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La arquitectura indígena de Canarias y su entorno ambiental
Dr. José Juan Jiménez González Conservador del Museo Arqueológico de Tenerife Fuente Morales, 1, 38003 Santa Cruz de Tenerife
[email protected] En este trabajo ofrecemos un modelo analítico sobre la arquitectura indígena de Canarias
vinculándola a un entorno ambiental compuesto y amplificado. Hemos estructurado su desarrollo
en diversos apartados para exponer, explicar, evaluar e interpretar los principales condicionantes
probabilísticos que la afectan inmersa en unos nichos insulares circunscritos –también– en las
respectivas estrategias constructivas de las diferentes sociedades canarias prehispánicas.
ARQUITECTURA, ASENTAMIENTO Y TERRITORIO
Los asentamientos humanos expresan respuestas a una multiplicidad de factores que los
influencian a través de diferentes vías y grados. Siguiendo la propuesta de G.R. Willey, la
distribución se relaciona con la adaptación al medio ambiente y con la organización de la
sociedad en el sentido más amplio, reflejando el medio natural, el nivel de desarrollo tecnológico
y las instituciones de control e interacción social. Este trabajo pionero resaltó la significación de
los factores ecológicos y ha posibilitado que podamos concebir hoy los modelos constructivos y
la arquitectura como un punto de partida para el estudio sistemático de la organización
económica, social y política de las sociedades pretéritas. En palabras de B.G. Trigger, los
asentamientos individuales no son fines en sí mismos ni representativos de una cultura o de una
región particular, porque se observan como parte de redes en las que cada yacimiento desempeña
un papel respecto a los demás.
Este enfoque posibilita que –como arqueólogos– utilicemos los modelos edificatorios
para obtener un caudal de datos que contrasten hipótesis sobre las tendencias demográficas,
instituciones organizativas económicas, sociales, políticas y religiosas, contemplándolos en
términos de niveles jerárquicos de manera que las estructuras individuales reflejen la
organización familiar, los asentamientos la estructura de la comunidad y las distribuciones
territoriales el impacto de los intercambios, la administración, la disuasión y la defensa.
Esta perspectiva precisa la aplicación de técnicas analíticas procedentes de la geografía
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humana y la teoría ecológica, con vistas a la densidad, aglomeración, dispersión, extensión,
orientación, alineación, forma y localización geográfica de las comunidades. Entre esas técnicas
destacan los modelos mecánicos o semicuantitativos aplicados al análisis de los patrones
espaciales; los modelos socioecológicos que permiten dilucidar la dinámica de sistemas locales y
regionales; y, finalmente, los modelos de reconstrucción de los sistemas de asentamiento.
Entre los primeros podemos citar los modelos de gravedad, el modelo de von Thünen, la
teoría del lugar central, el modelo espacial de Lösch, los polígonos de Thiessen, el modelo de
ubicación-asignación, el modelo de heterarquía regional, los métodos cuadráticos, los modelos
de concentración de recursos y el análisis de tendencia superficial o análisis de simulación
matemática por ordenador. Entre los segundos, destacan diversos macro-modelos de escala de
asentamientos simples y complejos, según se trate de pastores o de agricultores. Y entre los
últimos, la ubicación, el estudio de yacimientos y la reconstrucción de los asentamientos.
Estos procedimientos han comenzado a significarse con la arquitectura exhumada en las
excavaciones arqueológicas, aunque su desarrollo presenta dificultades inherentes a la escasa
prodigalidad y fiabilidad de los datos precisos a niveles de exploración, preservación,
crecimiento, categorización y cronología de los emplazamientos sujetos a experimentación. Y,
además, como se ha sugerido en diversos foros, si no existe una riqueza de documentos escritos,
la clasificación de los asentamientos y la diferenciación jerárquica en su conjunto estarían
expuestas a un grado de incertidumbre, incrementándose la probabilidad de que se construyan
modelos deficientes. Si bien esto también significa que resultarán esclarecedoras las perspectivas
innovadoras cuando existan datos arqueológicos fiables de los restos arquitectónicos pretéritos.
Para algunos autores los marcos conceptuales de los patrones de asentamiento responden
a tres tipos: uno diacrónico y procesal, otro sincrónico y funcional, y otro comparativo.
Profundizando en los factores coadyuvantes de los emplazamientos los estudios han comenzado
a referenciar propuestas concernientes a la ecología que afectan a las estructuras arquitectónicas
individuales y a su materialización colectiva. De esta manera, el hito arquitectónico se define
como una unidad arqueológica, analítica e históricamente significativa, sobre cuya base se
realizan los análisis y comparaciones de las culturas del pasado, unidad radicada en una situación
estacionaria que ocupa un área concreta y se extiende en un segmento temporal definido. A partir
de aquí, también puede tipificarse como una unidad arqueológica que posee datos con una
dimensión espacio-temporal y acota una posición sostenida, mientras la delimitación del
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asentamiento se establece como un requisito para la construcción del modelo arqueológico que lo
acompaña.
Un asentamiento puede reconocerse a través de un registro empírico y amplio de
elementos arqueológicos artefactuales, pruebas de ocupación humana y contextos de deposición,
correspondiéndose con un grupo real de seres humanos que construyeron, utilizaron y
desecharon el testimonio de su propia conducta.
Pero la actividad de los ocupantes pretéritos no se limitaba al lugar de asentamiento, pues
incluía otras tantas zonas de actividad, contactando con otros emplazamientos y áreas
microambientales. Estas áreas poseen una mayor relevancia que las macroambientales de cara al
establecimiento de relaciones efectivas hombre-medio. Las primeras procuran datos a partir de
los mismos asentamientos mientras las mayores proveen información general a través de
estudios ecológicos globales del territorio.
Por lo común, los enclaves residenciales permanentes suelen concentrarse en un único
microambiente o en unos pocos relativamente próximos, debido a su demostrada mayor eficacia
en la producción alimentaria en condiciones tecnoambientales y tecnoeconómicas aceptables. De
esta forma, los nichos ecológicos destacan como componentes constitutivos de un
microambiente, pudiendo ser ocupados de forma directa, global o selectiva por un grupo. Esta
situación dependerá –en último extremo– del sistema productivo, la tecnología y los recursos
humanos disponibles.
MODELOS DE ASENTAMIENTO E IMPLICACIONES ORGANIZATIVAS
Las investigaciones sustantivas definen tres niveles consustanciales a los modelos de
asentamiento: la estructura individual, la distribución de las comunidades y la manera en que esa
distribución tiene lugar sobre el territorio, cada uno de los cuales está a su vez determinado por
diversos factores. De esta forma, las sociedades complejas presentan una gran variedad de tipos
de estructuras individuales y las sociedades menos complejas una cierta uniformidad. En
cualquier caso, ambas representan la acomodación al régimen de subsistencia de la sociedad y su
adaptación medioambiental. Pero la arquitectura y los edificios no sólo expresan una adaptación
a las condiciones climáticas, ambientales, térmicas, acuíferas, eólicas, humídicas o
meteorológicas, sino que también abarcan otros aspectos de desarrollo tecnológico y cultural.
El tamaño y distribución de las construcciones pueden reflejar la dimensión y estructura
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de la familia, la configuración de linajes, normas matrimoniales y tipos residenciales; mientras su
morfología puede informarnos sobre las formas de organización y cooperación familiar. Las
estructuras arquitectónicas traslucen también diferencias de riqueza, rango, variedad de
instituciones, heterogeneidad grupal, de clase y jerarquía social, de forma que la presencia de una
élite implicará la mayor elaboración de algunos edificios.
