayan rechazado la noción del excepcionalismo
estadounidense y el pr incipio intervencionista en sí.
A los estadounidenses corrientes no se les an ima a exami
nar el lugar que ocupa su país en el o r d e n internacional , algo
sobre lo que suelen estar espectacularmente mal informados,
y mucho menos a reconocer los derechos, los intereses y el l u
gar de otros. Tampoco se les anima a hacerse preguntas tan bá
sicas como: «¿Para qué es la economía? ¿Debería proporcionar
enormes ganancias para algunos o debería funcionar para cu
br ir mis propias necesidades, las de m i famil ia y las de todos?»
«¿Cuál es la verdadera función del gobierno? ¿No debería ha
cer más p o r la gente?» Si los ciudadanos no hacen estas pre
guntas, no es culpa suya. Todo en la cultura —desde los medios
de comunicación a la mayoría de las escuelas, pasando por la
práctica rel igiosa g e n e r a l i z a d a — disuade del pensamiento
crítico.
S i n embargo, no es que los estadounidenses carezcan de
debates enérgicos y puntos de vista firmes, generalmente sobre
temas que yo denomino de «política del cuerpo» (aborto, homo
sexualidad, matr imonio homosexual, investigación con células
29
madre, eutanasia) y la definición de «derechos fundamenta
les». Pero, ¿incluyen éstos el derecho a llevar u n arma de fuego,
a rezar en las escuelas públicas, a enseñar educación sexual en
contra de la voluntad de los padres? También suelen estar m u y
preocupados por su salvación personal y la suerte que correrán
en la otra vida, en la que la gran mayoría son fervientes creyen
tes, como veremos más adelante. Puede que muchos estadou
nidenses sean incultos y que a menudo estén engañados, pero
no son estúpidos. Saben exactamente, por ejemplo, qué es lo
que piensan de George W . Bush. Dos veces al año, el C e n t r o de
Investigación Pew pide a una muestra representativa de la
población la palabra que, en su opinión, mejor describe al pre
sidente. E n febrero de 2005, las dos palabras más citadas fueron
«honrado» y «bueno». Dos años después, en febrero de 2007,
fueron «incompetente» y «arrogante».
¿Por qué los pr incipios doctrinales que he enumerado al
pr incipio , actitudes carentes de sentido crítico y creencias pe
culiares han triunfado en las últimas tres décadas? ¿Refleja esta
tendencia una evolución natural y la simple conformidad ante
la realidad o intervienen fuerzas más profundas y explícitas?
Este capítulo examinará el aspecto laico de lo que Estados
Unidos , o gran parte de él, piensa actualmente. Pese a que hay
elementos significativos en común, dejaremos los aspectos re
ligiosos para más adelante. Aquí encontraremos a los fabrican
tes y agitadores de ideología y examinaremos su consecución
creciente — c u a n d o no t o t a l — de la «hegemonía cultural»,
como lo denominó el p ionero pensador m a r x i s t a i ta l iano
Antonio Gramsci , que sacó a la luz este concepto que resume la
capacidad de la clase dominante para ocupar el terreno elevado
de la ideología. L a élite neoliberal de Estados Unidos en con
creto, pero con frecuencia en E u r o p a y también en muchos
30
otros lugares del planeta, ha logrado penetrar en nuestras ins
tituciones públicas y privadas una detrás de otra. Estas élites dis
frutan ya prácticamente del monopol io de las mentes de los es
tadounidenses de a pie y, por tanto, del poder político.
Su éxito refleja una estrategia a largo plazo que los progre
sistas apenas han advertido, y mucho menos contrarrestado.
U n a minoría de extrema derecha, acaudalada y activista, ha
puesto en marcha esta estrategia conscientemente, cultivando
cuidadosamente su ventaja a partir de las semillas que plantó en
las décadas de 1940 y 1950. A principios del siglo x x i , las semi
llas se habían convertido en enormes árboles. Nuestro it inera
rio ahora es seguir el rastro del avance de esta transformación
ideológica desde sus raíces filosóficas hasta su maduración
completa en nuestra propia época, identificando a los principa
les actores, sus motivaciones y sus métodos.
Algunos dirán básicamente: «No hay de qué preocuparse:
todo volverá a su sitio en cuanto George Bush y sus adláteres de
jen libres los asientos del poder». Este optimismo me parece pe
ligrosamente infundado. D e l m i s m o modo que hic ieron falta
años para construir la actual hegemonía cultural , harán falta
años para derribarla... si es que se derriba algún día.
Los amigos de Peten
ahora todos thatcheristas
Peter Mandelson, íntimo amigo y asesor de Tony Blair, está con
Anthony Giddens, el inventor de la «Tercera Vía». Desde 2004
es comisario europeo de Comerc io y conserva su poder en el
Partido Laborista. Así, quizá resulte sorprendente que en junio
de 2002 declarase ante u n público entre el que estaba la flor y
31
nata del laborismo británico y diversas lumbreras visitantes,
como B i l l C l i n t o n : «Ahora todos somos thatcheristas». 2
¿Parodiaba a propósito Mandelson una famosa portada de la
revista Time, que había proclamado al final de 1965: «Ahora to
dos somos keynesianos»? E l semanario icono puramente esta
dounidense decía a sus lectores:
Unos veinte años después de su muerte, las teorías [de John
Maynard Keynes] son una influencia primordial en las eco
nomías libres del mundo, especialmente en la de Estados
Unidos, la más ricay expansionista [...] [Sus ideas han llevado
a] la prosperidad más considerable, prolongada y repartida
de la historia. 3
Time tenía razón: en 1965, en Estados U n i d o s , casi todo
aquel que importaba era keynesiano o alguna otra variedad de
socialdemócrata. L a idea de ser thatcherista, que es lo m i s m o
que decir «neoliberal», era r idicula, pero quince años después
de esa portada del Time, el equivalente más afable de la Dama de
Hierro , Ronald Reagan, estaba en la Casa Blanca.
Sean cuales fueren las referencias de Mandelson, s in duda
merece elogios por su franqueza. N i siquiera cuarenta años
después de las pródigas alabanzas del Time a Keynes, la «iz
quierda» daba oficialmente al pobre hombre u n segundo entie
rro y lo enviaba al l imbo. E l razonamiento en el que se basaba la
asombrosa afirmación de Mandelson es éste: E n abri l de 2002,
L i o n e l Jospin, candidato socialista a la presidencia francesa,
2. Mandelson hizo estas declaraciones en un seminario del Partido celebrado
en junio de 2002 y publicó su aportación poco después en The Times, 10 de
junio de 2002.
