GIGANTES EN LA SOMBRA
Crónicas de la “U” en Segunda División
DANIEL LÓPEZ GRANADOS - FELIPE BETANCOUR HOLUIGUE
MEMORIA PARA OPTAR AL TÍTULO DE PERIODISTA
Categoría: Crónica
CRISTIAN ARCOS MORALES
SANTIAGO DE CHILEJUNIO 2017
ÍNDICE
Prólogo…………………………………………………………………………….. 3
La tarde del descenso…………………………………………………………… 8
El día siguiente (O cómo no descender a la U)……………………………….. 15
Las bolsitas del Guatón Santibañez…………………………………………….. 18
El viaje de Manuel………………………………………………………………… 20
Aterrizaje Forzoso………………………………………………………………… 27
La Reunión…………………………………………………………………………. 31
Los asados del “Negro”…………………………………………………….......... 33
La batalla de Lota…………………………………………………………………. 39
Puerto Montt: un hincha al borde de la cancha………………………………… 41
El desahogo……………………………………………………………………….. 44
Papeles al viento: la pesadilla terminó………………………………………….. 48
La oportunidad de gritar ¡Campeón!............................................................... 55
Fuimos historia…………………………………………………………………...... 59
Fecha a fecha: números………………………………………………………….. 62
Epílogo………………………………………………………………………………. 79
Bibliografía…………………………………………………………………………... 83
PRÓLOGO
Desde temprano las calles aledañas al Estadio Nacional comienzan a cambiar su ritmo
habitual. La “U” juega un duelo intrascendente frente a Deportes Iquique, que viene haciendo
buena campaña y le disputa el torneo a la Universidad Católica, el campeón vigente. Hace un
año y medio que los laicos no se abrazan más de dos fechas seguidas. Los festejos se
extraviaron. El único anhelo deportivo que asoma esa tarde extraña, es mantenerse peleando
un cupo en la liguilla que entrega boletos a la Libertadores del año siguiente. Pese a todo, la
expectación del hincha vibra inquieta, en otra frecuencia, esa tarde extraña. Ese cinco de
noviembre del año 2016, se desplegará la bandera gigante más imponente que el club
recuerde. Es un día para estar juntos, de esos que llegan con la promesa de no ser olvidados.
Puerta diecisiete. Un hombre mayor, radio en mano, jockey de visera floja y desteñida,
conversa con un niño que bien podría ser su nieto. A lo lejos se escucha la conversación: le
cuenta que hace muchos años la “U” jugó en Segunda División. El pequeño mira incrédulo,
quizás pensando en todas las veces que gritó campeón en esos poquitos años que alcanza a
contar con dos o tres manos. El abuelo le pone caras, le refriega un poco el pelo, buscando los
caminos para explicar la historia completa. Le dice que eran otros tiempos. Que la “U”,
cuando se fue a los potreros, no salía campeón desde 1969. Que el último equipo que había
celebrado antes de ese año, era ese grupo de señores canosos que el estadio aplaudiría de pie
en el entretiempo.
- ¿El Ballet Azul, abuelo?
- Claro, ellos. Claro.
Esta tarde, que será noche cuando la pelota corra, no falta nadie. Esa tarde, no se condice
mucho con la lógica. Como tantas otras tardes y noches en la historia de este club. Aquí los
números pocas veces calzan.
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La salida de Becaccece aún duele, ronda. Era el gran proyecto. Parecía el personaje indicado.
El hincha lo quería. Pero el fútbol aguanta retórica cuando las palabras juegan, y este no fue el
caso. No era otra versión de Sampaoli. Por eso volvieron los de casa, con la idea de recuperar
la manoseada mística el club. Por eso Castañeda, un viejo conocido. Por eso Musrri, el eterno
capitán.
Johnny Herrera asoma por el túnel sur. Llegó el momento. Todos ayudan. El humo rojo y azul
empieza a colmar cada esquina de todos lados. Cincuenta mil manos, la mitad del estadio,
trabajan juntas. Hoy es el club por sobre los jugadores. Esa noche deja de ser una frase cliché.
La bandera baja y la puerta diecisiete queda sumergida bajo un pedazo de tela roja. Los
asientos se empiezan a vaciar y todos corren hacia el sector más alto de la galería para asomar
la vista por encima de la bandera. Hay que guardar la histórica postal con los cinco sentidos.
El viejo no se inmuta. Solo atina a pegarse un poco más la radio al oído. Con la vista al frente,
como si viera todo a través de ese pedazo de tela. La imagen es extraña, provocadora: la
sombra roja, los asientos vacíos, el viejo recostado en el parlante de su radio. Como si se
supiera la cancha de memoria, sigue mirando hacia adelante. Mira, tranquilo, como si
entendiera perfectamente lo que ocurre esa tarde. El nieto corre junto a los demás y sube
saltando filas entremedio de los asientos. Se interrumpe, por un momento, la historia que le
contaban.
En la cancha, técnico y ayudante miran recién salidos del túnel el espectáculo de la galería
junto a los jugadores; a los de la “U”, a los de Iquique, al mundo entero. Se cambian los
papeles, se da vuelta todo por diez minutos. La admiración se mete contra el tránsito y la
cancha se transforma en el palco de honor.
El abuelo escucha en la radio un comentario sobre Lucho Musrri y recuerda que el “6” fue
parte del plantel que disputó ese torneo amargo de 1989. En ese tiempo, era el juvenil que se
salía de las duchas cuando venían los más grandes. Quizás por eso entendió todo desde el
principio.
Se acuerda de otros: del “Camello” Fajre, que metió doce y fue el goleador del equipo; del
“Negro” Vasco, que hizo del camarín una familia; del “Chico” Hoffens, que infiltrado cada
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siete días desbordaba rebelde esas canchas sin pasto; de Reynero, el capitán joven; de
“Cepillín”, el que casi se devuelve a Palestino cuando conoció el “Sauzal”; de Mondaca, que
quiso jugar en Segunda División a pesar de salir campeón con Cobreloa; de Pedro Pablo Díaz,
que corría por todos; del “Negro” Díaz y el “Huacho” Silva; la “Comisión”, como los
apodaron al interior del camarín por su calidad de negociadores con los dirigentes de la época;
de “Carepato”, el vanidoso. De tantos otros. Y de Manuel, claro. Pellegrini. El mismo que
llegaría a dirigir al Real Madrid. El mismo que, tras un inesperado empate con Cobresal, se
quedó solo en las duchas el 15 de enero de 1989, asumiendo el dolor de quedar en la historia
como el entrenador que vio a la “U” tocar fondo. “Me quise morir cuando bajamos”, diría por
fín, 27 años más tarde y a punto de irse a dirigir a China, mientras compartía una cena con
amigos y ex referentes de la “U” en un restaurant del sector oriente de Santiago.
La bandera gigante comienza su repliegue y el momento es estremecedor. Quizás porque lo
que acaba de pasar sumergió a todos en un delirio colectivo de esos que se piensan poco y se
sienten mucho. El aplauso es fuerte y prolongado. 45 mil gargantas apretadas en todo el
estadio. Se respira sobrecogimiento. Los hinchas se miran, nos miramos, con ese nervio
inquieto que acompaña los instantes posteriores a las emociones importantes. Esta no es una
noche cualquiera. Hoy la gente celebra pertenecer.
El viejo por primera vez se separa de la radio y mira para atrás. Su nieto aún no baja. Se
quedó arriba un momento, apoyado en uno de los cientos de cartones que se acaban de utilizar
para proteger la bandera del alambrado. Está quieto mirando la cancha. Su abuelo entiende
que no tiene que llamarlo. En ese momento los cincuenta años que los separan se suspenden
en el mismo aire que se lleva las palabras. La complicidad de esa tarde anacrónica. Estas
cosas no se explican. El viejo se saca el gorro, se acomoda un poco el pelo y las emociones.
Respira largo, ajusta el volumen de la radio y clava la vista en la cancha.
Esa noche contra Iquique la “U” rescató un pobre empate gracias a la vergüenza deportiva y
se alejó de todo. Sin embargo, hay más gente en el estadio que para todos los partidos de la
Selección Chilena durante las presentes eliminatorias.
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Suena el bombo otra vez. Se rompe el hechizo y el nervio encuentra su caudal habitual para
salir volando como de costumbre. Todos cantan, gritan. Es la excusa perfecta para sacudirse el
momento. La pasión recupera su lugar y el codo sur estalla, ayudando al abuelo a contar la
historia. El nieto escucha y repite. Ya la había cantado antes. Pero, por primera vez, siente que
le pone atención:
“Ese tiempo en la B
Creció más el aguante
Ahora esta pasión
Se volvió incontrolable…”
Esta es la historia detrás de esa frase y de ese abuelo. De esos tres segundos que quedaron
atrapados en la garganta de quienes sienten sin haber visto, y en el recuerdo de tantos más que
acompañaron al club en sus días más tristes. Hinchas, estos últimos, que a la edad de sus
hijos, nietos y sobrinos, sólo pudieron celebrar un irracional sentido de pertenencia.
El abuelo no puede tener más razón. Fueron otros tiempos. Aquí están las historias de un
plantel que no tenía agua caliente después de los entrenamientos, que usaba un container de
camarín y que se tenía que organizar por sus propios medios para lavar la ropa de
entrenamiento. Que escuchaba Gipsy Kings antes de salir a la cancha. Que viajaba en tren al
sur. Que hacía “vacas” para ayudar a sus hinchas a recorrer Chile. Y cómo no hacerlo, si
fueron ellos los que la tarde triste del descenso, apenas consumada en cancha la tragedia
deportiva, gritaron con el alma:
“Volveremos, volveremos,
Volveremos otra vez,
Volveremos a ser grandes,
Grandes como fue el Ballet”.
Ese plantel nunca olvidó el gesto de los hinchas, y nosotros tampoco queremos olvidar a ese
grupo de jugadores que le puso el hombro a una crisis institucional que comenzó muchos años
antes. En el fútbol, a la larga, las casualidades no existen.
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Estamos convencidos de que una de las formas más justas de explicar lo que representa la
Universidad de Chile en la actualidad es recordar la intimidad de esa estrella olvidada en los
potreros de 1989. Y no los diez títulos nacionales que sumaría en los siguientes veinticinco
años. Para sus protagonistas y quienes los acompañaron, este viaje a esos días donde la
mística bordada en el pecho era lo único que le quedaba al club.
En el Estadio, mientras tanto, suena el pitazo inicial. Parte la “U” y el abuelo, ahora sí, mira
para atrás. Su nieto viene bajando, y lo nota un poco agitado.
- ¿Abuelo, abuelo, escuchaste?
***
El relato que protagonizan estos dos personajes no es ajeno a nuestras vidas. Seguramente
muchos de los lectores sabrán reconocerse en esa tarde y esa galería. Identificar en un familiar
un amigo o un recuerdo a ese abuelo y a ese nieto. Es la magia inabarcable del deporte:
construir sentidos de pertenencia que sólo reconocemos en las relaciones humanas más
importantes de nuestra vida. Y en ese camino, el compromiso emocional del escritor se
transforma en un recurso imprescindible para la descripción de este mundo épico.
Hoy los datos, las cifras y las encuestas parecieran ser elementos suficientes para reproducir
el mundo en que vivimos. Pero se nos ha ido olvidando contar. Recoger las historias.
Otorgarle a cada hecho el contexto cultural y humano que los hace posible.
Los textos que aquí se reúnen representan una doble reivindicación: al plantel azul de 1989
injustamente olvidado por el paso de los años y el éxito; y a la crónica; vehículo íntimo, de
entraña y oficio, que escribe desde la humanidad transversal que dejan las grandes historias,
sin perder por eso la rigurosidad de sus datos, entrevistas y búsquedas.
Este prólogo es, en gran medida, una declaración de principios. Una provocación periodística
fundada en la necesidad de humanizar lo que hasta ahora ha sido apenas una referencia
estadística, con el objetivo de instalar la campaña de la “U” en Segunda desde los valores
humanos y deportivos que allí se pusieron a prueba. Esos que reservan su estelar aparición
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para las circunstancias adversas y que requieren de una rebelde cuota de subjetividad para ser
relatados con la intimidad que merecen.
Las anécdotas seleccionadas para este trabajo surgieron de la insistencia espontánea de sus
protagonistas por recordarlas. Luego vino el tejido periodístico, que se encargó de darle
estructura y continuidad cronológica a un apasionante relato cuya historia era, hasta ahora,
apenas conocida.
LA TARDE DEL DESCENSO
Es domingo, y los 32 grados de temperatura en Santiago entibian rápido las cervezas que
están sobre la mesa. La mano nerviosa acaricia el borde del recipiente de aluminio, la mirada
atraviesa el antejardín hasta clavarse en un punto al azar del portón negro. El aire caliente
recorre lento el rostro incrédulo de Enrique, que aún no entiende las palabras que salen a
través de la radio al interior de la casa. Desde el Estadio Nacional una voz informa que el
descenso de su querido club de fútbol está consumado, escrito con tinta permanente. “La U a
segunda división”, esa frase, sólo esa oración de 5 palabras, escucha Enrique entre un montón
de voces que salen del aparato.
Cuatro días antes, el 11 de enero de 1989, el panorama era diametralmente opuesto. Sólo 14
minutos fueron necesarios para que Jorge Pérez abriera el marcador frente a Colo Colo por la
fecha 29 del Torneo Nacional. En el papel el encuentro era dispar, un aspirante al título contra
un equipo salvándose del descenso. La apuesta en la cartilla de Polla Gol era lógica, tenía que
ser triunfo albo. Terminado el primer tiempo los jugadores de Colo Colo se retiraban con
gritos de “Vendidos!, Vendidos!”, en relación a una supuesta ayuda de Arturo Salah, técnico
albo, a su amigo Manuel Pellegrini.
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Horacio Rivas recuerda “Los dos eran amigos, antes del partido se especuló que Colo Colo se
podía dejar ganar para darnos una mano.” Pero Rivas echa cualquier teoría por tierra “En ese
tiempo estaba Lizardo Garrido, Raúl Ormeño y Jaime Pizarro ¿Tú te imaginas a Arturo
diciéndoles a los referentes que se dejen ganar para que la ‘U’ no descienda? Es imposible, no
existe ninguna posibilidad”.
La Garra Blanca no pensaba lo mismo. En el minuto 50 “Cepillin” Olguín amplió la
diferencia en el marcador del sector sur. La suspicacia por el arreglo del partido volvía a
aparecer y la respuesta de la barra fue quemar sus banderas, incendiar tablones y golpear
policias. El partido estuvo a punto de ser suspendido. La U venía débil, la tabla de posiciones
así lo demostraba. Sin embargo, el amor por la camiseta pudo más y al minuto 59 Roberto
Reynero, anotaba el tercer y último gol del superclásico chileno.
Mientras el equipo azul se junta en el medio campo en un sentido abrazo, los estandartes de
género blanco arden en señal de protesta por un, para ellos evidente, arreglo entre Arturo
Salah y Manuel Pellegrini, ex compañeros en la “U” en la segunda mitad de la década del 70.
Apenas concluyó el encuentro el equipo laico se concentró en la zona de “Las Vertientes”,
ubicada en la precordillera santiaguina. Ese era el bunker, el refugio que mantendría alejados
a los jugadores de cualquier distracción. Allí habría que esperar 4 días antes de afrontar el
último partido ante Cobresal.
El único momento de salida era para trasladarse a Las Torres con Américo Vespucio,
intersección de calles que limita el campo de entrenamiento “El Sauzal”. El ambiente luego
de ganar en clásico era de relajo y la única inquietud era la recuperación del goleador Jorge
Pérez. Los demás entrenaban fuerte con la mente puesta en la fecha final del torneo.
La práctica dirigida por Manuel Pellegrini era mirada atentamente por Horacio Rivas, uno de
los referentes del plantel pese a sus cortos 24 años. El defensa se había perdido las últimas
fechas por una lesión jugando contra Fernández Vial, pero le pidió al técnico poder estar
citado para sentarse en la banca y alentar de más cerca a sus compañeros.
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Durante las noches de concentración en la precordillera, hubo charlas y conversaciones. Los
más grandes y el cuerpo técnico repasaban una y otra vez el partido con la convicción que un
buen resultado los libraba de cualquier posibilidad de jugar en los potreros.
Entre entrenamiento y concentración pasaron los días y llegó el domingo. La fecha número 30
era el último esfuerzo de la temporada que había comenzado en agosto frente a Palestino,
equipo ya condenado a segunda división con 24 puntos en el fondo de la tabla. La calurosa
tarde de verano recibía tras la tribuna marquesina al bus del equipo universitario. Los hinchas
formaban un pasillo para permitir el desfile de jugadores. Entre las miradas atentas comienzan
a bajar los más jóvenes como Carlos Cisternas y Luis Musrri quienes deben cargar con la
responsabilidad de 60 años de historia en primera división. Luego vienen los experimentados,
el capitán Pato Reyes y el “viejo” Héctor Hoffens. El aplauso cerrado se lo lleva el goleador
Jorge Pérez, la carta de salvación en un semestre nefasto.
La caminata es a través de los túneles del estadio. 20 años atrás todo era distinto, la gloria y
los festejos del mítico Ballet Azul se escuchaban por esos pasillos, por el país y el continente
entero. Pellegrini, con 35 años, estuvo sentado en ese mismo camarín como jugador. Hace 3
años atrás era él quién se vestía de corto para defender la camiseta, ritual que cumplió una y
otra vez durante 13 temporadas en el único club de su carrera profesional. Ahora da sus
últimas instrucciones y al igual que Héctor Díaz y Marcelo “Huacho” Silva, sabe que hay dos
clubes más que intentan mantenerse en primera, Unión Española y O’higgins de Rancagua.
