1
La identidad regional de los antioqueños: Un mito que se renueva
Publicado en: Mitos políticos en las sociedades andinas: orígenes, invenciones y ficciones. Germán Carrera Damas, Carole Leal Curiel, Georges Lomné y Frédéric Martínez (editores). Caracas, Editorial Equinoccio/Universidad Simón Bolívar, Université Marne la Vallée e Instituto Francés de Estudios Andinos –IFEA, 2006, pp. 203-230.
Patricia Londoño Vega Profesora titular Departamento de
Historia Universidad de Antioquia
Medellín, Colombia
Al cambiar el milenio, el popular eslogan de “Primero Antioquia” cedió el turno al de “La
mejor esquina de América” que pregona el plan Visión Antioquia siglo XXI, ideado por decenas
de académicos, industriales y organizaciones civiles con el gobierno local y regional, y avalado
por unas 600 asociaciones de todo el departamento. Acatando las lecciones que dejó la grave
crisis social de los años ochenta y noventa, dicho plan expresa la urgencia de trabajar por una
Antioquia más flexible, plural y abierta, con mayor conciencia del conjunto social. Lo que no
varía es el marcado apego a ser “pujante”, “la primera”, “la mejor”, característico de tiempo
atrás en esta región.
A continuación, partiendo del reciente furor por lo paisa o antioqueño, trazo a grandes
rasgos algunos de los cambios en la identidad de este grupo colombiano, desde la sociedad
minera colonial pasando por el mundo campesino y pueblerino enclavado en la zona central
montañosa del actual departamento que alcanzó niveles relativamente eficaces de integración y
cohesión social entre alrededor de 1850 y 1930, lapso durante el cual se originó el modo de ser
que hoy se identifica como paisa. Desde entonces, algunos de los atributos de la mencionada
identidad han sido exaltados reiteradamente en diversas coyunturas, como la actual. Tales
resurgimientos suelen mitificar es decir, enfatizar algunos rasgos típicos de lo paisa en forma
aislada y anacrónica, fuera de los contextos que les dieron origen y sentido, mitificándolos.
2
La segunda parte presenta varias facetas del modo de ser antioqueño extraídas de estudios
recientes, publicados e inéditos, referidos al pasado o al presente de la región. 1
Parte 1: EVOLUCIÓN DE LA IDENTIDAD ANTIOQUEÑA
Reciente furor por lo paisa
Los indicios son relativamente abundantes. Por ejemplo la moda que hubo en los años
setenta de pegar calcomanías en los automóviles con el letrero de “Soy federalista, y ¿qué?”. O
la agresividad implícita de la célebre rechifla al presidente de la república, Alfonso López
Michelsen, en julio de 1978 durante la inauguración de los XIII Juegos Centroamericanos y del
Caribe en el Estadio Atanasio Girardot de Medellín, ceremonia transmitida en directo por
radio y televisión a todo Colombia, comentada en la prensa nacional. La silbatina, iniciada tan
pronto se escucharon las primeras notas del himno nacional fue interrumpida para cantar con
fervor el himno antioqueño. También cabe mencionar el notorio éxito de taquilla de País paisa,
la obra estrella del grupo de teatro El Águila Descalza inspirada en autores antioqueños como
Tomás Carrasquilla, Benigno A. Gutiérrez, “Ñito” Restrepo y Agustín Jaramillo Londoño,
obra con más de dos mil presentaciones en Medellín, Bogotá, Pereira y otras ciudades
colombianas, además de Miami y Nueva York.
Tal vez la manifestación más elocuente del masivo resurgimiento de la “antioqueñidad” es
la amplia acogida de las últimas versiones de la cabalgata que desde hace 15 años se realiza
anualmente en Medellín durante la Feria de las Flores en el mes de agosto. Se dice que las de
1996 y 1999 fueron record Guiness, record que no pude constatar en parte alguna. Esta
cabalgata, la principal entre muchas otras surgidas en los últimos años, convoca a miles de
hombres, mujeres y niños del valle de Aburrá, de otros municipios antioqueños y aún de
departamentos vecinos.2 Los asistentes, todos ellos citadinos y pueblerinos, lucen sombrero,
poncho y carriel, prendas propias del campesino paisa o montañero de antes. Los jinetes
desfilan cabalgan magníficos caballos de paso procedentes de los lujosos criaderos de las fincas
de los ricos, sobre todo de los nuevos ricos. También desfilan vistosos automóviles ocupados
por reinas de belleza, cantantes y modelos. Los volantes distribuidos por las empresas privadas
y las entidades oficiales que patrocinan el espectáculo, presenciado por cerca de medio millón
de personas, recomiendan, con sospechosa insistencia, no excederse en el consumo de alcohol
durante la cabalgata.
3
Otra indicio del reciclaje de la identidad antioqueña al iniciar el nuevo milenio es la
campaña Creo en Antioquia lanzada por iniciativa privada. Según el folleto promocional ilustrado
con uno de esos espantosos arrieros que dibuja Ramón Vásquez y un verso de Jorge Robledo
Ortiz, poeta oficial de la “antioqueñidad” desde mediados del siglo XX, dicha campaña trata
de “Recuperar los valores y el liderazgo de nuestra Antioquia pujante y altanera que ...forjó la
historia de una raza triunfadora, recia e indomable” (los subrayados son míos). Recuperación
exitosa, a juzgar por el aumento en la exhibición y venta de sombreros, ponchos y carrieles, en
especial durante la Feria de las Flores y la nueva Feria de la Antioqueñidad - y el resto del año
en elegantes boutiques, como la del Centro Comercial San Diego. La fuerza con la que ha
pelechado la nostalgia por lo “propio” también se percibe en la proliferación de avisos y vallas
publicitarias que utilizan vocablos o imágenes alusivas a lo paisa y en la costumbre que se
impuso a fines de los años noventa en colegios de clase media y alta de incluir elementos
folclóricos regionales en las ceremonias públicas de fin de año. Los paisas radicados en Estados
Unidos en los últimos decenios, muchos exilados contra su voluntad, han sido parte activa de
este renacimiento. En sitios como Queens, Nueva Cork y Miami proliferan las ventas de
arepas, fríjoles y aguardiente, y los jóvenes portan escapularios de la Virgen del Carmen al lado
de los adornos modernos. 3
Como es apenas obvio, el culto a la antioqueñidad siempre ha generado el expresiones de
anti- antioqueñidad. Para muestra este poema de 1914 escrito por León de Greiff :
Vano el motivo desta prosa: Nada... cosas de todo día. Sucesos vanales. Gente necia, local, y chata y roma. Gran tráfico en el marco de la plaza. Chismes. Catolicismo. Y una total inopia en los cerebros... cual si todo de fincara en la riqueza, en menjurgues bursátiles y en un mayor volumen de la panza.
Hoy el listado de las voces disidentes incluye escritores contemporáneos como Héctor
Abad Faciolince, Darío Jaramillo Agudelo en Cartas cruzadas, y la obra de Fernando Vallejo.
4
Región, regionalismo y “regionología” en Antioquia
Como en cualquier otra parte, en la definición de la región antioqueña intervienen datos
de una cierta “objetividad”, en este caso, los otrora ricos aluviones y minas de oro y la
geografía montañosa de la parte central del territorio, atravesada por las cordilleras central y
occidental. Se tiende a asociar a Antioquia con el paisaje montañoso, algo apenas lógico pues
la zona central montañosa abarca más de la mitad de la jurisdicción del territorio que nos
ocupa, y además desde hace más de doscientos años concentra la población y los recursos de
Antioquia.
En verdad, el territorio antioqueño comprende también valles y una serie de llanuras
bajas de clima cálido ubicadas a lo largo del río Magdalena, al nordeste entre el río Cauca y el
Nechí, en las selvas del Atrato y en la franja costera del golfo de Urabá. Algunas de estas
zonas albergaban la mayor parte de los habitantes en los albores de la conquista española y
durante los primeros doscientos años de vida colonial. Para el 2005 sin embargo, han llegado a
ser una problemática perifera, mal integrada al centro montañoso que acapara el apelativo de
“antioqueño”.
Otro ingrediente básico para perfilar la identidad de una región es la conciencia de ser
región de sus pobladores. En dicha conciencia confluyen dos elementos estrechamente
relacionados entre sí: primero, un fuerte sentido de ser diferentes de quienes los rodean, algo
que podríamos llamar el “regionalismo”; segundo, la forma como la región es interpretada a
través del tiempo por estudiosos y observadores propios y ajenos, en otras palabras la
“regionología” --. Ambos sentidos, el regionalismo y la “regionología”, han sido fecundos en
Antioquia.
Los viajeros del XIX, propios y forasteros, notaron el carácter particular de las gentes de
la Antioquia de la montaña, escenario de los principales acontecimientos de esta región en
aquella centuria. Al cambiar al siglo XX, la idiosincracia antioqueña era un tema usual entre los
autores locales, y entre los decenios de 1940 y 1980 Antioquia volvió a recibir atención
sistemática, esta vez de parte de geógrafos, historiadores, economistas, sociólogos y
antropólogos colombianos, norteamericanos y europeos.4 Todos buscaban explicar lo que a su
juicio eran los rasgos peculiares del desarrollo de Antioquia: mineros independientes en vez de
cuadrillas de esclavos; un activo comercio a pequeña, mediana y gran escala en manos locales;
5
un nutrido transporte a loma de mulas conducidas por arrieros de acentuada idiosincracia;
pequeños y medianos propietarios produciendo café para exportar, en vez de arrendatarios
atados a las haciendas tan usuales en otros lugares del país y de América Latina A los visitantes
también les llamó la atención la vigorosa iniciativa empresarial y la inclinación de la mayor
parte de sus negociantes a la vida austera. Todas estas razones le merecieron sucesivamente al
pueblo antioqueño los apelativos de judío, protestante y hasta de “yanquis” de Suramérica.
El cuanto al sentido de pertenencia de los moradores de Antioquia, éste se advierte desde
bien temprano en su historia, ora exaltado por la euforia del éxito económico, o, como sucede
ahora, por una crisis. En todo caso, dicho sentimiento suele generar interés por buscar raíces
en el pasado. 5 Pasado que actúa como un espejito mágico, reflejando lo que cada época ha
querido ver en él: los orígenes de una “raza” especial, una supuesta habilidad para los
negocios, para amasar fortunas, para grandes “gestas”, para moldear una sociedad
exitosamente cohesionada, o por el contrario, para acunar codicias e intransigencias que
engendran conflictos y violencias, etc., etc....
