LUMEN FIDEI (La Luz de la Fe)
COMENTARIOS
A LA CARTA ENCÍCLICA DEL SUMO PONTÍFICE FRANCISCO SOBRE LA FE1
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INDICE
“Lumen Fidei”, la primera encíclica de Papa Francisco
Mirar el mundo con los ojos de Cristo, Diego Contreras
El verdadero ‘testigo fiable’, Juan Vicente Boo
La fe, luz que hace vivir, Ramiro Pellitero
La humildad de Francisco, Andrea Tornielli
Sobre ídolos e idolatría, Juan José García-Noblejas
La fe curativa desde la ‘Lumen fidei’, Jesús Ortiz López
Papa Francisco y su Encíclica Lumen Fidei, Jorge Salinas
La luz de la fe, Pablo Cabellos Llorente
‘Lumen fidei’: una luz especialmente necesaria, Diego Contreras
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Lumen fidei, la luz de la Fe, es la primera encíclica del Papa Francisco. Se trata de un
texto que comenzó Benedicto XVI con motivo del Año de la Fe, y que no pudo terminar al
renunciar a su Pontificado. El Papa Francisco la firmó el 29 de junio e introdujo algunas
aportaciones.
05 de julio de 2013
El documento que hoy ve la luz tiene cuatro capítulos, una introducción y una conclusión. Se
estructura en 60 puntos.
Las encíclicas son los documentos más importantes que escriben los Papas. Juan Pablo II
publicó catorce y Benedicto XVI, tres.
“La Luz de la Fe” completa el cuadro de las virtudes teologales que Benedicto XVI había
iniciado con sus encíclicas sobre la esperanza y la caridad, pensando en dejar la fe para este
momento: el cincuenta aniversario del Concilio Vaticano II, celebrado con el Año de la Fe que se
clausura el próximo 24 de noviembre.
El primer capítulo presenta la fe de Jesucristo, el verdadero “testigo fiable” que revela cómo
es Dios y que nos ayuda a verlo del modo en que él mismo lo veía, como Padre. Pero la fe no es sólo
1 La mayor parte de estos comentarios proceden de www.almudi.org
“Lumen Fidei”, la primera encíclica de Papa Francisco
Comentarios a la Encíclica Lumen Fidei del Santo Padre Francisco
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conocimiento, “es un don gratuito de Dios que exige la humildad y el valor de fiarse y confiarse, para
poder ver el camino luminoso del encuentro entre Dios y los hombres, la historia de la salvación”.
El segundo capítulo, más práctico, aborda la relación entre “fe y verdad”, y también entre “fe
y amor”. El Papa Francisco advierte que “la fe, sin verdad, no salva. Se queda en una bella fábula, la
proyección de nuestros deseos de felicidad”. Al mismo tiempo, se traduce en amor a Dios y a los
demás. Por eso, la fe no es intransigente, y el creyente no es arrogante, sino que practica de modo
natural el diálogo.
El capítulo tercero se centra en la evangelización, pues la fe es para difundirla, y en el modo
en que todo se refuerza gracias a los sacramentos del bautismo y la eucaristía.
Por último, el capítulo cuarto se refiere al bien común, es decir, al modo de organizar la
sociedad según los criterios de la fe, con detalles sobre el modo de vivirla en la familia fundada sobre
el matrimonio entre un hombre y una mujer, en las relaciones sociales, en el respeto a la naturaleza –
que es manifestación de Dios- y en los momentos difíciles del sufrimiento y de la muerte.
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Diego Contreras (ACEPRENSA)
Roma. La luz que procede de la fe ilumina toda la existencia humana, y eso es
particularmente importante en una época en la que los hombres tienen una especial necesidad de luz.
Esa idea es uno de los hilos conductores de la primera encíclica del Papa Francisco, que asume el
borrador preparado por Benedicto XVI antes de su renuncia. La Lumen fidei (La luz de la fe) es una
invitación –presentada en un tono propositivo– para que los cristianos miren el mundo “con los ojos
de Cristo”.
“Es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe”, afirma el Papa en esta encíclica
publicada hoy, con la que se completa la trilogía dedicadas a las virtudes teologales, después de
la Deus caritas est y la Spe salvi, de Benedicto XVI. “Deseo hablar precisamente de esta luz de la fe
para que crezca e ilumine el presente, y llegue a convertirse en estrella que muestre el horizonte de
nuestro camino en un tiempo en el que el hombre tiene especialmente necesidad de luz”.
“Es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe”
Fe centrada en Cristo
La encíclica se publica durante el “Año de la fe” proclamado por Benedicto XVI con ocasión
del 50 aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II y de los veinte años del Catecismo de la
Iglesia católica. El Papa Francisco subraya que “el Vaticano II ha sido un Concilio sobre la fe” que
ha mostrado “cómo la fe enriquece la existencia humana en todas sus dimensiones”. El Catecismo,
por su parte, “es un instrumento fundamental para aquel acto unitario con el que la Iglesia comunica
el contenido completo de la fe, «todo lo que ella es, todo lo que cree»“.
El Papa contempla la fe de Israel, con las figuras de Abraham y Moisés, hasta llegar a la
plenitud de la vida cristiana con Jesucristo: “la fe cristiana está centrada en Cristo, es confesar que
Jesús es el Señor, y Dios lo ha resucitado de entre los muertos”. La historia de Jesús es la
manifestación más plena de que Dios es fiable. “La fe reconoce el amor de Dios manifestado en
Jesús como el fundamento sobre el que se asienta la realidad y su destino último”.
Mirar el mundo con los ojos de Cristo
Comentarios a la Encíclica Lumen Fidei del Santo Padre Francisco
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La fe es que “no es algo privado, una concepción individualista, una opinión subjetiva”
Frente a quienes piensan que “Dios solo se encuentra más allá, en otro nivel de realidad,
separado de nuestras relaciones concretas”, los cristianos “confiesan el amor concreto y eficaz de
Dios, que obra verdaderamente en la historia y determina su destino final”; amor que se ha “revelado
en plenitud en la pasión, muerte y resurrección de Cristo”.