Sin embargo, que consigan triunfos en San Carlos y Las Higueras, respectivamente, es casi
imposibles. Casi.
Antes del partido se escucha la última arenga del Pato y los titulares aparecen por el túnel del
sector sur. Desde la parte alta de la galería un telón con franjas azules y blancas desciende
cubriendo a la mitad del codo. La “U” roja sobre ese pedazo de género gigante se muestra
vigilante en las alturas del recinto. Las manos arribas para saludar a la gente y la formación
frente a las cámaras para capturar al equipo de esa tarde de enero. Héctor Hoffens es
entrevistado por la televisión dentro de la cancha antes de comenzar y asegura que la “U” ese
día se salva.
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15 mil hinchas llegaron esa tarde al Estadio Nacional. En el codo izquierdo del lado sur se
agrupan 7 mil fanáticos que cantan sobre el lienzo de la barra oficial “Imperio Azul”. La
relación entre este grupo hinchas y Pellegrini no era buena. El ingeniero no participaba de las
reuniones que se acostumbraban hacer entre la facción y el plantel. Su único interés era lo
táctico. Un pequeño incidente con la barra en el Estadio El Teniente en la antepenúltima fecha
complicaba más la situación.
Iván Guerrero, padre del periodista del mismo nombre e hincha reconocido de Universidad
Católica, toca el silbato para iniciar el partido. En el arco del lado sur Héctor Giorgetti mira
atento los primeros minutos. El portero argentino fue la elección de Pellegrini cuando le
dieron a elegir entre un delantero o un arquero. El trasandino fue escogido antes que su
coterráneo Marcelo Barticciotto, “Barti”, que iniciaría ese mismo año una exitosa carrera en
Colo Colo.
Al minuto nueve un centro desde el costado izquierdo es conectado por Lobos y da en la
mano del Pituco Vásquez. Penal para Cobresal. Sergio Salgado acomoda el balón y desde el
lado derecho, a no más de un metro de distancia, escucha una voz que le habla. Carlos
Cisternas, el defensa central de ese día, confiesa su intención. “Me acuerdo que me acerqué al
Negro Salgado y le dije que lo tirara afuera, que es un momento difícil”. Salgado hace caso
omiso a la petición del joven zaguero y convierte el uno a cero. La tensión y los fantasmas de
las fechas anteriores vuelven a los jugadores azules.
El primer tiempo se cierra con un cabezazo de Marcelo Silva que el portero Julio Acuña
controla con ambas manos. Cabeza abajo Héctor Hoffens y Cristián Olguín entran a los
camarines, no hay información de los partidos que se juegan en paralelo. En el vestuario se
escuchan instrucciones de Manuel y las botellas de agua pasean de mano en mano.
De entrada, el mismo Sergio Salgado, aumenta la cuenta para Cobresal, que aún sueña con
superar a Cobreloa y gritar campeón. El estadio sufre un segundo de silencio intenso, esto no
estaba en los planes de nadie. La U perdía dos a cero. El único consuelo de la hinchada es
seguir alentando.
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Apenas siete minutos y en el cartel del cuarto árbitro se ve el número 11. Héctor Hoffens mira
incrédulo. Con más de 20 años defendiendo a la U, sabe que es uno de los que puede revertir
el marcador con la experiencia de su carrera. Ofuscado camina hacia la banca sin saludar a
nadie. Sigue y entra nuevamente al túnel. No puede hacer nada más por el equipo y baja al
camarín para meterse en la tina con agua fría, a su lado su amigo de la infancia: Moisés, el
utilero del equipo. En el silente espacio de hormigón sólo se escucha la radio.
Alvaro Vergara pincha la pelota bajo el arquero de Cobresal tras un error de la defensa. el dos
a uno no ilusionaba a nadie, los rivales directos estaban goleando en sus partidos y el empate
tampoco servía para quedarse en primera. Sólo servía anotar dos goles en treinta minutos.
Héctor Díaz, uno de los pilares de la defensa azul, fue expulsado en Rancagua dos fechas
antes del encuentro final. Desde la tribuna preferencial mira impaciente el partido. Él se
entera de cada gol que ocurre en los enfrentamientos de Unión y O’higgins. Está confundido,
no sabe cómo ayudar a su equipo. Los nervios no dan para seguir sentado. Aún con el aparato
en la mano se une a Héctor Hoffens en el camarín, ahí escuchan los últimos minutos de lo que
ocurre sobre el césped.
No quedan más de 10 minutos en el reloj. Los jugadores en cancha no se dan por enterados de
los otros resultados. Carlos Cisternas, parado como último hombre, escucha los gritos de
Giorgetti “Estamos bajando pelotudo, andate arriba”. Horacio Rivas, considerado por
Pellegrini sólo para estar en la banca, se levanta y grita “Hay que meterle, si no ganamos nos
vamos”. La “U” llegaba pero no podía. Julio Acuña impedía una y otra vez el empate azul.
Horacio, de pie aún en el borde de la cancha le recuerda a Acuña: “ayúdanos, deja pasar una,
no estamos yendo a segunda”. Nadie lo iba a recriminar, era la única forma de evitar la
tristeza inminente de los miles de escolares que tendrían que aguantar las burlas de sus
amigos del barrio.
Olguín iba al choque con los defensas que a esas alturas defienden sobre su propia área. Las
formalidades tácticas se terminaron hace bastante, la única misión era que el balón entrase.
Desde la banca no hay respuestas.
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En el living de su casa, vestido con un buzo azul, Olguín recuerda la pasividad de Pellegrini
“Faltaban cinco o diez minutos, estábamos descendiendo y Manuel nunca se para de la banca.
Otro entrenador te grita y te tira adelante. Yo encontré que Pellegrini estaba muy pasivo. Uno
jugando mira hacia la banca para ver cuál es la reacción del entrenador:”
Manuel Pellegrini está sereno, como esperando el desenlace de una película. No alienta, no da
instrucciones, está parado ahí, con su alta figura apoyada sobre la banca local.
En los últimos minutos, con el destino en Segunda ya sentenciado, un gol de Jorge Pérez
empareja el marcador. Un empate que no sirve de nada. Los jugadores se quedan en la cancha
y aún no saben los resultados de los otros partidos, todo el resto del estadio sabe menos ellos.
En la galería, en la tribuna, en la radio que comparten Moisés con Hoffens y Díaz. En todas
las casas azules de Santiago, y en todas las playas donde los hinchas pasan sus vacaciones. La
“U” es un equipo grande, pero los grandes también descienden. Este iba a ser un año gris, del
mismo color que la anteriores, sin pena ni gloria. Pero terminó siendo negro, profundamente
negro.
En el pasto se intercambian las camisetas mientras un periodista de Televisión Nacional se
acerca a Olguín y le pregunta por el resultado. No es malo, dice él. En su cabeza, ardiendo por
el calor y aún con el sudor goteando por su cuello, los resultados de los otros partidos eran
inciertos. El periodista con la frialdad de la información le comenta que están descendidos. El
delantero que estuvo cerca de llegar al archirrival por petición de Arturo Salah y que prefirió
vestir la camiseta de sus sueños, se enfriaba, cada parte de su cuerpo recibía un golpe de frío.
La noticia va de boca en boca. En el estadio la gente no se mueve de sus asientos. Parece un
sueño. Algunos caen desplomados sobre las butacas, otros miran incrédulos. Desde la parte
baja del codo azul comienza lentamente a surgir un cántico, las voces se unen al unísono.
“Volveremos, Volveremos, Volveremos otra vez,
Volveremos a ser grandes, Grandes como fue el Ballet”.
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El grito se multiplica, los jugadores lo escuchan. Héctor Díaz asomado desde el túnel ve la
pena de la hinchada. No hay rabia, no hay insultos, solo apoyo y cánticos.
En el camarín no hay tranquilidad. Los medios de comunicación tienen total libertad para
entrevistar a los protagonistas dentro del vestuario. Manuel en un rincón enfundado en un
buzo azul es acorralado por las cámaras. Su voz se vuelva a escuchar. Los dirigentes esta vez
no se hacen presentes. Waldo Greene, presidente de la Corfuch no está. El capitán Pato Reyes
también enfrenta a la prensa y asegura que ya no tiene ganas de jugar al fútbol. Algunos
compañeros lo escuchan decir que no jugará más en el equipo.
¿Conteniendo las lágrimas, Manuel? Pregunta un periodista.
- El responsable siempre es el técnico
¿Frustrado?
- Lógicamente que sí.
Uno de los que aparece en el vestuario del dolor es Washington Urrutia. Cadete de
Universidad de Chile, ex entrenador del club y por entonces dirigente. El cura Jorge Ávila
aparece en el camarín para consolar a los jugadores, una ayuda divina no le hubiese venido
mal al equipo laico.
En un rincón, Musrri, Cisternas y Silva, los más jóvenes, sienten la responsabilidad. Pero
Manuel Pellegrini los calma, el mal momento es culpa de otros, de él mismo también. Nadie
tomó la palabra, solo pequeños monólogos sobre el compromiso de volver a poner a la “U” en
Primera. Después de dos horas con las medias en los tobillos y la camiseta a un lado Roberto
Reynero se pone de pie y camina hacia las duchas. Desde que sonó el pitazo final, sabía que
sólo quería quedarse en la “U”. Mientras el agua recorre su cuerpo, no imagina aun lo que le
depara el futuro: será el capitán del equipo en Segunda División.
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EL DÍA SIGUIENTE (O CÓMO NO DESCENDER A LA “U”)
Aún en el camarín del silencio el Presidente Waldo Greene responde la pregunta de los
periodistas: “No hay que buscar responsables, hay que unir a la gente”. Con polera amarilla,
pantalón claro, calcetines amarillos y mocasines, Greene agrega que “existen bases, estatutos
y reglamentos y hay que cumplirlos. Vamos a respetar las bases”, aceptando el descenso ya
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consumado. Las palabras del presidente azul ponían la cuota de tranquilidad y racionalidad en
un contexto de fanatismo típico de este deporte de masas. Sin embargo, el revuelo mediático y
el descontento de distintas personas ligadas al club, convertirían a la CORFUCH en una
cacería de brujas.
Dos días después del descenso de la “U”, una nueva polémica rondaría las oficinas de la
ANFP. Unión Española, O’Higgins y el descendido Palestino elevaron una solicitud para el
cumplimiento de las bases con respecto a la sanidad económica de los clubes de Primera y
Segunda División. Una investigación realizada por una comisión de la asociación arrojó que 8
clubes de la división de honor y 20 de segunda deberían descender de categoría debido a
irregularidades “económicas, deportivas e institucionales”.
La expresión ganar en el escritorio tomaba más sentido que nunca. Dirigentes enfundados en
trajes decidiendo el futuro de las instituciones entre cuatro paredes. A los históricos del club
no les pareció para nada esta idea y Jorge “Lulo” Socías expresó su molestia sobre la
polémica que colmaba las páginas deportivas. “Hay que tener calma y hacer las cosas bien
ahora, en ningún caso hay que pensar en subir por decreto. Los partidos tendrán que ganarse
en la cancha, con la garra y mística que la U siempre tuvo”, señaló al Diario La época por
esos años quien se convertiría en el técnico bicampeón del fútbol chileno en la temporada 94
y 95 luego de 25 años de festejos azules postergados.
Una de las ideas que surgió en el Comité de Presidentes fue aumentar los cupos de primera
división de 16 a 20 equipos lo que mantendría a universitarios y árabes en la categoría de
honor. Un descalabro institucional que tenía a la “U” en la polémica, considerando que el club
nunca había respaldado públicamente la idea de aumentar el número de equipos. Es lógico
que la Corfuch no tomara ni voz ni voto en esta polémica ya que sumado al descenso en el
rectángulo de pasto las arcas azules estaban con números rojos, por lo que la sanción también
hubiese tocado la puerta de la sede deportiva.
Los enredos para la ANFP y los clubes no terminaban ahí. En las mismas reuniones que se
discutía sobre los descensos por secretaría, un segundo tópico mantenía la atención de los
clubes: la destitución inminente de Miguel Nasur y su directorio de la federación. Un 96% de
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los clubes así lo quería pero el empresario se rehusaba a dejar su cargo, lo que incluso llevó a
que los detractores, encabezados por Guillermo Weinstein, vicepresidente de la ANFP, a
poner un candado en la puerta de la federación y a declarar con ironía sobre la conducta de
Nasur: “Me parece que por trayectoria Nasur debería tener una actitud más digna y no seguir
haciendo circo. Para eso tiene lugares más adecuados, como General Velásquez con la
Alameda”.
Con el barco azul ya hundido en los potreros las críticas a Waldo Greene y su gestión al
mando de la Corfuch no tardaron en llegar. El primero en salir a demostrar el descontento fue
Darío Calderón, ex director del club, quien lo acusó de tener una política de improvisación sin
objetivos a medianos ni largo plazo. La oposición abogaba por la formación de un grupo de
notables de la institución que tomará las decisiones en un momento de incertidumbre. La
búsqueda de responsables continuaba y justo en la semana posterior al descenso se revela un
estudio sobre la deuda histórica de la “U”. En el informe contable se señalaba que entre los
años 1979 y 1984, bajo las presidencias de Rolando Molina y Ambrosio Rodríguez, existieron
deficiencias en los procedimientos administrativos contables y en el control internos necesario
para un adecuado manejo de las operaciones de la Corporación. Los argumentos que
respaldan esta acusación son la falta de registro y la inexistencia de documentos que respalden
la transacción de dineros de la institución. El estudio asegurá que cerca de un 50% de los
egresos de dineros no están documentados entre los años anteriormente mencionados, monto
que ascendería a cerca de 300 millones de pesos. Además, la mitad de los contratos de los
jugadores no lograron ser ubicados y aquellos que fueron encontrados les faltaba una de las
firmas de las tres partes. Estos antecedentes económicos fueron ocupados por muchos para
explicar el fracaso de la “U” que lo llevaría a Segunda División, y también un salvavidas para
la gestión de Greene quien aseguraba que en su mandato tuvo que preocuparse más de sanar
deficiencias anteriores que de consolidar un proyecto deportivo.
Ante tan nefasta partida del año 1989 la oposición logra armar la comisión de los “notables”.
En un acto de unidad frente al mal momento, el grupo compuesto por 28 personalidades
azules decide mantener en el puesto a Waldo Greene. A pesar del respaldo, el presidente
deberá tomar decisiones junto a este grupo que se componía de ex dirigente azules como
Mario Mosquera, Raúl Retting, Antonio Bascuñán y Juan Hamilton entre otros. La primera
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reunión se llevó a cabo en la oficina del abogado Raúl Retting y contó con la presencia de
Manuel Pellegrini y Waldo Greene. En esa ocasión el presidente tuvo que mostrar los
balances financieros del club, y con esa información se determinó que para el ascenso no se
podía armar un plantel muy costoso en respuesta a la delicada situación económica. En
definitiva, habría que buscar el equilibrio entre jugadores de la casa y gente con experiencia.
Nada era fácil para la “U”, ni dentro ni fuera de la cancha.
LAS BOLSITAS DEL “GUATÓN” SANTIBAÑEZ
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Flashback: El torneo de 1988 entraba en su recta final. La “U” peleaba los últimos puestos
con O’higgins, Unión, Palestino y Naval. En la fecha número 28 el fixture obligaba a los
azules a recibir al equipo español en el Estadio Nacional. Los Panaderos habían alcanzado el
subcampeonato de la Copa Digeder de ese año con Horacio Matuszyczk y Juan Rojas como
figuras. Sin embargo, no pudieron repetir la campaña en el Torneo Nacional.
La “U” tiene 4 puntos de ventaja y bajo el sol de una tarde calurosa de enero los equipos
saltan a la cancha. Unión Española es dirigida por Luis Santibáñez, quien ya tenía un largo
recorrido por clubes nacionales como Unión San Felipe, O’higgins, Universidad Católica, la
Selección Chilena en el Mundial de España 82 y la propia Universidad de Chile.
El “Guatón” tenía el objetivo claro: salvar a Unión Española del descenso de cualquier forma.
Esa tarde del 4 de enero de 1989 los equipos salieron a la cancha para seguir sumando puntos.
Para Universidad de Chile, Raúl Toro marcaba el 1-0 y luego Rodrigo Córdova pondría el
empate final. Esa calurosa jornada obligaba a los jugadores a hidratarse cada vez que el
partido lo permitía. En una de las jugadas cerca de la banca de Unión Española los integrantes
de ambos equipos buscan agua y desde la banca de Santibáñez, como un gesto amigable, un
fairplay para superar el calor, extendieron varias bolsas de agua. “Cepillin”, Pato Reyes,
Horacio Rivas entre otros confiaron de la bondad española.
En el entretiempo comenzaron los bostezos, las piernas se sentían más pesadas y el calor
aumentaba la sensación de cansancio. Los jugadores, sin darle mayor importancia a los
síntomas salieron a la cancha. Corrían tras el balón pero estaban cada vez más lentos. En la
banda derecha Pato Reyes mira a su colega de zaga Roberto Reynero y le dice: “weón no
siento las piernas”. El partido no terminó en más goles para Unión sólo por la falta de
definición de los delanteros rojos.