3. Time Magazine, reportaje de portada del 31 de diciembre de 1965.
32
sufrió una humillante derrota al quedar en tercer lugar y redu
cir la segunda vuelta a una elección entre la derecha (Chirac) y
la extrema derecha (Le Pen). Ese m i s m o año, hubo más líderes
socialdemócratas europeos a quienes les bajaron los humos.
George Bushyáhabía derrotado al sucesor natural de C l i n t o n ,
A l Gore... o al menos (con la ayuda de su hermano, gobernador
de Florida) , manipuló a los votantes de F lor ida y al Tr ibunal
Supremo para proclamarse victorioso.
Parece que a Mandelson no se le ocurrió que estas derrotas
podrían haber sido voces de protesta contra el desplazamiento
hacia la derecha de estos gobiernos supuestamente progresis
tas. Mandelson concluía, por el contrario, que el electorado pe
día a gritos una «reforma» antikeynesiana tras las huellas de la
que Margaret Thatcher había impuesto en una reticente G r a n
Bretaña, incluida la privatización sistemática de los servicios pú
blicos y la «flexibilidad» para los mercados de bienes, servicios,
capital y especialmente de mano de obra. Estados Unidos , con
B i l l C l i n t o n , ya había perfeccionado u n programa de este t ipo,
logrando sobre todo reducir el número de beneficiarios de las
prestaciones sociales, al m i s m o t iempo que se multipl icaba la
población penitenciaria.
L a ideología de la Tercera Vía se basa en la proposición de que
es inútil luchar contra las fuerzas del mercado, y de que nadie
debe desearlo siquiera. L a globalización capitalista es u n hecho
sencillo, no u n problema que necesite una solución, n i una situa
ción que haya que criticar, mucho menos cambiar. Puesto que las
fuerzas del mercado no se pueden contrarrestar y se impon
drán, lo único que pueden hacer las personas inteligentes y los
políticos socialdemócratas es aceptar la realidad y repetir el
grito de batalla de Santa Margaret: «No hay alternativa».
33
Las raíces filosóficas
del neoliberalismo
¿Qué es, entonces, el thatcherismo y quiénes son los thatcheris
tas, incluidos los reaganistas, los bushistas, etc., si todos los
amigos de Peter se han sumado a sus filas? ¿Cuál es el contenido
de su doctrina y qué hay detrás de su pensamiento? ¿Por qué se
ha convertido esta doctrina en la dominante, no sólo entre los
seguidores de la derecha tradicional o la extrema derecha, sino
dentro del Partido Demócrata estadounidense y también entre
numerosos socialdemócratas europeos? Estos profundos cam
bios exigen una explicación.
Casi todo el mundo conoce ya la respuesta a la pr imera pre
gunta. E l thatcherismo es la doctr ina que dice que deposite
mos nuestra fe en la l ibertad de mercado, las economías mone-
taristas, los gastos de defensa elevados, la privatización de los
servicios públicos, los recortes fiscales para los tramos de ingre
sos superiores, los frenos a los sindicatos, la oposición general
al Estado del bienestar, la simpatía general hacia el sector de las
grandes empresas y, como declaraba reiteradamente la, espero
que ya difunta, Constitución europea: «una competencia l ibre
y s in distorsiones».
E l concepto de thatcherismo requiere todavía u n poco más
de excavación arqueológica para dejar al descubierto sus c i
mientos. Margaret Thatcher no nació totalmente armada de la
cabeza de u n Zeus amigo del mercado, y no era, estrictamente
hablando, una thatcherista, sino una «hayekiana». L a historia
cuenta que u n día, en la Cámara de los Comunes, sacó u n l ibro
de su cartera, lo golpeó con energía y anunció a los parlamenta
rios: «En esto es en lo que creemos». E l l ibro en cuestión era La
constitución de la libertad, de Fr iedr ich v o n Hayek.
34
Hayek fue u n economista, jur is ta y filósofo austríaco sor
prendentemente productivo. Desde Austr ia , había observado
los comienzos del nacional socialismo y se exilió en Inglaterra
ya en 1932. Enseñó en la L o n d o n School of Economics hasta que
partió a la Universidad de Chicago, donde disfrutaría de una ca
rrera profesional larga y sumamente influyente. Puesto que
escribió más de una veintena de obras e innumerables artícu
l o s ^ influyó en generaciones de estudiantes, sólo puedo hacer
aquí el más breve e insuficiente resumen de su pensamiento y
su actuación.
Según la creencia popular entre los historiadores económi
cos, Hayek perdió la gran batalla teórica contra J o h n Maynard
Keynes en la década de 1930. E n consecuencia, las políticas eco
nómicas keynesianas dominarían no sólo la teoría, sino también
la práctica, de las décadas siguientes, comenzando por la N e w
Deal de Frankl in D. Roosevelty las resueltas intervenciones de
su gobierno para superar la G r a n Depresión. Tras su derrota i n
telectual, Hayek prácticamente dejó de escribir sobre los te
mas económicos que le harían ganar tardíamente el P r e m i o
N o b e l en 1974.*
E n lugar de textos sobre economía, Hayek empezó a produ
cir abundantes artículos sobre política y alcanzó la fama en
1944 con El camino a la servidumbre. E l Reader's Digest publicó va
rios pasajes del l ibro, que llegó así a mil lones de hogares esta
dounidenses y sigue siendo u n clásico entre los neoliberales.
Thomas Sowell , miembro negro de la derechista Institución
Hoover, de la Universidad de Stanford, dice: «Hayek fue la figura
* El Premio Nobel de Economía no existe, estrictamente, como tal. E n 1969, el
Banco Real de Suecia decidió conceder un premio anual «en memoria de Alfred
Nobel»; la mayoría de los galardones han sido otorgados a economistas ne
oliberales. Amartya Sen y Joseph Stiglitz son excepciones.
35
pionera central en el cambio de rumbo del pensamiento en el s i
glo xx». Los progresistas siempre pensaron que era Keynes...
E n El camino a la servidumbre, Hayek desarrolla los siguien
tes argumentos:
E n todo sistema grande, el conocimiento está, por naturaleza,
fragmentado y muy disperso; depende en concreto de demasia
dos factores y demasiados actores para que una autoridad central
pueda ser lo bastante omnisciente como para planificar una eco
nomía nacional. Toda intervención del Estado en la economía será
arbitraria, perniciosa y tenderá necesariamente hacia la tiranía.
Hay que confiar en el mercado, pues el orden surgirá espontánea
mente de la expresión de millones de preferencias individuales.
A d a m S m i t h había sido el pr imero en expresar esta idea en
La riqueza de las naciones. Recuerden la famosa cita en la que de
cía que no esperamos cenar gracias a la benevolencia del carni
cero, del panadero y del cervecero, sino de su búsqueda egoísta
de sus propios intereses. Hayek subraya que el interés personal
individual es, como guía para satisfacer las necesidades huma
nas, mejor que cualquier clase de planificación económica o i n
jerencia de una autoridad centralizada, por benigna y bieninten
cionada que sea. Los precios nos darán toda la información que
necesitamos sobre lo que el público desea. N o incumbe al go
bierno decidir en lugar del público.