En los últimos veinte años, la crisis social que ha asolado el país, con particular saña a
Antioquia, ha variado las preguntas comúnmente formuladas al pasado de esta región. Los
investigadores de ahora se ocupan sobre todo de Medellín y su área metropolitana donde
habita un poco más de la mitad de la población antioqueña y donde se invierte una proporción
aún mayor de los recursos del departamento, y ya no se empeñan tanto en explicar el éxito
económico sino más bien en descifrar cuáles factores desencadenaron el cruce de violencias
actuales protagonizadas por narcotraficantes, sicarios, guerrilleros, paramilitares y
delincuentes.6 Hoy se tiende a examinar el pasado para buscarle raíces a los comportamientos
antioqueños que se empiezan a ver como desventajosos, entre ellos, cierta intransigencia (fruto
de la tan mentada “altanería” paisa”?), en otras palabras, una baja capacidad para “conversar”
las diferencias en vez de resolverlas a la brava..
En contraste, hacia mediados del siglo XX, cuando Virginia Gutiérrez de Pineda elaboró
su célebre tipología de las culturas regionales en Colombia encontró aún vigentes muchos de
los componentes de lo que ella denominó el “complejo cultural antioqueño o de la montaña”
rasgos claramente discernible desde la segunda mitad del XIX. Quizás la tendencia actual a
exaltar, idealizados, algunos de los rasgos de la identidad vigente en aquellos años se explique
por la nostalgia por una época ‘dorada’ si la contrastamos con las enormes dificultades que
6
atraviesa Antioquia desde los años ochenta cuando los graffiti callejeros bautizaron a Medellín,
su capital, “Medallo=Metrallo” por ser cuna de mafiosos y sicarios.
De un mundo minero a uno campesino y pueblerino: orígenes del mito
En tiempos precolombinos, parte del actual territorio de Antioquia albergó una sociedad
dedicada a la minería aluvial del oro, de la sal en menor escala, y a un activo comercio
propiciado por estos dos medios de pago. Desde hace alrededor de 10 mil años hasta el
momento de la conquista española a comienzos del XVI, la ubicación estratégica de algunos
de los valles interandinos del territorio en cuestión, sirvieron de corredores de paso a las
sucesivas oleadas de pobladores que asomaron por las llanuras al norte de la actual Colombia
en su periplo hacia el interior andino del continente suramericano.
La historia prehispánica regional revela que unos seis mil años atrás los descendientes de
los primeros pobladores de estos territorios desarrollaron la alfarería. Entre esa época y hace
cerca de 3.500 años empezaron a cultivar maíz, raíces y tubérculos; luego, hace
aproximadamente dos mil años, conocieron la metalurgia, el trabajo de textiles y establecieron
extensas redes de intercambio. Las piezas de oro halladas en el área junto con los testimonios
de los conquistadores sugieren que las sociedades que encontraron los españoles en esa parte
del actual departamento de Antioquia eran esencialmente mineras. En el informe del proyecto
de rescate arqueológico efectuado en el sitio donde Empresas Públicas Municipales de
Medellín construyeron la gran central hidroeléctrica de Porce II, Neyla Castillo afirma que la
evolución de minería en esa zona continúa ceñida al modelo tecnológico indígena,
involucrando “...un conjunto de conocimientos, creencias, comportamientos y actitudes
construidas en torno al oro, visto como un regalo de la naturaleza...”7
Las colecciones de orfebrería del Museo de Oro, agrupadas por morfologías propias de
cada sector geográfico, permiten observar que la orfebrería quimbaya, típica de la actual región
cafetera al sur del departamento, pero también, hecho menos conocido, del valle de Magdalena
medio ubicado al noreste del actual departamento así como de la fría meseta al norte de
Medellín –cabe recordar que el famoso poporo de tres bolas se encontró en esta última, cerca
de Yarumal–-, posee características similares a las descubiertas en Urabá e incluso en sitios tan
remotos como Costa Rica, tal como lo indican piezas conservadas en el museo del oro de aquel
país. Las rutas de intercambio de la sal y el oro, dos codiciados productos de la época,
atravesaron Antioquia y se extendieron por Centro América, probablemente cruzando por
7
mar el tapón del Darién. Estos pobladores, según Castillo, desarrollaron un “conjunto de
conocimientos, creencias, comportamientos y actitudes construidas en torno al oro...”
claramente distinguible del de las sociedades agrarias vecinas. 8 La cerámica homogénea y sin
ostentación sugiere no hubo allí grandes señores ni una sociedad con relaciones tan verticales
como en regiones vecinas. Quizás esta velada afinidad ayude a explicar por qué fines del XVI
los españoles crearon una gobernación “entre los dos ríos” a pesar del reducido territorio
ubicado entre los ríos Cauca y Magdalena, muy diferente a las extensas gobernaciones
limítrofes de Popayán y de Cartagena.
En la segunda mitad del XIX Antioquia llegó a ser la principal región exportadora de oro
y plata en la joven república de Colombia. Adicionalmente, experimentó la más ambiciosa
expansión de la frontera agraria de ese entonces en el país, gracias a lo cual multiplicó el
número de pequeños y medianos propietarios agrícolas. Los colonos llevaron la cultura
campesina y pueblerina más allá de las fronteras de Antioquia. Al cambiar el siglo, el oro, el
café y la construcción del los ferrocarriles de Antioquia y Amagá, sostuvieron el dinamismo
económico y cultural. La ampliación de la frontera agrícola acentuó la vocación andariega,
aventurera, poco servil, independiente, aficionada a los juegos de azar, heredada del mundo de
mineros libres de fines de la época colonial, rasgos hoy acartonados por un folclor empeñado
en seguir glorificando una supuesta “la raza antioqueña” y otras babosadas.
Cuando las teorías europeas y norteamericanas sobre la pretendida superioridad de la raza
blanca tuvieron eco en América Latina entre el cierre del XIX y los años treinta, prestantes
intelectuales antioqueños, como Luis López de Mesa, que subvaloraron al indio, por
considerarlo ejemplo de degeneración física y moral, diagnóstico refutado por otros
intelectuales locales, entre ellos el médico Alfonso Castro, quienes defendieron el mestizaje.9
Otras manifestaciones folclóricas más genuinas retratan la vida de aquellos colonos
decimonónicos. Un buen ejemplo son las aventuras del pícaro Tío Conejo, deleite de varias
generaciones de todas las edades y condiciones. En palabras de Euclides Jaramillo Arango,
quien a mediados en el siglo XX recopiló diversas versiones de los sobre los populares cuentos
del tío Conejo paisa, este personaje al igual que el tipo universal designado con otros nombres
en otras latitudes, era “malicioso, marrullero, andariego, vivaz, pendenciero, consumado
bromista...”10
A la par con los adelantos económico la Antioquia de mediados del XIX a comienzos
del XX vio florecer cientos de instituciones, grupos y asociaciones voluntarias. Esta rica
8
sociabilidad, sumada a las peculiaridades del ecosistema, a una estructura económica
relativamente abierta, dinámica, y a la intensa labor de una iglesia católica en expansión que
llegó a ser familiar y cercana, congregó un creciente número de antioqueños de diferente
origen social alrededor de prácticas y asociaciones religiosas, el ejercicio de la caridad, a la
preocupación por la educación y la búsqueda del progreso cultural. Surgieron cientos de
asociaciones voluntarias empeñadas en trabajar directa o indirectamente en pos de la tan
ansiada “civilización”, según canónes vigentes en ese entonces.11
Fisuras en el “modelo” antioqueño
La llegada del siglo XX coincidió con los primeros síntomas del creciente desequilibrio
entre el progreso de Medellín y los poblados vecinos en el valle de Aburrá –– escenario de uno
de los procesos de industrialización más tempranos en Latinoamérica ––, respecto a la mayoría
de los municipios de Antioquia, cada vez más rezagados. Hacia los años treinta, cuando el
departamento encabezaba el proceso de modernización del país y los circuitos comerciales y
bancarios conectaban algunas subregiones con el mercado mundial, surgieron una serie de
dificultades en la interacción del centro con las zonas cálidas periféricas, habitadas por gentes
de colores y culturas distintas las cuales eran percibidas por los antioqueños de la montaña
como inferiores y amenazantes. 12
Lo encarnizado de la violencia partidista de mediados del siglo XX en Antioquia puso
en evidencia que efectivamente algo andaba mal en esta sociedad. Para Mary Roldán, la
génesis de la crisis de lo que algunos han dado en llamar el “modelo” o “proyecto” antioqueño
se remonta a algunos cambios ocurridos en el decenio de 1930, antes de desatarse la
encarnizada violencia partidista de mediados del XX. Entre otros, menciona el creciente flujo
de campesinos a Medellín, a la expansión de la educación y el sufragio, al crecimiento del
empleo en obras públicas, factores que alteraron el panorama económico, social y político.
El ideal forjado en el transcurso del XIX por los antioqueños de la montaña no era
acatado ni en el nordeste, el bajo Cauca, en Occidente ni en Urabá, territorios con escasa
densidad de población y una tímida presencia institucional del estado y de la iglesia católica.
Ninguna de dichas zonas tenía la rica vida asociativa que apuntalaba y le daba estabilidad al
corazón montañoso de Antioquia. Los líderes en ascenso de las zonas marginales rechazaron
lo que consideraban un viejo estilo restrictivo de los políticos tradicionales. En contravía con la
creencia general, Roldán, basada en una cuidadosa y pionera revisión de archivos oficiales,
9
encontró que la periferia, y no el suroeste como tiende a creerse, fue el área más afectada por
la violencia partidista entre Liberales y Conservadores. En la primera, además del
enfrentamiento violento entre Conservadores y Liberales, la repartición de puestos y clientelas
entre Conservadores ya establecidos y sectores “advenedizos” desató episodios sangrientos.
Desafortunadamente el gobierno departamental, en vez de reconocer el limitado desarrollo
democrático en las zonas “excluidas” y de responder a los primeros brotes de violencia como
lo hizo en Urrao, al occidente ó en otras zonas al sur y el suroeste, con negociaciones
cuidadosas sumadas al reemplazo selectivo de oficiales de policías y de empleados públicos,
sino que recurrió a fáciles soluciones militares y a crudas medidas coercitivas las cuales, como
era de esperarse, resultaron contraproducentes en el mediano y largo plazo.13
A pesar de lo anterior, como bien lo documentó Gutiérrez de Pineda, a mediados del XX
aún persistían algunos rasgos del “complejo cultural antioqueño o de la montaña”. Uno era la
arraigada religiosidad propia de esa Antioquia campesina y pueblerina que se acentuó a partir
de mediados del XIX. Hacia el decenio de 1950 este departamento seguía teniendo el mayor
número de parroquias, de sacerdotes y la mayor cantidad de vocaciones religiosas femeninas y
masculinas en todo el país, en proporción al número de habitantes.14
Los acelerados cambios sociales, demográficos y culturales de los años sesenta acabaron
de socavar la integración social lograda desde el siglo anterior. Cuando empezaron a llegar a
Medellín oleadas de inmigrantes rurales y pueblerinos, éstos fundaron juntas cívicas, similares a
los convites campesinos, con el fin de evitar el desalojo de los terrenos que invadieron y para
abstecerse de agua, trazar y abrir las calles, construir iglesias y centros comunitario. Durante los
años ochenta y noventa, una vez satisfechas las urgencias iniciales, los niveles de participación
comunitaria decayeron y las juntas locales pasaron a manos de políticos clientelistas, con la
consecuente decadencia en la calidad de los servicios prestados. Desafortunadamente, el
agravamiento de los problemas coincidió con el abandono del mayor interés que habían
manifestado los dirigentes regionales entre el cuarto final del XIX y los años veinte respecto a
los intereses públicos. Los resultados no se hicieron esperar. Para muestra un botón: después
de haber entrado al siglo XX a la delantera a nivel nacional en algunos indicadores educativos
a comienzos de los años sesenta las tasas de cobertura escolar en Antioquia descendieron hasta
nivelarse con las del promedio nacional. Desde entonces y en los veinte años siguientes, la
cobertura y más aún, la calidad de la instrucción pública continuó decayendo ostensiblemente,
10
factor que unido a los altos índices de desempleo propició una sociedad con preocupantes
niveles de homicidios, prostitución, robos, y otros problemas.
