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La gente de verdad
por Cafetorr
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Debo confesar a un crimen. No a uno mío, pero sí de alguien que me hizo un favor. Hace
unos días recibí en mi correo electrónico una sorpresa: el borrador de Octubre de 2014 de la
película Steve Jobs, dirigida por Danny Boyle y escrita por el genial Aaron Sorkin. El
crimen es que como la película no ha salido, el guión es confidencial y no me lo debieron
haber mandado. No pienso arruinar la película, pero sí quiero hablar del hombre detrás de
las 178 páginas del guión, Aaron Sorkin.
Después de leer el mamotreto (son 178 páginas, mucho más de las 125 recomendadas para
una película), terminé ansioso de ver la película, pero seguro de uno de los problemas más
grandes del cine: son pocos los escritores que saben contar bien las vidas de los otros. Me
refiero a “otros” reales, no ficticios. El único que parece poder hacerlo hoy en día es el
hombre detrás de tres de los mejores biopics de los últimos diez años: La red
social,Moneyball y ahora Steve Jobs.
Aaron Sorkin (News Limited)
El género del biopic es uno de los más utilizados en Hollywood para ganar premios. Cada
año, sin falta, los premios Oscar se desviven por entregarle premios a actores por hacer de
personas reales. En los últimos diez años, ocho de diez premios a mejor actor, han resultado
en manos de actores que interpretaron a personas reales. Desde Eddie Redmayne como el
benévolo Stephen Hawking hasta el implacable Daniel Day-Lewis como Abraham Lincoln,
a la academia y a la audiencia les encanta ver a unos haciendo de otros que ya conocemos.
Sin embargo, la gran mayoría de estas películas suele ser una colección de anécdotas
vueltas ficción que nos muestran que estos hombres (sí, hombres, porque en las películas
con personajes femeninos suele haber un poco más de creatividad) son mejores que
nosotros. Cada año nos sometemos a al menos dos films que celebran la vida de unos
hombres básicamente impolutos.
Aaron Sorkin no hace eso. Sorkin es el único guionista de Hollywood que nos muestra a
sus “héroes” como gente de verdad. Los personajes de Sorkin tienen muchas falencias.
Algunas son falencias de la gente real que Sorkin interpreta para sus películas. Otras, como
la grandilocuencia y la condescendencia hacia las mujeres, parecen venir del mismo
escritor. Sin embargo, y a pesar de estas falencias, Sorkin parece ser el único guionista de
Hollywood que no tiene miedo a mostrar a sus héroes como personajes humanos.
Personajes que sufren por su condición humana.
La primera escena de La red social debería ser utilizada universalmente en las clases de
cine en las universidades. En ella, Mark Zuckerberg, aún un estudiante de Harvard, habla
con su novia sobre su obsesión con entrar a unos exclusivos clubes de alumnos de la
universidad y sobre los atletas que practican remo. Sin embargo, en una escena dialogada
de cinco minutos hay suficiente contenido detrás de las palabras que entendemos
perfectamente a Mark Zuckerberg. Más importante, es que entendemos a Erica, su novia,
cuando se para de la mesa y le dice: “Tú vas a terminar siendo una persona de
computadores muy exitosa, pero vas a ir por la vida pensando que no le gustas a las
mujeres porque eres un nerd. Y quiero que sepas desde el fondo de mi corazón que eso no
es cierto. Es porque eres un malparido.”
New Line Cinema
¿Por qué utilizo palabras tan locales como “malparido” o construcciones tan extrañas como
“persona de computadores” en mi traducción? Porque así es el texto de Sorkin; coloquial e
incómodo. Construido casi que al hablarlo. Como una conversación real.
En La red social, Moneyball y Steve Jobs, Aaron Sorkin crea personajes multifacéticos que
tienen todo el genio para ser celebrados, pero que también son absolutamente despreciables.
A través de escenas casi que enteramente dialogadas (a fin de cuentas Sorkin fue
dramaturgo antes de guionista de cine), Sorkin hace en cinco minutos lo que Tony Kushner
(curiosamente un excelente dramaturgo también) no pudo hacer con dos horas y media
en Lincoln: que nos importe esta persona que nos han dicho que es importante.
El verdadero desafío de un biopic no es contar la historia del personaje principal, para eso
están Wikipedia, los libros de historia y los reportajes periodísticos. El desafío de un biopic
es mostrarnos, a través del arte inmersivo que es el cine por qué las vidas de estas personas
son importantes. Por eso, en los biopics, los que se ganan los premios son los actores y no
los guionistas. Sin quitarle mérito a actores como Eddie Redmayne o Matthew
McConaughey, es más fácil hacer que algo parezca interesante a través de una
transformación física que a través de contar su historia.
¡McConaughey perdió veinte kilos para hacer ese papel! ¡Colin Firth tartamudea! ¡Sean
Penn se besó con hombres! Y cómo se ven de bonitos con sus trajes “de época.” Eso es lo
que nos atrae de los biopics comunes. Eso es lo que Sorkin no hace. Sorkin parece elegir a
un perfil muy específico de personajes para los biopics en los que trabaja. Sus personajes
suelen ser genios, a veces no reconocidos, y poco aptos en la interacción social. Los críticos
más cínicos de Sorkin dicen que elige a estos personajes porque se ve reflejado en ellos. Tal
vez sea verdad. Yo prefiero creer que Aaron Sorkin ve en sus personajes un desafío para el
actor que los interpreta y para el espectador. Las películas de Sorkin, como las de
Hitchcock o las de Billy Wilder, requieren de toda nuestra atención.
Mejor dicho, antes de que estrene Steve Jobs en Octubre (que le adelanto, está buenísima),
repítase La red social. Si le queda gustando empiece a ver las series de Sorkin, que en la era
pre-edad dorada de la televisión en la que vivimos, no había serie tan completa como The
West Wing.
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