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Léolo
Porque sueño, yo no lo estoy.
Porque sueño, sueño.
Porque me abandono por las noches a mis sueños, antes de que me deje el día.
Porque no amo.
Porque me asusta amar, ya no sueño.
Ya no sueño.
Ya no sueño, ya no sueño
Para mi socio.
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Los Inundadores
Cuando algo desaparece en casa, enseguida tengo a quien echar la culpa. Los niños. Esos
seres pequeños, juguetones y sorprendentes que de repente han aparecido en mi vida
desbarajustándolo todo. Arrasándolo todo. Inundándolo todo. No sé muy bien cómo
ocurrió, lo de los niños quiero decir. A veces les observo y pienso qué hacía yo antes, antes
de su llegada o quizás, ¿siempre han estado ahí?, bueno, tal vez, ya que no recuerdo casi
nada de mi vida sin ellos, bueno si, algunos retazos, pero ahora salpicados de añoranza
porque Ellos, ellos, esos pequeños inundadores no estaban allí. Recuerdo cuando Bere y yo
nos íbamos de escalada, o al cine, o al teatro, o a pasear por la ciudad en las tardes de
verano. Recuerdo las comidas familiares en casa de mis padres y todo me parece extraño,
como cuando comienzas un puzle por los bordes y cuando llegas al centro te faltan piezas
y queda un vacío, un hueco. Justo ahí, En el medio. Lo más extraño, es la relación que
existe entre su llegada y el hecho extraordinario de que todos los objetos de mi casa, Sí,
mi casa, antes hablaba así, utilizando siempre el posesivo en primera persona, y todo era,
mi casa, mi coche, mi sofá,… mis cosas.... Ahora no., ahora todo es: Nuestro, o mejor, de
ellos. Ahora es, nuestro día, nuestro desayuno, nuestro sofá…, nuestras cosas, y todo, todo,
se ha convertido en multitud.
Antes de los inundadores todo estaba quieto en “mi” casa. Silenciosa, ordenada. Todo
perfectamente cuadrado, como un ejército bien adiestrado. Salía por la mañana y dejaba
todo allí, y cuando volvía mis objetos seguían en el mismo sitio. Ahora, todo en nuestra
casa se ha convertido al animismo y así, poseídos por el espíritu que anima las cosas, los
objetos, se mueven o desaparecen a su libre albedrio. Lo sé porque cuando pregunto dónde
están, nadie los ha visto, ni a veces oído siquiera hablar de ellos, como si antes hubieran
tenido una existencia sólo visible para mí .Así que cuando pregunto a uno de los
inundado res si ha visto el catalejo que había encima de mi mesa , me mira con los ojos
muy abiertos y dice.-Pero, ¿había allí un catalejo?, Más tarde, suelen aparecer en los sitios
más insospechados, y por supuesto nadie, nadie de nuestra casa, sabe cómo ni cuándo han
llegado allí.
La semana pasada eché en falta un sombrero negro que tenía colgado en el perchero de la
entrada desde hacía mucho tempo. Lo compré en Italia en un viaje relámpago que tuve que
hacer con motivo de una conferencia a la que me habían invitado unos colegas. Eran sólo
un par de días pero aproveché para pasear por un mercadillo de cosas usadas y encontré el
sombrero. En cuanto lo vi, supe que el anterior propietario lo había puesto allí para mí, y a
pesar de estar un poco ajado, me acompañó por mis paseos y recorridos por la ciudad. Me
trae buenos recuerdos, cada superficie en la que lo posé. En aquel pequeño restaurante del
barrio antiguo donde comimos el mejor tiramisú de mi vida, ah sí, nunca deseé tanto que
algo fuera duradero, o cuando a causa de un empujón involuntario salió volando y se fue a
posar cerca, peligrosamente cerca del puente viejo, y sobre todo, sobre todo, cuando lo posé
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sobre la cama de la más ardientes de mis amantes pasajeras. Cada vez que lo miro, bueno,
para que seguir. Ahora que lo pienso mezclo aquel cremoso tiramisú y aquella cama.
En cuanto me di cuenta de su desaparición, inicié una investigación exhaustiva del caso
incluida una rueda de reconocimiento en mi despacho donde pues frente a mí a los
sospechosos...Mateo, miraba con sus enormes ojos y Guille se mostraba impasible.
-vamos a ver, si habéis cogido el sombrero quiero que me lo digáis y por supuesto que me
lo devolváis.
Nada. Silencio. Como si se hubieran negado a hablar a no ser en presencia de su abogado.
Cuando de repente la puerta se abrió y apareció ella, la defensa, que entró como una
tromba, alegando que sus defendidos eran inocentes y que a saber dónde coño (lo de coño
no lo mencionó pero lo leí en su mirada) habría puesto yo el dichoso sombrero, que era un
caso y que nunca sabía dónde estaban las cosas... Vista la situación, en la que había pasado
rápidamente de fiscal a acusado, me replegué en silencio a la espera de que el sombrero,
animista también, se decidiera a volver.
Pero esta vez la cosa ha ido demasiado lejos, pase por lo del catalejo, que sé muy bien que
lo tiene Mateo y que lo saca por las tardes a escondidas para mirar al horizonte. Mateo, se
pasa la vida preguntando que hay más allá de esa línea y se lo dejo, porque no quiero que
deje de mirar y sobre todo de pensar eso, que habrá detrás, esperando que un día vaya más
allá.
