HISTORIAS A LA LUZ DEL CANDIL Germán Camacho López
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GERMÁN CAMACHO LÓPEZ
HISTORIAS A LA LUZ
DEL CANDIL
Cuentos, poemas y metáforas
Narrativa breve
NUEVA LITERATURA LATINOAMÉRICANA SIGLO XXI
HISTORIAS A LA LUZ DEL CANDIL Germán Camacho López
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Título original:
Historias a la luz del candil
© 2014, Germán Camacho López
País de origen: Colombia
Idioma original: Castellano
© De esta edición, Germán Camacho López
Bogotá, Colombia
© De la ilustración de cubierta:
Germán Camacho lòpez, 2014
1ª edición: Octubre de 2014
Bogotá, Colombia
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HISTORIAS A LA LUZ DEL CANDIL Germán Camacho López
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INDICE
PROLOGO 7
CUENTOS
ES EL AMOR 8
LA CIUDAD Y EL RÍO 9
SI UN DÍA TE PIERDO 12
EL PEQUEÑO AZULEJO 14
SIMPLEMENTE LUNA 18
ME GUSTABA LA CASA DE LA NIÑEZ 20
TIC TAC TIC TAC 23
EL SOL DEL NORTE 26
LA SIGUIENTE PARADA 34
POEMAS
UN JUEGO DE FUTBOL 40
MIRADA 41
SOLO TÚ COMPRENDES 42
AMOR DESCONOCIDO 43
RAICES DEL ALMA 44
ÁGUILA 45
TIEMPOS 46
EN TU TERNURA 47
COPAS 47
HISTORIAS A LA LUZ DEL CANDIL Germán Camacho López
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TU PIEL 48
LLUVIA 49
FUISTE TÚ 50
JOVEN Y ANCIANO 51
NAVEGANTE VIDA 52
NO SIENTES 53
HOMENAJE 55
CAMINO A CASA 57
AMOR VERDADERO 58
NOCHE FRIA 59
A TI, HIJO 60
TE RECUERDO 61
PIOPÓ 62
A MIS AMIGOS 63
KAISER 65
AROMAS DE OLVIDO 66
AYER 67
MADRE 68
NO ESTAMOS DE MÁS 69
METAFORAS
ÁGUILA O CUERVO 72
LOS ANIMALES Y EL LORO 73
EL PRINCIPE Y EL ANCIANO 73
HISTORIAS A LA LUZ DEL CANDIL Germán Camacho López
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EL CISNE QUE SE CREIA SAPO 74
EL JOVEN Y LOS TRES BAULES 75
EL SENTIMIENTO MÁS FUERTE 76
EL NIÑO Y EL MENSAJE 76
EL CIENTIFICO Y EL LIBRO 77
LA PAREJA Y EL TERREMOTO 78
EL HOMBRE RICO 78
PALABRAS DE UN HIJO A SU MADRE AGONIZANTE
79
LA OVEJA Y LA GRANJA 80
EL HOMBRE Y EL POZO 81
ERA 82
EL COJO Y EL JOVEN 83
EL PIOJO DEL REY 83
CARTA DE UN NIÑO ENFERMO 84
EL HOMBRE SABIO Y DIOS 85
EL ALMA HUMANA 86
EL 10 DE LA CONVIVENCIA SOCIAL 87
REFLEXIONES 88
HISTORIAS A LA LUZ DEL CANDIL Germán Camacho López
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PROLOGO
Cuentos, poemas y metáforas es un libro que se fue
formando, durante la etapa de escritura de novelas como
MegaDios, Maldad, el pájaro Azul, el hombre que fabricaba
óleo. Los textos aquí narrados surgieron como ideas en dicho
proceso, las cuales por su temática, no eran incluidas en estos, y
se convertían en notas y apuntes. Tiempo después, descubrí que
tal experiencia se había convertido en una interesante
retrospectiva de ideas acumuladas a lo largo de ese proceso. La
cual de algún modo merecía ser contada.
El asunto con la literatura es que a veces se comporta
como un taco de post it (notas adhesivas), en la cabeza y en
algún momento esas ideas deben volar con la libertad que
corresponde. Así, van acompañando en múltiples épocas y
lugares a niños y adultos, asiduos visitantes de estos parajes de
ensueño.
Es esa la verdadera riqueza del escritor. La que nuestros
lectores consienten cuando nos permiten estar presentes, aun
sin estarlo, a través de los sentimientos y emociones descritos
en cada línea.
Y a la luz del candil ustedes se reúnen, siendo nuestra voz
en todo tiempo.
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CUENTOS
ES EL AMOR
Es cierto, un hombre siente mil cosas, es una oleada de
sentimientos a cada paso. Pero esa gotita llamada “amor”
dificulta sobremanera su estatus; basta ver lo impetuoso que
resulta el citado reconcomio, que hasta ahuyenta a los más
vecinos y, vecinas, claro. De pronto, salta donde nadie espera,
como si del ataque de una fiera se tratara y no hay alfanje que
valga para detenerlo.
Revoltoso hunde sus zarpas como buscando el centro
mismo del pecho, donde el corazón late con brío.
Apresuradamente, se lía a su presa, muerde y araña hasta
desquiciar la cordura y en un santiamén inocula su ponzoña
venenosa. Insólito ser que con dolor agudo invade todo el
cuerpo. Al instante, su toxina viaja por el torrente sanguíneo
con frenesí urgido, en un relámpago que electriza y estremece.
Avivado se irradia desde la herida hacia todo el organismo;
imperioso en busca de su conclusivo objetivo: un corazón que
late temeroso.
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Ningún pañuelo basta para acallar el sudor ardoroso que
cual riachuelo se apasiona en las manos temblorosas. Mirada
imprecisa, obcecación y anhelo, son los síntomas siguientes,
luego, una fulgurante sensación de síncope, dificultad del paso y
cortedad de palabras.
Llega al fin el desenlace temido: el corazón se invade de
aquel influjo, y sus pulsiones se tornan en un arranque violento.
La gotita toxica ha logrado su objetivo.
La razón se aparta, la voz se entrecorta; la piel se sonroja,
la sed de besos aumenta y los sentidos rugen por beber tres,
cuatro o cinco tragos más de aquello que ahora supone ser elixir
mágico de vida.
Nada vale correr. Escapar es una opción marchita. La
silueta de una dama que contonea sus caderas es la quimera que
anuncia la voluntad perdida. El olfato es su aroma, el mundo
sus ojos, el tacto sus caricias; el gusto sus besos y sus palabras el
léxico preferido.
¡El amor te ha atrapado!
LA CIUDAD Y EL RÍO
HISTORIAS A LA LUZ DEL CANDIL Germán Camacho López
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Hace algún tiempo hubo un lugar en el que bastaba
abrazar a los seres queridos para ser feliz. Donde afloraba en las
mañanas un sol bellísimo que anunciaba el inicio de la jornada;
avivaba los corazones y sus rayos abrasaban con gracia la piel de
los transeúntes: mujeres, niños, adultos, ancianos. Entre los
cuales fluía con cándida naturalidad un saludo y un deseo pleno
de buenas intenciones.
Aquel pueblo era bañado por el recorrido de un río
límpido que le cruzaba de extremo a extremo, el cual durante las
tardes calurosas era visitado asiduamente por vecinos; quienes
junto a su rivera se solazaban entre juegos de pelota y risas que
se elevaban al viento. Resultaba para nativos y foráneos el lugar
más maravilloso.
Ocurrió que una mañana cuando el sol se erigía en lo
alto, las personas elevaron la mirada percatándose que, desde el
suelo se levantaban grandes edificios. Los siguieron con atisbo
extrañado, notando que la sombra de estos se abatía justo en las
aguas del río. Sintiendo de inmediato una honda pena.
—Mamá ¿Qué ocurre? –Constató una pequeña niña—
¿Por qué taparon el río?
La señora, casi al extremo del llanto, acertó los ojos
tristes de su pequeña.
HISTORIAS A LA LUZ DEL CANDIL Germán Camacho López
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Algo en su corazón palpitaba con vehemencia, una
respuesta que subía hasta su garganta, pero se atoraba ansiando
liberarse. Y, lacónicamente, se perdió en aquel rostro inocente,
igual que se perdía la silueta del río en medio de aquellos
edificios.
De ahí en más aquel maravilloso manantial se matizó de
abatimiento, las personas siguieron como cada mañana
aguardando el inicio de la jornada, pero su risa y juegos se
fueron apagando lentamente; variando en afanes y lamentos.
Nuevos edificios asomaron su silueta y la remozada
superficie del afluente varió hacia una riada de lánguidas
piedras grises. El fondo cristalino donde antes destellaban
rostros felices ya no existía.
La niña siguió aguardando el emerger de una voz que
nunca tuvo respuesta, su llanto se secó lentamente como el río,
más no del todo, eventualmente regresaba; aunque jamás
preguntó de nuevo.
Pasaron los años y se hizo mujer, envolvió su figura en
hermosos vestidos de suaves telas; sus manos se engalanaron
con joyas y su vida se hizo tan agitada como la de los otros.
Andando a zancadas para llegar al trabajo. En el recuerdo
habían quedado los juegos infantiles junto a la rivera del río.
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Una tarde gris de triste llanto llegó la despedida de la
madre. La niña ahora mujer, la observó con congoja tomándole
de la mano. La mujer la miró y, finalmente, pudo liberar aquella
voz que se había disimulado en el silencio:
—Mi niña, mi pequeña niña <No llores más por lo que un
día hubo> tu llanto no ablandará esas piedras ni vivificará la
fuente. En torno tuyo existe, hoy, un mundo nuevo, ese que
nosotros mismos condescendimos. Pero te prometo que cuando
llegue al cielo, pediré a Dios que tomé una copa y la llene de
líquido; para luego verter su contenido sobre el río y hacerlo de
nuevo vivaz. Entonces llegaran de nuevo los juegos y risas.
SI UN DÍA TE PIERDO
Si un día te pierdo, solo ambiciono que la vida te cubra de
amor y caricias. De tantas alegrías que mereces. Y te extasíes de
ese algo admirable que eres tú misma, entretanto, yo te sueño.