Hayek va más lejos que A d a m S m i t h al subrayar la impor
tancia de la ley en una sociedad l ibre, pero sólo en lo que se re
fiere a la ley negativa. L a función de la ley es declarar lo que está
prohibido, punto. N o debe dar a nadie el poder posit ivo de rea
lizar ninguna acción intervencionista. L a libertad consiste en la
ausencia de coacción. Ser l ibre es ser l ibre de la vo luntad de
cualquier otra persona, incluida la del legislador, salvo cuando
el legislador decrete que ciertos actos son ilegales.
36
Las consecuencias humanas de esta doctr ina son inmedia
tamente obvias. L a doctrina de la l ibertad negativa dice, por
ejemplo: «Yo puedo comer, tú puedes comer» porque ninguna
ley lo prohibe, así que somos libres para comer. N o dice absolu
tamente nada de la presencia tangible de alimentos sobre la
mesa, que es lo único que podría hacer efectivo el «derecho» a
comer. E l derecho positivo (y la política progresista) dice que,
contrariamente a lo que afirma Hayek, la «libertad» para comer
carece de sentido y de valor sin u n acceso práctico y concreto a
la comida. L a tarea del gobierno y el propósito de la sociedad es
crear u n marco dentro del cual todos tengan la capacidad para
comer, no sólo la posibilidad teórica. Ante esto, cabe considerar
todo el conjunto del derecho de los derechos humanos una es
pecie de manifiesto antihayekiano. 4
Si l levamos la teoría de Hayek a su conclusión lógica se
puede entender mejor lo que quiso decir la señora Thatcher
cuando exclamó: «Eso que llamamos sociedad no existe». Así es
también como Hayek ve su mundo ideal: no como una sociedad
en la que las personas t ienen intereses y metas comunes y bus
can, por medio de sus instituciones, alcanzar el bien común, sino
como u n conjunto atomizado de individuos, todos los cuales eli
gen lo que consideran mejor para sí mismos, sin estar someti
dos a u n marco preceptivo salvo el pequeño conjunto de accio
nes legalmente prohibidas.
P o r si doy una impresión errónea, es importante señalar
que Hayek no era una especie de monstruo moral . Veía su filo
sofía totalmente compatible c o n u n Estado que garantizaría
que todos tuvieran al imentos, cobijo y ropa suficiente para
4. Especialmente, por ejemplo, el artículo 25 de la Declaración Universal de
Derechos Humanos de 1948.
37
no perecer de hambre o de congelación. S in embargo, no acep
taba que u n gobierno pudiera, digamos, gravar a los ricos para
proporcionar escuelas y hospitales a los pobres. N o concierne
al Estado dec id ir que u n grupo pague para que o tro grupo
pueda disfrutar de ciertos beneficios. Según Hayek, la just ic ia
social es una ilusión perniciosa. H a y que oponerse a las medi
das redistr ibutivas — l a característica d is t int iva de l Estado
del b ienestar— porque serán s i n duda puramente arbitrarias,
y todo lo que sea arbi trar io l leva, en última ins tanc ia y de
forma inevitable, a la tiranía, la «servidumbre» de su obra más
conocida.
E l razonamiento de Hayek ha inf luido en generaciones de
neoliberales, y nunca tanto como hoy. L a solidez de su doc
tr ina depende, sin embargo, de la refundición de varios concep
tos diferentes de l ibertad que la filosofía occidental , y sobre
todo la anglosajona, ha intentado mantener separados por lo
menos durante tres siglos. E l pr imero es el concepto de liber
tad política, que es la base de la democracia porque permite a
los ciudadanos intervenir activamente en la decisión de cómo
se van a organizar la sociedad y el gobierno. Después v ienen la
libertad intelectual y religiosa y la libertad de expresión
(incluida la prensa libre), que son corolarios necesarios de la l i
bertad política. Estas libertades permiten que todos piensen,
expresen opiniones por impopulares que sean, y crean l ibre
mente, siempre que estas expresiones no afecten a la l ibertad
de otros y, por tanto, perjudiquen a la sociedad. 5 U n a tercera ca
tegoría de l ibertad, que se suele definir como libertad perso-
5. Por tanto, la «libertad de expresión» no incluye el derecho a gritar: «¡Fuego!»
en un teatro lleno de público, como dejó claro una famosa sentencia del Tribu
nal Supremo estadounidense.
38
nal o individual, subraya el derecho a tener propiedades y se
refiere a la protección de la famil ia y al derecho a la privacidad
de la v ida privada.
L a mayoría de los pensadores considera que existe una
cuarta categoría, la libertad económica, que tiene una natura
leza diferente a la de la l ibertad política, la intelectual y la per
sonal. Los hayekianos (o thatcheristas o reaganianos) se niegan,
sin embargo, a hacer esta distinción, y creen que el derecho de
una persona a disponer de sus ingresos y propiedades es invio
lable y que ninguna autoridad pública o privada, inc lu ido el
Estado, tiene derecho a injerirse.
Aquí llegamos al núcleo de la oposición ideológica entre
progresistas y neoliberales. Los primeros creen que la gober-
nanza democrática y la supervivencia de la propia sociedad de
pende de la imposición de límites a la l ibertad económica. Sólo
el «soberano» puede determinar esos límites (la mayoría de los
pensadores, desde Hobbes en adelante, otorgan esta función al
Estado, que puede ser benévolo, popular y democrático o auto
ritario, coactivo e incluso tiránico. Por eso las constituciones de
rivadas de las revoluciones americana y francesa en adelante han
dejado claro que elpueblo es soberano.)*
L o ideal es que la soberanía popular arbitre entre los intere
ses en conflicto con el fin de llegar al bien común. E n cualquier
caso, en una democracia, el pueblo debe tener libertad para ele
gir la naturaleza del Estado bajo el cual va a vivir. Ésta es también
la razón por la que uno de los Padres Fundadores de Estados
Unidos como James M a d i s o n tenía tanto apego a la separación
de poderes y al gobierno constitucional de modo que ninguno
* Aunque no la propuesta de Tratado Constitucional europeo, que rechazaron los votantes franceses y neerlandeses.
39
de ellos, fuera el ejecutivo, el legislativo o el judicial , pudiera ad
quir ir demasiado poder y privar así al pueblo del suyo.