La organización de la producción quedará reflejada en la estructuración, forma y
separación de las estancias habitacionales, artesanales y de almacenamiento. De igual modo, las
creencias religiosas pueden influenciar los tipos de casas, lugares cultuales y necrópolis. Las
instituciones políticas también reflejan los estilos de las viviendas, del mismo modo que los
gustos seculares nos hablan de la forma y división de las habitaciones de las casas y su
segregación física, con puertas de cara al aislamiento o la protección de personas y bienes. Las
estructuras no ocupadas como residencia habitual sirven a las necesidades de la comunidad como
recintos de asociación, encuentro, ceremonias, rituales y conmemoraciones, en las que participan
grupos de edad y sexo, de la tribu o del poblado, o una agrupación variopinta y multitudinaria de
personas.
Todos estos elementos pueden significarse partiendo de las estrategias de asentamiento,
que posibilitan la articulación de inferencias arqueológicas significativas. Este enfoque
contextual permite el estudio del registro arqueológico en tanto que parte de un ecosistema
humano en el que las comunidades del pasado se interrelacionaban espacial, económica y
socialmente con la trama medioambiental donde estaban integradas adaptativamente.
En lo que se refiere a la distribución de las comunidades, podríamos hablar de
comunidades simples y complejas, identificables a través de los materiales arqueológicos. La
localización o existencia de lugares de encuentro centrales se manifiesta en el modelo y
estimación del tamaño de la comunidad, que podría estar asociada con un modo organizativo de
subsistencia y ocupación territorial. El tamaño máximo y la estabilidad de una colectividad están
limitados probabilísticamente por el medio ambiente y la efectividad de la tecnología de
subsistencia (producción alimentaria, almacenaje, distribución, transformación y consumo) como
ingredientes capitales. De esta forma, los factores ecológicos desempeñan un papel importante en
la configuración de los modelos comunitarios mayores, determinando que una comunidad pueda
completar su ciclo anual de subsistencia partiendo de sus enclaves de asentamiento.
Los asentamientos se situarán en sitios donde exista agua potable, fuentes de
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alimentación y, cuando sea posible, lugares seguros y agradables. Los grupos de agricultores se
establecerán donde el suelo y las condiciones climatológicas resulten favorables para sus
métodos y especies cultivadas. Los pastores estarán asentados en áreas bien dotadas de recursos
hídricos y especies vegetales susceptibles de servir de alimento a la cabaña ganadera.
Mientras el tamaño y la localización de los agrupamientos están influenciados por
factores ecológicos y productivos, la distribución de comunidades lo está en primer término por
la familia y la organización de parentesco. Pero éstas no comportan factores totalmente
independientes pues las relaciones de parentesco se hallan determinadas en último extremo por
factores ecológicos que operan a través de las relaciones de producción. Por tanto, la
organización parental está reflejada en la configuración arquitectónica del poblado y en la misma
distribución de las comunidades, exteriorizando una relación entre el espacio social y el espacio
geográfico. La distribución de asentamientos está también afectada por la organización política,
los conflictos intergrupales, los factores religiosos, el gusto y los elementos simbólicos, que
desempeñan un papel en la determinación zonal de dichos modelos.
A los aspectos señalados debemos añadir los más dinámicos de migración, movilidad y
cambio poblacional. El crecimiento o la disminución de la población en respuesta a presiones
económicas u otras contingencias pueden afectar el modelo de asentamiento de varias formas. En
este sentido, un registro arqueológico arquitectónico minucioso de la amplitud y configuración
de necrópolis y poblados resulta idóneo para dictaminar relaciones de causa y consecuencia para
el conjunto de la sociedad.
A un nivel más particularizado, los agrupamientos humanos denotan el principio del
menor costo, dado que por lo común se sitúan de manera que el esfuerzo requerido para el
aprovechamiento del medio sea mínimo en relación a los beneficios extraídos. De esta forma se
tiende a cubrir necesidades de agua, combustible, pasto, tierra cultivable, especies recolectadas,
marisqueo, o pesca, como factores limitantes primordiales en la localización y ubicación del
sitio. Desde una perspectiva diacrónica, invertir este principio mini-max puede suponer la
articulación de diversos mecanismos entre los que podemos citar la segregación de una parte del
grupo hacia otros emplazamientos, el abandono total del lugar de asentamiento, intensificar la
energía en la producción de alimentos, abrir un estado de competencias y litigios con los
diferentes segmentos de parentesco u otros grupos ubicados en espacios más o menos
favorecidos, o abrir un nuevo proceso adaptativo que pueda contribuir a la transformación
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paulatina de las bases de subsistencia preexistentes.
De esta manera puede entenderse que la interacción de las herramientas y artefactos con
los procesos productivos y reproductivos y con el medio ambiente en que se inscriben los
asentamientos abre una puerta estimativa del impacto de la sociedad sobre los ecosistemas y
nichos ecológicos circundantes, en un proceso de adaptación que tiende al equilibrio con el
medio y a la supervivencia de un óptimo poblacional que permita la viabilidad del sistema
sociocultural considerado. Todo esto explica el tipo y la morfología arquitectónica de los
asentamientos, la competencia por y el acceso a los recursos estratégicos, las relaciones pacíficas
o de hostilidad entre sus miembros y con otros grupos vecinos, las sanciones coercitivas y
solidarias, la actuación sobre el territorio ocupado y toda una serie de aspectos de consecuencias
multivariantes que perfilan o modifican la configuración establecida para la ocupación de un
territorio sobre el que se despliegan los hitos de la arquitectura de una sociedad.
Con la incidencia de los factores enunciados podríamos establecer el sistema de
organización territorial a tenor de modelos globales y dinámicos sustentados en la ecuación
coste-beneficio. En uno centrado en la defendibilidad económica aplicable a las actividades
forrajeras típicas de sociedades pastoriles puede esperarse una conducta territorial cuando los
costes de uso exclusivo y defensa de un área sean superados por los beneficios obtenidos. Según
este desarrollo, la relación coste-beneficio en una estrategia territorial de este tipo depende de la
distribución, predictibilidad y abundancia de los recursos, a tenor de su densidad y fluctuación
temporal. Para evaluar la importancia adaptativa de una estrategia forrajera, la abundancia o
concentración de un recurso pueden dictaminarse en términos de densidad media sobre un área
amplia como promedio para un territorio y en términos de fluctuación de la densidad con el paso
del tiempo. No obstante, existe un consenso en que todos estos aspectos de distribución de
recursos interactúan entre sí.
Al hilo de esta argumentación, los recursos predictibles serán objeto de una
defendibilidad económica más acentuada que los que no lo son, siendo explotados de manera
más eficiente con un sistema territorial que podría implicar la construcción de estructuras
arquitectónicas de amurallamiento, vigilancia, delimitación o deslinde. Por el contrario, la
impredictibilidad de recursos ocasionará beneficios menores y, por tanto, escasas cotas e
inversiones de defensa territorial, pues de lo contrario y, por debajo de cierto umbral, resultarían
antieconómicas o inviables.
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Con un grado de impredictibilidad suficiente de recursos puede esperarse el
agrupamiento de individuos y grupos en estructuras arquitectónicas concentradas. Sin embargo,
cuando los recursos alimentarios tienden a una distribución uniforme y son predictibles, es
bastante probable que los individuos se dispersen en áreas mutuamente excluyentes diseminando
los hitos arquitectónicos que conforman –por ejemplo– sus enclaves. En este caso, es de suma
importancia dictaminar si existe acopio de información compartida o no compartida sobre la
distribución de los recursos efímeros, transmisión activa o pasiva y, tal vez, estrategias de ensayo
y error.