A diferencia de la primera tanda de inmigrantes campesinos y pueblerinos que habían
llegado a Medellín en los primeros decenios del XX, la segunda oleada de mediados del XX,
más que oleada fue una avalancha, desatada no tanto por las oportunidades económicas de
Medellín y los municipios vecinos, puesto que la industria antioqueña atravesaba uno de sus
peores ciclos recesivos, sino por el desarraigo de miles de hombres, mujeres y niños de su lugar
de origen contra su voluntad para esquivar la violencia partidista que asoló pueblos y veredas.
El boom de la construcción procuró un mediano respiro a la economía urbana, pero
durante la siguiente recaída, fechada entre 1974 y 1979, el desempleo en Medellín sobrepasó el
de las demás grandes ciudades en Colombia. En este punto el impacto de la crisis económica
fue atenuado por la bonanza cafetera, el auge de las exportaciones de bananos, flores, oro y por
el incipiente tráfico de cocaína. Un factor adicional en la crisis social fue el hecho de que en
Medellín, a una escala aún mayor que en otras capitales colombianas, las mujeres ingresaron
masivamente al mercado laboral, fenómeno que al parecer ayudó a socavar el papel de la vida
familiar en la cultura tradicional antioqueña. 15
Antes y después de la cocaína
Hacia el decenio de 1980 el desempleo en el área metropolitana de Medellín llegó a ser
peor que en las demás ciudades del país y a comienzos de los noventa, la baja calidad de la
educación pública no hizo sino ahondar las distancias sociales. En este punto, la crisis fue
bruscamente catalizada por el narcotráfico. En el valle de Aburrá llegó a ser particularmente
notoria la presencia de los narcotraficantes, aliados con bandas delincuentes para reclutar
sicarios, traquetos y mulas –asesinos a sueldo, vigilantes armados y portadores de la droga –oficios
afines a una vieja tradición del contrabando. En palabras de Mary Roldán, la historia reciente
de Antioquia y Medellín se dividió en “antes” y “después” del tráfico de cocaína, un lucrativo
negocio que “trastornó las tradiciones, y alteró los comportamientos, la moralidad, el
pensamiento y las expectativas”.16
Según Héctor Abad Faciolince, después de “Más de 20 años conviviendo (con-
muriendo) con estos empresarios del crimen [que] nos deja obsesionados y maltrechos .....” ,
recoge una apreciación que muchos comparten: los capos antioqueños “...cumplen como
11
ninguno el precepto paisa de conseguir plata honradamente, si se puede, y si no como sea a
toda costa” . Abad los compara a
“Un ganadero antioqueño con una ética nazi y una estética de nuevo rico gringo. El escapulario del ganadero se convierte en cadena de oro con la imagen del Divino niño; también del ganadero conserva los caballos de paso y la pasión por acumular tierras en papeles que los testaferros firman ante el catastro. Recibe del gringo nuevo rico el gusto por todo cuanto sea grande, ruidoso y estridente; toda una carga de ostentación de la que el austero campesino carecía. Del nazi tiene los hígados para matar sin ningún remordimiento.”17
En un número especial de la revista La Hoja de Medellín (1995) dedicado al modo de ser
antioqueño, Alberto Sierra opina que los mafiosos “... son un buen ejemplo de lo que es la raza
antioqueña”, pues muestran hasta dónde se podía llegar “siendo emprendedores”. Y agrega
“La antioqueñidad no deja ver otra cosa... No hay monumentos a la raza en ninguna otra parte
sino aquí...no hay raza costeña ni raza santandereana tampoco...La antioqueñidad es una
enfermedad, que le da a toda la gente que nace por estos lados”.
Como si fuera poco, la crisis social que destapó y empeoró el narcotráfico empató con la
guerra entre prósperos grupos guerrilleros contra otros de justicia privada o paramilitar, guerra
que sigue afectando al país y con particular intensidad a la región de Antioquia, uno de los
principales nichos de la guerrilla en Colombia desde los años sesenta.18 Entre 1987 y 1995 la
intensidad del conflicto armado se duplicó en el Departamento de Antioquia, en parte debido a
los grupos de justicia privada formados desde comienzos de los ochenta en esta región..
“Ser antioqueño para ellos es más que ser colombiano”
Una célebre anécdota (narrada a Roberto Luis Jaramillo- por los descendientes del
Fernando Restrepo Soto (1819-99), sobrino del prócer José Manuel Restrepo) ilustra el
pragmatismo político de los antioqueños decimonónicos. Don Fernando, un rico minero y
comerciante de Medellín, fundador de la rica sociedad “Restrepo e Hijos”, filó un día sus hijos
varones y les dijo, por turnos: “Usted será liberal, Ud. conservador, Ud. liberal, Ud.
conservador...”. A Jorge y a Ricardo les tocó ser liberales, Guillermo iba a ser conservador,
pero como se negó, le tocara ser godo a Camilo C., quien luego fue un destacó ingeniero en la
construcción del Ferrocarril de Amagá. Tal actitud le procuró a don Fernando una especie de
seguro en tiempos de guerras civiles, pues siempre tenía por lo menos la mitad de su familia en
el gobierno, algo muy conveniente para la prosperidad de los negocios.
12
El espíritu pragmático visible en posturas y formas de hacer política pelechó también en
los negocios, e incluso en el tipo de instrucción y capacitación preferido por los antioqueños,
sumado a la acentuada religiosidad moldearon la mentalidad preponderante en esta región
desde mediados del siglo XIX hasta mediados del XX.
Los antioqueños de hace cien años establecieron un estrecho intercambio con el
extranjero, en lo económico y también en el plano cultural, hecho menos estudiado. Las
referencias e influjos foráneos tuvieron un papel significativo en la identidad regional.
En cambio los nexos región antioqueña/ nación eran más débiles en ese entonces, y
encontraron una serie de dificultades. Con razón James Parsons observó que “ser antioqueño
para ellos es más que ser colombiano”. Por su parte, Mesa Bernal comentó que “El paisa se
sentía poco unido a la nación.19 Alejandro Restrepo coincide: “Los antioqueños nos sentimos
antes que colombianos, antioqueños. Para nosotros la prioridad es Antioquia y , después
Colombia. Incluso es normal entre nosotros mirar a Colombia como otro país cuya capital es
Bogotá ¡Los antioqueños siempre vemos a nuestro territorio como un país que limita con otro
llamado Colombia!”20
En la segunda mitad del XIX la prensa bogotana y la costeña criticaron a los antioqueños
por “usureros y semitas” De otro lado, algunos antioqueños de la época se quejaron de lo mal
que los trataban en la capital, donde se referían a ellos como “maiceros, barbudos, israelitas”.
Rafael Uribe Uribe le escribió a un amigo: “¿Creerá usted que uno de los mayores obstáculos
con que tropiezo en mi camino es mi calidad de antioqueño?” Otros paisanos comentaron que
no eran bien vistos en la costa, en los Santanderes ni en el Cauca. En 1934 Isch Irvi escribió
que “El antioqueño se considera el prohombre en Colombia, mira con cierto desprecio a sus
compatriotas de otros departamentos, defecto que le trae como lógica consecuencia el que sea
pagado en la misma forma...” 21
Hasta muy entrado el siglo XX, Antioquia era una remota región, lejos de las rutas de
acceso a otros lugares importantes. El que quisiera llegar allí tenía que estar determinado a
hacerlo, pues el viaje implicaba vencer formidables obstáculos. Para ir al centro de Antioquia,
donde transcurría el grueso de la actividad económica jalonada por la minería y el comercio
del oro y la plata, se debía tomar el río Magdalena y luego remontar la cordillera central.
Paradójicamente, a pesar de lo apartada, entre mediados del XIX y primeros decenios del XX
merced a las exportaciones de oro, y desde del último cuarto del siglo del café en grano,
Antioquia estuvo estrechamente vinculada al comercio internacional, en pequeña escala para
13
estándares de la economía mundial, pero significativa para la región y el país. La exclusión
antioqueña de lo bogotano tenía pues una raíz pragmática: geográficamente la capital del país
quedaba en la trastienda en relación a los circuitos comerciales de los antioqueños, quienes
desde comienzos de la era republicana participaron en el mercado de ideas y mercancías del
Caribe y el Atlántico norte. Hasta cierto punto, para un comerciante antioqueño Bogotá
representaba una complicación innecesaria, que adicionalmente drenaba recursos a la
provincia. Bogotá era prescindible. El mundo no. El mundo era el mercado para el oro, el café,
los textiles, y más recientemente, para la cocaína. 22
Resulta elocuente ver los reiterados clamores por la descentralización surgidos en
Antioquia en 1903, 1924, 1929,1938, 1963 y 1968.23 Jorge Restrepo Uribe recopila estos
movimientos en República de Antioquia, libro donde declara: “...nos declaramos partidarios de
que Antioquia pida su independencia, con otros departamentos que quieran acompañarla, pues
es evidente la inconformidad existente en la mayor parte del país, con el régimen centralista
que rige actualmente”.24 Restrepo Uribe, un prestigioso ingeniero presidente de la Sociedad de
Mejoras Públicas, alcalde, representante a la Cámara, aficionado a la historia y primer gerente
del Instituto para el Desarrollo de Antioquia –IDEA-, columnista de EL Colombiano en los
años sesenta y setenta -cuando este diario era dirigido por Juan Zuleta Ferrer, otro partidario
de la descentralización – participó en la campaña, inicialmente descentralista y luego
abiertamente federalista, en pro de la República de Antioquia. En la obra mencionada, así
como en Antioquia olvidada, marginada y resentida, (1965)y en Antioquia olvidada en el presupuesto
nacional (1964), Restrepo Uribe sostiene que a este departamento se le aplicaba la ley del
embudo: no había proporción en lo que tributaba al gobierno central y lo que recibía a cambio.
