LA ASAMBLEA NACIONAL CONSTITUYENTE
GLOSARIO:
Lo que haremos en este ensayo de interpretación es proponer un esbozo metodológico
de análisis del proceso constituyente intentando aplicar algunos conceptos provenientes
de la teoría política de Antonio Gramsci. Los conceptos que tomaremos en cuenta son:
Bloque histórico: consiste en la concordancia de varias dinámicas, de una parte,
depende de las relaciones productivas en la que se enmarca determinado tipo de
sociedad, lo que se llama comúnmente estructura; así mismo, se sostiene a partir de una
superestructura compuesta por elementos ideológicos y políticos que, por último, sólo
es posible en la medida en que vincula a cierto tipo de agentes sociales, los
intelectuales, cuya tarea consiste en procurar la unidad de estos dos ordenes y en
consolidar la hegemonía del grupo dominante al que sirven.
Sociedad Civil: según Gramsci se da en el plano de la superestructura, como lugar en
donde se construyen las redes ideológicas de poder que sirven para establecimiento de
una hegemonía que apunta dirigir un bloque histórico. Se puede llamar Sociedad civil al
conjunto de organismos nacidos en la sociedad, al servicio de la clase dirigente, que
ponen en funcionamiento dicha hegemonía; pero, tambien, se puede decir lo mismo de
ciertas sociedades privadas que se han convertido en gestoras de la unidad del bloque
hegemónico, y son ellas mismas las que por si solas revisten al bloque en su conjunto de
la ideología que sirve a su cohesión interna. Es el caso de la Iglesia Católica nacida en
Roma, autentica sociedad civil en la sociedad civil, según Hugues Portelli, cuya tarea
consiste en mantener la fidelidad de los simples respecto de clase dirigente, y de los
intelectuales respectos de estos últimos, de este modo se mantiene la unidad del bloque
ideológico que da lugar a la hegemonía y articula el bloque histórico.
Sociedad Política: no es otra cosa sino el Estado. Se trata de la organización jurídica
que sirve para el control, el dominio directo y, en último término, para la conservación
de la fidelidad de la sociedad por medio de la organización y ejecución de la violencia.
Según Portelli, es el encargado de llevar a cabo las funciones coercitivas de la
superestructura, es de alguna manera una extensión de la sociedad civil1, en la medida
en que constituye el momento político-militar de la construcción de la hegemonía
1 Cfr. Hugues Portelli, Gramsci y el bloque histórico, Siglo veintiuno editores, México, 1979, pág 27 y ss.
después de las mediaciones cultural e ideológica enmarcadas en la sociedad civil. Su
tarea consiste en neutralizar a los posibles disidentes de la hegemonía “que no
consienten con la dirección de la clase fundamental” (Ibíd. pág 29), y la aplicación de su
poder se restringe en todos los ordenes a la coerción legal por consenso o al uso legal de
la violencia o de la fuerza.
Ideología: es la esfera mas extendida de la sociedad civil. Preexiste a todas dinámicas
económicas, culturales, intelectuales y normativa que se sucedan en ella.
Crisis y crisis orgánica.
Detención momentánea de la evolución de la clase progresiva, en el sentido de que ésta
ya no hace avanzar realmente la sociedad como un todo, satisfaciendo no sólo las
exigencias de su propia existencia, sino ampliando sin cesar sus propios cuadros, con
vista a la toma de posesión continua de nuevas esferas de actividad económico-
productiva. Para Gramsci, esta crisis estructural no favorecerá la aparición de un bloque
histórico sino en la medida en que se convierta en crisis orgánica, es decir, crisis de
hegemonía o ruptura de lazos entre estructura y superestructura. La crisis orgánica es
concebida por Gramsci como una disgregación del bloque histórico, en el sentido de que
los intelectuales que están encargados de hacer funcionar el nexo estructura-
superestructura, se separan de la clase a la cual estaban orgánicamente unidos y no
permiten ya que ejerza su función hegemónica sobre el conjunto de la sociedad. «La
clase dominante ha perdido el consenso, es decir, ya no es “dirigente” sino únicamente
“dominante”, detentadora de fuerza coercitiva pura». La crisis de una clase o grupo
social sobreviene en la medida en que éste ha desarrollado todas las formas de vida
implícitas en sus relaciones pero, gracias a la sociedad política y a su aparato de
coerción, la clase dominante mantiene artificialmente su dominación e impide que la
reemplace el grupo de tendencia dominante: «la crisis consiste en que lo viejo muere y
lo nuevo no puede todavía nacer». Una crisis semejante puede deberse al fracaso de una
empresa política de la clase dirigente que llega a imponer por la fuerza el consenso
social (Gramsci cita el ejemplo de la guerra), o bien puede estar provocada por las
grandes masas de la población que «pasan súbitamente de la inactividad política» a una
cierta actividad y plantean reivindicaciones que en su propio complejo inorgánico
constituye una revolución. La crisis orgánica que se manifiesta como desaparición del
consenso que las clases subalternas acuerdan a la ideología dominante no puede
culminar en la aparición de un nuevo bloque histórico, sino en la medida en que la clase
dominada fundamentalmente sepa construir, por la mediación orgánica de sus
intelectuales, un sistema hegemónico dominante capaz de oponerse al sistema
hegemónico anterior y extenderse por todo el ámbito social. Es decir, apoderarse de la
sociedad civil como preludio a la conquista de la sociedad política.
Transformismo.
El «transformismo» es una simbiosis gracias a la cual la clase dominante –
históricamente, la burguesía– se incorpora y asimila a los intelectuales de las clases
subalternas, haciendo de ese modo imposible la aparición de un grupo revolucionario
suficientemente organizado para convertirse en hegemónico. Gramsci, al estudiar esta
práctica en Italia sobre el «Risorgimento», pone de relieve dos etapas sucesivas: 1) Un
transformismo simple y primario, o molecular, cuando los intelectuales de los partidos
democráticos de oposición «se integran individualmente en la clase política
conservadora-moderada (caracterizada por su aversión a toda intrusión de las masas
populares en la vida del Estado, y hacia toda reforma orgánica que sustituya el riguroso
“dominio” dictatorial por una hegemonía)». 2) Un transformismo compuesto o
secundario, cuando se trata de grupos enteros «que se pasan al campo moderado, sea
integrándose en los partidos tradicionales, sea constituyendo nuevos partidos políticos».
Este tipo de transformismo se asemeja al practicado en España por el Partido Socialista
Obrero Español al absorber –integrándolos privilegiadamente entre sus cuadros
dirigentes– a numerosos cuadros políticos de los partidos situados a su izquierda. De ese
modo, la clase dirigente produce un ensanchamiento constante de la base social,
absorbiendo gradualmente a la élite consciente y activa «de los grupos aliados adversos
que parecían ser enemigos irreconciliables». Se trata de un ensanchamiento de la base
social, pues, como lo hace observar Gramsci, los intelectuales arrastran siempre con
ellos un grupo dominante de individuos. El transformismo constituye así la decapitación
sistemática de las clases subalternas por la clase dominante. Esta absorción ideológica
por la burguesía busca en Italia una finalidad diferente que en Francia, donde buscaba
un sostén popular, por tanto el ensanchamiento de su base social, pues quiere perpetuar
la exclusión de las clases subalternas de la vida política. Así, por el transformismo,
Gramsci estudia la relación entre hegemonía y dictadura enseñando que el predominio
de la sociedad civil sobre la sociedad política conducirá a una hegemonía y luego a una
dirección política, que concretamente se traducirá en un ensanchamiento de la base
social de las clases dominantes, mientras que si hay utilización y predominio de la
sociedad política, habrá dictadura y, de modo subsiguiente, despojo y neutralización de
las clases subalternas.
