Édgar Ricardo Reyes Gutiérrez
Importancia de la escritura en la filosofía
Introducción
El pensamiento filosófico que ha llegado hasta nuestros días lo ha hecho de una manera
específica: a través del discurso escrito. Dicho discurso, más allá de cualquier problema
teórico que pueda conllevar, ya sea el de análisis, el de interpretaciones o incluso el de
autenticidad, es sólo un modo más en el que tal pensamiento es presentado, pero al
tiempo se ha de reconocer que es el más utilizado por la tradición filosófica para
transmitir sus conocimientos. Sin embargo esto no ha sido siempre igual, pues en la
antigüedad el discurso escrito estaba en menor estima que el discurso oral. Había una
superioridad por parte del segundo que incitaba a pensar que el pensamiento filosófico
verdadero, así como su comunicación, transmisión y discusión, se daba solamente en el
plano de la oralidad.
Tal postura se puede ver plasmada como tal dentro de la famosa Carta VII, en la
que Platón dice que, palabras más palabras menos, la filosofía se alcanza sólo después
de haber estado en ella durante mucho tiempo; únicamente después de haber estado
sumergido en sus problemas, es cuando se alcanza la comprensión plena y cabal de lo
qué la filosofía es. Asimismo, quien ha comprendido la filosofía se da cuenta que
escribir acerca de ella, no es sino una tarea imposible; quien escriba acerca de algún
tema filosófico, o bien no ha comprendido lo que quiere decir o bien no lo dice
seriamente. Así, la filosofía debe ser vista como un esfuerzo unipersonal que se alcanza
tras grandes esfuerzos y que la oralidad es el único medio para aprehenderla.
Tal postura resulta extraña para la época en la que actualmente se vive, no
únicamente histórica sino filosófica, pues tratar de entender la transmisión de los
saberes filosóficos sin el apoyo de la escritura parece punto menos que imposible.
Pretender que la oralidad sea capaz de transmitir todos los conocimientos filosóficos
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que se han generado en los siglos posteriores a Platón es pretender una tarea imposible
de realizar para cualquier hombre. Más aún, en esta época tan llena de información, tan
globalizada, perder de vista el conocimiento que se genera a cada instante en el mundo,
es perder de vista el desarrollo de la filosofía misma. Pues parece que la única manera
en la cual se puede acceder al conocimiento filosófico es mediante los textos que nos
llegan, ya no de nuestro mismo tiempo sino de tiempos previos, como es el caso del
mismo Platón.
Por esta razón, al analizar los fragmentos pertinentes de la ya mencionada carta,
así como el mito de Theuth y Thamus incluido en el diálogo Fedro, se pretende mostrar
que la oralidad planteada por Platón como el único medio para comunicar el saber
filosófico no es sino uno de los medios en los que la filosofía puede expresarse. Al
tiempo que se pretende hacer notar que el momento histórico que vivió el autor que aquí
se comenta, provocó que él sintiera un rechazo hacia la escritura, a tal punto que la
relegó a un plano instrumental.
Oralidad > Literalidad
La larga Carta VII de Platón muestra, entre otras cosas, una de las críticas más fuertes
que dicho autor realizó a la escritura. Pues dentro de esta carta la escritura es vista como
una mera ambición despreciable que es practicada solamente por quienes desconocen la
filosofía por completo. Pues según Platón “es imposible que [quienes escriben temas
filosóficos] hayan comprendido nada de la materia. Desde luego, no hay ni habrá nunca
una obra que trate de estos temas.”1 De este modo la discusión filosófica que no se da de
manera directa, en una confrontación cara a cara, queda relegada a un segundo plano, ya
que no a todos les es lícito conocer los temas de los que trata la filosofía “salvo para