Pase por el sombrero que me recuerda paseos y juegos de alcoba, pase por los rotuladores,
bolígrafos, una vieja regla de madera. un par de soldaditos de plomo ( herencia de un tío
aficionado a recoger las grandes batallas de la historia,) pase por tantas y tantas cosas, pero
por esto sí que no,, por esto no paso y es por eso que he puesto la casa patas arriba en un
verdadero zafarrancho de combate(lástima de los soldaditos).
Afortunadamente, hoy es el día en que Flora viene a poner orden. Flora, es un ser que hace
que tengamos un poco de sentido común en nuestra caótica casa. A ella los objetos no se le
mueven, vamos ¡ni los inundadores!, y me avergüenza un poco decir que yo tampoco. Flora
saca toda la artillería pesada, el aspirador, las bayeta, fregonas, recogedores, que ya
quisieran los marines ir tan bien pertrechados como ella. Lo mejor de Flora, es que no se
sorprende por nada, Así que cuando le he dicho lo que había desaparecido, pues se ha
quedado tan tranquila, como si le dijese que me había desaparecido, que sé yo, una
zapatilla.
Llevamos toda la mañana con la casa patas pa' riba, flora ha quitado los cojines de los
sofás, levantado las alfombras, vaciado cajones en las cómodas y en la cocina, que digo yo
que no estará allí aunque ya no lo sé. A todo esto, los inundado res se han quedado jugando
en el salón con cara de no haber roto nunca un plato hasta que flora ha determinado que la
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operación búsqueda no daba resultado y que habría que tomar decisiones más drásticas, y
dicho esto se encaminó hacia la cocina con nosotros siguiéndola, y abriendo un cajón, asió
con determinación unas tijeras, agarró el aspirador y lo sacó afuera. En un tris tras abrió la
caja que contenía la bolsa y de un solo rasgado la abrió. Una nube de polvo gris llenó el
espacio. Es posible sentenció, que se haya colado aquí, vamos a ver, y empezamos a mirar.
Los inundadores estaban encantados. Lamentablemente no apareció allí pero sí
recuperamos varias tapas de bolis bics, un anillo, varias tuercas de pendientes (vete a saber
si eran de cuando la defensora aún vivía aquí) ah sí y un pequeño diente que se le había
caído a guille y que no encontramos para poner bajo la almohada.
Al final de la mañana me he rendido ante la evidencia de que tal vez no apareciera o al
menos en un tiempo. De repente, Póker ha entrado como una exhalación saltando y
moviendo el rabo y entonces tuve un presentimiento terrible. Si, Póker tenía graves
antecedentes en la casa. Las navidades pasadas, faltaron dos pastorcillos del Belén que
aparecieron más tarde terriblemente mutilados., Por no hacer mención al día que se comió
una chuleta que flora estaba preparando para cocinar. Si, tal vez si la hubiera encontrado se
la habría tragado o escondido en algún lugar del jardín con lo que la pérdida sería en ambos
casos irremediable.
Se fue deslizando la mañana sin más sobresaltos que el trajín de la búsqueda. Los
inundadores decidieron divertirse pintando en el salón. Mateo dibujó una luna que dijo que
era de galleta y Guille un dragón de colores que a acabó comiéndosela, así que después de
una trifulca con gritos, lloros y arrepentimientos, me vi obligado a intervenir dibujando yo
mismo torpemente la silueta de una media luna mordida y un dragón que en vez de fuego,
echaba rayos.
Cuando la calma llegó, aproveché para subir al despacho e intentar trabajar. Soy profesor
de Geografía en la Universidad. Trabajo varios días a la semana pero lo que realmente me
gusta es escribir. Antes escribía relatos de misterio, de intriga, Ahora suelo escribir cuentos
para los inundadores. Dragones que comen trozos de luna, arco iris que han perdido
colores, enanos saltarines., princesas encantadas Y donde antes aparecían palabras como
sospechoso o delito o forense o coartada, ahora aparecen sables, piratas, catalejos,
armaduras, y todo lo han llenado de color. He echado un vistazo a mi vieja Olivetti, allí,
quieta, esperando que mis dedos se deslizaran de nuevo en su teclado. (Tengo el ordenador
pero sigo siendo un romántico. Me encanta el sonido que hace cuando pienso y mis dedos
aprietan con fuerza cada tecla). Y de repente la he visto. Me ha dado un sobresalto. Ahí,
donde esta mañana no estaba. Estoy seguro de ello. Y allí, encima del primer estante. El
más bajo. El más accesible. Allí. Me he acercado despacio y la he mirado. Al cogerla he
notado como la textura pegajosa del caramelo se pegaba a mi piel. He sonreído cuando me
he chupado el dedo. Despacio, como un relojero que inserta las pequeñas agujas en la caja
de un reloj, la he devuelto de nuevo a su lugar. Me he sentado frente a la máquina y
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alargando y estirando un poco el dedo índice de mi mano izquierda la he apretado para
escribir.
Relato de una inundación.
Capitulo primero: El encanto extraordinario de las cosas animadas…(la erre perdida)
FIN
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