Como el simple bohemio que he sido, a quien el miedo de
perder tu cariño, le hace perder tu sonrisa. Una disculpa vaga y
tardía, no compense lo que mi corazón late cada día en tu
recuerdo. Las tardes a tu lado, en la cama, con la honestidad
diáfana de un sentimiento de vida; mas la vida es esto y quizá,
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esa su locura, sea cotidiano arrepentimiento. Sin embargo, tu
felicidad y laureles colmen con creces mi desencanto, Mi verso,
mi bonita princesa.
Eres encantador soneto, maravilla que tus suaves labios
revalidan, ojos almíbar, canción de Agosto. Refinado rostro que
atavías con el suave vaivén de tus pasos, pasión y poesía.
Es así, como me invitas cada noche a viajar hacia el
mundo del ensueño, a reencontrarme contigo, a tenerte en mis
brazos; en parajes imaginarios, en barcos que nunca zarpan, en
el elixir de mis sueños que te abrazan. Y estoy fuera, esa
brevedad, que la realidad quiebra con la certeza de no verte, ni
poder decir, si valga, en otro mundo, una esperanza a esta
espera inútil que no se place con cartas ni llantos.
Mas soberana de delicadas facciones, elijo pensar en ti
como luz que cobija en la noche mi agobio, me toma en sus
brazos, acaricia mi frente; aguarda mi beso hasta la mañana
siguiente y, luego, tras otra noche, yo te aguardo de nuevo. Solo
para sentirme apenado y feliz al mismo tiempo, sorprendido y
desconcertado; mientras te busco en otros cosmos y divago en la
extraña enfermedad que llaman apego, cuya medicina es
lejanía, cuyo cansancio cobija.
Así, en mis propias frases mantendré tu nombre, en un
silencio subrepticio que avivará la locura de un elixir perdido,
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ese de tu cuerpo. Secreto de cada día, permanecerás oculta en el
antojo que ignora mi intima agonía, que me acerca a ti cuando
más lejana te encuentras.
Y como cada noche te tomaré en mis brazos, entre
caricias y besos, tan solo por profesar que existe un mundo
distante, donde el cariño desgarrado revive entre plácemes que,
solo los amantes que añoran por siempre logran acertar.
Si un día te pierdo, te llevare así, en cada pálpito de mi
corazón dolido, y te honraré en el santo nombre del cariño,
volcando mi sentimiento en manía, manía de recordarte
siempre.
Luego, presto y de pie, sigo, en esta lucha inútil de vivir
contigo sin tenerte, y hablar sin besarte. Mi disculpa nada vale,
lo sé, la he repetido mil veces frente a tu celestial rostro, que
solo en el paraíso de mis quimeras emerge.
Mi verso, solo espero que un día lo entiendas.
EL PEQUEÑO AZULEJO
No hace mucho tiempo existió un pequeño pichón de
azulejo que cayó de un árbol de pino, quien salvó la vida cuando
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una pareja de jóvenes campesinos le escuchó gorgoritear en
medio de la noche, junto al camino; pudiendo rescatarlo.
Era un pajarillo desplumado y frágil, pero de mirada
expresiva y piar bullicioso.
—¿Crees que debamos llevarlo a casa?— Discurrió el
muchacho—¿No sería mejor dejarlo aquí junto al árbol y que
sus padres lo recojan?
—No. Mejor tratemos de subirlo a una de las ramas, así
estará más cerca del nido—observó ella.
Pero ni bien lo intentaron, la cría apenas sosteniéndose,
se abatía apurándolos a contener la caída.
Frustrados se recostaron en el suelo y allí esperaron un
rato. Entretanto, desde abajo el pajarito elevaba la mirada cual
si rogara que le arroparan del frío.
Ella lo tomó en sus manos donde hizo espacio al
cuerpecito emplumado y suave que, entre gorjeos se deslizó
suavemente hasta quedarse dormido.
—Ya está oscureciendo lo mejor será regresar— apuntó el
joven campesino—entonces ¿Qué haremos con el azulejo?
La muchacha elevó la mirada y con ojos expresivos,
conmovida por la frágil vida que portaba; pidió una respuesta al
magnánimo cielo lleno de estrellas.
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En ese momento el pajarito despertó entre quiebros y
aleteos, bordeando la mano suave que le amparaba hasta liberar
la cabeza, luego, empezó a encumbrar el pico en clara señal de
requerir comida.
El sentimiento desbordó a la joven <la noche y el rocío no
eran lugar para aquella graciosa criatura>
—Debemos llevarlo con nosotros—certificó—No podemos
dejarlo aquí, sería lo peor, algún animal podría hacerlo su
alimento o quizá moriría de frío.
Y como midiendo la gracia de aquel evento, la endeble
cría dejó resbalar de nuevo las alas sobre la colcha suave y
cálida que le albergaba, avocándose de nuevo al sueño.
La pareja tomó de nuevo el camino, dejando atrás los
arboles otrora refugio de aquel desvalido. A un par de
kilómetros aguardaba el lar que sería su nuevo nido.
Al llegar a casa la muchacha se apuró en dirección al
armario, tomó una cesta de odorantes galletas las cuales extrajo
y puso a un costado, enseguida, con el festón del vestido la
limpió pulcramente.
—Esta será tu cuna polluelo— musitó con ternura,
mientras descargaba el suave cuerpecito emplumado.
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El joven esposo, entretanto, observaba la escena con la
convicción que sería ese el último instante que vería con vida al
azulejo. Sin embargo, no revelo tal sentimiento a su amada.
Para su sorpresa, la mañana siguiente al despertar le
pareció seguir oyendo los gorjeos. Así que se apuró a la caja
para levantar la tapa, cuando miró al interior sintió que sus ojos
le engañaban: el polluelo estaba ahí con el cuello erguido y la
mirada expresiva, asomando la cabeza como si le diese los
buenos días.
¡pío, pío! ¡pío, pío!...
Ese chirriar retumbó a gloria en sus oídos y, de
inmediato, despertó a la muchacha para contarle las buenas
nuevas.
Desde ese día y durante muchos años, Junior, como le
llamaron compartió entre gorjeos, vuelos y risas. Siempre ágil y
ligero. Un momento estaba junto a la ventana, al siguiente
sobre la mesa saboreando cualquier manjar que llegara a su
pico. Luego aterrizaba en un mueble, simplemente, para saltar
de nuevo e inundar la casa de música. Lo más gracioso resultaba
la hora del baño:
¡paf!; ¡zas! Sacudía las alas en un pequeño barreño verde, para
después buscar entre trinos el calor de esos que eran ahora sus
padres, quienes orgullosos exclamaban:
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¡Bendito el día en que Junior saltó de un pino para
aterrizar en nuestras vidas!
SIMPLEMENTE LUNA
No llega a una hora fija, puede vérsele ahí dispuesta y
recatada lo mismo al anochecer, el alba o la mañana, eso sí, muy
temprano. Aunque bien por consenso general, digamos, que se
presenta a eso de las seis de la tarde y se queda, claro, hasta que
el mundo cierra sus parpados; entonces ya nadie puede verle.
Junto con el sol son los faroles divinos que habitan
nuestros días. Si bien los asiduos de esta resultan particulares
en relación con los otros: Poetas, bohemios, melancólicos,
enamorados y gente de cuitas que, elevan su mirada al cielo
para notar su presencia y dejarse impregnar del mágico
subterfugio que apea de luz, efluvio de líricas y hasta historias
de lobos.
Algunos que se exageran en ojos hacia ella, se sientan en
la pradera y siguen con la mirada, preguntados sobre quien le
puso aquel nombre: Luna.
Empero, no revela dicha respuesta la condición misma de
aquel farolito que ronda en la calina, tan libre y misterioso.
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¿Cuál es su linaje, su apellido? ¿Acaso es griega? Y como tantos
otros, su nombre provenga del latín. Pero ¿Que viene a
significar? Y sobre todo ¿Por qué permanece ahí,
acompañándonos siempre?
Hay quien afirma que un día, muchos millones de años
antes, al pasar por las inmediaciones de la vía láctea y ver
nuestro egregio planeta; se enamoró de este. Pero al no poder
hacerse a su abrazo, solo se queda ahí cada noche contemplando
su belleza.
Y si, manifiestamente, su aspecto no detona la edad que
le concierta, adpero, es posible adivinar que la existencia no le
ha venido nada fácil. Basta mirar los surcos que hienden sus
redondeadas formas. Mas no por ello desaliña su gracia, por el
contrario, es a todas luces maravilloso ornato del cielo. Capaz de
causar fervor en el más indiferente.
Mucho se ha dicho de ella, desde antaño hemos ansiado
verle; conocerla de cerca. Hacernos fotografías en su castaña
dermis que luego se publiquen en foros y revistas. O
simplemente, dedicarnos la vida a verle cambiando de forma:
De cuarto menguante a cuarto creciente, de esquiva luna nueva
a un sublime y radiante farol en lo alto.
Ella aparece como uno más de la familia en el álbum de
retratos. Al pie de su silueta nos congraciamos; es lo primero
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que advertimos al discurrir la mirada sobre este. Antes de
siquiera preguntar quién es la tía o la sobrina que aparece en la
foto.
Ahí permanece con su recuerdo de luz tardía, sin una
mención al respecto. Abajo, amontonados los nombres de todos
de izquierda a derecha: tío, tía, mamá, papa, abuelo, nieto,
vecino, y uno que no recordamos quien era. Sin una mención
del maravilloso personaje principal de aquella escena, erguida
en las alturas ocupando el primer plano; coronando nuestras
cabezas apoyada sobre el telón magistral que la cobija.
Esa de cuyo nombre poco sabemos. Quien la bautizó,
probablemente, quedó perplejo y sin palabras, tanto que solo
atinó la brevedad de tal grafía.
Ella que asiduamente nos visita y está ahí cuando cae la
noche. Consejera y guía que aguarda sonriente, la que todos
llaman: Luna.
Alivio de enamorados, refugio de agobios; silenciosa y
reservada, pero siempre dispuesta a escucharnos.
En realidad poco atañe su nombre, puesto que siempre
está ahí cuando le llamas.