En el camarín, luego de recopìlar la experiencia de los jugadores azules la conclusión fue una
sola: las bolsas estaban marcadas. El método era simple, los hispánicos sabían que no tenían
que tomar aquellas con una cruz negra. El aparente gesto de compañerismo estaba cargado de
diazepam.
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En la última fecha tres equipos luchaban por no descender. Universidad de Chile, O’Higgins y
Unión Española de Santibáñez. Con partidos simultáneos los clubes se jugaban su última
opción de permanecer en primera. En el papel, la “U” la tenía más fácil por jugar de local. En
cambio, Hispanos y Rancagüinos debían visitar San Carlos de Apoquindo y Las Higueras,
respectivamente. Si cualquiera de las dos instituciones empataba o perdía la Universidad de
Chile se salvaba automáticamente del descenso. Sin embargo, O’Higgins gana en su visita a
Huachipato por tres goles a uno. Un resultado extraño teniendo en cuenta que los locales
solamente habían perdidos dos partidos de local durante todo el torneo (contra las
universidades de Chile y Concepción). Por su parte, Unión Española ganaba fácil a
Universidad Católica por tres a uno.
Días después, ya consumado el descenso azul, la prensa apuntó a Santibáñez por arreglar el
partido contra católica que definía el futuro de Unión en primera división. Las sospechas
nunca pudieron ser confirmadas, pero Jaime Ramírez, ex jugador de los hispanos, confirmó a
Chilevisión, que el técnico los instó a tomar drogas para ganar partidos. Para el recuerdo
quedará la declaración que el “Gordo” Santibáñez entregó en la antesala de su partido
definitorio al diario La Época: “Tengo listo los pasajes para irme de vacaciones a Antofagasta
la próxima semana”.
El mismo entrenador sería el encargado de sembrar las dudas sobre el clásico que enfrentó a
Arturo Salah con Manuel Pellegrini. El “Gordo” declaró toda la semana sobre la cercanía de
los técnicos y un posible arreglo. Lo más sorprendente es que luego de todos estos episodios,
Luis Santibáñez sería una de principales cartas para reemplazar a Pellegrini en Segunda
División. Dejando en claro que la generosidad del fútbol chileno no tenía límites para los
técnicos con recorrido.
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EL VIAJE DE MANUEL
Manuel Pellegrini defendió a la “U” en 430 partidos oficiales. Este dato lo instala en el sexto
puesto de los jugadores azules con más presencias en cancha superando a Leonel Sánchez,
Lulo Socías y Sergio Vargas, por nombrar a algunos referentes históricos. Formado en Audax
Italiano estuvo cerca de firmar por Colo Colo. Sin embargo, el fichaje no se concretó por
decisión propia. Luego vendría la “U” y aceptaría sin problemas. Desde ese momento ya era
hincha universitario. En 1973 debutó a los 20 años con la azul y con la cual se mantuvo fiel
hasta su retiro en 1990.
Durante sus temporadas como jugador vivió tiempos difíciles para el club. Los años de
dictadura no pasaron desapercibidos para nadie y menos para la “U”, que tenía relación
directa con la casa de estudios de la Universidad de Chile. Durante la década del 70 no se
lograron campeonatos nacionales y solamente la Liguilla Pre Libertadores de 1976 y la Copa
Polla Gol 1979 servirían para alegrar al hincha en aquellos años. Sin embargo, durante esa
época los valores y la identificación con el club se fortalecieron con jugadores que se
impregnaban de la camiseta azul. La larga trayectoria de algunos futbolistas terminó por
formar un camarín duro, con nombres fuertes y con una notoria distinción jerárquica. El grupo
era conformado por Arturo Salah, Jorge Socias, Héctor Pinto, Vladimir Bigorra y el propio
Manuel Pellegrini.
El respeto por los mayores lo vivieron en carne propia los jóvenes que luego serían dirigidos
por Pellegrini. Horacio Rivas con un café en las manos y a más de 20 años de su último
partido oficial recuerda un episodio que marcaría su formación azul: “Un almuerzo me llaman
desde la mesa donde comían los más viejos del plantel. Pellegrini era uno de ellos. Y me
preguntan ‘¿Usted sabe lo que está haciendo en la ‘U’?’ Sí, vamos a jugar mañana, respondí”.
Una de las voces de los mayores lo corrigió: “No sólo vamos a salir a ganar mañana, a usted
puede que lo entrevisten y si va a hablar puras webadas mejor quédese callado.”
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En 1978 Manuel Pellegrini obtiene el título de Ingeniero Civil en la Universidad Católica. El
día a día sería duro. Manuel se levantaba a las siete de la mañana a supervisar las obras en
construcción para luego partir al entrenamiento del primer equipo, almorzaba y se trasladaba a
su oficina ubicada en Pedro de Valdivia con Eliodoro Yáñez. En ese lugar de Providencia
trabajaba hasta la 9 o 10 de la noche.
Sin haber terminado aún su carrera como jugador el defensor comenzaría a tomar cursos
ligados a la dirección técnica. Un anhelo que surgió desde el momento que tuvo a Fernando
Riera como entrenador en la temporada 1981. Al año siguiente Pellegrini realizó el curso de
iniciador, y entre 1983 y 1984, el de monitor. En la temporada 1985 tomó un receso en su
carrera futbolística para iniciar su primera experiencia en Europa. Cerca de Florencia, en
Corvacio, asistió a varias capacitaciones en el centro de formación de entrenadores de la
Federación de Fútbol Italiana.
En 45 días obtuvo el cartón que le permitía dirigir equipos regionales. Bajo este título el
ingeniero sólo podría dirigir clubes semiprofesionales. Inhabilitado para ejercer en
instituciones de la primera división chilena, la homologación del certificado tuvo que
someterse a votación entre Miguel Nassur, presidente de la Federación de Fútbol, Caupolicán
Peña, Orlando Aravena y Pedro Morales, Director Nacional de los Cursos de Entrenador,
quién fue el único integrante que votó en contra.
En la temporada 1986 Manuel le pone el broche de oro a su carrera. El espigado zaguero es
citado a la Selección Chilena por primera y única vez. Luis Ibarra, el técnico que luego
tomaría su lugar en la “U”, debía conformar una selección de emergencia para hacer frente a
la solicitud de la Federación Brasileña de Fútbol. El “escratch” buscaba amistosos
preparatorios para la Copa del Mundo de México 1986.
Sólo un par de entrenamientos en Juan Pinto Durán sirvieron para que los elementos del
equipo se pusieran a tono futbolísticamente. El partido no generó gran interés en la prensa
nacional ya que ningún canal compró los derechos de televisión y tampoco la radio envió
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locutores a transmitir el encuentro. Sin embargo, los hinchas locales repletaron el Estadio
Pinheirao de Cutiriba para ver a Sócrates, Zico, Müller y al goleador del torneo local, Careca.
Es así como un 7 de mayo de 1986, en el atardecer de su carrera, Manuel Pellegrini, el
esforzado y limitado joven salido de la cantera de Audax Italiano debuta por Chile ante cerca
de 55 mil personas frente a una de las selecciones más poderosas del fútbol. Un compromiso
sudamericano con una paternidad histórica para Brasil. Sin imágenes del compromiso, ni
relatos chilenos, lo único que queda es el boca a boca de dirigentes, jugadores y uno que otro
periodista. La historia dice que Manuel Pellegrini jugó un partido perfecto en la zaga junto a
Manuel “Lechuga” Araya, defensa de Cobresal de gran campaña en Copa Libertadores. El
ingeniero se olvidó de todas sus limitaciones y ganó en el juego aéreo a Casagrande y anuló a
Careca. El gol de Mariano Puyol en el minuto 26 del primer tiempo desconcertó al conjunto
local que venía de perder tres a cero contra Hungría en Budapest. Recién a los 36 del segundo
tiempo Casagrande pudo igualar el marcador para cerrar la tarde de rojo de Manuel Pellegrini.
De vuelta en Chile, el futuro técnico alargó su carrera como futbolista por un par de meses
más. 1986 fue su último año con el número 3 en la espalda y la “U” en el pecho. Terminaba
una larga trayectoria como jugador. Muchas veces fue resistido por la prensa e hinchas debido
a su falta de técnica, que más de una vez terminó por tumbar rivales en el área o mandar el
balón a portería propia. Con sólo 31 años el ingeniero compartió su último camarín con los
mismos jugadores que luego tendría bajo sus órdenes en su primera experiencia como DT.
Reynero, Reyes, Mussri, Silva, Hoffens y Castec, entre otros.
Roberto Reynero, quién luego sería el capitán del equipo de Pellegrini, recuerda un episodio
que lo marcó en su visión sobre cómo tratar a los más jóvenes: “Luego de un entrenamiento
estaba en la ducha del camarín con los ojos cerrados evitando que el shampoo se me metiera.
En ese momento escuché una voz ronca que me dice ‘salga de ahí’. Me dí vuelta y era
Manuel. Sin dudar, salí y esperé a un lado que terminara de ducharse”. Aún con el jabón en el
cuerpo Roberto vió como su próximo técnico salía de la ducha y antes de ir a su lugar a
vestirse le dió un consejo: “cuando usted sea más viejo tiene que hacer lo mismo con los
demás jugadores porque hay que demostrar la jineta para que te respeten”. Irónicamente, con
estas palabras guardadas en la cabeza, el zurdo se enfrentaría a la misma situación años más
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tarde. Esta vez, el capitán era él y la ducha estaba ocupada por un nobel Luis Musrri. Ese día,
Reynero estaba apurado. La anécdota con Manuel apareció como un déjà vu en su cabeza. Sin
embargo, él concebía el liderazgo de una forma distinta. Esperó que Musrri terminara de
ducharse.
Luego de una seguidilla de técnicos que incluyó a Leonel Sánchez, Fernando Riera y Alberto
Quintano, la “U” disputó la liguilla 1987 para clasificar a la Copa Libertadores del año
siguiente. El único cupo que entregaba el triangular lo consiguió Colo Colo, lo que provocaría
la salida del histórico “Mariscal” Quintano de la dirección técnica. En su defecto, Waldo
Greene, presidente de la institución, apostaría por Manuel Pellegrini. El ex jugador ya estaba
habilitado para dirigir en Primera División y tendría su primera experiencia a cargo de un
plantel de honor.
1988 no comienza mal para el nuevo proyecto azul. En la primera fase de la Copa Digeder, en
el grupo A, los dirigidos por Manuel logran 14 triunfos en 18 fechas disputadas, incluyendo
un 6 a 0 a Unión la Calera, 4 a 0 a Audax Italiano y 5 a 0 a Santiago Wanderers en fechas
consecutivas. Dentro de esta excelente primera fase se consiguió un triunfo sobre Colo-Colo
en el Estadio Nacional con goles de Raúl Toro y Héctor Hoffens. Sin embargo, el torneo se
terminaría más temprano que tarde. Los cuartos de final contra Deportes Iquique borrarían
todo lo bueno. La llave sería para los nortinos con triunfos en Santiago y en el Estadio
Municipal.
La “U” volvía a su peor forma, esa que en los momentos claves siempre le faltaba algo más.
Dos generaciones que cargaban con la herencia del Ballet Azul y que acumulaban un fracaso
deportivo tras otro sin poder dar con la fórmula del triunfo. Sin embargo, el desorden en
cancha era un fiel reflejo de los problemas administrativos del club. Los sueldos impagos y
las precarias condiciones de entrenamientos no ayudaban en nada a un equipo que buscaba
emular sus mejores momentos.
Los referentes del plantel coinciden en la capacidad técnica de Manuel Pellegrini desde el
primer día que asumió la banca. Su conocimiento del medio local, la claridad en los conceptos
y la manera de explicar y clarificar las situaciones de juego a sus dirigidos son elementos que
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ya hacían prever un futuro exitoso para el “Ingeniero”. El mismo que se convertiría en el
primer técnico no europeo en ganar la Premier League.
Otra de las definiciones que se repiten entre sus pupilos es su caballerosidad. Se la jugó por
ellos, exigió a los dirigentes buenos hoteles y viajar cómodamente. En tiempos difíciles había
que darle lo mejor a los jugadores. La “U” no tenía plata para contratar y Manuel echó mano a
la cantera. Con lo que tenía intentó llevar a la cancha todo lo estudiado. Uno de los sistemas
que implementó fue no repetir siempre al equipo ganador. Cada rival tenía su estudio en
particular y ningún detalle se dejaba al azar. Lo más importante era dar a la “U” una identidad
de juego por sobre los resultados.
El comienzo del Torneo Nacional 1988 fue irregular. La “U” no lograba encontrar el camino
del triunfo ni repetir las grandes actuaciones de la Copa Digeder. En las seis primeras fechas
sólo se consigue un sufrido triunfo frente a Deportes Iquique en la tercera jornada. Durante la
primera rueda del torneo, en la segunda quincena de agosto, una noticia llega al camarín azul.
Manuel se ausentará durante casi un mes debido a un viaje a Inglaterra para perfeccionarse en
la parte técnica. En ese momento nadie objetó la decisión. Todos coincidieron que era una
excelente oportunidad para él. Interinamente asumió Carlos Urzúa, ex arquero de la “U”.
Héctor Hoffens, con la perspectiva del tiempo a su favor, concluye que no fue una buena idea.
“La ‘U’ era un caos. Carlos Urzúa no era un hombre influyente en el grupo y le faltó ordenar
las cosas. Los jugadores hacían lo que querían, dentro y fuera de la cancha”, señala.
El viaje a Reino Unido tuvo como destino la academia Lilleshall de la Federación de Fútbol
Inglesa. El predio ubicado a mitad de camino entre Wolverhampton y Shrewsbury, a unos 250
kilómetros de Londres, recibía al “Ingeniero” y a técnicos de todo el mundo. En ese curso
también estuvo su amigo y ex compañero de equipo Arturo Salah, quien por ese entonces era
el técnico de Colo-Colo. Esta experiencia juntaría a Manuel con Sir Bobby Robson,
entrenador que ya cumplía seis años al mando de la selección inglesa. En una de las
conferencias también coincidió con sir Alex Ferguson. “The Boss” se encaminaba a su tercera
temporada con el club que lo haría inmortal.
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Mientras esto ocurría en medio de las verdes hectáreas del campo inglés, la “U” se hundía
lentamente sin imaginar su destino final. El 1-0 en contra se repetiría en tres partidos
consecutivos como un mal chiste. Primero en el Municipal de Calama, luego de local en el
Estadio Santa Laura contra Deportes La Serena y por último una visita a Sausalito contra
Everton de Viña del Mar. Nada salía bien, la prensa apuntaba a la crisis de la U y el barco se
llenaba de agua sin su capitán. La última fecha sin Manuel Pellegrini fue un mediocre alivio.
Un empate de local frente a Fernández Vial con gol de Álvaro Vergara. En resumen, un
partido en tablas en 4 fechas de desorden institucional.
El retorno del DT no arreglaría las cosas y el regreso a la banca sería de la peor forma.
Universidad de Chile era derrotada por Colo Colo en el Superclásico. El problema ya estaba
instalado. La “U” no se encontraba y Manuel Pellegrini apostaba por los juveniles relegando a
los más viejos a la banca. Un grupo conversó con el técnico y le advirtieron que el mal
momento se sacaba adelante con los más experimentados, aquellos jugadores que podían con
la presión del momento. Sin embargo, no tomó atención al consejo y decidió morir en la suya.
“El responsable soy yo y me siento muy apenado por esta situación”, se escuchó en el
camarín el día del descenso. Era la voz de Pellegrini dando una entrevista a un canal de
televisión con una frialdad sorprendente. Daba la impresión de que ese día negro no había
tocada ninguna fibra del entrenador. Tras la improvisada conferencia caminó por el vestuario
hasta quedar con una mano sobre la rejilla de la ventana y la pierna derecha sobre una banca.
Allí se mantuvo hasta que llegó el momento de irse.
Waldo Greene siguió confiando en su proyecto y mantuvo a Manuel en su cargo. A la semana
siguiente del descenso hicieron una rápida reunión en el Sauzal para ver quién se iba y quién
seguía para afrontar el nuevo año. La condición, y muchos ya la sabían, era que los sueldos
iban a disminuir considerablemente. Con el compromiso de volver a Primera División
Pellegrini comenzaba a buscar refuerzos. La llegada de Severino Vasconcelos sería su gran
carta para el ascenso.
El equipo debía comenzar a encontrar el rumbo en la Copa Digeder de 1989, campeonato que
se disputaba en el primer semestre del año. Sin embargo, los universitarios nunca pudieron
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encontrar la regularidad. El partido que terminaría por poner el último clavo al ataúd sería el
Superclásico. Un contundente cuatro a cero en contra sería razón suficiente para que
Pellegrini presentara su renuncia a la directiva.
La decisión de Pellegrini trató de ser revertida por los jugadores más experimentados del club.
Reynero, Olguín, Pedro Pablo Díaz y Vasconcelos conversaron con él en un restaurante
capitalino. Vasco le pidió explicaciones: “pero Manuel, tú me pediste y ahora te vas a ir”. Sin
embargo, la decisión ya estaba tomada, el ambiente no daba para más y Pellegrini sabía que
su salida era necesaria para que su club, con el que mantuvo una relación de amor y penas
durante tantos años, pudiese renacer desde el capítulo más negro de su historia deportiva.
El partido contra Audax Italiano del 16 de abril del año 1989, sería la última vez que
Pellegrini se sentaría en la banca azul. Su renuncia al fin sería aceptada luego de varias
negativas por parte de los dirigentes, especialmente de su máximo apoyo, Waldo Greene.