Bloque histórico: consiste en la concordancia de varias dinámicas, de una parte,
depende de las relaciones productivas en la que se enmarca determinado tipo de
sociedad, lo que se llama comúnmente estructura; así mismo, se sostiene a partir de una
superestructura compuesta por elementos ideológicos y políticos que, por último, sólo
es posible en la medida en que vincula a cierto tipo de agentes sociales, los
intelectuales, cuya tarea consiste en procurar la unidad de estos dos ordenes y en
consolidar la hegemonía del grupo dominante al que sirven. El bloque histórico como
tal se construye a partir y, sólo partir, de que la hegemonía de una clase sobre otra ha
sido lograda, lo que implica la supremacía de esa clase dominante sobre el resto de las
clases convirtiéndose en un bloque de fuerzas ensamblados por la ideología.
Hegemonía: se puede decir que es la supremacía que una clase dominante alcanza
cuando logra diseminar sobre el resto de las clases sus propias concepciones del mundo,
cuando logra permear a la sociedad con su orientación ideológica. Esta hegemonía se
construye, de un parte, sobre las superestructuras ideológicas puestas en marcha en la
sociedad civil logrando la dirección intelectual y moral de la sociedad, y de otra parte,
con el dominio directo otorgado desde la sociedad política. Si la hegemonía es
contradicha por otro bloque de fuerzas, la estabilidad del bloque histórico se pone en
peligro, surge entonces un bloque contrahegemónico cuyo éxito tiene que ver con las
alianzas que una clase fundamental emergente pueda tejer con el resto de clases
subalternas de la sociedad. La construcción de una hegemonía, en la medida en que
tiene que operar desdiciendo la fuente de poder última devenida de la sociedad política,
da lugar a horizontes más democráticos en los cuales el Estado se ve el mismo integrado
en la sociedad civil. De este modo la vida social puede encaminarse a la vigencia de una
sociedad sin Estado, emplazada en una disputa constante por la hegemonía.
Sociedad Civil: según Gramsci se da en el plano de la superestructura, como lugar en
donde se construyen las redes ideológicas de poder que sirven para establecimiento de
una hegemonía que apunta dirigir un bloque histórico. Se puede llamar Sociedad civil al
conjunto de organismos nacidos en la sociedad, al servicio de la clase dirigente, que
ponen en funcionamiento dicha hegemonía; pero, tambien, se puede decir lo mismo de
ciertas sociedades privadas que se han convertido en gestoras de la unidad del bloque
hegemónico, y son ellas mismas las que por si solas revisten al bloque en su conjunto de
la ideología que sirve a su cohesión interna. Es el caso de la Iglesia Católica nacida en
Roma, autentica sociedad civil en la sociedad civil, según Hugues Portelli, cuya tarea
consiste en mantener la fidelidad de los simples respecto de clase dirigente, y de los
intelectuales respectos de estos últimos, de este modo se mantiene la unidad del bloque
ideológico que da lugar a la hegemonía y articula el bloque histórico.
Sociedad Política: no es otra cosa sino el Estado. Se trata de la organización jurídica
que sirve para el control, el dominio directo y, en último término, para la conservación
de la fidelidad de la sociedad por medio de la organización y ejecución de la violencia.
Según Portelli, es el encargado de llevar a cabo las funciones coercitivas de la
superestructura, es de alguna manera una extensión de la sociedad civil2, en la medida
en que constituye el momento político-militar de la construcción de la hegemonía
después de las mediaciones cultural e ideológica enmarcadas en la sociedad civil. Su
tarea consiste en neutralizar a los posibles disidentes de la hegemonía “que no
consienten con la dirección de la clase fundamental” (Ibíd. pág 29), y la aplicación de su
poder se restringe en todos los ordenes a la coerción legal por consenso o al uso legal de
la violencia o de la fuerza.
Ideología: es la esfera mas extendida de la sociedad civil y preexiste a todas dinámicas
económicas, culturales, intelectuales y normativas que se suceden en ella. Es una
concepción del mundo que se difunde en todos órdenes, entre las distintas clases
sociales y entre distintos niveles de los grupos sociales, cuyo rol es afianzar los lasos
ideológicos con las clases dirigentes. Es posible caracterizar la ideología según un nivel
estatutario y otro funcional. En el primer caso se trata de que ésta puede presentarse
bajo la forma de distintos sabéres cuyo marco general es una concepción del mundo
determinada u orgánica para ser más exactos, se suele dar en la forma de: filosofía,
religión, sentido común, folklore, siendo la primera la forma más elevada de la
ideología. En el segundo caso, se trata de la dirección ideológica de la que provee al
conjunto de la sociedad, esta función se cumple según tres niveles: la ideología como
tal -es decir, los sentidos fuertes de esa concepción del mundo-, la estructura ideológica
-esto es, las organizaciones que las producen y las difunden, la Iglesia, por ejemplo-, y
el material ideológico -o sea, los instrumentos técnicos para la difusión de la ideología,
el sistema escolar, los medios de comunicación, las bibliotecas, tomando los ejemplos
de Portelli (Ibid, pag. 29).
2 Cfr. Hugues Portelli, Gramsci y el bloque histórico, Siglo veintiuno editores, México, 1979, pág 27 y ss.
Intelectual orgánico: Gramsci lo define así «Cada grupo social, naciendo en el mundo
propio de una función esencial en el campo de la producción económica, crea con él,
orgánicamente, una o varias capas de intelectuales que le proporcionan su
homogeneidad y la conciencia de su propia función no sólo en el terreno económico,
sino igualmente en el terreno social y político»3.
El proceso nacional constituyente
¿Representa el surgimiento de un nuevo Bloque Histórico?3 Cita tomada de José María Laso Prieto: «Introducción al pensamiento global de Gramsci» en M.
Ballestero, Y. Krasin, J. Reinoso, J. Capella, J. Laso, J. Moral Santín y V. Romano: El marxismo en el
debate teórico-cultural actual. Madrid: PCE, 1991, pág. 137, (Colección Debate, nº 5).
Los dos últimos años desde las revueltas populares de abril de 2005, que terminaron con
el derrocamiento del régimen gutierrista y avocaron a la presidencia a Alfredo Palacios,
estuvieron signados de múltiples tensiones alrededor de la correlación de fuerzas
existente entre los grupos de gamonales pronorteamericanos y los sectores populares y
progresistas, este periodo marca una punto de quiebre, una crisis de hegemonía que
para las antiguas élites significo el quiebre del consenso neoliberal vigente hasta ese
entonces. En este periodo surtió efecto una crisis de representación que, para muchos
intelectuales marcaba el inicio del declive del sistema político ecuatoriano inaugurado
con el retorno democrático del 78. Aquel desfalco de la mano con la movilización
popular, por fuera incluso de los partidos políticos de izquierda, dio lugar aun fenómeno
autónomo de movilización que conocemos con el nombre de forajidismo, el cual hizo
estallar el trance de una crisis tremendamente conflictiva que parecía haber sido
absorbida por el bloque de poder diverso que en un inicio se había instalado en el
gobierno gutierrista.
De tal modo que el gobierno de turno que encaró Palacios no fue otra cosa que un
medio para agotar las posibilidades de la crisis, como tal, era un gobierno de transición
alrededor del cual todavía habría de decidirse cuál era el carácter resolutivo de la crisis,
esto es, qué sendero tomaría en el futuro la correlación de fuerzas. O, para decirlo en
términos gramscianos, el colapso de la sociedad política se tradujo de inmediato en una
crisis a nivel de las superestructuras: el consenso antes reinante de la ideología del libre
mercado, cuyos efectos se fueron mostrando progresivamente desastrosos, desembocó
en una lógica desacreditamiento de las antiguas élites dirigentes que ya no eran tales.
Esto debe entender como el agotamiento de la capacidad ideológica de esas élites que
ya no podían ser dirigentes sino sólo dominantes.
