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La felicidad humana
generalmente no se logra con
grandes golpes de suerte, que
pueden ocurrir pocas veces, sino
con pequeñas cosas que ocurren
todos los días.
Benjamín Franklin
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La Verdadera Historia de
Pulgarcito
Un relato de quimérica ficción repleto de sucesos y
lances interesantes, combinan las páginas de esta novela
corta intitulada “La Verdadera Historia de Pulgarcito”,
permitiendo que el lector discurra por algunos hechos
interesantes de la vida real que fueron disimulados por la
invención del autor.
Las anécdotas relatadas por dos impagables
personajes de fondo, es la conclusión de narraciones de
diversos episodios de humor que llegan a representar los
auténticos sucesos convencionales del ser humano,
posibilitando rescatar algunos recuerdos que sobrevienen
comúnmente en determinadas circunstancias del día a día.
Las características de algunos de los personajes
creados por el autor de la obra, son puntualizadas sobre el
ángulo de lo ridículo, de lo irreflexivo, de lo ingenuo,
permitiendo consentir la manifestación de algunos
procedimientos del auténtico muestrario de nuestra
colectividad, dejando al descubierto que nuestros
semejantes, no son más que un producto de su propia
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misantropía y de la naturaleza del medio ambiente en
donde habita.
Cinismo, mofa, mordacidad y desvergüenza, son
parte de los personajes, y fruto de ellos mismos, e imitan
las acciones de personas que existen en cualquier paraje, o
hacen parte de nuestro cotidiano.
El autor hace constar también su inmenso
agradecimiento a los famosos creadores literarios de otros
singulares personajes y de las obras que aquí fueron
nombradas y señaladas, cuando estas sirvieron de
sustentáculo para esta trama hilarante… A ellos, sus más
sinceros agradecimientos.
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Buscando restablecer la autenticidad de los
acontecimientos de acuerdo con la orden correcta como
ellos se sucedieron realmente en la historia, y ventilando
tan solo una parte de las correspondencias concomitantes
de lo que verdaderamente ocurrió con este personaje en
cuestión durante su pasaje terrenal; espero lograr restituir
y corregir lo que la mayoría de los lectores pensaban
saber, aunque es sabido que especulaban en lo lóbrego sus
mentes, que todavía era necesario atar algunas puntas
sueltas que aun existían en la vieja leyenda antiguamente
escrita tan magistralmente por el impagable Charles
Perrault.
Debo confesarles que mi desafío no fue una tarea
difícil de concretizar, ya que al abrir mi baúl de
correspondencias, retiré de él las docenas de cartas que
refrendan los fundamentos que ahora pretendo sacar a la
luz del sol presente.
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Quien viene en mi auxilio y atestiguará mi
manifestación, es nada menos que Sherlock Holmes, el
eximio investigador que, con lupa crítica y lógica
deductiva, siempre centrado en los métodos de un agudo
raciocinio y en los doctos poderes de observación y
deducción que asentaba con insuperable maestría, me
narró en más de un centenar de carillas, lo que un día
investigó contenciosamente su estimadísimo y no menos
excelso, Auguste Dupin, cuando éste decidió seguir los
pasos de Ornato Pereira, el verdadero nombre bautismal
de nuestro protagonista.
Fueron pasos que Auguste había seguido con
espíritu de verdadero sabueso, hasta que, finalmente, éste
se los repasó a nuestro veneradísimo inspector cerebral por
excelencia, para que los examinase y razonase.
Posteriormente, y es lamentable tener que decirlo,
reconozco que mi amigo Sherlock, al enterarse de las
peripecias del protagonista, percibiéndose aliquebrado
mentalmente por esa revelación, terminó por malgastar su
olfato en el albo tamo, con el fin de estimular sus
facultades intelectuales, donde luego a seguir, debido al
abuso de su uso, se perdió en medio del polvo blanco de
los fármacos que, a bien de la verdad, hoy sabemos que no
era nada más que un níveo talquito de marca “Pon-Pon”
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que él utilizaba para suavizar su permanente irritación en
los glúteos, cuando se sentaba a la sombra para poder
tocar tranquilamente su Stradivarius.
No obstante, haciendo un rápido paréntesis, debo
rescatar a luz de la verdad, que esa peripecia husmeadora
en la cual nuestro calificado maestre de la investigación
hundió sus narinas, terminó por rendirle una homenaje
póstuma por parte de una reconocidísima industria
norteamericana fabricante de dicho producto, la cual
terminó por agraciarlo con la máxima condecoración que
ellos otorgan a ciertas celebridades: la medalla del
“Johnson & Johnson President Awards”, concedida a él
en detrimento de un otro deportista no menos famoso,
llamado: Don Diego Armando Maroma que, a última hora,
perdió la oportunidad de recibir éste trofeo porque decidió
firmar contrato con la competencia, y rubricó su firma
junto a la empresa Suiza Nestlé, para ser el sponsor de la
láctea leche en polvo que estos producían.
En tiempo, aviso que a éste noble prohombre del
deporte, tampoco debemos confundirlo con el otro Diego,
el zorro de la Vega, porque ese sí, tenía un odio visceral
con lo blanco, razón por la cual, maliciosamente, algunos
llegan a afirmar que a éste personaje sólo le gustaba el
negro… Cosas de gente perturbada, pienso yo.
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Pero aunque no lo crean, quien me relató esta
acotación, fue mi gran amigo Archicha, un correligionario
natural de la pacata ciudad de Piedras Verdes, y un eximio
conocedor de los inverosímiles procedimientos y
costumbre del ser humano que, a boca llena, un día, al
encontrarnos discurriendo filosóficamente sobre el éste
singular tema, me dijo con acento apremiante:
-¡Cuidado! No te confíes. Ese es un Zorro
desquiciado que siempre le gusta andar con el negro
puesto.
Les parecerá estrafalario, pero su advertencia hace
sentido, porque un día, mi amigo me contó que su abuelo
lo había conocido personalmente allá en Galicia, donde
vivía, cuando éste enigmático caballero pasó de tiros
largos fantaseado de gitano y montado en una mula
manca, por un pueblito llamado Meaño, que queda situado
en la región de Rías Baixas, y yendo rumbo al puerto de
La Coruña.
Él me relató que fue un momento de sumo apremio
en que el negruzco caballero, huyendo de los guardias del
Rey, pernoctó en el Monasterio de la Armenteira, y al día
siguiente continuó viaje intentando embarcarse en el
bergantín “Madre de Dios” perteneciente al capitán
Santiago de León, para retornar fugado para la población
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de Los Ángeles que, en aquel entonces, era territorio
mexicano de las Indias Españolas. Hecho éste que ya fue
muy bien puntualizado y documentado por la
trascendental periodista chilena Isabel Allende.
Todo esto me trae a la memoria el entristecido
relato que mi compadre Archicha sacaba seguidamente a
la luz de la añoranza, cuando, algunas veces con los ojos
humedecidos por algunas lágrimas contenidas, me contaba
las peripecias ocurridas con sus padres, al querer
establecerse en Piedras Verdes…
-Desde su juventud y hasta el día que llegó a
Piedras Verdes –me señaló Archicha al referirse a su
progenitor-, siempre fue conducido por el fervoroso deseo
de hacerse rico y ser dueño de una casa de comercio, ya
que no le faltaban ejemplos de varios patricios suyos. Por
ello, don Manuel alimentaba con igual tamaño, la
posibilidad de realizar un sueño hasta ese entonces,
imposible: tener casa propia.
-Antes de venir para estos pagos, -me aclaró
Archicha con voz comedida y palpitante-, su padre había
sido un poblador pobre de una aldea apartada de
Sanxenxo, apenas a algunos abundantes kilómetros de
Rías Baixas, y mismo así, vivía en casa alquilada.
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-Date cuenta que en esa misma aldea, había tan
solo unos otros cuatro pobladores viviendo el mismo caso,
–finalmente advirtió mi amigo con fatigado acento.
-Era una situación que a mi padre lo perturbaba
enormemente, porque las casas, de manera generalizada,
podían ser feas, pequeñas, poco confortables o pobres,
pero cada una, –me acentuó con ahínco-, pertenecía a su
morador.
-Entonces, mi madre, que todavía no lo era, porque
yo aun no había nacido, entraba de vez en la historia,
cuando le decía:
-¡Manuel!... cuando nos casemos…
-Ya avizoro lo que tú me quieres decir, mujer –se
atajaba mi padre.
-¡Una casa! –el hombre enseguida le afirmaba
constreñido.
-¡Nuestra casa!, –ella le remarcaba, poniéndose
más firme que rulo de estatua.
-Tenemos que comprar una… ¿No crees, Manuel?
–me enfatizó Archicha al imitar la voz de su madre.
-Creer, la verdad que él creía, pero el dinero de la
labranza, momentáneamente, no le permitía que llevase el
asunto adelante… –Archicha explicó a seguir poniendo
voz dolida.
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-Entonces, ya casados desde hacía tres años,
continuaban a vivir en la misma casa alquilada desde el
tiempo en que mi padre era soltero y, lo que era peor, sin
contar con las economías que le permitiesen, tan siquiera,
juntar lo suficiente para pagar el valor de la entrada de una
casa, -agregó mi amigo, pensativo.
Al llegar a ese punto de su relato, yo quise saber
cómo habían logrado venir para estos pagos, si la situación
era tan apremiante, y mal les sobraba dinero para comer.
-Ahí que está –Archicha exclamó con desmesurado
júbilo- porque un día, la mujer, mi madre, le dijo de forma
repentina: ¡Manuel, tengo una sorpresa para ti!
-Bueno, -alegó mi amigo con una mueca suave y
un ademán de brazo-, la verdad que lo que Albertina, mi
madre, llamaba de sorpresa era, en realidad, una dádiva
que a mi padre le caía del cielo: ¡Dinero!
-¡Diablos!, –exclamó entonces mi padre,
desconcertado- ¿Qué dinero es ese?
-He estado economizando desde el día que nos
casamos –prontamente ella le esclareció.
¡Cuéntalo, Manuel!, –le ordenó quitándole el habla
a su marido, mi padre, -aclaró Archicha.
-Ve si eso ahí nos alcanza para dar la entrada de la
casa nueva –insistió mi madre.
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Sin darme cuenta, yo dejé escapar una exclamación
de admiración, porque no me imaginaba que, dentro de la
penuria que mi amigo me relataba, la mujer fuese capaz de
economizar lo que su marido no lograba.
-Mi padre –volvió a exteriorizar mi amigo dando
proseguimiento a su relato-, contó y recontó las pesetas de
doña Albertina, pero él ya no pensaba en la casa. Creo que
en ese momento, lo que germinaba en la cabeza de don
Manuel, era la visión del vapor que partiría en breve del
puerto de La Coruña, rumbo a Sudamérica.
-¿Brasil? –le preguntó admirada mi madre, cuando
don Manuel le avisó de sus verdaderas intenciones.
-¡No Albertina! Iremos para un país un poco más
abajo…, creo que allí va ser mejor para nosotros -le sentó
él.
-Escucha aquí… -le fue explicando mi padre,
queriendo contarle más de una docena de óptimos
ejemplos ya concretizados.
-Pero ella también ya sabía de muchos convecinos
que, salidos en estado menesteroso de sus aldeas, hoy
disfrutaban de envidiosas y desahogadas situaciones
económicas –testificó Archicha, quizás queriendo
resguardar la incertidumbre de quien sería su futura madre.
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-¿Tú sabes, mujer, que algunos de ellos, ya son
dueños de excelentes casas comerciales? –arguyó mi padre
ante la reticencia momentánea de la esposa, y a lo mejor
buscando reforzar sus registros al mencionar casos
notables de prosperidad existentes por estas bandas.
Yo lo escuchaba con circunspección, pues el relato
de Archicha era para mí, no menos intrigante, ya que me
estaba narrando una aventura de diablo cojuelo, y que
envolvía el misterioso deseo que sienten las personas en
querer arriesgarse en tierras extrañas, justamente en una
época en la cual las informaciones demoraban en llegar, y
cuando llegaban, tenían tantas distorsiones, que forjaba al
más cándido de los cristianos a sospechar de los relatos.
-Claro que mi madre tenía sus dudas, -continuó a
explicarme Archicha-, eran algunos temores al respecto;
pero como era la voluntad de su marido, ella sentía que
debía respetarla con sujeción…
-¡Oh! como eran obedientes y vasallas las mujeres
en aquel tiempo –exclamó mi amigo al exhalar un suspiro
de mezquindad; y yo pienso que tal vez, él lo dijo por
recordarse de otros sucesos más actuales.
Entonces, ¿fue precisamente así que ellos se
vinieron? –yo le pronuncié fehacientemente, como para
sacarlo un poco de su preocupaciones melancólicas.
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-Bueno, te voy a economizarte la parte del viaje –
aclaró mi amigo-, pero ya hacia como tres años que ellos
estaban viviendo en Piedras Verdes, y no fueron pocas las
oportunidades que aparecieron para que la tan deseada
casa fuese comprada –apuntó de vez Archicha-. No en
tanto, don Manuel siempre proponía, infaliblemente, dar
una otra aplicación para el dinero que juntaban.
-Antes que todo, el bar –mi padre sentenciaba seco,
ensimismado que estaba con la idea de convertirse en un
próspero comerciante, aunque más no fuese un bolichero.
-Bien, que sea –avenía Albertina con sumisión.
-En todo caso, creo que doña Albertina siempre
pensó con prudencia –acotó Archicha al analizar el
comportamiento obediente de su madre-. Porque ser
propietarios de un bar con buen movimiento, -concluía
ella-, seguramente sería más inteligente que comprar una
casa, y de esa forma evitar que su marido Manuel tuviese
que continuar como empleado, reventándose los riñones
haciendo trabajos brazales.
-Felizmente un día terminaron comprándolo,
porque ellos dedujeron que la recaudación del bar, donde
serían patrones, podría apresurar las economías que
proporcionarían la realización de un sueño congelado, ya
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éste venía siendo alimentado pacientemente a más de seis
años.
-Bueno, creo que mi padre no tanto –determinó mi
amigo-, porque después que lo compraron, el trabajo atrás
del mostrador lo dejaba postrado al llegar la noche. Sin
embargo, doña Albertina, diariamente contaba el dinero
que economizaban, y lo guardaba en una caja de cartón.
¿Medio arriesgado, no? –murmuré yo, sin la
intención de soslayar la actitud roñosa de su madre.
-En ese caso, -enunció Archicha con
circunspección-, mi madre juzgaba que si procedía de otra
manera, alguien la iría a tomar por una de esas mujeres
imbéciles que viven a guardar su rico dinero en los
bancos, quienes diariamente estaban siendo asaltados.
-No la defiendo, -declaró mi amigo-, porque ella
podía no ser una mujer letrada, ya que había trabajado la
juventud entera en las viñas de su aldea, y no tuvo la
oportunidad de frecuentar escuelas, pero te garanto que no
tenía nada de idiota –me subrayó con énfasis.
¡Comprendo! –le declaré para ser complaciente con
su reflexión.
-Parece mentira, cómo las historias se repiten a lo
largo de la vida. ¿No te parece? –me preguntó, y sin dar
tiempo a que yo reaccionase a su comentario, agregó:
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-Lo que en realidad ella entregó para mi padre, fue
un regalo de Navidad… Lo llamó a la pieza del fondo, un
resumido lugar que ellos ocupaban como morada, y le dijo
toda sonriente:
-Aquí tengo tu regalo de Navidad, Manuel –y
extendiendo su brazo, le entregó una bolsa de papel de
estraza.
-Como mi padre se quedó parado al igual que si
estuviese en un limbo, ella abrió de vez la bolsa y sacó la
famosa caja de cartón, depositándola en las manos de don
Manuel.
-¡Anda! Abre –ella le ordenó ella.
-Él la abrió y se le agrandaron los ojos… Don
Manuel no sabía si reía o lloraba con lo que veía dentro de
la caja.
-¡Coño! ¡Rayos!- exclamó mi padre en voz alta,
mientras en silencio pensaba como habría hecho su esposa
para conseguir todo ese dinero.
-¿Cuánto hay? –fue lo único que le dijo.
-La verdad, –comentó Archicha desplegando la
duda en su semblante-, es que no se decirte si era mucho o
poco, pero en aquel momento mi madre propuso dichosa:
-No es mucho, Manuel, pero quien sabe, allí dentro
no hay lo suficiente para que negocies la casa vecina, ya
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que ella es ideal para nosotros, por el tamaño y la
proximidad del bar.
-Demás está decirte que la tentativa de comprarla
resultó en nada…, -comentó mi amigo, acompañado sus
palabras con un gesto de angustia en el rostro-, …pues, ni
el vecino estaba dispuesto a venderla, ni el dinero
alcanzaría para el propósito.
-¿Y qué hicieron ellos con el dinero? –yo le
pregunté, desconfiando que estaba de que sus padres
hubiesen procedido igual que muchos en aquel tiempo,
colocándolo abajo del colchón.
-El mismo vecino fue quien les sugirió que
abriesen una caja de ahorros en el banco, y que lo
depositasen hasta que surgiese una otra oportunidad de
concretar su sueño.
-Interés…, corrección monetaria… un poco más
que lograsen juntar, fueron las inmediatas cavilaciones de
don Manuel, y así procedieron los dos a cumplir con el
consejo recibido –definió mi amigo, con una entonación
que demostraba apoyar la actitud correcta de su padre en
aquel entonces.
Yo busqué contener mis comentarios, para permitir
que Archicha discurriese por el pasado de su vida, y se
tomase el tiempo necesario para narrarme la historia, que
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si no me conmovía, por lo memos me despertaba
curiosidad.
-Un año después, la casa apareció. ¡Podrás
imaginarte!, –me dijo él con entono jovial- Era
exactamente la casa del vecino, quien ahora estaba
dispuesto a venderla.
-¿Cuánto quiere? –le preguntó mi padre.
-Pido tanto –le anunció el vecino.
-Era justo el “tanto” que ellos poseían. Y el “tanto”
pedido, era una pichincha –expuso Archicha con ojos
brillando, tal vez de emoción, tal vez de ternura; la verdad
es que no sé como describirlos correctamente.
-No en tanto, existía un empero –me pronunció
lacónico al retomar su relato.
-Tengo otros pretendientes –les habría dicho el
vecino-. Pero les doy un plazo –concordó el dueño.
–Si me traen el dinero hasta las cuatro de la tarde,
la casa es de ustedes. Si no, se la vendo al otro
pretendiente –estableció el hombre de forma sumaria.
-Ese día, ya eran como las dos y media de la tarde,
-aclaró mi amigo-. Don Manuel sabía que, a pie, no
demoraría más que diez minutos en llegar al banco.
Entonces con noventa minutos, fácilmente daría para
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llegar a la entidad bancaria, retirar el dinero de la caja de
ahorros, volver a casa y entregárselo a su vecino.
-Mejor que vayas en un taxímetro –le propuso
entonces doña Albertina, impacientada por el posible
surgimiento de cualquier contratiempo.
-Esa tarde, ella se quedó en el bar, esperando. Tres
horas. Tres y quince. Tres y media. Tres y cuarenta y
cinco… Como mi padre no aparecía, ella intentó una
dilatación del plazo. El vecino negó.
Hasta ese punto, yo continué mudo y observando
los mohínos tristes en las facciones de mi amigo, mientras,
de ojos rutilantes, él dejaba escapar las palabras de su boca
como si estas se arrastrasen.
-Cuatro horas. Cuatro y cuarto… -Si el otro
comprador aparecer, le vendo la casa -le advirtió el vecino
a mi madre.
-Doña Albertina, la señora ha de comprender, que
palabra dada, es palabra a ser respetada, –insinuó el tipo,
como disculpándose por su rectitud.
¿Y qué sucedió? –inquirí curioso.
-Bueno, el otro postulante apareció. Mi madre
entendió, o no entendió.
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-En verdad, ella quería saber que había ocurrido
con mi padre… Un asalto, un accidente, un… -¡Mi Dios! –
ella suplicó bajito.
A mí me pareció que mi amigo pronunció la
exclamación, como si estuviese imitando a su madre, pero
no dije nada.
-Don Manuel… –agregó mi amigo después de su
suspiro- …apareció como media hora después, nervioso,
queriendo explicar lo inexplicable, y dando una razón de
su atraso, único motivo para la pérdida de la tan soñada
casa.
¿Qué le sucedió? –murmuré apremiado.
-Mi padre, de cara fruncida, le explicó a mi madre
con bastante malhumor:
-¡La escalera rodante, quebró, mujer! Tuve que
esperar casi dos horas, para que unos tipos la reparasen.
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Antes de proseguir, o más bien de retornar al tema
de éste libro, les debo disculpas por dejarme llevar
pusilánimemente por los emocionantes vericuetos de otras
historias no menos interesantes que, sin darme cuenta,
terminaron por apartarme momentáneamente de lo
propuesto inicialmente; o sea, elucidar de una vez por
todas, lo relatado emocionalmente, o erróneamente, por
Charles Perrault.
Para refrescarles la memoria, aclaro que Perrault
fue un celebérrimo escritor francés, esencialmente
reconocido por haber dado forma literaria a embaucadores
cuentos clásicos infantiles, tales como: Barba Azul,
Caperucita Roja, El Gato con Botas, La Bella Durmiente,
La Cenicienta, Las Hadas, Piel de Asno, Riquete el del
Copete, entre otras obras que escribió a lo largo de su
vida, de un total de 46. Sin embargo, a excepción de los
cuentos infantiles, toda su obra se compone, de chupa
medias que era, mayoritariamente, en ensalzar loas al rey
de Francia.
Conforme lo propuesto inicialmente, les ventilaré a
seguir, no sin antes apartar el polvo existente entre las
toneladas de papel viejo que guardo en mi baúl y quitar
una infinidad de lepidópteros voraces que perniciosamente
habitan entre ellos, una parte de las correspondencias
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concomitantes de lo que verdaderamente ocurrió con el
personaje del cuento, desvendando de esa forma la
Historia que elucidará vuestra incomprensión.
Antes de avanzar en el tema, transcribiré una parte
de la analítica reflexión realizada sobre la persona del ya
referido escritor francés, surgida en medio de una notoria
discusión entre Holmes y su estimado amigo John:
-No es para menos, -le pronunció el eminente
Sherloch Holmes con voz encumbrada a su estimado
amigo el doctor John H. Watson, y agregando a seguir la
célebre frase: Elementary, my dear Watson…, o sea:
-¡Sí!.. Elemental, mi querido Watson, porque como
éste hombre jamás fue capaz de levantar un dedo, ni luchó
contra el sistema, eso fue lo que le facilitó la
supervivencia en una Francia muy convulsionada
políticamente, y en la cual se podía apreciar a los favoritos
del soberano caer como moscas con demasiada frecuencia.
La deducción de Holmes, fue acertadísima, porque
como la vida de Charles Perrault siempre fue dedicada al
estudio, esa actitud le dejaba escaso margen a la fantasía.
Digo esto, porque en su primer libro “Los muros de
Troya”, escrito en 1661, se muestra nada infantil, como
fácilmente lo puede apreciar cualquier lector en el
contenido de la obra.
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Esto se debe a que, a lo largo de su burocrática y
aburrida existencia de funcionario privilegiado, lo que más
escribió, fueron: odas, discursos, diálogos, poemas, y
obras que halagaban al rey y a los príncipes, lo que le
valió poder llevar una vida colmada de honores, que
realmente él supo muy bien aprovechar. Pero cuidado, le
advierto que alguna similitud con personajes de la política
actual, es pura casualidad.