Globalmente, puede estimarse que un sistema territorial es lo más probable en situaciones
de alta densidad y predictibilidad de recursos críticos. Pero si un bien fuese tan abundante que su
disponibilidad no resultara restrictiva para una colectividad (por ejemplo, los depósitos de arena,
arcilla o piedra) no se lograría ningún beneficio de su defensa y, por tanto, no cabría plantearse la
existencia o inexistencia de territorialidad. Si los recursos son relativamente escasos y
predictibles aparecerá una superposición de asentamientos, manifestando la reocupación del sitio
objeto de consideración a lo largo de una secuencia temporal amplia. Criterios semejantes
sostienen que cuando los recursos son densos y predecibles aparecerá con más frecuencia la
territorialidad como defensa de un área o un perímetro determinado, mientras si los recursos son
escasos e impredecibles suscitarán frecuentemente la defensa de las fronteras del grupo social.
En ambos ejemplos podrían edificarse elementos arquitectónicos específicos significativos. Otra
de las variables que podrían presentarse concierne a la estacionalidad de algunos recursos –como
los cereales– en cuyo caso surgirían el almacenaje de la producción (excedentaria o de reserva) y
las estructuras arquitectónicas de almacenamiento, indicativas de cierto grado de estratificación
socioeconómica.
Por su parte, la ganadería es temporal y predictible dada la atención que los pastores
profesan a sus animales, aunque esto no implique la necesidad de delimitar y defender territorios
concretos cuya distribución depende totalmente de los pastos. Los modelos de distribución y
predictibilidad de pastizales son verdaderamente complejos pues dependen de las condiciones de
la vegetación, las especies animales, la configuración del territorio, el sistema de explotación y la
presencia de agua. Si las lluvias y en mayor medida los chubascos proveen de una gran
abundancia de recursos para el ganado, la estación seca proporciona una mayor dispersión e
impredictibilidad. En cualquier caso, su persistencia temporal depende de la humedad del suelo y
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del número de cabezas de ganado que pasta en un área considerada pudiendo ser trasladadas en
función de la necesidad, la disponibilidad o el acceso a otras áreas.
Estos aspectos condicionan la mayor dispersión de los asentamientos pastoriles y sus
estructuras arquitectónicas asociadas debido a la baja densidad de recursos vegetales y a la
mayor longitud de la cadena alimentaria para obtener el sustento del ganado en lugar de hacerlo
directamente de las plantas. En este sentido no parece razonable una estrategia basada en la
propiedad territorial de áreas de pasto fijas pues la impredictibilidad, dispersión e
individualización de su distribución no la haría viable. Otra de las claves consiste en la
regulación del número de cabezas de ganado que pasta en una zona determinada mediante
controles socioeconómicos, rituales e ideológicos. Teniendo en cuenta que los pastos son
relativamente impredictibles y de densidad variable puede inferirse una dispersión de la
ocupación del territorio, conformando asociaciones humanas efímeras en grupos de cavernas o
chozas con infraestructuras poco complicadas más que un entramado de recintos complejos
promovidos desde la arquitectura.
Hasta aquí nos hemos estado refiriendo a los conceptos de territorio y territorialidad
aplicados al mundo de los pastores pero la distribución, abundancia y predictibilidad del
conjunto pastos/ganado son muy diferentes a las del complejo tierras cultivables/cosechas.
Cuando se habla de agricultores se expresa una conducta equivalente en términos de tenencia de
tierras. En este caso será necesario tener en cuenta algunas consideraciones.
En primer lugar, la abundancia de recursos vegetales está directamente vinculada con la
distribución y la densidad de las precipitaciones o, en su caso, con la disponibilidad de
infraestructura de irrigación. Pero, igualmente, estará relacionada con la calidad del suelo, los
márgenes térmicos, la orientación y disposición de las tierras, las especies explotadas y su ciclo
vegetativo, la competencia trófica de otras especies animales o vegetales, la tecnología empleada,
la fuerza y el tiempo de trabajo, el sistema de propiedad y tenencia de la tierra, el modelo de
organización vigente, las cotas demográficas y el grado de evolución sociocultural, en estrecha
consonancia con otros tantos aspectos cíclicos que puedan afectar al ecosistema considerado. Sin
olvidarnos de la utilización de diferentes recursos no alimentarios como combustibles, arcillas y
piedras con los que construir artefactos, recintos habitacionales, almacenes y acequias, algunos
de los cuales suponen tal inversión energética que habremos de esperar una actitud de reñida
defensa de tales infraestructuras y sus enclaves físicos, promovidos a partir de los criterios que
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dimanan de la arquitectura como motor de la transformación del espacio.
Las cosechas de cereal son predictibles en el espacio y en el tiempo, dado que crecen
donde han sido sembradas, maduran meses después de haberse plantado y, aún variando por
unidad de superficie, pueden considerase un recurso estacional, denso, predictible y abundante,
que tras recolectarse es introducido en silos y almacenes. Por tanto, los recursos agrícolas pueden
considerarse como defendibles en un marco de relaciones espaciales y territoriales mediante la
construcción de estructuras arquitectónicas (como los graneros-fortaleza, castillos, torres,
murallas, etc.), o a través de la fuerza, el establecimiento de sanciones, castigos o tabúes sociales.
Las tierras aptas para el cultivo constituyen un factor de primera importancia para
detectar las características y ubicación de los asentamientos humanos, dado que su
disponibilidad, control, densidad y predictibilidad sostienen a individuos y grupos en sus
emplazamientos, donde viven con una densidad de población relativamente elevada.
En el caso de que una baja productividad interanual de cosechas agrícolas afecte a un
conjunto poblacional en aumento, un sistema mixto ganadería/agricultura permitiría una
adaptación más favorable ante los vaivenes suscitados por la obtención unívoca de fuentes
alimenticias, complementando la subsistencia con productos cuyos ciclos anuales podrían llegar
a reforzar una debilidad estructural en cualquiera de sus componentes dietéticos básicos,
desarrollando –por ejemplo– la pesca y la recolección de marisco. En buena lógica, el modelo de
asentamiento resultante y los sistemas constructivos promovidos desde la arquitectura habrán de
adecuarse a esta estrategia adaptativa alternativa.
Una población puede ofrecer globalmente un amplio abanico de respuestas en relación a
recursos diferentes, por lo que presentar la conducta de un colectivo como territorial o no
territorial podría parecer excesivamente simplista. De ahí que sea necesario tratar sobre los
recursos particulares y determinar si esos recursos son defendidos, cómo son defendidos, las
circunstancias en las que el acceso a esos recursos es restringido y qué personas o grupos de
personas tienen o no acceso a esos recursos. Y, a nivel simbólico, resulta ilustrativo considerar
cómo los costes para la defensa de recursos pueden llegar a ser muy bajos cuando los valores y
creencias comunes se plasman mediante sanciones rituales y tabúes más que en una defensa
abierta para prevenir intromisiones, pues un sistema de salvaguardia de un territorio mediante
propuestas arquitectónicas que implique la exclusión étnica de otros grupos advenedizos altera
sustancialmente los costes y beneficios de su control compulsivo. Si los recursos son densos y
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predictibles en zonas concretas su defensa será menos costosa que cuando son escasos y
limitados en un territorio más extenso, cuya defensa ni siquiera sería posible.
LOS COMPONENTES ECOLÓGICOS, PRODUCTIVOS Y SUBSISTENCIALES
Las variables geológicas, topográficas, climatológicas, hidrológicas, edafológicas y
botánicas, no se superponen gratuitamente dado que sus interrelaciones se definen en los
ecosistemas respondiendo a diversas motivaciones. Ateniéndonos a la selección de modelos
agrícolas y/o pastoriles pasamos a dictaminar algunos aspectos relevantes en cuanto a los
condicionantes constructivos de los asentamientos.
La incidencia del relieve contribuye a dictaminar cuáles son las tierras dedicadas al
cultivo, el pastoreo o cualquier otro uso extensivo. No es extraño que, en principio, sean las
superficies llanas o con suaves pendientes las que acaparen una atención agraria preferencial.