La fe no es una opinión subjetiva
Pero “la fe no solo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos:
es una participación en su modo de ver”. Una parte de la nueva lógica que inaugura la fe es que “no
es algo privado, una concepción individualista, una opinión subjetiva, sino que nace de la escucha y
está destinada a pronunciarse y a convertirse en anuncio”.
“Si el amor necesita la verdad, también la verdad tiene necesidad del amor. Amor y verdad
no se pueden separar”
Un pasaje de la encíclica particularmente actual se refiere a la necesidad de recuperar la
conexión de la fe con la verdad. “La fe, sin verdad, no salva, no da seguridad a nuestros pasos. Se
queda en una bella fábula, proyección de nuestros deseos de felicidad” o bien se reduce a un
“sentimiento hermoso, que consuela y entusiasma, pero dependiendo de los cambios en nuestro
estado de ánimo o de la situación de los tiempos, es incapaz de dar continuidad al camino de la
vida”.
En el clima cultural actual, se ve con sospecha la verdad que explica la vida personal y social
en su conjunto. Se la considera casi como responsable de “los grandes totalitarismos del siglo
pasado, una verdad que imponía su propia concepción global”. En el nexo entre religión y verdad
estaría, según esa visión, “la raíz del fanatismo”.
“Es importante vigilar para que se transmita todo el depósito de la fe”
A esa inquietud el Papa responde mencionando que es en la interioridad de la persona (en el
“corazón”) donde nos abrimos a la verdad y al amor. El problema es que el amor “se concibe hoy
como una experiencia que pertenece al mundo de los sentimientos volubles y no a la verdad”. Es
ciento, añade el Papa, que el amor tiene que ver con la afectividad, pero para construir una relación
duradera con la persona amada. “Solo en cuanto está fundado en la verdad, el amor puede perdurar
en el tiempo, superar la fugacidad del instante y permanecer firme para dar consistencia a un camino
en común”.
El Papa da un paso más: “si el amor necesita la verdad, también la verdad tiene necesidad del
amor. Amor y verdad no se pueden separar. Sin amor, la verdad se vuelve fría, impersonal, opresiva
para la vida concreta de la persona”. Es algo que tiene también consecuencias a la hora de presentar
la fe cristiana: “la verdad de un amor no se impone con la violencia, no aplasta a la persona.
Naciendo del amor puede llegar al corazón, al centro personal de cada hombre. Se ve claro así que la
fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. El creyente no es
arrogante; al contrario, la verdad le hace humilde, sabiendo que, más que poseerla él, es ella la que le
abraza y le posee. En lugar de hacernos intolerantes, la seguridad de la fe nos pone en camino y hace
posible el testimonio y el diálogo con todos”.
El encuentro con el Dios vivo
El Papa pone de relieve al mismo tiempo que “la fe necesita un ámbito en el que se pueda
testimoniar y comunicar, un ámbito adecuado y proporcionado a lo que se comunica”. Así, “para
Comentarios a la Encíclica Lumen Fidei del Santo Padre Francisco
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transmitir un contenido meramente doctrinal, una idea, quizás sería suficiente un libro, o la
reproducción de un mensaje oral”. Pero, en realidad, lo que se comunica en la Iglesia, es algo más: la
luz nueva que nace del encuentro con el Dios vivo. “Para transmitir esta riqueza hay un medio
particular, que pone en juego a toda la persona, cuerpo, espíritu, interioridad y relaciones. Este medio
son los sacramentos, celebrados en la liturgia de la Iglesia”.
A lo largo del texto, el Papa Francisco repite varias veces que se trata de mirar la realidad con
los ojos de Cristo. “La experiencia del amor nos dice que precisamente en el amor es posible tener
una visión común, que amando aprendemos a ver la realidad con los ojos del otro, y que eso no nos
empobrece, sino que enriquece nuestra mirada. El amor verdadero, a medida del amor divino, exige
la verdad y, en la mirada común de la verdad, que es Jesucristo, adquiere firmeza y profundidad”.
La repercusión de la fe en la convivencia
La encíclica aborda otras cuestiones, como lo que supone la fe para dar sentido al
sufrimiento. “Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le
responde con una presencia que le acompaña”. Y añade: “en Cristo, Dios mismo ha querido
compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz”.
Trata también de la repercusión de la fe en la convivencia con los demás, con sus
manifestaciones concretas en el ámbito familiar, de respeto a la naturaleza, a buscar modelos de
desarrollo que adecuados, a identificar formas de gobierno justas, etc., junto a otros temas de justicia,
derecho y paz. La fe ayuda a la cohesión social. “Si hiciésemos desaparecer la fe en Dios de nuestras
ciudades, se debilitaría la confianza entre nosotros, pues quedaríamos unidos solo por el miedo, y la
estabilidad estaría comprometida”.
El Papa recuerda que “la fe es una sola”, y que por tanto debe ser confesada en su integridad:
“precisamente porque todos los artículos de la fe forman una unidad, negar uno de ellos, aunque sea
de los que parecen menos importantes, produce un daño a la totalidad. Cada época puede encontrar
algunos puntos de la fe más fáciles o difíciles de aceptar: por eso es importante vigilar para que se
transmita todo el depósito de la fe”.
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Juan Vicente Boo
ABC
El primer capítulo de la primera encíclica del Papa Francisco presenta la fe de Jesucristo,
el verdadero “testigo fiable” que revela cómo es Dios y que nos ayuda a verlo del modo en que él
mismo lo veía, como Padre
El Papa Francisco se mueve rápido, y ha podido presentar su primera encíclica a menos de
cuatro meses de su elección gracias a que el trabajo estaba “prácticamente completado”
por Benedicto XVI, cuya solidez teológica se nota en cada página de un documento enriquecido con
el afecto y el calor vital de su sucesor.
La Luz de la Fe completa el cuadro de las virtudes teologales que Benedicto XVI había
iniciado con sus encíclicas sobre la esperanza y la caridad, pensando en dejar la fe para este
momento: el cincuenta aniversario del Concilio Vaticano II, celebrado con el Año de la Fe que se
clausura el próximo 24 de noviembre.