No obstante, volviendo a lo principal, expondré
aquí, lo que descubrí en medio de los cerúleos papeles que
encontré escondido en los anaqueles de la penumbrosa
sinuosidad de mi desorganizada biblioteca que, para el
asombro de los tolos, el espanto de los lánguidos
decadentes, la perplejidad de los burgueses domesticados
y, siempre en busca de la verdadera rehumanización de
Arte, no sirven más que para la suavidad de la nada. Pero
prometo que a partir de este parágrafo dedicaré el espacio
ocupado por el cerebro, a pensar en la coherente historia y
transcribir los acontecimientos de esta patraña.
Todo habría comenzado cuando la hermana más
joven del detective, que se llamaba Enola Holmes, habría
dejado olvidado sobre la mesa de su biblioteca, un librito
con el controvertible cuento de Charles Perrault. Después
de leerlo, los dos, Holmes -el Sherloch- y el Dr. Watson,
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mantuvieron un diálogo rellenado de deducciones sobre el
contenido, que terminaron por dejar Watson
completamente atónito.
-Ciertamente, hay dos o tres indicios en esta obra –
expuso Holmes un tanto brusco-, que concluyentemente,
nos da las bases para tirar varias deducciones –registró
después de analizar las páginas del libro.
-¿Se me ha escapado algo? –alcanzó a preguntarle
al Dr. Watson, dándose ciertos aires de importancia.
-La verdad de hoy, es una prueba cabal de que no
se inventan más mentiras como antiguamente –contestó el
detective asesor de Londres.
-Francamente –tendría dicho el Dr. Watson-,
mismo que tengamos que encarar la Verdad, siempre será
mejor si eso ocurrir de modo indoloro.
-¿Acaso hay alguna minucia inconsecuente de la
que no me haya percatado? –insistió en aclarar Holmes,
cuando no concordó con las alegaciones levantadas por su
consultante.
-Fuera de los ávidos editores, de los biógrafos
maliciosos, de los críticos melifluos, y de un público
estúpidamente generoso que se postra delante de obras
finiquitadas a precio vil, entonces, la busca del lucro se
vuelve ordinaria –determinó su amigo, mientras revolvía
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el whisky con el dedo, y sus ojos acompañaban las
delicadas oscilaciones del líquido dentro del vaso.
-Me temo, querido Watson, que la mayoría de sus
conclusiones son erróneas.
-¿Por qué?
-Simplemente, porque es bueno recordar a
Francesco Petrarca que, ya en su tiempo, hablaba con
pesimismo y desconfianza sobre el carácter de los
hombres y del futuro del mundo, y justo en el momento
que redactaba sus reflexiones en endecasílabos, ese mismo
mundo se consumía en la Peste que sesgaba la vida de
jóvenes, viejos, y la de las mujeres más famosas y los
poetas más brillantes.
-Es verdad. Pocos escapaban de su furia
devastadora -concordó Watson, ebrio de elocuencia.
-Fue así que este celebérrimo humanista italiano
ilustró el periodo negro del Renacimiento, cogitando
siempre, ciertas veces apoyado en la realidad insidiosa de
la vida, y en otras, en las intuiciones personales que él
tenía sobre la índole de los empodrecidos del alma que ya
estaba próximos a sucumbir, conforme Dante lo anteviera
en su Divina Comedia –declamó Sherlock con
pragmatismo.
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-¿Y eso, que tiene que ver con el tema? –preguntó
su acompañante.
-¡Nada! pero me gusta ejercitar la mente y el
razonamiento deductivo –le respondió Holmes de forma
desabrida, mientras daba una nueva fumarada en su pipa.
-Mejor filosofar en el bidé, que darle atención a
usted –murmuró el amigo cronista, ya bisojo de tanto
mirar los embates del hielo en el fondo del vaso vacío.
Después de ensancharse mutuamente con
atiborradas divagaciones del intelecto, el detective expone
en sus facciones un aire de viveza y de resolución, y
comienza a narrarle la historia de Pulgarcito, un niño que,
según Perrault, nació tan pequeño como un pulgar.
-Entonces, se confirma que era un enanito –
comentó Watson.
-Elemental, mi querido Watson –definió Holmes,
tras dar una profunda bocanada, y prosiguió con el relato.
-Resulta que Pulgarcito era el menor de los siete
hijos de un leñador y una leñadora, tan pobres, que se
vieron obligados a abandonar a sus hijos en el bosque.
Llegado el momento, Pulgarcito, que había oído el plan de
sus padres, fue dejando caer piedras blancas por el camino
y así, él y sus hermanos, pudieron volver a su casa justo
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cuando un golpe de suerte había mejorado la economía de
sus padres…
-¡Imposible! –Apuntó el detective, al hacer una
pausa en su relato-. Esto es una chapucería… ¿En cuál
bosque existen piedras blancas? –preguntó brioso.
-¿No sería en la Siberia? –acotó el doctor,
apretando los labios al fruncir la boca, haciendo un piquito
de duda.
Holmes no llevó en cuenta la sugestión de su
amigo, y retomó la lectura:
-Esta racha de buena suerte duró poco y, los padres
de Pulgarcito, nuevamente se vieron obligados a
abandonar una vez más a sus hijos. Esta vez, Pulgarcito
fue arrojando migas de pan en lugar de piedras, pero los
pájaros se las comieron y no fue capaz de encontrar el
camino, así que se vieron obligados a dar vueltas por el
bosque hasta llegar a una casa que resultó ser la de un
ogro, aficionado a comer niños, que vivía junto con su
mujer y sus siete hijas.
-¿Te das cuenta, cuantas chambonada ha escrito
éste hombre? –Holmes preguntó incrédulo, levantando la
vista del libro.
-Claro, si eran pobres, pienso que no tendrían ni
pan duro –dedujo el doctor.
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-¿Y qué más? –inquirió Holmes.
-¡No sé apuntarlo!
-En primer lugar, mi querido Watson, ¿el ogro era
un animal, o un ser humano?, que bien podría ser definido
como: bárbaro, monstruoso, feroz, salvaje, repugnante,
deforme, etc., etc.
-Sin embargo…, sin embargo… –repitió, para dar
tiempo a echar una nueva tragada en su pipa- …y si él era
un ser tan cruel y atroz como Perrault lo describe, y que le
gustaba comer niños, ¿cómo es que tenía siete hijas en
casa?
-No sabría responderte, pero lo mejor de todo, es
saber que, un hueco, tanto puede ser identificado a través
del lado cóncavo como del convexo, siempre según el lado
que se le observe –enunció Watson, con la voz arrastrada
por el efecto de la malta destilada que se había bebido.
-Esa insania elocuencia tuya, me lleva a creer que
la estupidez contemporánea esté más parecida a los
forúnculos en el apogeo de su maturación, y prontos a
explotar de forma pirotécnica -manifestó Holmes,
intelectualmente inquieto.
-¿Sabes? La cordura de tu discernimiento, te
asemeja a Aldous Huxley con su preocupado trastorno con
los roles sociales tan bien descriptos en “Un mundo feliz”,
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 29
cuando este anarquista hace un hermosísimo ejercicio
“somático” de ideas místicas –respondió el otro, pero lo
dijo sólo por responder alguna cosa.
Sherlock lo miró de reojo, y atinó que era mejor
continuar con la narración, visto que las secuelas
dipsómanas estaban afectando el poder de deducción de su
compañero.
-El ogro…, -comenzó a disertar- …al descubrir a
los niños en su casa, quiso comérselos, pero la mujer,
siempre precavida, como toda mujer, -observó Holmes-, le
convenció para alojarlos y así guardarlos para cuando
escasease la comida. Pero Pulgarcito aprovechó la noche
para cambiar su gorro y el de sus hermanos, por las
coronas de las hijas del ogro y así, fueron éstas las que,
mientras dormían, murieron a manos de su propio padre a
la mañana siguiente.
-Ahora, me quedé despistado… ¿será que soy un
tarambana? –pronunció Holmes, frunciendo el ceño y
haciendo una nueva pausa, mientras encendía la pipa
apagada.
-¿Por qué?
-Porqué…, porqué…, porqué… -expresó de forma
intransigente, mientras daba profundas bocanadas.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 30
–¿No te das cuenta, mi querido Watson? Como si
fuese poco, este embustero de Perrault, ahora se le antoja
describir al ogro, como si fuese ciego.
Watson frunció el entrecejo, hizo un puchero de
desgano, pero se mantuvo callado, aguardando por el resto
de la historia.
Holmes la retomó en el punto que había parado y
agregó: -De esa forma, Pulgarcito y sus hermanos
pudieron huir… Cuando el ogro advirtió lo que había
sucedido, persiguió a los niños calzando sus botas de siete
leguas, llamadas así porque esa era la distancia que ellas le
permitían abarcar con cada zancada. El ogro buscó a…
-Tienes razón Sherlock –interrumpió Watson-
Perrault no es muy claro en la descripción de su cuento.
-¿A qué conjeturas llegaste? –quiso saber el
detective.
-Porque no dice si son: leguas comunes, o
marítimas.
-No hay mucha diferencia entre ellas –señaló
Holmes haciendo un ademán como quien dice… déjate de
joder.
-¡Hay, sí! –Se exaltó el otro- La legua es una
medida itineraria que equivale a 5.572 metros y 7
decímetros, pero la legua marina, corresponde a 5.555
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 31
metros y 55 decímetros… Si el ogro calzaba botas de siete
leguas, quiere decir que, a cada paso dado, existe una
diferencia de…
-Diecisiete metros y quince. Pero ha de suponerse
que, siendo en el bosque, no pueden ser leguas marinas –
dedujo el detective con celeridad.
-Pero si el asunto es de suposición, ¿qué mal hace
que Perrault escribiese el cuento como le dio la gana?
-Porque todo el cuento es un engaño –apuntó
Holmes con berrinche- ¿Cómo es posible que el ogro de
zancadas de siete leguas, si estaba corriendo en el bosque?
¿No te suena ilógico?
-¡No! Porque supongo que es una narración
destinada a chicos de mente obtusa e imaginación
abobada… Por eso…
-Ahora, y de una vez por todas…, -pronunció
Sherlock, cerrando el libro- …reafirmo que, la arqueología
y la literatura, a pesar de, aparentemente antípodas, se
encuentran tan próximas, que se me hace imposible
distinguirlas, a no ser, claro, por un perturbador olor a
humedad.
-¿Y cómo termina el cuento? –preguntó Watson.
-Dice que el ogro buscó a los niños durante tanto
rato, que acabó agotado y se echó a dormir sin saber que
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 32
Pulgarcito lo vigilaba –respondió Holmes en medio a un
bostezo.
Luego enseguida, con voz pachorrienta, retomó el
cuento diciendo: -Éste le robó las botas y las usó para
llegar hasta el palacio del rey y ponerse a su servicio como
mensajero, lo que le hizo enriquecerse de tal modo que ni
él, ni su familia, volvieron a pasar hambre.
-Como puede ser fácilmente notado, mi amigo,
aquí también asoma la sorna del Perrault, dejándonos claro
que él es un desencantado de la vida -manifestó Holmes
con una risita irónica en la comisura de los labios.
-No advertí por cual razón tú concluyes ese
pensamiento –anunció el Dr. Watson, atrás de lacónico
bostezo.
-Sí, porque después de terminadas sus hazañas, -
anunció el detective-, Pulgarcito logró comprar cargos de
nueva creación para su padre y para sus hermanos; y los
fue colocando a todos por ahí, al mismo tiempo que él
mismo se creaba una excelente posición en la Corte –
Holmes pronunció conciso, y cerró el libro con fuerza,
anunciando que ya era muy tarde y prefería irse a dormir.
En todo caso, no me caben dudas que después de la
excelente deducción filosófica que me fue aventada por el
magistral Sherlock, hasta yo mismo concluyo que esta
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 33
historia, por su similitud, puede haber sido escrita
tomando como base lo que ocurre seguidamente en alguna
de las cortes sudamericanas.
Claro, sé que muchos apuntarán que estoy
equivocado en mi juicio, pero les diré que si bien no hay
reyes por estos países, igualmente sé que existe una
pléyade de supeditados al igual que Pulgarcito, que no son
más que prototipos de personajes hábiles y afortunados
que viven comprando cargos para adquirir una excelente
posición en los Congresos, Cámaras, y otros círculos
varios del poder…
¿O será que mi razonamiento está confundido?
3
Retomando el tema propuesto en las páginas
iniciales, y esclarecidos ya los laberintos emocionales que
llevaron a mi vanidoso amigo Sherlock a querer elucidar
definitivamente la historia de tan pusilánime personaje, y
que tan bien me fueron redactadas en las correspondencias
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 34
que el noble detective otrora me remitió, entraré de vez en
su relato.
-No tengo dudas, que, vivir y morir sin nada
comprender, es el privilegio de la muchedumbre –expresó
socráticamente Sherlock Holmes para su amigo, el doctor
Watson, después de tragar el último mordisco que había
dado en su galleta predilecta.
-No me caben dudas, mi estimado amigo, pero no
veo razón para que tú me expreses un pensamiento tan
sublime.
-Digo y afirmo, porque la verdadera historia de
Pulgarcito, son pocos los que las conocen como yo.
-¿Cómo la has descubierto? –pronunció su
compañero, demostrando un gran escepticismo en la
mirada.
-A decir verdad, el que la descubrió y comenzó a
seguir los primeros pasos de Ornato Pereira, fue mi gran
amigo y no menos eminente investigador, Auguste Dupin
–afirmó de manera erudita.
-¿Y se puede saber, quién era ese tal de Ornato
Pereira?
-Según me lo contó Dupin, una vez, cuando él
visitó el pueblo de Piedras Verdes, allí se encontró con
alguno de sus descendientes, y tomando por los cuernos el
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 35
hilo de la madeja, siguió su sombra a través del tiempo y
rescató lo que ya había caído en el olvido… Por eso su
descubrimiento no deja de ser fascinante… ¿No te parece?
-¿Y porque miércoles Auguste Dupin fue dar en
ese culo del mundo?
-En verdad, parece que ese entonces, él era muy
amigo de un tipo que era medio metido a detective, y
entonces, éste lo habría convidado para elucidar algún
caso oscuro que por allí ocurría… Pero eso ya es otra
Historia que en su debido momento, ya dará lo que hablar.
-Si es así, ahora comprendo porque tu hiciste esa
acotación… -aclaró Watson.
-¿Cuál? –inquirió el investigador, dudando del
comentario.
-La de tomar el hilo por los cuernos… No sabía
que el hilo los tenía…
-Bueno… bueno, no te pongas tan neurasténico,
Watson. Lo que en realidad yo quería relatarte, fue el
contenido de la conversación que mantuve con Dupin.
Recuerdo que en su momento, él me dijo con entonación
afligida:
-Tímido que soy, quedo constreñido de contar esas
cosas, pero mismo así, se me hace inevitable decirlas,
sobre todo, cuando notada la esquizofrenia ajena, soy
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 36
obligado a vestir mi uniforme de contestador, para poder
probar que mi reputación permanece tan sólida cuanto la
de un obispo.
-En ese caso, siendo así, lo comprendo, pobre
Dupin... Pero, ¿quién era, ese tal de Ornato Pereira? –
indagó Watson, con aire de compunción.
-En su soberbia línea de trabajo, Auguste Dupin
descubrió que se traba de una persona que padecía de
enanismo, un trastorno del crecimiento que, si bien lo
había impidió de crecer, el hecho no le imposibilitó que
sufriese con tan triste designio divino –apuntó Holmes con
su genialidad excéntrica.
-Entonces, quiere decir que se trata de un enanito.
Y por deducción de su nombre esdrújulo, te diría que, más
que un simple “Ornato”, podría ser considerado como: un
“aderezo de llavero” –expuso Watson con una sonrisa
burlona.
-Elemental, mi querido Watson – declaró el
detective- Ese era, justamente, uno de los apodos que
Ornato tenía: “aderezo de llavero”. Si bien que, la familia
y los amigos, casi siempre lo llamaban de: “Pulgarcito”.
-Comprendo… Comprendo –el doctor gesticuló
con la cabeza, al acompañar el conjunto de palabras que
integraban la idea.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 37
-Es por eso que yo no estoy de acuerdo con el
relato de Charles Perrault, ya que la verdadera historia que
Dupin ha descubierto, es muy diferente de la de él –
exteriorizó Holmes, mientras se quitaba, con la mano, y
dando leves manotazos en la entrepierna, algunas miguitas
de galleta que se habían caído sobre los pantalones.
-Que los hombres nacen libres e iguales, sin duda,
es una de las mayores gansadas de la Revolución Francesa
–coreó el doctor de forma encumbrada-. E imaginar que
tal abstracción sea el nivelador punto de partida para que
todos parezcan estereotipos de si propios, es pura asnería,
y sólo debería ser pronunciada por todos aquellos que no
conozcan patavinas de la antropología surrealista…
¿Usted no conviene conmigo, mi amigo?
-Estoy totalmente de acuerdo con tu sentencia, y
para que veas como la vida es cruel, te cuento que la
primera bofetada de la vida que este mocoso llevó, fue
cuando arribó el “Gran Circo Norteamericano”, en la
pacata ciudad de Piedras Verdes.
-¿No me digas?
-¿Digo, o no digo? –preguntó confuso, el detective.
-¿Decir, el qué?
-Bueno, creo que eso, no es tan elemental como
parece, mi querido Watson.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 38
-Óptimo, pero ¿y el cuento del circo?
En ese momento, Sherlock tenía la mirada aguda y
penetrante, como si estuviese perdido en las tinieblas del
pensamiento, o quisiese ubicar entre sus recuerdos la
escabrosa historia que le había contado su prestigioso
amigo Auguste Dupin.
De un momento para otro, se acomodó en su
afelpado sillón, completó la pipa con su predilecto tabaco
“Half & Half”, dio dos tragadas seguidas, y comenzó su
relato.
-¿Quieres ir al circo? –fue lo primero que Holmes
pronunció de sopetón.
-¿Yo? ¿Para qué? –quiso saber Watson, al recibir
tan esdrújula invitación.
-Tú no, mi estimado alcornoque. Eso fue lo que el
padre de Pulgarcito le dijo esa mañana, cuando lo invitó a
ver el espectáculo.
-¡Ah! Disculpa mi desliz.
-Está bien, pero no me interrumpas, que si no, soy
capaz de olvidarme como todo sucedió –dijo Holmes al
dar otra fumarada, y luego largó el verbo:
-Al escuchar a su padre, Pulgarcito saltaba de
alegría. Creyó que su padre era algún tipo de vidente, pues
simplemente, adivinara su deseo.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 39
-Vaya y pídale a su madre para que lo vista –le
ordenó su padre.
-La madre engalanó a Pulgarcito. Buscó vestirlo
con una ropita que lo deje bien a voluntad para la ocasión.
-Van a la platea –ella les pregunta, como para decir
alguna cosa.
-No, a las graderías. Un espectáculo de circo que se
preste, debe ser asistido desde los tablazones –anunció
Eleuterio, el padre, mientras ve que el niño concuerda con
su determinación.
-Los dos salen de manos dadas –dijo Holmes-.
Pulgarcito, en esa época, tenía unos siete años. Y también
hacía siete que esperaba por la hermana que le habían
prometido sus padres.
-Los dos aguardaron en la parada, por el ómnibus
que los llevase hasta el circo.
-Finalmente éste aparece… Está vacío… El padre
luego se da cuenta que pueden escoger el lugar.
-Pulgarcito, inquieto y travieso como todo chico
normal, muda de asiento seguidamente. Va de una
ventanilla para otra. Elige un banco más atrás, luego otro
más adelante. Su movimiento constante perturba al
conductor –ilustra Sherlock detrás de la humareda de su
pipa.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 40
-¡Incordio! Quédate quieto un poco –avisa el
chófer, lleno de impaciencia.
-Ven para aquí, Pulgarcito –advierte Eleuterio, su
padre.
-Pulgarcito se sienta a su lado. Está impaciente,
excitado por el circo que lo espera y que él tanto esperaba.
-¿Tiene animales? –le pregunta ansioso a su padre.
-No sé. Cuando lleguemos, la gente descubre.
-¿Será que tiene trapecio?
-Debe tener… Debe tener… -dice Eleuterio,
vacilando de su afirmación rancia.
-Pulgarcito no logra contener los nervios. Se
levanta de su lugar, anda por el corredor refregando la
mano por todos los asientos vacios.
-De repente se resbala cuando el autobús da un
inesperado barquinazo y, sin querer, golpea la espalda del
conductor con su mano.
-Ven para aquí, Pulgarcito –ordena su padre.
-No estorbes al señor –agrega sin mucha
determinación.
-El niño va, pero no consigue permanecer sentado
más que tres minutos seguidos. Ahora, mete la cabeza por
las ventanillas abiertas, se desliza por el pasillo vacio.
Mete la mano en la caja de colocar las fichas…
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 41
-¡Oh, pendejo insoportable! –exclama el chofer, ya
visiblemente malhumorado.
-El conductor reclama una vez más, hasta que
finalmente éste le da una palmada, de leve, en la mano de
Pulgarcito.
-Pulgarcito hace pucheros, llorisquea, y mira a su
padre; quien sabe, -comentó Holmes-, buscando por
alguien que saque la cara por él; tan chiquito, tan
indefenso.
-¡Oiga, don! No le pegue a mi hijo… ¿oyó?
-Como el padre y el hijo son los únicos pasajeros,
el chofer le larga una espeluznante palabrota en respuesta
a la advertencia recibida.
-Pulgarcito mira a su padre con esa cara de: ¿y ahí?
-Es su única defensa. Él sabe que su padre sabe lo
que está sintiendo en ese momento.
-El conductor, moreno, fuerte, grande como un
elefante, no se arrepiente de haber dado una palmada en
ese incordio de botija.
-Vení aquí, y ve si podes quedarte quieto un poco –
dictamina Eleuterio, el padre.
-Pulgarcito obedece, pero ya no mira más a su
padre. Se limita a sentarse en un asiento más adelante,
humillado, suprimido, prohibido, condenado por nada.
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-¿Que incordio, no? –murmura el doctor Watson
rascándose el mentón.
-El padre se levanta y camina inseguro por el
pasillo –prosiguió diciendo Holmes-. El hombre se sienta
junto a su hijo y le toma la mano, apretándola fuerte entre
sus manos húmedas por un sudor nervioso, angustiado.
-Al observar aquella mano tan chiquita, percibe en
el dorso de la mano de su hijo, la marca encarnada de los
dedos del conductor.
-El padre levanta los ojos, y se da cuenta que el
cobrizo mastodonte que manejaba el ómnibus, lo está
mirando por el espejo retrovisor. Se da cuenta que el
individuo tiene un sonriso victorioso en el rostro.
-¡Que cobardía…! ¡Pegarle a un niño! –reclama el
padre, pronunciando las palabras mucho más para infundir
coraje en su hijo, que otra cosa.
-¡Ve si no me rompe los dátiles, don! -exclama el
pardo, agarrado del manubrio.
-Pulgarcito vira el rostro, haciendo de cuenta que
espía el movimiento de la calle. Sin embargo, él nada
percibe del rápido paisaje que desfila a su frente, porque
tiene los ojos turbados. Entonces su padre se da cuenta que
su hijo está llorando.
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-Dejá, hijo… educación, no es todo el mundo el
que la tiene… Caballo, es y siempre será caballo hasta
morir –afirma con rimbombancia.
-¿Quien es, caballo? –vocifera el conductor,
mirándolo por el retrovisor.
-Pulgarcito se empequeñece aun más. Se aparta
para un rincón del asiento. Está temblando, de angustia, de
espanto, de recelo por lo que puede suceder.
-De repente el padre se levanta y se para bien al
lado del chofer, menor y mucho más flaco, pero tomado
por un coraje y una audacia que le llega llena de
preocupación.
-Eso mismo –dice determinado, expresando las
palabras en tono elevado, como si quisiese mostrar el
tamaño de su coraje a su hijo, Pulgarcito.