ME GUSTABA LA CASA DE LA NIÑEZ
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Me gustaba la casa de la niñez, si bien era humilde, con el
marco de la ventana recién acoplada acicalado por el gris de la
argamasa; los baldosines desnivelados y los ladrillos del patio a
punto de abatirse. Era una casa amplia, fresca; con un jardín
verde que se extendía hasta rozar el delgado andén que la
separaba de la avenida.
Llegamos con papá y, el resto de la familia, en un viejo
volquete de acarreos color azul celeste, si bien recuerdo. Cuando
pienso en ello siento como si me transportara de nuevo a ese
día; casi percibo los aromas y el viento acicalándome el cabello
que, hoy escasea.
Esa gran casa guardaba los sueños de mis padres, mis
hermanos y, claro, los míos. Fue ahí donde pasé toda mi
infancia, entre divertidos juegos de niños: tín tín corre corre,
escondite, fútbol, ponchado; golosa, yermis, canicas, y en fin,
tantos otros.
Eventualmente, todos, dos adultos y cuatro niños,
persistimos en hacer de aquel feudo un hogar cálido en el cual
ver los amaneceres y, algunas noches, sentarnos junto a la tele a
la sazón de un tinto caliente con pandebono. Así, en medio de
los malestares que padecen los adultos, pero los pequeños
ignoramos, transcurrió la vida.
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En la mañana cumplíamos los deberes de escuela, al
mediodía luego de llegar y descargar el morral; aguardaba un
sancocho, frijoles o lentejas, ese era casi siempre el menú. Y por
las tardes, a eso de las tres, mamá nos preparaba un chocolate
caliente ataviado con galletas de soda.
Un poco más tarde llegaba papá quien con su aroma y
sonrisa que inundaban la casa, nos prodigaba un abrazo
afectuoso. Luego de compartir las anécdotas del día, cuando la
tarea estaba hecha, a eso de las siete, concluida la cena; era
momento de salir a la calle donde la algarabía infantil
despuntaba.
Todo era grato, entre la mirada profunda de papá
convocado frente al televisor para ver las noticias; y el
entrechocar de trastes que escapaba de la cocina, donde mamá
daba los últimos tientes a sus labores maternas.
De ese modo el día se abatía lentamente, llegaban las diez
de la noche; hora de regresar al abrigo del lar y disponer la
frente para el beso y la bendición de mis padres.
Eran días buenos, creo que nunca me cansaré de ellos.
Luego papá partió de este mundo, mamá se tornó triste y
melancólica; nosotros fuimos creciendo. Mis hermanos mayores
se comprometieron, dejaron la casa. Esta se tornó silenciosa
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como si los juegos y sonrisas se fueran con el viento, acaso si
clausurara la vida que había habitado dentro de ella.
Simple y sosegado como un arroyo, el olvido, se asentó en
nuestra memoria, y una idea inesperada floreció de pronto:
<Que aquello era solo un recuerdo subjetivo, que quizás las
cosas no habían sido de ese modo>
Mas en mi evocación se funda que la casa sigue ahí, tan
viva como siempre, plena de efemérides. Que mi madre
continúa en ella como las memorias de mi padre en mí. Que a
pesar de conducirnos esquivos, en ese suelo nuestras raíces se
asentaron y nuestras ramas crecieron como el árbol de aguacate
que sembró papá en medio del jardín. Y, debidamente, tejiendo
mi propia realidad de adulto entre inviernos, primaveras,
otoños y veranos; debo decir que todo fue real: el repiqueteo del
despertador, el canto de los gallos, el limonero, el perro, mis
hermanos y el abrazo de mis padres.
No tengo pretexto que me impida decir que fue
maravilloso, ni debo conferir los despintados de mi vida, a
razones ajenas a esa casa donde tejí los sueños más hermosos.
Esa que será siempre una flor de amor que viva en mí.
TIC TAC TIC TAC
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Me gusta como suena, es aletargador, pacifico y sereno.
Para algunos resulta molesto, pero en absoluto para mí.
Cuando me dispongo en el sillón frente a la tele…,no
puedo evitar escucharlo; su sonido se hace tenue, empero,
permanece ahí. Estando solo o acompañado siempre es un
invitado sigiloso observándolo todo.
A otros he escuchado decir que su retumbo provoca,
incluso, escalofríos; que preferirían no escucharlo al quedarse
solos.
En lo personal me gusta su sonido, puede ser que nunca
he sido alguien impresionable; estoy seguro que no es un asunto
desequilibrado. Otros juegan lotería, apuestan a los caballos,
van al cine, o coleccionan sellos. Digamos que yo prefiero
aguzar mis oídos con tan deleitable sonido.
Eso puede, por cierto, haber desarrollado una particular
habilidad en mi persona. Mire usted, por ejemplo, mientras
hablamos puedo escuchar con toda nitidez su voz y esa
tonadilla armónica de la cual quizá no se percate.
Lo escucho como si erigiera un monumento de notas
musicales. Me proporciona una tranquilidad que, difícilmente,
podría explicarle, al menos no con palabras. Es como si aquella
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resonancia entrara en mi cabeza y concibiera habitar dentro de
ella, aunque claro, sé que es un nuevo sonido cada día.
Así imagino el cielo: suave, espumante como champaña,
musical, pero sobre todo imagino ese sonido acompañándome
donde voy.
Es necio pensar que pueda dañar a alguien, tornarle
colérico o abrumado. ¿A quién podría molestar tal repiqueteo?
¡Por Dios, algunos ni se percataran de ello! Mas mi oído es
adiestrado, sin influencias prejuiciosas ni subterfugios. A veces
creo que es una especie de clave que descifraré un día, la cual
gradualmente voy entendiendo.
No creo que por ello me tome por loco, tenemos la
suficiente confianza ¿Verdad?
Me hiela la sangre el desprecio que algunas personas
denotan por los asuntos de los demás, sin embargo, su proceder
es diferente. Entiendo que para usted no tenga ningún
propósito práctico lo que expongo, pero mírese, está aquí y me
escucha.
Como le iba diciendo quizá descifre el código y pueda
expresar en palabras la voz de aquel mágico artefacto.
En este momento, claro, no me sería posible adelantarle
mucho, solo unos pocos vocablos que apenas entiendo. Aunque
le haré una confidencia: en ocasiones me apura la idea de no
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encontrar la respuesta. Pero bien ha de ser así en todo gran
proyecto.
Si tan solo pudiera hacerle entender con que maestría me
desenvuelvo en todo este asunto. La semana pasada, por
ejemplo, contesté una llamada telefónica al mismo tiempo que
detallaba cada redoble y era como si los sonidos se
entremezclaran en mi cabeza, para luego cada uno escapar por
un oído distinto.
Así es, me gusta cómo suena hacia la medianoche cuando
el bullicio de la ciudad se apacigua; los grifos se cierran hasta la
mañana siguiente, las voces se acallan y solo queda ese suave
musitar atenuado, preciso. Me lleva pocos segundos habituarme
a él. Muy lentamente me sosiega hasta conducirme al sueño.
Entonces es como si me trasportara a su mundo de ruedas y
mecanismos básicos, incluso, puedo advertirlo como si la
música que libera lo describiera por dentro; cual si girara la
llave abriendo la puerta de un misterio donde consigo imbuirme
completamente sereno. Y resueltamente, mientras yo avanzo su
voz me dice:
Tic tac, tic tac.
EL SOL DEL NORTE
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De todas podrá decirse lo mismo y, por supuesto, a su
modo, cada ciudad es desemejante es sus distintivos. <No
obstante, aquella es más bien singular> De las que sin
componerse de playa, arena, arrecifes, manglares, guijarros,
mejillones, percebes ni cangrejos; tiene poco más o menos un
clima tropical, que se engalana de un apremiante calor asentido
de una viva humedad.
Si bien las millas de zona montañosa que rodean su
geografía, deberían excederse en resguardo de la brisa marina,
en carácter opuesto se empeñan en mutar aquel bastimento en
una ensenada sin mar que se aviste cerca o lejos.
Ahí, en el norte de la referida geografía se erige el sencillo
lar, que enclaustrado, cual quinqué, brilla como la más vivaz
candileja ceñida en sus escasos metros. Resultado de la
titilación del astro reinante, entre baldosas de nácar cinceladas
sin misericordia. Fluye y se excede espaciado a través de la
lucera, mutando el domicilio en una ensenada de yermo suelo y
limo; cuya única fronda son dos plantas de araña en sus
macetas.
El cantar de un francolino inédito, de colores vivaces,
olvidado por las demás aves silvestres, se liberta cada día por la
misma lumbrera; cual si el sol tejiera un camino por el cual
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desfilan las notas musicales, desde ahí, hacia el mundo de
asfalto. Su primoroso tarareo menos afinado que el de una
cigarra, mansamente se pierde al contacto con la libertad, entre
los edificios de mediana magnitud que, inscriben sus formas
apuntando a las alturas del cielo septentrión, donde señorea la
enérgica estrella.
Picos del norte en fuerte avivar, ostentosos, derrelictos al
bastonazo del recio estío; vaciados de savia vital, porque en
verano las gentes huyen de tales reverberos. La humedad, los
sofocos se dejan atrás para solazar en los ríos en busca de alivio
y derrocharse en falsos mares sin playa que alivien el enhiesto
de la insolación.
Pero no la ciudad entera, una excepción se erige en ese
norte paraje, es la morada de plantas de araña como espacio
vegetal. Verduzca que ansía sortear el ceñudo flamígero que
gobierna aquel desierto, está envuelta, disuelta en calor; ociosa
en su interior insípido. El sol eximido de gentiliza bosqueja una
longitud de siete metros al rebasar el rosetón y, forja una
infranqueable claridad, erigiendo a su paso las formas de su
predilección: muebles, butacas, macetas, anaqueles y trastos.
En el lugar menos visible de esa luminaria agobiante está
Lamartre…
HISTORIAS A LA LUZ DEL CANDIL Germán Camacho López
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Dado al traste, en ella, su buen humor, mermada por
refrendada vez de un modo complejamente inopinado; quitada
el habla en el emplazado vértice arquitectónico contiguo a la
puerta. Su antipatía ante el acaloramiento le recorta las
palabras, no acierta cualidades en ello, no por ignorancia del sol
cual agente de vida; sino por la celeridad libertaria que denota
desinterés y limitada piedad de este respecto de las criaturas
que habitan la casa.