Si , no obstante, el soberano no es u n Estado más o menos be
névolo, n i el pueblo, sino el mercado, entonces la sociedad y el go
bierno estarán organizados de ta l modo que la l ibertad econó
mica invalidará todas las demás clases de l ibertad. L a sociedad
quedará en última instancia reducida a una suma de individuos
no vinculados entre sí o, si se prefiere, «consumidores». Poco a
poco, la erosión y, finalmente, la ruptura de la cohesión social
hará que la v ida apenas valga la pena ser vivida, n i siquiera para
los r icos. 6
E n la práctica, por supuesto, el saldo será el resultado de las
presiones procedentes de las fuerzas sociales presentes en u n
momento dado: de eso trata la política. M a r x fue el exponente
más destacado y radical de esta teoría, al definir la propia histo
ria como el resultado de luchas constantes entre clases sociales.
S in embargo, al aceptar la l ibertad económica como p r i
mordial , Peter Mandelson y aquellos que «ahora son todos that
cheristas» han elegido una ladera resbaladiza: más resbaladiza
incluso que la que, según Hayek, llevaba de la intervención del
Estado en la economía a la tiranía políticay la «servidumbre».
H a n tomado el camino que lleva a la concentración de dere
chos en manos de las únicas personas que pueden disfrutar
realmente de su «libertad», es decir la minoría de los ricos, que
por tanto son también los poderosos. Su «derecho» a comer (o
a ser propietarios de u n yate y de u n avión privado) no es sólo
una posibi l idad teórica, sino también una realidad práctica. E n
6. E l huracán Katrina reveló las consecuencias sociales y ecológicas de la «li
bertad económica» para aumentar el calentamiento globaly dejar a los pobres
a su suerte.
40
u n sistema de derecho negativo, la r iqueza es forzosamente
igual a poder: el poder de expresar los propios deseos, de orde
nar a otros, de imponerse. Quizá la m u l t i t u d «ahora todos that
cheristas» presente en la fiesta del Nuevo Laborismo de 2002 no
conocía este desplazamiento radical por pereza intelectual; es
la explicación más benévola. Quizá Mandelson decidió sin más
apelar al interés personal desnudo.
Sea cual fuere el camino que el «Nuevo Laborismo» y sus
equivalentes en otros países hayan escogido, este concepto de
sociedad y de derecho es el adversario doctr inal que deben tra
tar de derribar los progresistas. C o m o declaró el sacerdote do
minico francés y gran reformista del siglo x i x H e n r i Lacordaire:
«Entre los fuertes y los débiles, entre los ricos y los pobres, en
tre el amo y el esclavo, está la l ibertad que oprime y la ley que l i
bera». L a libertad de mercado oprime de hecho al débil; la tarea
de los progresistas es, por tanto, esforzarse por que haya u n
marco de derecho positivo en los ámbitos nacional e internacio
nal que garantice el respeto a los derechos y la dignidad de todos
los seres humanos.
¿Quiénes son los neoliberales?, ¿los neoconservadores?,
¿cuál es la diferencia?, ¿a quién le importa?
C o m o decían Butch Cassidy y el Sundance K i d cuando les per
seguía u n misterioso grupo: «Total, ¿quiénes son estos tipos?»
L a respuesta en cuanto a los neoliberales y los neoconservado
res no es sencilla y exige u n poco de base histórica. Podría con
llevar infinitas distinciones que no intentaré hacer. Pero la pre
gunta: «¿A quién le importa?» es fácil de contestar: le importa al
mundo entero, o debería importarle , porque ninguna parte del
41
planeta ha quedado indemne de las doctrinas que defienden
estas personas.
Aquí nos ocuparemos sobre todo de la historia de cómo lo
graron el poder para poner en práctica sus creencias. Su amplia
agenda nacional profundiza y refuerza, de forma visible y de
mostrable, las desigualdades y sirve a las necesidades de los
más favorecidos. Todas las élites han aprovechado con entu
siasmo estas políticas hechas en Estados Unidos . L a agenda de
la política exterior de estos mismos arquitectos políticos sigue
causando u n sufrimiento inenarrable en el exterior y, en el inte
rior, coloca a personas peligrosas a las que nada les importa la
Constitución o la separación de poderes en cargos de gran i n
fluencia.
¿Son «estos tipos» hayekianos? Sí y no. Sí, porque la filosofía
de Hayek es sin duda pertinente a la políticay a la ideología mun
diales, además de a las nacionales, aunque sólo sea porque la
doctrina de la supremacía del mercado que propugnaba se ha ex
tendido globalmente; está en el mismo centro de lo que ahora lla
mamos globalización neoliberal. Instituciones internacionales
como el Banco M u n d i a l y el Fondo Monetar io Internacional,
que trabajan codo con codo con el Departamento del Tesoro es
tadounidense, l levan décadas ocupados en aplicar políticas de
privatización, favorables al mercado y debilitadores del Estado
en todo el mundo. Las miles de páginas de los acuerdos de la Or
ganización M u n d i a l del C o m e r c i o son minuciosamente explí
citas sobre los derechos de las grandes empresas que hacen el
comercio, pero no contienen n i una palabra sobre la protec
ción de los trabajadores o del medio ambiente. Neoliberales de
todas partes (incluidos países «comunistas» de nombre, como
China) intentan reducir a la ciudadanía a la condición de consu
midor, con total deprecio de los derechos humanos.
42
Pero «estos tipos» no son hayekianos en la medida en que la
filosofía de Hayek no basta para esclarecer del todo la última
etapa de la historia de Estados Unidos y del mundo. N o explica
la propensión a la guerra, a la intervención armada, a presu
puestos de defensa siempre crecientes que también son la carac
terística de las élites neoliberales/neoconservadoras en el poder.
Algunos comentaristas mordaces han señalado que estas polí
ticas son la versión estadounidense del socialismo, pues exigen
u n Estado fuerte e intervencionista y u n gran gasto público en
ciertas áreas bien definidas y limitadas que poco o ningún bene
ficio directo t ienen para los ciudadanos. Los puestos de trabajo
que proporcionan el complejo mil i tar- industr ia l y el aparato
mil i tar existirían en otros sectores si hubiera una inversión si
milar. Los hayekianos de pura raza —todavía hay algunos entre
los conservadores estadounidenses— quieren reducir el ta
maño del Estado. E n los Estados Unidos de hoy día, s in em
bargo, la supremacía del mercado y el intervencionismo costoso
y expansionista dirigido por el Estado van unidos.