-La trompada que recibe de forma gratuita, lo
derrumba como bolsa de papas por el corredor del autobús
vacio –anunció Sherlock, acompañado de una pantomima.
-Al final, Eleuterio consigue levantarse con la
ayuda de su hijo. En la próxima esquina, se bajan sin
pagar el boleto.
-El fornido conductor no le da importancia. El tipo
sabe que tiene cosas más serias con lo que preocuparse.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 44
-Desde la acera, el padre ve al vehículo
desaparecer, doblando al llegar a la avenida. Tiene un hilo
de sangre saliéndole de la nariz. Se la seca con la manga
de la camisa. Busca coraje para mirar a su hijo y no
consigue.
-Los dos, tomados de la mano, andan caminando
por la calzada, sin saber para donde se dirigen.
-Papá, vamos para casa –balbucea Pulgarcito.
-¿Y el circo? –pregunta su padre, aturdido por el
golpe, por el rencor, por la deshonra, por su poca bravura.
-Quien sabe, el próximo domingo vamos… Hoy,
hasta que estaba sin muchas ganas de ir –manifiesta
Pulgarcito con serenidad.
-Ahora, los dos lloran mientras cruzan la calle para
esperar el ómnibus que los lleve de vuelta a su casa.
-El padre sabe que necesita hablar, pero no
consigue imaginar la frase que debe decir, las palabras que
debe articular.
-El hombre se limita a posar la mano sobre el
hombro de su hijo. Siente que tiene un diente flojo, y que
probablemente tenga hasta el hueso de la nariz, quebrado.
Tal vez una fractura, piensa mientras resiste el dolor.
-No obstante, Eleuterio sabe que está llorando por
causa de un dolor diferente. Peor. Mucho peor.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 45
El Dr. Watson, que hasta ese momento sorbía
tranquilamente su escoses puro, movió la cabeza de un
lado a otro en aquel movimiento universal de negación, se
incorporó, dio dos pasos hasta donde estaba la diáfana
botella del dorado líquido, se sirvió otra gratuita dosis, y
comenzó a poner paño al púlpito:
-Muy emotiva y susceptible historia, mí estimado
amigo. Esos hechos deben de haber marcado la niñez de
este… “aderezo de llavero” –dijo, y pronunció con
excesiva énfasis en el adjetivo.
-Sin embargo, también se que esta manera enfática,
hiperbólica y persuasiva con que son revestidos ciertos
conceptos de la humanidad, pueden subyugar el sistema,
transformando un banal paisaje del watercloset, en una
enloquecedora visión de Troya, donde el sexo galopaba en
las sutilezas textuales de Homero, para quien, la visión de
Helena, podría significar algo más que la simple invasión
de Argólida, sobre una retumbante tensión de la argolla en
Epidauro, o hasta quien sabe, en Las Termopilas.
-Excelente hipérbole, mí estimado Watson. Porque,
obstinado y pensando en el asunto, continúo hallando
fascinante usar el cráneo para separar las orejas. Y si tú
prefieres, mejor que lo que afirmo, sólo lo que está ahí, o
sea, fragmentos de la inutilidad ilusoria que,
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 46
escenográficamente, parecen hacer sentido, todavía, de
nada han servido para las exacciones metafísicas
impuestas por la sociedad con su moral, religión, ética y
otras obscenidades convencionales que nos rodean.
-Inmejorable epílogo, mí distinguido amigo.
Principalmente, porque a pesar del aparente escepticismo
con el cual busco incrustar fantasiosas opiniones en
simbólicos orinales filosóficos, me parece utópico decir
preciosidades que sólo la convivencia con la lógica
justifica.
-¡Es verdad…! ¡Es verdad!
4
Dando proseguimiento a lo propuesto, y siempre
buscando relatarles lo que el noble detective descubriera
sobre las verdades no dichas del personaje principal de
esta obra, una cierta tarde se escuchaban los arpegios del
Stradivarius despilfarrándose resplandecientes por todo el
ambiente, mientras Sherlock, alto, delgado, frío, irónico,
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 47
nariz fina y aguileña, daba al conjunto de sus facciones un
aire de viveza y de resolución al frotar rítmicamente las
cuerdas con el arco, y así, lograr arrancar sonidos
melódicos y agradables del instrumento.
Cuando el Dr. Watson entró de vez en la sala, vio
que su amigo tenía el rostro levemente volteado para la
izquierda, el brazo siniestro ligeramente elevado de una
forma escandalosa que le pareció que si le quitasen el
violín de las manos, Holmes suscribiría ese aire social de
afeminación que tienen los que son acometidos de una
desvergonzada afectación cuando sacuden con la punta de
sus dedos el pañuelito de puntillas… ¡Qué horror! –pensó
para sí.
Antes de abrir su boca y hablar, Watson cerró los
ojos con fuerza, sacudió ligeramente el rostro para apartar
esa maliciosa y libertina imagen que lo dominaba, suspiró
hondo, y finalmente pronunció con entonación
aristocrática:
-Así, en la vida como en la muerte, lo importante
mismo, es mantener el peinado.
-En realidad, Watson, lo que hay de fantástico en la
música es, precisamente, ayudarnos a meditar las
abstracciones, o mejor dicho: generarlas –respondió el
aficionado violinista, después de recomponer su postura.
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-A mi no me caben dudas, mi congratulado amigo.
Porque a Bach, por ejemplo, se le daba por caminar más
de trescientos kilómetros hasta llegar a Lübeck, y tan sólo
para escuchar a Buxtehude tocar.
-¡Es verdad! Toda Alemania sabía que, a pesar del
nombre que tenía, cuando el gran Dietrich se sentaba en el
órgano, nadie soltaba un pío, sobre todo, para apuntarle
eventuales obscenidades cometidas en público.
-Ya que hablamos de píos, mi amigo… ¿Pulgarcito
asimiló bien su primer tropiezo emocional? –quiso saber
Watson, buscando retomar el tema principal que pretende
desenmascarar nuestra cuestión.
-Lamentablemente, aquel desafortunado suceso
ocurrido con su padre, fue mucho más que un marco en su
vida. Sin miedo a equivocarme, podría afirmarte que fue el
verdadero cartabón de una existencia repleta de picardías y
fechorías.
-¿Fue tan impactante como tú lo dices?
-Bueno, por lo que mi estimado Dupin afirma,
fuera de ese primer deplorable traspié emocional, éste
muchacho tuvo una vida muy progresa en eventos
subrayados.
-¿Cómo así? –curioseó el doctor, arqueando una
sola ceja.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 49
-Pues te cuento, caro Watson, porque en secuencia
de aquel doliente acto del día del circo, debo decirte que
los registros de Dupin indican que, en éste nuevo
momento de su vida, ellos eran tres, además de Pulgarcito,
que era el jefe del grupo –pronunció Holmes al
acomodarse en su sillón.
-¡Ah! entonces es una nueva historia –arguyó
Watson con el rostro inexorable.
-¡Por supuesto! Y para dar inicio a nuestra plática,
te diré que hasta ese momento, parece que cada uno de
ellos sabía de memoria lo que les habían adjudicado en el
plan a ser puesto en práctica. Sin embargo, Pulgarcito
creyó por bien que en aquella reunión que realizaban, las
cosas necesitaban volver a ser recordadas. Quería pasar en
limpio el deber a cumplir.
-Huguito… -de repente preguntó Pulgarcito a los
que allí se encontraban con él, y encarando directo a los
ojos de aquel que parecía ser el dueño del nombre.
-Yo me quedo en la puerta, cuidando a quien pasa,
y por si el individuo quiere entrar o salir –el inquirido le
respondió determinado.
-¡Correcto! –elogió Pulgarcito-. Pero recuerda que
solamente debes utilizar la violencia, como un último
recurso –determinó el jefe al dar un último consejo.
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¿Y tú, Luisito? –Preguntó, volviendo ligeramente
el rostro hacia otro de los presentes en la reunión.
-Yo pego el matute, jefe –Luisito se apuró en
responder.
-¿Sabes de cuánto tiempo dispones para agarrar el
botín y desaparecer?
-Usted ya lo dijo, jefe: ¡un minuto y treinta y cinco
segundos! ¿Correcto?
-¡Excelente! Pero no te olvides. Un minuto a más,
y podrás poner todo a perder –exhortó Pulgarcito con
rostro severo.
-Quédese tranquilo, jefe. No demoraré más que un
minuto y treinta y cinco segundos. Creo que antes de eso,
todo el matute ya estará en la bolsa… Puede contar
conmigo –afirmó convicto de su prontitud.
-¡OK! ¿Y tú, Miguelito? –preguntó Pulgarcito,
dirigiéndose al tercero.
El Dr. Watson, que hasta ese momento permanecía
silencioso escuchando el relato del conciso investigador,
de repente anunció jocoso:
-Pero mi amigo, con esos nombres, parecería que
ellos son los sobrinos de Donald.
-¡Elemental, mi querido Watson!, –declaró el
detective con su peculiar mirada aguda y penetrante-. Tú
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 51
no puedes olvidarte, de que nosotros estamos hablando de
fábulas infantiles.
-¡Oh! Disculpe mi desastrosa interrupción, mi
honorabilísimo amigo, creo que sin querer, patiné en la
mayonesa –se excusó Watson con el rostro sonrojado.
-¿Y qué le respondió el tercero? –agregó el doctor
de inmediato, estimulando a Holmes para proseguir con su
relato.
-Bueno…, Miguelito lo miró, y anunció resuelto:
Yo recibo la bolsa de Luisito y desaparezco con ella en un
santiamén.
-¿Sabes para donde debes llevar la bolsa? -le
preguntó Pulgarcito para cerciorarse.
-Para la casa de Tristán, donde después nos
encontraremos para dividir el botín.
-Muy bien… Entonces vamos ajustar nuestros
relojes –Pulgarcito solicitó, satisfecho con el
procedimiento.
-Los punteros fueron ajustados. El trabajito sería
dentro de dos días y, durante esas cuarenta y ocho horas,
el jefe recomendó que uno no debiera hablar con el otro.
Tendrían que evitar encuentros, aparentar hasta que eran
desconocidos si fuese el caso.
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-¿No era un poco anticipado para querer ajustar los
relojes? –preguntó Watson.
Sherlock lo fusiló con su gélida mirada, pero
omitió la acotación de su amigo, y continuó hablando: -
Pasadas las cuarenta y ocho horas, finalmente había
llegado el momento de la acción.
-Cuando llegaron al local combinado, Huguito hizo
su parte. Permaneció en la puerta en una actitud
displicente: un mondadientes colocado en la boca, otro
para limpiarse la uñas, de ojos vigilantes.
-No contrajo un músculo, no denunció un gesto
siquiera al momento que Luisito entró, pasando por él
como si cruzase por una estatua -testificó Sherlock con
entusiasmo.
-Una vez adentro, un silencio siniestro dominaba el
ambiente –enunció Holmes poniendo voz de ultratumba.
-Huguito, en la puerta, vio a Luisito inclinarse
sobre la mesa y, con toda calma, abrir discretamente la
gaveta de modo a no despertar la atención de nadie.
-Los ojos de Huguito brillaban cuando vio el
matute ser colocado en la bolsa grisácea que Luisito
llevaba bajo el brazo.
-Nada de lo ocurrido hasta el momento fue capaz
de llamar la atención. Todo corría como planeado.
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-Luisito salió con la misma discreción que entrara.
-Miguelito, diez pasos adelante, ya lo esperaba,
despistando a todos con aire de disimulo, mientras hacia el
cuatro con el pie recostado en la pared.
-La bolsa grisácea fue pasada por Luisito para las
manos de Miguelito que, sin correr, paso firme y
constante, desapareció por el ascensor que lo llevó a la
planta baja, primera etapa de la caminata hasta la casa de
Tristán.
-Luisito bajó por las escaleras con el mismo aire
inocente que tiene un fraile franciscano. Huguito ya estaba
parado en la puerta del ascensor, aguardando por su
llegada, la que ocurrió justamente cuando el dueño,
abriendo la gaveta, dio falta del matute que había
guardado allí hacía menos de cinco minutos atrás.
-¡Fui robado! Gritó –Holmes gritó imitándolo.
-¿Cuándo? ¿Cómo? –quiso saber el doctor, que
agrandó sus ojos sorprendido por el grito y por su
significado, casi derramando la bebida de su vaso.
-¡Yo no, tarambana! El que gritó, fue el del cuento,
cuando éste se dio cuenta que lo habían robado.
-¡Excúseme, mi amigo! Fue un lapsus de mí
parte… Puede proseguir, nomás –indicó Watson, antes de
echar un nuevo sorbo de whisky en su boca.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 54
Holmes retomó la palabra y anunció: -En ese
exacto momento, la puerta del ascensor se abrió y, ya
dentro, Huguito dejaba escapar un largo sonriso.
-Justo en ese momento se vuelve a escuchar:
¡Robaaado! Fui robaaado… El grito retumbaba por todo el
edificio, en un desespero inútil, comienzo de locura.
-Poco después, ya en la casa de Tristán, los cuatro
se reunieron otra vez.
-Nadie toca en la bolsa –ordenó el jefe, siendo
obedecido.
-La bolsa gris, apoyada sobre una mesa, pesaba
apenas en la conciencia de los cuatro. Tristán estaba
excluido. Él, solamente había cedido su casa para las
reuniones. Como no estuvo presente en ninguna de ellas,
tenía, en su defensa, el argumento de que allí estaban sin
su conocimiento.
Mientras Sherlock buscaba su pipa, Watson dio un
bostezo amplio y dejó escapar un comentario ambiguo:
-Es prudente recordar que, mismo bajo un sol
escaldrante, el Sahara continúa siendo el lugar ideal para
pensamientos sombríos.
-Elemental, mi querido Watson –exclamó Holmes,
luego de dar una tragada en su pipa, sin llevar en cuenta la
frase dicha.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 55
-Volviendo al asunto –dijo- Fue el jefe quien
comenzó a hablar:
-Como prometí, esto será dividido igualmente… Ni
yo, ni ninguno aquí, ira recibir una pizca a más do que el
otro –anunció Pulgarcito con pronunciación firme,
mientras juntaba el dedo gordo con el indicador, para
señalar lo que era una pizca.
-Lo dividiremos en cuatro partes iguales, y
después, cada uno le dará a Tristán lo que haya que él se
merece por habernos cedido la casa.
-Los otros tres deliberaron, y combinaron que sería
más justo dividir el botín entre cinco. Al final, Tristán se
había portado muy bien con ellos.
-¡OK! –les dijo Pulgarcito, vanidoso.
-Yo no esperaba otra actitud de parte de ustedes,
pero no quise que la idea partiese de mí –dijo todo
soberbio.
-Me alcanza luego la bolsa, Huguito –solicitó
finalmente estirando su brazo.
-¡Mmmm! El tipo de carácter que tiene este
muchacho… Me parece ser muy correcto –deliberó el
doctor, desperezándose, mientras el detective volvía
encender su pipa nuevamente.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 56
-Abierta la bolsa –anunció Holmes dejando que el
humo se le escapase por las narinas-, el botín apareció
delante de cuatro pares de ojos que crecieron con la
sorpresa.
-Miguelito dejó escapar un chiflido exclamativo y
advirtió: -¡No calculaba que llegase a tanto!
-Ahí debe tener… comenzó a manifestar Luisito
-¡No interesa!, –exteriorizó Pulgarcito con pulso
firme.
-No vamos contar primero para dividir después…
Serían dos trabajos. Iremos contando, al mismo tiempo
que hacemos la división, -anunció determinado
-Así lo dijo, y así lo hizo –comentó el investigador,
dando una pausa para encender nuevamente su pipa
meerschaum.
-Para ti… Para ti… Para ti… -pronunciaba
Pulgarcito, al mismo tiempo que le entregaba una parte a
cada uno, y haciendo que el monte del matute depositado
sobre la mesa fuese disminuyendo de tamaño.
-¿Y cuanto fue el monto que le tocó cada uno? –
preguntó Watson, poniendo cara seria.
-Le tocó ciento treinta y dos para cada uno,
incluyendo la parte de Tristán, que Pulgarcito ya había
puesto de lado –avisó el otro.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 57
-¡Nada mal!
-Es verdad, y finalmente, Pulgarcito llegó a la
conclusión que, al haber dado cuenta redonda, evitaba una
posible discordia con los números quebrados.
-Ahora –habló Pulgarcito poniéndose de pie-,
quien dé con la lengua en los dientes, sabe lo que le va a
pasar… -dijo en tono amenazador, pasándose el dedo
indicador por el pescuezo como si fuese un cuchillo pronto
a degollar.
-Quédese tranquilo, jefe –manifestó Huguito,
embolsando su parte, mientras que con su lengua, bañaba
los labios por causa de la alegría de lo ganado.
-Nadie aquí va a contar nada –afirmó Huguito a
seguir.
-Tristán llegó pocos minutos después. Los miró a
todos, y sin decir palabra, guardó bajo el colchón la parte
que le tocara.
-Los otros cuatro: Huguito, Luisito Miguelito y
Pulgarcito, de a uno por vez, fueron saliendo disimulados
y silenciosos, para volver campantes a sus casas.
-¿Y se llevaron la plata, nomás? –comentó el
doctor con cara de sorpresa.
-¿Qué plata, Watson? Lo que cada uno llevaba en
el bolsillo, eran ciento treinta y dos figuritas del álbum de
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la copa, en cuanto que Ribete, el hermano menor de
Ornato, lloraba en el hombro de su madre.
-Fui robado, mamá… ¡Fui robado!
5
Después de terminar de engullir unos pedazos de
galleta crean cracker que estaba mordisqueando, Sherlock
aclaró su garganta y expuso de manera profesoral para su
compañero etílico de aventuras:
-Aunque perciba lo cuanto es difícil clamar para
que alcance el éxito merecido, insisto y persisto en la vieja
fórmula existencial evocada por Girolamo Fracastoro, el
médico y poeta italiano que, más allá de ser amigo de
Copérnico y sentirse el más feliz de los hombres cuyos
ambiciosos proyectos siempre resultaron en nada, mismo
así, se juzgaba ser beatificado solamente por imaginar que
la humanidad debería fenecer al igual que los
gasterópodos, en el ultrajante sistema que ella propia creó.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 59
-Pobre hombre… –lamentó el Dr. Watson con
fisonomía compungida- …en su zigomática estupidez, éste
caballero jamás sospechó que, rastreramente, el mismo ser
humano que se auto intitula “sapiens”, jamás llegará a ser
un escargot, exactamente por eso: por la ambición total de
querer transformar el verbo en acción, y al final acaba
escargando por sobre todo lo que pisa.
-Ya que tú has tocado en el tema de la verdad
rastrera, -exclamó Holmes-, eso me hace recordar de la
historia que me contó Auguste Dupin, cuando la madre de
Pulgarcito vivía reclamando para que éste parase de andar
bobeando por la orilla del camino, y dejase de estar
contando cuantos automóviles pasaban por allí.
-Entonces, cuéntela nomás, mi amigo… Que soy
todo oídos –anunció el doctor.
-Esa manía es para los chiquilines que no tienen
más nada que hacer –protestaba la dama, exasperada y
dura –empezó a declamar Holmes, justo cuando con la
palma de la mano, apartaba unas diminutas migajas que se
le habían colado en su cuadriculada chaqueta.
-¿A dónde ocurrió? -investigó el doctor, con aire
desigual.
-En Piedras Verdes, ¿donde más sería? –aclaró
Holmes con tirria en su mirada.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 60
-Yo pregunto, porque resulta que algunas veces los
hechos significativos se mezclan con detalles que, al ser
innecesarios, nos distraen de los detalles objetivos que
llevan a la resolución del caso –opinó Watson, después de
degustar un sorbo del líquido divino.
-Bueno, yo te digo que aquello por lo cual la madre
reclamaba, no dejaba de ser una verdad –puntualizó
Sherlock arqueando las dos cejas.
–Tu deberás comprender que, hijo de matrimonio
pobre, hermano mayor de otros tres, cuando el padre sale
para el labrantío y se encuentra ocupado en los quehaceres
diarios del campo, el hombre de la casa, necesariamente,
tendría que ser Pulgarcito, por causa de su edad –agregó
semánticamente.
-Me parece muy laudable, principalmente para
poder inculcarles desde temprano a esos mocosos por ahí,
una buena educación –juzgó Watson con el semblante
circunspecto.
-En esta familia también era así, pues Pulgarcito,
en sus once años, era quien pasaba a ser el responsable por
realizar los servicios pesados: el agua a ser tirada del
aljibe, sacar la basura para el fondo del terreno, hacer
algún que otro mandado que requiriese fuerza, y otras
pequeñeces por el estilo –continuó detallando Sherlock.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 61
-Los hermanos eran menores y, la madre, -
enmendó en detective con semblante recogido-, infeliz
mujer, con aquella hinchazón miserable en las piernas, si
tuviese que cargar peso, sólo Dios sabe en qué estado
deplorable irían quedar. Por ese motivo, doña Filomena
tenía razón en querer prohibir que Pulgarcito se ausentase
de casa.
-Actitud justa y meritoria –murmuró el doctor,
haciendo rodar el hielo en el vaso, con un leve jueguito de
pulso.
-Si ese pendejo, al menos saliese para realizar
algún servicio que prestase, tal vez ella no reclamase -
argumentó Holmes, apoyando el pensamiento de la pobre
madre-. Al final de cuentas, ¿no era así que Pulgarcito
obraba cuando, de tarde, iba a la casa del señor Silva, en el
centro de la ciudad, para aprender a leer?
-¡No sé! ¿Iba? –vaciló Watson con sorpresa.
-No te lo estoy preguntando… Es una forma de
expresión –refutó Sherlock, mientras, con la mano, daba
leves golpes en su característico sombrero de gomos, para
quitarle inexistentes partículas de polvo.
-Si fuese para estudiar, y por lo menos demostrase
que tenía voluntad para convertirse en gente derecha, hasta
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 62
podría no volver –Holmes gesticuló con un ademán de
duda sobre lo pronunciado, e inmediatamente se corrigió:
-No, eso también no; pero podía aparecer
solamente cuando se le antojase, que seguramente, doña
Filomena no iría reclamar, ni ser tan cargosa.
-Pero, donde se vio, un niño crecido, que iba
completar los doce años en un par de meses, abandonase a
su madre y los hermanos menores, carentes de auxilio,
para quedarse sentado encima de un tronco seco al costado
de la carretera, contando cuantos coches pasaban. ¿Tiene
cabimiento una cosa así? –razonó Sherlock meditabundo.
-Puede ser que estuviese aprendiendo a contar –
comentó el Dr. Watson al exponer su pensamiento, como
si quisiese defender la actitud de Pulgarcito
-¡Watson! No te estoy preguntando nada. ¡Sólo
estoy narrando la historia! –demandó el detective,
mientras lo fusiló con su mirada.
Recogidos, uno encendió la pipa, el otro dio un
sorbo largo de whisky. Ambos no se dijeron nada; pero,
dando secuencia a los recuerdos, Sherlock pronunció en
voz extremadamente alta:
-¡Pulgarcito!
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 63
-¿Adónde? –se sorprendió Watson, ya
aproximándose a la ventana para dar un ojeada y ver si
encontraba alguien en la calzada.
-¡No! ¡Alcornoque! Ese fue el grito que doña
Filomena dio, pero ella no obtuvo respuesta –enmendó
Holmes, cuando notó que Watson se asustara con su
alarido.
-Ella se mordió la boca de la rabia que le dio…
Otra vez insistió con su griterío, ahora más agudo, pero
con la mano colocada al costado de los labios, como si ella
estuviese queriendo empujar el grito para el lado donde
quedaba la carretera.
-¡Pulgarcito…! –volvió a gritar la madre.
-¿Quién dice? –insistió Holmes después del grito.
