Málaga punto de
encuentro con la
poesía
A nuestras costas vinieron en tiempos remotos gentes de todas las latitudes que
creyeron encontrar el camino y llegar al lugar deseado: primero fueron los fenicios,
luego griegos, romanos y árabes terminaron de trazar definitivamente ese perfil
saleroso, fruto de mil culturas, que ha caracterizado al malagueño de todas las
épocas.
Málaga ha sido siempre una ciudad abierta al viajero. Algunos de estos viajeros han
sido ilustres escritores que han dedicado a nuestra ciudad descripciones, obras en
prosa o bellos poemas, ya que dejó profunda huella en ellos.
Con la lectura que vamos a hacer a continuación, los alumnos del colegio Domingo
Lozano queremos poner voz a los sentimientos que Málaga les inspiró.
ELEGÍA
A Málaga tampoco mi corazón olvida;
no apaga en mí la ausencia la llama del amor.
¿Dónde están tus almenas, ¡oh Málaga querida!
tus torres, azoteas y excelso mirador?
Allí la copa llena de vino generoso
hacia los puros astros mil veces elevé,
y en la enramada verde, del céfiro amoroso,
sobre mi frente el plácido susurrar escuché.
Las ramas agitaba con un leve ruido,
y doblándolas ora, o elevándolas ya,
prevenir parecía el seguro descuido,
y advertirnos si alguien nos venía a espiar.
Ibn Sail Al-Magrebi, s. XIII
FRAGMENTO DE TIERRAS SOLARES
Escribo a la orilla del mar, sobre una terraza adonde llega el ruido de la espuma. A pesar de la estación, está alegre y claro el día, y el cielo limpio, de limpidez mineral, y el aire acariciador. Ésta es la dulce Málaga, llamada bella, de donde son famosas las pasas, las mujeres y el vino preferido para la consagración. Es justamente una parte de la ‘tierra de María Santísima’, con dos partes de la tierra de Mahoma […]
He visto la bella puerta de las Atarazanas sirviendo de entrada a un mercado, en el mismo lugar en que se levantaba una magnífica mezquita en tiempos no de tanta miseria para el pueblo malagueño. Es la obra de los cristianos y civilizados vencedores. La labrada piedra contesta: Le galib ille Aláh: El vencedor solo es Dios...
Y la herencia arábiga se encuentra por todas partes, en la faz de las mujeres, en las figuras del pueblo, en las rejas de las casas, en los guturales gritos de los vendedores ambulantes.
Cuando he recorrido la ciudadela de la antigua Alcazaba, he creído ver revivir ante mis ojos la pasada existencia. Habitan gentes en las mismas viejas construcciones, casas estrechas y escalonadas en la altura; desde donde se domina el ancho puerto.
Rubén Darío (1867-1916)
CATEDRAL DE MÁLAGA
Naciste de la pura geometría,
blanca en la mente azul delineante,
y eres proyecto siempre, alzado instante,
espuma puesta en pie, cuajada y fría,
mas tan real de piedra y teología
que se me van los ojos al bramante
incorruptible, a la plomada amante
de que Dios más que nada se gloría.
Clarividencia de arcos y de claves
visitada por ángeles bautistas,
aula que a fe me mueves y descalzas,
roca y cristal de sal, rada de naves
tu alumno quiero ser si a ti me alzas,
en vuelo anclado palpitando aristas.
Gerardo Diego (1896-1987)
HIJA DE LA ESPUMA
¿Málaga existe?
Fuera de España, y un poquito fuera del mundo, tal vez.
Se supone que la descubrió a principios del siglo veinte el aventurero Pablo Picasso;
o que la inventó, entre perspectivas Septentrionales, y por sorpresa.
(¡Ay, terrible broche de Picasso, doloroso como un cinturón ajustado,
se me quedó clavado en las entrañas!)
Málaga limita al N. con el océano glacial ártico y al S. con el océano glacial antártico;
al E. con el mar del Japón y al O. con el mar del Japón otra vez.
No tiene remedio.
La había soñado para poder llegar a verla.
La he visto para no poder volverla a soñar.
Me moriría si no.
José Bergamín (1897-1983)
El naufragio del Gneisenau
El buque escuela prusiano “Gneisenau”, conocedor de los siete mares, no pudo con el mar de Alborán y el 16 de diciembre de 1900 se estrelló contra el morro de Levante intentando buscar refugio en el Puerto. El confiado capitán Krestchmann, máxima autoridad del barco, midió mal el rencor de estas aguas. Perecieron más de cuarenta jóvenes marinos alemanes y una decena de malagueños, que darían su vida intentando salvar a los desdichados marineros. Málaga se volcó para intentar paliar la tragedia y los supervivientes se alojaron en las casas de malagueños durante cerca de un mes. Esta muestra increíble de solidaridad entre los hombres, tendría su recompensa a medio plazo. Málaga recibiría, pocos años después, el reconocimiento del pueblo alemán, que, por lo demás, así pudo conocer la existencia de una pequeña ciudad en el sur de España de ciento veinticinco mil habitantes, algunos de los cuales habían dado su vida por gente de otros mares. En el cementerio inglés, el capitán Krestchmann todavía se pregunta qué es lo que pudo fallar para que la gran “Gneisenau” se fuera a pique. Falló su orgullo.