Aunque libre de personalismo y aplicada en los modos
de la urbanidad, desestima su propia desidia y relega tales
mortificaciones, para discurrir con la mirada el desierto, que
entre muebles, la distancia de Bazán, quien le acorrala con su
virtuosa compilación de reflexiones. Las cuales suscitan en ella
más allá del aprecio, pocas conclusiones. Son ejemplares
huéspedes de un domicilio que varía en alargado desierto;
relegado al norte de una ciudad sin mar, conchas o guijarros.
Tan solo un profuso fervor solsticio que, sin lisonjas recuerda
los enveses de una sociedad que menosprecia su propensión al
auto-flagelo, a oponerse a las leyes naturales. Y se obliga a
acompañarse de aquello que menosprecia.
La piel clara de Lamartre, admisiblemente se inhibe de
protección natural, para acuñarse de pápulas. Vadeando esa
categoría, Bazán, de tez aceitunada, parece deferido por el astro
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rey, adpero, los sedentarios, el francolino y las plantas de araña
se abaten por igual ante la acometida del sol.
Se precisan a iniciar el mes con la simpleza heterodoxa de
una coyuntura que se niega a sosegar el lítico fuego. Con todo,
franquean sus inhibidos días de Agosto en aquella siesta de
calor notable. En el vacio de la vivienda colmado por un rival,
quien no abandona su designio de homogéneos días, pues si se
ausenta, en realidad es por brevísimo tiempo; para tornar de
inmediato a su acuerdo de contrariedades. Una exigua miga de
esperanza que no alcanza para suavizar el tedioso fuego
llameante en el hogar.
Con molestia, Bazán, se saca el abrigo que coloca en el
respaldar del sillón, después parece aguardar con paciencia el
regreso de un huésped menos cálido. Tal vez, con la mediación
del atardecer, que dispense una tregua de cordialidad.
De pronto sonríe con un gesto casi cordial, entre el bullir
del francolino y la apatía de Lamartre. Enseguida, con uno y
otro preámbulo liberta uno de sus embates sintácticos:
—¿Podría este desierto ambiente, no sé, ser un gesto de
apatía de nuestra estrella capital? O ¿Habrá inquirido la
trillada, curtida y disgregada naturaleza autodestructiva del ser
humano? y, más aún, con aliento coadjutor haber avivado la
idea de reconciliarnos en perlas dentro de su almeja.
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Tomada por sorpresa cual palomilla en red, Lamartre
duda, empero, indeliberadamente explora la extravagante
abstracción, rebuznado su restringida opinión al subsiguiente
silencio de Bazán.
— ¿Y por qué no?—aclara el disertante- Acaso ¿No es el
propio sol quien entre caricias de fuego, ha provisto de vida esta
heredad? y no podría este mismo fuego perverso enviar al
traste toda forma de vida.
— ¡Ah, si lo hubiera sabido mi querida Lamartre!. Hace
mucho que habría emigrado hacia climas indulgentes, pero
¿Cómo íbamos a presagiar que, precisamente, quien iluminó de
colores el mundo, ahora quiera entonarlo de ambarina
expiración?
— ¡Qué desatino! ¡Verdad!
—¡Será posible su piedad, solo un instante, verle regresar
mañana, y posarse aquí la noche con su brizna suave, solo una
brevedad—Suspira Bazán.
—¡Es fascinante! —exclama luego.
—¿Qué? ¿El sol? —farfulla Lamartre.
—No…no, sería un despropósito, claro, ¡No el sol y su
fulgor! Sino la justificación de su proceder; la cognición para
arrojarse avivadamente sobre frágiles carnes—Objeta Bazán—
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En ello relumbra un rudimento simple, un algo que exige
discernimiento y juicio.
—No logro entender en absoluto lo que dices—
interrumpe Lamartre.
—Bastaría justificar el credo del astro rey para entender
que su fulgor inquebrantable, no es otra cosa que un vocablo
pertinaz, a falta de pluma, para señalar el error humano—
Replica el locuaz poniéndose enseguida de pie y, avanzando,
acosa la línea de luz que se alarga entre ellos— ¿Lo ves?
—¿Qué? ¿Qué es lo que debo ver?
—El sol no ambiciona vecindad, por el contrario, invoca
porque aquella cubierta…—dice sentándose en la silla frente a
ella, señalando en dirección al firmamento a través de la
claraboya — Aquella cubierta permanezca intacta. Es esa su
forma de hablar.
—Bueno; admitamos que, como dices, el sol habla e
incluso juzga nuestra conducta necia—replica Lamartre —Acaso
¿Es su cálculo disponer que se abrasen no solo las personas,
sino también mascotas y plantas?
Al escucharla, Bazán, queda lúcidamente pensativo,
luego, mira el rostro exangüe y níveo durante unos segundos. Se
incorpora de nuevo, examina las paredes como buscando
respuesta en ellas, eleva la mirada. Entretanto, el francolino
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desfallecido, aireándose con el pico abierto, vuela hacia el
rincón más alejado del recinto donde un sombrear anhela
hacerse espacio.
El sudor de Bazán progresa desde la frente hasta la
juntura de las cejas con la nariz. No dice nada. Avanza
abstraído de regreso a su lugar y se deposita de nuevo en su
sitial.
Durante breves minutos, sentado, examina con
acuciosidad el espacio que le rodea. A la larga se incorpora
nuevamente de su silla y coge camino por la cerámica nacarada
en dirección a la velada mesilla, donde antes se posó el
francolino. Lo toma en sus manos. Los mansos graznidos del
animal son una perorata molesta, cuyas notas revolotean por el
salón.
Dicha conducta sorprende a Lamartre, mas no alcanza
para despertar en ella agitación, quien de inmediato se avoca a
la labor de airearse con el aventador improvisado de un
calendario de meses rancios.
Parece que la sofocación ha conseguido abreviar a Bazán
y sus dicciones, adormecer sus sentidos mientras acaricia el
airón del francolino; reembolsarle la serenidad de un laudo
simple:
Es simplemente el verano.
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Ese que, con sus calores, conlleva a inverosímiles
referencias, ocurrencias que al sediento, el malhumorado y el
desfallecido, le vienen propicias entre el enrarecimiento que
instituye el bochorno, como huésped principal, en una ciudad
sin playa. De esas sin manglares ni arrecifes, donde lo único
libre es el sol del norte sobre sus cabezas.
—¡Seguramente, mi querida Lamartre!—Silba Bazán
rasgando el silencio, de espaldas a ella, persistiendo en ataviar
el ave— ¡Ah! reveses los que causa el hombre en su arrogancia;
vencidos caeremos y en seguida tras nosotros la generación que
habita el mundo. Llegados al filo de un profundo acantilado
donde por voluntad hemos saltado. Sin embargo, al final, los
rayos de la aurora iluminaran de nuevo; verbigracia de la
conciencia, de esa luz, que relumbra desde el cielo.
LA SIGUIENTE PARADA
Aunque casi siempre había viajado de noche, aquel día
todo coincidió para que tomara el ferrocarril de las dos de la
tarde. Ese que cruzaba un primoroso valle teñido de verdes
cultivos y aroma de caña, en una tarde de sol primaveral.
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Recorría, solo, aquella vista caleidoscópica, en el viejo
tren rescatado cual cuadro “vintage”, de entre remanentes que,
décadas atrás, se habían menoscabado a la intemperie en los
talleres de la central de ferrocarriles. Afuera se avivaban, quizá,
unos treinta grados de temperatura; clima agradable y señorial
que cobija esa planicie.
A tales distracciones me aplicaba. Entretanto, el
ferrocarril alargaba su correr calmoso y, luego de unos cuarenta
minutos, hizo su primera parada junto a una pequeña e
improvisada estación en el camino.
Entrecerré los parpados aguardando que reiniciara a
rasgar la pradera, pero un delicado y grácil aroma me arrebató
de mis introspecciones. Di un vistazo para acertar la fuente de
tal efluvio, entonces noté la presencia y finas formas de una
bella joven que acababa de inscribirse al interior del vagón.
Su gracia era tal que de inmediato mi mirada se exigió en
ella. Si has notado el canto insigne de un colorido ruiseñor en
las mañanas, cuando el sol besa de lleno la pradera; entenderás
el embeleso que dicha imagen generaba.
Aunque bien procuré no excederme ni lanzarme en
gestos, conservando el control; al tiempo que insinuaba el
espacio libre junto a mí.
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De pronto me encontraba lleno de ideas y reflexiones
advenidas de la presencia de aquella desconocida, con un
inalienable deseo de verla sentada en el puesto rayano al mio.
En un instante giró su rostro y alargó la mirada avistando
el lugar que mis ansias disponían para ella, vagamente,
recuerdo haberla visto sonreír mientras avanzaba para anotarse
en el sillín naranja.
—Buena tarde—le saludé cuando se afirmó en el asiento.
Sentí que acababa de anotarme un home run, era la
oportunidad de hablarle y conocerla un poco.
Atavió su cabello marrón con un rodete alto, y ajustó el
vestido verde que engalanaba las piernas blancas y torneadas.
Luego sustrajo de una carterita floreada, un pintalabios rojo que
deslizó sugerente por la labrada geografía de su boca.
Había conseguido por un instante olvidarme de mí. Noté
que ella sonreía al avisar, probablemente, la abstracción que me
generaba su ser.
—Creí que no alcanzaría el tren—liberaron con dulce
dicción sus labios—parece que tardó un poco mas de lo habitual.
<Una Bendita casualidad ha sido> mascullé en mis
pensamientos.
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—Sí, tardó un poco más en dejar la estación—asentí, y
aproveché esa licencia para lisonjearla—Para mi fortuna. De no
ser así no estaría usted sentada a mi lado.
Alineando una sonrisa tímida respondió mi requiebro.
—Es una tarde esplendida ¿verdad?—afirmó fijándose
por la ventilla.
—Sin duda— corroboré—y su presencia lo ratifica.