El verdadero ‘testigo fiable’
Comentarios a la Encíclica Lumen Fidei del Santo Padre Francisco
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La encíclica que lleva como autógrafo en todas sus versiones la sencilla palabra Franciscus,
fue firmada el 29 de junio, fiesta de los Apóstoles Pedro y Pablo. Es un libreto de 88 páginas, con
un contenido en torno a las veinte mil palabras, divididas en cuatro capítulos, a los que se añaden una
introducción y una conclusión.
Jesucristo, el verdadero “testigo fiable”
El primer capítulo presenta la fe de Jesucristo, el verdadero “testigo fiable” que revela cómo
es Dios y que nos ayuda a verlo del modo en que él mismo lo veía, como Padre. Pero la fe no es sólo
conocimiento, «es un don gratuito de Dios que exige la humildad y el valor de fiarse y confiarse,
para poder ver el camino luminoso del encuentro entre Dios y los hombres, la historia de la
salvación».
El segundo capítulo, más práctico, aborda la relación entre “fe y verdad”, y también
entre “fe y amor”. El Papa Francisco advierte que «la fe, sin verdad, no salva. Se queda en una bella
fábula, la proyección de nuestros deseos de felicidad». Al mismo tiempo, se traduce en amor a Dios
y a los demás. Por eso, la fe no es intransigente, y el creyente no es arrogante, sino que practica de
modo natural el diálogo.
El capítulo tercero se centra en la evangelización, pues la fe es para difundirla, y en el modo
en que todo se refuerza gracias a los sacramentos del bautismo y la eucaristía.
Por último, el capítulo cuarto se refiere al bien común, es decir, al modo de organizar la
sociedad según los criterios de la fe, con detalles sobre el modo de vivirla en la familia fundada sobre
el matrimonio entre un hombre y una mujer, en las relaciones sociales, en el respeto a la naturaleza
−que es manifestación de Dios− y en los momentos difíciles del sufrimiento y de la muerte.
El Papa Francisco concluye con una hermosa oración poética en la que pide a la
Virgen: «Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado. Ensénanos a mirar con los ojos de Jesús
para que él sea luz en nuestro camino».
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Ramiro Pellitero
iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com
¿Es la fe una luz “ilusoria”, es decir, irreal, engañosa e inútil, un sentimiento meramente
subjetivo y oscuro, que no tiene valor de conocimiento ni proporciona certezas? ¿Es la fe cristiana
algo que arrebata la novedad y la aventura a la vida? ¿Es un espejismo que nos impide avanzar
con libertad hacia el futuro?
He aquí algunas de las preguntas a las que responde, desde su introducción, la encíclica
Lumen fidei (29-VI-2013), primera del Papa Francisco.
En ella se plantea la fe como un don que ilumina toda la realidad humana, dándole pleno
sentido, y que atraviesa incluso las sombras de la muerte. «Deseo –escribe el Papa– hablar
precisamente de esta luz de la fe para que crezca e ilumine el presente, y llegue a convertirse en
estrella que muestre el horizonte de nuestro camino en un tiempo en el que el hombre tiene
especialmente necesidad de luz» (n. 4).
Alimentar y robustecer la fe, proponerla a todos
La fe, luz que hace vivir
Comentarios a la Encíclica Lumen Fidei del Santo Padre Francisco
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El objetivo primero de la encíclica es alimentar y robustecer la fe en los cristianos. A la vez
quiere proponer la fe a todos las personas de buena voluntad en la perspectiva del Concilio: «El
Concilio Vaticano II ha hecho que la fe brille dentro de la experiencia humana, recorriendo así los
caminos del hombre contemporáneo. De este modo, se ha visto cómo la fe enriquece la existencia
humana en todas sus dimensiones» (n. 6).
Como se ha puesto de relieve (A. Tornielli), el hecho de que gran parte del texto proceda
de Benedicto XVI y a la vez toda ella está firmada por el Papa reinante, Francisco, subraya que lo
más importante no es éste o aquél Papa, sino el ministerio del Sucesor de Pedro en cada
momento, cuyo papel es confirmar la fe. Así lo dice el texto mismo: «El Sucesor de Pedro, ayer, hoy
y siempre, está llamado a “confirmar a sus hermanos” en el inconmensurable tesoro de la fe» (n. 7).
La encíclica expresa que en la fe cristiana esencialmente «se nos ha dado un gran Amor»
(ibid.), el de Dios Padre por medio de su Palabra encarnada, Jesucristo; y que si acogemos esa
Palabra, el Espíritu Santo «nos transforma, ilumina el camino y hace crecer en nosotros las alas de
la esperanza para poder recorrerlo con alegría» (Ibid.). En conjunto, «fe, esperanza y caridad, en
admirable urdimbre, constituyen el dinamismo de la existencia cristiana hacia la comunión plena
con Dios» (Ibid.). Por ello, la encíclica, que desarrolla lo esencial de la fe, explica también en qué
consiste la vida cristiana, caracterizada por las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y la
caridad.
La fe se nos ha dado en una historia
A la introducción le siguen cuatro capítulos. En el primero se explica que la fe se nos dado
en una historia, que arranca de Abrahán, pasa por la historia de Israel y se cumple plenamente en
Jesucristo, en quien se encuentra la salvación que se nos ofrece actualmente por medio de la Iglesia.
«Si queremos entender lo que es la fe, tenemos que narrar su recorrido» (n. 8); pues la fe «es un
conocimiento que se aprende sólo en un camino de seguimiento» (n. 29). Y esto sirve desde luego
para la fe personal, pero, ante todo, para penetrar la fe cristiana en su conjunto.
Fe, verdad y amor
El capítulo segundo muestra las relaciones entre la fe, la verdad y el amor. Al hacerlo, se
detiene en las dimensiones principales de la fe. Pone de relieve que la fe tiene que ver centralmente
con el conocimiento de la verdad. La fe se abre al amor y así puede ayudar a ensanchar la
razón. La fe no es algo meramente subjetivo o sentimental, pues «el amor tiene necesidad de
verdad», y el amor mismo es fuente de conocimiento. La fe es tanto «escucha» como «visión». Y,
por su conexión con la verdad y el amor, puede entrar fructuosamente en diálogo con la razón.