Manuel Pellegrini ha declarado en varias ocasiones que no tiene intención de volver a dirigir
en Chile y que espera tener su retiro profesional en Europa. Quizás sea en Málaga o Villarreal,
ciudades donde los hinchas lo recuerdan con cariño por sus excelentes actuaciones en la
Champions League. Cada cierto tiempo debe responder la pregunta de algún periodista que le
recuerda su peor momento deportivo, como si la gloría y el éxito no fuese suficiente para
borrar la marca negra del descenso. “¿Sientes que tienes una deuda pendiente con la ‘U’?” La
respuesta es siempre la misma: él no tiene deudas pendientes con nadie. El descenso es una
posibilidad del fútbol y nada más. La misma frase fue repetida el 2016 en medio de una
comida con jugadores azules de la década del 80.
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ATERRIZAJE FORZOSO
Seis meses tuvieron que esperar los jugadores que decidieron quedarse para volver a jugar por
el Torneo Nacional. El 25 de junio de 1989 estaba marcado en el calendario de todos los
hinchas que no abandonaron al equipo. Un viaje en tren a Curicó era la oportunidad para
reencontrarse con el cuadro mágico luego de una desastrosa presentación en la edición
número XIX de la Copa Coca-Cola Digider. En el extinto torneo, el equipo quedó en el grupo
B junto a Colo Colo y Universidad Católica. Los clásicos rivales avanzaron en primer y
segundo lugar a la siguiente ronda y la “U” quedaba tercera, eliminada de la competición. Un
bochornoso cuatro a cero en el Estadio Nacional contra el archirrival dejaba en evidencia las
falencias de un equipo que esa temporada no tenía margen de error. Esa nefasta noche
quedaría marcada como el fin de la relación entre la Universidad de Chile y Manuel
Pellegrini. Luego de la derrota comenzó el fin de la era del espigado entrenador. El ingeniero
presentó su renuncia pero esta no fue aceptada por la dirigencia. Las semanas siguientes
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serían de tira y afloja, hasta que finalmente se decidieron por aceptar la renuncia, luego del
partido contra Audax Italiano. El mandato interino lo tomaba Leonel Sánchez, emblema de
club y quien ya había cumplido como entrenador en el año 1985.
Con Manuel Pellegrini y Waldo Greene fuera de la institución Mario Mosquera, abogado de la
Universidad de Chile, toma el mando de la CORFUCH. Para Mosquera el técnico indicado
para subir al equipo a primera era Lucho Ibarra. “Don Lucho” ya había desempeñado distintas
funciones en el club, incluyendo la dirección del primer equipo en la década del 70. El
entrenador había crecido con los integrantes del Ballet Azul en las cadetes universitaria y
había compartido cancha con Leonel Sánchez. Ibarra aceptó el cargo con la única condición
de mantener al ex delantero como ayudante técnico.
El último partido de la Copa Digeder fue ante Católica. Este sería el apronte final antes de
internarse en la zona sur de la Segunda División nacional. Una semana después, ya sin el
capitán Pato Reyes, quien decidió mantenerse en primera jugando por La Serena, empezaba el
torneo en Curicó. Un bus de dos pisos, el buzo de cancha con los colores azul, rojo y blanco,
y los rostros que llenaban las revistas deportivas avisan que la “U” está en el Estadio La
Granja. Musrri baja confiado, igual que Horacio Rivas y Reynero. Los jugadores curicanos
llegan por su cuenta, en autos particulares, con los pantalones embarrados y las cabezas
mojadas por la lluvia. Los azules sentían que la camiseta y la historia se impondría con
facilidad en la cancha.
El estadio está a tope con 8 mil personas. El pitazo da inicio al encuentro y la cancha barrosa
complica el buen pie de la U. La defensa simplemente no da caza a los delanteros curicanos y
los balones en el medio campo son siempre para los “albirrojos”. Musrri no logra adaptarse al
juego extremadamente brusco y cortante. La pelota no pasaba a los volantes y los ataques de
los punteros rivales eran más parecido a un despegue de un avión militar que a otra cosa. El
equipo de Lucho Ibarra pierde en su debut en el ascenso por dos goles a uno.
La conclusión, tanto esa tarde como 17 años después, es la misma: “Miramos por encima del
hombro al rival”. Lucho Ibarra declaró a la prensa que “el principal error fue haber mirado en
menos a Curicó, pese a que ese tema se conversó toda la semana”.
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El afectado camarín no encuentra respuesta a lo que acaba de suceder. La Segunda División
no era llegar y llevar. Lo que vendría no sería fácil. La siguiente fecha la U tendrá que
responder en el Estadio Santa Laura frente a su hinchada, la gente que prometió no abandonar
el buque en los malos momentos. Pero que, sin embargo, aún tenían en su paladar sabores de
victorias y noches épicas de antaño. Apoyar no es sinónimo de resignarse y la barra espera
impaciente la vuelta de los triunfos.
El jueves 29 de junio aparece como el día en que los azules pueden volver a los abrazos. El
estadio de Plaza Chacabuco recibía a los fieles seguidores azules. Esa tarde fueron más de
siete mil hinchas que llegaron con banderas con el “Chuncho” y la “U” flameando en palos de
colihue o cartón.
El equipo cuenta con un nuevo portero, luego de las cuestionadas actuaciones de Héctor
Giorgetti y Raúl Díaz en las competiciones pasadas. La dirigencia optó por traer a Eduardo
“El Loco” Fournier. La buena relación entre Mario Mosquera y un dirigente de Cobreloa
simplifica las operaciones y Fournier acepta venir a la U. El arquero había sido parte del
plantel loíno subcampeón de América, pero siempre a la sombra de Óscar Wirth.
La fiesta parece estar servida para un triunfo contra Puerto Montt pero los problemas en la
cancha son evidentes, dificultad de definición, pases erráticos y una defensa que no logra
afirmarse pese a tener cientos de minutos repitiendo la formación. Marco Fajre asoma como
salvador en los momentos más difíciles y marca el empate con un claro sabor a derrota. Los
asistentes al estadio comienzan a desesperarse. Esto no mejora y el camarín local, que no está
muy distante a los pasillos donde transita el público, es bombardeado con insultos. Algunos
proyectiles asustan a los jugadores. El equipo sale escoltado del vestuario.
La “U” era una olla a presión. En algún momento todo tenía que explotar. La situación
económica era nefasta. La baja de sueldo de los jugadores más caros no logró aliviar el tema
de las remuneraciones. En algunos partidos en Santa Laura se anunciaba por alto parlante el
embargo de la recaudación, el mismo dinero que la dirigencia había prometido para pagar los
sueldos. Roberto Reynero, el nuevo capitán, se encargó de elaborar una lista con los jugadores
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más jóvenes y los endeudados. La nómina era entregada al tesorero y allí los futbolistas se
acercaban a cobrar. El defensa azul sabía que si la casa no estaba ordenada desde adentro no
había nada que hacer en lo futbolístico para un club lleno de carencias.
El ánimo está por los suelos y la próxima salida es a Osorno. El estadio Parque Schott no es el
mejor lugar para tratar de repuntar y la suerte no está del lado azul. Un autogol del Pepe Díaz
los pone en desventaja y sólo al minuto 73, luego de batallar e ir al frente, Marcelo Silva logra
salvar la plata. Otra semana más sin ganar.
Uno de los tantos problemas que presenta el fútbol en su desarrollo semana a semana se
resume en una máxima que puede ser aplicada a la vida misma: Cuando se está mal siempre
se puede estar peor. Exactamente siete días luego del encuentro en el sur el equipo salía por el
túnel del Estadio Santa Laura para enfrentar a Colchagua. Ya no había corazón que aguantará
tanta tristeza y malos resultados. Entre todos los rivales que se enfrentaron en Segunda
División el club con menos pergamino era Deportes Colchagua, el equipo de la herradura
solía pasar sus años en la tercera categoría del fútbol local.
El partido comienza de la peor manera. José Díaz, con el número 5 en la espalda, equivoca un
suave pase hacia atrás descolocando a Fournier y el balón entra rodando lentamente al arco
azul. Uno a cero para la visita y los errores nuevamente se repiten en la jóven defensa. El
segundo tiempo no será mucho mejor. Desde el borde del área un tiro libre se cuelga en la
esquina superior del arco. A los rivales les resulta todo lo que intentan. La tarde se pondría
negra con el tercer y último gol para la visita. El descontento y la tristeza imperan en el Santa
Laura.
Durante largos minutos del partido se escuchó ¡Leonel, Leonel! desde la parcialidad local,
dejando claro que el Turco Ibarra era resistido por su pésimo inicio de campaña y los hinchas
proponían al ayudante técnico para asumir el rol de entrenador. El cargo de Luis Ibarra
tambaleaba y declaró tras el partido que estudiaría su posición en el banquillo.
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LA REUNIÓN
El primer entrenamiento luego de la humillante derrota con Colchagua no fue fácil. La tensión
se siente en El Sauzal. No es momento de bromas ni de risas. Con la cabeza baja y en silencio
aparecen uno a uno los jugadores a entrenar. Todo seguía igual, los mismos lugares en el
camarín, las mismas caras, el mismo entrenador. ¿Cómo iba a poder reflotar el barco que
venía hundiéndose desde hace más de seis meses? Los remezones deportivos no pudieron
tocar el sentir colectivo del plantel. Ni las humillaciones más grandes pudieron poner a jugar a
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un equipo que en la cancha parecía pequeñas islas, pedazos de materias que deambulaban en
el rectángulo sin poder conectarse para crear un continente.
En ese momento de incertidumbre institucional Roberto Reynero decidió hacer algo distinto.
Entrenar y entrenar no estaba dando los resultados esperados y el grupo se dividía cada vez
más. Los juveniles se agrupan por su lado, los jugadores de casa por otro y los viejos que
venían de otro equipo tenían su propio grupo. El capitán le pidió a Lucho Ibarra que ese día
no se entrenara porque era necesaria una conversación a puerta cerradas. Sólo de plantel, sin
dirigentes ni cuerpo técnico. Don Lucho, de un manejo perfecto con sus jugadores, entendió
que habían situaciones que estaban más allá de su conducción y ciertos problemas tenían que
solucionarse entre compañeros. La reunión ya estaba pactada.
Reynero tomó la palabra y le dijo al grupo que la situación no daba para más. Los malos
resultados en la cancha los dejaban sin margen de acción en ningún frente. La prensa hacía un
festín viendo a la “U” en el pantano, la relación con la hinchada no era buena y con derrotas
así era imposible exigir mejoras en los premios a los dirigentes. La única manera de salir de
estos meses desastrosos era mejorando el compromiso en la cancha. No servía de nada
entrenar y meter fuerte contra los compañeros si el fin de semana no se era solidarios con el
de al lado. También había que dejar atrás las peleas de ego por un puesto en la oncena titular,
en este penoso momento no había espacio para ese tipo de luchas. Al que le tocaba jugar
entraba y los demás tenían la obligación de apoyar a su compañero.
Luego fue momento de ceder el turno a otros para hablar. La opción de opinar pasó de boca
en boca, varios tomaron ese momento para decir lo que sentían. Hubo recriminaciones duras,
de todo lo que había pasado este tiempo. Ese era el momento de decir las cosas cara a cara,
sin recados. Cuatro fechas ya había sido suficiente para demostrar que con la “U” en el pecho
no era suficiente. La charla terminó en un juramento de grupo: el que no se pone el overol no
juega más. Así de simple. Y los mismos compañeros se iban a encargar de que esto ocurriera.
Los jugadores concuerdan en que esta conversación a puertas cerradas cambió muchas cosas
en el plantel. Pasaron de ser un equipo egoísta a una relación de camaradería más fluida. Sin
embargo, faltaba uno de los emblemas de la campaña. Faltaba el regreso de Severino
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Vasconcelos. Desde ese momento apareció la unión que faltó en el torneo pasado. Desde ese
momento la U fue imparable.
LOS ASADOS DEL “NEGRO”
Todo camarín necesita un referente. Parece una frase hecha, pero es ley en todos los equipos.
Sobre todo en aquellos denominados “grandes”, que conviven con egos y presiones a un ritmo
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distinto. Con una intensidad más alta. Y este, sin duda, era un contexto especial. El equipo
vivía una crisis deportiva sin precedentes.
La “U” había perdido a Patricio Reyes, capitán de las últimas temporadas, en medio de una
confusa decisión que tensionó la relación entre el jugador, el club y lo hinchas. Se trataba de
una figura largamente identificada con los azules. Cumplía casi diez años en la institución y
restándole poca carrera profesional, el delicado horizonte deportivo que asomaba para la “U”
ese año no parecía la mejor circunstancia para su salida. El “Pato” arrastra las repercusiones
de su decisión hasta el día de hoy.
“Pato Reyes tomó su maleta y partió a Serena. Hay hinchas que no nacían cuando bajamos y
hoy le recriminan al Pato haber abandonado el barco siendo capitán”, analiza Roberto
Reynero, amigo de Reyes y heredero de la jineta durante la campaña por el ascenso. El tema
no lo acomoda. A nadie, parece.
Para una parte importante de la hinchada y varios de sus ex compañeros, Reyes sencillamente
se arrancó. Teoría que toma fuerza cuando los propios referentes de ese plantel han confesado
haber juramentado devolver al equipo a la primera categoría del fútbol chileno, luego de la
derrota con Cobresal. Fueron esas, en rigor, las únicas palabras que se escucharon la tarde del
descenso en el camarín de la “U”.
En medio de ese ambiente enrarecido, el 25 de febrero de 1989, el diario La Tercera daba
cuenta de las negociaciones que mantenía un alto directivo del club con Severino Vasconcelos
que, pese a sus 39 años, venía de tener un gran semestre en Deportes La Serena. Y es que
Vasconcelos era de esos prodigios que pensaba lo que el resto corría. Se trataba de un viejo
conocido del fútbol chileno que en la década del setenta había conformado una dupla soñada
junto a Carlos Caszely. El “Vasco” era ídolo albo y por eso no fueron pocos quienes se
sorprendieron con los acercamientos entre el jugador y su archirrival histórico. Pero la opción
tomó fuerza rápido y a la semana siguiente una imagen del mismo diario mostraba al
brasileño con su inconfundible aspecto – mismo que mantiene hasta hoy – sellando su
llegada a la “U”.
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El oriundo de Pernambuco tenía el pase en su poder y las negociaciones de su contrato se
habían tardado porque existía una diferencia en la forma de pago: el jugador quería recibir el
dinero en tres cuotas y el club, alegando falta de liquidez, pretendía que fuera en seis.
Finalmente, en un lapso de cinco días, se llegó a acuerdo y el “Negro” firmó a cambio de un
sueldo de $550 mil pesos mensuales, según consigna el propio diario La Tercera, un viernes 3
de marzo de 1989.
Acompañando la imagen de su presentación oficial, un recuadro amarillento destaca la
primera declaración del mediocampista como jugador azul: “Llegar a la ‘U’ siempre fue un
anhelo para mí. Me gusta su barra y me habría encantado llegar en otro momento. Será lindo
volver a la primera división con este equipo”.
Veintisiete años después, sentado en el patio de su casa, ubicada en uno de los pocos barrios
de ladrillo y tejas negras que sobreviven en la comuna de Las Condes, el “Negro” recuerda la
sorpresa que generó su llegada en los hinchas de Colo-Colo y reafirma lo que para él nunca
dejó de ser una consigna sagrada: “Yo no tengo corazón blanco ni azul. Yo soy un profesional.
Hay mucha gente que se confunde. Yo sé que mucho colocolino no quería que jugara por la
U, pero es mi trabajo. Esa es mi forma de pensar. Yo me pongo la camiseta de la ‘U’, y esa es
la camiseta que defiendo. Yo quiero todos los clubes donde jugué porque me dieron de
comer”, afirma, y le suma inmediatamente una muletilla que no se saca hace cuarenta años:
“¿Me está entendiendo?”.
El “Negro” no jugó los primeros partidos del Torneo de Segunda producto de un rodillazo de
Patricio Toledo, arquero de Universidad Católica, en el último partido de la Copa Digeder de
ese año, previo al inicio del campeonato. La “U” se impuso por penales en un duelo en el que
solo estaba en juego la vergüenza deportiva de despedirse ganándole a un clásico rival.
“Toledo me quebró dos costillas con la rodilla en una salida de un córner. Después de ese
partido yo hablé con Don Lucho y me dio permiso para irme a Brasil mientras estuviera
lesionado porque tenía que arreglar unos negocios que tenía allá, en Pernambuco. Tenía para
un mes de recuperación”, recuerda.
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El acuerdo no tardó en cerrarse y el “Turco” liberó al jugador para realizar su recuperación en
Brasil. Hasta ahí todo bien. Hasta ahí, claro. El campeonato aún no empezaba y nadie dudaba
de que la “U”, con un plantel estelar para la realidad deportiva de la “B”, no tendría mayores
problemas para esperar tranquilo la reincorporación del “10”. Pero como tantas otras veces en
la historia de este deporte, la lógica brillaría por su ausencia. La “U” sumaría apenas dos
empates y dos derrotas en sus cuatro primeros partidos. Y en el último de esos encuentros, la
situación se hizo insostenible. Frente a un modesto Colchagua, los azules protagonizaron una
tarde para el olvido. El equipo de la Sexta Región le dio un baile a los dirigidos de Luis Ibarra
y plasmó su dominio en cancha con un contundente 3-0.