En verdad, en Antioquia existía una velada actitud que podríamos caricaturizar con la
frase: “No se metan conmigo. Yo estoy acá muy ocupado sacando oro, me va bien en los
negocios, hay mucho por hacer, déjenme tranquilo”. Desafortunadamente, de tal postura a
incurrir en la tan mentada “altanería” hay solo un paso…paso que muchos antioqueños han
dado cuando las circunstancias los han alentado. Se podría especular hasta qué punto el modo
de vida tan homogéneo logrado en el centro de su territorio entre mediados del XIX y el XX
generó cierta incapacidad para aceptar las diferencias, incapacidad expresada como hostilidad
hacia aquellos compatriotas que no compartían los rasgos de la cultura paisa.
14
Parte 2: OTRAS FACETAS DE LA IDENTIDAD ANTIOQUEÑA
En esta segunda parte comento varios estudios recientes los cuales a pesar de referirse a
temas aparentemente desligados, tienen en común el aludir a diversos aspectos de la identidad
antioqueña desde las nuevas perspectivas o miradas motivadas por los profundos cambios
ocurridos en Antioquia desde el cuarto final del siglo XX con las que hoy se examina el pasado
de la región. En los textos reseñados a continuación salen a relucir nuevos enfoques de viejos
temas como la herencia judía en la cultura antioqueña, o del contrabando con Jamaica visto
como una temprana escuela de negocios internacionales; la interacción –selectiva, y no exenta
de conflictos con el puñado de extranjeros en su mayoría europeos que visitaron o se
radicaron en la región; los esfuerzos adelantados incluso de parte del vecino y rival Estado del
Cauca por atraer colonos antioqueños; la tanda de montañeros antioqueños que llegaron a
Urabá en la primera mitad del XX excesivaemente “seguros y orgullosos de sí y de sus logros”.
Otros autores documentan la sorprendente respuesta antioqueña a otra forma de colonización,
la “colonización de las conciencias” o expansión misionera de la primera mitad del XX. Dicho
fenómeno, ligado a la dinámica importación y exportación de congregaciones religiosas
liderada por esta región, fue otro activo vaso comunicante de la influencia europea a la que
estuvieron expuestos numerosos antioqueños de todas las edades y condiciones. Otro explora
el peso de los mariachis, la música de despecho y los narcocorridos que en la actual geografía
musical antioqueña. En suma, el conjunto ayuda a cotejar algunas impresiones de la presente
racha de valoración de lo paisa con anteriores manifestaciones del fenómeno.
Refugio de una segunda tanda de “forajidos” (conversos conocidos), siglo XVIII
En 1988 Daniel Mesa Bernal publicó Polémica sobre el origen del pueblo antioqueño 25 y en 1996
se conoció su obra póstuma, De los judíos en la historia de Colombia: la azarosa y apasionante historia
de los inmigrantes hebreos desde los tiempos de la Conquista hasta la colonización antioqueña,26 un par de
libros escritos con disciplina de ingeniero, respaldados en una amplia documentación. Su autor
intenta mostrar que dada la escala demográfica de esta provincia y su marcado aislamiento, la
influencia en la esfera cultural de las significativas oleadas de inmigraciones judías a Antioquia
en tiempos coloniales logró magnificar su impacto.27
15
La referencia conocida más temprana acerca de los Antioqueños como judíos data de
1808, en vísperas de la independencia, cuando los comerciantes antioqueños empezaron a
sobresalir fuera de la provincia, alusión reforzada en el decenio de 1840 a raíz del éxito
comercial de los Montoyas, los Arrublas y los Aranzazus en círculos capitalinos. De ahí en
adelante destacados escritores regionales y nacionales tocaron el tema. Entre ellos Gregorio
Gutiérrez Gonzáles, quien en 1851 en el verso Felipe menciona la tierra encantada donde vive
una raza infame, maldita por Dios, una raza de mercaderes que especulan con todo y sobre
todo. En 1875 el bogotano José María Samper extendió el mito judío al terreno político al
afirmar que el gobernador de Antioquia era respaldado por políticos judíos. 28
Cartagena de Indias, a pesar de las disposiciones reales, fue un importante centro de
conversos expulsados de España en 1492. Algunos de ellos continuaron rumbo a Antioquia
camuflados tras apellidos vascos y catalanes. Una segunda tanda de conversos o “forajidos”
como se los llamaba—no el sentido de fascinerosos sino de quien vive alejado de su casa,
comarca o país-- encontró atractiva la provincia de Antioquia por ser remota y aislada, por
carecer de obispos y religiosos que los pudieran delatar, y por la abundancia de oro que les
permitía dedicarse a lo que mejor sabían hacer, comerciar. La gobernación del lusitano Gaspar
de Rodas les brindó la ventaja adicional de su acogida. La inmigración judía continuó durante
el siglo XVII, en especial a comienzos del XVIII una vez cedió la persecución contra los
conversos y decayó la Inquisición de Cartagena.29
Mesa Bernal desiste de indagar por el origen judío de los antioqueños en el sentido
biológico de “raza”, dada la extensa mezcla racial del pueblo judío y en vista de lo imposible de
rastrear sus verdaderos apellidos, pues solían cambiarlos para eludir la Inquisición. Como es
tan difícil probar con evidencias directas el establecimiento de estos conversos en las montañas
de Antioquia, el autor orientó su pesquisa hacia indicios culturales en conductas colectivas.
Encontró, por ejemplo que vocablos como “pertugués” (sic) y “marrano” fueron insultos
populares en región durante la colonia temprana. Menciona giros gramaticales y expresiones
ladinas muy usados en Antioquia: la ye en vez de la Ll, el peculiar uso del vos -, la frecuencia de
nombres y vocablos bíblicos y orientales–Tomás Carrasquilla también percibió esta
“chifladura por los nombres bíblicos”-.30
El expresidente Belisario Betancur en su discurso al ingresar como miembro honorario a
la Academia Colombiana el 11 de octubre de 1991, titulado “El lenguaje como expresión de la
historia de Antioquia”, recuerda que al viajar por Estambul y Tierra Santa le impresionó la
16
semejanza entre el castellano levantino y el de los campesinos de Antioquia, Caldas, Risaralda,
Quindío, norte del Valle del Cauca , norte del Tolima y oriente del Chocó. Atribuye la
permanencia de arcaicas expresiones lingüísticas que identifican al antioqueño como las eses
silbantes, voseo corriente –distinto del vos mayestático, uso y abuso del pues, el Avemaría,
frecuentes diminutivos, exageraciones, etc., al hecho de que en Antioquia “No encontraron
aquellos fundadores, poblaciones indígenas abundantes que hicieran el mestizaje de sus
dialectos con la lengua imperial. Quedaron alejados de la corte virreinal, de mar de Cartagena
de Indias y de la gobernación de Popayán; y así encerrados en sus cordilleras y en sus
quehaceres mineros, conservaron como en una alacena bien cerrada, las voces y su trama
sintáctica, tal como las habían recibido...”.Cita el conocido verso de la “Memoria científica del
cultivo del maíz en Antioquia” de Gregorio Gutiérrez González, uno de los más populares
poetas colombianos del siglo pasado: “como sólo para Antioquia escribo, yo no escribo
español sino antioqueño”. 31
Volviendo a Mesa Bernal, él ve otras huellas de la cultura judía en la creencia de que el
bienestar terreno es un premio divino por el buen comportamiento, en lo inclinados que eran
los pobladores de aquella apartada provincia a la agresividad, por sus maneras democráticas,
una cierta incongruencia entre las convicciones y los actos, los matrimonios a temprana edad,
la férrea unidad familiar, la alta natalidad, la propensión al ahorro, el buen sentido práctico y
comercial, la afición al dinero y al riesgo calculado, el espíritu de asociación, y su movilidad
geográfica. Menciona incluso las espléndidas albercas o baños de inmersión al aire libre que
solían tener hasta comienzos del XX las casas de las familias acomodadas de Medellín.
Simón Guberek, un judío polaco que emigró a Colombia y en 1921 hizo un viaje de
negocios a Antioquia consignado en su autobiografía Yo vi crecer un país, coincide en este punto,
“...no sé por qué me traslada a las calles judías de Varsovia, a Zelechow...todo en estos mortales me llama al recuerdo. Y de las mujeres ni hablar. Veo pasar Rébecas, Saras, Déboras, Lías, Esteres, como están en las páginas de la Biblia, ahora con apellidos Gómez, Pérez, López, Vélez, González...Nada tengo yo que ver con ese viejo debate entablado en Colombia sobre el origen de los antioqueños. Ni me importan estas endiabladas investigaciones científicas. Pero...la unidad familiar, fuerte como en ninguna otra parte del país, y la velada hogareña, que principia a las ocho y reúne la tribu en torno al “patriarca´” ¿no nos hace acaso soñar con las costumbres de los hogares judíos, viejas de siglos?”. 32
17
El contrabando con Jamaica, una temprana escuela de negocios internacionales
Luis Fernando Molina en su breve texto “La escuela. Los colombianos aprendieron en la
isla de Jamaica a ser negociantes” llama la atención la geografía de los ilegal en la que se
movieron algunos de los principales comerciantes antioqueños durante el ocaso del régimen
colonial y en los primeros años de la república. Gracias a la disponibilidad de oro procedente
de las minas y aluviones de la provincia de Antioquia aprovecharon el floreciente contrabando
británico y el aumento de las libertades comerciales otorgado a las colonias españolas desde
1808, estimulado en los años siguientes por el descontrol aduanero creado a raíz de las guerra
de independencia. Los antioqueños viajaban a Jamaica cargando pequeñas bolsas con oro en
polvo. Después de un trayecto inicial a lomo de mula hasta el río Magdalena, seguían por
champán hasta Cartagena, donde se embarcaban supuestamente rumbo a “Cuba”. Según el
argot de los contrabandistas las Antillas eran “los Santos Lugares” y “pasar a Jerusalén”
significaba embarcarse para Jamaica. El viaje de ida, la estadía y el regreso podía tardar hasta
seis meses en medio del riesgo de naufragios, fiebres tropicales, pesquisas en las aduanas y
asaltos de piratas. Una vez en la isla, se surtían en almacenes de Kingston y Spanish Town ,
propiedad de comerciantes y prestamistas judíos que se surtían con mercancías de China, India y
Manchester. Otra ruta usada por los contrabandistas antioqueños era el río Atrato, en aquel
entonces surcado por barcos holandeses, ingleses y escoceses con mercancías procedentes de
Jamaica y de Curazao. 33
Aceptación selectiva de inmigrantes extranjeros
Alentados sobre todo por las minas de oro, y desde fines del XIX por otras
oportunidades económicas, el número de forasteros llegados a Antioquia aumentó en
términos absolutos y relativos en el transcurso del XIX y primeros decenios del XX.