También son dignas de consideración la erosión y drenaje de la superficie, el peligro de
inundación y la abundancia o escasez de agua. Es obvio que la capacitación de tierras con
pendientes más pronunciadas implica la construcción de andenes y terrazas de cultivo, como
también parece serlo que la orientación y espaciamiento de los valles condicionan los lugares
para la construcción de edificaciones, asentamientos y el espacio aprovechable de recursos. Los
elevados indicadores de humedad pueden producir retrasos en la época de siembra y recolección,
de la misma forma que si los sectores más inclinados son empleados en actividades ganaderas
pueden ocasionar procesos erosivos de la cobertera superficial. No es ocioso que el ganado paste
en tierras secas más altas o bajas que las cultivadas.
La textura del suelo define las posibilidades y limitaciones reales para la agricultura y el
pastoreo, atendiendo a la disponibilidad de elementos cuantitativos y cualitativos que incluyen la
profundidad, presencia de piedras y afloramientos rocosos, contenido de arcilla y arena,
concentración de materia orgánica y nutrientes, mayor o menor capacidad de absorción de
humedad, márgenes de hidratación-desecación, aparición de elementos sálicos marinos o
terrestres y posibilidades erosivas o de saturación. Así pues, estos elementos responden a
gradientes climáticos, tecnológicos y geográficos.
El éxito de estas estrategias no sólo depende de la capacidad para proceder a la apertura
de campos de cultivo sino de las técnicas de deforestación, especies existentes, disponibilidad de
herramientas, utensilios, medios de labranza, fertilizantes e infraestructura de irrigación.
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Otro elemento consustancial a los asentamientos edificados es la seguridad, que afecta al
grado de nucleación, dispersión y ubicación de los poblados, morfología y tipología de las
viviendas, posibilidades de defensa o absorción por otros emplazamientos, control de rutas y
caminos, y a la fortificación de poblados y almacenes, dependiendo de la pericia y capacidad
arquitectónica de una sociedad.
Teniendo en cuenta que el sistema de asentamiento regula las distancias entre la
población y sus recursos es comprensible que unos modelos de asentamiento posibiliten más
eficazmente su adquisición que otros. Si las estrategias productivas y sus diversas combinaciones
pueden asociarse con diferentes patrones de asentamiento, en las sociedades agrarias esos
modelos afectan al uso de los recursos agrícolas, definiendo el tamaño y la disposición del
hábitat explotado.
En un proceso dinámico los cambios en los modos de subsistencia pueden estar
condicionados por el costo de las variaciones requeridas en la estructura demográfica y de
asentamiento. En este caso, la adición de sistemas de asentamiento podría ser diferente de una
situación en la cual la agricultura esté siendo empleada en el contexto de poblados sedentarios
que dependen también de la pesca, el pastoreo o la recolección, como vemos en el caso de
Canarias.
La organización socioeconómica y el modelo de asentamiento pueden superponerse para
responder a la presión que supone una demanda incrementada y una productividad decreciente,
afectando los costos y beneficios de las estrategias de subsistencia. El modo de subsistencia del
menor-costo del que hablamos tiene destacadas implicaciones para la localización, envergadura y
longevidad de los enclaves arquitectónicos de los asentamientos. Respecto a la localización y el
tamaño, los límites predecibles estarán ubicados al margen de las áreas cultivables, teniendo en
cuenta las limitaciones de factores ambientales naturales como el suelo, drenaje, precipitación,
temperatura y cubierta vegetal. La longevidad está en función de la relación existente entre la
demanda productiva de la población y el beneficio obtenido del sistema de subsistencia. Si el
sistema agrícola es capaz de satisfacer las demandas productivas el asentamiento se mantendrá.
Pero, cuando la demanda excede el beneficio agrícola sobre bases regulares podría producirse la
colonización del territorio siguiendo tres modelos teóricos alternativos de asentamiento.
El primero está constituido por dos factores: el movimiento y la extensión de la tierra. Si
aparece un período de disminución de cosechas con necesidades incrementadas de producción el
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sistema de asentamiento podría tender a una expansión cíclica. En el caso de un sistema de
barbecho, por ejemplo, los asentamientos podrían ser extendidos hasta los campos dentro de la
zona que estuviera agotada abandonando las tierras primigenias y trasladando los enclaves. Pero,
si los campos pudieran ser reutilizados los asentamientos podrían restablecerse en el área
precedente.
Una segunda posibilidad, denominada expansión direccional, podría resultar del
paulatino incremento a largo plazo de la demanda de producción o de una combinación entre una
demanda cíclica incrementada a corto plazo y la competición social por un hábitat considerado.
La presión de la demanda a largo plazo puede obedecer, entre otros factores, a la biodegradación
de los recursos agrarios o al aumento de la población a largo plazo. En el primer caso enunciado
el retorno a los campos primigenios podría estar prohibido por la incapacidad de la tierra para
regenerarse. En un segundo caso la población podría disminuir en el área primigenia y los grupos
de colonización podrían ser desplazados con el fin de satisfacer el incremento de las demandas
de producción construyendo nuevas infraestructuras y recintos arquitectónicos.
La tercera alternativa implica la colonización del hábitat a través de la intensificación
agraria. Esta es una forma de colonización de nicho en la que se observa más un cambio de uso
del hábitat que un cambio en el propio hábitat. Si bien esto no representa una expansión física de
la agricultura, implica una colonización respecto al hábitat físico y los ambientes sociales.
En otro caso de intensificación del uso de la tierra, los asentamientos podrían ser
contemplados más ampliamente y quizás más nucleados a nivel constructivo para localizar las
demandas de producción de la agricultura intensificada. La localización de las demandas de
producción implicaría la determinación del control y mantenimiento de los costos por el sistema
agrícola.
La caracterización de los modelos de asentamiento podría depender de la presión de los
recursos. Si el incremento de población fuera la causa, sería pronosticable tanto un aumento de la
densidad de población como la nucleación del hábitat. Sin una disminución poblacional y bajo
condiciones restrictivas de la tierra, la biodegradación y su decrecimiento productivo
aumentarían la nucleación edificatoria de los asentamientos para organizar la producción,
incrementando las necesidades de gestión y administración agraria.
La alternativa más drástica supondría el movimiento hacia áreas marginales, implicando
el aislamiento social, demográfico, económico y, por tanto, haciendo inviable la colonización, la
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supervivencia y la persistencia de los elementos arquitectónicos edificados.
ARQUITECTURA, ADAPTACIÓN Y AMBIENTALISMO CONSTRUCTIVO
Las condiciones de aridez aparecen en regiones dominadas por un cinturón de altas
presiones subtropicales, a sotavento de altas montañas donde el aire cargado de humedad queda
bloqueado y en lugares a sotavento de corrientes frías, características típicas en algunas zonas de
las islas Canarias.
En este ambiente –a niveles arquitectónicos– la construcción de viviendas resulta más
adaptativa cuanto más retrase la entrada de aire caliente. Esto se logra empleando materiales con
una alta resistencia calórica, geometría compacta, concentración de las unidades, uso de
construcciones subterráneas, colores reflectantes y la eliminación o el traslado de ubicación de
fuentes generadoras de calor como hornos, hogares y otras estructuras de combustión. Los
materiales resistentes al calor, como adobe, barro y piedra, pueden absorberlo durante el día e
irradiarlo durante la noche ante la previsible inversión térmica. El diseño compacto reduce el
área de superficie expuesta al exterior, lo que también se puede conseguir construyendo
viviendas muy juntas que obstaculicen la ventilación e incrementen el tiempo necesario para la
saturación térmica. La reducción de la aireación sólo es efectiva si los muros y el techo son lo
suficientemente gruesos como para retrasar la penetración calórica.