¿Quién dice lo qué? –preguntó Watson, ya sin
entender más nada.
-¡La madre! –le respondió el detective al verse
sorprendido por la pregunta.
-¡Sí! ¡Sí! ¿Pero qué fue lo que dijo?
-¡No, hombre! ¿Quien dice que Pulgarcito le
respondió? No dio ni respuesta, ni noticia –corrigió
Holmes. –Y mirá que doña Filomena era una mujer
tolerante; tanto era así, que ella nunca le contaba a su
marido esas idiotices de todo día, cuando Pulgarcito
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 64
insistía en desaparecer de casa para ir a contar coches en la
carretera... Pero esta vez, estaba resuelta… Iría contar –
completó pausadamente el investigador, y continuó:
-Cuando tu padre llegue, yo le cuento… ¡Ribete! –
vociferó la mujer a seguir.
¿Quién es Ribete?
-El hermano más viejo, dos años más joven que
Pulgarcito… Fue él quien acudió al llamado de su pobre
madre.
-Anda hasta la carretera para buscar a tu
hermano… Decile a ese descocado que yo lo mandé
llamar urgente –ordenó la mujer en tono malhumorado.
-Ribete perdió el viaje. El tronco, donde todas las
tardes Pulgarcito se sentaba, estaba vacío. Entonces volvió
y le contó a su madre. Claro, contó apenas lo que sabía:
que Pulgarcito no estaba –declaró el sabio investigador.
-¿Y dónde miércoles está? –exclamó ella,
fastidiada.
-Eso, realmente Ribete no podía saber. ¿Cómo
adivinar que, justo en aquel momento, sintiendo el rostro
acariciado por una brisa suave, Pulgarcito caminaba, por el
borde de la carretera, al lado de un hombre exquisitamente
blanco, extrañamente flácido?
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 65
-¡Ni me lo imagino! –acotó Watson frunciendo los
labios y encogiendo el ceño.
Sherlock ignoró la referencia de Watson, de tan
acostumbrado que estaba a esas impertinencias. Enseguida
escarbó la pipa meerschaum para quitarle el resto de
ceniza, y completarla nuevamente con su tabaco predilecto
“Half & Half”, y luego retomó el relato en el punto que
había sido interrumpido por su amigo.
-¿Cuál es tu nombre, muchacho? –le preguntó el
hombre flácido.
-Ornato Pereira, pero todo el mundo me llama de
Pulgarcito.
-¿Ornato? ¡Mmmm! ¿O “aderezo de llavero”? –se
rio el hombre.
-Bueno, no importa. Te llamaré de Pulgarcito –le
dijo-. Y como te expliqué antes, verás que a ti te va gustar
pasear conmigo –anunció el individuo.
-Que coraje, que tenía ese muchacho –murmuró
Watson.
-En este caso, Pulgarcito no se preocupó si iba a
gustarle o no, y si eso realmente sucedería. ¿Gustar por
qué?, fue lo único que se preguntó. Al final de cuentas, el
hombre lo convidara para caminaren juntos y el aceptara.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 66
Estaba simplemente caminando a su lado, sin interesarse si
iba ser bueno o malo.
-¡Igual! Hay que tener mucho coraje –repitió el
doctor al llevarse el vaso a la boca.
-¡Sí! Pero él resolviera caminar, y eso era todo lo
que él se había propuesto… Aceptó, porque la tarde no
estaba calurosa y había esa brisa suave, leve, que le
acariciaba el rostro. Nada más –discurrió Holmes con
aserción.
-¿Sabes por qué, a ti te va gustar caminar conmigo?
–insistió en preguntarle a Pulgarcito, ese sujeto de aspecto
flácido.
Watson abrió la boca para hacer alguna acotación,
pero ante la mirada furibunda de Holmes, se tragó las
palabras, mientras su amigo continuó el cuento:
-No, señor –Pulgarcito le respondió insensible.
-Porque yo hablo con los bichos –exclamó el
hombre.
Al instante, el Dr. Watson no se contuvo, e
interrumpió la narración exclamando con el ceño fruncido:
-¡Jáaa! Que individuo orgulloso y fanfarrón.
-Eso es bien verdad. Porque el orgullo –replicó
Holmes-, es un defecto muy común en la naturaleza
humana, y por todo lo que tengo estudiado sobre el asunto,
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 67
estoy convencido que es muy frecuente ver en la mayoría
de los seres que nos rodean, la manifestación de una
tendencia muy acentuada para el orgullo.
-En este caso, no puedo discordar contigo, mi
reverenciadísimo amigo, ya que son poquísimos los
hombres que no alimentan ese sentimiento, fundados en
alguna cualidad real o imaginaria –concordó el doctor, con
aire jactancioso.
-Sin embargo –objetó el inspector-, la vanidad y el
orgullo son cosas bien diferentes, mismo que esas dos
palabras, las personas las utilicen muy frecuentemente
como sinónimos.
Cavilando sobre la alocución del detective, el
doctor no pudo dejar de rascarse la pera acentuando aun
más su tic nervioso, y emitió su concordancia con voz
grave:
-Una persona puede ser orgullosa sin ser vanidosa.
El orgullo, está más relacionado con la opinión que
tenemos de nosotros mismos; en cuanto que la vanidad,
está con lo que desearíamos que los otros pensasen de
nosotros.
-Elemental, mi querido Watson. Así mismo lo
afirmaba mi amadísima Jane, siempre yendo directamente
al asunto, sin necesidad de darle muchos floreos.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 68
-¿Quién? ¿La esposa de Tarzán?
-No seas tarambana, hombre –rebatió
reticentemente el detective- Estoy hablando de Jane
Austen, la escritora.
-¡Ah! Disculpa. Me confundí de doncella –repuso
el doctor, visiblemente nervioso por su desliz, y agregó:
-¿Pero, esta damisela no era medio empecinada?
-Te engañas una vez más, mi susceptible amigo.
Indiscutiblemente, yo sé que ella era muy enturbiada de
ideas, por causa de su corta visión; pero ese inconveniente
físico no le quita la excelente calidad que ella poseía para
describir el carácter del ser humano sin necesidad de usar
metáforas, y con excelente profundidad psicológica.
-Válgame Dios –suspiró Watson con flaqueza de
espíritu.
-¿Pero, qué fue lo que el compañero de Pulgarcito
quiso decir con: “lograba conversar con los animales”? –
insistió en preguntar, para que Holmes continuase con su
relato, ya que notó que el tema se le escapaba de las
manos.
-En este caso, cuando el individuo le apuntó sus
cualidades, Pulgarcito paró, y lo miró con ojos
desorbitados.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 69
-¿Qué peste de hombre era aquel? -se preguntó,
sintiéndose confuso. Bien, pero en ese caso, yo creo que
de nada iba servir que el hombre se intentase en explicarle
lo que era un ventrílocuo.
-¿Será que Pulgarcito iba comprender, lo que
significaba ser un ventrílocuo? –examinó el doctor.
-Creo que no, porque el mismo caminante atinó
que, en lugar de explicarle lo que para el niño sería
incomprensible, halló que sería mejor que le exhibiese
cómo funcionaba su arte. Fue en ese momento que el
hombre, al ver un chancho del otro lado de la carretera, se
decidiese a atravesarla para demostrárselo in loco.
-¿Para donde es que tú estás yendo, chancho
zafado? –el sujeto le preguntó al animal con singular
exclamación.
-¿Yo? Voy a ver si aprovecho para descansar un
poco –respondió el propio ventrílocuo, imitando, sin
mover los labios, la probable voz del chancho.
El Dr. Watson largó una carcajada, pero, cuando
sintió la fulminante mirada que Sherlock le otorgó,
recompuso su flema y restauró su semblante, sin chistar.
-En ese momento, -prosiguió Holmes-, Pulgarcito
quedó como si estuviese aturdido, y sintiéndose
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 70
desconcertado por el suceso que sus ojos presenciaban, le
pidió un “bis”.
-El hombre se lo concedió y todavía conversó, más
adelante, con la gallina ponedera de doña Zulma, con la
perrita de don Raimundo, con el gallo viejo de doña
María, y hasta con un gato barcino que estaba echado a la
sombra de un árbol.
-¿Ni mismo así, -Watson le siguió la pista-,
Pulgarcito logró darse cuenta que era todo una farsa?
-Realmente, -dijo Holmes-, lo que él más quería en
ese momento, era que su padre, su madre y sus hermanos,
estuviesen allí, junto con él, para que ellos también
confirmasen lo que estaba sucediendo. Estaba seguro que
si se los contase, ellos no iban a darle crédito cuando les
relatase que era amigo de un santo hombre, capaz de
conversar con cualquier bicho.
-Seguramente que sí –aprobó Watson, forjando el
comentario de forma clara.
-Así fueron los dos, hasta alcanzar una curva de la
carretera que quedaba luego después de una subidita leve,
toda tomada por un pastizal alto y verde. Allí se
encontraba la mula de don Eustaquio, tranquila de la vida,
merendando en la pradera mientras sacudía el rabo para
espantar a las moscas caprichosas.
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-Buenas tardes, doña Mula –expresó alegremente
el ventrílocuo, para hacer más una vez, alarde de sus
mañas.
-Pulgarcito, nervioso por lo que creía venirse
cuando la mula le respondiese, rápidamente tiró de la
pierna del pantalón del hombre, y le dijo bajito con aire de
aconsejador:
-¡Oh, no, don!, no hable con esa mula, ¡no!... Ella
miente mucho.
6
Sherlock, que siempre se garbaba de la solidez de
sus opiniones, de repente abandonó su Stradivarius sobre
la mesa, miró a los ojos de su amigo Watson,
recordándose de que lo había conocido a bastante tiempo
en el Hospital Saint Bartholomew, y enseguida le expuso
su cavilación, en tono profesoral:
-No obstante, enterado que estoy de que la mayoría
de los hombres insiste en gastar la primera parte de su vida
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para convertir en miserable la otra segunda, te confieso
que no desisto y persisto, utilizándome de mágicos
recursos, para intentar rehabilitarlos del caos existencial en
que se metieron.
-¿Será que tú eres un predestinado para tal encargo
que, bañándote en la piadosa luminosidad de los santos
humildes y las vírgenes piadosas, lograras tus benéficas
intenciones? –subrayó el Dr. Watson.
-Te afirmo, mi querido amigo, -exteriorizó
Sherlock-, que estoy imbuido hasta la médula de los
mejores sentimientos anacreónticos y de ideas
ennoblecedoras. Por eso, siempre me veras deambular por
ahí en busca de las olfatorias señales que todavía restan de
la Verdad.
-Convengamos, -acentuó circunspectamente su
amigo y compañero-, esas revelaciones del más puro
escepticismo del canon holmesiano, siempre acaban por
exhibir ciertos flashes de la realidad que, sólo a los
iniciados, le es permitido vislumbrar.
-Sí, porque trabajando bajo camufladas
grandiosidades e influenciado por venéreas obsesiones, sé
que, hincado de rodillas, me pongo a camino de la
Historia, donde la perplejidad de muchos es compinche de
los travestidos e ilusorios propósitos neoliberalizantes. Por
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ese motivo, yo me hago cómplice secreto de tantas
experiencias místicas, plenas del más puro éxtasis -
concluyó Holmes, con los ojos brillantes.
-No me caben dudas, mi elocuente amigo –le
afirmó Watson con afinco-. Entiendo que, teniendo tú que
trajinar por esos caminos casi siempre tortuosos, te ha de
invadir esa extraordinaria sensación que te lleva a narrar
algunos extraños hechos que, tal vez, por algún otro
motivo menos noble, quedarían absolutamente relegados a
la Nada… -¿No es verdad?
-Yo tampoco tengo dudas. Porque esa, es una
exclusividad de mi carácter, que me permite ostentar la
aparente insolencia de fruncir el entrecejo, apuntar el dedo
como si fuese una ametralladora giratoria, inflar los
pulmones y preguntarle a todos:
-¿Por qué, ese Ornato era tan mequetrefe?
-¿Por casualidad, te referís al “aderezo de llavero”?
-Sí, porque lo que tengo a decirte, tiene que ver con
el día que éste badulaque de Pulgarcito aprontó una de las
suyas, en la prosaica Piedras Verdes.
-Bueno, ¿a ver, como fue la historia? –convino el
doctor, incentivando a su amigo para que diera inicio a la
narración del caso.
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-Todo ocurrió en la fiesta de San Juan, que siendo
tradición en ese pueblo de mala muerte, los vecinos
siempre agasajaban al santo, organizando una Kermese.
-¡Cosa de pueblerinos de espíritu y bolsillo pobre!
–acotó Watson.
-Bueno, en ese tipo de espectáculos, los aldeanos,
desde que el mundo es mundo, se ventilan y esparcen su
osamenta a la sombra del Creador… -empezó a divagar el
detective.
-Lo entiendo, pero me gustaría que me contases lo
que allí ocurrió –insinuó su amigo, trayéndolo a lo
principal del asunto: la Historia.
-¡Ahí que está! Ese día, en el picadero que habían
armado en la plaza, a cada pinote que daba, el caballo
subía como dos metros de altura, retorciendo el espinazo,
arregazando los dientes, y relinchando de forma pujante
que ni los caballos de las películas de Tom Mix.
-¡Emocionante! ¡Muy emocionante! –apuntó el
doctor, empapando sus labios con un nuevo buchito del
dorado líquido.
-Dicen que el animal, era el propio diablo en
persona –anunció Holmes con aspaviento.
-¿Conoces como hace al gato cuando ve a un perro
con hambre? Pues bien… ¡Era igualito! –agregó mientras
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encrespaba los dedos de la mano y arqueaba la espalda
para imitarlo.
-Era en aquella misma actitud que el caballo se
encontraba… Crina volante, el troc-troc feroz de sus patas
golpeando fuertemente en el piso, el pescuezo
bamboleando de un lado al otro, ojos prometiendo coz al
más incauto, mientras sobraban patadas para todos lados…
¡Un verdadero demonio!
-Una descripción muy despampanante;
principalmente, cuando noto que tú lo imitas muy bien –
exclamó el doctor, largando una carcajada.
-Pues bien, te digo que ese caballo, era el diablo en
figura de animal. Pienso, hasta que ya dije esto. Pero
puedo volver a repetirlo, por ser una verdad verdadera –
aquilató el detective.
-Por todo ello, ese potro era una inusitada atracción
en la Kermese de San Juan. Frecuentada, por lo que
imagino de un modo general, por esa misma gente que no
sabe lo que significa “inusitado”, -le fue explicando con
indulgencia, Holmes, hasta que de pronto silenció su voz,
caviló y luego preguntó:
-¿No te parece que eso es realmente inusitado?
-En ese caso, todo lo que es homérico y
extraordinario, siempre parece ser asombroso y
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sorprendente –el investigador escuchó decir a su amigo, en
una notable e imponente respuesta. Sin embargo, el lógico
detective meneo su cabeza y arguyó:
-Delante del pasmo y del sepulcral silencio de la
platea, puedo afirmar con serena humildad, que si yo
estuviese allí, asombrado, ungido y heroico, parado en
medio de tantos ofidios rastreros y lagartos sediciosos que
integran el exotismo escenográfico del entonces y ahora,
ondulantes y corrompidos que se encuentran por sus
propias ponzoñas; seguramente, yo también acabaría
concibiéndome un ser inusitado.
-Has expresado un elocuente pronunciamiento, mi
estimado amigo –incentivó el doctor en tono más
melancólico que animoso.
-Esa camaleónica primacía filosófica que acabo de
exponer, como se sabe, sólo sirve para equilibrar las
neuronas desgobernadas, y recalcar sabios axiomas, mi
estimado Watson.
-Muchas gracias por tus notabilísimas palabras, mi
honorabilísimo amigo –éste le respondió haciendo venia-.
¿Pero, no comprendo que tiene que ver el caballo
indómito, con Pulgarcito? –inquirió, al levantar una de las
cejas.
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-Es que justamente, todo tuvo inicio en ese lugar,
como ya te lo relataré de inmediato –agregó Holmes.
-¡En buena hora! – respondió el otro, dando un
bostezo desmayado.
-De repente se escuchó gritar: ¡A ver! ¿Quién es el
guapo que se anima a subirse en el lomo de Ventarrón?
–Era la voz del dueño del animal, que sonaba ronca
mientras su resuello diseminaba una cacofonía de ginebra,
con no menos hediondez. Tenía una boina sobada y sebosa
a cubrirle los pocos pelos que le quedaban. Estaba parado
al lado del animal, y permanecía con una mano en el
bolsillo y otra sujetando las riendas.
-¡Quieto, Ventarrón! –le gritaba. Era sólo a él que
el caballo obedecía.
-¡Pronto! Era sólo el hombre hablar, y el caballo
viraba un corderito, más manso que gato de apartamento.
Cabeza baja, ojos clavados en el piso, rabo entre las
piernas. Al momento que el dueño hablaba, ponía cara de
zonzo, y hasta parecía que era una monja en un convento
de las hermanas Carmelitas.
-Me imagino –murmuró el doctor, con semblante
sospechoso.
-Era todo un desafío querer montarlo. El hombre
cobraba cinco pesos de quien se animase a montar su
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caballo, y en el caso de que el jinete permaneciese veinte
segundos encima de esa fiera, él le pagaba quinientos.
-¡Nada mal! –afirmó Watson que, suspicaz,
acompañaba el relato.
-Hacía como dos horas que el espectáculo
acontecía y, hasta aquel momento, unos treinta habían
intentado montarlo, y el que se habíase salido mejor en la
prueba, ahora estaba bajo los cuidados terapéutico de un
farmacéutico, con escoriaciones generalizadas, además del
reloj quebrado.
-¡Un gran infortunio! Lo de el reloj, claro –apuntó
el amigo, bebiendo un otro poquito más de whisky.
Al escuchar tan necia acotación, Sherloch atinó que
era mejor economizar sus comentarios sobre las
mortificantes exclamaciones de su amigo, y prosiguió
hablando:
-Dicen que en ese momento, el gentío del pueblo
estaba parado alrededor del picadero, todos entre
mirándose de reojo, mosqueados. La mayoría, realmente,
prefería asistir al espectáculo, que aventurarse en él.
-En ese tipo de cuestiones tácticas, tu sabes que
siempre habrá gente en demasía, que adora poder asistir a
las desgracias de los otros –señalizó, concluyendo Holmes
de forma socrática.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 79
-Principalmente, cuando el mismo es gratuito –
arguyó el doctor, remolineando despreocupadamente el
líquido del vaso.
-Elemental, mi querido Watson. Sin embargo, debo
decirte que, lo inusitado, fue cuando, abriéndose paso
entre un individuo y el cura, apareció de vez Pulgarcito.
Sin darse cuenta, al empujar a las personas, él quedó de
cara frente para la rueda, dedo en la nariz, cara de
preguntante, ojos descomunales.
-¡Tu ahí!, Germano, ven –le ordenó el dueño del
caballo, así que lo vio.
-Primeramente, Ornato miró para ambos lados,
para ver si tan enfático decretó tenía otro destinatario, pero
como nadie se movió, él fue.
-¡Aquí está!, –gritó el hombre a pulmón partido-.
¿Nadie quiere, no? Pues Germano les va a mostrar ahora,
que macho, es un adjetivo que él siempre escribe con “M”
mayúsculo y “ch”. ¿No es verdad, Germano? –éste
preguntó rimbombante y mirando directamente a los ojos
de Ornato.
-Pulgarcito se rió… No sabía muy bien porque se
estaba riendo, pero hizo lo posible para agradar a la platea,
en ese momento, eufórica.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 80
-¡Anda, Germano! Sube de una vez en el lomo de
Ventarrón, así te ganas esos quinientos mangos a los que
tendrás merecidamente derecho, porque parece que
solamente tú, eres capaz de hacerlo, Germano –lo incitó el
hombre, el de la voz ronca.
-Pulgarcito, medio perdido, miró en vuelta de la
rueda de personas, y encontró al cura que, solemne, le
enviaba un gesto divino, como respuesta.
-El caballo, acomodado, quieto, con aire de zonzo,
masticaba un pastito que se exprimía entre dos piedras del
picadero improvisado. Estático, ni se daba el trabajo de
espantarse las moscas y los tábanos que posaban en sus
ancas.
-¡Vamos!, subite aquí, Germano –insistió el
hombre.
-Las manos entrelazadas del dueño, sirvieron para
que Pulgarcito hiciese de estribo que, tras dar un único
impulso, quedó montado en el lomo de Ventarrón,
provocando a seguir, aquel murmullo que hace la multitud
cada vez que siente envidia de quien realiza algún acto
bisoño y audaz.
-¡Que muchacho intrépido! –pronunció Watson, sin
darse cuenta que estaba imitando el mismo bisbiseo de la
multitud.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 81
-Agarrá firme las riendas, Germano –dictaminó el
hombre.
-Orden dada, orden obedecida. Enseguida,
Pulgarcito se acomodó mejor en la montura, adaptando
aquella parte anatómica que era suya y poco usaba, y
envolviendo las tiras de los arreos en la mano. Una vez
más, paseó una mirada perdida por la muchedumbre.
-Dios te proteja –le gritó el cura, persignándose
tres veces.
-Antes que el cura completase la tercera señal de la
cruz, la voz del dueño retumbó grave, libertando a
Ventarrón para el servicio.
-¡Arre, Ventarrón! –gritó.
-Fue un único salto –comentó Holmes con una
punta de sonriso en los labios-. Al primer corcoveo que el
caballo dio, Pulgarcito fue lanzado por encima de la
multitud que cerraba la rueda, y yendo a caer bien arriba
de un quiosco que vendía maní caliente, cuyos precios
estaban en promoción, en la opinión del propio
quiosquero.
-A eso, es lo que se le puede decretar cómo: un
corto periodo de audacia, o tres segundos de fama –
anunció Watson, con el semblante severo.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 82
-En el hospital, -continuó conversando Sherlock-,
dijeron que el muchacho tuvo como quince fracturas.
-¿Muy graves? –inquirió Watson, interesado por el
tema.
-¡No! ¡No! El médico lo tranquilizó; le dijo no se
iba a morir, pero le avisó que tendría como seis meses de
internación en el nosocomio. Eso era cosa garantida.
-Tuvo mucha suerte –añadió Watson en tono
flemático.
-Es verdad, pero al volver en sí después de la
anestesia, Pulgarcito, lleno de yesos y de talas, solamente
dijo una frase:
-¡Y lo más cómico de todo, doctor, es que yo no
me llamo Germano…!
7
Sentado sosegadamente en su diván predilecto,
Sherlock se sentía iluminado por los templados y oblicuos
rayos de sol que entraban por la ventana que, sin querer, lo
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 83
dejaban cegajoso. Mientras tanto, ocupaba su tiempo
degustando apaciblemente sus galletas crean cracker
favoritas, y se entregaba a la cavilación resignada de
preponderantes asuntos escolásticos de la vida.
En un determinado momento de su sesgada
abstracción, con una mano en el mentón, y la otra apoyada
sobre el tomo de un libro de tapas roídas, lentamente alzó
sus cejas y sonrió para su amigo Watson, disertando:
-Mismo que la textura cremosa y untuosa del
queso Camembert, tenga menos viscosidad filosófica que
la del picante Provolone, insisto en la fermentada tesis con
la cual la psicología nos ha legado verdaderos exponentes
de humanitaria beneficencia.
-Sobre todo, si es en Suiza, lugar donde igualmente
se fabrican excelentes bombones y los mejores paisajes
agrestes rellenados con vacas escenografías –enmendó su
amigo, en una introspección complementaria de resignada
ideología.