Un diálogo beneficioso, tanto para la razón (por la luz del amor que le aporta la fe) como para la fe
(que se inserta en la experiencia humana para comprender y participar el amor de Dios por nosotros).
La fe cristiana ilumina el camino de todos los que buscan sinceramente a Dios, e impulsa a
acogerlo y buscarlo cada vez mejor y con más consecuencias para la vida.
Se manifiestan así aspectos fundamentales de la fe, como son sus dimensiones histórica y
personal (contra una visión de la fe que fuera intelectualista o, por otra parte, voluntarista o
moralista), así como su dimensión eclesial (frente a una visión individualista), pues «quien cree
nunca está solo, porque la fe tiende a difundirse, a compartir su alegría con otros» (n. 39).
La transmisión de la fe
El capítulo tercero se dedica a la transmisión de la fe como «tradición (entrega) viva». Esto
acontece en la Iglesia principalmente por medio de una vida, la de los cristianos, que se
Comentarios a la Encíclica Lumen Fidei del Santo Padre Francisco
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testimonia con autenticidad. Los cuatro pilares de esa transmisión de la vida cristiana son la
confesión de la fe (el Credo), los sacramentos, el decálogo (los Mandamientos) y la oración. Así
aparecen en el Catecismo de la Iglesia Católica, «instrumento fundamental para aquel acto
unitario con el que la Iglesia comunica el contenido completo de la fe, “todo lo que ella es, todo lo
que cree”», usando palabras del Concilio Vaticano II. Por la relación entre fe y amor cabe vivir una
misma e íntegra fe, que es católica porque como un organismo vivo posee «capacidad de asimilar
todo lo que encuentra (Newman), purificándolo y llevándolo a su mejor expresión», gracias al
servicio del Magisterio de la Iglesia.
La capacidad transformadora de la fe
Finalmente, el capítulo cuarto desarrolla el dinamismo de la fe en la sociedad. «La fe no
aparta del mundo ni es ajena a los afanes concretos de los hombres de nuestro tiempo». La fe
posee capacidad transformadora para la vida social (las relaciones humanas, la búsqueda del bien
común), la familia y la relación con la naturaleza, y ayuda a superar y dar sentido al sufrimiento
propio y ajeno. La fe es luz que los creyentes proponen, con su testimonio y diálogo, para edificar la
ciudad terrena, en apertura a la libertad y a la justicia, al derecho y la paz. Juntas, la fe, la esperanza y
la caridad permiten integrar las preocupaciones de todos en el camino hacia Dios, impulsando, al
mismo tiempo y con fuerza nueva, el vivir de cada día.
Esta relación entre fe y vida se expresa con clara cercanía en la siguiente frase: «La fe no es
un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la vida. Hace descubrir una gran llamada, la
vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos,
porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras debilidades» (n. 53).
Ciertamente, «la luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía
nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar» (n. 57).
La encíclica propone a María, que «conservaba en su corazón todo lo que escuchaba y veía,
de modo que la Palabra diese fruto en su vida» (n. 58), como icono perfecto de la fe cristiana en
sus dimensiones totales.
El mensaje central de la encíclica puede verse concentrado en expresiones como esta: «La fe
en el Hijo de Dios hecho hombre en Jesús de Nazaret no nos separa de la realidad, sino que nos
permite captar su significado profundo, descubrir cuánto ama Dios a este mundo y cómo lo orienta
incesantemente hacía sí; y esto lleva al cristiano a comprometerse, a vivir con mayor intensidad
todavía el camino sobre la tierra» (n. 18)
De esta manera la encíclica Lumen fidei se ofrece a los cristianos como profundización en
la fe, en la línea de la solidaridad que Cristo ha manifestado con cada hombre, y del consuelo y
del compromiso que de ahí se derivan para vivir con más intensidad su camino. Y se ofrece
también a todas las personas de buena voluntad, como invitación y propuesta de sentido pleno de la
vida.
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Andrea Tornielli
vaticaninsider.lastampa.it
El Papa no solo aclara que la tarea del sucesor de Pedro es “confirmar a los hermanos” en
ese inconmensurable tesoro que es la fe que Dios nos dona como luz para el camino de cada
La humildad de Francisco
Comentarios a la Encíclica Lumen Fidei del Santo Padre Francisco
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hombre; demuestra también la sintonía entre ambas miradas, la de Ratzinger y la de Bergoglio,
sobre la fe y la Iglesia
«Estas consideraciones sobre la fe, en línea con todo lo que el Magisterio de la Iglesia ha
declarado sobre esta virtud teologal, pretenden sumarse a lo que el Papa Benedicto XVI ha escrito
en las Cartas encíclicas sobre la caridad y la esperanza. Él ya había completado prácticamente una
primera redacción de esta Carta encíclica sobre la fe. Se lo agradezco de corazón y, en la
fraternidad de Cristo, asumo su precioso trabajo, añadiendo al texto algunas aportaciones. El
Sucesor de Pedro, ayer, hoy y siempre, está llamado a “confirmar a sus hermanos” en el
inconmensurable tesoro de la fe, que Dios da como luz sobre el camino de todo hombre».
En estas pocas líneas, a caballo entre las páginas 8 y 9 de Lumen Fidei, la primera Carta
encíclica del nuevo Papa, está la mejor respuesta a todos los que en estos primeros meses de
Pontificado se han dedicado a enumerar los gestos de ”ruptura” o de ”discontinuidad”. Desde el
color de los zapatos hasta el metal de la cruz, desde la férula hasta las mitras menos ricas, desde los
acentos más “sociales” y menos intervencionistas sobre remas éticos en las homilías…
La Encíclica que fue publicada hoy es la confirmación del afecto y la veneración que
Bergoglio nutre por su predecesor. Es cierto que también Benedicto XVI, para la segunda parte de su
primera encíclica, retomó y reelaboró significativamente algunos materiales que había preparado su
antecesor (quien, por lo demás, no tenía la intención de publicarlos como estaban), pero esta
comparación no se “cuaja” con el caso de Bergoglio.