Tras el pitazo final el hincha hizo notar su frustración con el equipo y los ánimos, que ya
venían calientes, estallaron. La pifiadera fue colectiva. Todo tenía un límite y parecía que esa
tarde se caminaba por la cornisa. El camarín acusó el golpe y comenzaron a surgir las
recriminaciones entre miembros del plantel. Faltaba liderazgo. Faltaba confianza. Había que
tomar decisiones y el técnico así lo entendió. El regreso de “Vasco” era urgente.
Dos semanas antes de que se cumpliera el permiso del jugador para ponerse a punto en su
ciudad natal, Lucho Ibarra tomó el teléfono, decidido:
- Puta, Negro, me vay a tener que disculpar, pero te vas a tener que devolver a jugar.
- Pero Don Lucho, no estoy recuperado, no puedo jugar así.
- Vay a tener que hacerlo así no más, está la cagada, Negro, no hay otra.
“Qué iba a hacer, me tuve que venir”, responde risueño y mira hacia arriba, como si buscara al
difunto entrenador.
De vuelta con sus compañeros, el “Negro” era consciente que el grupo no atravesaba un buen
momento. Ibarra se lo había explicado en la misma conversación telefónica. Sin la seguridad
de poder responder en la cancha producto de su interrumpida recuperación física, su
experiencia era clave para frenar la ansiedad que arreciaba al plantel. “Cuando la ‘U’ recién
bajó el grupo estaba muy dividido. No hay equipo profesional que pueda tener más de dos
grupos en la interna. Cuando hay más de eso es porque está la ‘cagada’. Yo lo noté cuando
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llegué y hablé en un asado con los referentes, cuando el entrenador ya no estaba ahí. Después,
logramos hacer un grupo muy bueno”, recuerda.
Fue el primer golpe de timón. No era un momento cualquiera y la consigna no era otra que
empezar a ganar como fuera. El “10” habló claro y fuerte:
- Yo vine acá para jugar, para subir con la ‘U’, no para hacer grupos. Los jugadores que
no quieran hacer un solo grupo, que se vayan. Se los digo en la cara.
“Se quedaron calladitos. A partir de ahí se hizo una cosa muy buena para unir al plantel que
es básica en todos los grupos: empezamos a organizar asados cada siete días”.
“Vasco me decía que si queríamos salir campeón teníamos que transformarnos en una familia.
Que ganáramos o perdiéramos, el asado los lunes o los martes, cuando tocara volver, no se
podían transar. Don Lucho estuvo dispuesto a participar también. Yo armé una comisión:
Pedro Pablo Díaz compraba las cosas, el Loco Fournier se hacía cargo de la parrilla y todos
tenían que quedarse. Al otro día corría huasca eso sí”, agrega el Capitán Reynero, que en esos
días, con la llegada del ‘Negro’, armaba listas de sueldos prioritarios para que los juveniles
fueran los primeros en ver la plata a fin de mes. En esa línea, también se acordó con la
dirigencia que los montos de citación fueran iguales para todos, sin importar los minutos
jugados.
Sería el inicio de la gran cábala de esa campaña. Los famosos asados del “Negro”. Que le
sacarían, al recordarlos, una sonrisa a cada uno de los entrevistados de esta historia. Esos
asados que, de la mano de los buenos resultados que empezaron a llegar a partir del primer
triunfo en la quinta fecha frente a Magallanes, transformarían a ese grupo de jugadores en una
familia que no volvería a perder el rumbo hasta gritar campeón.
Una de las buenas anécdotas surgidas en torno a la parrilla, es la que recuerda Cristián
“Cepillín” Olguín, delantero aguerrido y goleador de aquel torneo: “Al ‘Carepato’ (Horacio
Rivas) le dieron un auto deportivo bien bonito cuando llegó, cero kilómetro. El asado lo
hacíamos al final del Sauzal, al lado de unos arbolitos donde pasaba un río. Casi todos
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dejábamos los autos juntos, estacionados cerca, y ‘Carepato’ dejó el suyo bien lejos.
Empezamos el asado con sus traguitos y Vasco y Reynero (Roberto) me dicen: ‘Oye,
bauticemos el auto de Horacio’. ‘Carepato’ estaba conversando con Don Leo (Sánchez) y
pescamos unas ensaladas que nadie se había comido y se las tiramos encima al auto.
‘Carepato’ se quería morir. Su autito nuevo lleno de cebolla, tomate y lechuga. Era un
deportivo dos puertas. Le daban ganas de llorar, ‘no, no, porfavor no’, nos gritaba. Era un
Ford Escort. Lo tenía impeque. Puta que nos reímos. Esos eran los asados”, rememora y
vuelve a disfrutar.
Analizar el éxito en retrospectiva siempre resulta un ejercicio complaciente. Pero distender el
ambiente, otorgar confianzas, se confunde con facilidad en nuestro fútbol. Es un arma de
doble filo que debe manejarse con particular criterio para no transmitir relajo en los jugadores
y terminar fomentando actos de indisciplina. Desde que el fútbol es fútbol, sobran
antecedentes. Pero ese plantel de la ‘U’ contaba con un ingrediente clave, heredado del
“Ingeniero”, en estas materias: equilibrio. Pellegrini había diseñado un plantel que hacía
convivir las fuerzas formativas del club con la experiencia de un grupo fuerte de cinco o seis
referentes, transversalmente respetados. Y en esa época, las jerarquías al interior del camarín
no resistían mucha disidencia juvenil.
“Vasco les decía a los más chicos, jodiéndolos: ‘si ustedes no toman cerveza, no van a jugar de
titular’ (ríe). El Negro se podía tomar ocho o diez chop y siempre paradito, como si nada. Eso
sí, al otro día, el primero en llegar era él”, remata Reynero, que no ha dejado de reírse desde
que habla de Vasconcelos. Son detalles implícitos que hablan, que dan señales de lo que
representó el brasileño para el grupo.
Lucho Ibarra fue un entrenador de “manga ancha”, como se dice en jerga futbolística. Así lo
confirman sus jugadores. Pero son ellos mismos los que recalcan que fue de los inteligentes.
Tenía claro el propósito de su confianza. Tuvo el mérito de leer a su plantel y entender que la
buena conducción del grupo también dependía de su capacidad para otorgarles parte de la
autoridad a sus jugadores más experimentados. Vasconcelos, claro, fue uno de sus hombres
clave.
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El “10”, en su estilo, repasa lo que parece ser una consigna que tiene que ver más con la vida
que con el fútbol mismo:
“Yo siempre tomé cerveza y comí asados en el fútbol. Jamás voy a esconder que tomo cerveza.
No soy de tragos fuertes, pero cerveza, siempre. Todos los jugadores brasileños hacemos lo
mismo. Tomamos cerveza y hacemos asado. Somos felices así. Pueden haber cuatro grados
bajo cero y tomo mi cerveza. Terminaban los entrenamientos y nos quedábamos tres o cuatro
horas en el asado con cerveza. Don Lucho también se quedaba. Era importante hacerlo, ahí se
arman los grupos. Y nunca tuve problemas. Siempre me fue bien donde fui”.
La presencia del ‘Negro’ caló hondo. En sus compañeros y en la gente. Fue una relación corta
pero suficientemente intensa para no ser olvidada. Vasconcelos no siguió en la “U” luego de
esa campaña. Había cumplido. Aportó con goles importantes, asistió; pero, sobre todas las
cosas, fue partícipe de un compañerismo que les recordó a todos que no estaba permitido un
año más en los potreros.
“Hay hinchas de la U que todavía me paran en la calle y me dan las gracias por subir con la U.
Y puta, para un jogador de fútbol no hay cosa más linda que esa”, dice, con su característico
portuñol. Levanta las cejas, ofrece más jugo, se ríe otra vez:
“¿Me está entendiendo?”
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LA BATALLA DE LOTA
Plebiscito - Proyecto de Reforma Constitucional 1980. ¿Aprueba? ¿Rechaza? Esta pregunta
tuvieron que responder los chilenos el día 30 de julio de 1989. La consulta fue el último
plebiscito de la historia del país. Las urnas de Chile nuevamente se abrían para dar pinceladas
de democracia en un ambiente dictatorial que lentamente llegaba a su fin.
Con el fútbol paralizado durante la fecha de votación, la “U” tuvo dos semanas de preparación
antes de viajar al sur del país. El próximo desafío azul tendría lugar en la complicada cancha
de Federico Schwager, estadio que lleva el nombre de un antiguo empresario de la industria
del carbón. En ese pequeño reducto el equipo de Lota se hacía fuerte en gran parte a la barrosa
cancha que impedía un juego fluído. Por otra parte, los eufóricos hinchas mineros y la
precaria infraestructura para recibir a los equipos se combinaban para hacer de la visita un
paseo poco amigable.
El equipo universitario había logrado encontrar una regularidad que tranquilizaba a los
hinchas azules después de las malas campañas de los torneos anteriores. Que la “U” ganará 3
partidos seguidos de manera contundente ya era un alivio importante para afrontar la semana.
Una bocanada de aire puro para las desgastadas expectativas azules.
La lluvia golpea con fuerza los paraguas de la fanaticada local y entre las negras figuras
cóncavas se asoman blancas banderas con el escudo y la lamparita en el medio. La hinchada
azul, menos preparada para el diluvio, se ubicaba detrás de uno de los arcos para recibir al
equipo con el chuncho flameando en lo alto. Los equipos ejecutan el típico saludo amistoso.
Mojados y sonrientes chocan sus manos mientras el árbitro habla del juego limpio y el respeto
mutuo con los capitanes. Sin embargo, las palabras de buena crianza se las llevaría el viento
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del pacífico y a los pocos minutos una barrida directo al tobillo de Alejo Rodríguez termina
en tarjeta amarilla para Herrera, el número ocho sureños. Los jugadores azules se empaparon
de la dinámica del dar y recibir, y en pocos minutos Reynero se ganarían tarjeta amarilla por
una fuerte infracción al borde del área.
El juego brusco estuvo presente durante todo el partido y en la táctica física se impondría Lota
con goles de Jiménez y Riquelme a los 37 y 55 minutos respectivamente. El medio campo
azul luchaba pero se veía superado y los defensas iban a barrer al suelo ante cualquier ataque
de Lota. Rivas aparecía una y otra vez desparramado en el suelo ante la atenta mirada de su
compañero Roberto Reynero. Por su parte, Vasco intentaba asociarse con Valenzuela pero las
jugadas eran cortadas inmediatamente por los golpes contrarios. Sólo en el minuto 74, y con
más empuje que fútbol, Olguín, con el número 7 en la espalda y la camiseta Adidas
empapada, empalma un tiro largo de Mondaca que cae en el área y gol azul. Diez minutos
reglamentarios y descuentos interminables para ver si la “U” podía hacer la gracia. Horacio
Rivas sería el héroe de esa fría tarde y en un enredo en área chica pudo empujar la pelota para
el 2-2 definitivo. Sin haber dado por finalizado el partido, un grupo de hinchas de Lota saltó a
la cancha para agredir el juez, que tuvo que ser rápidamente cercado por los escudos de
carabineros. Ya dispersada la invasión al pasto Luis Navarrete decide jugar los últimos
minutos del tiempo agregado que quedabn en el reloj. Ese lapso final casi deja a la “U” con
las manos vacías y el travesaño fue el mejor defensa de todos al rechazar un cabezazo en la
última jugada.
Con el punto del empate en el bolso universitario las rocas de carbón y las piedras
comenzaron a llover sobre la cancha. Uno de los proyectiles pegó en la cabeza de Orlando
Mondaca, lo que provocó un profundo corte en su cabeza manchando su polera de sangre. El
volante no podía ser retirado de la cancha ya que los hinchas seguían tirando piedras y tuvo
que ser atendido en el pasto del estadio. Uno de los pocos que se atrevió a cruzar por la
cortina de rocas negras fue Eduardo Fournier, haciendo honor a su apodo de loco, se paró
frente a la tribuna local y corrió hacia el túnel que lo llevaba al vestuario.
El momento que quedó grabado en los jugadores y el que se recuerda con risas ocurrió luego
de ducharse, arreglarse y prepararse para el retorno a la capital. Horacio Rivas, el goleador de
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esa lluviosa tarde, recuerda que luego de salir de camarines “nos fuimos en un bus de
Carabineros, ya que el bus de nosotros estaba todo roto, y al momento de entrar al blindado
nos encontramos frente a frente con los hinchas de Lota detenidos por estar tirando piedras”.
De esta manera agresores y agredidos tuvieron que compartir la fría parte posterior del carro.
Los hinchas sorprendidos al ver a los jugadores subiendo pensaron que podía ser una
encerrona. Por el contrario, los distendidos futbolistas comenzaron a bromear sobre el paso
adolescentes de varios integrantes del plantel que ya conocían el furgón por dentro.
PUERTO MONTT: UN HINCHA AL BORDE DE LA CANCHA
El buen momento del equipo estaba decretado el 10 de diciembre de 1989. Aun así, tocaba
visitar a Puerto Montt. Había que llegar en tren. Viajar toda la noche una vez más. Ya era
rutina; conversar de fútbol, unas cartas encima de algún camarote, unos “Fanchop”, “sábanas
cortas” al despistado de turno y a dormir. Puerto Montt, y sobretodo el Chinquihue, estaban
lejos de ser la postal moderna y sintética que es hoy. Por esos días, a la capital de la Región de
Los Lagos se iba con dientes apretados y la expectativa de que alguna genialidad que
ocurriera allá lejos, cerca del arco contrario, inclinara la balanza a favor de los tuyos. Con eso
bastaba. Nadie cuestionaba la forma si los tres puntos volvían a casa desde Puerto Montt. Se
jugaba con clavos en la suela para no patinar en el barro manchado de pasto.
Se pronosticaba lluvia para ese fin de semana. Pero eso pasaría a segundo plano. A esa altura,
los barriales eran la norma. El viento era el factor determinante. Sería un tiempo para cada
uno. A favor del viento para salir a buscar el arco contrario a muerte, y los cuarenta y cinco
minutos siguientes para aguantar, aguantar y seguir aguantando lo que hasta ahí se hubiese
conseguido. No había forma de planificar algo diferente en esas condiciones. Cualquier otra
improvisación técnica, como recuerdan los protagonistas, encontraría como resultado un
enorme desgaste físico y valiosos puntos en el camino.
Sin embargo, esa tarde, que comenzó gris como de costumbre, se iría tiñendo de azul gracias a
un solitario cabezazo de “Cepillín” Olguín y la irrupción de un singular hincha que,
disfrazado de amarillo y banderín en mano, se comió la banda favoreciendo sin
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contemplación a los dirigidos del profesor Lucho Ibarra. Sobre todo en el segundo tiempo,
cuando la “U” jugaba contra el viento y cada pelotazo salmonero era un fierro caliente para la
última línea estudiantil, el joven colegiado levantaba el brazo y frenaba en seco la ilusión
albiverde de conseguir el empate. Fue grotesco. Cobró tantos fueras de juego que no solo
concitó la ira de los futbolistas y el público local, sino que también el asombro de los azules.
“Durante el segundo tiempo jugamos en contra del viento y Puerto Montt no nos paraba de
atacar. En cada jugada de gol que tenían ellos, el guardalínea levantaba la bandera. No paraba
nunca. Todas las jugadas importantes se las paró. La gente de Puerto Montt se lo quería
comer. Yo miraba a ‘Cepi’ y me decía: ‘ese weón es de la U’ (risas). Ganamos 1-0 y seguimos
firmes para subir”, recuerda Vasconcelos, el “10”, que resopla cada vez que hace el ejercicio
de volver a esa tarde de viento y lluvia en Chinquihue.
Hasta ahí, la anécdota se inscribía como una de las buenas historias que dejaba aquel sufrido
camino que realizó la “U” de regreso al fútbol de honor. Pero dos semanas después de la
conversación con Severino, le tocaría el turno de ser entrevistado al héroe de aquella jornada,
Cristián Olguín. El batallador ex delantero azul terminaría explicando, aún con más detalles,
cómo fue que transformaron a un circunspecto guardalínea en el jugador número doce de la
“U” aquella tarde sureña.
“El juez de línea nos pidió una camiseta antes del partido. Era fanático de la ‘U’. Después, en
cada jugada que levantaba la bandera, le cerrábamos un ojo (se ríe). Lo que pasa es que los
camarines de los árbitros y los nuestros estaban al lado, y el juez de línea fue al camarín a
revisar la indumentaria con la que íbamos a jugar. Ahí, no se aguantó, y le dijo al ‘Negro’ que
era hincha de la ‘U’. Le regalamos una camiseta. Después, entre los jugadores que habíamos
estado presentes cuando el ‘Negro’ le pasó la camiseta, decíamos que tenía un elástico en el
brazo, que era como una marioneta (Se vuelve a reír, esta vez, eufórico). Y la gente se lo
quería comer. Se lo quería comer. Cuando termina el partido se fue rapidito a las duchas. Es
muy entretenida esa historia”, cuenta distendido el ex ariete, que aportó con nueve goles
durante esa campaña, convirtiéndose en el segundo goleador del equipo detrás de Marco
Fajre, que infló las redes en doce ocasiones.
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Héctor Díaz, central de juego rústico y uno de los pocos referentes del plantel que ya había
jugado en Segunda, fue de los pocos que no se inmutó con la actitud del árbitro asistente. Por
eso, también, era uno de los encargados de “trabajar” a los “hombres de negro” durante todo
ese campeonato, junto a “Vasco”, “Chico” Hoffens y Orlando Mondaca, por mencionar
algunos.