Existen algunos motivos para pensar que es en este periodo donde se rompieron las
líneas dogmáticas del neoliberalismo que se había convertido en la filosofía política y
económica vulgar de nuestros gobernantes por más de dos décadas desde de fines de los
años setenta y, así mismo, marcaron el colapso institucional generalizado que
amenazaba con extenderse incluso después del triunfo de Correa pero que entro en
reflujo con el llamado a la Asamblea Nacional Constituyente y su puesta en marcha. Es
importante entender este proceso de transición porque en el intervenían al menos tres
componentes decisivos para la evolución del nuevo proceso social y político que ahora
vivimos: la caducidad y el recambio del modelo económico (I), la pérdida de
legitimidad de todas las instituciones del Estado de la mano con la necesidad de una
refundación de la nación en su conjunto (II) y, la necesidad de un nuevo concenso
político bajo la tutela otro bloque hegemónico (III).
I
Si vamos por lo primero, el neoliberalismo y sus efectos en Ecuador — y America
Latina en general —constituyen elementos determinantes que no podemos obviar. Sus
consecuencias a lo largo de casi treinta años han sido realmente catastróficas tanto para
nuestro país como para toda la región. Ya ha pasado más de una década desde que en
America Latina empezamos a evidenciar que las estrategias económicas propuestas por
los gobernantes de ese entonces basadas en este modelo no necesariamente colegía con
el desarrollo de nuestros pueblos y que más bien agudizaba los niveles de inequidad
interna y dependencia respecto de los actores externos de la economía mundial. Las
ideas neoliberales tenían hasta hace poco una amplia y efectiva difusión en el
continente, en casi todos los países sus promotores no se contentaban con dar consejos
de macroeconomía a los gobiernos nacionales, sino que se postulaban como ejecutantes
prácticos en la cabeza de los mismos. De hecho estos gobiernos solo tenían que declarar
el presupuesto del gasto público de cada año para volverse impopulares.
El modelo neoliberal lanzó a la sociedad entera al libre juego del mercado. Auspiciado
por las instituciones financieras del capitalismo global, este régimen presuponía que los
países subdesarrollados no deben escatimar ningún esfuerzo en abrirse al comercio y el
gran capital de inversiones si quieren apostarle al progreso. No obstante la aplicación
práctica de las políticas neoliberales ha estado vinculada a los intereses del capital
monopólico transnacional. La crisis de la deuda en los años‘80 del siglo XX, llevo no
sólo a la década perdida para América Latina, como la denominó la CEPAL, sino
también a que estos países perdieran posibilidad de negociación con los países
hegemónicos, desde entonces países periféricos como el nuestro fueron perdiendo poco
a poco la capacidad de decidir sobre sus intereses económicos propios4. En Ecuador, el
4 El programa central de estas inactivas fue elaborado en el marco del Consenso de Washington,
impulsado por los Estado Unidos, las instituciones financieras internacionales y los intelectuales “Think-
pago de la deuda y las exigencias de liberalización de la economía y los recursos
energéticos locales, exigía cada vez más un recorte del presupuesto general del Estado y
del gasto social, así como la privatización de los recursos más importantes como el
petroleo fundamentalmente. Frente a este modelo agotado, el recambio actual en el
paradigma del modelo de desarrollo apunta a un aumento del presupuesto en diferentes
áreas sociales como salud, educación y vivienda, etcétera; asimismo, sean suspendido
las concesiones hechas a empresas extrajeras sobre las reservas de petroleo nacionales
que estaban en explotación o se están renegociando constantemente. Pero,
paradójicamente, la deuda se sigue pagando al tiempo que ha aumentado el
endeudamiento bilateral y se están pensando todavía en nuevas líneas de crédito con los
organismos multilaterales, esto sin duda implica un retroceso respecto de la soberanía
que se debía ganar frente de las instituciones internacionales de crédito como el FMI y
el Banco Mundial.
Estamos frente a una situación en donde la estructura económica de la sociedad se
mantiene intacta, aunque a pesar de ello se haya producido un recambio en los
repertorios ideológicos y, aún más, aunque se haya operado un recambio entre los
sectores de las élites. El nuevo orden económico va a repotenciar a los viejos cuadros
exportadores e industriales desfavorecidos en el régimen del libre mercado y puestos
antes en vereda por los gamonales tontamente librecambistas de Guayaquil. Debido a
esto es muy difícil hablar de una crisis orgánica de la hegemonía, pues de lo que se
trata aquí es simplemente de una refundición del arcaico sistema democrático-burgués,
por la vía de medios más democráticos, sobre el mismo parámetro económico
estructural.
Tanks” de derecha cuyas argumentaciones neoliberales que sirvieron de base para integrar un amplio
consenso en torno a las reformas de política económica que los países deudores debían tener como
objetivo. Tales reformas tenían que ver con la disciplina fiscal de estos Estados, con recortes al gasto
público y reforma tributaria (incluidos los impuestos indirectos y la ampliación de la base tributaria), con
liberalización financiera que diera lugar a un tipo de cambio competitivo, con la liberalización del
comercio, la inversión extranjera directa, las privatizaciones de las empresas estatales, las desregulación y
protección de los derechos de propiedad. En un nivel global este consenso ideológico también se ve
saturado, aunque éste se vea ahora suplantado por el concurso de muchos intelectuales desarrollistas hasta
hace poco bastardos antes sin una élite a la cual servir, que tienden a reposicionarse en la región, sobre
todo los cepalinos.
Lo que intentaron las élites empresariales reconstituidas en el nuevo periodo fue
aprovechar los flujos políticos novedosamente renovadores de la Asamblea Nacional
Constituyente, revisando ciertas líneas de consensos que en el régimen anterior habían
sido bruscamente rotos; hasta cierto punto ampliando el orden de la exigencia y el
número de los derechos de los ciudadanos, quisieron integrar a los apocalípticos
críticos, a las masas populares y a la pequeñoburguesía cívica, intentando relativizar el
poder del Estado en camino a un fortalecimiento aparente de la sociedad civil con la
conformación de órganos ciudadanos autónomos. A casi un año de terminado el proceso
constituyente esto se muestra difuso, pues las superestructuras políticas no han dejado
de codificarse en razón de la ideología dominante del parlamentarismo burgués: la
democracia de la representación. Pero no es por cierto este el caso del proceso que llevo
a la Asamblea Nacional Constituyente, en otro contexto allí existió una disputa por la
hegemonía que aún puede alumbrar sobre nosotros.
II
Debemos decir que hay cierta co-incidencia entre el declive del modelo económico y la
crisis política interna. de grandes proporciones que en el último periodo entro en
remojo, pero que con el triunfo del gobierno de Correa se vuelve a avivar. Esta crisis
está relacionada directamente con el sistema de partidos de un lado, y con la crisis
general de todas las instituciones del Estado, por otro. El desgaste de los partidos
políticos es el corolario de la crisis de legitimidad, pero no puede confundirse con ella
debido a que esta crisis contiene muchos otros factores que atentan esencialmente contra
la idea misma del Estado: la deslegitimación de la justicia, la perdida de confianza en
las instituciones de seguridad social, la escaza credibilidad de los gobernantes, la
imposibilidad de los consensos sobre los grados de participación ciudadana en el
Estado, etcétera, conforman un campo que rebasa la crisis de los partidos políticos y lo
lleva a una situación amenazante de disolución. Sin embargo, el funcionamiento del
régimen de partidos ecuatoriano ha sido el foco más visible de la decadencia de la vida
institucional del país. Los partidos como tal funcionan bajo una doble contingencia, a
primera vista aparece el hecho de que son instituciones políticas garantizadas por el
régimen de la democracia representativa legalmente constituida, pero a la vez en la
medida en que no son totalmente legales, tienen que asumir posiciones sobre la
legitimidad y buscarla en la sociedad. Como se dice tienen un pie en el Estado y otro en
la sociedad. En la crisis de los sistemas de representación política en lo que toca a los
partidos, es esta exclusividad de la representación la que se ha venido a bajo. A este
respecto se podrían esbozar algunas instancias: el sistema de representación nunca
produjo ni dio paso a otros tipos de organización política; los partidos no fueron los
auténticos canales para el procesamiento de las inquietudes democráticas de la sociedad,
y por último, internamente nunca produjeron el asentimiento democrático de sus bases
lo que les llevó a burocratizarse y pasar a depender de una sola cabeza carismática, que
pronto se convirtió en su dueño absoluto: el PSP, la DP, la ID, son la muestra fehaciente
de este proceso.