—Espero no ser inoportuno diciendo estas cosas— cité
enseguida—procurando no espaciarme en halagos que pudieran
resultar molestos.
Quedé esperando con la sensación de que ella diría algo,
pero el tren volvió a abreviar la marcha y, esta vez, algunos
pasajeros aprovecharon para descender y comprar snacks en
otra improvisada estación.
Pensé, entonces, en incorporarme e invitarla a tomar
algún refresco. Mientras su elixir embriagador viajaba hasta mí
y me arrebujaba.
—¿Desea tomar algo, un refresco de cola, quizá? O ¿una
soda?
—No, así estoy bien— sonrió ella— pero ve tu si quieres.
El aire se hizo más tenue y como una constelación de
alivio vino aquella última frase que expresaba cercanía. Sentí,
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de pronto, que ya nos conocíamos, que su delicada voz haciendo
eco en mis oídos, era familiar, cercana.
Deseaba estar a su lado en la brevedad de aquel trayecto,
saber quién era. Conocer su vida, sueños y, un día, pasar el resto
de la vida junto a ella.
Era, manifiestamente, una excéntrica conmoción que
enfilaba mis sentimientos hacia alguien que apenas conocía
hace unos minutos.
La lógica se había desviado por completo. Me habían
servido una copa de locura que ahora bebía de un solo sorbo.
Me sentí pasmado. Hay algunas cosas que simplemente no se
explican. Pero su rostro, voz y mirada; el contorno de sus
formas me llevaban el juicio.
—¿Donde concluye tu viaje?—indagué—Tal vez
coincidamos y…podría invitarte a cenar.
Ella me miró expresivamente.
—Prefiero no molestar—señaló.
—Pero, insisto—dije. Míralo como un favor al destino que
nos puso en este tren.
—Ehh…—Me miró con una sonrisita pensativa—¿Qué
más da? Pareces un buen chico.
Pero de pronto, sentí que estaba como paralizado, el tren
era un pasadizo largo y la presencia de la bella desconocida se
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borroneaba de mi lado, luego, su aroma se extinguía y escapaba
por la ventana. Apenas notaba mi propio cuerpo y al final solo
quedaba una manta oscura en la que flotaba; hasta sentir que
alguien me estaba sacudiendo con fuerza.
—¡Señor hemos llegado!—señaló un sonriente ayudante,
llamando mi atención en la parada que era mi destino.
Al principio no entendí nada. Luego todo se fue haciendo
más vivaz y palpable cuando los pasajeros iniciaron a
descender.
Busqué a mi lado aquella boca, mirada y sonrisa que se
habían esfumado.
Sentí que mi corazón se entreabría de anhelo por ella.
Agrandé los ojos para encontrar un espejismo entre pasos
apurados; respirando confundido mientras tomaba mi maleta.
Mordisqueándome los labios sin entender nada. Trazándola en
mi memoria como el más real de los recuerdos.
Simplemente, conseguí que liara mis pensamientos,
impregnándome su perfume, las flores de su vestido verde. Y
aun cuando era evidente que yo viajaba solo; la amé, la amé
como nunca había amado e imploré en mis reflexiones:
—Ven conmigo, no dejes el tren. Quédate hasta la
siguiente parada.
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POEMAS
UN JUEGO DE FUTBOL
El espectáculo tristemente merecido,
ahogado en el júbilo impetuoso
de voces que a coro gritan entusiastas.
Cuatro paredes y la pantalla lluviosa
de la vieja televisión.
Un profundo dolor en el pecho
que recuerda lo triste del momento,
la jugada entre bambalinas
que levanta pasiones al unísono.
Las manecillas del reloj
y la ansiada llamada que nunca llega.
Uniformes, gritos y lluvia,
recuerdos que invaden la mente
en el aplastante triunfo de la soledad.
anhelo de caricias hoy lejanas;
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el sabor de tus labios tan distante,
tu mirada esquiva y tú ajeno amor.
Regresa el bullicio cual distrayente amigo
que busca cobijar mi soledad,
esta inmensa y triste soledad
en compañía de un partido de futbol.
MIRADA
Un gesto, una caricia que navega
por tu cuerpo cansado, cual velero
que surca el mar de tu tormento;
corona tus aguas.
Empiezas a sentirte vivo.
El aroma a piel fresca y pura
se confunde con el aire que respiras.
Su hermoso rostro ilumina la habitación
añosa y decadente de tu alma,
su voz se convierte en melodía.
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Es el momento.
Aceptas el sublime obsequio de la vida.
SOLO TÚ COMPRENDES
En tu recuerdo vivo, en cada frase tuya;
en tu memoria habito, soy feliz, sonrío.
En tus razones busco,
respuestas que son solo tuyas.
En tu mirada cual espejismo habito,
en tus pies sangrantes,
en las llagas de tus manos.
En tu sabiduría busco,
respuestas que son solo tuyas.
En tus palabras oigo las mías propias,
en cada gesto busco;
en los maderos húmedos de la indolencia.
Busco razones que solo tú comprendes,
en mi corazón te busco, te encuentro cada día;
de tus perseguidores huyo
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en un laberinto sin salida;
en las montañas vivo,
esas que son solo tuyas solo mías.
AMOR DESCONOCIDO
Cual prístina aurora inicia a clarear,
luz que infringe el ventanal;
fulgor misterioso con labios de mujer.
Temor profundo de mi corazón estoico,
tocado ahora por el amor.
Sentir desconocido por mi alma,
avivar de mi pecho;
estás ahí cual si fuese
siempre tú lugar.
Temor a no saber amar,
laberinto de nuevas sensaciones;
batallar de mi corazón sangrante.
Tus ojos ventana de mi alma. Me descubres.
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Reflejando en ellos mi propio ser,
en el delirio del alba la novedosa sensación.
RAICES DEL ALMA
Cobardía que roe sin cesar las raíces del alma,
cerrando su pecho antes de recibir
los honores supremos del amor.
No ha gozado el ímpetu sin límites
de la simpleza y la sencillez. Ha despreciado
la ilusión del espacio y el tiempo.
Cierra sus ojos ante una caricia,
al amor en una noche de estrellas,
besando la pureza de unas manos delicadas;
aceptando la cálida brisa que cautiva.
Ojos color miel mostrando el camino
hacia el alma oculta. Viendo navegar su propio ser.
Dejando que la vida se extravíe
entre el fulgor enardecido de los sentimientos;
mientras el fuego de su cuerpo cautiva la razón,
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dando paso a un amor único y libre.
ÁGUILA
Miro el sol. Desde aquí es casi imperceptible
llegando el momento del ocaso.
Un águila se posa sobre el muro,
es difícil distinguirla, pero se bien lo que es.
Sus alas extendidas levantan el vuelo;
libre cruza el viento.
Nada puede detenerla. Trato de imitarle
intentando escalar estos muros.
Sigo atrapado cayendo una y otra vez,
el frio cobija mi cuerpo; desisto en mí
intento sonriendo de manera alucinante.
Una gota de agua viene a acompañarme,
luego la lluvia abrumadora. Un profundo respiro.
Mi propia voz que me consuela.
El águila es tan solo el reflejo de mi mismo.
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TIEMPOS
Los tiempos de antaño,
narrados con luz de visionarios
que decían: —mirad que tu corazón debe despertar—.
Oh...gran verdad, oh...tristes mentiras;
el dolor que cruza almas
cual espada de filo hiriente.
Viendo en el espejo el reflejo de mi rostro,
solo hasta hoy veo con luz de claridad
y los sentidos en alerta,
ante la llegada inminente
de todo lo narrado.
Realidad incierta, ríos, selvas;
¿Quién puede negar lo que se ha escrito?
el necio dijo: no lo veo, nada es diferente;
pero mira más allá de tus cabellos,
que no te frene tu barbilla ante los hechos.
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EN TU TERNURA
Hoy quiero reflejarme en tu ternura,
como en épocas de invierno
hacen las aves en sus nidos
y, en la propicia noche,
escuchar el susurro de tu voz
cual dulce compañía.
Sentir que tenerte
no es un sueño de mi mente confundida,
mientras el dulce sabor de tus labios
se posa en los míos,
y tu cabellera se confunde
entre mis manos;
haciendo que mi respiración
se vuelva flama.
COPAS
Despierto. A mí alrededor puedo ver
las botellas de alcohol vacías;
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cuando lo único que quiero ver
es tu rostro amor.
Cuando las palabras se convierten
en nudo en mi garganta y las frases
que debí decir carecen de sentido;
solo quiero ver tu rostro amor.
Tras el vidrio transparente unas gotas
adornando el fondo de las copas,
cuatro paredes; un cuerpo agotado.
Solo quiero ver tu rostro amor.
TU PIEL
Tú suave piel me estremece
desde el día en que te vi.
Tu mirada dulce y serena,
tu suave voz. Tus frases
cargadas de inocencia.
Eres prohibido anhelo y
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aún la soledad me habla de ti;
¿Es acaso posible olvidarte?
Cómo quien olvida el aroma de las flores,
el trinar de las aves o el calor del sol.
Las señoritas en sus vestidos de seda,
la soledad; el ruido de las calles.
Todo me habla de ti.
LLUVIA
Lluvia, sonido cual hermosa melodía musical;
compás suave y sereno de orquesta natural.
Aroma de tierra, de campo, que llega hasta mi.
Olor de atardecer.
Bajo la sombra de un árbol
que ha existido desde siempre.
La verde pradera bañada por el río,
que crece bajo la fresca lluvia
del mes de Abril.
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La tempestad da paso a la calma
y el paisaje se hace nuevo,
contrastando con la realidad y el concreto;
contaminación y caos.
Todo era un sueño.
FUISTE TÚ
Fuiste sol de mis días,
luna de mis noches
y, aun así, seguía
buscando tu ser en cada estrella.
En la lejanía del espacio
fui el más necio de los hombres.
Creí que igual que a otros
también te olvidaría.
Ahora, veo en el agua cristalina
tu sonrisa y en tus ojos
mi esperanza, mi destierro voluntario.
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Solo puedo ver tu imagen
entre la pureza y el caos.
El día, en el cual, el color de tus ojos
me mostró la vida.