-Notado ese detalle bovino de tú prestidigitación
rumiante, -retocó Holmes con acentuación doctrinaria-
…sin querer me haces evocar la memoria de Jean-François
Coindet, el notable médico suizo que cambió esa cretina
ropita tirolesa usada en la Oktoberfest, por la aséptica
sesudez de los uniformes blancos.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 84
-Comprendo, -respondió su amigo-, porque éste
prudente hospitalario, luego de tener un arroto de
presunción, salió en dirección al campo, intentando
realizar allí un extraordinario programa de profilaxis
contra el bocio… ¡Una pena!
-Sin embargo, días después, -señalo Sherlock al
terminar de masticar su galleta- …éste caballero,
deprimido y aliquebrado, se deparó con tantos bozales a su
alrededor, que desistió de su idea, pasando solamente a
implantar un eficaz programa de erradicación del
cretinismo epidémico y sus complicadas derivaciones
diurnas.
-Sin darse cuenta, -confirmó Watson-, el erudito
galeno, juntó allí el hambre con las ganas de comer,
poniendo las mismas voluntades debajo del mismo foco
indigesto de las vicisitudes humanas.
-¿No le parece que fue fantástica la obstinación que
él demostró por la búsqueda de la utopía de las
voracidades intangibles?
-En todo caso, te diré que comportándose como un
cuco maluco y tirando en la misma dirección, Claude
Lévi-Strauss pasó años estructurando teorías, sólo para
probarnos que el indio, lo que quería mismo, eran
espejitos y otras bojigangas.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 85
-Elemental, mi querido Watson. Porque para mí,
peor que él, fue Theodore Simon, aquel psiquiatra también
de origen helvética que intentó medir la inteligencia
infantil, y acabó absolutamente senil por causa de la
estupidez demostrada por esos escuincles pendejos.
Watson lo miró con semblante pensativo, de como
quien se encuentra abstraído en importantes cuestiones
dogmáticas, y a seguir, pronunció de forma inconcusa:
-Lo que tú dices, mi idolatrado amigo, es
igualmente interesante para nuestra inagotable colección
de inutilidades diarias, adonde el heroísmo sólo podría
llevar a la raza humana donde la llevó, o sea, más o menos
a lugar alguno.
- Evidentemente obvio. ¿No crees? –indagó
Holmes con los ojos perdidos más allá de su ventana.
-Todas esas perlas metafísicas que tú maduras con
incuestionable sabiduría, mi querido Holmes, yo las
considero como si fuesen “atavíos” de alguna joya muy
especial; y al recordarme sobre esos minúsculos
“aderezos” filosofales de tu cultura, eso me lleva a
preguntarte si tu susceptible amigo Dupin, no te contó más
nada sobre la vida de Pulgarcito.
-¡Sí! Hay una parte de su vida que hace referencia
a la época relapsa e indisciplinada de este diminuto
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 86
matrero –alertó Holmes, al recordar los pormenores de la
contingencia.
-¿No me digas que éste se encauzó de vez por el
camino de la delincuencia?
-Bueno… Es lógico que bandido –subrayó Holmes
con énfasis en el adjetivo-, no es una de las profesiones
más bonitas o simpáticas. Pero, ¿qué es lo que Pulgarcito
podría hacer en contrario, si la vida lo empujaba
invariablemente en ese sentido?
-Ciertamente, aunque hay muchas otras
ocupaciones que pueden llegar a ser admirables. ¿No te
parece? –acentuó el doctor, al enfatizar su discordancia.
-En este caso, bien que él intentó encontrar
ocupaciones más dignas y menos peligrosas. No fueron
pocos los días que, de diario enrollado bajo el sobaco,
salió en busca de uno de esos empleos llamados decentes.
El doctor lo miró, meciendo la cabeza en señal
afirmativa y, de rostro fruncido, murmuró un
concomitante: -¡Comprendo!
-Es evidente que Pulgarcito, siempre acababa
escuchando las inmutables y decepcionantes frases de
disculpas que le regalaban en las entrevistas.
-¡No hay plaza vacante! –le decían taxativos.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 87
-Si tuviese venido ayer… -otros le explicaban,
dejando la duda en la disculpa.
-El puesto ya fue ocupado –le anunciaban algunos,
ya sin piedad.
En este punto hizo una pausa, y antes de continuar
con el relato, Sherlock preparó su pipa, y recomenzó:
-Varias veces, Pulgarcito madrugó en la puerta de
las industrias, en tiendas y diversas oficinas, con la
esperanza de encontrar una vacante todavía existente,
siendo llevado por el deseo de mudar, y de la promesa
realizada para su mujer, de acabar de vez con ese asunto
de asaltos.
-Una vez más, mi noble amigo –puntualizó
Watson-, nos queda claro con su actitud, que Pulgarcito
nos demuestra su grande fuerza de carácter.
-Es verdad, pero no hay que olvidarse que esa vez,
la mujer le había preguntado: ¿Juras por quién?
-Por nuestro hijo. ¡Juro por él! –le prometió
Pulgarcito.
-¡Que alma insigne! –exclamó el doctor, con aire
de complacencia.
-Bueno. Él juró por el hijo. Pero fue por el mismo
hijo, que todavía organizó la misma gavilla con la cual
trabajara en algunas decenas de asaltos bien sucedidos.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 88
Pero ellos nunca habían atacado un banco o realizado cosa
de igual magnitud. Prefería almacenes, panaderías…
-¡Ah! Entonces Pulgarcito se conformaba con poco
–aquilató el doctor.
-Sí, es verdad, mi amigo, quería poco, nada más
allá del dinero que le pudiese garantir un mes sin hambre.
No tanto por él. Comía poco; pero era más por la mujer,
pobre mujer, tan flaquita y con el hijo en brazos, a quien,
la leche en polvo, de modo alguno podría faltarle.
-Por lo que entendí, ¿quiere decir que organizó la
gang, por causa del hijo?
-Es verdad. Eran seis, contando con él. Pero
determinaron que, desde ese momento en delante, nada de
continuar a practicar asaltitos menores. Estaba en la hora
de pensar más alto.
-¡Oh! Más alto, para éste “aderezo de llavero”…;
¿sería qué? Cinco centímetros ya sería lo suficiente –
apuntó Watson soltando una risotada mientras hacia un
gesto para demostrar ese tamaño en la separación del dedo
gordo y el indicador.
Holmes dijo que sí, apenas con un leve
movimiento de cabeza, y continuó: -¡Al final, la pena es
casi igual!
-¿Qué pena? ¿Sentía algún dolor?
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 89
-¡La condenación!, tarambana –bramó el detective,
encrespado por tener que escuchar tantas preguntas
desquiciantes de su amigo.
-¡Ah! ¡Claro! ¡Claro! discúlpame…
-En fin, sus compinches concordaron con lo
propuesto, y por eso que Pulgarcito les afirmó resoluto:
¡Vamos robar el pagamento de una empresa!
-¿No es arriesgado? –le preguntaron los
compañeros, recelosos con la empleita.
-Quédense tranquilos, muchachos. Yo, ya sé cómo
hacerlo –Pulgarcito les garantizó confianzudo.
-Intrépido, el muchacho. ¿No? –exclamó Watson,
con sorna.
-En ese caso, Pulgarcito ya había copiado su plan
con extrema exactitud al anotar todo lo que había visto en
una película, pero había tomado el cuidado para no ir a
incurrir en el mismo error final del asaltante
cinematográfico.
-No me hagas reír –protestó el doctor, tomado por
un virulento ataque de risa.
Holmes escuchó aquella paráfrasis dando de
hombros, y agregó: -¡Presten atención! –les dijo Pulgarcito
de forma enfática.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 90
-Fue en ese momento que, con admirable
convicción y brillante clareza de detalles, Pulgarcito
expuso a sus secuaces todo el plan magistral que había
trazado. El asunto, era de tal modo bien imaginado y
perfecto, que apenas dos, de los seis cómplices, serían
suficientes para ejecutarlo a contento.
-¿No me digas? ¿Era tan estupendo así?
-Por lo que parece, sí, ya que en el momento, todos
concordaron. Gente demás, en este caso, perjudica –los
otros le dijeron unánimes.
-¿Quién debe ir? –fue la pregunta siguiente
realizada por el jefe.
-Discutieron. Y resolvieron. Irían Cacho, un
moreno espigado, sin dientes, a no ser por un único
puntero izquierdo que le quedaba, pero que era súper
desembarazado en ese tipo labores; y Beto, un brioso
compañero de manos hábiles, y vencedor de innúmeras
luchas contra cualquier cerradura.
-A seguir, les entregaron a esos dos las
herramientas que serían necesarias para realizar la
operación y, por las dudas, como una garantía adicional,
fueron repasadas otra vez las instrucciones del plan.
-¿Alguna duda? –les preguntó Pulgarcito.
-¡Ninguna! –respondieron los involucrados.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 91
-¿Y tú, Beto? –insistió el jefe de la gang.
-Ninguna. Sólo falta saber el día –respondió
confiado.
-¿Y ninguno de ellos desconfió que el plan era
ficticio? –quiso saber el doctor, receloso con el tamaño de
la imbecilidad que escuchaba.
-Por la perfección de lo planeado, no hubo
nerviosismo por parte de uno u otro. Al contrario. Ambos
comentaron que, con un método tan bien elaborado, les
daba enorme gusto de trabajar.
-¿Trabajar? –discrepó el doctor poniendo ojos
bovinos.
-Elemental, mi querido Watson. Es sólo una fuerza
de expresión.
-¡Ah! Comprendo… Comprendo… -asintió de
mala gana.
-Esa noche, ellos durmieron tan tranquilamente,
que ni parecía que al día siguiente, a esa hora, ya estarían
dividiendo los millones que correspondían a la liquidación
de salarios de los empleados de la empresa fiduciaria de
“Economías y Contabilidad de Piedras Verdes”
-¡Que audaces! –Watson murmuró entre dientes,
sin querer interrumpir una narración cada vez más
aberrante.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 92
-Llegado el momento del atraco, Pulgarcito y los
otros tres miembros de la cuadrilla permanecieron en el
galpón de Jeremías, punto de reunión ahora adoptado, y a
la espera de la llegada de Cacho y Beto.
-En los cálculos iniciales, el horario pronosticado
para el retorno de los dos maleantes, sería a las catorce
horas. Sin embargo, diez minutos antes de lo previsto,
ellos llegaron… Tristes, no en tanto.
-¿Cómo, tristes? –exclamó el doctor, sorprendido
por el contratiempo.
-¡Sí!, porque al verlos llegar con caras de lo más
afligidos, Pulgarcito corrió hacia ellos y preguntó
nervioso:
-¿Salió todo bien?
-¡Todo! –los dos respondieron secos que ni una
pasa de uva de la Navidad anterior.
-Entonces, ¿qué fue lo que ocurrió? –insistió
Pulgarcito, ya preocupado con la expresión de decepción
estampada en el rostro de los dos compinches.
-¿Qué hubo? ¿Dónde está el dinero del pago de los
empleados? –quisieron saber, todos al mismo tiempo.
-Cacho entregó la bolsa marrón para Pulgarcito. Él
lo encaró con angustia y, de la bolsa, retiró dos miserables
notas de quinientos y tres o cuatro de menor valor.
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-¿Qué les pasó? –volvió a interrumpir Watson,
también sorprendido con tal desmadre.
-No, en aquel momento, Pulgarcito no les dijo
eso…, solamente les preguntó: ¿Sólo esto?
-¡Sólo eso! –le respondió Beto con voz
melindreada.
-Pero el dinero a ser robado, era la cuantía
destinada para el pago de sueldo de los empleados…
¡Manga de imbéciles! –les gritó Pulgarcito, furioso.
-¡Es ese!... Está todo ahí –le explicó Cacho, con
cara de bobo- La empresa, actualmente, sólo tiene un
empleado.
-Al escuchar el relato, Pulgarcito se dejó caer
pesadamente sentado en la silla, desalentado, cabizbajo…
Todo el esfuerzo había sido realizado en vano -se dijo para
sí.
-¡Pero qué diablos! –protestó a seguir…
-¿Cómo podría imaginarse que, exactamente en
aquel último mes, la empresa había adquirido un
computador?
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 94
8
Creo conveniente hacer una digresión en el relato
de estas historias, para que el lector puede conocer un
poco más del competente, intachable e industrioso
averiguador Chevalier Auguste Dupin, corrientemente
conocido por los deletéreos leyentes como Auguste Dupin.
Debo agregar que éste susodicho indagador de la vida
ajena, vive en la deslumbrante y orgiástica París; pero la
distancia geográfica que lo separa de Inglaterra, no lo
inhibe de mantener corrientes correspondencias y
encuentros con los sajones, no menos notables, Sherlock
Holmes y Hércules Poirot; excelsos colegas de profesión,
con los cuales, una vez juntos, logran dedicarse al
intercambio de opiniones, experiencias y juicios sobre los
patibularios asuntos que asolan el planeta.
A esta información, agrego que Dupin pertenece a
la “Légion d'honneur”, donde algunos facundos de
plantón, dicen que ese epígrafe le fue otorgada por causa
de los convenientes servicios prestados a la República. Sin
embargo, hay controversias al respecto, porque su título,
según otros gárrulos, habría sido conferido por causa de
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una estrecha amistad que tuvo con Napoleón, antes de que
éste emperador hubiese, por mero olvido, dejado la puerta
de la heladera siberiana abierta y sacrificado allí a millares
de correligionarios galos a tener que morir congelados en
las estepas rusas, pero esta ya es una historia para
narrárselas en otra ocasión.
Por supuesto, añado que haciendo uso del
raciocinio, Dupin es un hombre que combina su
considerable intelecto y creatividad, incluso, algunas veces
poniéndose a sí mismo en la percepción del malhechor.
Estos singulares talentos que posee, están tan
desarrollados en su cerebro que, fuera de no sobrarle allí
lugar para acumular boñiga, es lo que le permite algunas
veces, con su excelsa aptitud, leer la mente enigmática de
los facinorosos.
Sus motivaciones para resolver los misterios
cambian al compás de la valsa, o del ritmo dictado por el
Stradivarius de su no menos eminente colega Holmes,
pero el infalible método de Dupin, es identificarse con el
criminal sin necesidad, hasta por que la popular Kodak
descartable aun no existía, de tener que utilizar fotografías,
y es eso lo que le permite adentrarse a lo que piensa la
mente del sicario.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 96
Sin embargo, para quien tuvo la oportunidad de
conocerlo tan íntimamente como yo, me permite afirmar
que no deja de ser un jactancioso, pues seguidamente lo he
escuchado aseverar que, sabiendo cómo piensa un
delincuente, no le es imposible resolver cualquier
problema, ya que, irrefutablemente, domina de memoria
hasta la tabla del nueve; y hasta porque con ese sistema, es
que él logra combinar la lógica científica con la
imaginación artística y aritmética.
Siempre que lo he visto actuar, lo vi
comportándose como un verdadero observador, ya que
presta especial atención en todo aquello que nadie nota,
como la indecisión, la impaciencia o una casual o
involuntaria palabra, y hasta llega a fijarse si la persona
tiene la uñas cortas, el pantalón planchado, zapatos
lustrados y otras nimiedades por el estilo.
No en tanto, Dupin siempre fue retratado como una
deshumanizada máquina de pensar, un hombre cuyo único
interés es la lógica pura, que investiga los asesinatos sólo
para entretenerse y probar la inocencia de un hombre
falsamente acusado.
No se sabe a ciencia cierta, qué fue que lo inspiró
para actuar de esa forma, pero es un hombre generalmente
reconocido como el primer detective que utiliza
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eficientemente la destreza deductiva y su considerable
pericia y observación para resolver crímenes. Con
veracidad, puedo agregar que Dupin no se basa en el
misterio en sí, sino más bien en los sucesivos pasos que
permiten al observador analítico resolver los problemas
que podrían ser desechados por cualquier ser humano.
Entendiendo ahora un poco de la enigmática figura
del verdadero descubridor de la historia de éste libro, es
posible comprender en el momento el pensamiento del
Doctor Watson que, utilizando su agudo raciocinio y los
parcos poderes de observación y deducción que asienta, en
un determinado momento llegó a comparar la capacidad
de Holmes con la Dupin, generando la inmediata reacción
de su amigo, a lo que el mismo le respondió de rayano:
-No hay duda de que crees que estás halagándome,
mi querido Watson… -le recriminó con tirria- …pero en
mi modesta opinión, Dupin es un tipo bastante inferior. Y
te digo más, a pesar de la manera de proceder que éste
inocuo y remilgado detective desenvuelve, a la legua, se
ve que está claramente inspirada en mí.
-Sin embargo, -contestó su amigo-, cuando Dupin
viajó por los Estados Unidos para investigar las
circunstancias de la misteriosa muerte de Alan Poe; según
cuentan, fue exactamente ahí que surgió la oportunidad de
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 98
descubrir la verdadera historia de un tipo que, de tan bajito
que era, lo llamaban de “leñador de bonsái”.
-¿Quién fue que te lo dijo? –regañó Holmes,
enfurecido, cachetes colorados que ni tomate maduro.
-Tú no me lo vas a creer, pero hace pocos unos días
recibí un telefonazo de mi grande amigo Hércules
Poirot…
-Ese no sabe nada –protestó ardientemente el
detective, interrumpiéndole la explicación- Ese infeliz,
vive debajo de las polleras de Agatha.
-Pues, para que tú sepas, es justamente por causa
de asuntos de polleras, que Dupin se enteró de las
peripecias de nuestro subrepticio “aderezo de llavero” –
advirtió el doctor con el semblante radiante, por saber que
una parte de la historia, anfibológicamente, se habría
escapado de las manos de su amigo.
-¡Por favor! Entonces no pierdas más tiempo y
cuéntamela ya, mi apreciado amigo –insistió Holmes,
largando el violín de lado, acomodándose en su sillón y
preparándose para llenar la pipa meerschaum, con el
predilecto polvillo “Half & Half”.
-Parecería que todo ocurrió un cierto día, cuando
Pulgarcito se preparaba para viajar –inició Watson con
flemático acento.
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Holmes dejó escapar una bocanada por entre sus
narinas ya dilatadas por el níveo polvo blanco que
utilizaba seguidamente, y circunspecto, oyó el inicio del
relato.
-¡Anda luego, mujer! –Gritó Pulgarcito, ya en la
puerta de calle, con las valijas al lado, gabardina colgada
sobre el brazo, sombrero en la cabeza –anunció el doctor.
-No te olvides que el ómnibus sale a las siete, y ya
son seis y quince –le agregó canoro desde la puerta.
-En ese momento, la mujer se emperifollaba en el
toilette, abusando de rouge un poco más allá de lo
necesario, diseñando mal el trazo que le alargaba la línea
del ojo, refregando un labio en el otro con exageró, para
mejor poder esparcir un lápiz labial de color granate y
gusto dudoso.
-¡Ya estoy casi pronta, Ornato! –le respondió la
mujer.
-Pulgarcito, nervioso, consultó su reloj de pulso
confiriendo si la hora que marcaba, coincidía con la del
reloj que había sobre el trinchante, e insistió en llamar
nuevamente a la mujer, que se retrasaba:
-¡Seis y veinte, Clo! –le gritó una vez más.
-Clo, parada dentro del bidé, giraba en torno de sí
misma, en la tentativa de ver la parte de atrás de las
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piernas en el espejo de la pared del baño, verificando si la
costura de la media de nylon, seguía la impecable línea
vertical que ella deseaba. A seguir, usando el pincelito,
colocó un poco más de polvo, para amenizar el rouge que
exorbitaba.
-¡Ya voy, querido! –le respondió Clo.
-De acuerdo con lo que descubrió Dupim, -
esclareció el doctor-, ella era dos años más vieja que él, y
ocho más vivida; fórmula matemática que le garantía el
dominio de la casa, y sobre Pulgarcito.
-¿Y los hijos? –preguntó Holmes, por el puro gusto
de abrir la boca e interrumpir el relato.
-En verdad, parece que ellos no tenían hijos, -
afirmó Watson con cejo fruncido- porque Clo, desde el
tiempo en que danzaba profesionalmente en una oscura
cantina nocturna, había tomado justas providencias
quirúrgicas que le prohibían quedar momentáneamente
embarazada –finalmente concluyó el doctor,
manteniéndose en su trece.
-¡Interesante! ¡Interesante! –comentó el detective,
párpados bien abiertos-. Pero prosigue –le ordenó.
-¡Voy a perder el ómnibus! –volvió a vociferar
Pulgarcito, estregando el zapato derecho en la pierna
izquierda del pantalón, buscando sacarle un brillo mejor.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 101
-En el baño, Cló, ex Marilú, daba los últimos
retoques en su maquillaje exagerado, hábito que no
lograba perder, y resquicio que quedara de una vida
antigua.
-¿No me digas? –pronunció Holmes, boquiabierto.
-¿Digo, o no digo?
-Evidentemente, obvio que sí, mi querido
tarambana –protestó Sherlock dando una rencorosa
aspirada en su pipa.
-Bueno, parece que finalmente ella apareció,
metida en un vestido ciclamén, y enseguida poniéndose de
espaldas, a fin de que Pulgarcito le prendiese en el
pescuezo, un collar de perlas, falsas.
-Son casi seis y media –rezongó Pulgarcito,
mientras enganchaba el collar.
-Calma hombre, que el mundo es nuestro –
refunfuñó Clo.
-Si yo pierdo ese ómnibus…
-No quieras poner la culpa en mí –gruñó ella-
¿Sabes que más? Ahora te vas sólo… Yo me voy al cine –
le zampó irritada.
-¡Que mujer de ínfulas! –indicó Holmes detrás de
la humareda de su pipa.
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-¡Así es! Pues conforme descubrió Dupin –dijo
Watson sesudo- Pulgarcito todavía intentó contornar la
rabieta de Clo, pero la mujer fue irreductible.
-¿Qué le voy hacer? –finalmente él se conformó,
ya que Clo era así mismo y explotaba por cualquier cosa;
pero aparentemente ya estaba acostumbrado con sus
rampantes.
-Esa Clo, debería ser una dama de mucho
engreimiento y humos… -intervino Holmes desde su
sillón.
-No tantos como los de tu hedionda pipa –criticó el
doctor.
-Está bien, dale, continua con el relato –ordenó el
otro con un leve ademan de mano y chasqueando los
dedos.
-Parecería que ellos se despidieron sin el besito
habitual, y después, Pulgarcito tomó un ómnibus en
dirección a la Estación Terminal, mientras ella tomó otro
para el cinematógrafo.
-¡Ah! No hay dudas que esa tal de Clo tenía un
genio virulento –manifestó Sherlock, casi escondido detrás
de una nube de humo.
-A las seis y cincuenta, él se bajó en la Terminal.
Al ingresar en el hall, una vos dieléctrica salía de un
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 103
altoparlante avisando que una muralla de tierra
interrumpiera la carretera, y ese domingo, no saldrían
ómnibus con destino al norte.
-¡Que mala suerte! Todavía esto –lamentó Holmes,
abanicando el aire para disipar el cargoso humo de la pipa,
que lo envolvía por completo.
-Es lo mismo que dijo pulgarcito –circunscribió el
doctor con circunspección-, pues en ese momento, él se
limitó a recoger las valijas que había depositado sobre el
mostrador de la compañía, volviendo a colocar su ticket de
viaje en el bolsillo.
-¿Y entonces, que hizo? –preguntó Holmes con
rostro apesadumbrado.
-Todo lo que le restaba en ese entonces, era volver
para casa. Porque quienes lo aguardaban en su destino,
deberían comprender que él no tuviera cualquier culpa con
ese inesperado trastorno… Viajaría el día siguiente.
-Según informó Dupin, cuando Pulgarcito llegó en
casa, extrañó que la luz estuviese prendida. Tenía la
impresión que había dejado todos los interruptores
apagados, y Clo, a esa hora, debería estar en el
cinematógrafo.