Francisco, efectivamente, hizo suyo, integrándolo con algunos anejos, un texto completado
y preparado por su antecesor. Una encíclica “a cuatro manos”, la definió el mismo Bergoglio,
alejando, como suele, formalismos y desmentidos de palacio.
Una encíclica muy ratzingeriana (en cuanto al lenguaje, la estructura, las citas…) que lleva
la firma del primer Papa latinoamericano.
Asumiendo con humildad todo el trabajo que habían preparado Benedicto XVI y sus
colaboradores, Francisco no solo aclara que la tarea del sucesor de Pedro (ayer, hoy y mañana) es
“confirmar a los hermanos” en ese inconmensurable tesoro que es la fe que Dios nos dona como luz
para el camino de cada hombre. Demuestra también la sintonía entre ambas miradas, la de Ratzinger
y la de Bergoglio, sobre la fe y la Iglesia. Una mirada que a menudo ha sido olvidada o reducida por
ciertos llamados “ratzingerianos”, que han pretendido transformar el estupor y la hermosura de la
iniciativa de Dios en una ”ley” eclesiástica. Es justamente en la humildad, en el hecho de considerar
a la Iglesia como dependiente del protagonismo de Roma, en la consciencia de que la fe es dar
espacio a la presencia y a la iniciativa de Otro, la característica que une intrínsecamente a Benedicto
XVI, el Papa emérito, y a Francisco, el Papa.
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Juan José García-Noblejas
Scriptor.org
Es muy recomendable leer el texto completo de la primera encíclica del Papa Francisco
En una lectura rápida de La luz de la Fe, salta a la vista este pequeño extracto sobre ídolos
e idolatría:
Sobre ídolos e idolatría
Comentarios a la Encíclica Lumen Fidei del Santo Padre Francisco
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(...) Martin Buber citaba esta definición de idolatría del rabino de Kock: se da idolatría
cuando «un rostro se dirige reverentemente a un rostro que no es un rostro».
En lugar de tener fe en Dios, se prefiere adorar al ídolo, cuyo rostro se puede mirar, cuyo
origen es conocido, porque lo hemos hecho nosotros. Ante el ídolo, no hay riesgo de una llamada que
haga salir de las propias seguridades, porque los ídolos «tienen boca y no hablan» (Sal 115,5).
Vemos entonces que el ídolo es un pretexto para ponerse a sí mismo en el centro de la
realidad, adorando la obra de las propias manos.
Perdida la orientación fundamental que da unidad a su existencia, el hombre se disgrega en
la multiplicidad de sus deseos; negándose a esperar el tiempo de la promesa, se desintegra en los
múltiples instantes de su historia.
Por eso, la idolatría es siempre politeísta, ir sin meta alguna de un señor a otro. La idolatría
no presenta un camino, sino una multitud de senderos, que no llevan a ninguna parte, y forman más
bien un laberinto.
Quien no quiere fiarse de Dios se ve obligado a escuchar las voces de tantos ídolos que
le gritan: «Fíate de mí». La fe, en cuanto asociada a la conversión, es lo opuesto a la idolatría; es
separación de los ídolos para volver al Dios vivo, mediante un encuentro personal.
Creer significa confiarse a un amor misericordioso, que siempre acoge y perdona, que
sostiene y orienta la existencia, que se manifiesta poderoso en su capacidad de enderezar lo torcido
de nuestra historia.
La fe consiste en la disponibilidad para dejarse transformar una y otra vez por la
llamada de Dios. He aquí la paradoja: en el continuo volverse al Señor, el hombre encuentra un
camino seguro, que lo libera de la dispersión a que le someten los ídolos. (...)
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Jesús Ortiz López
religionconfidencial.com
A lo largo de historia del cristianismo encontramos muchos intentos humanos de purificar
a la Iglesia, o lo que ellos piensan que es la Iglesia de Jesucristo, pero no han logrado mejorarla
directamente
Aparece la encíclica Lumen fidei de Papa Francisco continuando el trabajo realizado por
Benedicto XVI, cuya mano e ideas se advierten con facilidad en el documento. Tiempo habrá para
la asimilación y análisis de sus enseñanzas. De entrada es una llamada a conjugar la fe con el amor
y con la inteligencia que busca la verdad. Desde Abrahán hasta hoy los hombres de fe han acercado
Dios a los hombres porque ellos se han convertido descubriendo que la fe es curativa de las propias
miserias.
Hans Küng ha publicado ¿Tiene salvación la Iglesia? en el que avisa de tres tentaciones de
la Iglesia en general y del Papa en particular: dar por supuesto que sus ideas son las de Dios; exceso
de confianza con sí creyendo que su fidelidad es obvia; y en tercer lugar el recelo ante quien tiene un
amor más puro a Jesucristo.
La fe curativa desde la ‘Lumen fidei’
Comentarios a la Encíclica Lumen Fidei del Santo Padre Francisco
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Quizá sean tentaciones de la Iglesia peregrina en este mundo pues las miserias humanas no
han desaparecido de los hombres con la venida de Jesucristo, aunque sí es cierto que la gracia triunfa
sobre los pecados de los hombres. Pero qué casualidad que Küng es proclive a señalar las tentaciones
de la Iglesia y a denunciar sus males, pero arrima poco el hombro para construir algo positivo, y
sigue con la querencia tan propia de un intelectual de acusar de lo mismo que cojea pues parece que
el teólogo supone que sus ideas son las de Dios.
Un artículo de otro intelectual creyente, Víctor Márquez Reviriego, presenta unas ideas de
Sören Kiekegaard. Un hombre bastante atormentado muy capaz para la crítica y la denuncia pero
incapaz también de construir. En su tiempo, siglo XIX, fustigada el aburguesamiento y poco espíritu
de los eclesiásticos luteranos que él conocía y hasta estuvo a punto de ser pastor luterano. Sin
embargo no conoció la Iglesia católica de verdad. Otro intelectual que diagnostica enfermedades sin
ser capaz de curar.