Hoy conservo el aroma de tu piel,
recuerdo el roce de tus manos y las mías.
Ayer, hoy y ese día están conmigo.
JOVEN Y ANCIANO.
Vida que de pronto arribas a la mía,
premio por haber vivido bien o no,
pero vivido. Castigo a la ignorancia,
soledad que cobija hoy mi vida.
La alegría de tu risa
y la profunda tristeza en tu partida.
Tú, inocente, llena de vida.
Yo, el más joven de los viejos.
Eres sabiduría que muestra
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un mundo sin mentiras;
yo la mentira oculta
tras mascara de fiesta.
Maestro y verdugo,
sigo con gusto tú camino;
hoy eres tú quien me enseña.
NAVEGANTE VIDA
Hay momentos de esa navegante vida,
en que buscamos un refugio
en el puerto del amor;
aquel que invita a la pasión
y el desenfreno.
Oro y riqueza dejan de importar
dando espacio a la ilusión,
que con un beso se sella
en los labios y en el
pecho de una flor.
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hay momentos en que el amanecer es uno,
días y noches se pierden
en el tic tac de un reloj;
sueño y realidad se fusionan
dando nuevas formas al amor.
NO SIENTES
Tarde de lluvia, ruido, contaminación.
Todo ha quedado atrás, en aquel lugar,
no puede tocarme.
Tantas culpas, tanta frustración
empujándote al abismo;
arrinconando tu razón.
Tú maravillosa soledad, falsa, vulnerable,
Débil. El dolor de perderlo todo,
ese todo que era nada.
La lejanía en desierto de ideas,
figuras de sombras danzantes
burlándose de tus penas.
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Un perro navegante
en mar de calles y botes de basura,
acercándose lento, apacible, hambriento;
capaz de percibir la soledad y la nostalgia.
Observa sin preguntar, sin comprender.
Buscando un poco de alimento,
algo que calme la fatiga
de interminables caminatas.
Inocente maltratado.
vida entre temor, frio, hambre y tristeza.
Pero siempre noble,
con una muestra de afecto al alejarse.
Tan sencillo, honesto,
su figura desgarbada
se aleja en el calor de la tarde.
Tres gotas de lluvia
dejan su huella en un traje de marca.
Parada de buses.
todo llega en imágenes separadas, caótico.
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Oscuridad repentina,
un torrencial aguacero;
gente corriendo. No piensas, no sientes;
el agua baña tu rostro. No existes.
HOMENAJE
Hombre grande de aspecto y corazón;
quien me enseñó lo más valioso.
A tu lado mi feliz niñez,
que el tiempo en su arrebato se ha llevado,
cual verdugo cuyo hierro hiere sin piedad.
Ahora que remolco conmigo mis
propios afanes y regocijos, cual carrito
de cuerda de mi infancia;
te entiendo más que nunca
aunque siento que siempre lo hice.
Cómo olvidar el gran obsequio que
me diste, la aquiescencia precisa
de compartir tu vida a mi lado,
HISTORIAS A LA LUZ DEL CANDIL Germán Camacho López
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esa misma que se vive como llega.
Gratifica mi alma el haberte conocido,
pues cada frase tuya proyectó un camino
que mis pasos recorrieron.
Y si bien, a veces, el destino aflige,
son estas tristeza que el viento lleva;
pues para mí solo fuiste alegría.
Con tu apego y devoción de cada día,
más que la mano que sostiene
la existencia frágil de un chiquillo;
en tú inmensa nobleza
me enseñaste como se vive la vida.
Describiste con cada gesto y palabra
el deleite que resulta la obra que Dios
ha legado en nuestras manos y
como aprender a disfrutarla.
Ver crecer los arboles,
atender el canto de los ruiseñores y
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la sonrisa de los niños.
En medio de tardes de música,
ocurrencias y locuras.
Más que un padre
un amigo. El mejor de todos.
CAMINO A CASA
Voy caminando, camino a casa
con el peso de mis pasos;
con la sed del olvido,
con el suspiro de quien jamás ha olvidado.
Voy con el viento, con el rostro
de frente; con cada paso voy
a un camino de noches y sueños.
Voy con el ruido,
ruido de cláxones y fiesta.
Estoy en mi puerta, la de mi alma,
la que jamás me deja;
HISTORIAS A LA LUZ DEL CANDIL Germán Camacho López
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con el río de la vida turbulento
voy camino a casa.
Casa lejana, casa de piedra,
Silencio de amores, de brisas.
Silencio de ayeres,
Corazones afligidos que van junto a mí.
Voy con la lluvia,
de memorias olvidadas.
Con el polvo en los zapatos,
con la fatiga de un viejo, voy.
Camino a casa, esa que no existe,
Esa que oculta mi rostro
y aprisiona mi alma.
AMOR VERDADERO
Mi canción. dulce melodía;
verdadero amor.
Mi pequeño, gota de agua
HISTORIAS A LA LUZ DEL CANDIL Germán Camacho López
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que calma mi sed.
La ternura que me impulsa a seguir.
Gracias por alegrar mi vida,
mi mundo no sería el mismo sin ti.
Me enseñaste que para vivir debe
elegirse un camino, para seguir, hijo,
espero que el mío sea junto a ti.
NOCHE FRIA
Bésame en la oscuridad
de esta noche impávida y gris,
como nunca has besado.
Cuéntale a la luna, a la hoguera, tu alegría;
ahora estás conmigo.
Dile que tienes el alma
repleta de canciones y veranos.
Reclámale al sol haberte despertado
del hermoso sueño, ahora que has amado.
HISTORIAS A LA LUZ DEL CANDIL Germán Camacho López
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Piel de niña tu primer amor
te hace llorar. Torna las noches
en interminable vigilia,
piel de niña es el amor.
Tus labios apenas despuntan a besar,
el deseo de tu juvenil piel que llama;
piel de niña es el amor.
Tus ojos inocentes se cierran de pasión.
Tus gemidos rasgan el silencio de la habitación.
Estas aquí con toda tu inocencia,
descubriendo el fragor de tu cuerpo.
Piel de niña es el amor.
A TI, HIJO
Joven e impetuoso corres por el mundo como si fuera tuyo, y
aun, el
Universo resulta pequeño para tal grandeza. Vives tu vida con la
gracia
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Latente en tu armadura de valiente caballero, visionario que
navega
Imaginando nuevos mundos; atesorando flores para conquistar
con ellas
A la doncella más hermosa. El garbo de tu ser solo es
comparable con la
Novedosa perfección de las estrellas en noches despejadas.
Dadivoso como ninguno. Con denuedo te lanzas a nuevas
aventuras
Acariciando la frescura del campo y soñando con nuevos
horizontes.
Vives como quisieran hacerlo muchos, con la pasión en tu
corazón y tu alma
Inocente, pero nunca ingenuo. Benefactor y hombre justo, solo
puedo
Dar infinitas gracias, cada día, por tenerte como hijo.
TE RECUERDO
Te recuerdo siempre, ¿Cómo no recordarte?
Aun si estuvieses frente a mí
HISTORIAS A LA LUZ DEL CANDIL Germán Camacho López
62
sería inevitable revivir cada instante.
Tu, impulsiva y amorosa, llena de vitalidad.
Con el fervor recorriendo tus venas,
con la vida a flor de piel;
esa piel que fue mi abrigo en noches frías.
Te recuerdo, aun, cuando hablas, cuando callas
¿Cómo no hacerlo? Eres risa, eres llanto.
La prisa que recorre la sabana
como si el mundo se acercara a su holocausto.
Te pienso todo el tiempo, ¿Cómo no hacerlo?
si juntos fuimos casi un infinito, infinito de locura,
de amor y lucha sin quebranto.
PIOPÓ
Ave galana de inusitado garbo,
cobijo de luna, claridad de canto;
sencilla melodía que atavía la aurora.
Henchido tu vientre, presta tu espuela
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alegre tu canto; virtuosa mirada
soplo de vida, aura de otoño.
Estupenda ave, criatura inmaculada
de azabache plumaje y alma ferviente
cuyo canto inunda la pradera verde.
Avanzas y canturreas, con tus ojitos negros,
libre del nido en el amanecer que clarea;
eres voz que estremece la comarca,
y anuncia el avivar de la jornada.
Piopó es tu nombre, alma guerrera,
bendición celestial que aguarda en
santo nido; ese donde un día,
juntos estaremos de nuevo.
A MIS AMIGOS
De los amigos el destino aleja,
de sus abrazos y comprensión tan justa;
de los amigos que están contigo,
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siempre atentos a destapar la botella.
De los amigos que buscan tu consejo,
y una mano amiga que se extiende
pero jamás regresa; de los que ríen
contigo, pero en tu soledad se alejan.
Cuan afortunados somos,
Aquellos que al mirar al lado,
podemos encontrar a quien brinda
una copa, pero también una crítica.
A ese que extiende su mano.
para impulsar nuestra vida;
que siente nuestra alegría,
pero todavía más nuestra tristeza.
Que fortuna para aquellos
que tenemos, cuando menos
un amigo, de esos
que el destino no aleja.
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KAISER
Alma que surge cual lucerna en tu mirada.
Alegría expresa en el movimiento de tu cola,
mastín azabache tu lenguaje es amplio;
es vigor lo que agitas a cada paso.
Correteas y juegas entre risas de niños,
entre los rosales. Vas tras la pelota, que
aferras con fuerza entre tus dientes,
y solo la liberas para dar un lamido de
cariño honesto.
Tu mundo de ladridos es magnánimo
eco, llama encendida que flamea
en el silencio. Tu admirable bondad
contrasta con tu recio aspecto.
Cachorro hasta el fin de los tiempos,
guardián, amigo y zalamero. Lealtad
que el hombre ignora. Grandeza, valor y arrojo
que sobrepasa el entender del hombre.
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Porque no eres perro, eres alma libre
que decide permanecer a su lado para
protegerle; para ofrece tu mirada amplia
y serena. Tu don de justicia, de amistad
verdadera.
AROMAS DE OLVIDO
Aroma de tiempos memorables,
lucha de fatiga y plegarias
olvidadas en las almas,
almas infantiles.
Hambre mezclada con risas y
llanto, que se hunde en el silencio.