-¿Será que entró algún ladrón? –pensó
inmediatamente.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 104
-¿No me digas? –exclamó Holmes, ya sintiéndose
intrigado por el curso que la historia comenzaba a tomar.
-¡Bueno! Yo te lo voy a decir igual –le afirmó el
doctor, con desdén- Puesto que también Pulgarcito pensó
en llamar a un guardiacivil, idea que rápidamente cuidó de
tirar de la cabeza, por motivos obvios y sabidos, y al final
de cuentas ¿él era, o no, un hombre? –se habría
preguntado.
-En ese momento, Pulgarcito pensó que lo mejor,
sería entrar haciendo ruido. Los ruidos espantan a los
ladrones –recapacitó con autoridad.
-En fin, pasado el momento de la sorpresa inicial,
parece que al final metió la llave en la cerradura con
fuerza despropositada, y como si fuese poco, la abrió y
cerró tres veces, fingiendo un defecto en la tranca.
Posteriormente, cuando creyó que había hecho barullo
suficiente, desplegó la puerta hacia atrás, y desde el dintel,
observó la sala vacía y las ventanas cerradas.
-Al final del corredor estaba el dormitorio de Clo.
Un hilo de luz salía filtrada por debajo de la puerta.
–Ridículo- raciocinó Pulgarcito de inmediato, pues
de repente, como en un pase de mágica, la luz desapareció.
-Quiere decir que había un ladrón –dedujo el
detective, ya atento al relato.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 105
-Bueno, alguien, en el dormitorio, debía haber
apagado la luz, y eso le hizo presentir su presencia. En
todo caso, Pulgarcito indujo que el ladrón estaría en el
cuarto.
-Elemental, mi querido Watson. No tengo dudas
sobre esa conjetura.
-Bueno, conforme manifestó Dupin, Pulgarcito,
enseguida especuló nervioso: -¡Mi Dios! ¡Las joyas de
Clo!
-¡Evidente…! ¡Evidente…! -murmuró Holmes con
sus quinqués oculares bovinamente desproporcionados.
-Dicen que Pulgarcito tosió fuerte para confirmar
al facineroso, que ahora había gente en casa. Después,
comenzó a caminar en dirección al dormitorio, marcando
lo más posible cada paso que daba. Pero, al llegar a la
puerta del cuarto, excitó.
-¿Será que el ladrón lo habría escuchado? ¿Y si es
un malhechor corajoso? ¿Será…? –eran esas las mil y una
interrogantes que invadían su mente en aquel momento.
Llegó a pensar que el maleante podría estar atrás de la
puerta, como siempre ocurría en las películas de “Los
Intocables”.
-¡Bien capaz! –balbuceó Sherlock, tremendamente
admirado con el relato.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 106
-Voy a meter el pie en la puerta –pensó Pulgarcito,
tomado por una especie de onda de coraje que se evaporó
más rápido que el éter, y no se animó.
-¿Qué hizo?
-En primer lugar, giró el picaporte con fuerza,
como si quisiese arrancar la aldaba… Después, abrió la
puerta un centímetro y, con el pie, la empujó de modo que
se abriese hasta tocar la pared.
-¿Y qué vio? –quiso saber Holmes, estático en su
sofá.
-A Clo, en la cama, sábana hasta el pescuezo,
durmiendo –dijo Watson, agregando un acento de misterio
a su relato.
-¿Nada más? ¿Y quién apagó la luz? –murmuró
entre dientes el detective, con mente aguzada.
-¡Nada! Y acto siguiente, Pulgarcito corrió
rápidamente la mirada por el dormitorio y enseguida
encendió la luz del techo, ocurrencia que obligó a la mujer
a que abriese un ojo por la mitad.
-¡Uee! ¿No viajaste? –dijo ella.
-¡Uee! ¿No fuiste al cine? –preguntó él.
-Las cortas frases pronunciadas, dichas
simultáneamente, no dieron tiempo a respuestas. Clo,
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 107
explicó que ya había visto la película que eligiera.
Pulgarcito, contó de la interrupción de la carretera.
-A seguir, él se sacó la ropa, que tiró encima de la
silla, se metió en un pijama de rayas azules y blancas,
encajó los pies en las chancletas de fieltro, verificó las
ventanas para ver si estaban cerradas, y enseguida, se
acostó.
-Cuando tiró de la sábana para sí, y se tapó, de
reojo, bajo el lienzo, percibió toda la desnudez de Clo.
-¿Estás sin ropas? –indagó sorprendido, y sin
lograr contener la pregunta.
-Con éste calor húmedo… –ella le respondió
balbuceando, virada para el otro lado…
¿Quién es que aguanta dormir vestida? Anda,
duerme de una vez –enseguida le ordenó fastidiada.
-Sin embargo, él todavía rezó el acostumbrado
padrenuestro de todas las noche, después le dio un beso a
su mujer, se dio vuelta para el lado de la cómoda,
habituado que estaba a dormir siempre sobre el lado
izquierdo, brazo debajo de la almohada.
-Desde allí, en esa posición que tanto le agradaba,
podía ver la cortina floreada de la ventana.
-Sin embargo, debajo de la cortina, habían dos
zapatos marrones que el cortinón no lograba esconder.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 108
-Pero, ¿de quién eran? –investigó Holmes, con la
pipa colgada en uno de los lados de la boca.
-En un primer momento, Pulgarcito forzó la vista y
luego se dio cuenta que los zapatos no eran suyos.
Entonces, silenciosamente, respiración contenida, se
cubrió el rostro con la sábana.
-¿Y de quienes eran? –insistió en saber el
detective.
-¡Bueno! Dentro de los zapatos, estaba el hombre
que él tenía certeza que era el ladrón, el hombre que,
mucho más que el propio Pulgarcito, estaba a lamentar
enormemente la interdicción de la carretera.
9
-Tocas divinamente bien, mi preciado amigo –
pronunció Watson luego de entrar en la sala y advertir a su
amigo, aun con el característico sombrero de cazador de
gamos que el detective llevaba colocado en la cabeza, y en
aquella ridícula posición de afectación anatómica,
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 109
insistiendo en querer arrancar armónicos y entonados
sonidos de su Stradivarius.
No en tanto, no queriendo escamotear opiniones
polémicas, pero fiel a su estilo tradicional que lo mantiene
detrás de su originalidad; Holmes dio un tiempo en la
partitura, suspiró hondo, y lo miró con adquisición al
pronunciar:
-Dentro de los desfallecimientos escatológicos que
me producen ciertas músicas, como si yo fuese un
sobrehumano relicario, me entrego a los placeres sonoros
del cool jazz, esa modalidad divina que debe haber
provenido de Bach, directo para el oído izquierdo de
Lester Young, del derecho de Coleman Hawkins y, claro,
bien en el cerebro de Gerry Mulligan, el magistral genio
saxofonista, compositor, arreglista y director de orquesta –
disertó elocuente.
-Percátome de tu intención… -respondió el doctor,
mismo sin comprender esa tan ideológica enunciación
canora-. No en tanto, no podemos olvidarnos que, a su
juicio, esa compleja y jazzística ponderación que has
hecho, te convierte en un Hércules eremitorio de
preciosidades, particularmente, en una época en que todo
se transforma en una estrepitosa presunción, y el
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 110
raciocinio dicho colectivo, asume formas de viejos
auditorios de radio.
-Elemental, mi querido Watson. Para tu
información, mi postura obedece a cinco razones
primordiales: soy un violinista democrático, un
protofeminista, un pos freudiano, postmoderno, y
demasiado Hollywoodiano, principalmente por ser un
hombre sensacionalista que busca la acción fácil, y se
repite mucho.
-Narcotizados por las aparentes benevolencias
otorgadas por las utopías mediáticas, -teorizó Watson-,
veo que la sociedad claudica sonriente, sin percibir que,
entre su ilusoria sensación de bienestar auditivo, se
encuentra su propio declino mental.
-Has acertado en el clavo, mi querido amigo,
porque fue exactamente así, que Schömberg lo
vislumbrara en el “Concierto para cuatro manos y dos
manicuras”, como siendo lo ideal y absolutamente
adecuado para el uso del cuotidiano burgués.
-Es por eso que yo afirmo, que la insania
instrumental de los japoneses…, -manifestó el doctor,
visiblemente inspirado por algún tipo de modulaciones
mentales ilusorias-, …me lleva a creer que la estupidez
contemporánea este así, como si fuesen pústulas en el
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 111
apogeo de su maturación, prestes a explotar de una forma
semisinfónica.
-Escuchando lo que tú me expones, -exteriorizó el
detective-, tampoco puedo dejar de recordar a Erik Satie
con toda su excentricidad, irreverencia y la actitud
dadaísta que hacen parte de los ingredientes que
configuran la vida y la música de este notable pianista
francés, donde alcanza a denotar todo su lirismo sutil en
“Tois gymnopédies”, realizando con un extraordinario
ejercicio de malabarismo poético, los no menos
impresionantes acertamientos celestiales que cometió con
fugas, contrapuntos, claridad, y armonía, expresados en su
llamada “música de mobiliario”.
-Yo imagino que él debe haberlos compuesto en la
oscuridad búfana de los burdeles, o en las penumbrosas
luces titiriteras de los cabarets de Montmartre -comentó
Watson con esnobismo.
-Es posible, pero no me caben dudas que lo que él
produjo, es mucho mejor que las locuras cometidas por
Ornato, nuestro protagonista –exteriorizó Holmes.
-¿Por acaso, te refieres a nuestro “aderezo de
llavero”?
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 112
-El mismo. Justamente, porque me viene a la
memoria otra de sus memorables epopeyas –manifestó
Sherlock, con una presuntiva mirada.
-Entonces, no pierdas tiempo, y cuéntame ya qué
fue lo que le ocurrió.
-Resulta que los periódicos hablaban tanto de
asaltos, y todos ellos con apariencia de haber terminado
con éxito, -reveló Holmes después de engullir un pedacito
de su galleta-, que Pulgarcito, junto con otros dos amigos
malvivientes, resolvieron que, asaltar un Banco, no sería
una mala idea.
-¡Que cosa! Siempre buscando la vida fácil –
exteriorizó el doctor, mostrando una mueca de
circunspección.
-Bueno, no importa, pero fue por eso que ellos
marcaron una reunión sigilosa, a ser realizada en un
rancho abandonado que quedaba en la periferia de Piedras
Verdes, en donde elaboraron un plan que consideraron
perfecto.
-Bajo la tenue luz de un candelero, -continuó
contando Holmes-, Pulgarcito, Beto, y un otro secuaz más,
dibujaron de la mejor manera posible, el mapa de la
ciudad, con sus calles, pasadizos y callejones, trazando el
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 113
mejor trayecto a ser seguido, después, por el coche con el
dinero robado del Banco.
-Calculaban que conseguirían echar mano y salirse
con algo más de un millón, dinero de la municipalidad,
tesoro que seguramente ellos irían sacar a pulso, costase lo
que costase. Sería el fin de sus penurias y miserias.
-Pulgarcito viajó para la capital, aparentando tener
la misma inocencia de una “Hija de María”. Iría comprar
los guantes que impedirían el descuido de las impresiones
digitales dejadas en algún punto del Banco.
-Por lo visto, esta vez estaban tomando todas las
precauciones –comentó Watson, mientras se tomaba una
soberbia dosis de whisky.
-Sí, porque Beto fue con destino a otra ciudad,
donde se encontraría con un tal de Gumersindo, hombre
que les prestaría las armas con las cuales trabajarían. Tres
pistolas y un Máuser. Cuanto al otro, prepararía las
máscaras, el alfayate era él.
-¿Máscaras o capuchas?
-No, eran máscaras que les cubriría el rostro por
entero, de modo que apenas los ojos quedasen al
descubierto –anunció Sherlock, demostrando con las
manos, el modelo del prototipo de indumentaria, haciendo
un ademán alrededor de su cabeza.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 114
-¿Y el automóvil?
-Ellos dijeron que robarían uno, media hora antes
del asalto –comentó Holmes- después, lo abandonarían en
la carretera por donde huirían.
-Pero, ¿y cómo iban a volver? ¿O querían huir para
otra ciudad?
-Planearon volver a sus casas, exactamente
viniendo por el lado opuesto de la carretera donde
abandonarían el coche, y por eso necesitaban atravesar los
campos a pie.
-Perfecto, comprendí la estrategia -aseveró el
doctor con un leve movimiento de cabeza- Pero, ¿y qué
harían con el dinero?
-Ellos entendieron que era mejor enterrarlo, y sólo
le echarían mano unos cinco meses después, cuando el
ambiente en la ciudad estuviese más calmo. Era una
artimaña que ellos creyeron ser la mejor, para evitar que la
policía los descubriese.
Como el doctor se dio por satisfecho con la
respuesta de Holmes, y no dijo nada, el detective continuó
narrando la historia.
–Para rematar el plan, ellos combinaron que
también harían un depósito bancario, treinta minutos antes
del asalto. Pulgarcito sería el responsable de esa parte del
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 115
intento. No en tanto, Beto iría al Banco veinte minutos
antes del robo, para retirar un talón de cheques, y
aprovecharía la ocasión para conversar dos minutos con el
cajero.
-¿Y el otro?
-Era el encargado de conseguir el vehículo. Sería el
único a no tener un casi álibi, pero de cualquier manera,
ese revés, lo aceptaba con tranquilidad y ojos brillantes,
principalmente, por la ponchada de dinero que le tocaría.
-Gumersindo, el tipo que les prestaría las armas, -
agregó Holmes-, recibiría quince por ciento del botín, y,
perito que era en asaltos, había encontrado perfecto todo lo
que los tres habían imaginado, y que ya le había sido
expuesto en detalles por Beto, cuando éste fue a buscar las
pistolas.
-Un valor alto, para quien no arriesgaba nada –
concluyó Watson, al realizar un cálculo mental de la
cuantía que le tocaría.
-Bueno, Pulgarcito y Beto volvieron de sus viajes,
en días diferentes, para no levantar sospechas. El otro
partidario de la gavilla ya tenía las máscaras preparadas
que, experimentadas, quedaron perfectas. Era día 5,
víspera del día marcado para el robo. Esa noche no
durmieron.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 116
-Al otro día, todo el dinero que poseían, algo más
de doscientos pesos, Pulgarcito lo llevó al Banco para ser
depositado.
-Cuando llegó, dijo: Quiero hacer un depósito –
expresándolo bien alto, para hacerse notar.
-Salió justo en la hora que Beto entraba para pedir
una chequera nueva. Desde la puerta, Pulgarcito pudo
verlo conversar con el cajero, de acuerdo como lo habían
proyectado.
-¿Y cómo fue que hicieron para efectuar el robo? –
interrumpió el doctor, justo cuando tomaba su último
buchito licoroso.
-Los tres se juntaron en una esquina, a tres cuadras
del Banco –anunció Sherlock. –El tercero venía en la
dirección del coche robado, más calmo de lo que era de
suponerse. Parecía un veterano. En el trayecto hacia el
Banco, las máscaras fueron colocadas.
-El auto paró en la puerta del establecimiento, y los
tres enmascarados se bajaron con la Máuser apuntada para
el vigía, que fue obligado a echarse al piso, de bruces, ya
sin el arma reglamentaria que llevaba en la cartuchera.
-¿Usaban algún apodo, para comunicarse?
-No. Sólo por señas. No hablaban para que la voz
no los develase.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 117
-Precavidos, los muchachos –balbuceó Watson, al
hacer una mueca con los labios.
-Una vez adentro, los empleados del Banco,
temerosos de un tiro, levantaron los brazos
específicamente –dijo Holmes, mientras le mostraba in
loco, como era.
–Dos o tres clientes, que a esa hora estaban junto al
mostrador, se aquietaron lo más posible.
-Sin reluctancia, el cajero les entregó todo el dinero
que tenía en la gaveta, y el gerente, bajo amenaza del arma
de Pulgarcito, abrió la caja fuerte, de donde los montes de
paquetes de dinero saltaron para la maleta que ellos
llevaban.
-¿Nadie llamó a la policía?
-Es posible que sí, pero los guardiaciviles,
solamente llegaron al Banco dos minutos después que
ellos habían partido…
-Por un pelo… –murmuró el doctor, atento a las
minucias del relato.
-A esa hora, el automóvil ya salía de la carretera,
ocultándose por los pastizales crecidos y los matorrales,
donde fue abandonado. Tres bicicletas, una de las cuales
con bagajero, allí los esperaban desde la noche anterior.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 118
-En el bagajero, pusieron las maletas rellenadas de
dinero y, por el camino de tierra solamente utilizado por
caballos y carretas, pedalearon hechos unos locos, en
busca del rancho abandonado.
-Un plan muy minucioso, por lo que observo –
completó Watson, haciendo uso de su deducción analítica.
-Una vez en el rancho, liquidaron, una a una las
pruebas del crimen, y volvieron a pie para la ciudad,
donde llegaron ya hecha la noche.
-En ese caso, nadie los podría acusar de nada. No
habían dejado pruebas que los incriminasen –Watson
expresó con presunción.
-Ahí que está. En la puerta de la casa de Pulgarcito,
cuatro hombres lo esperaban y les dieron voz de prisión,
mientras lo esposaban y le colocaban los grilletes,
metiéndolo inmediatamente dentro de un coche.
-¡Nooo! ¿Quién los denunció?
-Nadie. Y te digo más. Cuando Beto también llegó
en su casa, seis hombres saltaron sobre él, inmovilizándolo
y llevándolo preso sin mayores explicaciones.
-¿Y el otro?
-El otro, fue agarrado en la esquina de la sastrería.
Lo empujaron para dentro de un patrullero de la policía y
se lo llevaron a la comisaría.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 119
-Algo les falló –volvió a interrumpir el doctor, con
el semblante serio. -¿Qué sería lo que les salió mal?
-Exactamente. Dos horas después del atraco sin
erros, Pulgarcito, Beto y el otro, esposados y vencidos,
escuchaban la frase seca y autoritaria del comisario.
-Muy bien. ¿Dónde está el dinero? –éste les
preguntó autoritario.
-Incrédulos, los tres no lograban entender lo que
les había pasado. ¿Dónde estaba el error? Los guantes, las
máscaras, el depósito bancario, la chequera nueva, la
conversación con el cajero, los álibis perfectos, el vehículo
abandonado, el camino de tierra recorrido de bicicleta con
mucho sacrificio y sin una viva alma que los viese, el
dinero y todo lo demás, bien enterrado. Las bicicletas, que
ya habían ido a parar en el fondo del río…
-¿El dinero, donde está? –gritó nuevamente el
comisario.
-¡Sí! ¿Donde lo habían metido? –quiso saber
Watson
-Contaron todo, para que las cosas no empeorasen
más de lo que ya estaba. Mismo así, no atinaban a
descubrir el tropezón que habían cometido.
-¿Cuál habría sido el lapsus, entonces? –
conjeturaba el doctor.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 120
-De Piedras Verdes, siempre sin lograr entender
como mierda ellos habían sido descubiertos, los tres
fueron enviados para cumplir pena en la capital.
-Entonces. ¿Podes decirme ahora cuál fue la falla
de tan meticuloso plan? –se le antojó saber a Watson.
-Bueno, te digo que ellos fueron puestos en celdas
separadas. Pulgarcito, Beto y el otro sujeto… Los únicos
“leñadores de bonsái” que había en Piedras Verdes -
suspiró Holmes.
10
La tarde estaba, como siempre, húmeda y lluviosa
en la londinense ciudad, y las circunstancias del escenario
externo, convidaban a que en el salón se desenvolviese un
erudito cenáculo entre los circunspectos amigos. En ese
momento, uno estaba con su violín en puño, el otro, con su
mano derecha reciamente aferrada al vaso que contenía el
dorado néctar de los dioses escoses.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 121
Dentro de ese contexto, experimentaban ensanchar
las eficiencias de un agudo raciocinio y los poderes de
observación y deducción que ambos poseían con
insuperable maestría; sin embargo, en esa hora llamada de:
casi crepuscular, Holmes demostraba esa característica
desconcertante y extraordinaria de sus virtudes, puesto que
acusaba la extraña síndrome del intestino-filosófico preso,
pero cuando esa original situación se producía en su
mente, a continuación, engendraba una disentería de
verborragia que inundaba toda la biósfera, y se propagaba
más allá de las costas de la Galia y de la propia Inglaterra.
-De acuerdos con mis últimos cálculos –expresó
Sherlock con fisonomía inexorable-, si el mal gusto
musical que está ahí a persistir, no cambia, seguramente
llegará el día en que las personas simplemente se volverán
tan o más gelatinosas, tal cual un postre “Royal”, y
acabaran escurriéndose por las alcantarillas de las cloacas
existenciales, convertidas en una de esas desabridas
sobremesas humanas que tanto ambicionan ser.
-Mi estimado amigo, creo que tienes un lapsus
linguae de semántica –notificó Watson, al interrumpir el
docto raciocinio de su compañero.
-Digo y afirmo –se justificó el detective-, que ellos
perderán el verdadero sentido de la magia sonora y, por
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 122
eso, su primitivo referencial óptico, pronto irá para el local
correcto, dejándolos a mingua y totalmente entregues a la
decrepitud de tener que aplaudir la Nada.
-En cuanto a mí, reafirmo preferir los énfasis
griegos, cuando lo Sublime, quedaba restricto a Euterpes
con su flauta y a los viajes musicales en busca de lo
Humano –comenzó a disertar el doctor.
-Cosas sumamente sanas, como sin duda lo es, eso
de querer participar en competencias de resistencia en
Cochabamba, extraer la raíz cuadrada de whiskys
redondos, o confundir tragedias de Sófocles con comedias
de Plauto… ¡Sólo eso! –concluyó.
-Esa diarrea oblitero-chocante, -argumentó
Sherlock con la debida entonación de importancia-, es la
que lleva a algunos a destacar su estulticia, a punto de
hacerme recordar de Jan Huss, el reformador checo que, al
ser torrado en las hogueras de la iglesia, todavía tuvo la
generosa creatividad de desenvainar su mejor latín y
canturriar: -Santa simplicitas… lá-lá-rí-lá-lá-lá…
-Visto que es imposible santificar mediocridades
con el uso de la lógica surrealista, paso a cercar mí
raciocinio, para evitar la invasión de cucarachas, el
deterioro de lo bello, y principalmente, la idea cada vez
más creciente de que si hoy, Wanda Landowska volviese
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 123
al mundo y se dejase globalizar por la vesania general, ella
también iría confundir pedagogía con pedofilia, rally con
relé, muñecas con…
-Por eso –interrumpió el doctor, después de dar un
ligero sorbo en su predilecto licor-, que, cada vez más
imbuido por el gargallo musical de las perplejidades, me
desligo por unos momentos del sonido caótico que
proviene de la urbe y, prudente, me agarro todo lo más que
puedo, intentando comparar la álgida suavidad de la Nada,
con la cálida insipidez de lo real.
-En esa versada relación musical que tú
manifiestas, -enunció Holmes con grandilocuencia-,
haciendo una amalgama entre lo divino y lo sagrado, es lo
que se nos hace imposible olvidarnos de Gregorio I, el
Papá que insertó cánticos que llevan su nombre en la
liturgia de los cultos, mismo sabiendo que ni todo fiel es
culto, y ni que el propio Gregorio, era un gregario.
-Es por eso, que el grande Quintiliano, con
soberbia sabiduría, dijo alguna vez que: “el poeta nace, el
orador se hace” –disertó el doctor antes de llevarse el vaso
a los labios.
-Sin embargo, -pronunció Holmes, ensimismado-,
hay que considerar que: “los tigres de la cólera, son más
sabios que los caballos del saber”.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 124
-Si es por eso, te afirmo que: “las prisiones están
construidas con las piedras de la Ley, mientras que los
burdeles son erguidos con las piedras de la Religión”.