Fragmento del capítulo “Los amigos alemanes”, en 100 años de noticias.
Hans Christian Andersen en España, 1863
Estábamos impacientes por desembarcar. El sol era abrasador y la cubierta, la regala y los bancos tenían una espesa capa de polvo procedente de la chimenea del barco; la situación no era agradable. Por todo nuestro alrededor podíamos ver mercancías y gente llevadas a tierra y traídas a bordo. Había botes esperando para desembarcarnos; sus tripulacones (remeros y chiquillos harapientos) gesticulaban y gritaban mientras ataban sus botes al barco. […] Cuando por fin desembarcamos, uno de los pasajeros, director de una fábrica en Almadén, nos tomó bajo su tutela y nos llevó a la “Fonda de Oriente”, un hotel bien situado y donde hablaban español, francés y alemán. […] Nuestro balcón daba a la Alameda, con sus árboles verdes, su fuente y multitud de personas paseando de allá para acá. Había beduinos descalzos vistiendo albornoces blancos, judíos africanos con caftanes bordados, señoras españolas con mantillas negras, mujeres con chales de vivos y alegres colores, jovenzuelos elegantes a pie y a caballo, campesinos, porteadores; vida y movimiento por todas partes. […] Una banda tocaba fragmentos de Norma. Sentí la necesidad de bajar a la Alameda y unirme a la multitud para admirar a las hermosas mujeres de ojos oscuros y brillantes, que tan graciosamente agitaban sus abanicos negros de lentejuelas, dando vida a la vieja copla española:
Una mujer malagueña tiene en sus ojos un sol en su sonrisa la aurora
y un paraíso en su amor.
FONDA DE ORIENTE
PASEO DE LA ALAMEDA
MÁLAGA – CIUDAD DEL PARAÍSO
Siempre te ven mis ojos, ciudad de mis días marinos. Colgada del imponente monte, apenas detenida
en tu vertical caída a las ondas azules, pareces reinar bajo el cielo, sobre las aguas,
intermedia en los aires, como si una mano dichosa te hubiera retenido, un momento de gloria,
antes de hundirte para siempre en las olas amantes. Pero tú duras, nunca desciendes, y el mar suspira
o brama por ti, ciudad de mis días alegres, ciudad madre y blanquísima donde viví, y recuerdo,
angélica ciudad que, más alta que el mar, presides sus espumas. Calles apenas leves, musicales. Jardines
donde flores tropicales elevan sus juveniles palmas gruesas. Palmas de luz que sobre las cabezas, aladas,
merecen el brillo de la brisa y suspenden por un instante labios celestiales que cruzan con destino a las islas remotísimas, mágicas,
que allá en el azul índigo, libertadas, navegan. Allí también viví, allí, ciudad graciosa, ciudad honda.
Allí donde los jóvenes resbalan sobre la piedra amable, y donde las rutilantes paredes besan siempre
a quienes siempre cruzan, hervidores en brillos. Allí fui conducido por una mano materna.
Acaso de una reja florida una guitarra triste cantaba la súbita canción suspendida del tiempo;
quieta la noche, más quieto el amante, bajo la lucha eterna que instantánea transcurre.
Un soplo de eternidad pudo destruirte, ciudad prodigiosa, momento que en la mente de un dios emergiste.
Los hombres por un sueño vivieron, no vivieron, eternamente fúlgidos como un soplo divino.
Jardines, flores. Mar alentado como un brazo que anhela a la ciudad voladora entre monte y abismo,
blanca en los aires, con calidad de pájaro suspenso que nunca arriba. ¡Oh ciudad no en la tierra! Por aquella mano materna fui llevado ligero
por tus calles ingrávidas. Pie desnudo en el día. Pie desnudo en la noche. Luna grande. Sol puro.
Allí el cielo eras tú, ciudad que en él morabas. Ciudad que en él volabas con tus alas abiertas.
Vicente Aleixandre (1898-1984)
PASEO MARÍTIMO, MÁLAGA
La luz –entre cielo y mar-
se filtra por la persiana.
Quiere solo murmurar
este cotidiano hosanna.
El balcón es ya un resumen
del horizonte marino,
ancho y largo, sin volumen.
El centelleo no abrasa,
platea. Yo lo percibo
como un ondear, cautivo
en una pared de casa.
Mar azul, ahí delante,
contemplo entre los barrotes
del balcón. Matisse constante.
Jorge Guillén (1893-1984)
Málaga. Curso 2012-2013
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