El problema de la legitimidad de todas las instituciones roza en cambio otros factores,
uno que hay que destacar sobre manera es la despertenencia de la ciudadanía respecto a
sus gobernantes, tres presidentes han sido derrocados con presiones masas que en el
caso de Gutiérrez se llevó por delante tambien al congreso. Si apostáramos por una
periodización de la crisis política e institucional ecuatoriana de los últimos años sin
duda que tendríamos que extender la revisión histórica por lo menos hasta mediados del
gobierno de Duran Ballén, en donde las denuncias de corrupción se volvieron
galopantes y llegaron a las instancias mismas de gobierno cobrando su primera victima
en el Vicepresidente Dahik, quién tuvo que dimitir del cargo y fugar del país por
denuncias de malversación de fondos. Alexei Páez también identifica la crisis
institucional de este periodo con la salida de Dahik, pero así mismo afirma que ésta
continúa con la caída de Bucaram y sigue con la crisis de Mahuad, continua nuevamente
con Gutiérrez en una serie de sucesiones que revelan una dimensión estructural de crisis
orgánica del régimen político. Sus consideraciones sobre esta época llegan a veces a ser
alarmantes: esta crisis –dice él– tiene tres dimensiones: una crisis del sistema político,
del sistema de partidos, una crisis de credibilidad institucional, las instituciones ha
perdido sustento en la población y credibilidad en la población y existe anomia, existe
una situación general de inseguridad jurídica de dominación que han colonizado las
instituciones del Estado de una manera que afecta la existencia misma de la comunidad
nacional y ponen en vilo las relaciones de la sociedad con el estado y la viabilidad
misma de la sociedad y el estado a futuro.
Frente a este escenario caótico el triunfo Correa representa un quiebre en las
expectativas de los neoliberales y de la derecha de los antiguos partidos políticos. El
llamado a la Asamblea Nacional Constituyente que fue propuesta en la campaña de
Alianza País, recogía el llamado y la exigencia de las mayorías olvidadas del viejo
acuerdo político a refundar el país. Una vez terminada la Asamblea y elaborado el
nuevo proyecto de Constitución nos toca evaluar si estas exigencias han sido recogidas.
A lo que estamos avocados ahora no es tanto a una reforma, sino a un recambio general
del horizonte de la política. En materia de derechos y de participación a primera vista la
Nueva constitución que aprobaremos o desaprobaremos este 28 de Septiembre, se
muestra bastante amplia y sensible al nacimiento de una nueva relación sobre la política
y reconstituir los espacios de la sociedad en el Estado, hay pues una nueva legalidad de
cuño más ciudadano. De igual forma en lo que respecta al régimen de representación y
la constitución del Estado, las reglas de juego interno han cambiado. Y que decir de las
reformas económicas sociales en beneficio de las mayorías que desde hace rato estamos
empezando a sentir. Sin embargo hay limitaciones que tambien deberemos señalar como
el que por ejemplo, sigamos encaminados un modelo extractivita, que llevará al Estado
potencializar la explotación de petróleo y demás minerales. Esto se prevé tenderá a
confrontar a muchas comunidades locales que viven sobre el subsuelo de estos recurso
con los intereses del Estado; sin embargo, como tambien se han ampliado los marcos de
la desobediencia civil hasta el punto de constitucionalizarlos, podríamos asistir a
escenarios donde el Estado deberá abrirse al libre juego del conflicto que tendrá en otro
polo a las comunidades afectadas con igual grado de legalidad. Lo que importa y esto es
lo que se ha propuesto en el ideario de la Constitución 2008, es que la legalidad de las
acciones deberá inembargablemente y constantemente reconstituirse en la sociedad. En
cualquier caso, en lo que sigue intentaremos profundizar en todos estos aspectos.
1. La irrupción de la conciencia social ecuatoriana frente al viejo orden político
Una irrupción que significa simplemente cuestionamiento del viejo orden político y de
todas las instituciones del Estado. La democracia representativa se vio agotada en el
régimen de partidos y en el caduco y pícaro sistemas de elecciones que hacía por
ejemplo, de juez y parte en el proceso de elecciones, lo que desacreditaba cualquier
indicio de legitimidad o algún tipo de correspondencia entre la votación y las
expectativas de los electores y los candidatos electos. En este sentido la ANC funcionó
como ente purificador dentro de la democracia representativa y puso un freno a esas
acciones de legalidad desenfrenada. En términos del reconocimiento de los distintos
modos de darse lo político, el concepto absoluto de democracia representativa fue
reconfigurado: a nivel del funcionamiento de la participación electoral, de la
participación de los actores políticos organizados y sobre los mecanismos de
exigibilidad de los derechos de participación. En suma se ha expandido las fronteras de
la normatividad y la legalidad y se la incardinado en los problemas de la legitimidad.
Crisis de legitimidad de la democracia representativa
Formalmente se ha pensado que la idea democracia está adscrita únicamente a la
existencia de los partidos, como si los partidos políticos fueran los únicos garantes de la
democracia, como si con su mera existencia bastaría para hablar de si un régimen es
democrático o no. Esta ha sido la idea corriente que se ha sostenido en el Ecuador desde
los años del llamado retorno a la democracia a finales de la década de los setenta. Ante
esta alternativa es preciso entonces que distingamos entre la crisis total que vive el
sistema democrático vigente hasta hoy y la bancarrota de la partidocrácia. Ocupémonos
primero legitimidad perdida de la democracia representativa en su conjunto.
Cuando hablamos de crisis de legitimidad estamos hablando de un déficit, de un
desfalco en el sistema de representación. Pero tambien hablamos de la disolución de los
actores capaces de ofrecer esa legitimidad. Y es que construir legitimidad no es
únicamente ganar adeptos para una apuesta a nivel de la política, sino ampliar los
contenidos desde la participación del conjunto de los ciudadanos. La democracia
representativa ecuatoriana, regida por los partidos, nunca intentó ampliar los marcos de
agenciamiento diverso a nivel de los actores que hubieran garantizado el buen
funcionamiento de las instituciones. Más bien funcionaba clientelarmente, y cuando
esas expectativas entre las masas de electores no eran satisfechas los organismos de
representación entraban en crisis. Lo que produjo el agotamiento de la democracia
representativa no es más que una tendencia catastrófica en la que por un lado la
sociedad se aislaba cada vez más de la política y el Estado organizado a través del
secuestro de los partidos subsumía aún más a un más los últimos reductos de la
legitimidad. Vivíamos bajo un régimen en cual la sociedad y el Estado estaban
divorciados. La historia de los últimos años en Ecuador ha demostrado esto. A
continuación haré un recuento de cómo fue progresivamente instalándose en el país una
suerte de anacronismos entre la vida institucional y la lógica fantasmal de la sociedad
ausente de todo.