-Elemental, mi querido Watson. Tu conocedora y
licenciada fraseología, me conmueve, pero no tanto como
la actitud de Pulgarcito.
-¿Por acaso, tienes algún otro hallazgo
paleontológico de este “aderezo de llavero”?
-Conforme lo registró Dupin en los anales de su
pesquisa, todo ocurrió durante un día que Pulgarcito
volvió para buscar a Clo.
-¿No me digas? ¿Qué ocurrió?
-Te lo diré igual, porque buscaré mencionarlo
exactamente como sucedió.
-Por mí, te aviso que soy todo oídos -anunció
Watson.
-Trim… Trim… Trimmm… -gesticuló Sherlock, al
imitar el sonido del timbre.
-Por más que Pulgarcito insistiese, la puerta del
408 no se abría –dijo Holmes, dando inicio a la narración-.
Hacía rato que él estaba allí, meta apretar el botón del
timbre que, extrañamente, todavía no se había quebrado.
-Trim… Trimmm… -siguió insistiendo Pulgarcito.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 125
-De vez en cuando hacia una pausa, intentando
adivinar, con el oído colado en la puerta, algún
movimiento dentro del apartamento y, después de percibir
que más ese toque había sido en vano, volvía a colocar el
dedo en el botón, con creciente violencia.
-Trimmm… Trimmmm… Trimmmmmmm…
-Estaba con la barba si hacer, los pelos
desgreñados. La valija depositada a su lado, mostraba que
volvía de un viaje. Lo mismo insinuaba la corbata aflojada
en el cuello de la camisa, por el cual, le salían los largos
pelos del pecho.
-Trim… Trim… Trimmm… -Pulgarcito volvió a
instar con el dedo en el timbre.
-Se abrían, vez por otra, las puertas de servicio del
404 y del 405, de donde se asomaban rostros de empleadas
y comadres, incomodadas por el irritante barullo de la
campanilla que, realmente, ya pasaba de la cuenta.
-Y, al toque inútil del timbre, no pocas veces juntó
majaderos golpes de puño, inicialmente discretos, en la
puerta, junto con patadas dadas, primero, con la punta del
pie, después con el talón, por comodidad y por dolor en
los dedos.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 126
-¡Un necio! –llegó a balbucear Watson, haciendo
bailar por las encías, el delicioso buchito que se había
tomado.
-El ascensor paró en el cuarto piso, y la puerta se
abrió. Pulgarcito se viró en la esperanza que del ascensor,
saliese… ¡No! No era. Era Germán, ropa de playa, estera
enrolada bajo el brazo, lentes de sol en lo alto de la
cabeza, sandalias hawaianas en los pies.
-Pulgarcito se olvidó del hombre y volvió a colocar
el insistente dedo en el timbre. Trimmm… -era sólo lo que
el timbre decía al ser accionado.
-Creo que ella no está –dijo Germán, al pasar por
Pulgarcito, mientras seguía y entraba en el 409, su
apartamento.
-Pulgarcito acompañó los movimientos del hombre
con la mirada, hasta el momento en que la puerta del 409
se cerró, tirando Germán de su vista.
-¿Y por qué no le preguntó alguna cosa? –indagó el
doctor.
-Bueno, es que justo en ese momento, Pulgarcito
abandonó el timbre del 408, y tocó el del 409. Fue el
propio Germán quien abrió.
-Pues no… -le dijo educado.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 127
-Soy yo –le respondió Pulgarcito, y apuntó para la
puerta del 408, identificándose como el sujeto con quien
Germán recién acabara de hablar.
-Sí, yo sé, -respondió Germán...
-Cuando usted pasó por mí, dijo que ella salió.
-Esta engañado, caballero –corrigió Germán- Yo
dije “creo”, que ella salió.
-Claro que con su explicación, quedaba claro que
Germán, patentemente, quería tirar el culo de la jeringa -
razonó Holmes.
-¿Se iba a vacunar? –quiso saber el doctor,
poniendo cara de sorprendido.
-No, tarambana, es una manera de decir. Él quería
tirar el cuerpo de cualquier malentendido, razón por la
cual “recalcara” muy bien el creo.
-¡Ah! -exclamó Watson, al comprender el dicho.
-Eso mismo. -¡Ah!- exclamó Pulgarcito en un
desaliento muy grande, mientras lanzaba una mirada triste
en dirección a la puerta cerrada del 408.
-Germán aprovechó para observarlo, mientras
Pulgarcito observaba la puerta vecina que no se abría.
-En la sala, a un desquiciado cucú se le antojó salir
para cantar, avisando con su trino, que ya pasaba media
hora de la una hora de la tarde.
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-Imagino que ella esté en casa y no quiera abrir la
puerta –aventó Pulgarcito, para comentar alguna
justificativa.
-No creo. Seguramente, ella debe haber salido –
alegó Germán, imperturbable, parado entre el marco y la
puerta semiabierta.
-¿Será? ¿Tendrá salido? –murmuró Pulgarcito,
meneando de leve la cabeza en negativa, sin saber lo que
hacer.
-Pues… -pensó finalizar Germán, al ser
interrumpido.
-¿Puedo esperar aquí, hasta que ella llegue? –
solicitó Pulgarcito con raigambre.
-Bien… -el otro comenzó a cavilar lo que debería
responder, ya que Germán vivía sólo y, por necesitar
tomar un baño y salir para almorzar, ya que era domingo y
ese día no tenía empleada, no hallaba muy indicado que
concordase con la presencia de aquel desconocido en su
apartamento, durante el tiempo que estuviese en la ducha.
-Muy lógico, supongo –murmuró el doctor, de
mano en la pera.
-El hombre del timbre percibió sus pensamientos, y
le dijo:
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 129
-Yo soy el marido de Clo –explicándolo, en un
esclarecimiento que provocó cierto espanto en Germán.
-¿Marido? ¿Y usted se olvidó de las llaves? –le
preguntó ensimismado.
-No. Bien…, es que… -Pulgarcito balbuceó, medio
confuso- Creo que lo correcto, sería decir “novio”.
-Entiendo –dijo Germán sin nada entender- Usted
quiere decir, que el señor es algo así como novio, pero con
derechos de marido. ¿Correcto?
-Más o menos –Pulgarcito le confirmó impreciso-
Yo, por mí, me considero más novio que marido, a pesar
de la verdad ser opuesta. Es que nosotros dos, yo y ella, ya
hace algún tiempo…
-Germán no quiso saber de más detalles. Prefirió
dejarlo entrar. Mismo, porque las comadronas del 402 y
del 403, ya fingían esperar el ascensor con las orejas
paradas, atentas a la conversación de los dos.
-No en tanto, su concordancia fue por maldad, ya
que Germán prefirió escuchar él solo, el resto de los
detalles.
-Pulgarcito entró, depositó la valija sobre el sofá y
extendió la mano para presentarse y saludarlo.
-Ornato Pereira, mucho placer –le dijo.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 130
-Mi nombre es Germán. Siéntese, por favor –
ordenó con un solapado sonriso, porque en el fondo de su
mente, subrepticiamente se preguntó: ¿ornato ó aderezo?
-Para disimular esa sensación hilarante, Germán
abrió las cortinas, y la luz entró con fuerza en la pieza.
Vivía para el lado que el sol se pone.
Al momento que las corrió, Pulgarcito se mudó de
lugar en el sofá, porque el sol lo encandilaba.
-Germán sintió que era necesario encontrar un
modo de reatar la conversación, y era eso que él buscaba
en el exacto momento en que, Pulgarcito, notando esa
secreta ansiedad de su vecino, le ofreció el plato pedido.
-¿No me digas que iban a comer juntos? –Watson
preguntó azorado.
-¡Mi Dios!, –exclamó Sherlock, visiblemente
fastidiado por las majaderías de su amigo- Cuando me
refiero al “plato pedido”, pedazo de un alcornoque, es que
él iba a continuar relatándole su relacionamiento con Clo.
-¡Ahhh! Discúlpame por mi irreflexión –balbuceó
el doctor, con un semblante desconsolado.
Holmes lo miró como quien pasa las penas del
purgatorio, y continuó su relato diciendo: -Somos novios
oficialmente. Pero ya… ya… -Pulgarcito buscó las
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 131
palabras que pudiesen explicar lo que Germán ya sabía
desde el dintel de la puerta.
-¿Entonces, está de llegada…? –instigó Germán, en
cuanto servía vermut roso en dos vasos altos, donde se leía
los nombres de las dosis: “for ladies, for men, for horses”.
Sirvió “for horses”.
-Pulgarcito revolvió el hielo con el dedo indicador,
y allí lo dejó descansar un poco, intentando adormecerlo.
Era el mismo dedo de apretar el timbre, y le dolía mucho.
-Estoy trabajando en una ciudad lejos de aquí, -
comenzó a explicar Pulgarcito-, y tengo recibido muchas
cartas contando ciertas cositas de mi… mi… -excitó más
de lo que sería razonable- …mi novia –dijo por fin.
-Diga “su señora” que yo le comprendo –indicó
Germán, queriendo ser gentil.
-Gracias. Pero me imagino que usted sabe como
son esas cosas. Cartas que surgen contando hechos que
son incontestables. Que apuntan detalles, horarios. Hasta
fotografías, me mandan. ¿Usted puede creer una cosa así?
-Puede tutearme nomás,… Ornato –ahora fue
Germán el que excitó, trabando justo a tiempo la tentación
de decirle: “aderezo de llavero”.
-Pulgarcito agradeció, y retiró una billetera del
bolsillo del blazer, y de ella, sacó las fotos de Clo, en
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 132
donde su novia aparecía posando con un hombre al lado.
Las fotografías no eran muy nítidas. Habían sido
amateuristicamente sacadas por alguien. En algunas, ella
aparecía de lejos. No en tanto, todas era lo suficientemente
claras como para que Germán reconociese su vecina del
408. Inclusive, daba para percibir algo más.
-Estoy notando, Ornato, que el hombre…
-No es el mismo –reconoció Pulgarcito- ¿Percibió?
-Percibí –murmuró Germán, ahora muy atento en
hacer un nuevo examen más detallado de las fotos.
-Es que ella siempre aparece con un hombre
diferente –completó Pulgarcito, chupándose el dedo
helado, y colocando el otro indicador en el hielo.
-Su actitud, es mucho peor, ¿no le parece? Porque
si ella me hubiese cambiado por otro, capaz que yo
entendería. Dejó de gustar de mí, está gustando de fulano
o zutano, hasta que comprendería; pero la variedad, es lo
que torna todo insoportable.
-Sí, noto que por las fotos, ella está gustando de
fulano, zutano, mengano, José, Antonio, Pedro… -esa vez
Germán fue perverso.
-Es por eso que yo le digo. La variedad me
compele; es una sinvergüenza, eso sí… ¿Usted no
concuerda conmigo?
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 133
-Concuerdo –concordó Germán, mientras devolvía
las fotos para Pulgarcito, sintiéndose un hombre muy feliz
por no haberse visto en ninguna de ellas.
-Usted me disculpe, ¿pero vino aquí para…? -él
quiso saber Germán, sin lograr terminar la frase…
-¡Vine para matarla! –anunció Pulgarcito de forma
determinada.
-¿A matarla? –exclamó el doctor, dejando el vaso
vacío sobre la mesa.
-Fue lo mismo que Germán exclamó después de
haber entendido claramente lo que Pulgarcito confesó
intempestivamente, pero quiso pensar que tal vez estuviese
engañado, por eso preguntó nuevamente.
-¿Usted dijo…? –preguntó como si estuviese
pidiendo un bis.
-Vine a matarla… ¡Matarla! –Pulgarcito dijo, e
hizo un gesto con el indicador todavía hinchado, imitando
como si estuviese apretando un gatillo imaginario, y
apartó el blazer para que Germán viese el “Colt” que traía
metido en la cintura.
-¡Que pedazo de hombre determinado! –murmuró
Watson con el cejo fruncido, y sin querer interrumpir la
narración de su amigo.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 134
-Te digo que Germán, nunca imaginara tener que
pasar por una situación igual, y fue por eso que se decidió
a reabastecer el vaso de vermut del calculista asesino,
mientras buscaba una manera de contornar aquella poco
bizarra situación.
Watson quiso decir alguna cosa, pero Holmes lo
interrumpió con un ademán, diciendo:
-Terminado de servir el vaso, Germán le preguntó:
¿Cuál es la ventaja de querer matar?
-Ninguna –contestó Pulgarcito- Mato, y después
voy preso –afirmó convicto.
-¿Y lo qué es, que usted gana con eso? ¿Qué
ventaja usted lleva con ese desbordamiento de heroicidad?
Mata a la mujer, lo meten preso por diez o doce años, o
más, ¿y qué gracia usted ve en todo eso?
-El tipo tenía razón –apoyó el doctor con un
balbuceo.
-Mientras exponía sus coherentes
cuestionamientos, Germán mostraba, abiertas en abanico,
las varias fotografías de la mujer de Pulgarcito -pronunció
el detective, a la vez que mostraba su mano vacía.
-¿Entonces, usted piensa que yo debo perdonar una
mujer que me hace eso? –le dijo Pulgarcito, mientras
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 135
movía levemente el mentón hacia adelante y clavaba los
ojos en las fotos expuestas que ni cola de pavorreal.
-No digo perdonar, -acotó Germán, con voz
tranquila-, porque, en su caso, yo no sé si también
perdonaría, pero, no sé si no sería mejor… olvidar. Deje
todo como está, hombre, y olvídese de lo ocurrido.
-Usted, en mi lugar, ¿se olvidaría?
-Creo que sí –afirmó Germán, endureciendo la
fisonomía como si estuviese haciendo pucheros, y
subiendo y bajando los hombros para quitarle un poco de
importancia al asunto.
-Es una cuestión de temperamento. Admito que
haya hombres que perdonen –convino Pulgarcito-, si ellos
tienen que vivir una situación igual, Sin embargo, hay
hombres como usted, Germán, que simplemente olvidan el
asunto, y no tocan más el tema. Pero yo, Ornato Pereira,
tengo otro temperamento –y al terminar la frase, se arregló
mejor el “Colt” en la cintura.
-¡Aijuna, carajo! Hombre de bríos, este “leñador de
bonsái” –exclamó Watson.
Sherlock lo miró, sorprendido por el arrobo de su
amigo, y puso la culpa de su exclamación intemperada, a
las dosis de bebida que su amigo ya se había tomado.
Después, prosiguió:
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 136
-Tiene razón –concordó Germán en aquel
momento- Nadie debe forzar una situación. Sólo que…
-La frase quedó inconclusa, porque ambos
escucharon nítidamente que, la puerta del apartamento 408
era empujada produciendo aquel ruido característico al ser
cerrada. Los dos se callaron automáticamente.
-Es ella –dijo Pulgarcito, apartando el vaso de
vermut al momento que fue aferrando la valija por el
asidero, y levantándose del sofá.
-Germán, lívido, no conseguía articular palabra,
cuanto más una frase. En eso Pulgarcito extendió la mano
en forma de despedida silenciosa. Germán se la apretó con
la fuerza de la emoción. Pulgarcito agradeció el vermut, la
hospitalidad, y salió.
-Y al final, ¿la mató, o no? -Indagó el doctor,
ansioso.
-Por la noche, cuando pasó de brazo dado con ella,
Pulgarcito fingió que no vio a Germán que, en el zaguán,
conversaba con el portero del edificio. No obstante, en
aquel momento, aun le dio tiempo a Germán para
descubrir que Pulgarcito llevaba las orejas muy coloradas.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 137
11
-Es necesario escuchar las enseñanzas
“demoníacas”…, -expresó Holmes, de pie, frente a la
estufa, buscando calentase el alma con el calor de las
brasas-, …cuando ellas proclaman que, alma y cuerpo,
poseen equiparable dignidad, y que la energía y el
dinamismo, son la auténtica delicia eterna. Por eso,
únicamente predican la moderación, quienes son lo
bastante débiles para no apasionarse.
-Es verdad, mi estimado amigo. El camino de los
excesos, invariablemente nos conduce al palacio de la
sabiduría –enunció el Dr. Watson que, como siempre,
sostenía el vaso del licor de los dioses en la mano, e
inspiraba sus metáforas observando las ondas doradas
danzando en el cristalino recipiente.
-Elemental, mi querido Watson. Así como los
escatológicos que viven en otra aurora, digamos, entre alfa
y omega, aquel que desea pero no obra, termina por
engendrar la peste.
-Un hombre libertino, -le respondió el doctor-, no
es aquel individuo que se siente libre de ceñirse a los
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 138
códigos morales tradicionales; yo pienso que un verdadero
libertino, es un hombre cuya mente es libre, un hombre
que está siempre en busca de la verdad sobre la vida y los
deseos que mueven a todos los hombres.
-Sin embargo –retrucó Sherlock, apartándose de la
estufa para agarrar otra de sus galletas preferidas-, cuando
a veces observo los estrechos límites en el que se hallan
encerradas las facultades activas e intelectuales del
hombre; cuando veo que el objetivo de todos nuestros
esfuerzos es proveer necesidades que, por sí mismas, no
tienen otro fin sino prolongar nuestra miserable existencia
y por consecuencia, toda nuestra tranquilidad, noto que en
ciertos puntos de nuestras buscas, eso no pasa de una
resignación soñadora, que la gozamos pintando de figuras
variadas y perspectivas luminosas, dentro de las cuatro
paredes que nos mantienen prisioneros.
-En ese caso, yo agregaría que, un cuerpo capaz, no
es nada sin una mente esclarecida –replicó Watson, ahora
de pie, y de espaldas para la estufa, a fin de calentarse un
poco la parte del tercer ojo.
-¡Es verdad! –afirmó Holmes-, el tipo siempre fue
un verdadero polifacético. No en tanto, todo eso, terminó
por reducirlo al silencio eterno.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 139
-¿Quién murió? –pronunció el doctor, con cara de
pena, ojos tristones.
-¡Ora pues! ¿Quien más, sino Ornato Pereira?
-¿No habrá sido por causa de un ataque de
dismenorrea mental?
-Bueno, esa parte no quedó muy bien esclarecida –
explicó prestamente el detective- Lo único que mi
estimado Auguste Dupin registró, fueron los gritos de:
¡El enanito murió! ¡El enanito murió!
-¡Sí!, entiendo, pero, ¿quién fue el que gritó?
-Fue un vecino, que en ese momento salió
anunciando por la cuadra entera, que acababa de morir el
sujeto más conocido de toda Piedras Verdes.
-¿Quién murió? –preguntó don Teófilo, eterno
morador de una de las casas del barrio, mientras chupaba
una sopa aguada, haciendo un ruido extraordinario.
-El “leñador de bonsái” –apuntó el vecino.
-¡Ah! ¿El “aderezo de llavero”? Que Dios lo tenga,
pobre hombre –invocó el anciano en tono de recogida
plegaria.
-Dicen que cuando el velorio terminó, el cuerpo de
Ornato fue llevado para una camioneta de la empresa
funeraria que estaba parada en la puerta de la casa donde
fuera velado el cuerpo.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 140
-En el traslado, Clo, la mujer de Pulgarcito, un
palmo a más que él, escuchó otra vez las frases de
consuelo desnecesarias.
-Dios, sólo se lleva a los que son buenos… alguien
pronunció.
-Tienes que ser fuerte, Clo –dijo otra mujer,
abrazándola compungida.
-Los hombres de la funeraria, desligados del
problema, cargaron el cajón con la mayor facilidad. Era un
cajón de niño, sólo que en el negro de los adultos.
¿Pesaba, qué? ¿Unos 30 kilos? –dijo Holmes, haciendo un
mohín.
-Probablemente, un poquito más –corrigió el
doctor, ecuménicamente.
-Que sea, pero dentro del féretro, vestido de negro,
Pulgarcito partía para su último viaje –indicó Holmes,
haciendo un guiño de congoja.
-El detective se dio cuenta que su amigo se
persignaba tres veces repetidamente, ojos clavados en el
piso, alma compungida, corazón apretado. Meneó la
cabeza vaya saber pensando el qué, y continuó con el
relato diciendo:
-En la calle, Joaquín, el mismo tipo que había
salido gritando que Pulgarcito se había muerto, poniendo
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 141
una cara de lo más fulera, comentó con José Pedro, su
vecino, en una entonación de comediante:
-¿Para qué enterrarlo en un cajón? Usaban una caja
de zapatos, y pronto.
-Pulgarcito, que durante la vida entera ambicionó
hacer carrera en varios oficios e intentara ingresar hasta en
el circo, el poso seguro de los de su especie, nunca logró
conseguir un empleo estable, pero esa parte ya la sabemos,
concluyó Holmes.
-¡Es verdad! Abreviadme de esos comentarios
sutiles, por favor, mi bienquisto amigo –solicitó el doctor
con los ojos vidriados, no por causa de la tristeza del texto,
y sí, por los posteriores efectos licorosos.
-En el barrio, pocos sabían que su nombre era
Ornato Pereira, a no ser doña Clo, y sus hijos Lozano y
Mustio, exquisitamente grandes, extrañamente normales.
-La verdad, es que la anomalía de los padres, era de
una extrañeza mayor, porque el padre de Pulgarcito medía
un metro y setenta, altura igual a la de la madre, mujer
que, por ser alta y muy fina, tenía hasta un estilo de
modelo de desfile, salvo, por algún que otro defecto
anatómico.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 142
-Cuanto a los padres de Clo, eses si, tenían
problemas –comentó Sherlock, con un sonriso irónico en
los labios.
-La madre, era crecida, pero el padre,
empequeñecido, tenía hasta un cerro en la espalda, donde
irritantemente, los desconocidos pasaban la mano en la
joroba, creyendo que eso les daría suerte.
La risa de Watson sonó en la sala como si fuese un
murmullo de hojarascas, pero no rumoreó cualquier
comentario, prefiriendo escuchar el relato, y sintiéndose
cada vez más abstraído por el placer de su bebida.
-El padre de Clo, en la calle, era llamado de “dije
de alhaja” y, cada vez que oía el apodo, saltaba enfurecido,
haciendo bananas con el brazo, para los que le gritaban la
calumniosa alcurnia.
-Yo soy pequeño de altura –les gritaba furibundo-,
pero aquí ¡oh!..., y aquí, y… se agarraba el imaginado con
la mano pequeña, teniendo, para eso, que curvarse, pues
los brazos pequeños, acababan un poco más abajo del
pecho.
-Muy esclarecedora tu oratoria, pero, ¿adónde lo
enterraron? –interrumpió el doctor, conduciendo a
Holmes, con su pregunta, para el camino correcto del
relato.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 143
-Bueno, finalmente el cortejo fue formado. La
camioneta negra adelante, con el extinto Pulgarcito dentro.
Atrás, el coche de Clo, con los hijos sentados a su lado. A
seguir, un Pontiac donde iban los padres del fallecido,
Eleuterio y Filomena, llorando más que lo esperado.
Después, seguía otro coche con el “dije de alhaja” y su
esposa, ella llorando, de cara embadurnada. Más atrás,
varios coches más, llevando parientes lejanos, amigos o
conocidos, y gente de toda la cuadra, que en ese momento
quería acompañar el entierro hasta el final, cosa que
hallaban de lo más cómica.
-Yo no sabía que enano muere –preguntó uno de
los presentes en el cortejo.
-¡Muere! –Afirmó un otro- Lo que no puede, es
vivir en el último piso –añadió.
-¿Por qué? ¿Se marea? –quiso saber el interlocutor
-¡No! Se cansa –le dijo el sujeto, con la fisonomía
justa.
-¿Cómo, que se cansa?
-¡Claro!, el dedo no alcanza a tocar en el botón del
tablero del ascensor –el individuo explicó serio.