A lo largo de historia del cristianismo encontramos muchos intentos humanos de purificar a
la Iglesia, o lo que ellos piensan que es la Iglesia de Jesucristo, pero no han logrado mejorarla
directamente. Sí es verdad que muchas veces han removido −en exceso por cierto− la tierra y
aparecen gusanos que otros hombres −siempre son otros con fe, sacrifico y mucho amor− se han
encargado de purificar y curar. Porque para hacerlo hay que ser muy humildes, muy caritativos, y
muy sobrenaturales. Por eso me quedo con el papa Gregorio, con el de Aquino, con Catalina, con
Moro, con el poeta de la Cruz, con el penitente de Alcántara, con Teresa y Teresita, con el
obediente Padre Pío, etcétera, etcétera, etcétera.
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Jorge Salinas
La fe, que es el tema de la reciente Encíclica, tiene sentido si es relativa a algo verdadero,
si se funda en la Verdad, que es Dios
Tengo un amigo muy aficionado a algunos deportes, que practicó con éxito en su juventud;
ahora disfruta viendo mucho viéndolos por TV, especialmente baloncesto, fútbol y tenis. Pero tiene
una manía curiosa y, al mismo tiempo razonable. Como entiende mucho de cada uno de esos
deportes prescinde de la voz de los locutores de turno, silencia por completo el televisor y sigue
concienzudamente las jugadas.
Alguna vez que he coincidido con él en ese trance le he dicho: pero ¿cómo puedes seguir ese
encuentro sin la voz de un comentador? Y siempre me contesta igual: veo bien a los jugadores, sigo
perfectamente las jugadas, entiendo los aciertos y los fallos de cada equipo, puedo leer las tácticas
que, bien o mal, siguen los dos contendientes, saco mis consecuencias, me meto en el partido…
¿para qué quiero que me distraiga un señor con sus comentarios? ¿A ti te gustaría ver una película
oyendo al mismo tiempo los comentarios de un vecino de butaca?
He llegado a comprender que tiene razón, pero tiene razón porque sabe muchísimo de esos
deportes. Para la mayoría de los telespectadores −incluyéndome a mí por supuesto− no nos vale ese
razonamiento y agradecemos la compañía de un buen comentarista en los certámenes deportivos. La
mayoría de los espectadores no tenemos esa capacidad crítica, somos incapaces de un seguimiento
visual tan frío, tan profesional y nos ayuda que alguien nombre a los jugadores, describa oralmente lo
que ya se ve en la pantalla y califique con cierta pasión partidista lo que está ocurriendo.
Papa Francisco y su Encíclica Lumen Fidei
Comentarios a la Encíclica Lumen Fidei del Santo Padre Francisco
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Pero hay algo más. Algo que estamos comprobando los telespectadores de los últimos años.
Los deportistas españoles han cosechado muchos triunfos mundiales en las últimas temporadas: en
fútbol, en basket, en tenis, en motociclismo, en Fórmula 1, etc. Los locutores deportivos saben lo que
le gusta al público y en cuanto aparece ”la marca España” no se limitan a describir de palabra lo
que ya ven los ojos sino que son verdaderos cómplices de pasiones soterradas de una gran masa.
Son auténticos animadores que potencian las emociones de una mayoría. Compinchados,
telespectadores y comentaristas, podemos llegar, en determinadas situaciones, a extremos de pura
irrealidad: ¡faltan diez minutos para el final, pero aunque vayamos perdiendo podemos ganar! Eso
se dice en inglés wichfullthinking, es decir, pensar con la voluntad o con el querer. Incluso se pueden
escapar expresiones como hay que tener fe, hay que mantener la esperanza.
Esto que estoy describiendo en tono menor, ocurre en otros muchos terrenos más serios, con
consecuencias más dramáticas. Al fin y al cabo, los comentaristas deportivos son gente cercana,
simpática. Pero ¿qué pensar del coro de voceros que intentan explicarnos la realidad más amplia, la
realidad de las personas, de las familias, de las empresas, de las naciones… del mundo mundial?
¿Qué pensar de los voceros que intentar crearnos la ilusión de que ellos conocen la realidad y la
controlan, de que ellos son los creadores del futuro? ¿Son realmente testigos fiables?
Un párrafo de la reciente Encíclica del Papa Francisco, Lumen fidei, me ha despertado una
serie larguísima de consideraciones. Comentando un pasaje de la Biblia dice el Obispo de Roma:
«La fe, sin verdad, no salva, no da seguridad a nuestros pasos. Se queda en una bella fábula,
proyección de nuestros deseos de felicidad, algo que nos satisface únicamente en la medida en que
queramos hacernos una ilusión. O bien se reduce a un sentimiento hermoso, que consuela y
entusiasma, pero dependiendo de los cambios en nuestro estado de ánimo o de la situación de los
tiempos, e incapaz de dar continuidad al camino de la vida. Si la fe fuese eso, el rey Acaz tendría
razón en no jugarse su vida y la integridad de su reino por una emoción. En cambio, gracias a su
unión intrínseca con la verdad, la fe es capaz de ofrecer una luz nueva, superior a los cálculos del
rey, porque ve más allá, porque comprende la actuación de Dios, que es fiel a su alianza y a sus
promesas».
La fe, que es el tema de la reciente Encíclica, tiene sentido si es relativa a algo verdadero, si
se funda en la Verdad, que es Dios. Existe un Testigo fiel, que ha avalado su testimonio con su
muerte y resurrección. Él nos lo ha revelado todo.
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Pablo Cabellos Llorente
Las Provincias
Si la verdad es la del amor de Dios, no se impone con violencia, Dios no aplasta al
individuo; la fe no es intransigente, el creyente no es arrogante, la verdad vuelve humildes y
conduce a la convivencia y al respeto
El título de la encíclica del Papa Francisco recuerda a la de Juan Pablo II ‘El esplendor de
la Verdad’. Ambas tienen en común el empeño en poner de relieve que la verdad −sea de la razón o
de la fe− es luminosa. Es cierto que muchas veces esa luz es incompleta porque se puede avanzar
más en su comprensión, pero siempre es luz, transparencia, belleza, posibilidad grande del ser
humano. Aún está más relacionada con ‘Fides et Ratio’. Los tres insignes documentos salen al paso
de algo que advirtió san Josemaría: «Con periódica monotonía, algunos tratan de resucitar una
La luz de la fe
Comentarios a la Encíclica Lumen Fidei del Santo Padre Francisco
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supuesta incompatibilidad entre la fe y la ciencia, entre la inteligencia humana y la Revelación
divina. Esa incompatibilidad sólo puede aparecer, y aparentemente, cuando no se entienden los
términos reales del problema».