Pongamos por limite del periodo a analizar el proceso de reforma y transición políticas
encauzadas por Alarcón, entre los meses de mayo y julio de 1998 en las que se llevaron
a cabo elecciones presidenciales, que tenían como favoritos Jamil Mahuad (DP) y
Álvaro Noboa (auspiciado en ese entonces por el PRE). Ambos políticos de la derecha
que no representaba contradicción mayor respecto de su programa de gobierno. El
primero de ellos, hasta ese momento alcalde de la ciudad de Quito, fue el vencedor en
los comicios, al obtener el 51,27% de los votos, un 2,55% por encima de Noboa, que
logró el 48,72%. Con una abstención que abstención rondó el 30 por ciento. Lo
importante de estos comicios no fue únicamente el alto grado de abstención que tuvo
sino el marcado fenómeno de que se trataban de votos totalmente regionalizados en su
distribución. Esto es así debido a la escaza representatividad que pudieron alcanzar los
partidos políticos a nivel nacional y así mismo debido a la ausencia de un proyecto
nacional que sólo postulaba en tal caso caudillos locales que tenían votos confiscados en
sus provincias. Sin embargo con el actual gobierno esa realidad parece modificarse en la
medida de que los últimos procesos electorales le han dado una votación nacional
inaudita en la historia del país que no es comparable siquiera con el proceso de masas
que consagro la victoria de Roldós.
Para no desviarnos, como se sabe el gobierno de Mahuad terminó depuesto por una
multitud que le reclamaba debido a sus políticas económicas neoliberales, terminando
su periodo con Gustavo Noboa. Pero es sorprendente que en las inmediatas elecciones
seccionales del 21 de Mayo 2000, si bien hay una fortaleza indiscutible de la
socialdemocracia tradicional (ID), al menos Pichincha, no muestran todavía un
recambio en las preferencias del electorado tomando en cuenta que el depuesto
presidente Mahuad y su partido habían sido los grandes perdedores de la movilización
social de 2000; así p.e., en las elecciones promovidas para elegir y designar al nuevo
alcalde, los datos atestiguan que Izquierda Democrática obtiene con Paco Moncayo
como candidato el 58,61% (405.077 votos de 691.133); pero los votos a favor por
Roque Sevilla de la DP alcanzan sorprendentemente un 32,25% (222.899 del total de
los votos sin contar nulos y blancos); estas dos tendencias fueran las más votadas.
Estos datos muestran dos parámetros importantes que hay destacar sobre el tipo de crisis
que tuvimos enfrente en los últimos años: las crisis políticas que se sucedieron hasta
Mahuad eran del tipo que podían resolverse en el orden de las instituciones es decir que
eran perfectamente absorbibles por el sistema en su conjunto; en tanto que la crisis que
inaugura la caída de Gutiérrez, con las consecuencias desastrosas que tuvo para la
izquierda, proyecta otros sentidos que van desde la crisis del sistema de representación,
pasando por el declive de las instituciones (sean, Congreso Nacional, Tribunal
Constituciones, Corte Suprema de Justicia, etc.,) hasta las exigencias de un cambio en el
programa económico. Pero aún así el proceso tuvo que demorar para que los partidos
políticos se ganasen el rechazo de la población.
En las elecciones del 20 de octubre de 2002 ocurrió un hecho importante resultó
ganadora la candidatura de Lucio Gutiérrez, el cual estaba apoyado por una naciente
capa de militares progresistas del 21 de Enero, el Movimiento de Unidad Plurinacional
Pachakutik-Nuevo País (MUPP-NP) y ademas contaba con el apoyo de diversas
organizaciones populares y de izquierda. Si se piensa el la naturaleza progresistas de los
actores que auspiciaban la candidatura se puede dar cuenta de que esos votos fueron por
la izquierda, pero prontamente la alianza se mostró incapaz de sostenerse y rompió con
semejantes consecuencias duras para los movimientos sociales y que no decir de los
partidos políticos de izquierda que lo apoyaron. Gutiérrez recibió el 20,3% de los
sufragios emitidos frente a Álvaro Noboa, candidato del PRIAN, que obtuvo el 17,4%.
Ambos concurrirían a una segunda vuelta donde Gutiérrez logró el 54,3% de los votos,
convirtiéndose en presidente electo. Lo que importa en los resultados de estas
elecciones es que la diferencia es muy estrecha, que aún ese momento la disputa entre
los proyectos neoliberales y los partidos que los apoyaban no daban camino a reformas
políticas de otro cuño. Y esto es más radical en algunas ciudades como Quito, que era
hasta hace poco el centro de lucha política por excelencia del Ecuador. En estas
elecciones curiosamente quien ganó con una buena distancia del resto de candidatos es
Rodrigo Borja de la ID con un 32,68 % (256.934 de 786.278 votos validos); los
candidatos que le siguen son Lucio Gutiérrez con 170.073 votos o sea el 21,63 %; León
Roldós con 137.314 es decir un 17,46 % del total de los votos validos y Álvaro Noboa
con 71.992 votos o sea con un 9,16 % de los votos.
Esta votación registra al menos tres parámetros: uno, la ID mantiene hasta 2002 una
votación fija y de preferencia mayoritaria en el electorado quiteño lo que también se
manifiesta como veremos en la elección de diputados; dos: Álvaro Noboa en estas
elecciones como en las pasadas (1998) y futuras hasta la de 2006 jamás ha podido
consolidar un electorado fijo en la capital de los ecuatorianos, en las tres ocasiones en
las que ha participado, por lo que concierne a Quito, siempre ha sido derrotado, incluso
cuando el electorado quiteño hubo de manifestarse en la segunda vuelta electoral su
voto se inclino por Gutiérrez que no era un candidato de preferencia mayoritaria entre
los quiteños; tres: Gutiérrez no logra en Quito para la primera vuelta una simpatía
considerable por parte de los electores, Borja lo adelanta con una diferencia de once
puntos.
Esto se debe en parte a la fragmentación de los votos, la ID al reflejar un discurso de
moderación y cordura, de estabilidad y democracia pudo hasta ese entonces captar la
votación de aquellos sectores también moderados situados en las clases medias quiteñas
(esto último se guarda la reserva de una hipótesis); esto también atestigua el poco
favorecimiento que esas masas votantes tenían por el candidato de la izquierda,
Gutiérrez. Pero como se sabe la revuelta de Abril de 2005 se llevo a todos por delante
con lo que puso a rediscutir los viejos paradigmas sobre los partidos tradicionales y su
“tradicional” capa votante. Aquí, no obstante, hay que evidenciar un rasgo que sólo
después con el triunfo de Correa se puso de manifiesto claramente: los electores, más
allá de las propias características de los nuevos líderes favorecidos por ellos, en las de
las últimas elecciones siempre se han manifestado a favor de alternativas a los partidos
políticos tradicionales.
Pero el continuo avatar de las instituciones políticas ecuatorianas y del sistema de
representación en particular sólo es problemático por que principalmente han sido las
movilizaciones populares las que han degrado esas superestructuras. Así de la mano de
las persistentes crisis también tenemos una constante e intensa movilización popular que
la provoca. Según un cuadro estadístico elaborados por diario “El Comercio” y “EL
Universo”, podemos evidenciar que entre noviembre de 2004 y enero de 2005, el
número de conflictos se incremento de 31 a 45. Que entre los géneros de conflicto más
problemáticos el laboral a un 18,54 constituía el segundo mas frecuente después del
conflicto cívico -este fenómeno obedece al escenario republicanista cívico que
anticipaba al forajidismo- que ocupaba 44,3% del total de los conflictos generados. Y
por último que entre los sujetos del conflicto mayormente destacan los sectores ligados
gremios laborales y estudiantiles.