-¿Hablaban eso en el velorio? –preguntó el doctor,
boquiabierto.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 144
-No. Esa conversación existía en el noveno coche
de la fila, que ya andaba en dirección al cementerio donde
Pulgarcito sería enterrado.
-Es verdad –acotó el doctor, compungido-, quieran
o no, los occisos, siempre terminan siendo llevados al
cementerio.
Holmes hizo de cuenta que no escuchó la
impertinencia de su amigo, y continuó con su recitación.
–En la calle, la gente se descubría al ver pasar el
cortejo. Había los que querían asilar el mal de ojo tocando
madera, llegando a pasar los dedos hasta en las cajas de
fósforos brasileñas. Mujeres se persignaban más de tres
veces, al ver el pasaje del féretro. Niños paraban sus
juegos y, por un instante, miraban, con aquel aire
inexpresivo de niño que no da valor a la muerte.
-Pero, de repente, en una subidita del camino, la
camioneta paró –anunció Holmes con solidez.
-Los coches, que eran veintidós, pararon atrás,
callados, ciertamente esperando que se solucionase lo que
había originado la parada repentina.
-Tal vez, paró por causa de algún semáforo –
alguien murmuró dentro de unos de los últimos coches.
-Es lo que yo me imagino, -murmuró Watson,
pesaroso.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 145
-Sin embargo –dijo otro de los allegados-, como
los coches siguen pasando por nosotros, semáforo, no es –
comentó con afirmación catedrática, al ver otros vehículos
pasar al costado del cortejo, indiferentes al hecho.
-¿Qué les pasó? –preguntó el doctor, que hasta ese
momento se había mantenido callado y expectante.
-La camioneta tenía un desperfecto. El chofer, de
traje convenientemente negro como se exige en estos
casos, se bajó y abrió el capó del motor; se agachó sin
gracia, como queriendo encontrar el defecto que
presentaba ese coche inútil que dirigía, tal cual Pulgarcito,
su principal ocupante –pensó mientras miraba el motor.
-Lozano, el hijo más viejo de Ornato…, perdón,
Pulgarcito es más esclarecedor, –se corrigió Holmes en el
momento-, sacó la cabeza por la ventanilla.
-¿Algún problema? –le preguntó al conductor, que
estaba parado junto al cordón, al lado del furgón.
-¡Paró! –dijo el hombre, con un desconsolado abrir
de brazos y mueca de ignorancia.
-Paró… paró… –esclareció Lozano a los ocupantes
del automóvil: el chofer, la madre y Mustio.
-Mustio, por la otra ventanilla, se viró para el
coche de atrás y gritó para el conductor, que la camioneta
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había tenido algún inconveniente mecánico, –se rompió-,
volvió a gritarle.
-El padre de Pulgarcito abrió la puerta y fue hasta
el furgón, en cuanto que el aviso del desperfecto, seguía de
coche en coche, informando a todos los veintidós, del
inesperado problema que surgiera.
-¿Qué fue? –preguntó Eleuterio, el padre de
Pulgarcito, al chofer del furgón.
-¡No sé! –Informó el chofer, con cara de no saber-
Debe ser alguna avería, pero no sé, la camioneta no anda.
-¿Y ahí? –preguntó el cariacontecido padre.
-Y de ahí, no anda –completó el chofer, ya
quitándose el saco.
-Tenemos que hacerla andar. ¡Esto es un absurdo!
–protestó el otro.
-Mi hijo está allí dentro. Tenemos que ir para el
cementerio. El entierro está marcado para las cinco…
-Yo sé, mi amigo, pero paró, -volvió a explicar el
conductor.
-Eleuterio, el padre de Pulgarcito, no dijo más nada
y cuando volvía para su lugar, pasó por el auto donde
estaba la viuda y metió la cabeza por la ventanilla de la
puerta delantera.
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-Mandaron un furgón de mierda, disculpe el
término –señaló indignado, y dicho esto, volvió al coche
donde la esposa esperaba noticias de lo acontecido.
-¿Quebró mismo, Eleuterio? –preguntó intranquila.
-En vez de mandar un furgón como la gente,
mandan una porquería como esta –protestó el hombre al
entrar en el vehículo.
-Del auto a seguir, donde estaban acomodados los
padres de Clo, llegaron los ocupantes.
-¿Pésima hora, no? –comentó uno de ellos,
atizando aun más los ánimos exacerbados de Eleuterio.
-¿Está viendo? Mi hijo, hasta en la muerte, tiene
que pasar por humillaciones. ¿Es correcto? ¡No, no es! ¿Es
correcto? ¡No, no es! –repetía que ni un papagayo.
-Ya había gente aglomerándose en la vuelta del
cortejo. Los más curiosos, poniéndose en puntas de pie,
fisgoneaban el interior del furgón, queriendo ver el cajón,
descubrir quién era el muerto.
-Es un cajoncito así –dijo uno de los que miraban,
indicando el diminuto tamaño con las dos manos
separadas.
-Un niño –dijo, triste, otra señora, transeúnte.
-Sólo que el cajón es negro –añadió el que había
hecho el descubrimiento.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 148
-Mientras tanto, el conductor tocaba en diferentes
partes del motor. Apretaba aquí, golpeaba allí, sacudía un
cablecito más allá, tocaba en las bujías, pasaba el dedo en
el carburador, torcía otra cosa, apretaba una tuerca… En
fin, daba para ver que estaba haciendo lo posible.
-José, entra ahí, y ve si tú consigues que arranque –
le ordenó al auxiliar.
-La camioneta gemía un ñenn-ñenn-ñenn-ñenn
suspirado, pero más allá del ñenn-ñenn-ñenn no salía.
-Doña Clo se levantó y quiso ver de cerca lo que
ocurría, y salió del coche.
-¡Una enana! –exclamó un morocho, al descubrir el
tamaño de la mujer.
-Risadas por las veredas, llantos superados en los
otros coches, sudor en las manos y en la cabeza del
conductor del furgón, arrodillado, como si le estuviese
pidiendo perdón a la camioneta.
-Doña Clo, rostro escabroso, pequeño dedo en
ristre, avisaba, con una voz de querubín que disimulaba
énfasis, para el conductor:
-¡No voy a pagar un centavo! Estoy avisando con
tiempo. Mi dinero –protestaba-, seguro que ustedes no lo
van a ver.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 149
-¿Y yo tengo culpa, doña? El furgón quebró, ¿No
ve?
-No quebrase. Nunca vi furgón fúnebre, quebrar –
rezongaba airada.
-Máquina es máquina –se disculpó el hombre,
poniendo cara de pena.
-Váyase a la mierda –le dijo ella, y se dio media
vuelta.
-Cuando volvió al automóvil, se sentó entre sus dos
hijos Lozano y Mustio, los dos completamente
avergonzados.
-Una voz que partió del balcón de una casa de dos
pisos que quedaba próxima, gritó algo parecido con un:
“llévenlo de bicicleta”, lo que irritó profundamente
familiares y amigos.
-¿Por qué vos no llevas a tu madre para dar una
vuelta en la bicicleta, maricón? –le gritó Ribete, en un acto
de gran solidaridad para con las exequias de su hermano.
-Un negrón musculoso, de ojos tirando más para el
rojo del vino, se aproximó de bicicleta, queriendo dar una
mano solícita para el conductor del furgón.
-¿Ya miró el carburador, don? –aventó,
aproximándose y metiendo la cabeza bajo el capó.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 150
-Yo no manyo nada de esa mierda de motores –
confesó el chofer, mientras los olores de claveles y muerte
ya se hacían sentir en toda la cuadra.
-El padre de Pulgarcito ya hervía de rabia. –¡Esto
es un desbarajuste! ¡Qué desorganización! Esa avería no
existe. Fueron ustedes, los que no supieron escoger una
funeraria decente.
-La suegra de Pulgarcito gemía. -Que ruindad…,
que bajeza…, que picardía… Pobrecito de mi yerno. ¿Es
posible una cosa de esas? No, no es –gimoteaba y se
quejaba sin parar.
-¿Y a esas alturas, que hora era? –interrumpió
Watson, que se mantenía concentrado en las palabras
enunciadas por su amigo.
-Ya eran más de las cuatro y media. Por eso,
alguien dijo: Es mejor llamar para la funeraria, pidiendo
otro furgón.
-No se sabe de quién partiera la idea, pero era la
solución correcta. Del almacén de enfrente telefonearon.
Quien llamó fue don Teófilo, el de la sopa, y el mismo que
volvió al grupo formado en vuelta de la camioneta, muy
desesperanzado.
-¿Van mandar? -preguntó el conductor del furgón.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 151
-Nadie atiende. Esperé tocar más de veinte veces.
Nadie atendió –dijo don Teófilo con cara de afligido.
-Es que hoy es feriado –recordó José, el auxiliar
ayudante del chofer, mientras despreocupado, llenaba un
volante de apuestas de la lotería.
-¿Y que tiene que ver, que sea feriado? ¿Las
personas no se mueren en los feriados? Lo que pasa, es
que esta funeraria, es una bosta, eso sí –protestó Eleuterio,
el padre de Pulgarcito.
-Yo no tengo nada que ver con eso, doctor. Yo soy
empleado, nada más –buscó argumentar el conductor.
-Entonces, arregle esa mierda de furgón de una vez
por todas, en lugar de estar mostrando desconsideración y
provocando sacrilegio para con el fallecido –retrucó el
hombre, poseso.
-En ese momento, un guardiacivil ya se encargaba
de desviar un tránsito que pasaba despacito por al lado del
séquito. De los autos salían chistes y dichos graciosos para
con los integrantes del cortejo.
-En el boliche de la esquina, algunos amigos del
muerto, en un devorar de aperitivos, comenzaban a
desinteresarse por el entierro de Pulgarcito.
-Este enterramientito, ya era –indicó uno de ellos,
voz alegre.
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-Quién sabe, vamos a darle los pésames aquí
mismo, y salimos de finito –apuntó otro, con voz
arrastrada.
-Parado junto a los automóviles que avanzaban por
el tránsito desviado, el padre de Pulgarcito se dio cuenta
que pasaba gente conocida.
-¡Miren! ¡Miren!, –exclamó- Hay gente que ya se
está yendo –le dijo a su mujer, indignado con lo que estaba
sucediendo.
-Te tranquiliza un poco, Eleuterio –solicitó la
esposa.
-¡Se están yendo! ¡Mira para atrás! –Se quejó el
hombre- ¿A ver, mira cuantos coches hay?
-El cementerio va a cerrar –alguien dijo que metió
la cabeza por la ventanilla.
-Pues también había ese problema. El padre de
Pulgarcito, expedito, halló mejor enviar uno de los coches
del cortejo para que fuese al campo santo y avisase de lo
ocurrido, así aprovechaban para pedir que esperasen por la
llegada del occiso.
-Uno de los amigos de Pulgarcito se ofreció,
viendo allí una oportunidad para no tener que quedarse allí
parado hasta que la maldita camioneta resolviese andar y,
principalmente, tener que escuchar las chacotas que les
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hacían, participante que era de los que hallaba todo eso un
desastre.
-La tarde ya principiaba a querer oscurecer. Un
leve frescor en el aire comenzaba a incomodar, haciendo
que los acompañantes entrasen en los automóviles,
subiendo los vidrios.
-Den un empujoncito para ver si arranca –imploró
el conductor del furgón.
-Clo, la viuda, fue contra, pero Lozano y Mustio
empujaron, con la ayuda de los pocos que todavía
restaban, y José, el auxiliar.
-La camioneta corcoveó, amenazó arrancar, y
nada… Ahora el cortejo era de apenas seis coches.
-Don Teófilo, rostro muy serio, intentando evitar el
vaho de vino con la mano, discretamente cubriendo los
labios, apareció de repente en la ventanilla del coche de
doña Clo.
-La señora me disculpe, pero yo entro a trabajar a
las seis… -le dijo disculpándose, y se fue.
-Ese ya está en pedo, eso sí –dijo Mustio para
Lozano, apretándose la nariz con los dedos.
-En ese momento, frente del furgón, paró un taxi
de donde se bajo un gallego, para ver si dándole una
mano, ayudaba al circunspecto conductor.
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-¿No xerá la bomba de agua? –preguntó con el
mismo acento cargado desde la madre patria.
-¿Que agua? ¿Usted ve algún charco ahí? –le
respondieron de malhumor.
-El taxista, irritado, entró en su auto aun gritando: -
Agarra exe furgón y metételo en el… -y desapareció
doblando la esquina llevando consigo las últimas palabras
de su ecuménica frase.
-De repente, ya no quedaban ni los curiosos. El
desperfecto de la camioneta ya diera lo que hablar. Si
fuese posible mirar el cortejo desde las alturas, lo que se
vería, era el furgón, con más tres coches parados atrás.
Junto a la camioneta, el conductor, mirando,
desconsoladamente, el capó abierto que mostraba un
motor inútil. José, el ayudante, adormilado, cabeceado,
echado a los pies de un árbol.
-Mientras tanto, Lozano y Mustio, disimulados,
aprovechaban para tomar una cervecita en el boliche de la
esquina; entretanto doña Clo, sola, en el automóvil, rezaba
con un fervor que merecía la atención de la santa a quien
imploraba.
-Eleuterio, el padre de Pulgarcito, fue hasta la
farmacia un instante. –Puedo usar el baño –solicitó con
cara contrita.
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-De allí volvió, explicando para la esposa: -Alguna
cosa me estragó el estómago. Estoy con una diarrea que ni
te imaginas. Tú sabes cómo soy yo, de delicado. Todo
aborrecimiento, luego se me refleja en los intestinos.
¿Y cómo consiguieron arreglar el furgón? ¿O les
vino otro coche para sustituirlo? –preguntó Watson,
preocupado con la demora, no del entierro, y si del cuento.
-Finalmente, a las cinco y diez, consiguieron
descubrir cual el desperfecto –anunció Holmes de ojos
exorbitantes y jubilosos.
¿Y lo qué era? –exclamó el doctor.
-¡Falta de combustible! Fue sólo aparecer un bidón
de 10 litros de nafta, volcarlo en el tanque del furgón, que
el motor rugió que ni león en el zoológico.
-Luego a seguir, se escucharon gritos de “viva” en
la calle, seguido de aplausos que partían de los balcones y
ventanas de los vecinos.
-Finalmente el cortejo salió, a los trancos primero,
acompañado por los tres autos que quedaban, yendo
rumbo al cementerio donde, los sepultureros, irritados, al
ver bajar el cajón guardando los restos de Pulgarcito,
todavía cometieron el pecado de comentar:
-¿Y esperamos tanto, por eso?
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-El entierro ocurrió sin lágrimas y sin la presencia
de Eleuterio que, en la puerta del cementerio, acometido
por otra cólica, tuvo que ir al baño, y allí quedó rezando y
cagando, cagando y rezando…
12
Después de formulada su última sentencia, y con la
cual daba por elucidado el descubrimiento de la leyenda
que envolvía la desdichada vida de ese subrepticio
“leñador de bonsái”, Sherlock, con el rostro fastidiado por
las circunstancias del caso, se levantó apresuradamente de
su poltrona como si hubiese sido impelido por alguno de
los viejos resortes que se habrían escapado del almohadón,
no en tanto, dio unos pasos decididos y se encaminó
directamente hasta la mesita, para tomar entre manos su
predilecta pipa meerschaum.
A seguir, la completó pacientemente con su tabaco
favorito marca “Half & Half”, y la encendió desplegando
un ritual aristocrático, dejando a seguir que el humo le
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saliese expelido abundante y nebulosamente por los
agujeros las narinas, ni que fuese chimenea de una
locomotora.
Sin más, perdido entre la bruma de su tabaco
quemado, luego buscó el capote a cuadritos y su sombrero
de cazador de gamos, indumentarias características del
detective, y salió puerta afuera sin decir más nada.
Watson, que mientras tanto acompañaba sus
movimientos y lo miraba con ojos bovinos, meneó su
cabeza resignadamente, y pronunció para sí:
-Ahora que él ya sabe lo sucedido, seguramente
intentará olvidarlo todo, pues como siempre le gusta
afirmar al encerrar sus casos, “es de mayor importancia
que los datos inútiles no desplacen a los útiles”.
El doctor, que en ese momento se sentía
embaucado y extasiado por los efectos del dorado líquido
que contenía su vaso, no pudo dejar de ponerse a
reflexionar sobre las historias que dilucidaban la vida de
ese pequeño “aderezo de llavero” llamado Pulgarcito.
No obstante viéndolo así, meditabundo y
ensimismado, establezco que a veces nuestras vidas,
metidas de lleno en la incertidumbre que nos envuelve,
muchas veces nos vemos repletos de preguntas que urgen
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por una respuesta. Por eso creo que en su caso no podría
ser diferente.
Sin embargo, hay preguntas que están formuladas
para abrir la mente, para hacernos bucear en nuestro
interior y hacernos tomar decisiones de largo alcance. Y
ciertamente, como hemos de vivir nuestra vida, es una de
ellas.
-¿Será que Pulgarcito se lo preguntó? –pensó
Watson irresoluto.
Los más antiguos cuentan que Sócrates se pasaba
el día deambulando por las calles atenienses, dedicándose
a la dialéctica mayéutica, o sea, esclareciendo a mi
animado lector, explico que “Mayéutica”, (del griego
μαιευτικη, por analogía a Maya, una de las pléyades de la
mitología griega), es una técnica que consiste en interrogar
a una persona para hacerla llegar al conocimiento no
conceptualizado. Y de ahí que la mayéutica se basa en la
dialéctica, la cual supone la idea de que la verdad, está
oculta en la mente de cada ser humano.
Por consecuencia, esa técnica consiste en preguntar
al interlocutor acerca de algo (un problema, por ejemplo),
y luego se procede a debatir la respuesta dada, por medio
del establecimiento de conceptos generales. El debate
lleva al interlocutor a un concepto nuevo desarrollado a
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partir del anterior. Por lo general la mayéutica suele
confundirse con la ironía o método socrático, y ella se
atribuye a Sócrates.
Dicen que la invención de este método del
conocimiento, se remonta al siglo IV a.C. y se imputa por
lo general a un Sócrates histórico, en referencia a la obra
Teeteto de Platón. Pero la controversia persiste, porque
parecería que el Sócrates histórico empleó la llamada
ironía socrática, para hacer comprender al interlocutor
que lo que se cree saber no está en lo que se pensaba como
creencia, y que su conocimiento estaba basado en
prejuicios.
Por eso que la mayéutica, contrariamente a la
ironía, se apoya sobre una teoría de la reminiscencia. Es
decir, si la ironía parte de la idea que el conocimiento del
interlocutor se basa en prejuicios, la mayéutica cree que el
conocimiento se encuentra latente de manera natural en la
conciencia y que es necesario descubrirlo. Este proceso de
descubrimiento del propio conocimiento se conoce como
dialéctica y es de carácter inductivo.
En derivación a lo aquí dicho, entendemos que ese
mismo Sócrates se dedicaba a interrogar a sus
conciudadanos hasta desbrozar la verdad que podía
ocultarse tras el bosque de creencias y prejuicios que
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anidaban en sus mentes. Sin embargo, como los únicos
documentos que atribuyen la invención de la mayéutica a
Sócrates, son los diálogos de Platón en “El banquete” y
“Teeteto”, por lo tanto, no está históricamente demostrado
que Sócrates haya sido su inventor, de lo que deduzco que
las charlas de éste famosísimo filósofo ateniense, eran
pura charlatanería de comadre, y loco que estaba para
enterarse de algún chimento nuevo. Pero eso ya es otra
historia que un día necesitará ser esclarecida como debe
ser.
Creo que finalmente he logrado mi propósito al
puntualizar con detalles lo que estos excelsos detectives
sacaron a luz de la verdad, porque creo que hay cosas que
caen de maduro, o sea, que nos se caen cuando uno ya está
maduro. Pero en fin, hay cosas, tan obvias, en las que ni se
nos ocurre pensar, cuando en otras, por una extraña
conjunción de circunstancias, hace que la diversidad nos
ayude a vivir mejor.
Pero a veces, también parecería que ese aparatito
que todos tenemos incrustado en el cráneo y llamado de
cerebro, mismo que dentro de él y en lugar de ser materia
gris, algunos la tengan marrón, parece que hace un clic
mágico que ni yesquero Bic, y nos sacude sin anestesia
con un maremágnum de informaciones perturbadoras.
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 161
Puede que ese haya sido el error de mi querido
Charles Perrault cuando escribió su obra, pero eso lo dejo
a criterio analítico del prestigiado leyente, al comparar las
dos Historias. Yo sólo tuve la intención de sacar al sol
algunos viejos papeles.
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BIOGRAFÍA DEL AUTOR
Nombre: Carlos Guillermo Basáñez Delfante
País de origen: República Oriental del Uruguay
Fecha de nacimiento: 10 de Febrero de 1949
Ciudad: Montevideo
Nivel educacional: Cursó primer nivel escolar y secundario
en el Instituto Sagrado Corazón.
Efectuó preparatorio de Notariado en el
Instituto Nocturno de Montevideo y dio
inicio a estudios universitarios en la
Facultad de Derecho en Uruguay.
Participó de diversos cursos técnicos y
seminarios en Argentina, Brasil, México
y Estados Unidos.
Experiencia profesional: Trabajó durante 26 años en Pepsico &
Cia, donde se retiró como
Vicepresidente de Ventas y
Distribución, y posteriormente, 15 años
en su propia empresa. Realizó para
Pepsico consultoría de mercadeo y
planificación en los mercados de
México, Canadá, República Checa y
Polonia.
Residencia: Desde 1971, está radicado en Brasil,
donde vivió en las ciudades de Río de
Janeiro, Recife y São Paulo.
Actualmente mantiene residencia fija en
Porto Alegre (Brasil) y ocasionalmente
permanece algunos meses al año en
Buenos Aires (Rep. Argentina) y en
Montevideo (Uruguay).
Retórica Literaria: Elaboró el “Manual Básico de
Operaciones” en 4 volúmenes en 1983,
el “Manual de Entrenamiento para
Vendedores” en 1984, confeccionó el
“Guía Práctico para Gerentes” en 3
volúmenes en el año 1989. Concibió el
“Guía Sistematizado para
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Administración Gerencial” en 1997 y
“El Arte de Vender con Éxito” en 2006.
Obras concebidas en portugués y para
uso interno de la empresa y sus
asociados.
Obras en Español: Principios Básicos del Arte de Vender –
2007
Poemas del Pensamiento – 2007
Cuentos del Cotidiano – 2007
La Tía Cora y otros Cuentos – 2008
Anécdotas de la Vida – 2008
La Vida Como Ella Es – 2008
Flashes Mundanos – 2008
Nimiedades Insólitas – 2009
Crónicas del Blog – 2009
Corazones en Conflicto – 2009
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. II – 2009
Con un Poco de Humor - 2009
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. III – 2009
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. IV – 2009
Humor… una expresión de regocijo -
2010
Risa… Un Remedio Infalible – 2010
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. V – 2010
Fobias Entre Delirios – 2010
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. VI – 2010
Aguardando el Doctor Garrido – 2010
El Velorio de Nicanor – 2010
La Verdadera Historia de Pulgarcito -
2010
Misterios en Piedras Verdes - 2010
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. VII – 2010
Una Flor Blanca en el Cardal - 2011
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. VIII – 2011
¿Es Posible Ejercer un Buen Liderazgo?
- 2011
La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 164
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. IX – 2011
Los Cuentos de Neiva, la Peluquera -
2012
El Viaje Hacia el Real de San Felipe -
2012
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. X – 2012
Logogrifos en el vagón del The Ghan -
2012
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. XI – 2012
El Sagaz Teniente Alférez José
Cavalheiro Leite - 2012
El Maldito Tesoro de la Fragata - 2013
Carretas del Espectro - 2013
Representación en la red:
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