Las poblaciones que habitan en viviendas de muros gruesos mantienen durante la noche
un microambiente confortable y cálido. Las edificaciones subterráneas y semisubterráneas se
construyen también para sacar partido nocturno de la capacidad calórica de la tierra, pues las
habitaciones en cámaras artificiales excavadas resultan frescas por el día. Estas dos situaciones
son muy frecuentes en Gran Canaria y en el Norte de África, donde muchos modelos
constructivos y la estructura de los asentamientos siguieron pautas idénticas a las enunciadas
aquí.
Aunque las poblaciones desarrollen este tipo de adaptaciones relativas al calor, el
problema de localizar el agua, almacenarla y restringir su pérdida es primordial para la
adaptación a las condiciones de aridez. Los estudios demuestran que sobreponerse
adaptativamente a la escasez de recursos acuíferos es mucho más importante, destacando la
forma en que los grupos se organizan social y culturalmente para estabilizar su utilización.
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EL AGUA COMO FACTOR LIMITANTE Y LOS ASENTAMIENTOS AGRÍCOLAS
La inversión inicial en el control del agua, particularmente evidente en el suministro para
personas, animales y plantas, consiste en localizar puntos de captación y distribución. En este
sentido, se distinguen el uso del agua de superficie y del agua subterránea, en parte
condicionados por el clima y la geomorfología.
Las condiciones climáticas para la agricultura están basadas en las tasas de precipitación
y temperatura reflejadas en la evapotranspiración. En función de sus variaciones estacionales, el
agua puede ser utilizada con una finalidad agrícola en un asentamiento. La geomorfología, la
topografía y la permeabilidad del suelo son más difíciles de modificar y representan el principal
obstáculo para el control acuífero en un ambiente climático aceptable. Pero una estructura
geomorfológica complicada puede impulsar la innovación hidráulica cuando las poblaciones
precisan llegar a un umbral acuífero. En las regiones donde la topografía es escarpada y está
asociada con drenajes relativamente pequeños, los sistemas de gestión utilizaron la topografía
como una ventaja para controlar el agua que se mueve sobre gradientes sucesivos.
El aprovechamiento del agua incluye pozos, galerías, depósitos, embalses, presas, gavias,
albercas, canales y acequias, demandando mayores inversiones, trabajo intenso, precisión y
mantenimiento.
El uso de las corrientes de agua para la agricultura y el aprovechamiento pastoril es
posible bajo condiciones especiales, pues la lluvia debe caer en chubascos relativamente leves y
los suelos húmedos deben formar una corteza impermeable sobre un terreno inclinado con
suaves pendientes que alimenten pequeñas zonas de captación o barrancos. La inclinación y el
tipo de suelo son las principales variables que determinan cuánta agua es retenida por el terreno
antes de que se produzca la evapotranspiración. En este sentido, los fondos de los valles se
benefician no sólo de las precipitaciones sino también del caudal de los barrancos, porque con
los temporales el agua desciende por las laderas circundantes formando barranqueras, hasta que
alcanza su tramo bajo, donde la riada forma un depósito aluvial rico en sedimentos. Las
pendientes ligeramente inclinadas tienen mayor capacidad de captar el agua, creándose
condiciones favorables para los grupos humanos. De esta forma, en las regiones semiáridas con
una precipitación media anual entre 150/250 mm y 250/550 mm es posible practicar una
agricultura extensiva de secano y un pastoreo de ganado menor. Ante estas inclemencias, en las
regiones que carecen de fuentes seguras de agua se construyen depósitos en las cuencas o se
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aprovechan depósitos en terrenos impermeables para captar corrientes superficiales intermitentes
o el agua procedente de la lluvia.
Si la explotación del agua superficial requiere una menor sofisticación tecnológica, su
extracción del subsuelo conlleva infraestructuras, costos de construcción y mantenimiento.
Ahora bien, si estos costes no estuvieran al alcance del común de la población se tendería a
promulgar una organización semifeudal de la agricultura. Los pozos y galerías convencionales
son similares en todas las sociedades y requieren recursos limitados para su construcción cuando
el nivel de agua es elevado, siendo alineados para prevenir los derrumbes como sucede en las
oquedades artificiales excavadas. Los más elaborados consisten en amplios depósitos
subterráneos que permiten el acceso a pie a la fuente de captación.
Donde el agua es un factor limitante, como en Canarias, algunas sociedades han desviado
de forma más simple y productiva los caudales superficiales o subterráneos para irrigar campos
de cultivo, promoviéndose procesos constructivos de asentamiento. El abancalamiento de laderas
irrigadas mediante fuentes permanentes enlazó la intensificación de la agricultura con los
complejos sociopolíticos y los desarrollos arquitectónicos, porque los sistemas de canales han
sido considerados como uno de los mayores correlatos materiales de la organización de las
comunidades complejas. Físicamente, estos sistemas están afectados por el gradiente y las tasas
de filtración y pueden estar alimentados por fuentes, depósitos, flujos de corrientes intermitentes,
o cauces perpetuos. Construidas las acequias, su uso y mantenimiento influencian la distribución
espacial de los asentamientos e implementan el desarrollo de la arquitectura.
Aunque los estudios sobre la irrigación están poco desarrollados debido a la gran
variabilidad de las condiciones medioambientales y al tratamiento inadecuado de algunos de sus
componentes, los trabajos más destacados señalan la distribución del agua, su relativa
accesibilidad para el usuario individual y el nivel tecnológico empleado, como aspectos
primordiales de la irrigación.
En cuanto a la distribución, la labor requerida para establecer un sistema de irrigación
está justificada por la escasez de agua y la existencia de áreas con un potencial agrícola
relativamente permanente, pues los sedimentos aluviales poseen los minerales solubles
necesarios para las plantas, renovándose cada año por la inundación posicional. De esta forma, la
producción agrícola es posible sólo si puede garantizarse el agua. Cuando ésta es el factor
primordial que limita la producción, el control sobre su distribución constituye una forma de
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riqueza y poder que se exterioriza en la complejidad arquitectónica de algunas colectividades.
Podría esperarse que la mayor dependencia del agua conllevara su papel más relevante en
la sociedad, pero algunos investigadores como E.F. Moran señalan que muchos de los sistemas
mejor conocidos de irrigación comienzan siendo pequeños y localmente controlados,
caracterizándose por su fácil mantenimiento y los conflictos inherentes sobre la distribución. De
esta manera, se ha sugerido que una organización política menos centralizada es más óptima para
una población limitada. Aunque la mayoría de los sistemas pretéritos de irrigación fueron de
muy pequeña escala como para demandar instituciones coactivas complejas, el control
centralizado se hizo necesario cuando el alcance del proyecto resultó demasiado grande para ser
tratado por asociaciones locales o cuando la escasez acuífera amenazaba el orden social.
El acceso al agua no es sólo una función distributiva pues también depende de la
distribución de otras formas de riqueza, como la tierra o el ganado, o de cambios periódicos en la
productividad del terreno. Sean grandes o pequeños, los sistemas de irrigación requieren un
esfuerzo cooperativo para su construcción y mantenimiento.
Los problemas de ingeniería específicos, las limitaciones tecnológicas, los usos
domésticos y las estructuras políticas son algunos de los factores que pueden causar variaciones
sociales y medioambientales en lo concerniente al agua. Su asignación es tanto un medio
habitual de cooperación como de conflicto social porque el agua es un recurso natural divisible
sobre el que cada miembro de un grupo tiene una necesidad diaria. Así, las reglas de distribución
revelan aspectos de la conducta económica, social y política.