Estos sectores son algo constantes en el fenómeno callejero de las luchas de clases del
país en estos últimos tiempo, pero lo son menos que antes, pues el mapa del conflicto de
la luchas de clases se vio ensanchado por el aparecimiento de nuevos antagonismos que,
como es lógico, suponían otros actores. Esto nos lleva a una consideración del estado
actual de los movimientos sociales. La desestructuración del viejo régimen cepalino
industrialista por parte del Neoliberalismo también causo un recambio en las fuerzas
sociales del conflicto. El antiguo sistema de desarrollo prefiguraba un patrón de
conflicto ubicado en la contradicción obrero-capital y campesino-capital; con el
neoliberalismo y la consecutiva ampliación del sector de servicios el sector ligado al
trabajo se diversifico fuertemente y la consiguiente informalización trabajo producto de
las leyes de flexibilización laboral debilitaron a los sindicatos. Los trabajadores
campesinos involucrados con el gran éxodo del campo a la ciudad que caracteriza a los
años setenta, no tuvieron en su mayoría sino el camino de la marginalidad. En términos
políticos estos sectores al perder toda referencia con la nueva realidad económica se
vieron desarmados en su capacidad de resistencia y difícilmente pudieron volver a
ofrecer la oposición de los años ‘70 y ‘80 en los que se habían consolidados incluso
como únicos ejes articuladores de las manifestaciones populares.
El nuevo escenario político del Neoliberalismo diversificó los actores del conflicto en la
izquierda. Para los años noventa el escenario real del conflicto se enmarca en la lucha
contra el Neoliberalismo con un actor que, por lo menos en Ecuador, resultaría
determinante en la historia política de los próximos diez años, me refiero al movimiento
indígena articulado en la Confederación de Organizaciones Indígenas del Ecuador
(CONAIE): “este movimiento indígena ecuatoriano que en los noventa es uno de los
primeros en América Latina que levanta en un programa étnico-cultural, reivindicando
su carácter de pueblos y nacionalidades descendientes de las culturas originarias,
portadores de formas particulares de entender las relaciones de los seres humanos
entre si y de estos con las la naturaleza” (Hidalgo, 2001: 56); es el que articuló la
resistencia ante la arremetida neoliberal y marco la pauta del corroimiento del sistema
político ecuatoriano; con su continua persistencia en la exigencia de un estado
plurinacional y abriendo el marco de las demandas le mostró sus debilidades y sus
insuficiencias. El movimiento indígena mantuvo la vanguardia de los procesos de
resistencia por más de diez años hasta que advino el periodo de reflujo ocasionado por
su participación en el gobierno y las consecuencias del entrismo político de los
gutierristas en el interior de sus bases. Las diversas tácticas clientelistas y
asistencialistas de Gutiérrez anexaron entre sus diversos sectores del indigenado de las
regiones del Oriente y la Costa ecuatoriana.
El último rebrote del movimiento indígena tuvo lugar depuse de que se consumara la
alianza con el gobierno de Gutiérrez y que su giro hacia el neoliberalismo y la derrocha
fuera un echo. Las movilizaciones en contra de Gutiérrez empezaron a finales de 2004;
producto del desarme y repartición de las instituciones del Estado fundamentalmente de
la Corte Suprema de Justicia, que con nuevos magistrados permitieron el retorno al país
de Bucaram y Dahic, la insatisfacción popular se generalizo; el indigenado y la
izquierda tradicional salieron a las calles pero no tuvieron éxito ya que el recuerdo
latente de su participación en el gobierno les restaba toda legitimidad.
Es en estas circunstancias que se produce una movilización social cuyo eje central es la
moralización del sistema político. Se trata de un discurso políticamente ambiguo, pero
que sin embargo posibilita la confluencia de sectores medios de la población
generalmente reacios a asumir posiciones políticas más radicales. El gobierno trata en
primera instancia de invisibilizarlos y mas tarde las deslegitima al aducir que en
realidad se trata de un grupo de de “forajidos”. Sea lo que fuere estas movilizaciones se
prendieron en sectores autónomos constituidos por clases medias arraigadas en Quito
que se manifestaban “nocturnamente”. De esta manera los juicios éticos y de moralidad
pública sustituyeron a las viejas consignas clasistas o de otro género. Al inicio de la
movilización contra Gutiérrez, la población de Quito estuvo aglutinada en la coalición
denominada Asamblea de Quito, en la cual tuvieron protagonismo las autoridades del
municipio y la prefectura (la alianza ID-Pachakutik) y otras organizaciones ciudadanas
que en sus nominaciones, apelativos y manifestaciones recalcaban un discurso de la
ciudadanía visto desde las obligaciones y el valor de la democracia. Sin embargo, el
fracaso de la Asamblea se produjo a raíz del paro a medias decretado por la prefectura
de Pichincha para el 13 de abril. Desde allí se hizo evidente la honda crisis de
convocatoria, articulación y representatividad de la ID y Pachakutik y de la otrora
poderosa CONAIE, que se sumo al decreto. Parecía que tras la derrotada Asamblea de
Quito, venía la muerte de toda forma de movilización. Sin embargo, en esos días se
gestó una original forma de protesta que no podría denominarse un movimiento, pues
carece de ideología, agenda y liderazgo central. Fue una protesta espontánea y original
que se basó el más variado despliegue de símbolos, manifestaciones artísticas, leyendas
creativas que apelaban a lo nacional y a la quiteñidad, que reflejaban una opinión
política madura, y que levantaban como objeto de lucha a temas que nunca antes -por lo
menos en los últimos años de democracia habían sido factor de protesta: la dignidad, la
institucionalidad democrática perdida, etc. Derrocado Gutiérrez, el forajidismo, sin
mayor posibilidad de articular por sus propios límites un programa alternativo, tuvo que
morir. Lo que tuvimos luego fue el advenimiento de un gobierno, que nacía
directamente de las cenizas de la crisis y que por exigencia popular, ofrecía profundas
reformas que con el pasar de los meses y por la debilidad movimientos de izquierda se
fueron enfriando hasta quedar en nada. El gobierno cayo presa de un congreso en
desorden y sucumbió ante sus prerrogativas.
Todos estos dimes y diretes de la democracia representativa son necesarios conocerlos,
pero de este breve recuento debemos sacar algunas conclusiones finales. La crisis de la
democracia representativa se refleja primero bajo el aspecto de una inconformidad y
descontento con los gobernantes y sus políticas, a la par con una creciente desconfianza
con el sistema en cuanto tal; tambien, que de alguna manera este enrevesamiento tiende
a cuestionar a sus actores en ambos bandos, tanto la derecha como la izquierda fueron
arrasados por la movilización de masas que cada vez ponía en el abismo a la institución
y aún más, y esto es para alarmarse, a la misma política. La política dejo de ser vista
como el vínculo posible entre seres que viven en sociedad. El movimiento forajido que
promovió la fiebre casi anarquista del “que se vayan todos” es la expresión completa de
una anomia al que nos llevó la demoraría representativa vigente. Parte de los desafíos
después del triunfo de Correa debía empezar por reencantar la política, y el llamado a la
Asamblea Constituyente parece que le devolvió ese horizonte a la población
ecuatoriana. Ahora nos enfrentamos a otros desafíos en los cuales se están abriendo los
plexos democráticos e institucionales a partir de una nueva legalidad en el que la
cuestión de la legitimidad se ha puesto otra vez al orden del día, pero ya no desde la
crisis sino desde la prospectividad que pueden generar los nuevos actores que
revitalizaran las viejas demandas populares; las aspiraciones de justicia tenderán hacer
más radicales, siempre teniendo en cuenta la lección de la crisis que tiende a enseñarnos
que democracia no es solo derecho a elegir y ser elegidos, que no es solo libertad de
propiedad y de empresa sino tambien un medio fuerte para alcanzar la igualdad y la
equidad.