Este poderoso Estado estadounidense desempeña ahora
también el papel que se le ha atribuido de imponer la ley del
mercado a víctimas reticentes fuera de Estados Unidos . Las
grandes empresas transnacionales estadounidenses han tenido
una influencia definidora en muchos de los acuerdos que juntos
constituyen la ley de la Organización M u n d i a l del Comercio. 7 E n
otro ejemplo reciente, uno de los primeros actos de Paul Bremer
como gobernador de Iraq fue derogar el código de inversión ex-
7. Véase mi Pongamos la OMC en su sitio, Icaria, Barcelona, 2002, donde se cita
al ex director de la O M C del Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios
(AGCS) a tal efecto. Las empresas estadounidenses fueron también funda
mentales a la hora de definir las cláusulas del acuerdo sobre los A D P I C (pro
piedad intelectual).
43
tranjera vigente e instaurar uno nuevo, totalmente favorable a
los intereses empresariales (mayoritariamente estadouniden
ses) . Hayek habría rechazado sin duda la noción de que u n Estado
deba intervenir en los asuntos de otro a fin de «exportar la demo
cracia». Hablaremos más sobre esto en el siguiente capítulo.
Cuando preguntamos: «Total, ¿quiénes son estos tipos?»
también nos encontramos con diversos problemas de vocabu
lario. E n Estados Unidos , ser «liberal» significa ser al menos l i
geramente progresista. Se supone, correcta o incorrectamente,
que los demócratas son más «liberales» que los republicanos y
la derecha estadounidense siempre se hace la víctima de los
«medios de comunicación liberales». Esta es probablemente
la razón por la que la etiqueta «neoliberal» se use menos en
Estados Unidos que en Europay en otros lugares: sencillamente
es demasiado confusa. Fuera de las fronteras estadounidenses,
«neoliberal» designa inequívocamente a personas que son ha-
yekianas en sus opiniones políticas y económicas; aunque, sólo
para hacer el panorama u n poco más confuso, algunos se auto-
denominarían «libertarios».
Sea cual sea su nombre, intentan reducir los impuestos y la
intervención del Estado dedicada a proporcionar prestaciones
sociales a los ciudadanos,y quieren rescindir las leyes de protec
ción laboral y las ayudas en caso de desempleo, enfermedad
grave, carencia de vivienday otros percances o desastres perso
nales. E n su opinión, cualquier servicio «público» restante debe
ser contratado con empresas privadas, del mismo modo que las
escuelasy los centros médicos privados deben sustituir en su ma
yor parte a los públicos. Estados Unidos es el único país de
sarrollado rico que ofrece a sus ciudadanos una atención médica
pública tan mínima, por no decir inexistente. E n cuanto a las
escuelas, la derecha pide u n sistema de vales que permita a los pa-
44
dres elegir entre los centros educativos en oferta en el mercado
(el vale es u n pago fijo que hace el gobierno federal o estatal por
niño; los padres pueden elegir pagar más a cambio de escuelas de
superior calidad, u n plan de estudios confesional, etc.).
E n el área de la política exterior, los neoliberales t ienden a
apoyar las políticas exteriores intervencionistas de Estados
Unidos , incluidas las mil i tares, aunque la tradición aislacio
nista estadounidense sigue viva, como ha dejado claro el enorme
descenso de la popularidad del presidente Bush. Los neolibera
les apoyan la ampliación de la O T A N y rechazan de plano a la
O N U . Están de acuerdo con el «Consenso de Washington»,
pero no apoyan forzosamente a las instituciones financieras
internacionales (Banco M u n d i a l y F M I ) que i m p o n e n las polí
ticas del Consenso en países del Sur y del Este. Casi todos res
paldan vehementemente al Estado de Israel y lo consideran
una especie de avanzadilla para la política estadounidense en
Oriente Medio. Estos aspectos son fundamentales y el siguiente
capítulo está dedicado a ellos.
E n Estados Unidos , los neoconservadores defienden todo lo
anterior, pero también sienten una enorme preocupación por
las «políticas del cuerpo», que suelen girar en torno a las cues
tiones relacionadas con la sexualidad. ¿Quién puede tener rela
ciones sexuales con quién, a qué edad, en qué condiciones y
con qué educación previa sobre la reproducción y las enferme
dades de transmisión sexual? ¿Qué derechos civiles, si es que hay
alguno, incluido el derecho al matr imonio , deben aplicarse a
personas cuya sexualidad es (en su opinión) «desviada»? ¿Qué
derechos tiene la mujer de controlar sus órganos reproductivos
y poner fin a embarazos no deseados? ¿Cuál es la condición j u
rídica del embrión humano en relación c o n la investigación
científica? ¿En qué momento se termina una v ida humana? ¿Se
45
puede adelantar legítimamente ese momento? Todas estas pre
guntas son útiles para los neocón.
Estas preguntas también atraen mucho más la atención de
la sociedad estadounidense y se debaten con mucha más pa
sión que, por ejemplo, en Europa. Los neocón son también su
mamente sensibles, en el sentido negativo, a las cuestiones re
lativas a la igualdad racial y los derechos de la mujer. Muchos de
ellos nunca han digerido los logros de los movimientos de los de
rechos civiles y de la mujer de las décadas de 1960 y 1970.
Entre las cuestiones que no se debaten con pasión figuran la
pena capital, cuya abolición es u n requisito para pertenecer a la
Unión Europea. E n los 38 de los 50 estados del país donde aún
existe, la pena de muerte suscita pocas polémicas. Los periódi
cos sondeos de opinión de Gal lup muestran sistemáticamente
que al menos dos tercios de los estadounidenses están a favor de
ella (con u n máximo del 74% en mayo de 2003 y de nuevo en
mayo de 2005). Sondeos similares realizados entre 2002y 2006
mostraron que entre el 47 y el 53% de los encuestados afirmaba
que la pena de muerte debía aplicarse con más frecuencia que la
actual. Desde 1976 han sido ejecutadas más de m i l personas, el
9 9 % varones y el 34% negros, y más de u n tercio de las ejecucio
nes han tenido lugar en Texas. E n 2006 quedaban 3.370 asesinos
convictos en el «corredor de la muerte».
E l impacto del lobby de las armas de fuego es conocido y su
interpretación estricta de la Segunda Enmienda a la C o n s t i
tución no muestra señales de desgaste.* L a consigna de la
Asociación Nacional del Rifle es: «Las armas de fuego no matan
personas. S o n las personas las que matan a personas», y se
* «Siendo necesaria para la seguridad de un Estado libre una milicia bien reg
ulada, no se vulnerará el derecho de las personas a tener y portar armas.»
46
acepta generalmente, al menos en el interior del país. Incluso
después de matanzas cometidas por personas claramente des
quiciadas, el lobby consigue controlar a la opinión pública y no
es probable que ningún representante en el Congreso que desee
la reelección lleve la contraria a la Asociación.
Así pues, algunos neocón están embarcados en u n viaje cul
tural , moral izador y a menudo religioso, además de político.
Para la mayoría de ellos, cul tura y política son inseparables.