1 Platón, Carta VII 341c.
III
unos pocos que están capacitados para descubrir la verdad por sí mismo con unas
pequeñas indicaciones.”2
La labor del filósofo verdadero es entonces la de construir su pensamiento desde
su formación personal, que es guiada por la tradición oral que escucha, por los saberes
que alcanza a escuchar. Pretender aprender algo desde un escrito no es sino un error,
pues se pretendería la palabra escrita tuviera el mismo valor que lo expuesto frente a
frente. En opinión de Platón quien “ha escrito un libro sobre las elevadas y primordiales
cuestiones referentes a la naturaleza […] no ha oído ni aprendido doctrina sana alguna
sobre los temas que ha tratado.”3 Más aún, no se debe escribir para que se recuerden
dichos conocimientos, pues una vez que tales conocimientos son adquiridos ya forman
parte del alma.
Por otro lado, si se quiere que la escritura sea considerada como ayudante para la
memoria, y para la ulterior formación de filósofos, antes se debe recordar que ésta no es
sino “un fármaco de la memoria […] un simple recordatorio. Apariencia de sabiduría
[…] que no verdad.”4 La escritura, por ello, no es de ayuda para la formación, antes
bien, es sólo un impedimento que impide ver la realidad como es, pues se queda en la
superficie de lo realmente importante, provocando que aquellos que tienen ansia de
saber se queden en el nivel de los saberes eruditos, no primordiales ni esenciales.
Oralidad < Literalidad
Pensar que el discurso orla es de mayor importancia que el discurso escrito, y aceptarlo
como tal, es ser condescendientes con Platón pues se deja de lado el contexto en el que
escribe los textos ya citados. La tradición oral era posible en el antiguo mundo griego,
2 Platón, Carta VII 341e.3 Platón, Carta VII 344d. La cursiva es mía.4 Platón, Fedro 275a.
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en la Academia, en el Liceo, en el Jardín o en la Stoa. Pues todos esos grupos, si bien
contaban con adeptos, la mayoría de las enseñanzas eran dadas a grupos pequeños, su
misma conformación sí permitía la existencia de la tradición oral como medio de
comunicación de saberes filosóficos. En este sentido, sí tiene pertinencia decir que
realizar un escrito es una obra ambiciosa, pero deja de tenerlo cuando la formación del
filósofo, del estudiante, ya no es para unos pocos, cuando se pierde el carácter mistérico
e iniciático que se les otorgaba a los conocimientos y se les da universalidad; cuando se
quiere que el conocimiento no se quede solamente en el círculo reducido en el que fue
encontrado, sino que quiere ser enseñado a todos.
La escritura surge aquí como lo que posibilita ir más allá de este cerco
autoimpuesto por las antiguas escuelas griegas. Se habla ya no para los pocos que son
aceptados en la escuela, sino para todo aquel que quiera escuchar, para todo aquel que
tenga las capacidades para escuchar la verdad que se halla en los libros. La verdad no es
de Platón ni de Aristóteles, ni de algún círculo mistérico, es asequible para cualquiera.
Si Platón quiere que su método sea visto como el único posible para alcanzar la verdad
está siendo demasiado reduccionista, no amplia su visión más allá de su contexto. La
escritura permite resignificar ese contexto, más bien, crea un nuevo contexto desde el
cual la filosofía ha de ser vista, desde el cual la oralidad ha perdido el centro de
atención.
El pensamiento filosófico, la manera de enseñar y mostrar ese mismo
pensamiento, camina por nuevos senderos que le permitirán crecer y enriquecerse con
cada nuevo pensamiento que encuentre a su paso, con cada diálogo que pueda hacer con
otro texto. La tradición oral, por tanto, fue parte, importante, sí, pero que sirvió sólo en
los inicios de la enseñanza de la filosofía; no pudo quedarse siempre en ese mismo
V
lugar, de haberlo hecho una tradición tan rica y tan llena de nuevos pensamientos no
hubiera sido posible.
Conclusión. Oralidad = Literalidad. Filosofar se dice de muchas maneras.