“Habían árbitros que eran de la ‘U’, uno sabía pero no lo podía decir. Era un orgullo para ellos
arbitrarnos, ya que eran hinchas participando de un partido. A veces les echábamos la jineta
encima. Se manejaba, pero nada grave, son códigos”, recuerda Díaz, con evidente buen
humor.
A menudo el tiempo aporta una curiosa perspectiva sobre todos esos personajes que en su
presente parecieron ilustres incógnitos. Es lo que ocurrió accidentalmente con este relato.
Porque aquel fanático guardalínea que consolidó en Chinquihue el tranco ganador de la “U”
hacia la obtención de ese agitado campeonato, se transformaría más de veinte años después en
el popular “Cachureo”. El escudero de Bielsa. Aquel personaje que llegaría a ser la íntima
mano derecha del que para muchos ha sido el entrenador más trascendente de la historia
reciente de nuestro fútbol.
Gabriel Aravena, antes de Bielsa, ya tenía una buena historia que contar. Había sido el hincha
al borde de la cancha. Había jugado por la “U”.
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EL DESAHOGO
Tarde calurosa. 7 de enero de 1990. Pleno verano y el primer domingo de fútbol de la nueva
década se reservaba un escenario estelar. El Estadio Nacional sería testigo, como tantas otras
veces, de una emocionante jornada doble. Los diarios de la época anunciaban un “duelo a
muerte” entre la “U” y Magallanes en el denominado “preliminar potreril”. A tres fechas del
final de la liguilla, y con solo dos puntos de diferencia entre ambos (La “U” llegaba con 39 y
Magallanes con 37), los distintos medios deportivos calentaban el ambiente asegurando que la
escuadra que lograra el triunfo esa tarde rasguñaría el anhelado ascenso. Pero había más. Un
ingrediente que agitaba el morbo. El partido estelar de la jornada, que se jugaría a las 20:45
horas, inmediatamente después del duelo entre azules y carabeleros, tendría como
protagonistas a Colo-Colo y Unión Española. No era un día cualquiera para el orgullo
universitario.
18:45 y el árbitro Carlos Robles da el pitazo inicial. Tal como lo describiría el diario “La
Cuarta” al día siguiente, “no cabía un alfiler ni en los pasillos”. Setenta y cinco mil
espectadores llegaron a Ñuñoa. Setenta y cinco mil personas para un partido de Segunda
División. Según archivos de la época que pertenecen al registro de Televisión Nacional de
Chile, el 70% del Estadio fue ocupado por hinchas azules. El orgullo se ponía a prueba. No
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era fácil convivir con la sombra triunfante del archirrival. Pero la pasión tiene esas cosas. Y
con la temporada más triste de la historia a cuestas, para el hincha de la “U”, ganar el partido
frente a Magallanes era tocar la gloria. Una distinta, pero gloria al fin y al cabo.
Estos son los once azules que hicieron estallar al Nacional hace 27 años ese histórico
domingo, cuando salieron a saldar su deuda con la historia desde el túnel sur: “Loco” Fournier
en el arco; línea de cuatro con Ricardo Vásquez, Horacio Rivas, Héctor Díaz (sustituido luego
por Carlos Cisternas) y el capitán Roberto Reynero; Marcelo Silva (reemplazado por Orlando
Mondaca a los 66), Luis Valenzuela y Severino Vasconcelos en el medio; Héctor Hoffens,
Marcos Fajre y Cristián Olguín en delantera. Magallanes, bajo el mando de Guillermo Páez,
formó de la siguiente manera: Fisher en el arco; Mella, Lorca, Muñoz y Rivera en defensa;
“Renca” Valenzuela, Gavazzi y Gálvez en mediocampo; Arancibia, Muñoz y Obando arriba.
El partido fue duro, trabado, desde el principio. Pierna fuerte en todos los sectores de la
cancha. La “U”, a pesar del nerviosismo omnipresente, se generó las principales ocasiones de
gol. Fajre avisó dos veces de tiro libre y Hoffens casi anota de cabeza. Un par de contras bien
urdidas le permitieron a Magallanes amenazar también la portería de Fournier. Hasta el
minuto 23. Córner corto del “Chico” Hoffens que encontró en el borde izquierdo del área
grande a Marcelo Silva, el “Huacho”, que aprovecho la carrera para definir seco y rasante
contra el palo derecho del arquero con un zurdazo imposible. Locura total.
El segundo tiempo tenía un libreto claro. Los dirigidos de Guillermo Páez se jugarían su
opción y saldrían a buscar. Habría que saber esperar, rearmarse y buscar salidas claras para
tomar mal parada a una defensa que se vería obligada a dejar algunos espacios. Se intentó por
esa vía, pero nada. Magallanes encerró y la tensión era total. Un gol del visitante alargaba la
agonía de un año completo. La incertidumbre se mantendría hasta el final. Minuto 85. Falta al
borde del área contra “Cepillín” Olguín y Fajre, que había intentado toda la tarde con pelota
parada, se pone frente al balón. Hay un murmullo incómodo en el estadio. El formado en
Palestino golpea el balón y el arquero Fisher reacciona a tiempo, rosa el balón y despeja alto
hacia el centro del área. Salta Severino y conecta. El resto: historia. Dos cero. Se acabó.
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“La ‘U’, estando en Segunda, le quitó muchísimo público al torneo de Primera. Donde ibas
estaba lleno. En la jornada doble con Magallanes, cuando terminó el partido, la gente de la
‘U’ se fue del estadio y se notó muchísimo la diferencia. Los hinchas nunca se olvidaron del
equipo y de que había que volver rápido a Primera División. Porque cuando un equipo baja la
gente dice ‘que voy a ir a ver a esos huevones malos’. Los hinchas son así, la gente de la ‘U’
no. Santa Laura y el Estadio Nacional siempre estuvieron llenos”, recuerda Severino
Vasconcelos, que vivió un partido aparte. No sólo por el oportuno cabezazo que sentenció el
resultado final en favor de los azules cuando el partido agonizaba, sino por la eufórica
celebración que vino después. Eran varios miles los hinchas albos que miraban desde las
tribunas. La foto del “10” conectando el balón en el aire sería tapa de varios suplementos
deportivos la mañana del lunes.
“Recuerdo el gol que hice esa tarde como el más importante. Me cruzaron una pelota y lo hice
de cabeza. Ese partido había que ganarlo sí o sí. Con ese resultado les sacamos 4 puntos y
empezamos a definirlo”, agrega el “Negro”, y aprovecha de justificar que no gritarlo habría
sido una falta de respeto para el hincha de la “U”.
Horacio Rivas. El “Cara de pato”. Central nacido y criado en la “U”. Ese día, apenas ingresó
al camarín, y luego de haber celebrado el triunfo colgado de las rejas del codo sur, rompió en
llanto en medio de los abrazos de sus compañeros. Tenía 25 años, pero la experiencia
suficiente para dimensionar lo que representaba ese triunfo para el club, la gente y sus
compañeros.
Un periodista de La Tercera que logró abrirse paso en la intimidad del festejo se acercó al “4”
con su grabadora encendida, justo después de un espontáneo “ceacheí” que distendió la
algarabía de jugadores, dirigentes y cuerpo técnico: “Es lo más lindo para empezar este año.
Cuando bajamos también lloré, de pena. Hoy me largué a llorar de alegría, es que no es para
menos”.
Más atrás, ésta vez captado por las cámaras de Televisión Nacional, se ve a Mario Mosquera.
El Presidente. Una figura transversalmente respetada al interior del camarín y de quién, ya
difunto, sólo obtuvimos elogios y muestras de respeto. Incluso, el propio Doctor Orozco,
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quien sería uno de sus sucesores en el cargo años más tarde, afirmaría que el ex Decano de la
Facultad de Derecho de la Universidad de Chile vendió, en 1989, un departamento de su
propiedad para mantener al día los sueldos del plantel cuando las arcas del club tambaleaban.
“Creo que es un momento inolvidable. Está todo el mundo feliz. En un estado de éxtasis. La
verdad es que yo me emocioné tremendamente con el segundo gol. Por eso vine a esperar a
los jugadores al camarín. Estoy orgulloso del esfuerzo realizado. Es un logro de todo el
mundo que participó de este proceso. Supimos pasar los pésimos momentos del comienzo y
nos afirmamos a pesar de haber estado tan discutidos. Formamos un grupo humano que es el
verdadero causante de este triunfo”, diría entonces Mosquera, con voz pausada y quebradiza,
en medio de la algarabía del camarín vencedor.
Faltaba un punto. Así se consumaba el regreso. El desafío tenía historia. Era Curicó. Era en
“La Granja”. Era volver donde todo había comenzado. El mismo lugar que los obligó a
entender, siete meses atrás, que nadie les regalaría nada. Faltaban una semana para el partido.
Y si los once jugadores que aún celebraban el triunfo hubiesen tenido la posibilidad de
vestirse y salir a jugarlo, lo habrían hecho.
“No quiero cantar victoria. No hemos logrado nada”. La sensatez de Lucho Ibarra anestesia el
corazón ansioso de todos sus jugadores. De todos los hinchas. De esta revancha que arde.
Todo se define en Curicó.
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PAPELES AL VIENTO: LA PESADILLA TERMINÓ
Hay un auto que no se mueve a la entrada de Curicó. La congestión es inusual. Su conductor
tomó todas las precauciones para llegar a la hora. O eso creyó. Espero esa tarde 364 días. No
es un hincha cualquiera dentro de esta historia, intentando llegar a la hora al momento más
esperado de la temporada. Es uno de sus protagonistas. Es Héctor “Negro” Díaz, referente de
aquel resiliente camarín azul que quedó marginado de esa inolvidable jornada a causa de una
lesión. Resopla, prende la radio y mira al amigo que llevó de copiloto; el mismo que en
Santiago le había recomendado salir, incluso, un poco antes.
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Curicó recibe a la “U” por la penúltima fecha del torneo de Segunda División. Un empate es
suficiente para que los azules vuelvan al fútbol de honor. Ha sido una agonía larga, de esas
que transforman las semanas en meses y los meses en años. A las 18:00 horas empieza el
partido. Faltan cinco minutos. La radio avisa que el estadio está colmado. Aun así, la caravana
de autos provenientes de Santiago y otras regiones aledañas parece no darse por aludida.
Todos quieren estar presentes después de un año tan especial.
“El partido con Curicó no era fácil, era un reducto muy difícil a pesar de que ya habíamos
agarrado regularidad en nuestro juego. Nos generaba mucho respeto porque era el lugar donde
habíamos perdido el primer partido. Ese día hizo muchísimo calor, el ambiente era pesado.
Pero ahí se da una cosa especial. El hecho de llegar con toda la caravana de gente desde
Santiago acompañando al bus y después encontrarte con el estadio lleno, no, fue algo muy
lindo”, recuerda Orlando Mondaca.
Mientras el “Negro” sigue intentando llegar al Estadio, en el pasto de “La Granja” un joven
Carlos Cisternas respira corto y nervioso. Hace casi un año, pensaba, pasó tres días encerrado
en su habitación desmoronado por una tristeza que apenas podía entender. La vergüenza del
descenso lo marginó de todo contacto con cualquier cosa que habitara más allá de la reja de su
casa, incluyendo a su novia, como él mismo recuerda entre risas veintisiete años más tarde.
Pero ese día en Curicó, se pagaba la deuda con el destino y saltaba a la cancha junto al equipo
titular. El resto dependía de él; Y otros diez.
“Mi familia era azul. Mi mamá era fanática de la ‘U’. El descenso fue un caos para mi familia.
Todos te tratan de subir el ánimo. En mi población, los vecinos me fueron a recibir como si se
hubiese muerto alguien. Estuve solo mucho rato. No vi nada de tele durante muchos días”,
recuerda “Carlitos”, como lo llamaban cariñosamente sus compañeros de camarín debido a su
corta edad.
La experiencia sumaba, y mucho, en una definición así. Bien lo sabía el “Loco” Eduardo
Fournier, que no dudó en vaticinar los festejos el viernes 12 de enero, a dos días del ansiado
regreso, frente a una grabadora del diario “Las Últimas Noticias”. “Voy a entregar el arco en
cero. Esa es la mejor forma en que puedo aportar para la fiesta que se prepara. Siempre dije
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que vine a la ‘U’ para subir y lo estamos cumpliendo. En Curicó damos la vuelta olímpica”,
anticipaba.
Ese domingo 14 de enero de 1990, la “U” presentó tres variantes en relación a la catártica
jornada que se había vivido en el Estadio Nacional frente a Magallanes siete días atrás. El
mencionado Carlos Cisternas por Héctor Díaz, Lucho Musrri por el suspendido Vasconcelos
en mediocampo y Orlando Mondaca por el “Huacho” Silva en delantera. Luis Valenzuela,
duda hasta el final por una colitis que le quitó tres kilos, fue confirmado por el “Turco” Ibarra
sobre el inicio del partido.
En la otra vereda, los “Torteros”, dirigidos por Sergio Gutiérrez, salían a defender la consigna
mediática que habían levantado durante toda la semana: “no queremos que la ‘U’ arme su
fiesta a costa de nosotros”, declararon técnico y jugadores los días que antecedieron el
encuentro. Entonces, los once “aguafiestas” confirmados por el diario “La Cuarta” ese mismo
domingo por la mañana, serían: Martínez con el uno; Piérola, Gutiérrez, Saavedra y Helmo en
el fondo; Alvarado, Miranda y Silva en el medio; Rojas, Segovia y Rocha en ataque.
Pedro Roa, árbitro del encuentro, indica la mitad de la cancha acompañado de un estridente
pitazo inicial. En ese momento, los 8.881 espectadores oficialmente controlados explotan en
una arenga ruidosa y sin ritmo que se extiende por los primeros dos o tres minutos del partido.
En el Cerro Condell, atrás del estadio, se reúnen los demás. Todos los otros. Los que cerraban
la caravana. Los que viajaron con la ilusión de estar cerca para contar durante los años que
vendrían que vieron a la “U” sacudirse el polvo de su historia más triste.
Los jugadores azules mostraron determinación desde la primera jugada. No estaban
dispuestos a someterse a la mezquindad del empate. Querían ganar, gustar y terminar arriba.
Demostrar que la categoría les quedaba chica. Que no solo volverían a Primera sino que lo
harían para competir.
Tiro de esquina para la “U”. “Chico” Hoffens manda un centro pasado que Marco Fajre
amortigua en el área con pierna zurda para luego sacar un remate cruzado que deja sin opción
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al portero local. El “Camello” sale corriendo para celebrar junto a la hinchada y sus
compañeros. Al borde de la cancha, Lucho Ibarra y Leonel Sánchez se funden en un abrazo.
Los Curicanos no se dejan amedrentar por la algarabía universitaria y reaccionan atacando.
Pero todo termina en los guantes de Fournier. Al “Loco” no le hacen un gol aunque el partido
dure dos días. De una de esas jugadas, sale un contragolpe rápido de la “U” por la banda
derecha que no logra concretarse por un oportuno cruce defensivo. La pelota nuevamente al
rincón. Hoffens la acompaña como lo hizo diez minutos atrás en la antesala del 1 a 0. Se
repite el guión y la pelota viaja al segundo palo. El destino entra en escena. Los delanteros
azules quedan pasados y al darse vuelta, ven sorprendidos a Carlos Cisternas, “Carlitos”, el
titular por accidente, embestir como un toro desde la entrada del área, suspenderse en el aire
entre dos defensas, y clavar un bombazo de cabeza que se metió en un ángulo. El arquero ni
siquiera alcanzó a girar la cabeza. Y el “4” ni siquiera sabía cómo celebrar. Al final lo hizo
como todo defensa; sin el estilo que otorga la costumbre pero con la pasión desmedida de las
primeras veces. Saltó, gritó, sacudió la camiseta y se entregó al abrazo colectivo. La
redención era suya.
Ese gol, avanzado el primer tiempo, sentenció el partido. Y aunque Curicó estrelló un balón
en el travesaño minutos más tarde, la certeza del triunfo azul nunca más abandonó “La
Granja”. Más aun con la expulsión de Piérola, que tumbó por detrás a Luis Valenzuela con
una patada criminal. Después fue un trámite. La ansiedad del anhelado festejo azul fue la
única emoción de los segundos cuarenta y cinco minutos que, además, se vio azuzada por un
último gol. Desborde del “Chico” Hoffens, que se comió la banda esa tarde, y definición a
boca de jarro de Pedro Pablo Díaz. Empezaba la fiesta.
A cuatro minutos del final, más de cien hinchas azules ingresaron a la cancha para que el
árbitro terminara el partido. Quién los podía culpar. Pero Pedro Roa fue implacable. Con
ayuda de los jugadores y un exaltado Leonel Sánchez, los hinchas volvieron a la tribuna y el
partido se reanudó.
“En un momento nos juntamos y Don Lucho nos llama y nos dice que hay que terminar el
partido y sacar a la gente de la cancha. Fueron 15 minutos sacando a los hinchas. El único que
se ponía nervioso con esta situación fue Pedro Pablo Díaz, que se ponía loco con la situación
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porque le daban claustrofobia las aglomeraciones de gente (se ríe)”, comenta Horacio Rivas,
mientras parece volver a sufrir la eternidad del partido.
Se jugaron los cuatro minutos que faltaban y tres más de adición, que el árbitro decidió añadir
por sano capricho en respuesta a la invasión. Habría tiempo para un tibio ataque de Curicó
que se perdería por la línea del fondo de la cancha. Fournier pide la pelota para hacer el saque
de fondo. Antes, el árbitro se la pide a él. Manos al cielo y pitazo final. En cosa de segundos,
los jugadores se perdieron en un mar de gente.