Esta categoría abarca a los «cristianos convertidos»* e incluye
a George W . Bush y a muchos funcionarios de Washington. Sus
actividades hacen aún más borrosa la separación entre Iglesia y
Estado, evidente, por ejemplo, en los esfuerzos concertados
para enseñar el creacionismo o su sustituto más presentable, el
«diseño inteligente», en las escuelas públicas. C o m o veremos
con detalle más adelante, al menos setenta millones de estadou
nidenses se incluirían en este grupo y representan una parte
considerable de las fuerzas de infantería de muchas organizacio
nes neocón. 8
L a derecha de Estados Unidos agrupa numerosas tenden
cias: políticay económica, r i cay pobre, religiosaylaica, externa
c interna, republicana y demócrata. Las generalizaciones son pe-
ligrosas, pero quizá podamos intentar hacer una generaliza
ción modesta. Aunque los grupos tienen claras coincidencias, el
* Born-again Christians: denominación que se da a las personas que se convier-
1 en a una secta evangélica. [N. de la T.]
H. Aunque se hablará brevemente de la derecha cristiana en la conclusión, este
elemento de la derecha estadounidense es demasiado amplio y complejo como
para abordarlo someramente y necesita un lugar dedicado a él por completo.
(lomo tal, está más allá del ámbito de este libro del T N I . Parte de este movi
miento cristiano es, por razones teológicas, especialmente combativo sobre el
i ema del derecho de Israel, de hecho, su deber de ocupar toda «Judea y Sama
ría», es decir, Palestina (y tierras vecinas).
47
vocabulario difiere a u n lado y otro del Atlántico (y entre ese l u
gar y el resto del mundo) , mientras que todos los neocón son
neoliberales, no todos los neoliberales son neocón. Más lejos no
me atrevo a aventurarme.
De izquierda a derecha
en etapas no tan fáciles
Los neoliberalesy los neocónhan promocionado sus ideas sin ce
sar y han util izado todos los instrumentos disponibles para ello.
Estas ideas, s in embargo, necesitaban u n suelo fértil en el que
crecer y prosperar, y aquí los «liberales» y el Partido Demócrata
cayeron a menudo en su trampa. L a pura demografía también
tuvo u n gran peso. L a «evolución continental» de Estados U n i
dos tanto en el sentido geográfico como en el social lo ha llevado
a alejarse del este y del norte, más inclinados a la izquierda, e ir
hacia el sur, más tradicionalmente derechista, y el oeste liberta
r io . Dos elegantes l icenciados de O x f o r d , corresponsales en
Estados Unidos y editores de The Economist, han elaborado u n in
forme con datos del interior redactado desde el exterior sobre es
tas transformaciones en la escena estadounidense, diseccio
nando las tendencias de la población que han desembocado en
las actuales configuraciones de poder. J o h n M i c k l e t h w a i t y
Adrián Wooldridge ( M & W ) explican con claridad el contexto. 9
E l país se mueve, l iteralmente. L a Ofic ina del Censo esta
dounidense mide el desplazamiento de la población hacia el
sur y el oeste a tres pies por hora o cinco millas al año. Las cifras
9. John Micklethwait y Adrián Wooldridge, The Right Nation: Conservative
Power in America, Penguin, 2004.
48
dan al sur y al oeste más m i e m b r o s en la Cámara Baja de l
Congreso y menos al este. Mientras los europeos están acos
tumbrados a que la política se base en su mayor parte en clases
sociales e intereses de clase, la política estadounidense gira
mucho más en torno a los valores. E l sur es el paraíso de los
conservadores sociales que odian el abortoy a los gays y quieren
que su gobierno «haga el trabajo del Señor»; sus homólogos en
el oeste son más conservadores antigubernamentales y aman las
armas de fuego, odian los impuestos y desean sacudirse de en
cima al gobierno.
Sea cual sea su habitat geográfico, ahora están todos unidos
en el Partido Republicano. Este cambio representa una revolu
ción. Desde el final de la Guerra C i v i l , los demócratas fueron l i
teralmente los propietarios del «sólido sur», donde los repu
blicanos — e l part ido de A b r a h a m L i n c o l n que liberó a los
esclavos— eran u n anatema. Las leyes de Derechos Civi les y
Derechos de Voto de 1964-65 pusieron fin a este dominio demó
crata. C o m o predijo con exactitud Lyndon Johnson, demócrata
y oriundo de Texas, cuando firmó la Ley de Derechos Civiles, es
taba «firmando el alejamiento del sur durante 50 años.» 1 0
E l presidente Johnson, triunfalmente reelegido en 1964, es
taba resuelto a llevar a cabo su proyecto de G r a n Sociedad y el
país era lo bastante próspero como para pagarlo. E l Tribunal
Supremo comenzó a dictar sentencias concediendo a mansalva
nuevos derechos a grupos antes excluidos: negros, mujeres, ho
mosexuales, discapacitados, presos, procesados en causas pena
les, enfermos mentales... Se crearon nuevas burocracias para
programas especiales de educación infanti l temprana y aten
ción médica para ancianos; para Humanidades y Artes, para co-
10. Micklethwait y Wooldridge, ibíd., p. 10.
49
munidades minori tar ias; para sencil lamente cualquier cosa
salvo, como vieron muchos, para los estadounidenses blancos
normales y corrientes. Su vaso de resentimiento se desbordó
con el decreto federal sobre autobuses, que exigía que los niños
recorrieran largas distancias en autobuses escolares para asistir
a clase fuera de su distrito, todo en nombre de «lograr el equil i
brio racial».
Mientras tanto, el gran momento keynesiano había pasado.
L a guerra de V i e t n a m se intensificaba, costando u n dineral y
causando inflación; la contracultura tomaba los campus univer
sitarios, los delitos graves aumentaban. También abundaban los
pequeños delitos callejeros. Cada «largo y caluroso verano» del
mandato de Johnson, ciudades importantes como Filadelfia,
Los Ángeles, Cleveland, Detroit , Newark y decenas más eran
escenario, de explosivos disturbios raciales que dejaron cente
nares de muertos y millones de dólares en daños. N a d a de esto
era del gusto de los ciudadanos del vasto interior de Estados
Unidos.
E l año 1968 fue realmente terrible. L y n d o n Johnson, que
en 1964 había ganado en 44 estados y obtenido el mayor nú
mero de votos populares de la historia de Estados Unidos (el
23% más que su rival archiconservador Barry Goldwater), anun
ció en marzo que no se presentaría de nuevo en 1968. Dos sema
nas después, Robert Francis «Bobby» Kennedy declaró que es
taba disponible y parecía probable que se c o n v i r t i e r a en el
candidato presidencial demócrata. Apr inc ip ios de abril , M a r t i n
Luther K i n g fue asesinado en Memphis ; justo u n mes después,
«Bobby» fue abatido a tiros en Los Ángeles, horas después de ga
nar las primarias demócratas en California. Ninguno de los dos
asesinatos se resolvió n u n c a realmente. E l senador H u b e r t
Humphrey, del lejano estado del norte de Minnesota , cubrió el
50
hueco pero se negó a distanciarse de la guerra de Vietnam. E n el
Partido Demócrata, d iv idido en facciones, reinaba la confu
sión. V i e t n a m , las relaciones raciales, la delincuencia y las gue
rras culturales estaban desgarrando el país.