Se puede usar la célebre frase de Aristóteles para mostrar la unión entre oralidad y
literalidad, pues el discurso filosófico es el mismo siempre, ya sea dicho oralmente o
bien puesto en papel. Ambos comparten el mismo tronco común, la filosofía, y las
mismas ramas, la enseñanza y transmisión de la filosofía. No se puede, no se debe,
colocar una forma de expresar la filosofía por encima de otra, pues como tales
comparten el mismo fin; si la escritura dice que la oralidad es efímera, que termina en
cuanto el que habla cierra los labios, se le puede responder que la letra impresa es igual
de efímera pues son pocos los textos que se conservan, al menos muchísimos menos de
los que se quisieran tener. El hecho de escribir no garantiza la perduración perpetua, ya
no digamos de los textos, sino el contenido de éstos. Por otro lado, si se acusa a la
escritura de tener un carácter impersonal y que se descontextualiza, que lo que se quiere
hacer llegar al lector no llegará como se quiere que llegue, se le debe recordar a la
oralidad que el hecho de tener una persona frente a frente no implica que esa persona va
a comprender lo que se le dice o que no va a utilizar las palabras del que habla en contra
suya. Ambas posturas tienen aciertos y virtudes, y ambas son parte de la propia historia
de la filosofía.
Por lo anterior se puede decir que la oralidad es parte del devenir histórico de la
filosofía: fue su primera manera de manifestarse; continuó luego la tradición escrita, y
ésta al ser parte del devenir filosófico puede dejar de tener, en un momento venidero, la
importancia central que tiene ahora. Por ello se deben considerar ambas posturas para
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enseñar filosofía en igualdad de circunstancias, se debe crear una síntesis que reúna las
dos posturas para crear una forma de enseñar la filosofía mostrando el rigor del texto y
la riqueza del contexto de quien lo escribió. Se trata, al final, de mostrar que la
metamorfosis del pensamiento filosófico es meramente aparente.
Se deben aprovechar las maneras actuales de enseñanza para unir estas dos
posturas, el aprendizaje colectivo y masivo debe incorporar el método oral para mostrar
los conocimientos que formarán al filósofo, y más importante que ello para que el
alumno aprenda y tenga un maestro de verdad que le guíe por el camino correcto. Pues
como lo indica Rivero Weber “para eso estamos [los maestros] para pensar y enseñar a
pensar […] La información filosófica la adquieren [los alumnos] en cualquier
biblioteca. Nosotros somos responsables de algo más; de ser guías y auténticos
maestros. Quizá sólo sabemos lo que ello significa, los que hemos tenido la suerte de
conocer y tener verdaderos maestros […]”5
Asimismo debe utilizar la tradición escrita para mostrar el curso que la filosofía
misma ha tomado en sus ya milenios de historia, para no quedarse en el mismo lugar
siempre, para discutir ya no con los que pueden responder de viva voz, sino con
aquellos que han dejado su pensamiento, su vida, en hojas llenas de tinta para que
alguien más conozca su forma de ver y de habitar el mundo.
Se debe decir-recordar, para finalizar, que ambas tradiciones son parte del
mismo cuerpo, la filosofía; por extensión, parte del cuerpo de conocimientos más
verdadero y omniabarcante. Son parte de lo mismo dicho de distintas maneras, es decir,
filosofar se dice de muchas maneras, escritas y orales.
Bibliografía
5 Rivero Weber, “Sentido y ser de la filosofía” en Pensar la filosofía, UNAM, 2004, p.126
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Platón, “Fedro” en Diálogos vol. III, intr., trad., y notas de Carlos García Gual, M.
Martínez Hernández, Emilio Lledó, Madrid, Gredos, 1986.
Platón, “Carta VII” en Diálogos vol. VII (Dudosos, apócrifos, cartas), intr., trad., y
notas de Juan Zaragoza y Pilar Gómez Cardó, Madrid, Gredos, 1992.
Rivero Weber Paulina, “Sentido y ser de la filosofía” en Pensar la filosofía, coord.
Elisabetta Di Castro y Guillermo Hurtado, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM,
2004.
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