Predominaron sucesivamente los ingleses, alemanes, franceses, norteamericanos, y los
españoles. Dado su nivel educativo y técnico, muchos de estos extranjeros introdujeron
importantes adelantos en la minería, la banca, las industrias, los deportes y la educación
La tesis de maestría “Tres momentos de la presencia extranjera en Antioquia 1820-1920”
presentada por Rodrigo García Estrada ofrece una visión global de la significativa proporción
18
del total de extranjeros radicados en Colombia que logró atraer Antioquia, y muestra que la
élite antioqueña “...siempre exigió a los extranjeros, la conversión al catolicismo y la no
intromisión en política, como visa para su integración”.34. La recepción fue mas favorable con
los ingenieros, comerciantes y agentes de casas europeas y norteamericanas, en especial si eran
católicos. Ahora García está indagando sobre los conflictos y problemas de adaptación que
tuvieron los extranjeros asentados en Antioquia entre 1820 y 1920, línea de trabajo explorada
años atrás por Fernando Molina y Ociel Castaño en su monografía de grado (inédita) sobre la
mina de El Zancudo y la Hacienda de Fundición de Sitio Viejo. Éstos últimos, con base en los
procesos por alcoholismo, riñas e incumplimiento de contrato que reposan en archivo
municipal de Titiribí y otros documentos de primera mano, sacaron a relucir las difíciles
condiciones laborales y el rechazo cultural que tuvieron que soportar muchos técnicos y
obreros rasos alemanes traídos para estas ricas minas del suroeste de Antioquia, fenómeno
pasados por alto en la historiografía regional.
El rival Estado del Cauca también procuró atraer colonos antioqueños
Nancy Applebaum documenta el esfuerzo emprendido a fines del XIX por dirigentes y
élites caucanas y antioqueñas por atraer inmigrantes antioqueños que pudieran “blanquear” la
zona de Riosucio en el vecino y rival Estado del Cauca.35 , un esfuerzo curioso considerando la
vieja rivalidad entre los antioqueños, de mayoría conservadora, quienes temieron y odiaron a
sus vecinos caucanos, a quienes indistintamente tildaban de “negros”. Vale recordar que en las
guerras civiles de la segunda mitad del XIX las tropas liberales caucanas entraron triunfantes
dos veces a Antioquia, y durante la ocupación hubo quienes persiguieron al clero y cometieron
el sacrilegio de instalar cuarteles y pesebreras en varios templos de Medellín y Marinilla.
El punto que me interesa resaltar del citado trabajo de Applebaum es como una
identidad tan fuerte como la antioqueña puede llegar incluso a borrar identidades previas que
no le acomodan. Así, varios “empresarios de la tierra” oriundos del Cauca, entre ellos Ramón
Palau llegado a Riosucio en 1873, quienes lograron que dicho Estado aceptara repartir el
resguardo indígena que existía en la región apelando a la imagen positiva que los funcionarios
y dirigentes tenían de los colonos antioqueños por haberles domesticado un territorio salvaje.
Tanto que al cerrar el siglo XIX, la memoria colectiva tendía a afirmar que esas tierras “siempre
habían sido antioqueñas”, olvidando que en realidad antes pertenecían al viejo estado del
Cauca.
19
Una “identidad excesivamente asumida”: los antioqueños en Urabá, 1900-1950
La expresión proviene del libro de Claudia Steiner Imaginación y poder: el encuentro del interior
con la costa en Urabá, 1900-1960, donde desnuda la actitud de preeminencia cultural y el
tradicionalismo de los funcionarios y colonos antioqueños se exacerbaron al ejercer el papel de
colonos en esta frontera, previamente ocupada por negros emigrados del Chocó, indígenas
embera catíos, campesinos, ganaderos y comerciantes procedentes de la costa y del Sinú,
además de algunos empresarios alemanes y un puñado de inmigrantes sirio-libaneseses más
recién llegados. 36 Según Steiner, el colono de la montaña llegó pisando duro “seguro y
orgulloso de si y de sus logros”, dispuesto a antioqueñizar la región costera de Urabá, anexada
al territorio antioqueño en 1905. Sus líderes se propusieron “desarrollar y modernizar la fértil
esquina noroccidental de Antioquia que conecta este departamento, antiguamente sin litoral,
con el mar Caribe convencidos de estar fomentando “... un movimiento civilizador en contra
de la barbarie de los habitantes que ya ocupaban la región” (p. xvii).
Steiner repasa los fallidos intentos previos del gobierno antioqueño para promover la
colonización a esta “tierra prometida” , y su vana ilusión de crear allí una gran urbe, la flamante
Ciudad Reyes, así como un ferrocarril que conectara Medellín con el Darién. En la práctica, el
grueso de los inmigrantes del interior antioqueño tardaron hasta después de terminada la
llamada “carretera al mar” (Medellín-Turbo), cuya construcción tardó de 1926 a 1954.
Los primeros antioqueños en llegar fueron unos cuantos quijotes empeñados en abrir el
ferrocarril o una carretera que comunicara el interior con la costa. En esta etapa, la remota e
inhóspita región albergó contrabandistas favorecidos por la proximidad del golfo con Panamá,
y sirvió de refugio a prófugos, disidentes y guerrilleros liberales. Entre otros, Steiner menciona
al “Cojo” Gómez y al “Ronco” Jaramillo con sus cuadrillas de contrabandistas de los años 30,
al empresario antioqueño Eusebio Campillo, apodado “Rey de la Tagua” por déspota y
arrogante. Los funcionarios del interior quisieron instaurar una moral, disciplina, y , en general,
unos valores propios de la montaña, con la idea de sacar de la vida bárbara que llevaban la
gente de la zona, sin importar que su cultura estuviera más emparentada con el caribe y el
Chocó que con el interior andino.37
Bajo una supuesta superioridad moral, los maestros, funcionarios, los misioneros
españoles y antioqueños fiscalizaron comportamientos como el concubinato y se inmiscuyeron
20
en las costumbres de la sociedad “bárbara y caótica”, “inmoral” de Urabá , para imponer
conductas mas afines a las de la “sociedad católica, tradicional y blanca” de los antioqueños de
la montaña. Con razón el prefecto de Urabá le escribió al secretario de gobierno de Antioquia
en 1911 que los habitantes de la región los miraban con “un sentimiento, mezcla de odio y de
terror”. El encuentro, o mejor dicho el desencuentro, fue dramático y repercutió en el
desarrollo posterior de la zona, hasta hace poco bastante conflictiva.
El antioqueño miró con desdén a los cientos de negros caucanos, ribereños y mineros de
vida errante poco sujeta a autoridades que llegaron entre 1880 y 1950 a trabajar en las minas de
oro de los ríos Porce y Nechí, que no compartían las aspiraciones de progreso material, familia
monogámica, religiosidad, rígida moralidad y austeridad propia de las montañas. No pudieron
entender que estas gentes negras tenían un modo de ser distinto: vivían con privaciones pero
cuando podían, se divertían con derroche.38
Colonización de las conciencias: Antioquia en expansión misionera del siglo XX
Si bien la colonización antioqueña de Urabá avanzó con lentitud, la antecedió otra
empresa más sutil orientada, en palabras de Aída Gálvez, a “colonizar las conciencias” de la
gente indíena y negra de esa región, labor en buena medida asumida por misioneros y
misioneras antioqueños y españoles que se pusieron propagar las “buenas costumbres” en la
zona.
Estas misiones formaron parte del resurgimiento misionero visible en la Colombia de la
primera mitad del siglo XX, una tardía manifestación del auge experimentado medio siglo antes
en varios países católicos y protestantes de Occidente. Lo sorprendente del caso antioqueño
fue la entusiasta respuesta de varias generaciones de jovencitos y jovencitas en la aventura
misional. La rica cosecha de vocaciones regionales fortaleció las comunidades españolas
presentes en Urabá, y animó la fundación entre 1917 y 1950 de cuatro nuevas congregaciones
misionera de origen local39
Existen varios estudios acerca de la vida y obras de Laura Montoya Upegui y Miguel
Ángel Builes, las figuras antiqueñas más descollantes en este campo en Antioquia. La primera,
hoy beatificada, era una joven maestra nacida en el suroeste de Antioquia quien fundó en 1914
la primera comunidad misionera femenina de origen colombiano, la Congregación de Hermanas
Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena. Inicialmente, la joven Laura,
acompañada de otro puñado de jovencitas, en calidad de postulantas, catequizaron a los
21
indígenas Emberá en Dabeiba y Turbo. Diez años después, a raíz de diferencias con el
Carmelita Descalzo que se despeñaba como Prefecto Apostólico se vieron obligadas a dejar la
región de Urabá. Para entonces las Lauritas atendían centros misioneros en una docena de
poblaciones de la zona. En los años siguientes laboraron en la Diócesis de Santa Rosa de Osos,
en Ituango y en Peque. En 1927 trasladaron su casa generalísima a Santa Fe de Antioquia y
expandieron su acción a la región del Sarare, fronteriza con Venezuela. El ímpetu inicial
perduró al punto que actualmente actúan en 17 países de América Latina, Europa y Africa.
En 1914, un par de años antes de que Laura Montoya abriera su primera escuela en
Dabeiba, un grupo de misioneros del país Vasco y de Navarra pertenecientes a la congregación
española de los Carmelitas Descalzos se radicó en Dabeiba, Paravandocito y Urabá. En 1918
el gobierno nacional encargó a los carmelitas de dirigir la Prefectura Apostólica de Urabá,
cargo que ocuparon hasta 1941. Se trataba de 35 mil kilómetros cuadrados de selvas y pantanos
cruzados por infinidad de ríos, donde residían cerca de 400 indios catíos, otros tantos cunas y
unos 25 mil negros. 40 Para los misioneros españoles como Pablo del Santísimo Sacramento fue
duro habituarse a Urabá, zona donde en sus palabras “no hay invierno, ni otoño ni primavera.
No hay más que sol y agua...pero siempre mucho calor, mucho calor. ” Los frailes se
movilizaban en lanchas de motor y a vela, por ríos o por el golfo, a caballo a pie, expuestos a
las fieras, culebras e insectos, y al flagelo del paludismo y otras enfermedades tropicales para las
cuales sus organismos forasteros no habían desarrollado defensas inmunológicas. 41
Durante los 23 años que duró estadía de los carmelitas en la prefectura apostólica de
Urabá lograron imponer la costumbre del matrimonio católico a una parte de los indígenas
cuna y embera y a grupos aislados de gentes negras ribereñas.42 Ello los llevó a trazar
acueductos, alcantarillados y caminos y a producir estudios etnográficos, entre los que descolla
la extensa y certera obra escrita que dejó Fray Severino de Santa Teresa, un observador
sistemático de las creencias, la música y la gramática de los cuna. Adicionalmente, los
carmelitas propagaron nuevas devociones y hábitos de vida propias de la “civilización
cristiana”, según los cánones vigentes en ese tiempo: mejoraron el uso del español, dieron a
conocer la bandera y demás símbolos patrios, impusieron prendas de la vestimenta occidental,
modificaron los hábitos de aseo e higiene, enseñaron costura, caligrafía, canto e introdujeron
novedades en el universo culinario y propagaron el culto a la virgen del Carmen mediante
vistosas procesiones en su honor.