Aunque la producción total puede servir a las necesidades de una comunidad, el control
del agua para la irrigación local estuvo basado, frecuentemente, en decisiones locales de sistemas
extensivos amplios. Los sistemas de irrigación a pequeña escala presentan no sólo la ventaja de
reducir los costos de planificación y recursos sino que pueden resultar más estables porque
utilizan un mínimo de cooperación formal y funcionan mediante acuerdos informales de repartos
alternos basados en las necesidades de los cultivos. Con ello, el trabajo de mantenimiento y el
acceso al agua serán convenidos por los propios agricultores, mientras la autorregulación
quedaría asegurada por el interés particular de los individuos o por un vigilante imparcial que
estuviera encargado de su distribución equitativa. Muchos grupos etnográficos tienen fórmulas
tradicionales para su asignación que varían en relación a las limitaciones ecológicas y
tecnológicas. Además, como resultado de una sequía inesperada, ciertos individuos o grupos de
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las comunidades mayores pueden ser favorecidos con cuotas más amplias durante períodos de
estrés.
El vínculo cooperativo establecido por los usuarios del agua al dividir un sistema de
irrigación estimula alianzas territoriales entre ellos. De esta manera, se desarrollan asociaciones
grupales fuertes aunque el conflicto interno continúe siguiendo las líneas del clan o el linaje. Las
tensiones intragrupo surgen, por lo general, a consecuencia de las diferencias relativas a la cuota
de agua estipulada y los excedentes asociados. El conflicto puede resultar de las decisiones sobre
el reparto de tales cuotas, la negligencia en el mantenimiento del sistema acuífero y los pequeños
proyectos particulares que no cuentan con el consenso de la comunidad. Así, la construcción no
anunciada de un canal o una galería puede tener un impacto negativo sobre el grupo, porque con
los cambios de los volúmenes acuíferos la disposición de la irrigación altera tanto la
sedimentación como la proporción de la descarga. Por otro lado, el mantenimiento del sistema es
una labor periódica dictada por la tradición y sancionada por el cuerpo de gobierno de cada
sociedad, con el fin de evitar los abusos.
La inversión en irrigación podría ser más costosa en una superficie pequeña que en una
amplia dado que se necesitarían formas intensivas de construcción de canales, mientras un
sistema más extensivo controlado por pequeñas unidades locales requiere una inversión menor
de trabajo per capita y menos centralización para su administración funcional. Estos costes
serían menores si el sistema se desarrollara lenta y gradualmente.
Una vez establecida la infraestructura de irrigación actúa como un capital productivo
para las siguientes generaciones, que pueden optar por invertir más trabajo y expandir el sistema
o bien sostener su mantenimiento y reducir los costes a lo largo del tiempo. La expansión de un
sistema acuífero puede resultar de un proceso de crecimiento lento, en el cual la organización
comunal, las reservas ecológicas y la tecnología acomodan los incrementos de la población,
mientras los cambios institucionales significativos evolucionan si el sistema de agua original es
preadaptado para normalizar el cambio.
Cuando la fuente de agua queda fuera del control territorial del grupo local puede ser
necesaria una fuerza coactiva para controlarla. Pero si los pequeños sistemas de irrigación se
amplían llegan a ser progresivamente ineficientes, pues los conflictos sobre los derechos del agua
y la tierra se incrementan aumentando la necesidad de un control centralizado. De esta manera,
bajo condiciones de presión demográfica, la escasez de agua requiere un servicio de vigilancia
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central para resolver los conflictos surgidos por la competencia. Consustancialmente, el diseño
de canales de irrigación puede hacer inadecuadas las técnicas locales de mantenimiento
precisándose una organización centralizada de la fuerza de trabajo para sostener la operatividad
del sistema. El incremento del control centralizado de los suministros acuíferos puede originar un
aumento de la inestabilidad y el posible colapso de la producción agrícola o potenciar su eficacia
y rentabilidad.
Las causas más comunes del fracaso de la irrigación son la inundación, la salinización y
la alcalinidad de la tierra, debido a la filtración de las acequias y sobre-irrigación. Los peligros
son más problemáticos en tanto los efectos pueden no ser visibles durante años, cuando el
remedio resulte demasiado costoso. La prevención de las inundaciones precisa un sistema que
controle la localización del nivel acuífero, de forma que el drenaje sea una condición necesaria
para el éxito de un sistema de irrigación. Reparar un sistema de agua tras una inundación sin
precedentes o una extensa sequía constituye un intento de mantener el status quo durante un
período de estrés de recursos. La inversión afrontada puede forzar un cambio duradero de
organización si el desastre fuese descomunal y, a veces, el conflicto intragrupo a corto plazo
puede intensificarse como consecuencia de la exigua administración, dando pie a cambios
institucionales. Por otra parte, la concentración de sal en el suelo se incrementa si el agua es
eliminada por evapotranspiración. Para prevenir la salinidad y la alcalinidad se precisan
irrigaciones frecuentes que no alcancen el grado de saturación. Por todas estas razones, los
lugares mejor irrigados fueron los valles naturales que poseían terrenos aluviales y no salinos.
El estudio de A. Sherratt ha mostrado el papel básico de la humedad del suelo en los
cultivos y su asociación con los ambientes aluviales y los manantiales, existiendo modelos que
interrelacionan los medioambientes y los emplazamientos agrícolas. El rasgo más notable de los
asentamientos agrícolas es su distribución restringida y selectiva, utilizándose sólo una pequeña
fracción del terreno disponible. Aunque a menudo los asentamientos están dispersos, la
población se concentra localmente alrededor de recursos críticos como los terrenos bien irrigados
y las cosechas de cereal. De esta manera, los agricultores ocupan sólo una estrecha zona de
máxima productividad en un sistema de cultivo localmente intensivo. En algunos lugares este
sistema pudo sostener comunidades nucleadas, aunque en otros dio lugar a un modelo de aldeas
en torno al área explotada. Esta zona de alto nivel acuífero fue importante no sólo por el
crecimiento del cereal sino por una extensa variedad de recursos, ofreciendo una alta
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productividad y la continuidad de los cultivos.
El trabajo invertido en el trazado arquitectónico de los emplazamientos constituye un
indicador del tamaño del grupo humano. La duración del tiempo de construcción también es
importante porque los colectivos pequeños sobre tiempos amplios pueden producir la misma
inversión total que los mayores sobre períodos cortos. El número de fases en la construcción de
un edificio ayuda a estimar la cantidad de trabajo invertido y evidencia el grado de planificación
existente en una sociedad.
LA ARQUITECTURA INDÍGENA DE CANARIAS
En este último apartado nos detendremos a ejemplificar una serie heterogénea de
construcciones arquitectónicas que abarcan diversos ámbitos habitacionales, funerarios, de
almacenaje, defensa, segregación, cultuales y rituales en las islas del archipiélago Canario que
cuentan con este tipo de edificaciones.
Las casas y cabañas
En las islas Canarias se construyeron viviendas de superficie, cuya morfología está
relacionada con la técnica empleada en su fabricación, la tipología, el trazado de planta,
solidez, configuración externa e interna, los sistemas de cierre y la techumbre. Las cabañas
descubiertas en todo el archipiélago son fábricas simples de piedra de planta circular,
semicircular u oval destinadas a un hábitat temporal u ocasional emplazadas donde no había
cuevas para refugiarse, coincidiendo con la movilidad de pastores y rebaños en busca de
pasto. Las casas sólo se localizan en Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura, aunque sea en
la primera isla donde mejor se conocen al resultar un elemento claramente definidor de su
modelo productivo y de su cultura material, habiéndose descubierto hitos urbanos en Gáldar,
Agaete, Telde, La Aldea y Arguineguín.