Calma, calma de sonidos;
música de versos olvidados.
Diamantes que no valen,
más preciados que la vida;
niños inocentes, rastros que
se pierden.
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Olvido voluntario, ojos necios
oídos sordos; sufrimiento ajeno,
nostalgias en arena. Muertes en desiertos.
AYER
Ayer la lluvia arreciaba
con una fuerza incontrolable;
las laderas de los ríos a punto de desbordarse,
con sus aguas turbulentas.
Ayer caminaba con la inocencia de un niño,
pensando que el mundo, aquel que conocía;
sería un paraíso eterno.
Ayer entendí, que incluso los hombres
sienten miedo cuando
enfrentan propia sombra.
Ayer supe el tamaño de mi valía;
cuando la naturaleza feroz,
quiso jugar, sintiéndose niña.
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Una pequeña ronda de espanto y gallardía.
Ayer supe que el valor de un hombre
se mide por sus hechos y no con otras medidas.
Ayer el río se lo llevo todo,
pero me enseñó lo más valioso
me mostró mi vida.
MADRE
En casa cuando llego,
siempre hay una mujer.
Sus cabellos largos y mirada gastada,
contrastan con el recio tono de su voz.
No necesita regalos
para saber que la quiero.
No necesita palabras,
para saber que he llegado;
no busca razones para estar a mi lado.
No juzga, solo escucha.
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No exige, solo entrega,
sin interés mayor que el de ser
ella misma; confundida, ansiosa
placida y tranquila.
No pretendo entenderla,
no haría Falta.
No pretendo comprarla,
nunca ha sido un objeto para mí.
No la engañaría
si lo hiciera, me lo haría yo mismo.
Temperamental e inocente, sensible
Sobremanera; es la mujer que un día
Hace ya algunos años, me dio la vida.
NO ESTAMOS DE MÁS
Solo quiero decir que,
—No estamos de más—;
Blancos, negros, amarillos y latinos
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—No estamos de más.
El hambre no es excusa, simplemente,
—No estamos de más—,
A todos los países del mundo:
la guerra no es excusa,
—No estamos de más.
Un hombre siempre tiene la razón,
pero la pierde cuando
lastima a su hermano,
por eso recuerda que,
—No estamos de más.
El petróleo no es excusa para morir,
El odio es una flor en el lodo;
Europeos, australianos, africanos,
americanos y Asiáticos
—No estamos de más.
Cada semilla que crece en el mundo,
debe ser una semilla de libertad;
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La soberbia no es razón
para ningún corazón,
—No estamos de más.
Faltan más hombres, mujeres y niños
en el mundo, que caminen
por el camino de la paz;
Una mano extendida hacia tu hermano,
no está de más.
Un abrazo y un te quiero
jamás está de más,
En tu plato de comida cabe más;
si tu vida es compartir.
—No estamos de más.
En tu corazón cabe más compasión,
si tu vida es entregar,
—No estamos de más.
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METAFORAS
ÁGUILA O CUERVO
Cuentan que en un pueblo lejano, un día, nació un águila. Era
un ave de hermoso plumaje, mirada vivaz y pico fuerte. Sin
embargo, al crecer, en lugar de salir a cazar y surcar los cielos;
siempre prefería quedarse en tierra y tomar los frutos que
dejaban caer los arboles o cazar pequeños animales débiles. Con
el pasar del tiempo su plumaje se torno gris, opaco y perdió la
habilidad para volar. A tal punto que el hijo de un leñador la
encontró y pensando que era un cuervo herido lo llevó a su casa.
Cuando el niño le preguntó a su padre que extraño animal era
ese, el leñador respondió:
— Es un águila, pero se cree un cuervo.
Somos águilas. No nos comportemos como lo contrario,
salgamos a surcar los cielos del éxito a los cuales tenemos
derecho.
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LOS ANIMALES Y EL LORO
Estaban en la selva el valiente león, un fuerte elefante,
una hermosa jirafa y un viejo loro; hablando de quien era más
majestuoso. El león decía: —yo soy el rey de la selva. El elefante:
—yo soy el más grande. La jirafa: —yo soy hermosa.
En cambio tú eres un viejo loro, no eres como nosotros.
A lo que el loro replicó: —pero puedo llegar tan alto como
quiera.
Un día se desbordó el río y la avalancha alcanzó a los
animales; ahogándose todos menos el loro quien voló y se poso
en lo alto de un árbol.
No debemos sentirnos jamás, más pequeños que otros y estar
siempre preparados; sabiendo que nuestras habilidades y
actitud pueden llevarnos tan lejos como queramos.
EL PRINCIPE Y EL ANCIANO
Llegó a un pueblo, un día, un joven sucio, sediento, con
sus ropas raídas. Al verlo todos los vecinos cerraron sus puertas.
Tocó en cada una de ellas suplicando por un poco de agua,
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petición a la que todos se negaron. El extenuado joven siguió su
camino hasta el pueblo siguiente, donde encontró un humilde
anciano, quien al verle en tales condiciones, lo invitó a su casa
brindándole agua y comida. Luego de descansar un poco,
consultó al hombre cual era el camino hacia el palacio, ya que él
era el hijo del rey quien había llegado de tierras lejanas y como
no conocía el lugar se había extraviado.
El anciano lo guió hasta el palacio y un par de años
después cuando el joven se hizo rey, le nombró caballero.
La solidaridad puede traerte beneficios inesperados.
EL CISNE QUE SE CREIA SAPO
Estaba un sapo mirando su reflejo en el agua,
lamentando su suerte por ser tan feo y rechazado por todos; de
pronto, se acercó una hermosa niña y le preguntó que le ocurría.
A lo cual este replicó:
—¡No me mires, que quieres! ¿Acaso te burlas de mi?. No
ves este sapo feo y viejo—
A lo que la niña extrañada contestó:
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—Lo único que veo es a ti, un bello cisne con quien estoy
hablando.
A veces nos negamos a ver en nosotros nuestra
verdadera belleza.
EL JOVEN Y LOS TRES BAULES
Cierto día, llegó un joven donde el viejo sabio del pueblo,
pidiéndole ayuda para ser feliz. El sabio le miró y tomó tres
cajas, dos de ellas, forjadas con el más radiante oro adornado
con diamantes. La otra una vieja caja de madera. Entonces dijo:
—Puedes tomar dos de ellas, pero una debe ser la caja de
madera. Ven en la noche y recógelas.
Cumpliendo lo acordado, el joven regresó en la noche,
destapó las cajas y vio que contenían tres baúles idénticos; así
que tomó el de la caja de madera y lo cambió por el de una de
las cajas de oro; asumiendo que el contenido de este seria de
poco valor por tratarse de una vieja caja de madera.
Al llegar a casa extrajo los baúles y encontró una nota en
el fondo de las cajas que decía:
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—La llave para abrirlo esta en el baúl de la caja de
madera.
En ocasiones, la codicia evita que escuchemos con
claridad.
EL SENTIMIENTO MÁS FUERTE
Discutían los sentimientos quien era el más fuerte. El
amor dijo: —Soy yo quien hago que las familias se unan. La
alegría replicó: —Yo hago que los pueblos se unan. La confianza
señaló: —Debo ser yo que hago posible que se adelanten
proyectos. De pronto llegó el temor y todos quedaron en
silencio. —Debo ser yo, que puedo destruir todo lo que ustedes
logran.
No dejes que el temor arruine tus logros.
EL NIÑO Y EL MENSAJE
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Un niño quería pedir algo a Dios, para que él desde el
cielo pudiera verlo. Entonces escribió: <Quiero que las personas
se unan y busquen un mundo mejor>. Decidió escribirlo sobre
la arena de la playa, pero las olas al llegar lo borraban. Luego
escribió sobre la arena del desierto y el viento también lo borró;
lo hizo en el hielo, pero el calor al derretirlo lo borraba. El niño
se sintió muy agobiado, cuando de pronto escuchó una voz del
cielo que le dijo: —Hijo mío, escríbelo en sus corazones y tu
mensaje nunca será borrado.
EL CIENTIFICO Y EL LIBRO
En una biblioteca, un científico buscaba libros en los
cuales encontrar la clave para viajar en el tiempo. Leyó libros de
física, matemática, ingeniería; intentando encontrar respuesta a
su búsqueda. De pronto, tropezó por accidente con un viejo
libro que se hallaba en el último rincón, oculto bajo otros. Lo
tomó y empezó a leerlo. En él, el escritor, describía la vida de
una antigua ciudad; narrando las tradiciones, como eran las
personas, sus costumbres y modo de vida. El científico se sintió
transportado a esa época y con regocijo supo que había
encontrado su máquina del tiempo.
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Los libros son un maravilloso legado para las futuras
generaciones.
LA PAREJA Y EL TERREMOTO
Un hombre y una mujer que llevaban ya mucho tiempo
casados, decidieron pasar unas vacaciones en un lugar alejado;
para tratar de recobrar el amor que un poco se había acabado.
Estando allí, que un terremoto llega derribando todo y
asustando sobremanera a la pareja. Al punto que a lo único que
atinan es a agradecerse uno a otro por tanto tiempo compartido,
por la paciencia y la comprensión.
Pasado el susto dice el hombre: —Que no requiera
nuevamente esta clase de sucesos nuestro amor, para saber
cuán importante es que estemos juntos.
Mira a tu alrededor, valora lo que tienes.
EL HOMBRE RICO
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Cuentan que un hombre rico y egoísta, en su cumpleaños,
recibió formidables y costosos regalos; como también la noticia
de su esposa de estar embarazada. El hombre se sintió ofuscado
y recriminándola dijo: —¡Sabes que mis ocupaciones no dan
tiempo para atender un niño! ¿Cómo has permitido que esto
ocurra?,
La mujer sintiéndose triste y despreciada decidió
marcharse de su lado.
Desde entonces, cada año que pasaba, el hombre
celebraba su cumpleaños con lujosos obsequios, pero cada vez
se sentía más solo.
Transcurrió el tiempo y el hombre descuidó sus negocios
cayendo en la pobreza. Un día se tropezó con un anciano sabio y
le preguntó: —¿anciano que ha pasado conmigo? ¿Por qué he
perdido la fortuna? a lo cual el sabio le respondió: —Por tu
soberbia. No quisiste aceptar el único regalo que realmente valía
la pena.