E l candidato republicano, Richard N i x o n , h i z o su agosto
con el lema de campaña «Orden público» y se distanció con fa
ci l idad del patricio y republicano «liberal» tradicional Nelson
Rockefeller. E l sureño p o p u l i s t a y segregacionista George
Wallace, ex gobernador de Alabama, sabía lo que le gustabay lo
que no le gustaba a «la gente» del sur y entró en la carrera como
independiente. Su compañero para la vicepresidencia era el ge
neral Curt i s LeMay, conocido sobre todo por querer «bombar
dear V i e t n a m hasta devolverlo a la Edad de Piedra».
Las elecciones de noviembre de 1968 fueron reñidas, pues
cada uno de los partidos principales obtuvo más de 31 millones
de votos, pero N i x o n logró 5 0 0 . 0 0 0 más que Humphrey. L a
sorpresa fue Wallace, que consiguió casi 10 millones de votos, u n
13,5% del total . Entre los cinco estados que votaron a Wallace y
los 32 que votaron por N i x o n , la auténtica sorpresa fue el modo
en que los republicanos cubrían ahora el mapa del país de costa
a costa. Puede que Texas hubiera votado a los demócratas, pero
aparte de eso, Humphrey ganó sólo en la costa noreste y tres es
tados del norte lejano. Cuarenta años después, este sigue siendo
el aspecto que tiende a tener el país.
Pero en 1968 los conservadores no habían cogido aún el
r i tmo. N i x o n , a pesar de su tr iunfal reelección en 1972 (su opo
nente George M c G o v e r n sólo ganó en el pequeño y pobre estado
de Massachusetts), se v io obligado a d i m i t i r por el escándalo de
Watergate y con él los republicanos habían ganado poco más que
la reputación de jugar sucio. E l poco conocido demócrata J i m m y
Cárter ganó por u n estrecho margen las elecciones en 1976 al ex
51
vicepresidente de N i x o n , G e r a l d F o r d , pero perdió en 1980,
cuando en el firmamento de los republicanos se encendió la
supernova Ronald Reagan. L a elección de Reagan trajo consigo
la ventaja del control republicano del Senado por primera vez en
28 años. Y con Reagan hemos llegado finalmente al verdadero
territorio neoliberalconservador, donde a partir de ahora per
manecerán estas páginas.
Los neocón:
de red a galaxia
Veamos ahora la difusión sistemática de políticas económicas y
sociales neoliberales dentro de Estados Unidos. Estas políticas
han afectado no sólo a las vidas de los estadounidenses, sino que
también han ejercido una perniciosa influencia mucho más allá
de sus fronteras. L o primero que se observa sobre la apropiación
neoliberal del pensamiento económico y social es que las fuerzas
sociales progresistas, incluso las moderadas, dentro o fuera de
Estados Unidos, no le prestaron mucha atención. Estaba produ
ciéndose una revolución silenciosa delante de sus narices, pero
no olieron n i siquiera que había gato encerrado, y mucho menos
intentaron buscarlo. L a derecha pudo llevar a cabo su actividad
ideológica sin que nadie lo advirtiera, la controlara o la molestara.
Los temblores premonitorios de esta revolución se produ
jeron en la Universidad de Chicago, donde Hayek se convirtió en
profesor en 1950. Hayek reunió a su alrededor a u n pequeño
círculo de devotos seguidores que l legaron a ser conocidos
como la Escuela de Chicago y, más tarde y de forma más i n
quietante, en Chile y otros países, como los Chicago Boys. Antes
aún, en 1947, con la ayuda deljoven M i l t o n Fr iedman, Hayekya
52
había fundado la Sociedad M o n t Pelerin, una comunidad hermé
t ica de economistas neoliberales puros creyentes de la que
Margaret Thatcher sigue siendo actualmente miembro.
Pese a la lent i tud de sus comienzos, estas instituciones em
brionarias han perdurado y vienen desempeñando u n papel i m
portante, si b ien en gran parte oculto, en Estados Unidos y en
otros países. Entre 1985 y 2 0 0 0 , M o n t Pelerin recibió más de
500.000 dólares de varias fundaciones conservadoras y reclutó
a pensadores neoliberales de primera línea; actualmente cuenta
con más de 500 miembros procedentes de cuarenta países. Los
presidentes más conocidos que ha tenido M o n t Pelerin, además
de Hayek y Friedman, son George Stigler, James Buchanan y
Gary Becker, galardonados con el Premio Nobel .
U n o de los miembros del conservador círculo de Chicago,
Richard Weaver, había t i tulado su obra de 1948 Las ideas tienen
consecuencias. Este título podría servir como una especie de
lema para los neoconservadores. Las fundaciones familiares
de la derecha se tomaron esa afirmación en serio y pusieron en
práctica lo que ahora l lamamos teoría «neoliberal» o «neocón»
en el mapa nacional y en el internacional. Usaron estratégica
mente su dinero y su «libertad de elección», por citar el título de
uno de los l ibros de más éxito de M i l t o n Friedman. C o m p r a r o n
y pagaron a u n enorme cuadro de especialistas y hábiles comu-
nicadores en una red de instituciones y centros de estudios aca
démicos y no académicos. Crearon prácticamente de la nada
todo u n c l ima ideológico en el que seguimos viviendo hoy día,
tan peligroso en sí mismo para el mundo social como lo es el ca
lentamiento global para el m u n d o natural.
Los progresistas, s in duda seguros de que sus ideas eran
fuertes y correctas, fueron increíblemente lentos en reconocer
la amenaza; apenas se dignaron a discutir siquiera hasta que
53
las guerras de la cultura terminaron y ya las habían ganado los
neocón. U n a de las primeras críticas progresistas de la ideolo
gía neoliberal fue u n análisis m u y bien fundamentado de James
A l i e n S m i t h , publicado en 1991, toda una década después de
que Ronald Reagan ocupara la Casa Blanca y ya hubiera super
visado la transformación de decenas de propuestas neocón en
leyes. U n año antes había aparecido u n breve artículo de J o n
Wiener en el semanario The Nation y u n puñado de intelectua
les había escrito sobre las fundaciones conservadoras; s in em
bargo, durante demasiado tiempo, la gente, la planificación y las
instituciones que estaban tras el reaganismo y el thatcherismo
atrajeron escasa atención. 1 1
Durante la década de 1990 surgieron otras aportaciones a la
bibliografía sobre el tema, incluido, en 1997, u n breve texto del
que fui autora, publicado en Le Monde Diplomatiqueyen Dissent.