22
Las Carmelitas Descalzas Misioneras, otra congregación española, fueron invitadas a
Antioquia en 1926 para ayudar en las tareas domésticas a los Padres Carmelitas Descalzos en
Urabá, oficio que las Lauritas fueron reacias a aceptar. Las Carmelitas asumieron las escuelas
que dejaron vacantes las Lauritas, y en 1935, en vista de las frecuentes solicitudes de admisión
de parte de jovencitas en pueblos vecinos, fundaron un convento y colegios en inmediaciones
de Frontino.
Miguel Ángel Builes, el obispo de la Diócesis de Santa Rosa de Osos, aparte de su
consabido radicalismo ultramontano, fue un activo misionero desde su juventud, cuando hizo
correrías por el bajo Cauca. En 1927, recién nombrado obispo, fundó el Seminario de Misiones
de Yarumal. Los egresados, conocidos como los Padres Javieres, rápidamente aumentaron en
número y se dispersaron por todo el país en los años cuarenta, cuando se establecieron por lo
menos en 24 apartadas poblaciones de varias diócesis y prefecturas, por lo regular en zonas
cálidas de difícil acceso —las sabanas de Bolívar, las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa
Marta, los Llanos Orientales y la Orinoquia. Dos años después, en 1929, Builes fundó en
Yarumal las Misioneras de Santa Teresita del Niño Jesús, quienes iIniciaron labores en el nordeste
antioqueño, por lados de Henchí y el bajo Cauca.
Las congregaciones religiosas: otro vaso comunicante con la cultura europea
Los resurgimientos católicos ocurridos en varios países europeos a lo largo del XIX y
principios del XX fomentaron entre otras, la proliferación de asociaciones y devociones,
algunas de las cuales, como el culto al Sagrado Corazón de Jesús, tuvieron proyección
internacional. También alentaron la expansión de las congregaciones religiosas.43
En Antioquia, entre 1850 y 1930, años para los que dispongo de datos más completos,
una parte sustancial de la creciente presencia institucional de la Iglesia estuvo a cargo en total
de 22 comunidades religiosas femeninas y 12 masculinas, en su mayoría de Francia, España e
Italia, una de Guatemala, y 5 de origen colombiano, cuatro de ellas de origen antioqueño. En
este lapso Antioquia pasó de ser una de las regiones de Colombia con el más bajo número
religiosos y religiosas a estar en condiciones de proveer no solo sus propias necesidades en
términos de vocaciones sino que, hasta alrededor del decenio de 1960, “exportó” excedentes a
otras partes del país e incluso a otros países.
En el lapso mencionado, dichas congregaciones, familiarizadas con métodos misioneros,
pedagógicos y de asistencia social, se asentaron en Medellín y en medio centenar de
23
poblaciones del departamento. Los complejas gestiones para traerlas a Antioquia, que en
algunos casos tardaron años, así como las calurosas y multitudinarias bienvenidas de que
fueron objeto al llegar, demuestran la enorme expectativa que generaron. La positiva actitud
local hacia la religión animó a los laicos y a las autoridades, tanto liberales como conservadoras,
a respaldar las actividades emprendidas por monjas y religiosos. Y a su vez, el ambiente
religioso y el trato frecuente con sacerdotes, religiosas y confesores alentaran las vocaciones.
Curiosamente, con contadas excepciones, los estudios sobre la recepción y circulación de
ideas, ideologías, instituciones, nociones de economía, adelantos técnicos y científicos, modas y
modales provenientes de Europa y de Estados Unidos, sobre todo de tradiciones inglesas y
francesas, así como los estudios sobre historia de la religión o de los extranjeros en Antioquia,
tienden a ignorar el significativo canal de influjos foráneos en la cultura, de doble vía, abierto
por las congregaciones religiosas femeninas y masculinas, en su mayoría de origen europeo. 44
Dicho influjo es otra de las herencias de la llamada “romanización” de la Iglesia, uno de cuyos
elementos, aparte del rol más prominente del Papa fue inculcarle a esta institución una
perspectiva internacional. Además del Vaticano, ello implicó estrechar lazos también con
instituciones católicas de variadas orientaciones surgidas en Francia, Italia, Bélgica, Irlanda, y
aun en América.
En particular los jesuitas dejaron una honda huella en el comportamiento de
muchos antioqueños desde mediados del XIX, influencia que aun aguarda un estudio
sistemático. Doris Wise en el prólogo de su Antología del pensamiento de Mariano Ospina
Rodríguez menciona la ingerencia de la Compañía de Jesús en lo que ella denomina el
“proyecto antioqueño”. 45 Más detalles ofrece la tesis inédita presentada en el 2001 por
Piedad Gil Restrepo a la Maestría en historia de la Universidad Nacional (Medellín):
“Enriqueta Vásquez de Ospina: biografía de una matrona antioqueña, 1832-86”. Al revisar
los valiosos archivos conservados en el Fundación Antioqueña para los Estudios Sociales,
FAES, sobre la vida de esta personaje, esposa de Mariano Ospina Rodríguez, la autora
pudo corroborar lo cercanos que fueron los jesuitas en la vida diaria de Enriqueta, en
calidad de amigos, confesores, consejeros espirituales educadores y directores de cofradías
a las que ella perteneció. Las largas y frecuentes cartas entre Enriqueta y varios sacerdotes
jesuitas aluden a la vida cotidiana de esta pareja, la crianza de su prole y los hijos de los
dos matrimonios anteriores de Mariano, el trato con la extensa parentela y la servidumbre,
los altibajos en los negocios y en la política, y por supuesto, sobre la valiosa ayuda logística
24
que la Compañía de Jesús le brindó a los Ospina Vásquez durante los años de exilio en
Guatemala (1863-71). Los jesuitas le enseñaron a Enriqueta y familia a aprovechar el
tiempo, a valorar la constancia, la disciplina, la caridad, la fe en la divina Providencia, y a la
constante revisión de vida, hábitos que entre otras alentaron el registro minucioso de la
vida de esta matrona que hoy deleita a los historiadores.
Varias generaciones de niños y jovencitos antioqueños de sexo masculino y femenino se
familiarizaron con aspectos de la cultura francesa a través de la educación, pues varias de las
más activas congregaciones dedicadas a la enseñanza provenían de Francia: las Hermanas de la
Presentación, del Buen Pastor, de la Enseñanza, las Vicentinas, las Hijas de la Sabiduría, y las
Madres de la Sociedad del Sagrado Corazón, así como los Eudistas, los Hermanos Cristianos, y
los Maristas. Los alumnos del Colegio de San José de Medellín, pro ejemplo, donde una parte
de los religiosos eran franceses, recibían parte de su instrucción en francés, usaban textos en
francés y podían sostener una conversación en esta lengua. En los eventos culturales de este
plantel los alumnos entonaban La Marsellesa. La cultura francesa también se filtró través de
los modales aprendidos en el Colegio de San José, en el énfasis que se el daba a la buena
escritura, aunque las técnicas de caligrafía fueran inglesas. Este colegio también fomentó la
afición a la lectura y la cuidadosa redacción. Posiblemente ocurrió algo similar en la docena de
colegios Lasallistas abiertos en pueblos de Antioquia antes de 1950. 46
“…si no me querés de corto la cara con una cuchilla de esas de ajeitar”: Geografía de la música de despecho
Durante el seminario mencionado atrás sobre región y regionalismo en Oxford, Eduardo
Posada Carbó abrió su ponencia “Región y regionalismo en la nación: la costa caribe de
Colombia” con una anécdota ilustrativa del abismo cultural que existía entre el interior y la
costa. 47 Trae a colación la “tempestad de protestas” suscitadas por la publicación en 1947 de
una carta en la revista Semana, donde el antioqueño Fabio Londoño Cárdenas reducía al porro a
una expresión de “salvajismo y brutalidad de costeños y caribes, pueblos salvajes y
estancados”. Las protestas de los lectores indignados no hicieron retractar a Londoño quien
insitió en que “esos aires imitan muy bien la bullaranga que hacen en el monte…una manada
de micos…”.
En la pasada conferencia de Latin American Studies Asociation – LASA–reunida en
septiembre de 2001 en Washington D.C., María Teresa Vélez en su ponencia “Camelia la
25
Tejana en Colombia: Narcocorridos o baladas para héroes ilegales”, busca raíces del culto
actual de los antioqueños por la música de despecho en la vieja afición por las rancheras
mexicanas y los corridos que arraigaron a comienzos del siglo XX al lado de pasillos, boleros y
tangos entre sectores populares en Antioquia. En esa época se conocía como música de carrilera
porque se escuchaba en la radio o en las estaciones del tren por ser éste uno de los primeros
lugares de los pueblos en contar con servicio de electricidad. 48
La llegada masiva de campesinos a Medellín en el decenio de 1960 acentuó el gusto por
estos géneros. Las Hermanitas Calle, de Bolívar, un pueblo situado en una zona de colonización
al suroeste de Antioquia, cuentan que iniciaron su carrera artística en 1968 y se volvieron
famosas con su canción La Cuchilla, “…si no me querés de corto la cara con una cuchilla de
esas de ajeitar” que llegó a ser una especie de himno nacional de la música de carrilera en
Colombia y entre la colonia colombiana en Estados Unidos. Desde entonces estas hermanas
han grabado setenta y seis discos de larga duración, han ganado seis discos de oro y uno de
platino. A mediados de los setenta regresaron a Antioquia, pues según respondieron en una
entrevista hecha en 1995 por la revista Número, allí es donde más se escucha este tipo de
música.” 49
La popularidad de los mariachis, corridos y rancheras, retomando a Vélez, resurgió aún
con más fuerza a partir del decenio de 1980 a medida que el país se volvió un centro
importante del narcotráfico. Al capo antioqueño Pablo Escobar le encantaba esta música. Posó
disfrazado de charro mexicano en la foto escogida para la carátula de una biografía suya
redactada por su hermano El Osito, preso en Envigado. El Mexicano, apodo del boyacense
José Gonzalo Rodríguez Gacha, encargado del ala militar del cartel de Medellín, acostumbraba
encargar la composición de narco-corridos para las fiestas. Al cambiar el milenio, el gusto por
lo mexicano ha calado a tal punto la sociedad antioqueña en general que uno de los regalos
que piden hoy las jovencitas de familias acomodadas al cumplir 15 años es una serenata con
maricachis.
“Su música de despecho es todo un éxito, señores y señoras, damas y caballeros, con
ustedes Darío Gómez, el ídolo del pueblo” . Con estas palabras presentó La Hoja de Medellín
en febrero de 1993 a este campesino de San Jerónimo, un pueblo cerca de Santa Fe de
Antioquia, que antes recogía café, vendía quesitos y legumbres en el centro de Medellín, y
luego, a pesar de ser “un cantante sin muchas condiciones vocales” se dedicó a la música guasca.
Para la fecha, a la edad de 54 años llevaba casi un decenio triunfando, sobre todo desde
26
cuando su ranchera “Nadie es eterno en el mundo” fue usada en el funeral de Pablo Escobar.
