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La ta Julia

La ta Julia

Alicia Allievi

La ta Julia es represora, por eso no le florecen las rosas. Sabe tocar el piano, pero no lo hace, no sea cosa que se distraiga y sonra. De chica tuvo amigas que le duraron poco. Ahora tiene un marido al que no deja hablar ni tomar el vino que ms le gusta. Tambin tiene una hija que le deca siempre que no. Como esto le resultaba insoportable, la ta Julia la ech de su casa. Yo no la quiero, y deseo que la ta Julia desaparezca. Pienso que, si abro la boca lo suficientemente grande, tal vez logre tragrmela. Eserar a que se adormezca en su hamaca de mimbre. Ya est. Dos o tres das y la sorpresa habr pasado. Aunque desde ahora deber extremar los cuidados porque, cada vez que riego el jardn, la rosas se mueren en el acto. .

El maltratado

Wimpi

Licinio Arboleya estaba de mensual en las casas del viejo Crspulo Menchaca. Y tanto para un fregado como para un barrido.

Diez pesos por mes y mantenido. Pero la manutencin era, por semana, seis marlos y dos galletas. Los das de fiesta patria le daban el choclo sin usar y medio chorizo.

Y tena que acarrear agua, ordear, baar ovejas, envenenar cueros, cortar lea, matar comadrejas, hacer las camas, darles de comer a los chanchos, carnear y otro mundo de cosas.

Un da Licinio se encontr con el callejn de los Lpeces con Estefana Argua y se le quejo del maltrato que el viejo Crspulo le daba. Entonces, Estefana le dijo:

Y qu hacs que no lo plantas? Si te trata as, plantalo. Yo que vos, lo plantaba

Esa tarde, no bien estuvo de vuelta en las casas, Licinio- animado por el consejo del amigo- agarr una pala, hizo un pozo, planto al viejo, le puso una estaca al lado, lo at para que quedara derecho y lo reg.

A la maana siguiente, cuando fue a verlo, se lo haban comido las hormigas.

Colaboracin de las cosas

Macedonio Fernndez

Empieza una discusin cualquiera en una casa cualquiera pues llega un esposo cualquiera y busca la sartn ya que l es quien sabe hacer las comidas de sartn y sta no aparece Crece la discusin; llegan parientes. Se oye un ruido. Sigue la discusin. Se busca una segunda sartn que acaso existi alguna vez. El ruido aumenta. Tac, tac, tac. No se concluye de esclarecer qu ha pasado con la sartn, que adems no era vieja; se escuchan imputaciones recprocas, se intercambian hiptesis; se examinan rincones de la cocina por donde no suele andar la escoba. Tac, tac, tac. Al fin, se aclara el misterio: lo que vena cayendo escaln por escaln era la sartn. Ahora slo falta la explicacin del misterio: el nio, de cinco aos, la haba llevado hasta la azotea, sin pensar que correspondiera restituirla a la cocina; al alejarse por ser llamado de pronto por la madre, despus de haber estado sentado en el primer escaln de la escalera, la sartn qued all. Cuando trascendi el clima agrio de la discusin conyugal, la sartn para hacer quedar bien al nio, culpable de todo el ingrato episodio, se desliza escalones abajo y su inslita presencia a la entrada de la cocina calma la discordia.Nadie supo que no fue la casualidad, sino la sartn. Y si es verdad que puede haberle costado poco por haber sido dejada muy al borde del escaln, no debe menospreciarse su mrito.