La envergadura y caracterización de los poblados grancanarios destaca también por el
número de viviendas y sus dependencias anexas, la manera en que organizaban el espacio, la
comunicación mediante estrechas calles empedradas, rampas, pasillos y escalinatas que
completaban el área habitada. Esto puede observarse en El Agujero, los aledaños de la Cueva
Pintada, Lomo Perera, Majada de Altabaca o el antiguo núcleo de Los Caserones de La Aldea.
Estos lugares fueron citados en las Memorias de Andrés Bernáldez, cura de Los
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Palacios: «Todos estos lugares tenían poblados al tiempo que la conquista se començó:
Araguacad, Aragüimes, Themensas, Atrahanaca, Atairia, Ataga, Atenaran, Afaganige,
Areaganigui, Arecasumaga, Atasarti, Aeragraca, Arbenuganias, Arerehuy, Atirma,
Aracuzem, Artubrirguasis, Artebirgun, Atamariaseid, Arteguede, Aregaieda, Aregaldar,
Areagraja, Areagamasten, Areacho, Afurgad, Arehucas, Aterura, Atenoya, Araremigada,
Aterbiti, Arautiagasia».
La tipología más habitual de la vivienda en Gran Canaria posee una planta exterior
oval o semicircular y una interior cruciforme. Esta morfología del hábitat responde a un
sistema constructivo que implica la excavación del terreno en el sitio donde se iba a edificar la
casa. Luego se levantaban las paredes con piedras seleccionadas que se iban colocando unas
sobre otras, de forma que los muros tenían un fuerte grosor y una gran solidez, pues entre
ambas hiladas de paredes se introducía tierra y piedras de pequeño y variado tamaño.
Antonio Cedeño describe las características constructivas de estas viviendas de la
siguiente manera: «Tenían casas fabricadas de piedra, sin mescla de varro que cal no
conocieron. Las paredes eran anchas i mui iguales i ajustadas que no hauian menester ripios.
Húbolas de mui grandes piedras que parese imposible que hombres las pusiesen unas sobre
otras (...) Levantaban las paredes de buen altor, una más que otras, i ensima atrauesaban
maderos mui gruesos de maderas incorruptibles como tea, sabina, cedro u otros; ponianlos
rnui juntos, i ensima ponían un enlosado de pizarras o lajas mui ajustadas, i ensima otra
camada de ieruas secas, i despues tierra mojada y pretábanla mui bien, que aunque lleuen
muchos dias corre el agua por ensima sin detrimento alguno. Las entradas destas casas es un
callejon angosto en algunos i después el cuerpo de la casa cuadrado con aposentos a los lados
i enfrente a modo de capillas; siguense a éstas otras allí juntas entre aquellas cauidades y
forman un lauerinto con sus lumbreras. En ellas reparten sus familias i lo que han de comer».
Esta técnica constructiva aportaba solidez, atenuaba la amplitud térmica, garantizaba
una buena temperatura en las distintas épocas del año, un resguardo del viento, la lluvia, el
frío y el calor. Los techos se sellaban con vigas de madera o palmera que sostenían un
entramado de lajas y una cubierta de tierra apisonada como aislante. También se ha
comprobado la presencia de hoyos circulares en el suelo que servían para encajar postes de
madera y mantener la techumbre.
Las casas estaban rehundidas o semienterradas, sistema constructivo puesto en práctica
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también en Fuerteventura y Lanzarote donde se las conoce con el nombre de casas hondas,
porque muchas de ellas tienen el piso interior más bajo que el exterior, de modo que para
acceder a ellas existen pequeños escalones o rampas.
En Lanzarote y Fuerteventura la existencia de casas y poblados indígenas fue anotada
por los redactores de Le Canarien cuando detallan un «gran número de aldeas y de buenas
casas» cuyos restos han sido verificados por las prospecciones y excavaciones arqueológicas.
Hay dos lugares de singular relevancia citados en el texto normando: la Gran Aldea (que
coincidiría con la actual villa de Teguise) y el poblado de Zonzamas (que fuera residencia de
uno de los jefes de la isla). Este emplazamiento está situado en lo alto de una colina del valle
del mismo nombre. La muralla que lo circundaba le confería la apariencia de una fortaleza
donde se guardaban productos alimentarios y cereales como la cebada, pues hacia el Norte se
domina la llanura que debió ser una de las mejores zonas cerealistas de Lanzarote.
Las aldeas de esta isla estaban constituidas por viviendas situadas bajo el nivel de la
superficie topográfica, de forma que sólo una parte de las paredes sobresalía en el terreno. La
techumbre solía ser abovedada ya que las casas se cubrían con sucesivas hiladas de piedra que
formaban una falsa cúpula, aunque podía cubrirse también con troncos, ramas y mortero de
tierra fina o tegue, que al mezclarse con agua adquiere una gran dureza resaltando como
aislante e impermeabilizante. Los muros eran construidos con piedras elegidas para que
encajasen correctamente, ofreciendo un aparejo de doble pared rellena de tierra y ripio. El
pavimento interior era de tierra prensada recubierta de tegue para preservar las casas de las
inclemencias externas a lo largo del año. El espacio interior estaba subdividido en diversas
estancias de poca envergadura que conformaban una planta multilobular, mientras el exterior
era de tendencia circular u oval.
Esta descripción también se valida en Fuerteventura, donde conocemos núcleos
habitacionales de considerables dimensiones y más agrupados que en Lanzarote. Las casas de
plantas circulares y ovales son de piedra seca y poseen muros montados con grandes sillares
de piedra. El número de diez viviendas es el habitual en estos poblados, asociadas con otros
recintos vinculados con el ganado, como el de Rosita del Vicario (Antigua) que cuenta con
viviendas de piedra semienterradas o casas hondas.
Las cabañas, localizadas en áreas de pastoreo, son viviendas de escasa solidez erigidas
con muros de piedra seca, suelta y sin labrar que se superponían mediante hileras y no
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sobrepasaba los dos metros de altura, aunque a veces se apoyaban en bloques voluminosos
existentes sobre el terreno. La planta era circular, oval, cuadrada o irregular en función de las
características del emplazamiento, mientras la cubierta debió ser de madera y ramas secas.
Las cámaras artificiales
La cámara artificial es una de las construcciones representativas de la arqueología
grancanaria y fue destacada por Leonardo Torriani a fines del siglo XVI: «Cuando querían
fabricar de este modo, primeramente escogían la ladera de alguna pendiente, para que, al
socavar en dirección horizontal, tuviesen sitio donde ir en lo alto. Y adelantándose algún tanto
hacían una gran entrada que servía de pórtico, y al lado de ésta dos lavaderos a modo de
cisternas; y encima de la puerta abrían una pequeña ventana, por la cual entraba luz en todas
las habitaciones de la casa. Después, a una altura de 10 a 12 pies frente a la puerta, cavaban
una sala larga, y su puerta casi tan grande como su largo. En medio de cada pared cavaban
después una puerta, y de allí adentro labraban cuartos grandes y pequeños, según sus familias
y necesidades. Al llegar encima del pórtico a la altura de la sala, otra pequeña ventana, por la
que recibían todas las habitaciones segunda y tercera luz. Después hacían, tanto alrededor de
la sala como de las demás habitaciones, muchos nichos, a poca altura del piso, para sentarse y
colocar en ellos algunas cosas manuales de su casa».
Estas oquedades artificiales formaban poblados, como Rosiana, Los Pilares, Cuevas
Muchas y Birbique, documentados en muchas zonas de la isla donde existía toba volcánica
que podía horadarse fácilmente utilizando instrumentos líticos en forma de pico. Las cámaras
comunicadas entre sí por pasadizos, rampas y escalones se excavaban a distintos niveles y
podían destinarse a viviendas, graneros, santuarios y tumbas. Estas construcciones ofrecen
una gran variedad de tipos y dimensiones, aunque habitualmente constan de una sola planta
compuesta por una estancia central en la que desembocan aberturas en los flancos laterales y
ventanas. El cierre de los vanos se hacía con puertas de madera, como demuestran las huellas
de sus encajes labradas en la toba.