Debemos ser cuidadosos con lo que es realmente valioso.
PALABRAS DE UN HIJO A SU MADRE AGONIZANTE
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¿Cuántas veces me he disgustado contigo hoy? Acaso tantas
como he repetido te amo. Te lo he dicho hoy ¿Verdad?. He dicho
cuanto te amo y me importas. Espero no haber reprochado tu
actitud, debes entender… en ocasiones las personas tenemos
inconvenientes y es que a veces tú…,bueno, de todas formas
sabes que te amo y también conoces cuán importante eres para
mí. ¿Sabes? si te detienes a pensar un momento verás que hoy
no he estado tan enojado, mira, incluso por primera vez en
mucho tiempo tenemos una conversación tan extensa como
esta. Sé que no he estado muy pendiente de ti, pero sabes que
nunca fui persona de apegos. Eso no quiere decir que no me
importes y mucho, pero te prometo que a partir de hoy todo
será diferente. Intentaré estar más pendiente de tus cosas,
entendí por fin como tú dices que, el trabajo no lo es todo en la
vida. Mira como por fin estamos más unidos que nunca; solo te
quiero pedir, si me lo permites, una cosa: por favor no me
dejes, pues por primera vez siento miedo de estar sin ti.
No es prudente esperar demasiado tiempo, para
demostrar nuestro afecto a quienes lo merecen.
LA OVEJA Y LA GRANJA
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Estando cierto día en la granja unas ovejas, una de ellas
se sale del encierro y al intentar entrar de nuevo, se encontró
con que la puerta había cerrado quedando ella afuera y su
comida dentro. Intentó una y otra vez sin poder lograrlo, ante la
burla de las otras; así que resignada decidió darse vuelta.
Al hacerlo pudo ver en frente suyo la libertad y un
bosque lleno de alimento.
En ocasiones la falsa seguridad, ciega ante
oportunidades evidentes.
EL HOMBRE Y EL POZO
Cavando un hombre un pozo que separara su terreno del
de su vecino.
Cavó durante horas pensando: <El hoyo debe ser lo
suficientemente hondo, para que no pueda cruzar ni él ni sus
animales>, pasaron las horas y el hombre cavaba cada vez más
profundo; a tal punto que quedó atrapado sin poder salir del
agujero. Saltaba, pero no alcanzaba a asirse para poder subir.
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Desesperado, empezó a gritar por auxilio, pero nadie
podía escucharlo. Cuando estaba a punto de desfallecer vio el
rostro de un hombre que le extendía la mano: era su vecino.
Aquel por quien construía tan absurda trampa, había llegado en
su auxilio.
Muchas veces sin razón, solemos ocultarnos ante una
mano amiga.
ERA
Era tan pequeño, casi no le veía; tan suave que parecía de
felpa, tela o lino. Valiente como ninguno, me miró a los ojos,
como retándome a duelo y abalanzándose, sin aviso, me atacó
con fiereza. Defensor incansable de sus terrenos, clavó sus
pequeños colmillos nacarados en mí; aunque más que lastimar
causaba risa. Empero, quién soy yo para menospreciar tal acto
de arrojo y osadía. Estaba tan decidido a ahuyentarme de sus
tierras, que sin duda por derecho había ganado, que no tuve
otra opción que salir de ahí dejando solo polvo. Perseguido por
un cachorro que enfurecido mostró más decisión que algunos
fulanos que conozco.
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El tamaño no importa cuando la decisión es el impulso
EL COJO Y EL JOVEN
Caminaba el cojo con su bastón, cuando de pronto un
joven se rió de él. A lo que él hombre replicó: —¿De qué te ríes?
Entonces el joven señaló: —De cómo debes apoyarte
sobre aquel viejo soporte para poder andar.
Pero el hombre sabiamente respondió:
—Con este apoyo puedo ir donde quiera y alcanzar mis
objetivos, por el contrario tú estás ahí sentado perdiendo el
tiempo, porque no encuentras apoyo de nadie.
Muchas veces el más discreto de los apoyos, resulta ser
el más valioso.
EL PIOJO DEL REY
En un reino lejano vivía un pequeño piojo sobre la cabeza
de un rey. El piojo orgulloso miraba a todos desde su alto
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pedestal, provocando la burla general; a lo cual, él, replicaba: —
Soy más grande que ustedes pues sin duda soy el más cercano a
nuestro rey.
Un día el rey al sentir una fuerte picazón se rascó y tomó
al pequeño bicho entre sus manos. Cuando se disponía a
matarlo el piojo dijo: —¡Espera! soy yo quien te ha acompañado
todo el tiempo; sé de tus alegrías, preocupaciones y forma de
gobernar a tu pueblo. ¿Quién sabe mejor como piensas y actúas,
sino yo?.
Ante tanta decisión el rey le perdonó la vida y desde
aquel día vivió junto a este, en un pequeño cofre junto a la silla
real.
Las personas son tan pequeñas como se quieran sentir o
tan grandes como lo puedan mostrar.
CARTA DE UN NIÑO ENFERMO
Señor, sé que tienes muchos planes para mí y te agradezco; pero
solo te pediré una cosa. Tan solo dame la oportunidad de seguir
en este mundo, sé que estoy enfermo y he vivido poco.
Seguramente, quieres que sea un hermoso ángel, pero señor
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discúlpame y no te enojes, lo único que pido es tener más
tiempo. Solo un poco más, o tal vez, si puedes entenderme, vivir
mucho más de lo que vivió cualquier hombre. Sé que puedo
sonar egoísta, cualquiera daría todo por sentarse a tu diestra, yo
te quiero y respeto, pero también aprendí de ti que los hombres
pueden tener el camino que escojan.
Por eso señor, hoy, te pido que me permitas seguir en este lugar
tan hermoso y disfrutar durante tal vez, hasta cansarme, lo cual
se que nunca pasará, de la risa de la gente, la belleza de una
roca, el llanto de un pequeño.
Deja que juegue con mis amigos, que siga siendo un niño aun
cuando tenga cien años. Permite que disfrute del dolor de las
caídas, que me recuerdan que estoy vivo. Solo te pido señor no
me lleves ahora, puedes venir cuando quieras, podemos si te
parece jugar un rato. No permitas que los doctores lloren, hoy,
como ayer lo hicieron cuando mi mejor amigo se fue hacia el
cielo.
EL HOMBRE SABIO Y DIOS
Un hombre sabio había vivido ya mucho tiempo y sentía
que la fecha estaba cerca, así que apostó a Dios, que si le daba
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quinientos años, él prometía no estar triste ningún día de la
vida. Dios convencido que no podría cumplir tal promesa
aceptó. Pasaron los años y el hombre cada día sonreía, sus
parientes partieron, el clima cambió; vinieron nevadas,
desastres, guerras y el hombre seguía sonriendo, entretanto,
Dios extrañado se preguntaba cómo podía no estar triste.
Transcurrieron siglos y el hombre seguía siendo feliz. La
humanidad avanzó, la modernidad llegó, los conflictos iban y
venían.
Un día Dios decidió preguntar cómo era posible que
siguiera sonriendo. A lo que el hombre contesto: —Yo, al igual
que tú, jamás me canso de ver lo maravilloso que has creado y
sin duda, sé que también tú tienes la misma sonrisa.
Vivir es una oportunidad maravillosa, un privilegio que
Dios nos ha otorgado.
EL ALMA HUMANA
—¿Cómo es el alma humana?
—¿Has visto el mar?
—Sí, claro.
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—Digamos que tomas un millón de cubetas y llenas cada una
con el agua contenida en él. ¿Sería el mismo mar?
—Bueno, sería distinto de alguna manera.
—Pero su esencia es la misma ¿verdad? Sigue siendo mar. Solo
que ahora se encuentra en un millón de cubetas.
—Así es.
—Del mismo modo, el alma del universo es una. Solo que habita
en miles de millones de seres.
—Y…¿Qué es la muerte?
—Es el regreso del contenido de la cubeta a su lugar de origen.
EL 10 DE LA CONVIVENCIA SOCIAL
Quererse y aceptarse a sí mismo.
Querer y aceptar a los demás, como lo hacemos con
nosotros mismos.
Reconocer las diferencias y virtudes del otro.
Enseñar con el ejemplo, motivar e impulsar los proyectos
de los demás.
Hablar siempre, en forma amable y cariñosa.
Enfocar nuestras habilidades hacia la profesión que
realmente nos genera satisfacción.
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Generar los espacios de convivencia para la comunidad y
ser solidario.
Motivar la comunicación efectiva en las familias y todos
los miembros de la comunidad.
No mentirse a sí mismo.
Entender que como especie, somos lo más maravilloso
que existe en el universo.
REFLEXIONES
La herramienta más importante, para un individuo es la
vida: el paso más significativo es la aceptación, la
elección más acertada es vivir.
En momentos de crisis las personas desean ser
escuchadas; aun en momentos en los cuales una persona
sienta que se han cerrado todas las puertas para él, debe
buscar ser escuchado.
La comunicación ha sido fundamental en el desarrollo
humano; tiene el potencial de encontrar soluciones de
manera conjunta que, en ocasiones, no son visibles de
forma individual.
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Una persona debe vivir sea cual sea su circunstancia. Si
está enfermo debe perseverar en su intención de vivir; si
atraviesa una crisis económica o sentimental, su elección
debe ser vivir.
Cuando una persona sienta que está pasando por una
circunstancia que ha sido exclusiva para él; debe buscar
hasta encontrar a otra quien, seguramente, también vivió
algo parecido. Siempre en cualquier situación habrá
alguien que ya pasó por algo similar y aun continúa vivo.
Tomemos como ejemplo la naturaleza: todas las especies
aún en las situaciones más extremas, perseveran en su
intención de vivir hasta el último momento.
Es nuestro tiempo, es nuestra vida, es nuestro mundo; es
nuestro universo. Las crisis deben generar una explosión
de genialidad dentro de nuestra mente. Solo eso, el
impulso para encontrar soluciones maravillosas es
nuestra total capacidad.
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