Al inicio, ilustra los motivos en que se basa el documento, que acuden justamente a los
términos reales del problema: el primero es recuperar el carácter de luz propio de la fe, capaz de
iluminar toda la existencia del hombre, de ayudarle a distinguir el bien del mal, sobre todo en una
época en la que creer se opone investigar, y ve la fe como una ilusión, un salto al vacío que impide la
libertad del hombre. En segundo lugar, la Lumen Fidei −justo en el Año de la Fe, 50 años después
del Concilio Vaticano II, un “Concilio sobre la Fe”− quiere vigorizar la percepción de la amplitud
de los horizontes abiertos por la fe para confesarla en su unidad e integridad. La fe no es un
presupuesto que hay que dar por descontado, sino un don de Dios que alimenta y fortalece la Iglesia.
Pero ni irracional ni anticientífico. Es más, la luz de la razón autónoma respecto a Dios no permite
iluminar suficientemente el futuro, deja al hombre en la oscuridad, con miedo a lo desconocido.
Yendo solamente al núcleo del documento, empleando una analogía, el Papa recuerda que en
la vida diaria confiamos en «la gente que sabe las cosas mejor que nosotros» −el arquitecto, el
farmacéutico, el abogado−, así también en la fe necesitamos a alguien fiable y experto en «las cosas
de Dios» y Jesús es «aquel que nos explica a Dios». Por esta razón, creemos a Jesús cuando
aceptamos su Palabra, y creemos en Jesús cuando lo acogemos en nuestras vidas, nos confiamos a él
y vemos con sus ojos.
El capítulo segundo muestra más intensamente la relación con el esplendor de la verdad. El
Papa demuestra la estrecha relación entre fe y verdad, la verdad fiable de Dios, su presencia fiel en la
historia. «La fe, sin verdad, no salva. Se queda en una bella fábula, la proyección de nuestros deseos
de felicidad». Y hoy, debido a la «crisis de verdad en que nos encontramos», es más necesario que
nunca subrayar esta conexión, porque la cultura contemporánea tiende a aceptar sólo la verdad
tecnológica, lo que el hombre puede construir y medir con la ciencia experimental, lo que es «verdad
porque funciona», o las verdades subjetivas, no válidas para el bien común. Por el contrario, la fe,
que nace del amor de Dios, hace fuertes los lazos entre los hombres y se pone al servicio concreto de
la justicia, el derecho y la paz.
Actualmente se mira como sospechosa la «verdad grande, la verdad que explica la vida
personal y social en su conjunto», porque se la asocia erróneamente a los grandes relatos totalitarios
del siglo XX. Esto, sin embargo, implica el «gran olvido en nuestro mundo contemporáneo» que −en
beneficio del relativismo y temiendo el fanatismo− olvida la pregunta sobre la verdad, sobre el
origen de todo, la pregunta sobre Dios que, si no obtiene respuesta, deja la vida sin sentido. La
encíclica manifiesta el vínculo entre fe y amor, entendido como el gran amor de Dios que nos
transforma interiormente y nos da nuevos ojos para ver la realidad. Si, pues, la fe está ligada a la
verdad y al amor, entonces «amor y verdad no se pueden separar», porque sólo el verdadero amor
resiste la prueba del tiempo y se convierte en fuente de conocimiento. Y puesto que el conocimiento
de la fe nace del amor fiel de Dios, «verdad y fidelidad van juntos».
En el diálogo fe-razón es importante percibir que «la verdad que buscamos, la que da
sentido a nuestro pasos, nos ilumina cuando el amor nos toca». Si la verdad es la del amor de Dios,
no se impone con violencia, Dios no aplasta al individuo. La fe no es intransigente, el creyente no es
arrogante, la verdad vuelve humildes y conduce a la convivencia y al respeto. La fe facilita el diálogo
con la ciencia, despertando el sentido crítico y ampliando horizontes de la razón, invitándonos a
mirar con asombro la Creación; el encuentro interreligioso, al que el cristianismo ofrece su
contribución; el diálogo con los no creyentes que siguen buscando; con los que «intentan vivir como
Comentarios a la Encíclica Lumen Fidei del Santo Padre Francisco
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si Dios existiese», porque «Dios es luminoso, y se deja encontrar por aquellos que lo buscan con
sincero corazón».
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Diego Contreras
laiglesiaenlaprensa.com
La luz que procede de la fe ilumina toda la existencia humana, y eso es particularmente
importante en una época en la que los hombres tienen una especial necesidad de luz
Esa idea es uno de los hilos conductores de la primera encíclica del Papa Francisco, que
recoge el borrador preparado por Benedicto XVI antes de su renuncia.
La Lumen fidei (La luz de la fe) es una invitación −presentada en un tono propositivo− para
que los cristianos miren el mundo «con los ojos de Cristo». «Es urgente recuperar el carácter
luminoso propio de la fe», afirma el Papa en esta encíclica publicada hoy, con la que se completa la
trilogía dedicadas a las virtudes teologales, después de la Deus charitas est y la Spe salvi, de
Benedicto XVI. «Deseo hablar precisamente de esta luz de la fe para que crezca e ilumine el
presente, y llegue a convertirse en estrella que muestre el horizonte de nuestro camino en un tiempo
en el que el hombre tiene especialmente necesidad de luz».
La fe centrada en Cristo
La encíclica se publica durante el Año de la fe proclamado por Benedicto XVI con ocasión
del 50 aniversario de la conclusión del concilio Vaticano II y de los veinte años del Catecismo de la
Iglesia católica. El Papa Francisco subraya que «el Vaticano II ha sido un Concilio sobre la fe» que
ha mostrado «cómo la fe enriquece la existencia humana en todas sus dimensiones». El Catecismo,
por su parte, «es un instrumento fundamental para aquel acto unitario con el que la Iglesia
comunica el contenido completo de la fe, “todo lo que ella es, todo lo que cree”».