E n ese artículo intenté no sólo rastrear la historia del exitoso
cambio del centro de gravedad intelectual de la derecha, sino
también señalar a posibles donantes progresistas que come
tían la temeridad de apoyar proyectos, pero no ideas como las
que producían mis propios colegas en el Instituto Transnacional
(TNI) e instituciones de mentalidad similar. Estos esfuerzos ob
tuvieron pocas respuestas, al menos en los lugares donde impor
taba. Ci tando m i artículo: 1 2
Hoy día, pocos negarían que vivimos bajo el imperio prácti
camente indiscutido de la sociedad dominada por el mer
cado, ultracompetitivay globalizada con su cortejo de múl-
11. James Alien Smith, The Idea Brokers, The Free Press, Nueva York, 1991; Jon
Wiener, «Dollars for Neocon Scholars», The Nation, 1 de enero de 1990.
12. Susan George, «How to W i n the War of Ideas: Lessons from the Gramscian
Right», Dissent, verano de 1997.
54
tiples iniquidades y violencia cotidiana. ¿Tenemos la hege
monía que nos merecemos? Creo que sí,y ese «nosotros» se
refiere al movimiento progresista, o lo que queda de él... el
bando de los ángeles está descuidando trágicamente la «gue
rra de las ideas». Muchas instituciones públicas y privadas
que creen realmente que trabajan por un mundo más equi
tativo en realidad han contribuido activamente al triunfo
del neoliberalismo o han permitido pasivamente que este
triunfo se produzca [...] [Pero] si reconocemos que un
mundo inicuo, dominado por el mercado, no es ni natural ni
inevitable, debería ser posible crear un contraproyecto para
un mundo diferente [...] La doctrina económica ahora domi
nante no ha caído del cielo. Por el contrario, ha sido cuidado
samente alimentada durante décadas, por medio de pensa
miento, acción y propaganda, comprados y pagados por una
fraternidad muy unida [...]
L a compra y el pago siempre han sido cruciales. E n su l ibro,
James Al ien Smith presenta los dramatispersonae clave que deter
minaron y continúan determinando al m o v i m i e n t o neocón.
Describe las instituciones en las que trabajany la intrincada ma
quinaria monetaria que los financian. Muestra cómo estos padres
fundadores (pocas madres aparecen) se separaron de la tradición
empírica estadounidense en las ciencias sociales y el periodismo
para situar su mensaje en u n marco abiertamente ideológico.
También desarrollaron una labor de promoción y técnicas
de relaciones públicas formidables, comprendiendo que los pe
riodistas de la prensa escritay audiovisual de la corriente d o m i
nante utilizarían su trabajo, si se hacía con la adecuada habilidad,
en nombre del «equilibrio»... y por pereza. Las acciones que se
cotizan de cualquier negocio neocón incluyen la preparación de
55
millares de notas de prensa, comunicados y comentarios listos
para usar; y el suministro de expertos con capacidad de expre
sión para aparecer en programas de entrevistas y cadenas de no
ticias como C N N sobre u n ampl io abanico de temas. L a i z
quierda no tiene nada parecido a la maquinaria, el dinero, la
habilidad en materia de comunicaciones y el personal que pue
den movi l izar los neocón. Ésta es una de las formas en que han
desplazado el «equilibrio» más y más a la derecha.
Irving Kristol , uno de los padrinos de este movimiento, cono
cido por haber dicho en cierta ocasión que u n neocón era u n l i
beral atacado por la realidad, identificó el objetivo neocón como
la «Nueva Clase». Según su análisis, esta clase no era sólo hosti l
al sector privado, sino que había logrado tomar el bastión de las
ideas: las universidades, los centros de estudios y las fundaciones
que actuaban como «legitimadores de ideas». L a respuesta de
Kristol a lo que consideraba hegemonía ideológica «liberal» (en
el sentido moderadamente de izquierdas, estadounidense, de
la palabra) fue crear instituciones rivales propias de la derecha,
con el apoyo de la filantropía de grandes empresas y fundaciones
conservadoras. E l objetivo de Kristol de crear una red de institu
ciones y especialistas neocón fue explícito desde el principio;
su estrategia se centró en la capacidad para influir en los debates
políticos nacionales, dentro y fuera de Washington. E l concepto
era brillante y el éxito de la estrategia es sobrecogedor.
L o que empezó como u n a red i n f o r m a l se parece ahora
más a una galaxia. Por lo que se puede juzgar desde el exterior,
la cohesión entre los diversos nodos de la red enormemente
ampliada —fuentes de financiación, centros de estudios, u n i
versidades, centros de desarrollo de políticas concretas, orga
nizaciones de base, publicaciones, intelectuales y activistas i n
div iduales— es notable. L a mejor forma de estudiarlos sería
56
tomar una enorme hoja de papel y escribir los nombres de todos
los donantes y receptores. Abarcaría todas las subcategorías
pertinentes (como, por ejemplo, expertos individuales en cen
tros de investigación concretos de universidades específicas,
cuando los tres reciben subvenciones económicas) y trazar las
líneas que los conectan. Se podrían usar líneas similares de co
lores diferentes para representar, no el dinero, sino las afinida
des: entre organizaciones, publicaciones, medios de comunica
ción, etc. que trabajan juntos, por ejemplo. Cuantas más líneas
se dirigieran a u n nodo, más alcance e influencia de cada actor.
Después se podría dibujar u n mapa razonablemente exacto
de la galaxia, localizando las «estrellas» individuales, los «soles»
alrededor de los cuales órbita la mayoría de los «planetas»; las
«lunas» que a su vez orbitan alrededor de esos planetas y los
campos gravitacionales que existen entre ellos. Este proceso
ilustraría también el concepto de Gramsc i de la marcha hacia
una nueva hegemonía cultural y de desarrollar «intelectuales or
gánicos» propios. E n el último cuarto de siglo, estos actores
han producido u n auténtico cambio climático ideológico, aun
que muchos de ellos continúan fingiendo falsamente que los
medios de comunicación, las universidades y otras institucio
nes siguen estando dominados por los «liberales», que sigue
siendo su palabra clave para «izquierdistas».
Los padres neofundadores
y las fuentes de financiación
E n el centro del mapa de la galaxia encontraríamos las fuentes
de financiación, porque sin ellas el resto de la infraestructura se
vendría abajo. Comprendieron con rapidez la importancia de las
57
Top Related