Descrédito de la Partidocrácia
Este es un fenómeno nuevo que empata con la crisis de legitimidad de la democracia
representativa, pero que como hemos dicho no lo agota. No obstante, es importante
señalar que la identificación de los partidos políticos tradicionales con los males de la
sociedad, fue el quid pro quo del desbalance total del sistema. Digamos que fue como
esa veracidad innegable con la que comulgaban todos, pero no estaban dispuestos a
cuestionarla pues en verdad el sistema de partidos había constituido el norte
democrático de toda la sociedad. En la movilizaciones de Abril de 2005 muchos se
cuestionaban incluso así mismo: “Podemos echar al Presidente, pero si echamos al
congreso que va a pasar…” o tambien “Esta bien que se vayan todos, y luego…”. En
realidad a lo que estábamos avocados el 20 de Abril, no era más que al cuestionamiento
del nexo propio de la democracia representativa: los partidos políticos.
El declive de los partidos políticos se explica por una multitud de variables de las que
hay que decir que aún tienen naturaleza regional, en la medida de que la mayoría de
partidos había logrado sustentar el clientelismo del voto en sus regiones y provincias
dado el caso de que los forma de distribución del voto era más o menos el PSC, el PRE
y el PRIAN en la costa , y la ID y la DP en la Sierra, y después el PSP en la amazonía;
pero en general obedece al mal manejo de las instituciones y puso de manifiesto,
digámoslo de nuevo, la crisis general que padece el actual sistema de representación.
Asimismo a que la población observa la evolución de los mismos como garantes del
orden construido con el que la mayoría se haya inconforme. Los partidos políticos
tradicionales al mantenerse sujetando la estructura del actual sistema de representación
tendieron autoliquidarse ante sus propios electores, pues lejos de obedecer a sus
mandantes, como estructura se subordinan a los grupos de poder ha los cuales
pertenecen. En los partidos llegó a encuadrarse una lógica de corporativización de
intereses, compromisos y servicio a grupos y sectores de poder con intereses privados,
los cuales hicieron perder la noción de lo público en el Estado.
Pero fueron las elecciones de 2006 pusieron en vereda a los partidos políticos
tradicionales, el castigo de la población hacia ellos fue masivo, aunque hallamos tenido
después un congreso con mayoría de derecha, que más popularmente conocemos como
el “Congreso de los manteles”. Después de todo, la población ha estado acostumbrada a
votar no por proyectos sino por personas, por lo que no es de esperar que partidos como
el PSP y PRIAN reaccionen ante ellos como podrían hacerlo ante las figuras del PRE,
del PSC, de la DP o ID. Al triunfar Rafael Correa se reavivaron las motivaciones por el
cambio de la mano de una Asamblea Constituyen que fuera capaz de refundar el País
limpiando las instituciones. El cambio no significaba otra cosa para la población que la
posibilidad de un orden político, y no importaba cual fuera este, que estuviera fuera de
toda los partidos políticos tradicionales. De hecho uno puede apresurarse a decir que en
general todos los votos obtenidos en la candidatura presidencial de Rafael Correa,
fueron votos en contra de los partidos. Pero hemos mejor de analizar cuales son los
cotos puesto a cualquier indicio para el funcionamiento del viejo régimen en la
Constitución 2008, que elaboró la Asamblea de Montecristi.
1.3 La Asamblea Nacional Constituyente como antídoto al viejo orden político
A este punto queríamos llegar. Mas allá de que la ANC sea y represente en sí mismo
una catarsis para el sistema político en decadencia de los años anteriores, es preciso que
develemos como su llamamiento empezó liquidar el regionalismo y el clientelismo
político con el que funcionaba el sistema de representación. El llamamiento al
referéndum para la convocatoria a la ANC en marzo del año pasado obtuvo cerca del
82%, siendo que en la conformación de la Asamblea en las elecciones para asambleístas
en septiembre llego al 66.11 % a favor de la bancada de Alianza País. Esto de alguna
manera resulta sintomático, pues se abre la posibilidad de llegar por primera vez a
construir un proyecto nacional en su conjunto. Y téngase presente que la votación
mayoritaria a favor del llamado a la ANC, no fue necesariamente un gesto de apoyo al
presidente exclusivamente, sino un ajuste de cuentas contra la viejo país y los partidos
políticos tradicionales. Pero aún más el triunfo mayoritario del partido de gobierno
representó la primera posibilidad para liberar la representación política del
estancamiento regional al que estaba expuesto la voluntad popular, que era el
fundamento para el chantaje político sobre cualquier gobierno. Los partidos políticos se
afincaban en sus regiones como mandantes supremos tanto a nivel local como a nivel de
las relaciones con el Estado. Estos chantajes los conocemos: uno, a nivel del propio
congreso, y otro, a nivel de la distribución del presupuesto. Los partidos tradicionales
dominaban en los dos instancias de elecciones consagradas en el régimen electoral, si
como se veía antes ninguno de ellos llegaban a constituir bloques nacionales en el
antiguo Congreso Nacional, bastaba con que a nivel de las alianzas sobre sus intereses
afines hicieran mayoría, para chantajear al gobierno de turno y recibir canonjías en sus
beneficios, no de otro modo funciona la mayoría PSP-DP-ID en los últimos diez años;
asimismo en las elecciones intermedias, bastaba con que obtengan una votación fuerte,
para presionar de sus regiones al gobierno en busca de una mayor tajada sobre el
presupuesto nacional del Estado. Con los riesgos que esto conlleva para la
diversificación de las organizaciones políticas que hasta ahora han sido absorbidas por
País, es muy probable que esto marque la horabuena del sistema de representación
política y la democracia. Una de éstos de estos nuevos horizontes lo marco la Asamblea
Constituyente, constituida por una mayoría absoluta bastante democrática.
Otro aspecto que queremos destacar es la gran participación a la que dio acogida la
Asamblea, según los datos provenidos por ella, se realizaron 18 foros en varias ciudades
del país promovidas por la Asamblea, con una participación 11.130 personas. De los
que llegaban a Ciudad Alfaro, 70.000 personas fueron recibidas por todos los
Constituyentes; 150 propuestas se han entregado a la Presidencia de la Asamblea, 1000
directamente en las mesas y 1.574 a través de su website. De camino a esto, gran parte
de los proyectos promovidos por varios sectores, han sido incorporados en el actual
proyecto de Constitución, sobre todo en el área de Derechos. Sin embargo, quiero hacer
hincapié ya en los asuntos propiamente democráticos, en los nuevos mecanismos de
garantías que se establecen en la Constitución 2008 respecto de los contrapesos de
poderes y la participación ciudadana.
Uno de los problemas internos del anterior funcionamiento de las instituciones del
Estado estaba dado por la intensidad de una lucha jurídica y constitucional por parte de
la función legislativa y ejecutiva que entraban fácilmente en conflicto. Pero el Congreso
no tenía la posibilidad de enjuiciar políticamente al presidente y pedir su destitución, ni
el Presidente tenía la posibilidad de confrontar con herramientas de legalidad al
congreso, lo que llevaba a una pugna de poderes que terminaba con la impopularidad de
ambos en el con junto de la sociedad (véase Art. 132 y 150, de la Constitución 2008).
En el actual proyecto de constitución se le devuelve al legislativo la posibilidad de
destituir al Presidente, una de las funciones que le había quitado la constitución del 98,
pero así mismo, se le dota al ejecutivo de la posibilidad de disolver la Asamblea
Nacional por una sola vez después de tres años de iniciado el mandato presidencial,
pero en ambos casos el Consejo Nacional Electoral deberá llamar a elecciones
inmediatas. Este mecanismo se conoce como la “muerte cruzada” e implica un criterio
de tolerancia en el desarrollo de las relaciones entre ambas funciones en cual el llamado
a enjuiciamiento o la disolución de la Asamblea respectivamente, será dará en casos
extremos como lo especifica el libro constitucional. Con esto se hace más responsable a
cada una de las funciones respectos de los marcos de acción de sus poderes.