El Papa contempla la fe de Israel, con las figuras de Abraham y Moisés, hasta llegar a la
plenitud de la vida cristiana con Jesucristo: «la fe cristiana está centrada en Cristo, es confesar que
Jesús es el Señor, y Dios lo ha resucitado de entre los muertos». La historia de Jesús es la
manifestación más plena de que Dios es fiable. «La fe reconoce el amor de Dios manifestado en
Jesús como el fundamento sobre el que se asienta la realidad y su destino último».
Frente a quienes piensan que «Dios sólo se encuentra más allá, en otro nivel de realidad,
separado de nuestras relaciones concretas», los cristianos «confiesan el amor concreto y eficaz de
Dios, que obra verdaderamente en la historia y determina su destino final»; amor que se ha
«revelado en plenitud en la pasión, muerte y resurrección de Cristo».
La fe no es una opinión subjetiva
Pero «la fe no sólo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus
ojos: es una participación en su modo de ver». Una parte de la nueva lógica que inaugura la fe es
que «no es algo privado, una concepción individualista, una opinión subjetiva, sino que nace de la
escucha y está destinada a pronunciarse y a convertirse en anuncio».
Un pasaje de la encíclica particularmente actual se refiere a la necesidad de recuperar la
conexión de la fe con la verdad. «La fe, sin verdad, no salva, no da seguridad a nuestros pasos. Se
queda en una bella fábula, proyección de nuestros deseos de felicidad» o bien se reduce a un
‘Lumen fidei’: una luz especialmente necesaria
Comentarios a la Encíclica Lumen Fidei del Santo Padre Francisco
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«sentimiento hermoso, que consuela y entusiasma, pero dependiendo de los cambios en nuestro
estado de ánimo o de la situación de los tiempos, e incapaz de dar continuidad al camino de la
vida».
En el clima cultural actual, se ve con sospecha la verdad que explica la vida personal y social
en su conjunto. Se la considera casi como responsable de «los grandes totalitarismos del siglo
pasado, una verdad que imponía su propia concepción global». En el nexo entre religión y verdad
estaría, según esa visión, «la raíz del fanatismo».
A esa inquietud el Papa responde mencionando que es en la interioridad de la persona (en el
«corazón») donde nos abrimos a la verdad y al amor. El problema es que el amor «se concibe hoy
como una experiencia que pertenece al mundo de los sentimientos volubles y no a la verdad». Es
ciento, añade el Papa, que el amor tiene que ver con la afectividad, pero para construir una relación
duradera con la persona amada. «Sólo en cuanto está fundado en la verdad, el amor puede perdurar
en el tiempo, superar la fugacidad del instante y permanecer firme para dar consistencia a un
camino en común».
El Papa da un paso más: «si el amor necesita la verdad, también la verdad tiene necesidad
del amor. Amor y verdad no se pueden separar. Sin amor, la verdad se vuelve fría, impersonal,
opresiva para la vida concreta de la persona». Es algo que tiene también consecuencias a la hora de
presentar la fe cristiana: «la verdad de un amor no se impone con la violencia, no aplasta a la
persona. Naciendo del amor puede llegar al corazón, al centro personal de cada hombre. Se ve
claro así que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. El
creyente no es arrogante; al contrario, la verdad le hace humilde, sabiendo que, más que poseerla
él, es ella la que le abraza y le posee. En lugar de hacernos intolerantes, la seguridad de la fe nos
pone en camino y hace posible el testimonio y el diálogo con todos».
El encuentro con el Dios vivo
El Papa pone de relieve al mismo tiempo que «la fe necesita un ámbito en el que se pueda
testimoniar y comunicar, un ámbito adecuado y proporcionado a lo que se comunica». Así, «para
transmitir un contenido meramente doctrinal, una idea, quizás sería suficiente un libro, o la
reproducción de un mensaje oral». Pero, en realidad, lo que se comunica en la Iglesia, es algo más:
la luz nueva que nace del encuentro con el Dios vivo. «Para transmitir esta riqueza hay un medio
particular, que pone en juego a toda la persona, cuerpo, espíritu, interioridad y relaciones. Este
medio son los sacramentos, celebrados en la liturgia de la Iglesia».
A lo largo del texto, el Papa Francisco repite varias veces que se trata de mirar la realidad
con los ojos de Cristo. «La experiencia del amor nos dice que precisamente en el amor es posible
tener una visión común, que amando aprendemos a ver la realidad con los ojos del otro, y que eso
no nos empobrece, sino que enriquece nuestra mirada. El amor verdadero, a medida del amor
divino, exige la verdad y, en la mirada común de la verdad, que es Jesucristo, adquiere firmeza y
profundidad».
La repercusión de la fe en la convivencia
La encíclica aborda otras cuestiones, como lo que supone la fe para dar sentido al
sufrimiento. «Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le
responde con una presencia que le acompaña». Y añade: «en Cristo, Dios mismo ha querido
compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz».
Comentarios a la Encíclica Lumen Fidei del Santo Padre Francisco
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Trata también del impacto de la fe en la convivencia con los demás, con sus manifestaciones
concreta en el ámbito familiar, de respeto a la naturaleza, a buscar modelos de desarrollo adecuados,
a identificar formas de gobierno justas, etc., junto a otros temas de justicia, derecho y paz. La fe
ayuda a la cohesión social. «Si hiciésemos desaparecer la fe en Dios de nuestras ciudades, se
debilitaría la confianza entre nosotros, pues quedaríamos unidos sólo por el miedo, y la estabilidad
estaría comprometida».
El Papa recuerda que «la fe es una sola», y que por tanto debe ser confesada en su
integridad: «precisamente porque todos los artículos de la fe forman una unidad, negar uno de ellos,
aunque sea de los que parecen menos importantes, produce un daño a la totalidad. Cada época
puede encontrar algunos puntos de la fe más fáciles o difíciles de aceptar: por eso es importante
vigilar para que se transmita todo el depósito de la fe».
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