“Los hinchas invadieron. Regalé todo, me quedé en calzoncillos en la cancha y me fui al
camarín a celebrar. Yo no estaba en la cancha, estaba eufórico, me tiré a la ducha, mojamos a
todo el mundo. Por fin subíamos. Además, a todos los que miraba en ese camarín, eran
nacidos en casa. Fue tremendo. Lo habíamos pasado tan mal hace un año y por fin podíamos
celebrar. Me acuerdo de abrazar al viejo Leo (Sánchez) y ponernos a llorar. Soltamos toda la
rabia que teníamos. Fue como ganar la Copa del Mundo. No quería que terminara nunca el
viaje a Santiago. Yo en ese momento dije: cumplí”, cuenta Roberto Reynero, el capitán, que
gesticula y se mueve intentando en vano renegar de la emoción que le despierta el recuerdo.
Hasta que se detiene por un segundo y se disculpa, con los ojos llenos de lágrimas.
En esta parte de la historia, las voces se multiplican. Pero hay un denominador común: todos
se emocionan. El recuerdo de aquel desahogo aún remueve sentimientos difíciles de explicar.
Pero lo intentan, cada uno a su manera.
“A mí los hinchas me sacan en andas y sin polera, pero tengo un rollo que me dio mucha
vergüenza y salió publicado en la primera plana de un diario”, cuenta Héctor Hoffens,
mientras esboza una sonrisa que se va rápido, en su estilo.
“Cuando se vino la gente, sólo alcancé a pasarle la camiseta a mi viejo y nada más. Todo fue
alegría luego de tanta emoción. La ‘U’ venía de muchos años sin salir campeón y la gente
tomaba esto como un título. Nos fuimos al camarín. El que entraba se iba directo a la ducha
celebrando. Mario (Mosquera) era un decano de la Universidad, él decía que nunca había
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sentido algo así. Lo agarramos y lo metimos a la ducha. Deben ser de los momentos más
lindos que él sintió en su vida”, recuerda Horacio Rivas.
“La caravana de vuelta, ¡Nooo! (Se toma la cabeza), eso fue inolvidable. Inolvidable. No solo
venían detrás de nosotros, sino que la gente salía a buscarnos a la carretera. Flameaban sus
banderas, aplaudían. Nosotros en el bus vueltos locos, felices, cantando”, relata pausado y
reflexivo Orlando Mondaca.
“La gente en la cancha y la sensación de decir: misión cumplida. Hubo mucha alegría. La
vuelta a Santiago con todos los hinchas. Imborrable. La familia azul es muy grande”, comenta
Héctor Díaz, que finalmente llegó al estadio junto a su amigo, al minuto diez del primer
tiempo.
“En el bus de vuelta veníamos cantando, la gente salía en la carretera a saludarnos. Nos
esperaban los hinchas en Santiago. Me esperaba mi familia y mis vecinos, ahora para celebrar.
Fue desahogo para todos”. Son las palabras de Carlos Cisternas, que escribió su propia
historia esa tarde y que hoy, 27 años después, viaja en el tiempo mientras enseña la histórica
polera que usó ese día. Aún tiene el 4 con tierra.
“Llegamos a Santiago a la casa de Hugo Vilches, que en ese tiempo era ‘poto pelado’, casi no
hablaba. Él vivía en La Reina y venía de una familia de recursos. Nos fuimos allá a celebrar y
hubo varios que tuvieron que quedarse a dormir. No hubo comida en un restaurante, no había
esas cosas”, agrega Severino Vasconcelos, que al día siguiente partió temprano rumbo a
Andacollo acompañado de Alejo Rodríguez, Roberto Reynero y “Cepillín” Olguín para pagar
la manda por ascenso concedido. Con las cábalas, el “Negro” no transaba.
Vasco tenía razón. No había plata para esas cosas. Por eso la caravana sólo interrumpió su
curso cuando Mario Mosquera decidió invitar a todos a una once en el local “Los Buenos
Aires de Paine”. Lo que no sabía el dirigente era que terminaría pagado la cuenta de su plantel
y la de un grupo importante de hinchas que se dio cita en el lugar de manera espontánea. Daba
lo mismo. Todo lo que ocurriera ese domingo después del partido con Curicó pasaba a
segundo plano. La idea había sido de Leonel Sánchez. Cuando el camarín visitante de “La
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Granja” estaba casi vacío, el zurdo de Recoleta se acercó al presidente: “Rájese con una
oncesita pa’ los muchachos po’ Don Mario”.
Cuando los relatos parecen comenzar a unificarse, aparece el testimonio de “Cepillín” Olguín.
El delantero recuerda, igual que sus compañeros, el ambiente, la invasión de los hinchas, la
ducha compartida de dirigentes y jugadores, la caravana. Pero también una pequeña historia,
dentro de la gran historia, que permite dimensionar la unión que se forjó en la interna del club
durante ese año difícil de olvidar.
“A Juan Numi (dirigente de la época) se le había muerto el hijo, que era parte de la barra de la
‘U’. Y en el funeral pusieron una canción que ese día sonó en el camarín. Cuando él entró,
escuchó la canción, se puso a llorar, se devolvió y no pudo entrar al camarín de nuevo. Lo
fuimos a abrazar todos. Era una canción de Sting. Habíamos ido todos al funeral, por eso
pusimos la canción”.
La vida del futbolista regala momentos que no caben en palabras permitidas. Y la definición
más cercana, para aquellos que en vano la buscamos, poco tiene que ver con llegar a fabricar
una frase brillante o un libro iluminado. La obsesión por entender lo que representan estos
momentos de éxito para quienes lo vemos desde el otro lado de la reja, terminará siendo
siempre un juego de suposiciones tan fantástico como interminable. Lo que sí nos queda, en el
caso de esa épica campaña de la “U”, son esas imágenes eternas descritas por los
protagonistas de ese año especial, sobre el día en que por fin pudieron pagar su gran deuda: el
llanto valiente, los abrazos proscritos durante un año, el inexplicable sentido de pertenencia
de los hinchas que jamás abandonaron y el vuelo redimido de los papeles picados en el viento
tibio de Curicó.
Alguna vez, el cronista argentino Martín Caparrós confesó que por sobre todas las cosas, le
interesaba buscar en cada hecho aquello que pudiera sintetizar el mundo. En el caso del
fútbol, expresión a escala de la vida misma, existen muchos de eso “hechos” que nos
reafirman a todos por igual. Es ese triunfo latente del espíritu humano el que nos reconforta.
La democracia del alma, como alguna vez lo llamaron.
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La “U” volvía a ser de primera. Y por la forma en que lo consiguió, nadie intentará olvidar
aquella temporada en los años que vendrán. Por el contrario, será motivo de orgullo. El
Campeonato de Segunda División de 1989 es para la historia azul un capítulo duro, qué duda
cabe, pero será recordado por mucho tiempo gracias al respeto mostrado en cancha y fuera de
ella por un valor intransable: La mística.
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LA OPORTUNIDAD DE GRITAR ¡CAMPEÓN!
Aún con la resaca de la celebración del ascenso, la “U” pensaba en los dos encuentros que le
restaban por jugar en la Segunda División. Los compromisos faltantes se enfrentaban de otra
manera, con la alegría del ascenso pero con el respeto y las ganas de triunfar que demostró el
plantel durante su corta estadía en la B. El primer partido de la “U” ya ascendida se jugó
contra Puerto Montt, partido que cerraba la Liguilla de Ascenso de la Zona Sur con el equipo
del chuncho adueñado del primer lugar con 43 puntos.
El partido contra los salmoneros se jugó en Estadio Nacional el día 20 de enero de 1990. Un
cero a cero malísimo que amargó a los jugadores universitarios que esperaban despedirse de
los potreros ganando todo lo que les quedaba por delante. De igual manera el encuentro será
recordado por la emotividad, 30 mil personas acompañaron en el equipo y en el inicio
corearon el nombre del presidente de la “U”, Mario Mosquera. Un homenaje simple, con los
equipos ya formados y la leyenda desde el tablero electrónico “Simplemente gracias, Don
Mario”. El dirigente azul, rodeado por el plantel, no pudo contener las lágrimas y aseguró que
nunca olvidaría por el club, cargo que dejó para asumir responsabilidades en la casa de
estudio. Mientras el deslucido partido continuaba su transcurso lógico, el entretiempo se
interrumpía por la luminosidad de fuegos artificiales, pirotecnia acompañada por las notas del
himno universitario escapando por los altoparlantes y fusionándose con el grito de la
hinchada. Pitado el final del partido los jugadores quedaron en la mitad del campo de juego
claramente ofuscados por el relajo con el que tomaron el encuentro. De igual manera los
hinchas los avivaron para que el equipo de primera diese una simbólica vuela olímpica.
La “U” cerraba su participación en la liguilla con 44 puntos, a seis puntos del equipo que le
disputó la tabla durante todo el torneo: Magallanes. Por su parte, la Liguilla de Ascenso de la
Zona Norte fue mucho más estrecha y Palestino tuvo que luchar hasta la última fecha para
conseguir el cupo que lo devolvía a la Primera División. Entre el primero y el sexto del grupo
sólo hubo siete puntos de diferencia terminada las diez rondas de partidos bajo la modalidad
todos contra todos.
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El primer lugar de la liguilla le daba a árabes y azules el privilegio de retornar a la división de
la cual juntos habían descendido hace cerca de un año, además de jugar una final entre ellos
que definiría al campeón del Torneo de Segunda División de la temporada 1989. El remate de
esta historia quedaba pactado para el día 27 de enero de 1990.
Durante los días previos varios temas rondaban la actualidad noticiosa de la final. El primer
tópico fue la repartición de la recaudación de ese día. Al jugarse en estadio neutral el reparto
sería 40 % para Universidad de Chile, 40 % para Palestino y el 20% restante, cómo en el
barrio, se lo adjudicaba el equipo vencedor. Otro tema a considerar para los universitarios era
el proyecto futbolístico que deseaban para el retorno a Primera. Llos diarios ya daban por
pactada la continuidad del “Turco” Ibarra para el Torneo de Apertura de 1990. En las mismas
páginas deportivas aparecía el nuevo presidente azul, Pablo Bertwart, declarando sobre su
intención de devolver al club donde pertenecía: la casa de estudios. Un sueño que nunca se
cumpliría.
Horacio Rivas, ya en el ocaso de su relato potreril, recuerda con orgullo el día de la final con
Palestino. “A nosotros en la ‘U’ nos enseñaron que siempre había que ganar finales, da lo
mismo la categoría o la copa, siempre teníamos que salir a ser campeones”. El escenario de la
final estaba cargado de emociones, en ese mismo lugar hace cerca de un año se había
descendido y el recuerdo seguía vivo. Una victoria terminaría por limpiar las heridas del
pasado.
El Estadio Nacional abría sus puertas con un partido preliminar entre Unión Española y
Valdivia. Esa noche llegaron 20 mil personas para ver si la “U” levantaba nuevamente un
trofeo. El último campeonato conseguido se recordaba con orgullo, la Copa Polla Gol de 1979
contra Colo Colo. El único jugador que se repetiría el placer de jugar una nueva final sería el
Chico Hoffens, que en esa tarde de abril marcó el definitivo 2 a 1 contra el archirrival. El
delantero ya llegaba al último suspiro de su carrera como futbolista, pero ese año en Segunda
sería galardonado con el “Cóndor de Bronce” al “Mejor deportista del fútbol profesional de
Chile”, condecoración otorgada desde 1951 por el Círculo de Periodistas Deportivos.
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Sentado en una silla de playa bajo la sombra de un nogal, Hoffens da una lección de lo que es
ser de la ‘U’ desde niño: “Yo vivía en Plaza Zañartu a dos cuadras del Nacional. Con mis
amigos entrábamos a los partidos en el segundo tiempo cuando ya no revisaban las entradas.
Ahí vi jugar al ‘Chico’ Araya, mi primer ídolo. Mi familia era colocolina pero yo le pedí a mi
papá la camiseta de la ‘U’ a los 5 años”. Maravillado por el Ballet Azul llegó a probarse al
Estadio Recoleta en el año 1970, en ese instante decidió ponerse la 11 y esperar en la fila de
los delanteros porque era la más corta. El mismo Lucho Ibarra, que ahora lo dirigía, lo había
seleccionado para la próxima prueba, donde finalmente quedó dentro del equipo. Los años en
cadetes fueron especiales y Hoffens los recuerda con alegría. “Todos los años nos llevaban a
la playa, 15 días a colonias en Quinteros. Ahí nos formaban, todo el día cantabas cosas de la
‘U’. Nos quedamos en un galpón de 30 camarotes con juveniles, reservas y algunos del
primer equipo. Sólo era recreación, no se entrenaba. Ahí se aprendía todo lo de la ‘U’”,
recuerda, mientras termina de limpiar la piscina de su parcela en Calera de Tango.
Volviendo a la noche de enero, el partido fue apretado y con opciones para ambos equipos. La
más clara la tuvo “Cepillin” Olguín que desperdició la oportunidad de marcar solo frente al
arco en el minuto 35. Más tarde, en el 54, tras un cabezazo a Hoffens, Lester Lacroix sería
expulsado dejando a los paisanos con diez jugadores. Sin embargo, el cuadro árabe no iba a
claudicar en su afán de ganar el trofeo y redoblarían el esfuerzo para llevar el partido al
tiempo extra. Luego de los 120 minutos los penales definirían al campeón. El primer equipo
en patear sería Palestino y el designado en abrir la tanda sería Juan Toro. El volante paisano
ya había tenido encontrones con Hoffens en el partido, el jugador azul jugaba por su banda y
constantemente le gritaba y molestaba para sacarlo del partido. Carlos Cisternas fue el
mediador de la pelea. “Juan Toro es amigo mío de barrio y fue compañero en el Club Jorge
León de Las rejas. Yo le decía que no enganchara con Héctor, que era de viejo mañoso no
más”, cuenta. En definitiva Toro desperdició su tiro y dejo en manos azules la definición del
título. Para la “U” anotó Vásquez, Fajre, Mondaca y Rivas. El último penal quedó reservado
para Cisternas, el defensor de los azules tenía en sus pies la responsabilidad de cerrar esta
campaña de manera definitiva. Con no más de 20 años, pero con un corazón azul gigante, se
paró frente al balón para correr y clavarla en el arco sur del Nacional. Luego de anotar corrió
con los ojos llenos de lágrimas a la reja de la galería para encaramarse y festejar con la barra
azul.
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Roberto Reynero debía recibir la copa en su condición de capitán. Pero no pudo con la
emoción y el cansancio, y apenas terminó la tanda de penales partió al camarín. El encargado
de recibir el trofeo fue su compañero de zaga Horacio Rivas. Se celebró como un título más,
se dió la vuelta olímpica y se gritó el C - H - I con la hinchada. La tarea estaba cumplida. Ya
en los vestuarios, Reynero repitió una y otra vez que esto no podía volver a pasar y se
juramentaron que la “U” nunca descendería otra vez, algo así como un conjuro para expiar
todos los males con tal de evitar que las lágrimas vuelvan a caer con tanta fuerza como en la
tarde del descenso.
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FUIMOS HISTORIA
A modo de agradecimiento. Como si saltaran a la cancha una vez más. Aquí les contamos
sobre la vida de quienes protagonizaron más de veinte horas de entrevistas y conversaciones,
27 años después de la gesta deportiva que los empujó a transformarse en tinta y recuerdo a
través de estas páginas:
Eduardo Fournier: Hasta el momento de la entrevista en Valparaíso, el “Loco” se
desempeñaba como preparador de arqueros de Santiago Wanderers. Antes, había sido parte
del cuerpo técnico de Nelson Acosta en el Bolívar de La Paz y luego en la Selección
Boliviana de Fútbol, entre otras experiencias.
Carlos Cisternas: Se retiró del fútbol con menos de 30 años y decidió emprender en el rubro
del turismo, actividad que fue consolidando y mantiene con éxito hasta el día de hoy. Vive en
La Cisterna, casualmente, a pasos del Centro Deportivo Azul. Es el único entrevistado que
conserva intacta la camiseta del ascenso. La misma que nos acompañó durante toda la
conversación estirada sobre la mesa.
Héctor Díaz: El ex defensa central es un reconocido comerciante de La Calera, misma ciudad
que lo vio destacar como futbolista durante largas temporadas. Tal como lo juramentó la tarde
del descenso, se quedó para ayudar a recuperar la categoría y luego partió para no quitarles
oportunidades a los jugadores más jóvenes. Cumplió su palabra.
Horacio Rivas: Es uno de los jugadores más recordados de esa campaña. No sólo porque le
tocaría vivir varias temporadas como jugador azul los años siguientes al ascenso, sino que
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también porque se transformaría en comentarista recurrente de distintos programas de
discusión futbolera una vez retirado. Antes de su irrupción televisiva, desarrollo una carrera
como entrenador en Deportes Linares, Deportes Melipilla, Deportes Antofagasta, Unión La
Calera, Palestino, Iquique y Deportes La Serena.
Roberto Reynero: El ex capitán se encuentra radicado en Chillán, su tierra natal.
Actualmente se dedica a administrar un complejo de cabañas turísticas en la IV Región y es el
representante de su hijo Felipe, delantero de Deportes Iquique. Luego del ascenso, siguió una
temporada más en la U y pasó a formar parte del plantel de Deportes Temuco.