En el interior de algunas cámaras son frecuentes los hoyos excavados en el suelo para
colocar postes y sustentar andamios u otros compartimentos aéreos que facilitaban la
organización interna de la construcción. En estos yacimientos arqueológicos se ejecutaron
alacenas cuadradas y rectangulares para colocar enseres y alimentos, así como bancos y
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asientos. Las paredes se encontraban pintadas con motivos geométricos de color blanco, rojo
y/o negro.
Arquitectura funeraria: cistas y túmulos
Las cistas funerarias, típicas de la arqueología grancanaria, acotaban fosas
previamente excavadas cuyo perímetro de tendencia rectangular era delimitado con piedras y
enlosado con lajas para depositar el cadáver. Esta estructura se cerraba con otras lajas y se
cubría con tablones de madera y losas de piedra, mientras su delimitación exterior
conformaba una hilada de piedras hincadas como ocurría con las construcciones tumulares.
Los enterramientos realizados en estructuras tumulares también son propios de la
arquitectura funeraria de Gran Canaria, construcciones artificiales caracterizadas por un
amontonamiento de piedras que cubre una cista o una fosa donde reposaban los cadáveres.
Los túmulos podían ser individuales, colectivos, simples, compuestos, múltiples, unívocos y
reutilizables, formar parte de una necrópolis o de su propia unicidad. Las agrupaciones de
estructuras tumulares (cilíndricas, troncocónicas, circulares y elípticas con torreón cilíndrico
central) podían alcanzar centenas de unidades que constituían cementerios de gran
envergadura acotados por una muralla en todo su perímetro, ubicados en coladas volcánicas o
malpaíses como Arteara, Maipés y La Isleta.
Desde el punto de vista de la jerarquía constructiva de los enterramientos, los ejemplos
más significativos de Gran Canaria se encuentran en la costa de Gáldar y en el área de
Arguineguín. Construcciones tumulares colectivas concebidas a partir de edificaciones de
tendencia cilíndrica que eran ampliadas mediante anillos concéntricos y ejes radiales,
alcanzando diámetros de decenas de metros.
Los almacenes-fortaleza
Son construcciones excavadas en la toba con instrumentos de piedra, madera, hueso y
cuerno, situadas en emplazamientos estratégicos ventilados, aireados y escarpados para
dificultar el acceso y facilitar su defensa. Si bien una serie de andenes y pasillos comunicaban
las estancias y oquedades situadas a distintas alturas, los silos en forma de cubículos de
diferente envergadura poseían puertas de madera que se encajaban en vanos, acanaladuras,
goznes de apoyo y cierres labrados.
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Estos almacenes localizados en distintos puntos de Gran Canaria, que constan de
cámaras artificiales y silos excavados para depositar alimentos, enseres domésticos,
herramientas, bolsos de junco, ídolos y pintaderas, fueron consecuencia de un modelo
socioeconómico de reserva redistributiva.
El almacén-colectivo de Valerón llegó a convertirse en el más destacado de la isla, con
más de trescientos cincuenta oquedades, enclavado en las proximidades del centro de poder
político-económico en que se convirtió la antigua Agáldar. Sus características, localización y
estado de conservación definen el esfuerzo y el trabajo invertido en su edificación, así como
el grado de desarrollo de la jefatura grancanaria.
La distribución de estos ejemplares de la arquitectura de almacenamiento fue habitual
–además– en los sectores agrícolas que contaban con macizos de toba volcánica en sus
inmediaciones, donde también se excavaban cámaras artificiales con usos habitacionales,
funerarios y cultuales, constituyendo poblados y agrupaciones como Rosiana, Birbique,
Cuevas Muchas y Bentayga.
Amurallamientos
Son levantamientos de muros y murallas de carácter defensivo, disuasorio o
segregado, muy representativos en la arqueología de Fuerteventura, donde existen restos de
estructuras de piedra de factura indígena consideradas como testimonio arquitectónico de
amurallamiento en el sector conocido como istmo de La Pared, si bien existen otras
referencias documentales de la pretérita presencia de construcciones similares que
atravesaban la isla entre el barranco de La Torre y Betancuria, la que aparece citada como
Muro de la Reina en Lanzarote y el Muro de los Canarios en Gran Canaria, donde también
hay evidencias arqueológicas en el lugar de acceso al Roque Bentayga y en los amurallados
que circundan necrópolis tumulares como Arteara y El Maipés.
Sin duda, la construcción más relevante con sus 6 km de largo es La Pared de Jandía,
cuyo trazado recorre la ladera del barranco de los Cuchillos hasta el litoral de Sotavento, junto
a Matas Blancas. Esta construcción arquitectónica ha sido interpretada como una separación
física de las demarcaciones tribales en que se dividía Fuerteventura a comienzos del siglo XV
y también como una manera de preservar un área rica en pasto en momentos críticos,
controlando y limitando el paso del ganado.
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Almogaren y Efequen
En Canarias existen recintos arqueológicos labrados en la roca con cazoletas y
canalillos interconectados de diverso grosor y longitud que se conocen genéricamente con el
término almogaren (que en lengua canaria significa «lugar de sacrificio o reunión») siguiendo
la denominación que en Gran Canaria les otorgaron las fuentes etnohistóricas. Estas
construcciones están emplazadas en la cima de las montañas, al pie de roques, en el interior de
cuevas y en los márgenes de algunos barrancos, ocupando plataformas de toba volcánica de
color rojizo, blanco o amarillento. Los más conocidos están en Gran Canaria, como las Pilas
de los Canarios, vinculadas con lugares donde mana el agua todo el año; el Almogaren de
Amurga, emplazado en la cima del interfluvio desde donde a ambos lados se visualizan La
Fortaleza de Tirajana y la Necrópolis de Arteara; el Almogaren de Bentayga, santuario al pie
del roque del mismo nombre destinado a la celebración de ritos astrales estacionales; y en
Tenerife, que en el Pico de Yeje –en Masca– muestra un conjunto rupestre labrado en la roca
consistente en cazoletas, canalillos, un alto relieve pisciforme y un círculo radial, interpretado
como un soliforme, similar a otro localizado en el Roque de La Abejera, en Buzanada, junto a
un grupo de cazoletas y canalillos. Pero, paulatinamente, han sido descubiertos también en el
resto del Archipiélago.
Los efequen o círculos de piedra eran aludidos por los antiguos pobladores de
Lanzarote y Fuerteventura como construcciones cultuales. Leonardo Torriani afirma que en
ellas adoraban «a un ídolo de forma humana, pero no se sabe quién era. Lo tenían en una casa
como templo, donde hacían congregación, la cual estaba rodeada por dos paredes, que entre sí
formaban un pasillo, con dos pequeñas puertas, una fuera y la otra en medio; y allí, como en
un laberinto, entraban a sacrificar leche y manteca». Los trabajos arqueológicos lo ilustran al
pie de la base Norte-Noreste de la Montaña de Mina, en Lanzarote, donde hay tres estructuras
circulares en el Corral de la Ovejada y Las Majadas, en que existe un recinto de tendencia
circular de diez metros de diámetro con una hilada de piedras hincadas. Otro lugar fue
encontrado en las proximidades de la Quesera de Zonzamas, conformado por un óvalo pétreo
y piedras dispuestas verticalmente en un entorno arqueológico funerario. En Fuerteventura
son conocidas estructuras circulares de piedra parecidas, como el Corral de la Asamblea y los
círculos de Tejate.