Es de nuestro interés tambien destacar el papel de las dos nuevas funciones que se
crean. El viejo Tribunal Supremo Electoral, pasa a cumplir el papel de una nueva
función. La Función Electoral estará compuesta Consejo Nacional Electoral y el
Tribunal Contencioso Electoral, estos organismos reconfiguran el régimen de
representación y de elecciones. Ya no ocurrirá lo que ha sucedido hasta hoy en donde el
los vocales del TSE que estaban designados por los partidos políticos más votados, eran
tambien los que dirimían en épocas de elecciones, siendo juez y parte interesada a la
vez; es de ver que en una situación tal la amenaza del fraude electoral estaba a la puerta
del día. Con la nueva Función Electoral se pretende que el Consejo Nacional Electoral
sea como tal el que organice las elecciones, mientras que el Tribunal Contencioso,
imparta la justicia electoral. Asimismo los miembros de esta función serán nombrados
por la Función de Transparencia y Control Social, que tambien se crea.
La Función de Transparencia y Control Social es quizás la herramienta legal más
innovadora dentro del proyecto de nueva constitución (Ibid., Art. 204-210). El régimen
de participación que se avizora tiende a devolver a la ciudadanía el poder decisión que
el delegacionismo político confió a los partidos políticos, de la cual el común citoyen
fue enajenado. El sistema de elecciones anterior sólo pedía la participación de la
ciudadanía en épocas de elecciones, sin duda que esto tambien exigía por parte de los
partidos políticos cierto asentimiento a los intereses de sus electores, pero esa no ha sido
la tendencia. La nueva Función, en cambio sitúa en un tiempo más constante los niveles
de participación; a través del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social,
fomentará la participación ciudadana, generará mecanismo de control social e incluso
tendrá la capacidad de designar autoridades importantes, como Procurador y
Superintendente, Defensor del Pueblo, Contralor, Fiscal General, a los miembros de la
Función Electoral, etc. Estará conformada por siete Consejeros (as), principales y siete
suplentes, que serán electos por un concurso público de merecimiento, y con veeduría
ciudadana en casos de impugnación, a cargo del Consejo Nacional Electoral. Lo que se
logra con esto es evidentemente reducir los índices de intervención del antiguo poder
legislativo dominado por los partidos, que en muchos casos cuando se trataba de
designar autoridades de control, era proclive de dolo, corrupción y nepotismo.
De algún modo esto podría verse como un modo de estatizar a la ciudadanía, de
constitucionalizar el conflicto, etc. Pero esta función en la medida en que tiene un
caldeo ciudadano, un agenciamiento ciudadano, no podrá fácilmente reabsorberse en el
puro poder del Estado o en la famosa Razón de Estado, necesariamente debe abrir la
puerta de la participación, esto es esencialmente su sentido de ser. El que esta función
tenga la forma de la legalidad, no es tanto el problema pues su grado de
empoderamiento por parte de la ciudadanía, depende del nivel de legitimidad que ganen
en la sociedad los distintos actores o movimientos sociales participantes. El problema ya
no está en la legalidad sino en la legitimidad y en modo en que los concursantes habrán
de ganarse la confianza de los ciudadanos. Pero esta aura democrática de los niveles de
participación, incluye todavía la participación de la ciudadanía en todos los niveles de
gobierno locales para la toma decisiones en el sistema de desarrollos que emprenderán
estos gobiernos descentralizados (Ibíd.. Art. 100); esta figura se conoce como la “silla
vacía” , esta silla estará ocupada por un representante ciudadano que participará en el
los debates y más aún en la toma decisiones, la designación de este representante se
estima se de por medios veedurías, asambleas, consejos consultivos, cabildos populares,
etc.; otra vez aparece el tema de la legitimidad: quien la quiera ocupar va a e tener que
ganar primero legitimidad y terrenalidad en el apoyo ciudadano sobre sus probidad y
proyecto político.
Por último, aparece dos figuras muy complejas que podrían enmarcarse en la
perspectiva de una democratización radical de la sociedad: hablamos del DERECHO a
la RESISTENCIA (Ibíd. Art. 98) y del reconocimiento de la Democracia Directa (Ibíd.
Art. 103). Vayamos por lo primero, el Derecho a la Resistencia, es una suerte de
ampliación de los marcos del Estado Burgués de Derecho, es una ampliación de los
horizontes de tolerancia de la desobediencia civil en el marco del régimen legal del
Estado. Sin embargo, los motivos por los cuales las personas se sienten el la necesidad
de practicar este derecho, pueden ser individual o colectivos, no son asuntos puramente
legales, sino que, digámoslo nuevamente, competen cuestiones de legitimidad.
Cualquier llamado a la resistencia debe medir su capacidad universalista en la cual los
principios movilizaros logren integrar un conjunto cada vez mayor y representativa de
demandas, como pueden ser la justicia, la defensa de los derechos humanos, la
salvaguarda de reservas naturales frente a la explotación indiscriminada de petroleo, la
misma objeción de conciencia, la defensa de la expresión y del vestido, etc. En fin se
trata de quienes lo ejerzan, individual o colectivamente, graden sus demandas propias
con las del conjunto de la sociedad en donde deben ganar legitimidad. Los métodos de
Democracia Directa incluidos en el proyecto de Constitución 2008, afectan en cambio a
la legalidad en sí misma. Está prevista como una “iniciativa popular” que es de tipo
normativos, esto es, en términos del afianzamiento de los derechos, prospectiva. Y,
previo respaldo del 0,25 de las personas inscritas en el padrón electoral de la
jurisdicción correspondiente, tiene la posibilidad de derogar cualquier norma jurídica
que haya sido expedida por el Legislativo o cualquier otra entidad normativa. Lo más
importante es que existen Garantías Constitucionales que harán posible la exigibilidad
de estos derechos, que se harán visibles y viables por los medios de la Corte
Constitucional, un organizamos de resolución legal de conflictos que tambien se está
creando. Esto le devolverá a la ciudadanía la posibilidad de intervenir en los asuntos
importantes de la vida política nacional, por ejemplo, problemas como las autonomías y
la descentralización, el aborto, el modelo extractivista de Desarrollo, que seguramente
no serán resueltos con la simple aprobación de la Constitución de Montecristi, tendrán
la posibilidad de volver a plantearse de otro modo en la palestra pública.
A modo de cierre, podríamos decir que la ANC y el proyecto de la nueva constitución,
sin el ánimo de tomar partido por nada, han cambiado el marco de acción de las
competencias entre legalidad y legitimidad. La crisis de la democracia representativa y
la consecuente bancarrota de los Partidos Políticos, que llamara el Presidente Correa: la
Partidocrácia, fue producto de la absorción de la legitimidad por parte la estructura
normativa de la sociedad. Pero ésta absorción de la legitimidad no es tanto un problema
como una ausencia de la voluntad ciudadana. El proceso de deslegitimación de las
instituciones ecuatorianas, no está dado porque los grupos organizados existentes o
simplemente el espontaneismo de la sociedad las hayan tirado abajo, sino porque la
legalidad estaba ausente de voluntad ciudadana, porque sin el afianzamiento de
legalidad en la sociedad esta voluntad asimismo no podía existir. Es por ello que el
ejercicio ciudadano previsto entre las tareas de la Función de Transparencia y Control
Social y en el nuevo régimen, tienden a incorporar a la sociedad no desde la mera
inclusión bajo la conciencia desde los derechos que el Estado podría garantizar, sino
desde la permanencia del conflicto. Lo que asusta a muchos que piensan en el caos
institucional es resultado de una excesiva confianza en la estabilidad de la norma, como
si la sociedad fuese tan inmóvil para quedarse sujeta a ella. Es, en cambio, el
movimiento del conflicto entre legalidad y legitimidad el que se ha elevado a rango
constitucional en la Constitución 2008, pero de ello se desprende no el caos, sino la
vigencia de una democracia regida en la no desaparición de lo polémico, sino en la
permanencia del conflicto.
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