En el tradicional cementerio de San Pedro con sus 150 años de antigüedad, al lado de los
bellos mausoleos de mármol de los notables locales de antes empezaron a aparecer las
extravagantes tumbas de mafiosos y sicarios como la de Tysson, dotadas con costosos equipos
de sonido que tocan rancheras y canciones como las de Darío Gómez para la posteridad.
El éxito de Gómez ha sido tal que creó su propio exitoso sello discográfico, manejado
con ayuda de su familia. Se presenta en conciertos con lleno total bien sea en Colombia o en el
extranjero. La Hoja lo tilda de fenómeno: en sus conciertos las admiradoras le rasgan el
pantalón, le arrancan la camisa y hasta lo han despojado de los cordones de sus zapatos. En
1992, salió una biografía sobre suya titulada El ídolo del pueblo. Ese año tuvo 82 presentaciones
en todo el país. Para 1995 había grabado 17 discos de larga duración y había ganado cuatro
discos de oro, y dos años después figuró en la lista de las 50 personas más destacadas de
Antioquia elaborada por La Hoja de Medellín al festejar su medio centenar de ediciones”. 50
Más recientemente ha surgido otro géneroafín a la música del despecho: los narcocorridos
que ahora se escuchan y bailan en barrios populares de Medellín y en periferias de Antioquia
como el Magadalena medio. Sus letras evocan lo que Vélez llama la geografía de la música de
los.ilegales, es decir, escenarios como Vichada, Meta, Vaupés, Amazonas, Caquetá, Putumayo
donde transcurren las aventuras y desventuras de los involucrados en el tráfico de la droga,
entre quienes han descollado los antioqueños.
Para terminar
La muestra más reciente de exacerbación de la “antioqueñidad” o lo paisa, con sus
contradictorios signos, es fiel reflejo de la Antioquia actual con sus grandes problemas y mega-
proyectos. Hoy esta sociedad se encuentra escindida, y se ve avocada a encontrar nuevos
consensos. Entre los discursos que se divulgan por iniciativa pública y privada se empieza a
reconocer que durante el último medio siglo ésta pasó de ser una sociedad reltivamente
integrada y estaba a una sociedad más bien cerrada, que alberga unas distancias sociales cada
vez más hondas e insalvables, factores que la dejan mal librada a la hora de resolver conflictos
de la magnitud de los que actualmente enfrenta Colombia, agravados por fenómenos como el
narcotráfico y la guerrilla que en algunos aspectos responden a dinámicas que trascienden la
región e incluso el país.
27
En tales circunstancias, algunos de los mecanismos de control social que resultaron
eficaces ayer, como la marcada religiosidad por ejemplo, no cumplen hoy la misma función
pues están fuera del contexto que les dio sentido. De ahí que el resurgimiento puramente
formal engendre remedos caricaturescos como los que describe magistral y crudamente
Fernando Vallejo en la novela Virgen de los sicarios (1998) que transcurre en el Medellín del cartel
de Escobar.
Las “virtudes” o destrezas de los paisas andariegos, rebuscadores, amigos del dinero fácil,
del riesgo, de burlar la ley, el empuje o “berraquera” encajaron bien con las oportunidades
económicas que desde hace cerca de treinta años brinda el floreciente tráfico internacional de
cocaína y otras drogas ilícitas. Es innegable que uno de los frutos de Antioquia es Pablo
Escobar, el capo cuyo nombre no requiere presentación pues le dio la vuelta al mundo en los
años ochenta.
La explosión de 30 kilos de dinamita ocurrida a las 10 PM en mayo del 2001, un jueves, la
noche más concurrida de la semana, en el parque Lleras situado en pleno corazón de la
llamada “zona rosa” de Medellín, al parecer por un ajuste de cuentas entre una banda y las
autodefensas, dejó un saldo de 8 muertos, 145 heridos. Una semana más tarde, el periódico El
Colombiano publicó este aviso: “Los restaurantes, bares y discotecas de la zona rosa están en
promoción del 50% desde anoche”, y la alcaldía siguió adelante con el Festival de la Noche que
venía planeando desde antes, un carnaval con epicentro en el parque Lleras. La masiva
afluencia a la misa oficiada en el lugar donde cayeron las víctimas, seguida de un desfile con las
candidatas a Miss Antioquia, y la presentación de conjuntos de salsa, merengue y vallenato,
musica andina y trova cubana fue alabada por los medios, aunque no faltaron voces que
expresaron su desagrado frente a lo que vieron como una actitud prepotente, desafiante.
A pesar de la aspiración de quienes suscriben la Visión Antioquia siglo XXI de una
sociedad más abierta y tolerante, preocupa ver los pasacalles y avisos con el slogan “los
buenos somos más” que inundaban en ese entonces las calles, parques y vallas de Medellín,
sobre todo después de una bomba o atentado violento. Ignoro si esta campaña fue ideada en
Antioquia o en otra parte del país, en todo caso, su amplia acogida en Medellín hace pensar lo
lejos que estamos de superar los peligros de ejercer una “identidad excesivamente asumida”.
En Antioquia, como en cualquier otro lugar en cualquier época, los rasgos de la identidad
cultural son el resultado de la peculiar confluencia de múltiples factores. Cuando algunos de
ellos se exaltan desfasados de su contexto tienden a distorsionarse, es decir, se mitifican y
28
pueden azuzar un sentido de identidad sobredimensionado. Al igual que en el caso de un
individuo con un orgullo desmedido de sí mismo, el regionalismo (o el nacionalismo), cuando
se exacerba, se vuelve un cuchillo de doble filo: puede servir de acicate para alcanzar grandes
logros, pero también puede ahondar distancias y por ende fomentar roces, e incluso violencias.
1 Presenté una versión preliminar de esta ponencia (con el título de “Nuevas facetas de la identidad regional antioqueña y de sus vínculos con la nación y con el mundo, ca.1860-1930”) en el seminario “Regions and Regionalisms in Latin America: Mexico and the Andes” organizado por Alan Knight en el Centro Latino Americano de la Universidad de Oxford el 19 de mayo de 2000. Agradezco a Darío Jaramillo Agudelo y a Neyla Castillo por compartir conmigo sus impresiones sobre el tema; a Juan Felipe Córdoba, Patricia Castro, Rodrigo García y Orián Jiménez, por dejarme consultar sus monografías inéditas; y a Luciano López, alumno del pregrado en Historia de la Universidad de Antioquia por ayudarme a reunir los datos. 2 En el 2002, Envigado, por citar un ejemplo, iba en la cuarta versión de la Cabalgata del Carriel, organizada por los Rotarios. Es tal el apogeo de las cablagatas, que figuran reglamentadas en el nuevo código de “convivencia ciudadana” anunciado para el área metropolitana de Medellín. 3 Mary Roldán, “Museo Nacional, fronteras de la identidad y el reto de la globalización”, Museo, memoria y nación. Misión de los museos nacionales para los ciudadanos del futuro, Memorias del Simposio Internacional y IV Cátedra anual de historia Ernesto Restrepo Tirado. Bogotá, Museo Nacional de Colombia, 2000, pp. 99-119. 4 Entre estos autores figuran: James Parsons, La colonización antioqueña del Occidente colombiano, primera edición en español, Bogotá, 1950 (publicada originalmente en inglés por University of California Press, Berkeley y Los Angeles, 1949); Everett Hagen On the Theory of Social Change: How Economic Growth Begins, Illinois, 1962; Luis H. Fajardo en su lúcido estudio sobre La ética protestante de los Antioqueños, presentado a la Universidad de Yale, publicado en Cali en 1966; Ann Twinam, “From Jew to Basque. Ethnic Myths and Antioqueño Entrepreneurship”, Journal of Interamerican Studies and World Affairs 22/1, Febrero, 1980, pp. 81-107. 5 En 1987, cuando la diversidad regional empezaba a ser considerada signo de adelanto cultural, J. O. Melo editó la obra colectiva Historia de Antioquia, que inicialmente circuló en fascículos semanales del diario El Colombiano con un tiraje cercano a los 100.000 ejemplares- y un año después en un libro que agotó la edición. En 1996 Melo reunió a otro grupo de especialistas en los dos volúmenes de Historia de Medellín. Ambos proyectos fueron auspiciados por Suramericana de Seguros, una de las empresas del conglomerado industrial y financiero más rico de la región, conocido como el “sindicato antioqueño”. 6 Patricia Londoño, “Bibliografía sobre Medellín producida en los últimos cinco años, 1988-93”, Estudios Sociales 7, Medellín, Junio 1994, pp. 175-192. 7 Neyla Castillo Espitia, Los antiguos pobladores del valle medio del río Porce. Aproximación inicial desde el estudio arqueológico del proyecto Porce II. Medellín, Empresas públicas de Medellín y Universidad de Antioquia, 1998, 94-97. 8 Idem. 9 Aline Helg, “Los intelectuales y la cuestión racial en el decenio de 1920: Colombia entre México y Argentina”, Estudios Sociales, No. 4, Medellín, Marzo 1989, pp.39-53.
10 Euclides Jaramillo Arango, Los cuentos del pícaro Tío Conejo, 3 ed. Pereira, Universidad del Quindío, 1941, p. 5. Vale mencionar el artículo “Forasteros y transeúntes en América, siglo XVIII. El caso de Francisco Fernández de la Fuente” donde Juan Carlos Jurado describe varios ‘vagos’ españoles que hicieron escala en la Provincia de Antioquia al cerrar el XVIII: desheredados que huían de sus obligaciones y deberes en la metrópoli, y como don Francisco Fernández de la Fuente, dedicados a las apuestas ilícitas en juegos de naipes y dados. Revista de Indias, vol. LX, no. 220, Septiembre-diciembre, 2000, pp. 651-62.