Severino Vasconcelos: Vive en un barrio antiguo de la comuna de Las Condes. Su casa
parece un templo Buda, llena de santos, velas y objetos de veneración. El “Negro” es dueño
de una escuela de fútbol de Colo-Colo en Estación Central y participa activamente del equipo
“de todos los tiempos” de la misma institución. Actualmente negocia el traspaso de un
talentoso alumno de su escuela al fútbol de Medio Oriente. Todavía no sabe hablar español.
Orlando Mondaca: Una vez retirado del fútbol, el ex seleccionado sacó el curso de
entrenador en el INAF. Aburrido de la inestabilidad y falta de profesionalismo del medio,
decidió emprender por su cuenta y compró un taxi. Hoy maneja y está tranquilo. Dice que
Uber debería regularse más, pero tampoco es un tema que lo preocupe mucho. Cuenta que
cuando los pasajeros le hablan de fútbol mueve la cabeza y no pesca mucho. El único pasajero
que lo reconoció a través del retrovisor y le ha pedido una foto fue el popular “Rumpy”,
reconocido hincha azul.
Cristian Olguín: Actualmente dirige a la Selección de fútbol de DUOC UC. Regalón
asumido de Leonel Sánchez, cuenta con orgullo que mantiene contacto permanente con el
histórico jugado chileno y que incluso lo lleva al doctor cuando lo necesita. Mientras le
mostramos los pocos videos que quedan en Youtube sobre la U en Segunda, nos cuenta que
hace unos años, en un descuido, su hijo grabó sus monitos animados en el mismo VHS en el
que guardaba los goles más importantes de su carrera. Los perdió todos. Se ríe.
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Héctor Hoffens: El “Chico” disfruta de una vida tranquila en su parcela de Pirque. Le hace el
quite a Santiago, salvo que algún problema médico o alguna actividad relacionada con la U se
lo impidan. De hecho, arrienda la parcela para todo tipo de eventos y se encarga el mismo de
todos los aspectos del mantenimiento. Fue la última entrevista que logramos concertar.
Cuando nos recibió, apareció en traje de baño, musculosa, y chalas. Recién había podado unos
árboles, y se disponía a limpiar las hojas que habían caído a la piscina. Hizo un paréntesis,
estiró tres sillas playeras, y se puso a conversar.
Leonel Sánchez: Vive en la misma casa de toda la vida, en la comuna de Recoleta. Allí nos
recibió sin habernos dado nunca la dirección exacta. “Lleguen a mi calle y pregunten por mí”,
nos dijo por teléfono. Y así fue. Conversamos del 89 sentados en su living, con un partido de
Católica y Colo Colo de fondo, y las nietas del goleador interrumpiendo a su abuelo que, una
vez más, hablaba con desconocidos cosas que ellas con el tiempo aprenderán a dimensionar.
Jubilado de toda actividad formal, el goleador del Mundial de Chile 1962 va al Estadio
Nacional cada vez que puede y asiste a todos los homenajes que su inmenso legado sigue
inspirando.
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FECHA A FECHA: NÚMEROS
Curicó Unido 2 – 1 Universidad de Chile domingo 25 de junio de 1989
Fecha Nº 1Estadio: La GranjaPúblico: 8.003Recaudación: $3.414.000
Universidad de Chile 1 – 1 Puerto Montt jueves 29 de junio de 1989
Fecha Nº2Estadio: Santa LauraPúblico: 7.840Recaudación: $3.541.000
65
Provincial Osorno 1 – 1 Universidad de Chile domingo 2 de julio de 1989
Fecha Nº3Estadio: Parque SchottPúblico: 4.445Recaudación: $1.932.300
Universidad de Chile 0 – 3 Deportes Colchagua domingo 9 de julio de 1989
Fecha Nº4Estadio: Santa Laura
66
Público: 4.768Recaudación: $2.104.100
Magallanes 1 – 3 Universidad de Chile sábado 15 de julio 1989
Fecha Nº5Estadio: Santa LauraPúblico: 7.960Recaudación: $3.479.600
67
Universidad de Chile 2 – 0 General Velásquez miércoles 19 de julio de 1989
Fecha Nº6Estadio: NacionalPúblico: 3.428Recaudación: $1.328.500
Deportes Temuco 0 – 1 Universidad de Chile domingo 23 de julio de 1989
Fecha Nº7Estadio: Municipal de TemucoPúblico: 8.713Recaudación: $3.537.100
68
Lota Schwager 2 – 2 Universidad de Chile domingo 8 de agosto de 1989
Fecha Nº8Estadio: Federico SchwagerPúblico: 4.717Recaudación: $962.500
Universidad de Chile 1 – 0 Ñublense sábado 12 de agosto de 1989
Fecha Nº9Estadio: Santa LauraPúblico: No se entregóRecaudación: No se entregó
69
Universidad de Chile 3 – 1 Iberia martes 15 de agosto de 1989
Fecha Nº10Estadio: Santa LauraPúblico: 6.900Recaudación: $2.821.400
Linares 1 – 1 Universidad de Chile sábado 19 de agosto de 1989
Fecha Nº11Estadio: Municipal de LinaresPúblico: 3.740Recaudación: $1.502.200
70
Universidad de Chile 2 – 0 Curicó Unido sábado 26 de agosto de 1989
Fecha Nª12Estadio: NacionalPúblico: 7.598Recaudación: $3.354.400
Universidad de Chile 1 – 2 Provincial Osorno sábado 9 de septiembre de 1989
Fecha Nº13Estadio: Santa LauraPartido preliminar
71
Deportes Colchagua 0 – 1 Universidad de Chile domingo 17 de septiembre de 1989
Fecha Nº14Estadio: Municipal San FernandoPúblico: 4.320Recaudación: $2.006.000
Universidad de Chile 1 – 1 Magallanes domingo 23 de septiembre de 1989
Fecha Nº15Estadio: NacionalPúblico: 12.203Recaudación: $5.534.500
72
General Velásquez 1 – 1 Universidad de Chile domingo 1 de octubre de 1989
Fecha Nº16Estadio: Municipal de San VicentePúblico: 4.445Recaudación: $2.237.700
Universidad de Chile 3 – 2 Deportes Temuco domingo 8 de octubre de 1989
Fecha Nº17Estadio: Santa LauraPúblico: 8.256
73
Recaudación: $3.765.100
Iberia 1 – 1 Universidad de Chile jueves 12 de octubre de 1989
Fecha Nº18Estadio: Fiscal de Los ÁngelesPúblico: 4.347Recaudación: $ 2.320.000
Puerto Montt 0 – 0 Universidad de Chile domingo 15 de octubre de 1989
74
Fecha Nº19Estadio: ChinquihuePúblico: 7.094Recaudación: $2.551.400
Universidad de Chile 5 – 0 Lota Schwager sábado 21 de octubre de 1989
Fecha Nº20Estadio: Santa LauraPúblico: 9.574Recaudación: $4.381.900
75
Ñublense 1 – 2 Universidad de Chile domingo 29 de octubre de 1989
Fecha Nº21Estadio: Nelson OyarzúnPúblico: 9.418Recaudación: $3.828.000
Universidad de Chile 3 – 0 Linares domingo de 5 de noviembre de 1989
Fecha Nº22Estadio: Santa LauraPúblico: 12.870Recaudación: $6.810.000
76
Universidad de Chile 2 – 0 Iberia viernes de 10 de noviembre de 1989
Liguilla de Acenso fecha Nº1Estadio: Santa LauraPúblico: 10.994Recaudación: $5.140.000
Osorno 3 – 0 Universidad de Chile domingo de 19 de noviembre de 1989
Liguilla de Ascenso Fecha Nª2Estadio: Parque SchottPúblico: 6.400Recaudación: $2.845.000
77
Universidad de Chile 1 – 2 Magallanes sábado 25 de noviembre de 1989
Liguilla de Ascenso Fecha Nº3Estadio: Santa LauraPúblico: 24.260Recaudación: $14.973.900
Universidad de Chile 3 – 0 Curicó Unido sábado 2 de diciembre de 1989
Liguilla de Ascenso Fecha Nº4Estadio: Santa LauraPúblico: 7.124Recaudación: $3.558.700
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Puerto Montt 0 – 1 Universidad de Chile domingo 10 de diciembre de 1989
Liguilla de Ascenso Fecha Nº5Estadio: ChinquihuePúblico: 4.593Recaudación: $1.820.500
Iberia 0 – 0 Universidad de Chile domingo 17 de diciembre de 1989
Liguilla de Ascenso Fecha Nº6Estadio: Ernesto Alvear de LajaPúblico: 3.810Recaudación: $1.662.600
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Universidad de Chile 1 – 0 Osorno sábado 30 de diciembre de 1989
Liguilla de Ascenso Fecha Nº7Estadio: NacionalPúblico: 11.735Recaudación: $5.684.400
Magallanes 0 – 2 Universidad de Chile sábado 6 de enero de 1990
Liguilla de Ascenso Fecha Nº8Estadio: NacionalPartido Preliminar
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Curicó Unido 0 – 3 Universidad de Chile sábado 14 de enero de 1990
Liguilla de Ascenso Fecha Nº9Estadio La Grande de CuricóPúblico: 8.981Recaudación: $4.218.400
Universidad de Chile 0 – 0 Puerto Montt sábado 20 de enero de 1990
Liguilla de Ascenso Fecha Nº10Estadio: NacionalPúblico: 32.327Recaudación: $18.925.500
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Universidad de Chile 0 (5) – (4) 0 Palestino sábado 27 de enero de 1990
Final Campeonato de AscensoEstadio: NacionalPúblico: 29.718Recaudación: $17.020.800
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EPÍLOGO
La historia fue contada. El mal momento institucional decantó en el descenso a Segunda
División. Un año difícil que no avergüenza ni a hinchas ni jugadores de la Universidad de
Chile. Un triste acontecimiento futbolístico que se convertiría en identidad para el futuro del
equipo. El apoyo incondicional, la garra en la cancha y el amor a la camiseta se conjugarían
para dar forma a lo que hoy llamamos mística. Esta conexión intangible entre lo espiritual y lo
terrenal que define a la “U”.
En el fútbol moderno (y especialmente en el sudamericano) el descenso es lo más parecido a
la muerte de un familiar. Es chocar con el fracaso de frente y arrancarse todos los dientes. La
U no es, ni será, el único grande que bajó de categoría, y es difícil no sentir empatía con
aquellos que lo sufrieron en tiempos más recientes. El más recordado por su impacto en la
vida de millones de personas fue el de River Plate. El equipo argentino perdió por primera y
única vez la categoría en 2011. Las imágenes de los hinchas hundidos en sus propias lágrimas
y los incidentes dentro del Estadio Monumental quedarán como un postal eterna en la historia
del fútbol. La tristeza y el desconsuelo de los fanáticos no transita la ruta de lo racional.
Un año antes en la Provincia de Santa Fe un hincha de Rosario Central decidió suicidarse días
después del descenso de su querido club. Juan Pablo Dandreta, de 27 años, no aguantó la
decepción deportiva y se ahorcó en su casa. Esos mismos 27 años tenía el arquero de Patriotas
de Tunja, Carlos Chávez, cuando tuvo que patear el último penal de la serie que sentenció al
América de Cali a jugar su primera temporada en Segunda División. Chávez, quién reconoció
ser hincha del equipo caleño, recibió amenazas de muerte que lo obligaron a mudarse de casa
y cambiar el lugar donde pretendía celebrar su matrimonio. Historias de lágrimas y descensos
a lo largo y ancho de este continente podremos encontrar en cada ciudad y cada una podría ser
un libro distinto. Otros equipos que marcaron su historia con tinta de potrero fueron; Racing e
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Independiente de Avellaneda, San Lorenzo, Corinthians, Inter de Porto Alegre, Gremio y
Bolívar, por nombrar a los más representativos de este lado del mundo.
De las lágrimas avanzamos hacía la felicidad absoluta. 25 años después de la última gesta del
Ballet Azul, y 5 después del ascenso, las manos universitarias volvían a levantar el esquivo
trofeo del Campeonato Nacional. El equipo de 1994 sólo contaba con un jugador que vivió el
descenso y el posterior ascenso: Luis Musrri. ¿Se podrá establecer una conexión entre el
plantel de la B y los héroes del bicampeonato? Por nombres repetidos, queda claro que no. Sin
embargo, en aquello no tangible llamado mística podemos acercarnos a un vínculo entre
ambas plantillas.
“La nueva U”, como le gusta llamarla al ex presidente de la CORFUCH René Orozco, crecía
en los futbolístico y en lo económico, pero debía sostenerse en los pilares de una institución
madura para que los campeonatos conseguidos no fuesen un efímero suspiro. Para esto se
estableció un programa integral para el semillero de la Universidad de Chile, el cual debía ser
el gran sustento de jugadores para el futuro del club. Los primeros resultados de este proceso
fueron positivos y de la mano de Marcelo Salas, Rodrigo Goldberg y Esteban Valencia, el
cuadro laico vivó 3 años de alegrías que culminarían con una semifinal de Copa Libertadores,
que pudo ser final de no mediar por un escandaloso penal no cobrado al “Huevo”, en el año
1996.
Otro de los triunfos de la institución, más allá de las copas, fue aportar seis jugadores del club
para la Selección Chilena en el Mundial de Francia 1998. Más que lo aportado por cualquier
otro club a la “Roja”. La década de los 90 se convertían en años dulces luego de coquetear
con el descenso en la liguilla de promoción del año 1992. Se volvería a pelear arriba en cada
torneo y el final del siglo XX se coronaría con un campeonato. Los extranjeros que llegaron al
club se identificaron fuertemente con la esencia deportiva y espiritual del club. De esa forma,
Sergio Vargas y Leonardo Rodríguez, por nombrar a los dos grandes referentes de esa época,
se ganarían un lugar entre los ídolos de la historia azul. Uno de los puntos importantes de esa
campaña fue el entrenador Cesar Vaccia, técnico interino sin experiencia en el fútbol
profesional que consiguió el bicampeonato y una Copa Chile entre 1999 y el año 2000. La
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racha sin torneos no se extendía por más de 4 años y los éxitos se repetían para alegría de los
hinchas, que ya empezaban a tomarle el gusto a la expectativa de la consagración.
La década del 2000 sería turbulenta. Los triunfos, los sponsors y la alta asistencia al estadio
parecían ser señales inequívocas de un pasar económico tranquilo. Sin embargo, la Corte de
Apelaciones decretaría la quiebra del club en mayo del 2006. A la “U” no se le puede quitar
mucho en lo material así que quedaba aferrarse a su simbolismo a nivel nacional y su historia.
Desde la llegada de Azul Azul en la administración del club deportivo, se ha hecho frecuente
usar como slogan las consignas de tiempos pasados, esas que dicen que nada se consigue fácil
y todo cuesta el doble.
El 2011 Jorge Sampaoli, un desconocido entrenador argentino, puso al equipo en lo alto de
Sudamérica y le entregó el primer tricampeonato de su historia. Un lugar en el que la U nunca
había estado. El anonimato del oriundo de Casilda duraría poco y cuatro años más tarde de
consolidarse como el mejor del continente con la U, sería el artífice del primer título en la
historia de la Selección Chilena: la Copa América 2015. De los momentos gloriosos de esta
década aparece una nueva camada de hinchas, seguidores con un paladar acostumbrado a
tomar en copa. Es por esta razón que es importante recordar el sinuoso camino que el club
recorrió hasta su dulce presente, lo que sucedió entre el “Ballet Azul” y la aparición de José
Marcelo Salas. Entender que la historia de esta institución se construye en gran medida en
esos 25 años desterrados de éxito. Arturo Salah, Jorge Socias, Vladimir Bigorra, Alberto
Quintano, Esteban Aránguiz, Martín Gálvez, Hugo Carballo o Mariano Puyol, son nombres
que no entraron dentro de esta pequeña revisión de la historia del club, pero de igual forma
merecen un espacio en medio de este cierre por su compromiso con la “U” en momentos de
frustraciones y derrotas. Todos ellos fueron, también, gigantes en las sombras.
El renacer de la U sólo pudo suceder luego de tocar fondo. Todo lo que vino en los siguientes
años tiene su génesis en el amor que jugadores, trabajadores e hinchas del club le entregaron a
la institución en su momento más difícil. Hoy en la vereda de las sociedades anónimas los
errores se tapan con contrataciones millonarias y campeonatos nacionales, y es precisamente
en este contexto en el que importa recordar qué es la U y de dónde viene. Recordar que los
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cadetes, los formados en casa, han sido determinantes a la hora de escribir las historias más
dulces de este club.
El éxito es un concepto de perspectiva. Así lo demostraron los entrevistados mientras
relataban con orgullo las duras temporadas que pasaron vistiendo la camiseta azul, el tiempo
que compartieron con Leonel Sánchez y la alegría que hoy reviven cada vez que se juntan con
compañeros de todas las épocas para compartir en las ceremonias del club. El hincha y la
institución no pueden olvidar a estos gigantes; Los románticos viajeros de finales de los 80’
que supieron encontrar el camino más allá del horizonte. A ellos, estas páginas que no
intentaron ser nada más que un justo reconocimiento a quienes perpetuaron la identidad del
club desde la periferia más amarga que tiene el fútbol.
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BIBLIOGRAFÍA
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Cuarta, pp. 18.
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Entrevistas:
Leonel Sánchez
Cristian Olguín
Eduardo Fournier
Roberto Reynero
Horacio Rivas
Carlos Cisternas
Orlando Mondaca
Severino Vasconcelos
René Orozco
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Héctor Hoffens
Héctor Díaz
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