29
11 Patricia Londoño Vega, Religion, Culture and Religion in Colombia::Antiqouia and Medellín, 1850-1930. Oxford University Press, 2002 (versión en español en Colección Continente Americano del Fondo de Cultura Económica, filial Colombia, 2004). 12 M. M. Botero, “El desarrollo del sector exportador en Antioquia, 1850-1890”, tesis de maestría, Departamento de Historia, Universidad Nacional, Bogotá, 1994. . 13Véase Mary Roldán, A sangre y fuego: La violencia en Antioquia, Colombia 1946-1953. Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia /Fundación para la Promoción de la Ciencia y la Tecnología, 2003, sobre todo la Introducción y el capítulo 2, y también su artículo “Violencia, colonización y la geografía de la diferencia cultural en Colombia”, Análisis Político, 35, Bogotá, septiembre –diciembre 1998, 3-23. 14 “...a pesar de todo, Antioquia sigue siendo la mata de los curas en Colombia", La Hoja de Medellín, no.7, Medellín, marzo de 1993, pp. 28-31. En 1991 se ordenaron apenas 7 sacerdotes diocesanos en Antioquia de los 280 ordenados en Colombia. Al año siguiente se ordenaron en Antioquia 83 de los 312 sacerdotes en todo el país. En 1993 aproximadamente el 30% de los seminaristas y de los sacerdotes del país corresponden a Antioquia. 15 Darío Jaramillo Agudelo, “Algunos comentarios sobre la cultura antioqueña” Ponencia (inédita), Simposio Mundo Rural Colombiano, Fundación Antioqueña para los estudios Sociales, FAES, Medellín, 1981, 5. 16 Mary Roldán, “Cocaine and the “Miracle” of Modernity in Medellin”, en Cocaine: From “Miracle” to “Menace, ed. por P. Gootenberg Londres, 1999. 17 “Mafioso” para la revista La Hoja de Medellín, no. 31, Medellín, mayo de 1995, pp.10. 18 Clara Inés García, “Antioquia en el marco de la guerra y la paz. Transformaciones: de la lógica de los actores armados”, Controversia 172, CINEP, Bogotá, Junio 1998, p. 73. 19 Mesa Bernal, De los judíos en la historia de Colombia, p. 141. 20 Ibidem, p. 95. 21 Ibidem, pp. 99-104. 22 El plan desarrollo Visión Antioquia siglo XXI se propone coordinar esfuerzos para proyectar la región y conectarla mejor con “la aldea global”. El plan resalta la conexión de Antioquia con el mundo a través del cultivo del café, el banano de Urabá, los invernaderos con cultivos de flores en oriente, las setas exportadas a Sur América, Holanda y USA. Menciona también las clínicas y hospitales de Medellín que venden servicios de cirugías de alta complejidad a pacientes de Centro América y del Caribe. Remata con un inventario de grandes obras para fortalecer estos intercambios, tales como la hidroléctrica de Ituango/ Pescadero para exportar energía a Venezuela y Centro América, el puerto en Urabá, y la ferrovía desde Urabá hasta el Pacífico chocoano. Véase la separata: “Antioquia. Los paisas hacia el 2000”, Semana, diciembre, 1999. 23 1903: Liga Patriótica encabezada por Fidel Cano y Marceliano Vélez; 1924 Liga Patriótica por Colombia y por Antioquia , presidida por Carlos E. Restrepo; 1929 Comité Cívico Nacional, con colaboración del gobernador, Camilo C. Restrepo, Gonzalo Mejía, Fernando Gómez Martínez y Ricardo Olano, este último, promotor de la carretera al mar; 1938, Junta descentralizadora; 1963, Junta Patriótica de Antioquia, Presidida pro Alberto Jaramillo Sánchez; 1968 , Comisión Cívica, Decretada por el gobernador; 1968, Junta Pro defensa de los Intereses de Antioquia, Presidida por Samuel Syro. En febrero del 2000 el Grupo de Estudios Constitucionales del Colegio de Altos Estudios de Quirama, con sede en Rionegro, Antioquia, después de años de trabajo publicó el libro Anteproyecto de Constitución Federal para Colombia. Simultáneamente un representante conservador antioqueño y un senador liberal risaraldense presentaron un proyecto de acto legislativo para convertir a Colombia en una república federal. Semana, Bogotá, abril 24,2000, pp. 30-31. 24 Medellín, Editorial Bedout, 1962. 25 Bogotá, Fondo Cultural Cafetero, 1988 26 Bogotá, Editorial Planeta, tercera edición, 1997 (edición original, 1996) 27 Según el artículo “Strong Amerind/White Sex Bias and a possible Sephardic Contribution among the Founders of a Population in Northwest Colombia” escrito por un grupo interdisciplinario en medicina,
30
genética e historia del Imperial College (Londres) y de la Universidad de Antioquia (Medellín), las evidencias genéticas corroboran el relativo aislamiento en que creció desde el siglo XVI hasta mediados del XVIII la población asentada en lo que actualmente es el departamento de Antioquia. Tal característica hace que hoy resulte útil a los investigadores interesados en realizar los seguimientos o mapeos genéticos (genetic mapping of complex traits) a los que recurre la medicina moderna para identificar genes involucrados en enfermedades hereditarias, como el Alzeheimer temprano y el Parkinson juvenil. Véase American Journal of Human Genetics, No. 67, noviembre 2000). 28 Twinam, “From Jew to Basque. Ethnic Myths and Antioqueño Entrepreneurship”, Journal of Interamerican Studies and World Affairs 22/1, Febrero, 1980, pp. 81-107: 29 Mesa Bernal, De los judíos en la historia de Colombia , pp. 116-136. 30 “Es difícil que se encuentre otra región con tantos nombres bíblicos y orientales como la Montaña. Allí han sido frecuentes en los patronímicos y en los topónimos, o para denominar fincas campestres o haciendas agrícolas. Personajes, entre ellos, Marco Fidel Suárez, Eduardo Zuleta y Eduardo Santa, han escrito sobre el tema. Véase Mesa Bernal, De los judíos en la historia de Colombia, pp. 201-13. 31 Véase Boletín de la Academia Colombiana, tomo XLI No. 174, Bogotá, octubre –noviembre 1991, pp. 5-29.
32 Bogotá, Fundación Guberek, vol. 2, pp. 150-151. 33 Luis Fernando Molina Londoño, “La escuela. Los colombianos aprendieron en la isla de Jamaica a ser negociantes”, La Nota Económica, 68, Bogotá, agosto- septiembre, 2001, pp. 86-87. 34 Tesis de grado, Magister en Historia de Colombia, Universidad Nacional de Colombia (sede Medellín), 2001, p. 393. 35 “Whitening the Region: Caucano Mediation and “Antioqueño Colonization” in Nineteenth-Century Colombia”, Hispanic American Historical Review, 79: 4, noviembre, 1999, pp. 631-655. 36 Medellín, Colección Clío, Editorial Universidad de Antioquia, 2000. 37 En 1969, Pablo Escobar, más tarde jefe del Cartel de Medellín, perdió por segunda vez sexto bachillerato. Decidió sacarle partido a una rentable actividad que había descubierto meses atrás profanando tumbas en Envigado: exportar lápidas de contrabando a Panamá. En Turbo se asoció con James Maya Espinosa, dueño de un pequeño barco que usaba para traer cigarrillos, electrodomésticos y ropa americana de contrabando desde Panamá. De regreso surcaba el golfo de Urabá cargado de loza, telas y lápidas. (Cañón M., Luis. El patrón: vida y muerte de Pablo Escobar. Planeta, Bogotá, 1994, pp. 51-52. 38 Peter Wade en Gente negra, nación mestiza: dinámicas de las identidades raciales en Colombia. Bogotá, 1997 documenta la conflictiva relación de los antioqueños en la segunda mitad del XX con los chocoanos emigrados a Medellín. La tesis de maestría en Historia de Orián Jiménez “El Chocó: vida negra, vida libre y vida parda, siglos XVII y XVIII”, presentada en mayo, 2000 a la Universidad Nacional, sede Medellín, muestra que los antioqueños emprendieron una conquista tardía de extensos territorios en el Chocó. Fundaron una serie de pueblos de indios a lo largo del río Atrato, introdujeron cuadrillas de esclavos a la región y redujeron a la fuerza a los pobladores de la región. Mantuvieron una preeminencia en la minería y el comercio en esta parte del Chocó que se prolongó hasta el siglo XIX. 39 Jensen de Rosenberg, Gwen Dagny. “Laura Montoya Upeguí, mujer, maestra, misionera”, monografía de grado, Depto. Antropología, Universidad de lso Andes, Bogotá, 1997; María Patricia Castro Hernández,. “Las comunidades religiosas femeninas en Antioquia, 1876-1940” tesis de Maestría en Historia, Universidad Nacional de Colombia, Medellín, 2001; Juan Felipe Córdoba Restrepo, “Las comunidades religiosas masculinas en Antioquia 1885-1950”, tesis de Maestría en Historia, Universidad Nacional de Colombia, Medellín, 2001; Patricia Londoño Vega, Religion, Culture and Religion in Colombia::Antiqouia and Medellín, 1850-1930. Oxford University Press, 2002. 40 Severino de Santa Teresa, Creencias, ritos y costumbres de los indios catíos de la Prefectura Apostólica de Urabá. Bogotá, 1924). 41 Aída Gálvez Abadía, “Medio ambiente y padecimiento: Los misioneros españoles en la selva del Urabá colombiano. 1918-1945”. Quinto Congreso de Geografía América Latina/España, Sevilla, Universidad de Sevilla, 11-13 de noviembre de 1999.
31
42 Aída Gálvez Abadía, “La imposición del matrimonio católico en la Prefectura Apostólica de Urabá, Colombia. 1918-1941”, trabajo presentado al Doctorado en Antropología de la Medicina, Tarragona, Departamento de Antropología Social y Filosofía, Universitat Rovira i Virgili, 1999. 43 Veáse Cecilia Henríquez, Imperio y ocaso del Sagrado Corazón de Jesús en Colombia. Un estudio histórico simbólico. Bogotá, Cinep, 1997. 44 Veáse por ejemplo, el conocido texto de Jaime Jaramillo Uribe, El pensamiento colombiano en el siglo XIX, Bogotá, 1964; y los escritos más recientes de Frédérick Martínez:”Representación de Europa y discurso nacionalista en los relatos de viajes colombianos, 1850-1900”, en Wars, Parties and Nationalism: Essays on the Politics and Society of Nineteenth-Century Latin America, editado por Eduardo Posada Carbó. Institute of Latin American Studies, Universidad de Londres, 1995, pp. 55-70 y “En los orígenes del nacionalismo colombiano: europeísmo e ideología nacional en Samper, Núñez y Holguín (1861-1894) en: Boletín Cultural y Bibliográfico vol. XXXII, No. 39, Banco de la República, Bogotá, 1995 (editado en 1996). pp. 27-60. Martínez dedica una sección del capítulo 9 de El nacionalismo cosmopolita: La referencia europea en la construcción nacional en Colombia, 1845-1900 a las importación de las congregaciones religiosas europeas.(Bogotá, Banco de la República/ Instituto Francés de Estudios Andinos, 2001). 45 2 vol, Bogotá, Banco de la República, 1990. 46 Aline Helg, La educación en Colombia 1918-1957: una historia social, económica y política. Cerec, 82. 47 Véase nota número 1 del preente artículo. 48 Presentada en el panel “Latinoamérica ilegal: piratas, rebeldes y narcocorridos”. Ver “Narcorridos: baladas para héroes ilegales. Camelia la tejana en Colombia”, en: Revista Universidad de Antioquia No. 271, enero-marzo 2003, pp. 84-91. 49 Heiner Castañeda, “Las musas del despecho”, Número 6, Bogotá, mayo 1995, pp. 36-37. 50 “Los 50 de Antioquia, la hoja escoge, al llegar a su medio centenar de ediciones las 50 personas de Antioquia que más la representan en este instante", en: La Hoja de Medellín, no. 50, Medellín, febrero de 1997, p. 15.
Top Related